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El desalojo ‘super express’.

Aplicación del
modificado artículo 920 del CC y su
tratamiento en el anteproyecto de reforma
POR
LEGIS.PE

Desde hace algunos años se realizan en nuestro país permanentes esfuerzos


legislativos con el objeto de establecer una forma expeditiva de llevar a cabo desalojos
y, en general, proteger los derechos y prerrogativas de quienes ostentan una titularidad
que les permita reclamar la posesión, especialmente, la propiedad.

Ejemplos de estos intentos son: la creación de la cláusula de allanamiento en los


contratos de arrendamiento, la extensión de la defensa posesoria, los intentos de
eliminación de los recursos de impugnatorios en las acciones de desalojo, hasta el
último y más reciente desalojo con intervención notarial, llamado desalojo express por
los medios de comunicación.

Esta última norma ha sido objeto de laboriosos comentarios por la doctrina nacional.
Algunos reconocen determinadas virtudes expeditivas en ella, otros critican su propia
esencia ya que cuestionan la competencia de los notarios en estos casos. También se
ha sostenido que ya existiría en nuestro país un desalojo express, regulado por el
Decreto Legislativo 1177°, (norma promovida por el Ministerio de Vivienda y cuyos
resultados han sido imperceptibles) solo que restringido a determinados supuestos.

Sin embargo, una revisión de la normativa actual vigente sobre esta materia y,
básicamente, desde la perspectiva de la promoción de los derechos de los propietarios,
nos invita a pensar que en nuestro sistema la forma de desalojo, más rápida, expeditiva
y express es, sin duda, la aplicación literal del artículo 920 del Código Civil.

En efecto, este artículo regula lo que tradicionalmente la doctrina llama defensa


posesoria, una figura establecida en diversos ordenamientos de raigambre romano –
germánico, ya sea de manera positiva (códigos portugués y alemán) o a través del
desarrollo doctrinario del concepto de la legítima defensa propio de la responsabilidad
civil (Italia y España).

El sustrato de esta institución buscaba, en puridad, defender únicamente al poseedor,


es decir a quien ejercía el control directo sobre el destino y desarrollo del bien, de las
conductas materiales perturbadoras de la posesión o del despojo violento de la misma.

Y ya que la posesión es, en principio, un hecho jurídico, resulta tutelado por el sistema
mediante un recurso extraordinario por el cual se permite el uso de la fuerza privada
(autotutela) de quien posee para mantener esta situación jurídica o, de ser el caso,
recuperar en el más breve plazo de tiempo y por mano propia la posesión despojada.

Obviamente, este tipo de tutela resulta extraordinaria y urgente, siendo la regla la


protección de la posesión mediante las diferentes formas de tutela judicial reconocidas
en nuestro ordenamiento (interdictos, desalojos o acción reivindicatoria).

Sin embargo, dentro de esta vorágine de normas que pretenden constituir una salida al
engorroso proceso de desalojo judicial existente en el Perú y con miras de acrecentar el
poder del propietario, esta figura fue deformada en la realidad, a tal punto que el artículo
920° hoy reúne dos instituciones, en esencia, diferentes: a) por un lado la defensa
posesoria extrajudicial y por otra b) la reivindicación por mano propia por parte del
propietario.

En efecto, todos sabemos que el atributo o facultad reivindicativa permite al propietario


(quien tiene derecho a poseer o ius possedendi) la posibilidad de recuperar la posesión
del bien de quien lo posee de manera ilegítima. Esta protección al contenido del derecho
real de propiedad se da, básicamente, mediante una acción judicial denominada acción
reivindicatoria. El propietario, hasta antes de la modificación del artículo 920°, no tenía
cómo ejercer la recuperación de su bien por mano propia. Pues bien, hoy si la tiene y con
creces.

En efecto, respecto a este punto, el artículo 920° nos dice:

Artículo 920º.- El poseedor puede repeler la fuerza que se emplee contra él o el bien y
recobrarlo, si fuere desposeído. La acción se realiza dentro de los quince (15) días
siguientes a que tome conocimiento de la desposesión. En cualquier caso, debe
abstenerse de las vías de hecho no justificadas por las circunstancias. El propietario de
un inmueble que no tenga edificación o esta se encuentre en dicho proceso, puede
invocar también la defensa señalada en el párrafo anterior en caso de que su inmueble
fuera ocupado por un poseedor precario. En ningún caso procede la defensa posesoria
si el poseedor precario ha usufructuado el bien como propietario por lo menos diez (10)
años. La Policía Nacional del Perú así como las Municipalidades respectivas, en el
marco de sus competencias previstas en la Ley Orgánica de Municipalidades, deben
prestar el apoyo necesario a efectos de garantizar el estricto cumplimiento del presente
artículo, bajo responsabilidad. En ningún caso procede la defensa posesoria contra el
propietario de un inmueble, salvo que haya operado la prescripción, regulada en el
Artículo 950° de este Código.

