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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE

TRUJILLO BENEDICTO XVI

HECHOS DE LOS
APÓSTOLES

Para uso interno de la facultad


FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

HECHOS DE LOS APÓSTOLES Y CARTAS CATÓLICAS


PROGRAMA DEL CURSO 2019

I.- HECHOS DE LOS APÓSTOLES


1. LA OBRA LUCANA (anexo)
2. INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE LOS HECHOS
a. Estructura literaria del libro
b. El autor de los Hechos
c. Plan y cometido del libro
d. El libro de los Hechos y los escritos histórico antiguos
e. Historia de la interpretación
3. CONTENIDO DEL LIBRO DE LOS HECHOS
a. Introducción general: Hch 1,1-11
b. El movimiento de Jesús en Jerusalén: Hch 1,12-5,42
c. De Jerusalén a Antioquía: Hch 6,1-15,35
d. De Antioquía a Roma: Hch 15,36-28,31

II.- CARTAS CATÓLICAS


1. INTRODUCCION GENERAL
a. Carta de Santiago
b. Carta de Pedro I -II
c. Carta de Judas
d. Cartas de Juan I - II - III

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

HECHOS DE LOS APÓSTOLES


1.- LA OBRA LUCANA

1.- Actualidad de una obra “especial”


1.1.- La doble composición: evangelio y libro de los Hechos de los Apóstoles
1.2.- Supremacía en la vida eclesial: estructura litúrgica pascual (Pascua –
Ascensión – Pentecostés  Lucas – Hechos ); liturgia de las horas: Benedictus
(Laudes) – Magníficat (Vísperas) – Nunc dimittis (Completas).
1.3.- Un evangelizador apasionado: el prólogo y la dedicatoria al “amigo de
Dios” (Teófilo); las 25 recurrencias del verbo “evangelizar” (10/15).
1.4.- Un salvador de rostro humano: un Jesús de misericordia y solidaridad; las
parábolas propias (hijo pródigo, “buen” samaritano, fariseo y publicano, epulón
y Lázaro…)
1.5.- Evangelio que evidencia valores necesarios: vida fraterna, necesidad de
compartir (sumarios de Hechos), oración y retiro…

2.- Unidad de la obra lucana


2.1.- Lucas subraya esa unidad: Hch 1,1-3 y Lc 1,1-4
2.2.- Composición quiástica:
Introducción: Lc 1,1-4,13
A.- Galilea: Lc 4,14-9,50
B.- Viaje a Jerusalén por Samaría y Judea: Lc 9,51-19,40
C.- Jerusalén: Lc 19,41-24,49
D.- Ascensión: Lc 24,50-51
D’.- Ascensión: Hch 1,4-11
C’.- Jerusalén: Hch 1,12-8,1a
B’.- Viaje desde Jerusalén por Judea y Samaría: Hch 8,1b-11,18
A’.- “Hasta los confines del mundo”: Hch 11,19-28,31

3.- Composición literaria y teológica


3.1.- El prólogo: la “asphaleia”
3.2.- Lengua y estilo: 2055 palabras de las que 971 son “hapax legomena”
3.3.- Elementos característicos y estructurantes
3.3.1.- La relevancia de Jerusalén y el Templo

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3.3.2.- Sincronía con la historia político-religiosa (Lc 3,1-2)


3.3.3.- Sumarios y cuadros de resumen: 4,14 y 9,51; 23,5; 24,19-20

3.3.4.- Cinco unidades principales


a.- Los orígenes de Juan y de Jesús (1,5-2,52)
b.- El inicio del ministerio público de Jesús, ligado al Bautista (3,1-4,13)
c.- El ministerio de Jesús en Galilea (4,14-9,50)
d.- El viaje a Jerusalén (9,51-19,28)
e.- El cumplimiento en Jerusalén (19,29-24,53)

4.- Siete dimensiones características (núcleo en Lc 4,16-30, texto referencial)


4.1.- Dimensión cultual: sensibilidad a la dimensión orante y litúrgica
4.2.- Dimensión de “promesa-cumplimiento”: “hoy se cumple”
4.3.- Dimensión de la buena noticia a los pobres, destinatarios privilegiados
4.4.- Énfasis en el aspecto salvífico: Jesús es el Salvador (2,11 y 23,43)
4.5.- La salvación como opción
4.6.- La incredulidad de Israel
4.7.- El éxodo de Jesús

5.- El despegue difícil de Jerusalén: la expansión de la Iglesia


5.1.- Pentecostés: fuego y viento, transformación
5.2.- Miedo y alegría: Jerusalén y Antioquia
5.3.- El despliegue misionero: personas y estilos diferentes. Pablo
5.4.- Lo que no debe cambiar: la vida de la comunidad: los sumarios de Hechos:
2,42-47; 4,32-35; 5,12-16

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2.- INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE LOS HECHOS


El libro de los Hechos de los Apóstoles reflexiona sobre el período de los
orígenes del cristianismo que va del año 30 al 60 dC, es decir, el período que media
entre la Resurrección de Jesús y la institucionalización de la Iglesia, posterior a los años
70 dC. El “movimiento de Jesús” en este período, tal como aparece en Hechos, tiene 3
características:
 Es un movimiento del Espíritu
 Es un movimiento misionero
 Es un movimiento estructurado en pequeñas comunidades domésticas.

El libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch) fue escrito por los años 80-90 d.C,
posiblemente en Éfeso. La tradición reconoce como autor del Tercer Evangelio y de
Hechos a Lucas. El contenido del libro cubre el llamado período apostólico (30-70 d.C):
comienza con la Resurrección de Jesús (año 30) y termina con la actividad de Pablo en
Roma (años 58-60). Lucas escribe su obra en el momento en que se institucionalizan
los diferentes modelos de Iglesia y ofrece su obra como un conjunto de claves a tener
en cuenta para que la organización eclesial responda a la experiencia de Jesús y de las
primeras comunidades, pues es la institución de la Iglesia, no su institucionalización, la
que está unida al Jesús histórico.

El Evangelio de Lc y Hch constituyen una sola obra. Es posible que su primera


composición formara un solo libro. En ese caso, el Evangelio terminaría en 24,49 y Hch
comenzaría en 1,6. Separadas las dos obras en el momento de constitución del Canon
de los cuatro evangelios, se habrían agregado al final del Evangelio los versículos 50-53
y, al comienzo de Hch, los versículos 1-5. El prólogo que tenemos en Lc 1,1-4 es para
toda la obra Lc-Hch. La obra comienza en el Templo de Jerusalén con el anuncio del
nacimiento de Juan Bautista y termina en una casa de Roma con la predicación del
Reino de Dios realizada por Pablo. Teniendo en cuenta Hch 1,8 y su referencia a “los
confines de la tierra”, podríamos decir que, en ese sentido, es una obra “inacabada”,
ya que la misión debe seguir desde Roma a “los confines de la tierra” y a Pablo han de
continuar otros misioneros como nosotros.

El libro de los Hechos reconstruye el movimiento de Jesús, que tiene tres


características fundamentales: es un movimiento animado por el Espíritu Santo, es un
movimiento misionero, cuya estructura básica son las pequeñas comunidades
domésticas. El tiempo después de la Resurrección de Jesús es el tiempo privilegiado
del Espíritu y esto es, justamente, lo que rescata Hechos. Por eso muchos lo llaman el
“Evangelio del Espíritu Santo”. El movimiento de Jesús es también, en Hch, un
movimiento esencialmente misionero. En 1,8 tenemos resumidas estas dos
características fundamentales: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra”. El
movimiento de Jesús, por tanto, antes de institucionalizarse como Iglesia, fue un
movimiento del Espíritu y un movimiento misionero. Que además tiene como
estructura fundamental la pequeña comunidad doméstica: los movimientos decisivos
de Hch se realizan en estas pequeñas comunidades que se reúnen en las casas: la
primera comunidad apostólica se reúne en una casa (1,12-14) y es en esa casa donde
se vive la experiencia de Pentecostés (2,1-4); la comunidad ideal después de

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Pentecostés tiene su centro en las casas, donde se celebra la Eucaristía (2,42-47); es la


pequeña comunidad la que permite resistir la persecución (4,23-31); la diakonía o
servicio se organiza en las casas (6,1-6); la persecución del movimiento de Jesús es por
las casas (8,3); la primera comunidad gentil convertida es la casa de Cornelio (10,1-48);
existe una comunidad que se reúne en casa de María, la madre de Juan Marcos (12,12-
17); Pablo funda pequeñas comunidades en las casas: en Filipos (16,11-40), en
Tesalónica (17,1-9), en Corinto (18,1-11); en una casa de Tróade la comunidad vive la
experiencia de la Palabra, de la Eucaristía y de la Resurrección (20,7-12); en Cesarea
encontramos una comunidad de mujeres profetas (21,8-14); Pablo llega en Jerusalén a
la casa-comunidad de Mnasón (21,17-20) y la última comunidad de Pablo en Roma es
en una casa (28,30-31).

Lucas escribe Hch en los años 80-90 cuando se institucionalizaban los diferentes
modelos de Iglesia. La aportación de Lucas a dicho proceso es, justamente, atender a
estas tres claves fundamentales de los orígenes, porque los orígenes deben ser
atendidos si se quiere ser fiel a quien los originó, a Jesús (cf. 1Jn 1,1-4). Así, Hch
constituye una perspectiva específica, una metodología, un espíritu, un modelo o
paradigma para la institución e institucionalización de la Iglesia, de entonces y de
todos los tiempos.

Para nosotros éstas serán, pues, las claves hermenéuticas de interpretación del
libro de los Hechos:

1.- Desde la perspectiva del Espíritu Santo: todo el libro hay que interpretarlo
como “Evangelio del Espíritu”, buscando descubrir la presencia y la acción del Espíritu
Santo en toda la narrativa de Hch. La referencia al Espíritu Santo será la clave
hermenéutica fundamental para nuestra interpretación de Hch, dando a tal
interpretación la misma intencionalidad de Lucas: reconstruir el movimiento de Jesús
como movimiento del Espíritu Santo, como una perspectiva concreta y específica para
la construcción de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas, hoy.

2.- Desde la perspectiva de la misión: todo el libro de Hch es un movimiento


misionero, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra, cuyo contenido fundamental
es la Palabra de Dios. El crecimiento del movimiento de Jesús se identifica con el
crecimiento de la Palabra (6,7; 12,24; 19,20) y es la Palabra de Dios la que tiene poder
para construir la Iglesia (20,32). La referencia a la misión será la segunda clave
hermenéutica fundamental para nuestra interpretación del libro de Hch. Se trata de
reconstruir el movimiento de Jesús como movimiento misionero, como una
perspectiva concreta y específica para la construcción de la Iglesia, de nuestras
comunidades cristianas, hoy.

3.- Desde la perspectiva de las pequeñas comunidades domésticas: el


movimiento de Jesús, después de la Resurrección y antes de la institucionalización de
la Iglesia, se estructura en pequeñas comunidades domésticas. Todo el libro tiene una
dinámica que parte del Templo y llega a la casa. La formación de pequeñas
comunidades es lo que permite que la Palabra se haga presente en las ciudades y en
las culturas. La pequeña comunidad es el lugar donde se mantiene viva la enseñanza

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de los apóstoles (la memoria de Jesús) y donde se puede vivir la koinonía (tenían todo
en común), la diakonía (no había pobres entre ellos) y la Eucaristía (Hch 2,42-47). Esta
será la tercera clave hermenéutica: la reconstrucción del movimiento de Jesús como
construcción de comunidades domésticas, como una perspectiva concreta y específica
para la construcción de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas, hoy.

4.- Otras claves que nos ofrece el libro de los Hechos:


 La participación de la mujer en el movimiento de Jesús
 La dimensión de las culturas y de la inculturación del Evangelio
 La pluralidad de ministerios, carismas y funciones en la misión
 La dimensión política: el movimiento de Jesús y el Imperio Romano

a.- ESTRUCTURA LITERARIA DEL LIBRO

Para poder tener una idea global del texto, he aquí una estructura literaria que
nos permitirá hacer una “primera lectura” organizada del libro.

Introducción: 1,1-11

A: Retomando el pasado: 1,1-5 (agregado cuando se separaron Lc-Hch)


B: Introducción a Hechos: 1,6-11 (continúa el relato de Lc 24,49)

I.- El movimiento de Jesús EN JERUSALÉN: 1,12-5,42 (años 30-32)


La comunidad de los creyentes hebreos dirigidos por los 12 apóstoles

A: Constitución de la comunidad: 1,12-2,47


a: sumario: 1,12-14: la comunidad antes de Pentecostés
b: narración: 1,15-26: constitución de los 12
b’: narración: 2,1-41: Pentecostés
a’: sumario: 2,42-47: la comunidad después de Pentecostés

B: Manifestación de la comunidad en Jerusalén: 3,1-4,31


Narración en 4 actos:
1.- curación de un tullido: 3,1-10
2.- anuncio de la Resurrección: 3,11-26
3.- represión: 4,1-22
4.- reunión de la comunidad: 4,23-31

A’: Consolidación de la comunidad: 4,32-5,16


a: sumario: 4,32-35
b: narración: 4,36-37: Bernabé
b’: narración: 5,1-11: Ananías y Safira
a’: sumario: 5,12-16

B’: Reconocimiento de la comunidad: 5,17-41

Narración en 4 actos:

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1.- prisión y liberación de los apóstoles: 5,17-21a


2.- reunión del Sanedrín y testimonio de los apóstoles: 5,21b-33
3.- intervención de Gamaliel y acuerdo con el Sanedrín: 5,34-39
4.- represión de los apóstoles y liberación: 5,40-41

Sumario conclusivo: 5,42


Los apóstoles enseñan y anuncian la Buena Nueva en el Templo y casas

II.- De Jerusalén a ANTIOQUÍA: 6,1-15,35 (años 32-48)


La comunidad de los helenistas y el inicio de la misión fuera de Jerusalén

A: Los hechos de los helenistas: 6,1-8,40


a: asamblea en Jerusalén: elección de los 7 helenistas: 6,1-7
b: hechos de Esteban: 6,8-7,60
a’: dispersión del grupo de los helenistas: 8,1-4
b’: hechos de Felipe: 8,5-40

B: Presentación (hechos) de Saulo (Pablo): 9,1-31

C: Los hechos de Pedro: 9,32-11,18


A’: Los hechos de los helenistas: 11,19-26
B’: Misión desde Antioquía a Jerusalén: 11,27-30
C’: Los hechos de Pedro: 12,1-25

A’’: Los hechos de los helenistas: 13,1-14,28


(Misión de la comunidad de Antioquía)
a: asamblea de la Iglesia de Antioquía y envío: 13,1-3
b: misión de la Iglesia de Antioquía: 13,4-14,25
a’: llegada y asamblea de la comunidad de Antioquía: 14,26-28

A’’’: Los hechos de los helenistas: 15,1-35


(Asamblea de Jerusalén que confirma a Antioquía)
a: antecedentes de la asamblea: 15,1-5
b: asamblea donde habla Pedro: 15,6-12
b’: asamblea donde habla Santiago: 15,13-21
a’: acuerdos y reacciones: 15,22-35

III.- De Antioquía a ROMA: 15,36-28,31 (años 48-60)

A: Los viajes misioneros de Pablo: 15,36-19,20


1.- Pablo, entre la Ley y el Espíritu: 15,36-16,10
2.- Misión en la ciudad de Filipos: 16,11-40
3.- Misión en la ciudad de Tesalónica: 17,1-9
4.- Misión de Pablo y Silas en Berea: 17,10-15
5.- Pablo en la ciudad de Atenas: 17,16-34
6.- Misión en la ciudad de Corinto: 18,1-18a
7.- Misión en la ciudad de Éfeso: 18,18b-19,20

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B: Subida de Pablo a Jerusalén y viaje a Roma: 19,21-28,31


1.- Subida de Pablo a Jerusalén: 19,21-21,15
a: Pablo decide ir a Jerusalén y Roma: 19,21-22
b: revuelta de los orfebres en Éfeso: 19,23-40
c: de Éfeso a Jerusalén: 20,1-21,15

2.- Juicio y pasión de Pablo en Jerusalén y Cesarea: 21,16-26,32


a: Pablo en Jerusalén: 21,16-23,35
b: Pablo en Cesarea: 24,1-26,32

3.- “Muerte y resurrección” de Pablo: 27,1-28,31


a: Pablo camino a Roma: 27,1-28,10
b: Pablo en Roma: 28,11-31

El libro de los Hechos nos ofrece una perspectiva para renovar en la actualidad
la Iglesia. Desde esa perspectiva, nosotros tenemos que repensar una y otra vez
nuestras propias comunidades. Si Lucas escribió Hch para tener una perspectiva, una
metodología o un paradigma para, en su época, institucionalizar el movimiento de
Jesús, nosotros también hoy podemos con la misma intención confrontar nuestra
Iglesia actual y nuestras comunidades con el movimiento de Jesús tal como lo
reconstruye Lucas. El libro de los Hechos es, pues, un instrumento privilegiado para
promover las reformas necesarias, la actualización precisa, la revitalización urgente de
la comunidad cristiana, a condición de que lo hagamos con el espíritu con que Lucas
escribió.
En este sentido, es importante destacar las tres claves de interpretación,
porque así las presenta el autor: la dimensión del Espíritu, la dimensión misionera y la
dimensión de pequeñas comunidades. Así seremos fieles a la perspectiva fundamental
de Lucas. ¿Cómo hacerlo? Este es el reto fascinante que nos debe preocupar y ocupar.
Adelante.

b.- EL AUTOR DE LOS HECHOS


El autor del tercer evangelio y de los Hechos es el mismo, y la tradición de la
Iglesia ha sido unánime en identificarlo con san Lucas (cf. el Canon de Muratori, el
“Prólogo Antimarcionita”, san Ireneo y Tertuliano, todos del s. II). Se acepta
generalmente que es el Lucas que estuvo al lado de Pablo durante el encarcelamiento
del apóstol en Roma (Col 4,14-15; Flm 24; 2Tim 4,11). Pablo da a entender que era de
origen gentil, quizás de Antioquía de Siria. En cualquier caso, estaba muy familiarizado
con la Biblia en su traducción griega, y algunas de las mejores piezas griegas del NT
fueron escritas por él. Pablo dice también que era médico, y lo cierto es que en sus
escritos hay huellas de su preparación y sus intereses en ese terreno.

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c.- PLAN Y COMETIDO DEL LIBRO


El tema y la estructura de los Hechos son anunciados en 1,8, donde Cristo
resucitado dice a sus discípulos: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta
los confines de la tierra”. El Espíritu Santo juega un papel central en el libro. Cinco
veces se manifiesta el poder del Espíritu sobre grupos de discípulos (2,1-4; 4,31; 8,14-
17; 10,44-48; 19,1-7). Milagros y otros prodigios realizados por los discípulos de Cristo
son signos de ese poder (2,43; 5,12-16; 6,8; 8,6-8; 19,11-12). El Espíritu Santo toma la
iniciativa y dirige la misión de la joven Iglesia en varios momentos decisivos
(8,26.29.39; 10,19; 11,12; 13,2; 15,28; 16,6-9). Sobre todo, es el Espíritu Santo quien
está en el origen de la Iglesia y quien conduce a la unidad a diferentes individuos y
comunidades. En consecuencia, el libro está empapado de una atmósfera de
entusiasmo y prodigios.
El cometido de los discípulos es ser testigos de Jesús. A lo largo del relato darán
testimonio de su resurrección de entre los muertos, y de que Dios lo ha constituido en
Señor y Cristo, es decir, Mesías (así Pedro: 2,14-36 y 3,12-26; Pedro y los apóstoles:
5,29-32; Esteban: 7,54-60; Felipe: 8,5 y 8,35; Saulo: 9,20; Pedro: 10,34-43; Pablo:
13,16-41, etc.). Los signos de la fuerza del Espíritu son el testimonio divino de la verdad
de lo que proclaman. Empezando por Esteban, puede que tuvieran que sellar su
testimonio con su propia sangre (el término griego para decir “testigo” es martyr).
Hch 1,8 prevé también el plan del libro. En los ocho primeros capítulos, todo
tiene lugar en Jerusalén. Tras la ascensión de Jesús y la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés, oímos hablar de la vida de la comunidad en Jerusalén, del testimonio que
de Jesús dan Pedro y los apóstoles, de sus primeros enfrentamientos con las
autoridades del Templo (capp. 1-5). El martirio de Esteban y la subsiguiente
persecución obligan a muchos discípulos a abandonar Jerusalén, pero, al dispersarse,
van llevando la Buena Nueva al resto de Judea y a Samaría (8,1). Éste es el tema de los
capp. 8-12. De hecho, este mismo abandono de la Ciudad Santa motivado por la
persecución acabó llevando el evangelio hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, la mayor
ciudad de la región (11,19). En 8,26-40 entra en la Iglesia el primer gentil, un africano.
El romano Cornelio es bautizado en 10,48, y en 11,20 leemos que el evangelio fue
predicado también a los gentiles en Antioquía. Sin embargo, es con san Pablo cuando
el evangelio viaja por Asia Menor, Macedonia y Acaya (Grecia), y no sólo es predicado
a las comunidades judías, sino también a los gentiles (a partir del cap. 13). El libro
termina, más bien bruscamente, con la llegada de Pablo a Roma. Roma no era “los
confines de la tierra”, ni siquiera en términos de los conocimientos geográficos de
entonces, sino la capital del Imperio al que estaba sometida Judea. La Buena Nueva de
Jesucristo era ahora proclamada “libremente y sin obstáculos” en el corazón del
Imperio (28,31).
En último término, aunque el libro se titula “Hechos de los Apóstoles” cuenta
las historias no de todos los apóstoles, sino principalmente de dos, Pedro y Pablo. La
figura de Pedro domina la primera parte del libro (capp. 1-12), que podría llamarse
“Hechos de Pedro”. Sin embargo, no está solo. A su lado está Juan en los primeros
capítulos, y Esteban y Felipe son los héroes de los capp. 6-8. Los capp. 13-28 son los
“Hechos de Pablo”. Pablo aparece primero como misionero (capp. 13-20), después
como prisionero de los romanos en Jerusalén (capp. 21-23) y Cesarea (capp. 24-26), y

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finalmente lo vemos viajando a Roma, conducido a un incierto destino (capp. 27-28).


También Pablo tiene colaboradores y compañeros, principalmente Bernabé (que al
principio fue su patrocinador y mentor), Silas, Timoteo, Priscila y Áquila. Las dos partes
del libro no están separadas del todo. Pablo (con el nombre de Saulo) es presentado ya
en lo “Hechos de Pedro”, con ocasión de su conversión (cap. 9), y Pedro reaparece en
los “Hechos de Pablo” tomando parte en el Concilio de Jerusalén (cap. 15), que es el
episodio clave del libro. Aquí precisamente se resuelve el problema de cómo recibir a
los gentiles creyentes, de acuerdo con una solución presentada por Santiago,
responsable por entonces de la comunidad de Jerusalén. Lucas ofrece a lo largo del
libro numerosos paralelos entre sus dos héroes, a los que presenta completándose
mutuamente y formando una unidad fundamental.

d.- EL LIBRO DE LOS HECHOS Y LOS ESCRITOS HISTÓRICOS ANTIGUOS


Al principio de su evangelio (Lc 1,1-4), Lucas dice que se había “informado
cuidadosamente de todo lo sucedido desde el principio”. Para poder escribir el libro de
los Hechos, Lucas recurrió a cierto número de fuentes. Algunas de éstas pueden ser
detectadas con mayor o menor claridad. La primera parte del libro (los “Hechos de
Pedro”) se basa probablemente en un antiguo documento que hablaba del comienzo
de la Iglesia en Jerusalén, reunida en torno a Pedro, de la persecución de Esteban y de
la primera expansión de la Iglesia gracias a la predicación de Felipe y Pedro. Por lo que
respecta a los “Hechos de Pablo”, parece haber existido un documento similar que
narraba la conversión de Pablo, sus viajes misioneros y su cautiverio. Lucas pudo tener
la oportunidad de comprobar parte de la información así obtenida o de completarla a
partir de otras fuentes. En su relato de los tres viajes de Pablo (16,10-17 de Troas a
Filipos; 20,5-21,8 de Filipos a Jerusalén; 27,1-28,16 de Cesarea a Roma) Lucas usa la
forma narrativa “nosotros”. Desde san Ireneo, los comentaristas han visto en estos
pasajes la prueba de que Lucas acompañó a Pablo en su segundo y tercer viajes, y en
su travesía marítima a Roma. Hay muchas razones para pensar que, al menos en la
mayoría de los casos, los pasajes en los que se usa el “nosotros” están tomados del
diario de un compañero de viaje de Pablo, que anotó con cuidado lugares, distancias,
tiempos y numerosos incidentes del viaje. Sin embargo, examinados de cerca, parecen
relacionados con un solo viaje, en concreto el que planeó Pablo a Macedonia y Acaya
con el propósito de hacer una colecta en favor de la iglesia de Jerusalén; el viaje se
completaba con la vuelta a Jerusalén y el traslado del apóstol a Roma (cf. 1Cor 16,1-4;
2Cor 8-9; Rom 15,25-29). Lucas nunca menciona la colecta en el libro de los Hechos (a
no ser en 24,17), y parece haber incorporado partes del diario del viaje de la colecta en
diferentes partes de los Hechos, de modo que ahora da la impresión de que se trata de
diferentes viajes realizados en épocas distintas.
El libro de los Hechos ha llegado a nosotros en dos principales formas
textuales, el llamado texto “occidental” y el texto “alejandrino”, con diferencias
significativas entre ambos.
Los Hechos de los Apóstoles tiene la pretensión de ser una historia de los
orígenes de la Iglesia, pero el tipo de historia que nos refiere es distinta a lo largo del
libro, según la fuente que utiliza Lucas en cada punto particular y el modo en que la
usa. Los relatos de los viajes misioneros de Pablo reflejan fielmente el mundo

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mediterráneo oriental del s. I: administración romana, ciudades griegas, cultos


religiosos, rutas y medios de transporte, geografía política y topografía local. Lucas
describe un mundo que conocía de primera mano, al margen de si fue o no testigo de
los acontecimientos. Por contraste, los primeros capítulos son mucho menos
circunstanciales y dan la impresión de contener historias que al propio Lucas parecían
remotas. Una gran parte del libro está formada de discursos, una circunstancia que
encaja en la práctica de los antiguos historiadores, que usaban discursos para poner de
manifiesto las ideas o el carácter de una persona, para analizar o iluminar una
situación, para presentar claramente los problemas tratados. El historiador trataba (o
debía tratar) que estos discursos se parecieran lo más de cerca posible a lo que
realmente se dijo (o pudo perfectamente haberse dicho) en determinada ocasión.
Tal práctica nos recuerda las diferencias entre las ideas antiguas y modernas
relativas a lo que debe ser un relato histórico. Hubo en la antigüedad historiadores,
como Tucídides (s. V aC), cuyo ideal sobre la historia era muy cercano al nuestro, es
decir, poner por escrito lo que realmente había sucedido, lo más precisa e
imparcialmente posible. Por otra parte, la mayor parte de los historiadores antiguos se
tomaban libertades con sus fuentes, libertades que nosotros asociaríamos más con la
novela histórica que con una obra histórica en el sentido estricto del término. Incluso
Tucídides no pretendía hacer un tratamiento aséptico del pasado, sino usarlo como
enseñanza para las generaciones futuras; los antiguos escritores daban por supuesto
que ése era precisamente el propósito de la historia. Lucas encaja bien en estos
modelos. Seguramente sus contemporáneos no veían mal que Lucas se tomase
libertades al utilizar sus fuentes, y si tenía propósitos teológicos al escribir los Hechos
(p.e. la acción de la fuerza del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, para que
fuesen sus testigos en todo el mundo) eso no le descalificarían como historiador a los
ojos de sus coetáneos.
En dos lugares, la conversión de Saulo (cap. 9) y el concilio de Jerusalén (cap.
15), el relato de Lucas puede ser comparado directamente con el de Pablo en Gal 1 y 2.
La comparación revela ciertas diferencias, algunas de las cuales pueden ser explicadas
por las diferentes perspectivas y los distintos proyectos literarios de ambos personajes:
Pablo escribe una carta a un grupo particular de lectores para hablar de su propio caso
y defenderlo; Lucas escribe una historia para una amplia gama de lectores. De todos
modos, Lucas parece haber hecho uso de una libertad de composición parecida a la de
los pintores de grandes escenas históricas, más interesados en exponer el significado
del acontecimiento que en reproducirlo exactamente. Una vez más, tal modo de
proceder no iba más allá de los límites permitidos a los antiguos historiadores.

e.- HISTORIA DE LA INTERPRETACIÓN


A lo largo de los siglos, el libro de los Hechos ha ejercido una influencia
dinámica en la vida de la Iglesia y en la imaginación y el pensamiento cristianos. Su
atractiva presentación de la primera comunidad y sus emocionantes relatos de los
viajes misioneros de Pablo han inspirado a innumerables individuos y grupos. Este libro
nunca ha dejado de ser estudiado y discutido.
Cierto número de escritores cristianos primitivos, incluidos Orígenes, Efrem,
Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría, escribieron comentarios a los Hechos,

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

pero en su mayor parte sólo sobreviven fragmentos de sus obras, a menudo en


antologías o citas de escritores posteriores. La Iglesia del primer milenio nos ha legado
importantes comentarios íntegros: el de Juan Crisóstomo (m. 407) para los griegos; el
de Beda el Venerable (m. 735) para los latinos; el de Ischo’dad de Merv (s. IX) para los
orientales. Durante la Edad Media escribieron sobre los Hechos en Occidente Pedro
Lombardo, Stephen Langton, Alejandro de Hales y John Wycliff, y en Oriente Teofilacto
de Acrida y Dionisios bar Salibi.
La descripción de la Iglesia primitiva que ofrece el libro de los Hechos llegó a ser
decisiva en los debates sobre la reforma de la Iglesia en el siglo XVI, y atrajo la atención
de Erasmo, Cayetano, Calvino, Teodoro de Beza y Bullinger.
En el s. XIX, los Hechos se convirtieron de nuevo en objeto de controversias de
intelectuales, esta vez sobre la historia de los orígenes del cristianismo. En concreto,
hubo comentaristas que discutieron la tesis de F.C. Baur (Tubinga) de que Lucas trató
de sanar la brecha abierta entre los seguidores de Pablo y los de Pedro en la Iglesia de
su tiempo, presentando una imagen idealizada del pasado, y en particular de las
relaciones entre los dos apóstoles. Posteriormente, algunos escritores se dedicaron a
investigar las fuentes usadas por Lucas y a diagnosticar su valor histórico; y en un
segundo paso, usando los métodos de la “crítica de las Formas”, trataron de aislar las
unidades menores a partir de las cuales compuso Lucas sus grandes secciones.
Recientemente, la atención se ha desplazado de “Lucas el historiador” a “Lucas el
teólogo”, pero entre los más recientes escritos sobre los Hechos se descubre un
renovado interés en el propósito histórico y en el método de Lucas, y en el libro de los
Hechos como fuente para la historia de la Iglesia primitiva.

