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Juan Esteban Gallego Cano

T.I 1004628912
Marzo 07/2018
5 minutos más…

Gracias a las ansías de poder abarcar la mayor cantidad de dinero, las sociedades poseen a
ciertos individuos que de ningún modo rechazarían la “grandiosa” oportunidad de trabajar el
doble e inclusive el triple con el único fin de lograr acrecentar su poder adquisitivo y elevar su
estatus social a través de lo que el dinero les puede ofrecer, tratando de un quizás infructífero
modo darse aquellos lujos que sin permanecer despierto hasta muy tarde trabajando o tener todo
listo para el día siguiente inclusive durante su aniversario de bodas sea un limitante; esto, claro
está, es una decisión en la mayoría de casos no es impuesta externamente sino que proviene del
interior de cada trabajador, en ocasiones motivados por alcanzar esas condiciones económicas
privilegiadas e insospechadas para algunos y obtener, en menor grado, un reconocimiento
“especial” por el alto índice de desempeño laboral que se puede lograr alcanzar frente a sus jefes,
en contraposición con los índices normales y “bajos” de aquellos que ni siquiera se atreven a
hacer el más ínfimo esfuerzo por superarse y salir de su zona de confort, que además, les
proporcionaría ganancias monetarias impensables.

En algunos centros urbanos, la adicción al trabajo es tan común que la gente no la considera
como algo inusual: aceptan este estilo de vida como lo normal. Las personas que trabajan para el
gobierno en Washington, D.C., por ejemplo, trabajan entre sesenta y setenta horas a las semanas
y no lo hacen porque estén obligados, sino porque quieren.

La adicción al trabajo puede ser un problema muy serio. Debido a que los verdaderos adictos
al trabajo prefieren el trabajo a cualquier otra cosa, no saben cómo relajarse: no disfrutan de una
buena película, el deporte o cualquier tipo de entrenamiento en general. La vida de los adictos al
trabajo suele estar llena de tensión y preocupación, y estas pueden originar problemas de salud
como ataques al corazón o úlceras estomacales. Además, el adicto al trabajo típico no suele
prestarle mucha atención a su familia. Pasa poco tiempo con sus hijos y su matrimonio, por lo
general, acaba en divorcio.
Estas condiciones de trabajo extremas, como fue mencionado antes, no son beneficiosas en
ningún sentido ni para el adicto, ni para su núcleo social de primer grado puesto que, debilitan
los lazos de convergencia que antes los hacía coincidir, hasta el punto de poner al seudo-afectado
en condiciones similares a las de un ermitaño que se aleja sin control y sin límite de sus
actividades cotidianas, esto con el fin de rendir de manera excesiva con altos índices de
perfeccionamiento, en ocasiones injustificadamente. Se sugiere pues, establecer parámetros de
control a la intensidad horaria del trabajo, posibilitándole a otras actividades no concernientes al
trabajo florecer, estas a su vez le permitirán al trabajólico experimentar nuevas formas de
eficiencia como es el caso de la práctica de actividades deportivas diversas o el disfrute de
actividades como la lectura o la música que le ayudarán a concretar sus ideas conforme
lineamientos de prioridad acuciosos, y reencontrase con el mundo exterior, que tanto le puede
beneficiar.

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