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Soy mujer trans y le pregunté a los hombres que me gustan por qué no quieren

acostarse conmigo

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Platicamos con la pareja que ha tenido sexo en un escenario durante los últimos 16 años Djanlissa Pringels17 de marzo de 2019

Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

El pasado día de San Valentín lo pasé sola y fue una mierda. No me sentía deseada ni podía hacer nada para cambiarlo. Pero sobre todo quisiera saber por qué los
hombre que me gustan —hombres cisgénero, heterosexuales de veintitantos años— no quieren acostarse conmigo. Por eso hice lo único que podía hacer: preguntárselo
por mensaje.

Mis amigos me explicaron por qué no les gusto a los chicos que me gustan: según ellos, no quieren coger conmigo porque son heteros. “Es que, bueno, le gustan las
mujeres”, me dicen, dejando patente su transfobia. Mis amigos estaban dando por sentado que la heterosexualidad es la atracción del hombre hacia la mujer, por lo que
yo quedo excluida.

Las explicaciones sobre el deseo sexual son como una caja de bombones: hay de todo, desde hombres blancos mayores chapados a la antigua a teóricos críticos
contemporáneos.

Freud atribuye la atracción sexual al daño causado por los padres, mientras que Darwin considera que está determinada por rasgos relativos al instinto reproductivo. El
psiquiatra y pensador poscolonialista Frantz Fanon y la académica feminista negra Hortense Spillers aducen que el deseo es producto de la influencia de fuerzas
sociales más genéricas, como el colonialismo y la herencia de la esclavitud.

Hay quien asegura que el deseo es una variable predeterminada, mientras otros lo consideran un valor inculcado. Pero también sabemos que el deseo es flexible: por
ejemplo, la atracción sexual de las chicas trans (y las personas trans, en general) a menudo cambia después de empezar la transición. Aunque los estudios corroboren lo
que es obvio —que la mayoría de las personas cis, tanto queer como heterosexuales, no saldrían con transexuales—, no puedo evitar preguntarme qué haría falta para
que alguien quisiera acostarse conmigo.

En cualquier caso, sea cual sea el mecanismo indescifrable que regula el deseo masculino, no es que ningún hombre, como colectivo, vaya a querer follarme. La verdad
es que, como tantas otras chicas trans, me precipito a etiquetar a los hombres que nos desean abiertamente de chasers, un término despectivo para referirse a los
hombres que ven a las mujeres trans como un fetiche ocasional o un pasatiempo de tiempo completo. Por esa razón suelo descartar a estos pretendientes sexuales y
tiendo a fijarme en chicos que solo están interesados en chicas cisgénero. Y son precisamente esos chicos los que nunca quieren sexo conmigo.

Pongamos el ejemplo de Chris. Un chico alto y gracioso con una sonrisa de esas que te dan ganas de partirle la cara. Pues estuve enamorada de ese chico durante cinco
años en la universidad. Somos buenos amigos, tanto que solíamos mear juntos en una jarra cuyo contenido luego tirábamos por la ventana, todo porque no nos
atrevíamos a ir a los baños comunitarios. Hemos compartido más fluidos corporales como amigos que sexualmente.

Pero sí que hemos intercambiado más flirteos que mucha gente en Bumble. Él se acurrucaba conmigo, él era quien me decía lo guapa que iba antes de las fiestas y
quien perreaba conmigo en la pista de baile. Una vez, mientras dábamos un paseo, me dijo: “Me gusta la idea de acostarme con mis amigas”. (Y su historial lo
demostraba). Puede que Chris fuera un completo idiota, puede que fuera un firme defensor del poliamor, tal vez ambas cosas, pero yo fantaseaba, con que yo sería su
próximo tributo, al más puro estilo Katniss Everdeen.

Un día mientras cenábamos empezó a suspirar por Kim Petras. Quién no lo haría, es Kim Petras, la sobrina lista de Barbie. Empezó a imaginarse un encuentro sexual
con la estrella del pop, admitiendo que estaba abierto a la idea de acostarse con mujeres trans.

Decidí que era el momento de pasar a la acción. Un fin de semana, la primavera pasada, después de una noche de copas, me metí en su cama vacía dispuesta a confesar
que me gustaba.

Cuando volvió, más tarde, yo ya estaba murmurando: “¿Por qué no me coges?”.

Me lanzó una sonrisa traviesa e hizo una broma al respecto. Y ahí se acabó todo.

¡Hasta ahora! Bendecida con el punto de vista etnográfico de quien escribe una columna de sexo, le envié un mensaje porque quería decirle un par de cosas. Y
hacérselas también.

Fantaseé con que le desconcertara que pusiera en duda su atracción por mí. Quería que confesara su anhelo reprimido. Quería que fuera mutuo, quería que fuera
romántico y quería que fuera hetero.

Xq no me follas? Sé sincero, pls.

En la pantalla no hacía más que aparecer y desaparecer la palabra “escribiendo”. Se me pasó la noche esperando.

“No sé cómo funciona el deseo, pero supongo que hay algunas características o rasgos por los que me suelo sentir atraído”, escribió.

Y añadió: “Y tú no los tienes”.

