LOS CRISTEROS

(1937)
José Guadalupe de Anua

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LA MATRACA
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1980 '
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LA MATRACA
 LA MATRACA José Guadalupe de Anda
19
LOS CRISTEROS

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del folletín a los cristeros ....

PREMIA editora s.a

~ Planeacián y produc:ci6n
Dirección General de Publicaciones
y Bibliotecas/SEP y Premiá Editora de Libros, S. A.
Superuisión
Hilda Bautista, Rafael Becerra, Carlos Mapes,
Enriaue M. Limón. Félix Moreno e Hilda Rivera.
f.·
1
i
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~ del general Plutarco Elias Calles.
© Derechos reservados por los coeditores:
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15590 México, D. F.
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Morena 425-A. colonia del Valle
03100 Méxice, D. F.
ISBN 968-434-268-3
Impreso y hecho. en México
Printed and made in México
PRESENTACióN
F-
José Guadalupe de Anda nació en 1880 en San Juan de
los Lagos, entonces región recién incorporada, tras carios
intentos separatistas, al estado de Jalisco. Realizó estu­
dios superiores y trabajó como jefe de estación en los
Ferrocarriles Nacionales, puesto que desempeñó hasta
1914, cuando se incorporó como civil a la revolución, dan­
do comienzo asi a su carrera política, que duraría 16 años.
En 1918 fue electo diputado por el distrito de Los Altos,
y en 1930 fue electo senador por Jalisco. ·
Como novelista, de Anda encontró su vena en el mo­
vimiento cristero, que desató una época de lucha y violen­
cia en México entre 1926 y 1929, durante la presidencia
Las tres obras más importantes de este autor son: Los
cristeros, Los bragados y Juan del riel.
Los cristeros (La guerra santa de Los Altos) ( 1937)
ha. sido considerada fidedigna en relación a su ambiente
histórico, debido a su imparcialidad; en esta obra, de
Anda reprueba los excesos y crueldades de ambos bandos.
Narra con gran eficacia un periodo de la lucha en Los
Altos, región donde el movimiento cristero tuvo especial·
intensidad. Por otra parte, Los cristeros tiene cualidades
literarias suficientes para considerarla una de las novelas
más importantes de su tiempo. · ·-·· · ..-··t~·
Los. bragados (1942) es, hasta cierto punto, una se­
cuencia. de Los cristeros, aunque no centra su trama en el
..' ' :.:·~·-·~·,
 movimiento cristero. Algunos estudiosos han oisto una
mejor técnica literaria en esta novela.
Juan del riel ( 1943) es una novela sobre la lucha fe­
rrocarrilera. Se le considera un valioso documento histó­
1 rico­social. J. GUADALUPE DE ANDA
1
José Guadalupe de Anda murió en la ciudad de Mé­
xico en 1950.
1 La novela que aquí ofrecemos, Los cristeros, fue reim­
ij presa en 1941. La presente edición se basa en la versión de
¡
>
1937, excepto por la acentuación, que fue modernizada.
'
E.M.L.

LOS CRISTEROS
La Guerra Santa
­­en lo• Altos

MEXICO
IMPRENTA MUNDIAL
1937

8
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• .' ;,. ;1··· •... ,;­ ••• • ......

EN LOS PIRULES
,:
!'
¡

-¡Ave María!
-¡En gracia concebida!
Don Ramón se baja del caballo y se sienta en el poyo
de piedra que se extiende a lo largo del patio, donde des-
cansan doña Maria Engracia y doña Trinidad.
Es la hora romántica de los crepúsculos, cuando las
aguas dormidas de las "tanques" se tiñen de sangre y
aparecen tupidos batallones de tordos bullangueros, en-
. negreciendo el cielo.
Pero aquella gente no sueña ni se conmueve con estas
cosas. Doña Trinidad hace cuentas con los dedos sobre los
días que faltan para que salgan las gallinas echadas, don
Ramón se quita las espuelas haciendo cálculos sobre el
número. de toros que hay listos para la capazón de la
semana próxima, y doña María Engracia, con e) rosario en (
la mano, reparte sufragios, equitativamente, entre todos
sus muertos.
-¿Cómo t.e fue, hijo?
. -Pos bien, madrecita; arreglé el asunto de Policarpio,
mejor que lo que yo creiba. Mil pesos al juez, quinientos al
diputao, una vaca parida y una carga de calabazas al secre-
tario, fue todo lo que costó la muerte de Estanislao. Con
esto, Policarpio ya quedó tan libre como Jalisco; ya puede
bajar al pueblo.
-¡Vaya, bendito sea Dios ... ! Después de todo, él no
tuvo la culpa: tres contra uno, no hizo más que defenderse _ ·.·
¡Hasta cuándo, Dios mío, se acabará esta larga cadena
de muertos! -exclama suplicante, levantando los ojos al

11
.•.
..•
cielo-. Primero, mi difunto Raymundo; después, mis dos ~'.
hijos, matados por esos maldecidos Hurtados. . . ¡Y toda ·
esa malquerencia que viene desde hace tantos años, haber · ~··
sido por unas cuantas cañas!; ¡por un daño que no valía
doce riales... ! Pero su Divina Majestad, que nos ve y nos
juzga, ha hecho justicia: de los Hurtados, ya van cinco
con éste ...
Al resultarle favorable la cuenta de los muertos, la
abuela calla; satisfecha y conforme con la ventaja ...
-¿Y el pueblo, cómo está?
-¡Uy!, ¡uy!, ¡uy!, madrecita! Haga de cuenta un
camposanto; ni un alma en la calle; todas las casas cerra-
das.como si hubiera muerto tendido; las tiendas a medio
abrir, y las campanas toque y toque todo el santo día,
para que la gente pida a Dios que remedie los males de
la Iglesia.
Llegan tío Alejo y Felipe, el hijo menor de don Ramón,
y se incorporan al grupo.
Muge la vacada entrando a los corrales.
Berrean los becerros.
Alegan en voz alta, en disputa de campo, las gallinas.
Traquetean a lo lejos las carretas, camino de los trojes,
y se presentan las primeras avanzadas de la noche...
·-Hora con lo del boicot o como se llame -prosigue
don Ramón-, no se oye ni un ruido, ni suena una cuerda
por las calles, ni dejan vender los siñores de la Liga "ape-
tito" cual ninguno; por eso no les traje el bocadillo de
coco que tanto les cuadra. ¡Cómo estará Ja cosa que a los
probes empleaos del gobierno no les quieren vender ni un
tlaco de sal ...
-¡Muy bien hecho! -dice airada la abuela-; a esos
infelices ni agua... Veneno era bueno que les vendieran
para acabar con ellos...
-¿Pero por qué, Maria Engracia? -se interpone tío
Alejo.
-¿Y me lo preguntas? [Brutol ¿Qué no has visto Jo
que están haciendo con la Iglesia y los santos padrecitos?
¡Bestia!
-Pero qué culpa tienen esos probes hombres. : : Ellos
ni mandan, ni dan las leyes; lo único que hacen es estar
pegaos como becerros mamones a las ubres del gobierno, .y
esquilmar al prójimo con las contribuciones y las mordidas,
que antes se llamaban buscas ... Que por lo tocante a
creencias, y pa' que no se les caiga el giieso, podrán decir y
gritar ¡que viva la revolución! y presumir entre ellos de
comer curas y acabar con los santos; pero si les abres la
camisa, verás cómo llevan una torta de rosarios y escapu-
larios, y a las escondidas van a misa, rezan y se confiesan
como todo buen cristiano.
''Y eso no creas que es nomás con los empleaditos de
a cuartilla; no, Maria Engracia, eso lo ves en algunos
diputaos y en munchos de los grandes políticos, que en
cuanto sacan la tripa de mal año, cambian de parecer, y
ansí como te digo, por un lado vociferan y hasta quisieran
empedrar las calles con cabezas de curas; pero si los oservas
bien y vas a sus casas, te encuentras con que sus viejas
· tienen las paderes cubiertas de santos, y a sus muchachos
los mandan a las escuelas de paga, con los padrecitos, pa'
que se hagan santos, alternen con los niños decentes y no
se revuelvan en las escuelas del gobierno con la gente
pelusa ... "
-Eso a mí no me importa. Pa' mí, chicos y grandes,
todos los del gobierno son unos desgraciados que deberían
estar ardiendo en los infiernos. Ora, si no fueron ellos,
¿entonces quiénes cerraron los templos y corrieron a los
probes padrecitos? .
· -Pos asegún oi dicir allá en el pueblo, en presiencia
del coronel Limón, La Zorra y Moisés La Changa, jueron
los mesmos padrecitos que se declararon en güelga, porque
no les cuadran las leyes del gobierno, y dijeron: "nosotros
no tenemos más jefe que el Papa; no nos registramos, ni
dicemos una misa más, ni bautizamos, ni echamos respon-
.
sos. . . " y se 1ueron... .
-¡Qué leyes, ni qué güelgas, ni qué nada! A mí no me · - ·-~- ·-
enredes con tus cuentos; ya te digo, todos, desde el más
grande al más chico, de la gente del gobierno, son una
.13
 ¡.
.pandílla de...
-¡Ah!, se me olvidaba -vuelve otra vez don Ramón-:
al rnaistro de la escuela del gobierno, unos curros lo echa- .,
ron a la presa con todo y trapos, porque dizque les decía
a los muchachos que no había Dios. · vas a ver cómo está de pastura El Carey.
-¡Alabaos sean los Santos Nombres! ¿Y se salió el
condenado? -pregunta temblando la abuela-. · car~ñosamente doña Trinidad su mujer-. ¿Qué ya te se
-Sí, como ratón hogao en la manteca; todo atascao
de lodo, después de haberse tragado un cántaro de agua
!'
!'· cuando menos.
-Pos yo, en lugar de esos señores, le había amarrao
í: una piedra en las patas pa que nunca hubiera asomao la
cabeza ese impío...
-Pero, hombre, María Engracia, ¡qué corazón tan
negro! ... -mueve la cabeza tío Alejo.
-¡Tú cállate, viejo cara de cuajo! ... ¡Arrastrao!, que
en lugar de estar con el rosario en la mano, pidiendo a
Dios misericordia, porque ya andas "dando las tres y
últimas", con las patas como quien dice en la sepoltura,
estás defendiendo a los maldecidos judíos del gobierno. . . ·"
Tío Alejo ríe con socarronería, tuerce un cigarro de
hoja; saca su eslabón y su yesca y a poco su cara de ermi-
taño se ve envuelta en un :reguero de chispas.
Noche de plenilunio, de dulce tranquilidad campesina.
Ladran los perros, espantados con las sombras, y en
el monte aúllan los coyotes.
En los jacales ronronean los metates, lloran los críos
y se escuchan lánguidas canciones lugareñas, acompañadas
por un organillo de boca.
De la Sierra, morena,
vienen bajando,
un par de ojitos negros,
i: ¡Cielito lindo! .
de contrabando .
14
Llega Policarpo cantando, con una reata en la
Es el h110 mayor de don Ramón. . ·
mano..·. •. .
· · . · . ··
.. -O!e, tú -le grita éste-, ordena que les den agua¡.a.··.
las bestias y las suelten en el potrero de enmedio, y luego·
. -Pero, hijo, ¿onde tienes la cabeza? -le observa
olvidó que mañana tienen que ir tú y los muchachos a ·fa
pelegrinación de desagravio a Nuestro Padre Jesús, que
va a haber en Caballerías, después de misa? Si sueltan los
caballos, mañana los agarran a modo de árguenas y van a
llegar allá -mala la comparación-, como la recua de. tío
Gargajo ....
-Que por floja y cansada toda en junto valla un
puro ... -:-termina la frase tío Alejo.
-Caballerías no está ai nomás traslomeando -con-
tinúa doña Trinidad-, hay que madrugar y talonearles
macizo a los caballos pa llegar a buena hora.
· · -No, no; suéltenlas, suéltenlas; tenemos muncho qui- . 1
hacer mañana. .
-¿Cómo, cómo, cómo... ? -inquiere, alargando su
percudido pescuezo doña Engracia. .j
. -Que ai iremos otro día a la pelegrinación, porque · •.j'
mañana hay muncho quihacer, "·
-No, señor; Dios primero que todo.
-Pero, madrecita ... tenemos que reforzar la presa,
.. 'j
capar.unos puercos, curar unos bueyes y preparar la tierra
pa'l trigo. No podemos ir.
- Ya le digo a usted: Dios primero que todo. Él pro- j
veerá. '
Don Ramón se rasca la cabeza contrariado; pero no
puede desobedecer a su madrecita. .
-Mira, hijo -le dice notando su contrariedad-: al
que es buen cristiano Dios lo ayuda. San Isidro labrador,
cuando andaba en este mundo arando la tierra, dejaba el
.. arao a medio surco y se ponía en oración; entonces, Dfós"
Nuestro Señor, en recompensa, mandaba una pareja de
ángeles que siguieran arriando la yunta. . . i Y vieras visto
 v: cosech~nes levantaba el santo ... ! Lo mismo que San
a~ual Bailón, cuando se ponía a hacer la comida, lromás
arru'!1!lba las ollas a la lumbre, y cuando volvía de su
f raci~n, se encontraba con unos guisos que le habían hecho
os nus~os ángeles ... de esos de chuparse los dedos ...
1 -
b , Ási es que no te preocupes por los bueyes y las siem-
ras, que Dios te ayudará. . .
1
.
! -:Pos sí -murmura a media voz tío Alejo-; ¡nomás
que si nosotros no le buyemos al quihacer, no hay espe-
r~n~s de que ora vengan los angelitos del cielo, a damos
siqwera una manita ! simo queso fresco enrnedio.
-¿Otra vez tú ? ¿Qué estás diciendo?
-No, nada, hermana, que mañana, Dios mediante,
clauando ~anezca ya vamos caminando pa Caballerías a
pelegrmación.
. d -10iga, tí~Alej..o, y a propósito, ¿qué ha ~í~o decir por
ª 1 e a pelegrmac1on? -le pregunta doña Tnmdad.
+Pos ná tú, cuentan unos que pasaron esta mañana
por Cab~Ierías, que aquello está que no hay ónde poner
una1 abuJ~ del gentío; haz cuenta el mero día de la Virgen
en a . fen~, de San Juan. Porque a más del rezo y la
pelegrinac1on, hay danza, loterías y bochinche; dicen que
han lleg~o unas chaborras de por ai de León, ¡que hasta
la pala JUmea ... ! ¡Tú verás, pa mi genio! Y o que me
~asaba toda una semana de jilo en un fandango, y casi
siempre lo acababa a balazos ...
-¡Válgame Dios, tío Alejo! ¿Ansina de rnalaveri-.
guado?
:-Pas qué queres; ese era mi gusto; pero no pasaba
de he · · Hasta orita mi concencia está tranquila, porque
no e matao a ningún cristiano...
ch -¿Cómo? Pos no contaban de un tal Bias El Tacua-
. e .. · · Que había usted matado en el pueblo.
· , -¡Ah!, sí, Bias El Tacuache ... Pero ése era un pole-
. .. . . cia. · · Todavía ora -prosigue impertérrito tío Alejo-, pri-
. r , _!'1e~'atnente me voy a vesitar al Señor de la Humildá,
· _;jlu go a buscar una chaborra pa echar una rebalseada,
alegrada con canciones y balazos ¡que hasta la barranca-.
. se oiga ... !
. .
-¿ Pero ya tan VIeJO ....
?
-¡Adiós, tú ... Si el corazón no envejece, el cuero es
el que se arruga; todavía se me rebullen las ganas aquí
adentro ... ¡Mah. , . !
En mita~l de la cocina encalichada, iluminada con un
mechero que pende de la pared, está la mesa de palo, cu-
bierta con un limpio mantel de manta cruda. En derredor,
burdos platos vidriados, grandes jarros de leche, y un riquí-
Don Ramón y sus hijos se acomodan dejando recar-
~ados sus sombreros en las patas de las sillas.
Tío Alejo se sienta con los pies a lo largo, cerca del
fo~ón .
Los perros descansan en los cuartos traseros, en derre-
dor de la mesa. mirando con ojos suplicantes a sus amos,
y el gato. echado en un rincón, murmura haciendo girar
sus Qjos fosforescentes.
Doña Trinidad sirve la cena.
Una robusta campesina de senos abultados y gruesos
hrazos desnudos, aviva a resoplidos la lumbre del comal
pma que no falten las tortillas que engullen con envidiable
apd ito y asombrosa rapidez los tres rancheros.
La ahueln. en su silla bajita, pegada a la pared, con
d rosario en la mano, sigue en la piadosa tarea de sacar
ánima» cid purgatorio.
-¡Hamún. m<ls Irijolitos, otro jarro de leche! =insinúa
solícita v afable doña Trinidad.
El ranchero mueve negativamente la cabeza; da un
. chasquido esrrepitoso con la lengua, chupándose los bos-
cosos bigotes para limpiarlos de la leche que escurre por
ellos. y comienza a cabecear.
-¡Oye, tú, Alejo, ¿y qué se sabe <le hola? -le pregunta
doña Engracia, luego que hubo terminado de rezar .sus .
y oracrones.
-Pos hombre, María Engracia: la cosa está que
17

.. ~ . . · · temor. . . die~a. Aseguran que el padrecito Vega anda ya
con.más de ~~en ho~br~s por el. R~ncón de Chávez; que el·
tuer to Damián trai mas de veinticinco endevidos por el
rumbo ~e San Gaspar, y que un tal general Valijas, de
Tecualtich~, Y un tal Juan Siete Pistolas, andan juntando
gente. Ansí es que ya verás; anda muy revuelta la cosa ...
Y no creas, aquí también se nota muncho desasosiego
entre la gente. ~l día menos pensao hay un Ievantadero ...
¡que hasta rechinen las cueras ... !
. -Pos yo no sé lo que esperan +vuelve a agitarse la
ancrana-c; yo, de hombre, desde cuándo andaría ya en
la bola ... -y voltea hacia la mesa donde están los tres
hombres-. ¿Pos qué es poca cosa lo que han hecho esos
~aldeci~os judíos del gobierno con quitarnos a Dios de-
jarnos sin misa, sin confesión y sin padres que lo auxilien
a uno a la hora de la muerte?
D.on Ramón, '!ªe la ~scucha, aviva el cabeceo; lan~.
estrepitosos ronquidos, simulando estar dormido, y se
rasca con funa los sobacos. · .:
~l no era de armas tomar, ni le gustaban las bolas.
Era un hombre de paz, que no se metía con nadie· un
hombre de labor, que fatigaba desde que Dios amanecía
hasta el anochecer.
Para él sus tierras, sus animales, sus tratadas, sus
caballos, y san se acabó ... ¡Qué se iba a meter en camisas
de once varas, ni qué le_ iba a buscar tres pies al gato ...
Un buen creyente si: año por año hacía los ejercicios
cuaresm~les y descargaba su conciencia; rezaba al acos-
tarse, ~a~a~a los domingos a misa y pagaba sus diezmos
con relig1os1dad.
Felipe, ~studianU: destripado del Seminario, había
dado un radical cambio de frente. Estaba convertido en
un hereje, según el decir de las mujeres.
Y como ni su madre .ni su abuela sabían leer, en lugar
de ~ext<;>s sagrados y latmes, leía novelas audaces, libros
anbclencales y socialistas, y formaba parte del grupo
avanzado del pueblo.
Tío Alejo, que ya sabía lo que eran esas revoluciones,
18
·:~.
¡qué se iba a meter en otra!, si cuando.la Cbinaca, votrió :·." ..
tuerto, cojo, muerto de hambre y empiojado. .. . . . . ·
Y se encontró su ranchito hecho garras; su e;asa·h&s.tlt
sin puertas; con los puros adobes. De animales, no ie
habían dejado ni los perros, y lo más grave. del caso; .. a
Genoveva su mujer con una cría de tres meses, después
de haber estado separado de ella por más de dos. años. .. '•
Tan . buen creyente como 'don Ramón, se confesaba
cuando había misiones y. traía el peludo pecho constelado ·
de medallas, reliquias y escapularios. De todos medos, 'a
las revoluciones les había cogido asco, y a los padrecítos
los veía con recelo. Sólo Policarpo sonreía y aprobaba con
marcados movimientos de cabeza, los reproches y. desaho-
gos de su abuela. ·
Carácter aventurero, valiente, fanfarrón; buen tirador,
amante de las armas, los caballos y los balazos. Si en la
. revolución del 15 ha tenido la edad, hubiera sido uno de los
'; famosos generales de Villa.
· Por eso en esta ocasión estaba encantado de la opor-
tunidad que se le presentaba para llegar a general.
-Pos sí -prosigue la abuela-; en todas partes. hay
buenos cristianos que ya andan defendiendo su religión;
pero lo que es por estos rumbos parece que ya se acabaron ·
los hombres. ¡Están viendo que se persigue a los probes
padrecitos como si fueran unos criminales; pior que perros
del mal; que se meren a las iglesias. y . se . roban cuanto
incuentran, machetean santos y hacen estropicio y medio
con las cosas divinas, y es lo mismo; se quedan con tamaña
carota, nomás diciendo: ¡miren qué caso ... !
-¿Quién t.e ha con tao eso, María En gracia? Son men-
tiras. En esta ocasión, ni se han metido a las iglesias los
"pelones" ni han macheteado santos, ni se han robado
nada. ¡Vieras visto cuando la Chinaca ... ! Antonces sí,
Rojas, Blanco, Pueblita traiban a los padrecitos de la cola, ·
:ij macheteaban los santos y se llevaban cuanto . se. íneon-
·;,¿ . ·· · traban en los templos. Solamente del Santuano de San-_,"'"··,.
i°" Juan, se sacaron veinte carretones cargaos con puros pesos
fuertes, y se hubieran . llevado hasta el templete de 18.
18 . ¡:,.'.;
 Virge~ si no se quedan engarruñaos, como castigo, los que desatado la lengua a su incrédulo sobrino. .
le pusieron mano Pª. levantárselo. ¡Ora qué ... !, ni ha Felipe se retira, apenado de haber causado semejante
,,
habido esos abusos, m la gente, safao aquí en Los Altos exaltación a su abuela; mujer sencilla, compasiva y buena; . ,
tiene ganas de peliar por esto! No, María Engracia ya .. pero en el caso religioso, intransigente e inexorable como .. J
':.
pasó la época de esas guerras. · ' un inquisidor. , .
. í

-Es verdad, tío Alejo. Ahora sólo se pelea por la rei-
vindicación proletaria· -tercia Felipe, haciendo alarde de
erudícíon-, Por matar en esos hombres de espíritu fenicio,
que se llaman patrones, esa insaciable voracidad de oro ese
callo de lucro con que tienen cubierto el corazón y la con-
ciencia, para que el trabajador mejore sus condiciones de
vida; gane mayor salario y adquiera derechos que nunca
ha tenido. · ·
La abuela está desconcertada, oyendo aquellas cosas
que jamás había oído. · La casa de Los Pirules quedó en silencio.
Tío Alejo, asombrado de la elocuencia del sobrino
está boquiabierto sin perder palabra. ·'
. -Ahora se pelea -prosigue Felipe- por quitar a los
terratenientes las tierras que se han robado, para darla a
la gente del campo, que es la que la cultiva y fecunda con
su sudor y esfuerzo. . . Ya pelear por los santos es cosa
muy aceda, eso ya pasó a la historia, convencida la gente
de que por la mediación de aquéllos, ni se les ha aumen-
tado el mísero salario, ni se les ha dado una vara de tierra.
Hasta ahora no s.e ha sabido que San Crispín, zapatero, ni
San Pascual, cocinero, hayan bajado del cielo a intervenir
en las huelgas. Ni que San Isidro labrador haya venido a
hacer causa común con los camaradas agraristas -y eso
que cuando anduvo en el mundo ha de haber estado igual
que nuestros pobres labriegos: a ración de hambre- .
-¡Cállate, mal hablado, flasfemo, lengua de sapo !
-estalla la abuela-. ¡Meter en tus herejías a los santos del
Todavía temblorosa la abuela, comenta con tío Alejo:
. - Todo eso lo sacó Felipe de juntarse con los catrines
. del pueblo, y de ai viene que esté hecho un .fariseo de
descreído· te aseguro que ya no sabe rezar m el Padre
Nuestro. ~ . Y de todo tiene la culpa este viejo pachorrudo
de su padre ... Yo, en su lugar, desde la hora y momento
que el muchacho no quiso seguir en el seminario, lo había
pegao al arao y le había puesto una cinchiza que hasta
el mismo Niño Dios hubiera hecho pucheros .
Afuera, sobre los campos dormidos, resplandecía una
luna como la mitad del día.
Y de entre los milpales rumorosos salían como lamen-
tos las atipladas voces de los veladores, cantando el Ala-
bado ...
Por allí pasá Jesús.
Lleva una soga en el cuello
y carga sobre sus hombros
una muy pesada cruz ...
Gracias te doy, Gran Señor, y alabo tu gran poder.··
Cinco mil azotes lleva
en sus sagradas espaldas...
Y una corona de espinas
que sus sienes taladraba...
1

:~~ \· Gracias te doy, Gran Señor, y alabo tu gran poder. · ·

delo ... ! ¡Alejo, dame de ai un tizón pa quemarle el hocico
a este condenado, que ni parece ser hijo de quien es... !
,¡Vál~~meDios bendito, lo que nunca había pasado en mi
familia, de tener entre ella a un fariseo, a un masón ... !
¡Santo Dios de mi vida ... !
Tío Alejo se queda patitieso, arrepentido de haberle

20
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¡¡ •
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I· •

LA PEREGRINACióN

Todavía brillaban las estrellas.

