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HECHOS DE LOS
APÓSTOLES
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HECHOS DE LOS APÓSTOLES
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El libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch) fue escrito por los años 80-90 d.C,
posiblemente en Éfeso. La tradición reconoce como autor del Tercer Evangelio y de
Hechos a Lucas. El contenido del libro cubre el llamado período apostólico (30-70 d.C):
comienza con la Resurrección de Jesús (año 30) y termina con la actividad de Pablo en
Roma (años 58-60). Lucas escribe su obra en el momento en que se institucionalizan
los diferentes modelos de Iglesia y ofrece su obra como un conjunto de claves a tener
en cuenta para que la organización eclesial responda a la experiencia de Jesús y de las
primeras comunidades, pues es la institución de la Iglesia, no su institucionalización, la
que está unida al Jesús histórico.
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Lucas escribe Hch en los años 80-90 cuando se institucionalizaban los diferentes
modelos de Iglesia. La aportación de Lucas a dicho proceso es, justamente, atender a
estas tres claves fundamentales de los orígenes, porque los orígenes deben ser
atendidos si se quiere ser fiel a quien los originó, a Jesús (cf. 1Jn 1,1-4). Así, Hch
constituye una perspectiva específica, una metodología, un espíritu, un modelo o
paradigma para la institución e institucionalización de la Iglesia, de entonces y de
todos los tiempos.
Para nosotros éstas serán, pues, las claves hermenéuticas de interpretación del
libro de los Hechos:
1.- Desde la perspectiva del Espíritu Santo: todo el libro hay que interpretarlo
como “Evangelio del Espíritu”, buscando descubrir la presencia y la acción del Espíritu
Santo en toda la narrativa de Hch. La referencia al Espíritu Santo será la clave
hermenéutica fundamental para nuestra interpretación de Hch, dando a tal
interpretación la misma intencionalidad de Lucas: reconstruir el movimiento de Jesús
como movimiento del Espíritu Santo, como una perspectiva concreta y específica para
la construcción de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas, hoy.
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de los apóstoles (la memoria de Jesús) y donde se puede vivir la koinonía (tenían todo
en común), la diakonía (no había pobres entre ellos) y la Eucaristía (Hch 2,42-47). Esta
será la tercera clave hermenéutica: la reconstrucción del movimiento de Jesús como
construcción de comunidades domésticas, como una perspectiva concreta y específica
para la construcción de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas, hoy.
Para poder tener una idea global del texto, he aquí una estructura literaria que
nos permitirá hacer una “primera lectura” organizada del libro.
Introducción: 1,1-11
Narración en 4 actos:
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El libro de los Hechos nos ofrece una perspectiva para renovar en la actualidad
la Iglesia. Desde esa perspectiva, nosotros tenemos que repensar una y otra vez
nuestras propias comunidades. Si Lucas escribió Hch para tener una perspectiva, una
metodología o un paradigma para, en su época, institucionalizar el movimiento de
Jesús, nosotros también hoy podemos con la misma intención confrontar nuestra
Iglesia actual y nuestras comunidades con el movimiento de Jesús tal como lo
reconstruye Lucas. El libro de los Hechos es, pues, un instrumento privilegiado para
promover las reformas necesarias, la actualización precisa, la revitalización urgente de
la comunidad cristiana, a condición de que lo hagamos con el espíritu con que Lucas
escribió.
En este sentido, es importante destacar las tres claves de interpretación,
porque así las presenta el autor: la dimensión del Espíritu, la dimensión misionera y la
dimensión de pequeñas comunidades. Así seremos fieles a la perspectiva fundamental
de Lucas. ¿Cómo hacerlo? Este es el reto fascinante que nos debe preocupar y ocupar.
Adelante.
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LA ASCENCIÓN (1,9-12)
El relato de la ascensión de Cristo a los cielos en los Hechos discurre paralelo a
Lc 24,50-51, pero mientras el primer texto demuestra que Jesús resucitado es Sumo
Sacerdote y Rey (cf. Sal 110,1-4; Heb 8,1; 10,11-13), el segundo se fija en otros
detalles, pues trata de describir a Jesús como el Nuevo Elías y como Hijo del Hombre.
La ascensión de Jesús a los cielos recuerda inevitablemente la de Elías en 2Re 2,1ss. De
hecho, los ángeles aplican a Jesús en Hch 1,11 las mismas palabras de 2Re 2,11 (LXX).
Según las ideas judías, Elías había de volver para preparar al pueblo de Dios para el Día
del Señor (Mal 3,23s) y para restaurar las tribus de Jacob (cf. Eclo 48,10). También hay
una referencia a Dn 7,13-14, donde “uno semejante a un hijo de hombre” viene sobre
las nubes del cielo y es llevado a la presencia de Dios, que le concede una realeza sin
fin sobre todos los pueblos. Éste es el significado de la nube que en v. 9 oculta a Jesús
de la vista de los apóstoles, introduciéndolo en la presencia de Dios, donde recibe el
poder real.
EL MOVIMIENTO DE JESÚS EN JERUSALÉN: Hch 1,12-5,42
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pues, que “Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros
cricificasteis” (v. 36). Éste fue el tema constante de la predicación de los primeros
discípulos.
Pedro utiliza tres textos bíblicos en su discurso: Joel 3,1-5; Sal 16, 8-11 y Sal
110,1. El discurso ha sido compuesto por Lucas, pero recoge la tradición histórica de la
primera generación cristiana, especialmente la forma cómo se interpretaba la Biblia
Hebrea. Ninguno de los textos bíblicos citados se refiere a lo que la comunidad está
viviendo: la resurrección y exaltación de Jesús y los hechos de Pentecostés. Sin
embargo la comunidad interpreta los hechos a la luz de las Escrituras, con lo que la
realidad que viven y los textos que citan adquieren un nuevo sentido: los hechos
interpretan las Escrituras y éstas explican los hechos; en esta hermeneútica apostólica
los textos son leídos e interpretados con bastante libertad. Así, el texto de Joel,
matizado convenientemente, nos sitúa en los últimos días, es decir, en tiempo
apocalíptico y escatológico, inaugurado por la resurrección de Jesús y manifestado en
Pentecostés. Las señales expresadas son las típicas para manifestar la llegada de ese
tiempo. Por su parte, el Salmo 16 no se refiere al Mesías ni a la resurrección, sino que
trata del hombre perseguido que pone toda su confianza en Dios. Pero Pedro lo aplica
a Jesús, reconstruyendo el sentido del salmo e interpretando lo ocurrido con Jesús a la
luz de la Escritura.
Las palabras de Pedro “traspasaron el corazón” de sus oyentes, que le
preguntan a él y a los demás apóstoles “¿qué tenemos que hacer, hermanos?” (v. 37):
la gente ya no podía seguir viviendo y comportándose como lo había hecho. Pedro les
dice que se arrepientan y que se bauticen en el nombre de Jesucristo y así recibirán el
perdón de sus pecados y el don del Espíritu Santo (v. 38). La promesa de Dios es para
ellos y para sus hijos. Pero también “para todos los de lejos” (v. 39, cf. Is 57,19): judíos
de la diáspora y no judíos: la salvación es el don libre de Dios, y Dios llama libremente a
ella a los que quiere. Ya no depende de pertenecer a una raza o nación. Los oyentes de
Pedro “aceptaron lo que dijo y fueron bautizados. Ese mismo día se les agregaron unas
3000 personas” (v. 41): ha empezado la cosecha y hay una rica mies en espera de ser
segada.
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Los vv. 44-45 constituyen un sumario que parece remontarse a una época
anterior a la de Lucas, y que describe los primeros días de vida de la Iglesia naciente.
Según el v. 44 “todos los creyentes vivían unidos” (tb. 1,15; 2,1). Obviamente serían
muchos menos que los 3000 de 2,41 (como mucho los 120 mencionados en 1,15). Al
vivir juntos, los primeros cristianos practicaban una absoluta comunidad de bienes. Los
discípulos ponían así en práctica las instrucciones de Jesús de desprenderse de las
posesiones para dárselas a los pobres (Lc 12,33-34).
Al final de su evangelio, Lucas nos dice que, tras la Ascensión, los discípulos
“estaban continuamente en el Templo alabando a Dios” (24,53). En Hch 2,46-47 recoge
esa breve información y la amplía. Se nota un cierto optimismo en “tener el favor del
pueblo” y una cierta selección en “los que habían de salvarse”: ambos puntos
requerirían un tratamiento más específico.
MANIFESTACIÓN DE LA COMUNIDAD EN JERUSALÉN (3,1-4,31)
Este bloque constituye una narración en 4 actos, bien estructurados: acción-
anuncio-reacción-‘contrarreacción’: curación de un tullido (3,1-10); anuncio de la
resurrección de Jesús (3,11-26); represión de las autoridades (4,1-22); reunión de la
comunidad (4,23-31). La fuerza de este relato está en la totalidad y queda difuminada
y rota cuando se diferencian e interpretan separadamente las partes. El relato, con
base histórica, es una composición redaccional, donde cada elemento histórico del
relato adquiere una dimensión simbólica, constituyendo un paradigma de actuación
misionera para nosotros.