3.- CONTENIDO DEL LIBRO DE LOS HECHOS

INTRODUCCIÓN GENERAL (Hch 1,1-11)


ÚLTIMAS INSTRUCCIONES DEL SEÑOR RESUCITADO (1,3-8)
Jesús resucitado continúa apareciéndose a sus discípulos durante 40 días,
instruyéndoles sobre el reino de Dios (cf. Ex 24,18). No deben abandonar Jerusalén
sino esperar en la ciudad el bautismo con Espíritu Santo que se les había prometido
(vv. 3-5).
La resurrección de Jesús ha demostrado a sus discípulos que él es el Cristo o
Mesías, es decir, el “Ungido” por o para Dios, el rey designado por Dios para gobernar
a Israel. La mayor parte de los contemporáneos de Jesús parece haber tenido ideas
políticas nacionales sobre el Mesías y su reino, y muchos que acabaron creyendo en
Jesús no hicieron sino aplicarle estas aspiraciones. En el v. 6 los apóstoles hacen
públicas estas expectativas: Jesús es la persona a través de la cual va a restaurar Dios el
reino a Israel. La única cuestión es ¿cuándo?
Lo primero que recuerda el Señor resucitado a sus discípulos es que no les
compete conocer los tiempos o fechas determinados por Dios (v. 7) y procede a
continuación a ampliar sus horizontes (v. 8). “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que
vendrá sobre ellos”. La expresión recuerda a Lc 1,35 y sugiere un paralelismo entre la

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

concepción de Jesús y la de la Iglesia, y por tanto una continuidad entre la vida de


Jesús, en la que opera el Espíritu, y la vida de la Iglesia, en la que obra el mismo
Espíritu. Existe un ulterior paralelismo entre la concepción de Jesús y su bautismo en el
Jordán, cuando el Espíritu descendió sobre él (Lc 3,22). La venida del Espíritu sobre los
discípulos supone un bautismo y, al mismo tiempo, el comienzo de una nueva vida.
Para Jesús, lo mismo que para los discípulos, la presencia del Espíritu implica
una manifestación del poder de Dios. Este poder se manifiesta de forma característica
en las curaciones y prodigios realizados por Jesús e igualmente por los apóstoles:
después de recibir la fuerza del Espíritu realizarán prodigios y curarán enfermos (4, 29-
31.33; cf. 3,12; 4,7; 6,8), expresión del combate contra los poderes del mal (10, 38;
también Lc 10,17-19). La promesa de 1,8 es la respuesta a la pregunta de los discípulos
del v. 6: cuando el Espíritu venga sobre los discípulos “quedará restablecido el reino de
Israel”. El significado de este reino queda transformado, pues el reino de Dios está ya
aquí, fundado sobre la fuerza del Espíritu que ya ha obrado en Jesús y que va a obrar
en los discípulos después de Pentecostés (cf. Lc 17,20-21).
Los apóstoles tendrán como misión ser testigos de la resurrección de Jesús, de
su victoria sobre la muerte, y por tanto sobre las autoridades judías, demostrando así
definitivamente que había sido enviado por Dios y que era por tanto el Cristo (v. 8b).
Los apóstoles serán testigos de Cristo en Jerusalén, por toda Judea y Samaría, y hasta
los confines más remotos de la tierra. El tema del libro de los Hechos es mostrar cómo
se cumple esa predicción. Las palabras del Señor resucitado recuerdan la misión
confiada por Dios a su Siervo en Is 49,6: “te convierto en luz de las naciones para que
mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”. Se sigue dando respuesta a la
pregunta del v. 6: el designio de Dios va más allá de la “restauración del reino de
Israel”. Se trata ni más ni menos que de llevar la salvación a todos los pueblos
(también Lc 24,47). Dios ya no actúa sólo en favor de una pequeña nación considerada
el pueblo particular de Dios, sino que ofrece la salvación a todo el mundo.

LA ASCENCIÓN (1,9-12)
El relato de la ascensión de Cristo a los cielos en los Hechos discurre paralelo a
Lc 24,50-51, pero mientras el primer texto demuestra que Jesús resucitado es Sumo
Sacerdote y Rey (cf. Sal 110,1-4; Heb 8,1; 10,11-13), el segundo se fija en otros
detalles, pues trata de describir a Jesús como el Nuevo Elías y como Hijo del Hombre.
La ascensión de Jesús a los cielos recuerda inevitablemente la de Elías en 2Re 2,1ss. De
hecho, los ángeles aplican a Jesús en Hch 1,11 las mismas palabras de 2Re 2,11 (LXX).
Según las ideas judías, Elías había de volver para preparar al pueblo de Dios para el Día
del Señor (Mal 3,23s) y para restaurar las tribus de Jacob (cf. Eclo 48,10). También hay
una referencia a Dn 7,13-14, donde “uno semejante a un hijo de hombre” viene sobre
las nubes del cielo y es llevado a la presencia de Dios, que le concede una realeza sin
fin sobre todos los pueblos. Éste es el significado de la nube que en v. 9 oculta a Jesús
de la vista de los apóstoles, introduciéndolo en la presencia de Dios, donde recibe el
poder real.
EL MOVIMIENTO DE JESÚS EN JERUSALÉN: Hch 1,12-5,42

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ESPERANDO AL ESPÍRITU (1,13-26)


En los vv. 13 y 14 tenemos el primero de varios sumarios en los que Lucas
ofrece a sus lectores una escena de la vida de los primeros creyentes (cf. Hch 2,42-47;
4,32-35; 5,12-16; 5,42; 6,7; 9,31; 12,24). La oración vincula los relatos del evangelio y
Hechos, pero mientras en Lc 24,53 alaban a Dios en el Templo, en Hch 1,13 rezan “en
el piso superior donde se alojaban”: puede que el relato refleje aquí la época del autor,
cuando los seguidores de Jesús ya no frecuentaban el Templo, sino que celebraban el
culto en casas privadas. Los Once están “junto con algunas mujeres”, probablemente
las mismas que se mencionan en Lc 8,1-3; 23,49.55-56; 24,1-10.23: testigos silenciosos
del misterio central de la fe. Según otra interpretación, se trata de las esposas de los
apóstoles (el códice D añade “y los niños”). También se cita a “María, la madre de
Jesús”, que no se menciona en los otros textos que hablan de las mujeres. Puede que
Lucas quiera así reforzar la analogía entre el nacimiento de la Iglesia y el nacimiento de
Jesús. Más sorprendente es la presencia de “los hermanos de Jesús”, que en otros
evangelios son presentados como no creyentes en él (Mc 3,21; Jn 7,5) y son
contrastados con sus discípulos (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; no así en Lc 8,19-21). Aquí
se han unido a los discípulos, señal de que ahora son creyentes (cf. la aparición de
Cristo resucitado a Santiago en 1Cor 15,7). Obsérvese la posición central de María, la
primera creyente y modelo de discípulo en la perspectiva lucana (Lc 1,38.45).
La comunidad se compone de 120 miembros: es un número simbólico –diez
veces doce- pero tambien era el número legal para elegir un consejo o sanedrín que
representara a Israel (v. 15). Su primera tarea, incluso antes de la venida del Espíritu
con poder, es completar el número de los Doce tras la pérdida de Judas. Es Pedro
quien toma la iniciativa. En el primero de sus frecuentes discursos en Hechos (vv. 16-
22) recuerda al grupo la traición de Judas y su destino (distinto a Mt 27,3-10). Es
tiempo de elegir a alguien que haya sido a la vez compañero de Jesús durante su
ministerio y testigo de su resurrección. Después de rezar, se echa a suertes entre dos
candidatos, un método de elección frecuente en la antigüedad, que manifestaba la
voluntad divina (vv. 23-26). Matías, al que no le asiste virtud explícita (no así a “José,
llamado Barsabás, por sobrenombre Justo”), se une a los Once: ¿los caminos de Dios
no son los caminos de los hombres?.
Una lectura crítica del texto nos sitúa en la perplejidad de contemplar cómo
Pedro desobedece al Señor: éste había señalado que se queden quietos (“sentados”
literalmente, Lc 24,49) hasta la llegada del Espíritu Santo, pero Pedro no espera a ésta
y actúa sin estar “revestido del poder de lo alto”. Actúa al margen de la agenda
marcada por Jesús de no hacer otra cosa que esperar. ¿Por qué esa prisa en completar
el número de los apóstoles? Hay autores que argumentan que al ser 12 los que
representan legítimamente a Israel, son 12 también los que, como nuevo Israel,
recibirán el Espíritu Santo. Si esto es así, ¿por qué no lo hizo, o por lo menos lo ordenó,
el propio Jesús? También puede criticarse la definición excluyente que se hace de la
figura de apóstol en 1,21-22 (debe ser varón [uso del término específico “aner” y no
del genérico “antropos”], debe ser un discípulo que estuvo con Jesús desde el
bautismo de Juan hasta el día de la ascensión: desde esta perspectiva se excluye a las
mujeres, a los hermanos de Jesús, entre ellos a Santiago, y a todos los que en adelante
tendrán una experiencia de Jesús resucitado (Esteban, Pablo…). Desde esta
perspectiva, Lucas no considera a Pablo como apóstol, lo que Pablo tanto defiende con

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

insistencia en sus cartas. Además, Pablo incluye explícitamente a una mujer en el


rango de apóstol (“Junia” en Rom 16,7). Otra cosa que llama la atención es la forma de
elección de Matías: no hay un discernimiento de la asamblea como en Hch 6,1-6;
15,22. Tampoco es una elección guiada por el Espíritu Santo, como en 13,1-3:
simplemente se echa a suertes.

DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS (2,1-13)


Los discípulos (probablemente no sólo los Doce –cf. nota crítica de BJ- sino
todos los mencionados previamente) se reúnen el día de Pentecostés (“50” en griego),
nombre dado por los LXX a la fiesta judía de “Shebuot” (“semanas” en hebreo), que se
celebraba siete semanas después de la Pascua (Ex 34,22; Lv 23,15-21; Nm 28, 26-31; Dt
16,9-12). El relato del descenso del Espíritu Santo se parece a otros episodios similares
de Hechos (cf. 4,31; 10,44-46; 19,6-7). Aparece un sorprendente signo de la venida del
Espíritu (viento y fuego). Los símbolos de viento impetuoso y lenguas como de fuego
muestran la “violencia” necesaria del Espíritu para transformar al grupo y reorientar la
primera comunidad desde el pasado (recuperación del número 12) hasta el futuro
profético y misionero. Pentecostés es el bautismo en el Espíritu anunciado en 1,5:
frente al bautismo personal de Juan, éste origina el movimiento transformador de la
comunidad reunida. La diferencia que hay entre la glosolalia y el escuchar cada uno su
propio idioma sugiere dos relatos, uno más primitivo y tradicional (vv. 1-4.12-13), otro
más evolucionado y redaccional (vv. 5-11): el milagro pasa del hablar al escuchar (vv.
6.8.11). El cambio puede reflejar una reacción contra el abuso de la glosolalia en las
primeras comunidades cristianas (cf. 1 Cor 14). Aquí el don del Espíritu es un remedio
contra la confusión de lenguas en Babel, que dio como resultado la dispersión de la
raza humana (Gn 11,1-9). En la nueva era inaugurada con la venida del Espíritu, la
Buena Nueva proclamada por los apóstoles puede ser entendida y recibida por los
hombres y mujeres de todas las naciones de la tierra, llamados en consecuencia a la
unidad (comentario interesante pero “forzado” de Richard, p. 40), ahora bien,
respetando la humanidad plurilingüe y multicultural: Pentecostés no significa
uniformidad, sino unidad en la comprensión de la Buena Noticia.
La lista de las naciones (vv. 9-11ª) se basa probablemente en una lista
convencional y pretende representar a “todas las naciones bajo el cielo” (v. 5), vistas
desde la perspectiva de Jerusalén. De este modo se realiza la meta universal del
mensaje del Evangelio: salir fuera de la ciudad santa.

SERMÓN DE PEDRO EN PENTECOSTÉS (2,14-36)


Los espectadores que no sintonizaban con lo que veían podían reírse del
lenguaje extático de los discípulos e interpretarlo como locuras de borrachos (v. 13).
Pedro defiende a sus compañeros creyentes (no sin humor) diciendo que son sólo las
nueve de la mañana, una hora muy temprana para estar borrachos (v. 15). Después, ya
en serio, recurre al profeta Joel para explicar lo que estaba sucediendo (vv. 17ss). El
núcleo del mensaje de Pedro a la muchedumbre queda reflejado en los vv. 22-24 y 32:
las autoridades judías rechazaron a Jesús e hicieron que fuera condenado a muerte por
los romanos, pero Dios lo devolvió a la vida, “y de esto somos testigos”. Está claro,

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

pues, que “Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros
cricificasteis” (v. 36). Éste fue el tema constante de la predicación de los primeros
discípulos.
Pedro utiliza tres textos bíblicos en su discurso: Joel 3,1-5; Sal 16, 8-11 y Sal
110,1. El discurso ha sido compuesto por Lucas, pero recoge la tradición histórica de la
primera generación cristiana, especialmente la forma cómo se interpretaba la Biblia
Hebrea. Ninguno de los textos bíblicos citados se refiere a lo que la comunidad está
viviendo: la resurrección y exaltación de Jesús y los hechos de Pentecostés. Sin
embargo la comunidad interpreta los hechos a la luz de las Escrituras, con lo que la
realidad que viven y los textos que citan adquieren un nuevo sentido: los hechos
interpretan las Escrituras y éstas explican los hechos; en esta hermeneútica apostólica
los textos son leídos e interpretados con bastante libertad. Así, el texto de Joel,
matizado convenientemente, nos sitúa en los últimos días, es decir, en tiempo
apocalíptico y escatológico, inaugurado por la resurrección de Jesús y manifestado en
Pentecostés. Las señales expresadas son las típicas para manifestar la llegada de ese
tiempo. Por su parte, el Salmo 16 no se refiere al Mesías ni a la resurrección, sino que
trata del hombre perseguido que pone toda su confianza en Dios. Pero Pedro lo aplica
a Jesús, reconstruyendo el sentido del salmo e interpretando lo ocurrido con Jesús a la
luz de la Escritura.
Las palabras de Pedro “traspasaron el corazón” de sus oyentes, que le
preguntan a él y a los demás apóstoles “¿qué tenemos que hacer, hermanos?” (v. 37):
la gente ya no podía seguir viviendo y comportándose como lo había hecho. Pedro les
dice que se arrepientan y que se bauticen en el nombre de Jesucristo y así recibirán el
perdón de sus pecados y el don del Espíritu Santo (v. 38). La promesa de Dios es para
ellos y para sus hijos. Pero también “para todos los de lejos” (v. 39, cf. Is 57,19): judíos
de la diáspora y no judíos: la salvación es el don libre de Dios, y Dios llama libremente a
ella a los que quiere. Ya no depende de pertenecer a una raza o nación. Los oyentes de
Pedro “aceptaron lo que dijo y fueron bautizados. Ese mismo día se les agregaron unas
3000 personas” (v. 41): ha empezado la cosecha y hay una rica mies en espera de ser
segada.

LA VIDA EN LA IGLESIA NACIENTE (2,42-47)


Nos encontramos ante un recurso literario típico de Lucas: el uso de sumarios.
Éstos son utilizados para generalizar hechos concretos y representar una situación
global y permanente. Un sumario es, pues, un resumen generalizador de hechos
concretos. En la primera parte de Hechos (capp. 1-5) encontramos 3 sumarios sobre la
vida de las primeras comunidades: 2,42-47; 4,32-35 y 5,12-16.
El texto básico de todos ellos parece constituido por 2,42-43: “eran
perseverantes en la enseñana de los apóstoles, en la unión fraterna (comunión), en la
fracción del pan y en las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales”. De aquí proviene el desarrollo de los demás
sumarios. Se narran las actividades constitutivas de la comunidad después de
Pentecostés: no son hechos aislados, sino acciones permanentes y fundantes. Las
cuatro acciones señaladas resumen los rasgos principales de la vida de la Iglesia
naciente.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Perseverantes en la enseñanza de los apóstoles: esta enseñanza no parece ser


la proclamación pública de la Buena Nueva, sino su instrucción privada a otros
discípulos, a los que explicaban las Escrituras a la luz de Cristo y recordaban la
enseñanza de Jesús. Los apóstoles se definen como los hombres que anduvieron con el
Señor que son testigos de su resurrección. Son el testimonio directo en el que se funda
la comunidad, pero nótese la diferenciación entre el grupo que toma ya la iniciativa,
los apóstoles, y el resto de discípulos, las mujeres con María al frente, los hermanos de
Jesús y los primeros bautizados.
La palabra griega koinonía aquí significa “unión fraterna” o “comunidad”. Es
usada también por Pablo para hablar de la necesidad de compartir los bienes (Rom
12,12-13), con referencia específica a la colecta para los pobres de Jerusalén (Rom
15,26). De ahí que tenga una doble dimensión, subjetiva y objetiva: la dimensión
subjetiva se expresa con la fórmula “tenían un solo corazón y una sola alma” (4,32); la
dimensión objetiva indica las consecuencias de ese sentimiento: tener todo en común
(2,44-45; 4,32.34-35), repartir a cada uno según su necesidad (2,45 y 4,35), no haber
necesitados entre ellos (4,34). Parece imposible reconstruir la organización económica
y administrativa de esa vida en común, además teniendo en cuenta el número de
cristianos (3000 en 2,41; 5000 en 4,4; una multitud de hombres y mujeres en 5,14)
pero es importante aprehender el espíritu: cada uno daba según su posibilidad; cada
uno recibía según su necesidad. Es importante señalar que “no había ningú necesitado
entre ellos”, porque ése es el objetivo de la koinonía.
La fracción del pan parece referirse a la Eucaristía (cf. Lc 24,35; 1Cor 10,16) y
más adelante se añade que “partían el pan por las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón”. Los discípulos hacían lo que el Maestro había hecho “la
misma noche en que fue entregado” (1 Cor 11,23-24).
Finalmente, las oraciones se refieren específicamente al canto de los Salmos,
las grandes plegarias bíblicas que el cristianismo heredó del judaísmo.
Esos cuatro elementos iba construyendo la vida interna de la Iglesia naciente,
Iglesia doméstica que tiene en la casa la referencia principal de realización [ahora que
hay pocos cristianos, diluidos en una sociedad secular, parece que es una vuelta a los
orígenes, vuelta a la casa….?]. Otro modo de ver estos cuatro elementos es
considerarlos como las cuatro partes de la antigua liturgia cristiana, integrada por lo
que llamaríamos “liturgia de la Palabra”, colecta para los pobres, “liturgia eucarística” y
oraciones de acción de gracias. Así, la celebración litúrgica es la imagen en miniatura
de toda la vida comunitaria.
Pero los primeros creyentes no sólo vivían su propia vida. También dejaban
sentir su presencia en quienes los rodeaban: el v. 43 nos dice que los apóstoles “hacían
muchos prodigios y señales”, prueba visible de que el Espíritu Santo obraba en ellos.
¡Sin embargo, tales acciones provocan… MIEDO! (“admiración” según algunos
comentarios; “temor” según otros). El término griego fobos (del verbo febómai,
asustarse, huir > feugo, huir > indoeuropeo: bheug; eslavo: begu (= fuga) puede en un
sentido muy lato significar reverencia o temor en sentido religioso, pero sus primeras
acepciones distan mucho de ser positivas. Es una cuestión interesantísima de
profundizar porque no se suele entrar en esta presencia maciza del término en los Hch
(Alfred Wikenhauser ni lo toca en su primera aparición).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Los vv. 44-45 constituyen un sumario que parece remontarse a una época
anterior a la de Lucas, y que describe los primeros días de vida de la Iglesia naciente.
Según el v. 44 “todos los creyentes vivían unidos” (tb. 1,15; 2,1). Obviamente serían
muchos menos que los 3000 de 2,41 (como mucho los 120 mencionados en 1,15). Al
vivir juntos, los primeros cristianos practicaban una absoluta comunidad de bienes. Los
discípulos ponían así en práctica las instrucciones de Jesús de desprenderse de las
posesiones para dárselas a los pobres (Lc 12,33-34).
Al final de su evangelio, Lucas nos dice que, tras la Ascensión, los discípulos
“estaban continuamente en el Templo alabando a Dios” (24,53). En Hch 2,46-47 recoge
esa breve información y la amplía. Se nota un cierto optimismo en “tener el favor del
pueblo” y una cierta selección en “los que habían de salvarse”: ambos puntos
requerirían un tratamiento más específico.
MANIFESTACIÓN DE LA COMUNIDAD EN JERUSALÉN (3,1-4,31)
Este bloque constituye una narración en 4 actos, bien estructurados: acción-
anuncio-reacción-‘contrarreacción’: curación de un tullido (3,1-10); anuncio de la
resurrección de Jesús (3,11-26); represión de las autoridades (4,1-22); reunión de la
comunidad (4,23-31). La fuerza de este relato está en la totalidad y queda difuminada
y rota cuando se diferencian e interpretan separadamente las partes. El relato, con
base histórica, es una composición redaccional, donde cada elemento histórico del
relato adquiere una dimensión simbólica, constituyendo un paradigma de actuación
misionera para nosotros.
La historia comienza cuando Pedro y Juan se dirigen al Templo para la oración
de la hora nona (hora de la muerte de Jesús), la hora del sacrificio vespertino (Ex
29,38-42; 2Cr 31,3). Da la impresión de que los discípulos aún están integrados en la
organización litúrgica del Templo. Pero se encuentran con un tullido y esto les cambia
el programa, con la urgencia de atender a un necesitado. Un juego de miradas,
intensamente presentado, evoca el encuentro y Pedro cura al hombre “en nombre de
Jesucristo el Nazareno”. Éste es el núcleo de la narración (3,6.16; 4,7.10.17.30). Jesús
significa “el Señor salva”: la curación del tullido es la señal de que ha dado comienzo
una nueva era en la que Dios salva a los seres humanos a través de Jesús. Éste punto se
refuerza a continuación con frecuentes referencias al nombre de Jesús y a la acción
salvífica de Dios. Hch 3 tiene semejanzas con Is 35 (“el cojo brincará como un ciervo”,
Is 35,6) en expresiones como “alegrarse”, “Dios viene a salvar” o “fortalecer las rodillas
vacilantes”. Is 35 trata de la vuelta de los judíos del destierro de Babilonia, vivida como
un nuevo Éxodo: también la salvación de Jesús es un nuevo (y definitivo) Éxodo, que se
constituye en salvación “externa” de las condiciones que ‘paralizan’ al hombre y
además en salvación “interna”: según las normas de santidad del Templo, ciegos,
tullidos y otras personas con defectos físicos eran ritualmente impuros y no podían
entrar en él (Lv 21,18; cf. 2Sm 5,8). Gracias al nombre de Jesús, el tullido queda libre
de su impureza y tiene acceso al Templo, a la casa de Dios. Jesús nos libera de la
impureza moral del pecado y nos capacita de estar en la ‘casa de Dios’.
Otro simbolismo estriba en el gesto de Pedro de tomar al tullido de la mano y
ayudarle a levantarse. Esta imagen recrea la de Mc 9,7 donde Jesús, después de la
Transfiguración, cura a un joven epiléptico. Sugiere un paralelismo entre Pedro y Jesús.
La conclusión de esta primera parte de la narración es distinta a la de 2,43: del miedo

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

que provocan los hechos prodigiosos entre los discípulos se pasa al “estupor y
asombro” (3,10.11) de todo el pueblo (3,9.11).
Pedro aprovecha la reunión de la gente (‘todo el pueblo’ parece excesivo) para
dirigirles la palabra, dejando bien claro que la curación no ha sido obra del propio
poder, sino que se ha realizado en virtud del nombre de Jesús (v. 12 y 16, que hacen de
inclusión a la 1ª parte del discurso). En medio (vv. 13-15) está es testimonio de Pedro:
el pueblo entregó a Jesús, renegó de él ante Pilato y lo mató, pero Dios lo resucitó. De
esto son testigos Pedro y los apóstoles.
Al llamar a Jesús “siervo” de Dios (v. 13), Pedro lo identifica con el “Siervo del
Señor”, personaje central de unos sorprendentes y magníficos poemas del
Deuteroisaías, con una misión liberadora pero peligrosa. Los primeros creyentes vieron
que Jesús realizaba en su persona la misión y el destino de la misteriosa figura del AT.
Decir que Jesús es Santo (v. 14) significa que ha sido consagrado, es decir,
apartado por Dios para cumplir una misión, como el Siervo del Señor (Is 49,5) y el
profeta Jeremías (Jr 1,5). Jesús el siervo es el Santo porque es el profeta, el consagrado
desde el seno materno y enviado al mundo para comunicarle las palabras salvadoras
de Dios.
Is 53,11 menciona juntos los títulos de Siervo y Justo. A la muerte de Jesús, el
centurión declara, en el evangelio lucano, “verdaderamente éste era un hombre justo”
(Lc 23,47) (contra Mt y Mc que escriben no ‘justo’ sino ‘hijo de Dios’). La relación entre
los dos títulos aparece en Sab 2,18 donde el ‘hombre justo’ es el ‘hijo de Dios’ en el
sentido de quien goza de una especial protección de Dios. Todo el pasaje de Sab 2,12-
3,9 adquiere su pleno significado a la luz de la muerte y resurrección de Jesús (como
subraya Pedro en Hch 3,14-15), pues describe al justo entregado a la muerte por los
malvados, pero reivindicado por Dios. Queda presentado Jesús como el dispuesto a
cumplir la misión para la que fue elegido y santificado por Dios: liberar a todos los
seres humanos de los poderes del mal que dominan el mundo.
La segunda parte del discurso (vv. 17-26) nos sitúa en los ambientes proféticos
(hasta 6 veces aparece la palabra ‘profeta’): Pedro presenta la conversión a Jesús, el
Mesías muerto y resucitado, como la opción más coherente con toda la tradición
profética de Israel. Un tema espinoso: mientras que la conversión pedida por Jesús es
consecuencia de la llegada del Reino (cf. Mt 4,17; Mc 1,14-15), la conversión pedida
por Pedro es condición para “el tiempo de la consolación” (Hch 3,19-21). En todo caso
la comunidad que sigue a Jesús es el verdadero pueblo de Israel, el auténtico pueblo
de Dios fiel a sus promesas. Y de igual forma que los antiguos profetas habían
exhortado al pueblo a abandonar la idolatría y volver a Dios, prometiendo que Dios los
devolvería a su propia tierra (cf. Is 43,25; Jr 16,14-15; 23,7-8; 24,5-7; 50,19-20; Os
11,11), así también ahora hay que convertirse de nuevo para que se disfrute de una
nueva acción salvífica de Dios.
La reacción de las autoridades del Templo no se hace esperar, interrumpiendo
el discurso de los apóstoles (4,1-22). En el texto descubrimos la estructura siguiente:
a: reacción de las autoridades y del pueblo al discurso de Pedro (vv. 1-4)
b: primer testimonio de Pedro (vv. 5-12)
a’: reacción de las autoridades (vv. 13-17)

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

b’: segundo testimonio de Pedro (vv. 18-22)


Como autoridades aparecen los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y
los saduceos, símbolos del poder religioso, militar y político de Jerusalén; frente a su
reacción hostil el texto señala la favorable acogida de la gente: 5000 hombres creen la
Palabra. A los primeros les molesta que Pedro y Juan enseñen al pueblo y anuncien la
resurrección de Jesucristo: hay un paralelismo con la experiencia de Jesús al final de su
vida (compárese Hch 4,1-2.7-8 y Lc 20,1-3: Hch 4,11 y Lc 20,17-18; Hch 4,21 y Lc 20,19).
Los discípulos siguen las huellas de Jesús.
Pedro y Juan, lo mismo que Jesús, pasan la noche en la cárcel y deben
comparecer ante el Sanedrín, como lo había predicho Jesús (vv. 3-7; Mt 10,17; Lc
22,66). Todo esto parece ser un desarrollo de una antigua versión del relato, según la
cual Pedro y Juan discutieron con las autoridades del Templo en el lugar donde había
ocurrido todo (ver vv. 10 y 14, en los que el hombre curado está todavía junto a los
apóstoles, y el v. 21, donde la muchedumbre está todavía dando gloria a Dios por lo
sucedido). Pedro proclama una vez más que la salvación se nos concede ahora en el
nombre de Jesús crucificado y resucitado de entre los muertos (vv. 8-12). Las
autoridades no saben qué hacer con los apóstoles (vv. 13-17; cf. Lc 20,5) y finalmente
deciden advertir a Pedro y a Juan que no vuelvan a hablar o predicar en nombre de
Jesús (v. 18). A esta intimidación responde Pedro que es imposible que los discípulos
no proclamen aquello de lo que han sido testigos (vv. 19-20). La posterior respuesta de
las autoridades es, de nuevo, la amenaza, aun dejándoles en libertad por miedo al
pueblo.
El último paso de la sección nos narra la reunión de la comunidad (Hch 4,23-
31). Pedro y Juan regresan a la comunidad y les informan de las amenazas recibidas (v.
23). Toda la asamblea se reúne en oración (vv. 24-30), siguiendo el modelo de la del
rey Ezequías, cuando su país se vio amenazado por la invasión asiria al mando de
Senaquerib (Is 37,16-20). La comunidad recuerda el Salmo 2,1-2, que se ha cumplido
en la pasión de Jesús, cuando los “reyes” (Herodes Antipas) y “príncipes” (Poncio
Pilato) conspiraron con las “naciones” gentiles y el “pueblo” judío contra el Señor y su
siervo Jesús, a quien había ungido. La oración no se dirige para verse libres de peligro,
sino para sentirse capaces de proclamar el mensaje de Dios “con toda valentía”
(parresía, término técnico que designa la actitud de aquel que sin temor predica y da
testimonio). Piden a Dios que “extienda su mano” para obrar signos y prodigios (Ex
3,20), que acreditarán que el testimonio de la resurrección de Jesús es verdadero.
Dios les envía su Espíritu como respuesta a su oración: “retembló el lugar
donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (v. 31). Hay aquí
una semejanza con Pentecostés: el temblor es paralelo con el viento impetuoso de 2,1
y en amnos casos “todos quedan llenos del Espíritu Santo”. Pentecostés no fue un
hecho aislado. La presencia del Espíritu se pone otra vez de manifiesto en el don de la
capacidad de hablar, aunque su lenguaje no es aquí extático.

