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Considerar cómo la divinidad se esconde

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La Tercera Semana en los Ejercicios Espirituales se centra en la contemplación de la pasión y


muerte de Jesucristo. Es allí donde esta expresión de Ignacio alcanza su pleno significado,
considerar cómo la divinidad se esconde. Ponderar que Dios aparentemente no está, desaparece
por un tiempo, se oculta.

La primera impresión es pensar que Dios se ha marchado para dejar en primer plano a los
poderosos que ajustician a Jesucristo. De repente, el partido que se estaba disputando se
abandona súbitamente. La batalla que se iba a librar se da por perdida.

Como pasa habitualmente, las apariencias engañan. Es cierto que el padecimiento y muerte de
Jesucristo es profundamente oscuro, plenamente injusto. Pero eso no es todo, incluso en el
silencio y en la oscuridad hay una presencia que acaba permeándolo todo. De hecho, si creemos
que el sentido está sólo en la luz, nos quedamos con una parte de la historia. Nos perdemos lo
mejor.

La oscuridad es parte de la vida. Con la invención de la luz eléctrica, internet y televisión


veinticuatro horas al día parece que no hay noche. Sin embargo, la realidad es que hay unas
diez o doce horas de oscuridad. La luz artificial no deja de ser una ficción para que nos creamos
que podemos controlarlo todo, pero no controlamos ni nuestro corazón, que tiene una
profundidad y unos abismos que desconocemos y tememos.

La divinidad se esconde. Es un hecho. Pero no lo entendemos bien. El verdadero significado es


otro. No es un signo de lejanía, Dios no deja a nadie, no se olvida de ninguna criatura, no
abandona porque la situación se haya puesto complicada. Si no, creeríamos en un Dios
culpable, sádico o cobarde. Ese no es el Dios que anunciaba Jesús, ni el mismo Jesucristo.

El verdadero significado es una paradoja. La revelación de Dios se da, también, en el


ocultamiento. Que la divinidad se esconda es signo de la revelación de Dios. Que Dios se
esconda muestra su presencia inconfundible. Dios no deja de estar, no se va. Que Dios se oculte
no significa que se esconda, sino que se muestra. Desde luego, si decimos que se esconde es
porque estamos seguros de que antes o después Dios está. Por tanto, dejar de percibirlo no es el
criterio definitivo.
Lo realmente divino es que lo máximo, Dios, pueda estar contenido en lo mínimo, nosotros.
Igual que existe una tensión entre transcendencia e inmanencia, existe entre comunicación e
incomprensibilidad. No todo lo que hace Dios lo alcanzamos a comprender. Si entendiéramos
por completo a Dios, no sería realmente Dios. Que no comprendamos por qué la divinidad se
esconde no es más que un signo que ahí Dios también se está manifestando. Quizás Ignacio de
Loyola dijera que la divinidad se esconde en este segundo sentido. Es, entonces, tarea del
ejercitante adentrarse en el misterio de la Tercera Semana, considerar que la divinidad se
esconde y buscar qué quiere decirle Dios también en el sufrimiento y en la muerte. Seguro que
hay sorpresas.

Íñigo Alcaraz Torres, SJ

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