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El Trabajo Social. Profesión y disciplina.

Naturaleza y objeto disciplinar

MIGUEL MIRANDA ARANDA

No en todas las sociedades funciona lo que llamamos «Trabajo Social». No


obstante, se trata de una actividad ampliamente difundida por las asociacio-
nes internacionales y que cuenta con un lenguaje y una literatura comunes.
(Payne, M., 1995: 17)

Una profesión y una disciplina


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Efectivamente, como sostiene Payne, un profesor británico, estamos ante una


actividad extendida prácticamente por todo el mundo aunque no exista como tal en
todos los países como sucede también con otras profesiones inventadas o construi-
das socialmente en las sociedades occidentales. Y aunque con diferentes orígenes,
historia, influencias teóricas, presencia académica y estatus social, el Trabajo Social
es una profesión y una disciplina que tiene ya más de cien años de desarrollo desde
sus orígenes en Inglaterra y posteriormente en Estados Unidos.
Decimos que se trata de una profesión y una disciplina. Advertimos desde el
principio que con esta distinción no pretendemos separar el ejercicio profesional del
conjunto de conocimientos teóricos propios de la disciplina, sino todo lo contrario.
En el caso del Trabajo Social no hay profesión sin disciplina y no hay disciplina sin
profesión. Una profesión que no se apoya en el conocimiento científico se asemeja
al voluntariado, que el único bagaje que tiene es en el sentido común y poco más.
Lo que precisamente distingue a un voluntario de un trabajador social es que este
último tiene un conjunto de conocimientos teórico-prácticos, unas capacidades y
unas habilidades adquiridas en sus años de formación que el voluntario no tiene.
Yo puedo poner tiritas o tomarme la tensión, pero no soy médico ni enfermera.
Puedo ser voluntario en una ONG, pero por ello no soy trabajador social.

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Cuando hablamos de disciplina nos estamos refiriendo a un conjunto de


conocimientos teórico-prácticos, a un corpus sistemático de conocimientos sobre
un campo determinado sobre los que progresivamente se va a construir la profe-
sión. En nuestro caso este corpus sistemático de conocimientos se configuró en
los Estados Unidos al mismo tiempo que se van formando también las demás
disciplinas o Ciencias Sociales, aunque también es cierto que los antecedentes hay
que buscarlos en Inglaterra y antes en otros países europeos de la mano de algu-
nos precursores del Trabajo Social, que no trabajadores sociales todavía, que
durante varios siglos, se plantearon intervenir en la realidad social, enfrentándose
a los fenómenos relacionados con la pobreza y la exclusión social. De esta manera,
a los EE. UU., de la mano de las COS (Sociedades de organización de la Caridad),
fundamentalmente, llegaron una serie de conocimientos sobre todo relativos a la
metodología, al cómo hacer las cosas, sobre cómo habían de funcionar las entida-
des que querían intervenir, incluso asignando un papel a las instituciones públicas,
como ya hiciera nuestro Luis Vives en la ciudad de Brujas varios siglos antes.
Pero las Ciencias Sociales, la teoría social, van apareciendo a lo largo del siglo XIX
y principios del XX. Y en este último siglo las distintas disciplinas sociales, tales
como la Sociología, la Antropología, la Psicología, la Psicología Social, la Peda-
gogía y junto a ellas y formando parte del mismo proyecto, el Trabajo Social, van
a construir su propia identidad, separándose de las demás. Más adelante volvere-
mos sobre este asunto.
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En lo que respecta a la profesión, es cierto que había algunas figuras cercanas


a lo que luego será un trabajador social como, por ejemplo, las Lady Almoners en
los hospitales ingleses, o las inspectoras de higiene que colaboraban con los médi-
cos franceses Calmette y Grancher en la lucha contra la tuberculosis. Pero podemos
afirmar que los primeros profesionales, es decir, personas que cobran por su trabajo
y con una identidad clara fueron los agentes expertos de las COS a los que se les
liberó para que se dedicaran a tiempo completo a proporcionar formación a los volun-
tarios de las organizaciones. Se trataba de mujeres, fundamentalmente, que habían
acumulado experiencia como voluntarias y que, dada la sistemática a las que las
COS sometían a sus voluntarios de escribir sobre todo lo que hacían y además
someterse a una minuciosa supervisión de su trabajo, acabaron siendo los propieta-
rios de un saber hacer que durante la última década del XIX les sirvió para profesio-
nalizarse. De esta manera se fue imponiendo la necesidad de la formación para
dedicarse a lo social y, a la vez que las demás disciplinas, comenzaron a reivindicar
que, como los sociólogos, antropólogos o los psicólogos, los futuros trabajadores
sociales debían formarse en las aulas universitarias. Esta reivindicación fue satis-
fecha, aunque, como también sucedió en otras disciplinas, no en todos los países
al mismo tiempo. A partir de ese momento se estableció la diferencia entre los

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profesionales (poseedores de un saber científico teórico-práctico) y los voluntarios.


De hecho, los voluntarios que ocupaban los puestos más altos en la jerarquía de las
organizaciones fueron dejando paso a las profesionales. Quedaba claro que la inter-
vención social era un terreno complicado al que había que acudir con algo más que
la buena voluntad, las ideas filantrópicas o caritativas. Quien quisiera dedicarse a
esta actividad debería acudir a la Universidad para formarse.
En España en los años treinta se abrieron las primeras Escuelas, pero la
Guerra y la dictadura franquista supusieron un retraso importante respecto al
resto de Europa. Pero eso es otra historia que también habrá que conocer. La his-
toria de las profesiones se desarrolla en el escenario mundial, aunque luego cada
país pueda escribir su propia historia. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría escribir
la historia de la Sociología sin referirse a Spencer, Durkheim, Weber, Comte o
Marx. Otra cosa es, como también se ha hecho, escribir una historia de la Socio-
logía española. Pero, como el caso del Trabajo Social, la Sociología no nació en
España, precisamente.
Así pues, el Trabajo Social no nace ni vinculado a la Iglesia católica, ni a las
organizaciones femeninas franquistas. Sencillamente porque no es un «invento»
español. Lo que sucedió durante el siglo XX con el Trabajo Social en España nos
interesa a los españoles y a pocos más. Estamos obligados, pues, a estudiar el proceso
de profesionalización allí donde se produjo: fundamentalmente en Inglaterra y en
los Estados Unidos. Y cuando las primeras profesionales van, casi ansiosamente,
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buscando teorías en las que apoyarse, se van a encontrar con el principal foco de
pensamiento social que había en el momento, es decir, en las primeras décadas del
siglo. Ese foco no era otro que el Departamento de Sociología/Antropología de la
Universidad de Chicago, lo que luego se conocería por la «Escuela de Chicago» (no
confundir con la de los economistas que es posterior y además está en las antípodas
ideológicas). En aquellos años había dos organizaciones a través de las cuales se va
a desarrollar el Trabajo Social: las Sociedades de Organización de la Caridad
(COS) y los Settement House, sus principales figuras se llamaban Mary Richmond
y Jane Addams. Estas ya son con todo derecho consideradas pioneras del Trabajo
Social. Ambas organizaciones, y ambas pioneras, estuvieron muy relacionadas con
el Departamento de Chicago, con sus profesores, con sus actividades y por último
con sus aportaciones científicas, con las teorías que proponían, muy especial-
mente con el Interaccionismo Simbólico. Tenemos, pues, ya profesión y una disci-
plina que comienza con las demás Ciencias Sociales y que se va a desarrollar al
mismo paso que las demás, en un diálogo permanente con ellas. Si bien es cierto que
el Trabajo Social, y esto es importante, nace desde el principio con una caracterís-
tica propia: nace para ser una disciplina aplicada, esto es, quiere no solo entender lo
que pasa en la realidad social, sino que quiere entender para transformar, para

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producir cambios, para modificar la realidad social. En otras disciplinas se discute


todavía si han de ser o no aplicadas, en el Trabajo Social, no. Todavía más, no hay
un Trabajo Social que no sea aplicado, los avances teóricos que se producen en su
interior tienen como objetivo ser aplicados, y los que aprendemos del diálogo inter-
disciplinar, lo mismo.
Es, pues, una profesión. Los sociólogos norteamericanos (Bachmann y Simonin,
1981: 110) entienden por profesionalización la tendencia de los grupos profesionales
a organizarse según el modelo propio de las profesiones liberales, como, por ejem-
plo, la Medicina, el Derecho o la Arquitectura. Esta definición sociológica del tér-
mino profesión implica una serie de características:
— Un cuerpo de conocimientos sistemáticos, en general enseñados en la Uni-
versidad.
— Un saber hacer prácticos, derivado de sus conocimientos.
— Un código deontológico que regula las relaciones entre los profesionales y
los usuarios.
— Una organización interna que ejerce autoridad sobre el ejercicio de la profe-
sión y que desarrolla una cultura profesional (congresos, coloquios, revistas
y publicaciones diversas).
— Un reconocimiento público de la naturaleza profesional de la actividad pro-
ducida (en particular, la prohibición del ejercicio paralelo de la profesión,
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del reconocimiento jurídico, en ciertos casos, del secreto profesional, etc.).


