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Y SALUD PÚBLICA
Andreu Segura Benedicto
FUNDACIÓN
Ortega-Marañón
Fundación José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón
14 CUESTIONES ÉTICAS EN PREVENCIÓN
Y SALUD PÚBLICA
Dr. Andreu Segura Benedicto
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14 CUESTIONES ÉTICAS EN PREVENCIÓN
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Dr. Andreu Segura Benedicto
índice
Introducción 4
Las actividades de la salud pública 5
Implicaciones éticas de las actividades de la salud pública 6
La protección de la salud 6
Vigilancia y control 8
Promoción de la salud 9
Las actividades preventivas 13
Conclusiones o puntos clave 23
Artículos de lectura muy recomendada 24
Notas 25
Referencias bibliográficas 26
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Introducción
Tradicionalmente se asocian las actividades preventivas a la salud pública, sobre todo
si se identifica ésta como especialidad médica. Sin embargo, la salud pública es más bien
la expresión organizada del propósito de la sociedad para proteger y mejorar la salud de
la población1. Por lo que, además de ser el componente de los sistemas sanitarios
encargado específicamente de proporcionar servicios colectivos de protección y de
promoción de la salud a la población, forma parte también de otros sectores que influyen
benéficamente en la salud de los ciudadanos, ya sea protegiéndola, como ocurre con la
seguridad viaria, la alimentaria o el saneamiento, bien sea mejorándola mediante un
urbanismo adecuado, una vivienda digna o una educación suficiente.
Las implicaciones éticas de la salud pública son notables. En el ámbito de las políticas,
por ejemplo, puesto que al escoger entre unos problemas y otros y distribuir los recursos
disponibles de acuerdo con las prioridades decididas, se producen efectos sobre la
justicia y la equidad. También las intervenciones y actividades de promoción de la salud
pueden afectar al principio de autonomía e incluso al de beneficencia o al de no
maleficencia, debido a eventuales coacciones más o menos paternalistas o incluso al
fomento de conductas que se pretenden benéficas y que no siempre lo son, a pesar de
que siempre comporten potenciales efectos adversos. Lo que ocurre también con las
actividades de protección de la salud que, a menudo, suponen una limitación de la
libertad de personas y empresas para evitar posibles daños o riesgos a terceros. Y desde
luego las actividades de vigilancia que, en ocasiones, pueden invadir la esfera de la
privacidad y vulnerar el derecho a la confidencialidad en las actividades médicas.
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De ahí que, además de los planteamientos utilitaristas sobre los que se acostumbran a
justificar éticamente las decisiones en el ámbito de salud pública, es decir, siempre que
maximicen el beneficio neto que sobre la población produce una determinada
intervención, se postulen otros de carácter más comunitario o comunitarista, que
acentúan este componente social de las personas2. Planteamientos distintos de los que
por desgracia han caracterizado los nefastos totalitarismos del siglo XX.
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Implicaciones éticas
de las actividades de la salud pública
Como señala Gostin, se puede hablar tanto de una ética de la salud pública, como en
o para la salud pública4. Así, por ejemplo, Thomas et al.5 proponen un código
deontológico basado en doce principios que deberían asumir los profesionales de la
salud pública. Sin embargo, nos limitaremos a las implicaciones que afectan a las
actividades colectivas de promoción y protección de la salud y a las de vigilancia y control
de los problemas de salud de las poblaciones.
La protección de la salud
Las actividades de protección de la salud pueden limitar la libertad de acción de
las personas que con su conducta incrementan los riesgos para la salud de terceros,
sea el caso de los fumadores pasivos o de los lesionados como consecuencia de un
accidente de tránsito originado por un conductor ebrio. Limitaciones que pueden
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En este sentido vale la pena plantear una cuestión ética específica sobre el
eventual dilema que implica la intención o el prejuicio. ¿Hay que ser más exigente
cuando el interés o el propósito son económicos que si la intención es altruista? ¿Las
buenas intenciones justifican las intervenciones sanitarias? Dadas las consecuencias
que pueden comportar sobre la salud de las personas parece que la respuesta
debería ser que no a ambas preguntas.
