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122
EL MAL
VERDAD E IMAGEN
122
EL MAL
Dios para pensar I
TERCERA EDICIÓN
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2010
A MIS ALUMNOS.
Prólogo.................................................................................. 9
introducción ... . ....... ... ...... .... ...... .... ..... ... .. ... ..... ..... ... .. ..... ..... .. 1S
l. Esta serie, que conforma una peculiar «dogmática», está integrada por
los siguientes volúmenes: El mal ( 1995), El hombre ( 1995), Dios ( 1997),
El cosmos ( 1997), El destino (2001 ), Jesucristo (2002), El sentido (2004). El
primero de ellos, que es precisamente el que el lector tiene entre sus ma-
nos, fue galardonado en Francia con el prestigioso premio «Cardenal Mer-
cier 1993» [N. del E.].
JU Prólogo
1. «CONTRA DEUM» 1
en nuestra lengua. Lo mismo sucede con la expresión Pro Deo que aparece-
rá a continuación.
2. Es el tema del dios cruel que encontramos en la tragedia antigua. Es-
te tema ha sido renovado recientemente, en una perspectiva filosófica. por
Ph. Nerno, Job et/ 'exces du mal, Paiis 1978 (versión cast.: Job y el exceso
del mal, Mad1id 1995), pero no para tropezar con esta crueldad, sino para in-
vitar a superarla en el descubrimiento de «otra escena», aquella en la que el
rostro de Dios es cruel solamente para provocarnos a ser nosotros mismos,
especialmente en el combate contra el mal.
22 E/mal
2. «PRO DEO»
3. «IN DEO»
4. «AD DEUM»
5. «CUM DEO»
29. Quede claro que no damos a estas expresiones más que un alcance
hennenéutico, e incluso heurístico. No hay aquí ninguna intención metafisi-
ca y, en este plano, la teoría de la permisión del mal, por muy torpe que sea,
mantiene sus derechos; volveremos luego sobre ello. Deseo decir simple-
mente que el discurso bíblico subraya mejor que el discurso filosófico la
irracionalidad absoluta del mal, ya que habla de él como de una sorpresa en
el plan de Dios.
30. Francisco de Sales, 'fratado del amor ele Dios IV /1, Madrid 1954,
168. El texto que sigue es aún más vehemente: «Accidente inesperado ... Cier-
tamente que el cielo se estremece; y si Dios estuviese sujeto a pasiones, senti-
na vacilar su corazón ante tamaña desgracia, como cuando expiró en la cruz
por redimimos» (ibid., llI/3, 136).
Tópicos de la cuestión del mal 39
CONCLUSIÓN
to» (H. Bianciotti)? 42 ¡Ay del hombre sin Dios!, decía Pascal en
una ocasión semejante. La muerte de Dios se hace sentir hoy
en ese peso que el hombre ya no puede arrostrar, en un proceso
del que es a la vez víctima, acusado y acusador. Por el contra-
rio, y según la perspectiva teológica que hemos adoptado, Dios
está metido en la causa43 . Con todos los riesgos que esta auda-
cia supone y asume -nadie podrá decir que se propone aquí una
apologética del miedo y la debilidad-; riesgos que sin embargo
son, como hemos visto y comprendido, los mismos de la fe. Y
que nos han permitido descubrir que Dios es, en definitiva, el
primer afectado en el problema del mal. ¿No es al propio Dios
a quien el mal ataca, como si quisiera matarlo y destruirlo? El
viejo tema del «Dios ofendido» confirmaría esta intuición.
En el fondo, el hombre de hoy, según confiesa Feuerbach,
ha querido aprovecharse de las cualidades que había atribuido
a Dios. Pero ha llegado hasta el final imprevisto de esta lógi-
ca, de esta «re-tribución», y resulta que también se ha visto
obligado a cargar con las acusaciones que antes lanzaba con-
tra Dios. ¿Es esto razonable? No lo creemos. Pero, sobre todo,
no creemos que esto esté en conformidad con la fe. La fe nos
enseña que estamos autorizados a implicar a Dios en la cues-
tión. Y al descubrir en ella a Dios, «tendremos la conciencia
tranquila ante Dios, porque si ella nos condena, Dios es más
grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas» (1 Jn
3, 19-20). Esta seguridad no es la que podría buscarse en el re-
fugio del consuelo: ahí está el vigor de las palabras de Jacob,
de Job y de Jesús para convencernos de ello. Esta seguridad
es, por el contrario, el fruto de una audacia, la de la fe, que no
teme las palabras a veces violentas del ad Deum.