CONSOLIDACIÓN DE LA COMUNIDAD (4,32-5,16)


La sección cuenta con la siguiente estructura:
a: sumario: 4,32-35

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

b: narracción: 4,36-37: Bernabé


b’: narración: 5,1-11: Ananías y Safira
a’: sumario: 5,12-16
El sumario inicial presenta una descripción de la iglesia de Jerusalén, resaltando
su unidad y la práctica de la comunidad de bienes, un cuadro que ha atraído a
numerosos cristianos a lo largo de los siglos y ha inspirado a cuantos han tratado de
recuperar el estilo de vida de los primeros seguidores de Jesús. Está claramente
modelado según 2,44-45, pero supone un crecimiento considerable de los miembros
de la comunidad y describe las relaciones sociales y una estructura organizativa que
han ido cambiando y desarrollándose conforme ha ido creciendo la comunidad. Ahora,
en 4,32, “el grupo de los creyentes estaba unido, corazón y alma (o mente)”. No se
trata de una comunidad física, de vivir juntos, dada la cantidad de creyentes. Lo que
hacen es cultivar una unidad espiritual y psicológica, subrayada en algunos
manuscritos (D) con la frase “y no había divisiones entre ellos”. La unión de “corazón y
alma” como fuente de la conducta humana puede verse en Dt 6,5 (“Shemá Israel”); por
lo que respecta a “un corazón” como expresión de unidad corporativa, puede verse
1Cr 12,39; respecto a la promesa de “un corazón” cuando venga Dios a renovar a su
pueblo, ver Jr 32,39; Ez 11,19. La expresión “un alma” aparece también en la literatura
griega pagana, especialmente en relación con la amistad (por ejemplo, Aristóteles,
Ética a Nicómaco IX 8,1168b; Diógenes Laercio, Vida de Aristóteles: los amigos son “un
alma viviendo en dos cuerpos”). Los creyentes son, pues, el pueblo renovado de Dios
predicho por los profetas bíblicos, pero al mismo tiempo realizan los ideales griegos de
la amistad.
Tanto 2,44 como 4,32 describen el modo en que los cristianos compartían sus
recursos materiales, y casi en términos idénticos: “tenían todo en común” y “todo lo
que poseían lo tenían en común”. Sin embargo, en las diferentes situaciones
presupuestas por los dos textos, las mismas palabras describen de hecho distintos
modos de compartir los bienes. En el segundo caso, el significado de comunidad de
bienes es explicado por la frase inmediatamente precedente “nadie consideraba
propio nada de lo que poseía”. Es decir, seguían siendo propietarios legales de sus
posesiones, como lo pone de manifiesto 5,4. Pero, en lugar de disponer de sus bienes
como propiedad privada para exclusivo uso personal, los ponían a disposición de
todos. Una vez más, la expresión que podríamos traducir literalmente por “todas las
cosas comunes” recuerda a conocidos proverbios griegos sobre la amistad (por
ejemplo, “para los amigos, todas las cosas son comunes” o “los bienes de los amigos
son comunes”). De los amigos puede esperarse que compartan todo y que estén
preparados para poner sus propiedades a mutua disposición (Platón, República
III,416d; V,462c; Yámblico, Vida de Platón, 167-169).
La expresión de 4,34 “no había entre ellos necesitados” recuerda a Dt 15,4: “no
ha de haber pobres entre vosotros”. Este mandato aparece en un pasaje que establece
la observancia del año sabático, con la remisión de las deudas que los israelitas tenían
entre sí, y termina así (v. 11): “Sé siempre generoso con tus hermanos, y con
cualquiera del país que esté necesitado o sea pobre”. La comunidad de creyentes
aparece, pues, como el pueblo de Dios que cumple la Ley y goza de las bendiciones
prometidas a quienes cumplen sus mandamientos. En Hch 4,34-35 explica Lucas lo que

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

se hacía en concreto para que “ninguno de sus miembros pasara necesidad”: los que
tenían tierras o casas solían venderlas y llevaban a los apóstoles el dinero que les
daban por ellas, que a continuación era distribuido entre los más necesitados. Si
comparamos este texto con Hch 2,45 vemos inmediatamente la diferencia. En este
último pasaje los discípulos no hacían más que cumplir el mandato de Jesús de vender
lo que tenían y dárselo a los pobres, fueran éstos quienes fueran. Ahora todo tiene
lugar dentro del grupo mismo. Para ayudar a los pobres de la comunidad existe un
fondo administrado por los apóstoles, que supervisan también la distribución a los
necesitados. Antes, quienes vendían sus posesiones daban directamente a los pobres
su ayuda. Ahora llevan el precio de la venta a los apóstoles. El crecimiento de la
comunidad exige una estructura más definida: los apóstoles establecen un nuevo
ministerio, parecido al de los episkopoi (literalmente, “supervisores”) de la Iglesia
primitiva, encargado de los bienes de la comunidad y previsor de las necesidades de
viudas y huérfanos.
En el centro del sumario está lo fundamental (v. 33): los apóstoles daban
testimonio con gran poder de la resurrección de Jesús [y gozaban todos de gran
simpatía: la traducción puede matizarse]. El versículo retoma el eje central de los
Hechos, ya aparecido en 1,8; 2,32; 3,15 y punto culminante del testimonio de Pedro y
Juan ante el Sanedrín.
Lucas nos diseña un cuadro idílico, pero ¿hasta qué punto es realista? De hecho
da a entender, mediante dos ejemplos contrarios, que la realidad era menos perfecta.
En 4,36-37, Bernabé actúa conforme a lo que se acaba de decir respecto al
grupo como tal. Bernabé es una persona muy importante en los orígenes del
cristianismo. Su nombre era José, pero los apóstoles lo llaman “Bernabé”, que significa
“hijo de la consolación” o “hijo de la exhortación”. El sobrenombre es importante,
porque revela la identidad y la función de una persona. José es considerado por su
habilidad (“hijo de”) para consolar, exhortar, profetizar: es un hombre del Espíritu. Es
levita y originario de Chipre; es decir, un judío de la diáspora (muchos judíos de la
diáspora compraban un campo en Jerusalén por motivos religiosos, para estar más
ligados a la tierra santa). Aparece en 9,27 presentando a Saulo a los apóstoles; en
11,22-30 como enviado de la iglesia de Jerusalén a Antioquía; en 11,30 y 12,25 junto
con Saulo llevan una colecta a Jerusalén y regresan a Antioquía; en 13,1-3 Bernabé y
Saulo son escogidos por el Espíritu para la misión de la iglesia de Antioquía (13-14); en
15 son enviados por la iglesia de Antioquía a la asamblea de Jerusalén.
De Bernabé dice Lucas que “tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso
a los pies de los apóstoles” (4,37). Además del significado propio de esa acción, hay un
significado “simbólico” de romper con la institucionalidad judía para entrar en la nueva
comunidad misionera dirigida por los apóstoles.
A continuación Lucas cuenta la historia de Ananías y Safira (5,1-11), que revela
que el cuadro utópico del sumario anterior deja fuera las imperfecciones de la
comunidad. Esta pareja mintió sobre el precio obtenido con la venta de su propiedad,
quedándose secretamente con parte de él. De las palabras que dirige Pedro a Ananías
5,4) se deduce que los miembros de la comunidad no tenían obligación de vender sus
propiedades y que, en caso de que lo hicieran, tampoco tenían por qué entregar todo
el dinero recibido. El pecado de Ananías y Safira fue su mentira. De nuevo, la presencia

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

del “gran temor” (vv. 5 y 11). En contraposición al ejemplo de Bernabé, la decisión de


no romper con el “modo antiguo de vida” del matrimonio les conlleva la muerte. En la
conclusión (v. 11) tenemos un elemento llamativo: aparece por primera vez en Hechos
la palabra “iglesia”: en un momento especialmente difícil, dada la hostilidad de las
autoridades judías, la “iglesia” aparece cuando se da una ruptura definitiva (ejemplo
de Bernabé en positivo y del matrimonio en negativo) con el estado anterior de cosas.
De hecho, no será el Templo propiamente sino el “Pórtico de Salomón” el lugar de la
koinonía de los nuevos discípulos (v. 12b). La nueva comunidad se abre camino,
“enterrando” la vieja experiencia judía, que ya no vale: los jóvenes que entierran a
Ananías son, literalmente, los neoteroi (“los más nuevos”), ofreciéndonos un horizonte
simbólico de interpretación sumamente elocuente.
Finalmente, el sumario de los vv. 12-16 es un desarrollo de 4,33 y describe con
cierto detalle los signos y prodigios realizados por los apóstoles y las reacciones de la
gente.

RECONOCIMIENTO DE LA COMUNIDAD (5,17-41)


a: prisión de los apóstoles y liberación: 5,17-21ª
b: convocatoria del Sanedrín y testimonio de los apóstoles: 5,21b-33
b’: intervención de Gamaliel y acuerdo en el Sanedrín: 5,34-39
a’: represión de los apóstoles y liberación: 5,40-41
La sección comienza con la segunda persecución contra los apóstoles: movidos
por los celos, el sumo sacerdote y sus seguidores de entre los saduceos meten “a los
apóstoles” en la cárcel, de donde fueron sacados durante la noche por un ángel, que
les manda ir al Templo “y contar a la gente todo lo referente a esta nueva vida” (vv.
17-21). En Hechos tenemos tres relatos de cárcel: aquí (con los apóstoles) y en los
capítulos 12 (con Pedro) y 16 (con Pablo): la memoria de la cárcel está viva en la
comunidad de Lucas, pues debió ser una experiencia corriente en los primeros
tiempos. Pero la memoria de la cárcel va unida siempre a la liberación. El ángel les
ordena hacer exactamente lo que las autoridades del Templo les habían prohibido
terminantemente: seguimos en línea de contraposición entre la vieja y la nueva
experiencia salvífica.
Tras la convocatoria del Sanedrín (v. 21b) y el interludio cómico (vv. 22-26),
aparece el interrogatorio y posterior advertencia del Sumo Sacerdote, que les recuerda
que ya han sido advertidos de no predicar en el nombre de Jesús (vv. 27-28). Este
episodio parece seguir el modelo de cuando Pedro y Juan comparecieron ante el
Sanedrín, pero se agrega una acusación contra los apóstoles inédita hasta el momento:
“queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre” (v. 28).
La respuesta de Pedro y de los apóstoles (vv. 29-32) resume los temas de 4,8-12
y 19-20: la obediencia a Dios está por encima de la obediencia a los seres humanos
(elemento también presente en la literatura griega: Platón en su Apología; Sófocles en
Antígona). Ni Jesús ni sus discípulos se oponían por principio a las autoridades
legítimas, pero su lealtad está en definitiva en otra parte. Es normal, por eso, que
entrasen en conflicto con quienes ejercían el poder, fuese religioso o secular, proclives

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

a exigir total lealtad y absoluta obediencia. Pedro repite el kerigma (vv. 30-32): Dios ha
resucitado a Jesús, “a quien vosotros ejecutasteis”, para ser guía y Salvador, para que a
través de él se conceda a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. En los
extremos de la respuesta podemos señalar la inclusión que se produce con el verbo
denominativo “obedecer” (peitharjéo): es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres y Dios ha dado el Espíritu Santo a los que le obedecen. Estas frases connotan
dos cosas: el Sumo Sacerdote y los saduceos –máxima autoridad político-religiosa del
Templo y del pueblo de Israel- ya no representan la voluntad de Dios; la obediencia a
Dios implica desobediencia a las autoridades del Templo. Además, por obedecer a Dios
y no a ellos, los apóstoles han recibido el Espíritu Santo.
La reacción del Sumo Sacerdote y de los saduceos es violenta: “se consumían
de rabia y trataban de matarlos” (v. 33). Sin embargo, un fariseo notable (Gamaliel, de
quien se dice que fue maestro de Pablo; cf. 22,3) persuade al Sanedrín de que espere a
ver si este movimiento es de origen humano sin más, en cuyo caso fracasará como
otros muchos en el pasado, o si tiene su origen en Dios, en cuyo caso ellos estarían
luchando contra Dios (vv. 34-39). Gamaliel es un personaje bien conocido en la
literatura extra-bíblica: era nieto de Hillel, otro gran maestro conocido por su
interpretación flexible de la Ley (frente a Shammai). Gamaliel ejerció como maestro
entre el 25 y 50 Dc. Curiosamente, el mismo Sanedrín que condenó a muerte a Jesús es
el que salva de la muerte a los apóstoles, gracias a la intervención de un maestro de la
Ley fariseo; Jesús tuvo en su contra un Judas (discípulo); los apóstoles tienen a su favor
un fariseo. La defensa de Gamaliel tiene visos de historicidad: posiblemente los
apóstoles resistieron al Sumo Sacerdote y a los saduceos gracias al apoyo de los
fariseos, con Gamaliel a la cabeza. Esto explicaría lo que cuenta Lucas en Hch 15,3:
“algunos de la secta de los fariseos habían abrazado la fe”. Santiago, años después,
dirá a Pablo en Jerusalén: “Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han
abrazado la fe y todos son celosos partidarios de la Ley” (Hch 21,20).
Los apóstoles, después de ser azotados –su delito no podía quedar inmune- son
puestos en libertad, reciben una nueva advertencia y abandonan el Sanedrín
“contentos de haber tenido el honor de sufrir humillaciones a causa de aquel nombre”
(vv. 40-41).
Esta sección se cierra con un sumario conclusivo (v. 42) sobre la actividad de los
apóstoles proclamando la Buena Nueva de Jesucristo en el Templo y enseñando en
casas privadas. Hasta aquí la primera parte de Hechos: los apóstoles, urgidos a dar
testimonio hasta los confines de la tierra, aún no han salido de Jerusalén: el apoyo de
Gamaliel y la aprobación del Sanedrín deja a los apóstoles encerrados en Jerusalén.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

DE JERUSALÉN A ANTIOQUÍA: Hch 6,1-15,35

A) LOS “HECHOS DE LOS HELENISTAS”: 6,1-8,40


Esta sección tiene la siguiente estructura:
a: elección de los 7 helenistas: 6,1-7
b: hechos de Esteban: 6,8-7,60
a’: dispersión del grupo de los helenistas: 8,1-4
b’: hechos de Felipe: 8,5-40

a) Elección de los 7 helenistas (6,1-7)


En 6,1 se mencionan dos grupos en la comunidad de Jerusalén: los “hebreos” y
los “helenistas”. En general, éstos son considerados un grupo judeo-cristiano de habla
y cultura griega, residente en Jerusalén (aunque sus miembros serían originarios de la
diáspora); forman un grupo crítico de la Ley y del Templo, perseguido tras la muerte de
Esteban y dispersado; grupo que tomó la iniciativa misionera contra los primeros,
opuesto a los “helenistas”, que son judeo-cristianos de habla aramea y cultura
tradicional hebrea: fieles observantes de la Ley, centrados en la vida cúltica del
Templo, cuentan entre sus filas con sacerdotes (6,7) y fariseos (15,5) que aceptan la fe
en Jesús. Son los mismos que más tarde en Jerusalén son descritos como “los miles y
miles de judíos que han abrazado la fe y son todos celosos partidarios de la Ley”
(21,20).
El relato en 6,1-7 es un poco incongruente y da la impresión de que el sentido
aparente del relato oculta un sentido más profundo. Se nos informa sobre una queja
de los helenistas contra los hebreos porque sus viudas eran desatendidas en el servicio
diario. El sentido aparente del relato es que los apóstoles, al multiplicarse el número
de discípulos, no logran atender a todos y además descuidan la Palabra de Dios. De ahí
la propuesta de Pedro de que elijan a 7 hombres para servir a las mesas y así quedar
ellos liberados al servicio de la Palabra. Pero, en el fondo, no se trata sólo de un
problema práctico de falta de servidores, sino de un problema profundo de
discriminación de los helenistas. Además, no es comprensible (si queremos evitar el
absurdo) la oposición entre la diaconía de las mesas (v. 2) y la diaconía de la Palabra (v.
4). Ni son comprensibles las condiciones exigidas, para servir las mesas, a los nuevos
servidores (v. 3). Además, en todo el relato del capítulo 6 al 15 los helenistas lo que
menos hacen es servir mesas: precisamente se dedican al servicio de la Palabra (para
el que se habrían ‘liberado’ los propios apóstoles): Esteban y Felipe desempeñan el
“servicio de la Palabra”, predicando “con poder”, es decir, obrando milagros como los
Doce. De hecho, los primeros contactos misioneros con no-judíos fueron establecidos
por helenistas: Felipe predica en Samaría (8,5-13) y bautiza al etíope (8,26-40); gente
de Chipre y de Cirene van a Antioquía, donde predican no sólo a judíos, sino también a
“griegos” (11,19-20).

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Todo esto sugiere que el motivo más profundo de disensión entre helenistas y
hebreos era la cuestión de la misión a los no-judíos. En un cierto momento del libro de
los Hechos somos testigos de una separación entre “los apóstoles”, que permanecen
en Jerusalén tras el martirio de Esteban (8,1), y otros que van de aquí para allá
predicando la Buena Nueva (8,4). En otras palabras, mientras los Doce se limitan a
evangelizar a los judíos en la Tierra Santa, los helenistas, y en particular los Siete, salen
a la diáspora y proclaman la palabra a samaritanos y gentiles. Tal separación de
misiones es confirmada por Pablo en Gal 2,7-9, y está simbolizada en el doble relato de
la multiplicación de los panes (Mt 14,20 – Mc 6,43 y Mt 15,34.37 – Mc 8,5.8). El texto
de Mt 10,5-6 parece reflejar una controversia sobre la legitimidad de una misión a los
no-judíos.
Una solución a los problemas que presenta el texto es suponer que Lucas juntó
dos hechos o tradiciones históricas distintas. Una más antigua, referida al problema
práctico del servicio a las mesas, y otra posterior, sobre el conflicto entre el grupo de
los hebreos y de los helenistas. Al unir ambas tradiciones, aparecen como
yuxtapuestas las dos soluciones: la aparente sobre el aumento del número de
servidores para liberar a los apóstoles, y la otra más profunda sobre la organización del
grupo de los helenistas para superar la discriminación. Otra solución, de tipo más
evolutivo, sería: los Siete en un principio habrían sido elegidos realmente para servir a
las mesas, pero muy pronto esta diaconía de las mesas los habría proyectado al
servicio profético de la Palabra y, así, lo que se dio en forma sucesiva, aparece en el
texto como una acción simultánea.
Podemos reconstruir la situación histórica pensando en que la defensa que hizo
Gamaliel de los apóstoles y el reconocimiento de ellos por parte del Sanedrín (5,34-
41), posiblemente reforzó al grupo de los hebreos en Jerusalén. Por eso el texto en 6,1
nos señala “por aquellos días”, es decir, por los días en que Gamaliel ve aceptada su
propuesta en el Sanedrín. La multiplicación de los discípulos en 6,1 se produciría
especialmente en el grupo hebreo, lo que haría inclusión con 6,7, donde se nos
informa de la multiplicación del grupo de los discípulos en Jerusalén y la conversión de
multitud de sacerdotes. Este reforzamiento del grupo de los hebreos habría llevado
consigo la marginación de los helenistas. Los apóstoles buscan superar el problema
convocando una asamblea para nombrar a Siete helenistas, “hombres de buena fama,
llenos de Espíritu y de sabiduría”, no sólo para solucionar el problema práctico de la
falta de servidores para las mesas, sino sobre todo para dar a los helenistas ‘carta de
presentación’ y legitimidad a su misión. Por eso Lucas acentúa tanto que los Siete,
especialmente Esteban, están llenos del Espíritu Santo (6,3.5.8.10.55). Y, en
consecuencia, así como el grupo hebreo tiene su dirección en los Doce apóstoles, los
helenistas la tienen en los Siete. Los apóstoles imponen sobre los Siete nuevos
dirigentes sus manos, como símbolo de entrega del Espíritu, para que los nuevos
elegidos compartan con los apóstoles la misión de conducir a la Iglesia: los 12 en
Jerusalén, los 7 en el compromiso primero con los pobres en la diaconía diaria, pero
muy pronto en el movimiento profético y misionero fuera de Jerusalén.

b) Hechos de Esteban (6,8-7,60)

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

En la sección de Esteban tenemos una parte narrativa (6,8-15.7,55-60), claramente


interrumplida por una parte discursiva (7,1-54). La transfiguración de Esteban, que
comienza en 6,15, continúa en 7,55-56. Es es medio de ella donde Lucas inserta el
largo discurso de Esteban. Existen, sin embargo, inconsistencias en el relato. Empieza
con un movimiento de masas en contra de Esteban (6,12a) y termina con una especie
de linchamiento (7,58). En medio tiene lugar un juicio ante el Sanedrín (6,12b), cuyos
jefes se han transformado de jueces en una turba criminal (7,57). El propio discurso de
Esteban no es adecuado ni para hacer frente a una muchedumbre irritada ni para
defenderse ante el tribunal. Es posible la existencia de una historia original (6,8-12a +
7,57-60) en la que la gente se revolvió contra Esteban y lo lapidó hasta morir. A esta
historia original se añadiría el juicio ante el Sanedrín y el discurso.
Los enemigos de Esteban son judíos helenistas como él, que, sin embargo, no se
han hecho creyentes en Jesús. Cuando no pueden rebatir su argumentación (6,10)
planean su muerte lanzando a la gente contra él “buscando algunos hombres que
declararan que le habían oído blasfemar contra Moisés y contra Dios” (6,11). Esteban
es arrastrado fuera de la ciudad y apedreado (7,58) [compárese la narración con la
historia de Nabot en 1Re 21,1-16, especialmente vv. 11.13].
Esteban es acusado ante el Sanedrín, entre otras cosas, de predecir la destrucción
del Templo (6,13), un cargo presentado también contra Jesús (Mt 26,60-61 y Mc 14,57-
59). El juicio es muy semejante al de Jesús, pues sus enemigos utilizan el soborno y los
falsos testigos. Lo acusan de hablar mal (blasfemar) contra la Ley y el Templo (la
actitud crítica de los helenistas se sitúa en la línea de Miqueas, Jeremías, Sofonías…).
Pero Esteban es reconfirmado en su fe con una visión, esencialmente la misma que
tuvieron los discípulos en la ascensión (1,9-11), que se hace visible ante todos en una
transfiguración (6,15 y 7,55-56). Esteban no responde a las acusaciones, sólo da
testimonio de que está viendo a Cristo resucitado. La declaración de que Jesús es el
Mesías provoca la ira del Sanedrín y su posterior lapidación. Esteban muere, igual que
Jesús, haciendo la invocación “Señor Jesús recibe mi espíritu” (7,59; cf. Lc 23,46) y
luego “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,60; cf. Lc 23,34).
El largo discurso de Esteban (7,1-54) es una composición lucana que trata de
reconstruir la teología profética del grupo helenista. En este sentido es un discurso
histórico en el que se presenta una relectura cristiana de la historia de la salvación.
Insiste en la rebeldía contumaz del pueblo judío, pareciéndose al del profeta Ezequiel
(Ez 20,5-44), que ya había referido con detalles la larga historia de rebeldías del pueblo
contra Dios. Pero a partir del v. 51, en que aparece el Espíritu Santo, ya no se
mencionan “nuestros padres” (vv. 2 [singular = Abraham].11.12.15.19.38.39.44.45.45)
sino “vuestro padres” (vv. 51.52), indicando que “resistir al Espíritu Santo” conlleva
una ruptura cualitativa dado el salto cualitativo que se produce en el ‘tiempo del
Espíritu’.
Esteban cayó de rodillas, como Jesús en la agonía (Lc 22,41) y después “se quedó
dormido”. La muerte de un discípulo de Jesús no es una aniquilación, sino un sueño del
que despertará algún día (cf. 1Tes 4,13-18 y 1Cor 15,20). El entierro de Esteban es
narrado en Hch 8,2.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

a’) Dispersión del grupo de los helenistas (8,1-4)


El día del martirio de Esteban “se desató una gran persecución contra la iglesia
de Jerusalén” (nombre ‘civil’ de la ciudad), pero la sorpresa es que “todos fueron
dispersados, excepto los apóstoles”. Parece que la persecución afecta al grupo
helenista que, una vez disperso, va por Judea y Samaría, las dos regiones marcadas
justamente por Jesús en su mandato de 1,8. Además de estas noticias, se nos informa
del entierro de Esteban y aparece, redaccionalmente, la figura de Saulo (7,58b; 8,1a.3):
la presencia de Saulo, con elementos de personaje cruel y sanguinario, prepara el
relato de su vocación (9,1-31).

b’) Hechos de Felipe (8,5-40)


Uno de los helenistas dispersados es Felipe. Los Hechos de Felipe los tenemos
en 8,5-40 y en 21,8-9 donde se menciona por última vez a Felipe, como evangelista y
uno de los Siete, que reside en Cesarea y tiene 4 hijas vírgenes que profetizan. En estos
Hechos de Felipe hay dos momentos contrapuestos.
El primero (8,5-25) nos narra la evangelización en una ciudad de Samaría (v. 5
parece indicar una ciudad no capital; v. 9 parece indicar la capital Samaría, pero en
aquel momento el nombre helenista de la ciudad es Sebaste), decisión que pone de
manifiesto que él y su grupo no consideraban el texto de Mt 10,5-6 como
determinante de la labor misionera de la Iglesia (era algo propio de los Doce). Esta es
la primera vez en Hechos que el evangelio es predicado a personas no judías (los
samaritanos eran considerados herejes por los judíos). Felipe les proclama la Buena
Nueva, garantizada por los milagros que realiza. Y aquí sí, aquí, ante esta experiencia
poderosa, la gente de la ciudad samaritana recibe su palabra con alegría (v. 8), un
detalle que se repetirá con frecuencia en Hechos y que emula la alegría que sintieron
los discípulos tras la resurrección y la ascensión de Jesús (Lc 24,41.52). Un cierto Simón
(que aparece también en otras obras primitivas), impresionado por los milagros
realizados por Felipe también se hace creyente y es bautizado (vv. 12-13). En estas
circunstancias llegan Pedro y Juan desde Jerusalén para ver lo que ocurría. Imponen las
manos sobre los que habían sido bautizados para que recibieran al Espíritu Santo (vv.
14-17). Simón ofrece dinero para que los apóstoles le concedan el poder de transmitir
el Espíritu Santo (origen del pecado de “simonía”), pero Pedro le reprende: el dinero
no puede comprar lo que Dios da gratis (vv. 18-24). Los apóstoles vuelven a Jerusalén
“predicando la Buena Nueva en muchas aldeas samaritanas” (v. 25). Este primer
momento misionero de Felipe aparece insuficiente por cuanto no hay rastro del
Espíritu Santo. Éste llega solo con la visita de Pedro y Juan desde Jerusalén y
“garantizará” la labor y éxito misioneros (nótese que el gran “éxito” de Felipe, la
conversión de Simón el Mago le sale ‘rana’).