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eficientemente la caries dental6. Entre los detractores los argumentos más extremos
señalan bien el peligro del flúor para la salud, bien el derecho a no recibir ningún
tratamiento colectivamente sin su aprobación. Claro que se puede argumentar, por
ejemplo, que sin la cloración muchas infecciones de transmisión hídrica se habrían
propagado entre la población.
Pero son muchas las situaciones entre las que se plantean dilemas acerca de los
valores en litigio y de los derechos y de los deberes de los ciudadanos y de los
poderes públicos. Entre ellos destacan los relativos a la seguridad vial y el
establecimiento de obligaciones cuyo incumplimiento acarrea sanciones incluso en el
ámbito penal. La obligación de utilizar el casco o llevar puesto el cinturón de seguridad
son ejemplos de intervenciones de protección de la salud cuyo propósito principal,
sino único, es evitar las lesiones o mitigar sus potenciales efectos de quienes los usen.
Decisiones que limitan la autonomía de las personas para decidir su comportamiento.
Un conflicto entre los principios de beneficencia (o no maleficencia) y el de autonomía.
Que hay quien solventa pretendiendo que, dado que en un sistema sanitario público
los costes de tratar a los lesionados provienen de la sociedad en su conjunto, es
legítimo minimizarlos. Otros en cambio recurren a la idea de proporcionalidad según
la cual la coacción es pequeña en relación al potencial beneficio.
Vigilancia y control
Las medidas de vigilancia y monitorización de la salud pueden comportar
conflictos entre el derecho a la intimidad y a la confidencialidad y la utilización de
datos personales para limitar la propagación de enfermedades o para analizar el
eventual papel causal de agentes a los que han estado expuestas unas personas y
otras no. La flamante ley general de salud pública en su disposición adicional tercera
ha modificado el texto de la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de
Protección de Datos de Carácter Personal en el sentido siguiente: “Cuando ello sea
necesario para la prevención de un riesgo o peligro grave para la salud de la
población, las Administraciones sanitarias a las que se refiere la Ley 33/2011, General
de Salud Pública, podrán acceder a los datos identificativos de los pacientes por
razones epidemiológicas o de protección de la salud pública. El acceso habrá de
realizarse, en todo caso, por un profesional sanitario sujeto al secreto profesional o
por otra persona sujeta, asimismo, a una obligación equivalente de secreto, previa
motivación por parte de la Administración que solicitase el acceso a los datos”.
También puede haber conflicto de intereses cuando las medidas para controlar
situaciones epidémicas implican alguna restricción de la libertad de las personas o de
las actividades que llevan a cabo, como por ejemplo el aislamiento, que consiste en
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Promoción de la salud
Las actividades de promoción de la salud son, conceptualmente al menos,
distintas de las preventivas, aunque obviamente evitando la enfermedad se mejora
la salud. Si entendemos la salud como algo más y distinto que la simple ausencia de
patología incluso resulta posible vivir más o menos saludablemente una
enfermedad, lo que, en estos tiempos de envejecimiento demográfico y notable
prevalencia de trastornos crónicos de salud literalmente incurables – lo que no
significa, claro está, que no puedan ser objeto de actividades médicas benéficas que
permiten una buena calidad de vida a los afectados por la diabetes, los reumatismos
articulares, etc.— comporta buenas perspectivas de intervención paliativa.
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y otros es necesario pero no suficiente para alterar los patrones de conducta que
vienen muy condicionados por factores colectivos del entorno urbano, del medio
social –familia, trabajo, ocio, etc. — y de los valores e intereses. De ahí que la deriva
medicalizadora de las actividades clínicas preventivas sea poco conveniente.
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Una cuestión ésta la de las expectativas que da mucho de sí, puesto que
proporciona una panorámica demasiado favorable a las capacidades de la sanidad.
