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Al inicio del capítulo 9 de Romanos Pablo establece el hecho de que Israel, como
nación del pacto, ha disfrutado de muchos privilegios de parte de Dios (Rom. 9:1-5).
¿Cómo es posible, entonces, que tan pocos judíos hayan creído en el Señor y
permanezcan “separados de Cristo” (Rom. 9:3)? ¿Es que acaso ha fallado la promesa
de Dios? A lo que Pablo responde:
“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel
son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te
será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos
de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como
descendientes” (Rom. 9:6-8). En otras palabras, y como bien señala Sam Storms, “el
propósito eterno de Dios nunca contempló la salvación de cada judío étnico. Por lo
tanto, la incredulidad de ellos no puede ser citado como evidencia en contra de la
veracidad e inmutabilidad de la Palabra de Dios” (Kingdom Come; pg. 304-305).
Pablo prueba su punto tomando como ejemplo la familia del mismo Abraham (Rom.
9:7-9) y la familia de Isaac (Rom. 9:10-13). Aunque Dios le prometió una
descendencia numerosa al patriarca Abraham, también reveló claramente que solo un
remanente sería salvo, como nos muestra Pablo más adelante: “También Isaías
clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar,
tan sólo el remanente será salvo” (Rom. 9:27).
¿Tiene Israel como nación alguna excusa por su incredulidad? ¿Será acaso que no
escucharon el evangelio? Pablo responde esta pregunta en el capítulo 10,
específicamente en los versículos 18 al 21. Es en ese contexto que ahora Pablo se
pregunta, al inicio del capítulo 11: “¿Ha desechado Dios a Su pueblo?” Es obvio que
la palabra “pueblo” aquí debe referirse a la nación de Israel, porque ese es el tema
que viene tratando en toda esta sección. Pero ahora noten con cuidado la respuesta
de Pablo.
Pablo responde su pregunta retórica: “En ninguna manera. Porque yo también soy
israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín”. Pablo no hace
ninguna alusión aquí a un evento futuro relacionado con la segunda venida de Cristo,
sino más bien al hecho de que él, siendo judío, había sido traído a salvación por la
gracia de Dios, como parte de ese remanente del que ha venido hablando desde el
capítulo 9. La conversión de Pablo era una prueba tangible de que Dios no había
rechazado completamente a Su pueblo. Él siempre se ha reservado por gracia un
remanente fiel, conforme a Sus propósitos soberanos. Y para ilustrar este punto Pablo
hace referencia a un incidente muy conocido de la vida de Elías:
“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué
dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus
profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y
procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil
hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. ASÍ TAMBIÉN AUN EN ESTE
TIEMPO ha quedado un remanente escogido por gracia” (Rom. 11:2-5).
La condición de Israel en los días de Elías era muy similar a la del primer siglo de
nuestra era. En la época de Elías había una incredulidad general en el pueblo de
Israel; se había desatado incluso una fuerte persecución contra los profetas del Señor.
Pero Dios le hizo ver que Su obra en el mundo es más amplia de lo que nuestros ojos
pueden ver (vers. 4).
De igual manera, los judíos del siglo primero dieron muerte al más grande de los
Profetas, a nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; y presentaron una fuerte
oposición a la predicación del evangelio por medio de los apóstoles. Pero al igual que
en los días de Elías, Dios se había reservado un remanente escogido por gracia (vers.
5).
De manera que en esta primera porción de Rom. 11 Pablo no está hablando de una
salvación futura de la nación de Israel, sino de lo que Dios estaba haciendo a favor de
ellos en ese mismo momento. A lo largo de toda la era evangélica Dios se encargará
de traer eficazmente a ese remanente escogido por gracia, los cuales vendrán a
Cristo en arrepentimiento y fe y serán añadidos a la Iglesia. Pablo amplía ahora ese
tema en los versículos 11-24.