El segundo momento ‘corrige’ de alguna forma al anterior (8,26-40): ahora no va al


norte, sino al sur; no a una ciudad, sino al desierto; no a evangelizar multitudes, sino a
una sola persona: el eunuco etíope. Felipe ya no hace señales y milagros, sino que se
pone a caminar con el eunuco y a escuchar lo que iba leyendo, reinterpretándoselo
desde Jesús. Actúa a la manera de Jesús camino de Emaús (Lc 24,13-35: viaje en

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

compañía de alguien que explica las Escrituras, terminando con una celebración
sacramental), conducido por el Espíritu (v. 29), arrebatado por el mismo Espíritu (v.
39). Felipe se encuentra con el administrador de la kandake (no parece que se trate de
un nombre propio sino de un ‘título’ común a varias reinas -como ‘faraón’ o ‘césar’- de
la zona nilótica entre la primera y la sexta catarata, con capital Meroe) o reina de
Etiopía. Para los lectores de Lucas, su país de origen (al sur de Egipto) representaría
“los confines de la tierra” (cf. 1,8). Etíope si no judío, sí inclinado hacia la religión judía,
que iba leyendo el libro de Isaías y pide a Felipe que le explique Is 53,7-8 (forma parte
del 4º Cántico del Siervo Sufriente). Felipe le presenta a Jesús como aquel en quien se
cumple la profecía isaiana. Observamos que, en esta historia, las iniciativas son
tomadas por Dios y por el etíope: un ángel del Señor indica a Felipe el camino a seguir
(v. 26) y el Espíritu manda a Felipe acercarse al etíope (v. 29): es Dios quien autoriza la
apertura de la Iglesia a los gentiles. Como el relato previo de la curación del tullido,
también éste trata de la inclusión de los que previamente habían sido excluidos. El
etíope, como gentil que era, habría sido excluido de todo en Jerusalén, salvo de
permanecer en el atrio exterior del Templo (cf. Ez 44,9). Si el etíope era de hecho
‘castrado’ (‘eunuco’ había llegado a ser sinónimo de ‘cortesano’), también por ese
motivo (conforme a Dt 23,1) habría sido excluido de la asamblea sagrada de Israel.
Pero, al anunciar los últimos tiempos, Isaías había declarado que los extranjeros y los
eunucos que fuesen fieles a Dios serían aceptados por Él (Is 56,3-8). Así, al bautizar al
etíope, Felipe proclama que ha llegado la nueva era y que todos sin excepción pueden
entrar en la comunidad de los discípulos de Jesús. Igual que en el episodio del tullido
(3,1-10), descubrimos la presencia de Is 35, con sus símbolos del desierto, el agua en el
desierto, el camino que lo atraviesa y la alegría de los que viajan por él. La aceptación
del etíope es una ‘vuelta del destierro’ y una ‘liberación de la esclavitud’. Finalmente,
al decir que Felipe fue arrebatado (físicamente) por el Espíritu Santo, el v. 39a
pretende compararlo con Elías (cf. 1Re 18,12; 2Re 2,16). Después continúa su viaje
predicando en las ciudades de la llanura costera, hasta llegar a Cesarea (v. 40; cf. Hch
21,8-9).

B) RELATO INTERCALADO: LA CONVERSIÓN DE SAULO (9,1-31)


Saulo había sido presentado como uno de los espectadores que aprobaban el
asesinato de Esteban (7,59; 8,1a) y como un perseguidor de la Iglesia (8,3). Esta
historia de su conversión coincide más o menos con lo que el propio Pablo nos dice en
Gal 1,11-24 sobre su forma de perseguir a la Iglesia (= “los discípulos del Señor” [9,1],
“los del camino” [9,2]) y su conversión. Sin embargo, Lucas no incluye toda la
información dada por Pablo, al tiempo que añade importantes detalles que no
aparecen en Gálatas. En Gal 1,15-16 atribuye Pablo su conversión a una revelación
divina, pero sin ofrecer detalles de ella. En 1Cor 9,1 nos dice que “vio al Señor” y en
1Cor 15,8 que Jesús resucitado “se le apareció también a él”. Pero no asocia con su
conversión ni a la visión ni a la aparición. En Hechos es Jesús resucitado quien se
aparece a Saulo en el camino de Damasco (9,5) [Cuidado con el término “conversión”:
Pablo no era antes un pecador, sino un hombre justo según la Ley. Después de su
encuentro con Cristo, Pablo sigue buscando ser justo, pero ahora de una manera
radicalmente distinta: no en la Ley sino en Cristo].

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El detallado relato de la visión de Saulo en 9,3-4.6-9 tiene como modelo a las


visiones del profeta Ezequiel, que recibe una misión divina para con el pueblo de Israel
(Ez 1,27-28; 3,22-23.26). Del mismo modo que Dios llama a Jacob en Gn 46,2, el Señor
llama a Saulo por su nombre y se identifica como “Jesús, a quien tú persigues” (v. 5). Le
dice que entre en la ciudad de Damasco, donde se le dirá lo que tiene que hacer (v. 6).
Otros precedentes del AT incluyen las escamas que caen de los ojos de Saulo (v. 18a),
hecho que recuerda la curación de Tobit (Tob 11,10-15).
En Hechos vemos claramente que la conversión de Saulo es completada con su
incorporación a una comunidad, y en particular a través del ministerio de Ananías
(9,10-19). Cuando Ananías pone sus manos sobre Saulo (vv. 12.17) lo hace
expresamente para devolverle la vista y para que reciba el Espíritu Santo. Sin embargo,
el gesto tiene aquí otro significado especialmente relevante: encomendarle una misión
(cf. 6,6; 13,3). Saulo es bautizado después de un ayuno de tres días; a continuación
tomó alimento (vv. 18b-19). Ambas acciones pueden aludir al ayuno prebautismal y a
la eucaristía postbautismal que se practicaban en la Iglesia primitiva (descripción de
Justino Mártir [ca. 150] en su Primera Apología, 61 y 65). Su ceguera y la recuperación
de la vista son un símbolo adecuado del efecto del bautismo, que a menudo era
llamado “iluminación”.
En Gal 1,15-16 habla Pablo al mismo tiempo de su ‘conversión’ y de su misión
de predicar a Cristo: recibió ambas gracias a la vez. Inmediatamente tras su conversión
en Hechos, Saulo empieza a predicar en las sinagogas que “Jesús es el Hijo de Dios” (v.
20). Según Gal 1,17-18 Pablo fue tres años a Arabia (al sur de Damasco, al reino de los
nabateos) y luego volvió a Damasco. Pasado un tiempo, los judíos de Damasco
reaccionan contra la predicación de Pablo y tratan de quitarlo de en medio (según
2Cor 11,32-33 es perseguido por los nabateos); los discípulos le ayudan a escapar (vv.
20-25; cf. 2Cor 11,32-33). En Jerusalén ocurre lo mismo: de esta visita tenemos dos
versiones: la que nos relata aquí Lucas (9,26-30) y la que nos cuenta Pablo mismo en
Gal 1,18-24. Pablo nos dice que estuvo 15 días en Jerusalén y sólo vio a Cefas y a
Santiago, el hermano del Señor. En Hch Pablo encuentra a Bernabé, que lo presenta a
todos los apóstoles. Ante el cariz que toman los acontecimientos con los judíos
helenistas, Pablo es “conducido” a Cesarea y luego a Tarso por los hermanos (vv. 28-
30) [el verbo es fuerte: hacer marchar a la fuerza, despachar… y aparece con este
sentido en otros momentos, como Lc 20,10 en la parábola de los viñadores malvados].
Hechos coincide con Gal 1,21, donde Pablo dice que se fue a las regiones de Cilicia
(capital Tarso) y Siria (capital Antioquía). Todo esto establece un modelo que se repite
continuamente en la segunda parte de los Hechos: Pablo va a una ciudad, entra en la
sinagoga y empieza a predicar el evangelio de Cristo; consigue cierto éxito, pero
después se va consolidando una oposición y eventualmente lo expulsan de la ciudad;
se dirige a otro lugar y vuelve a empezar (cf. 13,14.50; 14,1.5.6; 17,1-2.5.10a; 17,10b-
11.13-14). Así cumple las palabras de Jesús en Mt 10,14 y Lc 9,5. En cada lugar deja
Pablo tras de sí un pequeño pero fiel grupo de conversos, que formarán el núcleo de la
iglesia en esa ciudad.
SUMARIO CONCLUSIVO (v. 31): con la conversión de Pablo, la Iglesia goza de paz. Las
tres regiones aquí mencionadas (Judea, Galilea y Samaría) designan el territorio de los
judíos (aunque en el caso de los samaritanos no puede hablarse de ‘judíos’ en sentido
estricto). Lucas considera que ya hay una Iglesia (‘iglesias’ según una variante) en

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

territorio judío, que se edificaba y progresaba, llena del consuelo del Espíritu Santo.
Los Doce han construido una comunidad cristiana en Jerusalén; los helenistas,
dispersados tras el martirio de Esteban, evangelizan Judea y Samaría; pero ¿por qué
menciona Lucas la iglesia de Galilea? No ha hablado nada de esa misión. Quizá refleja
aquí la existencia de las comunidades cristianas de Galilea, de las cuales da testimonio
una tradición diferente, llamada ‘tradición galilea o petrina’, contenida en el
“evangelio de Galilea” (documento Q) y en el evangelio de Marcos. Asegurada la paz
en las iglesias en territorio judío, Lucas puede ahora seguir con su relato sobre la
evangelización de los gentiles: tanto en los textos intercalados de los Hechos de Pedro
(9,32-11,18 y 12,1-25) como en la continuación del relato de los Hechos de los
Helenistas (11,19-30; 13,1-14,28; 15,1-35).

C) RELATO INTERCALADO: LOS HECHOS DE PEDRO (9,32-11,18)


Estamos ante un tríptico en el que Pedro es protagonista: La primera parte del
mismo (la visita de Pedro a diversas comunidades judeo-cristianas: 9,32-43) y la
tercera (Pedro justifica su conducta en Jersualén: 11,1-18) reflejan las comunidades
judeo-cristianas hebreas (las de la circuncisión). En el centro tenemos el largo relato de
la conversión de Cornelio y la fundación por el Espíritu de la primera comunidad
cristiana de origen gentil (10,1-48).
a) Visita de Pedro a Lida y Jope
Pedro llega a Lida (Lod), una población de la llanura costera al noroeste de
Jerusalén, donde cura a un hombre llamado Eneas, que llevaba ocho años postrado en
cama (vv. 32-35). Esta curación recuerda la del tullido de la Puerta Hermosa del
Templo (3,1-10). El breve relato concluye con una referencia a la llanura de Sarón,
donde está situada Lida, que recuerda a Is 35,2. Todas las promesas de la salvación
simbolizada en la profecía de Is 35 se ofrecieron en primer lugar a los habitantes de
Jerusalén: el signo fue la curación del tullido de la Puerta Hermosa. Pero rehusaron la
gracia que les fue ofrecida y lapidaron a Esteban (cf. Lc 13,34-35). Pedro se dirige
ahora a los habitantes judíos de la llanura de Sarón, que reciben la Buena Nueva y ven
la gloria de Dios, de lo cual fue signo la segunda curación. Mientras tanto, Pedro recibe
el recado de ir a la ciudad de Joppe (Jafa), donde ha muerto una discípula llamada
Tabita. El apóstol le devuelve la vida (vv. 36-42). La acción sugiere un paralelismo entre
Pedro y Eliseo, que resucitó al hijo de la sunamita (2Re 4,18-37). Sugiere también un
parecido entre Pedro y el propio Jesús, que resucitó al hijo de la viuda de Naín y a la
hija de Jairo (Lc 7,11-17; 8,51-56). De este modo, Pedro, el discípulo de Jesús, continúa
la obra del Maestro.
Las escenas tienen un valor simbólico pues Pedro visita a los “santos” en dos
comunidades (vv. 32 y 41): tal es la denominación antigua dada a los creyentes en
Jerusalén (cf. 9,13). Está, pues, en comunidades judeo-cristianas, de tal manera que los
tres citados, Eneas, Tabita y Simón las representan como comunidades ‘paralizada’
una, ‘muerta’ y ‘marginada’ otra (el oficio de curtidor era considerado impuro por la
tradición judía oficial). Pedro las sana, resucita y legitima. Aparece aquí como el
apóstol de los circuncisos (cf. Gal 2,8).
b) Conversión de Cornelio y toda su casa (10,1-48)

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Mientras estaba en Joppe, Pedro fue llamado a la ciudad de Cesarea (Cesarea


Marítima, capital del poder romano en Judea) por un oficial del ejército romano
(centurión) que era “temeroso de Dios” (expresión clásica para presentar a un gentil
que simpatiza con la religión judía, pero que no acepta la circuncisión), creía en Dios,
rezaba y apoyaba generosamente la causa judía. Al tener evidencia de la presencia del
Espírítu en Cornelio, en su familia y en sus amigos, Pedro mandó que los bautizaran
[10,48: cfr. nota crítica de la Biblia de Jerusalén y Mt 28,16-20 !!!] y se quedó unos días
con ellos. Esta acción no quedó sin respuesta por parte de los judíos creyentes,
incapaces de ver qué lugar podían ocupar en la Iglesia los no-judíos.
Durante los primeros días de la Iglesia, los discípulos de Jesús estaban muy lejos
de separarse del judaísmo. Podían haber pasado fácilmente por un grupo de judíos
piadosos, que tenían una devoción especial a Jesús y que llevaban un estilo de vida
basado en sus enseñanzas y su ejemplo. Cualquier misión dirigida a los no-judíos
implicaba un estrechamiento de relaciones con gente considerada impura. Si los
gentiles pretendían ser admitidos en la Iglesia, primero tendrían que convertirse al
judaísmo.
Como hemos visto, estas actitudes exclusivistas fueron contestadas por los
helenistas, que deseaban una misión a gran escala entre los no-judíos. La disensión
entre ellos y los hebreos fue resuelta cuando nuevos ministros, los Siete, fueron
ordenados de entre los helenistas. Éstos emprendieron una vigorosa campaña
misionera en Samaría y otros países más lejanos. Entretanto, los Doce se quedaron en
Jerusalén. Pero con Pedro se abre una brecha en las posiciones fijas: se dirige a los
gentiles, los recibe en la Iglesia y después justifica su acción ante la comunidad de
Jerusalén. Este nuevo impulso -que ya ha sido preparado en los Hechos (cf. 8,4-8; 8,26-
40)- llegó a ser decisivo en el desarrollo del cristianismo.
Pedro no da este paso por propia iniciativa o porque haya sido convencido
mediante argumentos del otro punto de vista. Fue el Espíritu Santo quien cortó el
nudo gordiano que interminables discusiones no habrían sido capaces de desatar. El
Espíritu, a través de un ángel (vv. 30-32) impulsa a Cornelio a mandar emisarios a
Pedro (v. 20b). Mientras el apóstol está rezando, el Espíritu le ordena ir con los
emisarios sin poner dificultades (v. 20a). El Espíritu desciende sobre el grupo que
rodeaba a Cornelio (vv. 44.46) del mismo modo que había bajado sobre los discípulos
de Jesús poco después de la ascensión (2,4.11; 4,31). Pedro no es más que el dócil
instrumento del Espíritu.
De este modo resuelve el Espíritu Santo el problema sobre los gentiles. Serán
admitidos en la comunidad, porque el Espíritu los ha guiado a ella. Ya no serán
considerados gente impura, con cuyo contacto quedan los demás impuros, pues el
Espíritu ha ordenado a Pedro ir donde ellos e incluso ha llegado a compartir su casa. El
hecho de que los gentiles ya no son impuros es puesto de relieve con la visión de los
animales puros e impuros que Pedro recibe la orden de comer, con esta palabra
reveladora: “lo que Dios ha hecho puro, no tienes derecho a llamar profano” (v. 15)
[nótese la interpretación expansiva que Pedro hace de la visión: 10,9-16 y 28].
En este episodio, Pedro pasa por una auténtica conversión, un cambio de
mente y de corazón. El Espíritu le ha ordenado ir a los gentiles. Y ha sacado la
conclusión que transmite a la gente de Cesarea en los vv. 34-35: ya no hay distinción

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

entre judíos y gentiles, sino que todos son iguales a los ojos de Dios si viven de acuerdo
con la voluntad de Dios, doctrina que ya estaba presente en las Escrituras (cf. Dt 10,17;
Is 56,1-3.6-7). Iluminado por el Espíritu Santo, Pedro entiende que debe admitir en la
comunidad a Cornelio y a sus amigos como son, sin obligarles a convertirse al
judaísmo. Ya había predicho Jesús (Lc 22,31-32) que Pedro experimentaría una
conversión, tras la cual “fortalecería” a sus hermanos y hermanas. Conforme Pedro va
asimilando progresivamente la verdad de que Cristo ha resucitado y vive con la Iglesia
en el Espíritu Santo, es capaz de desprenderse de viejas formas de pensar y de actuar
(incluso de las que tienen tras de sí a las más respetables autoridades) y de animar a
los demás a que también ellos adopten un nuevo estilo de vida.
En Cesarea, Pedro dirige a la gente un saludo relativamente largo (vv. 34-43),
que pretende ser en la práctica la preparación al bautismo de Cornelio y de sus
compañeros. El núcleo de esta catequesis repite los puntos de su discurso ante el
Sanedrín (5,30-32), que formaban parte esencial del primitivo kerigma. Pedro declara
que Jesús ha sido “el mensajero de la paz” para Israel, pero que es el “Señor de todos”.
Después recuerda a sus oyentes el ministerio de Jesús en Galilea, Judea y Jerusalén,
empezando, lo mismo que los cuatro evangelios, por el bautismo predicado por Juan.
Dios ungió a Jesús “con Espíritu Santo y poder” (cf. Lc 1,17) y fue por la vida curando a
todos los oprimidos por el diablo (cf. Lc 4,17-21; Is 61,1-4). Los apóstoles son testigos
no sólo de la muerte y resurrección de Jesús, sino también de toda su actividad
milagrosa, que es el signo de la llegada del Reino, en el que los gentiles son también
invitados a entrar por la fe en Jesús y por el perdón de los pecados en su nombre.
Una vez que Cornelio y sus amigos recibieron el Espíritu Santo (v. 44), no había
razón para que no pudiesen ser bautizados. Evidentemente Dios considera que forman
parte del Reino. Por eso reciben el signo y el sello de su pertenencia.
c) Pedro justifica su acción (11,1-18)
El v. 1 expresa alegría en “los apóstoles y los hermanos” pero el v. 2 ofrece un
reproche de parte de “los de la circuncisión”. Pareciera que fuera un grupo diferente
de los primeros y es que, posiblemente, en la iglesia de Jerusalén ya había un grupo
judeo-cristiano moderado y otro más radical (como aparecerá más adelante en la
asamblea de Jerusalén). Los primeros andan por Judea; los segundos están en
Jerusalén (uso del nombre sacro de la ciudad, como símbolo de la institucionalidad
judía). Acusado de contraer impureza y para justificar su conducta, Pedro les informa
de todo lo ocurrido en Cesarea, que culminó con la venida del Espíritu sobre los
gentiles “del mismo modo que sobre nosotros al principio” (v. 15). Dios ha puesto de
manifiesto que ya no existen barreras entre judíos y no judíos, al conceder a los
gentiles “el mismo don que nos dio a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo”.
Y concluye con un detalle de ‘humor’: “¿quién era yo para oponerme a Dios?” (v. 17).
Los que habían pedido cuentas a Pedro quedaron satisfechos y glorificaron a Dios (v.
18). Es un ‘happy end’ literario pues el problema reaparacerá en el capítulo 15.

A.2) HECHOS DE LOS HELENISTAS: FUNDACIÓN DE LA COMUNIDAD DE ANTIOQUÍA


(11,19-30)

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Lucas inserta aquí un denso relato sobre los orígenes de la iglesia de Antioquía
(que pudo haber sido su lugar de nacimiento). La llegada del Evangelio a la tercera
ciudad del Imperio romano es atribuida a creyentes helenistas que predicaron con
éxito a los judíos y también a los “griegos”, es decir, a los gentiles (vv. 19-20). Bernabé
fue enviado desde Jerusalén, y se dirigió después a Tarso para traer consigo a Saulo.
Pasaron juntos un año enseñando en Antioquía (vv. 21-25), lugar donde por vez
primera los discípulos fueron llamados “cristianos” (v. 26).
De Jerusalén llegaron también profetas (la actividad profética también aparece
en las comunidades de Tiro y Cesarea, Hch 21,3-12). Un tal Agabo predijo una carestía
universal que, según Lucas, tuvo lugar durante el reinado del emperador Claudio (41-
54), un período en el que diversas hambrunas azotaron amplias zonas del Imperio. La
nueva iglesia de Antioquía decidió enviar dinero a sus hermanos y hermanas de Judea
en señal de solidaridad, y eligieron como emisarios a Bernabé y Saulo (vv. 27-30). Éste
fue el primer ejemplo de “ayuda intereclesial”: aquí lo importante es el gesto de
solidaridad de los helenistas de la iglesia antioquena con los hermanos hebreos (judeo-
cristianos) de Jerusalén, solidaridad que construye unidad. Pero nótese cómo han
variado las circunstancias ‘económicas’: en Antioquía se recogen los recursos “según
las posibilidades de cada uno” (v. 29), con lo que la comunión de bienes queda
relativizada respecto a las experiencias anteriores en Jerusalén.

C.2) RELATO INTERCALADO: HECHOS DE PEDRO (12,1-25)


En la persecución anterior en la iglesia de Jerusalén, después de la muerte de
Esteban (8,1-3) todos fueron dispersados, menos los apóstoles. La represión cayó
sobre el grupo de los helenistas, no sobre los hebreos, conducidos por los Doce. Ahora
la persecución es sobre los hebreos, y el apóstol Santiago es la primera víctima. ¿Por
qué se desata esta persecución sobre la iglesia de Jerusalén, compuesta
fundamentalmente por judeo-cristianos fieles a la Ley y al Templo? El texto comienza
diciendo “por aquel tiempo” y posiblemente hace referencia a la visita de Bernabé y
Saulo, que traen recursos de la iglesia antioquena para la jerosolimitana. Son recursos
de gentiles no circuncisos, de gente “impura”. También, poco antes, tenemos la
conversión de Cornelio, un centurión romano. Todo esto pudo haber enardecido al
pueblo judío de Jerusalén, conmovido por los movimientos mesiánicos populares. Pues
bien, así las cosas, el año 43 (o quizá el 44) el rey Herodes (Agripa I) decide perseguir a
la iglesia naciente, lo mismo que había tratado de hacer su abuelo Herodes el Grande
con el niño Jesús. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y encarceló a Pedro
con la intención de darle muerte después de la fiesta de Pascua (12,1-4). La víspera de
la ejecución Pedro fue liberado de la prisión por medio de un ángel (vv. 6-11). Fue a
casa de María, la madre de Juan Marcos, donde se había reunido un grupo de
creyentes, para que vieran que estaba vivo y libre. Después, tras ordenar que “lo
comunicaran a Santiago y a los hermanos”, Pedro “se fue a otro lugar” (vv. 12-17).
Está claro que este episodio puede ser en sí mismo un relato edificante. Existen
numerosos relatos emocionantes de gente liberada de la cárcel y de una muerte cierta,
acompañados con frecuencia de elementos providenciales e incluso milagrosos. El
modo en que es contada esta historia indica también la existencia de significados
simbólicos en el incidente.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Para empezar, el relato de la liberación de Pedro nos hace pensar en la


liberación del pueblo de Dios de la cautividad de Egipto, en el Éxodo. Diferentes
elementos narrativos apoyan esta comparación. Pedro es arrestado “durante los días
de los ázimos”, para ser juzgado en público “después de la Pascua” (v. 4). Su liberación
tiene lugar, pues, durante el tiempo de Pascua, que conmemoraba la liberación de los
israelitas (Ex 12,42). A partir de aquí puede verse mejor la relación de otros detalles del
relato con el Éxodo. La luz que inundó la celda de Pedro (v. 7) recuerda la luz que
iluminaba a los israelitas mientras el resto de Egipto estaba a oscuras (Ex 10,23b). El
ángel dice a Pedro: “ponte el cinturón y las sandalias” (v. 8), emulando lo dicho a los
israelitas sobre la comida pascual ((Ex 12,11). La acción del ángel al sacar de la cárcel a
Pedro recuerda al lector al “ángel del Señor” sacando a los israelitas de Egipto.
Pedro “estaba durmiendo” y el ángel “lo despertó” (vv. 6.7). El sentido de estos
verbos se explica perfectamente desde el relato, pero conviene recordar que en el NT
“estar dormido” se aplica con frecuencia al sueño de la muerte (Mt 27,52; Jn 11,11;
Hch 7,60; 13,36; 1Cor 7,39; 11,30; 15,6.18.20.51; 1Tes 4,13-15). De modo similar,
“despertar” significa con frecuencia resucitar de entre los muertos (Hch 3,15; 4,10;
5,30; 10,40; 13,30.37; 26,8…). La presencia de estos verbos en el relato de Pedro
recordarían a los lectores cristianos la muerte y resurrección de Jesús. También las
cadenas que ataban a Pedro, sobrenaturalmente desatadas, simbolizan las cadenas de
la muerte, como en Sal 18,5.
Existen también contactos entre la segunda parte del relato (vv. 12-17) y la
aparición de Jesús resucitado a sus seguidores en Lc 24,36-48. En ambos casos, los
discípulos se hallan reunidos. Al principio se niegan a creer que se trate realmente de
Jesús o de Pedro. Piensan que se trata de un espíritu o de un ángel. La alegría les obliga
a hacer lo contrario de lo que debían: los discípulos de Jesús “se resistían a creer por la
alegría”; la sirvienta no abre la puerta. En ambos casos se descubre más de un rasgo de
humor.
Existen otros contactos con el modo en que relata Juan la pasión y resurrección
del Señor. En Hch 12,13-14 una mujer (Rosa) reconoce a Pedro por la voz y es la
primera en creer que ha vuelto; en Jn 20,16, una mujer (María Magdalena) reconoce a
Jesús cuando le habla y es la primera en creer en su resurrección. Pedro pide a los que
le ven que está vivo que “lo comuniquen a Santiago y a los hermanos” (Hch 12,17) del
mismo modo que Jesús dice a María Magdalena que vaya a comunicar a sus
“hermanos” la noticia de su resurrección (Jn 20,17-18). Pedro fue liberado de la prisión
como lo fue Jesús de su tumba. Ahora podemos entender la extraña frase del v. 17:
“después salió y se fue a otro lugar”. Su vaguedad sugiere algún lugar misterioso, que
no es otro que el lugar reservado a cada uno en “la casa del Padre” (Jn 14,2-3).
Es fácil ver el significado que tiene el relato de la liberación de Pedro de la
cárcel en el conjunto de lo que podemos llamar “Hechos de Pedro”. El primer relato
del libro de los Hechos es el de la aparición de Cristo resucitado y su exaltación a los
cielos. El último relato de la primera parte del libro, concerniente a Pedro, evoca el
tema de la muerte y resurrección de los discípulos de Cristo en la persona de Pedro.
Éste y otros discípulos pueden “dormirse” en la muerte, pero Dios los “despertará”
como “despertó” a Jesús.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Lucas añade el detalle de la muerte de Agripa I (vv. 20-23), de la que tenemos


noticias gracias al historiador judío Flavio Josefo (Antigüedades XIX 8,2).
El relato termina con el último sumario (v. 24) que recuerda la difusión de la
palabra de Dios y la vuelta de Bernabé y Saulo a Antioquía, llevando consigo a Juan
Marcos (v. 25), versículo que hace de transición a la siguiente sección de Hechos de los
Helenistas.

