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1. Introducción
No es muy frecuente recurrir a la historia de la lingüística para explicar
el léxico y, sin embargo, yo lo voy a hacer. Hay una razón fundamental. El
vocabulario sexual es algo más que una colección de términos. Implica la
sociedad, sus gentes, su cultura e incluso cualquier situación comunicativa
en que se utiliza. Quiere ello decir que una lingüística estrictamente inma-
nentista, como lo es la Lingüística del código, no puede, o en positivo, sólo
puede acceder y explicar un aspecto muy concreto del léxico sexual. Nece-
sita el concurso de disciplinas, siempre lingüísticas, que faculten el acceso a
cada uno de las múltiples matices del objeto lingüístico. Ese es precisamen-
te el caldo de cultivo en el que se está moviendo la lingüística en estos
momentos. Ha superado el nivel del código, sin por ello renunciar a él, y se
ha adentrado en el amplio erial que fue el habla, descubriendo facetas y
ofreciendo explicaciones e instrumentos de análisis de evidente bondad en
otros niveles del lenguaje y esperamos que también en el del léxico.
homogéneo para la ciencia del lenguaje (la lengua) y el rechazo por su dis-
persión del habla o, en el mejor de los casos, su remisión a un segundo
plano. Esta nueva orientación supuso un cambio de perspectiva con respec-
to a la lingüística que se practicaba hasta entonces. Representó el abandono
de la lingüística externa y la confirmación de la lingüística interna, en la que
la lengua se estudia en y por sí misma y cuyo objetivo es desde entonces el
sistema y las relaciones que en su interior establecen los signos que lo cons-
tituyen. «De pronto se comprende –dijo Hjelmslev– que la lingüística de la
época sólo había atendido al habla y que hasta entonces la lingüística había
descuidado «su verdadero y único objeto» (1943: 91). No había, pues, lugar
para la Lingüística del habla, que, de necesitarse, se subordinaría a la prio-
ritaria y fundamental, la Lingüística del código.
3. Léxico sexual
3.1. Características, problemas y soluciones lingüísticas
Las referencias al uso y al contexto siempre estuvieron presentes en los
estudios sobre el léxico, nunca, sin embargo, con tan potentes herramientas
teóricas y explicativas como las que ofrecen las nuevas disciplinas lingüísti-
cas basadas en el habla. El léxico sexual es una pequeña parte del vocabula-
rio general de una lengua, al que se asimila en sus facetas fundamentales y
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del que se aleja en aspectos, que, además, resultan fundamentales para com-
prender y explicar las singularidades de sus procesos de constitución y de
renovación. Se le pueden aplicar máximas teóricas perfectamente avaladas
en la historia del léxico en general y, situándose en la senda de la mayoría de
los tratados de lingüística histórica, centrarse en el cambio léxico, con sus
entradas (neologismo) y sus salidas (pérdida léxica)1, o en el cambio semán-
tico, bien por adopción de un nuevo significado (neologismo semántico),
bien por cancelación de un significado (pérdida semántica).
El camino que se recorrería con esas premisas sería largo y científica-
mente fructífero. Dejaría, sin embargo, en la penumbra aspectos de un tipo
de léxico cuyo dinamismo se puede, como el de otros, atribuir y relacionar
genéricamente con la evolución de la sociedad y de su cultura, siempre que,
a diferencias de esos otros, se insista en que los impulsos que han motivado
sus cambios responden a factores de aceptación y de rechazo por parte de la
comunidad, en general, y de sus miembros, en particular. Todo en él está
sometido a un proceso de «relativización», que, sea cual sea el enfoque que
se le quiere dar, presidirá su estudio.
Su origen está indisolublemente unido al de un fenómeno, el tabú o la
interdicción2, cuya repercusión en el plano psicológico y en el lingüístico son
asimilables. En ambos provoca un sentimiento de ambivalencia3, que, en
nuestro terreno, se plasma en la asimilación, junto con otros valores cultu-
rales, de medios lingüísticos, pero también de normas socioculturales muy
precisas sobre cómo, dónde, cuándo y en qué circunstancias deberían actua-
lizarse. Las causas concretas de ese, llamémoslo, «desasosiego» ante estas
formas de expresión socialmente «marcadas» son tan diversas como la pro-
pia comunidad de habla y, al igual que ella, varían en el tiempo y en el espa-
cio4.
El resultado de esa «presión» ante lo que suscita en nosotros o en nues-
tros interlocutores reacciones no deseadas, es una búsqueda constante de
1 Ya, en 1930, Albert Dauzat reducía a estos términos el estudio del léxico: «L’histoire du
vocabulairer, une fois analysé le fond primitif qui en est le point de départ, est celle des enrichisse-
ments et de pertes».
2 Uso interdicción en el sentido amplio de «coacción externa o psicológica que origina el
eufemismo», reservando tabú o tabú lingüístico para la «interdicción mágico-religiosa». Estas pre-
cisiones las he desarrollado en Montero Cartelle (1981, §⁄ 2.2.: 22-26).
3 De «ambivalencia afectiva», habla S. Freud, que impulsa al contacto y, al tiempo, lo evita
y lo prohíbe (1970: 29-101).
4 «La linde que separa las voces admisibles de las no admisibles, o las admitidas de las no
admitidas, es -defiende con toda exactitud Camilo J. Cela- siempre movediza y, como obra de huma-
nos, con frecuencia pintoresca, esclava de las latitudes y de los vientos que soplan en cada latitud y
cada momento y, lo que es peor, desorientadora» (1968: 20).
