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Anda, luna, por favor, vete a casa. Es hora de que te acuestes en tu cabaña.
Aparece, noche.
Mira cómo persigue el sol a la luna, mamá.
Luna grande y redonda, vuelve a casa.
Mi tía Mamkhulu me aúpa bien alto para que ponga dos tallos que el sol ha dorado
sobre el techo, encima de la puerta. Mamkhulu dice: “Ahora los hombres no entrarán hasta
que al niño se le haya caído el cordón umbilical”.
Tres makoties –chicas jóvenes– traen agua para el recién nacido en unos cubos que
sostienen sobre su cabeza.
Sis Beauty trae una pastilla de jabón que guardaba desde hacía mucho tiempo. Sis
Anna trae una lámpara de aceite hecha con una lata y una mecha de tela para iluminar al
niño.
Gogo –mi abuela– y sus amigas traen excrementos secos de vaca para hacer un suelo
nuevo.
Dentro, mamá le canta una nana thula-thula al recién nacido.
Luego llega papá. Deja el cubo plateado, lleno de leche hasta arriba, junto a la puerta,
y se agacha a mirar las manitas del recién nacido.
“Son exactas a las mías”, dice.
Le mira las orejas redonditas.
“Son iguales que las de mamá”.
Después le destapa, y aparecen dos piececitos y diez pequeños dedos.
“Caminarán muy bien”. Y lo afirma asintiendo con la cabeza.
“Yo soy su padre”, dice después con una sonrisa.
Juntos vamos a ver a los otros hombres, pero yo estoy triste y me siento oscuro como
una noche sin luna.
Al final le pregunto, “Papá, ¿de verdad también eres mi padre?”
Él me coge las manos y se las acerca.
“Mira”, me dice, “claro que de verdad soy tu padre”. Me mira fijamente a los ojos.
“Tienes los ojos como los de mamá. Eres nuestro hijo, de ella y mío”.
Papá me abraza y dice:
“Esta noche, cuando la luna esté grande y redonda y las estrellas iluminen el gran cielo
de Dios, te enseñaré que allí arriba también hay una estrella para ti”.
Ingrid Mennen
Una luna redonda y una estrella para mí
Barcelona, Intermón Oxfam, 2004