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Sin embargo, además de esa dimensión fisiológica, el corazón humano supone una
realidad mucho más profunda: es el centro íntimo del hombre del que proceden sus
actos de inteligencia y voluntad, sus pensamientos y sentimientos. El corazón es,
sobre todo, el lugar secreto, el santuario donde el hombre se encuentra a solas con
su Dios. Según San Francisco de Sales el corazón del hombre es “la sede y la fuente
del amor”, pues dentro de su corazón reside su capacidad de amar. De allí lo
afirmado por algunos pasajes de la Escritura: «Amarás a Yavé con todo tu corazón»
(Deut. 6, 5); «Hallarás a Yavé, si con todo tu corazón le buscas» (Deut. 4, 29);
«Acuérdate de todo el camino que Yavé te ha hecho hacer estos cuarenta años...
para conocer los sentimientos de tu corazón y saber si guardas o no sus
mandamientos» (Deut. 3, 2).
Ahora bien, así como el corazón material, lejos de ser un órgano inerte, está dotado
de gran actividad, que preside la circulación de la sangre y, por consiguiente, la vida
del cuerpo, de la misma manera el corazón designa el interior como algo vivo y
vivificante, como el foco, el manantial y el principio de toda vida, y, sobre todo, de la
vida superior del hombre. La palabra “corazón" por lo tanto, significa el alma con
sus principales facultades, la inteligencia y la voluntad. Se le podría: llamar corazón
espiritual, por oposición al corazón corporal.
Finalmente, la palabra corazón se emplea para expresar lo que hay de más grande
y de más fuerte en la facultad apetitiva del ser humano: el amor, el amor natural y
el sobrenatural, el amor puramente espiritual, que es el resorte más noble de la
voluntad y la mayor de todas las virtudes, y el amor, a la vez espiritual y sensible,
que es la primera de las pasiones y de los movimientos de la sensibilidad. Tener a
alguno en el corazón, poner el corazón en alguna cosa, dar el corazón a otro, hacer
un solo corazón y una sola alma, todo esto no significa más que una cosa: amar.
Asimismo, expresiones tales como “el corazón se inflama, arde, se consume, se
derrite, está herido", designan la pasión del amor. De todos los símbolos del amor,
el corazón es el más conocido y el que está más en uso.
De acuerdo con San Agustín toda la Biblia no hace otra cosa que “narrar el amor de
Dios”. En el Antiguo Testamento son constantes las expresiones del amor
apasionado del Dios de la Alianza a su pueblo. Allí Dios se presenta a sí mismo
como “misericordioso y compasivo, lento a la ira, de mucha fidelidad y lealtad, que
guarda fidelidad hasta la milésima generación, que perdona…” (Ex 32,6s). Dios se
revela como pastor, padre, esposo fiel de una esposa infiel…; ama más que una
madre (Is 49,15), es misericordioso con los pecadores…
Por otra parte, ese amor de Dios es presentado frecuentemente como un amor no
correspondido y ofendido por los hombres: “Hijos he criado y educado, pero se han
rebelado contra mí” (Is 1,1); hasta el punto de preguntar el Señor: “¿Pueblo mío,)
qué te he hecho o en qué te he ofendido? Respóndeme” (Miq 6,3). En ese orden de
ideas, Dios se queja de que “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí” (Is 29,13); asegura a los israelitas que les quitará “el corazón de
pie-dra” y les dará “un corazón de carne” (Ez 36,26). El gran mandamiento en el
Antiguo Testamento será “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma…” (Dt 6,5);
Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama
al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados
de la casa del Padre. Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido
su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos,
haciéndolos sus hermanos.
La autodonación de Jesús continúa: Él, que no nos llama siervos, sino amigos (Jn
15,15), quiere vivir en nuestra alma: “Si alguno me ama … mi Padre lo amará, e
iremos a él, y haremos morada en él”. Más aún, se nos da como alimento en la
Eucaristía, nos da la vida eterna y nos asegura la resurrección corporal (Jn 6,54).
Ante tanto amor, el cristiano, lleno de estupor, exclama con Juan: “Mirad qué amor
nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues (¡lo somos!” (1Jn 3,1);
desea -como el propio discípulo amado- reclinar la cabeza en el pecho de Jesús (Jn
13,25; 21, 20), contemplar y tocar -con Tomás- la herida del costado del Resucitado
(Jn 20, 20.25.27)-, y se siente llamado a amar a todos desde su corazón, como
Pablo: “Dios me es testigo de cómo os añoro a todos en las entrañas de Cristo
Jesús” (Flp 1,8).
Hay especialmente tres textos evangélicos que son muy sugerentes en lo que
respecta al Corazón de Jesús:
El llamado himno de exultación concluye con una invitación de Jesús a los “fatigados
y sobrecargados”: “Venid a mí”, a los que hace una promesa: “y yo os aliviaré”. Se
trata de ir a un Jesús que es “manso y humilde de corazón”, de aprender de Él y
cargar con su yugo; para quien sabe descansar en su Corazón, “mi yugo es suave
y mi carga, ligera”.
