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20/04/2018 10:31:00 a. m.

James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia,


Bogotá, Publicaciones del Banco de la República, Archivo de la Economía
Nacional, 1961. 334 páginas.

Investigación geográfica adelantada en la década de los años cuarenta en


Colombia y publicada por primera vez en castellano en 1950. El prologo a
la segunda edición en castellano fue escrita por el Doctor Emilio Robledo,
traductor de la obra, en compañía de Gabriel Arango y Luis Ospina Vásquez,
quienes acogieron al investigador norteamericano ofreciéndole
informaciones fundamentales para su investigación. El prologo escrito por
Robledo es muy interesante porque nos muestra la importancia que la élite
de Medellín en particular le atribuyó a la obra de este geógrafo. A propósito
sería importante ver como este trabajo fue recepcionado por un sector
social que para entonces tenía gran influencia en los ámbitos político y
económico de la nación. Con frecuencia algunos investigadores han
planteado el tema del mito antioqueño, que sería importante analizar en
las perspectiva de cómo una obra de carácter científico contribuyó a ello.1
Una clave en torno a esto es el primer capítulo de la obra titulado: el pueblo.
Así inicia “Las altiplanicies templadas de los Andes más septentrionales del
occidente de Colombia, son la morada de los sobrios y enérgicos
antioqueños, quienes así mismo se titulan ‘los yanquis de Sud-América’.
Son sagaces, de un individualismo enérgico, cuyo genio colonizador y su
vigor han hecho de ellos un elemento dominador y el más claramente
definido de la República” [17] Cuenta Parsons en este breve capítulo, las
vicisitudes, los obstáculos y también los recursos que sortearon y
aprovecharon esos hombres que se autodefinieron como “la raza
antioqueña”. Concepto de amplio uso popular pero que para entonces las
Ciencias Sociales tenía ya una visión crítica de él como lo sostiene el autor.
[21] Parsons destaca en las fuentes consultadas en este capítulo aquellos
apartes que exaltan a la región y a sus habitantes. Vr. Gr. Los informes

1El mito antioqueño usualmente se asocia con el desarrollo de una comunidad


campesina propietaria de la tierra que trabaja, emprendedora y católica y una elite
emprendora y aguerrida en los negocios. Podríamos agregar además que para esta elite
el crecimiento económico de la región estaría asociado más a elementos idiosincráticos
y de personalidad que a factores objetivos de disponibilidad de recursos. La visión ideal
de la colonización antioqueña ha sido criticada entre otros por Marcos Palacio, Patricia
Londoño y José Luis Jaramillo en sus trabajos sobre Antioquia
del gobernador Francisco Silvestre quien a finales del siglo XVIII planteaba
que “aquella provincia, la más atrasada del reino, llegaría a ser algún día
la más opulenta”. [23] Es por lo tanto este capítulo un rápido y exaltador
recorrido por una historia de más de dos siglos, siendo la colonización
antioqueña la mayor de las gestas.