La historia comienza cuando Pedro y Juan se dirigen al Templo para la oración
de la hora nona (hora de la muerte de Jesús), la hora del sacrificio vespertino (Ex
29,38-42; 2Cr 31,3). Da la impresión de que los discípulos aún están integrados en la
organización litúrgica del Templo. Pero se encuentran con un tullido y esto les cambia
el programa, con la urgencia de atender a un necesitado. Un juego de miradas,
intensamente presentado, evoca el encuentro y Pedro cura al hombre “en nombre de
Jesucristo el Nazareno”. Éste es el núcleo de la narración (3,6.16; 4,7.10.17.30). Jesús
significa “el Señor salva”: la curación del tullido es la señal de que ha dado comienzo
una nueva era en la que Dios salva a los seres humanos a través de Jesús. Éste punto se
refuerza a continuación con frecuentes referencias al nombre de Jesús y a la acción
salvífica de Dios. Hch 3 tiene semejanzas con Is 35 (“el cojo brincará como un ciervo”,
Is 35,6) en expresiones como “alegrarse”, “Dios viene a salvar” o “fortalecer las rodillas
vacilantes”. Is 35 trata de la vuelta de los judíos del destierro de Babilonia, vivida como
un nuevo Éxodo: también la salvación de Jesús es un nuevo (y definitivo) Éxodo, que se
constituye en salvación “externa” de las condiciones que ‘paralizan’ al hombre y
además en salvación “interna”: según las normas de santidad del Templo, ciegos,
tullidos y otras personas con defectos físicos eran ritualmente impuros y no podían
entrar en él (Lv 21,18; cf. 2Sm 5,8). Gracias al nombre de Jesús, el tullido queda libre
de su impureza y tiene acceso al Templo, a la casa de Dios. Jesús nos libera de la
impureza moral del pecado y nos capacita de estar en la ‘casa de Dios’.
Otro simbolismo estriba en el gesto de Pedro de tomar al tullido de la mano y
ayudarle a levantarse. Esta imagen recrea la de Mc 9,7 donde Jesús, después de la
Transfiguración, cura a un joven epiléptico. Sugiere un paralelismo entre Pedro y Jesús.
La conclusión de esta primera parte de la narración es distinta a la de 2,43: del miedo
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que provocan los hechos prodigiosos entre los discípulos se pasa al “estupor y
asombro” (3,10.11) de todo el pueblo (3,9.11).
Pedro aprovecha la reunión de la gente (‘todo el pueblo’ parece excesivo) para
dirigirles la palabra, dejando bien claro que la curación no ha sido obra del propio
poder, sino que se ha realizado en virtud del nombre de Jesús (v. 12 y 16, que hacen de
inclusión a la 1ª parte del discurso). En medio (vv. 13-15) está es testimonio de Pedro:
el pueblo entregó a Jesús, renegó de él ante Pilato y lo mató, pero Dios lo resucitó. De
esto son testigos Pedro y los apóstoles.
Al llamar a Jesús “siervo” de Dios (v. 13), Pedro lo identifica con el “Siervo del
Señor”, personaje central de unos sorprendentes y magníficos poemas del
Deuteroisaías, con una misión liberadora pero peligrosa. Los primeros creyentes vieron
que Jesús realizaba en su persona la misión y el destino de la misteriosa figura del AT.
Decir que Jesús es Santo (v. 14) significa que ha sido consagrado, es decir,
apartado por Dios para cumplir una misión, como el Siervo del Señor (Is 49,5) y el
profeta Jeremías (Jr 1,5). Jesús el siervo es el Santo porque es el profeta, el consagrado
desde el seno materno y enviado al mundo para comunicarle las palabras salvadoras
de Dios.
Is 53,11 menciona juntos los títulos de Siervo y Justo. A la muerte de Jesús, el
centurión declara, en el evangelio lucano, “verdaderamente éste era un hombre justo”
(Lc 23,47) (contra Mt y Mc que escriben no ‘justo’ sino ‘hijo de Dios’). La relación entre
los dos títulos aparece en Sab 2,18 donde el ‘hombre justo’ es el ‘hijo de Dios’ en el
sentido de quien goza de una especial protección de Dios. Todo el pasaje de Sab 2,12-
3,9 adquiere su pleno significado a la luz de la muerte y resurrección de Jesús (como
subraya Pedro en Hch 3,14-15), pues describe al justo entregado a la muerte por los
malvados, pero reivindicado por Dios. Queda presentado Jesús como el dispuesto a
cumplir la misión para la que fue elegido y santificado por Dios: liberar a todos los
seres humanos de los poderes del mal que dominan el mundo.
La segunda parte del discurso (vv. 17-26) nos sitúa en los ambientes proféticos
(hasta 6 veces aparece la palabra ‘profeta’): Pedro presenta la conversión a Jesús, el
Mesías muerto y resucitado, como la opción más coherente con toda la tradición
profética de Israel. Un tema espinoso: mientras que la conversión pedida por Jesús es
consecuencia de la llegada del Reino (cf. Mt 4,17; Mc 1,14-15), la conversión pedida
por Pedro es condición para “el tiempo de la consolación” (Hch 3,19-21). En todo caso
la comunidad que sigue a Jesús es el verdadero pueblo de Israel, el auténtico pueblo
de Dios fiel a sus promesas. Y de igual forma que los antiguos profetas habían
exhortado al pueblo a abandonar la idolatría y volver a Dios, prometiendo que Dios los
devolvería a su propia tierra (cf. Is 43,25; Jr 16,14-15; 23,7-8; 24,5-7; 50,19-20; Os
11,11), así también ahora hay que convertirse de nuevo para que se disfrute de una
nueva acción salvífica de Dios.
La reacción de las autoridades del Templo no se hace esperar, interrumpiendo
el discurso de los apóstoles (4,1-22). En el texto descubrimos la estructura siguiente:
a: reacción de las autoridades y del pueblo al discurso de Pedro (vv. 1-4)
b: primer testimonio de Pedro (vv. 5-12)
a’: reacción de las autoridades (vv. 13-17)
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se hacía en concreto para que “ninguno de sus miembros pasara necesidad”: los que
tenían tierras o casas solían venderlas y llevaban a los apóstoles el dinero que les
daban por ellas, que a continuación era distribuido entre los más necesitados. Si
comparamos este texto con Hch 2,45 vemos inmediatamente la diferencia. En este
último pasaje los discípulos no hacían más que cumplir el mandato de Jesús de vender
lo que tenían y dárselo a los pobres, fueran éstos quienes fueran. Ahora todo tiene
lugar dentro del grupo mismo. Para ayudar a los pobres de la comunidad existe un
fondo administrado por los apóstoles, que supervisan también la distribución a los
necesitados. Antes, quienes vendían sus posesiones daban directamente a los pobres
su ayuda. Ahora llevan el precio de la venta a los apóstoles. El crecimiento de la
comunidad exige una estructura más definida: los apóstoles establecen un nuevo
ministerio, parecido al de los episkopoi (literalmente, “supervisores”) de la Iglesia
primitiva, encargado de los bienes de la comunidad y previsor de las necesidades de
viudas y huérfanos.
En el centro del sumario está lo fundamental (v. 33): los apóstoles daban
testimonio con gran poder de la resurrección de Jesús [y gozaban todos de gran
simpatía: la traducción puede matizarse]. El versículo retoma el eje central de los
Hechos, ya aparecido en 1,8; 2,32; 3,15 y punto culminante del testimonio de Pedro y
Juan ante el Sanedrín.
Lucas nos diseña un cuadro idílico, pero ¿hasta qué punto es realista? De hecho
da a entender, mediante dos ejemplos contrarios, que la realidad era menos perfecta.
En 4,36-37, Bernabé actúa conforme a lo que se acaba de decir respecto al
grupo como tal. Bernabé es una persona muy importante en los orígenes del
cristianismo. Su nombre era José, pero los apóstoles lo llaman “Bernabé”, que significa
“hijo de la consolación” o “hijo de la exhortación”. El sobrenombre es importante,
porque revela la identidad y la función de una persona. José es considerado por su
habilidad (“hijo de”) para consolar, exhortar, profetizar: es un hombre del Espíritu. Es
levita y originario de Chipre; es decir, un judío de la diáspora (muchos judíos de la
diáspora compraban un campo en Jerusalén por motivos religiosos, para estar más
ligados a la tierra santa). Aparece en 9,27 presentando a Saulo a los apóstoles; en
11,22-30 como enviado de la iglesia de Jerusalén a Antioquía; en 11,30 y 12,25 junto
con Saulo llevan una colecta a Jerusalén y regresan a Antioquía; en 13,1-3 Bernabé y
Saulo son escogidos por el Espíritu para la misión de la iglesia de Antioquía (13-14); en
15 son enviados por la iglesia de Antioquía a la asamblea de Jerusalén.
De Bernabé dice Lucas que “tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso
a los pies de los apóstoles” (4,37). Además del significado propio de esa acción, hay un
significado “simbólico” de romper con la institucionalidad judía para entrar en la nueva
comunidad misionera dirigida por los apóstoles.
A continuación Lucas cuenta la historia de Ananías y Safira (5,1-11), que revela
que el cuadro utópico del sumario anterior deja fuera las imperfecciones de la
comunidad. Esta pareja mintió sobre el precio obtenido con la venta de su propiedad,
quedándose secretamente con parte de él. De las palabras que dirige Pedro a Ananías
5,4) se deduce que los miembros de la comunidad no tenían obligación de vender sus
propiedades y que, en caso de que lo hicieran, tampoco tenían por qué entregar todo
el dinero recibido. El pecado de Ananías y Safira fue su mentira. De nuevo, la presencia
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a exigir total lealtad y absoluta obediencia. Pedro repite el kerigma (vv. 30-32): Dios ha
resucitado a Jesús, “a quien vosotros ejecutasteis”, para ser guía y Salvador, para que a
través de él se conceda a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. En los
extremos de la respuesta podemos señalar la inclusión que se produce con el verbo
denominativo “obedecer” (peitharjéo): es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres y Dios ha dado el Espíritu Santo a los que le obedecen. Estas frases connotan
dos cosas: el Sumo Sacerdote y los saduceos –máxima autoridad político-religiosa del
Templo y del pueblo de Israel- ya no representan la voluntad de Dios; la obediencia a
Dios implica desobediencia a las autoridades del Templo. Además, por obedecer a Dios
y no a ellos, los apóstoles han recibido el Espíritu Santo.