El gran olivo formado por gentiles y el remanente de Israel escogido por gracia
“Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera;
pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si
su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles,
¿cuánto más su plena restauración? Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo
soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda
provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. Porque si su
exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre
los muertos?” (Rom. 11:11-15).
“Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido
injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia
del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la
raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese
injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie.
No te ensoberbezcas, sino teme” (Rom. 11:17-20).
Pablo compara al pueblo de Dios con un olivo, compuesto de ramas naturales (los
judíos que han creído en el Señor) y las ramas de un olivo silvestre que ahora han
sido injertadas en el buen olivo (los gentiles que han creído y que ahora forman parte
del pueblo de Dios). Dios no tiene dos pueblos, sino uno solo, y a ese pueblo
pertenecen todos los que creen, judíos y gentiles.
De manera que lo que hace la diferencia es la fe. Fue por la falta de fe que muchos
judíos fueron desechados, y es por la fe que los gentiles son injertados.
Consecuentemente, si estos gentiles que profesaban la fe, comenzaban a gloriarse
ahora, estaban manifestando un síntoma peligroso de incredulidad. Esa arrogancia no
es compatible con la fe verdadera. Por tanto, en vez de comportarse con arrogancia,
debían más bien sentir un temor piadoso: “Porque si Dios no perdonó a las ramas
naturales, a ti tampoco te perdonará” (vers. 21).
Este texto no enseña que la salvación puede perderse; pero la Biblia habla claramente
de la apostasía, de personas que dicen ser cristianas, pero después se apartan del
Señor. ¿Cuál es el fin de tales personas? El mismo que han sufrido los judíos
incrédulos: serán cortados, condenados. Por eso es que la Biblia nos llama a
examinarnos a nosotros mismos si estamos en la fe. Y uno de los aspectos que
debemos revisar es el concepto que tenemos de nosotros mismos. El que
verdaderamente cree, sabe que no tiene nada de qué gloriarse. Si te estás gloriando
en tu salvación y mirando a los demás por encima del hombro como si tuvieras algún
mérito en ella, ¡cuidado! Ese es un síntoma peligroso.
Pero ahora, en los vers. 23 y 24, Pablo vuelve sobre el tema de los judíos, y hace ver
a estos gentiles que si ellos que eran ramas de olivo silvestre, fueron injertados en el
buen olivo por su fe, Dios tiene poder para injertar en ese olivo las ramas naturales
que fueron desgajadas: “Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán
injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú fuiste cortado
del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen
olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio
olivo?”
Perdonen que insista en esto, pero sigo recalcando que Pablo no está hablando aquí
de una conversión nacional del pueblo de Israel que habrá de ocurrir en el futuro, sino
del mismo tema que ha venido hablando desde el principio: que los judíos no han sido
completamente desechados por Dios, pues la puerta de la salvación sigue abierta
para ellos, si vienen a Cristo en arrepentimiento. Más aún, podemos estar
completamente seguros de que todos y cada uno de los que forman parte de ese
remanente de israelitas que fueron escogidos por gracia, vendrá sin lugar a dudas.
Siembre ha habido, y siempre habrá, un remanente de israelitas cristianos (sea que
vivan dentro de territorio israelí o en cualquier otro lugar del planeta), porque nadie
puede frustrar los designios de Dios.
El problema es que algunos leen este texto como si Pablo estuviese diciendo: “El
endurecimiento de Israel será solo por un tiempo, pero tan pronto entre la plenitud de
los gentiles, es decir, cuando se conviertan todos los gentiles que se van a convertir,
entonces el endurecimiento será quitado y todo Israel será salvo. Y eso va a coincidir
con la segunda venida de Cristo (comp. vers. 26)”.