A.3) HECHOS DE LOS HELENISTAS: MISIÓN DE LA IGLESIA DE ANTIOQUÍA (13,1-14,28)


Podemos señalar la siguiente estructura, que realza el episodio de Antioquía de
Pisidia como central y paradigmático, según veremos:
a. Asamblea de la iglesia de Antioquía y revelación del Espíritu: 13,1-3
b. Misión en Chipre: Salamina y Pafos: 13,4-12
c. Misión en Antioquía de Pisidia: 13,13-52
b’. Misión en Iconio, Listra, Derbe: 14,1-25
a’. Asamblea de la iglesia de Antioquía y relato de los apóstoles: 14,26-28
En el comienzo y final de esta sección aparece la iglesia antioquena como una
iglesia reunida, misionera por acción del Espíritu. No es tanto el primer viaje misionero
de Pablo cuanto de la primera misión de la iglesia antioquena. Tanto al principio como
al final, formando una elocuente inclusión, aparecen los términos “obra” (11,2; 14,26)
e “iglesia” (13,1; 14,27).

a) Asamblea de la iglesia de Antioquía: 13,1-3


Lucas nos ofrece una breve panorámica de la vida en la iglesia de Antioquía,
donde había “profetas y maestros” (v. 1). No se habla de “presbíteros” como en la de
Jerusalén (11,30; 15,2). Los cinco mencionados configuran una iglesia muy plural:
Bernabé es un levita originario de Chipre (4,36); Simeón tiene un nombre arameo, con
el sobrenombre latino de Niger, que lo identifica como negro; Lucio, nombre latino,
procedente del norte de África (Cirenaica); Manahén es hermano de leche de Herodes
y Saulo, un fariseo convertido de Tarso. Un día que estaban celebrando la liturgia del
Señor y ayunando, el Espíritu Santo pidió que Bernabé y Saulo fueran separados “para
la obra a la que los he llamado” (v. 2). Después de ayunar y orar, les imponen las
manos y los misioneros parten. Según el contexto, la obra es la conversión de los
gentiles (14,26-27), que aparece aquí, veladamente, como voluntad expresa del
Espíritu Santo (nótese la proximidad del capítulo 15).
b) Misión en Chipre: 3,4-12
Los nuevos misioneros parten de Seleucia, el puerto más cercano a Antioquía, y
viajan a Chipre, atracando en Salamina, en el extremo oriental de la isla (vv. 4-5).
Podemos explicar fácilmente la elección de Chipre como primera etapa misionera por
parte de la iglesia de Antioquía. Por una parte, era el país de origen de Bernabé (cf.
4,36); por otra, fueron chipriotas los que llevaron la Buena Nueva a Antioquía y la
predicaron incluso a los gentiles (cf. 11,20). La iglesia antioquena se compromete

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

ahora en una misión “en dirección opuesta”, ayudando a las personas de quienes
habían recibido la fe en la evangelización de su propio país.
De hecho, al menos por lo que se dice en el libro, Bernabé y Saulo, asistidos por
Juan (Marcos), predicaron sólo en comunidades judías (v. 5), muy numerosas en la isla.
¿Por qué? (el equipo misionero había sido elegido para la conversión de los gentiles).
Posiblemente buscan en las sinagogas a gentiles temerosos de Dios, simpatizantes de
la religión judía que asistían normalmente a las sinagogas; también es posible que
Bernabé y Saulo buscaran convertir un número significativo de judíos, para hacer
posible la conversión de los gentiles; incluso puede pensarse que aún no hubieran
entendido la voluntad explícita del Espíritu de ir directamente a los gentiles. En todo
caso, la tarea no era fácil porque se encontraron con rivales en las personas de los
“magos”. La palabra “mago” (del persa magush) aludía originalmente al sacerdote de
la antigua religión persa conocida como zoroastrismo, pero en la época que refleja el
libro de los Hechos podía hacer referencia a cualquiera que practicase una religión
oriental mezclada de ciencias o pseudo-ciencias como la astrología. Algunos no eran
más que charlatanes aunque otros podían tener la pretensión de ser instruidos. Chipre
era uno de sus baluartes, pero también los magos judíos gozaban de una gran
reputación. Al llegar a Pafos, la capital, situada en el extremo occidental de la isla (v. 6),
Bernabé y Saulo se encuentran con uno de ellos, un tal Bar Jesús (lit. ‘hijo de Jesús’).
Otro de estos personajes, llamado Elimas (aunque el texto actual de los Hechos parece
identificar a los dos), se enfrenta a los misioneros, que habían sido llamados por el
gobernador romano (procónsul) Sergio Pablo, deseoso de oir la Palabra de Dios (vv. 7-
8). Hay un enorme eco simbólico en los personajes: Bar Jesús representa el falso
profetismo judío que pone obstáculos a la conversión de los gentiles; por su parte,
Sergio Pablo representa a los gentiles abiertos a la evangelización. Pablo (el nombre
romano por el que Saulo será conocido a partir de ahora en el libro) “lleno del Espíritu
Santo” reprende duramente al mago y le castiga con una ceguera temporal,
demostrando así la superioridad de su poder, condenando el judaísmo falso que aparta
a los gentiles de la conversión. Por eso lo deja ciego, como él mismo quedó ciego
camino de Damasco al encontrarse con Cristo, pero sólo por un tiempo, pues espera su
conversión (vv. 9-11). El procónsul “creyó” (v. 12), pero creyó, no por el poder
demostrado por Pablo, sino “impresionado por la doctrina del Señor”. Saulo ya es
Pablo, actuando lleno de Espíritu Santo no sólo cambia el nombre sino que se
convierte en líder indiscutible de la historia: v. 13: “Pablo y sus compañeros…” (hasta
ahora, era Bernabé el que encabezaba la misión).
c) Misión en Antioquía de Pisidia: 13,13-52
Ésta es la sección central y principal del relato, que adquiere además un
carácter simbólico y paradigmático. El grupo abandona Pafos y viaja a Panfilia, en la
costa meridional de la actual Turquía. Pero Lucas nos ofrece una información extraña:
Juan Marcos, al llegar a Perge, “se separó de ellos y volvió a Jerusalén” [nombre civil:
Ierosólima](13,13). El enigma radica en el porqué de la separación de Juan Marcos.
¿Será que Juan Marcos, un helenista más radical, no está de acuerdo con Pablo por
dirigir la misión hacia las sinagogas? Más tarde (15,36-40), Pablo romperá con Bernabé
a causa de Juan Marcos… En 13,13 se dice “Pablo y sus compañeros”: ya ni se
menciona a Bernabé, que hasta ahora tenía siempre la primacía (11,25.30; 12,25;
13,1.2.7). Pablo pasa a primer plano: quizá eso tampoco gustó a Juan Marcos.

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Los misioneros no estaban interesados en Panfilia, así que siguieron a través de


un difícil y montañoso país hasta llegar a otra ciudad llamada también Antioquía (v.
14), conocida como Antioquía “de Pisidia”, para distinguirla de otras ciudades de
idéntico nombre. Era la principal de una serie de guarniciones de veteranos con las que
los romanos trataban de controlar a las tribus de las montañas de Pisidia. Aquí y en
otros lugares de esta remota región, incluidos Iconio, Listra y Derbe, desarrolló Pablo
sus primeros trabajos misioneros. Podemos preguntarnos por qué se dirigió primero a
estas poblaciones, que como mucho sólo tenían importancia local respecto a las
grandes ciudades de la costa egea de Asia Menor, como Éfeso, Esmirna o Pérgamo. La
respuesta puede estar en parte en el encuentro de Pablo con el gobernador romano
de Chipre. Su familia, originaria de Italia, poseía haciendas en Pisidia, donde era muy
conocida. Es muy posible que el procónsul de Chipre dirigiera a Pablo donde sus
parientes. En cualquier caso, estas localidades tenían su importancia en el sistema
viario que aseguraba las comunicaciones por tierra en Asia Menor: Antioquía de Pisidia
en concreto era la ciudad más importante por la que pasaba la Via Sebaste, carretera
militar que habían construido los romanos para comunicar entre sí sus plazas fuertes
en esta parte de Asia Menor, un camino que los viajeros utilizarían preferentemente
debido a la relativa seguridad que ofrecía. Pablo pudo haber percibido el papel
estratégico que podían tener allí las comunidades cristianas, asegurando las
comunicaciones entre su propia base de Antioquía de Siria y los lugares más lejanos de
Occidente, que constituían su meta final.
En Antioquía de Pisidia, Pablo y los otros se interesan al principio por la
comunidad judía. Así, un sábado se dirigen a la sinagoga y tras las lecturas (Ley y
Profetas) son invitados a tomar la palabra (vv. 14-15). Pablo no desaprovecha la
ocasión. Su alocución (vv. 16-41) constituye uno de los tres grandes discursos de su
carrera misionera, al menos por lo que vemos en Hechos. Puede ser considerado
‘típico’ respecto a otros muchos, en este caso de su forma de predicar a audiencias
judías. De hecho, en la sinagoga Pablo fue escuchado no sólo por judíos de nacimiento
(“israelitas”, “descendientes de Abraham”) sino también por otras personas a quienes
llama “temerosos de Dios” (vv. 16 y 26): se trata de gentiles atraídos por el judaísmo,
que seguían muchas de sus creencias y prácticas, aunque no se habían convertido del
todo.
El discurso tiene tres partes. La primera (vv. 17-25) rememora la historia de
Israel desde el Éxodo a Samuel, Saúl y David, para hablar después de Jesús como
descendiente de David, cuya venida fue preparada por Juan el Bautista (vv. 24-25). La
segunda empieza solemnemente en el v. 26 con la proclamación de que el mensaje de
la salvación era “para vosotros” (“para nosotros” en algunos mss., versión elegida por
el texto crítico de Nestlé-Aland, no así BJ). Este mensaje de salvación se refiere a la
muerte y resurrección de Jesús (vv. 27-31), pues su resurrección demuestra que es el
Mesías: ésta es la Buena Nueva de que la promesa a los antepasados ha sido cumplida
(vv. 32-37). En la tercera (vv. 38-41) Pablo saca las consecuencias prácticas que se
derivan para sus oyentes con un esquema de justificación por la fe: el perdón de los
pecados viene de Jesús y toda persona que crea será liberada por medio de Jesús de
los pecados de los que no la liberaba la Ley de Moisés (vv. 38-39). Al mismo tiempo,
advierte a sus oyentes que no sean de esos “burlones” que rechazan lo que Dios está
haciendo (vv. 40-41).

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

La muerte y resurrección de Jesús ocupan el lugar central en el discurso de


Pablo, como también en los anteriores discursos de Pedro, y se corresponde con la
“tradición” recibida por Pablo y transmitida por él según 1Cor 15,3-5 (Cristo murió, fue
sepultado y resucitó de entre los muertos) y con el Credo de los Apóstoles,
especialmente en la mención de Pilato.
El episodio de Pablo en Pisidia termina con una serie de acontecimientos que
recurren de forma parecida en otros pasajes del libro. Su predicación tiene cierto éxito
y consigue algunas conversiones (de “temerosos de Dios” y de judíos), pero la mayor
parte de los judíos rechaza el mensaje paulino de que Jesús es el Mesías y moviliza una
campaña de oposición en la ciudad que termina con la expulsión de Pablo y Bernabé
(vv. 42-52). Dado que los judíos se resisten a creer, los apóstoles se dirigen a los
gentiles, que acogen la nueva doctrina (vv. 46-49). Pablo justifica este paso citando a Is
49,6, texto al que ya se aludió en Hch 1,8. De hecho, al “volverse a los gentiles”, Pablo
no abandona su misión entre los judíos. En el libro de los Hechos dedica su primera
visita invariablemente a la sinagoga, y en dos ocasiones, más adelante, repetirá su
intención de “ir a los gentiles” (cf. 18,6; 28,28).
b’) Misión en Iconio, Listra y Derbe: 14,1-25
Tras ser expulsados de Antioquía, Pablo y Bernabé se dirigen a Iconio (actual
Konya, capital chiíta de Turquía), seguramente utilizando la Via Sebaste. Esta antigua
ciudad, situada al este de Antioquía, era el centro cultural y religioso de Frigia. Se nos
dan pocos detalles de su ministerio en esta ciudad, pero se nos dice al menos que “se
hicieron creyentes un gran número de judíos y de griegos” (v. 1). Sin embargo también
en Iconio se repitió el modelo de la marcha de los acontecimientos y los misioneros
tuvieron que huir (vv. 2-6).
Tras dejar Iconio, Pablo y Bernabé se dirigieron hacia el sudeste, a Listra y
Derbe. La distancia no era grande, pero había que cruzar una frontera cultural y
lingüística, la existente entre Frigia y Licaonia (vv. 6-7). Listra era una población más
pequeña que Antioquía o Iconio, pero tenía cierta importancia como guarnición
romana y colonia de veteranos. Era el lugar más oriental de la Via Sebaste. Derbe y la
vecina Laranda tenían acceso a rutas que conducían a Tarso y eventualmente, por
tanto, a Antioquía de Siria. Por eso, es de suponer que Listra y Derbe no fueron simples
refugios casuales para Pablo y Bernabé, sino lugares donde también habían planeado
establecer comunidades cristianas.
A diferencia del breve y desvaído relato de la misión en Iconio, tenemos aquí un
animado informe de la presencia de Pablo y Bernabé en Listra, repleto de intensa
actividad y detalles coloristas. Por esta vez no se mencionan sinagogas o presencia de
judíos por lo que hemos de suponer que los misioneros se encontraban en un
ambiente totalmente pagano. No obstante, Pablo habla en público, y sus palabras
causan una honda impresión en uno de los presentes, cojo de nacimiento. Pablo ve
que el hombre tiene fe en su curación y le ordena que se ponga de pie, a lo que el cojo
se alza y comienza a andar (vv. 8-10). El milagro recuerda la curación que hace Pedro
en la Puerta Hermosa del Templo y, como entonces, provoca el desconcierto público,
que toma un cariz que disgusta a los apóstoles (vv. 11-13): la muchedumbre los
confunde con dioses (propios del lugar aun con nombres de dioses griegos). Sólo
cuando ven los preparativos para ofrecerles sacrificios se dan cuenta los apóstoles de

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

lo que se está tramando. Y rechazan tales honores divinos rasgándose la ropa y


mezclándose con la gente, insistiendo que también son mortales (vv. 14-15).
Pablo aprovecha la ocasión para predicar la “buena nueva” a la concurrencia
(vv. 15-18). Les anima a que abandonen “estas cosas vanas” y se abran al Dios vivo,
creador del cielo, la tierra y el mar, y de todo cuanto contienen. Hasta ahora Dios ha
permitido que las naciones siguiesen su propio camino, aunque no dejó de darse a
conocer en los beneficios de la naturaleza: la lluvia, las buenas cosechas, el alimento y
la alegría que todo esto conlleva, apuntan a quien concede todas las cosas. La
implicación es clara: la curación del cojo es un signo de la bondad de Dios, y la gente de
Listra debería dar gloria no a seres humanos o a falsos dioses, sino al único y verdadero
Dios.
Es un mensaje sencillo, muy adecuado para campesinos sencillos. Pablo
desarrollará alguno de estos temas cuando hable en Atenas (Hch 17,22-31). El mensaje
central, el de abandonar a los dioses falsos para servir al Dios vivo y verdadero,
constituye también el núcleo de la predicación de Pablo en Tesalónica (1Tes 1,9). Uno
de los argumentos de Pablo en su Carta a los Romanos (Rom 1,20) será precisamente
que el poder eterno de Dios y la naturaleza divina, aunque son invisibles, pueden
reconocerse a través de las cosas creadas por Él.
A pesar de todo, a duras penas pudieron impedir que la entusiasmada
muchedumbre les ofreciera un sacrificio (v. 18). Pero las masas son con frecuencia
veleidosas, y ésta no iba a ser una excepción. Cuando llegaron los oponentes que tenía
Pablo en Antioquía e Iconio, se ganaron a la gente de Listra, que apedrearon a Pablo.
Al día siguiente siguió camino de Derbe junto con Bernabé (vv. 19-20).
Todo lo que sabemos de la misión en Derbe es que los apóstoles “proclamaron
la Buena Nueva en esta ciudad e hicieron muchos discípulos” (v. 21). Esta vez no hay
oposición a los misioneros, que abandonan sin más la ciudad.
Pablo y sus compañeros desandan sus pasos, y se dirigen a Listra, Iconio y
Antioquía de Pisidia. En todos estos lugares han dejado comunidades de discípulos a
los que ahora fortalecen y animan. Quizás los nuevos creyentes estaban desanimados
por el mal trato que habían recibido los apóstoles o porque ellos mismos habían
experimentado la persecución. En cualquier caso, los misioneros les dicen que, para
entrar en el reino de Dios, hay que pasar por muchas tribulaciones. También prevén el
futuro trabajo pastoral de esas comunidades nombrando en cada una de ellas
“ancianos” (o presbíteros), a los que imponen las manos (quizás aquí Lucas proyecta
en el pasado estructuras posteriores a su propia época). Después de orar y ayunar, se
despiden encomendando al Señor a los nuevos creyentes (vv. 21-23).
De Antioquía de Pisidia se dirigen los apóstoles hacia la costa sur de Asia
Menor. Pasan por Pisidia y Panfilia, deteniéndose esta vez en Perge “para predicar la
palabra” para dirigirse después al puerto de Atalía (actual Antalya) donde embarcaron
(v. 24-26).
a’) Asamblea de la iglesia de Antioquía y relato de los apóstoles: 14,26-28
Al llegar a Antioquía de Siria, de donde habían partido para realizar este gran
viaje misionero, informaron a la iglesia de todo lo que Dios había hecho a través de
ellos, y de cómo Dios había “abierto a los gentiles la puerta de la fe”. El relato concluye

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

diciendo que se quedaron en Antioquía bastante tiempo (vv. 26-28). El sentido de esta
conclusión está en sintonía con Hch 13,1-3, con el que forma inclusión.

A.4) HECHOS DE LOS HELENISTAS: JERUSALÉN CONFIRMA A ANTIOQUÍA (15,1-35)


Todo el relato está focalizado en la iglesia de Antioquía: es ahí donde surge el
conflicto (vv. 1-2) y es ahí donde llega la carta de los apóstoles y presbíteros de
Jerusalén (vv. 30-35). La asamblea de Jerusalén se realiza en función de la iglesia de
Antioquía, fundada por los helenistas y que acaba de realizar su primera misión. Así se
confirma lo que subrayamos acerca de la sección 6,1-15,35: es la sección de los
helenistas.
El relato está perfectamente construido en base a la siguiente estructura:
.- a. Antecedentes de la asamblea: 1-5
.- en Antioquía: vv. 1-2
.- camino a Jerusalén: v. 3
.- en Jerusalén: vv. 4-5
.- b. Asamblea donde habla Pedro: 6-12
.- reunión de los apóstoles y presbíteros: v. 6
.- discurso de Pedro: vv. 7-11
.- intervención de Bernabé y Pablo: v. 12
.- b’. Asamblea donde habla Santiago: 13-21
.- Santiago toma la palabra: v. 13
.- discurso de Santiago: vv. 14-18
.- Juicio de Santiago: vv. 19-21
.- a’. Consecuencias de la asamblea: acuerdos y reacciones: vv. 22-35
.- en Jerusalén: elección de delegados para ir a Antioquía: v. 22
.- carta a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia: vv. 23-29
.- en Antioquía: recepción de la carta de Jerusalén: vv. 30-35

.- a. Antecedentes de la asamblea de Jerusalén (vv. 1-5)


El episodio anterior terminaba con la presencia de Pablo y Bernabé en
Antioquía, donde permanecieron bastante tiempo (cf. 14,28). Ahora llegan de Judea (=
Jerusalén) “algunos” enseñando que los creyentes gentiles debían ser circuncidados,
hecho que provocó una encendida controversia en la iglesia de Antioquía (vv. 1-2).
Puede que Lucas se esté refiriendo aquí a Gal 2,12, donde Pablo recuerda la división
provocada en la iglesia de Antioquía cuando “algunos” vinieron de parte de Santiago (=
Jerusalén) exigiendo al parecer que los cristianos judíos se abstuvieran de comer
(incluida sin duda la Eucaristía) con los cristianos de origen gentil, pues de ese modo

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

quebrantaban las normas judías de la pureza ritual. Por supuesto, un modo de resolver
este problema fue circuncidar a todos los cristianos.
Se acordó que Pablo, Bernabé y “algunos otros” subieran a Jerusalén para
discutir el problema con “los apóstoles y los ancianos” (v. 2). Lucas está pensando
probablemente en Gal 2,1, donde dice Pablo que subió a Jerusalén con Bernabé y Tito
(que, sin embargo, nunca es mencionado en Hechos). Pero parece que no se preocupó
mucho de que, según el propio Pablo, ésta era sólo su segunda visita a Jerusalén
después de su conversión, mientras que en los Hechos es ya la tercera (cf. 9,26-30;
11,30).
Los delegados de Antioquía viajan por Fenicia (territorio ya evangelizado por los
helenistas: 11,19) y Samaría (igualmente evangelizada: 8,5ss), contando a su paso la
conversión de los gentiles y llenando de alegría a todos los hermanos. A su llegada a
Jerusalén son recibidos por la iglesia y por los apóstoles y ancianos, a los que anuncian
“lo que Dios ha hecho por medio de ellos” (vv. 3-4). Todo parece tranquilo hasta que
algunos fariseos creyentes exigen con insistencia que los gentiles sean circuncidados, y
observada la Ley de Moisés (v. 5).

.- b. Asamblea donde habla Pedro (vv. 6-12)


Los apóstoles y los ancianos se reúnen en lo que Lucas ha descrito como una
solemne asamblea, considerada frecuentemente como el primer concilio de la Iglesia
(v. 6). El recuerdo que transmite Pablo se parece más a un encuentro entre los
delegados de Antioquía y los que él llama “columnas” de la iglesia de Jerusalén:
Santiago, Cefas (Pedro) y Juan (cf. Gal 2,2.9). Llegaron a un acuerdo: que Pablo y sus
compañeros se responsabilizasen de la misión a los gentiles, mientras que los otros se
ocuparían de la misión a los judíos. Este acuerdo sentó las bases de la asociación de
Pedro y Pablo, que fue sellada con su sangre. Esta relación íntima entre los dos
apóstoles es central en el mensaje que Lucas quiere transmitir en Hechos. Dio forma al
cristianismo católico-apostólico, al NT y a la Iglesia.
En el discurso de Pedro hay dos partes: los vv. 7b-9 y los vv. 10-11. En la
primera parte Pedro recuerda lo sucedido en casa de Cornelio “desde los primeros
días”. En la segunda parte, cuyo tono es conclusivo (“ahora pues…”), Pedro plantea el
problema de la salvación de todos por la gracia del Señor Jesús. Hay dos frases, una en
cada parte del discurso, que están en paralelo:
.- v. 8: Dios comunicó el Espíritu Santo a los gentiles “como a nosotros”
.- v. 11: Nosotros nos salvamos por la gracia “del mismo modo que ellos”
En la primera frase el punto de referencia es el primer Pentecostés en Jerusalén
sobre los 12 apóstoles y los que estaban con ellos: los gentiles en casa de Cornelio
recibieron el Espíritu Santo según ese punto de referencia. En la segunda frase el punto
de referencia es la salvación de los gentiles: los judíos creyentes en Cristo se salvan
según ese punto de referencia.
Lo insólito y extraordinario en la segunda parte del discurso de Pedro es que,
invirtiendo los puntos de referencia, afirma que la salvación de los judíos creyentes
sigue el paradigma de la salvación de los gentiles, es decir, que los judíos creyentes son

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

salvados por la gracia del Señor Jesús igual que los gentiles. Si el Pentecostés en casa
de Cornelio siguió el paradigma del primer Pentecostés, ahora el giro insólito
(‘copernicano’) es que la salvación de los judíos cristianos sigue el paradigma de la
salvación de los gentiles. La consecuencia a fortiori es que no se debe imponer el yugo
de la Ley sobre ningún discípulo de Jesús, ni sobre los gentiles ni sobre los mismos
judeo-cristianos. El discurso de Pedro es enormemente radical y reflejo de la doctrina
de Pablo en sus más radicales formulaciones. Pedro habla aquí como Pablo (cf. Gal
2,16): el lector acaba convenciéndose de la unidad de doctrina entre los dos grandes
apóstoles.
No menciona el asunto de la circuncisión, aunque del contexto se deduce que
su imposición supondría para los gentiles una carga innecesaria. Sus palabras
impusieron silencio en la asamblea (v. 12) y de hecho no se vuelve a mencionar la
circuncisión. En la misma línea, Pablo nos dice que su compañero Tito, aunque gentil,
no fue obligado por las “columnas” de la iglesia de Jerusalén a circuncidarse, pero que
hubo de hacer frente a los que querían “convertirnos en esclavos” (Gal 2,3-4).
La asamblea escuchó después el relato de Bernabé y Pablo (en este orden)
sobre las grandes cosas que había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos (v.
12), confirmando la base histórica sobre la cual se fundamenta la argumentación de
Pedro.

.- b’. Asamblea donde habla Santiago (vv. 13-21)


Cuando Bernabé y Pablo terminaron de hablar, Santiago tiene que pedir ahora
expresamente que lo escuchen a él (“escuchadme”). Santiago presenta un discurso (vv.
14-18) y un juicio, una sentencia de hecho (vv. 19-21). Santiago resume primero el
discurso de Pedro, pero lo lleva a sus planteamientos sin respetarlo. De entrada
nombra a Pedro con su nombre hebreo, como recordándole su origen y su obediencia
debida al mismo. Y, en contra de lo dicho por Pedro, Santiago subordina la salvación de
los gentiles a la restauración de Israel. Esto está implícito en el v. 14 y explícito en el
oráculo de Amós que cita como prueba escriturística en los vv. 15-18. Pedro sitúa la
conversión de Cornelio como un evento de “los primeros días”; Santiago contrapone
que la restauración de Israel es algo conocido “desde la eternidad”, frase que agrega
por su cuenta a la cita bíblica.
Tras el discurso, Santiago “dicta sentencia” enfáticamente: “por eso yo juzgo”.
En el juicio de Santiago hay dos aspectos: primero, que no se debe molestar a los
gentiles que se conviertan a Dios”. El sentido de la frase es que se deje de molestar
(negación + infinitivo presente), es decir, que se deje de exigir algo que se considera
indebido. Está claro que Santiago juzga que no se debe exigir a los gentiles convertidos
la circuncisión (lo que representa un ‘triunfo’ para la iglesia antioquena); segundo, que
sin embargo deben cumplir algunas exigencias legales: que se abstengan de la carne
sacrificada a los ídolos, de la fornicación (uniones irregulares), de comer animales
estrangulados y de la sangre. La referencia final a Moisés (v. 21) pone de manifiesto el
origen de su propuesta.
El libro del Levítico incluye unos cuantos mandamientos que deben ser
observados no sólo por la “casa de Israel”, sino también por los extranjeros residentes

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

entre los israelitas, de modo que así se preserve la santidad de Israel. El principal de
esos mandamientos es que sólo se puede sacrificar a YHWH, con exclusión de todos los
falsos dioses (Lv 17,1-9). Viene después el mandamiento de no consumir la sangre de
ningún animal, pues la vida está en la sangre, que pertenece exclusivamente al Dador
de la vida (Lv 17,10-14). Tanto israelitas como extranjeros incurren también en
impureza si comen la carne de un animal que ha muerto de muerte natural o
destrozado por las fieras (Lv 17,15-16). En cuanto a la “fornicación”, el término implica
las formas de unión sexual ilícita prohibidas en Lv 18, tanto a israelitas como a
extranjeros.
Estos mandamientos y otros similares eran conocidos por la tradición judía
posterior como los “mandamientos noáquicos”, pues se pensaba que habían sido
dados por Dios a los hijos de Noé (cf. Gn 8,20; 9,4-5) y que eran vinculantes, por tanto,
para toda la raza humana. Al imponer estos mandamientos a los gentiles que
formaban parte de la Iglesia, Santiago les asigna implícitamente el estatus de
“residentes extranjeros”. La solución de Santiago es razonable, pero tiene la
desventaja de asimilar a los gentiles convertidos que se han integrado a la Iglesia, con
la situación de los extranjeros que viven en medio del pueblo judío. Es decir, se sigue
considerando la Iglesia como una iglesia judeo-cristiana, en la cual viven algunos
gentiles conversos que deben observar ciertas leyes para poder convivir con los judeo-
cristianos. En Pedro, la referencia principal había acabado por ser la comunidad de los
gentiles convertidos; en Santiago, la referencia principal es la comunidad de los judíos
cristianos.
.-a’. Consecuencias de la asamblea: acuerdos y reacciones (vv. 22-35)
A continuación, los apóstoles y ancianos, “junto con toda la iglesia”, decidieron
nombrar delegados (Judas, llamado Barsabás, y Silas) para que acompañaran a
Antioquía con una carta a Pablo y a Bernabé (vv. 22-23).
La carta (vv. 23-29) está dirigida por “los apóstoles y los ancianos hermanos” a
“los hermanos gentiles de Antioquía, Siria y Cilicia”. Lo primero que hace la iglesia de
Jerusalén es desautorizar a los que han inquietado a la gente de Antioquía, pues lo
habían hecho sin mandato alguno de Jerusalén. A continuación se les informa del
encuentro en Jerusalén, con la decisión de enviar a Judas y Silas, junto con Bernabé y
Pablo, para llevar el mensaje de las autoridades de Jerusalén. “Porque hemos decidido
el Espíritu Santo y nosotros no imponer más cargas que las indispensables”… (vv. 28-
29). La solución es compartida y de compromiso: cada parte cedió algo. La parte “no
imponer” se corresponde textualmente al Espíritu Santo; la parte “salvo lo
indispensable” se corresponde al “nosotros”. Podemos extraer algunas consecuencias
de esto sin perder de vista que ambos polos forman parte de un conjunto.
El “decreto de Jerusalén” pone de manifiesto la convicción de que las
autoridades de Jerusalén han actuado con el concurso del Espíritu Santo (cf. Mt 18,18).
La primera prohibición es más específica que la propuesta original de Santiago. La
situación contemplada por el decreto constituía una práctica diaria: la mayor parte de
la carne que se vendía en las ciudades de la antigüedad era de animales sacrificados en
los ritos de los templos. El decreto prohíbe su consumo a los gentiles convertidos
porque implicaba participar en el culto a los ídolos.