En pocas palabras, hoy un propietario puede:

• Si es poseedor, repeler las conductas que perturben su posesión. y utilizar la


autotutela privada para recuperarla.
• Si no posee y es propietario de un inmueble que no tenga edificación concluida, puede
utilizar la fuerza privada para despojar de la posesión a quien ocupa el bien como
precario, sin necesidad de recurrir al Poder Judicial.
• En cualquier otro tipo de inmueble, el propietario puede despojar con violencia y
utilizando la fuerza propia, al poseedor no propietario del bien, sin que este último
pueda ejercer la defensa posesoria y/o recuperar el bien.

En los dos últimos supuestos, los actos del propietario pueden realizarse en cualquier
momento dentro de los diez años previos a la obtención de la propiedad por prescripción
de quien posee sin ser propietario. Esto es obvio, pues un nuevo propietario por
usucapión despoja inmediatamente de la titularidad al anterior.

Se ha desterrado también en estos supuestos y de manera plena la inmediatez y


urgencia que caracteriza al uso de la autotutela privada. Piénsese solo en la legítima
defensa como forma de justificar un daño injusto o ilícito, esta solo puede apreciarse
como una reacción inmediata ante una agresión, no como una planificación de
venganza o respuesta al ataque.

Además, en todos estos supuestos, el propietario contará con el apoyo de la autoridad


policial y municipal, con un mínimo de verificación de los títulos que lo respaldan y
llevada a cabo por personas que no cuentan con los conocimientos para ello.

Como vemos, el propietario puede, tranquilamente, desligarse de la tutela judicial para


satisfacer sus intereses. Ya no es necesario, entonces, recurrir a un juez para recuperar
la posesión pues podrá ejercer la fuerza propia o autotutela para hacerlo con respaldo
de la ley. Por tanto, la excepción se ha convertido en regla.

El objetivo de que los propietarios no padezcan larguísimos y engorrosos procesos


judiciales y no sean víctimas de la burocracia jurisdiccional o de lo ampulosos
conceptos legales referidos al desalojo es, sin duda, loable y atendible, sin embargo no
se trata de desvestir un santo para vestir otro, pues otorgar semejantes liberalidades al
propietario sin duda acarrea una serie de situaciones abusivas y complejas contra
poseedores que incluso pueden ser legítimos.[1] Hecho que, para muchos, constituyen
conductas típicas del delito de usurpación. La recuperación de la posesión debe
realizarse, entonces, mediante un proceso inmediato, pero respetuoso los derechos
fundamentales de las personas.

En este sentido, es correcta la propuesta del anteproyecto de reforma del Código Civil
que propone regresar al concepto anterior de la defensa posesoria, es decir que la
misma sea la facultad del poseedor de “repeler la fuerza que se emplee contra su
posesión y recobrar el bien, sin intervalo de tiempo, si fuere desposeído, evitando en
ambos casos el uso de vías de hecho no justificadas por las circunstancias”, una
descripción que se condice con la naturaleza jurídica de la figura delineada por la
dogmática civilista desde siempre.

Y mientras tanto, el verdadero problema, la demora de los procesos judiciales para


recuperar la posesión, no recibe ninguna atención por parte del legislador. Se apela al
manido recurso de la carga procesal para justificar esta situación, sin embargo, esta
afirmación prescinde de la experiencia judicial penal en recientes procesos conocidos
por la opinión publica en donde de un día para otro se resuelven complicados asuntos
comprendidos en expedientes de miles de páginas. Ciertamente, esto puede resultar
exagerado, hasta irresponsable, pero es la muestra clara de la posibilidad que los jueces
peruanos puedan ser céleres ante un problema, que si bien no resulta mediático, es de
sumo interés de la sociedad.

El apuro en las decisiones judiciales puede generar injusticia, pero la temporalidad


racional de un proceso no puede ser discutida. Es hora de regular un proceso para la
recuperación de la posesión simple, sin disquisiciones cuasi filosóficas,
económicamente eficiente y que otorgue seguridad jurídica a los litigantes.

[1] La misma norma que modificó el artículo 920° del Código Civil (Ley 30230) otorgó
mayores prerrogativas al Estado en esa materia. Los procuradores hoy recuperan la
posesión de inmuebles de propiedad o bajo administración de la entidad a la que
pertenecen, con el auxilio de la fuerza pública, sin mayor análisis de los títulos que lo
respaldan, en cualquier momento y desprendiéndose de cualquier tipo de tutela judicial.
Esto ha traído consigo la intervención ya de la misma justicia constitucional ante los
abusos registrados (ver expediente 1586-2019 sobre hábeas corpus seguido contra el
procurador de la Municipalidad de Punta Negra incoado por Víctor Manuel Vallejo
Márquez).

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