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INTRODUCCION
Desde mediados del siglo pasado una política constante de las reformas penales
fue promover medios y procedimientos que posibilitaran reducir y humanizar los
espacios de aplicación de las penas privativas de libertad. En este sentido, como
bien ha señalado GOMEZ GRILLO es evidente que “así como el siglo XIX fue el
de la consagración de la prisión como fórmula ideal para intimidar y reformar al
hombre delincuente, el siglo XX ha sido el de la anticarcel” (Las Prisiones en
Latinoamérica, en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1980, p. 696).
En coherencia con ello se intentó estandarizar límites temporales racionales para
la conminación y ejecución de esta clase de sanciones penales. Un fundamento
común de estas iniciativas sostuvo que las penas privativas de libertad cuya
duración fuera superior a veinte años, producían efectos colaterales en el
condenado que se manifestaban como daños psíquicos y físicos a los cuales se
les calificó, genéricamente, como riesgos latentes de desocialización.
Otra consecuencia disfuncional que cabe atribuir a las medidas alternativas tiene
un origen psicosocial. En efecto, la ampliación de su presencia normativa se
recepciona negativamente en algunos sectores sociales que les atribuyen la
agudización del espectro de la inseguridad ciudadana o del sentimiento
socializado de la víctima, particularmente cuando aquellas medidas se aplican a
formas de delincuencia que coyunturalmente se estiman frecuentes y relevantes.
En estos casos, la respuesta política e inmediata del Estado se concretará,
generalmente, en una decisión sobrecriminalizadora que suprima la aplicación
de tales medidas de modo general o que incrementa los mínimos conminados
para las penas de los delitos cuestionados, haciéndolos formalmente
inaccesibles a los alcances despenalizadores de las medidas alternativas. De
esa manera, pues, se vuelve a abrir y potenciar la necesidad de la
cárcel.&&&&&&&&&&55555
Sin embargo, muchas de las críticas expuestas han sido absueltas de modo
consistente, con dos argumentos tan simples como realistas y sólidos. Por un
lado, se ha dejado en claro que el objetivo de las medidas alternativas nunca ha
sido el de abolir la prisión. Y por otro lado, que a pesar de sus disfunciones los
sustitutivos siguen siendo un medio de control penal menos dañino que la cárcel
(En ese sentido: Francisco Muñoz Conde - Mercedes García Arán. Derecho
Penal. Parte General. Tirant Lo Blanch. Valencia. 1993, p. 496 y ss.). De allí,
pues, que no debe estimarse como negativo que el derecho penal
contemporáneo siga incorporando sustitutivos penales en mayor o menor
proporción. Praxis que, por lo demás, podemos fácilmente detectar como todavía
predominante, con una rápida revisión de los Códigos Penales promulgados en
los últimos quince años.
3. CLASIFICACION
para DE LA CUESTA ARZAMENDI precisa que se trata de mecanismos que
operan de modo diferente sobre la “pena privativa de libertad que tratan de
sustituir o evitar:
COBO DEL ROSAL Y VIVES ANTON precisan que los sustitutivos penales
que conoce la doctrina y el derecho vigente, merecen una identificación funcional
más acorde con el efecto que directamente ejercen sobre las penas privativas de
libertad. En ese sentido, manifiestan que no todos los modelos que se agrupan
genéricamente bajo dicha denominación cumplen, en realidad, la función
sustitutiva que ideográficamente se les signa. Y ello porque como bien apuntan
los autores citados, determinados “remedios” contra las penas privativas de
libertad “en lugar de sustituir dichas penas por otras, o por medidas, lo que
prescriben, o mejor, desempeñan, es, en definitiva, una función suspensiva, es
decir comportan, sin más, su inejecución o ejecución incompleta, cual es el caso
de la condena condicional... o la libertad condicional... Se trata, en consecuencia,
de unos beneficios, o si se quiere, de unos paliativos más que auténticos
sustitutivos penales... Los problemas de la sustitución de la pena, pues, deben
concretarse, en sentido estricto, en aquellas hipótesis en que la pena privativa de
libertad, no se aplica pero su lugar es ocupado por pena de otra naturaleza y
contenido o, sencillamente, por una medida. La sustitución de la pena tiene
sentido cuando es cambiada por una pena o medida, y no cuando es sustituida,
sin más, por la libertad del condenado, pues entonces no estaríamos ante un
proceso sustitutivo de una consecuencia jurídica por otra, sino nada más que
ante la cesación de la pena y de sus efectos” (M. Cobo del Rosal - T.S. Vives
Antón. Ob. cit., p. 634 y ss.). Esta posición que en gran parte asumimos, nos
permite excluir del concepto de medida alternativa o sustitutivo penal, a la
liberación condicional y a los criterios de oportunidad o procedimientos de
“divertion”. Estos últimos, de predominio carácter procesal, permiten que los
órganos titulares de la acción penal puedan -bajo ciertos presupuestos-
abstenerse de ejercitarla (En nuestro medio el artículo 2º del Código Procesal
Penal de 1991, ha introducido este tipo de procedimientos).