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5 Este concepto procede de Goffman (1967) y fue desarrollado por Brown y Levinson
(1987).
6 El título de la obra de José Dueso, Los mil y un nombres del coño, refleja mejor que cual-
quier palabra esta dimensión del léxico sexual.
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7 Una de las formas más sutiles de llevar a cabo la incorporación de estos conceptos al estu-
dio del lenguaje es la de Halliday, McIntosh y Strevens (1973), reformulada en diversos trabajos por
Gregory y Carrol (1978).
8 Esta idea procede de Ana Margarida Abrantes (2001 y 2002).
9 Los modelos teóricos para el análisis de la cortesía como estrategia conversacional son rela-
tivamente numerosos. Un breve y claro estado de la cuestión se encuentra en Diana Bravo (2001:
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301-303) y en Silvia Iglesias Recuero (2001). M.ª Victoria Escandell (1998) compara, por su parte,
las ventajas del modelo de Leech (1989) y de Brown y Levinson (1988), que explican la cortesía en
términos de inferencias, y el de Sperber y Wilson (1986), para quienes la clave reside en el contex-
to, como conjunto de supuestos de los que se seleccionan aquellos que producen una interpretación
relevante (Teoría de la Relevancia). Este segundo no exige que las estrategias de cortesía sean uni-
versales y, además, ofrece un marco muy adecuado para acceder al sentido exacto de los términos
con significado sexual.
10 He aquí una consecuencia precisamente de la ausencia de una tradición lexicográfica que
permita moverse con objetividad en el difícil terreno de la interpretación e identificación de las
voces con contenido sexual. No es la única, Mª Eugenia Lacarra destacó también el peligro de caer
en la «sobreinterpretación», o lectura en clave erótica de cualquier expresión por el simple hecho
de formar parte de una composición de esas características, o en la «infrainterpretación», cuando,
por el contrario, se prescinde de términos eróticos simplemente porque se desconocen o no se regis-
tran como tales en otras obras (1996: 420).
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tos es un claro indicio de, por una parte, su aclimatación y difusión en la len-
gua de entonces, y, de otra, de su expresividad. Ambos aspectos los hacen
merecedores de una especial atención en las obras de tipo jurídico, donde se
recogen con la única finalidad de penalizar su uso, ofreciendo información
de primera mano sobre el rechazo social que provocaban. Es lo que sucede
con fodidenculo y fududinculo, que, en el Fuero Real de Alfonso X, se equi-
paran a cornudo y puta en su consideración social y en las consecuencias que
derivan de su empleo:
11 Cela la registra como denuesto en el Fuero de Avilés (Enciclopedia erótica, s.v. culo).
12 Es mucho más frecuente que la anterior y de consecuencias desproporcionadas:
«Otrossi qual quier que a alguno dixiere: «Yo te fodi por el culo», si pudiere ser prouado que
aquello uerdat es, amos sean quemados. Et si non, sea quemado aquel que tal maldat dixiere» (Fuero
de Alcaraz, 81: 10-14, p. 242).
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¿Cómo, y piensas que sabe ella qué cosa sean hombres, si se casan o qué
es casar, o que del ayuntamiento de marido y mujer se procreen los hijos?
¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no
conoce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar aun con el pensa-
miento?» (306: 7-11).
«No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no gozarle, de no
conoçerle, después que a mí me sé conoçer; no quiero marido, no quiero
ensuziar los nudos del matrimonio, no las maritales pisadas de ajeno hom-
bre repisar, como muchas allo en los antiguos libros que ley, o que hizie-
ron más discretas que yo, más subidas en stado y linaje. Las quales algunas
eran de la gentilidad tenidas por diosas, assí como Venus madre de Eneas
y de Cupido, el dios del amor, que siendo casada, corrumpió la prometida
fe marital. Y aun otras mayores huegos encendidas cometieron nefarios y
incestuosos yerros, como Mira con su padre, Semíramis con su hijo, Cánas-
ce con su hermano, y aun aquella forçada Tamar, hija del rey David. Otras
aun más cruelmente trespassaron las leyes de natura, como Pasiphe, muger
del rey Minos, con el toro» (304-305: 15-9)
4. Conclusiones
Corren tiempos de altísima especialización y mi propuesta es la interdis-
ciplinariedad. Parece una paradoja y, probablemente, lo sea. No se verá así,
si, como he pretendido, perciben que, tras esa afirmación, hay una alusión
clara al objeto de estudio y al hervidero de ideas que representa la lingüísti-
ca en estos momentos. El sistema, sus constituyentes y las relaciones que en
él contraen son fundamentales, diría que imprescindibles y previos a cual-
quier análisis, pero no lo son todo. Ni siquiera se comprenderán en toda su
extensión, si se prescinde de su proyección en el habla, en el uso que de él
hacen sus usuarios. Otra cosa muy diferente es la dinámica investigadora, en
la que sí es necesario fijar objetivos y precisar por cuál de las múltiples
dimensiones del hecho de lengua se ha optado y cuál es la metodología
empleada. No renuncio a cerrar mi intervención sin insistir que, también en
estas dos últimas facetas, la Lingüística del habla o de la comunicación,
como prefiere denominarla Salvador Gutiérrez (1997), ha ampliado consi-
derablemente las opciones investigadoras con nuevos temas y nuevos mode-
los teóricos.
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