En realidad, la solución más fácil habría sido la del mani-
queísmo, una especie de praeter Deum,, que margina a Dios de
1. Quede claro que nos quedamos aquí en una lectura hennenéutica del
texto, sin querer recurrir (demasiado pronto) a las soluciones filosóficas y
teológicas (que no por ello negamos). Pero el sentido de un texto debe com-
prenderse ante todo en su propio círculo de sentido antes de superarlo (?)
eventualmente «en los límites de la razón pura». Por lo demás, las conside-
raciones teológicas y filosóficas sobre la presciencia y la permisión del mal
están lejos todavía de ser plenamente satisfactorias. Añadamos que, si se ha-
bla justamente de pecado original (aunque precedido por el bien), no es buen
método trasladarse aquí rápidamente al terreno de su propio origen. La gno-
sis, por su afán impulsivo de comprenderlo todo, especialmente en lo que
concierne al mal, constituye para nosotros la mejor advertencia.
2. Se diría que el bonum, va/de bonum, que pone ritmo al relato quiere
insistir en el hecho de que, en principio, todo tenía que ir bien, lo cual acen-
túa el efecto de sorpresa en la aparición del mal (una sola constatación de
non honum en la creación antes del pecado, cf. Gn 2, 18).
54 El mal
2. La malicia de lo demoníaco
Hay que sacar una segunda lección del tema del mal como
sorpresa. La de llamar al mal por su verdadero nombre, a saber,
irracional, puesto que la primera actitud teológica consiste aquí
en verse sorprendido. No es éste, desde luego, el reflejo clásico
de la teología. La teología tiene la costumbre de comprender y
explicar las cosas: por ejemplo, en este caso, apelando inmedia-
tamente a la noción de culpabilidad. No obstante, comprender
y explicar implica en muchas ocasiones rechazar la prueba de la
sorpresa. La reacción teológica consiste aquí en no comprender;
el mal no puede entrar en ningún discurso de justificación: ni
moral (es evidente) ni racional (aunque esto no resulta tan evi-
dente, por desgracia, si pensamos en ciertas teodiceas). Dire-
mos incluso que esta sinrazón es, en este caso, el único respe-
to a la razón: «El pecado original, escribe Pascal, es locura ante
los hombres, pero se le presenta como tal. No debéis, por tan-
to, reprocharme la falta de razón en esta doctrina, puesto que la
presento como algo sin razón. Pero esta locura es más sabia que
58 E/mal
3. La prioridad de la víctima
16. Expresión recogida de Ph. Nemo, Job et l'exces du mal, Paris 1978
(versión cast.: Job y el exceso del mal, Madrid 1995).
17. Cf. las sugestivas páginas de T. Todorov sobre la tipología de la no-
vela policíaca en Poétique de la prose, Paris 1971 y 1978 (versión cast.: Poé-
tica de la prosa, México 1978).
Dios en el enigma del mal 61
a) El hombre tentado
18. ¿Habría que poner entre comillas el «sólo» de esta frase? Sí, si es
para indicar que no se quiere disminuir aquí la importancia del pecado. Pero
no, si se quiere mantener que el mal cometido por el hombre no tiene la ra-
dicalidad fundamental del mal absoluto.
19. Hay que hacer aquí sobre la palabra «débil» la misma observación
que se hizo en la nota anterior sobre el «sólo».
Dios en el enigma del mal 63
b) El hombrefrágil
c) El hombre liberado
d) El hombre víctima
e) El hombre desviado
29. A su manera indica esto muy bien el .Jeu d'Adam (siglo Xll). Cf en
este sentido R. Dragonctti, L'image et / 'irreprésentable dans l 'écriture de
saint Augustin, en Q11 'est-ce que Dieu ~ Philosophielthéologie. Hommage a
/'abhé Daniel Coppieters de Gibson (1929-1983), Bruxelles 1985, 393-413
(sobre todo 397-398).
Dios en el enigmu del mal 69
30. ¿Es esto realmente minimizar el pecado? ¿Es olvidar que «por un
hombre entró el pecado en el mundo» (Rom 5, 12)? Ni mucho menos. Esto es
señalar precisamente que el mal entró en el mundo por el pecado. Por tanto,
que el mal es ante1ior y que el pecado -en este sentido, secundario- no hace
«más que» introducirlo. Por otra parte, el tema de la tentación no intenta di-
simular la parte de complicidad activa que el pecador puede tener con el mal.
31. El tema de la cautividad está presente sobre todo en la dogmática
calvinista del pecado original.
70 E/mal
32. Recojo esta idea de Alain, que habla del hombre precedido siempre
por un mal y sin que esto le conduzca por ello a dejar la lucha: «Una especie
de iniciación solemne en el error. .. En nada se altera entonces la verdad de
los sentimientos. Al contrario, la idea de que las causas exteriores no tienen
nunca poder más que por la malicia de alguien es ciertamente capaz de ro-
bustecer el coraje con la indignación» (les dieux, 27).