Don Ramón asoma la· cabeza por la ventana de su
cuarto que cae al patio; escudriña el cielo buscando el luce-
ro del alba, y se retira exclamando: -¡Ah, chispeaol; ¡ya
. comenzó a alear la grulla! ¡Ya es hora, muchachos ... !
Policarpo y Felipe se levantan con presteza.
Tío Alejo ya anda en el con-al alistando las bestias.
Doña Trinidad enciende la lámpara de alcohol para
hacer el chocolate en agua que siempre toman al levan-
tarse· aquellos rancheros, y doña María Engracia, todavía
recostada, masculla con voz ·gangosa sus primeras ora-
, clones. · ·
Cada quien ensilla su caballo.
-Oye, Felipín, ¿pos pa qué ftiites a agarrar· ese caba-
llo? ¿Qué no sabes que los caballos tordillos y los pendejos,
se echan de ver dende lejos? . . . ¡No, saca· la potranca
alazana ... ! .·
Felipe ríe y cambia de cabalgadura.
-¡Hombre!, ¡hombre! -vuelve otra vez tío Alejo con
Felipe-: acomoda bien tu freno; qué no ves que el que al
enfrenar su bestia no le arregla el capote, es sacristán o
padrote ... Esta es ley de los rancheros.
Ya casi revienta el día. Comienzan a percibirse los
primeros rumores del amanecer, y los gallos inician su
alegre trompetería.
· · · Embozados hasta el cuello en sus pesados jorongos,
don· Ramón y sus hijos abandonan Los Pirules, rumbo a
Caballerías.

23
 Al final, tío Alejo, con sus cueras bordadas y su som-
brero de vueltas, tararea con voz ladina:
Y a están cantando los gallos,
chaparrita, ya me uoy ...
Al entrar al camino, feligreses más madrugadores ca-
minan en grupos hacia la Congregación.
-Buenos días le dé Dios, don Ramón.
-Buenos te los dé a ti, Chancharras.
-¿Pa' onde va su mercé?
-Pa' Caballerías; a la pelegrinación.
-¡Ah!, pos yo también voy pa' allá; si gusta le haré
compañía.
-Sí, arrímate. ¿Qué sabes de la refolufia; se vendrá la
bola?
-Pos oiga, ramo, yo creo que sí. La gente, y sobre
todo las mujeres, están muy alebrestadas. Nicolasa mi
mujer dende ayer no me ha dejao en paz, haciéndome
cargos de conciencia si no venía a la pelegrinación. Y usté
sabe, don Ramón, lo que son las mujeres ... Sobre todo
cuando train encima a los padrecitos, no lo dejan a uno
ni resollar; todo el santo día están friegue y friegue...
"No embargante de que dejé mis laborcitas tiradas,
aquí me tiene en camino pa' la pelegrinación; pero hasta
ai nomás, que lo que es la bola no me meto."
· -Haces bien. A ver, ¿qué trais? ¿qué compras? ¿qué
¡·.. vendes? ¿con qué tratas? •
-Pos l'amo ... ¿Con qué quere que trate un probe
1
1.
'.
....
1::
como yo?
-Con algo, hombre; ya ves que a mí me gusta el
rejuego; no en balde me dicen Ramón "tratadas".
-Pos sí, señor; pero ...
-Te haré una carrerita.
El ranchero aguza los oídos para no perder detalle.
-Mira: le echo este matalote, orejas caidas, en que
voy montado, que como ves ya no puede ni con las pezu-
ñas, a esa yegua retinta que trais. Tu boca es medida: tú
dices con cuánto juega, a qué horas y ónde, · . . . ,·
El ranchero se da un restregón de barbas Y mira. CQn
disimulo el encuentro, la anchura, la riñonada Y las patas
del caballo de don Ramón.
-No, siñor amo; es muncha .bestia la suya pa' mi
probe animal.
-¡Hum ... ! Vienes muy negao, Chancharras ... ¡Qué
muncha· bestia, si es un vil garrote ... ! Por lo demás, con
miedo que tengas, basta. . . .
-¡Mire l'amo: pa que vea que soy salidor y que no
conozco el miedo se la cambio; yo corro su caballo. le doy
claro y el lao de l~ vara, y se la juego con doscientos pesos
y doscientos riales para luego, luego...
-¡Ja!, ¡ja! ¡ja.. , ! Ah qué diablo eres, Chancharras!
· Ora sí que quise salir a robar y me salieron los ladrones. ~ .
-Pos sí, l'amo; su mercé quería hacer abujeros onde
hay tuzas ...
Se quedan silenciosos. ·
Los caballos pespuntean el camino, alargando el pes-
cuezo, queriéndose ganar uno al otro la delantera.
· Felipe dormita, con la cabeza clavada sobre el pecho,
suelta la rienda de su cabalgadura.
Tío Alejo no ha dejado de cantar:
Ai viene ya la máquina pasajera .
Ai viene ya la Ferrocarril Central .
Te acercates a los rieles, comensates a llorar. ,
¡No te acongojes, Chatita, que no te voy a deiar!
-Ábranla que lleva bala ... ! -grita Policarpo, abrién-
dose paso a caballazos en un grupo de rancheros amigos.
­­¡Donde andan las aguilillas, no rifan los ga.vilanes,
ni las naguas amarillas aunque les pongan olanes ...
¡Aquí está Policarpio! Y al que no le guste el "aigre", ... -···-·-
que me chifle. . . la tonada ...
.25

Y a se divisa el parduzco campanario, a cuyo derredor se
agrupa el caserío, ceniciento e informe, con sus corrales de
ramajes y piedra, órganos y. nopaleras.
'. El villorrio parece asfixiarse con la aglomeración de
1
tanto peregrino que congestiona sus retorcidas callejas, y
t:. t todavía sobre el camino real y veredas que bajan cule-
l ¡
!
breando de los cerros, se escucha el ruido de caballos y la
alegre algazara de creyentes que llegan, atentos al llamado
del padre don Filiberto, amantísimo pastor que cuida de
todo aquel rebaño de fieles cristianos.
1: A la entrada del poblado, de trecho en trecho, sem-
bradas a los lados del camino, aparecen hileras de cruces
entre los matorrales.
Unas, grandes y suntuosas, bien pintadas, miran, er-
- guidas, hacia el cielo. Otras, humildes y pequeñas, desla-
vadas ya por las lluvias y el sol, se inclinan abatidas hacia
abajo.
Con leyendas inscritas en sus brazos abiertos, deman-
dan suplicantes un Padre Nuestro y un Ave María por las
ánimas de los que allí han caído.
"Donde no hay cruces, no hay hombres", se dice por
allá. Y aquella es tierra de hombres.
Caballerías, el cantón de los valientes, a donde se va
a misa los domingos y fiestas de guardar, y luego, a la
salida, a buscarse los que tienen agravios entre sí; cues-
tiones de linderos, daños por ajustarse, rencillas y renco-
res pendientes, para liquidarlos a balazos.
Es el lugar de cita de los panteras: de los abrabados,
donde se goza de toda impunidad y se tiene la ventaja de
contar con el santo padrecito que se encarga de conducir
al cielo las almas de los que caen y colocarles su cruz ...
¡Qué ventaja mayor!
1 •
-Oiga, tío Alejo, esto me da mala espina -:-le dice
1 .;:
don Ramón-. Se me afigura que aquí va a haber un San
Juen rasgao ... Fíjese, los meros apanteraos; los. matones
que nunca asoman las orejas por otras partes, porque los
!. trai de la cola la justicia, son los primeros en armar el
borlote, Mire cómo anda el Tragarratas perdonando vidas
:i
... · .·.
y echando bendiciones con la pistola, y luego allá· El Q.>- .
yote, oiga qué alaridos tiene. Y eso que vienen a desagra-
viar a Dios Nuestro Señor ...
.," -"Y por miedo a qué Coyote no baja mi chivo a la
agua!" =grita El Tragarratas rayando enloquecido al . ·
caballo tordillo que monta .
-"Y nomás no regüelvas la agua, porque ansí l'as de
beber, ¡jijo de la pintada.: J" L-e contesta el Coyote, arris-
cándose el sombrero.
-¡Canijo! Si parece que andan enyerbaos =comenta
tío Alejo-. Esto me güele a plomazos ...
Al pasar los peregrinos frente a las cruces, se descu-
"· bren respetuosos, persignándose y mascullando oraciones.
·...
"Hoy por ti y mañana por mí" -dicen al reanudar su
camino.
La noticia de la peregrinación atrajo hacia Caballerías a
los fieles creyentes del contorno y de lugares y rancherías
remotas.
Las callejuelas y la terregosa plazoleta· del villorrio,
están henchidas de gente.
Podría creerse que aquello era una feria. Hay puestos
de comistrajo y baratijas en torno de la plaza y al hilo de
las calles.
Murgas callejeras, que tocan lánguidos corridos, orga-
nillos llorones y loterías.
De todas partes se eleva un rumor de turbamulta.
Ladridos de perros huraños, rezongos de cerdos vaga-
bundos, relinchos de caballos alborotados; ruidosas carca-
jadas y gritos destemplados de resgatones y baratijeros,
· En el centro de la plaza, las piramidales copas de los
sombreros de palma surgen de entre la multitud, como
cornamentas de reses encorraladas, y heridas por los rayos
de] sol, brillan en los cuadriles de los santos peregrinos las
siniestras quijadas de las pistolas.
Estampas de santos y trapos multicolores adornan las ,
'-~' d e 1 as carconn idas casuc h as de a d obe. , chaparras y·--.,....,.-~'
puerl.4.c;
contrahechas, y en la parte superior, inscrito con cal sobre ;
los muros: "¡Viva Cristo Rey!" 1
i
·n.... l~
. .: .. .
···~·"·~. . ,;::iirtitériAAi
 . . ..~ .· .... . .
Las dos campanas del templo, que suenan a cazos
rotos, parecen despedazarse, enloquecidas, dando la última
llamada. . Los labriegos se miran entre sí, sorprendidos del 'sesgo
Se produce un sordo rumor entre la multitud, y los
santos peregrinos con el sombrero en la mano y la frazada
a rastras se precipitan en tropel hacia la iglesia que está
engalanada como en las grandes festividades. Por doquiera
brillan los cirios y aparecen ramilletes de flores de papel;
de las vidrieras se destacan aureolas de oro, que van a
iluminar los severos rostros de los santos.
Al entrar, el cura los forma de cuatro en fondo Y
pasan a besar las laceradas manos del Señor de la Hu-
mildad.
Aquello se asemeja a un desfile bíblico: Van ahí
hombres de aspecto judaico, altos, recios, barbados, cabeza
enmarañada y boscosos bigotes.
Viejos encorvados, de caras apacibles y luengas barbas
blancas, que parncen profetas. . a su padre; hombre de buena fe, sano, sencillo, que está
Muchachos montaraces, de cara rubicunda, ojos azu-
les, muertos e inexpresivos, que parecen venidos de las
tribus de Abraham. · de su madre y su abuela, que con tanto interés los mari-
Al retirarse, se abren las bocas de las víboras, se desa-
tan los nudos de fajas y paliacates, y por largo ra~o se
oye el metálico gotear de las monedas sobre la reluciente
bandeja.
Después, sentados en el suelo, sobre sus fra~d~, el
sombrero entre las piernas, escuchan con todo racogimiento
...'•
el sermón. . les digo que encontrarán abiertas las puertas del cielo. Los
-Como los Cruzados en los heroicos tiempos de I.a
Iglesia, nosotros, soldad~s. de Cri~to, debemos u a morir
por Él -dice con voz patética el parroco.
"Este gobie1no impío, después de habernos arre~atado
¡ el patrimonio de la Santa Iglesia; después de hab~r d~ctado
leyes que nos amordazan y conculcan l~s conciencias d~
los niños, nos cierra los templos, nos pe~s1gue com~ a unos
criminales, y nos quiere arrebatar a D10s, entregandonos
maniatados a Satanás ...
"Mas no hay que dejarlo; ¡hay que ir contra él! ¡hasta
28
; . . ·.: !S. h~;~~;~>=:.~\.:~:· 1
. .l
aniquilarlol: ¡hasta acabar con· el último judío de ~H~f1>. ~ ·'; ·. l
-grita enardecido. . '.·. · ·~
!.
aue se está dando a la peregrinación, . ,
Felipe los observa y nota cómo tosen los hombres de ~
bien para disimular su turbación y fijan sus inquietas mira-
das en la doliente cara del Divino Señor, como interro-
gándolo, o voltean alarmados hacia los santos, cuyo aspecto
'inmutable los confunde, obligándolos a inclinar la cabeza,
resignados, perplejos.
Descubre las miradas expresivas de los turbulentos,
que parecen decirse: "Ya se hizo" ... Y contempla al fin
el aspecto bonachón de los irresponsables, que sólo bos-
tezan, se arañan la cabeza con sus uñas ganchudas o se
· rascan con displicencia los sobacos.
Quiere retirarse; pero es imposible, las puertas están
bloqueadas de gente. Por otra parte, no quiere contrariar
abierto de brazos, en cruz, rezando una estación con los
ojos cerrados; ni tampoco lastimar el sentimiento religioso
daron a la peregrinación.
Se resigna a seguir escuchando aquel sermón, que más
que esto es toda una proclama subversiva.
-Hay que ir, pues, a la lucha -prosigue ~l .señ?r
cura-, a morir por Dios Nuestro Señor; a exterminar sm
consideración a los impíos. Los que caigan, desde ahora
maloscristianos, los católicos tibios, los timoratos que no
oigan en mis palabras la voz del Señor; los irresolutos que
no atiendan el llamado que Dios Nuestro Señor les hace
por mi conducto, que se queden en sus casas, que al fin Su
Divina Majestad se los tomará en cuenta a la hora de su
muerte, y sentirán en vida el peso de su justicia.
Los labriegos se agitan inquietos y sacuden azorados ....
·tas revueltas cabezas, mirando hacia todas partes. Algu-
nos, impresionados, se inclinan con humildad y se golpean
el pecho con fervor, decididos a ir a morir por Dios, t.e-

niendo ya de antemano ganado el Reino de los Cielos,
según las palabras del padre.
-Id, pues, a la lucha, queridos hijos míos, a combatir
a los herejes, y yo os aseguro que las balas del enemigo
os respetarán, pues la sombra de Cristo os seguirá a todas
partes ...
"Y a dondequiera que lleguéis gritad muy alto:
"Dios y mi derecho. ¡Viva Cristo Rey!. .. "
-¡Viva! -gritan a una voz los campesinos, haciendo
retumbar las bóvedas del templo.
Al salir, todos ostentan en el sombrero un listón con
la simbólica divisa: ¡Viva Cristo rey! ...
Los peregrinos, unos atemorizados, otros convencidos,
y los más desconcertados, se dirigen a ensillar sus caballos
para retirarse hacia sus ranchos.
Una voz vigorosa los detiene. · ·
Policarpo, parado en los estribos de la silla, haciendo
de las manos una bocina, les grita:
-Los que sean hombres y se tantién con tamaños
pa' seguirme, que se corten ... -y señala con la mano su
lado derecho.
Aquella llamada a base de hombría era tan fuerte Y
tan persuasiva como el sermón del ~r~. . sr llegamos a topar con los "pelones". ¿Tú qué dices Ru-
¡Quién no se iba a cortarl ¡Qmen iba a dejar que. se
pusiera en duda su hombría, ni iba a aceptar que se le
señalare como falto de tamaños! ...
Menos en aquellos rumbos donde no se reputa como
hombre al que no puede presumir de traer arrastrando
cuando menos una calavera; mas que sea la de un cuico...
Porque para ellos matar un guardián del orden público, no
tiene ningún chiste; no da fama. Esto lo ~acen hasta los
novatos para iniciarse en la carrera de valientes.
¡Cómo se iban a quedar impávidos ante aquel llamado
viril de Policarpo en aquellos lugares, donde una mala
mirada un daño en las labores, un desaire al no aceptar
una copa, o una cuenta que no se paga al plazo, es motivo
de balazos ... !
Donde, por último, cuando se traen muchas ganas de
30
. ·.·.... _,,,..
pelear y no se encuentra con quién, se encierran en un
cuarto oscuro un grupo de bravucones desenfundan las
pistolas y disparan, a ver a quién le toca la de malas...
~a .divis~ en aquellas tierras de Los Altos, es esta:
[Viva Dios y rm pistola!" ·. ·
... "¡Dios te salve Reina y Madre! Y ¡pum!, ¡pum!, puml,
iiiJlJOS de la retostada!'!" .
La mayoría de los rancheros levanta la rienda a su
caballo, le clava las espuelas y, en medio de corcovos y
caracoleos, atropellándose unos a los otros, se precipitan
al lugar señalado por Policarpo.
Sólo algunos prudentes se hacen los sordos, agachan
la cabeza, meten vara a sus bestias, y se limpian ...
-Vámonos, Felipillo -dice don Ramón, dando vuelta
a :su caballo-. El que· ha de ser barrigón mas que lo
falen. . . Este es el mismo Policarpio de siempre; ¡que
Dios lo saque con bien! . . . · ·
-Bueno -dice Policarpo ya que se ve rodeado por un
numeroso grupo de montados-. Hay que ir a San Juan, a
tener unas palabras con los siñores de la Liga, y a ver si
ya cayó carta del siñor don Anacleto para el siñor cura.
. "Desde luego hay que ir bien montaos y armaos, por
ñido? -comienza por interpelar a los más bravucones que
estaban junto a él.
~¿Yo? ... que estoy como el bandolón de Jalpa, tem-
plao y al orden, pa' ir a onde tú queras. ¡Ya sabes quepa'
mí la pulpa es pecho y el espinazo cadera! -contesta echán-
dose el sombrero hasta los ojos, lanzando un escupitajo.
-¿Y tú, Canelo?
-¡V álgame la que se cayó del burro! -le contesta
aventando el caballo hasta quedar a su lado-. ¡Vámonos
ora mesmo, pos si pa' luego es tarde ... !
-~l cabo que si nos incontramos con los sardos y que-
ren bajar al agua. . . te aseguro que ni los cántaros nos
mojan, Policarpiol ·
-¡S'tá bueno; ansí me gustan los hombres ... !
-Bueno, Policarpio, ¿pos a qué le tiramos? ¿qué va·
31
.... , •.. ; ... <A.'.&·,,¡,

mos a hacer a San Juan. Pa' trair una carta no se nece-
sitan tantos ... -lo interrogan algunos.
-¿Qué ya les entró frío? ¡tasajos ... !
-:-No; pero siempre en deber de uno está saber a qué
se le tira, o pa' que mejor nos entiendas, queremos que
nos hables a lo mero pelón...
-Bueno, pos a lo mero pelón les diré que vamos a
echar una pantereada con los letreros que nos dio el padre-
cito y llevamos en los sombreros, y pa' que sepan los
"sardos" que no les tenemos miedo.
Ora el que no quera ir ... pos ni modo: a juerzas ni
los zapatos entran ... Ni tampoco son títeres de rancho
onde la entrada es de a güevo...
-No, pos si pa' qué son más razones, valedor; semos
hombres y sabemos cumplir; mañana nos vemos en San
Juan.
La Congregación poco a poco va quedando desierta.
Los tuzos, ancheteros y luchones levantan sus pues-
tos, hacen carga y emprenden el camino de regreso a la
ciudad.
Los músicos de rancho toman rumbo a sus casas, con
sus violines y tamboras a cuestas, en esta ocasión mudos.
Las urracas vuelven a ennegrecer las copas de los
árboles, y las torcazas lloronas inician su cú cú ... plañi-
dero.
Burros esqueléticos, vacas anémicas, abundantes de
i,: cuernos y escasas de carnes, perros callejeros y cerdos
vagabundos discurren nuevamente por las calles y la plaza
del pueblo, hurgando a su sabor y antojo en los montículos
de basura acumulados en las esquinas.
El villorrio recobra su silencio y sordidez habituales.
Sólo el puesto de hojas, curacrudos, de María la
i :,
1 ¡., Galleta, ha quedado rezagado en una esquina de la plaza.
Un grupo de cristeros borrachos la rodea.
Cada quien retiene su caballo de un cabestro enrollado ..
a sus pies.
Algunos tienen los kilométricos sombreros entre las
piernas, otros se los han echado hacia atrás, pendientes al
32
. . '. . ..... ~ ::.:...,.,..,.,..
cuello del barboquejo.
:Unos dormitan de bruces sobre la mesa, otros alegan ·
. y manotean.
Y todos por igual, ostentan en los peludos pechos, a
través de la entreabierta camisa de manta, una maraña de
cintas, rosarios y escapularios. Del cuadril les penden
sendos pistolones 44.
Las bestias, con la cabeza baja, patean aburridas,
sacudiéndose las moscas con la cola, remascando los frenos.
Cruzadas las aciones sobre las sillas para que no ·se
asoleen, quedan a descubierto los pandos machetes amozo- ·
queños y las reatas de pita, que se antojan serpientes. dor-
midas.
Algunas carabinas asoman sus trágicos hocicos por
sobre los costillares de los animales.
-¡A ver unas hojas, tú, Maria! -ordena Simón El
Cuije, clavando sobre la puestera sus ojos pardos, color
de tierra.
-Sí, orita -contesta halagüeña.
Al moverse le tiemblan las robustas caderas y los
senos volcánicos, opresos en una blusa roja.
-¿Cuántas, tú? -interroga sonriente.
-Pos a ver, cuéntanos.
-¿Con tripas?
-6·Me parecen ne . les.... '
María saca de debajo de la mesa una botella de aguar-
diente y en una copa mide la ración que va a poner en·
· cada taza.
- Uy.,' uy.,1 1•uy.' 1•chul a....' -exc lama el C UIJe-.
.. 1·N'1 ·
que juera veneno! ¡Echale copa) al santo mas que le jumíes
las barbas ... ! [Hasta que se redame! ¡Ya sabes, chata, que
yo a ti te pago hasta los malos modos... !
La baña con una mirada preñada de lascivia, y le •
arroja con fanfarronería un puñado de pesos sobre la mesa. . . ·i
-Ai tienes, y si no alcanza, me avisas... ·· .,.: 1
La puestera sonríe y le tira picaresca un beso ·entre <> !
los dedos, congestionados de anillos. . • · . : ; ~::· l
Herculano El Ruñído, que también apetece a La .: ~,~:,
.. ·. . ~: ·. ~>f~~(~·
. . .ij·:~.:~;~.:~~-~~"'g;~
 .;··.,::··.:... -.
·.·Galleta, tiene clavados sobre ella sus ojos verdes saltones
color de cieno. · · ·' · · · ~
';
j · · Para disimular su despecho, coge a dos manos la taza·
de hojas hirviente; lanza un fuerte resoplido para. enfriar-
. la; da.pequeños. sorbos, y se limpia achupetones los tupi-
. . dos.. bigotes. Mira de reoJo, por debajo del sombrero, al
Cuije y ensancha colérico las narices.
· La puestera, mientras hace gorgotear la botella sobre
las tazas, pregunta al grupo: . ·de rahia-« ¿Pos qué, mis pesos no sirven? ... [Míralos, a
=-Oigan: ¿quisque ya va a'ber misa otra vez, y ya van
a volver los padrecitos? · ¡Me lleva la... !
-Seguro que sí =contesta con ampulosidad Policarpio,
que en aquellos momentos se retira-. V amos a abrir las
iglesias; a darles garantías a los probes padrecitos, y a
acabar con todos los "pelones" ... ¡Árboles van a faltar en
Los Altos pa'. colgar a tanto jijo de la tiznada! =termina
dando dos fuertes manotazos sobre la mesa haciendo vol-
car las tazas. ' ·'
-¡Seguro que sí! =afirman en coro los rancheros,
manoteando también. ·
-¡Ojalá! Dios lo quera. Ya es justo que acaben con
esos maldecidos judíos del gobierno ... La virgen de Gua-
dalupe los saque con bien y la sombra del Señor Santiago
los cubra ... -se santigua la puestera.
--:Repítelas, Galleta -dice con brusquedad El Ruftido
mirándola con ojos enconados. · · '
. . ·. . Maria se le . queda mirando con fijeza y luego le
replica:
· . .;_¡Orasí que me creció la piocha por andármela jalan-
do ... ! ¡Mah, ni mi papá que jueras pa' que me garbearas
. tanto... !
· . . -¡Na, na .... ! ¡Sin cacayacas ... ! -le dice golpeando
1.
sobre la mesa-. ¡Si crees que no traigo con qué, ai'stá pa'
1 •••
· que te pagues ... ! ¡A Dios gracias que traigo hasta pa' com-
prarte como fierro viejo... ! -y arroja también sobre la
. mesa otro puñado de p~s.
· . -¡Cálmate dolor de estómago; ya te voy a dar tu
·atole! -le contesta riendo burlonarnente=. ¡Guárdate tus
·.34.
centavos, que yo, cuando· más probe eruto a ·.·
voltea a ver al Cuije. ,
Ahora éste es quien mira con ojos rencorosos al RÜ~-
ñido; se levanta, agresivo, el sombrero, y le dice a MariaE'.··
-No cobres, que todo está pagao. . . . ..
Ésta voltea hacia El Ruñido y le repite con mofa::
-¿Y a oyites? que todo está pagao ...
-Con una resma de ... -grita Herculano reventando
ver si train águila!; ¡muérdelos, a ver si son de plomo... ! .
-Oye, Ruñido -se interpone El Cuije, barriéndolo
con los ojos-, ¿pos pa' qué son tantos brincos estando
el suelo tan parejo ... ? ¿Qué no oyites que todo está
pagao?
-Yo no sé, ni vengo a chismes... Yo pidí unas hojas,
y por eso las pago. ·
-Esto me güele a plomazos -dice el Pachanga a uno.
que está a su lado. .
-Sí, pos los dos se queren llevar a la chaborra ...
Los rijosos se ponen de pie.
-A mí naiden me hace menos, Cuije.
- Yo no hago menos a naiden; pero en mi presiencia,
naiden le grita ni le gruñe a una mujer -le contesta con
la pistola en la mano.
El Ruñido, viendo que le ha madrugado El Cuije, sólo
se rasca la rabadilla vomitando maldiciones.
-Hombre, Cuije, [por favor... ! ·
-Herculano, ¡por tu siñora madre, que no aiga desave- ·
nencias, todos semos amigos! -tercia El Canelo.
-¡A salú! -grita El Pando, levantando la taza.
-¡A salú! =contesta el grupo, rodeando a los conten- ·
dientes.
El Ruñido y El Cuije se colocan a distancia; sus mira-
das $e cruzan como dos hojas de agresivos puñales, lan-
zando destellos de odio. .
La Galleta lloriquea y se frota. temblorosa las manos,
después de haberse embuchado los pesos en el seno.
35