La reacción del Sumo Sacerdote y de los saduceos es violenta: “se consumían
de rabia y trataban de matarlos” (v. 33). Sin embargo, un fariseo notable (Gamaliel, de
quien se dice que fue maestro de Pablo; cf. 22,3) persuade al Sanedrín de que espere a
ver si este movimiento es de origen humano sin más, en cuyo caso fracasará como
otros muchos en el pasado, o si tiene su origen en Dios, en cuyo caso ellos estarían
luchando contra Dios (vv. 34-39). Gamaliel es un personaje bien conocido en la
literatura extra-bíblica: era nieto de Hillel, otro gran maestro conocido por su
interpretación flexible de la Ley (frente a Shammai). Gamaliel ejerció como maestro
entre el 25 y 50 Dc. Curiosamente, el mismo Sanedrín que condenó a muerte a Jesús es
el que salva de la muerte a los apóstoles, gracias a la intervención de un maestro de la
Ley fariseo; Jesús tuvo en su contra un Judas (discípulo); los apóstoles tienen a su favor
un fariseo. La defensa de Gamaliel tiene visos de historicidad: posiblemente los
apóstoles resistieron al Sumo Sacerdote y a los saduceos gracias al apoyo de los
fariseos, con Gamaliel a la cabeza. Esto explicaría lo que cuenta Lucas en Hch 15,3:
“algunos de la secta de los fariseos habían abrazado la fe”. Santiago, años después,
dirá a Pablo en Jerusalén: “Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han
abrazado la fe y todos son celosos partidarios de la Ley” (Hch 21,20).
Los apóstoles, después de ser azotados –su delito no podía quedar inmune- son
puestos en libertad, reciben una nueva advertencia y abandonan el Sanedrín
“contentos de haber tenido el honor de sufrir humillaciones a causa de aquel nombre”
(vv. 40-41).
Esta sección se cierra con un sumario conclusivo (v. 42) sobre la actividad de los
apóstoles proclamando la Buena Nueva de Jesucristo en el Templo y enseñando en
casas privadas. Hasta aquí la primera parte de Hechos: los apóstoles, urgidos a dar
testimonio hasta los confines de la tierra, aún no han salido de Jerusalén: el apoyo de
Gamaliel y la aprobación del Sanedrín deja a los apóstoles encerrados en Jerusalén.
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Todo esto sugiere que el motivo más profundo de disensión entre helenistas y
hebreos era la cuestión de la misión a los no-judíos. En un cierto momento del libro de
los Hechos somos testigos de una separación entre “los apóstoles”, que permanecen
en Jerusalén tras el martirio de Esteban (8,1), y otros que van de aquí para allá
predicando la Buena Nueva (8,4). En otras palabras, mientras los Doce se limitan a
evangelizar a los judíos en la Tierra Santa, los helenistas, y en particular los Siete, salen
a la diáspora y proclaman la palabra a samaritanos y gentiles. Tal separación de
misiones es confirmada por Pablo en Gal 2,7-9, y está simbolizada en el doble relato de
la multiplicación de los panes (Mt 14,20 – Mc 6,43 y Mt 15,34.37 – Mc 8,5.8). El texto
de Mt 10,5-6 parece reflejar una controversia sobre la legitimidad de una misión a los
no-judíos.
Una solución a los problemas que presenta el texto es suponer que Lucas juntó
dos hechos o tradiciones históricas distintas. Una más antigua, referida al problema
práctico del servicio a las mesas, y otra posterior, sobre el conflicto entre el grupo de
los hebreos y de los helenistas. Al unir ambas tradiciones, aparecen como
yuxtapuestas las dos soluciones: la aparente sobre el aumento del número de
servidores para liberar a los apóstoles, y la otra más profunda sobre la organización del
grupo de los helenistas para superar la discriminación. Otra solución, de tipo más
evolutivo, sería: los Siete en un principio habrían sido elegidos realmente para servir a
las mesas, pero muy pronto esta diaconía de las mesas los habría proyectado al
servicio profético de la Palabra y, así, lo que se dio en forma sucesiva, aparece en el
texto como una acción simultánea.
Podemos reconstruir la situación histórica pensando en que la defensa que hizo
Gamaliel de los apóstoles y el reconocimiento de ellos por parte del Sanedrín (5,34-
41), posiblemente reforzó al grupo de los hebreos en Jerusalén. Por eso el texto en 6,1
nos señala “por aquellos días”, es decir, por los días en que Gamaliel ve aceptada su
propuesta en el Sanedrín. La multiplicación de los discípulos en 6,1 se produciría
especialmente en el grupo hebreo, lo que haría inclusión con 6,7, donde se nos
informa de la multiplicación del grupo de los discípulos en Jerusalén y la conversión de
multitud de sacerdotes. Este reforzamiento del grupo de los hebreos habría llevado
consigo la marginación de los helenistas. Los apóstoles buscan superar el problema
convocando una asamblea para nombrar a Siete helenistas, “hombres de buena fama,
llenos de Espíritu y de sabiduría”, no sólo para solucionar el problema práctico de la
falta de servidores para las mesas, sino sobre todo para dar a los helenistas ‘carta de
presentación’ y legitimidad a su misión. Por eso Lucas acentúa tanto que los Siete,
especialmente Esteban, están llenos del Espíritu Santo (6,3.5.8.10.55). Y, en
consecuencia, así como el grupo hebreo tiene su dirección en los Doce apóstoles, los
helenistas la tienen en los Siete. Los apóstoles imponen sobre los Siete nuevos
dirigentes sus manos, como símbolo de entrega del Espíritu, para que los nuevos
elegidos compartan con los apóstoles la misión de conducir a la Iglesia: los 12 en
Jerusalén, los 7 en el compromiso primero con los pobres en la diaconía diaria, pero
muy pronto en el movimiento profético y misionero fuera de Jerusalén.
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compañía de alguien que explica las Escrituras, terminando con una celebración
sacramental), conducido por el Espíritu (v. 29), arrebatado por el mismo Espíritu (v.
39). Felipe se encuentra con el administrador de la kandake (no parece que se trate de
un nombre propio sino de un ‘título’ común a varias reinas -como ‘faraón’ o ‘césar’- de
la zona nilótica entre la primera y la sexta catarata, con capital Meroe) o reina de
Etiopía. Para los lectores de Lucas, su país de origen (al sur de Egipto) representaría
“los confines de la tierra” (cf. 1,8). Etíope si no judío, sí inclinado hacia la religión judía,
que iba leyendo el libro de Isaías y pide a Felipe que le explique Is 53,7-8 (forma parte
del 4º Cántico del Siervo Sufriente). Felipe le presenta a Jesús como aquel en quien se
cumple la profecía isaiana. Observamos que, en esta historia, las iniciativas son
tomadas por Dios y por el etíope: un ángel del Señor indica a Felipe el camino a seguir
(v. 26) y el Espíritu manda a Felipe acercarse al etíope (v. 29): es Dios quien autoriza la
apertura de la Iglesia a los gentiles. Como el relato previo de la curación del tullido,
también éste trata de la inclusión de los que previamente habían sido excluidos. El
etíope, como gentil que era, habría sido excluido de todo en Jerusalén, salvo de
permanecer en el atrio exterior del Templo (cf. Ez 44,9). Si el etíope era de hecho
‘castrado’ (‘eunuco’ había llegado a ser sinónimo de ‘cortesano’), también por ese
motivo (conforme a Dt 23,1) habría sido excluido de la asamblea sagrada de Israel.
Pero, al anunciar los últimos tiempos, Isaías había declarado que los extranjeros y los
eunucos que fuesen fieles a Dios serían aceptados por Él (Is 56,3-8). Así, al bautizar al
etíope, Felipe proclama que ha llegado la nueva era y que todos sin excepción pueden
entrar en la comunidad de los discípulos de Jesús. Igual que en el episodio del tullido
(3,1-10), descubrimos la presencia de Is 35, con sus símbolos del desierto, el agua en el
desierto, el camino que lo atraviesa y la alegría de los que viajan por él. La aceptación
del etíope es una ‘vuelta del destierro’ y una ‘liberación de la esclavitud’. Finalmente,
al decir que Felipe fue arrebatado (físicamente) por el Espíritu Santo, el v. 39a
pretende compararlo con Elías (cf. 1Re 18,12; 2Re 2,16). Después continúa su viaje
predicando en las ciudades de la llanura costera, hasta llegar a Cesarea (v. 40; cf. Hch
21,8-9).
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territorio judío, que se edificaba y progresaba, llena del consuelo del Espíritu Santo.
Los Doce han construido una comunidad cristiana en Jerusalén; los helenistas,
dispersados tras el martirio de Esteban, evangelizan Judea y Samaría; pero ¿por qué
menciona Lucas la iglesia de Galilea? No ha hablado nada de esa misión. Quizá refleja
aquí la existencia de las comunidades cristianas de Galilea, de las cuales da testimonio
una tradición diferente, llamada ‘tradición galilea o petrina’, contenida en el
“evangelio de Galilea” (documento Q) y en el evangelio de Marcos. Asegurada la paz
en las iglesias en territorio judío, Lucas puede ahora seguir con su relato sobre la
evangelización de los gentiles: tanto en los textos intercalados de los Hechos de Pedro
(9,32-11,18 y 12,1-25) como en la continuación del relato de los Hechos de los
Helenistas (11,19-30; 13,1-14,28; 15,1-35).
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entre judíos y gentiles, sino que todos son iguales a los ojos de Dios si viven de acuerdo
con la voluntad de Dios, doctrina que ya estaba presente en las Escrituras (cf. Dt 10,17;
Is 56,1-3.6-7). Iluminado por el Espíritu Santo, Pedro entiende que debe admitir en la
comunidad a Cornelio y a sus amigos como son, sin obligarles a convertirse al
judaísmo. Ya había predicho Jesús (Lc 22,31-32) que Pedro experimentaría una
conversión, tras la cual “fortalecería” a sus hermanos y hermanas. Conforme Pedro va
asimilando progresivamente la verdad de que Cristo ha resucitado y vive con la Iglesia
en el Espíritu Santo, es capaz de desprenderse de viejas formas de pensar y de actuar
(incluso de las que tienen tras de sí a las más respetables autoridades) y de animar a
los demás a que también ellos adopten un nuevo estilo de vida.
