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Apuntes sobre el oficio de un cronista - Julio Villanueva Chang1

1.

Se venden crónicas. Pero, sobre todo, se venden nuevas máquinas para que un
cronista sea más veloz: nuevas grabadoras, nuevos ordenadores portátiles, nuevas
cámaras fotográficas, nuevos micrófonos en miniatura. La novedad es la tecnología, y
no una nueva visión del mundo. Cada vez hay menos diferencias entre un periodista y
un espía. Sin embargo, uno de los problemas de la prensa diaria sigue pareciendo un
asunto metafísico: el tiempo. El trabajo del reportero de un diario suele ser un tour sin
tanta sorpresa: páginas programadas, entrevistados programados, respuestas
programadas, escenarios programados, tiempo programado. Se suele ver a un
entrevistado en los lugares de siempre: la oficina, un restaurante, la sala de su casa. La
entrevista como género siempre ha sido un acto teatral, y en la mayoría de las ocasiones
no llega a ser una situación de conocimiento. Sólo una colección de declaraciones. Hay
tiempo para actuar, pero no hay tiempo para entender qué significa lo que sucede.
Italo Calvino contaba que ya en su juventud había elegido como lema la antigua
máxima latina Festina lente: apresúrate despacio. A diferencia del drama del reportero
de un solo acto, un cronista suele disfrutar del lujo del tiempo, pero tampoco puede
escapar de él: "Una crónica lograda es literatura bajo presión", dice Juan
Villoro. Festina lente. Cuando trabaja por su cuenta y vive de escribir historias, el
tiempo a su disposición no es siempre el mismo: a veces tres días, otras, dos semanas, o,
con insólita suerte, cinco meses. No hay sólo una tecnología de la escritura; también hay
una precariedad de la lectura: "Soñamos con un lector que no existe", recuerda Alma
Guillermoprieto. A diferencia de los diarios, algunas revistas se dan el lujo de dar más
tiempo a sus autores para entregar una historia. Es decir: se dan el lujo de haber sido
hechas para leer y sorprender. Sólo en esos casos, un cronista tiene más oportunidades
de buscar una cosa y encontrar otra, inesperada: lo más emocionante para un cronista es
descubrir cosas que no está buscando. Hay una palabra en inglés para
nombrarlo: serendipity. ¿No es acaso una paradoja buscar el azar? Pero esta búsqueda

1
Villanueva Chang, Julio. Apuntes sobre el oficio de un cronista. Tomado de: www.letraslibres.com. 31
de agosto de 2005. http://www.letraslibres.com/mexico-espana/apuntes-sobre-el-oficio-cronista.
del azar cuesta también tiempo y trabajo. Cuesta preguntarse qué es digno de contarse y
qué es digno callar. Y cuesta aprender a esperar a que suceda algo digno de contarse.
Para escribir una historia, hay que aprender a sorprenderse. A veces la única condición
para escribir una historia de verdad es aprender a esperar.