Entrando a la estructura de la obra como tal, ésta consta de doce capítulos,
catorce mapas y seis fotograbados. Comparando esta investigación con la
de Fals Borda escrita a finales de la década siguiente, encontramos que
ambas introducen sus objetos de investigación con capítulos sobre
escenario natural; en Fals Borda, el habitad, y en ambos, el tema de los
aborígenes. Si en Fals Borda es apenas un capítulo contextual en Parsons
es el objeto central de su trabajo. En el capítulo dos, El escenario natural,
el investigador con una visión panorámica y metafórica nos describe el
escenario. “Los dos grandes valles ribereños de Colombia, el Magdalena y
el Cauca, forman avenidas desde las llanuras del Caribe hasta el centro de
las cadenas andinas, donde las crestas nevadas del Ruiz y el Tolima,
dominan directamente sobre las ardientes regiones bajas del este y el
oeste. Como los dientes de un tenedor, las tres cordilleras resplandecen
hacia el norte del macizo Nudo de los Pastos, donde los dos ramales
paralelos de los Andes del Ecuador emergen, precisamente al norte del
lindero internacional”.[29] El diente mediano del tenedor , la cordillera
central, es el escenario volcánico donde se desarrolló el proceso de
ocupación antioqueña que comenzó al norte, en la meseta penetrada
diagonalmente por el profundo cañón del rio Ponce, el cual, en su parte
posterior se ensancha el Valle de Medellín, o Aburra, en forma de U. [29]
Aunque Parsons recoge gran parte de las observaciones de viajeros y
geógrafos en la región durante el siglo XIX, su objetivo es mostrar la
evolución geológica de la cordillera que no es más que la continuación “de
la majestuosa, elevada y volcánica cordillera oriental del Ecuador”.[32] La
cordillera occidental cumple el papel de una muralla parcial “a la
penetración de las pesadas masas de aire húmedo del pacífico”; de tal
manera que la región no tiene la lluvia excesiva de las tierras litorales del
Chocó. [41] Destaco en la obra de Parsons, el lugar que ocupa la geografía
física como factor importante en el éxito de la colonización antioqueña. Con
cierta ironía podríamos plantear que las raíces del éxito antioqueño se
encuentran en el periodo terciario, con sus erupciones volcánicas. A lo
anterior se suma el clima que en palabras del geógrafo, “el mejor mapa de
temperatura es el mapa topográfico” [45], que permite hacer corresponder
una curva de nivel con un isoterma, con las ventajas en diversidad que
John Murra exaltaría para los Andes peruanos una décadas más adelante.El
paisaje cultural antioqueño que se fue configurando hacia finales del siglo
XVIII, y que luego se conocería con el nombre de “tierra de café”, es decir,
aquella que se extiende hasta los 2000 metros de altitud. [48]. El paisaje
cafetero evidente hacia el año de 1890, tiene su antecedente en los
desmontes y la explotación maderera de la cual fue testigo el oidor Mon y
Velarde hacia 1788 y que continuaron a lo largo del siglo XIX. Barcinos,
cedros y cominos, maderas valiosas fueron transportadas en balsas por el
río Medellín hacia fabricas y empaques. (sic) Algunos antioqueños en sus
usuales arranques de regionalismo informaba que las traviesas del
ferrocarril de Antioquia eran del comino durable “madera clásica de los
antioqueños” [50]. Siglos antes, el paisaje natural de cactos, acacias,
mimosas y cisalpinas experimentaron una destrucción constante por las
actividades mineras y de pastoreo. Las economías extractivas de recursos
forestales encontraron en el laurel de cera, la quina roja y amarilla que
junto con la tagua y el árbol de caucho los recursos capaces de integrar
estas zonas a amplios circuitos comerciales. Es difícil precisar una rica
descripción de un paisaje natural paulatinamente transformado en el
paisaje cultural trazado por los colonos en siglos de desmontes. Volviendo
de nuevo a la estructura del trabajo, hay una idea primigenia de escenario
natural, devenido en un paisaje cultural por la acción de grupos humanos
en el tiempo. Es así como este capítulo sobre el medio físico le continúa un
tercero titulado: Los aborígenes. Sin ninguna referencia de orden
metodológico Parsons toma datos de Rosenblatt y de Tulio Ospina quienes
calcularon una población, el uno de 850.000 y el otro de 600.000, estos
datos posiblemente fueron aportados por el grupo de demógrafos históricos
que para entonces estaban adelantando investigaciones sobre la población
prehispánica. Con todo hay que decir que la región estuvo densamente
poblada. [56] La población prehispánica según investigaciones de la época
se podría clasificar como pertenecientes a la familia lingüística Caribe.