En Cesarea, Pedro dirige a la gente un saludo relativamente largo (vv. 34-43),
que pretende ser en la práctica la preparación al bautismo de Cornelio y de sus
compañeros. El núcleo de esta catequesis repite los puntos de su discurso ante el
Sanedrín (5,30-32), que formaban parte esencial del primitivo kerigma. Pedro declara
que Jesús ha sido “el mensajero de la paz” para Israel, pero que es el “Señor de todos”.
Después recuerda a sus oyentes el ministerio de Jesús en Galilea, Judea y Jerusalén,
empezando, lo mismo que los cuatro evangelios, por el bautismo predicado por Juan.
Dios ungió a Jesús “con Espíritu Santo y poder” (cf. Lc 1,17) y fue por la vida curando a
todos los oprimidos por el diablo (cf. Lc 4,17-21; Is 61,1-4). Los apóstoles son testigos
no sólo de la muerte y resurrección de Jesús, sino también de toda su actividad
milagrosa, que es el signo de la llegada del Reino, en el que los gentiles son también
invitados a entrar por la fe en Jesús y por el perdón de los pecados en su nombre.
Una vez que Cornelio y sus amigos recibieron el Espíritu Santo (v. 44), no había
razón para que no pudiesen ser bautizados. Evidentemente Dios considera que forman
parte del Reino. Por eso reciben el signo y el sello de su pertenencia.
c) Pedro justifica su acción (11,1-18)
El v. 1 expresa alegría en “los apóstoles y los hermanos” pero el v. 2 ofrece un
reproche de parte de “los de la circuncisión”. Pareciera que fuera un grupo diferente
de los primeros y es que, posiblemente, en la iglesia de Jerusalén ya había un grupo
judeo-cristiano moderado y otro más radical (como aparecerá más adelante en la
asamblea de Jerusalén). Los primeros andan por Judea; los segundos están en
Jerusalén (uso del nombre sacro de la ciudad, como símbolo de la institucionalidad
judía). Acusado de contraer impureza y para justificar su conducta, Pedro les informa
de todo lo ocurrido en Cesarea, que culminó con la venida del Espíritu sobre los
gentiles “del mismo modo que sobre nosotros al principio” (v. 15). Dios ha puesto de
manifiesto que ya no existen barreras entre judíos y no judíos, al conceder a los
gentiles “el mismo don que nos dio a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo”.
Y concluye con un detalle de ‘humor’: “¿quién era yo para oponerme a Dios?” (v. 17).
Los que habían pedido cuentas a Pedro quedaron satisfechos y glorificaron a Dios (v.
18). Es un ‘happy end’ literario pues el problema reaparacerá en el capítulo 15.
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Lucas inserta aquí un denso relato sobre los orígenes de la iglesia de Antioquía
(que pudo haber sido su lugar de nacimiento). La llegada del Evangelio a la tercera
ciudad del Imperio romano es atribuida a creyentes helenistas que predicaron con
éxito a los judíos y también a los “griegos”, es decir, a los gentiles (vv. 19-20). Bernabé
fue enviado desde Jerusalén, y se dirigió después a Tarso para traer consigo a Saulo.
Pasaron juntos un año enseñando en Antioquía (vv. 21-25), lugar donde por vez
primera los discípulos fueron llamados “cristianos” (v. 26).
De Jerusalén llegaron también profetas (la actividad profética también aparece
en las comunidades de Tiro y Cesarea, Hch 21,3-12). Un tal Agabo predijo una carestía
universal que, según Lucas, tuvo lugar durante el reinado del emperador Claudio (41-
54), un período en el que diversas hambrunas azotaron amplias zonas del Imperio. La
nueva iglesia de Antioquía decidió enviar dinero a sus hermanos y hermanas de Judea
en señal de solidaridad, y eligieron como emisarios a Bernabé y Saulo (vv. 27-30). Éste
fue el primer ejemplo de “ayuda intereclesial”: aquí lo importante es el gesto de
solidaridad de los helenistas de la iglesia antioquena con los hermanos hebreos (judeo-
cristianos) de Jerusalén, solidaridad que construye unidad. Pero nótese cómo han
variado las circunstancias ‘económicas’: en Antioquía se recogen los recursos “según
las posibilidades de cada uno” (v. 29), con lo que la comunión de bienes queda
relativizada respecto a las experiencias anteriores en Jerusalén.
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ahora en una misión “en dirección opuesta”, ayudando a las personas de quienes
habían recibido la fe en la evangelización de su propio país.
De hecho, al menos por lo que se dice en el libro, Bernabé y Saulo, asistidos por
Juan (Marcos), predicaron sólo en comunidades judías (v. 5), muy numerosas en la isla.
¿Por qué? (el equipo misionero había sido elegido para la conversión de los gentiles).
Posiblemente buscan en las sinagogas a gentiles temerosos de Dios, simpatizantes de
la religión judía que asistían normalmente a las sinagogas; también es posible que
Bernabé y Saulo buscaran convertir un número significativo de judíos, para hacer
posible la conversión de los gentiles; incluso puede pensarse que aún no hubieran
entendido la voluntad explícita del Espíritu de ir directamente a los gentiles. En todo
caso, la tarea no era fácil porque se encontraron con rivales en las personas de los
“magos”. La palabra “mago” (del persa magush) aludía originalmente al sacerdote de
la antigua religión persa conocida como zoroastrismo, pero en la época que refleja el
libro de los Hechos podía hacer referencia a cualquiera que practicase una religión
oriental mezclada de ciencias o pseudo-ciencias como la astrología. Algunos no eran
más que charlatanes aunque otros podían tener la pretensión de ser instruidos. Chipre
era uno de sus baluartes, pero también los magos judíos gozaban de una gran
reputación. Al llegar a Pafos, la capital, situada en el extremo occidental de la isla (v. 6),
Bernabé y Saulo se encuentran con uno de ellos, un tal Bar Jesús (lit. ‘hijo de Jesús’).
Otro de estos personajes, llamado Elimas (aunque el texto actual de los Hechos parece
identificar a los dos), se enfrenta a los misioneros, que habían sido llamados por el
gobernador romano (procónsul) Sergio Pablo, deseoso de oir la Palabra de Dios (vv. 7-
8). Hay un enorme eco simbólico en los personajes: Bar Jesús representa el falso
profetismo judío que pone obstáculos a la conversión de los gentiles; por su parte,
Sergio Pablo representa a los gentiles abiertos a la evangelización. Pablo (el nombre
romano por el que Saulo será conocido a partir de ahora en el libro) “lleno del Espíritu
Santo” reprende duramente al mago y le castiga con una ceguera temporal,
demostrando así la superioridad de su poder, condenando el judaísmo falso que aparta
a los gentiles de la conversión. Por eso lo deja ciego, como él mismo quedó ciego
camino de Damasco al encontrarse con Cristo, pero sólo por un tiempo, pues espera su
conversión (vv. 9-11). El procónsul “creyó” (v. 12), pero creyó, no por el poder
demostrado por Pablo, sino “impresionado por la doctrina del Señor”. Saulo ya es
Pablo, actuando lleno de Espíritu Santo no sólo cambia el nombre sino que se
convierte en líder indiscutible de la historia: v. 13: “Pablo y sus compañeros…” (hasta
ahora, era Bernabé el que encabezaba la misión).
c) Misión en Antioquía de Pisidia: 13,13-52
Ésta es la sección central y principal del relato, que adquiere además un
carácter simbólico y paradigmático. El grupo abandona Pafos y viaja a Panfilia, en la
costa meridional de la actual Turquía. Pero Lucas nos ofrece una información extraña:
Juan Marcos, al llegar a Perge, “se separó de ellos y volvió a Jerusalén” [nombre civil:
Ierosólima](13,13). El enigma radica en el porqué de la separación de Juan Marcos.
¿Será que Juan Marcos, un helenista más radical, no está de acuerdo con Pablo por
dirigir la misión hacia las sinagogas? Más tarde (15,36-40), Pablo romperá con Bernabé
a causa de Juan Marcos… En 13,13 se dice “Pablo y sus compañeros”: ya ni se
menciona a Bernabé, que hasta ahora tenía siempre la primacía (11,25.30; 12,25;
13,1.2.7). Pablo pasa a primer plano: quizá eso tampoco gustó a Juan Marcos.
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diciendo que se quedaron en Antioquía bastante tiempo (vv. 26-28). El sentido de esta
conclusión está en sintonía con Hch 13,1-3, con el que forma inclusión.
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quebrantaban las normas judías de la pureza ritual. Por supuesto, un modo de resolver
este problema fue circuncidar a todos los cristianos.
Se acordó que Pablo, Bernabé y “algunos otros” subieran a Jerusalén para
discutir el problema con “los apóstoles y los ancianos” (v. 2). Lucas está pensando
probablemente en Gal 2,1, donde dice Pablo que subió a Jerusalén con Bernabé y Tito
(que, sin embargo, nunca es mencionado en Hechos). Pero parece que no se preocupó
mucho de que, según el propio Pablo, ésta era sólo su segunda visita a Jerusalén
después de su conversión, mientras que en los Hechos es ya la tercera (cf. 9,26-30;
11,30).