Todos estos requerimientos se dan en el caso del Trabajo Social a nivel inter-
nacional y en muchos países del mundo. Los trabajadores sociales tienen, ade-
más, unas pioneras y una historia común, unos referentes comunes, unas teorías
compartidas, unas organizaciones como la FITS. (Federación Internacional de
Trabajadores Sociales <http://ifsw.org>), y la IASSW-AIETS (Asociación Inter-
nacional de Escuelas de Trabajo Social <http://www.iassw-aiets.org>).

Y es también una disciplina. Es decir, un conjunto de conocimientos teórico-


prácticos desarrollados a lo largo de los más de cien años de existencia en perma-
nente diálogo con las demás disciplinas, como hacen todas y cada una de ellas.
Compartimos con la Sociología, con la Psicología, con la Psicología Social, con la
Antropología, con la Pedagogía, con las Ciencias Políticas… no pocos paradigmas
que naturalmente hemos utilizado desde nuestra identidad construida, como vere-
mos más adelante a partir de la definición de un OBJETO DISCIPLINAR, que nos
diferencia de las demás disciplinas. De esta amplia variedad de teorías han dado
cuenta autores como Roberts y Nee (1970) y más recientemente Payne (1995) o Du
Ranquet (1996).

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¿Por qué y para qué nace el Trabajo Social?


Decimos, pues, que tenemos una profesión y una disciplina. Pero ¿por qué nació
el Trabajo Social? Pues bien, afirmamos que nació a la vez que las Ciencias Sociales
y formando parte del mismo proyecto global, que no es otro que entender los cam-
bios acelerados que trae consigo la Revolución industrial. Esta es un acontecimiento
mundial que va a provocar en pocas décadas más cambios que todos los que se
habían producido en toda la Historia de la humanidad, y ello en todos los ámbitos:
en lo económico desde luego, pero también en lo político, en lo ideológico, en la
manera de vivir y de entender el mundo. Sin tal acontecimiento no habrían surgido
las Ciencias Sociales, y tampoco el Trabajo Social. Y en el caso de los trabajadores
sociales, ya lo hemos dicho con una nota característica: va a ser una disciplina apli-
cada. Tratará de beneficiarse de los avances en las Ciencias Sociales para aplicarlos
a la realidad social, para producir cambios, es decir, para conseguir mayores cotas
de bienestar social, de justicia social, para conseguir una mejor calidad de vida para
todos los seres humanos.
No estamos pues ante la mera evolución de actividades propias de las actitudes
filantrópicas o caritativas. Si no se hubiera producido la Revolución industrial
hubieran continuado esas actividades y probablemente, no habrían sugido ni la
Sociología ni la Antropología Social ni tampoco el Trabajo Social.
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El concepto y la denominación «asistencia social», en el sentido de un pro-


grama científico, solo muy recientemente se han relacionado con los problemas
sociales de nuestra sociedad industrial. La pobreza, la enfermedad, el sufri-
miento y la desorganización social han existido a través de la historia de la
humanidad; pero la sociedad industrial de los siglos XIX y XX tuvo que hacer
frente a numerosos problemas sociales que no podían resolver ya, adecuada-
mente, las instituciones humanas más antiguas: la familia, el vecindario, la igle-
sia y la comunidad local. […] Además de que han surgido ideas humanitarias,
que conceden gran importancia a nuestra responsabilidad hacia los demás, el
progreso de las ciencias biológicas y sociales proporcionó nuevos instrumentos
para investigar las causas de la pobreza, de las deficiencias humanas, y de la
insatisfacción, con el objetivo general de resolver o aliviar los problemas sociales
(Friedlander, 1969: 3).

De acuerdo con este autor afirmamos pues que siempre, en cualquier época
de la Historia de la humanidad, ha habido sentimientos de ayuda a los demás,
preceptos religiosos sobre la solidaridad e incluso instituciones dedicadas en
exclusiva a esos menesteres. Desde el código de Hammurabi, pasando por el
Viejo Testamento, o cualquier otro libro sagrado de cualquier religión. En todas

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las sociedades, incluso en las mal denominadas «primitivas» había formas de


garantizar la ayuda mutua y la solidaridad social. Ahora bien, todos esos antece-
dentes forman parte de la Historia de la solidaridad humana, de la Acción Social,
si se quiere, pero la historia del Trabajo Social comienza cuando hay trabajadores
sociales, no antes. Es una obviedad, pero hay que decirlo. Podemos localizar
antecedentes e instituciones y precursores que se plantearon problemas semejan-
tes, pero en sentido estricto, no pueden formar parte de la historia del Trabajo
Social si no es con ese título el de precursores. Ni Luis Vives, ni San Vicente de
Paul, ni el obispo Chalmers, ni el pastor Barnet, ni Federico Ozanam, ni Concep-
ción Arenal… fueron trabajadores sociales, por mucho que sus aportaciones fue-
sen relevantes para entender su mundo y el que vino después y constituyen apor-
taciones preliminares al ámbito de la intervención social. Pero la historia de una
profesión comienza cuando hay profesionales, no antes, y eso en nuestro caso no
sucedió antes de la última década del siglo XIX, y gracias en todo caso a los cam-
bios que la Revolución industrial trajo consigo (Miranda, 2004: 82).
Karl Polanyi denomina a la Revolución Industrial como «la gran transforma-
ción». Norbert Elias afirma que se trata de un proceso «civilizatorio» y su «multi-
dimensionalidad» como característica. Tusell señala la complejidad de los cambios
y afirma que no se trató simplemente de una revolución tecnológica. A la vez que
los profundos cambios en la manera de producir bienes, se produjeron otros no
menos importantes en el área económica en general y también en la demografía, en
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el urbanismo, en lo social en general.


Con la Revolución industrial va a aparecer un nuevo modo de producción: el
capitalismo que va a imponerse a los anteriores y que va a dar lugar a nuevas clases
sociales. La mayoría ya no serán esclavos o siervos, sino proletarios, integrantes de
la clase trabajadora que recupera su libertad para vender su fuerza de trabajo, pero
en condiciones muy precarias. Como veremos el fenómeno venía de décadas ante-
riores, pero ya se anunciaba lo que algunos denominarían «la cuestión social» que
no era otra sino la generalización de la pobreza.
En 1765, Baudeau afirmó que, de un total de 18 millones de franceses tres
millones eran pobres. Según el resultado de 1791, París tenía 118 884 desampa-
rados, siendo 650 000 su número total de habitantes. El mismo año, la comisión
nombrada por la Asamblea Nacional para el estudios de la mendicidad informó
que, en tiempos normales, aproximadamente una vigésima parte de la población
de Francia carecía de medios y necesitaba alguna ayuda, mientras que en tiem-
pos de penuria esta cifra llegaba hasta una décima o novena parte de la pobla-
ción. La pobreza estaba en realidad tan extendida que la simple denominación de
«pueblo», era un componente esencial del concepto de pobreza. Al intentar defi-
nir «pueblo», en 1775 Necker dijo que era imposible «fijar los límites de esta

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palabra o el grado de desamparo que caracterizaba al pueblo». Llegó a la conclu-


sión de que el pueblo solo se podía definir como «la más numerosa y mísera de
todas las clases de la sociedad (Rosen, 1984: 94).