- Multa.
- Arresto Domiciliario.
- El perdón Judicial.
- Liberación Condicional.
- Arresto domiciliario.
- Cualquier otro régimen que no entrañe internamiento.
4.1. GENERALIDADES
Uno de los principales rasgos característicos del proceso de reforma penal que
tuvo lugar en el Perú entre 1984 y 1991, fue la clara vocación despenalizadora
que guió al legislador nacional. Esta posición político criminal favoreció la
inclusión sucesiva de nuevas medidas alternativas a la pena privativa de libertad,
que al adicionarse a la condena condicional, pre-existente en el Código Penal de
1924 fueron configurando un abanico bastante integral de sustitutivos penales, y
que alcanzó vigencia al promulgarse un nuevo Código Penal en abril de 1991.
Sobre el particular, en la Exposición de Motivos se sostiene que “La Comisión
Revisora, a pesar de reconocer la potencia criminógena de la prisión, considera
que la pena privativa de libertad mantiene todavía su actualidad como respuesta
para los delitos que son incuestionablemente graves. De esta premisa se
desprende la urgencia de buscar otras medidas sancionadoras para ser
aplicadas a los delincuentes de poca peligrosidad, o que han cometido hechos
delictuosos que no revisten mayor gravedad. Por otro lado, los elevados gastos
que demandan la construcción y el sostenimiento de un centro penitenciario,
obligan a imaginar formas de sanciones para los infractores que no amenacen
significativamente la paz social y la seguridad colectivos” (Ver en la Exposición
de Motivos el apartado “Las Penas”).
e) Exención de Pena.
Teniendo en cuenta que conforme a los numerales 34º y 35º las penas
sustitutas se deberán de cumplir sólo los fines de semana, y que la sustitución
puede alcanzar a penas privativas de libertad de hasta tres años, resultaba que
en su extremo límite el condenado debería cumplir 1,095 jornadas semanales de
prestación de servicios a la comunidad o de limitación de días libres. Lo que
cronológicamente significaba que el cumplimiento de la sanción sustitutiva se
extendía hasta un período aproximado de 21 años.
Dicho despropósito legal recién se superó con la Ley 27186 del 9 de octubre
de 1999, que modificó las equivalencias de la sustitución y las hizo compatibles
con las previstas en el inciso segundo del artículo 53º,tal como lo sugerimos en
la primera edición de estos comentarios. Actualmente,pues, una jornada
semanal de prestación de servicios a la comunidad o de limitación de días libres,
sustituye siete días de pena privativa de libertad. Con esta reforma se logra una
proporción adecuada que permite un término de cumplimiento más coherente
con la función asignada a las penas sustituto.
Cabe anotar, finalmente, con relación al derecho español, que en los casos de
sustitución de las penas privativas de libertad que contempla el inciso 1º del
artículo 89º, la ley exige que el juez antes de adoptar su decisión sustitutoria
escuche a las partes, Y tratándose de la hipótesis del inciso 2º, que se refiere al
reemplazo del arresto de fin de semana, será necesario, para que opere la
sustitución, que el condenado haya expresado su conformidad.
En realidad, pues, como bien aclaran COBO-VIVES estamos ante una medida
de suspensión de la ejecución de la pena privativa de libertad, y no de
sustitución de dicha pena, como ha venido ocurriendo con las medidas
alternativas que se han analizado anteriormente. “La simple suspensión de la
condena no representa, hablando en puridad, un mecanismo de sustitución de la
pena, sino, en todo caso, una renuncia provisional al pronunciamiento o
ejecución de la misma que, en su momento, puede convertirse en definitiva.