Los delegados de Antioquía viajan por Fenicia (territorio ya evangelizado por los
helenistas: 11,19) y Samaría (igualmente evangelizada: 8,5ss), contando a su paso la
conversión de los gentiles y llenando de alegría a todos los hermanos. A su llegada a
Jerusalén son recibidos por la iglesia y por los apóstoles y ancianos, a los que anuncian
“lo que Dios ha hecho por medio de ellos” (vv. 3-4). Todo parece tranquilo hasta que
algunos fariseos creyentes exigen con insistencia que los gentiles sean circuncidados, y
observada la Ley de Moisés (v. 5).
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salvados por la gracia del Señor Jesús igual que los gentiles. Si el Pentecostés en casa
de Cornelio siguió el paradigma del primer Pentecostés, ahora el giro insólito
(‘copernicano’) es que la salvación de los judíos cristianos sigue el paradigma de la
salvación de los gentiles. La consecuencia a fortiori es que no se debe imponer el yugo
de la Ley sobre ningún discípulo de Jesús, ni sobre los gentiles ni sobre los mismos
judeo-cristianos. El discurso de Pedro es enormemente radical y reflejo de la doctrina
de Pablo en sus más radicales formulaciones. Pedro habla aquí como Pablo (cf. Gal
2,16): el lector acaba convenciéndose de la unidad de doctrina entre los dos grandes
apóstoles.
No menciona el asunto de la circuncisión, aunque del contexto se deduce que
su imposición supondría para los gentiles una carga innecesaria. Sus palabras
impusieron silencio en la asamblea (v. 12) y de hecho no se vuelve a mencionar la
circuncisión. En la misma línea, Pablo nos dice que su compañero Tito, aunque gentil,
no fue obligado por las “columnas” de la iglesia de Jerusalén a circuncidarse, pero que
hubo de hacer frente a los que querían “convertirnos en esclavos” (Gal 2,3-4).
La asamblea escuchó después el relato de Bernabé y Pablo (en este orden)
sobre las grandes cosas que había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos (v.
12), confirmando la base histórica sobre la cual se fundamenta la argumentación de
Pedro.
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entre los israelitas, de modo que así se preserve la santidad de Israel. El principal de
esos mandamientos es que sólo se puede sacrificar a YHWH, con exclusión de todos los
falsos dioses (Lv 17,1-9). Viene después el mandamiento de no consumir la sangre de
ningún animal, pues la vida está en la sangre, que pertenece exclusivamente al Dador
de la vida (Lv 17,10-14). Tanto israelitas como extranjeros incurren también en
impureza si comen la carne de un animal que ha muerto de muerte natural o
destrozado por las fieras (Lv 17,15-16). En cuanto a la “fornicación”, el término implica
las formas de unión sexual ilícita prohibidas en Lv 18, tanto a israelitas como a
extranjeros.
Estos mandamientos y otros similares eran conocidos por la tradición judía
posterior como los “mandamientos noáquicos”, pues se pensaba que habían sido
dados por Dios a los hijos de Noé (cf. Gn 8,20; 9,4-5) y que eran vinculantes, por tanto,
para toda la raza humana. Al imponer estos mandamientos a los gentiles que
formaban parte de la Iglesia, Santiago les asigna implícitamente el estatus de
“residentes extranjeros”. La solución de Santiago es razonable, pero tiene la
desventaja de asimilar a los gentiles convertidos que se han integrado a la Iglesia, con
la situación de los extranjeros que viven en medio del pueblo judío. Es decir, se sigue
considerando la Iglesia como una iglesia judeo-cristiana, en la cual viven algunos
gentiles conversos que deben observar ciertas leyes para poder convivir con los judeo-
cristianos. En Pedro, la referencia principal había acabado por ser la comunidad de los
gentiles convertidos; en Santiago, la referencia principal es la comunidad de los judíos
cristianos.
.-a’. Consecuencias de la asamblea: acuerdos y reacciones (vv. 22-35)
A continuación, los apóstoles y ancianos, “junto con toda la iglesia”, decidieron
nombrar delegados (Judas, llamado Barsabás, y Silas) para que acompañaran a
Antioquía con una carta a Pablo y a Bernabé (vv. 22-23).
La carta (vv. 23-29) está dirigida por “los apóstoles y los ancianos hermanos” a
“los hermanos gentiles de Antioquía, Siria y Cilicia”. Lo primero que hace la iglesia de
Jerusalén es desautorizar a los que han inquietado a la gente de Antioquía, pues lo
habían hecho sin mandato alguno de Jerusalén. A continuación se les informa del
encuentro en Jerusalén, con la decisión de enviar a Judas y Silas, junto con Bernabé y
Pablo, para llevar el mensaje de las autoridades de Jerusalén. “Porque hemos decidido
el Espíritu Santo y nosotros no imponer más cargas que las indispensables”… (vv. 28-
29). La solución es compartida y de compromiso: cada parte cedió algo. La parte “no
imponer” se corresponde textualmente al Espíritu Santo; la parte “salvo lo
indispensable” se corresponde al “nosotros”. Podemos extraer algunas consecuencias
de esto sin perder de vista que ambos polos forman parte de un conjunto.
El “decreto de Jerusalén” pone de manifiesto la convicción de que las
autoridades de Jerusalén han actuado con el concurso del Espíritu Santo (cf. Mt 18,18).
La primera prohibición es más específica que la propuesta original de Santiago. La
situación contemplada por el decreto constituía una práctica diaria: la mayor parte de
la carne que se vendía en las ciudades de la antigüedad era de animales sacrificados en
los ritos de los templos. El decreto prohíbe su consumo a los gentiles convertidos
porque implicaba participar en el culto a los ídolos.
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Pensándolo bien, sorprende que, según Lucas, este decreto fuese aceptado por
todos cuantos tomaron parte en la asamblea, incluido Pablo, que es nombrado
explícitamente junto con Bernabé (v. 22). La carta a los Efesios (2,11-22) rechaza
explícitamente la idea de que los gentiles tengan en la Iglesia el estatus de “residentes
extranjeros”, como implica el decreto, e insiste en que son plenos ciudadanos.
Además, la implicación de que los gentiles deban tomar medidas específicas para
evitar la impureza no encaja muy bien con la afirmación de Pedro (v. 9) de que Dios ha
purificado el corazón de los gentiles con la fe, o con la de Pablo (Gal 2,16) de que una
persona no queda justificada por “las obras de la Ley”, sino por la fe en Jesucristo.
Además, en su relato de la asamblea de Jerusalén, Pablo no menciona el decreto; y
sabemos por Gal 2,11-14 que protestó enérgicamente contra el intento de hacer vivir a
los gentiles de Antioquía “como judíos”.
Algunos de los problemas tratados en el decreto forman parte de los escritos
paulinos: sobre la carne ofrecida a los ídolos (1Cor 8,1-13; el incesto (1Cor 5,1-13).
Los delegados entregaron el mensaje del “Concilio de Jerusalén” a la iglesia de
Antioquía en una solemne asamblea. La carta fue leída en voz alta y definida como
fuente de consuelo y de alegría (vv. 30-31). Judas y Silas continuaron ejerciendo su
ministerio profético, fortaleciendo y animando a la gente antioquena hasta que Judas
hubo de volver a Jerusalén. Silas se quedó (vv. 32-33). Entretanto, Pablo y Bernabé se
dedicaban junto a otros a enseñar y a proclamar la palabra del Señor (v. 35).
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condición para pertenecer a la Iglesia (cf. Gal 2,3-5). Una vez más, los misioneros
conminan a las comunidades cristianas, que crecían en la fe y en número, a observar el
decreto de Jerusalén (vv. 4-5), que Lucas considera claramente como la base de la
unidad entre judíos y gentiles. Llama la atención esta descripción de Pablo, no como
misionero de los gentiles (como fue elegido por el Espíritu junto con Bernabé), sino
cumpliendo la función de consolidar las iglesias, entregando por las ciudades las
decisiones de la asamblea de Jerusalén para que las observaran. Estaban dirigidas a los
hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, pero Pablo las extiende a Licaonia, más allá de lo
necesario y planificado. El decreto iba dirigido “a los hermanos venidos de la
gentilidad” (15,23), pero en todo este recorrido de Pablo no se mencionan. El efecto
de la acción paulina es que las iglesias se afianzaban (16,5): en 19,20, al final de los
viajes de Pablo, se dirá “la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente”, y
esto ciertamente refleja mejor la intención y entusiasmo de Lucas.
Vistas las intenciones de Pablo, las intenciones del Espíritu aparecen en los vv.
6-10. Tras lo acontecido, se hace necesaria una intervención directa del Espíritu Santo
en la misión de Pablo. El texto nos dice que atravesaron Frigia y Galacia (la región, más
norteña, no la provincia romana, más amplia), seguramente para dirigirse a Asia (la
parte más occidental de Turquía), donde se levantaban las grandes ciudades de Éfeso,
Pérgamo y Esmirna, con comunidades judías. El Espíritu Santo lo impide (v. 6b).
Estando en Misia (al noroeste), quieren dirigirse a Bitinia, en la costa meridional del
mar Negro, pero nuevamente lo impide el Espíritu de Jesús (v. 7) [la expresión no es
habitual: se evoca a Jesús y sus palabras en 1,8?]. La única vía abierta a Pablo le llevaba
hacia el oeste: pasaron de largo por Misia y llegaron a la costa del Egeo, en concreto a
Tróade, un ajetreado puerto situado en el nudo de comunicaciones entre Asia y
Europa. Allí tuvo Pablo una visión que le manifestó claramente que Dios quería que
predicase el Evangelio en Macedonia (vv. 8-10). Ahora se produce el reencuentro de
Pablo con el Espíritu y con su plan misionero, y de igual modo con la mentalidad de
Lucas, autor de Hechos, lo que puede explicar el misterioso y muy discutido
“nosotros”, que aparece desde el v. 10. Representaría a la comunidad del Espíritu,
pero es probable que se trate de una conjunción de fuentes.