Lloré. Vaya que si lloré. Y luego pasé a mi siguiente víctima. Le pregunté a Alex, mi compañero de departamento, un hombre tan alto como abofeteable al que le he
pedido en varias ocasiones, por no decir demasiadas, que cuchareara conmigo. Cuando he intentado besuquearlo, no ha funcionado. ¿Por qué?
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“Puedo hacerte una lista de lo que se me ocurre…”.

“Hazla”. Y nada más decirlo, me arrepentí. “¡Espera, mejor no!”.

Ignora mi interrupción y sigue con su idea original“… pero eso no quiere decir que sean las razones por las que no quiero involucrarme contigo”.

“¡Es porque eres trans!”. Eso dirían algunos de mis amigos ahora mismo. “¡Te lo dije!”. Mi opinión al respecto: claro que puede ser por eso. O por las estrías, los
lunares en sitios desafortunados o cualquier otra cosa que demuestre que soy una mujer de carne y hueso. Estoy dispuesta a enfrentarme a cualquier otra mujer trans que
asuma que la rechazan solo por su transexualidad. Pero a mí es la única carta que me queda en la baraja.

Cuando un hombre hetero me dice que no le gusto yo ni ninguna mujer trans, me siento emocionalmente herida.. Una mujer inteligente se alejaría y buscaría a alguien
que sí estuviera interesado. Pero mis deseos son tan parciales como los de estos hombres. No quiero buscarme otros. Los quiero a ellos.

Puedo parecer un poco agresiva con la pregunta “¿Por qué no me coges?”. Puede que suena a que tengo derecho a que me deseen. ¿No sería maravilloso que coger
fuera parte de los Derechos Humanos? Por desgracia, no lo es. El deseo no se puede imponer ni puede adaptarse a la política. Algunas feministas podrían diagnosticar al
deseo de estos hombres con una grave transfobia (y seguramente otros muchos prejuicios). Quiero decir, sería genial que un curso básico de transexualidad sustituyera
al Viagra, si #TransIsBeautiful fuera una orden y no solo una afirmación.

Pero la idea de no sentirse atraído por mujeres trans confunde el deseo con la racionalidad. No quieres porque sabes, quieres porque sientes. El cerebro puede entender
que las mujeres trans son mujeres, pero las erecciones solo entienden de sentidos. Si fuera una buena feminista, a estas alturas ya me estaría tirando a otras mujeres
trans.

Entiendo a Alex y a Chris. A mí me gustan los hombres que miden más de 1,80 con barbita de tres días y que sepan de filosofía. Pero cuando intento llevar ese deseo a
la práctica (léase: pasar tiempo con los representantes tan horribles y vanidosos de ese tipo de hombres), desaparece. Aunque se basa en la apreciación de ciertos tipos
de cuerpos en detrimento de otros, al final el deseo no se apoya en nada más que en el propio deseo.

Alex, Chris y yo hemos dejado claro lo complejo que es el tema de la excitación. No son capaces de explicar por qué no les atraigo. Incluso cuando intentan dar una
respuesta sólida, acaban envueltos en una nube de incertidumbre. Y no quería que Alex y Chris me dijeran que intentarían cogerme, que cambiarían sus deseos. No
quiero vivir en un mundo con postales de San Valentín que digan: Sé mía… porque soy aliado.

Ese es el problema del deseo sexual: es lo que es, pero también es la sociedad la que lo construye. “Celebra tu sexualidad”, como dirían los partidarios del positivismo
sexual, pero “ni se te ocurra olvidar que tus deseos son violencia hasta la médula”, como recomendarían las feministas más críticas. El pensamiento idealizado del
romanticismo anima a disfrutar de la primera premisa y a ignorar la segunda.

Quiero ser muy hetero, pero la transexualidad no empata del todo con esto. Ya he cambiado para ser una mujer. No debería, y sinceramente, no puedo, cambiar a los
hombres heteros. Creo que no dejo de fallar en el juego de la heterosexualidad, pero en realidad, es la heterosexualidad la que me está fallando a mí.

Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

Hay dos razones por las que no me gusta ser activa: la primera es que requiere mucho esfuerzo y prefiero no sudar; la segunda es que soy una mujer trans no operada y
la única postura en la que me encuentro cuando penetro a una pareja con mi pene es en una de vulnerabilidad existencial.

He ignorado la mayoría de peticiones para hacer el papel de activa porque sentí que mi femineidad estaba en juego. Si dejara mi papel de pasiva, me estaría apartando
de las expectativas que se tienen de las mujeres cisgénero heterosexuales: ser penetradas. Cuando penetro, los deseos de mi pareja parecen más ambiguos: ¿Qué soy yo
para él?

Ese sentimiento de ansiedad permeó mi primera experiencia como activa; fue una excepción que concedí a mi antiguo amor de la preparatoria, quien quería perder la
virginidad de su trasero después de nuestro primer semestre en la universidad. Al principio dudé, pero quería que mi ex tuviera una buena primera vez anal, así que la
activa que llevo dentro tomó las riendas.