Esta cita se refiere a un texto de 1765 y, por tanto, no corresponde a un periodo


de pleno desarrollo del capitalismo, sino a una fase avanzada del mercantilismo en
el que ya se insinuaban algunos rasgos de lo que habría de venir a continuación: la
pobreza, que obviamente había existido siempre, afectando a la inmensa mayoría de
la población, como característica fundamental. Además, en una situación en la que
el Estado se limita a garantizar la libertad de hacer negocios. Es decir, no tenía un
papel protagonista en satisfacer necesidades elementales de la población o en aten-
derle en las situaciones de riesgo. Ni tampoco habían surgido las organizaciones
sindicales como mecanismos de autodefensa de los trabajadores. La gente, hombres
mujeres y niños, nos cuenta Castel (1997: 226) trabajaba hasta catorce o dieciséis
horas por día, durante su corta vida, en las primeras concentraciones industriales, a
cambio de salarios de miseria, totalmente librados al arbitrio patronal, reducidos a
la condición de máquinas para producir ganancia y rechazados en cuanto dejaban
de servir para trabajar. Poco a poco la industria floreciente en las ciudades va a
atraer desde el campo a mucha población provocando la migración del campo al
medio urbano, que no estaba preparado para recibir semejantes avalanchas. Aun
más, millones de trabajadores van a emigrar cruzando el Atlántico, buscando una
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vida mejor, procedentes de cualquier lugar del mundo. Los lazos tradicionales que,
de alguna manera, protegían a los individuos desaparecen y la vida se hace muy
difícil. El Estado de Bienestar todavía tardaría décadas en aparecer. Es el capita-
lismo liberal en estado puro. Las fuerzas del mercado se desarrollan con total liber-
tad. Y en ese escenario los trabajadores, contabilizados como abundante mano de
obra, llevaban las de perder.
Para entender todos estos cambios se van a ir estructurando una serie de cono-
cimientos nuevos que serán el germen de todas aquellas disciplinas que hoy englo-
bamos entre las Ciencias Sociales. Van a dar sus primeros pasos como consecuencia
de la necesidad de estudiar la sociedad para modificar su funcionamiento. Su origen
se relaciones con la constatación de un fracaso: la pervivencia de la pobreza en el
momento en el que las fuerzas productivas son capaces de producir más riqueza.
Darán sus primeros pasos a finales del XVIII en forma de Economía política de la
mano de Gerónimo de Ustáriz, Thomas Malthus, Adam Smith y David Ricardo,
entre otros. Otros autores inciden en la misma línea. Saint-Simon, Comte, Weber,
Marx y Durkheim se van a mostrar interesados con la industrialización y sus con-
secuencias. La separación del trabajo de gremio y la familia, las transformaciones
en la propiedad, el crecimiento demográfico, la ciudad industrial y el sistema

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fabril… Todos ellos van a estudiar el crecimiento enorme de la productividad, con-


secuencia de la Revolución industrial, pero también constatan el aumento de la
pobreza que va a afectar a la mayoría de la población. Contrariamente a lo que pen-
saban las generaciones anteriores, la sociedad no se conformaba de acuerdo con las
leyes de la razón sino que estaban actuando una serie de fuerzas más allá de la
capacidad humana de lección racional. Comprender dichas fuerzas sería la misión
de las nuevas Ciencias Sociales. Comprenderlas y actuar sobre ellas a fin de conse-
guir un mejor funcionamiento de la sociedad, evitando la pobreza y el desorden
social. Comprender y actuar eran las dos caras de una misma misión (Greenwood,
2002: 6). Posteriormente surgieron voces partidarias de que el científico solo tenía
que conocer, que desentrañar las leyes que regían la vida social, absteniéndose de
intervenir en la realidad. Las trabajadoras sociales, que compartían las mismas aso-
ciaciones científicas, cuando se dieron cuenta de la pérdida de interés por aplicar los
nuevos conocimientos en el ámbito de lo social, las abandonaron porque su voca-
ción era precisamente modificar la realidad social, intervenir en ella. Nunca enten-
dieron por qué las Ciencias Sociales podían no ser aplicadas, cuando constataban
que cualquier tipo de avance científico tenía consecuencias en la calidad de vida de
las personas. Abandonaron las Asociaciones y se produjo la ruptura. Todavía hay
quien piensa que el estatus de ciencia aplicada o de disciplina aplicada es inferior a
las llamadas ciencias puras (Miranda, 1994: 44).
Las pioneras y las primeras generaciones de trabajadoras sociales tenían claro
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que la situación había cambiado. Ya no eran grupos reducidos de pobres los que
reclamaban atención, como sucedía en los siglos anteriores. La pobreza era una
característica de la inmensa mayoría de la población y ante esa situación, los viejos
métodos, las viejas organizaciones, los antiguos planteamientos habían quedado
obsoletos. Era imprescindible subirse al carro de la ciencia. Era necesario compartir
el proyecto con las otras disciplinas sociales de entender lo más científicamente
posible la realidad social para hacer la intervención eficaz, no para limitarse a poner
paños calientes. Ellas mismas participaron de las primeras investigaciones sociales.
Marcaron un antes y un después. Transitaron de la caridad o la filantropía, que era
el motor que movía las acciones de las organizaciones hasta ese momento, a la
Ciencia. Se diga lo que se diga y lo diga quien lo diga, el Trabajo Social no nació
al servicio del capitalismo. Estudiando las obras y el trabajo de las pioneras, nació
para producir cambios sociales, para conquistar mayores cotas de Bienestar Social
para toda la población. Su compromiso con las principales causas —batallas—
sociales del momento, sus vinculaciones con los sectores más progresistas de su
época, así lo demuestran. Otra cosa es que por estar refiriéndonos al escenario nor-
teamericano, se desprecien todas sus aportaciones desde la ignorancia y desde los
prejuicios.

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En Inglaterra… las COS y los Settlement Houses


En la Enciclopedia de Trabajo Social de la NASW se plantea el tema de la
historia y la evolución de la práctica del Trabajo Social y se afirma taxativamente
que el Trabajo Social se desarrolló como disciplina especializada desde la mitad del
siglo XVIII al final del XIX, a partir de las sociedades organizadas para la asistencia a
los pobres. Así pues, los antecedentes inmediatos del Trabajo Social tenemos que
buscarlos en el Reino Unido. Inglaterra fue uno de los primeros países en experimen-
tar los efectos de la industrialización desde finales del siglo XVIII de manera especial.
Antes y en mayor medida que en otros lugares, se generalizaron las peores situacio-
nes vinculadas a la Revolución industrial: trece horas de trabajo diarias los siete días
de la semana hasta para los niños de cinco años, azotados si se dormían, encadenados
a las máquinas si trataban de esconderse, salarios de hambre, condiciones de trabajo
insalubres… Por otro lado, una urbanización precipitada motivada por la avalancha
de población, multiplicaba los barrios en los suburbios en los que la pobreza, e incluso
la miseria más absoluta, y todos los problemas sociales se hacían más evidentes.

Toda gran ciudad tiene uno o más «barrios feos», en los cuales se amontona la
clase trabajadora. A menudo, a decir verdad, la miseria habita en callejuelas escon-
didas, junto a los palacios de los ricos; pero, en general, tiene su barrio aparte,
donde, desterrada de los ojos de la gente feliz, tiene que arreglársela como pueda.
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En Inglaterra, estos «barrios feos» están más o menos dispuestos del mismo
modo en todas las ciudades: las casas peores están en la peor localidad del lugar;
por lo general, son de uno o dos pisos, en largas filas, posiblemente con los sóta-
nos habitados, e instalados irregularmente por doquier. Estas casitas de tres o
cuatro piezas y una cocina, llamadas cottages, son en Inglaterra, y con excepción
de un aparte de Londres, la forma general de la habitación de toda clase obrera.
En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos
de animales y vegetales, sin canales de desagüe y, por eso, siempre llenas de
fétidos cenegales. Además, la ventilación se hace difícil por el defectuoso y
embrollado plan de construcción, y dado que muchos individuos viven en un
pequeño espacio, puede fácilmente imaginarse qué atmósfera envuelve a estos
barrios obreros… (Engels, 1979: 48).

Una precursora digna de ser mencionada fue Octavia Hill cuya obra es impres-
cindible para entender la concepción de la pobreza en la época victoriana. De alguna
forma representa una época de transición entre los viejos y los nuevos tiempos. Sin
variar un ápice su concepción ideológica de la pobreza y su origen moral, por tanto
individual y en consecuencia, no estructural, defendió un programa de reeducación
moral de las masas utilizando la vivienda como argumento (Miranda, 2004: 105).

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A principio del XIX había en Londres 2500 «obras caritativas» tanto religiosas
como laicas, a las que pertenecían un número indeterminado de profesionales y volun-
tarios. En la década de 1840 se agruparon alrededor de las COS (Charity Organiza-
tion Society), que eran asociaciones de filántropos que trataban de perfeccionar la
técnica de la asistencia. Para algunos autores, el nacimiento de las COS se explica por
la búsqueda de la eficacia. El movimiento de voluntarios de la caridad y la filantropía
había tenido capacidad para sobrevivir y extenderse en las nuevas condiciones y urba-
nas, pero era criticado por su ineficacia, dado que estaba desorganizado y dividido en
una variedad desconcertante de organizaciones de caridad y religiosas. Las COS
representan el intento de organizar la intervención social adelantándose a lo que luego
habrá de ser la intervención del Estado, tratando de aplicar los principios «racionales
y científicos» que se estaban desarrollando en las entidades privadas. Tenían como
objetivo hacer la caridad más racional y científica y en consecuencia van depurando
una serie de cuestiones metodológicas que van a ser la base del adiestramiento de sus
voluntarios primero, y de sus profesionales después. En concreto, establecieron sus
ocho principios, de los cuales algunos ya estaban en vigor en las Conferencias de San
Vicente de Paúl, creadas en París, en 1833, por Federico Ozanam.
Estos principios eran los siguientes:
a) Cada caso será objeto de una «encuesta» cuyos resultados serán consigna-
dos en un informe escrito.
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b) Este escrito será sometido a una comisión que se pronunciará sobre las
medidas a tomar.
c) No se concederán socorros temporales. Se concederá una ayuda bastante
sensata, importante y prolongada para que la familia o el individuo sean
colocados en condiciones normales.
d) El asistido será el agente de su propio restablecimiento y se interesará en
este objetivo a sus parientes, sus vecinos, sus amigos, recurriendo así a lo
que el obispo Thomas Chalmers, gran enemigo de los socorros materiales,
llamaba el «fondo invisible» de la caridad, que permite a los pobres ayu-
darse a sí mismos.
e) Se solicitará a favor del asistido la cooperación de las diversas instituciones
susceptibles de intervenir.
f) Los agentes de las asociaciones recibirán instrucciones generales escritas;
se formarán mediante lecturas y con un periodo de prácticas.
g) Las instituciones de caridad comunicarán la lista de sus protegidos, que
servirá para tener un fichero central de los asistidos, será una garantía
contra los explotadores de la filantropía y se evitará la duplicidad de encues-
tas ya hechas.