No todo es abordable desde la perspectiva de la sanidad o de la medicina. Así, cuando
la ansiedad se trata exclusivamente como un problema médico se desatiende el papel
de señalizador de conflictos que la respuesta ansiosa a menudo comporta. También
resulta curioso que muchos pacientes se sientan frustrados cuando el médico les hace
esperar en la consulta sobre todo si es en la consulta pública más que en la privada.
Tal vez porque en lugar de buscar apaño a los problemas lo que se pretende es ejercer
un derecho.
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Por otro lado estas consideraciones son útiles cuando la cartera de servicios
preventivos incluye actividades que en el contexto de los ensayos clínicos funcionan
pero que en la práctica no producen efectos comparables. Algo que está ocurriendo
con las actividades preventivas de las enfermedades vasculares. A pesar del
consumo desaforado en términos de visitas, pruebas analíticas y prescripción de
medicamentos, el impacto sobre la obesidad y el exceso de peso es incluso
negativo y muy insuficiente respecto del sedentarismo. Pero es que tampoco las
cifras de control adecuado de la hipertensión14 o de colesterol plasmático15 entre los
usuarios atendidos son satisfactorias.
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cualquier otra intervención no son nunca del todo inocuas17; la dificultad de cuantificar los
beneficios de la prevención en cada una de las personas –mucho más difícil que cuando
se consideran globalmente los beneficios y perjuicios en el conjunto de la población—;
que para cada uno de los pacientes el valor que se le da a la prevención puede ser dispar
y desde luego puede diferir del que le da el médico: y lo que tal vez sea más importante
en la práctica, la interferencia que tales actividades pueden implicar sobre las otras
funciones de los médicos asistenciales18.
Pero no solo son las visitas de control de los pacientes hipertensos o dislipémicos las
que constituyen las actividades preventivas habituales en atención primaria. Losilla y
Altisent19 nos recuerdan que además se llevan a cabo inmunizaciones, se valora el
desarrollo infantil, se procede al diagnóstico oportunista de otros factores de riesgo y de
enfermedades subclínicas, se proporcionan consejos y recomendaciones de educación
sanitaria y hasta se desarrollan programas preventivos específicamente dirigidos a grupos
seleccionados de la población cubierta. Lo que puede comportar una notable cantidad de
tiempo según las directrices que se sigan. En este sentido cabe recordar que la aplicación
de las recomendaciones del Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la
Salud (PAPPS) para el adulto se estima que consumía entre 1’48 y 2’31 horas de la
consulta cotidiana20. Claro que llevar a cabo las recomendaciones de la US Preventive
Services Task Force, requiere más de siete horas diarias21.
Lo que nos lleva a considerar qué criterios deben seguir los profesionales para adoptar
unas u otras actividades. Sin olvidar que existe una fuerte presión sobre el médico para
aumentar la actividad preventiva. Porque se entiende como una ampliación del mercado
sanitario. Algo a lo que no es ajena la tendencia general al consumismo como motor
económico de la sociedad con la consiguiente trivialización de la medicina22 de modo que
tanto la industria sanitaria, como otros sectores económicos y la misma población
parecen haberse conjurado en el sentido de intervenir cada vez más y cuanto antes en la
salud y la enfermedad. Claro que no tendría porqué ser así ya que la austeridad podría
tener también consecuencias preventivas.