Después de sexiliar al rancio de su compañero de departamento, deslicé mi pene en el culo de Matt. Por votación popular, me habían designado como el gay con quien
el rey de la fiesta, cuyo nombre cambié para proteger su identidad, tendría su primera experiencia sexual gay. La experiencia de ser activa con él me puso paranoica: ¿Y
si yo seguía siendo un chico de 16 años para mi ex? ¿Y si nada había cambiado? ¿Y si yo no he cambiado? Pero obviamente, las cosas habían cambiado: ya era copa B
y usaba nuevos pronombres, solo que en ese momento el único cambio que sentía era la sangre que me brotaba de la nariz y caía sobre la espalda de mi ex, que estaba
en cuatro patas. Quizá fue una señal de Dios para decirme que el papel de activa no era lo mío.

Aunque hubiéramos echado al compañero de Matt, no sentía que estuviéramos solos. Lo que tengo en la bragueta atrae a visitantes indeseados: curiosos y presentadores
de talk shows conservadores. Ellos hacen que el papel de activa sea todavía más violento: siento que mi pene no es mío porque… bueno, muchas veces no quiero que lo
sea, pero también porque parece que la opinión de la gente sobre mis genitales vale más que la mía. Mi entrepierna es objeto de debate y escrutinio entre legisladores y
comentaristas. Un bulto sospechoso bajo un vestido alerta a los agentes de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA) sobre una “anomalía” que requiere
una inspección invasiva. Un cuerpo con pene en un baño de mujeres es una amenaza sexual inminente. Una chica con pito constituye en sí mismo un género de Pornhub
con el que la gente se masturba para después olvidarlo al cerrar la ventana de incógnito en Chrome. El cuerpo de una chica trans es o un arma o un juguete sexual.

La relación con el rol de activas de las mujeres trans va más allá del voyerismo transfóbico, así que decidí escribir a varias de ellas (y a unos cuantos hombres a los que
les gusta que los penetren chicas trans) para conocer su perspectiva. Para Xris, una mujer trans de Los Ángeles, la representación de las mujeres trans que se hace en el
porno convencional no tiene mucho que ver con sus experiencias. “No entiendo esa fascinación con los penes de las trans. Me parece increíble que nuestros genitales se
conviertan en un fetiche”, me explica en un email. “Muchos vídeos porno con mujeres trans juegan con un factor sorpresa importante: Trans se convierte en hombre
hetero, o ¡El pito de esta trans es increíble! Quiero que me coja una trans”.

“No entiendo esa fascinación con los penes de las trans. Me parece increíble que nuestros genitales se conviertan en un fetiche”

Al final, el problema es muy sencillo, según Xris: “Nunca se nos considera mujeres”. En el porno convencional se nos clasifica como “shemales” o, en un intento por
mostrar más respeto, “tgirls”. En las plataformas digitales usadas para ofrecer servicios sexuales, como la ya desaparecida Craiglist o Backpage, las mujeres trans por lo
general no se etiquetan con coloquialismos en los que se aprecie un atisbo de feminidad, sino que se nos clasifica con el acrónimo económico y nada descriptivo de
“TS”, abreviatura de transexual.

Sin embargo, según Neal, un hombre transamoroso de Nueva York, para la mayoría de los hombres a los que les gusta que los penetremos, nuestro mayor encanto
radica precisamente en nuestra feminidad. Neal empezó a interesarse por las mujeres trans después de que lo penetrara una mujer cisgénero con un strap-on. “Lo que
realmente me gustaba como pasivo era la feminidad de una mujer trans”.

Conozco a varias mujeres trans que se sienten especialmente femeninas cuando penetran. Octavia, educadora sexual de 20 años de Nueva York, practica la penetración
con personas de todos los géneros. Se siente empoderada cuando penetra a un hombre porque para ella es una forma de joder su masculinidad en más de un sentido. Le
gusta pensar cosas como: ¡Toma este pito de chica! Solo un hombre de verdad puede con tanta mujer. Para ella, el rol de activa contiene una carga energética que
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“desafía a la masculinidad de su pareja”.

Pero cuando está con una mujer cis, Octavia siente que está frente a una persona cuya anatomía se considera el estándar de la feminidad. Ella dice que no es capaz de
definir su feminidad contrastándola con lo que no es. En lugar de eso, tiene que asumir que dos mujeres están teniendo sexo, aunque una de ellas esté penetrando a la
otra con su pene y la otra nunca haya tenido ni vaya a tener esa capacidad, si no es mediante el uso de un strap-on.

Para Grace, de 21 años, estar con otra mujer fue su forma de introducirse en el rol de activa, algo que necesitaba. “Nunca me había sentido cómoda con la dominación
hasta que la vi a través de la identidad lésbica”, dice, y señala que penetrar como hombre heterosexual para ella significaba negar su propia feminidad y cosificar la de
su pareja sexual, algo que no le gustaba. “Yo aprecio mi feminidad cuando penetro como lesbiana. En ese momento me siento una mujer fuerte y capaz de dar apoyo”,
me cuenta en su mensaje. “Ostento mi feminidad, no la suprimo”.

No obstante, muchas mujeres trans a las que les gusta asumir el rol de pasivas también encuentran placentero el acto de penetrar. “Compartir una parte de mi cuerpo
con una pareja que parece tener más control que yo sobre ella no tiene por qué ser algo malo”, me explica Xris. “Quiero que mi pareja se sienta bien”. Este tipo de
dinámica puede transformar un acto que normalmente se caracterizaría por el rechazo y la ansiedad en uno de placer mutuo, incluso si a la persona que penetra la
mueve más la generosidad que el deseo sexual.