33. Me gusta la expresión de Levinas recogida por Ch. Lefevre, Amour,
signe de contradiction: La Foi et le Temps 15 ( 1985) 223, n. 18, como con-
clusión de una discusión conmigo a propósito de Lcvinas sobre la culpabili-
dad y la responsabilidad: «Digamos en conclusión que yo soy deudor para
con todos, que literalmente 'me debo' (Rom 1, 14) a todos». Quizás este tex-
to de san Pablo permitiría por otra pa1ie comprender la frase de Dostoievski
que criticaré más adelante, cf. infi·a, 95, nota 73.
Dios en el enigma del mal 71
34. Digo bien «en parte», ya que resulta evidente que la aparición y la
aventura de la libertad se deben también a razones y valores distintos. Reco-
nozcamos igualmente que los griegos, que no vivían en el clima agustiniano
de la falta y la responsabilidad, supieron conquistar la idea de libertad, sobre
todo en política.
35. La secuencia culpabilidad-responsabilidad-libertad ha sido comen-
tada muy bien por Ph. Nemo en Job et l 'exces du mal (versión cast.: Job y el
exceso del mal, Madrid 1995). Sin embargo, no debe llevarse demasiado le-
jos, puesto que se correría el riesgo de considerar la culpabilidad como un
mal necesario. Además, puede haber otro camino para la libertad y la respon-
sabilidad. La toma de conciencia de un mal-desgracia del que no soy, ni mu-
cho menos, culpable, pero cuyo drama percibo y en el que intervengo para
ayudar a los otros, me despierta también a la responsabilidad y a la libertad.
Es incluso el camino que ilustran estas páginas, que tienen como paradigma
al buen samaritano.
36. Es un tema delicado, que habría que evitar exagerar a toda costa, pe-
ro que tiene su pertinencia, sobre todo si se piensa que la conciencia del peca-
do, o sea, de un mal del que uno puede deshacerse, ha contribuido a romper
el fatalismo de la historia, como ha señalado muy bien Roger Garaudy. Sobre
la memoria judía del pecado como motor de la historia, cf. Y. Hayim Yernsha-
lim, Zakhor. Histoirejuive et mémoire juive, Paris 1985 (versión cast.: La his-
toria judía y la memoria judía, Barcelona 2002).
72 E/mal
a) Moralismo de culpabilidad
37. Se da sobre este punto una diferencia entre la apreciación civil del
mal (que sólo se persigue de hecho cuando la intención va seguida por un
efecto) y la apreciación religiosa (que condena la mala intención, aunque
no se lleve a efecto).
38. Cf. también A. Finkiclkraut, La sagesse de l 'amour, Patis 1984, 124s
(versión cast.: La sabiduría del amor, Barcelona 1993).
Dios en el enigma del mal 73
ser responsable. Hay aquí una inversión de los datos, que por
otra parte es constante en la intuición cristiana (inversión de
valores y de comportamientos en el Magníficat, en el sermón
de la montaña, en el mensaje de las bienaventuranzas, en la lo-
cura de la kénosis y en la sustitución del Siervo doliente).
b) Moralismo de culpabilización
43. ¿Habrá sido la guerra y los campos de extem1inio los que nos han
dejado tan enfermos de culpabilidad? Asustan a veces ciertas expresiones de
Levinas (cuando trata, por ejemplo, de la subjetividad del sub~iectum, que es-
tá «bajo el peso del universo, como responsable de todo», en De otro modo
que ser o más allá de la esencia, Salamanca 1999, 184; cuando habla de «he-
morragia del para el otro», «degeneración del para el otro», ibid., 238 para
la última expresión; cuando dice que el infinito sólo es glorioso por la sub-
jetividad, por la sustitución del otro, «por la expiación que soportó el peso
del no-yo en favor del otro», ibid., 236). Confirmo mi hipótesis al leer del
mismo pensador Noms propres, Montpellier 1976, 9: «Las guerras mundiales
-y locales-, el nacional-socialismo, el stalinismo -y hasta la desestaliniza-
ción-, los campos de concentración, las cámaras de gas, los arsenales nuclea-
res, el terrorismo y el paro: todo esto es demasiado para una generación, aun-
que haya sido sólo testigo de ello». Me pregunto por este malestar en Du défi
d'aujourd'hui alafoi de demain: La Foi et le Temps 14 ( 1984) 483-509. Tam-
bién me preguntaría, con L. Irigaray, Parler 11 'estjamais neutre, Paris 1985, si
el carácter repetitivo, poco renovado y por tanto poco creador, de ciertos enun-
ciados de protesta no se debe a veces a una patología individual y social. Por
otra parte -como se verá en estas páginas y en otras- sigo siendo un ferviente
lector de Levinas, a quien debo mucho.