2.
Los secretos están sobreestimados. Todo-el-mundo-tiene-más-de-un-secreto. A la
gente, en tanto ciudadanos, le interesa el periodismo de investigación. Pero a la gente,
sin estadísticas ni etiquetas, le seduce que le cuenten historias. Hay ciertas sociedades y
épocas en que lo real es más aburrido que la ficción, y en donde escribir crónicas acaba
siendo un asunto funerario. Pero en general es al revés: suceden tantos hechos
extraordinarios en el mundo que se ha vuelto un desafío escribir una novela que te
persuada de abandonar la seducción por lo real. Cada día buscamos esa abundancia de
lo extraordinario por habernos aburrido de leer tan malas novelas (y de ver tan malas
noticias). Cada día buscamos literatura, pero en los hechos reales, a veces domésticos, y
en la voz de la gente detrás de estos hechos: más que leer, la gente busca experiencias.
Una literatura de todos los días. Y la gente se cuenta historias para dar sentido a su
experiencia. La vida, en el acto del recuerdo, no es más que una colección de
experiencias. Desde niños hemos conjugado más el verbo contar que informar:
cuéntame, te cuento, qué me cuentas, no se lo cuentes a nadie. Desde niños hemos
conjugado más el verbo descubrir que denunciar: lo descubrí, nos descubrieron,
descubrí que, nunca me vas a descubrir. Para descubrir, basta una curiosidad vagabunda
e inteligente. Es lo que suele animar a un cronista. Y empezar a preguntar, porque no es
tan retórico repetir que las mayores certezas están siempre en las preguntas.
Ryszard Kapuscinski recuerda que los dueños y editores de los periódicos valoran
ahora su información por el interés que ésta puede despertar y no por la verdad que se
hayan propuesto encontrar. Pero hay una minoría de publicaciones que evitan tratar a
los lectores como clientes. No publican siempre lo que les piden, sino también lo que
creen que deberían leer: historias de vida pública y privada para ayudar a derribar
prejuicios e ignorancias. La crónica es en ese sentido el género más libertino y
democrático: ofrece la oportunidad de buscar no sólo a personajes y fuentes oficiales
—autoridades, celebridades, especialistas—, sino también a gente ordinaria, esa especie
de extras de cine mudo a los que nadie les ha pedido la palabra. Los cronistas tienen el
privilegio de contar no sólo lo que sucede, sino lo que parece que no sucede. Una parte
de las historias más memorables en diarios y revistas es aquella en la que sus autores
han hallado un modo singular de contagiar esa fascinación que sintieron por lo
descubierto. Ese modo en que un autor tiene de buscar ser sorprendido es lo que Carlo
Ginzburg llama la "euforia de la ignorancia". La última tecnología sigue siendo la
curiosidad.

3.
Un cronista no tiene escapatoria del pasado: trabaja siempre con recuerdos. Son
recuerdos ajenos de la gente que le cuenta los hechos. Son recuerdos propios cuando
tuvo la suerte de ser testigo y reconstruye lo que le contaron. Ya que en estos tiempos
un reportero rara vez es testigo de los hechos, la entrevista se ha consagrado no sólo
como una técnica para obtener información, sino como un género que facilita la
producción y el consumo de noticias como comida rápida. La entrevista, más que un
modo de conocer algo o a alguien, se ha convertido en una forma frecuente de la
autobiografía. ¿Cómo confiar en un relato si, al margen de su propia voluntad, un
testigo suele olvidar, distorsionar y mentir? "Todos tenemos un novelista en la cabeza",
advierte Timothy Garton Ash. Recordar, más que reconstruir los acontecimientos, es
reconstruir una memoria de los acontecimientos.
Gordon Thomas recordaba que los periodistas y los espías se parecen en que tratan
desesperadamente de confiar en alguien. Es cierto: muchas veces entrevistar a alguien
no es más que un acto de buena fe. Citar entre comillas ha terminado por convertirse en
un modo de lavarse las manos: no tuve tiempo de verificar si sucedió, pero X lo dijo así
en la entrevista. Pero a veces confiar en un cronista es también un acto de buena fe. Un
reportero de ayer puede convertirse mañana en un sospechoso común. Algunos diarios y