Sustituir es cambiar una cosa por otra, y no es eso lo que sucede en la
suspensión” (Ob. cit., p. 705).
En cuanto al plazo de prueba la ley fija un término flexible entre uno y tres
años, y que el Juez debe cuantificar de modo concreto en la sentencia.
Tratándose de un imperativo legal, dicho plazo no puede ser inferior a un año,
aún en el supuesto de que la pena impuesta sea menor a doce meses.
Asimismo, es posible fijar un plazo de prueba menor al término de la condena.
Es más, la judicatura nacional es proclive a este tipo de decisiones, que, se
entiende, resultan motivadoras para que el condenado se adscriba positivamente
a las reglas de conducta.
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4.5. LA RESERVA DEL FALLO CONDENATORIO
En efecto, la Reserva del Fallo Condenatorio que se regula en los artículos 62º
a 67º del Código Penal Peruano, conforme a su fuente hispana, se caracteriza
fundamentalmente porque el Juez deja en suspenso la condena y el
señalamiento de una pena para el sentenciado.
a) Que el delito esté sancionado con una pena conminada no superior a tres
años de pena privativa de libertad o con multa; o con prestación de
servicios a la comunidad o limitación de días libres que no excedan a 90
jornadas semanales; o con inhabilitación no superior a dos años.
Cabe anotar que la reserva del fallo condenatorio también es aplicable en caso
de penas conjuntas o alternativas, siempre que tales sanciones se adecúen a los
marcos cualitativos y cuantitativos antes mencionados.
b) Que el Juez en atención a las circunstancias del hecho y a la
personalidad del agente, asuma un pronóstico favorable de conducta
futura del imputado.
Esta medida alternativa se relaciona con los criterios generales del llamado
perdón judicial. Esto es, con la facultad conferida por la ley al órgano
jurisdiccional para dispensar de toda sanción al autor de un hecho delictivo.
En Latinoamérica cabe referirse al artículo 64º del Código Penal Boliviano que
regula el perdón judicial. En lo esencial la medida sólo puede aplicarse cuando
el agente es primario, si el delito cometido no tiene pena conminada mayor de un
año de pena privativa de libertad, y siempre que pueda deducirse de la levedad
del hecho o de los motivos que impulsaron a su autor, que éste no volverá a
cometer nuevo ilícito. El Código Penal Boliviano, además, establece que el
perdón judicial no afecta el pago de la reparación civil (Art. 65º).
El segundo requisito alude a que la culpabilidad del agente sea mínima. Este
criterio no ha sido desarrollado por el legislador. Tampoco la doctrina y la
jurisprudencia nacionales han estructurado sobre el particular criterios de
interpretación uniforme. En tal sentido, cabe sostener de lege data algunas
consideraciones al respecto. En principio, es de afirmar que la ley toma en
cuenta la culpabilidad concreta y personal del autor o partícipe, por lo que ella se
mide en función de la presencia de circunstancias que aminoren su intensidad
como lo son la imputabilidad relativa, la concurrencia de un error de prohibición
vencible o de un error de comprensión culturalmente condicionado vencible, o la
producción de un estado de necesidad exculpante imperfecto o de un miedo
que en el contexto aparezca como superable. Ahora bien, por extensión se
asume también la posibilidad de una menor culpabilidad en el caso del cómplice
secundario.
Si bien el Código Penal a diferencia del precitado texto boliviano no alude a los
efectos de la exención de pena sobre la reparación civil, resulta fácil inferir que
su concesión no excluye el señalamiento de responsabilidades indemnizatorias,
puesto que éstas son exigibles desde la producción de un hecho antijurídico. Por
tanto, el Juez debe fijar en la sentencia la reparación civil que corresponda.
Por último, es de señalar que la sentencia condenatoria donde se aplique la
exención de pena no debe ser inscrita en el Registro Judicial. La razón de ello
deriva de la propia función que corresponde a la inscripción, cual es dar
testimonio de la pena impuesta al condenado ( En ese sentido también: Felipe
Villavicencio T. Código Penal. Cultural Cuzco S.A. Editores. Lima. 1992, p. 238)