Pertenecieron a ella por lo tanto Los Catìos que ocuparon parte de la
cordillera occidental, los Nutabes al oriente del Cauca y los Tahamíes entre
los ríos Porce y Magdalena. Hacia el sur, actual territorio caldense fuera de
los enigmáticos y afanados Quimbayas fue el lugar ocupado por los Armas,
pozos, Carrapas, Ansermas, Picaras y Paucuras. ]58] Es de anotar que los
aspectos registrados por Parsons en torno al mundo prehispánico no
solamente fueron aportados por los cronistas sino por arqueólogos
extranjeros, que por los datos suministrados en la bibliografía final, habían
adelantado excavaciones en Colombia. Las pautas de ocupación
prehispánicas y las relaciones de los indígenas con su medio fueron
profundamente alteradas como resultado del desastre demográfico,
palabra acuñada por los demógrafos de Berkeley y que Parsons los tuvo en
cuenta en su estudio. La idea posiblemente implícita de Parsons de etapas
sucesivas en la configuración de un paisaje cultural encuentra en el capítulo
VI un nuevo motor en este proceso: Las minas españolas y la mano de
obra. Unir minería con demografía y concentración de la población fue un
buen camino para examinar las vicisitudes en la configuración espacial de
Antioquia y más concretamente en sus distritos mineros de Zaragoza,
Remedios y Buriticá. El desarrollo de Medellín y Rionegro está asociado al
abastecimiento a “los innumerables lavaderos de tierra fría,” es decir, con
ello, podríamos inferir a partir de este capítulo que la minería configuró
social, económica y territorialmente a Antioquia. Por el trabajo minero
decayó la población indígena, se intentó remediar con fuerza de trabajo
esclava, componente esencial de la sociedad antioqueña que en 1778
estaba compuesta por 18% de blancos, 27% de mestizos, 35% de mulatos
y 20% de esclavos para un total de 14.507 habitantes. [81]En el tema
demográfico es importante destacar la categoría utilizada por Parsons de
“negroides” tal como lo hiciera para la misma época Robert West. En
Parsons encontramos un énfasis importante en el tema racial. Fuera del
tema numérico el autor hace referencia a las mezclas raciales con categoría
como, elementos negroides, la sangre negra o mezcla de sangre. [86]
Luego de estas consideraciones pasa el autor a describir las técnicas de
explotación minera tanto coloniales como republicana. El segundo
componente en la configuración del paisaje antioqueño es la agricultura.
De nuevo, al igual que con los componentes anteriores, traza un panorama
desde la época colonial. Parsons responde en este capítulo a una idea muy
en boga en la Antioquia de mediados de siglo en torno a los orígenes
semíticos de un sector de la población del departamento. Con escasos
datos, el autor rechaza esta leyenda regional. Me llama la atención que en
el capítulo el tema de la agricultura, a pesar de ser el objeto del capítulo
no tiene un tratamiento sistemático. Destaca el autor la estructura
territorial de Antioquia durante el periodo colonial lo cual le permite
destacar que para los días de la instalación formal de la villa de Medellín,
se tenían cinco ciudades: Arma, Remedios, Cáceres, Zaragoza y Santa Fe.
Que interesante hubiera sido que el autor hubiese relacionado esta
estructura con el desarrollo minero de Antioquia que fue el que finalmente
estructuro jurídica, social y económicamente el espacio. La conclusión final
en torno a la agricultura, brevísimamente tratada en el capítulo, es que
esta no respondió a las necesidades alimenticias de la región que
experimentó en el periodo colonial una pobreza general. La colonización
antioqueña moderna, título del sexto capítulo, el autor plantea
implícitamente dos etapas en el proceso de colonización antioqueña. La
una, posiblemente la colonial y por moderna el autor entendería aquella
que se inicia a finales del siglo XVIII. ¿cómo presenta Parsons el proceso?