revistas de los Estados Unidos, entre ellos The New Yorker y The New York Times
Magazine, y sólo uno de Hispanoamérica, como Etiqueta Negra, además de la figura
del editor como un colaborador secreto, tienen verificadores de datos, quienes, más que
ser fiscales de los autores, son guardaespaldas de los lectores y de la reputación del
propio escritor. Algunos autores —por urgencia, pereza o autosuficiencia— suelen citar
de memoria, dar por hecho declaraciones de un testigo, confundir datos históricos. "Los
verificadores de datos no existen para que no nos hagan demandas, sino para respetar la
ignorancia de la gente", recuerda Alma Guillermoprieto. "En periodismo, la labor de
comprobación equivale al amor", escribió Norman Mailer. Y no de un retórico amor al
prójimo, sino del más egocéntrico amor propio.
4.
La objetividad es más para un Premio Nobel de Física que para un cronista. En esta
época ya no es posible transmitir conocimiento con sólo dictar información: lo que
descubra un autor por sí mismo tiene la ventaja de fijarse más en su memoria y en la de
sus lectores. Para ello, un cronista responsable tiene un pacto tácito con un lector: le
cuenta una historia construida desde un punto de vista múltiple, incluyendo en mayor o
en menor medida el suyo, y el lector supone que va a leer una historia que no es objetiva
pero que intenta ser honesta. Si se toma libertades, el lector espera —tácitamente— que
el cronista se lo advierta. Un cronista busca convivir más tiempo con la gente y estar
presente en situaciones en que puede ser un testigo de cómo cambia alguien ante sus
ojos. Busca otros escenarios de entrevista y observación social tratando de reducir un
tanto la inevitable teatralidad de cualquier entrevista. Un cronista recuerda también lo
que en la práctica diaria del periodismo no es tan obvio: que una persona no es la misma
de noche que de día, que no es la misma sola que acompañada, que no es la misma en su
ciudad que cuando está de viaje, que tiene épocas de mal humor o de euforia, y, más allá
de los hechos, intenta averiguar si fue un accidente o es un patrón de conducta. En
suma, un cronista trata a la gente sólo por horas, y suele cuidarse de la tentación de
emitir sentencias. Un cronista usa la entrevista como técnica para obtener información,
y privilegia la observación social de los fenómenos, y cómo éstos afectan la vida de
cierta gente, desde un acontecimiento de masas hasta la intimidad de una subcultura. Un
cronista, además, ensaya ideas y explicaciones sobre el mundo retratado en sus textos.
Pero más que su oficio de reportero-ensayista-escritor, un cronista es ante todo un
lector, y no sólo de sí mismo: para escribir la aparente historia inofensiva de un
chimpancé, puede leer docenas de libros y no sólo de primatólogos ni de etología, sino
también sobre la risa, y hasta buscar pistas en un archivo judicial.
Las noticias de corrupción conviven sin celos con las crónicas sobre animales: las
revistas y los diarios tienen páginas para sumergir a sus autores bajo una retórica de la
objetividad, pero también para hacerlos respirar con su voz propia. Hay quienes
confunden tener una voz propia con el uso de la primera persona gramatical. En los
medios periodísticos de Hispanoamérica, se suele satanizar el uso de la primera persona,
excepto si cuentas con la licencia de columnista: "Se trata de fabricar la ilusión de que
alguien o algo ajeno al yo del sujeto, y en consecuencia, a sus intereses y opiniones,
narra los hechos —explica Arcadi Espada—. Es desde este punto de vista que se
proscribe, en la estilística periodística, el uso de la primera persona del singular
(excepto cuando esta persona ha alcanzado un estatus divino y entonces ya puede
equipararse al Dios objetivo, mayestático y sin alma, que es el narrador habitual del
periodismo)". Y añade: "Así es como cada yo queda en su casa y Dios en la de todos".
Más allá de dogmas e ironías, Walt Harrington hace una pregunta justa: "¿Es posible
que escribir sobre ti mismo siga siendo todavía periodismo?". Alguien dijo que una de
las paradojas del gusto de las masas es su amor por lo individual.