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h) En fin, se constituirá un repertorio de obras, que permitirá eliminar las


instituciones parásitas, orientar las intervenciones con conocimiento
de causa, descubrir las lagunas y las duplicidades en las organizaciones de
beneficencia.
Para algunos estudiosos esta forma de actuar ya merece ser denominada como
casework method, y las COS sería, por tanto, las que merecerían tener la patente de
dicho método. Se trataba de una mezcla de principios metodológicos, producto de la
experiencia acumulada por sus voluntarios y otras aportaciones muy diversas, el
convencimiento de que la relación personal, e incluso amistosa, era necesaria como
condición para que el proceso de ayuda fuera exitoso y también un cierto grado de
control sobre la vida de los sujetos que aceptaban este tipo de relación y los benefi-
cios que de ella se pudieran derivar. Otros autores son críticos con el nacimiento de
estas organizaciones enmarcándolo en el intento de racionalizar las desventajas que
suponían la lucha entre diferentes confesiones religiosas para extender su control
espiritual entre las clases populares (Sarasa Urdiola, 1993: 131).
En todo caso la vinculación de este tipo de sociedades con las Iglesias protes-
tantes parece evidente. Se guiaban por las teorías de Thomas Chalmers que seguía
pensando que el individuo era el causante de su pobreza y la aceptación de asisten-
cia pública destruía el respeto a sí mismo del mendigo y hacía que se acostumbrara
a vivir de la limosna. La sociedad seguía también la sugerencia de Chalmers de que
debía pedirse al indigente que pusiese en ejercicio todas sus capacidades para man-
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tenerse a sí mismo (Friedlander, 1985: 43).


Pero cuando las COS dan el salto a los Estados Unidos, marcan distancias res-
pecto a las influencias religiosas, inician su propio camino abandonando o introdu-
ciendo modificaciones sustanciales respecto a las tradiciones que venían del viejo
continente. Fue Joséphine Shaw Lowell quien introdujo en los Estados Unidos las
COS, copiando la experiencia londinense. La primera COS americana fue fundada
en Búfalo, Nueva York, y se extendieron rápidamente. A finales del siglo XIX, las
principales áreas urbanas organizaron alguna COS. En 1911 se agruparon en una
Asociación Nacional, la Family Welfare Association of America, y veinte años des-
pués tenía más de 1000 delegaciones. Se declararon enemigos acérrimos de propor-
cionar limosnas directas. Había que hacer intervenciones más complejas. Ayudar se
convirtió en un proceso, no en un acto. Y ese proceso necesitaba de personas cada
vez mejor formadas. Ya no se trataba, como había preconizado el movimiento del
State Board, de gestionar mejor los recursos y las instituciones, aplicando la racio-
nalidad científica y técnica que tan buenos resultados había producido en la empresa
capitalista desde el punto de vista de la racionalidad, sino de introducir novedades
metodológicas, nuevas técnicas aprendidas de las ciencias sociales, buscando una
mayor eficacia en los procesos de ayuda.

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18 Miguel Miranda Aranda

Los historiadores del Trabajo Social afirman que en la década de 1890 se pro-
duce la transformación del Trabajo Social: de ser una empresa en su mayor parte
mantenida por voluntarios, los cuales necesitaban poco más que un buen carácter y
buenas intenciones, a estar dominado por personal profesional asalariado y cada vez
más experto. Mary Richmond fue, sin duda, la pionera más relevante en el ámbito
de las COS y por ende del Trabajo Social Individualizado (Miranda, 2004: 147).
Sobre esta autora tan relevante en los últimos años hemos publicado distintos traba-
jos, citados en la bibliografía, a los que remitimos al lector para la necesaria profun-
dización en una figura tan importante y que muchas veces ha sido ignorada o incluso
criticada sin haber conocido su trayectoria o haber leído sus libros y artículos.
En definitiva, mantenemos que en el ámbito de las COS se dieron pasos muy
importantes en el proceso de profesionalización del Trabajo Social y como veremos
más adelante en la configuración disciplinar a partir de la relación de Richmond con
la Escuela de Chicago y la aceptación del Interaccionismo Simbólico para resolver
un problema que se venía arrastrando desde siglos: ¿Cuál es el origen de la pobreza?
¿Dónde hay que poner el énfasis? ¿En los factores individuales? ¿En los factores
sociales, estructurales de cada sociedad? Este dilema es clave porque según sea la
respuesta la orientación profesional será diferente en cuanto a los paradigmas teóri-
cos a los que hay que ir a beber, las estrategias institucionales, las técnicas a utilizar,
etc. Lo que sí afirmamos por el momento es que las COS desarrollaron una serie de
aportes metodológicos muy importantes en lo que se refiere a un nivel de interven-
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ción: el que se ocupa de los individuos y sus familias. También afirmamos que
supusieron una ruptura con las prácticas anteriores en las maneras de enfrentarse a
la pobreza. Y también reivindicamos para M. Richmond un lugar muy importante
en el proceso de la configuración de la profesión y de la disciplina. Su libro Social
Diagnosis representa un ejercicio de investigación modélico y una aportación como
pocas se han producido en la historia disciplinar. Su obra de madurez What is social
case work nos ha aportado a generaciones enteras una manera de concebir el Tra-
bajo Social imprescindible. En ella están ya resueltas algunas dudas teóricas a partir
del contacto de la autora con George Herbert Mead y la solución interaccionista.

El otro movimiento en el que nace el Trabajo Social:


los Settlement Houses. Y Jane Addams
Pero no todo sucedió en el seno de las COS. Hubo otro movimiento muy impor-
tante y que, sin embargo, ha permanecido bastante desconocido durante décadas, al
menos en nuestro país y me atrevo a decir en muchos países europeos y latinoame-

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El Trabajo Social. Profesión y disciplina. Naturaleza y objeto disciplinar 19

ricanos. Sin embargo, por su aportación a la historia disciplinar, por las experiencias
desarrolladas en aquel contexto histórico y desde luego por la figura de su principal
líder, Jane Addams, merece estar a la misma altura que las COS. Por no decir que
Addams, que acabaría siendo premio Nobel de la Paz, fue en su época mucho más
conocida, incluso a nivel popular, que la propia Mary Richmond. Tenemos que
señalar además otra cuestión importante. Los trabajadores sociales ejercen su pro-
fesión utilizando tres niveles, que no métodos, de intervención: el individual/fami-
liar, el grupal y el comunitario. Pues bien, hemos señalado que fue en el interior de
las COS donde nació el Trabajo Social individualizado y ahora hemos de señalar
que debemos a los Settlements los comienzos del Trabajo Social Grupal y del Tra-
bajo Social Comunitario o Intervención colectiva. Otra cuestión muy importante,
aunque a diferencia de las COS, que sí tuvieron producción bibliográfica impor-
tante, en los Settlements no fueron capaces de sistematizar sus experiencias a pesar
de sus múltiples vinculaciones con el Departamento universitario de Chicago.
Algunas veces se ha presentado a las dos organizaciones enfrentadas entre sí.
Es verdad que por parte de los Settlements se criticaba a las COS por centrarse en
los individuos, olvidándose de las causas de los problemas y del hecho cierto de que
muchos individuos compartían los mismos problemas, viviendo en el mismo barrio,
ocupando el mismo lugar en el proceso productivo, siendo víctimas de circunstan-
cias estructurales que estaban fuera de las responsabilidades individuales o de pro-
blemas morales, como mantenían las COS al menos en sus comienzos victorianos
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bajo la influencia poderosa del calvinismo. Pero también es cierto que la principal
líder de las COS saluda a este movimiento como «otro desarrollo» muy importante,
en absoluto enfrentado, sino complementarios. Para Richmond el Trabajo Social no
se agotaba en el trabajo con los individuos y familias y en el seno de las COS. Para
ella la profesión tenía perspectivas más amplias que por supuesto incluían las apor-
taciones que en el ámbito de los barrios obreros y con otras perspectivas, aportaban
a la identidad común los establecimientos que Hull House, en Chicago y su direc-
tora, Jane Addams, lideraban con tanto éxito.
Los Settlements también nacieron en Londres. El primer asentamiento, que es la
palabra que utilizamos para traducir la denominación de este movimiento, fue
Toynbee Hall. Y lo creó el pastor Barnett utilizando la casa parroquial en un subur-
bio de Londres llamado Whitechapel. La casa y el movimiento todavía existen y se
puede visitar, perfectamente identificable a partir de los antiguos dibujos de la época
y en su página web. Toynbee Hall se convirtió en una residencia de estudiantes uni-
versitarios que se ponían al servicio de sus vecinos del barrio con los que compartían
su vida, de los que aprendían, a los que trataban de ayudar en sus necesidades utili-
zando los recursos disponibles o denunciando las carencias, convirtiéndose en su voz
ante la sociedad rica que vivía en el centro londinense (Miranda, 2004: 163).