En efecto, la ley del Señor se hace suave por el amor a Cristo, que forma en
nosotros un corazón semejante al suyo al descansar en Él.
Una segunda invitación del Señor a acercarse a su Corazón está implícita en unas
palabras pronunciadas en la fiesta de los tabernáculos, cuando Jesús gritó: “Si
alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: De
su corazón brotarán torrentes de agua viva”. Esta invitación a beber el agua viva es
una llamada a acercarse al Corazón de Jesús
La promesa del agua viva que traerá el Mesías es un tema frecuente en el Antiguo
Testamento (Is 12,3; Ez 47,1-12; Zac 13,1). El mismo Juan explica su sentido: “Esto
lo decía refiriéndose al Espíritu que recibirían los que habían de creer en Él” (Jn
7,3-9).
De otro lado, los Sinópticos relatan que, al morir Jesús, se rasgó el velo del Sancta
Sanctorum (Mc 15,38); en su lugar, Juan da testimonio de cómo se ha rasgado el
pecho de Cristo. Relacionando ambos hechos, y teniendo en cuenta la carta a los
Hebreos (6,19; 10,19-20), algunos autores señalan cómo a través del costado
abierto de Cristo podemos penetrar en la intimidad divina, oculta en el Antiguo
Testamento tras el velo del santuario; en esa intimidad descubrimos el Amor
redentor de Dios, simbolizado en el Corazón traspasado de Cristo.
El hombre necesita beber del Amor y amar “dando la vida”; para eso tiene que beber
de la fuente de agua viva que es el Corazón traspasado del Señor.
Los israelitas en el desierto buscaban fuentes de agua para saciar su sed. Los
hombres de todos los tiempos tratan de saciar su sed de amar y lo encuentran en
Cristo, que abre de par en par su Corazón para decirnos que nos ama siempre y
con locura.
Es curioso que san Juan, que siempre habla del agua como vida al contemplar a
Cristo muerto en la cruz y ver brotar “agua y sangre” de su costado es como si viese
un adelanto de la resurrección: en el Crucificado, del que brota “agua”, viene
galopando ya la resurrección y la vida.
Jesús es el agua viva, que sacia nuestro corazón sediento de amor. Por Él, con Él
y en Él, encontramos que el “agua viva” nunca dejará de brotar de su Corazón
abierto. En Él, el hombre encuentra el gozo de “beber” de la fuente de la salvación.
El Corazón de Jesús, fuente de agua viva, es nuestra salvación; nuestra esperanza
de que Dios nos ama siempre y sin puertas, con Corazón abierto y redentor, para
que los hombres “tengan vida y la tengan en abundancia”.
Los santos padres han puesto su mirada en el Costado abierto de Jesús y de allí
han pasado al Corazón, de donde nace la Iglesia, la dulce esposa de Cristo. Así lo
expresan San Justino y San Ireneo, que ven el Costado de Cristo como “fuente de
vida”.
Sin embargo, en general los Padres se fijan más en lo que sale de la herida del
costado que en penetrar hacia el corazón; no parece que hayan relacionado la
realidad objetiva de la redención con la realidad subjetiva del amor de Cristo, causa
de aquélla, o que hayan visto su corazón como símbolo del amor redentor. La
Providencia reservaba a otros dicha profundización.
Hablar acerca del Corazón de Jesús en el Catecismo es lo mismo que hablar del
Corazón de Jesús en la fe de la Iglesia. Los puntos principales de la Cristología
referidos al Corazón de Jesús en el Catecismo aparecen en dos partes:
En los Numerales 470 al 478 se habla acerca de identidad humana de Jesús (Cómo
es hombre el Hijo de Dios). Y en los Numerales 599 al 618 el tema es la Redención
(La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación).
«El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia
de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22, 2).
En otras palabras, lo que es el Dios invisible, Cristo lo visualiza. Podemos conocer
cómo es Dios en Jesucristo.
Ahora bien, con respecto a la misión redentora de Jesús, los Numerales 606 y 607
afirman que “toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre”. El Numeral 608 lo describe
como “el cordero que quita el pecado del mundo”. Y en el Numeral 609 se habla
acerca del corazón humano de Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre:
Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,
"los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el
que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en
la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor
divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-
9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y
a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy
voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios
cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
De otro lado, en el Numeral 766 se describe la relación entre el Corazón de Jesús
y el nacimiento de la Iglesia:
Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra
salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz.
“El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son
signo de este comienzo y crecimiento” (LG 3).” Pues del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia” (SC 5).
Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así
la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San
Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 2, 85-89).
(Cata, tengo la duda de su incluir este Numeral, pues la alusión al Corazón del Señor
allí no es explícita) Finalmente, en el Numeral 826 se dice que la caridad es el
corazón de la santidad de la Iglesia: