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Sistema Político Mexicano II

Sistema político, instituciones y régimen político

Uno de los elementos que caracterizan a las disciplinas como ciencias es la


delimitación de los conceptos, pues estos sirven para aproximarse al estudio de la
realidad empírica. La construcción de un lenguaje especializado y compartido entre
la comunidad científica se vuelve un objetivo necesario en la medida que permite
hacer que la ciencia avance y define los límites del campo de estudio.

Sin embargo, dado que la ciencia política es una ciencia joven aquellos que se
empezaron a especializar en el estudio de la política lo hacían utilizando conceptos
heredados de otras disciplinas y que no cumplían un carácter general a todas las
sociedades y por ende, no era posible comparar entre diferentes contextos. Así lo
subrayaron los politólogos Gabriel Almond y Bingham Powell acerca de conceptos
como Estado y nación, pues estaban sujetos a un provincialismo al sólo ser
aplicables a países desarrollados (Valdés, 2007: 67).

Para la ciencia política la revolución conductista ocurrida a mediados del siglo


pasado produjo un cambio en la disciplina al establecer la necesidad de construir
nuevos marcos analíticos capaces de ser puestos en práctica en distintas latitudes.
De tal manera, la teoría de sistemas fue aplicada al estudio de la vida política y así
fue como se convino en estudiar al sistema político como parte del sistema social
pero con sus particularidades que lo hacen distinto a otros subsistemas (como el
económico, el religioso, el laboral, etc.).

David Easton fue el politólogo que más ha aportado en torno a la conceptualización


del término “sistema político”. De tal manera, dado que su foco de atención es la
conducta política observable, Easton denomina como sistema político a todo aquel
conjunto de interacciones que, a diferencia de otro tipo de interacciones “se orientan
predominantemente hacia la asignación autoritaria de valores para una sociedad”
(1992: 79).

Dichas interacciones políticas son el resultado de la actividad que realizan las


autoridades de los sistemas políticos, las cuales “se distinguen por su capacidad

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especial para movilizar los recursos y energías de los miembros del sistema y
aplicarlos a objetivos amplios o especificados. Lo pueden hacer en nombre de la
sociedad y con la autoridad obtenida por la aceptación de su posición en aquella”
(Easton, 1992: 85).

Es notorio que, bajo esta conceptualización de autoridad política se puede incluir la


definición clásica weberiana del Estado moderno. En este sentido, Easton precisa
que este es tan sólo una especie de sistema político, pero comparte la idea de que
en todo sistema político las autoridades actúan en la representación más general
de la sociedad mediante la capacidad de obligar a tomar sus asignaciones como
autoritarias. Por lo que para todo sistema político es imprescindible recaudar
determinada cantidad de apoyo o aceptación de parte de la sociedad.

En resumen, se puede definir finalmente a un sistema político como “el conjunto de


pautas de interacción por medio de las cuales se asignan valores en una sociedad,
y que, las más de las veces, los integrantes de una sociedad aceptan en su mayor
parte esas asignaciones como autoritarias. Gracias a la existencia de actividades
que cumplen estas dos funciones básicas, una sociedad puede destinar los recursos
y las energías de sus miembros a arreglar diferencias que no es posible resolver en
forma autónoma” (Easton, 1992: 138).

Ahora bien, al comparar el análisis sistémico con el enfoque institucionalista (sea


viejo o nuevo), es posible encontrar similitudes destacables. En primer lugar, el
sentido que le da Easton a las interacciones sujetas a pautas pone de manifiesto
que las autoridades de un sistema político, por más capacidad autoritaria que
concentren se encuentran sujetas a algún tipo de institución. Lo cual es bastante
aceptable dado que, desde un punto de vista general, una institución es un “patrón
de conducta recurrente, valiosa y estable” (Goodin, 2003: 37).

Este factor necesario de la estabilidad es recurrente en la teoría de Easton, pues se


asume que uno de los objetivos de todo sistema político es sobrevivir al tiempo,
tener una relativa estabilidad que le permita tanto asignar valores autoritativos a la
sociedad que pertenecen y, al mismo tiempo, conservar la mayor parte de la
aceptación de los miembros de dicha sociedad, o cuando menos de los sectores

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más influyentes. Para tal propósito las autoridades políticas requieren actuar
mediante instituciones, y lo pueden hacer simultáneamente mientras éstas además
de restringir su capacidad de acción los favorecen en términos comparativos.

Esto es bastante claro al observar a las instituciones como reguladoras del poder
político, el cual ha sido un problema fundamental para los institucionalistas clásicos
de la ciencia política y lo sigue siendo para los especialistas del nuevo
institucionalismo. En la medida que las instituciones no solo restringen sino que
también favorecen a quienes tienen la capacidad de transformarlas e incluso
diseñarlas. De manera que “tener un puesto dentro de estas instituciones, o tenerlas
bajo control, le otorga a determinadas personas una mayor capacidad para imponer
al mundo su voluntad, a expensas de que otros carezcan de acceso a tales recursos
de poder institucionalizados” (Goodin, 2003: 31).