“Estoy mostrando a mi pareja una parte de mí que no suele gustarme. Cuando penetro, no solo me siento vulnerable, sino que tengo la sensación de estar sobrepasando
los límites de mi propio confort”, explica Xris. “No me importa hacerlo siempre que se hable previamente”.

Foto por Emerson Ricard.

Según Grace, a veces se espera de las trans activas que no tengan límites sexuales, refiriéndose a su experiencia como activa. Ella opina que normalmente las pasivas
esperan que las activas den sin cuestionar nada, mientras que en el otro sentido se requiere consentimiento. Este desequilibrio es, obviamente, absurdo: “El
consentimiento de la persona que recibe no es lo único importante”, reivindica Grace. Esta idea reductivista refuerza la cultura de la violación: ignorar la vulnerabilidad
de quien penetra consolida el concepto de que la pareja que recibe es pasiva.

Grace recuerda que tuvo “relaciones ocasionales con una joven trans”, durante las que asumió en muchas ocasiones el papel de activa. Pero ¿qué pasaba cuando no
había penetración? “Me decía que la estaba provocando para fastidiarla. ‘No’, le respondía yo, ‘solo estoy haciendo lo que me apetece hacer. Si quieres que haga otra
cosa, me lo tienes que pedir’”. Hablar de los límites puede suponer la diferencia entre la incomodidad y la violación. Si esa conversación no se produce, la penetración
puede acabar convirtiéndose en lo último.

Durante el tiempo que estuve en el campus de la universidad, un entorno en el que aspectos como el consentimiento y la agresión sexual adquieren una dimensión
compleja, vi cómo se le hacía un lavado de cara al sexo y se reducía a dualidades mutuamente excluyentes en las que agresor y víctima eran cis. En las sesiones de
orientación para alumnos de primer año, los testimonios solían ser de mujeres blancas heterosexuales. Los orientadores narraban historias de violación en las que las
víctimas suplicaban a sus agresores que dejaran de penetrarlas. Así, se me estaba enseñando de forma implícita que la persona penetrada estaba al borde de ser violada.

"Quizá yo no penetro porque el poder supuestamente implícito en ser activa no me aporta placer. Tampoco me siento poderosa siendo pasiva, pero no es algo que
necesariamente esté buscando"

Por eso no es descabellado que el acto de penetrar vaya acompañado del miedo a causar daño. Esa es, según Octavia, otra de las razones por las que no se siente segura
a la hora de penetrar a mujeres cis. “¿Y si este acto está relacionado con las dinámicas de poder? ¿Y si lo que estoy haciendo no está bien?”, se pregunta en esos
momentos. Su miedo radica en el posible riesgo de violar sin quererlo a una mujer cis, y en que eso la convertiría implícitamente en un hombre, ya que el discurso
imperante dicta que el sexo con penetración es violación y que solo los hombres hacen daño a las mujeres.

Los roles activo y pasivo están vinculados a las dinámicas de poder y suelen corresponderse con los de dominante y sumiso, respectivamente. Quizá yo no penetro
porque el poder supuestamente implícito en ser activa no me aporta placer. Tampoco me siento poderosa siendo pasiva, pero no es algo que necesariamente esté
buscando.

Para mí, hacer de pasiva es “lo que pasa cuando algo o alguien elige tus deseos por ti”, como dijo la crítica Andrea Long Chu. Haciendo de pasiva delegas la
responsabilidad física del deseo en algo o alguien. Me gusta hacer de pasiva porque me permite negarme a ejercer mi propio poder.

En mi caso, hacer de activa se parece mucho a hacer de pasiva, como si la persona que penetra estuviera siendo cogida por la que es penetrada. La persona pasiva
determina cómo se desarrollará el encuentro. Esto desbarata la expectativa misógina del agujero como receptáculo pasivo, algo que solo puede recibir y no dar. Pero el
agujero también puede ser el que te coge. En otras palabras: cuando yo penetro, para mí todas las pasivas están empoderadas.

Este tipo de rol de activa vulnerable fue presentado a las masas por el icono tras que nadie quiere: Maura Pfefferman en Transparent. En una escena del último episodio
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de la segunda temporada, Maura está tumbada en la cama de una habitación de hotel y sobre ella está sentada en cuclillas una mujer de mediana edad que
probablemente comparte el gusto de la protagonista por las chalinas y la cadena de radio NPR. Vicki, la pareja cis de Maura, envuelve la entrepierna de Maura con la
suya. Montando al estilo vaquero, Vicki mueve el cuerpo contra el de Maura y, pese a que se desliza un pene en su interior, Vicki es claramente la activa.

