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LECCIÓN 9 SEDUCIDOS POR LA SUTILEZA DE SATANÁS

“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y
el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás
tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo;
y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has
comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La
mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces
Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer:
La serpiente me engañó, y comí.” (Génesis 3:7-13)

La lección anterior vimos a los primeros seres humanos desobeder el mandato


que Dios les había dado en el huerto de Edén. Los versículos posteriores a la
desobediencia son los que hoy hemos leído, estos nos muestran que Dios
intervino al venir a encontrarse con ellos formulando cuatro interrogantes para
que salieran de su escondite y dieran la cara por su desobediencia. El hagiógrafo
presenta un cuadro de procedimiento judicial donde Dios es juez justo
interrogando a los seres humanos culpables de forma (reversiva) inversa de los
hechos hacia la primera voz. Las primeras tres fueron dirigidas al varón y la
cuarta a la mujer. En esta lección nos enfocaremos en esta última juntamente
con la respuesta.

“Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer:
La serpiente me engañó, y comí.”

1.- LA PREGUNTA DE DIOS A LA MUJER. El Dios supremo puso su mirada y


atención en la mujer (esposa del varón), y pronunció: ¿Qué has hecho? ó ¿Por
qué lo hiciste? Con toda la autoridad suprema Dios le llama a rendir cuentas
cuestionando e interrogándole de forma directa y personal. Esta no fue
formulada porque Dios no sabía lo que había hecho y quería sacarle información;
sino para llevar a la mujer al comienzo de todo: que se diera cuenta y
reconociera que puso oído a la serpiente, que su incredulidad a la palabra de
Dios es el origen de la desobediencia, que se diera cuenta de la magnitud del
acto, es decir, el resultado que había traído; la pregunta fue diseñada
amorosamente también con el propósito de llevarla a confesar su propia
responsabilidad.

Tanto el hombre como la mujer son objetos de comparecencia delante de Dios


y merecedores de recibir preguntas terribles que penetran y sacuden la
conciencia, obligados a enfrentar los hechos y su presente realidad. Se sintieron
acosados por cada una de las preguntas, por lo que se apresuraron a responder.

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II.- La respuesta de la mujer:” Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y
comí.” Ante la pregunta crucial ella no queda quieta, más bien responde
rápidamente igual que su marido, no le costó mencionar los hechos: la serpiente
me engañó, y comí. El verbo que ella dijo fue: ‫( נָשָ א‬heb. nasha: engañar, seducir).
Engañar significa enredar a alguien o burlarse de. La serpiente se burló de su
inocencia, las palabras que ella dijo la enredaron, quedó atrapada o cautivada
con sus palabras seductoras y halagadoras, de modo que su mente quedó
desordenada, confundida y que fue difícil mantenerse firme en la verdad. La
seducción refiere a la capacidad de inducir a una persona a que realice una
determinada acción, es decir, la serpiente tuvo la capacidad de influir en ella
para que pensara del modo que ella deseaba y comiera del árbol del
conocimiento del bien y del mal. La mujer reconoce que fue persuadida e
ilusionada por la serpiente, que fue capaz de provocar en ella atracción hacia el
fruto. La mujer reconoce que la serpiente fue capaz de seducir y pervertir su
voluntad moral encaminándola hacia el mal. Una vez que ella se dejó seducir,
quedó atrapada entablando así una relación íntima con el tentador.

Esta respuesta fue una auto excusa débil al culpar a una criatura subordinada.
¿Quién la obligó a escuchar las falacias de la serpiente y confiar en ellas más
fácilmente que en la palabra de Dios? Ella admitió que fue débil ante la
persuasión y contra su propio juicio, por lo que resolvió comer sin ningún
remordimiento.

Además, esta respuesta fue una confesión simple y con medias verdades,
ciertamente la serpiente la engañó, no negó lo sucedido, dijo la verdad; sin
embargo, en el fondo la respuesta no fue completa ni la mejor. Aunque ella
quedó atrapada y confundida, no admitió que por el amor de sí mismo tomó su
propia decisión de querer ser independiente de Dios la que la llevó a cometer la
infracción mortal. Fue incapaz de admitir su trasgresión o pecado, pues quiso
vivir bajo la ilusión de la inocencia, por eso no pidió perdón, no hubo en ella una
expresión de pesar o de arrepentimiento, no se afligió por lo que hizo.
Simplemente no quiso hacerse responsable de sus actos al ver los resultados
negativos de su acción, la evadió cobardemente desviando o desplazando la
culpa de sí misma y poniéndola en la serpiente. No afrontó su propia
responsabilidad. Creyó que respondiendo así escapaba o quedaba absuelta, no
se dio cuenta que su respuesta sólo aumentó su pecado.

Tanto el hombre como la mujer, sus acciones son ejemplos vívidos para todos
los tiempos. Hacen lo mismo buscando mil pretextos para justificarse a sí
mismos y no reconocer que también son pecadores. Por más que se esfuerzan
en presentar excusas, Dios los conoce perfectamente y quiere oírlos de nuestros
propios labios y requiere de una sincera confesión de nosotros.

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