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Friedlander señala que Toynbee Hall, que recibió este nombre en honor de uno
de los primeros estudiantes que aceptó la invitación de Barnet, y murió allí conta-
giado de tuberculosis, tenía tres objetivos principales:
1. La educación y el desarrollo cultural de los pobres.
2. Información para los estudiantes y otros residentes de la casa sobre las con-
diciones en que vivían los pobres y la necesidad urgente de hacer reformas
sociales.
3. El despertar general del interés popular en los problemas sociales y en la
legislación social.
En la década de 1880, un grupo de estudiantes norteamericanas viajó a Londres
y visitó Toynbbe Hall. Algunos de ellos decidieron exportar la experiencia a los
EE.UU. de manera que el primer settlemen fue abierto en 1889 en Lower East Side
de Nueva York con el liderazgo de Stanton Coit y bautizado como el Neighborhooh
Guild aunque posteriormente fue llamdo el University Settlement, revelando su
auténtico origen, vinculado a la institución universitaria. Pero el que alcanzaría
fama y serviría como modelo para los demás fue Hull House, en Chicago, creado en
1888 por Jane Addams y Ellen Gates Starr. En Hull House se dan cursos, conferen-
cias, clases de inglés, de pintura, de cocina, se representan obras de teatro, hay cla-
ses de gimnasia, se organiza una banda de música, sirve como oficina de empleo,
como guardería, era a la vez un centro social, una escuela, un centro de juego y
recreo, un centro cultural, un lugar para la gente trabajadora en el que se formaban
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grupos de estudio, grupos de acción que pretendían modificar la legislación, lugar


de encuentro de profesores universitarios, sindicalistas socialistas y anarquistas,
centro desde el que se planificaban y ejecutaban investigaciones sobre la realidad
social, lugar de encuentro para quienes compartían determinados problemas, centro
desde el que se luchaba para proteger a los niños que trabajaban, para prohibir el
trabajo nocturno para mujeres y niños, para conseguir la creación de tribunales de
menores y medidas alternativas a la prisión… todo eso y mucho más era Hull House.

La idea fundamental que los settlements representan es esta: que, con inde-
pendencia de las creencias religiosas o no religiosas, toda la gente, hombres,
mujeres y niños, en cualquier calle, en un pequeño número de calles en cada
distrito de clase trabajadora […] deberá estar organizada en una especie de clubs
que estarán ellos mismos, o en alianza con aquellos otros vecindarios, para llevar
a cabo o inducir a otros a realizar las reformas —domésticas, industriales, edu-
cacionales, de ayuda o recreativas—, que el ideal social demanda. Esto es una
expresión familiar de cooperación (Trattner, 1994: 170).

Y en medio, omnipresente, de Hull House, Jane Addams. Había nacido en 1860.


Fue una de las visitantes de Toynbee Hall que quedó prendada de la iniciativa de

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El Trabajo Social. Profesión y disciplina. Naturaleza y objeto disciplinar 21

Barnett y empeñada en llevar la experiencia a Chicago. En el viaje, como había pasado


con las COS, las influencias religiosas desaparecieron. Ya no había ningún afán pro-
selitista. Los intereses de Addams eran muy diferentes. En 1903 fue nombrada vice-
presidenta de la National Woman’s Trade Union League. De 1905 a 1908 fue miembro
del Chicago Board of Education. En 1909 fue elegida presidenta de la Conferencia
Nacional de Caridad y Corrección (más tarde Conferencia Nacional de Trabajo
Social), siendo la primera mujer que ocupaba este cargo. El mismo año se creó la
Asociación Nacional para el avance de la Gente de Color y ella fue una de las funda-
doras. Un año después publicó quizá su principal obra Twenty Years at Hull House y
actuó como mediadora en la huelga de los trabajadores de la empresa Garment. Esta
mediación indica el prestigio social que tenía para ser aceptada como mediadora por
las partes. En los años siguientes va a ser elegida presidenta de la National American
Woman Suffrage Association y también presidenta de la Federación Nacional de los
Settlements and Neigborhood Center. Asiste en 1913 al Congreso Internacional de la
Alianza de Mujeres Sufragistas, en Budapest. En plena Primera Guerra Mundial es
una de las impulsoras del Woman’s Peace Party, siendo su primera presidenta en 1915,
el mismo año que preside el Congreso Internacional de Mujeres en La Haya. Durante
una década, de 1919 a 1929, ocupó también la presidencia de la Liga Internacional de
Mujeres por la Paz y la Libertad. En 1920 ayudó a fundar la American Civil Liberties
Union. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1931, cuatro años antes de fallecer en un
hospital de Chicago. En su trayectoria pasó de ser la Santa Jane a ser declarada por sus
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opciones pacifistas durante la Gran Guerra, la mujer más peligrosa de los EE. UU. a
juicio del FBI y posteriormente elevada a los altares de las mujeres ilustres cuando
recibió el reconocimiento del Nobel (Miranda, 2004: 198).
Una de las pioneras del Trabajo Social tuvo pues esta brillante trayectoria:
reforma social, pacifismo, sufragismo, derechos de la población negra, derechos
civiles, sindicalismo… Estas son las batallas en las que ella estuvo toda su vida
involucrada coincidiendo en algunas con M. Richmond que también se comprome-
tió en mejorar la vivienda de los trabajadores, en la erradicación del trabajo infantil,
en la creación de los Tribunales de Menores…

Dos grandes pioneras en contacto con Mead


y los chicaguenses
Dos grandes mujeres de las que sus herederos, todos los trabajadores sociales,
nos podemos sentir orgullosos. Dos autoras importantes a las que hay que situar por
caminos paralelos en diálogo con los profesores de la Escuela de Chicago, con Park,

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22 Miguel Miranda Aranda

Thomas, y con George Herbert Mead. Su influencia fue fundamental para la cons-
trucción de la identidad disciplinar, como vamos a ver a continuación. Addams
vivió en Chicago, los profesores eran visitantes habituales de Hull House, alguna
incluso sería a la vez residente e investigadora en Hull House y profesora universi-
taria pocos años después, el trato era continuo. Pero es que alguna autora (Deegan)
defiende que en realidad era Addams la auténtica líder de lo que representó intelec-
tual y científicamente la Escuela de Chicago, por encima de los profesores Small,
Park o Thomas, y por supuesto directora indiscutible de todo lo que se realizaba
como intervención social en Hull House. Así pues, por la vía de los settlements la
vinculación con los planteamientos del Departamento universitario es evidente y en
las dos direcciones. Pero la relación también se dio con M. Richmond, y a través de
ella, con las COS. Conviene recordar que Richmond fue discípula y amiga de
Mead…

Las influencias teóricas


Las profesiones no han existido desde siempre ni tampoco nacen para ser eter-
nas. Nacen y desaparecen según sean las necesidades de las sociedades, según apa-
rezcan nuevos problemas o se desarrollen tecnológicamente. Cuando los tractores
sustituyeron a los animales en las tareas del campo, prácticamente desaparecieron
los herreros y aparecieron en escena los mecánicos. No hubo informáticos antes de
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la aparición de los ordenadores. No hubo trabajadores sociales antes de la explosión


de problemas sociales que trajo consigo la Revolución industrial. A finales del XIX
se dan las condiciones para el nacimiento de una nueva profesión. Como dice Tratt-
ner (1994: 234), el tiempo de los generalistas estaba comenzando a desvanecerse
ante la serie de complejidades de la existencia moderna, y un conjunto de profesio-
nes hicieron su aparición para responder a la complejidad: ingenieros, geólogos,
químicos, economistas, politólogos, sociólogos, psicólogos, la Medicina «cientí-
fica», la Psiquiatría… Desde las ciencias de la naturaleza y desde las incipientes
Ciencias Sociales se estructuran y se organizan grupos que construyen nuevas iden-
tidades profesionales. Reclaman para sí un cuerpo de conocimientos específicos
que poseen en exclusiva, un monopolio de habilidades obtenidas por una mejor
preparación y una serie de cuestiones compartidas por sus miembros que tenían en
común una identidad de grupo y también, y no menos importante, unos ciertos valo-
res, que en el caso del Trabajo Social, estaban muy claros. Aparecen también publi-
caciones especializadas propias de cada disciplina, crean las asociaciones profesio-
nales… En el terreno de la intervención social, lo que existía antes, la caridad y la
filantropía, se revelan como insuficiente, como inapropiados para enfrentarse a una
realidad que ha cambiado sustancialmente (Miranda, 2004: 211).