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llegado también a la conclusión de que sólo puede haber un verdadero ser divino, de
manera que, en esta primera parte de su discurso. Pablo predicaba, por decirlo de
algún modo, a conversos. Su mención de la resurrección de los muertos fue acogida
con una reacción de sorpresa, pues los griegos no creían en ella. Algunos estallaron en
carcajadas; otros dijeron: “ya te escucharemos en otra ocasión” (que no tiene por qué
ser valorada sin más como una reacción negativa). Unos pocos creyeron, entre ellos
Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Dámaris (vv. 32-34).
El discurso de Pablo está muy bien adaptado a su auditorio y a las
circunstancias. Aunque es relativamente breve, está construido según las reglas de la
retórica griega. En el exordio (vv. 22b-23) se gana al auditorio al sugerir que el Dios a
quien predica no es una nueva divinidad, sino el Dios a quien los atenienses han estado
adorando desde siempre sin saberlo. A continuación expone los hechos que su
audiencia estaba dispuesta a admitir (vv. 24-26): este Dios es el creador del universo y
de la raza humana, no habita en templos (cf. Is 66,1-2; Hch 7,48-49) y no tiene
necesidad de sacrificios. Luego aborda el argumento central (vv. 27-28): los seres
humanos deben buscar y encontrar a Dios en quien “vivimos, nos movemos y
existimos” (cita sacada de los Fenomenos de Arato, poeta del s. III aC). Después viene
la consecuencia moral (v. 29): debemos abandonar el culto a los ídolos. Y finalmente
exhorta a sus oyentes a tomar una decisión práctica (vv. 30-31): convertirse. Pablo no
puede citar la autoridad de la Escritura para sus argumentos, pero hace uso parecido
de la obra del poeta Arato.
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con unas palabras que le liberan de cualquier responsabilidad, que la sangre de sus
oyentes caerá sobre sus cabezas y que su conciencia está limpia (cf. Ez 33,1-9). Les dice
también que, en adelante, se dirigirá a los gentiles (el mismo esquema lo tenemos en
13,44-49, en Antioquía de Pisidia). Y así lo hace (aunque pronto lo vemos otra vez con
los judíos: 18,18, Éfeso), yéndose a vivir a casa de un tal Ticio Justo, un “temeroso de
Dios” (vv. 6-7). A pesar de la hostilidad de cierta gente de la sinagoga, se nos dice que
Crispo, jefe de la comunidad judía, se hizo creyente junto con toda su casa (cf. 1Cor
1,14) y que otros muchos se convirtieron y fueron bautizados (v. 8). Animado por una
visión, Pablo permaneció 18 meses en Corinto (vv. 10-11). La visión de Cristo muestra
la presencia permanente de Jesús resucitado en la Iglesia y en la misión. Esta presencia
confiere a la resurrección un carácter histórico y a la Iglesia un carácter escatológico.
El único episodio del que se nos informa con cierto detalle tuvo lugar “siendo
Galión procónsul de Acaya” (vv. 12-17). Galión es un personaje histórico bien conocido,
hermano del filósofo Séneca, que nos es útil para la cronología paulina: el cargo de
procónsul duraba un año y según una inscripción en Delfos Galión gobernó Acaya en el
año 52. Si tomó posesión del cargo, como era costumbre, en verano, habría gobernado
del verano del 51 al verano del 52; si Pablo, tras ser llevado ante Galión, aún se quedó
bastantes días en Corinto (v. 18), el suceso pudo haber ocurrido en los primeros meses
del año 52. Los oponentes judíos de Pablo acusaron vagamente al apóstol de persuadir
a la gente a dar un culto a Dios contrario a la Ley, y esperaban que Galión lo
considerara un crimen o una ofensa grave. El procónsul, sin embargo, poniendo de
manifiesto un aristocrático desprecio romano por los judíos, Pablo incluído, rehusó
meterse en “cuestiones de vuestra propia Ley” y los echó del tribunal. Entonces los
acusadores de Pablo descargaron su frustración sobre Sóstenes, jefe de la sinagoga.
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Jerusalén y Antioquía (18,18-22). Puede suponer que a estas iglesias han llegado
noticias de su predicación a los gentiles y de sus contínuas dificultades con los judíos
en las sinagogas. Pablo no puede emprender una nueva e importante misión sin
aclarar su actuación con las iglesias de Jerusalén y Antioquía.
Esto lo podemos corroborar con algunas noticias fundamentales de sus cartas.
En Gálatas Pablo nos narra su difícil encuentro con las columnas de la Iglesia (2,1-10) y
su confrontación con Pedro y Bernabé (2,11-14). En ambas ocasiones Pablo defendió
con energía lo que él llamó “la verdad del Evangelio” (2,5.14). Por causa de esta
verdad, Pablo puso en peligro la unidad de la Iglesia. Ahora que esa verdad estaba más
o menos asegurada Pablo se acerca a Jerusalén para manifestar su fidelidad a Israel y
asegurar la unidad de la Iglesia. La misma situación se va a repetir posteriormente en
Hch 19,21: Pablo ha decidido ir a Roma, pero antes de ir quiere pasar por Jerusalén. La
intencionalidad es la misma: siempre que Pablo emprende una misión importante,
decide antes pasar por Jerusalén: la misión a los gentiles, guiada por la verdad del
Evangelio, no debe poner en peligro la unidad de la Iglesia.
En este contexto entendemos el sentido del voto que Pablo hace en Cencreas:
Pablo va a Jerusalén y desea con un signo concreto ponerse en comunión con los
judíos y con la iglesia de Jerusalén. Con el voto Pablo apunta hacia Jerusalén, porque
dicho voto tenía que completarse con una ofrenda en Jerusalén. No podía hacerse un
voto o una ofrenda en tierra de gentiles. Si Pablo ha hecho un voto, está implícito que
ha decidido ir a Jerusalén.
Entendemos también por qué Lucas introduce la corta actividad de Pablo en
Éfeso (18,19b-21a) antes del viaje a Jerusalén. Los vv. 19a y 21b constituyen el marco
histórico del itinerario de Pablo: éste llega a Éfeso con Priscila y Áquila, ahí se separa
de ellos, se embarca y se marcha de Éfeso rumbo a Cesarea. Lucas introduce en el
itinerario la noticia sobre la actividad en Éfeso, vv. 19b-21a, claramente redaccional,
con la intención de conceder a Pablo -y no Apolo- (cf. 18,24-26) el mérito de fundar la
iglesia en Éfeso, de ser el primer evangelizador de Éfeso. Lucas toma esta
preocupación de la tradición y es coherente con lo que Pablo dice en Rom 15,20-21
(“no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido,
para no construir sobre cimiento ajeno”). Lucas nos dice que los judíos efesios rogaron
a Pablo que se quedara más (18,20) pero Pablo no accede aunque promete volver (v.
21)
En 18,21 y 19,1 se nos informa brevemente del viaje de ida y vuelta de Pablo a
Éfeso. Los dos versículos sirven de marco a un interludio (18,24-28) referente a Apolo,
personaje mencionado varias veces en las cartas de Pablo (1Cor 3,4-6; 16,12; Tit 3,13).
Apolo es presentado como un judío (sentido étnico, no religioso) de Alejandría,
instruído y elocuente, “poderoso” en las Escrituras, es decir, capaz de interpretar su
verdadero sentido “espiritual”. Había sido instruído en la palabra del Señor, era
“ferviente en el Espíritu” y capaz de hablar y enseñar con exactitud “las cosas
referentes a Jesús” que había aprendido como miembro del movimiento reformista
predicado por Juan el bautista (“el bautismo de Juan”). Al llegar a Éfeso se puso a
hablar con valentía en la sinagoga, donde fue oído por Priscila y Áquila, que lo tomaron
aparte y le expusieron “el camino” con mayor precisión (vv. 24-26). Posteriormente en
Corinto era capaz de demostrar a los judíos a partir de las Escrituras que el Mesías era
Jesús (vv. 27-28). Llama la atención en el texto que, tras la elogiosa presentación, se
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digan dos cosas inesperadas: que solamente conocía el bautismo de Juan y que Priscila
y Áquila le expusieron más exactamente el Camino (se nos había dicho que enseñaba
con exactitud [akribos] lo referente a Jesús; ahora le exponen con más exactitud
[akribesteron] el Camino). Se explicaría por la presencia de un cristianismo alejandrino
temprano (años 50), diferente del jerosolimitano y del antioqueno.
Lo que Pablo nos cuenta de Apolo en 1Cor es coherente con este cuadro de
Apolo en Hch: Apolo aparece como cabeza de una de las fracciones cristianas en
Corinto (que indicaría su identidad diferente), lo que genera divisiones que Pablo
reprende enérgicamente, pero sin por ello deslegitimar a Apolo (3,4-6: “yo planté,
Apolo regó…”), sino poniéndolo como modelo de apóstol (4,6.9).
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.- d) En Tróade (20,7-12)
Según los vv. 5-6, los compañeros mencionados en el v. 4 esperaban en Tróade
a Pablo y al narrador. Éstos habían zarpado de Filipos (es decir de Neápolis) después de
la fiesta de los panes ázimos (Pascua), y llegaron en 5 días a Tróade (el viaje en
dirección contraria había durado sólo dos días: cf. 16,11). En esta última ciudad
pasaron una semana.
El grupo pasó la noche del primer día de la semana en vigilia, junto con la
comunidad cristiana local, escuchando a Pablo. La asamblea fue interrumpida por un
incidente: el joven Eutiquio se durmió en el alféizar de la ventana y se cayó desde el
tercer piso. Pensaron que se había matado. Pero cuando comprobaron que estaba con
vida, Pablo “partió el pan” y siguió hablando hasta el amanecer. Después se marchó
(vv. 7-12). El relato va acompañado de unos rasgos que recuerdan la resurrección de
Cristo y la asocian con la eucaristía. Como escribió el propio Pablo, cada vez que
comemos “este pan” y bebemos “esta copa” proclamamos la muerte del Señor hasta
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que venga (1Cor 11,26). Al propio tiempo nos da una idea de cómo se practicaba al
principio la liturgia, al menos por algunos cristianos.