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Pensándolo bien, sorprende que, según Lucas, este decreto fuese aceptado por
todos cuantos tomaron parte en la asamblea, incluido Pablo, que es nombrado
explícitamente junto con Bernabé (v. 22). La carta a los Efesios (2,11-22) rechaza
explícitamente la idea de que los gentiles tengan en la Iglesia el estatus de “residentes
extranjeros”, como implica el decreto, e insiste en que son plenos ciudadanos.
Además, la implicación de que los gentiles deban tomar medidas específicas para
evitar la impureza no encaja muy bien con la afirmación de Pedro (v. 9) de que Dios ha
purificado el corazón de los gentiles con la fe, o con la de Pablo (Gal 2,16) de que una
persona no queda justificada por “las obras de la Ley”, sino por la fe en Jesucristo.
Además, en su relato de la asamblea de Jerusalén, Pablo no menciona el decreto; y
sabemos por Gal 2,11-14 que protestó enérgicamente contra el intento de hacer vivir a
los gentiles de Antioquía “como judíos”.
Algunos de los problemas tratados en el decreto forman parte de los escritos
paulinos: sobre la carne ofrecida a los ídolos (1Cor 8,1-13; el incesto (1Cor 5,1-13).
Los delegados entregaron el mensaje del “Concilio de Jerusalén” a la iglesia de
Antioquía en una solemne asamblea. La carta fue leída en voz alta y definida como
fuente de consuelo y de alegría (vv. 30-31). Judas y Silas continuaron ejerciendo su
ministerio profético, fortaleciendo y animando a la gente antioquena hasta que Judas
hubo de volver a Jerusalén. Silas se quedó (vv. 32-33). Entretanto, Pablo y Bernabé se
dedicaban junto a otros a enseñar y a proclamar la palabra del Señor (v. 35).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

DE ANTIOQUÍA A ROMA: Hch 15,36-28,31

1. LOS VIAJES MISIONEROS DE PABLO: 15,36-19,20

1.1. PABLO, ENTRE LA LEY Y EL ESPÍRITU (15,36-16,10)


Después de trabajar pastoralmente en Antioquía durante algún tiempo, Pablo
manifestó a Bernabé la conveniencia de volver a visitar las comunidades que habían
fundado en su anterior expedición misionera. Bernabé aceptó la propuesta, pero
quería llevar consigo a Juan Marcos. Pablo rechazó la idea alegando que los había
abandonado en Perge de Panfilia (15,36-38; cf. 13,13). Las opiniones encontradas se
agudizaron de tal modo que los viejos colegas decidieron llevar rumbos distintos (una
división que puede ser un eco de la mencionada por Pablo en Gal 2,13). Bernabé volvió
a Chipre llevando consigo a Marcos, que era primo suyo (cf. Col 4,10), mientras que
Pablo emprendió viaje con Silas (vv. 39-40; cf. 15,34).
En esta polémica se suele ‘salvar’ a Pablo y ‘culpar’ a Bernabé (en base a la
información de Gal 2,13 -que no se corresponde a lo visto en Hechos- y al parentesco
que unía a Bernabé con Marcos). Mas parece que Bernabé tiene razón. Pablo quiere
volver a las ciudades ya evangelizadas para consolidarlas y para entregarles las
decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén (16,4-5). La voluntad
del Espíritu Santo, sin embargo, no es ésa, sino la evangelización de los gentiles de
Macedonia y Grecia (16,6-10). Ésa es también posiblemente la intención de Bernabé (y
de Lucas). Marcos no es un inconstante, como lo presenta Pablo, sino un helenista
radical, en la línea misionera manifestada por el Espíritu. Por eso Bernabé quiere
llevarlo a toda costa. En la discusión es Pablo el que falla. En la trama de Hechos, según
15,41-16,5, es Pablo quien no está en la línea misionera del Espíritu, mientras que
Bernabé y Marcos sí. De Bernabé ya no se habla más en Hechos, porque ya está en la
línea del Espíritu (como el caso de Pedro, y es que Lucas sigue a sus personajes hasta
que éstos responden totalmente a la voluntad del Espíritu, después desaparecen del
relato). Silas, el misionero elegido por Pablo, era dirigente y profeta en la iglesia de
Jerusalén (cf. 15,22.32).
Pablo y Silas atravesaron Siria y Cilicia fortaleciendo a las iglesias y
promulgando el decreto del ‘concilio de Jerusalén’ (15,41 texto occidental).
Continuaron después hacia Derbe y Listra, donde encontraron a Timoteo. Su abuela
Loida y su madre Eunice eran judías que habían abrazado la fe (cf. 2Tim 1,5); su padre,
un griego no cristiano. Él mismo gozaba de buena reputación entre los cristianos de
Listra y de Iconio (16,1-3). Pablo vio que era un hombre idóneo para integrar el equipo
misionero, pero, al ser gentil como su padre, tuvo que circuncidarle para que pudiesen
aceptarlo las comunidades judías en las que iban a predicar el Evangelio, pues no podía
llevar como asistente en la misión a los judíos a uno considerado apóstata, hijo de una
madre apóstata (por no haber circuncidado a su hijo), casada con un no-judío. Más que
traicionar sus principios, Pablo está resolviendo un problema práctico de la misión. Lo
más importante en esta circuncisión de Timoteo es que se revela en ese momento
histórico la intención estratégica de Pablo de trabajar a fondo y en serio con los judíos.
Por otra parte, Pablo había resistido presiones para que Tito se circuncidase como

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

condición para pertenecer a la Iglesia (cf. Gal 2,3-5). Una vez más, los misioneros
conminan a las comunidades cristianas, que crecían en la fe y en número, a observar el
decreto de Jerusalén (vv. 4-5), que Lucas considera claramente como la base de la
unidad entre judíos y gentiles. Llama la atención esta descripción de Pablo, no como
misionero de los gentiles (como fue elegido por el Espíritu junto con Bernabé), sino
cumpliendo la función de consolidar las iglesias, entregando por las ciudades las
decisiones de la asamblea de Jerusalén para que las observaran. Estaban dirigidas a los
hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, pero Pablo las extiende a Licaonia, más allá de lo
necesario y planificado. El decreto iba dirigido “a los hermanos venidos de la
gentilidad” (15,23), pero en todo este recorrido de Pablo no se mencionan. El efecto
de la acción paulina es que las iglesias se afianzaban (16,5): en 19,20, al final de los
viajes de Pablo, se dirá “la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente”, y
esto ciertamente refleja mejor la intención y entusiasmo de Lucas.
Vistas las intenciones de Pablo, las intenciones del Espíritu aparecen en los vv.
6-10. Tras lo acontecido, se hace necesaria una intervención directa del Espíritu Santo
en la misión de Pablo. El texto nos dice que atravesaron Frigia y Galacia (la región, más
norteña, no la provincia romana, más amplia), seguramente para dirigirse a Asia (la
parte más occidental de Turquía), donde se levantaban las grandes ciudades de Éfeso,
Pérgamo y Esmirna, con comunidades judías. El Espíritu Santo lo impide (v. 6b).
Estando en Misia (al noroeste), quieren dirigirse a Bitinia, en la costa meridional del
mar Negro, pero nuevamente lo impide el Espíritu de Jesús (v. 7) [la expresión no es
habitual: se evoca a Jesús y sus palabras en 1,8?]. La única vía abierta a Pablo le llevaba
hacia el oeste: pasaron de largo por Misia y llegaron a la costa del Egeo, en concreto a
Tróade, un ajetreado puerto situado en el nudo de comunicaciones entre Asia y
Europa. Allí tuvo Pablo una visión que le manifestó claramente que Dios quería que
predicase el Evangelio en Macedonia (vv. 8-10). Ahora se produce el reencuentro de
Pablo con el Espíritu y con su plan misionero, y de igual modo con la mentalidad de
Lucas, autor de Hechos, lo que puede explicar el misterioso y muy discutido
“nosotros”, que aparece desde el v. 10. Representaría a la comunidad del Espíritu,
pero es probable que se trate de una conjunción de fuentes.

1.2. MISIÓN EN LA CIUDAD DE FILIPOS (16,11-40)


Zarparon de Tróade e hicieron escala en la isla de Samotracia (un día de viaje en
barco) y después en Neápolis (otro día de viaje). Esta ciudad era el puerto de Filipos, a
unos 18 kms. al interior (vv. 11-12). Filipos es una ciudad importante de la provincia de
Macedonia (con capital en Tesalónica). Debe su importancia a que fue transformada
en colonia romana el año 42 aC para albergar a militares romanos licenciados; sus
habitantes, pues, tenían los mismos derechos que los romanos. Constituía un decisivo
nudo de comunicaciones terrestres entre Europa y el Egeo, gracias a la Via Egnatia.
Un sábado Pablo y sus compañeros fueron al lugar de oración de los judíos,
situado fuera de la ciudad, a la orilla de un río, donde encontraron a un grupo de
mujeres. Entre ellas estaba Lidia, que se dedicaba al comercio de la púrpura y procedía
de Tiatira, un centro comercial de Asia Menor. Era “temerosa de Dios”, y el Señor le
abrió el corazón para recibir el mensaje de Pablo. Tras ser bautizada junto con toda su
casa, ofreció su hospitalidad a los misioneros (vv. 13-15): Lucas da mucha importancia

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

a la casa como espacio de la pequeña comunidad cristiana. En la carta a los Filipenses,


Pablo evoca a otras dos mujeres: Evodia y Síntique, que “lucharon por el Evangelio a mi
lado” (Flp 4,2-3).
El siguiente encuentro de los misioneros en Filipos terminó con problemas.
Fueron abordados por una joven esclava, poseída por un espíritu que podía revelar
secretos y predecir el futuro a través de la muchacha (lit. “espíritu pitón”: Pitón era la
serpiente que guardaba el oráculo de Delfos y que profería palabras divinas), con las
consiguientes ganancias para sus propietarios. Pablo expulsó el espíritu de la
muchacha, una acción que lógicamente desagradó a los amos (nótese que el espíritu
no dice nada malo, que Pablo actúa ‘cansado’ de oirlo, que deja a la muchacha en una
situación delicada: posibles interpretaciones contrapuestas, con aspectos positivos y
negativos). Agarraron a Pablo y a Silas (desaparece ahora el uso del “nosotros”) y los
llevaron a la plaza pública ante los magistrados. Como judíos, les acusaron de tratar de
subvertir las buenas costumbres (las costumbres a las que se refiere Lucas como
contrarias a las romanas NO podían ser las judías, que formaban parte de una ‘religio
latia’ -los judíos eran “collegium licitum”- sino las prácticas cristianas) romanas de la
ciudad. Los magistrados ordenaron que se les aplicase el castigo habitual en casos de
alteración de la paz pública: Pablo y Silas fueron azotados con varas y encerrados en la
cárcel hasta el día siguiente (vv. 16-24).
Originalmente, al parecer, la historia continuaba en los vv. 35-40. A la mañana
siguiente, los magistrados enviaron a sus funcionarios (“lictores”, lit. “estrategas”) a
que pusieran en libertad a los agitadores y les ordenaran abandonar la ciudad. Sin
embargo, Pablo les reservaba una sorpresa (también a los lectores de Hechos):
anunció que él y Silas eran ciudadanos romanos. Habían sido azotados y encarcelados
sin juicio y sin sentencia adecuados (un trato impropio para ciudadanos romanos: la
Lex Porcia prohibía bajo penas severas someter a un ciudadano romano a la
flagelación), y no iban ahora a marcharse a escondidas y deshonrados de Filipos. Así
pues, exigieron que vinieran en persona los magistrados a ponerlos en libertad. Al oír
esto, puesto que los prisioneros podían elevar sus quejas a otras instancias más altas,
los magistrados se personaron y les pidieron disculpas, pero les rogaron (aunque
cortésmente) que abandonaran la ciudad. Pablo y Silas obedecieron, pero antes
pasaron por casa de Lidia.
Si éste era el relato original de la fuente lucana, entonces habrá que pensar que
fue el propio Lucas quien introdujo el interludio de los vv. 25-34. La escena tiene lugar
durante la noche que pasaron en la cárcel de Filipos Pablo y Silas. Cosas parecidas a lo
narrado aparecen en otros relatos antiguos, como en Las Bacantes de Eurípides. La
noche transcurrida en prisión se convirtió en una especie de ‘vigilia pascual’: el texto
insiste cinco veces en la participación de toda la casa del carcelero en la fe y la
salvación, el anuncio de la Palabra, el bautismo, la eucaristía y la alegría. La casa (oikos)
y su lógica o racionalidad (oiko-nomía) era la base de la ciudad (la pólis) y la raíz de la
ciudadanía (la politeia): el evangelio lo recibe personalmente el carcelero y su casa, es
decir, hay una encarnación personal y estructural del Evangelio en la ciudad.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

1.3. MISIÓN EN LA CIUDAD DE TESALÓNICA (17,1-9)


Tras salir de Filipos, Pablo y Silas tomaron la Via Egnatia y, pasando por
Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, capital de la provincia romana de
Macedonia, lugar de residencia del procónsul romano. La ciudad tenía una sinagoga.
Durante tres sábados consecutivos Pablo trató de convencer a los judíos, “abriendo”
las Escrituras, de que era necesario que el Mesías sufriera y resucitara de entre los
muertos, y de que este Mesías era Jesús (vv. 1-3; cf. Lc 24,45-46). Algunos judíos
creyeron y se unieron a Pablo y a Silas; y lo mismo hicieron un gran número de gentiles
“temerosos de Dios” y no pocas mujeres “principales” (v. 4).
Otros judíos que se oponían a Pablo incitaron a la chusma a que organizasen
tumultos públicos y fueran a casa de Jasón, uno de los nuevos creyentes, donde
suponían que estaban los misioneros, para llevarlos ante el pueblo (“demos”: cuerpo
de ciudadanos con capacidad legislativa y jurídica). Al no encontrarlos allí, condujeron
a Jasón y a otros ante los magistrados de la ciudad, que correctamente reciben el
nombre de “politarcas” (vv. 5-6). Acusan a los misioneros de ser revolucionarios
(“perturban el mundo entero [o imperio]”) y de actuar contra el emperador
proclamando la existencia de otro rey: Jesús el Mesías (v. 7; Lc 23,2).
Se trataba de acusaciones extremadamente graves que, de confirmarse, podían
acarrear la pena de muerte. Pero, a pesar de la alarma inicial, los magistrados pusieron
en libertad a Jasón tras pagar una fianza (vv. 8-9). Es posible que Lucas haya
combinado dos relatos, uno sobre la denuncia de Pablo como revolucionario por parte
de sus compatriotas judíos y otro sobre la persecución de los nuevos cristianos por
parte de sus conciudadanos (cf. 1Tes 2,14).

1.4. MISIÓN EN LA CIUDAD DE BEREA (17,10-15)


Según nuestro relato, Pablo y Silas fueron sacados de Tesalónica durante la
noche. Se dirigieron a Berea que, aun sin acceso a la Via Egnatia, era una población
importante, el principal nudo de comunicaciones entre las ciudades griegas de
Macedonia. La razón de desviarse de la Via Egnatia (que llega al Adriático y luego a
Roma) puede estribar en el decreto de Claudio, expulsando a los judíos de Roma en los
años 49-50 (cf. Hch 18,1-2).Una vez más visitan la sinagoga, pero esta vez gozan de una
excelente acogida por parte de la comunidad judía, que recibe con entusiasmo el
mensaje de los misioneros y estudia todos los días las Escrituras para comprobar si la
interpretación era correcta (este dato es novedoso). Fueron muchos los que creyeron,
incluidos algunos gentiles, presumiblemente “temerosos de Dios”, y “mujeres
distinguidas” (vv. 10-12).
Todo era demasiado bueno para que durase. Algunos judíos de Tesalónica, al
oír que Pablo estaba predicando en Berea, vinieron y organizaron disturbios públicos
(v. 13). Sus discípulos le hicieron desaparecer de la ciudad en dirección a la costa,
mientras Silas y Timoteo se quedaron (v. 14). Los escoltas de Pablo lo condujeron a
Atenas (al parecer por mar) y volvieron con el encargo de que Silas y Timoteo se
uniesen con él lo antes posible (v. 15).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

1.5. MISIÓN DE PABLO EN LA CIUDAD DE ATENAS (17,16-34)


La Atenas que Pablo visitó apenas tenía significado económico o político; vivía
del recuerdo de su pasada gloria política y cultural. En el s. V aC Atenas fue
ciertamente la ciudad griega más importante con su particular “siglo de oro”: en
escultura, literatura y oratoria, Atenas nunca fue sobrepasada. Cuna de Sócrates y
Platón y ciudad adoptiva de Aristóteles, Epicuro y Zenón. Su influjo cultural fue
dominante al imponerse el dialecto ático, nacido en Atenas, como base de la lengua
helenista llamada “koiné” (‘común’). Hch menciona expresamente dos escuelas
filosóficas: el epicureísmo y el estoicismo. La primera, fundada por Epicuro (341-270
aC), era una filosofía más bien materialista: los dioses o no existían o estaban tan lejos
del mundo que no ejercían influjo en él. En la ética acentuaban el placer (hedoné) y la
tranquilidad (ataraxia), libre de preocupaciones, pasiones y temores supersticiosos. La
segunda tiene su origen en Zenón (340-265 aC) y acentuaba la importancia de la razón,
como principio estructurante del universo. Tenían una concepción panteísta de Dios
como alma del mundo y su ética valoraba sobre todo la autosuficiencia (autarqueia) y
el sentido del deber.
Al narrar este episodio, Lucas pone de manifiesto su sensibilidad ante ciertos
recuerdos de Atenas y su conocimiento de determinados lugares de la ciudad. Cuando
Lucas describe Atenas como una ciudad “llena de estatuas de los dioses” (v. 16) y a los
atenienses como ávidos de oír novedades (no preocupados por la verdad sino por la
novedad)(v. 21) y “muy religiosos” por los numerosos altares dedicados a sus
divinidades (v. 22), sin duda se hace eco de otros autores de la antigüedad. La mayor
parte de la acción puede ser localizada con precisión en el Ágora, el gran espacio
público situado en el corazón de la ciudad, especialmente en su ángulo noroccidental,
donde podían verse el “pórtico pintado”, lugar favorito de encuentro para las
discusiones filosóficas (de hecho, “estoicismo” viene del griego stoa, ‘pórtico’), y el
“pórtico real”, donde celebraba sus reuniones habituales el Consejo del Areópago. Por
otra parte, hasta ahora no se han encontrado pruebas de la existencia de un altar con
la dedicatoria “al dios desconocido”.
Pablo es descrito por Lucas casi como un segundo Sócrates, que enseñó y murió
en Atenas en el siglo V aC. Al igual que Sócrates, Pablo se enzarza en debates con
todos los que venían al Ágora, así como con judíos y “temerosos de Dios” en la
sinagoga (v. 17). El estilo de Pablo nunca aparece en sus cartas, aunque hay que notar
que Pablo nunca escribió a los gentiles para convertirlos, sino que escribió a gentiles ya
convertidos. Algunos le acusan de utilizar opiniones de segunda mano; otros creen que
hace propaganda de nuevos dioses (Jesús y Anástasis o “Resurrección”), uno de los
cargos lanzados contra Sócrates (v. 18). Entonces lo llevaron ante el gobierno de
Atenas, el consejo que había tomado su nombre del Areópago (“Colina de Ares [o
Marte]”) para ver si podían sacarle algo más.
Pablo se encuentra con la oportunidad de exponer su enseñanza a los filósofos
y líderes políticos de Atenas (vv. 22-31). Éste es el segundo de sus grandes discursos en
los Hechos, esta vez ante un auditorio griego. El mensaje que tiene que transmitir al
mundo griego es que sólo hay un Dios y que este Dios ha resucitado a Jesús de entre
los muertos y lo ha erigido en juez del mundo, de modo que todos deberían abandonar
su viejo estilo de vida. La necedad del culto a la naturaleza o del culto a los ídolos es un
tema predominante en el libro de la Sabiduría (v.g. cap. 13). La filosofía griega había

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

llegado también a la conclusión de que sólo puede haber un verdadero ser divino, de
manera que, en esta primera parte de su discurso. Pablo predicaba, por decirlo de
algún modo, a conversos. Su mención de la resurrección de los muertos fue acogida
con una reacción de sorpresa, pues los griegos no creían en ella. Algunos estallaron en
carcajadas; otros dijeron: “ya te escucharemos en otra ocasión” (que no tiene por qué
ser valorada sin más como una reacción negativa). Unos pocos creyeron, entre ellos
Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Dámaris (vv. 32-34).
El discurso de Pablo está muy bien adaptado a su auditorio y a las
circunstancias. Aunque es relativamente breve, está construido según las reglas de la
retórica griega. En el exordio (vv. 22b-23) se gana al auditorio al sugerir que el Dios a
quien predica no es una nueva divinidad, sino el Dios a quien los atenienses han estado
adorando desde siempre sin saberlo. A continuación expone los hechos que su
audiencia estaba dispuesta a admitir (vv. 24-26): este Dios es el creador del universo y
de la raza humana, no habita en templos (cf. Is 66,1-2; Hch 7,48-49) y no tiene
necesidad de sacrificios. Luego aborda el argumento central (vv. 27-28): los seres
humanos deben buscar y encontrar a Dios en quien “vivimos, nos movemos y
existimos” (cita sacada de los Fenomenos de Arato, poeta del s. III aC). Después viene
la consecuencia moral (v. 29): debemos abandonar el culto a los ídolos. Y finalmente
exhorta a sus oyentes a tomar una decisión práctica (vv. 30-31): convertirse. Pablo no
puede citar la autoridad de la Escritura para sus argumentos, pero hace uso parecido
de la obra del poeta Arato.

1.6. MISIÓN EN LA CIUDAD DE CORINTO (18,1-18)


Tras la experiencia de Atenas, un Pablo “débil, tímido y tembloroso” (1Cor 2,3)
se dirige a Corinto, ciudad estratégicamente situada en el istmo que une Grecia
continental con la isla del Peloponeso, capital de la provincia romana de Acaya desde
el año 27 aC, un gran centro comercial con su correspondiente lujo y riqueza y un gran
centro de comunicación norte-sur, por el istmo, y este-oeste, por sus dos puertos de
Cencreas y Lejeum. La ciudad había sido totalmente arrasada por los romanos en el
año 146 aC. Estuvo abandonada un siglo, hasta su reconstrucción por Julio César el año
44 aC como ‘colonia’ romana. Aquí se junta con un matrimonio judío, Áquila y Priscila
(diminutivo de “Prisca”, nombre que usa Pablo en sus cartas: Rom 16,3; 1Cor 16,19;
2Tim 4,19), recién llegados de Italia. Lucas relaciona su regreso de Italia con la
expulsión de “todos los judíos” (probablemente sólo algunos) de Roma en tiempo del
emperador Claudio, años 49-50 (otros autores, año 41). Según Suetonio, Claudio
expulsó a los judíos debido a una revuelta impulsada por un tal Chrestus, lo que
tradicionalmente se interpreta como problemas surgidos en la comunidad judía a
causa de los cristianos (vv. 1-3).
Pablo aparece discutiendo en la sinagoga, tal vez con la ayuda de Silas y
Timoteo, que ya habían venido de Macedonia (vv. 4-5; cf. 17,15). Pablo escribe más
tarde a los Corintios: “estando entre vosotros y necesitado, no fui una carga para
nadie; fueron los hermanos llegados de Macedonia los que remediaron mi necesidad.
En todo evité el seros una carga y lo seguiré evitando” (2Cor 11,9). Quizás esta ayuda
fue la que trajeron Silas y Timoteo, y la que permitió a Pablo “dedicarse enteramente a
la Palabra” (v. 5). Se encuentra con una decidida oposición, que le mueve a declarar,

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

con unas palabras que le liberan de cualquier responsabilidad, que la sangre de sus
oyentes caerá sobre sus cabezas y que su conciencia está limpia (cf. Ez 33,1-9). Les dice
también que, en adelante, se dirigirá a los gentiles (el mismo esquema lo tenemos en
13,44-49, en Antioquía de Pisidia). Y así lo hace (aunque pronto lo vemos otra vez con
los judíos: 18,18, Éfeso), yéndose a vivir a casa de un tal Ticio Justo, un “temeroso de
Dios” (vv. 6-7). A pesar de la hostilidad de cierta gente de la sinagoga, se nos dice que
Crispo, jefe de la comunidad judía, se hizo creyente junto con toda su casa (cf. 1Cor
1,14) y que otros muchos se convirtieron y fueron bautizados (v. 8). Animado por una
visión, Pablo permaneció 18 meses en Corinto (vv. 10-11). La visión de Cristo muestra
la presencia permanente de Jesús resucitado en la Iglesia y en la misión. Esta presencia
confiere a la resurrección un carácter histórico y a la Iglesia un carácter escatológico.
El único episodio del que se nos informa con cierto detalle tuvo lugar “siendo
Galión procónsul de Acaya” (vv. 12-17). Galión es un personaje histórico bien conocido,
hermano del filósofo Séneca, que nos es útil para la cronología paulina: el cargo de
procónsul duraba un año y según una inscripción en Delfos Galión gobernó Acaya en el
año 52. Si tomó posesión del cargo, como era costumbre, en verano, habría gobernado
del verano del 51 al verano del 52; si Pablo, tras ser llevado ante Galión, aún se quedó
bastantes días en Corinto (v. 18), el suceso pudo haber ocurrido en los primeros meses
del año 52. Los oponentes judíos de Pablo acusaron vagamente al apóstol de persuadir
a la gente a dar un culto a Dios contrario a la Ley, y esperaban que Galión lo
considerara un crimen o una ofensa grave. El procónsul, sin embargo, poniendo de
manifiesto un aristocrático desprecio romano por los judíos, Pablo incluído, rehusó
meterse en “cuestiones de vuestra propia Ley” y los echó del tribunal. Entonces los
acusadores de Pablo descargaron su frustración sobre Sóstenes, jefe de la sinagoga.

1.7. MISIÓN DE PABLO EN LA CIUDAD DE ÉFESO (18,18b-19,20)


En muy pocos versículos se nos ofrece una apretadísima agenda viajera. Las
noticias que nos da Lucas se resumen así:
.- Pablo se embarca rumbo a Siria con Priscila y Áquila
.- En Cencreas Pablo se corta el pelo por razón de un voto
.- Llegan a Éfeso y se separa Pablo de Priscila y Áquila
.- Pablo se embarca y se marcha de Éfeso
.- Pablo desembarca en Cesarea
.- Sube a saludar a la iglesia [de Jerusalén]
.- Baja (de Jerusalén) a Antioquía
El viaje está geográficamente claro, pero las incógnitas son muchas. Lucas no
nos dice por qué Pablo pasa por Jerusalén ni para qué se dirige a Antioquía. Además,
llama la atención lo apretado del relato: en 5 versículos Pablo recorre más de 2000
kilómetros. El sentido de voto también está en la oscuridad.
Una explicación global podría ser la siguiente: Pablo ya ha completado su
misión en Macedonia y Acaya y quiere emprender la misión en Asia (Éfeso, 19,1-20).
Antes de emprender la nueva misión, Pablo quiere saber cómo van las cosas por

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Jerusalén y Antioquía (18,18-22). Puede suponer que a estas iglesias han llegado
noticias de su predicación a los gentiles y de sus contínuas dificultades con los judíos
en las sinagogas. Pablo no puede emprender una nueva e importante misión sin
aclarar su actuación con las iglesias de Jerusalén y Antioquía.
Esto lo podemos corroborar con algunas noticias fundamentales de sus cartas.
En Gálatas Pablo nos narra su difícil encuentro con las columnas de la Iglesia (2,1-10) y
su confrontación con Pedro y Bernabé (2,11-14). En ambas ocasiones Pablo defendió
con energía lo que él llamó “la verdad del Evangelio” (2,5.14). Por causa de esta
verdad, Pablo puso en peligro la unidad de la Iglesia. Ahora que esa verdad estaba más
o menos asegurada Pablo se acerca a Jerusalén para manifestar su fidelidad a Israel y
asegurar la unidad de la Iglesia. La misma situación se va a repetir posteriormente en
Hch 19,21: Pablo ha decidido ir a Roma, pero antes de ir quiere pasar por Jerusalén. La
intencionalidad es la misma: siempre que Pablo emprende una misión importante,
decide antes pasar por Jerusalén: la misión a los gentiles, guiada por la verdad del
Evangelio, no debe poner en peligro la unidad de la Iglesia.
En este contexto entendemos el sentido del voto que Pablo hace en Cencreas:
Pablo va a Jerusalén y desea con un signo concreto ponerse en comunión con los
judíos y con la iglesia de Jerusalén. Con el voto Pablo apunta hacia Jerusalén, porque
dicho voto tenía que completarse con una ofrenda en Jerusalén. No podía hacerse un
voto o una ofrenda en tierra de gentiles. Si Pablo ha hecho un voto, está implícito que
ha decidido ir a Jerusalén.
Entendemos también por qué Lucas introduce la corta actividad de Pablo en
Éfeso (18,19b-21a) antes del viaje a Jerusalén. Los vv. 19a y 21b constituyen el marco
histórico del itinerario de Pablo: éste llega a Éfeso con Priscila y Áquila, ahí se separa
de ellos, se embarca y se marcha de Éfeso rumbo a Cesarea. Lucas introduce en el
itinerario la noticia sobre la actividad en Éfeso, vv. 19b-21a, claramente redaccional,
con la intención de conceder a Pablo -y no Apolo- (cf. 18,24-26) el mérito de fundar la
iglesia en Éfeso, de ser el primer evangelizador de Éfeso. Lucas toma esta
preocupación de la tradición y es coherente con lo que Pablo dice en Rom 15,20-21
(“no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido,
para no construir sobre cimiento ajeno”). Lucas nos dice que los judíos efesios rogaron
a Pablo que se quedara más (18,20) pero Pablo no accede aunque promete volver (v.
21)
En 18,21 y 19,1 se nos informa brevemente del viaje de ida y vuelta de Pablo a
Éfeso. Los dos versículos sirven de marco a un interludio (18,24-28) referente a Apolo,
personaje mencionado varias veces en las cartas de Pablo (1Cor 3,4-6; 16,12; Tit 3,13).
Apolo es presentado como un judío (sentido étnico, no religioso) de Alejandría,
instruído y elocuente, “poderoso” en las Escrituras, es decir, capaz de interpretar su
verdadero sentido “espiritual”. Había sido instruído en la palabra del Señor, era
“ferviente en el Espíritu” y capaz de hablar y enseñar con exactitud “las cosas
referentes a Jesús” que había aprendido como miembro del movimiento reformista
predicado por Juan el bautista (“el bautismo de Juan”). Al llegar a Éfeso se puso a
hablar con valentía en la sinagoga, donde fue oído por Priscila y Áquila, que lo tomaron
aparte y le expusieron “el camino” con mayor precisión (vv. 24-26). Posteriormente en
Corinto era capaz de demostrar a los judíos a partir de las Escrituras que el Mesías era
Jesús (vv. 27-28). Llama la atención en el texto que, tras la elogiosa presentación, se

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

digan dos cosas inesperadas: que solamente conocía el bautismo de Juan y que Priscila
y Áquila le expusieron más exactamente el Camino (se nos había dicho que enseñaba
con exactitud [akribos] lo referente a Jesús; ahora le exponen con más exactitud
[akribesteron] el Camino). Se explicaría por la presencia de un cristianismo alejandrino
temprano (años 50), diferente del jerosolimitano y del antioqueno.
Lo que Pablo nos cuenta de Apolo en 1Cor es coherente con este cuadro de
Apolo en Hch: Apolo aparece como cabeza de una de las fracciones cristianas en
Corinto (que indicaría su identidad diferente), lo que genera divisiones que Pablo
reprende enérgicamente, pero sin por ello deslegitimar a Apolo (3,4-6: “yo planté,
Apolo regó…”), sino poniéndolo como modelo de apóstol (4,6.9).