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El Trabajo Social. Profesión y disciplina. Naturaleza y objeto disciplinar 23

Tanto las COS como los Settlement Houses, son dos movimientos que encarnan
la voluntad de convertir la caridad en una actividad científica, utilizando la expresión
del momento. Ello implica formación especializada, el paso por las instituciones
académicas, la observación rigurosa de la realidad, la investigación, la creación de
teoría, el diálogo con las disciplinas afines, la profesionalización, en definitiva. La
Revolución industrial, la aparición del capitalismo y, por tanto, del proletariado, los
movimientos migratorios… provocaron una situación de pobreza que afectó a la
mayoría de la población que acudió a vivir a las ciudades en condiciones pésimas.
En definitiva, la situación social se había vuelto tan complicada que solo desde la
ciencia y creando una nueva profesión de especialistas se podían diseñar nuevas
intervenciones. Este aspecto es importante. El Trabajo Social nace para intervenir
desde las Ciencias Sociales, para aplicar a la realidad social los avances que se van
produciendo en el seno de las disciplinas que hacen de lo social su objeto de estudio.
No nace, como algunos mantienen, como un instrumento de control de las masas
depauperadas. Este propósito hubiera sido quimérico. De ser verdad, le hubieran
dado mucho más poder y recursos. El Trabajo Social nace desde los sectores más
progresistas de la sociedad conscientes de que la industrialización lejos de acabar
con el hambre y la miseria ha empeorado las condiciones de vida de la inmensa
mayoría de la población. Las promesas de que como se producía más aumentarían
los recursos disponibles y en consecuencia desaparecería la pobreza, pronto se
demostraron falsas. El capitalismo hacía más ricos a los que más tenían y más pobres
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a los que no tenían sino su capacidad de trabajar, su fuerza de trabajo. Yo defiendo


que la profesión del Trabajo Social en absoluto es diseñada por el poder y desde el
poder. Quien mantenga esa posición deberá demostrarla y no limitarse a enunciarla
como si fuera un dogma. Por el contrario, nació de la mano de mujeres pioneras, que
se comprometieron como ya hemos señalado, en las principales batallas del momento.
Ahora bien, ¿qué arsenal tenían a finales del XIX y principios del XX
para configurar una nueva profesión? Necesitaban materiales técnicos, científicos, para
superar la mera caridad, la filantropía y el sentido común. Era urgente avanzar
rápido porque la situación lo exigía. Es verdad que habían heredado cuestiones
metodológicas traídas desde la vieja Europa. También habían importado desde
Inglaterra fórmulas organizativas: las COS y los settlements. Pero ¿cuál podía ser su
«saber»? Habitualmente se entiende que un saber es un conjunto de conocimientos
metódicamente adquiridos, más o menos sistemáticamente organizados y suscepti-
bles de ser transmitidos a través de la enseñanza. Ese «saber» debía incluir no solo
cuestiones de orden práctico (saber hacer, cómo hacer, es decir, técnicas), sino
también cuestiones de orden teórico, un marco teórico que ayudase a entender la
realidad, a elaborar diagnósticos y a planificar intervenciones. Para ello, era
necesario investigar. Lo reclamaba el Prof. W. I. Thomas desde el Departamento

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de Chicago. Y así lo hicieron en Hull House (Maps and Papers) y desde las COS
(Social Diagnosis, de M. Richmond es un gran trabajo de investigación sobre
más de dos mil casos), además de otras muchas investigaciones que fueron llevadas
a cabo por las primeras generaciones de trabajadoras sociales. Esta actitud investi-
gadora ha hecho que a alguna de ellas se les reconozca como sociólogas, como si la
investigación quedara fuera de la identidad de las trabajadoras sociales.
En realidad, en esos años previos y posteriores al cambio de siglo se va a pro-
ducir el proceso de creación de las identidades profesionales que hemos citado más
arriba, estando al principio todas ellas bastante mezcladas. Me gusta poner como
ejemplo el de George H. Mead, filósofo de origen, profesor de sociólogos y que pasó
a la historia de la ciencia como el padre de la Psicología Social. Todo estaba bastante
mezclado y todo el mundo compartía, como ahora también por cierto, lo que hacía
el de al lado. Las disciplinas científicas no son compartimentos estancos. Si lo fue-
ran, el avance científico se produciría con mucha más lentitud. La cuestión es que
nuestras pioneras, poseedoras de un «saber hacer» metodológico, pero huérfanas de
teorías se arrimaron al principal Departamento universitario del momento, a la Uni-
versidad que dominó el panorama de las Ciencias Sociales hasta la década de los
treinta. Ese era el Departamento de Chicago, conocido como la Escuela de Chicago.
Y, como ya hemos señalado, tanto por la vía de M. Richmond como por la de
J. Addams la relación con este Departamento fue muy intensa.
M. Richmond fue alumna y amiga de Mead y en su libro de madurez, What is
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social case work, reconoce que sus teorías constituyen una de las piedras angulares
del Trabajo Social individualizado. Además, en la introducción a Social Diagnosis
dedica su agradecimiento a la Chicago School of Civics and Philanthopy, en cuyas
aulas estuvo como alumna, recogiendo algunos materiales de los que luego se sir-
vió. Eso era antes de 1917. Que esta pionera reconozca las aportaciones de Mead
como una de las piedras angulares del Trabajo Social individualizado constituye
una pista sobre la que merece la pena detenernos. Conviene saber que en un arco,
cuando quitas la piedra angular, el arco sencillamente se cae. Por tanto, la metáfora
que utiliza Richmond es que sin las teorías de Mead aplicadas al Trabajo Social,
este sería otra cosa o no sería. Veamos.
Desde las décadas anteriores, sobre todo en el interior de las COS, se discutía
sobre el origen de la pobreza. La cuestión se planteaba en los siguientes términos:
¿era el individuo el responsable de su propia miseria o por el contrario era la socie-
dad y sus estructuras económicas, políticas y sociales, en general, la que condenaba
a la pobreza a cada vez más seres humanos? En realidad, el dilema Individuo / Socie-
dad venía siendo un tema de debate central en las Ciencias Sociales que estaban
naciendo. Las grandes figuras de aquellos años, Spencer, Weber, Durkheim, Marx…
se habían pronunciado. Unas escuelas ponían el énfasis en la importancia del indi-

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El Trabajo Social. Profesión y disciplina. Naturaleza y objeto disciplinar 25

viduo, negando incluso la realidad física de eso que llamamos comunidad o socie-
dad (que no es lo mismo) y otros, por el contrario, afirmaban que solo en el interior
de la comunidad podía aparecer el individuo.
Dice Richmond:

El profesor George H. Mead, de la Universidad de Chicago, va más lejos


cuando afirma que la sociedad no es solamente el medio por el cual se desarrolla
la personalidad, sino también la fuente y el origen de esta. Desgraciadamente ha
publicado poco y su obra no es accesible al gran público. Se ha designado a veces
con el nombre de «teoría del yo ampliado» esta explicación de la vida y del desa-
rrollo mental del hombre. Es una de las piedras angulares del Trabajo Social de
casos individuales (Richmond, 1982: 27).

Y nuestra autora aprende la lección y la aplica al Trabajo Social:

La constitución mental del hombre está formada por la suma de sus dones
naturales y de las experiencias y las relaciones sociales que ha tenido hasta ese
momento (Richmond, 1982: 87).

Una de sus principales seguidoras, Gordon Hamilton, de la Escuela de Nueva


York, donde se desarrolló el Modelo Psicosocial, lo concretó años después:

El hombre es un organismo biosocial; el «caso», el problema y el tratamiento


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siempre deben ser considerados por el trabajador social como un proceso psicoso-
cial. Un caso social no está determinado por el tipo de cliente (sea una familia, un
niño, un anciano, un adolescente), ni puede determinarse por el tipo de problema
(sea una dificultad económica o un problema de conducta). El caso social es un
«acontecimiento vivo» que siempre incluye factores económicos, físicos, menta-
les, emocionales y sociales, en proporciones diversas. Un caso social se compone
de factores internos y externos, o sea, relativos al medio ambiente. No solo se trata
a la gente en el sentido físico, o al ambiente en el sentido físico, sino que se estudia
a los individuos en todo lo que se relaciona con sus experiencias sociales, así como
con sus sentimientos sobre estas experiencias… (Hamilton, 1940: 2).