Concesión a Felipe Villegas en 1763; movimiento espontáneo de colonos a
los valles altos de Sonsón, pleito con el concesionario de las tierras,
recusación del título a Villegas, movimiento hacia Abejorral, fundación de
Aguadas en 1814, concesión Aranzazu confirmada en 1828, avance de la
colonización en la tierras concesionadas e intervención legal del gobierno
hacia 1853 a favor de la nuevas poblaciones y de los colonos. Luego,
fundación de Manizales y Santa Rosa y colonización de las tierras de este
eje. La etapa final parece corresponder con la fundación de Pereira y la
colonización del ondulado altiplano del Quindío en las últimas décadas del
siglo, en gran parte motivada por las leyendas sobre guacas, como la del
tesoro de Pipintá. Fue importante también la fiebre del caucho que se
propagó hacia 1872, procesos que luego devinieron en ocupaciones
permanentes. Al igual que procesos anteriores los colonos en el Quindío
tuvieron que defender sus derechos ante las pretensiones de los agentes
de la concesión Burila. Parece ser que el factor de la guaquería y las
prácticas extractivas de caucho favorecieron ciertas tendencias
latifundistas, siendo el municipio de Montenegro el mejor ejemplo. El límite
de la ocupación se marca con la fundación antioqueña de poblados en
tierras tolimenses como Anaime y Cajamarca. Otras colonizaciones
antioqueñas se desarrollaron hacia el golfo de Urabá. En este proceso
también tuvo lugar la concesión de tierras entre Frontino y el rio Atrato,
pero parece que con mejores resultados para el concesionario que exploto
maderas que fueron exportadas a Estados Unidos. Otras colonizaciones se
proyectaron hacia el bajo Sinú y Ayapel, que se pensaron como zonas
importantes para el desarrollo de la ganadería. Por lo datos que ofrece
Parsons yo entendería estas colonizaciones como esencialmente dirigidas.
Este último aspecto de una u otra manera encontrará un tratamiento en el
capítulo VII, Política y plan de acción sobre tierras públicas. Este es un
capítulo importante porque incorpora la variable estatal en los procesos de
colonización y al menos señala como algunos de ellos trataron de estar
regulados por un plan. Recordando de nuevo que este trabajo se enmarca
en el campo disciplinar de la geografía hay énfasis que en este sentido le
son muy propios como los tres últimos capítulos dedicados al crecimiento
de la población, a la base agrícola de la ocupación y al café, para cerrar
con dos temas: Transporte y La era industrial nueva. La población paisa
de acuerdo a los datos censales a partir de 1828 se duplicó cada veintiocho
años y hacia 1934 constituyó el 26.4% de los habitantes de Colombia. Los
análisis demográficos y censales propiamente dichos el autor los combina
con algunas observaciones hechas por viajeros como Boussingault,
especialmente en el tema de las familias numerosas que ha sido un punto
que se destaca de la sociedad antioqueña. El capitulo IX, La base agrícola
de la ocupación, es uno de los capítulos que traza un panorama de lo que
era para entonces el paisaje agrícola de la región. Como en capítulos
anteriores el punto de partida es prehispánico; predominaba el la región el
maíz, los frisoles y la yuca o mandioca dulce. La agricultura comercial o de
exportación se empezó a desarrollar hacia 1869 con una ordenanza de la
Asamblea Departamental que através de una política de exenciones fiscales
se propuso incentivar las plantaciones de cacao, índigo y morena. [165]
Años más tarde las exenciones eran también para el café y otros productos.
Así se configuró un paisaje agrícola antioqueño que le sumo a los cultivos
propios de la región otros de gran importancia como; miscelánea hortícola,
caña de azúcar, plátanos, cacao, índigo, vainilla, anís en granos, arroz,
tabaco, algodón, Cabuya (fique), pastos que con la sericultura y la
ganadería por poco se completaría el paisaje rural antioqueño. Pero es el
café el cultivo que configuró finalmente el paisaje agrícola antioqueño en el
siglo XX. Su importancia es tal que Parsons le dedica un capítulo especial.
Es un hermoso capítulo que combina aspectos numéricos o estadísticos de
su cultivo con los aspectos políticos que incidieron en su promoción y la
infraestructura, especialmente de transportes, que sustentaron su
desarrollo. Las técnicas, que han sido del interés del geógrafo en los temas
que ha desarrollado en el libro, de nuevo ocupa un lugar importante en el
capítulo, especialmente en lo que tiene que ver con el sombrío que
requieren las plantaciones de café y que se integraron al paisaje cafetero.
