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Gallego Torres A.P., Gil Pérez D., Carrascosa Alís J. y Martínez Terrades F.
Universitat de València.
Ambos hechos –la necesidad de una educación científica para todos y las difi-
cultades que la misma plantea- determinan una problemática de indudable interés que ha
dado origen, primero, a intentos de renovación de la enseñanza de las ciencias que cuen-
tan con una larga tradición y, en segundo lugar, como intentaremos mostrar, al creciente
desarrollo de una investigación específica en torno a los problemas de enseñanza y
aprendizaje de las ciencias, es decir, a la emergencia de un nuevo campo de conoci-
mientos. Pero para ello ha sido necesario, repetimos, un largo periodo de innovaciones...
que han ido mostrando sus limitaciones y la necesidad, por tanto, de estudios más rigu-
rosos, de propuestas mejor fundamentadas.
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falta de atención a los contenidos, insistencia en una actividad completamente autónoma
de los alumnos, etc. No podemos olvidar que este movimiento supuso un elemento dinami-
zador de una enseñanza que permanecía anclada en tradiciones asumidas acríticamente y
constituyó el origen de reestructuraciones posteriores, dirigiendo la atención hacia las con-
cepciones subyacentes acerca de la ciencia, provocando una revisión crítica de las mismas,
etc. Mucho más importante que sus errores, insistimos, es el hecho de haber iniciado un
proceso de innovación y, posteriormente, de investigaciones sistemáticas, en el que per-
manecemos inmersos (Gil 1994).
Dicho en otras palabras, sin esfuerzos de innovación como éstos y sin tomar en
consideración sus resultados, no es concebible el desarrollo de una investigación sis-
temática. Pero tampoco ello era suficiente para que la didáctica de las ciencias se con-
virtiera en un nuevo campo de conocimientos. En efecto, lo razonable era –y así ocu-
rrió- que las primeras investigaciones, o bien respondieran a tratamientos puntuales,
ateóricos (Klopfer 1983) o bien constituyeran simples aplicaciones de la psicología de la
educación o psico-pedagogía (Coll 1988). Ello respondía a la idea misma de la didácti-
ca “como dimensión práctica, encargada de organizar una práxis educativa con las pro-
puestas elaboradas” por las “ciencias de la educación” (Pérez Gómez 1978).
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En el mismo sentido, McDermott (1990) y Viennot (1997) han mostrado las in-
suficiencias de una formación del profesorado como suma de contenidos científicos y
pedagógicos, haciendo ver la necesidad de un tratamiento global, integrado, de los pro-
blemas específicos que plantea el proceso de enseñanza/aprendizaje de las ciencias.
Al mismo tiempo, sin embargo, se detectaban otros signos que permitían concebir
la posibilidad de un rápido desarrollo de la investigación en la didáctica de las ciencias. En
efecto, a lo largo de los años 70, se habían constituido, particularmente en la Enseñanza
Secundaria, numerosos equipos docentes preocupados por el creciente fracaso escolar
(asociado al acceso de amplias capas de población a los estudios secundarios) y deseosos
de introducir e intercambiar propuestas innovadoras más efectivas. Su trabajo se realizó,
durante más de una década, desconociendo los esfuerzos precedentes de la comunidad
científica internacional, sus logros y sus fracasos, lo que limitó, sin duda, su efectividad.
Pero el dinamismo y la continuidad de muchos de dichos grupos –cuyos esfuerzos de re-
novación se enmarcaban en la lucha por la transformación democrática de la sociedad es-
pañola- condujo a una profundización en el tratamiento de los problemas que sólo podía
encontrar respuesta en la asociación de la innovación con la investigación.
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Todo parecía apuntar, pues, en los países de nuestro entorno cultural, a la posibi-
lidad (y necesidad) del rápido despegue de una investigación específicamente centrada
en los problemas de enseñanza y aprendizaje de las ciencias. Al final de la década de los
80, Aliberas, Gutiérrez e Izquierdo (1989), apoyándose en la obra de Toulmin (1977) La
comprensión humana, y en su concepción de las disciplinas científicas como empresas
racionales en evolución, concluían “Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva
disciplina, la didáctica de las ciencias”. Y ya a principios de los 90, reflejando el sentir
de muchos de los que trabajábamos en este campo, Hodson (1992) afirmaba con rotun-
didad: “Hoy ya es posible construir un cuerpo de conocimientos en el que se integren
coherentemente los distintos aspectos relativos a la enseñanza de las ciencias”.