5.
Siempre hubo una relación incestuosa entre el periodismo y la literatura, pero nunca
se trató de llevar la información a un salón de belleza. Hay quienes todavía creen que el
periodismo es más prestigioso cuando se parece a la literatura, y que un libro de
reportajes sólo maravilla cuando se lee como una novela. Para estos lectores miopes, la
crónica, igual que los chistes, es sólo un pariente pobre del cuento. A pesar de la obra de
reporteros emblemáticos como Gay Talese y Ryszard Kapuscinski, el periodismo
narrativo en Hispanoamérica sigue siendo un malentendido: "periodismo" es el adjetivo,
y "literario" es el sustantivo. El triunfo de la estética sobre la ética. Pero es obvio que no
todas las noticias merecen ser narradas ni todos los reporteros pueden ser buenos
narradores.
Hay además un abismo invisible entre una "historia bien escrita", y una "buena
historia". La primera puede serlo por haber sido escrita con claridad, gracia y
sensualidad. La segunda, en cambio, debe tener el mérito de descubrir todo un mundo
ignorado y ni siquiera necesita estar tan bien escrita para ser digna. Es el poder literario
de selección, del que escribe Timothy Garton Ash. El vigor de una historia está también
en esa tensión entre lo que se sabe y se ignora, entre lo que se cuenta y lo que no se
cuenta, y en cómo un autor selecciona y usa esta información para construir una
metáfora de su época. Se trata de convertir el dato en conocimiento. Más que un relato
entretenido y bien escrito, un cronista ensaya una visión de su época a través de la
experiencia extraordinaria de un individuo. "La noticia ha dejado de ser objetiva para
volverse individual. O mejor dicho: las noticias mejor contadas son aquellas que
revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber. Eso
no siempre se puede hacer, por supuesto", escribe Tomás Eloy Martínez. Así una
crónica puede llegar a ser personal, universal y atemporal. O como dice Juan Villoro: un
modo de improvisar la eternidad.
6.
Lo que se cree verdad puede ser también una forma de la ignorancia. Hay una
suprema ignorancia y cierto desdén por la última historia del periodismo narrativo en
diarios y revistas de los Estados Unidos (y viceversa), de ahí que en Hispanoamérica se
insista aún en citar las veteranas novedades de Truman Capote y Tom Wolfe, y en creer
a ciegas que A sangre fría es el paradigma de lanon fiction sin advertir que es sobre todo
una novela. También, sin advertirlo, toda esta ignorancia y menosprecio por lo
publicado en los Estados Unidos en las últimas tres décadas ha hecho que el periodismo
narrativo en Hispanoamérica siga siendo, más que un modo de reportar y entender una
subcultura, un eslogan. Algunos tardíos escépticos del New Journalism lo recuerdan
más como un experimento de escritura —escenas, diálogos, perspectiva, estatus de
personajes— en que el autor parecería, casi como sus personajes, el centro del universo.
Pero, desde Capote y Wolfe hasta estos días, existe una abundante narrativa documental
dispuesta a ser examinada. "Contrario a los Nuevos Periodistas, la nueva generación
experimenta más con el modo en que consigue una historia", escribe Robert S. Boynton
en The New New Journalism,un libro de conversaciones con diecinueve periodistas
estadounidenses sobre su oficio. "Sus innovaciones más significativas han sido
experimentos con el reporteo, más que con el lenguaje que usan en sus historias",
sentencia Boynton. Sería genial que los nuevos escépticos puedan decir que los
experimentos con técnicas de reporteo suponen también experimentos con la verdad.
¿Qué sucede mientras tanto en Hispanoamérica? A pesar de esta tradición
estadounidense, y del trabajo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —con
García Márquez a la cabeza—, la discusión en las escuelas y los diarios insiste en
arrestar al género bajo sospecha. Es un debate que empieza declamatoriamente en la
ética y acaba siempre en las finanzas, una desconfianza no tanto de los lectores sino más
propia del gremio de la prensa y sus gerentes. Se gasta tiempo en convencerlos de que
vale la pena conceder a los cronistas un mayor espacio en los periódicos. Pero el
máximo argumento no va más allá de que, así como un libro de reportajes no vende
tanto como una novela, tampoco una crónica venderá más periódicos. No es un
profesional debate literario; es una vocación comercial. "La máquina de escribir es
siempre una máquina registradora, y la literatura, una economía, un sistema de
circulación", recuerda Villoro.
Si el periodismo es el arte de envolver pescado, habría que empezar por respetar más
a los pescados. Uno de los anzuelos para pescar más lectores de crónicas es apostar por
publicar con frecuencia historias más poderosas, inteligentes y conmovedoras que estén
más cerca de la gente común y corriente, y a la vez demanden un nuevo tipo de
imaginación, compromiso y tiempo de trabajo de editores y cronistas. No sólo hay más
nombres a quienes recordar —más allá de los históricos José Martí, Josep Pla, Abraham
Valdelomar, Salvador Novo, Rodolfo Walsh, Joaquín Edwards Bello, o el propio García
Márquez—, sino que también hay más revistas, páginas de diarios y editoriales
independientes, que, a pesar de no poder evadir la bulla de las máquinas registradoras,
han apostado por fundar una tradición de literatura documental que no se agota en las
estereotipadas y recurrentes historias de guerra, corrupción, celebridades y miseria.
Quedan unas cuantas preguntas urgentes para los cronistas: ¿saben en qué formas
narrativas y de reporteo se producen los libros de narrativa documental? Y más que
deslumbrar por su modo de contar: ¿hasta dónde puede conseguir una crónica iluminar
el mundo que retrata? En Hispanoamérica, los cronistas aún no tienen tiempo de
explicarlo. -

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