Cierra el estudio dos capítulos, el uno sobre transportes y el otro sobre
industrias. De nuevo el punto de partida es el siglo XVI, con un trazado
muy interesante de las rutas coloniales con un mapa de apoyo. Como es
usual en cualquier estudio sobre caminos coloniales, las referencias a las
vicisitudes de su transito son inevitables y de esa manera también
quedaron registradas en el estudio de Parsons, luego trata el tema de los
ferrocarriles y a las carreteras, que ha propósito de esta última, “la
revolución carretera”, de acuerdo al autor “ha tenido un efecto aún más
profundo y de mayor alcance en la economía interna de la región
antioqueña, que el que se produjo por la venida del ferrocarril”. [250].
Inicia Parsons el último capítulo con una frase contundente: “La riqueza
principal y el orgullo actual de Antioquía, ya no es su oro ni su café, sino
sus industrias manufactureras. En las dos últimas décadas, la fabrica ha
reemplazado a la finca, como el absorbente del vigoroso incremento natural
de la población.”[252] Con una idea siempre de antecedente, de nuevo
traza un panorama sobre la procedencia de los bienes de consumo de la
región, especialmente las prendas de vestir, que nunca se produjeron en la
región. Cuando se concentra en la industria antioqueña como tal, acude a
los censos industriales para ilustrar con cuadros la composición del sector,
es un breve capítulo que quizás tiene por objetivo cerrar una historia, o
más bien, concluir con el último aspecto que cerraría el paisaje antioqueño.
Este trabajo, pionero de los estudios geográficos regionales en Colombia
me genera múltiples inquietudes en torno a como se concebían las
investigaciones en ciencias sociales a mediados de siglo. En primer lugar,
la obra no tiene un concepto teórico explícito para el lector en torno a como
fue construido el texto. Por supuesto que Parsons partió de un concepto de
paisaje cultural, pero este no tiene ningún tipo de registro en el libro que
le permita al lector reconocer “las costuras de un texto”. Todo el el es
implícito, la organización temática, su metodología, su horizonte teórico,
en fin, es un texto para ser analizado pero no desde si mismo porque no
contiene la información. Me pregunto ¿cuál es su concepción de paisaje?
¿qué fuerzas valora en la configuración de un paisaje?. Las respuestas tuve
que hallarlas por fuera del texto. Para ello fueron importantes el prologo
que Claudia Leal le escribió al libro de Robert West, Las tierras bajas del
Pacífico Colombiano, breves artículos de West, Molano y Parsons contenidos
en la obra, Las regiones tropicales americanas: Visión geográfica de James
J. Parsons.2 El concepto central que articulo las investigaciones de los
geógrafos en las décadas del 40 y del 50 fue el de paisaje cultural.

2 Véase, James J. Parsons, Las regiones tropicales americanas: Visión geográfica de James
J. Parsons, Bogotá, Fondo FEN Colombia, 1992. Joaquín Molano B. (ed.). Robert West, Las
tierras bajas del Pacífico Colombiano, Bogotá, ICANH, 2000.