44. Se acusa fácilmente a la religiónjudeo-cristiana de haber introduci-
do la culpabilidad en el corazón del hombre. Pero ¿es la religión judco-cris-
Dios en el enigma del mal 75
gusta la eficacia de una lucha por la que haya que pagar este
precio. No me gusta luchar contra el mal valiéndome de otro
mal; me parece que eso sería algo más que una contradicción:
sería una afrenta. ¿Es necesario siempre tener motivos para lu-
char contra el mal, sentirse culpable para combatirlo? En tal ca-
so, sería una curiosa connivencia, una inquietante perversión.
c) Moralismo de justificación
tiana una lucha contra la culpabilidad solapada que mina al hombre? El epi-
sodio del Génesis, en donde la acusación se desplaza en gran parte del hom-
bre a la serpiente, sería el paradigma de lo que podría ser muy bien una de las
funciones históricas de la fe. Se sabe que para Marx la religión no es sola-
mente expresión de la miseria, sino protesta contra la miseria. Siento la ten-
tación de pronunciar un juicio semejante a propósito de la historia cultural de
la culpabilidad. Por otra parte, se sabe que, para Ernst Bloch, no es el miedo
lo que explica la religiónjudeo-c1istiana, sino la esperanza (sobre esta tesis de
su libro El ateísmo en el cristianismo, Madrid 1983, cf. el artículo de F. Chir-
paz, Ernst Bloch y la rehelión de Job: Concilium 189 [1983] 359-370).
45. Ni siquiera el mal culpable recibe una explicación sólo desde la cul-
pabilidad. También entran en juego todos los condicionamientos sociales, fí-
sicos, etc. Las ciencias humanas coinciden aquí con una intuición cristiana.
76 E/mal
a) La cuestión de Dios
53. El autor juega aquí con las palabras dé-mon (demonio) y mon (mi)
(N. del T.).
54. Cf. passim en todo el primer capítulo («El mal radical») de La reli-
gión dentro de los límites de la razón pura.
· 55. Me gustaría citar aquí a E.-M. Cioran, De l'inconivénient d'étre né,
París 1973, 236 (versión cast.: Del inconveniente de haber nacido, Madrid
1998): «Se debería establecer el grado de verdad de una religión por el caso
que hace del Demonio: cuanto más eminente es el lugar que le concede, más
demuestra que se preocupa de la realidad, que rechaza las supercherías y la
mentira, que toma las cosas en se1io, que se empeña más en constatar que en
divagar y consolar». Cf. también p. 208-209. Creo que en la expresión fami-
liar «¡Me llevan los demonios!» hay algo más que un simple recuerdo de los
Dios en el enigma del mal /! 1
tiempos pasados: la intuición de algo que nos es extraño, ante lo cual hemos
cedido y que expresa la negativa justa a consideramos como diabólicos.
56. Es verdad que Kant ve aquí una representación (cf. La religión den-
tro de los límites de la mera razón, 66), pero esta representación le parece ade-
cuada porque mantiene la irracionalidad del mal («porque ¿de dónde le viene
el mal al espíritu?») y su malicia absoluta y gratuita («un espíritu seductor, es
decir, un ser cuya falta no se puede atenuar»).
82 E/mal
nera, que incluso en este punto Dios nos habría engañado («¿Es
verdad que ... ?») y que en todo caso la manera mejor de alcan-
zar este destino no es la que propone Dios («No es así; lo que
pasa es que ... »), sino la que sugiere el Maligno. Tal es la per-
versidad diabólica. No tanto engañarnos sobre el bien por ad-
quirir (es bueno adquirir el conocimiento del bien y del mal),
sino hacernos creer que el pecado es el único medio de acce-
der al bien. Así es precisamente como el pecado nos hace da-
ño (en todos los sentidos): nos aparta de nuestros fines. Una
vez más, no se trata de un asunto simplemente moral y subje-
tivo, sino metafísico y objetivo. Una vez más, tenemos que de-
cir que el mal es un exceso (es la figura del Demonio), mientras
que en el hombre sólo es un defecto (defectus): ¡ya es bastan-
te! Una vez más, hay que proclamar que lo que aquí está en
juego es el destino del hombre. ¿Verdad que no había por qué
temer una dogmatización de la cuestión del mal?
mos el mal que es llevado (qui tollis) por otro para liberar al que
sufre (figura del samaritano y del Cordero de Dios). Por otro la-
do, habría que dar aquí a la palabra «pasión» todos los sentidos:
el mal que uno padece, el que asume (qui tollit) otro que es to-
talmente ajeno al mismo; el mal que este último sufre (compa-
sión); el mal que se acepta por (pasión de) amor; finalmente la
pasión que se hace Pasión, es decir, el mal cuya (aparente) pa-
sividad ( «Padeció bajo el poder de Poncio Pi lato») oculta de he-
cho la acción más grande, ya que se transfigura en victoria. En
este tercer grado, queda «pervertida» la virulencia del mal: el
mal es derrotado, mas no por un acto mágico y exterior, sino
con la bajada a su propio infierno (thanato thanaton patesas):
la Pasión sigue siendo una pasión60 . Vade, et tu.fac similiter 61 •
a) llamada a la alteridad
c) Ah-solución de un Tercero
70. Sobre el rechazo de las simples técnicas (en sentido amplio) contra
el mal, léase la obra ya citada de Ph. Nemo, Job el l'exces du mal. Sobre to-
do, Dios no puede ser manipulado por el hombre como técnica utilitaria con-
tra el mal. Sobre este punto tan importante, cf. Ch. Duquoc, El demonismo,
441 s; G. More!, Nietzsche, Paris 1971; Questions d'homme II, Paris 1977; E.
