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Los tres tipos puros de dominación legítima.

Autor: Max Weber

1. Resumen

Max Weber entendía la dominación como la posibilidad de hallar obediencia a un mandato


determinado, puede basarse en diversos motivos; usualmente está fundada interiormente en
motivos jurídicos, en motivos de su “legitimidad”, los cuales, en forma totalmente pura, sólo
son tres, enlazado cada uno con una estructura sociológica distinta de la administrativa. En
primer lugar, está la dominación legal, en la cual cualquier derecho puede crearse y modificarse
por medio de un estatuto sancionado correctamente en cuanto a la forma; la asociación
dominante es elegida o nombrada, ella misma y todas sus partes son servicios, y está compuesta
por algún tipo de “autoridad”, de “funcionarios” de formación profesional nombrados por el
señor (contratados, con un sueldo fijo, graduados según el cargo y con derecho al ascenso) y
“miembros”. Todos bajo el ideal de la disciplina del servicio, obedientes a la “ley” o el
“reglamento” de una norma formalmente abstracta dentro de una jerarquía de cargos y sin
consideración de motivos, sentimientos, arbitrariedad o capricho personales. 1) Los ejemplos
van desde las asociaciones políticas modernas hasta las empresas capitalistas, pasando por el
Estado. En el segundo caso, a pesar de en parte reflejar heteronomía, si nos fijamos en su
dependencia de los cuerpos judicial y de la policía encontramos también que son autocéfalas,
con una dependencia propia en el contrato. 2) No obstante, ninguna dominación es siempre
burocrática ni ejercida por funcionarios contratados: en las asociaciones políticas, los cargos
más altos son o bien soberanos carismáticos hereditarios (monarcas), o bien señores
carismáticos plebiscitados (presidentes), o elegidos por jefes más o menos carismáticos u
honoratiores (corporación parlamentaria). El cuerpo administrativo siempre corre a cargo del
elemento burocrático pero dentro de él hay honoratiores por una parte y representantes de
intereses por la otra; no obstante, la forma de dominación burocrática estatal y empresarial está
en ascenso en todas partes. 3) Esta forma de dominación no es siempre legal, pero está fundada
sobre reglas estatuidas y el ejercicio del derecho del dominio corresponde al tipo de
administración legal (como un ejemplo, el importante papel de la burocracia electiva en las
corporaciones colegiadas gracias a las cuales existe el concepto de la “autoridad”).
En segundo lugar tenemos la dominación tradicional, en virtud de la creencia en la santidad de
los ordenamientos y poderes señoriales existentes desde siempre. El objeto de la dominación
es la comunidad, el que ordena es el “señor”, los que obedecen los “súbditos” y el cuerpo
administrativo son “servidores”. Una parte del dominio normativo se mantiene por la tradición,
la otra por la gracia y el arbitrio libres (se obra y se recibe influencia desde puntos de vista
puramente personales, además de la “consideración de la persona” manifiesta en el espíritu del
llamado “Estado-providencia”). Existen principios como base de la administración y de los
litigios (equidad ética material justicia, utilidad práctica) que nacen de la misma forma del
cuerpo administrativo y la legitimidad del poder depende enteramente de la discreción del señor
y de lo que los siervos (familia, funcionarios domésticos, vasallos o príncipes tributarios) se
permiten frente a la docilidad de los súbditos. Se manifiesta bajo dos modalidades. 1)
Estructura patriarcal de dominación, tipo puro de la dominación tradicional (de paterfamilias,
jefe del pueblo o “padre de la patria”): Dominan en ella las relaciones entre el cuerpo
administrativo y la fidelidad personal del servidor (patrimonial o extrapatrimonial) al señor,
sin existir mayor garantía contra la arbitrariedad del cuerpo normativo; es propia de los
sultanismos. Toda “superioridad” que basa su legitimidad en la habituación inveterada cae
dentro de esta clasificación (en la educación, en el trabajo por contrato, en la religión profética,
en la asociación doméstica y hasta en la familia). 2) Estructura de clase: propia de la
dominación gremial del feudalismo, cuenta con personas independientes de posición
prominente e investidas por sus cargos, ya por privilegio (que vulnera a menudo la articulación
jerárquica –falta la disciplina-) o ya por un derecho inalienable propio al cargo (determinado
de acuerdo a la competencia –su extensión y sus ingresos-). En esta separación pesa
especialmente el aspecto económico (separación del cuerpo administrativo con respecto a los
medios materiales de administración o apropiación de estos por aquel cuerpo). El que haya
clases tiene una condición histórica estricta de acercamiento o alejamiento a estos tipos.
El tercer tipo, la dominación carismática, se asienta sobre la devoción afectiva del señor y a
sus dotes sobrenaturales, extraordinarias o de entrega emotiva (carisma). Sus tipos más puros
son el dominio del profeta, del héroe guerrero y del gran demagogo, ubicados desde un
“apóstol” o caudillo hacia un séquito. El cuerpo administrativo es escogido según carisma y
devoción personal; a administración la caracterizan la revelación o la creación actual, la acción
o el ejemplo. En otras palabras, prima el elemento irracional. Mientras no exista la lucha entre
caudillos (que obliga a establecer un derecho justo, vencedor, y uno injusto, merecedor de
castigo), los litigios se zanjan por sentencias de parte del señor. La fe y el reconocimiento
carismático del héroe guerrero, de la calle o del demagogo son un deber cuya negligencia es
castigada; aunque es uno de los grandes poderes revolucionarios de la historia, en forma pura
es por completo autoritaria y dominadora. El carisma de un Napoleón, Jesús o Pericles (como
concepto sociológico desprovisto de todo valor) requiere de un ser acreditado por medio de
milagros, éxitos y prosperidad del séquito o de los súbditos, sin lo cual su régimen se tambalea.
Por otro lado, como “prestigio” se encuentra mezclada con la habituación tradicional y la
legalidad formal en la mayoría de relaciones de dominio de carácter fundamental legal.
Requiere de cierto grado de seguridad de parte de las masas, manifiesto en la “organización” a
través del cuerpo administrativo y su actuación ininterrumpida, y es que el señor, en virtud del
aislamiento de los miembros y de la solidaridad de cada uno de ellos con él mismo es el más
fuerte frente a cada individuo reticente pero en todo caso más débil si estos se asocian entre sí,
mediante un nuevo cuerpo administrativo y de forma muy cuidadosa. Tiende a convertirse en
cotidiana por tradicionalización, legalización o transformación de las ordenaciones en los
sucesores (por el reemplazo de un nuevo señor carismático esperado pasivamente, o habiendo
este actuado directamente) una vez desaparecido el señor portador del carisma, a través de la
búsqueda de signos de calificación carismática (búsqueda del nuevo Dalai Lama), técnicas de
designación (oráculo, suerte, etc.), o designación del calificado carismáticamente. Las formas
de este último medio pueden ser: por creencia en la legitimidad del propio carisma y luego en
la adquisición de la legitimidad del propio portador del carisma en virtud de designación
jurídica o divina, por un apostolado o séquito carismáticamente calificado y por el
reconocimiento de la comunidad religiosa o militar (tenía que ser posible conseguir
unanimidad, no hacerlo era error, debilidad, una injusticia que había que expiar) a la manera
de un objeto de posesión, por la creencia en un “derecho de sucesión” familiar hereditario (o
en una dinastía, sin depender de las cualidades personales) cuyas reglas no son han sido nunca
uniformes sin contar al Japón y Occidente medieval, por la objetivación de carisma en un acto
sacramental eficaz (imposición de manos, unción, etc.), y por la adhesión de la comunidad a
una orden correcta, en la representación –legal- según la cual los súbditos deciden libremente
mediante manifestación mayoritaria de su voluntad sobre el derecho que ha de prevalecer,
estableciendo una diferencia entre un caudillo elegido (quien actuará según su propio arbitrio,
responsable de nadie más que de sí mismo) y un funcionario elegido (mandatario de sus
electores).
2. Comentario