Categoría central que guió las investigaciones de los geógrafos formados
por Carl Sauer, que entendió por paisaje “el resultado de la confluencia de
las formas naturales y las transformaciones hechas por el ‘hombre’”. [Leal,
2000. P. 10] esta idea legada a sus discípulos West y Parsons fue aplicada
en los estudios sobre Colombia. Sauer, que en opinión de West, fue quien
los instó para que comprendieran históricamente el paisaje y la relación del
hombre con su medio ambiente. También nos cuenta West, la insistencia
de Sauer en la investigación de campo en la geográfica. La semblanza que
de Parsons investigador nos ofrece West es la del observador agudo del
hombre y la naturaleza y el trabajador incansable en la biblioteca y en el
archivo. [Regiones tropicales. P. 2]Esta semblanza que de él hizo su amigo
son las claves que nos permite entender cabalmente su libro sobre la
colonización antioqueña. El lugar del archivo y la biblioteca en la
investigación geográfica es precisamente porque “el paisaje
contemporáneo no se puede entender sin la perspectiva del tiempo” . Esto
lo planteaba Parsons en una publicación de 1964 donde además enfatizaba
ese carácter integrador de la geografía de los materiales de las ciencias
físicas y sociales. [Las regiones…p. 12]. Esta concepción de Parsons se vio
reflejada claramente en su texto sobre la colonización Antioqueña. La idea
de paisaje y su construcción en el tiempo se expresa siempre en torno a la
mirada origen, lo cual lo remite de manera reiterada al mundo
prehispánico. Un paisaje es el desarrollo de unas etapas sucesivas que lo
configuran. Es por esto que le da valor al tema de la minería española y la
mano de obra, para luego ocuparse de la agricultura colonial. El tema
propiamente de la colonización antioqueña es tratado de manera estricta
en un capítulo del libro. Esto no se entendería cabalmente si no tenemos
presente el concepto de paisaje cultural que guió el desarrollo de la
investigación. En esta perspectiva la colonización antioqueña fue solo una
etapa en el desarrollo del paisaje antioqueño, porque antes de ellos
estuvieron los Quimbaya y demás poblaciones indígenas. A esta etapa le
siguieron otras, hasta cerrar con el paisaje contemporáneo: la Antioquia
industrial.
Desconocer la procedencia académica de un estudio conduce a falsas
interpretaciones como aquella que hace Jaime Londoño quien plantea que
Parsons hizo un uso implícito del concepto de frontera turneriano y que
además propuso un modelo de colonización que ha sido asumido
acríticamente por generaciones posteriores de investigadores sobre
Antioquia.3Es curiosa esa manera de construir un balance historiográfico
teniendo por base el trabajo de un geógrafo que Londoño desconoce en
cuanto a los principios básicos que guiaron la investigación geográfica para
ese entonces. En su libro Parsons no cita a Turner, nunca utilizó el concepto
de frontera. El concepto de colonización que utiliza Parsons es el significado
básico que le dieron los griegos: comunidad de inmigrantes que se
establecen en un territorio con el fin de cultivarlo. Parsons más que
proponer un modelo de colonización, señala unos momentos centrales en
el proceso comenzando por las concesiones y la tensión generada entre
ésta y los colonos. Luego se ocupa de las fundaciones y destaca la ciudad
como estructuradora de los espacios colonizados. Esto más que ser un
modelo, es seguir la lógica misma del proceso. Si aceptáramos la afirmación
de Londoño en torno a que no se han escrito nuevos y novedosos capítulos
sobre la colonización antioqueña esto no sería por lo que el llama “el
predominio acrítico que la obra de Parsons ha tenido en nuestro medio”.
Todo lo contrario, los estudios de mediados de siglo sobre Colombia, no
han tenido la continuidad y cimentación esperada que hubiera hecho
posible el desarrollo de sólidas tradiciones investigativas. En este punto, y
al ir esbozando lo que podría ser un balance de los estudios sociales sobre
territorialidades y regiones en Colombia a mediados de los cincuenta
encontramos verdaderos hitos investigativos que no tuvieron continuidad
esperada de nuevas investigaciones como posibilidad de ampliar el
horizonte abierto por esos trabajos especialmente los de Fals, Parsons y
West que aún son referencia obligada en los estudios sociales sobre
territorios y regiones. Sobre éste último me ocuparé en seguida.

3Jaime Londoño, “El modelo de colonización antioqueña de James Parsons”, Fronteras


de la historia”, vol. #7/2002. Pp. 210-250. Según este autor ”Parsons se inspira en la
concepción turneriana de frontera, pero hace equivalente esta noción con la de
colonización”. Este es un caso absoluto de incomprensión de un trabajo académico, que
en aras de construir un balance, le asignan a autores categorías que nunca estuvieron en
sus presupuestos teóricos y menos aún metodológicos.

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