Las hojas con tripas·han hecho remolino y levantado.
huracanes en los pétreos cerebros de aquellos bravos cris-
teros.
Unos roncan, echados de bruces sobre la mesa escu-
r~iéndoles.~ baba; otros gritan, alegan y manotean, 'dispu-
tándose triunfos y méritos de valentías.
-¡Pos a mí qué me presumes, Macedonio, si yo juí de
los de Villa; de la gente del padre Pérez Rubio, que onde
quera que llegábamos, ¡por vi'a de Dios que hasta la tierra
temblaba ... ! Y no atestigo con muertos, ais'tá El Pando
que lo diga -dice El Patas, señalándolo.
. -Cierto y posetivo -asienta tambaleándose un viejo
pando, chaparro, barbas de chivo, que en sus buenos tiem-
pos había sido asaltante de las diligencias en la Venta de
Pegueros-. En efeuto, me consta que éste es de los que no
se dejan curar paraos; trai tres calaveras a rastras y lo que
sea de cada quen, pelea, pelea; pero no es pa' que presuma.
tanto. . . Yo, miren, afíjensen -prosigue el viejo, exten-
diendo la mano-; estos callos que me ven, me salieron de
lancear chinacos en compañía de mi coronel Juan Chávez.
. Blusa colorada que devisaba; chinaco que caiba ensartao
por los riñones ... Y en cada agarre que teníamos, cuando
menos me echaba al plato una docena de impíos .
. -¡Ah, chisquetes ... ! ¡Ni siñor San Baltazar ! -ex-
clama, saltando sobre su asiento, El Patas.
:_¡Ora qué chiste! -continúa impertérrito El Pando-;
· · con tan buenos rifles, que matan dende a media legua de
lejos... No, lo bueno era entonces, cuando se peliaba cuer-.
po a cuerpo y ganaba el que los tenía más grandes ...
-¿Y ora cómo la ves, Pando?
-¿Te refieres a los sardos?
-Sí.
. -¡Hombre, pos ganarles a ésos y encuerar una borra-
! ... cha es la mesma cosa... ! ¡No van a sabemos ni a melón;
·::.·
t:··. son retejuilones ... !
. -Muy cierto, son muy correlones. Y yo lo que sí te
f,¡; digo, Pando, que ora que vamos a desfender a Cristo Rey,
\;. si se pone bonito el borlote, ya no voy a comer babas como
.. ·:·~ : .: '. ... ~. ,. .. . ' : .
la vez pasada. Dios por delante, cuando menos vuelvo c.k .: · · · ·. ·
coronel y la víbora atascada de aztecas ... No.que cuando '.
anduve con Fierros, volví de sargento, muerto de hambre· ·
y empiojao. .
-·Bueno, ¿pos qué te pasó, Canelo? Tú no eres manco
pa'aquello de los avances... .
-No; ¿pero qué querías que hiciera? En los avances
siempre entraban por delante los jefes y a uno le dejaban
las puras resocas. Es cierto que después de todo truje fas ·
cargas de bilinbiques y sábanas; ¿pa'qué?, ¿pa'que después
no le sirvieran a uno ni para limpiarse ... ?
"Pero lo que'es ora ... ¡Madre mía de Guajicora!, lo·
único que te pido es que me pongas oride aiga, y por Dios
de los cielos, que si vuelvo con vida, no me doy por bien
servido, te hago tu función con cohetes y música, y te
mando decir una misa de tres padres ... "
-Bueno, pos como dicen los arrieros: "ya es hora de
desrnaniar y ver las que estén pasmadas"; ¡vámonos! -di-.
cen algunos, poniéndose de pie.
-Aspérense, no coman ansias. ¡Sirve las otras, Maria!
-insinúa El Cuije, sin perder de vista al Ruñido. ·
A éste parece que le han comido la lengua los ratones;.
no ha proferido palabra y tiene el ceño ensombrecido, mi-
rando por debajo del sombrero al Cuije; atento, casi sin
parpadear; como un gato en acecho.
Continúan las tanteadas y los cálculos alegres.
-Yo pa'qué los vo'a engañar -dice tartamudeando El ;
Patas=, dende ora les digo que yo a lo que le tiro es a ser
presidente de Tepatitlán, si la Divina Providencia me con-
serva la vida; después de haber peliado por Dios y Iibertao
a los santos padrecitos, se entiende.
-¿Pero cómo le haces, Patas, si no sabes escrebir?
-¡Hombre, sí! -exclama decepcionado-; no había re-
flejao en eso.
-¡No te apures, compadre; eso no le hace! -lo anima
-- · ··· La Pachanga-«, como si no hubiera sellitos que firmarant..;., ·
por uno. . . ¡mah... ! ¡Mira: las pilas de presidentes que ·
he visto aquí en Los Altos y en otras muchas partes que
37
 tie1leh $U sellito, .y los que no, los he rnirao sudar a chorros a la mala?; como yo estaba dormido no vide.
pa fin de que pongan su nombre; pero eso sí, con unas -No, sólo que me madrugó, como lo sabe hacer. Me
uñas tan largas pa'tocar la'rpa ... que cuando llegan a la echó el grito de ¡ábrete!, cuando ya traiba la pistola en la·
presidencia van con las nalgas de juera, y a los pocos meses ..
;-!
..
;.· mano, y al sacar yo la mía me disparó, y juyó... ¡Pero
_ya los incuentras con rancho, buenos caballos, buenos ves- qué tan ancho puede miar que no se le pare el chorro ...
. tidos y dos o tres mujercillas ... En este mundo tan grande, de aquí a allí nos incontramos,
. -¡ Adió
10 •••• ' .,,
y entonces sabrá quén es su padre ... !
-¡Sí, hombre, como te lo estoy contando! ¿ A poco -¿Qué, estás mal herido?
· cuando las eleiciones se matan y se hacen garras por servir -No, hombre, esto no es nada; apenas me abujeró la
al pueblo ... ? No, compadre; lo hacen porque ¡ah qué buen mano y me rasguñó una costilla; pero no es nada ... As-
pesebre son las presidencias ... ! Llegan allí en la espina, pérense, déjenme curar.
muertos de hambre, desgarraos, y aluego salen 'como los Se retira, y con una copiosa orinada lava la herida;
bueyes de pila, rodando de gordos y muy bien em_pelaos... se venda la mano con un sucio palia cate, y se incorpoi a
-¡Ah!, pos casi nada me has dicho, compadre. Dende al grupo.
ora mesmo le voy· a ofrecer al Señor de la Misericordia En unión de los demás, monta a caballo, se echa en
· · . una entrada de rodillas con una cruz de mezquite en el la silla a la Galleta y se aleja gritando: · ·
hombro y una penca de nopal clavada en el pecho, a· más -¡Sólo Dios es caporal; todos los demás son güeyes ... !
de la limosna, porque me haga el milagro de hacerme pre- ¡Puro Cerro Colorado, jijos de la... ! ¡Viva Cristo Rey!!!
. sidente de Tepatitlán...
· Tres disparos seguidos sacuden el marasmo del pue-
blo, adormilado en el bochorno de una siesta de lumbre.
· Ladran alarmados los perros; huyen espantadas las
urracas.
Los caballos se alebrestan por los disparos y el olor
de la pólvora; levantan las orejas y ensanchan las narices,
bulliciosos, inquietos.
Las gentes asoman con precaución la cabeza.
En la puerta del curato aparece la obesa figura del
padrecito, que avanza con presteza, desplazando el aire
con el ancho vuelo de su raída sotana, creyendo que va a
expedir algún pasaporte para el cielo.
La Galleta tiembla de pies a cabeza, metida debajo
de la mesa.
Los del grupo rodean al Cuije, que está bañado en
...
,,., sangre, y a distancia, sobre el camino real, corre un hom-
l:: bre a caballo, envuelto en una nube de polvo.
~i! ~,.. .
Es el Ruñido que huye ...
-Bueno, ¿pos cómo estuvo eso, Cuije?; ¿qué te pegó
.39
 ..· ..,:...,•.:,

EL PRIMER BROTE
• 1

En la cantina de don Pomposo Paredes, la mejor de San ¡1

Miguel, nido de tuzos y vagos crónicos, juegan dominó y ·
beben tequila a pequeños sorbos, el jefe de las armas y
el teniente Coello.
-Váyase con mucho tiento, teniente -dice el prime- . · ·
ro-, porque tengo informes de que ha habido varios. levan- . i
tamientos por estos rumbos. No sea que a la hora menos
pensada estos cristeros nos vayan a dar un golpe. . . ·
-No son arañas que pican, mi mayor. Estos ranche-
ros pajones no son más que borloteros. Se matan, eso sí,
unos con otros, por cualquier boberia. En las carreras, en
los fandangos, en las bodas de rancho, siempre al final hay
difuntos a quienes cantar el Alabado. Pero tratándose da
pelear contra el Supremo Gobierno no dan la medida, son
puros pájaros nalgones...
-No se atenga, teniente, son muy fanáticos y muy
conservadores de sus costumbres, y peor si se los agarran .
los curas. . . Tome toda clase de precauciones. Esa pere-
grinación a . Caballerías, que deberíamos haber evitado,
me huele a cocolazos. Póngase muy trucha al ·atravesar
el río de Teocaltitán, o al llegar al arroyo del Águila, por-
que puede ser que allí le broten.
Revuelven las fichas, fuman, beben. · i
Luego el mayor reanuda sus instrucciones ..
-Salga mañana con la fresca, para que recoja el
;~¡,:. ·. . chico a buena hora y se viene como de rayo para socorrer
t a la.tropa,
-Está bien, mi mayor -dice el teniente-. Y luego,

