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Quizás hace años aprendimos esa oración a la Virgen, que podemos rezar habitualmente: “¡Oh Señora
mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a vos. Y en prueba de mi filial afecto, os consagro en
este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro,
oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.”
Hoy puedo quejarme porque tengo que hacer las labores del hogar
Hoy puedo disimular mis defectos para quedar bien con mis semejantes
Hoy se me ha dado una “vida pequeña” para que la derroche en el placer, o la aproveche buscando el
bien de los demás y la felicidad.
Hoy aprendí que lo más importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni
recibir honores... Lo más importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a las personas que amamos.
Vive cada día como si fuera el único o el último que tienes.
Es natural que pidamos ayuda a Dios para cumplir los propósitos porque “si el Señor no edifica la casa,
en vano trabajan los que la construyen. Si no guarda el Señor la ciudad, en vano vigilan sus centinelas”
(Salmo 126, 1-2).
Pero no basta ese ofrecimiento general por la mañana; hemos de renovarlo a lo largo del día: “Señor,
esto lo hago por ti”... Así convertimos todo nuestro día en oración. San Josemaría Escrivá escribió que
para un apóstol moderno una hora de estudio es una hora de oración; una hora en la que se trata de
ofrecer todo a Dios por los agonizantes, los pecadores y quienes más lo necesiten.