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La educación es algo que cada ser humano hace consigo y por sí mismo: uno se educa.
Otros pueden instruirnos, pero educarse es algo que solamente puede hacerse cada
uno a sí mismo.1 No se trata de un simple juego de palabras, pues educarse es
realmente algo muy diferente a ser instruido. Adquirimos una instrucción con el fin de
poder hacer algo. Por el contrario, cuando nos educamos, nos ocupamos en llegar a ser
algo, aspiramos a ser en el mundo de una determinada manera. ¿Cómo podríamos
pues describir la educación?
La cantidad de cosas que hay por conocer y comprender es gigantesca y crece cada
día más. Educarse no significa correr detrás de todo hasta perder el aliento. La solución
consiste en hacerse un mapa general de lo cognoscible y lo comprensible y aprender
cómo se podría aprender más sobre las diferentes provincias. La educación es pues un
doble aprendizaje: se conoce el mundo y se aprende el aprender.
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Traduzco aquí los términos alemanes Bildung y Ausbildung como “educación” e “instrucción”, respectivamente.
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Modernidad hace 100 años. También cuenta la capacidad para apreciar la importancia
de las personas y sus logros: Louis Pasteur fue más importante para la humanidad que
Pelé; la invención de la imprenta y de la bombilla más rica en consecuencias que la de
la rasuradora y el lápiz labial.
Educada es entonces una persona que se sabe orientar en el mundo. ¿Cuál es el valor
de esa orientación? “Saber es poder”. En lo que respecta a la idea de educación, esto
no puede significar dominar a otros con el propio saber, pues el poder del saber radica
en otra cosa: él impide que se convierta uno en víctima. Quien conoce del mundo puede
ser engañado con menor facilidad y defenderse cuando otros pretenden convertirlo en
juguete de sus intereses, por ejemplo en la política o en la publicidad. La orientación en
el mundo no es la única orientación que se puede alcanzar; ser educado significa
también familiarizarse con la cuestión acerca de lo que constituye el conocimiento y la
comprensión y cuáles son sus límites, poder plantearse la pregunta: ¿Qué sé y qué
comprendo realmente? Esto es, poder hacer un balance del saber y la comprensión. De
ello hacen parte preguntas como estas: ¿Qué evidencias apoyan mis convicciones?
¿Son ellas confiables? ¿Justifican ellas realmente lo que parecen justificar? ¿Qué
distingue a los buenos argumentos de la engañosa palabrería? El saber del que aquí se
trata es un saber de segundo orden, aquel que distingue al científico ingenuo del
educado y al periodista serio del simplón, el que nunca ha escuchado hablar de crítica
de las fuentes. El saber de segundo orden nos salva de convertirnos en víctimas de
supersticiones. ¿Cuándo un suceso hace otro probable? ¿Qué es una ley, por oposición
a una correlación fortuita? ¿Qué distingue una explicación auténtica de una aparente?
Cosas como estas debemos saberlas si apreciamos un peligro y queremos formarnos
un juicio sobre los vaticinios con lo que se nos bombardea. Alguien atento en estos
asuntos conservará una escéptica distancia, no sólo frente a la literatura esotérica, sino
también frente a los pronósticos económicos, los argumentos de las campañas
electorales, las promesas psicoterapéuticas y las osadas pretensiones de la
investigación sobre el cerebro, y se sentirá irritado cuando escuche a otros repetir como
loros formulas científicas. Educado es, en este sentido, quien sabe distinguir entre
meras fachadas retóricas y verdaderos pensamientos; y puede hacerlo, porque dos
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cuestionamientos se han convertido para él en una segunda naturaleza: ¿Qué significa
exactamente eso?; y ¿De dónde sabemos que eso es así? Formular una y otra vez
esas preguntas nos hace resistentes frente a ejercicios retóricos, el lavado cerebral y la
afiliación a sectas y agudiza la percepción frente a las ciegas costumbres del
pensamiento y del habla, a las tendencias de la moda y a toda forma de adhesión
irreflexiva. En esas condiciones, se deja de estar expuesto al engaño y a ser tomado
por sorpresa; parlanchines, gurús y periodistas prepotentes ya no tienen posibilidad.
Este es un bien supremo y su nombre es incorruptibilidad de pensamiento.
Si soy educado en este sentido poseo una cierta forma de curiosidad: la de querer
saber cómo hubiese sido haber crecido en otra lengua, en otro entorno y tiempo, en otro
clima. Cómo sería sentirse a gusto en otra profesión, en otro estrato social. Tengo la
necesidad de un viajar atento para ampliar mis fronteras internas. La educación nos
hace adictos a las películas documentales.
El sujeto educado es un lector. Sin embargo, no basta con ser un devorador de libros y
un sabedor de muchas cosas, pues, por paradójico que pueda sonar, existe el erudito
inculto. La diferencia radica en que una persona educada sabe leer libros que la
transforman. “¿No nos protege entonces el humanismo de nada? se preguntaba Alfred
Andersch refiriéndose a Heinrich Himmler, quien provenía de una familia de la
burguesía cultivada en el humanismo. La respuesta es que él protege sólo a aquél que
no sólo consume escritos humanistas, sino que se deja atrapar por ellos, aquel que tras
la lectura se convierte en un otro. Es un signo inequívoco de educación no considerar el
saber como mera colección de información, divertido pasatiempo o decoración social,
sino como algo que puede significar una transformación y ampliación internas que
tienen a su vez efecto sobre la acción. Esto no vale sólo para el caso de asuntos
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moralmente relevantes, pues la persona educada se transforma también con la poesía;
esto lo distingue del burgués y del pequeñoburgués cultos.