41
 ... ····. ..:· ·.
. . . . . . . ..
despidiéndose, agrega: "Voy a alistar mi compañía".
Las tres de la madrugada.
Un frío endemoniado agarrota los ateridos miembros
. de los juanes qne ensillan sus caballos, vomitando maldi-
. c1ones.
· Las voces de mando resuenan cavernosas, enérgicas,
en el amplio patio del mesón. · -Verdá de la buena que no traigo; ya sabe que yo no · ·
Montan y toman el camino de San Juan, despedidos
por los perros de los jacales de extramuros, que ladran con
escandalosa furia.
El viento frío de noviembre silba entre las hojas secas
de los maizales.
Trotan los caballos con la cabeza baja, buscando el
camino en aquella negrura, donde apenas se distinguen,
como sombras, los montados.
· -¡Me lleva el tren ... con este frío jijo de treinta mil!
-dice tiritando el teniente.
-Pos échese un pajuelazo, mi jefe -contesta el sar-
gento Bernal, que marcha a su lado;
-¡Ah, vaya!, ¿te acordaste del trago?
-¡Naturaca, jefe! Hombre prevenido, casi son dos
··hombres.
Le alarga una botella de tequila de la que el teniente
bebe dos grandes tragos, devolviéndosela, mientras se lim-
pia los labios con el dorso de la mano.
-Está suave -comenta.·
· Los· pobres juanes, que escuchan el diálogo y oyen· el
gorgoteo de la botella sobre el blindado gaznate del te-
niente, refunfuñan duramente sobre el· proceder del sar ....
gento. · , . · ··
-Nosotros seremos de hule ... ¡Sí, nos vieron cara de
hijos de gendarme! ¡Mientras ellos se calientan, a nosotros
que se nos jielen los hígados ... !
-Esa mula de Bernal es retelambiscón; ya le anda -,
jalando la patilla al jefe. . .
.:_Ni le pidan, porque es muy codo; primero le sacan . :
un pedo al Caballito de Trioya, que un trago a ese mara· '
guás.
42
-Bueno, Guanzarotas, pos hay que calentarse. ¿Trais
· por ai un escante? ·
-Ni zoca, Langacha; traiba un chicharroncito; pero
ya le di el mate ...
-¡Ande, mulota, no se haga rosca, saque la mariposa.
soy fijao.
-Usté sí trai mota, Tuerto. . . _
-Pos hombre, sí, aqui traigo una tecolotita.
-¡Sobre ... ! Pos déle fuego, pa' darnos un atizón ...
Todos aprontan gustosos su cajetilla de fósforos.
Sofrenan los caballos y forman rueda, atajando el aire
con las manos y los chacots, fijas sus ávidas miradas sobre
la inmunda piltrafa del asqueroso enervante, logrando al
fin encenderla.
El teniente y el sargento se han alejado sin darse
cuenta.
-¡Dequen las tres!. .. ¡Que role; que role!. .. -dicen
a una voz los trece hombres de tropa.
Mientras coronan la tecolota, ponderan con frases en-
trecortadas, para no dejar escapar el humo, las excelencias ..
de la juanita.
A los tres minutos nadie siente el frío.
Levantan la rienda a los caballos, los lanzan al galope;
se dan caballazos, echan alaridos y provocan una endemo-
niada algarabía, que hace detener al teniente, alarmado.
-¡Azte que te cai jabón ... ! -dice uno dando un ern-
pellón al sargento.
-¡Choca!, ¡choca!, ¡choca!; [fúl, ¡fú!, ¡fú... ! Aquí vie-
ne la Ferrocarril Central -grita otro pasando de frente, a . ·
galope tendido. ·
-iAy!, [ayl, -¡ay! -Lanzan un coro de alaridos los que
vienen atrás.
:¡ - Y a se la requemaron estos desgraciados -gruñe el
teniente, escupiendo improperios. , .·
Los somete a cintarazos, los forma y continúa la
marcha.
 . .. : ..... ,,, .;
Danza de sombras fugitivas que se quiebran en las piedr~i
del camino, abierto entre vetas de ricos minerales. ;",:
El lucero del alba aparece rutilante, magnífico.. trasi
la parduzca silueta del cerro de Sa~ Diego. . . . i:
· La oscuridad amengua. Se adivina ya la proximidad j:
del río de 'Tecualtitán, lugar de peligro señalado por el x
mayor. · A fuetazos sobre la espalda y la cabeza, arranca a los
· -Tecualtitán, mi jefe =-dice el sargento. . campesinos que encuentra a su paso los letreros y vacía
-A vienta un tiro de exploración =contesta secamente '.
~~. . l
Un relámpago, seguido de un fuerte estampido, rasga i,
las tinieblas, y el rumor del trueno huye dando tumbos · ·
por la vega del río.
Despiertan los perros, que contestan, rezongando, a
ladridos. · ·
. Vadean el río y pasan el diminuto poblado con las
armas preparadas. · menudo al puesto de Matiana.
El oriente .toma tintes de alabastro. Clarea el día.
Los campos grises ostentan una vegetación raquítica.·
Uno que otro órgano, índice de patinado bronce que
. ,
·.: apunta al infinito. . .•.
Mezquites, nopales, escuálidos magueyes; vastas ex-~.,
tensiones pobladas de "garruños".
A un lado dejan la Vaquería; a otro el Tasiroc. Allá
quedan la Estancia Vieja y la Mesa del Duarte. . t. ¿Verdá, tú?.,. -dice Coello al sargento que camina a su
'•
: .f . . Los soldados tienen aspecto cadavérico, llevan el '::
cuerpo rígido y escupen ~on f~~cuencia ~olas de alg~ó~. :~
. Levantan la cabeza, inquiriendo ansiosos la proxmn-v;
dad de.la ciudad. d.·. '.
·. Llegan al fin al Cerro de la Salve, y desde a 11.· 1 rvisan T
las majestuosas torres del Santuario de San Juan. . :;
La vista del poblado -término de la jornada- Y 1!1 !
llegada del sol que les lame acariciante las espaldas, re~- .>
ma a los juanes y entran al Puente Grande, parlanchines]
y alegres, al trote acompasado de las cabalgaduras. ·· ,
Las vecinas del barrio asoman la cabeza: "Aí van es~~
maldecidos sardos", exclaman de puerta a puerta, ponién- :
doles la cruz.
. 44
El teniente Coello viene malhumorado.
La fatiga de la caminata y las repetidas libaciones, le
han puesto los nervios de punta. ·
Su enfado estalla al observar que muchos de los ran-
cheros que transitan por las calles, ostentan en el sombrero
el listón conla simbólica leyenda: ¡Viva Cristo Rey! ·
sobre ellos una andanada de insultos.
Los rancheros sacuden la cabeza, enroscan la espalda,'
rojos de rabia y titubean, tragándose las palabras que casi
se les salen de la boca: "Se atienen a que vienen montados
y train arma larga ... " murmuran entre dientes al reti-
rarse;
Frente al mercado ordena echar pie a tierra .
Por allí entran más rancheros que van a almorzar .
Hasta allá los sigue Coello, fuete en mano, desaho-
, gando su furia a golpes, rompiendo a pedazos las agresivas
divisas, mientras suelta otra tromba de improperios.
Las puesteras gritan y gesticulan, armando una rui-
dosa algarabía. Algunas van hasta la calle y hacen con
disimulo acopio de piedras en los rebozos.
-¡Lo que se ha de pelar, que se vaya remojando!
7~:-· lado.
, -¡Claro que sí, mi jefe!
-Decía anoche el mayor que estos rancheros eran la
divina. . . y que se comían la lumbre a puños. . . ya viste;
les pegué de chivazos en el lomo y les rompí los letreros
en sus meras barbas y ¿qué hicieron? ¡agachar los cuernos
y meter la concha ... !
1
De improviso, un individuo alto, nervudo, flaco como .1
una hebra y con un ralo bigote cuyas guías miran hacia
e! suelo, le cierra el paso al teniente, saludándolo.
Sorprendido aquél, echa mano a la pistola.
· -¡Deteneos, mi teniente; soy el agente del Ministerio
f-!.;· Público!; ¿qué, ya no me conoce? -exclama don Justo,
45
 .... ·:
.... · ..
. . . .
· que tal era su nombre. · · ·
-:¡Hombre, sí,· mi agentel, ¿qué anda ·haciendo ... ?
¡
-Pues venía a decirle que estos rancheros traen malas
intenciones y que debe tomar precauciones para evitar un
atentado. · · ·
. -Sí, mi teniente -confirma las sospechas de. don
Justo el inspector de policía, que llega en aquellos momen-
tos-. ¡Hay rumores de que se le quieren echar a las
piochas! . · .
-¿A mí... ? ¡Qué va, hombre! -dice Coello con desen-
fado-. Son patos, les pesa el buche, y a media laguna se
r hagan .. : Éste y yo solos -agrega señalando al sargento-,
r
¡
les damos hasta por debajo de la lengua a toda esa manada
de cristeros, mulas... ¡Como lo oyen! .
~
i:;
·~.
. Don Justo, que a todo trance quiere evitar la tragedia,
~.
., insiste por convencer al teniente.
¡
~-, . -Mire, compañero ... -le dice en tono festivo.
. -¿Compañero... ? -le replica riéndose-; ¿pues ~án-
do hemos ido a robar juntos? No, señor agente =prosrgue
. . palmoteándole la espalda-, lo que usted tiene es miedo, Y
siendo así, compre un santo y cuélgueselo en el lomo... !
. ¡Ja, ja, ja ... ! Esto no tiene chiste: vámonos a almorzar.
. Al dirigirse a la fonda, una turba de rancheros, que se
han convertido en su sombra, lo sigue a discreta distancia.
Don Justo los observa receloso y siente calosfríos.
. Quisiera llevar ruedas en los pies, para cuanto antes llegar
a la posada.
El teniente ni siquiera se da cuenta; camina sereno, .
· jugueteando despreocupado con el fuete entre los dedos.
Ya en casa de La Güera, sentados a la mesa, don .,
· Justo respira... Casi, casi, se siente tranquilo, y da rienda '
suelta a su pintoresca y peculiar· verborrea.
l ¡~· . Policarpo es buscado con urgencia, informándosele a me-
~:
v
~ dias de lo que ocurre.
.,t ~¿Qué sucede, Canelo?-pregunta a su amigo, cuando
(:. lo alcanza a distinguir en medio del grupo que se ha esta-
.! cionado en la esquina de los Barrilitos, a corta distancia
..
~·:;. ·-:
. . ·.:·
de la casa donde almuerzan el teniente y los de~/>·?:::::~ ..,,. j;
- Pos que llegaron pelones. y que el que la hace: .üe.:,·~~w.{~~:;-~·
··~ '
jefe les ha dao de chivazos a todos los que traiban 'el !Qtulp ~:t~S;':
que nos dio elsiñor cura en Caballerías.· : · . >: . T~
--¡Me lleva la... ! -exclama poniéndose cenizo, de
>.::/ ·
rabia-. ¿Y entre tanto hombre no ha habido uno que le ', <.';.
pare los pies a ese jijo de un tasajo? . ·.'.·:.~))
La increpación confunde a todos. Nadie acierta a .. ".
responder. En cuanto le dicen que el teniente está almor- · .....
zando, se decide a esperarlo. . :';:
Felipe llega en aquellos momentos, y le dice a Poli-
carpo: .
-No vayas a cometer una locura, hermano; date cuen-
ta de la responsabilidad que te echas a cuestas; no com-.
prometas al pobre de mi padre.
-¡Déjame, déjame, no me andes a mí con cosas. Aquí
es onde se necesitan los hombres y o.ra llueve, o nos lle- .
va la ... !
Felipe se retira presintiendo la catástrofe .
El ilustre don Justo puede pasar por un retrato fiel de don
Quijote, y en lo ideológico, tiene también con el célebre
manchego muchos puntos de contacto.
· Bibliómano empedernido, idealista incurable, apa-
sionado fanático dela justicia. "[La ley, la ley, por encima
de todo!'.' exclama en sus arrebatos. .
Don Justo; por. ejemplo, nunca pudo estar de' acuerdo
con lo que se dijera en la Cámara, cuando se trató de dotar
de ejidos a un pueblo: '.'Si para hacer justicia a los cam-
pesinos oprimidos se necesita pasar sobre la ley, bailare- ·
rnos en ella ... " ''¡Qué monstruosidad, qué desacato!" co-
mentaba el agente.
-Ust.ed, por ejemplo, digno hijo de Marte -dice de
pie, dirigiéndose al teniente, sin hacer caso de los huevos
fritos y la apetitosa longaniza que tiene servidos; al fla-
gelar como olímpico dios a los labriegos que encontró a su
paso, estaba violando la Constitución...
-¡Ja, ia, ja! -ríe a reventar el teniente-. Usted, en
47
 cambio, señor agente del Ministerio Público;. les hubiera
· quitado esos letreros subversivos con jaculatorias y agua
bendita;. pues sí tiene cara de clérigo ramplón. iJ a, ja,
• •••• r
J8
Don Justo ríe también y cambia de tema, queriendo
distraer al teniente, para que no se dé cuenta del tropel de
rancheros que pasa por la calle y cuyas recias pisadas
siente en el estómago.
Relata en forma pintoresca sus vicisitudes en la judi-
catura provocando estruendosas carcajadas.
i:.
Las pisadas arrecian en la calle y don· Justo redobla
,.
sus meritorios esfuerzos para evitar el choque ..
Narra cuentos verdes y acaba por subirse a una silla,
y en medio de latinajos suelta un sermón siguiéndole la
broma a Coello.
Este, después de limpiarse los bigotes con la punta del
mantel, se levanta para dirigirse a recoger el dinero.
Don Justo palidece; pero reacciona en seguida; se tira
de uno de los mustios bigotes, dándole mordiscos, y sala ·
acompañando al teniente.
De la esquina norte de la casa se desprende un pelo-
tón de rancheros, embozados en sus gruesas frazadas.
Vienen por media calle, con los sombreros echados .
hasta los ojos, sacando chispas en el empedrado con los· ';
estoperoles de sus recios zapatones de dos riendas.
· El teniente frunce el ceño, preguntando a don Justo:
-¿Y ese batallón de mulas, qué, nos viene siguiendo?
-No, mi teniente ... :.....contesta titubeando- es que
;t: van al mercado a comprar sus encomiendas.
. ~;
:....¡Hum... ! -refunfuña Coello, receloso.
~ ·.
Policarpo y los suyos esperan en la esquina de la Palma.
1
; ...:.
-Desde aquí los podemos observar, Canelo -dice
Policarpo.
Y mientras el resto del grupo permanece a la expec-
tativa, los dos amigos entran a la tienda. Para cobrar ártí~··~ · ;
mo piden dos copas de tequila.
·-¡Ahí vienen! ... -les gritan los que acechan afuera ...
Y se lanzan resueltos a la calle.
·· · El teniente y sus acompañantes han llegado a la es-
quina del Parián Nuevo. · .
De improviso, Policarpo se adelanta del grupo.
· . Desafiante, el cuerpo erguido, la cabeza en alto· . '
la
diestra en las cachas de una 44 de formidables proporcio-
. nes, y en la copa del sombrero la bélica divisa: ¡Viva Cris­
to Rey!
Un reto sin palabras.
-¡Quítese eso... fantoche! -ruge Coello.
-¡Quítemefo si puede ... ! iJijo de la re ... !
Un salto de tigre y el teniente está ya a dos pasos de
Policarpo, con el fuete en alto ..
Policarpo para el golpe con la mano izquierda; desen-
. funda. rápidamente la pistola, y dispara sobre el teniente.
El Ruñido le 'llega por la espalda y le hunde su puñal.
Policarpo le grita indignado:
-¡Ea, cabrón, no le pegues por la espalda; a los hom-
bres se les da por delante!
El Ruñido baja la cabeza y se pierde en la bola.
Subversivo y vibrante, un grito lanzado por la turba
que se arremolina detrás de Policarpo, atruena los aires:
¡Viva Cristo Rey! ·
La turba se disgrega a saltos y carreras, lanzando
· alaridos y disparando sus pistolas en todas direcciones.
Toman posiciones en las columnas del parián y las
esquinas.
Coello se lleva las manos al pecho: está acribillado a
tiros y cosido a puñaladas. ·
Roncos estampidos se suceden y la gritería aumenta
en forma ensordecedora.
El valiente sargento se ha hecho fuerte en una esqui.
. na, Y descarga ,su 45 repetidas veces sobre la turbamulta
enfurecida que sigue disparando sobre Coello. Este. con
. u~a resistencia extraordinaria, demente, los ojos desor-
· 'bítados, perdida toda noción 'de defensa, cruza la calle, ·
tambaleándose. Una certera piedra de las lanzadas por las
verduleras del mercado hace blanco en su cabeza y cae
49
 boca abajo sobre el empedrado.
Don Justo salta sobre una pirámide de cacahuates y
1:.
no para de correr hasta meterse en la primera puerta que
encontró abierta. · -Bueno -dice Policarpo al grupo de cristeros que lo
El cabo Guanzarotas al oír los disparos, avanza con la
1. escolta; pero los amotinados los ponen a raya a una cuadra
. :
de distancia, echando rodilla en tierra y al grito de iVilla
.~I Dios! ... ¡Jijos de... ! sostienen el nutrido tiroteo de la
escolta conteniendo su avance.
El sargento Bernal descarga por última vez su 45 y
azota fulminado sobre la banqueta al recibir en su cuerpo
la quinta bala.
Nuevos grupos de rancheros armados se agregan a
Policarpo. Por unos minutos, el pueblo se estremece a las
descargas de maussers y pistolas.
Impotente la escolta y, más aún, notando que se les
quiere atacar por la retaguardia, se baten en retirada.
Llegan a su alojamiento, montan sus caballos y parten
como exhalación a dar cuenta al mayor.
Gritos, alaridos, insultos; sombreros lanzados al aire; re-
chifla, felicitaciones, abrazos. Los cristeros, victoriosos, dan
vuelta a la plaza y se pasean por las calles celebrando la
salida de los juanes ...
-¡Viva Cristo Rey! ... ¡Viva Policarpo Berrnúdez!
=grita la turba que sigue a los alzados.
Mientras tanto, las vendimieras abandonan sus pues-
tos, cargando todavía con las piedras envueltas en los rebo-
! zos; las criadas, con las canastas al brazo; los vagabundos
~.
que viven en las plazas y las chulas de barriada -olientes
a sudor y pachulí-, dejan los escondites donde presen-
ciaron el motín y se precipitan al lugar donde está tirado
el cadáver de Coello.
-Éste ya parpareó -exclama la Pitañosa, arrojándole
una piedra sobre la cabeza.
-¡Y a te juites a romanear estiércol al infierno, ma-
són! -grita una verdulera pegándole un puntapié.
-¡Tómala, judío, para que no te queden ganas! -gruñe
50
un carnicero astroso, hundiéndole su cuchillo en el estó-
mago. ·
rodea-: Pos ora sí, muchachos, al cerro a peliar con los
pelones, y a ver de cuál cuero salen más correas ...
-¡As~rate! -dice el Ruñido-, déjanos ir a encomen-
damos a Dios, y a ofrecerle mandas a la Virgen, pa' que
nos saque con bien.
-Hombre, sí, está bueno +aceptan todos la idea.
Se encaminan al templo y entran de rodillas· rezan
golpeándose el pecho; al final, se inclinan y besan el suelo
con humildad.
El pueblo todo está en silencio; las calles solas y las
casas cerradas.
Flota sobre el ambiente un hálito de muerte; percíbese
una extraña sensación de zozobra, de terror, de miedo) por
Jas represalias que puedan ejercer los federales a su lle-
gada. ·
Como saldo sangriento del motín, Coello, destrozado
a balazos y puñaladas. El cadáver hecho nudo, de un ran- ·i
chero, tirado a media calle.
Un infeliz bolero, con los brazos abiertos, amortajado
en el blanco sudario de las lozas de la plaza. ·
Débiles quejidos de heridos que se arrastran, bus-
cando la sombra, y el ronco estertor del sargento BernaJ,
que está hecho una etcétera, en un rincón del portal.
Salen los cristeros del templo, después de pedir la
ayuda celestial para ir a matar. Tornan por el Puente
Granda, formados de dos en dos, y se pierden detrás del
cerro del Huilote, árido y seco, pelón corno una calavera ....
Pardea la tarde.'
Don Ramón y Felipe regresan del pueblo, camino de
su rancho. · · -- ·
Largo tiempo llevan en silencio, preocupados; con la
mirada perdida en la lejanía de azulados contornos.
 Los caballos, con la rienda suelta, tranquean a lo
largo, devorando leguas.
La perspectiva no varía: lomas monótonas se suceden
áridas y blancuzcas. salpicadas apenas por secos y maci-
lentos yerbajos.
Sobre pequeños valles que quedan al claro, corren
como rasguños sobre las tierras grises, surcos deleznables
que sostienen raquíticos milpales en fruto.
A lo lejos, una larga cadena de cerros calvos y amari-
llos corta el horizonte con líneas achatadas.
De cuando en cuando, don Ramón gesticula y mueve
la cabeza, todavía impresionado del motín de la mañana.
-¡Esto ya se lo llevó la trampa, Felipe. Con lo de ora
en la mañana se prendió la mecha y se vino la bola ... ! ¡Y
· haber sido tu hermano quien le puso el cascabel al gato ... !
. ¡Hazme favor ... !
-Pues, sí, padre. Primero el sermón, que fue el grito
de guerra; luego los letreros subversivos, que eran una
provocación; y al final el choque sangriento, con Policarpo
a la cabeza de los sublevados, la revolución cristera se ha
desencadenado.
-¡Álgame Dios, .. ! Aquí me tienes con la cabeza hecha
una baraña, sin hallar qué hacer. Tú sabes que yo no soy
,·.
...r
de armas tomar; que no me meto con naiden, ni me gustan
las bolas ... Pa' mí, mi rancho, mis caballos, mis animalitos
y amén y santas Pascuas ...
-Bueno, padre, ¿por qué se preocupa? Se queda usted
en su rancho viendo sus tierras, cuidando· sus animales,
. atendiendo sus negocios, y que ruede el mundo.
-Pos sí, hijo; pero ...
-¿Pero qué, padre? ¿Quién lo obliga a meterse en la
bola?
-¿Cómo quién? ¿Pues qué no es uno creyente? ¿Cómo
quieres que se quede uno tranquilo, mirando que le
quitan a Dios?
-No, padre, nadie se mete con Dios. Éstas, acá, son
cosas de los hombres. Se trata nomás de que los padrecitos
no quieren ajustarse a las leyes de la revolución; por eso
52
están pasando todas estas cosas y ...
-¡Ya!, ¡ya!, ¡ya! ... ¡Párale!, ¡párale! ... Yo de eso no'
entiendo; pero lo que sí te digo es que se hace muy cuesta
arriba quedarse sin misa, sin confesión, sin bautizos, sin
indulgencias, y lo pior de todo, sin padres que lo auxilien
a uno a la hora de la muerte. Y así estamos mita: las igle-
sias cerradas y los pobres padrecitos escondidos.
"¿Pos cómo ha de ser eso?
"Ora dime: que nace un muchacho, ¿quién lo hace
cristiano?; que tiene uno un difunto, ¿quién le echa los
responsos? Que se ofrece un casamiento, ¿quién les echa
la bendición a los novios? Y que se llega la hora de entre-
gar cuentas a Dios Nuestro Señor, hazme el favor de
decirme, ¿quién lo ayuda a uno a salir de ese atascadero?
¡Onde que el diablo no duerme! ... "
-Pero mire, padre ...
-No, no, no, Felipe -lo vuelve a interrumpir don
Ramón, moviendo obstinadamente la cabeza.
Prosiguen su camino.
La inquietud de ·don Ramón se manifiesta por sus
aspavientos y gesticulaciones.
Felipe vuelve a tratar el punto, queriendo arrancar de
su padre la idea de ir a la revuelta.
-¿Y usted cree, padre, que para que vuelva a haber
misas, bautizos y responsos, se debe ir a matar, a devastar
los campos, a robar? Porque, a eso es a lo que van. Ya· vio
usted lo que pasó en la mañana ...
-Sí, hijo, sí, ni me lo acuerdes.
- Y los meros responsables no fueron los amotinados
enfurecidos que se echaron encima de la escolta, no, señor;
son los otros, los que azuzan desde las sombras, con pré-
dicas y propaganda subversiva; los que quisieran que se·
retrocediera a los tiempos de los privilegios y la intoleran-
cia; a la época feliz de su Alteza Serenísima, cuando man-
daban ellos, o quizá hasta más allá, cuando se obligaba a
creer por medio del potro y de la hoguera. Pero los tiempos--.
son otros; la revolución ha triunfado y tiene derecho a ...
-¡Otra vez la burra al trigo ... ! -exclama con enfado
 don Ramón-. ¿Pos ónde has leído eso ... ? ¡Me vienes a
mí con tus políticas, sabiendo, como te llevo dicho, que yo
de eso no entiendo ... !
-Está bien, señor padre.
Vuelven a quedar silenciosos.
Caen las sombras, amortajando los campos en reposo.
Un alegre relincho allá en el monte.
El clamoroso mugido de las vacas, camino a los co-
rrales.
El sonoro bramido de los toros en celo.
Y el canto prematuro de las ranas, 'que irucian su
absurda sinfonía ...
. , Don Ra!Ilón no puede apartar de su cerebro la impre-
sion del motín; el aspecto de los muertos, las quejas de los
heridos, y, sobre todo, Coello, convertido en una masa san-
guinolenta, tirado a media calle.
Sacude la cabeza; y exclama:
-¿Crees, hijo, que todavía no se me puede olvidar el
. probecito jefe melitar ... Y los gritos de la gente y los
lamentos de los probes heridos, pasas a creer que todavía
me hacen remolino en las orejas? ...
. . -P.ues sí, padre, ya lo vio usted. Y ese primer agarre,
desgraciadamente va a ser el comienzo de una guerra en-
carnizada, - cruel, que acabará con la tranquilidad de la
región; que segará millares de vidas, cuyo sacrificio será
estéril Que dejará muchas viudas y huérfanos desampa-
rados y madres abandonadas, sin otro recurso que la
mendicidad.
. -¡Álgame Dios, hijo! Todo eso es muy verdá. La
'. guerra es mala; pero ... acuérdate de lo que dijo el padre-
¡:
cito en el sermón: "Que se queden en sus casas los cató-
licos tibios, los irresolutos, que ya Dios Nuestro Señor les
tomará debida cuenta a la hora de su muerte ... "
-Sí, señor padre. Nomás que no siempre tienen razón
los padrecitos, y menos recomendando que se vaya a matar
al prójimo.
· -¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? ¿Qué no sabes que la
palabra de ellos es la misma palabra de Dios?
Felipe no puede contenerse. . .
-La palabra de Dios seria -le dice con vehemencia-s,
cuando predicaran el amor y la igualdad entre los hom-
bres; no el odio, la matanza entre hermanos, los distingos, ·
la postergación y la inicua explotación de los de abajo ...
"Ahora =prosigue con ironía=, ante el temor de que
se les disgregue el rebaño, como buenos pastores, puede
que tengan razón, porque una vez desperdigado el chin-
chorro, ¡ah, qué trabajo da juntarlo después! ...
Don Ramón ya no hace caso de las últimas palabras
de Felipe; levanta la rienda a su caballo y se aleja tro-
tando a abrir la puerta de mano que da entrada a los
terrenos de su rancho.
A la vista de su pequeña propiedad, se reanima: le-
vanta la cabeza y aviva el paso de su cabalgadura; respira
con amplitud, satisfecho, como si el aire aquel fuera otro,
que le llevara energías y entusiasmo.
Un inusitado alboroto entre la gente del rancho, lo
hace detenerse, sorprendido .
En las puertas de los jacales hay grupos de medieros
y peones que comentan el paso de los sublevados.
-¿Pos qué pasó? -pregunta don Ramón-. ¿Qué
mitote train?
-Pos qué ha de ser, amo -le contestan rodeándolo-;
·que acaba de pasar Policarpio con un titipuchal de gente,
rumbo al Cerro Colorao, a la revolución. ·
-Bueno, ¿y qué?
-Pos que nosotros tamién queremos ir, y sólo esperá-
bamos a su buena persona pa' pidirle su venia. Ansí que-
damos con Policarpio.
-¡Con una ronda de ... ! -vocifera don Ramón-.
¡Había de ser Policarpio ... !
-Pos sí, siñor amo, quedamos comprometidos con él.
-¿Así es que si ven que este tal se echa de cuernos a
un barranco, ustedes también se echan? ¡Tasajos! ...
-No, siñor amo; es que se trata de ir a desfender la .
religión; mesmo Policarpio nos dijo lo que había dicho el
padrecito en el sermón, y nosotros, pos la mera verdá,
55

Dios primero que todo. . . . de que van a pelear como el cántaro contra la piedra, y que
=Está bien -les dice con sequedad-. Aquí "la Iibertá
es libre". . . Cada quien puede cambiar su jergón por un
sayal, o hacer como aluego dicen, de su culo un zumbador.
¡Váyanse muncho al tal a hacer gárgaras de lodo, ¡tasa~
•
·.. JOS •••. 1
:·
Felipe se interpone.
-¿Pero a qué le tiran, tarugos? ¿Cómo se van y dejan
a stis hijos y sus mujeres abandonados? ¿Sus tierras, sus
';
¡' animales y sus cosechas tiradas? ·
,.
'·
¡:
Una mueca de desdén y un levantón de hombros es su
contestación.
~
U nos se retiran a arreglar sus caballos y probar sus
armas, que tienen escondidas desde la revolución del 15.
Otros descuelgan y limpian sus escopetas; los que
menos afilan los machetes sobre las piedras.
A Felipe le duele ver aquel inconsciente entusiasmo;
aquella inquebrantable decisión; aquel desdén por la vida,
aquel desprendimiento para sus familias, por ir a la guerra
santa ...
Y se queda sorprendido ante la estoica actitud de las
mujeres, que miran impasibles, sin una sola contracción
de dolor, sin el más leve aspaviento, ni el más ligero gesto de
pesar,
. , lbs preparativos
. .
de sus hombres para abandonarlas,
quiza para siempre.
Mira cómo permanecen impávidas, pasando sus ma-
nos encallecidas sobre las revueltas cabezas de chiquillos
¡:
encuerados, que se agitan inquietos a su derredor, pug-
~:
'. nando por esconderse, espantados, entre los anchos plie-
gues de sus burdos zagalejos.
Observa con tristeza el aspecto doliente de viejos casi
centenarios, que van de grupo en grupo, trabajosamente,
arrastrando los pies, a repartir consejos y bendiciones.
Ante aquella iniquidad, vuelve a hacer esfuerzos por
persuadirlos. . menos trabajo que uno, y sea servida Su Divina Majestá;
-¿Qué no saben -les dice con ardor- que van a dar
dado; a cambiar escopetazos por granizadas de balas y
machetazos por torrentes de plomo? ¿Qué no se dan cuenta
56
·... . ..
ustedes van a ser el cántaro?
"La gente del gobierno es mucha; tiene buenas armas
y parque en abundancia; mientras que ustedes, ¿de qué
armas disponen, cuál parque?"
Como quien oye llover y no se moja, así aquellos
hombres; permanecen impávidos, sin hacer caso a lo que
les está diciendo Felipe.
Sólo un hombretón de edad madura, le contesta:
-Pos yo, Felipito, llevo mi pistola y un 30-30 que le
merqué a un carranclán en el afio de 15. Los muchachos
-agrega señalando a dos adolescentes que están a su
lado-, éste, lleva la güilotera y un costal de balas rasas, y
la verdá-no es que sea mi hijo-; pero a 300 varas no se le.
va un coyote.
"Este otro lleva el machete de la leña, que aquí estoy
sacándole filo, y ai' onde ves, Felipillo, no es corriente; me . i¡
costó veinte riales en la feria de San Juan... 1·
1
-¿Pero con esas armas? -le observa Felipe. 1
-Pos pa' qué es más. David mató al gigante Goliat
de una pedrada ... Con la ayuda de Dios, de un gaznucho
se puede matar a un hereje...
Felipe se queda mirándolo con estupor. Unas veces
le inspira lástima aquel hombre, por su inconsciencia; otras, 1·
indignación por la iniquidad que va a cometer arrastrando
a aquellos dos muchachos bobos y montaraces a un estéril 1
sacrificio.
-Pero, ¿qué tienes, Marcelo? -prosigue exaltado Fe-. 1
lipe-. ¿Cómo te atreves a llevar a tus dos hijos, como quien . 1
.-,~-¡ lleva dos borregos al matadero?
-Pos eso quén sabe -le replica con una calma estul- 1
...... ta-; tú sabes que en la guerra, tantas hay de dar como
. :?. 1 de recebir; todo es cuestión de suerte: si les toca la de
malas... pos ya estaría de Dios, se ganarán la gloria con
ora, si es a la visconversa, pos alg.o han de conseguir en.
la bola... ·
Felipe está a punto de hacer explosión.
... ·
 · .. :: :':· : : . :. . ~ ·:· ..... . ·.; ... ,. 1. ·:· .
Marcelo continúa con la misma calina:
-No creas, ·Felipillo, que mis muchachos están tan
atrojaos; no, si ya saben ónde duermen las güilotas; ya
son gallitos de estaca, que no sacan la cabeza. Y a los
miras tan chicampianillos. . . pos aquel ya se echó a uno
al plato; lo mató de un balazo porque le quiso echar babas
delante de una chaborra que perseguían los dos, y el otro
ya es de los que callan la música a balazos cuando cái a
algún fandango. No, si ya pierden y ganan en la raya como
cualquier hombre, y a más de todo, ¿_pos qué no son ta-
mién cristianos ... ?
. Felipe se queda anonadado ante aquella pasmosa tran-
quilidad, y se retira perplejo.
En el corral de las vacas, tío Alejo asegura las trancas,
cantando una balona del tiempo de la Chinaca.
El ruido de la puerta al abrirse, lo interrumpe y voltea.
-¡Epa, tú! -le grita reconociendo a Felipe-; pareces
ánima en pena;· ¿de ónde vienes; qué trais ... ?
-Vengo de los jacales, tratando de convencer a la
gente de que no debe meterse en la bola; pero todo ha sido
inútil, el rancho se va a quedar sin un hombre: todos se van
a seguir a Policarpio. · tú sabes el respeuto y la obedencia que tienen por los
-Pos eso sí está malo; ai' vienen las Cabañuelas, y el
mais se va a podrir en los barbechos.
-Eso es lo de menos, tío Alejo; a mí me preocupa más
el estado en que va a quedar toda esta pobre gente. Muje-
res, ancianos y niños abandonados. ¿Cuántos de los hom-
bres volverán? Yo creo que muy pocos. Ahora, como yo se
los dije, el gobierno es fuerte, con buenas armas y parque
en abundancia, mientras ellos van como la gente del cura
Hidalgo: a cambiar pedradas y machetazos por granizadas
de balas, fiando .solarnente en la ayuda celestial, según les
1. ha dicho el padrecito, y esto, tío Alejo, es una infamia.
1·,
- Tienes razón, Felipillo; pero ansí es la gente de por
acá. Naíden quere quedarse atrás; en todo queren sacar la
delantera. Si saben que fulano mató a uno, a lo bravo,
·como los hombres, y comienza a correr su fama de valiente,
58
. ~. ···,.
no queda uno que no busque la manera de matar para no
quedar atrás de aquel fulano.
''Que alguno, en una borrachera; hizo recular y escon-
derse a todos los cuicos del pueblo; al domingo siguiente
ai' van otros a querer hacer lo mesmo. Que tú te haces,
verbo y gracia, de una bestiecita a.finadita, de buenos
padres, ligera y de buenos movimientos; en cuanto te la
ven, venden cuanto tienen, el mais, los bueyes, y si pudie-
ran hasta la mujer, y ai' van a buscar otra bestia mejor o
igual a la tuya. .
"No digamos en la cuestión de armas; todos queren
tener lo mejor de lo mejor, porque es con lo que más se
presume. Aquí en Los Altos es onde· ai' las mejores armas
del país, valgan lo que valgan... .
"Y ansí en todo lo demás; naiden, como te digo, se
quere quedar atrás. Por eso jué, que en cuanto pasó
Policarpio tu hermano, y vieron que algunos se compro-
metían con él, no quedó uno que no se comprometiera. Te .
digo que son como los borregos; por onde brinca uno,
brincan todos. No les importa saber si van bien armados,
y si van a ganar o a perder; la cuestión essaber si va fulano
o zutano, pa' que ellos enlueguito vayan, y a más de todo,
padrecitos ...
"Ora, como te digo una cosa, te digo la otra, hay mu-
chos tamién que van de buena fe, porque son buenos cris-
tianos.
"Y lo que sí te aseguro de todos, es que no sacan la
cabeza; una vez ya metidos en la bola, son muy peliadores
y van a darle muncho quihacer al gobierno ... "
-Sí, tío Alejo; pero eso no basta; los federales, aparte
de que disponen-de buenos elementos, traen jefes que los
saben dirigir y ...
-Sí, sí, ya te entiendo, queres decir que no es una
pelea casada, ¿eh? ...
-Sí, señor. ¿Por qué no va usted, tío Alejo, a ver si
los convence?
-¡Hum, Felipillo ... ! Primero tumbas a topes el cerro
59
 · de San Diego, que convencer a un ranchero de los Altos. ..
-Pero con la estimación que le tienen, y luego sus
buenos consejos, pudiera ser ...
-¡Álgame Dios, hombre! Dende a leguas se ve que no
sabes quiénes son los rancheros. Mira: te voy a decir un
versito que dende chiquillo le oyí a mi agüelo:

"Dar consejos a un ranchero,

LA TOMA DE SAN MIGUEL
es majar en fierro frío.
Es predicar en desierto,
o echarle herejías a un muerto.
Es querer atajar un río, Policarpo ha instalado su campamento en el Cerro Colo-
tapar el sol con los dedos rado.
o apagar la lumbre a pedos ... Con la gente que llevó de San Juan y los que más tarde
se le han ido incorporando, su columna consta de doscien-
"Ansíes que ya verás; andas miando juera e'l olla ... " tos hombres; todos montados y armados.
Unos, con buenos rifles y en buenos caballos; otros,
con escopetas, mosquetes del tiempo del imperio y ma-
chetes.
Aquella tarde, la columna está tendida en línea des-
plegada. El momento es solemne; va a tener lugar lacere-
monia de imposición de banderas.
Policarpo, que ya se siente un Napoleón, revista su
( gente, seguido del Pando. El Ruñido, La Pachanga y El
Canelo.
La gente guarda un religioso silencio.
Policarpo, en su caballo alazán, gorbeteador, su cha-
queta de cuero, cuajada de alamares y su gorra de pelo
galoneada, recorre de uno a otro extremo la columna.
Luego se coloca en el centro, con su estado mayor.
El Pando, que presume de conocer de milicia, por
haber sido coronel de los mochos, funge como jefe del cere-
monial.
i'
Despliega dos banderas; en una está bordado con seda ·
un Sagrado Corazón, con la siguiente inscripción Regi­
miento de Cristo Rey; en la otra están las Tres Divinas
Personas, y dice: Batallón de la Santísima Trinidad.

·u·,~~
-¡Toribio Torres y Anacleto Zendejas! ¡Al frente ... !
Los aludidos; locos de entusiasmo, azuzan sus caba- . : ;<
60

::.~.~· ," .,.,. ·~

 .;
; .
llos y los avientan fuera de la línea, sentándolos con toda
f
. ...
·~
precisión frente al Pando.
Todos se descubren y presentan armas.
l -¿Juras por Dios de los Cielos y su Santísima Madre
' ..
·~·' .
....
. ~. no dejarte quitar esta bandera que Cristo Rey pone en tus
J: .manos?
I·
::·
(;· -Si juro -contestan ambos, besándola.
-¡Viva Cristo Rey! -grita la turba, disparando sus
armas ...
Aquello los enardece y hace crecer sus bríos.
-¡A tomar San Miguel! ¡A tomar San Miguel! -se
oye un grito unánime.
Policarpo, consecuente, ordena se forme la gente de
dos en fondo, para ir a tomar aquella plaza. Una vez for-
mados, da una voz de mando:
-¡ T oquen pa '. rmosi1
Como clarinada del Juicio Final, convocando a los
muertos, vibran los cuernos, sacudiendo los campos en
reposo, y la columna se pone en movimiento.
Después de rato, pasado el entusiasmo, los más van
silenciosos, reflexivos. Algunos para disimular su turba-
ción tosen estrepitosamente; otros sacan sus eslabones para
hacer lumbre y encender sus cigarros.
Comienza a soplar viento chivero, presagio de la
helada.
· Hay murmullos en las hojas caídas de los milpales;
lamentos entre los garruñales y rezongos en los huecos de
las cercas.
Los hombres desanudan sus frazadas y se embozan
en ellas, echándose el rifle a la espalda.
Individuos de bien que van ahí, rompen al final el
silencio; comentan su situación.
-Pos sí, Martín, yo no sé qué jui a hacer a Ca~lle-
. rías, a echarme este compromiso, habiendo dejar tirao
mi maicito -dice Timoteo, mientras enciende un pando
cigarro de hoja en el botón de fuego de la yesca-. Todavía
si después de la pelegrinación me hubiera arrendao pa' mi
rancho, no me habría metido en este berengenal, que sepa
1'., ~
O;< 62
Dios cómo salgamos ...
-Pos sí, compadre; ya vites lo que dijo el padrecito
en el sermón, que todos los que juérarnos cristianos había-
nos de ir, o que nos atuviéramos al castigo de Dios ... Y
aluego la hablada de Policarpo, que todos los que nos
.
. l
'
sintiéramos con tamaños lo siguiéramos, ¿pos qué iba uno
a hacer? ... Son cosas de hombres, a las que no se puede
faltar ... Afigúrate cómo iré yo, habiendo dejao a Feli-
ciana, mi mujer, ya pa' salir de su cuidao; sola, sin quén }p,
dé un trago de agua. ¡Hazme el favor ... !
-Tienes mucha razón, Timoteo. Cabalmente yo no
dejé mujer porque no tengo; pero sí dejé a mi madrecita
sola y íngrima, atenida a quen le haga la caridá de darle
un pedazo de gorda.
Pero, pos, ¡ya estaría de Dios! Me agarraron borra-
cho; les dije que sí, y ora hasta salir al barbecho ... [Pri-
mero muerto que rajao ... !
-Ta' bueno, compadre; si yo no creas que me rajo;
sólo que ... pos siempre le duele a uno dejar a la vieja, y
aluego los muchachillos tarnién hacen comezón. ¡Sepa Dios
si volverá uno ... !
Se quedan pensativos.
Surgen intermitentes puntitos de luz de los cigarros,
que se antojan bandadas de luciérnagas errantes, revolo-
'....
teando en derredor de la columna.
Tintinean las espuelas; estornudan las bestias, marti-
llando sobre la tierra dura, con sus recias pezuñas, y
ladran los perros en la lejanía.
-De todos modos, Tirnoteo, ya qué alegamos. Nos
comprometimos, y ora, como quera que sea, a cumplir
como los machos. ¡Al cabo no hemos de morir de parto ni
de cornada de burro ... !
Sonoras carcajadas festejan la ocurrencia, que viene
a inyectar optimismo a aquel grupo de ingenuos campe-
smos.
.,, Los turbulentos, los matones de fama que van alá ·-·
·'·
vanguardia, también hacen comentarios a su modo.
-Yo pa' qué te lo niego, Tranquilino, largo se me hace.
 :"'. ·.
llegar a San Miguel, pa' echarme encima del caballo
retinto de don Félix. Es una bestia ... que no respeta
lienzos; ligera como un venado y un gobierno ... que la
·haces dar vuelta en una peseta y bailar un jarabe en un
comal. .. Aunque don Félix es mi amigo, lo que es ora
rompemos con la amistá: me la avanzo, quera Dios o no
quera ¡Pos luego, entonces pa' qué son las refolufias!
¡Mah ! Los perros de los arrabales parecen estar dormidos o
-En efeuto, vale -dice Nicolás-; pa' eso son las bolas
y hay que aprovechar. Y o por lo tocante a bestia, con ésta
me basta y sobra; a lo que le tiro al llegar a San Miguel. es
a ver si me puedo robar a la chata Rosalía, que está de
"revolcón, brinco y pugido" ... Pa' qué te digo más ...
-Pos yo -agrega Marcelino, el Tuerto=, en cuanto
éntremos al pueblo, me voy de jilo al juzgao, a buscar los
papeles onde ese juez jijo de siete ... me sentenció a veinte
años por los dos endevidos que maté, y a ver si me toca
la de buenas de agarrarlo pa' hacerlo bailar la Varsoviana
a balazos. . . :;
En cambio, los irresponsables, rancheros montaraces,
asustadizos, que rara vez bajan al pueblo, y vienen ahí sin
saber por qué vienen ni hacia dónde van; tan solo porque
los llevan sobre sus doloridos lomos las pacientes acémilas, ;
caminan impasibles, con los machetes atravesados en la
silla, canturreando a media voz:
En una mesa te puse
un ramillete de flores.
Mariana, no seas ingrata,
,r'r·
regálame tus amores ...
-¡Rompan filas y búiganle ... !
.1 ,.
t· ..
,!i(
..
Corre de boca en boca la consigna.
Había que llegar a San Miguel favorecidos por las
sombras de la noche y sorprender dormida a la defensa ;
de don José María.
La columna se disgrega; todos avanzan en turbulento
tropel galopando a campo traviesa, derribando cercados y .,
64
atravesando potreros para acortar la distancia.
A poco, al descender de una loma, instintivarnent.e
todo mundo hace alto: San Miguel de los Alcalás al frente.
1:1. blanco y risueño caserío está medio iluminado por
los débiles rayos de una luna anémica en menguante.
Como manchas grises aparecen las formas confusas de
las casas. ·
tener miedo; no ladran. ·
La columna se detiene. Policarpo selecciona cincuenta
hombres; los manda echar pie a tierra y les ordena que
avancen, divididos, por las calles que desembocan en la
plaza principal, a fin de tomar por asalto la presidencia.
Al resto de la gente, la distribuye en distintos lugares
alrededor del pueblo.
. Antes de salir a tomar sus posiciones, los montados se
bajan, aprietan sus sillas, revisan sus armas se calan los
barboquejos, se aseguran el sombrero; sacan' sus medallas
y sus escapularios, se santiguan y montan nuevamente
musitando oraciones: ·
-¡Sombra del Señor Santiago, cúbreme! ¡Virgen de
Guadalupe, protéjeme con tu santísimo manto! ¡Señor
San Miguelito, empréstame tu machete ... ! -se escucha
a media voz.
Los montados se repliegan a· las casas de las afueras
del pueblo, y como sombras, en el mayor sigilo desaparee
cen, sitiando a San Miguel. '
Cautelosamente, los de a pie se escurren por las estre-
chas callejuelas que llevan hacia la plaza. .
Policarpo y El Ruñido los siguen. . · .
-Oye, Caifás, ¿ónde están las sogas? -le pregunta El
Ruñido.
-Aquí están, mi jefe.
-Bueno, ténlas ai', pa' ora que se ofrezca. •
-¿Pos pa' qué son tantas reatas, tú, Ruñido? -pre-
gunta Policarpo.
:--Pa' acabar con todos esos López, que como te dije.
me tienen muy agraviado ... Mira: ésta pa' colgar al viejo,
65
 ~:;•. del balcón; ésta otra pa' Miguel, y ésta más, por si me toca
·}:.
la suerte de que ande ai' el tal Silverio, pa' colgarlo del
palo de la bandera y que sea el primero que le saque
vueltas a los zopilotes ...
-¡Pero, hombre, tanto colgao! Ni que juera Sábado
de Gloria! No, mira, Ruñído, deja mejor las reatas pa'
amarrar los caballos, y si tienes agravios con los López no
. f::·1·
te valgas de la ocasión; búscalos y cualqúera de ello~ te
cumple onde queras y a la hora que queras ... Venemos a
desfender ~Cristo Rey y no a vengar agravios; yo, cuando
los he temdo con alguno, le he parao los pies como los
hombres; ansí se usa aquí en Los Altos. ¿Qué, allá por
tierra adentro, de onde tú eres, no es ansina?
Un sordo gruñido y una maldición es la contestación
de El Ruñido. . El pueblo despierta alarmado, sacudiéndose de es-
Don José Maria, -~l alcalde, que tan agraviado tenía a
Herculano, El Ruñido, ya los esperaba.
Parapetado en las alf:uras de la presidencia y las
torres del templo, con veinte hombres de la "guardia
guzga", como allí llamaban a los miembros de la defensa
social, estaba resuelto a rechazarlos.
-Nadie se mueva ni haga ruido -dice a su gente-.
Estos desvelaos creen que nos van a encontrar echados en
el,nido, Y v8!1 a ver cómo a la hora de la hora, no saben ni
donde quedo .el colorado ... Ahora, mucho silencio, porque
son muy ladinos; hay que procurar que no nos sientan
para hacerlos caer en la ratonera ... Hasta que salgan a l~
plaza y den blanco, hacen fuego.
~mbarrándose a las paredes, como espectros, a pasos
medidos de gato en acecho, avanzan Jos asaltantes.
La débil luz de la luna en retirada, ahora es un borrón
desconcertante. Hay una confusión de sombras y de gentes,
que hace exclamar alarmado al alcalde:
. -¡Ah, chisguetes, muchachos ... ! Si es un hervidero.
¡Listos!
Pron!-0 dejan las calles de vomitar cristeros sobre la
plaza desierta, envuelta en un silencio impresionante.
Las esbeltas columnas del portal aparecen ante los
perspicaces ojos de los asaltantes; como un batallón de
gigantes, tendidos en línea desplegada. Esto los . impre-
siona, haciéndolos avanzar con mayor cautela.
-Les encargo muncho al viejo -recomienda a media
voz El Ruñido-; no me lo dejen juir, lo mesmo que a ...
Una estruendosa descarga le mata las palabras en la
boca.
Los cristeros quedan desconcertados. buscando sobre
qué disparar. ·
Nuevas descargas continúan, uniformes, precisas. Una
ráfaga de fuego se extiende de extremo a extremo del pretil
de la presidencia, y de la torre del templo salen escupitajos
de lumbre.
panto.
Y un baile trágico, dantesco, se inicia a media plaza.
Los cristeros saltan de un lado para otro, todavía des-
concertados. Hay gritos, carreras, alaridos, blasfemias y
lament:os de los Que caen heridos.
Policarpo, impotente, grita y vocifera enfurecido, se
mesa los cabellos y se muerde, rabioso, los brazos, por no
poder hacer uso de su buena puntería, en medio de aquella
penumbra.
Hubiera querido que la luz incipiente del día, apare-
ciera como un rayo, de golpe; no tan poco a poco como
iba llegando, tenue, tímida, medrosa. ·
A pesar de la sorpresa, los cristeros no retroceden,
enfurecidos también, buscan parapetos entre los yerbajos
y bancas de la plaza, y disparan sobre la oscura mole de la
presidencia.
De las alturas sigue saliendo una lengua de fuego,
inmensa, fulgurante. De abajo, los escupitajos de lumbre
- se multiplican por toda la plaza.
-¡Reculen! ¡reculen! =grita al fin Policarpo con voz
ronca.
A rastras, agazapándose, pegados a fas paredes, los
cristeros se retiran de la plaza en busca de buenas posi-
ciones.
67
...... :.~
 -¡Demen blanco, guzgos piojosos, JIJOS de. seten~
mil. .. pa' que sepan quén es su padre ... ! -grita Poli-
carpo a media calle, con el rifle en la mano-. ¡Saquen
i ..
siquera los cuernos pa' tumbársel?~.; asomen mas que
las greñas pa' tuzarlos a balazos, JIJOS de munchas .... 1sean
-¡Cristeros hambriaos, caga velas =les conte~~~n
aquéllos-. ¡Aquí está su presidencia, vengan por ella, JIJOS
de la ... !
Y las descargas continúan por ambos lados.
Mientras tanto, las puertas y ventanas de la~ casas se.
abren eón precaución y asoman manos descolon~as, . con
velas encendidas, echando bendiciones por el triunfo de
la santa causa.
El alcalde, con su guardia guzga, sostiene su posición. El
asalto por parte de los cristeros es imposible. La defensa
de don José María se defiende con bríos.
El bochorno del sol de mediodía apacigua los ánimos;
hay una tregua. . .
A dos cuadras de la presidencia, en la tienda de don
Ranulfo Tapia, viejo cristero, hermano mayor de la Vela
Perpetua y jefe de la Liga, se emborrachan Policarpo y su
estado mayor.
-¡Canijo, quén se iba a soponer que este viejo con
sólo veinte hombres nos aiga dao en la madre ... ! Porque
lo que es que si no se le acaba el parque ... lo sacamos d~
ai' el año de la tiznada ... !
! "¡Mire nornás, amo don Ranulfo; lo que no nos pasó
en San Juan con los sardos, nos vino a pasar aquí con
estos deshilachados ... ! ¡Álgame Dios, ónde venimos a
darlas ... ! ¡Écheme otro cuarto de tequila, don Ranulfo!
-dice Policarpo.
-¡Pacencia, mi coronel, pacencia; de aquí a mañana
no queda uno solo de esos fariseos; yo sé lo que le digo. Y a
mandé a avisar a San Julián y pa' esta noche o mañana
tenemos aquí la gente de don Miguel, y entonces verá ese
viejo si los soldados de Cristo pueden o no pueden .. :
=Sí; pero siempre la vergüenza de que con doscientos
68
hombres que traigo, no poder con veinte ... ¡Écheme otro
cuarto ... !
-¡Ya, Policarpo; no te aflijas; al cabo hay más tiempo
que vida ... Un volao a ver a quén le toca bailarles el meco
a media calle a esos guzgos piojosos -dice El Canelo.
-¡Zaás ... ! -aprueban en coro los circunstantes.
-¿Qué le vas, Pachanga, águila o sello? -y de las
manos de Policarpo salta un peso haciendo piruetas en el
aire .
-Águila -contesta aquél, saltando del.mostrad<_>r.
-¡Jué sol. .. ! =grita la chusma en medio de alaridos=:
¡perdites ... !
-Maistro -dice la Pachanga, subiéndose los panta.
lones-: écheme medio cuartillo pa'l susto.
-¡Válgarne el Siñor de Chalma! -agrega levantando
el vaso de tequila-; ¡con esta carga cualquera se pone
pando ... ! . ·
Se lo empina de un sorbo, y de un brmco se planta a
·.·1
media calle a cien metros de la presidencia. 1
-¡Ay!,' ¡ay!, ¡ay!, chivos flacos, pelones, ~antenidos
con zacate; en la punta ... de este cerro les b'ai~o su cho- .1·!
colate ... -y comienza a bailar, disparando su pistola.
De la presidencia sale una granizada de balazos sobre
La Pachanga.
-¡Aija y aija!, ¡upa y apa ... ! -salta de un lado para
otro, toreando las balas. .. .
De la tienda salen a borbotones carcajadas y gritos,
festejando la audacia. . . .
La Pachanga no cesa de bailar en medio de la lluvia
de balas que le caen, por todas partes, salpicándolo de
tierra.
-¡Aija y aija! ¡y upa y upa!. ..
Lo que tenía que ser: una bala lo alcanza en una
pierna. Se bambolea y se dobla poco a poco; se arr~tra
hacia la tienda y se retira en cuatro patas, con la pierna
sangrante. . ,
-Don Ranulfo, emprésteme una botella de tequila pa
curar a éste -dice Policarpo. Le descubre la henda Y le
69
 quiere vaciar la botella en ella.
-No, hombre, Policarpo; no lo desperdicies; echa pa'
cá la bote!la, me hace más falta en el estómago ... Mira,
Canelo, buscate unas telarañas ai' detrás de la puerta pa'
que me taponiés la herida ...
Aquello qué importancia tenía para Juan La Pa-
changa, si el fierro de herrar con que marcaba sus' animales
en su rancho se lo aplicó en un cachete nomás para saber
qué era lo que podían sentir cuando se los aplicaba en las
ancas ...
. ~sa era la cau~. de que trajera plegada, deformada
hornblemente la mejilla derecha.
La prodigalidad de don Ranulfo no tiene límite para
aquella turba de defensores de Cristo, a quienes se com-
place en agasajar. Las botellas de tequila con mistela de
hambre, el Carlón, los amargos de estafiate y limón se
,
vacían con asombrosa rapidez. ' El viejo alcalde echa una desolada mirada: sobre sus
Al filo de las tres, cuando el bochorno de la siesta es
más intenso, Policarpo y su estado. mayor han dado las
tres y últimas: Unos están tirados, cuan largos son, sobre
el suelo, en medio de nauseabundas vomitadas; otros están
de bruces sobre el mostrador, escurriéndoles un hilo de
babas, y otros más están hechos nudo, la cabeza colgante
Y el sombrero tirado a sus pies, sobre los cajones vacíos
que hay en derredor de la tienda.
Y cual más y mejor roncan estrepitosamente, dando
la impresión ·de una loca sinfonía de contrabajos a toda
cuerda . . · Los cristeros se dan cuenta de que han escapado los
Madrugada lívida.
El sol aparece con síntomas de locura: ya se esconde
tras la densa cortina de una nube pachona; ya reaparece
lamiendo acariciante los pretiles y las copas de los ár-
i' .:
}. boles.. . López ... ! ¡Ja, ja, ja!
Por los áridos llanos del camino que lleva a San -Iu-'
lián, se levanta una densa polvareda. . El Ruñido se mordisquea los erizados bigotes y vomita. -···
=Federales que vienen a reforzarnos -exclama don
José María, regocijado.
70
. La gente se precipita a asomarse. Contemplan gusto-
sos la larga columna de polvo que se mueve en dirección
al pueblo.
-Sí, son federales que vienen a damos auxilio -dicen
satisfechos=. Ora sí, pa' que se les acabe el hipo a estos
desgraciados cristeros; sobre todo al Policarpo, ¡quis'que
se las come crudas ... !
"Pa' de aquí a media hora, no van a encontrar ni por
ónde salir, y van a cair como ratas ... "
Pero, en cuanto más se aproxima la columna, y co-
mienza a despejarse la polvareda, aparecen anchos som-
breros de petate y blanquean las camisas ...
Los hombres de la defensa se quedan atónitos; se
miran entre sí, perplejos, sin proferir palabra, y se retiran
lívidos, desalentados, a tomar nuevamente sus armas.
Era un nuevo grupo de cristeros.
hombres, y los encuentra abatidos, macilentos, exhaustos.
Veinte individuos, resistiendo con bríos desde el día
anterior las furiosas acometidas de un enemigo diez veces
superior, ¡no era para menos! ·
Comprende que toda resistencia es inútil. No era justo
sacrificar a aquel grupo de generosos y valientes labriegos
que tan leales le habían sido y que lo seguirían siendo hasta
el fin.
-¡Destápenle, muchachos!; ¡vamonos .. .! Brinquen
por el corral de don Martín, y al cerro ...
de la defensa, cuando éstos ya se han internado en el
monte.
-¿Los seguimos, Policarpo?
-No, déjenlos, probes; bastante hicieron con tenemos
a raya más de un día ¡Ora, Ruñido, anda a seguir a los
Te dejaron con la luna en pren-
. . . t
das. . . na, Ja, Ja. . . . .
sapos y culebras ...
Suenan las músicas; repican las campanas; el pueblo
71
n-
~ '
todo se ha congregado en la plaza y se confunde entre los
~· soldados de Cristo, otra vez victoriosos. Las beatas se
abren paso a empellones hasta llegar con Policarpo y su
flamante estado mayor, para condecorarlos con medallas,
cintajos y escaputf1rios.
Vetusto caserón de cantera toscamente labrada; ventanas
enrejadas a los lados, coronadas con cruces de palma del
;~·
Domingo de Ramos.
En medio, ancho portón de mezquite, capaz de resistir
cañonazos, ostentaodo en lo alto, a manera de emblema, el
,
.... Santo Patrono del lugar: un San Miguel de cantera.
Hacia dentro, amplio patio empedrado; en un rincón
el pozo pueblerino, de· alto brocal y quejumbroso carrillo
de madera.
Por sobre la pared encalichada trepa una vieja parra,
de brazos descarnados, a cuya escasa .sombra duermen la
siesta dos· perros gruñones.
Al fondo, vasto corral oliente a estiércol, con su puerta
de golpe, por la· cus! asoman la cabeza burros trasijados,
caballos aburridos y cerdos rezongones. · . El pueblo se sacude de gusto. Las calles se pueblan de
Una vieja casona que, por fuera, tenía un menguado
·sello de heráldica ramplona y, por dentro, el rústico as-
pecto de una venta cervantina, tal era la morada de don
Chon Tapones, agiotista ruin y despiadado que tenía hipo-
tecado a todo el pueblo, Y en la cual -caso insólito=-, se iba
a festejar con un "refresco" a Policarpo y demás jefes.
-Con un trago de agua endulzada y unas cuantas
..."· puchas y soletas me congracio con éstos, pa' que no se
' vayan a tragar mis reses ni a llevarse mis caballos -se dice
para sus adentros el agiotista. · Los tres padres del pueblo, seguidos de Policarpo,
Por fa noche, el ancho zaguán y las ventanas, abiertas de
pal'. en par, arrojan cborros de luz sobre la calle. · cerca besan con toda reverencia las manos de los tres pa-
La sala de la casa de don Chon, según opinión de las
vecinas, está como si se fuera a recibir a su Señoría Ilus-
trísima, o a don Cherna Lozano, cuando era ministro.
Sillas en profusión, conseguidas en el vecindario.. de
/,
72
distintos estilos y colores; blancos cortinajes de gancho,
amarrados con listones azules. Las paredes, al frente, tapi-
zadas de santos y piadosas leyendas, predominando, en fa
pared central, con grandes letras de 01·0: ¡Viva Cristo Rey!
A los lados, cuadros vulgares de barbería de pueblo:
la guerra del 70, agrestes paisajes, escenas de cacería y la
Villa. de Guadalupe.
Un largo cordón de gente, como hormigas arrieras, ·1..,l
van y vienen trayendo trastos, ollas y charolas coronadas 1
de puchas y soletas. I~
Doña Melitona, la esposa de don Chon, con sus an- -~
chas enaguas de olán al vuelo, botines de charol rechina-
1¡:
dores y un monumental chongo anudado con un listón
carmesí, va hacia todos lados, moviendo rítmicamente sus
robustas asentaderas.
,,
. La música de los "cinco viejos", que largo rato llevan t
1,1; ¡
de templar para ponerse a tono, sueltan al fin una de
aquellas polkas pespunteadas, que allá se les llamaba de ·1. I
brinco, arrempujón y pujido. .
.1
rumores; se abren las puertas con estrépito y salen corrien-
do los chicos a tomar posiciones en lo alto del enrejado
de las ventanas, para disfrutar mejor de la suntuosidad
de aquella fiesta. · . ·
Un movimiento general entre la concurrencia, sobre
todo en las mujeres, que se cubren recatadamente el pecho
con los tápalos, se recogen las faldas y se acomodan sobre
sus .asientos con toda compostura, las hace interrumpir
sus sabrosas pláticas de comadres criticonas.
con su estado mayor, penetran en la sala. ·
Toda la concurrencia se pone de pie, .Y los que están
drecitos. ·
. Fuera, la gente .del pueblo, que no tiene acceso a aque-
la rica mansión, se precipita a empellones y codazos sobre
las ventanas.
'18
 Hay exclamaciones y gritos de entusiasmo al divisar']
al héroe victorioso: ¡Viva Policarpo Bermúdez ... ! ¡Vivan'.
los soldados de Cristo ... ! . .
Policarpo es obligado a sentarse en el lugar de honor, ~;
en medio de los padres. Siguen el Canelo, El Patas, La ';
Pachanga y El Pando.
Los abroncados rancheros sienten que todo da vueltas
a su derredor; les falta piso donde fijar los píes. Están
anonadados de vergüenza; no saben dónde colocar las
manos, ni hacia dónde dirigir sus ojos azorados.
Todas las miradas de la gente, tanto la de dentro,
como la de fuera, caen sobre ellos, como una plancha de
plomo, aplastándolos de mortificación. En aquellos mo-
mentos están arrepentidos de ser héroes.
Uno de aquellos schotis huracanados, que allá se les
llamaba de volantín, carrera y caballazo, viene a aliviar ,
su situación. La gente se distrae; se inician las conversa- .:
dones, y los rudos rancheros resuellan a sus anchas, por- .
que ya no tienen sobre sí aquellas penetrantes miradas de . '.
sus admiradores.
Un catrín del pueblo, presuntuoso y relamido que se ~.'
quiere exhibir, tiene la audacia de ofrecer el brazo a una ..
muchacha que se encoge y esconde la cabeza, roja de :'
vergüenza, invitándola a bailar. . '.
-¡Mira, tú, a la menguada de Trenidá, cómo se hace ,·f
de la boca chiquita! -comentan dos muchachas-; no quie- .
re salir a bailar con Toribito; se hace como las tortugas:
¡No me echen al agua porque me hogo... ! ¡Ya quisiera
la pobre que ese chivo padre le diera un tope; ¡pos de qué :
presume!
Doña Melitona, que alcanza a ver semejante desacato,
corre a interponerse -No, Toribio -le dice afablemente al
galán-; me vas a hacer el favor de dispensarme, pero lo·:;-
que es aquí en mi casa no se balsan esos bailes tan peca· ·
minosos ... ! Muncho menos estando aquí los padrecitos ...
El Jarabe, La Botella, La Malobra, puedes rebalsarlos •
hasta que se te hinchen los pies; pero lo que es de esos bai-
.
1ecitos de arre1un tam1en. t o,, . . . no, ¡ma. alma. . . '. ¡ Estás
H •
74
viendo lo que nos· está pasando con la . Iglesia, por tanto
ofender a Dios Nuestro Señor ... !
La fiesta va cobrando animación.
Se baila la Malobra a atropellones y carreras, a lo
largo de la sala. .
' La mujer en un extremo y el hombre en ~l otro, el
baile consiste en no dejarse pasar uno al otro bailador del
campo que cada quien guarda, cerrándole el paso. Y unas
veces cae la mujer con sus dos asentaderas en el su~lo Y
las piernas en alto, y otras rueda el hombre por tierra,
mientras la concurrencia canta en coro:
Y ésta es la dicha M olobra
Que a los muertos resucita
Sacando la cabecita
Por entre la sepultura ...
Los "Cinco Viejos" se duermen sobre sus instrumen-
tos sin mermarle al guitarreo.
i Los gritos y las risotadas congestionan la sala, y fuera,
donde apenas se percibe el monótono l'Un. . . run. . . del
contrabajo, aúlla la gente de contento.
A la puerta de la sala, un grupo de ranch~ros alzados
obstruye la entrada. Dan vueltas, se arremolinan Y em-
pujan como manada de reses entrando al corral.
Va doña Melitona y los mete a empellones.
Entran pisando en lana, arrastrando los sombreros,
rojos de vergüenza; procurando taparse unos con otros,
hasta que se acomodan cerca de los músicos.
Junto al tololoche está don Chon, con las manos so-
bre la barriga, cabeceando. .
Como es más sordo que una tapia, los astutos ran-
cheros se dan a divertirse con él.
-¡Oiga, tío Chon: -le dice uno despertándolo, simu-
lando con las manos, como si le hablare de caballos- ¿ Có-
mo está doña Meli su mujer?
-Pos hombre -'le contesta· bostezando-,· está muy
engerida. Dende el otro día que se aventó, no puede estar
'15
 buena. Vo'a sacarla del potrero, y a meterla en la caba- Por su parte, la música no se da tregua; aúllan los
lleriza, a ver si ansí se le corta el "chorro" ... violines y los bandolones, cada cual por su lado; carras-
-¿Y Chonita? -le pregunta otro, refiriéndose a su pean los bajos, y ronca estrepitosamente el tololoche, has-
hija, haciendo señas como si se tratare de una vaca-. ta el amanecer ...
¿Cuánto vale?
. . -Pos hombre ... hay me darás sesenta pesos por ella
-le responde rascándose la cabeza-. Es hija, como tú sa-
. bes, de la vaca coneja, muy buena lechera .. > La verdá, te
conviene, ya anda ubrándose ... ! .
:.•¡
~· 1 ..
. Ruidosas carcajadas ruedan por la sala, y el agiotista
ríe también estúpidamente. ··
Policarpo y su estado mayor bailan el Jarabe a me-
dia pieza. Doña Melitona acompaña al primero; levanta
ufana la cabeza, pidiendo aplausos, orgullosa de bailar con
el héroe.