Bloch, El ateísmo en el cristianismo, Madrid 1983.
94 E/mal
Así pues, está claro que la salvación (de Dios) necesita las
mediaciones (humanas). Toda la cuestión está entonces en sa-
ber cuáles han de ser estas mediaciones. Hay ciertamente mu-
chas, pero, para hacer posible la reflexión, podríamos detener-
nos en dos actitudes que se le ocurren a uno espontáneamente
y que de hecho han ocupado especialmente el campo de la his-
toria cristiana: la justicia y la caridad. Es evidente que la me-
diación privilegiada para el samaritano de hoy es la de la jus-
ticia. Sin ignorar sus valores evidentes, y sin negar tampoco
los límites de la caridad, cabe preguntarse sin embargo si no
habrá que abrir de nuevo el debate y si no habrá lugar para
plantear algunas cuestiones a propósito de la justicia e inten-
tar reevaluar la caridad. Dejando bien sentado, desde luego,
que las dos son indispensables.
98 J,;/ mal
Más allá de las reglas está la Regla que es el amor mismo ... «ár-
bitro» en última instancia. Ama y haz lo que quieras: este célebre axio-
ma no propone algo arbitrario, no suprime la esfera de las leyes y de
la objetividad, sino que recuerda que la verdad en sí misma no es ni
«objetiva» ni legal, y que por esta razón es la única que puede evaluar
la fuerza de la objetividad y de las leyes. De este modo, tampoco se su-
prime la idea de falta ética, sino que se pide una evaluación que tiene
su fuente lejos del ámbito de los puros deberes y prohibiciones78 •
b) Elogio de la caridad
84. Como la palabra «erótico» un poco más adelante, tomo este vocabu-
lario de M. Foucault, Histoire de la sexualité II, Paris 1984 (versión cast.:
Historia de la sexualidad, Madrid 1979), para designar respectivamente una
relación de uso y una relación de amor.
85. Cf. nota 84.
86. O por lo menos, desconfiaba de ella y prefería no utilizarla. Cf., por
ejemplo, Ethique et infini, Paris 1982, 51 (versión cast.: Ética e injinito, Ma-
drid 1991).
87. Cf. supra, 73-75 y nota 43. Ciertamente, Lcvinas llega a precisar:
«responsabilidad sin culpabilidad», pero su manera de hablar de esta respon-
sabilidad la hace tan pesada como si fuera una culpabilidad.
88. Según una entrevista en la radio. Cf., por otro lado, la obra ya cita-
da t'tica e in_{,.nito; también F. P. Ciglia, Du néant e) l 'autre. Réjlexions sur le
theme de la mort dans la pensée de Lévinas, en Emmanuel Lévinas, Lagras-
se 1984, 146-163 («Les cahiers de la nuit survcillée»); cf. J. Rolland, Sub-
jectivité el an-archie, en ibid., 176-193.
Dios en el enigma del mal 103
No hay nada que esté tan lejos del dios pagano inmóvil e im-
pasible92. Nada que esté quizás tan lejos de un Dios que sea
solamente justiciero. Pues bien, ¿no mostramos hoy día la ten-
dencia, como en ciertas predicaciones de antaño 93 , a atenazar
la bondad de Dios en la justicia? Como grita Rilke, ¡no lo en-
cerremos dentro de nosotros mismos, intimándole a que haga
justicia, regular y metódico como un reloj !94 ¡No hagamos de
Dios un simple justiciero! ¡Eso sería demasiado poco! El mal
no grita solamente pidiendo venganza (que es mirar hacia el
hombre como culpable), sino que grita sobre todo compasión
(que es la mirada hacia la víctima). Puede uno sufrir a causa
de la justicia, pero solamente puede apasionarse de veras por
el amor. En todo caso, el alma dividida (?) de un justiciero
puede quedar fácilmente atrapada en la pasión por la justicia.
Quizás el amor resulte más necesario que la justicia para que
nuestro combate sea victoria de la vida, y no mero triunfo de
una ley estrecha. Son dos cosas distintas. En nuestra justicia
hay a veces un gusto por el rigor95 . Pero «cuando de las manos
del hombre de negocios / la balanza pasa/ a este ángel del cie-
lo»96, entonces ...