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En este sentido vale la pena tener en cuenta las prescripciones del recientemente
aprobado Código de Deontología Médica del Consejo General de Colegios Oficiales de
Médicos que en el apartado 4 del artículo 5 señala que “el médico jamás perjudicará
intencionadamente al paciente y le atenderá con prudencia y competencia”. Y en el apartado
2 del artículo 7 en su calidad de “… principal agente de la preservación de la salud, debe
velar por la calidad y la eficiencia de su práctica, principal instrumento para la promoción,
defensa y restablecimiento de la salud”. Más adelante, en el apartado 1 del artículo 12 se
dispone que “ ...respetará el derecho del paciente a decidir libremente, después de recibir
la información adecuada… la suficiente y necesaria para tomar decisiones”. Y en el artículo
15.1 se precisa que la información será “...comprensible; con veracidad, ponderación y
prudencia”. Habitualmente se obtendrá el consentimiento verbal del paciente y cuando la
intervención suponga un riesgo significativo “... se obtendrá el consentimiento por escrito”
como establece el apartado 2 del artículo 16. Pero es el artículo 25 el que se refiere
específicamente a la prevención de la enfermedad y a la promoción de la salud, afirmando
en su apartado 2 que constituye un deber ético siempre que se lleve a cabo de forma leal y
competente “ .. para que el paciente asuma sus responsabilidades en materia de salud, y en
el apartado 3 que “la promoción de actividades preventivas sólo es deontológicamente
correcta cuando tiene un valor científico probado” 26
Criterios que pueden aplicarse a las distintas actividades preventivas que, de acuerdo
con los distintos propósitos, se agrupan en diversas categorías. Tradicionalmente se
consideraban tres: la prevención primaria que pretende disminuir o incluso evitar
totalmente la incidencia de una determinada enfermedad) la secundaria (que persigue
mejorar el pronóstico de una enfermedad ya existente si bien en general incipiente) y la
terciaria (que se propone evitar o limitar secuelas y complicaciones del tratamiento de una
enfermedad determinada) a las que se les ha añadido la prevención primordialc que
podría considerarse sinónimo de la promoción de la salud y la cuaternaria que enfatiza la
prevención de la iatrogenia27.
Las actividades clínicas de prevención primaria incluyen las vacunas y cualquier otra
medida profiláctica, como por ejemplo las recomendaciones higiénicas o los tratamientos
preventivos con inmunoglobulinas o con antibióticos. Las consideraciones éticas que
afectan a la vacunación no sólo se refieren a la práctica asistencial. La decisión de incluir
una determinada vacuna en los calendarios oficiales corresponde a las autoridades
sanitarias y tiene repercusiones sobre la justa distribución de los recursos comunes, de
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modo que hay que tener en cuenta la equidad y el principio ético de la justicia, sobre todo
cuando se trata de vacunas particularmente caras como las de los virus del papiloma
humano28 aunque el impacto económico de las vacunas sea muy inferior al de otros
medicamentos como las “estatinas” que, a pesar de que su utilidad en prevención primaria
sea muy discutible, encabezan el ranking de fármacos prescritos con receta pública en
España29. En este caso, la cuestión seria si con el dinero que cuesta la administración de
esta vacuna se podría atender un problema más importante o más vulnerable a la
intervención sanitaria; lo que se conoce como el coste de oportunidad30. Claro que se
pueden plantear otras cuestiones morales, como por ejemplo, si la presión que ejerce el
sistema sanitario sobre los padres de las niñas para que estas se vacunen al incluir la
vacuna en el calendario, está suficientemente justificada al tratarse de una intervención que
principalmente busca el beneficio de la persona vacunada y de una enfermedad que se
adquiere mediante las relaciones sexuales que, en la mayoría de los casos son voluntarias,
aunque la previsible protección resulte claramente superior si se generaliza su
prescripción31. Como es obvio, el dilema seria mayor si la vacunación fuera legalmente
obligatoria como lo es todavía en algunos países y como lo fue en sus inicios. No hay duda
de que la vacunación es uno de los hitos de la moderna medicina preventiva, gracias al
impacto logrado frente a enfermedades como la viruela o la poliomielitis, aunque no todas
las vacunas son iguales en sus efectos, ni tampoco es igual la pertinencia de su uso32.
En el ámbito asistencial muchas son las situaciones que pueden dilucidarse mejor bajo
una perspectiva ética33. Entre ellas por ejemplo los déficits en la cobertura de la población
infantil adscrita a un equipo de atención primaria. Lo cual puede ser debido a las
reticencias de los padres, que en este caso acostumbran a ser de niveles educativos altos
o, más frecuentemente, al desconocimiento o las dificultades de acceso que
experimentan los grupos sociales más desfavorecidos. En el primer caso la eventual
apelación al principio de autonomía por parte de los padres debe ser equilibrada
mediante el principio de no maleficiencia no solo para sus hijos sino para el conjunto de
los niños de la zona, siempre que se trate de una infección susceptible a la inmunidad
colectiva. En el segundo supuesto el principio ético que está en peligro es, además del
de beneficencia, el de justicia.