Y andaba toreando un toro

En mi caballo alazán
¡
;;

f -canta con voz gangosa tío Pascasio, el del bajo.

\
;,1 Y el toro estaba en Zacoalco
•.:
..
r.
:,
Y yo estaba en Ücotlán ...
1·'· -le contesta con voz atiplada Félix, el del bandolón.

Y ah qué demonio de toro ... ! ,:

Ya merito me alcanzaba.
~
Si no es porque estaba en medio · ~
La laguna de Chapala .. .! · · 11
.1
i!
El Jarabe parece interminable. Entrados en calor,
los bailadores redoblan a zapatazo limpio, y las mujeres I
..!
taconean a toda ley; se levantan picarescamente la falda

1'
para lucir las puntas bordadas de sus fondos y enseñar · .r.;;¡
:~\.
.(-.

sus robustas pantorrillas, a pesar de la presencia de los ."'V'

santos padrecitos, que se remueven gustosos sobre sus

asientos y aplauden a rabiar ...

76 '
77
'
•, .
·: ·.
 '! i.:
i.

I
:.r
l

LA TIERRA DE PROMISióN

Con los triunfos de San Juan y San Miguel y los 300

hombres a su mando, Policarpo ya se consideraba un ge-
neral -la mayor ambición de su vida, que lo había arras-
trado a la rebelión cristera.
En lugar del águila, llevaba en el sombrero una estam-
pa de Cristo, y a cambio de charreteras y galones, un
escapulario.
Así salió de San Miguel, al frente de su "cuerpo de
ejército", a reunirse con el padre Vega en el Rincón de
Chávez, para marchar juntos sobre la capital.
Como la vez anterior, de dos en fondo, para que se
hicieran muchos, caminan los cristeros, envueltos entre
nubes de polvo y llamaradas de sol.
Nada hay que merezca descripción de los áridos Ha-
nos por donde van pasando: tierras grises exhaustas, casi
muertas, cruelmente pisoteadas por el paso de los años.
Sin un árbol, ni un yerbajo, ni nada que atestigüe la vida.
Parece que sobre aquellos campos yermos se revolcó el
diablo. . . Sólo cuervos rapaces y auras pelonas rubrican
el aire, revoloteando hambrientas en derredor de la co-
lumna.
Al aproximarse a la Congregación, Policarpo ordena r
i
1'
se guarde orden y se presenten armas al f llegtar ~~f~·~~ ~¡ :;
e ura. ,. "· . ~ ·. <-· .."
El Pando se apronta a recorrer la colum
l t
~a IíW,t:}
.
t run· a a gen e. . . -~ .¡."" ,~n .....
~ .~ t"
-¡Epa, tú, Lagartija! Parece que vas en '~ ·,. proc~'/
sión con una vela en la mano; no has olvidao . ...,.,, .. ,.,,• ti{
todavía
 oficio de sacristán ... Recárgate la arma en la pierna. ¡Eso
es, ans1, .... 1
-¡Ora, tú, Tragarratasl, si no es chuzo ... Para bien
el machete y alíneate ... ¡Áscuale ;ansina .. .!
-¡Arrea, tú, Guaraches!; ¿qué, todavía te sobró sueño?
;Levanta los cuernos, sacúdete la rienda a tu caballo y
échate el machete al hombro ... ¡Ajá; ansí, sí! Pos qué va
a decir el padrecito de nosotros, qué clase de melitares
sem°''3..4
-¡Oye, tú, tasajo! ¿Pos ónde viene el convite?
-¿Por qué?
-Porque pareces payaso de circo como te meneas; o
pa que mejor me entiendas, te zangoloteas tanto, como si
trujieras gusanos en el rabo ... ¿Pos qué es eso? Amaciza
las nalgas y aprieta bien las piernas ... ¿Qué no eres de a
caballo?
-Pos sí; pero qué no mira cómo trotea este animal;·
parece que trai alambre en las patas como brinca el jijo
de un ... Y a me sacó el entresijo, y me voltió al revés el
cuajo, las tripas y el cagalar ... ¡Me lleva la ... !
-¡Malajo pa'l muchacho tan mal hablao! -gruñe el
Pando levantando el machete.
El muchacho se barre sobre el agudo lomo de la mula ··~
que monta, esquivando el cintarazo.
-¿ónde están el sombrero, la cobija y el machete?
-Pos ... pos ... -titubea.
i:
-¿Pos qué? -vuelve a gruñir el Pando, amenazándolo.
-Pos me los ganaron anoche en los albures. · donde se siembran calaveras y nacen cruces ... !
El Pando se queda viéndolo, y se alisa parsimoniosa-
mente las barbas.
-Pos, ¿de ónde eres, muchacho?
-De la Cañada de Pérez; po' allá cerca de San Juan.
1'1 ' -¡Ah, vaya! Pos es raro que no aigas jugao también
la camisa y los calzones, porque allá en tu tierra, ¡ah qué
buenos son pa' la jugada ... ! Y o vide en una feria que
llevaban a un hombre dentro de una canasta pizcadora, ·· '·
encuerao como lo había parido su madre, porque había ·
perdido hasta los calzones en un carcamán ... Ansí es que·
:·.
80
eres de buen. lugar. ,~Vaya'., 1[vaya!., 1[vaya!• - y sse re t.ira.
riendo.
Ordenada la gente, la columna prosigue su 'marcha.
Aquel la~go cordón de montados antójase una apocalíp-
tica serpiente que repta derecho, luego ondula y se retuer-
ce, siguiendo los recodos y vueltas del camino.
Policarpo se acomoda sobre la teja de la silla y voltea
hacia atrás. El pecho se le hincha de satisfacción al verse
·;.
al fren~ de aquel numeroso contingente; alarga la cabeza
para mirar la cola del monstruoso reptil que va guiando y
manejando a su arbitrio, y con el cual va a conquistar Los
Altos y a_ ob~ener el ansiado sombrero texano, ya sea que
~leve el Aguda o el Ojo de la Divina Providencia, poco·
importa; pero que lo señale como general. ..
-¡Rincón de Chávez! ¡Rincón de Chávez ... ! -se ele-
va un ronco murmullo desde la cabeza hasta la cola de la
columna.
Rincón de Chávez ... Hosco caserío de adobes, escon-
dido entre viejos mezquites y sarnosos nopales. Rincón
de "bragados" y "panteras", donde se lleva el sombrero
por un lado y se escupe por un colmillo ... Cueva de va- l
'~'Z· lientes, donde el primer juguete que se da a los niños es
una pistola de patardos y un machete de hojalata para
.\,, .... enseñarlos a hombres. . . Nido de matones y malaveri. · 'I
. i
!~ · guados, donde se nace con las piernas arqueadas para e
aguantar los reparos de las bestias, y un callo en el cuadril .
a fin de soportar el peso de la 44. . . ¡Tierra de prodigio' ·
· · '
La columna hace alto frente al cura, que está tendido
con un centenar de hombres en la plaza del pueblo.
Va montado en un caballo tordillo, con chaqueta de
cuero y pantalón ajustado. Un sombrero de pelo alacra-
nado, sustituye al litúrgico bonete. En lugar del hisopo
que bendice y arroja agua bendita, lleva debajo de la ación ·
de la silla, un 30.:30 que escupe balas y mata a nombre de
Cristo Rey... . ...
Pelos erizos comenzaban a ennegrecer su cara tene-
brosa, y sus ojos desviadosdespedían destellos de perfidia