3. Una vez más, deberíamos abandonar un camino que fue-
ra simplemente un camino moral. Pues bien, la caridad es sin
duda una virtud, pero una virtud teologal, y no ya solamente
-como la justicia- una virtud moral. También aquí, pero esta
vez para nosotros, es el camino mismo de Dios el que se nos
propone (cf. Rorn 12, 17-21 ): una lógica de exceso y de gratui-
97. G. Morel, Nietzsche, 342: «Es el amor del Otro el que revela las fal-
tas, no ya de manera teórica, en un juicio inútil, sino tocando el corazón ...
Marx puso formalmente de relieve ... contra los partidarios de la rebelión y
de la venganza, que su objetivo no era ni mucho menos hacer pasar a los in-
dividuos por el tribunal de la Historia, como si los revolucionarios tuvieran
el poder de escudriñar los riñones y el corazón».
106 E/mal
4. Ya lo indiqué ante1iormentc, pero hay que volver sobre ello. Cae uno
irremediablemente en la ilusión más destructiva cuando se empeña en ne-
gar la realidad. En este caso, cerrar los ojos ante el mal que está ahí, es caer
en un mal peor todavía, el que engendra su ignorancia, dejándonos entonces
al descubierto cuando surge.
5. I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid 2009.
El pecado original y la culpabilidad en Occidente l l3
11. Conviene observar que una tendencia del evangelio tiende más bien
a interesarse por la víctima que por el culpable (parábola del buen samarita-
no). Cf. R. Girard, El misterio de nuestro mundo, Salamanca 1982.
12. Ph. Nemo, Job et 1'exces du mal, París 1978 (versión cast.: Job y el
exceso del mal, Madrid 1995).
120 t'f mal
esto decir que nos encontramos, una vez más, ante algo impla-
cable, ante una culpabilidad sin remedio? De ninguna manera
y por eso hay que insistir en la apreciación justa del poder li-
berador de la doctrina del pecado original.
La culpabilidad o sea, el reconocimiento sano de una fal-
ta, es propia de una responsabilidad y de una libertad adultas:
«Has obrado mal; podrías haber obrado bien y eres capaz de
ello». Pero hay una culpabilidad morbosa, que cierra el camino
a este enderezamiento; y es en este último refugio del mal del
que uno no puede y sobre todo no quiere salir, donde la doctri-
na del pecado original tiene que dar un golpe decisivo ponien-
do de relieve su mensaje salvífica.
En efecto, existe en nuestras «conciencias desventuradas»
una forma solapada de culpabilidad general y vaga, confusa y
difusa, que constituye quizás el peor de los males y el mayor
insulto a la salvación de Dios: la Hamo el «culpabilismo».
El culpabilismo consiste en esa culpabilidad morbosa, en
estado permanente, con independencia de toda falta concreta.
Es quizás sutilmente una solución paradójica de facilidad, ya
que resulta más fácil tenerse por un gran culpable en general14,
ya que ese culpabilismo no exige que busquemos una recupe-
ración, una realización de nosotros mismos, haciendo que fi-
nalmente podamos excusarnos de no actuar y dispensamos de
todo esfuerzo por recuperamos. El culpabilismo puede ser una
manera de estar o de creer que se está en el problema, pero no
de fonna activa y efectiva. Uno se declara definitivamente cul-
pable, pero sin hacer nada ni querer hacer nada por solucio-
narlo. Una culpabilización demasiado pronta, una actitud que
se echa la culpa de todo error y de toda falta puede ser un pro-
ceso que impida la verdadera responsabilidad, la que no re-
nuncia de antemano a todo cambio, sino que se pone a actuar.
Puede uno confesarse culpable para evitar de antemano todo
esfuerzo de liberación. La culpabilidad malsana, el culpabilis-
14. Algo parecido a cuando, en otros terrenos, nos resulta más fácil que-
rer hacerlo todo por nosotros mismos, en lugar de pedir la colaboración de
otras personas.
124 E/mal
19. «El individuo que se tiene de algún modo por responsable de una
falta de amor aparta de antemano los fantasmas del castigo y de la mala con-
ciencia» (G. More!, Jésus dans la théorie chrétienne, Paris 1977, 136).
20. P. Ricoeur, Finitud y culpabilidad 11. La simbólica del mal, Madrid
1969, 245-264.
El pecado original y la culpabilidad en Occidente 12 7
3. ALGUNAS CUESTIONES
9. Cf. capítulo 3.
148 El mal
13. T. Todorov, Face a 1'extréme, Paris 1994 (se trata de una especie de
meditación sobre los campos de concentración y de exterminio).
152 El mal
17. Cf. A. Gesché, Une preuve de Dieu par le bonheur: Lumen Vitae 43
(1988) 9-27.