Weber nos presenta tres tipos de legitimidad: 1) Legitimidad Tradicional, fundada en la costumbre,
como la que ejercían los patriarcas y los príncipes patrimoniales antiguos. 2) Carismática, basada en las
cualidades personales del caudillo, la detentaron los Profetas, los grandes demagogos, jefes de partidos
políticos. 3) Legitimidad basada en la legalidad, basada en la legalidad y racionalidad de las normas,
aquí está presente el moderno servidor público. Es un gran aporte el que realiza Weber con su
elaboración de esta tipología de los tipos de dominación, no solo a la Sociología, sino también a la
Ciencia Política.
Weber nos presenta una base sobre la cual orientar las reflexiones y estudios en torno a la legitimidad
de un gobierno, al ser un “tipo ideal” se presupone que en la realidad no se va a manifestar tal cual lo
describe Weber, en la realidad se va a encontrar ciertas variantes o modificaciones de dicho tipo ideal,
pero eso no le resta mérito a Weber. La utilidad de un tipo ideal dado sólo puede evaluarse en relación
con un problema concreto o una serie de problemas, y el único objetivo de su construcción es facilitar
el análisis de cuestiones empíricas.
Uno de los tipos de legitimidad de dominación que me resulta sumamente importante es el tipo de
dominación que se respalda en las habilidades personales que presenta el caudillo político. En el
carisma puramente personal del caudillo en su expresión más alta, se manifiesta arraigado la idea de
vocación. La entrega absoluta a una ocupación, debido al sentimiento de que esta actividad le da sentido
a la vida. Este tipo de autoridad basada en el carisma la detentaron en la escena peruana personajes
como Luis Miguel Sánchez Cerro o Víctor Raúl Haya de La Torre.

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