En 1942 Richmond ya había fallecido, pero la cita nos demuestra cómo caló su
herencia en la generación siguiente. En la Escuela de Nueva York, se va a hacer
evidente la influencia del Psicoanálisis, que había triunfado en muchas disciplinas,
pero sin desplazar las soluciones recogidas por Richmond del Interaccionismo Sim-
bólico, que así se llamaron a las teorías de Mead, unas teorías que constituyen parte
del legado más importante de aquel Departamento universitario.
A las trabajadoras sociales, tales teorías les vinieron estupendamente porque
les ayudaron a entender lo que pasaba a sus clientes. No se podía culpabilizar a las

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víctimas. En adelante no había que buscar en el individuo y solo en él, las causas por
las que en un momento de su vida, había caído en la pobreza. No eran tontas ni cie-
gas. No había que reflexionar mucho para saber que la extensión de la miseria como
una característica que afectaba a las grandes masas no podía achacarse a la torpeza,
inmoralidad o al vicio de los individuos, como se había hecho en la época victo-
riana. Eran razones estructurales, propias del modo de producción, de la manera de
organizar la sociedad, la que hacía a los seres humanos desiguales, era el capita-
lismo el que acumulaba la riqueza en muy pocas manos y condenaba a la mayoría a
una existencia indigna. El Interaccionismo Simbólico contribuyó, pues, a entender
que primero es la sociedad y luego el ser humano, que no hay mente humana sin un
grupo social que existe previamente, que es imposible entender lo que le sucede a
un ser humano si solo atendemos a sus decisiones haciendo abstracción de las cir-
cunstancias sociales en las que ese individuo ha desarrollado su existencia, su fami-
lia de origen, el barrio en el que nació, las oportunidades que la sociedad le ofreció
en cada momento. Por tanto, no se puede responsabilizar o culpabilizar al individuo
de su situación de pobreza. Las interacciones entre el ambiente social y las decisio-
nes del individuo van marcando la trayectoria vital. Hay factores individuales que
nos explican determinadas situaciones, pero también en muchos casos son los fac-
tores sociales, estructurales, los causantes de la situación. Los millones de desem-
pleados que hay ahora en España lo son por determinadas circunstancias económi-
cas que trascienden la voluntad individual. Es en la Economía y en la Política donde
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hay que buscar las causas, no en decisiones personales erróneas. Las trabajadoras
sociales de la primera generación abandonaron las viejas ideas calvinistas que
venían de las antiguas COS inglesas, y de la sociedad victoriana, para proclamar
que siempre había que prestar atención a los factores individuales, pero en la misma
o mayor proporción hay que analizar las circunstancias sociales que en muchos
casos determinan las situaciones que afectan a los individuos y a sus familias. La
pobreza que se generalizó con la Revolución industrial, la aparición del maquinismo
y el desarrollo del modelo capitalista no fue la consecuencia de la tendencia a la
ociosidad y al vicio de los trabajadores, simplemente era el correlato inevitable de
un modo de producción que organizaba las cosas de determinada manera.
Hubo más influencias en el Trabajo Social desde los chicaguenses. Aunque
como ya hemos dicho antes, algunos plantean que en realidad la influencia fue recí-
proca, es decir, que las mujeres que vivían en Hull House, y la que mandaba en él,
Jane Addams, no eran ajenas a las investigaciones y a las orientaciones teóricas que
se desarrollaron en Chicago desde la creación del Departamento en 1892 y durante
las tres primeras décadas del siglo XX. Entre aquellas influencias señalaremos por
su importancia el peso de la filosofía pragmatista (Miranda, 2004: 249), una
corriente filosófica que había nacido en los Estados Unidos que ayudó a desterrar

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dogmas. Fueron pragmatistas sobresalientes William James y John Dewey y el pro-


pio Mead. Y sigue siendo en nuestros días una corriente que tiene sus seguidores
porque la juzgan con potencial para el presente y para el futuro.
Como demuestran en sus obras, los pragmatistas creen en la primacía de las
libertades individuales, en particular la de expresión, crítica, empresa e investiga-
ción, en el pluralismo, creen que las ideas hay que probarlas, someterlas a prueba,
lejos del dogmatismo, defienden la democracia como el régimen más favorable a las
libertades, valoran las ciencias, las técnicas y respetan a las religiones por sus fun-
ciones sociales, son propensos a la exploración, a la investigación y a la conquista
indefinida, que desafía siempre las nuevas fronteras. El desarrollo del conocimiento
humano no tiene límites. Son defensores de reforzar los sistemas públicos de ense-
ñanza, aun más, creen que la propia enseñanza es un procedimiento para cambiar la
realidad, para la promoción social. Dewey es un buen ejemplo. Creen que la riqueza
que se crea en un país debe de alcanzar a todos sus habitantes, y señalan un hori-
zonte utópico al que denominan la «hermandad universal». Basta leer detenida-
mente para intuir que tales principios, ideológicos si se quiere, resultaron atractivos
para nuestras pioneras porque sustentaban la posición de quienes se empeñaban en tra-
bajar por aumentar la igualdad entre los seres humanos, en aumentar la justicia social y
en conseguir un mayor bienestar para todos los seres humanos. La sociedad tiene
que estar al servicio del individuo, no el individuo al servicio de la sociedad. Los
pragmatistas, por tanto los de Chicago, eran contrarios al evolucionismo social de
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Spencer, uno de los padres de la Sociología, que mantenía que lo mejor que podía
hacerse con los pobres era dejarlos para que murieran lo antes posible porque retra-
saban la marcha inexorable de la sociedad hacia su perfección. Pues bien, contra
Spencer los de Chicago y la primera generación de trabajadoras sociales se empe-
ñaron en lo contrario, en ayudar al individuo independientemente de su sexo, proce-
dencia étnica, lugar de nacimiento o adscripción religiosa. Las primeras páginas de
la obra citada de Gordon Hamilton acreditan estas posiciones.
Además del Pragmatismo, recibieron la importancia de la investigación, base
sobre la que apoyar las propuestas teóricas, una investigación que se desarrollaba en
el escenario urbano, laboratorio privilegiado para el científico social, lugar en el que
pasaba todo, en el que se podían observar los nuevos fenómenos. En ese escenario
estaban las trabajadoras sociales, no tenían que salir de sus despachos para acer-
carse a la realidad social y desentrañarla, ese era cotidianamente su lugar de trabajo.
Compartieron, además, su gusto por el enfoque micro social y las técnicas cualita-
tivas. Si no se hubieran compartido escenario y técnicas, las famosas monografías,
las investigaciones, que se publicaron en aquellas décadas, difícilmente hubieran
sido posibles. Algunas son el producto de una doble identidad, la de trabajador
social y profesor de la Universidad.

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Pues bien, podemos decir que aquellas aportaciones fruto de nuestras pioneras
con aquellos otros pioneros del pensamiento sociológico y antropológico, del
pensamiento social, han llegado a nuestros días, aunque muchas veces no seamos
plenamente conscientes de ello. Por eso forma parte del proceso de construcción de
una identidad disciplinar volver la vista atrás y estudiar a los clásicos. El Trabajo
Social los tiene también y de la misma manera que los sociólogos o los antropólogos
o los psicólogos estudian a los suyos, las nuevas generaciones de trabajadores socia-
les tienen el deber de conocer la obra de aquella generación de mujeres que pusieron
en marcha lo que ahora conocemos como Trabajo Social.
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Y ¿en qué nos distinguimos de otras profesiones?