156 E/mal
28. Las dos primeras citas se encuentran en J.-P. Sartre - B. Levy, L'e.1poir
mainlenant, 22 y 25, pero se observará --prueba de una continuidad en Sartre:
cf nota 21- que la tercera está en Les mots y la cuarta en Simone de Beauvoir,
La cérémonie des adieux, citadas en la obra de Sartre-Levy en las p. 89 y 97.
Las teologías de la liberación y el mal 163
34. E.-M. Cioran, Histoire et utopie, Paris 1987, 130-131 (versión cast.:
Historia y utopía, Barcelona 1988).
35. Ibid., 133.
36. J.-P. Sartre - B. Levy, L'espoir maintenant, 24.
Las teologías de la liberación y el mal 167
48. Cf. L. van 1-Iecke, Le désir dans l 'expérience religieuse. L'homme réu-
nifié, Paris 1990; Ch. Dumont, L 'action conternplative, le temps dans l 'éternité
d'apres saint Bernard: La Foi et le Temps 21 (]991) 307-324.
Las teologías de la liberación y el mal 173
reino del hombre que tenía que surgir tras la muerte de Dios no
todos lo reconocen de la misma manera. Foucault advierte que
los que contaban con la muerte de Dios para que naciera final-
mente el hombre han caído en un lamentable error. La muerte
de Dios no constituye la salvación del hombre. Porque el hom-
bre, como sujeto, ya no existe. Aunque con diversos matices,
que a menudo se nos escapan, los nuevos maestros de la sos-
pecha (Foucault, Levi-Strauss, Marcuse, Lacan en cierta medi-
da) anuncian una antropología de la muerte del hombre. O al
menos eso hacen sus epígonos, mucho más ideólogos. Y esto a
veces con los mismos acentos que encontrábamos en la procla-
mación de la muerte de Dios. Esta situación no es general ni
homogénea, pero existe y pone en riesgo la creencia del hom-
bre en sí mismo. El humanismo quizás ha fracasado de un mo-
do parcial, pero está muy cuestionado porque no ha logrado
cumplir la esperanza misma que albergaba de ver morir a Dios
para que viviera el hombre. La segunda modernidad parece co-
rrer el peligro de hundirse en la muerte del hombre. l:Jna vez
más, la antropodicea fracasa o se encuentra de algún modo en
contradicción consigo misma. La teodicea no ha logrado salvar
al hombre. Hamo absconditus.
¿Dónde nos encontramos entonces, al menos como cre-
yentes? Nos sentimos bastante perdidos. La teodicea clásica no
funciona o funciona muy inadecuadamente en la nueva coyun-
tura. Por otro lado, ¿no es esta nueva situación la que vislum-
braba esa misma teodicea cuando intentaba, tácitamente, salvar
a Dios para salvar al hombre? En todo caso, se ha planteado
una cuestión muy grave. Y sin intentar ni mucho menos acu-
sar a los demás y negarles su derecho a pensar como piensan (a
veces con matices que no queremos escuchar), esta cuestión
es también la nuestra (igualmente con matices) y tenemos que
mirarla cara a cara, comprenderla, si queremos darle una res-
puesta correcta y honesta. Teniendo pleno derecho a creer en
Dios (a no ser que realmente no exista), el creyente debe pre-
guntarse sobre Él desde su propia fe. Y mucho mejor si su nue-
va respuesta induce a los otros a reflexionar; pero lo que a él le
Odisea de la teodicea 179
1O. A. Gcsché, Prouver Dieu par le bonheur: Lumen Vitae 43 (1988) 9-27.
Odisea de la teodicea 189
11. Cf. sobre esta materia Ph. Nemo, Job et l'exces du mal, Paris 1978
(versión cast.: Job y el exceso del mal, Madrid 1995).
12. P. Claudel, Un poete regarde la croix, París 1935, 266.
13. Nótese que ni Job ni Jesús tuvieron un abogado o un testigo a su favor.
190 Lima/
15. Cf. J.-L. Marion, Sur la théologie blanche de Descartes, Paris 1981;
A. Gesché, Théologie de la vérité: Revue Théologique de Louvain 18 ( 1987)
187-211; Id., Notre /erre, demeure du Logos: Irénikon 72 ( 1989) 451-485.