Hay una sutil diferencia en los verbos que describen la acción hablada de Pablo:
v. 7: dialegomai (‘argumentar’, el término aparece cuando Pablo habla con los judíos;
cf. 17,2-3.17; 18,4; 19,8-9); v. 11: homileo (‘conversar’). Tras el primero, ocurre el
accidente y susto; tras el segundo, el joven vivo…
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el autor de los Hechos trata de animarles e inspirarles a partir del ejemplo de Pablo.
Puede que Lucas desee también que sus lectores sepan que Pablo tuvo que hacer
frente a la prueba de vivir conforme al Discurso Apostólico (Mt 10 y paralelos lucanos),
donde se predice que los discípulos de Jesús serán arrastrados ante los magistrados y
que, si permanecen fieles, se salvarán. Esto serviría para confirmar las credenciales
apostólicas de Pablo a los ojos de los destinatarios de la obra.
.- a.1.- Encuentro de Pablo con la iglesia de Jerusalén (21,16-26)
El día siguiente de su llegada a Jerusalén (nombre heleno) (está en paralelo con
la entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús se hospeda en casa de Zaqueo en Jericó y
cuando llega a Jerusalén lo recibe, por un lado, “la multitud de los discípulos llenos de
alegría” y, por otro, los fariseos con una actitud crítica: Lc 19,1-10.28-40; Pablo se
hospeda en casa de Mnasón de Chipre, “a medio camino” de Jerusalén como indica el
texto occidental), Pablo va a visitar a Santiago, que ahora es la única cabeza de la
iglesia en la ciudad (vv. 18-19: nótese la ‘oposición’ entre la “casa” de Mnasón [v. 16] y
la “casa” de Santiago [v. 18], como exponentes de dos iglesias o de dos identidades; en
este punto el “nosotros” desaparece hasta 27,1 cuando Pablo se embarca rumbo a
Roma. En 21,18, antes de desaparecer el “nosotros”, el relato distingue nítidamente
entre Pablo y el “nosotros” [lo mismo sucede en 16,17 y 20,7, cuando también
desaparece el “nosotros”]: el abandono del “nosotros” expresa el ‘abandono’ del
Espíritu Santo, que no acompañará a Pablo en toda su estancia en Jerusalén y
Cesarea).
La reunión de Pablo con Santiago y los presbíteros de Jerusalén es uno de los
momentos más trágicos del libro. La estructura es concéntrica: un relato introductorio
(vv. 18-19) da paso a la recriminación contra Pablo, en el centro del relato (vv. 20-25)
para terminar con un relato conclusivo (v. 26). La introducción y la conclusión son
antitética y trágicamente paralelas: en la primera, Pablo entra en casa de Santiago, con
el grupo del Espíritu, para exponer a la asamblea la obra de Dios realizada por su
ministerio entre los gentiles; en la segunda, Pablo entra en el Templo, con el grupo de
los cuatro que habían hecho un voto, para cumplir los ritos impuestos por la Ley. La
recriminación contra Pablo (vv. 20-25) presenta un contraste que expresa la derrota de
Pablo. Lucas no dice nada sobre la colecta, que conocemos por las cartas paulinas, y
posiblemente no diga nada porque fue un fracaso: la iglesia de Jerusalén rechazó el
dinero. Algo del tema se refleja en el pago que hace Pablo por el voto de los 4 hombres
(cf. Nm 6,1-21). Estamos muy lejos de la asamblea de Jerusalén, cuando Pablo contaba
con el apoyo de Bernabé, Pedro … y el Espíritu. Por lo demás, el rumor que se presenta
(v. 21) es totalmente falso tanto a nivel histórico (en los hechos y en la conciencia de
Pedro y Santiago) como a nivel redaccional (en la opinión del autor y del lector).
En definitiva, hay un total desencuentro entre Pablo y la iglesia de Jerusalén.
Pablo ha llegado con la buena noticia de la conversión de los gentiles; los presbíteros
tienen otra buena noticia: miles de judíos creyentes observan fielmente la Ley. A los
presbíteros no les interesa el ministerio verdadero de Pablo sino los falsos rumores
que han llegado a la capital; no les interesa desmentirlos sino asegurar el
sometimiento de Pablo.
.-a.2. Los acontecimientos de Jerusalén (21,27-23,35)
Podemos señalar la siguiente estructura para comprender el relato:
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perfecto sino como un fariseo consecuente, que se esfuerza por tener una conciencia
limpia ante Dios y el pueblo. Probablemente Lucas está reconstruyendo fielmente la
realidad histórica de Pablo, pero también defendiendo a Pablo ante la Iglesia de su
tiempo. En el juicio contra Pablo hay un enfrentamiento aparente entre judaísmo y
movimiento cristiano, y Roma aparece como garante de la supervivencia del
cristianismo. En profundidad, sin embargo, las cosas no son así: por un lado, el
cristianismo es presentado en armonía y en continuidad con la religión judía (incluso
identificado con el fariseísmo); por otro, el sistema romano es presentado como
corrupto (Pablo es declarado inocente y no es puesto en libertad; Félix espera dinero
de Pablo; además, Félix es presentado como un perverso, que no soporta que le
hablen de justicia, de dominio propio y menos de juicio futuro: 24.25). El
enfrentamiento de fondo presente en el relato es entre el judeo-cristianismo y una
alianza de judíos y romanos corruptos. El judeo-cristianismo es realmente fiel a la Ley y
a los Profetas, y respetuoso del orden romano. Los que buscan eliminarlo son los
Sumos Sacerdotes y judíos principales, que no respetan la Ley y los Profetas, y la
corrupción romana, que no respeta el orden de los Césares.
Félix no quiso tomar una decisión hasta que llegase el tribuno Lisias (v. 22),
pero lo cierto es que ya no se habla más del tribuno. Hasta ese momento, Pablo
tendría que estar bajo custodia, aunque gozaría de cierta libertad y podría ser visitado
por sus amigos (v. 23). Unos días después, en una escena que recuerda a Herodes
Antipas y Juan el Bautista (cf. Mc 9,20), Félix y su esposa Drusila, hija del rey judío
Agripa I, mandaron llamar a Pablo para que les hablase algo más de su fe en Jesucristo.
Pero a Félix no le gustó lo que dijo de la justicia, el dominio propio y el juicio futuro, y
lo despidió. Siguió, sin embargo, manteniendo conversaciones con Pablo (esperando,
escribe Lucas, que le diese dinero, sin duda como soborno para dejarlo marchar [vv.
24-26]). Como resultado, Pablo seguía preso en Cesarea cuando Félix fue sustituído por
Porcio Festo. Félix dejó a Pablo en la cárcel (para congraciarse, comenta Lucas, con los
judíos).
.- b.2. Pablo apela al emperador (25,1-12)
Festo decidió resolver el caso de Pablo sin más dilación y lo planteó a las
autoridades judías con ocasión de su primera visita tras tomar posesión del cargo. Las
autoridades pidieron que fuera trasladado a Jerusalén, pues querían tenderle una
emboscada y matarlo (cf. 23,12-15), pero Festo insistió en que deberían bajar a
Cesarea y acusar a Pablo allí (vv. 1-5). Pocos días después abrió Festo el caso en
Cesarea. Las autoridades judías presentes lanzaron contra Pablo “muchas y graves
acusaciones”. El apóstol respondió diciendo que no había cometido ningún crimen, ni
contra la Ley judía, ni contra el Templo, ni contra el emperador (vv. 6-8). Festo, por
congraciarse con los judíos, preguntó a Pablo si estaba dispuesto a subir a Jerusalén y
ser juzgado allí. Pablo exigió primero ser escuchado por el gobernador de Cesarea;
después apeló al emperador. Festo consultó a su consejo y decidió que presentara su
caso ante la corte imperial de Roma (vv. 9-12). La apelación a Roma no es simplemente
una decisión táctica o de conveniencia, sino un acto de fe de Pablo, que ve como
voluntad de Dios conservar su vida para dar testimonio en Roma, como Jesús se lo
había revelado (23,11): de ahí el uso del “es preciso” (dei) en el v. 10, que expresa
sometimiento a la voluntad de Dios (cf. 19,21; 27,24). Por lo demás, hay un claro
paralelismo entre el proceso de Jesús (según Lc 23) y el proceso de Pablo. Jesús
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comparece dos veces ante Pilato y Pablo es juzgado por dos procuradores (Félix y
Festo); la comparecencia de Jesús ante Herodes tiene su correspondencia, como
veremos, en la de Pablo ante Agripa. Jesús calla ante Pilato y Herodes; Pablo hace una
triple defensa, pero ambos son fieles a la voluntad del Padre: Jesús es fiel callando,
Pablo es fiel apelando al César.
.- b.3. Pablo y Agripa II (25,13-26,32)
Jesús había predicho que sus discípulos serían llevados ante consejos,
gobernadores y reyes (Lc 21,12). Pablo ha comparecido ante el Sanedrín y ante dos
gobernadores romanos. Ahora es conducido ante el rey Agripa II, hijo de Agripa I, el
que había perseguido a los jefes de la iglesia de Jerusalén (cf. 12,1-3). El episodio nos
trae a la memoria que en la pasión de Jesús según Lucas (23,6-12) Jesús fue enviado
por Pilato a Herodes Antipas, tío abuelo de Agripa II.
