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Abogados de papel, por Andrés Calderón







(Foto: Alonso Chero)

Por: Andrés Calderón en Opinión

04/08/2019, 20:06 | Actualizado 05/08/2019, 14:31

Hay publicaciones que uno no decide escribir, pero igual las escribe. El tema te conmina
y domina. ¿Cómo un profesor de Derecho puede evadir pronunciarse sobre la
corrupción, mientras los destapes y escándalos someten a su profesión?

Eduardo Herrera no pudo evitarlo. Hace un tiempo abandonó el Código Penal, los
gemelos y las coimas. Y este año nos presentó “El cerebro corrupto”, obra que tuve el
agrado de comentar en la Feria Internacional del Libro de Lima.

El libro nos muestra la corrupción por dentro, en la voz propia de quien reconoce haber
sobornado a policías, jueces y fiscales a diario. Pero el texto va mucho más allá del
testimonio. Nos enfrenta con un sistema de justicia diseñado para no funcionar. O mejor
dicho, para funcionar con el ‘aceite’ adecuado. Las denuncias penales no sirven para
llevar a los delincuentes a la cárcel, sino para asustar o ‘ajustar’ a alguien. Para capturar
a un prófugo, no basta con una buena inteligencia policial; hay que superar a la
‘contrainteligencia’ policial que ayuda al prófugo a ‘desaparecer’. Si no, miren el caso
de Félix Moreno, el sentenciado exgobernador regional del Callao Félix Moreno que,
según fuentes de “Perú 21”, quintuplica la recompensa a quien pretende entregarlo.

Todos tienen algo que ganar con la corrupción. Desde el tinterillo que cobra S/5 por
firmar un escrito, pasando por el auxiliar judicial al que hay que darle un ‘cariño’ de
S/50 por una copia, pagando ‘peaje’ de S/500 al secretario por ‘mover’ el caso, hasta la
puerta del juez que tiene una ‘tarifa’ de S/5.000 por un voto favorable al ‘cliente’. Todo
vale, pues los abogados “no defendemos culpables o inocentes, sino clientes” (Herrera).

¿Cómo ser un periodista de judiciales y no denunciar la precariedad del sistema?


Rodrigo Cruz, investigador del documental “Justicia de Papel”, nos muestra
expedientes judiciales de 240 tomos, 72.000 hojas, 1,60 m de alto por 2 m de ancho.
¿Alguien va a leer todos esos árboles mutilados en A4 y 80 gramos? ¿Los jueces, los
secretarios, los abogados siquiera?

El Poder Judicial está desbordado, porque jueces, fiscales y litigantes saben nadar en
ese océano de papel, mientras el resto de mortales se ahoga. Los anaqueles del Poder
Judicial vencidos por el peso de expedientes amarillentos y taladrados son la alegoría
perfecta de nuestro sistema de justicia. Torcido en planos. Chueco ‘by design’.

Una justicia de papel y solo en el papel. Que no mira rostros ni investiga hechos. Vive
de la apariencia del formalismo. “Solo existe el expediente”. Y si usted cree que eso
solo ocurre en las atiborradas oficinas del Alzamora o Abancay, es hora de romper su
‘burbuja OCDE’. Soy testigo y víctima de ese mundo de papel, de burócratas con
gríngola, que no miran hechos sino documentos; que ralentizan procedimientos,
atornillados en sus escritorios dentro de una supuesta ‘isla de eficiencia’ regulatoria.
El papel, mientras más voluminoso e ininteligible, se convierte en la estrella del
magisterio de la injusticia en el Perú. Moneda de cambio para los cazadores de coimas y
perita en dulce para la arbitrariedad y mediocridad burocráticas.

Cada cierto tiempo se discute la ‘reforma’ del sistema de justicia. Pasó durante este
quinquenio. Pasará en el siguiente. Y cada vez llego más al convencimiento de que no
hay voluntad de reforma, sino estrategias de supervivencia. Pasadas de pintura y resanes
superficiales para que no nos tumben el ‘edificio galleta’.

Pues todos ganan con la corrupción. Gana el tinterillo sus S/5 y gana el abogado de
prestigioso bufete con US$500.000 en ‘offshore’ y ‘codinome’ en Odebrecht. Pues se
necesitan dos para bailar tango, pero reservemos a esos danzantes para una siguiente
entrega…

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