¿Qué había ocurrido en ese breve periodo de poco más de una década? ¿Hasta
qué punto se había producido un cambio tan drástico en el estatus de la didáctica de las
ciencias? Nuestra hipótesis a este respecto ha sido que la didáctica de las ciencias se
estaba, efectivamente, conformando como un dominio específico de conocimientos, con
los elementos propios de una disciplina científica, como son: una comunidad científica,
unos órganos de expresión, unas líneas de investigación definidas y, sobre todo, una
evolución hacia consensos generalizados y hacia la integración de los distintos aspectos
en cuerpos coherentes de conocimientos, con aportaciones relevantes para el trabajo en
el aula y la formación del profesorado de ciencias.
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Physiciens, Journal of Chemical Education, etc, publican con frecuencia creciente trabajos
de innovación e investigación en didáctica de las ciencias.
Como consecuencia de todo ello, el número de trabajos publicados por año ha ex-
perimentado un crecimiento impresionante, al igual que ha ocurrido con el número de Te-
sis Doctorales presentadas, de congresos internacionales, etc., etc. (Martínez Terrades
1998).
Si nos fijamos, por otra parte, en las referencias bibliográficas –uno de los indica-
dores manejados por los documentalistas- podemos constatar cambios igualmente nota-
bles. Así, p.e., comparando los trabajos aparecidos en los años 1976 y 1992 en una de las
revistas más importantes (Journal of Research in Science Teaching) nos encontramos con
que el promedio de referencias a artículos de revista se ha más que duplicado, poniendo de
relieve una mejor fundamentación teórica.
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Igual transformación han experimentado los programas de formación del profeso-
rado, que están rompiendo con el planteamiento tradicional de concebir dicha formación
como suma disjunta de conocimientos científicos y una preparación pedagógica general.
Dicho planteamiento, de probada ineficacia (McDermott 1990), está dejando paso a tomar
como eje vertebrador el tratamiento de los problemas específicos de la enseñan-
za/aprendizaje de las ciencias (Furió y Gil 1989).
En el apartado anterior hemos hecho referencia a toda una serie de hechos que
muestran cómo, a lo largo de las dos últimas décadas, se ha producido un desarrollo de
la didáctica de las ciencias tan pujante que ha sido calificado de auténtica revolución
(White 1999), dando lugar a la emergencia de una nueva disciplina científica. Ello es
algo de lo que podemos congratularnos todos los profesores de ciencias, dadas las pers-
pectivas que se abren así para un tratamiento más riguroso y eficaz de los problemas
que plantean la enseñanza y el aprendizaje de las materias científicas.
No podemos caer, sin embargo, en una visión ilusoriamente idílica y hacer creer
que la nueva disciplina está plenamente asentada y garantiza el tratamiento científico de
los problemas. Es preciso, por el contrario, ser conscientes de las dificultades y del largo
camino que aún queda por recorrer para llegar a una situación de desarrollo científico
“normal” de la didáctica de las ciencias. Nos referiremos, a continuación, a algunas de
estas dificultades.
Una primera dificultad que ya hemos mencionado deriva de los vínculos existen-
tes entre la didáctica de las ciencias y la psicología de la educación o, si se prefiere, de
las “ciencias de la educación”. En efecto, aunque dichos vínculos sean globalmente po-
sitivos, para algunos la didáctica de las ciencias sigue teniendo una dimensión mera-
mente práctica, de aplicación de los conocimientos teóricos elaborados por las ciencias
de la educación. Es preciso llamar la atención contra esta concepción exclusivamente
práctica de la didáctica de las ciencias, que constituye un serio obstáculo a su desarrollo
como campo específico de conocimientos con capacidad para tratar los problemas de
enseñanza/aprendizaje de las ciencias.
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han mostrado ineficaces. Es la existencia misma del cuerpo de conocimientos sobre la
enseñanza y el aprendizaje de las ciencias lo que hace posible una integración efectiva
de dichas aportaciones (Gil 1993).
Conviene también tener presente que la didáctica de las ciencias posee relacio-
nes privilegiadas, no sólo con la psicología educativa, sino también con la historia y
filosofía de la ciencia. Pensemos, a título de ejemplo, que las críticas al inductivismo
realizada por autores como Bachelard, Bunge, Feyerabend, Kuhn, Lakatos, Laudan,
Toulmin, etc., permiten comprender, desde un punto de vista estrictamente epistemoló-
gico, la relevancia de las concepciones iniciales de los alumnos al enfrentarse a los pro-
blemas científicos. De hecho, para numerosos autores, las tesis básicas del actual con-
senso constructivista son perfectamente coherentes con una enseñanza que intente
aproximar el aprendizaje de las ciencias a las características de una investigación cientí-
fica dirigida (Gil y Martínez -Torregrosa 1987; Burbules y Linn 1991; Duschl y Gito-
mer 1991; Gil et al 1991; Porlán 1993b; Gallego 1993; National Research Council
1996...).