Este rey, que gobernaba sobre ciertos territorios del norte del país, llegó a
Cesarea con ánimo de saludar al nuevo gobernador romano, acompañado de su
hermana Berenice (su relación era motivo de escándalo entonces). Dado que Agripa
era la cabeza secular de la religión judía, con poder para nombrar Sumo Sacerdote,
Festo aprovechó la oportunidad y sacó el tema de Pablo. Hizo un breve resumen del
caso, admitiendo que los cargos presentados no eran serios, sino sólo “cuestiones
referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto, a quien Pablo cree vivo”.
Como Pablo había apelado al emperador, Festo había ordenado que lo trasladasen a
Roma (vv. 13-21). Agripa dice a Festo que hacía tiempo que quería escuchar a ese
hombre, a lo que el gobernador le responde que pronto tendrá ocasión de hacerlo (v.
22; cf. Lc 23,8).
Al día siguiente hubo una audiencia solemne en la que Pablo es conducido ante
Festo, Agripa y Berenice. Festo recuerda una vez más que las autoridades judías han
pedido la muerte de Pablo, pero confiesa que él no ha encontrado nada en el apóstol
que merezca la pena capital (cf. Lc 23,4.14). Y le pide a Agripa que le interrogue por ver
si le puede proporcionar material para redactar la carta que debe enviarle al
emperador (vv. 23-27).
Agripa le concede la palabra a Pablo (26,1) y aquí comienza la tercera apología
de Pablo (la primera fue ante el pueblo judío en 22,1-21 y la segunda ante Félix en
24,10-21). En la 1ª y 3ª apologías se incluye el relato de la conversión de Pablo. En la
última, ante el rey Agripa, que es el último discurso en el libro de Hechos, tienen un
lugar destacado las palabras que Jesús resucitado dijo a Pablo en su encuentro camino
de Damasco (vv. 14-18). Tras la introducción habitual, orientada a llamar la atención
favorable del auditorio (en el caso de Agripa apelando a su conocimiento del judaísmo,
vv. 2-3), Pablo relata una vez más la historia de su vida y misión. Vuelve a insistir en su
cualidad de judío, presentando al cristianismo no como una religión distinta del
judaísmo sino como su continuación y cumplimiento. Pablo fue educado como fariseo
(vv. 4-5; cf. Flp 3,5). Ahora está siendo juzgado por creer en la resurrección, que no es
otra cosa que el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a las doce tribus de Israel
(vv. 6-9). El lector de los Hechos tiene aquí la respuesta a la pregunta formulada a
Jesús resucitado por sus discípulos en Hch 1,6.
Pablo cuenta una vez más la historia de su conversión, de cómo pasó de ser un
perseguidor a creer en Jesús (vv. 9-15). Esta vez subraya que, en el momento de su
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conversión, se le dijo que se dedicara a su propio pueblo y a los gentiles (cf. Gal 1,16).
Pablo ha sido fiel a esta misión en Damasco, Jerusalén, Judea y entre los gentiles,
predicando el arrepentimiento, la conversión y las buenas obras (vv. 19-20). Por esa
razón fue atacado en el Templo (v. 21). De hecho se limitó a decir lo que Moisés y los
profetas dijeron que iba a suceder: que el Mesías debía sufrir y que, al ser el primero
en resucitar de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles (vv. 22-23;
cf. Is 49,6).
La reacción a la apología de Pablo (26,24-29) es que Festo interrumpe el
discurso diciendo que Pablo estaba loco, pero éste aseguró que hablaba la pura verdad
y trató de que Agripa confirmara sus palabras. Pero el rey, sin duda con ironía, dijo que
Pablo casi le había convencido para hacerse cristiano. Pablo respondió con seriedad,
pero con un rasgo de humor, que le gustaría que todos sus oyentes fuesen como él,
aunque sin las cadenas. La audiencia se dio por concluida, y los magnates se retiraron
comentando entre sí que Pablo no merecía la muerte o la cárcel, y que, de no haber
apelado al emperador, podía haber sido puesto en libertad (vv. 30-32). Así quedó todo
preparado para el viaje de Pablo a Roma.
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desde la zona montañosa que discurre paralela a la costa. Aunque al principio el viento
era favorable a la travesía entre Buenos Puertos y Fenice, pronto arreció y no tuvieron
más remedio que dejarse llevar a la deriva (vv. 13-15). Este episodio de la tormenta en
alta mar constituye uno de los pasajes más coloristas del libro de los Hechos. El autor
se fija en los detalles y utiliza con precisión la terminología naútica, aunque
transmitiendo al mismo tiempo un clima de drama y emergencia (vv. 16-37).
Pablo juega un papel decisivo en dos momentos. En su primera intervención
(vv. 21-26) hace una referencia excusable a la advertencia que había hecho de “no
zarpar de Creta”, pero no se limita a decir que sus predicciones se habían cumplido.
Exhorta a la tripulación y a los pasajeros a que conserven el buen ánimo. Ahora sabe
que sólo se perderá el barco, no sus vidas, pues un ángel le ha asegurado en una visión
que acabará compareciendo ante el emperador. Seguro que encallarán en alguna isla.
De hecho, pronto presintieron la proximidad de la costa, y Pablo frustra un
intento de los marineros de abandonar el barco (vv. 27-32). Pablo animó a todos a que
comiesen para recuperar las fuerzas. Él mismo tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y
comió. Todos (el número varía entre 76 y 276) siguieron su ejemplo (vv. 33-38). Esta
comida tiene tonalidades eucarísticas, y hasta el barco se convierte por un momento
en símbolo de la Iglesia zarandeada por olas tormentosas, pero ofreciendo seguridad a
quienes van a bordo.
La nave encalló finalmente y empezó a resquebrajarse por la popa. Los
soldados intentaron matar a los prisioneros para evitar que escaparan, pero el
centurión se lo prohibió para salvar a Pablo y organizó la operación para poder llegar
salvos a tierra (vv. 39-44).
El barco había encallado en una isla llamada Melita, normalmente identificada
con Malta. Sus habitantes trataron con amabilidad a los supervivientes, algo inusual en
casos de naufragio (vv. 1-2). Se quedaron profundamente impresionados cuando Pablo
salió ileso de la mordedura de una víbora (vv. 3-6). Pablo curó al padre de Publio,
gobernador de la isla, y a otros enfermos (vv. 7-9; cf. Mc 16,18). Cuando llegó el
momento de partir, los isleños suministraron a Pablo y a sus compañeros (hemos
perdido de vista a Julio, a los soldados y a los otros prisioneros) provisiones para el
viaje (v. 10). Una vez que pasó el invierno, Pablo y sus compañeros pudieron navegar a
Sicilia y después a Pozzuoli, al sur de Nápoles (vv. 11-13). Allí encontraron a algunos
cristianos, con los que estuvieron antes de continuar hacia Roma. La última etapa del
viaje se parece a una marcha real: cristianos llegados de Roma salen a su encuentro y
lo escoltan hasta la ciudad. “Y así llegamos a Roma” (v. 14).
.- b) Pablo en Roma (28,15-31) (años 58-60)
Una vez que el apóstol está en Roma, se nos recuerda que, a pesar de todo,
sigue siendo un prisionero, aunque se le permite vivir en un domicilio privado
custodiado por un soldado (v. 16).
El principal interés de Pablo es entrar en contacto con los líderes de la
comunidad judía de Roma, a los que invita a reunirse con él. Les explica que no ha
cometido ofensa alguna contra “nuestro pueblo o las costumbres de nuestros
antepasados”. Había sido entregado a los romanos (no dice por quién), pero éstos
quisieron liberarlo al no encontrar en él un crimen capital. Sólo cuando “los judíos”
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protestaron por su liberación, se vio obligado a apelar al emperador (y deja claro, sin
embargo, que no tiene nada en contra de su propia nación). Deseaba encontrarse con
los líderes judíos de Roma porque “llevo estas cadenas a causa de la esperanza de
Israel” (vv. 17-20). Ellos le dijeron que no habían recibido de Judea informes sobre él,
pero que les gustaría saber algo más de “esta secta” contra la que tanto se habla por
todas partes (vv. 21-22).
El día en que determinaron los líderes de la comunidad judía de Roma volver a
visitar a Pablo, y desde la mañana hasta la tarde, el apóstol “dio testimonio del Reino
de Dios y trató de ganarlos para Jesús con argumentos de la Ley de Moisés y de los
Profetas” (v. 23). Como ocurrió con frecuencia en el pasado, algunos se convencieron y
otros se negaron a creer (v. 24). Cuando estaban a punto de irse, Pablo citó Is 6,9-10
para explicar su falta de entendimiento (cf. Mt 13,14; Mc 4,12; Jn 12,39-40) y les dijo
“ESTA SOLA COSA”: que esta salvación de Dios había sido ofrecida a los paganos,
porque seguro que ellos la escucharían (vv. 25-28). Esta predicción, viniendo de donde
viene, parece contemplar una Iglesia compuesta cada vez más por gentiles, como ya
resultaba evidente a Lucas.
El libro de los Hechos termina con el arresto domiciliario de Pablo en Roma.
Durante dos años recibe a cuantos acudían a él, proclamando el Reino de Dios y
enseñando todo lo referente al Señor Jesucristo (vv. 30-31): la evangelización
doméstica, tan presente en Hechos (inclusión de “casa”: vv. 16 y 30; la casa es un
espacio claramente eclesial). Las últimas palabras del libro (“con toda libertad y sin
obstáculos”) pueden ser programáticas para todos los predicadores del Evangelio.
Lucas interrumpe aquí esta historia inacabada (nada se nos dice del destino
personal de Pablo). Tal hecho parece implicar que la historia que nos cuenta, la de la
difusión de la Buena Nueva de Jesucristo, no podía terminar con el apóstol. Y, de
hecho, esa historia llega a nuestros días y se proyecta hacia el futuro cuando la Iglesia
trata de cumplir el encargo de Jesús en su ascensión: “sed mis testigos hasta los
confines de la tierra”. Es el triunfo final de la misión, el triunfo final del Espíritu.
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