Tenemos ahora una definición más amplia de educación: educada es una persona que
puede hablar mejor y más interesantemente sobre el mundo y sobre sí mismo que
aquellos que repiten siempre retazos de palabras y fragmentos de pensamiento con los
que se toparon hace tiempo. Su capacidad de expresarse mejor les permite profundizar
y desarrollar cada vez más su autocomprensión, sabiendo que en ello no hay un punto
final, porque nunca se arriba a la esencia última de sí.
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autoimagen no es una fantasmagoría? ¿Poseemos un acceso privilegiado a nosotros
mismos? ¿Son las autoimágenes resultado de un descubrimiento o de una invención?
Por diversas razones puedo estar insatisfecho con el mundo de mis voliciones, mis
pensamientos y mis sentimientos: porque carece de claridad y de armonía en su
interior; porque choco permanentemente en el exterior; porque me siento extraño en él.
Es entonces cuando requiero de una éducation sentimentale, en el sentido amplio del
término, es decir, del tipo de educación que, con buenas razones, solía denominarse
educación del corazón: apoyado en la creciente lucidez frente a la lógica y la dinámica
de mi propia vida anímica aprendo que los pensamientos, los deseos y los sentimientos
no son un destino inevitable, sino algo que se puede elaborar y transformar; de esta
manera experimento lo que significa llegar a ser autodeterminante no sólo en lo que
hago, sino también en lo que quiero y vivencio. Esta autodeterminación no puede
consistir en encerrarme en un fortín interior para huir de cualquier influencia extraña que
pueda contener el veneno de la determinación ajena. Lo que aprendo es algo diferente:
a diferenciar entre una influencia que me aliena y otra que me hace más libre en la
medida en que aproxima más a mí mismo. Toda forma de psicoterapia que no se agote
en un simple condicionamiento y descondicionamiento contribuye a este modo de
formación interior.
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autoevaluación y es capaz de soportar la inseguridad que esto conlleva. Es así que se
convierte en un sujeto en sentido estricto.
La éducation sentimentale, educación del corazón, puede todavía tener otro significado,
a saber, desarrollo de la sensibilidad moral. De la mirada profunda en la contingencia de
la propia identidad cultural surge la tolerancia, no como formalidad de soportar lo
extraño, sino como respeto auténtico y natural ante otras formas de viva. No se trata,
por supuesto, de que ello sea siempre fácil y menos cuando lo extraño desafía las
propias expectativas morales. ¿Qué hacer con la crueldad que despierta nuestra ira
pero que en otros lugares se ve como parte normal de la vida? La educación es el arte
difícil de aprender, de mantener el equilibrio entre el reconocimiento de lo extraño y el
mantenimiento de la propia visión moral. Se trata de aguantar esta tensión: la educación
exige intrepidez.
Ya lo hemos visto: entre mejor domine alguien el lenguaje del vivenciar, percibe de
manera más diferenciada y, en consecuencia, su relación con los otros se enriquece.
Esto vale, en especial, para esa capacidad llamada empatía, que es un indicador de la
educación: entre más educada sea una persona, más capaz será de ponerse en el
lugar de los demás. La educación posibilita una fantasía social precisa: ella hace visible
las formas veladas de opresión e ilumina las crueldades que se cometieron sin notarlo.
De esta manera, se convierte ella realmente en un bastión contra la crueldad. Para
hacer lo que Himmler hacía hay que sufrir de una inimaginable falta de fantasía.
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autodeterminación; la sorprendente experiencia de que con el crecimiento de la
sensibilidad moral se amplía el radio interior.
Educación apasionada
La persona educada se reconoce por sus vehementes reacciones frente a todo lo que
obstaculice la educación. Las reacciones son vehemente, porque está en juego todo: la
orientación, la ilustración y el autoconocimiento, la fantasía, la autodeterminación y la
sensibilidad moral, el arte y la felicidad. Frente a los obstáculos levantados de manera
intencional y a la negligencia cínica no puede haber ni indulgencia ni
desapasionamiento. La prensa amarillista, que en su avidez de lucro destruye todo
aquello de lo que he hablado, sólo puede despertar la repulsión más impetuosa. El
sujeto educado es alguien que siente repulsión ante determinadas cosas: ante la
mendacidad de la publicidad y de las campañas electorales; ante las frases, clichés y
demás formas de la hipocresía; ante los eufemismos y la cínica política informativa
militar; ante toda forma de fanfarronería y de adhesión irreflexiva, como se encuentran
también en los periódicos burgueses que se toman a sí mismos por el lugar de la
educación. La persona educada percibe cada detalle como ejemplo de un gran mal y su
vehemencia crece con cada intento de minimización, porque, como ya se dijo, es todo
lo que está en juego.
(Traducción del alemán: Fernando García Leguizamón. Bogotá, enero del 2010)