A su vez, Maura hace de pasiva mientras penetra. Pero esta contradicción sexual no es exclusiva de personajes de ficción: yo misma la viví la siguiente vez que hice de
activa. Varios meses después de que me sangrara la nariz sobre la espalda de mi ex, tuve otra sesión en la que un chico pasivo me montó como Vicki montó a Maura.
Al cabo de un minuto, me empezó a sangrar de nuevo la nariz, probablemente porque me sobrepasaba la situación de estar haciendo de activa penetrando a un pasivo
que estaba haciendo de activo conmigo. Pero el sexo siempre es complicado. Incluso cuando estoy en mi postura preferida —sobre mi espalda con las piernas
levantadas—, nunca estoy del todo segura de lo que voy a recibir… o dar.

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Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Mi primer novio era un chico heterosexual del Bronx. Alex, que no es su nombre real, era inteligente y guapo, pero sufría ansiedad social. Le daba demasiado miedo
que lo vieran conmigo en público, así que durante los seis meses que duró nuestra relación, no salimos de mi casa de Brooklyn. Cuando el padre de Alex se enteró de
que estábamos juntos, se puso histérico y me acusó de haber mentido. Más tarde, Alex me contó que su padre había golpeado a una chica trans por “engañarlo” cuando
era joven.

Intenté consolar a Alex, pero no estoy segura de que sirviera de mucho. Cuando pienso en aquel entonces, creo que lo que realmente habría necesitado era un amigo
hetero para que le dijera que no pasaba nada, que esa atracción por mí no era peligrosa; pero es imposible que los hombres heterosexuales lleguen a ese nivel de
comunicación. Cada semana, miles de ellos me contactan a través de aplicaciones para ligar, pero hay muchos que no se atreven a salir en público y suelen poner la
excusa de que son “discretos” o que les gusta hacerlo “en privado”.

El significado oculto que hay detrás de esto es que muchos hombres que se sienten atraídos por mujeres trans terminan viviendo una mentira y en los peores casos esta
termina explotando en rabia y violencia contra las mujeres trans por poner en riesgo su masculinidad. Sin embargo, también hay cisheteros que se esfuerzan por romper
ese silencio: hablé con cuatro de ellos, de distintas generaciones, sobre cómo se enfrentan al tabú que supone estar enamorados de mujeres trans.

Chris, de 57 años, es un empresario blanco y trabajador sexual; Troy, de 55 años, padre y abuelo negro especialista en finanzas; Joel, de 37 años, analista de sistemas de
información negro; y Jeremy, de 20 años, universitario negro de la ciudad de Nueva York.

Las entrevistas fueron editadas y reducidas para su claridad.

VICE: ¿Cuándo te diste cuenta de que te atraían las mujeres trans?

Chris: Al final de la adolescencia, cuando iba a la universidad, una vez mis amigos estaban viendo una foto de una mujer trans con un pene enorme y se reían. Yo, en
cambio, me sentí muy atraído por la foto.

Troy: La primera vez que salí con una mujer trans fue en 1983. Yo tenía 19 años y ella, 17. Estaba en problemas y me ofrecí a llevarla a casa. No descubrí que era trans
hasta seis semanas después, ya que no sabía lo que significaba en aquel entonces; solo sabía que me atraía mucho.

Jeremy: Me di cuenta de que me interesaban las mujeres trans al ver porno trans cuando era adolescente. Antes de eso, ya las había normalizado con Robin Byrd Show
cuando tenía unos ocho años y vi que no eran distintas de las otras mujeres.

Joel: Mi atracción empezó con la pornografía y al final terminé yéndome con prostitutas.

¿Qué pasó después?

Troy: Literalmente creé dos vidas independientes: en una era un hombre heteronormativo, casado y con una familia; en la otra, era un tipo familiarizado con las chicas
trans y salía con ellas.

Joel: Volví a salir con chicas cis y no volví a salir de nuevo con trans hasta que pasó un tiempo por la humillación que supone para los afroamericanos, por el peligro
que corría si descubrían que salía con mujeres trans, pero sabía que no era feliz saliendo con mujeres cis. En 2017, decidí que ya me había cansado de lo que pensaba la
gente y cedí ante el deseo de conocer y salir con chicas trans de manera seria. En 2018, por fin conocí a una chica y tuve citas de verdad. En aquel entonces, Pose me
ayudó a lanzarme con mi atracción por las mujeres trans.

Chris: Llegó un punto en que empecé a salir con prostitutas trans. No con muchas, porque no tenía tanto dinero, pero “experimentaba”. Fue entonces cuando conocí a
varias mujeres en chats de internet, en Facebook, etc. Me convertí en una especie de sugar daddy y salía con ellas tanto como podía.

Jeremy: Después de empezar a masturbarme con porno trans, comencé a buscar chicas trans por internet. Luego, descargué Grindr a los 18 años y allí conocí a la
primera chica trans. Fue una buena experiencia, así que salí con otras 8 o 10 mujeres trans.

¿Consideras importante que una mujer trans “parezca una mujer cishetero”? Por otra parte, ¿mides tu atracción por las mujeres trans en función de si se
encuentran en la fase previa a la operación, en el postoperatorio o de si no han pasado por ninguna de estas fases?

Troy: Que “parezca” es muy subjetivo. Algunas de las mujeres más hermosas del mundo son trans y se ve que lo son; creo que lo más importante reside en las
vibraciones femeninas que transmitan. Yo prefiero a las que se encuentran en la fase previa a la operación y a las que no se han operado.