16. Alain, Propos sur la réligion, Paris 1938, 223.
17. Hablo sobre ello en el capítulo l.
192 El mal
de Dios, sino también pruebas del hombre, una vez que el mal
se ha convertido, tras la muerte del Demonio y la muerte de
Dios, en objeción contra el hombre. Hay que encontrar pruebas
a favor del hombre cercano a Dios, junto a un Dios que no es
la justificación del mal (es éste en parte el riesgo del tema de
la permisión del mal por obra de Dios), sino la Justificación
(con la mayúscula de las controversias de la Reforma y de la
Contrarreforma) del hombre. ¡Dios prueba del hombre! O ad-
mirabile commercium! Yo no soy una obra del azar o un pro-
ducto sin sello de fábrica, como dice Monod. No; yo soy «le-
gible ante Dios» 22 . ¿No es ésta la respuesta que comienza a
vislumbrarse «como una lámpara que alumbra en la oscuridad,
hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en nues-
tros corazones» (2 Pe 1, 19)? Este retorno de lo sagrado, que
yo me niego a llamar así (a no ser que se admita contra toda
evidencia una sacralidad difusa y anónima, aliada de todas las
violencias y de todas las violaciones), este retorno de lo sagra-
do, que es en realidad un «recurso» y un recurso al Santo, al
único que merece ese nombre de sagrado, es lo que vislumbra,
todavía frágilmente, el hombre de la presente modernidad. Nos
lo están suplicando y no podemos hacer oídos sordos. «Seme-
jante empresa sólo puede tener éxito con la condición de que
las tres grandes fuerzas del arte, de la filosofia y de la teología
la sostengan y le abran un camino a través de lo inexplorado ...
Ahí se encuentra la verdadera sustancia de la historia: en el en-
cuentro del hombre consigo mismo, es decir, con su poder di-
vino ... El hombre está sometido a una prueba teológica, tenga
o no conciencia de ello» 23.
Esta nueva teodicea, que lleva la objeción hasta el corazón
de Dios, nos hace encontrar al Cordero que lleva personalmen-
te el peso del mal y nos libra de él. La teodicea clásica fracasó
tanto en su defensa de Dios como en su defensa del hombre, ya
que no tuvo esta audacia y disimuló el problema (larvatus pro-
Gcrson, J.: 153 Levinas, E.: 11, 12, 70, 74, 89,
Gesché, A. (abuelo): 73 95,102,104, 107, 169, 184
Gesché,A.:43,49, 73, 77,155, Lcvy, B.: 159, 162, 165
161, 188, 191, 193 Ligne, príncipe de: 73
Girard, R.: 140 Lubae, H. de: 103
Goethe, J. W von: 58, 81, 157 Lutero, M.: 184
Goldmann, L.: 170
Grecnc, G.: 94 Manes: 25
Guillermo el Taciturno: 163 Marce], G.: 86
Gutiérrez, G.: 158 Marción: 25
Mareuse, H.: 178
Haertling, P.: 35 Marion, .1.-L.: 191
Hayim Yerushalim, Y.: 71 Marx, K.: 75, 105, 176
Hecke, L. van: 172 Mauriac, F.: 36
Hegel, G. W F.: 11, 91, 109, Milosz, C.: 45
176, 180 Moltmann, J.: 35, 49, 94, 95,
Heidegger, M.: 11, 12, 28 159
Heisenberg, W: 190 Monod, J.: 194
Heráclito: 11 Morantc, E.: 160
Hesíodo: 155 More!, G.: 93, 98, 105, 107,
Hesnard: 109 126, 190
Homero: 166 Mases, S.: 187
Horkheimer, M.: 92, 168
Natan son, J.-J.: 181
Irigaray, L.: 74 Nemo, Ph.: 21, 42s, 50, 60, 71,
93,119,122,132,141, 189
Jankéléviteh, V: 25, 59, 65, Nietzsche, F.: 176
98s, 103s, 152 Norge, G.: 37
Jossua, J. P.: 104
Jünger, E.: 10, 194 Olivetti, M.: 191
Orígenes: 49
Kant, I.: 11, 31, 39, 58s, 63,
80s, 85, 90, 92, 112s, 145, Pascal, B.: 11, 13, 42, 46, 47,
156, 163, 172, 175s 57, 64, 108, 131, 191
Kasper, W.: 50, 92, 168 Péguy, Ch.: 99
Kristeva, J.: 106 Pinet, M.-J.: 153
Platón: 11,112,159
Lacan, J.: 178 Prigoginc, l.: 190
Lacroix, J.: 100, 127 Proudhon, P.-J.: 159
Ladero Quesada, M. A.: 47
Lefevre, Ch.: 70 Racinc, J.-B.: 131
Leibniz, G. W.: 11, 24, 58, 113, Rieoeur, P.: 11, 39, 56, 112, 116,
163,175,176,186 126, 127
Levi-Strauss, C.: 178 Rilke, R. M.: 104
Índice de nomhres 201
Prólogo ................................................................................ 9
Introducción ... .. . .. .. . .. .... .. .. .. .. ... .. . .. . .. .. .. .. .. ... .. .. .. .. .. .. .. .. . . ... .. .. 15
Índice de nombres .. .. .. .... ............. ............. ... ................ ... ..... 199
DIOS PARA PENSAR
o 7 •
u .llilJll.J