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conseguida, las reticencias a la vacuna se han mantenido largo tiempo35. Distinto es el caso
de Andrew Wakefield y su tristemente célebre artículo publicado el 1982 en Lancet, hoy
finalmente retractado y su autor expulsado del Colegio de Médicos por conducta impropia; la
supuesta asociación entre la vacuna del sarampión y el autismo deducida abusivamente de
una serie de casos inadecuadamente seleccionados, utilizada interesadamente por el autor
para alarmar a la población acerca de los peligros de la vacuna36.
Tal vez convenga explorar de nuevo los motivos de la gente para no vacunarse38 y
desde luego escuchar a los padres39. Sin olvidar las actitudes de los profesionales40 y sus
conocimientos y habilidades41. En cualquier caso, es más fácil obtener la confianza de la
población rindiendo cuentas y dando explicaciones adecuadas sobre el impacto de las
intervenciones, lo que ayuda además a evitar la generación de expectativas exageradas
o poco racionales.
En cualquier caso cabe tener bien presente que las estrategias preventivas basadas en
acentuar los efectos benéficos individuales adolecen de una debilidad conceptual. En
efecto, como señalaba Geoffrey Rose, la mayoría de las personas que se exponen a las
actividades preventivas probablemente no obtendrán beneficio directo personal, mientras
que además de las eventuales inconveniencias que puede comportar el cumplimiento de
la recomendación, se exponen a los potenciales efectos adversos43.
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Por la propia naturaleza del procedimiento de tamizado, sea una prueba analítica o
de imagen, un examen físico o una serie de preguntas, los cribados son inducidos
desde el sistema sanitario44. Inducir significa conseguir que un tercero lleve a cabo una
determinada acción mediante consejos, promesas o amenazas. Una de las acepciones
que destaca el diccionario del uso del español de Maria Moliner se refiere,
precisamente, a hacer incurrir a alguien en un error, pecado, engaño, tentación o cosa
semejante. La inducción va más allá de la mera oferta y de la invitación a participar.
Supone, pues, seducir o coaccionar. Los alicientes para inducir los cribados son muy
variados. Como destaca Meneu45, la paradoja de la prevención de Rose tendría como
corolario que no se debe esperar demasiado de la educación sanitaria individual. La
gente no estará muy motivada para seguir nuestros consejos porque obtiene poco
individualmente, especialmente a corto y medio plazo. A lo que se añade el efecto
disuasorio que supone siempre asumir las molestias primero y esperar que en el futuro
se reciban los beneficios. Es lo que denomina la paradoja de la prevención more
económico: el beneficio social resulta poco atractivo para el individuo ya que presenta
preferencias temporales diferentes para costes y beneficios46. Si esperamos que el
comportamiento de los individuos no responderá al que consideramos racional dada
una determinada ponderación de beneficios y riesgos, y además desconfiamos de
nuestras capacidades suasorias, la deriva hacia el escamoteo de información resulta
verosímil. Es decir, estamos ante un terreno abonado para la peor expresión del
arrogante utilitarismo que algunos autores atribuyen a la práctica de la salud pública47.
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Las consideraciones éticas aplicables a las intervenciones preventivas son las mismas
que afectan a todas las actividades sanitarias, básicamente los mencionados principios
de autonomía, no maleficencia, de justicia y de beneficencia. El principio de no
maleficencia, formulado tradicionalmente como “primum non nocere” adquiere una
dimensión particular en el caso de los cribados, ya sea en prevención secundaria o
primaria, porque se trata de actividades dirigidas a poblaciones mayoritariamente sanas
y, sobre todo, al ser inducidas por la oferta.
