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HOMILIA DEL DOMINGO 6 DE OCTUBRE DEL 2019

CAMINATA POR LA VIDA

“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches y denunciaré a gritos la violencia
que reina, sin que vengas a salvarnos? ¿Por qué me haces ver injusticias y te quedas mirando
la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias y surgen rebeliones y desórdenes”.

Estas palabras no sólo describen la situación que vivió Habacuc 500 años antes de Cristo,
también retrata la situación que vivimos en nuestro aquí y nuestro ahora. Las violencias y
desórdenes los vivimos a diario, no sólo en las noches oscuras, sino a plena luz del día; no
sólo en lugares solitarios, sino en las calles y plazas, en espacios comerciales y escuelas, en
centros de trabajo y de esparcimiento; la violencia se vive en nuestros hogares y amenaza
hasta en el vientre de la mujer embarazada. No existe ningún lugar seguro.

El Señor responde a los reclamos del profeta con la visión de un futuro no próximo, sino
lejano, un futuro que tardará, pero que llegará sin falta: “Mira, el malvado perecerá sin
remedio; pero el justo vivirá por su fe”.
¿Cómo es la fe que puede salvarnos la vida? Los discípulos piden a Jesús “aumenta nuestra
fe”, pero para Jesús lo importante no es el tamaño, sino la vitalidad de nuestra fe. No la
compara con una piedra diminuta o grande, pero inerte, sino con el grano de mostaza, que
siendo la más pequeña de las semillas, crece y se convierte en el más grande de los arbustos,
transformando el paisaje y el ambiente.
Una fe que no nos deja paralizados, esperándolo todo de Dios. Una fe que nos impulsa a
hacer lo que debemos hacer, a decir lo que tenemos que decir, a actuar como debemos
actuar, con la consciencia de no ser más que siervos inútiles que sólo hicimos lo que teníamos
que hacer y sin pretender una recompensa inmediata. A su debido tiempo llegará nuestra
paga y nuestra recompensa.
Una fe que no nos acobarda, ni nos enfurece, ni nos saca de quicio ante la violencia y el
desorden que reinan entre nosotros, porque el Espíritu Santo que Dios nos ha dado “es un
espíritu de fortaleza, de amor y de moderación”, como le indica Pablo a Timoteo.

No nos avergoncemos de dar testimonio de nuestra fe, ni de aquellos que han sufrido
descrédito, insultos, cárcel, tortura y muerte por causa del Evangelio.
Por el contrario, seamos capaces de compartir con Cristo los sufrimientos por el Evangelio,
sostenidos por la fuerza de Dios. Reavivemos el don que hemos recibido de Dios, guardemos
nuestra fe como un tesoro y demos testimonio valiente de ella con la ayuda del Espíritu Santo
que habita en nosotros.
Ésta es la visión que nos muestra el Señor de la historia, el Todopoderoso. La visión de un
futuro lejano que debemos aguardar con paciencia, pero que sin lugar a dudas llegará: el
malvado perecerá sin remedio, pero el justo vivirá por su fe, llena de vitalidad y energía, capaz
de transformar el paisaje y el ambiente de violencia e injusticia en que nos vemos obligados a
vivir y a proclamar nuestra fe, con palabras, con obras y con acciones concretas como la
caminata que vamos emprender, junto con otros hermanos que no comparten nuestra fe, pero
que, al igual que nosotros, consideran valiosa y digna de respeto la vida de todo ser humano.
PORQUE TODA VIDA CUENTA

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