y de maldad.
. l\:1ás qu~ padre, parecía uno de tantos panteras salido
del mismo R~ncón de Chávez, o venido de Tacoitapa =otra
cueva de. vahentes-, a algún fandango. . ·
. No iba a defender la doctrina de Cristo· iba a hacer
·.la lucha para llegar a obispo, canónigo, o cuando menos a
:· ... · cura de ~n cur~to n:iejor; ya no quería seguir soterrado en
:
1'
aquel misero villorrio. Por la misma razón se había levan-
t~do Angulo, Pedroza, Aldape, curas todos de congrega-
ciones y rancherías paupérrimas.
Los cléri~os, curas,. canónigos y obispos que disfruta- ...
b~n de comodidades y dinero, no se habían levantado jamás .
m se levantaron. No tenían por qué. Reconcentrados en
las grand7~ ciudades y en el extranjero, a cubierto de
responsabilidades y peligros, esperaban que los otros, se-
cun~ados por la gente del campo, les restituyeran por
medio de balazos a Cristo. . El callejón parece interminable. Los montados se
- -¡Muy bien, don Policarpo; así se sirve a la santa
causa de Dios -:-le dice el cura, echándole el brazo sobre
la espalda-:. Así cumplen los verdaderos creyentes.
Y elogia con frases laudatorias su meritoria labor al ·
.aportar. aquellos tr,e~cientos hombres de corazón, decidi-
dos, valientes. ¡Que importa que algunos vayan armados
con machetes mohosos y mosquetes viejos, a cambiar cinta-
razos Y bolas de plomo que ni hacen blanco, ni hieren, por
bala~ de acero que diezman ... ! Cristo estaba de por
l med10... · La marcha continúa, provocando aburrimiento en los ·
!
: · . - Por otra parte, toda grande acción al iniciarse re-
',
quiere abnegación y sacrificios; reclama víctimas y ~ár-
''1:
tires que ejemplaricen y hagan todavía más santa la cau-
sa .... -filosofa el cura al ver a los reclutas: muchachos
aturdidos, con C;8ra de imbéciles; labriegos ultramontanos,
alzados que bajaron de rancherías apartadas a incorpo-
rarse a las huestes cristeras, a servir de camaza ...
"[Muy bien, don Policarpo!, ¡muy bien! ... Desde este
momento queda usted nombrado coronel.
. Policarpo está a punto de hacer explosión. Un brin-
. quito más, y el codiciado generalato ...
i -.
82
El felón y sanguinario Ruñido vocifera · y· 1llurintifil ;.~>;;·x!
despechado. Apenas lo había nombrado capitán el padre- , i "??~t
cito, siendo que él había sido de los que habían matado. ' -; ,
más pelones en la emboscada que les tendieron a éstos en
el Arroyo del Águila. . . ·
-¡Y ahora, valientes -grita en medio de la columna
el padrecito-; ¡a pelear como los buenos! ¡a exterminar
a los impíos ... ! Dios lo quiere. ¡Viva Cristo Rey ... ! -y.
extiende el brazo echando bendiciones. · .¡,/
La columna, cuyo mando supremo ha asumido el padre . ..~
Vega, se pone en movimiento y avanza por un estrecho
callejón quelleva a La Capilla.
> Los caballos caminan con el pescuezo colgando, tan-
teando sus pisadas, afocando sus ojos de cuarzo sobre ,el
pedruzcal que martillean con sus recias pezuñas.
· bambolean hacia los lados, por el paso inseguro de. Ias ,
bestias. !
-¡Si aquí nos cogieran los pelones, tú, Canelo, no ·· . !'
nos dejaban ni madre ... ! Aquí sí que ni pa' onde sa- ..
carle. . .
-Sí, hombre, 'qué fiero está esto. Parece que estárt ·
sembradas las piedras ... Aquí las lagartijas han de usar
pechera de cuero pa' poder arrastrarse sobre estos pedre-
gales. . . ¡Álgame Dios ... ! . . .
montados. ¡
. ·~
Los mismos llanos amarillentos, arañados por la nece- .. 'i
sida d.
Las mismas tierras tísicas, salpicadas por escuálidos
rastrojos, cuyas hojas secas hace llorar el viento ...
Remolinos como tirabuzones se elevan hacia el cielo,.
queriendo perforarlo. Y el sol de mediodía escupe plomo
derretido sobre las piramidales copas de los anchos som-
breros de petate. , . . ... __
Un escuadrón de sombras sigue a la columna, jugué- .~--
teando; suben y bajan a las cercas; se achican y se agran- ·
 · ... · dan; se dobl~n y se arrastran, se escond~n entre las oque-
. dades; se adelantan y luego retroceden, sm nunca quedarse
atrás... · · d d
. La columna atraviesa por rancherías abrasa as e so
y de tristeza, donde mujeres blancas! de ojos azules, como
·en un pasaje bíblico, salen con sus ca!1taros de agua sobre
el hombro a ofrecerla a los santos cnsteros ...
Entran al fin a la tierra de promisión de Los Altos; a
la tierra bermeja que parece estar regada con sangre;
donde todo es grande y basto: los hombres, s~s barbas, sus
calzones, sus sombreros; su bondad, su gentileza, su hom-
bría.
Lugar de maravilla, donde se cuen~a que los c~rdos se
encuentran por nidadas entre los agujeros, X se d1ce. que
hay vetas de manteca y montañas de "carmtas Y chicha-
. rrones"... . · . .
Los cercados · de un color parduzco, se extienden en
todas direccione; sobre aquellos magníficos campos la-
brantíos; suben y bajan a los montes; corren sobre _el Han~,
bifurcándose, y se pierden en los barrancos y .los nos, deli-
mi tando los pequeños ranchos de los campesmos.
Cada propiedad se distingue por _su casa d~ ado?e
colorado, circundada por corrales de piedra. Hacia atrás,
un montecillo de nopales y magueyes; al frente, un ~ron-
doso mezquite, donde se sombrean y duermen las gallinas,
y a un lado un tanque de agua zarca.
Nada hace falta en estas plácidas moradas de ~ulce
tranquilidad agreste: Hay vacas, bueyes, ~aballos, gallinas,
manadas de cerdos y maíz en abundancia. Santos, ca~a-
binas, pistolas; un cura en cada familia; y una santa mujer
con una docena de hijos. . . ·
Es época de pizca. . cabeza por todo esto ... !
· Los campesinos, con la canasta a cu~stas, reman~dos
los. anchos calzoncillos e inflada la cami~a por _el viento,
van y vienen a lo largo de los rojos barbéchos, jugando a
la voladora con las robustas mazorcas que arrancan de las
milpas despuntadas y caen rebotando sobre los ventrudos
. . cestos, reforzados de cuero .
~ ';
.:;¡
:~¡ . : . . .
::t,..: 84
ti::;~.-- . ·. . . ·
.i
Chinita, por tu amor
l la vida me han de quitar. 1
V ale más morir peleando,
que yo dejarte de amar ...
1
Trae eJ aire entre arrullos esta típica canción, ento-
nada por muchachos querendones y broncos. .
1
En el centro de cada milpa se levantan blancas pirá-
mides de maíz en greña coronadas con una rústica cruz.
La columna, por orden del cura, se detiene a admirar
aquel cuadro campestre, bravo y pintoresco.
· Los campesinos suspenden sus labores y voltean extra-
ñados. En cuanto se dan cuenta de la presencia del cura,
, tiran las canastas, se descubren, van hacia él y le besan la
mano.
-¡Hola, don Gumersindo! -dice el cura reconociendo
al presidente municipal de un poblacho cercano, ocupado
en colocar unas piedras sobre un portillo abierto en una
cerca de terrenos de su propiedad-. ¿Qué hace aquí su · ·
Señoría? · · .,
••• f.,
-Pos aquí nomás, señor, tapando este portillito.
-¿Pero toda una autoridad -añade en tono burlón
el cura- haciendo estos trabajos como si fuera un peón?
.
-Pos qué le hemos de hacer, señor, si aquí todos semos
piones, y el que no le huye al quihacer, no saca la cobija. · · :,
· Estos terrenos son muy probes, y hay que regarlos con
sudor pa' que produzcan.
-¿Qué sabe de los pelones?
-Pos oiga -le contesta mintíendo-. ¡Como si se
hubieran muerto, dende qué hace que no asoman la
Los campesinos, que habían dejado sus labores pen- ·
dientes, rodean al cura y escuchan descubiertos.
-Y tú, Nicolás, ¿qué haces ahí tan encogido? -se ..
dirige a un viejo encorvado, de barba enmarañada, que ··7·-_
procura sustraerse a sus miradas, por el lastimoso estado ..
de su vestimenta (unas calzoneras de gamuza, abiertas .i
 ... ::.·
. :·•
hasta arriba, una deshilachada camisa de manta y unos
guaraches despedazados)-. ¿Qué razón me das de Pas~
cualillo?
~Pos que está bien, siñor cura, y que este año; pa' la: : . :·
Noche Buena, se ordena.
-Pues debes estar muy contento y darle gracias a
Dios Nuestro Señor de ver logrado a tu hijo.
-Pos sí, siñor, nomás que ya no jallo la puerta. ¡Viera
qué caro. me ha salido el padrecitol Ya vendí todos mis
animalitos y mis yuntitas de bueyes, y hasta tengo ena-
jenao mi terrenito con don Chon ¡Pero, no embar-
gante, estoy satisfecho y contento El Siñor me ha de
dar licencia de vivir pa' de aquí a diciembre y ver a mi
hijo hecho padre, ya que la probe de mi dijunta María
-que de Dios goce-, no tuvo ese gusto.
Inclina la cabeza dando vuelta entre las manos a su ·
tosco sombrero desgarrado, y aproximándose al cura, se
coge de los tientos de la silla, levanta hacia él su cara
doliente de santo viejo y le dice con voz clamorosa:
: · ~¡ . . -¿Qué, ora que su buena persona llegue a obispo, no
podría su buena mercé hacerme la caridá, que Dios le
pagará algún día, de dármele a Pascualillo un buen curato?
. ¡Viera su mercé que no es tonto... !
El cura se le queda viendo, halagado por el buen augu-
rio, y en tono complaciente le contesta:
-Pues ahora que terminemos con estos impíos, que
esperamos en Dios no ha de ser muy tarde, si su Divina
. Majestad dispone que llegue a ser uno de los jefes de la
iglesia, pierde cuidado, Nicolás, que no me olvidaré de
Pascualillo.
El viejo campesino quiere hasta besarle los pies; le
tiemblan, emocionado, las barbas, y no encuentra palabras
con qué significarle su agradecimiento; inclina la cabeza
llorando.
, ....
El cura ya no quiere perder el tiempo. Conversa con
u los labriegos, insinuándoles con cierto tacto el deber que
1
tenían de incorporarse a las huestes cristeras en defensa
de la causa.
r.
fj''.
86
¡:,.:
~;:;···
... -.·,•·::' .
Les cuenta · Jos triunfos alcanzados, inventando los
más ~ inflando los pocos obtenidos, asegurándoles que era
, cuestión de días para terminar con el judío gobierno; pero
que se necesitaba un esfuerzo conjunto por parte de Jos
~: buenos creyentes, por lo que era necesario· que todos
fueran a la lucha.
Los labriegos se miran entre sí como preguntándose·
unos a los otros; esperando que alguno se comprometa;
pero como si se les hubiera puesto un candado en la boca·
ninguno abre los labios. '
El cura los barre con una dura mirada, echándoles en
cara su indecisión.
Aquella mirada fría, que se hundía como puñal en las
. tímidas conciencias de aquellos buenos hombres, los hizo
} comenzar por disculparse.
-Pos si a mí ánimo me sobra, sólo que pos toavía ni
comienzo a pizcar, y ¿cómo vo'a dejar tirao mi maicito?
-Engual que yo· -agrega otro-, si no juera porque
tengo que pagarle a don Lucas la habelitación que me dio
a principio de año, dende luego me iba con su mercé.
-Pos lo mesmo yo -surge un tercero-; si rete harto
que me cuadra el borlote; pero pos ni modo... tengo echa-
. da a Crescenciana ... y con cuat.es... ¡Hágame su mercé
el favor... !
Los demás permanecen mudos, sin atreverse siquiera
a levantar la vista.
El cura se queda pensativo, buscando la manera de
llevarse consigo a aquel· grupo de rancheros, reconocida-
mente peleadores, poseedores, además, de magníficas ar-
mas. Era un contingente de mucha valía al cual había que
arrastrar a la revuelta, aun cuando parecía que su principal
religión era la tierra, y que su maicito y sus engordas les ·
interesaban más que la misa y los sermones.
-¿Qué tal de cosecha, tú, Ramón? -se dirige el· cura ·
a un campesino que llega en aquellos momentos.
-La mera verdá, buena, padreeito. Hubo mucha agua,· - ·-----.
y usté sabe que de que el temporal es bueno, hasta los
vaqueros se ubran .. ,
87
 -¡Vaya, vaya,' hombre!; me alegro mucho.
Y . sigue hurgando en su cerebro, buscando la forma
·.de convencer a que lo sigan todos aquellos buenos hombres.
Levanta la vista hacia el campo, erizado en toda su
extensión de milpales en fruto, que se mueven rumorosa-
mente hacia los lados, impulsados por un viento acari-
ciante. Y desde el fondo del río, a donde abrevan los
ganados de la ranchería, llegan como lamentos las lángui-
das canciones de los vaqueros:
Cueruito, cueruito, ¿qué haces en la peña?
·~
.~.~;
sufriendo y llorando por una trigueña ...
cuervito, cueroito, ¿qué haces tan cuitado
sospira y sospira por enamorado...
El cura está a punto de ordenar se prosiga la marcha,
reservándose para en mejor ocasión convencer a aquellos
campesinos a que lo sigan, cuando de pronto lo asalta una
idea.
· -Pues sí, como les decía -se dirige nuevamente a los
labriegos-, todos los buenos cristianos tienen obligación
de defender la santa causa de Dios, y luego sus propios
intereses. Porque deben saber que en todos los pueblos
que quedan atrás, desde Lagos hasta San Miguel, las
tierras vienen siendo repartidas por el gobierno, y el día
de mañana que lleguen por aquí, harán otro tanto con los
· terrenitos a todos ustedes; vendrán a quitárselos esos agra-
ristas ladrones, apoyados por el perro gobierno y ...
Los campesinos no lo dejan continuar; cambian la
sumisa actitud que observaban; sus semblantes se tornan
agresivos y torvos; se agitan, manotean y se mueven ansio-
sos, queriendo hablar todos a la vez. ·
-Pero, ¿por qué? -dice uno-, si nuestras tierritas nos
han costao nuestro trabajo y nuestro dinero; a naiden le
hemos robao nada; ¿por qué nos las han de quitar?
-Pues eso digo yo también -repone el cura=-; pero es
el caso que así lo viene haciendo la gente del gobierno.
-Pos con perdón de su buena persona -salta otro,
temhlándole la harba de rabia-, al primer jij~ de uri tal
que ~le~ue-por a9uí queriéndonos quitar nuestras tierritas, · ·
por Dios ~el · Cielo que nos trenzamos con -él y los que ·
traiga, a tiznadazos ... perdonando su mercé la espresión.
Y si no sobramos ninguno de los hombres quedan nues-
. tras mujeres que tamién saben echar bala .. '. ¡Mah ... ! ··
-Seguro que sí -gritan los demás, con los puños en
alto.
El cura los deja que hagan explosión y luego agrega:
-Pero ustedes solos van a un sacrificio inútil; no, la
manera de defender sus propiedades y principalmenté la
~ta caus~ de Dios, es viniéndose conmigo a reforzar las
filas de Cnsto Rey. ·
En esta ocasión ya no titubean los campesinos:
·-¡Vamos... ! -gritan decididos->, Al escurecer esta-
mos con su rnercé en la Capilla. .
Y se alejan, después de. besarle la mano, murmurando
como un colmenar alborotado.
. .· Policarpo elogia calurosamente al cura por su habi-
lidad, Y se frota las manos de satisfacción al ver que su
poder aumenta con los nuevos contingentes que se van
agregando. . . .
· Suenan los cuernos, y la columna se pone nuevamente
en movimiento. · ·
· · Los camp~sinos se pierden entre los milpales, y sólo se
alcanza a percibir el murmullo de sus voces exaltadas.·
Los campos quedan abandonados; los maizales a me-
dio pizcar; los. aperos y las canastas, con la boca hacia
abajo, tiradas a orillas de los barbechos. Altos montones
de mazorcas se destacan corno blancos sudarios en medio de
los milpales...
Don Gumersindo es el único que continúa en su labor
de tapar el portillo. Ya va a retirarse, cuando llega un
hombre corriendo a caballo.
-¡Patrón! -le dice precipitadamente-, unos cristeros 1'¡!
se 11evaron. su yegua. · - -----·~;·1
:.li lwf~
, -¿Cómo? -ruge erizándosele el boscoso bigote. · 111
·-Pos sí siñor; quén sabe quén la denunciarla. El
 jué que llegaron derechito a onde estaba ...
-¡Mi yegua tan fina ... ! =manotea bailando de ra-
bia-. Pero me la pagan estos cristeros jijos de un ...
Monta su caballo, ya carrera tendida va a dar cuenta
al jefe de las armas del paso de los cristeros.
A los primeros toques de la oración, que obligaban a des-.
cubrirse a todo mundo, penetran los cristeros al pueblo ·
de La Capilla, sobre el camino real de San Miguel, y por
el lado opuesto huyen los empleados del gobierno, a todo
correr, rumbo a Guadalajara, pues ya sabían lo que les
esperaba si alguno caía en las manos del cura Vega: pri-
mero, medio centenar de balazos, ·porque todos querían
hacer justicia y enseñarse a blanquear con los herejes;
¡ después, la soga al cuello, y de allí al palo santo, a sacarles
~
t...
~: vueltas a los zopilotes, como dijera El Ruñido.
;~
No hay zozobra ni alarma en el pueblo, a pesar de los
gritos, las carreras y los disparos de los santos cristeros.
Las puertas y ventanas de las casas, cuyos marcos es-
tán coronados de piadosas leyendas y vivas a Cristo Rey,
permanecen abiertas. Las gentes, unas desde aquellos
lugares, lanzan vivas y aplausos al paso de las fuerzas, y
otras se agregan a la columna al grito de ¡Viva Cristo Rey!
,­Viva el padrecito Vega! ¡Viva el coronel Bermúdez!
El Ruñido, por orden del padre Vega, se adelanta a
saquear e incendiar lacasa municipal.
Toda la gente que rodea a la columna se apresta gus-
tosa a servir en aquel acto de estricta justicia: extinguir,
1 . :,,. exterminar, borrar por medio del fuego todo lo que diga
! ·:. gobierno.
En un momento, las oficinas quedan vacías. El mobi-
liario, los papeles, los expedientes y el archivo forman una .
montaña a media plaza, a la que prende fuego el cura
Vega, al mismo tiempo que El Ruñido incendia, con botes
de gasolina, la casa municipal.
Sobre el fondo oscuro de una noche de tinta, se des-
tacan las torres y las casas que circundan la plaza envuel-
tas en un ascua de lumbre. Grandioso espectáculo nunca
visto en el pueblo.
90
Los. cristeros que . rodean la fogata resaltan en todos .. !
. ;
sus pintorescos· detalles: unos tienen cara de santos de
templos pobres de rancho, sólo que en lugar de llevar túni-
cas y aureolas de santidad, llevan calzoneras de cuero y
sombreros de petate; y otros tienen el aspecto hosco y
huraño de gitanos remendones de cazos.
Después del toque de ánimas, que hace que todo mundo se
vuelva a descubrir y rezar por los difuntos, la tambora
gorda de las grandes festividades anuncia con estruendosos
retumbos que repercuten en los campos y montes vecinos,
la Pastorela que aquella misma noche se va a representar
en honor de las fuerzas de Cristo. ·
La Chapetilla -un pitillo lánguido y llorón, semejante
a una gaita asturiana->, que enloquece de entusiasmo a la
~~nte de la tierra colorada, está instalada, rodeada de
muchachos, a la puerta del mesón de don Chago, en cuyo
amplio corral se va a verificar la representación.
El propio don Chago, que es cantor, organista y sacris-
tán del templo, es el organizador y director escénico.
La caballeriza de la posada ha sido elevada·a la cate-
. goría de escenario, sirviendo de portada uno de los arcos
de la misma, sobre el que ha sido colocado un telón rojo ..
Los cristeros y la gente del pueblo han tomado aco-
modo donde mejor pudieron; unos sobre gradería de vigas
recargadas a la pared, otros sobre los pretiles de las azo-
teas, y los más distinguidos, en sillas que exprofesamente
se han enviado de las casas .
Todos esperan ansiosos la representación.
-Oiga, padrecito -le dice Policarpo al cura Vega...... ,
me da muy mala espina eso de que se nos aigan perdido
los pelones; eso de que ni siquiera sépanos ónde andan, no
me cuadra. ¡A la mejor nos· están tanteando: y cuando
menos piénsemos, los tenemos encima ... ! Vámonos mejor
a pasar la noche al Cerro Gordo, y vamos dejando p
dientes los pastores.
-¡Pero mi coronel, quién se acuerda ya de los pelones!
¿Qué no se hadado cuenta de que andan espantados? Con
91
 .~.
las zurras que les hemos dad~;ya no hallan ni para dónde
correr ... D~ aquí en adelaáte, nomas con que les sonemos
las cueras, tienen ... ¿ Verdad, Herculano? · nadas con listones de vivísimos colores.
. -¡Seguro que sí, siñor cura. De aquí pa' alante... puro
Cnsto Rey... , porque. . . entre santa y santo, pared de cal y . canto ...
-Está bueno -acepta Policarpo, por no contradecir.
. -Oye, Pachanga -le dice, separándose de la comí-
tiva-«, orden~ avanz~das que vigilen las entradas del pue-
blo Y que ~a1den quite frenos ni desensille, por orden mía.
El padrecito sabrá decir misas y echar bendiciones y el ·
otro echar habladas y matar amarrados; pero lo q~e es
guerrear ... ¡pos cuándo ... !
. ·Ya está todo el pueblo de La Capilla y los cristeros
en el corral de la representación. La Chapetilla ha dejado
de sonar; la tambora descansa, y más el tamborero ...
. ¡~ué beatífica actitud la de Juan Cueras, que está
inmediato al cura; ¡que franciscana humildad la de este
aguerrido soldado de Cristo ... ! Tiene los brazos cruza-
dos sobre el pecho y la apacible mirada de un cordero en
agonía. Cuando bosteza, se santigua dibujando una cruz
sobre la boca, con el dedo gordo; su cara es la de un
hombre de bien. ¡Y quién lo viera allá en su rancho, cuando
llega a encontrar algún infeliz gañán comiendo tunas ver-
des o recogiendo barañas de leña seca... Saca su machete
y los baña en sangre; los amarra, y con una soga 8.1 cuello
los lleva al pueblo a entregarlos a las autoridades, acusados
de robo. Y cuando babia cuerdas, aquellos miserables iban
a reforzar las filas de la dictadura. . . ¡Y quién hubiera
vis~ !1 este benem~rito cristero rematar a un pobre pelón,.
arrojándole una piedra sobre la cabeza, para despojarlo
del máuser que ahora tiene entre las piernas ...
Y luego allá ~l Tortugo, El Cienpiés, El Pinto, que
el que menos ha~i_a mandado d~ difuntos a la sepultura,
formaban, en umon de El Ruñido ·y de Juan Cueras, el
estado mayor del cura Vega. . ·
. . Las cazolejas .de manteca que alumbran aquel impro=
visado teatro al aire libre, no pueden fijar su escasa luz. .
Unas veces iluminan un tendido uniforme de sombreros :ii'
92
:.
de palma, y otras, los hermosos rostros de las mujeres
capillenses, encajados dentro de dos gruesas trenzas, ador-
Pero ·eso sí, hombres y mujeres estaban separados,
según el refrán.
Se levanta el telón y aparece el payaso:
Y a la luna va saliendo
alumbrando el callejón.
A las muchachas, un beso,
y a las viejas, un trompón ...
Y a por esta me despido,
contra el gobierno y la ley
tmueran los bf;ndidos sardos,
. C.risto Rey .... '
y vwa
-¡Vivaaa! -grita la multitud.
Se retira el gracioso en medio de silbidos, pedradas y
naranjazos.
En el escenario aparece una cabaña, rodeada de pas-
tores, y a poco llegan el Ermitaño y Gila. Esta última una
guapa muchacha que provoca tentaciones y sabrosos co-
mentarios entre los broncos cristeros:
-¿Qué me echas de ver, Pachanga? ~le grita uno en
tono picaresco.
-¡Los cuernos ... ! -le contesta éste.
· -¡Consíguemela de cura y te la doy de sacristán! -le
grita otro. . ·
-¡Ya quisiera el maiz pa' mí, y no pa' los chiflaos
puercos! -le responde en medio de una ruidosa carcajada.
-¡Ay, qué cuero tan bonito pa' hacerme unas calzo-
neras ... ! -aúlla uno de galería. ·
~¡Ah, que fuste, valedor, pa' echar una jineteada ... !
. . ·-¡Y cómo te pondrías, guarache, con una correa como
ésa ... ! -siguen gritando otros muchos.
-¡Ave Maria Purísima ... ! Cállense, hombres, ¿qué
93
... · ...
 no ven que es cosa santa? ~interviene un viejo. ·.
'j Callan los cristeros y se quedan como los perros de los
chicharroneros: viendo visiones y relamiéndose los tupidos
bigotes, ahíto~. : . de deseos. . . . ,
Da principio la representación.
El diablo, que está escondido detrás de unos matorra-
les, grita con voz entre burlona y cavernosa:
Dende aquí los estoy viendo,
pastores nalgas chorreadas...
A lo que ellos rápidos contestan:
Sí tamién te estamos mirando,
jijo' de siete ... de espadas...
El diablo salta del matorral y comienza el combate.
Como había que ajustar, para hacer más alusiva la repre-
sentación, al momento histórico religioso, los pastores lle-
van en los gorrillos la simbólica divisa, representando a.
Cristo Rey, y el diablo. al impío gobierno. Así, pues, la
lucha es encarnizada ...
Lucifer va armado de un machete que maneja con
rara habilidad, y los santos pastores, con cayados y ga-
rrotes.
El público está expectante, con la respiración en sus-
penso. · ·
Entra al fin en acción la refulgente espada de Luzbel.
Culebrea siniestramente en el aire, lanzando relámpagos
¡: y chispas, y ya se enrosca en los tobillos, derribando a
I',. unos; ya chicotea brutalmente las espaldas de otros o
azota con crudeza las robustas nalgas de los que huyen ....
. Con-e Gila espantada y el Ermitaño cae de bruces sobre
el 'escenario, lanzando un largo pujido. . . · -¡Juanita, mis calzones... ! ¡Espiridión, mis faldillas,
Toda la concurrencia se pone de pie y se agita frené-
tica; hombres y mujeres gritan, gesticulan y manotean
enardecidos porque el diablo tiene azorrillados a los santos
pastores, que no hacen otra cosa que anteponer sus garro-
tes a los terribles cintarazos de Lucifer, que ni quiere ni
· da cuartel. ..
La gente abandona sus asientos y los de galería saltan
a tierra, rodeándose excitados del escenario.
-¡No te rajes, Chacuiz, zonrájale un palo en la
•
guaJa.... 1
.
-¡Ora, Pitacoche, por las costillas! No le mermes ... !
-¡Ándale, Gallareta; mídele el lomo con tu garrote!;
¡ai lo tienes!; ¡duro con él. .. ! ¡Viva Cristo Rey ... !
Un nutrido tiroteo alrededor del pueblo deja atónitos
a todos los concurrentes y pone fin al combate.
-¡Los federales, los federales... ! =grita uno que llega
corriendo.
La confusión que se produce es espantosa. Gritan y
lloran las mujeres, oprimiéndose las manos; pero sin des-
mayarse, porque el momento es realmente trágico.
' Los hombres se atropellan unos a otros, escupiendo ·
maldiciones.
El cura, con su estado mayor, corre derribando sillas, ·
atropellando a quienes se interponen a su paso, en busca
de Policarpo. .
De la gradería caen racimos de cristeros al suelo, y
corren desaforados a buscar sus caballos.
El pueblo está en tinieblas. Los disparos y gritos de
los pelones se oyen cada vez más cerca.
Las avanzadas, favorecidas por la oscuridad, se para-
· petan en las esquinas y logran medio contener a los asal-
tantes; que se precipitan, como una avalancha, . por las
calles del pueblo. · · .
Entre bambalinas, el Diablo, el Ermitaño, Gila; toda
la comparsa, se arrancan a tirones la pastoril indumentaria
y se restregan la cara con aliva y tierra para quitarse el.
colorete.
por el amor de Dios... ! ¡Mis guaraches, con una tizna-
da ... ! =grita el Ermitaño, arrancándose las barbas.
En un momento el corral queda como si hubiera sido
sacudido por un cataclismo. Las sillas, destrozadas, espar-
95
 ·.·.··•:.•.\·.
cidas por todas partes; el armónico del templo, volteado
. hacia abajo, con las teclas e-orno dientes de burro que
mordieran la tierra. · Un grupo de éstos se interna en el monte, a fiñ de
Jirones del telón flotan por todos lados. Rebozos, gua-
raches y zapatos huérfanos, esparcidos por el suelo, junto
a las cazolejas que humean moribundas.
Las barbas del Ermitaño, el chongo de la virgen, los
calzones de Bartolo y las faldillas de la Gila; la cola, los
cuernos del diablo y la tambora; con la barriga abierta>
yacen abandonados al pie del escenario. . . .
. .:. . ¡Estamos sitiados! -ruge Policarpo.
La turba de cristeros, ya a caballo, corre de un lado
para otro, arremolinándose sin saber qué hacer.
Suenan los cuernos con desesperación.
El tiroteo es cada vez más nutrido, y cada minuto que
pasa el peligro de caer como ratas en manos de los pelones
es más inminente. Las avanzadas se repliegan más y más,
'l. . ante el empuje arrollador de los sardos.
-¡A romper el sitio por el callejón de la huerta de don
Zacarías, para salir al camino del Cerro Gordo, y el que
quedó, quedó ... ! -grita Policarpo. ·
·Como un· río furioso, incontenible, la avalancha de
cristeros se precipita sobre el estrecho callejón, dispután-
dose a caballazos y maldiciones la delantera.
Los que quedan atrás, que ya sienten que las balas de
los federales les chicotean las espaldas y oyen cómo silban
sobre sus cabezas, gritan desesperadamente a los que van
delante: · vuelan el sombrero de un balazo-; aquí 'sí que como dijo
-¡Búiganle, búiganle que nos vienen quemando ... !
Y desgarran con las espuelas los ijares de las bestias,
que relinchan alborotadas, parándose de manos; se preci-
pitan sobre las de delante, enloquecidas, frenéticas, ensan-
. chanclo las narices y abriendo los hocicos como furias in-
fernales, hasta abrirse paso.
La oscuridad o la 'sombra del Señor Santiago los favo-
rece. Logran salir del pueblo y entran al camino real a
carrera tendida, alagartados sobre el cuello de las cabal-
96
. . ,.~;..:.:·.·· ... :, .... :-· ::~ ..· .
; -..·
gaduras, para no darles blanco a los sardos, que les. van
pisando los talones .
cortarles la retirada a los cristeros. En la penumbra del
amanecer apenas se distinguen las parduzcas siluetas de los
pelones, por entre el huizachal.
Policarpo se da cuenta de que los van flanqueando, y
con diez hombres de los suyos, echa pie a tierra y se
parapeta sobre un lienzo para contener el avance de los
sardos y proteger a los suyos que vienen atrás.
-¡Tómala, jijo de un ... ! -dice éste entre dientes, y
un pelón abre los brazos, hace un Cristo en el aire y cae
hacia atrás, resbalando sobre el anca del caballo.
-¡Apárale y haz quimil, jijo de la mala ... ! -balbu-
cea La Pachanga, y otro soldado se encoge, suelta la rien-
da, se bambolea y echa un "clavado" por sobre la cabeza
del animal.
Recargado a la cerca, un cristero está hecho nudo,
moribundo, mordiendo una medalla. Otro va a rastras,
atorado de un estribo de la silla, rebotando horriblemente
sobre el pedregal, tirado del caballo, que corre desbocado.
A lo largo del camino se miran manchones blancos de
cristeros que han caído bajo el fuego de los federales, para
no levantarse ya nunca ...
-¡A romanear estiércol. al infierno, jijo de tu pelo-
na ... ! -grita otro de los de Policarpo, y un federal más
azota de lado con todo y bestia. .
-¡Ah, jijo ... ! -gruñe La Pachanga al sentir que le
el perico: si no me agacho... me tiznan .. ,
El hilo de cristeros rezagado no se corta. Algunos ·
vienen heridos, y todos, por igual, con las quijadas caídas,
sin sombrero. U nos maldiciendo ·y otros rezando a los
santos y metiendo vara, desesperadamente, a los flacos
caballejos que montan.
El padrecito y su estado mayor son de los que van - - · ·
delante, sin siquiera voltear hacia atrás. · ·
-¡Timoteo, por tu santa madre, échame en ancas,
 que este maldecido anim~l ya rio puede ni con las orejas, y
aquí estaco el cuero! -gnta uno.
Timoteo está sordo, ni siquiera levanta la cabeza.
-¡Por la Virgen Santísima ... ! ­sigue gritando lasti-
meramente, ¡te~go mujer Y cinco hijos!; ¡denme ancas!;
¡por amor de D10s!; ¡denme ancas ... !
-Muévanse, tasajosl, que nos quieren cortar la reti-
rada =increpa ~olicarpo a los cansados, y vuelve con los
suyos a seguir d1spa~andosobre los federales.
Éstos, sorprend1d.ospor aquel ataque inesperado, ha-
cen alto para reorganizarse y tomar posiciones.
'·· Policarpo y los demás aprovechan: se echan en ancas
a los heridos que encuentran a la mano y huyen a todo
correr, internándose en seguida en el tupido boscaje del
Cerro Gordo, d~mdedesaparecen como si la abrupta mon-
taña se los hubiera tragado.
A poco' sobre el lomo anguloso de la sierra remota
aparece riéndose la cara grotesca del sol.
)
El Cerro Gordo es la atalaya de Los Altos; la parte más
elevada de toda la región. Desde sus altos picos se domina
el Bajío, Los Llanos del Tecuán, la Sierra de los Cañones
y el Plan. · El cura y Policarpo se pasean a lo largo del campa-
Sobre su ancho lomo, partido por en medio, duermen
las nubes, echadas como vacas -halagador indicio de un
buen temporal para los campesinos comarcanos.
Sus hondos barrancos, cuevas y abruptas quebradu-
ras son albergue de gente perseguida por la justicia; allí
anidan los matones Y los bandidos. · · como al rato van cayendo ...
En las bos(:osascumbres de este cerro legendario -vie-
jo guardián que parece cuidar de la tranquilidad de la
comarca-, se han refugiado los cristeros.
Sobre la hondonada que forman las dos jorobas del
cerro, tendidos en la yerba, descansan los soldados de
Cristo, sin recobrar aún sus caras descoloridas, la sangre
que al parecer se l.es fue h~sta los talones.
Nadie osa abrir los labios. Algunos miran todavía con
recelo la tortuosa vereda por donde llegaron, temerosos de
98
la presencia de los pelones. Otros se aventuran a asomar
la cabeza por sobre los acantilados, divisando hacia abajo
cómo se mueven por entre la ranchería, que duerme recos-
t.ada a Ja falda del cerro, las diminutas figuras, como cor-
dón de hormigas, de los federales.
-¡Mira, vale, cómo nos andan buscando los sardos
por entre las casas... ! -dice uno a otro que está a su lado
debajo de unos grangenos. '
-¡Qué va, hombre! Lo que andan buscando es qué
tragar y gallinas y puercos pa' ávanzárselos. . . Y a nos-
otros les importamos una pura. . . ¡Pos si yo juí sardo,. y
ya les conozco el modo...
"Ya con esto tiene el jefecito pelón pa' rendir un parte
de esos 'tres piedras' ... Lo menos que va a decir es 'que
pelió con un enemigo superior, tres días con sus noches,
y que nos redotó haciéndonos unas cien bajas entre muer-
• tos y heridos. Que hizo muchos prisioneros, a quienes quitó
papeles de muncha importancia; que recogió las pilas de
armas y manadas de caballos. Que por las juellas de sangre
que íbanos dejando en el camino, todos veníanos heri-
dos... Asegurando, por último, que la revuelta cristera Se
había acabao en Los Altos.. .' ¿Qué tanteas... ?
mento, comentando el suceso. .
-¿Ya contates la gente, Pando? -pregunta Policarpo.
=Sí: faltan como dos docenas y media de endevidos.
El cura se muestra abatido.
-No se apure, padrecito; por ai han de venir; ya verá
En efecto, no tardó mucho para que aparecieran como
sombras, por entre el breñal, las blancas siluetas de algu-
nos dispersos...
-¡Ja, ja, ja! -ríe Policarpo al ver llegar al Chato
Rómulo con un chuzo en la mano; en calzoncillos, una
tirlanga de camisa y un pedazo de sombrero en la cabeza-.
¿Pos qué te pasó?; ¿ónde larga tes las cueras y la cotona, .... ·-·:
cristiano ... ? .
-Pos ónde había de ser, en el pueblo. Cuando se nos
99.
 vinieron encima los pelones, el potro de dos riendas que
traiba se azoró con los disparos, y al quererlo montar se
dió el arrancón y me dejó tirao de olla en las piedras, con
la luna en prendas ... No me quedó otro recurso que me-
terme en la primera casa que incontré abierta, y allí me
aguanté hasta que amaneció Dios. Luego cambié mis
trapos por estas hilachas, y ai vengo pian, pianíto, con mi
chuzo en la mano; paso a paso por entre los sardos, como
si juera a arriar mi yunta.
-¿Y· qué sucedió con los pelones, pa' ónde se fueron?
-Pos cuando yo salí estaban arreglándose pa' salir
rumbo a Guadalajara; no han de tardar en pasar.
- Y a cuántos agarrarían de los nuestros; ¿no su-
pites?
-Pos oí dicir que eran seis y que ya los tenían ama-
rraos pa' llevárselos.
-¡Dios Nuestro Señor tenga misericordia de ellos!
-musita el cura, echando una bendición al aire.
Policarpo, en cambio, está apesadumbrado; presiente
el fin de aquellos compañeros. Se queda pensativo, bus-
cando la manera de-rescatarlos de los federales. Un asalto
por sorpresa ... y quitárselos. Una emboscada como la del
· Arroyo del Aguila, donde no salió un solo pelón con vida ...
Pero aquella era una pequeña escolta y el lugar se pres-
taba admirablemente. Aquí no había manera; había que
salir a combatir cuerpo a cuerpo ...
-¿Y como cuántos pelones serán, tú, Chato?
~¡Hum! ¡Pos si es un jervidero ... ! Todas las calles
del pueblo estaban llenas ... ¡Con seguro que pasan de
dos mil. .. !
Policarpo ya no tuvo más que inclinar la cabeza. Era
imposible todo intento de rescate. Acaba por encomen-
darlos. a Dios, igual que el cura.
En lo alto del cerro, alrrededor de la explanada donde se
ha establecido el campamento, los hombres han formado
tiendas de campaña con las frazadas, extendidas sobre
las ramazones de los árboles.
100
En el centro humean las hogueras, donde se asa la·
carne de las reses que han matado a balazos, cuyos despo-
jos yacen entre charcos de sangre, nublados de moscas.
Los hombres, unos duermen tendidos a lo largo sobre
la yerba, con las monturas y sudaderos de cabecera; otros
conversan con los dispersos que han estado llegando.
-Pos no dicían las mujeres en el rancho que a nos-
otros no nos entraban las balas -dice un muchacho, ense-
ñando un horrible oquerón en el brazo derecho, todavía
sangrante.
Los que lo rodean alargan la cabeza para mirar la
herida. i
El quejoso prosigue:
-Ora al probe de Eligio no le valió ni el rosario que 1
traiba en la mano, porque se quedó tirao, más frío que l
;
un granizo ... Ni a don Pefeuto el del Valle le sirvió trair j
' el pecho cuajao de medallas y escapularios; se quedó enga-
rruñao a lao de unos garabatillos, hecho un arnero de
tanto balazo que le metieron los maldecidos sardos ...
-Pos sí -repone uno de los del grupo-; no vites que
ya mero ni el santo padrecito se escapaba ... Si no es por
don Policarpo que estaba cercas y lo alcanzó a levantar
de la chaqueta cuando el caballo ya mero lo escupía por
las orejas, allí estaca el cuero, y a estas horas, pue que
toavía no acabara de rendirle cuentas a Dios Nuestro
Señor ...
Los del grupo no prestan mayor atención a lo que se
está comentando; tienen sus ojos y su corazón fijos en la
,,.
-:
lejanía; en dirección a los ranchos, donde quedaron aban-
donados los suyos.
-A mí me habían dicho -vuelve otra vez el mucha-
cho-- que en caso de mucho apuro la sombra ·de Señor
Santiago lo tapaba a uno, y· yo me afiguro que a mí no me
alcanzó a tapar de todo a todo, y se me quedó el brazo de
Juera ...
Y se queda mirando con sus ojos de ópalo la herida;.. -:-=,.,.,,.,.
de cuyos bordes sanguinolentos extrae, con sus uñas gan~
chudas, las esquirlas del hueso destrozado.
 ¡
¡ ·
. Los caballos, persogados al pie de cada grupo, casi ni
resuellan para no perder el tiempo al devorar el abundante
pasto que tienen al frente. Cuando mucho se abanican los
flancos con la cola para espantarse las moscas y patean
de vez en cuando para cambiar de postura. . chete viejo! -vuelve a gritar llamando al as.
Parece que ha renacido la tranquilidad.
Una calma sedante adormece el espíritu.
Las copas de los árboles se mecen cadenciosamente
al impulso de un viento acariciante.
Algunos canturrean a media voz y otros roncan cu-
bierta la cara con los sombreros. ' -Éste va pa' ti, Lagartija -dice El Canelo aparen .. ·
· El cura no ha olvidado la liturgia: recargado en el
tronco de un árbol:
­¡Oremus! -dice rezando en su breviario el Oficio
Divino.
Policarpo, El Canelo y El Lagartija, rodeados de un
numeroso grupo de mirones, echan albures.
-¡Sota y rey! .....dice El Canelo que tiene la baraja.
I;.
j~ • -A la sota; pero yo la corro. Y toma la baraja Poli-
carpo; se unta saliva en el índice de la mano derecha y
comienza a tirar, poco a poco, de las cartas.
Los ojos de los mirones caen como reflectores sobre
la baraja.
-¡Delgadeeeta, saca el pie... ! ¡Ándale, chatita, si
vienes te llevo al baile -dice en tono festivo Policarpo,
llamando la sota. Y las cartas caen sobre el sarape, lenta-
mente, haciendo piruetas en el aire.
-¡Bien aiga lo bien parido, que ni trabajo da criarlo!
[Hasta que llegates, curra ... ! -exclama tirando la baraja
·y recogiendo la apuesta.
·· Vuelve a barajar El Canelo, sin inmutarse por la pér-
! ,: dida. y nuevamente grita:
-¡As, cinco!
·-Al as y cinco de camonina al de espadas.
La misma expectación de los mirones y la misma len-
titud de Policarpo para correr el albur. Salen un sinnúmero
de cartas y el as no aparece.
102
-¡Ah!; [qué as tan resagao, no lo has podido sacar ... !
-dice uno.
-¡Hum!; ¡aspérate! ... ¡Más jondos los he sacao, con-
timás a pelo e'tierra ...
-¡Az ... te arco chirrión del diablo ... ! iMátame~ ma-
Las cartas siguen cayendo sin que aparezca éste.
Los mirones casi ni parpadean. Policarpo infla los
carrillos y suda.
-¡Hasta que llovió en Sayula! -exclama lanzando ·
fuertes resoplidos al salir el as de espadas.
tando serenidad-. ¡Caballo, siete!
El Lagartija se le queda mirando.
-¡Pero oye, Canelo: tú sí que queres enseñarle el
Padre Nuestro al señor obispo. . . ¡A poco no vide que
tienes "amarraos" los caballos ... No, eso no está bueno;
hay que ser decentes ...
-Sí, por eso le ganates la cobija y el machete al mu-
chacho de San Juan, escondiéndole Jos reyes; ¡por de-·
cente ... !
·-¡Ja, ja, ja ... ! ¡Eso jué con el muchacho; pero ya
entre tú y yo es diferente; porque dime: ¿ónde has visto
que dos arañas se piquen?; ¿que un león se coma a otro
león, y que un perico diga misa delante de un sacris-
tá n.... ?p¿ os on
'd?.e....
·-¡S'tá bueno, valedor ... ! ¡Aire; favor al cuatro y
contra al rey ... -grita nuevamente El Canelo.
-Voy favor -grita uno que llega abriéndose paso,
arrastrando una silla de montar.
-¿Cuánto?
·-Lo que me hagas de mi montura.
-¡Hum! Pos si a tu silla le falta todo; está mesma- . : i
mente igual que los calzones de Juan Liborio, uno de allá !
de mi tierra. . . al . ¡
-¡Mah ... ! Pos si a mi silla le falta cu quiercosa .. ~ . ¡
Los bastos, un estribo, una arción, el cincho y el contra- · • ¡
látigo... · - ¡
... : . ~'
103·.'°
.
!
(
¡
' ..•~.i~~
 -Lo mesmo que a los calzones de Juan Liborio, les
faltaba cualquer cosa: el fundillo y las dos piernas... ¡Eran
la pura pretina y los botones ... !
Un coro de carcajadas festejan el ingenio del Canelo.
Varias descargas cerradas, seguidas de algunos tiros
aislados, se escuchan allá abajo,' sobre el camino real.
Alarmados los hombres, se ponen de pie y corren a
tomar sus armas y a buscar sus caballos. Los que están
acostados saltan semidormidos y se preguntan 'unos a
otros con la mirada:
-¿Qué pasa?
Suenan los cuernos roncos y trágicos, llamando a reu-
nión.
Los caballos dejan de tragar; voltean en dirección a
donde viene el ruido, ensanchan las narices olfateando el
peligro; paran las orejas y acaban por sacudir la cabeza,
contrariados, en espera del freno y la' montura.
El cura tira el Breviario y va en busca de Policarpo,
con las quijadas caídas.
:E!ste permanece sereno; cuando divisa al cura, va a su
encuentro:
-No se alarme, padrecito; de aquí no nos sacan ni
todos los pelones juntos. ¡Véngase, vamos a ver qué pasa!
Una columna de tierra colorada se levanta junto al
caserío y avanza en dirección al sur. Se alarga cada vez
más y más; parece interminable.
Al disiparse la nube de polvo que dejan tras de sí los
·'
:~ federales, aparecen colgando de las ramas de un árbol unos
bultos blancos, delgados y largos, como manojo de velas.
Los cristeros se miran atónitos, sin atreverse a aclarar
unos a otros que aquello es un racimo de colgados.
Al disiparse por completo la polvareda y al verse per-
teguear las cabezas, no queda duda alguna de que aquellos
...
colgados son hermanos cristeros que cayeron en el ataque
·;
de La Capilla.
Los hombres que siguen a Policarpo y al cura se vuel-
ven a mirar sin proferir palabra; luego voltean hacia el
cordón de tropa que zigzaguea a lo lejos; levantan los
. 104
puños en forma ~menazante, y de todos los labios, tem-
blorosos de emoción, sale una letanía de maldiciones.
Atardece.
Los rayos bermejos del sol rebotan sobre el cristal
azul de los tanques de la ranchería, y del vientre rojizo de
la montaña baja un sordo rumor de voces enconadas.
-V amos a recoger a nuestros hermanos -dice el cura,
contraído el entrecejo.
AJ llegar algunos se demudan; las piernas les tiem-
blan, y apartan espantados la cabeza.
Es que no están acostumbrados a ver estos espectácu-
los. Ellos allá se matan unos a otros, casi todos los días;
pero a pesar de esto, los muertos siempre les causan es-
panto.
Muchos de ellos nunca habían visto colgados, y me-
nos en semejante profusión. La Revolución no pasó por
Los Altos, y no dejó, por tanto, este rastro macabro. Por
otra parte, aún no se acostumbraban a las peripecias de
la guerra. ·
Los más juzgaban la revuelta como una aventura de
pocos días, con sus gritos, carreras y balazos, muy propio
de su carácter turbulento. Algunos pobres de espíritu
creían que no los alcanzaban las balas del enemigo, ni las
sogas tenían la resistencia suficiente para suspender sus
cuerpos de las ramas de los árboles. por andar al servicio
de Cristo.
Pero la lección que les acababan de dar los federales,
y, además, el racimo de colgados que tenían al frente, los
hacía ver la realidad.
-¡Alabao sea Dios! -exclama aproximándose El Pan-
do, dándose una palmada en la frente-. Si es Doroteo, el
hijo de tía Ramona, que se le vino a escondidas ... ¡Probe
madre, era con lo único que contaba en este mundo .•. ! ·
-¡Válgame la Virgen Santa! Si es Teófilo mi compa-
dre, tan hombre y tan buen amigo que era. . . ¡Ora qué va
a hacer la probe de mi comadre con tanto muchacho ... !
-exclama otro .
105
.... :.;
. : ;·~~~:;;_$,~~
 -¡Probecitos hombres! -rumorea, moviendo la cabe- -¡Sí, probecito niño -agrega otra-. ¡Viera visto qué·
za, con los ojos preñados de lágrimas, un ingenuo mucha- tamaños de muchacho ... ! Al pararlo frente al paredón
cho montaraz. ni siquiera se arrugó; se agarró de la mano del más viejo
-¡Dichosos ellos que ya están gozando de Dios! -inte- y gritó como los otros: Viva Cristo Rey ... ! ¡Cómo sería>
rrumpe el cura los tristes comentarios. Se santigua y mas- que cuando estaban los probecitos tiraos en el suelo, revol-
culla latinajos, diciéndoles responsos. cándose con las ansias de la muerte, pasó el jefe de los
.s- , Polica_:po caJla, conmovido. A cuatro de los colgados sardos y nomás buyó la cabeza, diciendo: "¡Estos probes
el los había arrastrado a la revuelta, asegurándoles un no tienen la culpa ... ! iLástima de hombres tan ma-
éxito inmediato, exento de peligros. Siente remordimiento, chos ... l"
Y. no se atreve a levantar la vista para verlos, porque pu-
diera ser que le echaran en cara su engaño.
Los oblicuos rayos del sol en retirada. iluminan sus
pálidos.s:mblantes, que no presentan, por cierto, el aspec-
to horripilante de los ahorcados. No tienen el pelo erecto
ni los ojos saltados, ni la lengua de fuera. '
. .El primero de la orilla tiene entrecerrados los ojos e
inclinada la cabeza; parece que juega a la malacanchon­
. cha, dando vueltas con los brazos abiertos.
Dos que le siguen, como están tan cerca, se miran de
soslayo, con la boca entreabierta, y se tocan uno al otro
con la mano, pareciendo decirse: "¡mira, vale, qué gen-
tío ... !" ..
Otro está quieto, con los brazos caídos, en actitud de ..
"firme", los ojos zarcos enormemente abiertos, clavados .•