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Las buenas intenciones que, faltaría más, se suponen, resultan insuficientes para
garantizar la seguridad. Abundan, por desgracia, los ejemplos entre los cuales vale la
pena destacar el del tratamiento hormonal de la menopausia, indicación favorecida por
una interpretación sesgada de los indicios proporcionados por investigaciones
epidemiológicas observacionales que han llevado a la embarazosa situación de
reconocer que los beneficios de la intervención a largo plazo se limitan a la prevención
de las fracturas óseas secundarias a la osteoporosis, a cambio de incrementar el
riesgo cardiovascular y la incidencia de algunos cánceres.
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Una mención particular merecen los cribados que detectan marcadores genéticos
de susceptibilidad, dado que, en la mayoría de los casos, la eventual beneficencia está
lejos de haberse probado. La variabilidad misma de los componentes genéticos de
muchas enfermedades limita la capacidad predictiva de muchas pruebas, que se
incrementa gracias a la irregular expresividad y a la incompleta penetrancia. Entre las
eventuales consecuencias negativas no son menores las que permiten la
discriminación y rompen la confidencialidad en beneficio de terceros, de forma que es
exigible una garantía superior de seguridad y controles estrictos de su práctica, así
como establecer claramente la validez y los beneficios de las pruebas antes de su
generalización54.
Pero tal vez estemos dando excesiva importancia a una cuestión más bien formal y
que en cierta forma evoca las bizantinas discusiones propias de la escolástica
medieval. Lo que entiende, o al menos entendía hasta hace poco, la gente de la calle
por prevención de la enfermedad es conseguir que no se produjera, que no diera
comienzo. Todas las demás categorías no son sino la consecuencia de ampliar el
espectro de la enfermedad hasta límites ignotos. Como decía ya Aldous Huxley el 1958
en la nueva visita a un mundo feliz, “la investigación de las enfermedades ha avanzado
tanto que es cada vez más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano”.
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Losilla M, Altisent R. Ética de la prevencion: ¿es mejor prevenir que curar? AMF 2010; 6:
498-504
Una descripción clara de las posibles actividades preventivas— particularmente las
vacunaciones y la detección precoz oportunista— que se pueden desarrollar en el ámbito
de la atención primaria de salud junto a un conciso análisis de las ventajas e inconvenientes
que pueden comportar para la salud de los pacientes, desde una sistemática consideración
de los principios de la bioética que conviene considerar en cada caso.
(Accesible en http://amf-semfyc.com/upload_articles_pdf/No_todo_es_clinica.pdf)
Notas
a
La definición original es : “la salud es aquella manera de viure que és autònoma,
solidària i joiosa” Joiosa puede traducirse como gozosa aunque se pueda entender
también como plena, que vale la pena.
b
El grupo de trabajo Canadian Task Force on Preventive Health Care , anteriormente
denominado Canadian Task Force on Periodical Health examination se fundó en 1976
y desarrolló una metodología original de valoración de las actividades preventivas
que desde el año 2000 fue adoptada también por el US Preventive Services Task
Force. Se desmanteló el año 2005 y en el 2010 ha sido refundado por la Agencia de
Salud Pública del Canadà. (vease http://www.canadiantaskforce.ca/index.html ) El
grupo de trabajo USPreventive Services Task Force está adscrito a la Agencia de
Investigación y Calidad Sanitaria (AHRQ) fue creado en 1984 y consiste en un panel
de expertos independientes que elaboran y actualizan recomendaciones sobre
actividades preventivas ( vease http://www.USPreventiveServicesTaskForce.org )
c
Concepto introducido en 1978 por el cardiólogo servio Toma Strasser para acentuar
la importancia de una vida saludable en la prevención de la enfermedad, y, en el otro
extremo, el término prevención cuaternaria acuñado en 1985 por el médico de
cabecera belga Marc Jamoulle, que pone el acento en evitar los efectos adversos de
las intervenciones médicas, incluidas las preventivas.
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