Pero, como hemos visto ya, el tema que Pablo viene tratando desde el principio es el
de la salvación de los judíos que se convierten al Señor en esta era evangélica, y a la
que el mismo Pablo estaba contribuyendo con su predicación, y no una salvación
nacional al final de los tiempos. ¿Qué es lo que Pablo está diciendo, entonces? Que
ese endurecimiento parcial de Israel continuará “hasta que haya entrado la plenitud de
los gentiles”, es decir, a lo largo de toda esta era evangélica. Nunca será un
endurecimiento total, porque Dios siempre ha tenido un remanente escogido por
gracia. Ese “hasta” del versículo 26 (del griego achri hou) no señala necesariamente
algo que sucederá después de que haya entrado la plenitud de los gentiles, sino que
hasta que eso ocurra, el endurecimiento será parcial, no total (noten el uso de achri
hou en textos como 1Cor. 11:26 y 15:25). Hasta el fin de esta era presente el
endurecimiento de los judíos seguirá siendo un endurecimiento parcial; la puerta de la
salvación seguirá abierta para ellos hasta que se convierta el último gentil que se
convertirá (que es lo que parece señalar la expresión “la plenitud de los gentiles”), y el
remanente de Dios escogido por gracia seguirá entrando por esa puerta.
Con esto en mente, ahora podemos pasar a considerar lo que Pablo dice en los
versículos 25-26, que es la parte crucial de su argumentación: “Porque no quiero,
hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a
vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya
entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito:
Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad”. La RV60 traduce la
frase kai houtos como “Y luego”, dando la impresión de que se trata de algo que
ocurrirá después de que haya entrado la plenitud de los gentiles. Pero si eso era lo
que Pablo quería decir, muy probablemente habría usado kai tote,
o eita o epeita, como bien señala Sam Storms.Esta expresión, kai houtos, aparece
205 veces en el NT, y casi invariablemente su significado es: “Y así”, “y de ese modo”,
“de esa manera”. En otras palabras, Pablo no está hablando del “cuándo” ocurrirá
eso, sino del “cómo”.
Y comentando acerca de esa misma expresión que Pablo usa en el vers. 26, dice
Hendriksen: “Las palabras ‘y así’ son explicadas por Pablo mismo. Ellas indican: ‘De
un modo tan maravilloso’, un modo que nadie podría haber anticipado… El rechazo
mismo de la mayoría de los israelitas, que recurre una y otra vez a lo largo de la
historia, era, es y será, un eslabón en el cumplimiento de la salvación de Israel” (pg.
420). Es por eso Pablo añade en el vers. 32: “Porque Dios sujetó a todos en
desobediencia, para tener misericordia de todos”.
Ahora bien, ¿a qué se refiere Pablo aquí con la expresión “todo Israel”? A la luz del
contexto, muy probablemente Pablo se refiere a la suma de todos los remanentes de
israelitas que se han de convertir a través de todas las edades. La plenitud de gentiles
escogidos y la plenitud de israelitas escogidos estarán en la presencia del Señor en
aquel día, sin que falte uno solo de ellos, a través del proceso que Pablo ha venido
explicando en detalles en los capítulos 9, 10 y 11 de Romanos.
Muchos citan Rom. 11:26 para probar que Pablo está hablando de una conversión
masiva de judíos, relacionada de alguna manera con la segunda venida de Cristo.
Pero noten que allí no dice que el Libertador vendrá “A” Sión, sino que el Libertador
vendrá “DE Sión”, es decir “DESDE Sión”. Pablo no parece estar hablando aquí de la
segunda venida de Cristo, sino de la primera, cuando el Salvador vino DESDE Sión,
desde esa nación terrenal, para traer abundante salvación para todos, incluyendo el
remanente de Israel. El futuro del verbo “vendrá” es futuro desde la perspectiva del
profeta Isaías, no la del apóstol Pablo o la nuestra. Fue a través de la obra redentora
de Cristo que Dios hizo provisión para el perdón de los pecados, tanto de judíos como
de gentiles, tal como estaba estipulado en el nuevo pacto (comp. Mt. 26:28; He. 8:6-
13; 9:15; 10:11-18).