Además del aspecto de la estabilidad que tanto el análisis sistémico como el


institucional valoran está el carácter predecible de los fenómenos políticos que
pueden incentivar las instituciones. Dado que “dentro de un contexto
institucionalizado, la conducta es más estable y predecible. (...) La estabilidad y la
predictibilidad mismas representan, en gran medida, precisamente la razón por la
que valoramos los patrones institucionalizados y lo que resulta valioso de ellos.”
(Goodin, 2003: 39). De tal manera, para un politólogo es conveniente analizar el
efecto que proporcionan las pautas de las instituciones en el comportamiento
político y cómo las interacciones resultantes afectan al sistema.

Esto es de especial relevancia a la hora de considerar una de las críticas que se le


han atribuido al análisis sistémico enfocado a la política. Ya que, como afirman
Almond y Powell, se ha sugerido que “las teorías de los sistemas implican un
equilibrio o armonía entre las partes. (Y que) se basan en un prejuicio conservador
y estático” (Valdés, 2007: 71).

Sin embargo, estos mismos autores aclaran que en realidad no existe tal armonía
entre las partes constitutivas de un sistema político que incentive la conservación
de un único statu quo. Pues lo que hay son relaciones de interdependencia entre
las partes del sistema, de manera que el cambio en las propiedades de una parte

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afecta al conjunto general (Valdés, 2007: 71). Esto abona a la idea de lo predecible
que puede llegar a ser un sistema cuyo ambiente no sólo está regido por
instituciones, sino que además su funcionamiento interno puede dar lugar a
relaciones de causa-efecto cuyo estudio debería ser objeto de atención para
cualquier politólogo.

Por otra parte, el análisis de los regímenes políticos constituyó durante mucho
tiempo el foco central de los estudios políticos. En este sentido, el derecho
comparado fue la principal disciplina que abordó el concepto, especialmente con la
obra de Maurice Duverger, quien lo definió como régimen político al “subsistema
constituido por el conjunto de las instituciones políticas de un sistema social que
están coordinadas entre sí. A causa de que las sociedades están organizadas
políticamente de modo diferenciado, existen diversos tipos de regímenes políticos:
parlamentario, presidencialista, (…), etc” (Valdés, 2007: 74).

En este sentido, un régimen político al contener una serie de instituciones tiene


como característica fundamental la función estructural de permanencia. Mientras
que los gobiernos cambian, el régimen permanece, tal como lo señaló Mackenzie
en 1970. Dicho politólogo definió el concepto como algo abstracto, dentro del cual
caben todas las reglas, costumbres y creencias más importantes para la vida
política. Y como algo más concreto, cuando se encarna en los grupos más
influyentes en el gobierno, o sea, la elite política (Valdés, 2007: 74). Así, cuando se
piensa en el régimen político de un sistema social se considera tanto las
instituciones que subyacen a la conservación de las estructuras fundamentales de
un Estado, así como a los agentes que encarnan dichas estructuras en forma de
tribunales, asambleas e instituciones de gobierno.

Democracia

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Definir el concepto de democracia es uno de los más amplios debates de la filosofía
y la ciencia política. Sin embargo, al agrupar las distintas teorías que han surgido
en torno a este tema se pueden encontrar al menos dos enfoques imperantes y
contrapuestos; uno que engloba a teóricos de la democracia representativa
(también denominada liberal o elitista) y, por otro lado, autores que han realizado
una crítica en pos de construir modelos teóricos de democracia participativa
(Donatella della Porta, 2017).

El primero considera como democrático a todo régimen que garantice el voto como
derecho universal y presente elecciones libres, competitivas y periódicas a fin de
constituir a los representantes que han de gobernar y tomar las decisiones públicas
de una sociedad. Los partidos políticos en un régimen así son el medio institucional
a través del cual los ciudadanos hacen rendir cuentas al gobierno mediante el
sufragio, pues de esta manera se responsabiliza a los candidatos presentados por
uno u otro partido en el poder.

Sin embargo, el descrédito de los partidos políticos en las últimas décadas ha


suscitado una crítica a la concepción liberal. En la que se ha conceptualizado a la
democracia como un asunto más allá de lo estrictamente electoral. Este nuevo
enfoque considera necesario una continua y amplia participación de la sociedad en
todos los ámbitos de interés público. De tal modo que las tensiones sociales puedan
tener resolución mediante la redistribución del poder, para que las decisiones las
tome la mayoría y no sólo un reducido grupo social.

Como resultado de comparar estos dos enfoques es posible entrever lo complejo


que es estudiar la democracia como un asunto más amplio, lo cual complica la tarea
de los politólogos. No obstante, incluso la democracia en su aspecto electoral es un
proceso extenso y riguroso. E, incluso, la representación política por medio de
autoridades sigue siendo necesaria en sociedades cada vez más complejas y con
menos participación empíricamente observable en actividades que requieren un
intenso compromiso y costo. Por lo cual, pese a su descrédito, los partidos políticos
siguen siendo una herramienta fundamental en el futuro de las democracias.

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Referencias:
Della Porta, Donatella (2017). Democracias, participación, deliberación y movimientos sociales.
Argentina: Prometeo editorial.

Easton, David (1992). Esquema para el análisis político. Buenos Aires: Amorrortu.

Goodin, Robert E. (2003). “Las instituciones y su diseño.” En Teoría del diseño institucional. España:
Gedisa.

Valdés Vega, Ma. Eugenia (2007). “Sistema político, régimen y gobierno”. Emmerich, Gustavo E. y
Alarcón Víctor (coord.). Tratado de Ciencia Política. México: Anthropos. UAM-I.

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