Esta es una pregunta importante. ¿En qué nos distinguimos de los sociólogos,
antropólogos, psicólogos, educadores sociales? ¿Y por qué un sociólogo no es lo
mismo que un psicólogo…? ¿Cómo se han formado esas disciplinas/profesiones? O
dicho de otra manera, ¿qué es lo que hace que los trabajadores sociales seamos lo
que somos y no otra cosa?
Algunos han mantenido que por los métodos que utilizamos, otros por las teo-
rías de las que nos servimos y, por último, algunos creemos que por el objeto del que
nos ocupamos, que es nuestro y de nadie más. En algún momento se dijo que la
identidad del Trabajo Social estaba en el método básico. Se entiende por tal (aunque
también se le llama integrado y método operativo) un método que tiene varias fases:
primero se explora, después se diagnostica, a continuación se planifica la interven-

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ción, se realiza dicha intervención y, por último, se evalúa. Pues bien, este método,
que efectivamente lo utilizamos los trabajadores sociales independientemente del
nivel en el que trabajemos (individuo/familia, grupo o comunidad) en absoluto es un
método exclusivo del Trabajo Social. Ni tampoco es el gran invento de nuestra pro-
fesión. En realidad M. Richmond, empeñada en proporcionar procedimientos estan-
darizados al Trabajo Social naciente, se fijó en los métodos de los médicos y de los
abogados como nos cuenta Perlman en la introducción de su libro. Por tanto, ni es
«nuestro» invento ni es exclusivo. En realidad tiene que ver con un proceder racional
del ser humano cuando quiere obtener un determinado resultado. Por eso le llama-
mos también operativo, porque sirve para operar, para intervenir. Se le llama tam-
bién integrado porque las fases del método no cambian cuando trabajamos con gru-
pos o a nivel comunitario, aunque en tiempos pasados se hablaba de distintos
métodos… Si las fases son exactamente las mismas no se puede hablar de distintos
métodos. Elemental. Pues bien, conclusión: si el método es compartido no podemos
basar en él nuestra identidad. La identidad se construye sobre elementos diferencia-
les, sobre algo que nos diferencia de los demás. Sobre lo que es común con otros no
podemos construir una identidad particular. Los aragoneses nos diferenciamos en
algo de los catalanes. Si fuésemos idénticos en todo no tendríamos identidades dife-
rentes. Lo mismo de los españoles respecto a los franceses o a los alemanes. Y habi-
tualmente se subraya la identidad propia para diferenciarse de los más próximos.
Segunda posibilidad: las teorías que utilizamos. Es verdad que desde nuestros
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inicios, hace más de cien años, hemos ido incorporando las teorías que han ido
apareciendo en las Ciencias Sociales: la filosofía pragmatista, el interaccionismo
simbólico, el psicoanálisis, el conductismo, el marxismo, la teoría de los sistemas,
la teoría de la comunicación… Con todas ellas hemos ido construyendo lo que
llamamos «modelos de intervención». Así, el modelo psicosocial nació en Nueva
York con Gordon Hamilton y Florence Hollis, influenciado por el psicoanálisis
más ortodoxo, el funcional, en Pennsylvania, con Virginia Robinson y Julia J. Taft,
el modelo de resolución de problemas, en Chicago con Hellen H. Perlman, el
modelo de intervención en crisis, el centrado en la tarea, el sistémico… Esta es la
historia de las influencias teóricas que el Trabajo Social ha tenido a lo largo de
estos más de cien años. Pero es evidente que lo mismo pueden decir otras discipli-
nas y profesiones que también han utilizado todas estas teorías. En mayor o menor
medida las utilizado los antropólogos, los sociólogos, los psicólogos, enfermeros,
psiquiatras, educadores sociales… Por tanto… en lo que es común no podemos
construir nuestra identidad.
Tercera y última: la construcción del objeto. En todos los comienzos de curso,
en todas las universidades del mundo, se suele explicar a los alumnos del primer año
cuál es el objeto disciplinar. ¿Cuál es el objeto de la Historia, de la Medicina, del

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Derecho, de la Sociología, de la Psicología…? y así podíamos seguir. Se trata de que


los que empiezan sus estudios académicos sepan con mayor precisión y más allá de
sus intuiciones, de qué cosas, de qué materias, de qué ámbito del pensamiento
científico, de qué fenómenos, de qué parte del conocimiento, de qué parte de la
naturaleza o de la sociedad se ocupa una u otra disciplina y profesión. Ya nos hemos
referido a que en el cambio de siglo del XIX al XX se pusieron en marcha procesos de
diferenciación en el ámbito de las Ciencias Sociales. Se fueron perfilando las
diferencias entre la Psicología y la Sociología, y de esta con la Antropología… en un
proceso de creación de cada una de las identidades, marcando distancias, diferen-
cias, con las demás. Más allá de algunas discusiones teóricas, cuando nos referimos
a la cuestión del objeto del Trabajo Social, lo que tratamos de aclarar es simple-
mente cuál es nuestro lugar en el panorama amplio de disciplinas y profesiones.
Tratamos de concretar, en función de la definición que hagamos de nuestro objeto
de qué nos ocupamos como trabajadores sociales, cuáles son nuestros terrenos espe-
cíficos, y de esa definición se deducirán las funciones que nosotros y solo nosotros
hacemos. En el equipo interdisciplinar habrá funciones compartidas, pero lo que
justifica la presencia de cualquier profesión en un equipo es que aporta algo especí-
fico que ningún otro profesional aporta. Esta es la cuestión. Una cuestión funda-
mental para saber qué es un trabajador social, cuáles sus funciones profesionales y
cuáles no. Lo tengo que saber yo como profesional, pero también lo tendrán que
saber los demás profesionales y, por último, la población en general. Cuando nos
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preguntan ¿qué estás estudiando?, ¿qué es un trabajador social?, ¿en qué se diferencia
el Trabajo Social de la Educación Social, por ejemplo? Tenemos que tener respuestas
rigurosas desde el punto de vista técnico, y a la vez lo más inteligibles posibles.
En una cuestión tan importante se ha escrito mucho, pero este es un texto intro-
ductorio y por tanto ha de ser relativamente sencillo. Algunos autores ya en 1950
recogieron más de treinta definiciones, años después más de cien. Esto puede signi-
ficar que el propósito de llegar a una definición consensuada y unánimemente acep-
tada a nivel internacional no es fácil ni simple. Como otras muchas profesiones, los
factores locales, las tradiciones epistemológicas, el momento histórico… influyen
introduciendo matices que a veces son muy importantes. Por eso se dice que estamos
en el terreno de la construcción social y no en el de la naturaleza. Las profesiones se
construyen socialmente y cambian a veces, evolucionan y se redefinen. Pensemos en
una disciplina-profesión tan reconocida como la Medicina, o en el mismo concepto
de salud. Parecería que en este caso el intento tendría más posibilidades de éxito,
pues probablemente, pero podemos encontrar docenas de definiciones de salud y
probablemente cientos de definiciones de lo que es la Medicina, y ya no digo nada de
la «variabilidad» de las funciones que ejercen los médicos dependiendo del medio en
el que trabajen, sea este un hospital muy especializado de los países más ricos al

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médico rural en muchos países cuya población está por debajo de la línea de pobreza.
Con este ejemplo quiero prevenir la incertidumbre de quien se acerca al Trabajo
Social buscando una respuesta simple y encuentra muchas.
Dicho esto, como afirman algunas autoras que se han ocupado del tema, toda
disciplina ha de definir su objeto (Zamanillo, 1999: 13), pero no siempre las defini-
ciones propuestas están libres de errores (Gaitán, 1991: 67). Tengo especial interés
en desmontar una definición que tuvo mucha influencia y que ha marcado a algunas
generaciones de trabajadores sociales, si bien es cierto que en España y poco más.
En este sentido se trata de una definición heterodoxa, es decir, que rompía con las
tradiciones establecidas internacionalmente y que rompía con todo el cuerpo doctri-
nal construido durante décadas por la disciplina. Me refiero a la que afirmaba que
los trabajadores sociales eran los expertos en necesidades y recursos. Esta defini-
ción por simple y reductora casi nos lleva a la Formación Profesional. Para identifi-
car necesidades y administrar recursos no hacen falta cuatro años de estancia en la
Universidad ni estudiar un montón de materias que están incluidas en nuestros pla-
nes de estudio. Además, es cierto que los españoles han adquirido un mayor nivel de
formación y muchos de ellos son expertos en el uso de las nuevas tecnologías, y en
consecuencia no necesitan muchos apoyos ni para identificar con acierto sus nece-
sidades ni para localizar los recursos necesarios para intentar satisfacerlas. Un
experto en necesidades y recursos con una formación profesional de primer grado
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sería suficiente. Pero es que el Trabajo Social siempre fue otra cosa.
En este breve espacio, nos limitaremos a proponer la definición que Gaitán y
Zamanillo proponían en su libro de 1991 y que dice así:

El objeto del Trabajo Social está compuesto por todos los fenómenos relacio-
nados con el malestar psicosocial de los individuos, ordenados según su génesis
y su vivencia.
— Según su génesis. La estructura de los problemas sociales de los indivi-
duos que dan lugar a situaciones de pobreza, privaciones morales, sociales y
culturales, dependencia y cualesquiera otras que bloquean su autonomía.
— Según su vivencia. Padecimiento del malestar que provoca perturbaciones
en sus distintas esferas de relación social, familiar, laboral y comunitaria.

Esta definición creo que fue y sigue siendo una buena aportación. El malestar
psicosocial es el concepto clave atendiendo a los factores individuales y a las dimen-
siones sociales, cuestión que como hemos visto estaba entre las preocupaciones teó-
ricas de las pioneras y que los interaccionistas les ayudaron a resolver. Para comen-
zar la andadura en este ámbito esta definición hay que comprenderla muy bien.
Tiempo habrá para profundizar en ella.

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