Se podría replicar que, como hemos señalado en el apartado anterior, las pro-
puestas curriculares de bastantes países comienzan a fundamentarse en los resultados de
la investigación en didáctica de las ciencias. Y lo mismo ocurre con los textos elabora-
dos para orientar el trabajo en el aula. Se están impartiendo, además, numerosos cursos
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para transmitir al profesorado las nuevas propuestas. Cabría, pues, esperar una amplia
difusión de las aportaciones de la investigación didáctica y la superación de las concep-
ciones simplistas acerca de la enseñanza y aprendizaje de las ciencias. Sin embargo, las
investigaciones realizadas sobre los procesos de reforma curricular han mostrado la es-
casa efectividad de transmitir al profesorado las propuestas de los expertos para su apli-
cación (Briscoe 1991; Bell 1998).
Estamos, sin duda, lejos de esta situación ideal en la que la generalidad del pro-
fesorado de ciencias asocie su actividad al desarrollo de la investigación didáctica. Ello
exigirá cambios profundos -con claras implicaciones laborales- en la concepción social
de la actividad docente. Pero sí podemos ya afirmar que aquellos profesores que han
comenzado a asociar su docencia a la investigación didáctica, no sólo obtienen mejores
resultados con sus alumnos, sino que la docencia adquiere para ellos un nuevo interés
como actividad abierta y creativa.
Debemos también, referirnos al debate actual entorno al uso de las nuevas tecno-
logías en la renovación de la enseñanza, este uso está plenamente justificado si tenemos
en cuenta que uno de los objetivos básicos de la educación ha de ser “la preparación de
los adolescentes para ser ciudadanos de una sociedad plural, democrática y tecnológi-
camente avanzada” o, cabría matizar que aspire a serlo. Son bien conocidas, por ejem-
plo, las posibilidades que los ordenadores ofrecen para recabar informaciones y contras-
tarlas, para proporcionar rápida retroalimentación, para simular y visualizar situaciones
(Lowe 1996)… o en otro orden de cosas, para conectar con el interés que los nuevos
medios despiertan en los alumnos (Stroger 1998). Nada, pues, que objetar- muy al con-
trario- a la utilización de los ordenadores como medio didáctico. Más interés tiene, si
pretendemos proporcionar una visión actualizada de la utilización de los ordenadores
(Valdés y Valdés 1994; Gil y Valdés 1995), en particular como instrumentos de obten-
ción y tratamiento de datos experimentales.
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la enseñanza/aprendizaje (Gil 1998). La prensa se hace eco, con frecuencia, de la “revo-
lución informática en la enseñanza” o de “la muerte del profesor” (a manos del ordena-
dor) y se contempla la introducción de la informática como una posible solución a los
problemas de la enseñanza, como una auténtica tendencia innovadora. A ello contribu-
ye- como ha denunciado McDermontt (1990)- una publicidad agresiva cuya atractiva
presentación dificulta, a menudo, una apreciación objetiva de las ofertas. Es preciso,
insistimos, llamar la atención contra expectativas, que terminan generando frustración.
Cabe señalar, por otra parte, que la búsqueda de la solución en las “nuevas tecnolog-
ías”… tiene una larga tradición y ya fue acertadamente criticada por Piaget (1969) en
relación a los medios audiovisuales y a las “maquinas de enseñar” utilizadas por la “en-
señanza programada”. Vale la pena recordar la argumentación de Piaget que, pensamos,
continúa conservando su vigencia:
En definitiva, las nuevas tecnologías –cuyo valor instrumental nadie pone en duda no
pueden ser consideradas, como algunos siguen pretendiendo, el fundamento de una po-
sición ingenua de que una transformación efectiva de la enseñanza puede ser algo senci-
llo, cuestión de alguna receta adecuada, como, en este caso, “informatización”. La reali-
dad del fracaso escolar, de las actitudes negativas de los alumnos, de la frustración del
profesorado, acaban imponiéndose sobre el espejismo de las fórmulas mágicas, y mues-
tran la necesidad de investigaciones rigurosas que contribuyan a la construcción de un
cuerpo coherente de conocimientos.
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convierten, así, en una especie de recomendaciones que vale la pena debatir. Pensamos,
por otra parte, que el riesgo de predicciones muy incorrectas es hoy menor, dados los
progresos realizados por la didáctica de las ciencias hacia un cuerpo de conocimientos
más integrado y fundamentado.
Hoy nos reafirmamos en esas perspectivas, que en gran parte son ya una realidad
(Martínez Terrades 1998; Gil, Carrascosa y Martínez Terrades 1999), y que, pensamos,
seguirán marcando los esfuerzos de la investigación en los próximos años. La apuesta por
la búsqueda de coherencia global, por la vinculación de los distintos estudios, superando
los tratamientos puntuales, constituye, a nuestro entender, una característica que se acen-
tuará hasta convertirse en un rasgo esencial de la investigación en didáctica de las cien-
cias, como corresponde a un dominio científico desarrollado
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