Joel: Hasta ahora, solo he salido con dos mujeres trans, y se encontraban en la fase previa a la operación, pero también estoy abierto a salir con aquellas que se han
operado.

Jeremy: La pregunta me resulta rara porque la idea de “pasar por mujer” depende mucho de la situación y cambia según cada persona, así que solo me atraen las
personas trans que me parecen atractivas. No me importa si están operadas o no, he salido con mujeres en ambas fases y creo que no tengo ninguna preferencia.

¿Cómo etiquetaste tu sexualidad cuando te diste cuenta de que te atraían las mujeres trans y cómo te identificas hoy en día?

Troy: Era un “hombre hetero” y luché a muerte por mantener esa etiqueta, pero ahora no significa nada para mí. La sexualidad es mucho más fluida de lo que la gente
reconoce.

Chris: Siempre me había identificado como hetero y así me veían los demás. Hoy en día no me importa. Hace 20 años, tal vez sí.

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Joel: Me identifico como hombre hetero, tanto antes de salir con chicas trans como después.

Jeremy: En la época en la que descubrí las etiquetas que se usan en la sexualidad, simplemente me dedicaba a decir que me gustaba lo que me gustaba. El término
“hetero” no tiene ningún significado para mí.

¿Cuándo descubriste que te gustaban las mujeres trans, tuviste problemas?

Troy: Me di cuenta inmediatamente, solo existen tres tipos de sexualidad en mi cabeza: heterosexual, bisexual o gay. No me gustaban los hombres, así que no era gay,
y eso significaba que tampoco era bisexual. Me llevó mucho tiempo entender que el género solo es una construcción social. Tenía miedo y me pasé diez años en mi
nube de temor. Me preocupaba que me llamaran gay y también lo que podrían pensar mis amigos. Tenía miedo de que mi familia y mis hijos me despreciaran, pero no
por eso dejé de buscar a las mujeres trans.

Joel: Al principio, estaba preocupado por lo que dirían los demás y tenía mucha ansiedad en mi primera cita, así que lo escondí y no se lo conté a ningún miembro de
mi familia ni a mis amigos cercanas o a mis socios.

Jeremy: Me daba un poco de ansiedad, pero nunca me cuestioné realmente mi sexualidad porque para mí eran mujeres. Me atraía la feminidad y no la masculinidad, así
que me consideraba algo más que un hetero.

¿Qué tipo de cambios crees que pueden ser útiles para los hombres que, como tú, experimentan esa atracción sexual y sean capaces de admitirlo de una
manera sana?

Jeremy: Creo que lo mejor que podemos hacer para los hombres es normalizar las relaciones con mujeres trans para que las vean en otro contexto que no sea el sexual.
Creo que el mayor cambio en la sociedad que me ayudó, aunque no a los hombres mayores, fue ver a las mujeres trans representadas en entornos no sexuales, como en
la película I Am Jazz. En el instituto, fue escuchar el gran debate entre Ben Shapiro y Zoe Tur: se discutía sobre si debíamos referirnos a las mujeres trans como mujeres
o como hombres, se estaba hablando sobre las mujeres trans en el mundo del deporte… Se trataba de un debate cultural.

Troy: Los hombres tienen que dejar de esconderse. He salido con deportistas profesionales, actores y raperos. He ido de fiesta con mis colegas por el barrio y con
famosos. He visto a hombres que llevan vidas distintas salir con mujeres trans en secreto. Conozco a hombres entre mis familiares, amigos y compañeros que han estado
con mujeres trans o que se han sentido atraídos por ellas. Los hombres tienen que enfrentarse a ello, dejar de mentir y de vivir con miedo.

Los hombres cis no están en peligro porque les atraigan o por salir con mujeres trans. Sin embargo, nuestro miedo sí que está matándolas a ellas.

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Shibari
From Todo Sexo

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Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

Tener relaciones sexuales por primera vez puede ser emocionante, aterrador, conmovedor, lamentable, pero una vez que se termina, se termina, ¿verdad? ¿Qué pasa si
sufres un cambio que altera radicalmente tu cuerpo y cómo te perciben los demás? Las personas transgénero por lo regular rehacen el cuerpo y la identidad con que
nacieron: ¿el sexo después de algo así es comparable con el sexo previo a ese cambio? Al ser yo misma una persona trans, sé que las experiencias sexuales previas a la
transición fueron significativamente diferentes de las que experimento hoy en día. Lo cual me hizo preguntarme: si eres trans, ¿es posible tener sexo por primera vez...
dos veces?

Tener sexo como mujer fue algo completamente nuevo emocional y físicamente
Josie es una mujer trans de 29 años de Carolina del Sur. Ella le contó a Broadly que cuando vivió como hombre heterosexual en su juventud, esperaba más al perder su
virginidad: "Pensé que sería algo mágico, pero terminó siendo sólo sexo".

La "magia" vino después de que hizo la transición. "Perdí mi virginidad por segunda vez cuando estaba de visita con una amiga de un grupo de Facebook", dijo.
"Conduje cuatro horas a su casa para visitarla. Llevaba unos cuantos meses en terapia de reemplazo hormonal y estaba más emocionada de lo que puedes imaginar".
Josie también estaba nerviosa: "Cuando me tocó, las rodillas se me doblaron", me dijo Josie. "Terminamos en su cama".

La pareja de Josie era otra mujer trans. "Todo lo hizo muy suavemente y se aseguró al 100% de que yo estuviera bien durante el proceso de ser penetrada por primera
vez". Aunque Josie había tenido relaciones sexuales antes de la transición, esta experiencia era completamente diferente: con respecto a los cambios en su cuerpo y a su
identidad; a cómo se sienten los actos sexuales; a las emociones de estar con otra persona en la cama.

"Cuando ella me penetró, fue un poco doloroso, pero ya después me fui relajando", nos dijo Josie. "Bajé las defensas, y realmente sentí que había entrado en una nueva
etapa de mi vida. En mi corazón, sentí que esto había destruido la máscara que había usado por mucho tiempo".

El sexo con penetración después de una transición no es para todos


Kate es una maestra de 39 años de la ciudad de Nueva York. Toda la vida se ha sentido atraída hacia las mujeres. Primero tuvo sexo "hace mucho tiempo" con una
mujer a la que, décadas más tarde, se le revelaría como transgénero. Cuando le pregunté si sentía que "volvió a ser virgen de nuevo" después de la transición, Kate dijo:
"De alguna manera: fue como empezar de nuevo. Les decía a mis amigas cosas como: 'Nunca antes había besado a alguien'. Una parte de mí sabía que este era un gran
comienzo". El concepto de ser revirginizada le sigue pareciendo "tonto": "El concepto de virgen me parece exactamente igual al de doncella o damisela: estas palabras
se utilizan para menospreciar e infantilizar a las mujeres".

Kate no ha tenido sexo con penetración después de la transición. "He decidido no usar mi pene, el cual todavía está en mi cuerpo, a menos que alguien me lo pida. Mi
pareja actual dice que no "siente que necesite mi pene". Conoció a su pareja en Tinder. "Nunca ha salido con una persona trans, y me trata como si yo no lo fuera", dijo
Kate, añadiendo que prefiere que las cosas sean así. "Ella me envió un mensaje de texto hoy: 'Estoy... 100 por ciento de acuerdo en explorar nuestra femineidad juntas.
Chicas lindas por siempre'. Entre nosotras hay mucha química física, concordancia política, curación común, vinculación y crecimiento. No podría haber conocido a
una persona mejor para ser mi primera pareja física después de mi transición ".

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Se sintió como si fuera virgen de nuevo
Robin es una mujer trans bisexual de más de 30 años. "Tuve sexo por primera vez en 2001, a los 21 años", dijo. "Fue incómodo, pero no creo que haya sido más
incómodo que la primera vez de la mayoría de las personas". Pasé 13 años más teniendo sexo después de eso antes de darme cuenta de que era trans". No le interesaba
el sexo con penetración, pero interpretaba ese papel en la cama por el placer de las mujeres con las que se acostaba. "Prefería recibir sexo oral, pero me tomó mucho
tiempo conectar esa preferencia con mi disforia. Pensaba en mí mismo como un tipo patético, nunca como una mujer. Sentía mucha vergüenza, pero logré funcionar a
pesar de ello", nos dijo.

Cuando se sometió a la cirugía de reasignación de sexo, las relaciones sexuales le parecieron completamente nuevas. "Definitivamente sentí que tenía un nuevo tipo de
virginidad una vez que tuve vagina", dijo. "Perdí esa virginidad tan pronto como me recuperé lo suficiente".

Tuvo relaciones sexuales con su esposa después del procedimiento, y eso fue muy personal para su relación; no sintió como si hubiera sido su primera vez por "segunda
ocasión", per se. "Sin embargo, pensé mucho en la primera vez que recibí sexo vaginal con penetración después de la cirugía", dice Robin. "Elegí un chico cisgénero
dulce, y heterosexual", dijo. "Fue muy comprensivo y paciente, aunque no tenía experiencia previa con mujeres trans", dice Robin. La nueva vagina puede ser
demasiado angosta inmediatamente después del procedimiento para crearla, y puede requerir meses de dilatación para expandirse. "Desafortunadamente, todavía seguía
estando muy angosta, y las cosas no salieron bien. Dadas las circunstancias, estaba agradecida por sus atenciones, incluso si no funcionó exactamente como yo lo
esperaba".

Robin dice que su segunda primera vez fue "más incómoda que la primera vez que perdí mi virginidad; me preocupaba que nunca pudiera tener una penetración que
fuera cómoda". Felizmente, estaba equivocada. Con el tiempo, se ha vuelto más fácil, y he superado la incomodidad de ese primer intento", dijo.

"He perdido todo tipo de virginidades con el paso de los años", nos dijo. "Siempre hay alguna cosa que nunca antes he hecho. Me encanta hacer algo nuevo y
emocionante por primera vez". Dice que el concepto de virginidad no es del todo aplicable: "No creo que haya líneas claras entre 'virgen/no virgen'. Simplemente hay
cosas con las que me siento más cómoda".

¿Perdió la virginidad con un dildo?


Para Hannah, una mujer trans de 33 años del noreste, la pretransición sexual no fue una experiencia positiva. Ella es bisexual y pansexual, pero en ese momento estaba
interesada principalmente en mujeres. "El sexo no fue una opción para ella en la preparatoria. No faltaron chicas que me dijeran que era "demasiado bajo de estatura,
1.63 m, para ser su novio". Ella sabía que era una mujer, pero el rechazo era doloroso. Durante la universidad, Hannah tuvo muchas oportunidades para tener sexo, pero
"las rechazó principalmente por miedo". Finalmente, perdió su virginidad con una mujer que también era virgen.

"Con ella me descubrí como trans. Para mi sorpresa, ella lo tomó con calma y se ofreció a ayudarme a encontrar personas con quienes hablar al respecto", dijo Hannah.
"Me vio vestida de mujer en múltiples ocasiones, y creo que se sentía más atraída por mí cuando era auténtica conmigo misma. Fue tremendamente empoderador. Pero
lo arruiné".

La pareja de Hannah experimentó dolor durante el sexo con penetración. "Había escuchado que esto no es raro cuando una chica pierde su virginidad, pero el dolor
persistió. Quería explorar el sexo, pero ella no estaba tan ansiosa". Terminaron separándose por ello.

Después de la transición de Hannah, ella "se consideró y no" virgen otra vez. "Cuando tuve la cirugía de reasignación de sexo, estaba saliendo con un chico trans, y él
estaba dispuesto a tener sexo conmigo incluso antes de la cirugía. Le pregunté a una amiga si es posible perder tu virginidad con un strap-on. Ella respondió: 'La
virginidad es una construcción'. Le pregunté si podía deconstruirla con un consolador azul brillante de silicón de 30 cm".

Hannah ha tenido complicaciones "debilitantes" después de la cirugía, por lo que sus experiencias sexuales posteriores a la transición no han sido tan gratificantes como
otras mujeres trans nos han contado. "Tenía la seguridad de que la próxima revisión solucionaría las complicaciones, pero después de la segunda [cirugía], el sexo
simplemente quedó descartado porque sólo empeoraba las cosas. No me siento cómoda exponiéndome a una pareja", dijo Hannah, poniendo de manifiesto las
complicadas y difíciles realidades médicas que las personas trans a veces se ven obligadas a enfrentar.

"Una de las experiencias más embarazosas fue después de una cita que había salido bien. Él se enteró de mi situación médica y terminó la relación porque "no quería
esperar" a que las cosas se resolvieran. Es justicia poética, después de que terminé mi relación con la chica con la que perdí la virginidad por una razón no muy
diferente. "Hannah está en una relación en este momento, pero se describe a sí misma como principalmente asexual: " Siento que la cirugía me arrebató mi sexualidad".

¿Con qué actividades sexuales pierdes la virginidad antes y después de la transición?


Jessica es una mujer trans en sus 40 años de la Costa Este, involucrada en investigación política. Antes de la transición, ella era esencialmente heterosexual. Hoy en día
"es algo entre lesbiana y queer". Sin embargo, las relaciones que Jessica tuvo cuando vivía como hombre no eran estrictamente heteronormativas: "Después de revelarle
mi preferencia a mi pareja, ella no estaba muy sorprendida; dijo que en realidad, sexualmente hablando, nunca tuve esa 'energía masculina'.

"Después de la cirugía de confirmación de género", dijo Jessica, el sexo era "muy diferente en relación a cómo tener relaciones sexuales" y "cambió fundamentalmente
mi relación con los orgasmos y la masturbación". Al final de cuentas, seguía siendo sólo sexo, aunque al principio parecía ser algo un poco más complejo: "El sexo con
un pene biológico, el tuyo o el de tu pareja, es mucho más simple. Después de la cirugía, debes encontrar los ángulos correctos, y los juguetes con la forma adecuada;
tener la flexibilidad y dureza idóneas; posicionar las caderas para tener el ángulo correcto de entrada; tener el lubricante ideal para tus juguetes; y un largo etcétera de
cosas similares... O bien, puedes decidir que la penetración no es necesaria para llegar al orgasmo, y simplemente pueden tener sexo oral".

Conoció a su pareja actual seis meses antes de someterse a la cirugía de reasignación de sexo hace cuatro años. "Fui su primera pareja transgénero, pero ella se dio
cuenta de que era lesbiana cuando tenía alrededor de 20 años, así que también había estado con hombres antes; ambas considerábamos que el pene es un strap-on más
cómodo y conveniente. Trabajamos con lo que yo tenía y con ello llegamos a donde necesitábamos llegar".

"No pongo mucho interés en la 'virginidad'", dijo Jessica. "Después de la cirugía, ¿perdí la virginidad cuando mi pareja me hizo sexo oral? ¿O cuando me dilaté por
primera vez? ¿Y qué hay de la vez que me penetró con un strap-on? Mi pareja actual y yo somos poliamorosas, así que he tenido relaciones sexuales con una mujer
trans que no se ha sometido a cirugía de reasignación de sexo. Entonces, ¿sólo cuenta si el pene es biológico? Creo que puedes definir la virginidad como tú quieras.

No perdí mi virginidad dos veces. Sólo empecé a tener sexo de una manera totalmente diferente".

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