MISIÓN DE PABLO EN ÉFESO (19,1-20)


Pablo se trasladó a Éfeso (v. 1), una de las ciudades más importantes del
Imperio Romano, capital de la provincia de Asia. Como ciudad libre, tenía su propio
senado y asamblea, y era gobernada por un procónsul; “guiado por el Espíritu” añade
el texto occidental. Preguntó a “los discípulos” si habían recibido el Espíritu Santo
cuando se hicieron creyentes (uso del aoristo ingresivo), a lo que le respondieron que
ni siquiera sabían que hubiese un Espíritu Santo. No quiere decir esto que ignorasen la
existencia del Espíritu de Dios, sino que desconocían los dones carismáticos del Espíritu
(v. 2). De hecho, como le ocurría a Apolo cuando llegó a Éfeso, sólo habían recibido el
“bautismo de conversión” de Juan (vv. 3-4a). Pablo les recuerda que Juan había dicho a
la gente que tenían que creer en el que venía después de él, es decir, en Jesús. Puesto
que son llamados “discípulos” (y no “discípulos de Juan”) es de presumir que ya tenían
cierto conocimiento de Jesús. Estaba claro que tenían que dar un paso; por eso, tras
escuchar las palabras de Pablo, fueron bautizados “en el nombre” de Jesús (vv. 4-5). A
continuación, Pablo les impone las manos y reciben los dones de lengua y de profecía
(v. 6). Hay un detalle que pone de relieve el parecido de esta circunstancia con el
primer Pentecostés: los recién bautizados eran 12 (v. 7).
Una vez más acude Pablo a la sinagoga, donde discute durante tres meses
sobre “el reino de Dios”. Sus opositores hablan mal del “camino” (cf. 18,26) a los de
fuera de la sinagoga, es decir, a los gentiles. La respuesta de Pablo a esta denuncia de
parte de sus compatriotas judíos fue sacar de la sinagoga a sus discípulos y crear un
grupo aparte en la llamada “escuela de Tirano”, donde celebraban debates diarios
(“durante la hora de la siesta” especifica el texto occidental). En esto consistió su
actividad durante dos años. El texto añade que la palabra del Señor se extendió por
toda la región (“Asia”), tanto entre judíos como entre gentiles (vv. 8-10).
Pablo se dio también a conocer por realizar prodigios extraordinarios, hasta el
punto de que hasta la ropa que tocaba su cuerpo obraba curaciones (vv. 11-12; cf. Hch
5,15; 14,3; 1Cor 1,4). Algunos exorcistas itinerantes expulsaban malos espíritus “por
medio de Jesús, a quien Pablo predica” (v. 13), aunque un intento les salió mal (vv. 14-
16). Estas manifestaciones de poder causaron una enorme impresión en los habitantes
de Éfeso (v. 17: otra vez el miedo, pero nótese en qué contexto). Uno de sus resultados
fue la renuncia a las prácticas mágicas y la quema de libros en que se recogían, por los
que Éfeso era famosa (vv. 18-19). Una vez más se nos dice que “la palabra de Dios se
extendía y se confirmaba” (v. 20).

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

En Hch no se refleja nada de lo que conocemos directamente por las cartas de


Pablo. Estuvo en la ciudad de Éfeso de diciembre del 52 a marzo del 55 (2 años y 3
meses). Desde Éfeso Pablo escribió la carta a los Gálatas y las cartas a los Corintios. Es
muy posible (según 1Cor 15,32; Flp 1,12-14 y 2Cor 1,8-11) que Pablo estuvo en la
cárcel en Éfeso (posiblemente de diciembre del 54 a marzo del 55) y que desde ese
cautiverio escribió las cartas a los Filipenses y Filemón. Pero nada de esto se dice aquí.
Posiblemente no lo conozca el propio Lucas.

2. SUBIDA A JERUSALÉN Y VIAJE A ROMA: 19,21-28,31


Esta última sección de los Hechos tiene tres partes:
.- la subida de Pablo a Jerusalén: 19,21-21,15
.- estancia de Pablo en Jerusalén y Cesarea: 21,16-26,32
.- Pablo, camino de Roma y misión final en Roma: 27,1-28,31

2.1. SUBIDA DE PABLO A JERUSALÉN (19,21-21,15)


.- a) Planes de Pablo (19,21-22)
En el v. 21 tenemos el comienzo de algo nuevo por lo que marca una nueva
gran sección de Hechos que va hasta el final. El verbo principal (“tomó la decisión” =
tithemi en to pneumati) expresa la decisión de Pablo de ir a Jerusalén. Pablo toma esta
decisión “diciendo” que la voluntad de Dios (expresada por el griego dei = ‘es
necesario’) es que vaya a Roma. Pablo toma la decisión de ir a Jerusalén, pues ya da
por terminada su misión en Macedonia, Acaya, Asia, Frigia y Galacia. Pablo, tras la
evangelización de Éfeso y Asia da por cumplida la misión que le había encomendado el
Espíritu. Por eso se dice “cuando se cumplieron estas cosas”. De ahí que, para algunos
autores, lo que sigue en Hechos, en paralelo a la experiencia de Jesús, no es la ‘misión’
de Pablo, sino su ‘pasión, muerte y resurrección’: viaje a Jerusalén (últimas visitas,
despedidas y testamento), su juicio y pasión en Jerusalén y Cesarea, y su ‘muerte y
resurrección’ en Roma. “No es un viaje misionero sino martirial” (P. Richard).
Este cambio en la vida de Pablo y su planificación como aparece en Hechos,
corresponde a lo que sabemos por las obras paulinas. Según Rom 15,17-33 su plan es
el siguiente: Pablo da por terminada su misión en la parte oriental del Imperio, que
describe trazando una línea desde Jerusalén hasta el Ilírico (punto extremo occidental,
en Macedonia, de la vía Egnatia que lleva a Roma). En toda esta región Pablo “ha dado
cumplimiento al evangelio de Cristo” (Rom 15,19): Pablo considera ya a esta región
como evangelizada, no tiene ya “campo de acción en estas regiones” (Rom 15,23).
Entonces Pablo traza una nueva línea: Roma-Hispania (Finisterre). En el plan de Pablo
Roma no es un punto de llegada, sino simplemente de partida para su nuevo plan de
evangelización de la parte occidental del Imperio Romano. El plan responde a la
estrategia de Lucas en Hch 1,8 de dar testimonio “hasta los confines de la tierra”.
Pero Pablo, antes de ir a Roma, quiere hacer un viaje a Jerusalén para llevar una
colecta a la comunidad de los santos (cf. Rom 15,25-33; 1Cor 16,1-4; 2Cor 8-9). El fin
de esta colecta es afianzar la unidad de las iglesias surgidas tanto del judaísmo como

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

de la gentilidad (Rom 15,27). Su viaje a Macedonia y Acaya antes de ir a Jerusalén es


para recoger la colecta, aunque teme que no sea aceptada en Jerusalén (Rom 15,30-
32). Éste es uno de los rompecabezas del libro de los Hechos, donde la colecta nunca
es mencionada, a no ser quizás en 24,17, siendo, según las cartas de Pablo el gran y
único motivo de éste para ir a Jerusalén. Lucas ignora la colecta en todo el largo relato
del viaje a Macedonia, Acaya y Jerusalén. Quizá el fracaso histórico de Pablo en
Jerusalén, sobre todo de su colecta para los santos de esta comunidad, hizo que Lucas
(que escribe lo sucedido 30 años después) diera a este viaje paulino otro sentido,
presentando a Pablo ya no como misionero sino como un discípulo de Jesús que, como
su maestro, debe ir a Jerusalén para sufrir su pasión (cf. Lc 9,51 y Hch 19,21).

.- b) La algarada de los orfebres en Éfeso (19,23-40)


Lucas nos describe una de las grandes escenas del libro de los Hechos, que
presenta diciendo “el camino fue ocasión de que se produjera un gran tumulto” (v. 23).
El asunto fue instigado por un tal Demetrio, uno de los principales miembros del
gremio de fabricantes de objetos de plata, que constituía una importante actividad
comercial de Éfeso. El propio Demetrio fabricaba reproducciones en plata del templo
de Artemisa, principal divinidad de Éfeso, cuyo templo era considerado una de las siete
maravillas del mundo. La predicación de Pablo contra el culto a las imágenes
amenazaba no sólo sus pingües ganancias y las de sus colegas, sino también el
prestigio del templo de Artemisa y el culto a la diosa (Diana para los romanos).
Indirectamente ponía en peligro la prosperidad de la ciudad, importante centro de
peregrinación, en la que el templo hacía las veces de banco. Una vez más Lucas
subraya la relación entre la falsa religión y los beneficios financieros (cf. 8,18-24; 16,16-
21).
No le costó mucho a Demetrio incitar a sus colegas, que dieron comienzo a la
algarada al grito de “grande es Artemisa de los efesios” (vv. 24-28). La ciudad entera se
amotinó y la gente se precipitó en masa hacia el teatro, lugar habitual de las asambleas
populares, llevando con ellos a Gayo y Aristarco de Macedonia, compañeros de Pablo
(v. 29).
Pablo quiso acudir a la asamblea, sin duda para intervenir, pero sus seguidores
no se lo permitieron. Incluso algunos altos cargos de la ciudad (mencionados con el
título de “asiarcas”) le enviaron un mensaje diciendo que por nada del mundo se
presentase en el teatro (vv. 30-31). Entretanto, el desconcierto reinaba en el teatro.
Los judíos presentaron a un tal Alejandro para que dirigiera la palabra a la asamblea,
pero, cuando se enteraron que era judío, la gente se puso a gritar durante dos horas:
“grande es Artemisa de los efesios” (vv. 32-34). Finalmente, el canciller de la ciudad
calmó a la muchedumbre: nadie, dijo, dudaba de los privilegios de Éfeso como
guardián del culto de Artemisa “que cayó del cielo” (referencia quizás a un meteorito,
objeto original del culto). La gente no tenía por qué inquietarse. Gayo y Aristarco no
eran reos de sacrilegio o blasfemia contra la diosa. Y si Demetrio y sus colegas tenían
algo contra ellos, debían recurrir a los tribunales ordinarios o al gobernador romano, el
procónsul de Asia. Si tenían que reclamar algo más, debían hacerlo en una asamblea
ordinaria. Alborotos como éste podían ser considerados (por las autoridades romanas)
actos sediciosos. Tras su intervención, disolvió la asamblea.

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El relato opta por la legalidad en contra del tumulto: éste no favorece al


“camino”, pero sí lo favorece la legalidad romana. Es un tema muy típico de Lucas,
presente a lo largo de toda la experiencia de Pablo: será el tribuno romano el que salve
a Pablo de la muchedumbre que quiere lincharlo en el Templo (21,27-40); también el
tribuno salva a Pablo de la conjuración de los judíos que quieren matarlo (23,12-24) y
finalmente Pablo apela al César para salvar su vida (25,1-12). Esta prioridad de la
legalidad romana, que Lucas muestra conocer muy bien, sobre el tumulto y la conjura
ilegal, podría ser el tema que justifica la intercalación de esta narración ahora.

.- c) De Éfeso a Tróade (20,1-6)


Cuando se apaciguó el “tumulto”, Pablo mandó llamar a los discípulos y, tras
darles ánimos, los abrazó y partió para Macedonia (v. 1). Después de atravesar la
provincia animando los fieles a su paso, llegó a “Grecia” (v. 2), donde permaneció tres
meses. Pero, debido a ciertas dificultades, decidió regresar por Macedonia (v. 3 -según
el texto occidental, “impulsado por el Espíritu”). El v. 4 da los nombres de los que
acompañaban a Pablo en su viaje. La mayor parte de ellos pueden ser identificados
más o menos gracias a la correspondencia paulina. Algunos aparecen fuera del libro de
los Hechos. Se suele pensar que eran representantes de las comunidades que habían
contribuido a la colecta en pro de Jerusalén.
Pablo inicia en este momento su viaje a Jerusalén. Este viaje (como el de Jesús
en el evangelio de Lucas) está marcado por profecías sobre los sufrimientos que le
esperaban allí. Pero Pablo está decidido, como Jesús, a seguir adelante. En este
momento del relato reaparece el estilo “nosotros” (en Filipos, v. 6, el mismo lugar
donde había desaparecido [cf. 16,17]). El relato que viene a continuación, redactado
en 1ª persona del plural, puede ser considerado (al menos en su globalidad) obra de
un testigo ocular, compañero de Pablo en su viaje de Macedonia y Acaya a Jerusalén.
Parece estar tomado de un diario de a bordo o cuaderno de bitácora que narra con
detalle las etapas del viaje, puertos de escala, distancias y algunos incidentes.

.- d) En Tróade (20,7-12)
Según los vv. 5-6, los compañeros mencionados en el v. 4 esperaban en Tróade
a Pablo y al narrador. Éstos habían zarpado de Filipos (es decir de Neápolis) después de
la fiesta de los panes ázimos (Pascua), y llegaron en 5 días a Tróade (el viaje en
dirección contraria había durado sólo dos días: cf. 16,11). En esta última ciudad
pasaron una semana.
El grupo pasó la noche del primer día de la semana en vigilia, junto con la
comunidad cristiana local, escuchando a Pablo. La asamblea fue interrumpida por un
incidente: el joven Eutiquio se durmió en el alféizar de la ventana y se cayó desde el
tercer piso. Pensaron que se había matado. Pero cuando comprobaron que estaba con
vida, Pablo “partió el pan” y siguió hablando hasta el amanecer. Después se marchó
(vv. 7-12). El relato va acompañado de unos rasgos que recuerdan la resurrección de
Cristo y la asocian con la eucaristía. Como escribió el propio Pablo, cada vez que
comemos “este pan” y bebemos “esta copa” proclamamos la muerte del Señor hasta

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

que venga (1Cor 11,26). Al propio tiempo nos da una idea de cómo se practicaba al
principio la liturgia, al menos por algunos cristianos.
Hay una sutil diferencia en los verbos que describen la acción hablada de Pablo:
v. 7: dialegomai (‘argumentar’, el término aparece cuando Pablo habla con los judíos;
cf. 17,2-3.17; 18,4; 19,8-9); v. 11: homileo (‘conversar’). Tras el primero, ocurre el
accidente y susto; tras el segundo, el joven vivo…

.- e) De Tróade a Mileto (20,13-38)


En Tróade embarcaron los otros con dirección a Asso, donde se les debía unir
Pablo. El barco los lleva a Mitilene, principal ciudad de la isla de Lesbos, y al día
siguiente llegan a la altura de Quío. Dos días después hacen escala en Samos, isla
situada un poco al sudeste de Éfeso. La jornada siguiente viajan hasta Mileto. Pablo
había resuelto pasar de largo por Éfeso, pues tenía prisa por llegar a Jerusalén para
Pentecostés (vv. 13-16). Quizá la razón fuera el temor de Pablo a que la comunidad,
inspirada por el Espíritu, lo presione para no ir a Jerusalén, como sucederá
posteriormente en las comunidades de Tiro (21,3-4) y de Cesarea (21,8-14). No va,
pues, a la ciudad efesia pero desde Mileto manda llamar a los presbíteros de Éfeso.
Entre ambas ciudades hay unos 60 kms. por lo que, seguramente, hizo perder más
tiempo el traslado de los presbíteros a Mileto, que el pasaje de Pablo por la misma
ciudad (lo cual probaría que no es el tiempo el problema, sino la presión que ejerce el
Espíritu por medio de las comunidades para que Pablo no vaya a Jerusalén).
Una vez reunido en Mileto con los presbíteros, Pablo les dirige unas palabras de
despedida, el tercero de sus principales discursos en Hechos, que constituye algo así
como su testamento espiritual (vv. 18-35). Es el único discurso de Pablo en Hch dirigido
a los cristianos, pues todos los demás discursos tienen como auditorio a personas y
grupos fuera de la comunidad cristiana. El género literario es el de “Testamento”, muy
conocido en el NT (testamento de Jesús en Lc 22,14-38 o Jn 14-17. La 2ª carta a
Timoteo tiene también este estilo). Los testamentos son redactados normalmente por
los discípulos, y expresan cómo han entendido el pensamiento y doctrina de sus
maestros. Pablo se preocupa por la buena marcha de la nueva comunidad cristiana
una vez que él haya desaparecido de escena y desea dar unos últimos consejos a sus
pastores. El tono del discurso es profundamente personal, algo sombrío, pero lleno de
afecto y cariño.
El discurso puede dividirse en 4 partes:
.- vv. 18-21: memoria de su ministerio en Asia
.- vv. 22-24: situación actual de Pablo
.- vv. 25-31: exhortación a los presbíteros
.- vv. 32-35: testamento: Pablo deja la Palabra y su Testimonio
En la primera parte, Pablo (en realidad, Lucas) rememora en primer lugar su
ministerio en Éfeso durante 3 años (vv. 18-21). En medio de persecuciones, Pablo
predica, enseña y da testimonio, en público y por las casas, agriegos y judíos. Esta
memoria del pasado legitima a Pablo como modelo para los ancianos.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Después dirige su mirada hacia delante: debe completar su viaje a Jerusalén y


se enfrenta a un futuro desconocido (vv. 22-24). Él está convencido de ir a Jerusalén;
las insinuaciones del Espíritu, a través de las comunidades por donde pasa, indican una
intención de hacerle desistir de volver a Jerusalén (la misión está ahora en Roma y en
el Occidente del Imperio). Pablo, al ir a Jerusalén, pone en peligro su vida y la
estrategia del propio Espíritu Santo. Por eso Pablo agrega en el v. 24 la enigmática
frase que nos viene a decir que no importa vivir o morir, sino terminar su carrera y
cumplir su ministerio.
Declara, en la tercera parte (una exhortación pastoral a los responsables de las
comunidades), que es inocente de la sangre de sus compatriotas que se han negado a
aceptar su mensaje (vv. 25-27; cf. Ez 33,7-9). Encarga a los ancianos que velen por el
rebaño que el Espíritu Santo ha confiado a su tarea pastoral (v. 28; cf. 1Pe 5,1-2); prevé
que algunos lobos rapaces (es decir maestros del error) se mezclarán con el rebaño
(vv. 29-30; cf. Mt 7,15; 2Tim 4,3-5) y ordena a los pastores que estén atentos y piensen
en todo lo que él les ha enseñado (v. 31; cf. 1Tim 1,3-7; 4,1-7). Nace aquí el concepto
de Tradición Apostólica, no como una ortodoxia a conservar, sino como una fidelidad a
la integridad del Evangelio predicado.
Finalmente, el apóstol encomienda a los ancianos a Dios y su Palabra. Pablo no
deja estructuras u organizaciones, sino solamente la Palabra de Dios, único poder de la
comunidad (v. 32) y declara su total desinterés en el trato que ha tenido con ellos (vv.
33-35; cf. 1Sam 12,2-5; 1Tes 4,11; 1Cor, 4,12). Pablo cita para terminar un desconocido
dicho de Jesús: “hay más felicidad en dar que en recibir”.
Lucas presenta los tres anuncios del Espíritu a Pablo en paralelismo antitético
con los tres anuncios de Jesús sobre su muerte y resurrección camino a Jerusalén. Los
tres anuncios a Pablo son en Mileto (20,23), en Tiro (21,4) y en Cesarea (21,10-14). El
Espíritu habla a través de las comunidades ahora proféticas: anuncia a Pablo cadenas y
aflicciones, le prohíbe que suba a Jerusalén. En el evangelio de Lucas son los discípulos
los que no entienden y se resisten; ahora es Pablo el que no entiende y se resiste. En el
caso de Jesús, su ida a Jerusalén es voluntad del Padre; en el caso de Pablo es su propia
voluntad, ‘contra’ la del Espíritu. ¿Por qué?
El relato de Lucas quiere mostrar dos cosas: lo importante para Pablo de su
enraizamiento en la tradición del pueblo de Israel, para poner en continuidad con esa
tradición su misión a los gentiles, y lo importante que es para Pablo la unidad de la
Iglesia: quiere que las iglesias venidas de la gentilidad estén en comunión con la iglesia
madre de Jerusalén. Éste fue el motivo de la colecta (Rom 15,26). Pero Lucas omite el
tema de la colecta porque al narrar la resistencia de Pablo al Espíritu y todo lo que
sufrió por dicha resistencia, quiere darle toda la fuerza posible a los motivos de Pablo,
para defenderlo de la doble acusación contra Pablo: haber roto con la tradición de
Israel y poner en peligro la unidad de la Iglesia.
Llegado este momento, Pablo se arrodilla y reza con todos ellos (v. 36). Sus
oyentes están emocionados, sobre todo porque había dicho que ya no le volverían a
ver (v. 25). Entre lágrimas y abrazos, los presbíteros de Éfeso acompañan a Pablo y a
sus compañeros hasta el barco (vv. 37-38).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

.- f) De Mileto a Jerusalén (21,1-15)


En la última etapa del largo viaje Éfeso-Jerusalén, los viajeros dejan Mileto y
van derechos a la isla de Cos, en el Dodecaneso. Al día siguiente siguen viaje a Rodas,
Pátara (situada en la costa meridional de Licia) y, según el texto occidental, a Mira, un
poco más al este de la misma costa (v. 1). Cada una de estas etapas representa una
jornada por mar; la misma ruta más o menos aparece indicada en otros antiguos
relatos de viajes. Pablo y sus compañeros cambian a otro barco que se dirigía a Fenicia
y navegan por mar abierto hasta Tiro, un viaje que les llevaría cinco días (vv. 2-3). El
único lugar de la ruta mencionado es la isla de Chipre, que es avistada a babor.
Según los vv. 4-7, Pablo y sus compañeros encuentran algunos “discípulos” en
Tiro, con los que permanecen siete días. “Movidos por el Espíritu”, le aconsejan que no
suba a Jerusalén (nombre sacro). Transcurridos esos días, se despiden de los cristianos
de la ciudad en una escena que recuerda a la de Mileto y embarcan con dirección a
Tolemaida (Acre, Akko). Aquí saludan a los “hermanos” y pasan un día con ellos. Al día
siguiente, el grupo abandona Tolemaida con dirección a Cesarea (v. 8), un viaje que
también les costaría más de una jornada. Cesarea había sido escenario de uno de los
episodios más importantes de Hechos (cf. 10,1-48).
Al llegar a la ciudad, Pablo y sus compañeros se dirigen a casa de Felipe el
evangelista, uno de los Siete. Felipe tenía 4 hijas que gozaban del don de la profecía
(vv. 8-9; cf. 8,40). Según los vv. 10-14, mientras Pablo estaba en Cesarea, llegó de
Judea el profeta Ágabo (cf. 11,27-28), que predijo que en Jerusalén Pablo sería
maniatado y entregado a los gentiles (cf. Lc 18,31-32). Los compañeros de Pablo y los
cristianos locales, descorazonados por la profecía de Ágabo, le rogaron a Pablo que no
subiera a Jerusalén (v. 12). El apóstol les respondió que no sólo estaba dispuesto a ser
encadenado, sino incluso a morir allí (v. 13). La respuesta de Pablo es muy semejante a
la respuesta de Pedro a Jesús, durante su discurso de despedida: “Señor, estoy
dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte” (Lc 22,33). Jesús reprende a Pedro
por su arrogancia y anuncia su triple negación. La reacción de la comunidad ante la
respuesta de Pablo es de resignación ante la voluntad divina (v. 14), lo mismo que dice
Jesús en el huerto de los Olivos (Lc 22,42). Tras los preparativos, salen para Jerusalén
(v. 15).

2.2. ESTANCIA DE PABLO EN JERUSALÉN Y CESAREA (21,16-26,32)


.- A) PABLO EN JERUSALÉN: 21,16-23,35 (año 56)
Poco después de su llegada a Jerusalén, Pablo fue atacado por una furiosa
muchedumbre en el recinto del Templo y acabó en manos de los soldados romanos
(21,18-40). Un nuevo intento de hablar a la muchedumbre fue interrumpido por
nuevos gritos y Pablo es encerrado en la Torre Antonia (22,1-9). Su comparecencia
ante el Sanedrín desembocó en un altercado (22,30-23,11). En el libro de los Hechos, la
imagen de Pablo, el misionero, va emparejada con la de Pablo, el prisionero, a la que
se dedica más o menos el mismo espacio. Esto demuestra la importancia que da Lucas
a este aspecto de la historia de Pablo, en la que es llamado a ser testigo (“martyr”) de
Cristo ante las autoridades civiles y religiosas, tanto judías como romanas. Es ésta una
situación en la que se han encontrado algunos lectores de Lucas hasta la actualidad, y

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

el autor de los Hechos trata de animarles e inspirarles a partir del ejemplo de Pablo.
Puede que Lucas desee también que sus lectores sepan que Pablo tuvo que hacer
frente a la prueba de vivir conforme al Discurso Apostólico (Mt 10 y paralelos lucanos),
donde se predice que los discípulos de Jesús serán arrastrados ante los magistrados y
que, si permanecen fieles, se salvarán. Esto serviría para confirmar las credenciales
apostólicas de Pablo a los ojos de los destinatarios de la obra.
.- a.1.- Encuentro de Pablo con la iglesia de Jerusalén (21,16-26)
El día siguiente de su llegada a Jerusalén (nombre heleno) (está en paralelo con
la entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús se hospeda en casa de Zaqueo en Jericó y
cuando llega a Jerusalén lo recibe, por un lado, “la multitud de los discípulos llenos de
alegría” y, por otro, los fariseos con una actitud crítica: Lc 19,1-10.28-40; Pablo se
hospeda en casa de Mnasón de Chipre, “a medio camino” de Jerusalén como indica el
texto occidental), Pablo va a visitar a Santiago, que ahora es la única cabeza de la
iglesia en la ciudad (vv. 18-19: nótese la ‘oposición’ entre la “casa” de Mnasón [v. 16] y
la “casa” de Santiago [v. 18], como exponentes de dos iglesias o de dos identidades; en
este punto el “nosotros” desaparece hasta 27,1 cuando Pablo se embarca rumbo a
Roma. En 21,18, antes de desaparecer el “nosotros”, el relato distingue nítidamente
entre Pablo y el “nosotros” [lo mismo sucede en 16,17 y 20,7, cuando también
desaparece el “nosotros”]: el abandono del “nosotros” expresa el ‘abandono’ del
Espíritu Santo, que no acompañará a Pablo en toda su estancia en Jerusalén y
Cesarea).
La reunión de Pablo con Santiago y los presbíteros de Jerusalén es uno de los
momentos más trágicos del libro. La estructura es concéntrica: un relato introductorio
(vv. 18-19) da paso a la recriminación contra Pablo, en el centro del relato (vv. 20-25)
para terminar con un relato conclusivo (v. 26). La introducción y la conclusión son
antitética y trágicamente paralelas: en la primera, Pablo entra en casa de Santiago, con
el grupo del Espíritu, para exponer a la asamblea la obra de Dios realizada por su
ministerio entre los gentiles; en la segunda, Pablo entra en el Templo, con el grupo de
los cuatro que habían hecho un voto, para cumplir los ritos impuestos por la Ley. La
recriminación contra Pablo (vv. 20-25) presenta un contraste que expresa la derrota de
Pablo. Lucas no dice nada sobre la colecta, que conocemos por las cartas paulinas, y
posiblemente no diga nada porque fue un fracaso: la iglesia de Jerusalén rechazó el
dinero. Algo del tema se refleja en el pago que hace Pablo por el voto de los 4 hombres
(cf. Nm 6,1-21). Estamos muy lejos de la asamblea de Jerusalén, cuando Pablo contaba
con el apoyo de Bernabé, Pedro … y el Espíritu. Por lo demás, el rumor que se presenta
(v. 21) es totalmente falso tanto a nivel histórico (en los hechos y en la conciencia de
Pedro y Santiago) como a nivel redaccional (en la opinión del autor y del lector).
En definitiva, hay un total desencuentro entre Pablo y la iglesia de Jerusalén.
Pablo ha llegado con la buena noticia de la conversión de los gentiles; los presbíteros
tienen otra buena noticia: miles de judíos creyentes observan fielmente la Ley. A los
presbíteros no les interesa el ministerio verdadero de Pablo sino los falsos rumores
que han llegado a la capital; no les interesa desmentirlos sino asegurar el
sometimiento de Pablo.
.-a.2. Los acontecimientos de Jerusalén (21,27-23,35)
Podemos señalar la siguiente estructura para comprender el relato:

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

.- A: Tumulto popular contra Pablo en el Templo: 21,27-30


+ el Tribuno romano salva a Pablo: 21,31-40
.- B: Apología de Pablo ante el pueblo judío: 22,1-21
+ el Tribuno romano salva a Pablo: 22,22-29
.- B’: Discurso de Pablo ante el Sanedrín: 22,30-23,9
+ el Tribuno romano salva a Pablo: 23,10
+ el Señor Jesús resucitado se aparece a Pablo: 23,11
.- A’: Conjura de los judíos para matar a Pablo: 23,12-15
+ el Tribuno romano salva a Pablo y lo lleva a Cesarea: 23,16-35
En el tumulto al comienzo (21,27-30) y en la conjura al final (23,12-15) hay un
intento muy serio de matar a Pablo (21,31.36 y 23,14.15.21). En ese ambiente de
peligro y muerte, Pablo hace su apología ante el pueblo y su discurso ante el Sanedrín.
Pablo sale con vida únicamente porque hasta 4 veces interviene el Tribuno romano. En
este contexto, Jesús resucitado se aparece a Pablo, para darle ánimo y revelarle el
designio divino de que debe dar testimonio en Roma (23,11). No cabe duda de que
Pablo, como discípulo de Jesús, vive ahora como Jesús en Jerusalén, el juicio y la
pasión. Pero la voluntad divina es que Pablo no muera en Jerusalén sino que muera y
“resucite” en Roma. Dios se vale del poder romano para salvar a Pablo. A diferencia de
Pedro, que en la pasión de Jesús niega tres veces su identidad, Pablo la va a afirmar
tres veces: ante el Tribuno romano (21,38-39), ante el pueblo judío (22,3-21) y ante el
Sanedrín (23,6).
Pablo es agredido en el recinto del Templo por una chusma incitada por
algunos judíos de Asia (es decir Éfeso), que le acusan de hablar contra el pueblo, la Ley
y “este lugar”, es decir el Templo (vv. 27-28a; cf. 6,11-13). También le acusan de haber
profanado el Templo introduciendo gentiles en el recinto sagrado (vv. 28b-29), una
ofensa por la que el transgresor, según algunos avisos esparcidos por el Templo,
debería pagar con su vida. Se informa del altercado al Tribuno, comandante de la
guarnición romana de la fortaleza Antonia, que lindaba con el Templo por el lado
norte. Acompañado de su guardia, rescata a Pablo de manos de la chusma, pero al
propio tiempo lo arresta como presunto agitador (vv. 30-36). Pablo seguirá como
prisionero de los romanos hasta el final del libro. Mientras subía las escaleras que
conducían a la fortaleza Antonia, Pablo preguntó al Tribuno si podía hablar con él. El
Tribuno, que había encontrado a Pablo en medio de una multitud alterada, había
supuesto que era un agitador egipcio (personaje que aparece también en la obra de
Flavio Josefo) que recientemente se había llevado consigo al desierto a 4000 sicarios,
pero inmediatamente cambia de actitud cuando oye a Pablo hablar en griego. Pablo le
informa de que es un judío natural de Tarso, y le pide permiso para dirigirse a la
muchedumbre (vv. 37-39). El tribuno asiente y Pablo, de pie en la escalinata, hace el
gesto habitual de quien va a empezar a hablar en público. El apóstol se dirige a la
gente en “hebreo” (más bien, arameo) atrayendo así su atención (21,40-22,2).

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El discurso de Pablo a la muchedumbre es más bien una apología de carácter


autobiográfico, cosa que no responde a la voluntad de Jesús (cf. Lc 21,14-15). Quizá
por eso en 22,17 no se dice que Pablo esté lleno del Espíritu Santo, como aparece en el
texto paralelo de 9,17. Una apología puede ser refutada, no así el testimonio. Pablo
hará tres apologías: ésta ante el pueblo (22,1-21), ante el procurador Félix (24,10-21) y
ante el rey Agripa (26,1-23). Es difícil saber si son históricas de Pablo o hechas por
Lucas para defender a Pablo en la época de redacción del libro. Aquí se incluye por
segunda vez el relato de la conversión o vocación de Pablo (cf. 9,1-19), con algunos
elementos nuevos: su curriculum expresado en términos clásicos: nacido en Tarso de
Cilicia, educado (educación básica en la sinagoga entre los 8 y 14 años) “en esta
ciudad” e instruído (educación superior con un Rabí) a los pies de Gamaliel. También es
un elemento nuevo el éxtasis de Pablo en el Templo (22,17-21) y las palabras de Jesús:
Pablo ve a Jesús resucitado y escucha de él dos órdenes: salir de Jerusalén (nombre
sacro) e ir donde los gentiles, enviado por Jesús. Ananías es presentado ahora como un
judío bien relacionado con sus paisanos judíos, no como “discípulo”.
En cierto momento los oyentes de Pablo le interrumpen con renovados gritos
pidiendo su muerte (v. 22). El Tribuno ordena que Pablo sea introducido en la fortaleza
e interrogado con azotes. Cuando iba a ser maniatado, pregunta al centurión si es lícito
azotar a un romano que no ha sido debidamente declarado culpable (vv. 24-25). El
centurión advierte del hecho al tribuno, que expresa su extrañeza de que el prisionero,
que poco antes le había dicho que era ciudadano de Tarso, no hubiese alegado su
ciudadanía romana. Él mismo había tenido que pagar una elevada suma de dinero para
conseguirla, a lo que Pablo responde que él es ciudadano romano de nacimiento (vv.
26-28). Ésta es la segunda vez que Pablo reivindica este título, y en parecidas
circunstancias (cf. 16,37). Sin embargo, en esta ocasión revela su ciudadanía antes de
ser flagelado (un castigo mucho más duro que los azotes con varas que padeció en
Filipos). Los soldados romanos reaccionan como en Filipos: temor ante las posibles
repercusiones que podía acarrear el someter a un ciudadano romano a ese tipo de
castigo sin el correspondiente proceso legal (v. 29; cf. 16,38).
Al día siguiente, Pablo es llevado ante el Sanedrín (22,30-23,10). Igual que Jesús
(Lc 22,66-71) y los apóstoles (Hch 5,27-41), ahora le toca a Pablo. Empieza declarando
su inocencia, a lo que el Sumo Sacerdote responde ordenando que le golpeen en la
boca (23,1-5; cf. Jn 18,19-23). Pablo se aprovecha de que el Sanedrín estaba
compuesto de fariseos, que aceptaban la doctrina de la resurrección, y de saduceos,
que la negaban. Así pues, proclama que es fariseo, hijo de fariseos, y que le juzgan
porque espera la resurrección de los muertos. Tal declaración provoca una violenta
discusión en el consejo y hace que algunos fariseos se pongan del lado de Pablo (vv. 6-
10). Conforme avanza el libro de los Hechos, Pablo seguirá reivindicando este punto en
común con los fariseos sobre la resurrección de los muertos (que Jesús es el
“primogénito” de la resurrección general que también esperan los fariseos [cf. 1Cor
15,20]). Pablo ahora ya no hace apología, sino que da un verdadero testimonio y el
testigo no puede ser refutado sino simplemente eliminado. Por eso quieren matar a
Pablo. La nueva actitud de Pablo tiene el reconocimiento del propio Jesús que, puesto
a su lado, le exhorta a seguir dando testimonio: igual que lo ha dado en Jerusalén lo
deberá dar en Roma (23,11).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El relato que sigue sobre la conjura contra Pablo y su salida de Jerusalén es


lento y detallado (23,12-35). Aparece una fuerte contradicción entre el desorden judío
(conjura y asesinato) y el orden romano (el tribuno actúa de manera impecable).
Cuando el tribuno se entera de un complot para asesinar a Pablo (vv. 12-22), decide
enviar a su molesto prisionero al gobernador de Cesarea, donde Pablo podrá sentirse a
salvo. El tribuno da órdenes de que una nutrida y exagerada escolta (casi la mitad de
toda la guarnición romana de Jerusalén: unos 1000 soldados) acompañe a Pablo de
noche (vv. 23-25) y escribe al gobernador una carta al efecto (vv. 26-30). El grupo parte
y llega a Antípatris, población donde confluían los caminos provenientes del macizo
montañoso central y la carretera norte-sur que discurría por la llanura costera. Ahora
que han dejado las peligrosas montañas, lugar adecuado para una emboscada, se
sienten más tranquilos. Una escolta más bien reducida sigue el camino hacia Cesarea,
donde son entregados al gobernador la carta del tribuno y el prisionero.
El gobernador de Judea (cuyo título oficial en esa época es el de “procurador”)
era a la sazón Félix, un personaje histórico bien conocido, que debía su posición a su
hermano Palas, ministro de finanzas del emperador Claudio. En nuestro relato, Félix, al
enterarse de que Pablo era de Cilicia, decidió concederle una audiencia cuando
llegaran sus acusadores y ordenó que lo retuvieran en el palacio de Herodes (desde
luego, no en los apartamentos reales: vv. 31-35).

.- B) PABLO EN CESAREA (24,1-26,32)


.- b.1. Pablo y Félix (24,1-27)
Cinco días más tarde bajaron a Cesarea los acusadores de Pablo: el Sumo
Sacerdote Ananías y algunos ancianos. Habían contratado los servicios de un abogado
llamado Tértulo (vv. 1-2). El abogado, usando un lenguaje típico de las cortes de
justicia de la época (vv. 3-8), acusa a Pablo de ser una “peste” (“plaga”) que ha
suscitado violentas discusiones entre los judíos por todo el mundo (cf. 17,6) y un
dirigente de la secta de los “nazarenos”. Dice que fue capturado cuando intentaba
profanar el Templo, y que las autoridades judías estaban a punto de juzgarle conforme
a su Ley, cuando el tribuno Lisias se lo arrebató por la fuerza, diciéndoles que elevaran
sus quejas al gobernador. Tértulo termina diciendo que el gobernador puede verificar
todas las acusaciones, lo que confirman el resto de los acusadores (v. 9).
En su respuesta (la segunda apología paulina, vv. 10-21) Pablo confiesa que
hace poco que ha llegado a Jerusalén, que no ha discutido con nadie ni provocado
alborotos en el Templo o en otro lugar, y que sus acusadores no pueden probar
ninguno de los cargos. No hace sino servir a Dios según “el camino que ellos llaman
secta”, creyendo todo lo escrito en la Ley y en los Profetas, y cultivando la misma
esperanza que “esta gente” en la resurrección futura de justos y malvados. Tras una
ausencia de varios años, ha venido a traer limosnas y a hacer sacrificios. Cuando lo
encontraron en el Templo, se había purificado y no estaba provocando ningún
tumulto. Sus verdaderos acusadores son judíos de Asia que deberían estar aquí ante él
(la ley romana veía con malos ojos que la gente presentara cargos y después no
acudiera a enfrentarse con el acusado). Lo único que pueden tener contra él sus
acusadores actuales es su confesión ante el Sanedrín: que estaba siendo juzgado por
creer en la resurrección de los muertos. Pablo se presenta así no sólo como un judío

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FACULTAD DE TEOLOGÍA – BENEDICTO XVI
HECHOS DE LOS APÓSTOLES

perfecto sino como un fariseo consecuente, que se esfuerza por tener una conciencia
limpia ante Dios y el pueblo. Probablemente Lucas está reconstruyendo fielmente la
realidad histórica de Pablo, pero también defendiendo a Pablo ante la Iglesia de su
tiempo. En el juicio contra Pablo hay un enfrentamiento aparente entre judaísmo y
movimiento cristiano, y Roma aparece como garante de la supervivencia del
cristianismo. En profundidad, sin embargo, las cosas no son así: por un lado, el
cristianismo es presentado en armonía y en continuidad con la religión judía (incluso
identificado con el fariseísmo); por otro, el sistema romano es presentado como
corrupto (Pablo es declarado inocente y no es puesto en libertad; Félix espera dinero
de Pablo; además, Félix es presentado como un perverso, que no soporta que le
hablen de justicia, de dominio propio y menos de juicio futuro: 24.25). El
enfrentamiento de fondo presente en el relato es entre el judeo-cristianismo y una
alianza de judíos y romanos corruptos. El judeo-cristianismo es realmente fiel a la Ley y
a los Profetas, y respetuoso del orden romano. Los que buscan eliminarlo son los
Sumos Sacerdotes y judíos principales, que no respetan la Ley y los Profetas, y la
corrupción romana, que no respeta el orden de los Césares.
Félix no quiso tomar una decisión hasta que llegase el tribuno Lisias (v. 22),
pero lo cierto es que ya no se habla más del tribuno. Hasta ese momento, Pablo
tendría que estar bajo custodia, aunque gozaría de cierta libertad y podría ser visitado
por sus amigos (v. 23). Unos días después, en una escena que recuerda a Herodes
Antipas y Juan el Bautista (cf. Mc 9,20), Félix y su esposa Drusila, hija del rey judío
Agripa I, mandaron llamar a Pablo para que les hablase algo más de su fe en Jesucristo.
Pero a Félix no le gustó lo que dijo de la justicia, el dominio propio y el juicio futuro, y
lo despidió. Siguió, sin embargo, manteniendo conversaciones con Pablo (esperando,
escribe Lucas, que le diese dinero, sin duda como soborno para dejarlo marchar [vv.
24-26]). Como resultado, Pablo seguía preso en Cesarea cuando Félix fue sustituído por
Porcio Festo. Félix dejó a Pablo en la cárcel (para congraciarse, comenta Lucas, con los
judíos).
.- b.2. Pablo apela al emperador (25,1-12)
Festo decidió resolver el caso de Pablo sin más dilación y lo planteó a las
autoridades judías con ocasión de su primera visita tras tomar posesión del cargo. Las
autoridades pidieron que fuera trasladado a Jerusalén, pues querían tenderle una
emboscada y matarlo (cf. 23,12-15), pero Festo insistió en que deberían bajar a
Cesarea y acusar a Pablo allí (vv. 1-5). Pocos días después abrió Festo el caso en
Cesarea. Las autoridades judías presentes lanzaron contra Pablo “muchas y graves
acusaciones”. El apóstol respondió diciendo que no había cometido ningún crimen, ni
contra la Ley judía, ni contra el Templo, ni contra el emperador (vv. 6-8). Festo, por
congraciarse con los judíos, preguntó a Pablo si estaba dispuesto a subir a Jerusalén y
ser juzgado allí. Pablo exigió primero ser escuchado por el gobernador de Cesarea;
después apeló al emperador. Festo consultó a su consejo y decidió que presentara su
caso ante la corte imperial de Roma (vv. 9-12). La apelación a Roma no es simplemente
una decisión táctica o de conveniencia, sino un acto de fe de Pablo, que ve como
voluntad de Dios conservar su vida para dar testimonio en Roma, como Jesús se lo
había revelado (23,11): de ahí el uso del “es preciso” (dei) en el v. 10, que expresa
sometimiento a la voluntad de Dios (cf. 19,21; 27,24). Por lo demás, hay un claro
paralelismo entre el proceso de Jesús (según Lc 23) y el proceso de Pablo. Jesús

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

comparece dos veces ante Pilato y Pablo es juzgado por dos procuradores (Félix y
Festo); la comparecencia de Jesús ante Herodes tiene su correspondencia, como
veremos, en la de Pablo ante Agripa. Jesús calla ante Pilato y Herodes; Pablo hace una
triple defensa, pero ambos son fieles a la voluntad del Padre: Jesús es fiel callando,
Pablo es fiel apelando al César.
.- b.3. Pablo y Agripa II (25,13-26,32)
Jesús había predicho que sus discípulos serían llevados ante consejos,
gobernadores y reyes (Lc 21,12). Pablo ha comparecido ante el Sanedrín y ante dos
gobernadores romanos. Ahora es conducido ante el rey Agripa II, hijo de Agripa I, el
que había perseguido a los jefes de la iglesia de Jerusalén (cf. 12,1-3). El episodio nos
trae a la memoria que en la pasión de Jesús según Lucas (23,6-12) Jesús fue enviado
por Pilato a Herodes Antipas, tío abuelo de Agripa II.
Este rey, que gobernaba sobre ciertos territorios del norte del país, llegó a
Cesarea con ánimo de saludar al nuevo gobernador romano, acompañado de su
hermana Berenice (su relación era motivo de escándalo entonces). Dado que Agripa
era la cabeza secular de la religión judía, con poder para nombrar Sumo Sacerdote,
Festo aprovechó la oportunidad y sacó el tema de Pablo. Hizo un breve resumen del
caso, admitiendo que los cargos presentados no eran serios, sino sólo “cuestiones
referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto, a quien Pablo cree vivo”.
Como Pablo había apelado al emperador, Festo había ordenado que lo trasladasen a
Roma (vv. 13-21). Agripa dice a Festo que hacía tiempo que quería escuchar a ese
hombre, a lo que el gobernador le responde que pronto tendrá ocasión de hacerlo (v.
22; cf. Lc 23,8).
Al día siguiente hubo una audiencia solemne en la que Pablo es conducido ante
Festo, Agripa y Berenice. Festo recuerda una vez más que las autoridades judías han
pedido la muerte de Pablo, pero confiesa que él no ha encontrado nada en el apóstol
que merezca la pena capital (cf. Lc 23,4.14). Y le pide a Agripa que le interrogue por ver
si le puede proporcionar material para redactar la carta que debe enviarle al
emperador (vv. 23-27).
Agripa le concede la palabra a Pablo (26,1) y aquí comienza la tercera apología
de Pablo (la primera fue ante el pueblo judío en 22,1-21 y la segunda ante Félix en
24,10-21). En la 1ª y 3ª apologías se incluye el relato de la conversión de Pablo. En la
última, ante el rey Agripa, que es el último discurso en el libro de Hechos, tienen un
lugar destacado las palabras que Jesús resucitado dijo a Pablo en su encuentro camino
de Damasco (vv. 14-18). Tras la introducción habitual, orientada a llamar la atención
favorable del auditorio (en el caso de Agripa apelando a su conocimiento del judaísmo,
vv. 2-3), Pablo relata una vez más la historia de su vida y misión. Vuelve a insistir en su
cualidad de judío, presentando al cristianismo no como una religión distinta del
judaísmo sino como su continuación y cumplimiento. Pablo fue educado como fariseo
(vv. 4-5; cf. Flp 3,5). Ahora está siendo juzgado por creer en la resurrección, que no es
otra cosa que el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a las doce tribus de Israel
(vv. 6-9). El lector de los Hechos tiene aquí la respuesta a la pregunta formulada a
Jesús resucitado por sus discípulos en Hch 1,6.
Pablo cuenta una vez más la historia de su conversión, de cómo pasó de ser un
perseguidor a creer en Jesús (vv. 9-15). Esta vez subraya que, en el momento de su

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

conversión, se le dijo que se dedicara a su propio pueblo y a los gentiles (cf. Gal 1,16).
Pablo ha sido fiel a esta misión en Damasco, Jerusalén, Judea y entre los gentiles,
predicando el arrepentimiento, la conversión y las buenas obras (vv. 19-20). Por esa
razón fue atacado en el Templo (v. 21). De hecho se limitó a decir lo que Moisés y los
profetas dijeron que iba a suceder: que el Mesías debía sufrir y que, al ser el primero
en resucitar de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles (vv. 22-23;
cf. Is 49,6).
La reacción a la apología de Pablo (26,24-29) es que Festo interrumpe el
discurso diciendo que Pablo estaba loco, pero éste aseguró que hablaba la pura verdad
y trató de que Agripa confirmara sus palabras. Pero el rey, sin duda con ironía, dijo que
Pablo casi le había convencido para hacerse cristiano. Pablo respondió con seriedad,
pero con un rasgo de humor, que le gustaría que todos sus oyentes fuesen como él,
aunque sin las cadenas. La audiencia se dio por concluida, y los magnates se retiraron
comentando entre sí que Pablo no merecía la muerte o la cárcel, y que, de no haber
apelado al emperador, podía haber sido puesto en libertad (vv. 30-32). Así quedó todo
preparado para el viaje de Pablo a Roma.

2.3. PABLO, CAMINO DE ROMA; MISIÓN FINAL EN ROMA (27,1-28,31)


.- a) Pablo, camino de Roma (27,1-28,14) (año 58)
El viaje a Roma tiene tres partes: de Cesarea a Malta (27,1-44), en Malta (28,1-
10) y de Malta a Roma (28,11-14). En 27,1 reaparece el “nosotros”, que había
desaparecido desde 21,26 cuando Pablo se somete a la comunidad judeo-cristiana de
Jerusalén. Ahora que Pablo abandona Cesarea irrumpe el “nosotros”, que aompaña a
Pablo durante todo el viaje y que desaparece justo cuando Pablo, al entrar en Roma,
convoca a las autoridades judías (28,16).
Pablo viaja a Roma en compañía de otros prisioneros y de algunos amigos,
custodiados por un centurión llamado Julio, que resultó ser otro de los “buenos
centuriones” que encontramos en el NT (vv. 1-3; cf. Lc 7,1-10; 24,47). Navegan por la
costa occidental y septentrional de Chipre; después, en dirección oeste, por la costa
meridional de Asia Menor; posteriormente, en dirección sudoeste, hacia la costa
meridional de Creta (vv. 4-8). Se nos dice en el libro que esta ruta tan irregular se debió
a los vientos contrarios, probablemente del noroeste, muy normales en el
Mediterráneo oriental durante la mayor parte del verano.
Al llegar a Buenos Puertos, en Creta, los viajeros tuvieron que decidir si seguían
adelante. Ya había pasado el Día de la Expiación (“el ayuno”), que caía a finales de
septiembre o en octubre, y con él el buen tiempo y la época de navegación segura por
el Mediterráneo. Pablo predijo que corrían peligro las vidas, el barco y la carga, y era
partidario de interrumpir la navegación. Pero el piloto y el propietario de la
embarcación querían llegar a algún puerto donde poder pasar el invierno, y pensaron
en Fenice, un puerto cretense orientado hacia el sudoeste y el noroeste. También el
centurión estaba deseoso de continuar el viaje, y prevaleció su opinión (vv. 9-12).
El inicio del invierno en el Mediterráneo oriental se caracterizaba por la
formación de repentinas tormentas. En tales circunstancias, abandonar la costa
meridional de Creta suponía exponerse a fuertes vientos del norte, que soplaban

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

desde la zona montañosa que discurre paralela a la costa. Aunque al principio el viento
era favorable a la travesía entre Buenos Puertos y Fenice, pronto arreció y no tuvieron
más remedio que dejarse llevar a la deriva (vv. 13-15). Este episodio de la tormenta en
alta mar constituye uno de los pasajes más coloristas del libro de los Hechos. El autor
se fija en los detalles y utiliza con precisión la terminología naútica, aunque
transmitiendo al mismo tiempo un clima de drama y emergencia (vv. 16-37).
Pablo juega un papel decisivo en dos momentos. En su primera intervención
(vv. 21-26) hace una referencia excusable a la advertencia que había hecho de “no
zarpar de Creta”, pero no se limita a decir que sus predicciones se habían cumplido.
Exhorta a la tripulación y a los pasajeros a que conserven el buen ánimo. Ahora sabe
que sólo se perderá el barco, no sus vidas, pues un ángel le ha asegurado en una visión
que acabará compareciendo ante el emperador. Seguro que encallarán en alguna isla.
De hecho, pronto presintieron la proximidad de la costa, y Pablo frustra un
intento de los marineros de abandonar el barco (vv. 27-32). Pablo animó a todos a que
comiesen para recuperar las fuerzas. Él mismo tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y
comió. Todos (el número varía entre 76 y 276) siguieron su ejemplo (vv. 33-38). Esta
comida tiene tonalidades eucarísticas, y hasta el barco se convierte por un momento
en símbolo de la Iglesia zarandeada por olas tormentosas, pero ofreciendo seguridad a
quienes van a bordo.
La nave encalló finalmente y empezó a resquebrajarse por la popa. Los
soldados intentaron matar a los prisioneros para evitar que escaparan, pero el
centurión se lo prohibió para salvar a Pablo y organizó la operación para poder llegar
salvos a tierra (vv. 39-44).
El barco había encallado en una isla llamada Melita, normalmente identificada
con Malta. Sus habitantes trataron con amabilidad a los supervivientes, algo inusual en
casos de naufragio (vv. 1-2). Se quedaron profundamente impresionados cuando Pablo
salió ileso de la mordedura de una víbora (vv. 3-6). Pablo curó al padre de Publio,
gobernador de la isla, y a otros enfermos (vv. 7-9; cf. Mc 16,18). Cuando llegó el
momento de partir, los isleños suministraron a Pablo y a sus compañeros (hemos
perdido de vista a Julio, a los soldados y a los otros prisioneros) provisiones para el
viaje (v. 10). Una vez que pasó el invierno, Pablo y sus compañeros pudieron navegar a
Sicilia y después a Pozzuoli, al sur de Nápoles (vv. 11-13). Allí encontraron a algunos
cristianos, con los que estuvieron antes de continuar hacia Roma. La última etapa del
viaje se parece a una marcha real: cristianos llegados de Roma salen a su encuentro y
lo escoltan hasta la ciudad. “Y así llegamos a Roma” (v. 14).
.- b) Pablo en Roma (28,15-31) (años 58-60)
Una vez que el apóstol está en Roma, se nos recuerda que, a pesar de todo,
sigue siendo un prisionero, aunque se le permite vivir en un domicilio privado
custodiado por un soldado (v. 16).
El principal interés de Pablo es entrar en contacto con los líderes de la
comunidad judía de Roma, a los que invita a reunirse con él. Les explica que no ha
cometido ofensa alguna contra “nuestro pueblo o las costumbres de nuestros
antepasados”. Había sido entregado a los romanos (no dice por quién), pero éstos
quisieron liberarlo al no encontrar en él un crimen capital. Sólo cuando “los judíos”

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

protestaron por su liberación, se vio obligado a apelar al emperador (y deja claro, sin
embargo, que no tiene nada en contra de su propia nación). Deseaba encontrarse con
los líderes judíos de Roma porque “llevo estas cadenas a causa de la esperanza de
Israel” (vv. 17-20). Ellos le dijeron que no habían recibido de Judea informes sobre él,
pero que les gustaría saber algo más de “esta secta” contra la que tanto se habla por
todas partes (vv. 21-22).
El día en que determinaron los líderes de la comunidad judía de Roma volver a
visitar a Pablo, y desde la mañana hasta la tarde, el apóstol “dio testimonio del Reino
de Dios y trató de ganarlos para Jesús con argumentos de la Ley de Moisés y de los
Profetas” (v. 23). Como ocurrió con frecuencia en el pasado, algunos se convencieron y
otros se negaron a creer (v. 24). Cuando estaban a punto de irse, Pablo citó Is 6,9-10
para explicar su falta de entendimiento (cf. Mt 13,14; Mc 4,12; Jn 12,39-40) y les dijo
“ESTA SOLA COSA”: que esta salvación de Dios había sido ofrecida a los paganos,
porque seguro que ellos la escucharían (vv. 25-28). Esta predicción, viniendo de donde
viene, parece contemplar una Iglesia compuesta cada vez más por gentiles, como ya
resultaba evidente a Lucas.
El libro de los Hechos termina con el arresto domiciliario de Pablo en Roma.
Durante dos años recibe a cuantos acudían a él, proclamando el Reino de Dios y
enseñando todo lo referente al Señor Jesucristo (vv. 30-31): la evangelización
doméstica, tan presente en Hechos (inclusión de “casa”: vv. 16 y 30; la casa es un
espacio claramente eclesial). Las últimas palabras del libro (“con toda libertad y sin
obstáculos”) pueden ser programáticas para todos los predicadores del Evangelio.
Lucas interrumpe aquí esta historia inacabada (nada se nos dice del destino
personal de Pablo). Tal hecho parece implicar que la historia que nos cuenta, la de la
difusión de la Buena Nueva de Jesucristo, no podía terminar con el apóstol. Y, de
hecho, esa historia llega a nuestros días y se proyecta hacia el futuro cuando la Iglesia
trata de cumplir el encargo de Jesús en su ascensión: “sed mis testigos hasta los
confines de la tierra”. Es el triunfo final de la misión, el triunfo final del Espíritu.

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