sobre la multitud.
Y el último mira sin parpadear al sol, cuyos rayos
doran sus largas barbas blancas. . . ,
Manchas de sangre, como .clavos de lumbre, motean
sus anchos calzoncillos y sus burdas camisas de manta.
~· Por los pies amarillentos, llenos de cuarteaduras, les
escurre la sangre, como chorreaduras de cirios que se con-
1 sumen alumbrando el firmamento.
1 Y cinco sombreros de alta copa aguzadá se levantan
a sus pies como piras mortuorias.
Todo el mujerío y los chicos de la ranchería les for-
man rueda.
-¡Probe criatura, si toavía traiba la leche en los labios!
-comenta entre sollozos una mujer.

106 107
 l

l
; .

LAS BRIGADAS DE SANTA JUANA DE ARCO

-¡Canijo! Si ya se me estaba enmojeciendo el rifle y se

me estaban enlamando los tiros en la canana ... Creo que
ya no sé ni cómo se manija una pistola ... -exclama riendo
La Pachanga, disparando toda la carga de su 44.
-¡Al raso de todo el plan se divisan los cañones! ¡Aquí
va el chato Toribio a acabar con los... -grita blandiendo
su machete amozoqueño.
-¡Y agua le pido a mí Dios, y a los pelones l'olla!
=-aúlla El Pando arriscándose el sombrero.
Son los cristeros que bajan del Cerro Gordo, después
de haber estado remontados, como consecuencia del desas-
tre de La Capilla.
Vienen "crecidos", "abravados", con ganas de acabar ·
con los sardos. Traen hambre de correr por los. campos,
brincar cercas y arrojarse a los barrancos, detrás de los
pelones; sobre todo, de echar bala ...
Por entre el breñal resbalan los caballos, sentados en
los cuartos traseros, marcando surcos sobre la tierra suelta,
con los remos erectos.
Unas veces asoman los cuerpos de los montados; otras
1 sólo los picos pajizos de los sombreros y las alborotada.'
1 cabezas de las bestias, en medio del huizachal.
¿Y los sardos ... ? ¡Como si se hubieran muerto!
Y a en el plan acampan en la rancheria donde fueron col-
gados los cinco hermanos cristeros, a quienes se les han
levantado cinco humildes cruces de palo, sobre pequeños
montones de tierra.

109
 Los sombreros que quedaron acéfalos a los pies de lo
v.
colgados, los llevan a la espalda, como reliquias, algunos
;
piadosos cristeros, y, en el seno, los guaraches manchados
de sangre.
>'. Divididos en pequeñas guerrillas se desparraman
como la langosta por toda la región de Los Altos.
Asaltan pueblos mal guarnicionados; exterminan .las
defensas, saquean, exigen préstamos y secuestran a gentes
acomodadas.
Sorprenden a las pequeñas escoltas en los caminos,
matando sin consideración hasta el último soldado, labor
· en que se distingue el feroz Ruñido.
Arrasan las rancherías al grito de ¡Viva Cristo Rey!,
llevándose los caballos) las armas y las monturas de la
gente pacífica.
Matan a balazos las reses y los bueyes de labor; des-
trozan los sembrados y abren las trojes,. tirando las semi-
llas.
Buenos jinetes, en buenos caballos, cuando son perse-
guidos por un contingente federal al cual no pueden hacer
frente, saltan los cercados o se precipitan sobre los barran-
cos, dejando sólo sus huellas y una nube de polvo.
Con esto su fama crece hasta la apoteosis: unos los
juzgan napoleones, otros los consideran santos y los ado-
loridos los califican de bandidos ...
Ahora comienza la revolución cristera.
f
Los ranchos se despueblan a gran prisa, agitada la
l f: gente por la intensa propaganda de beatas y liguistas,
: !
curas y sacristanes, que no se dan reposo, ya avivando el
fanatismo ancestral de aquellos hombres; ya reviviendo
su fama de valientes y matones; ya emulando la fanfarro-
nería de su limpia sangre criolla, o estimulando su ingenua
credulidad con promesas ultraterrenales.
Y la llama de la rebelión se extiende arrolladora por
toda la región de Los Altos.
Hasta la gente de paz, hombres de buen sentido que
no prestan oídos a las prédicas y propaganda subversiva,
cuando los dejan con los brazos cruzados, sin bueyes ni
''·~
110
semillas ni elementos con qué cultivar sus tierras. se ven
obligados a incorporarse a las huestes cristeras, antes que
morirse de hambre o de ir a mendigar a los pueblos ...
En los sembrados que quedan abandonados duele ver
cómo las robustas mazorcas se inclinan hacia el surco,
devolviendo a la tierra su generoso fruto, porque los hom-
bres que-debieron recogerlo se fueron a la guerra.
El bullicioso cordón de los atajos, que jamás se cor-
taba, inyectando animación y vida a la región, ha desapa-
recido.
Si acaso, una que otra recua de burros flacos y que-
jumbrosos, cargados con barañas de leña, aparece condu-
cida por viejos de cara atribulada que se santiguan al
tropezar con uno que otro colgado que "pendulea" de las
ramas de los árboles que bordean el camino ...
De adentro de las casas y jacales, donde quedaron
abandonadas las mujeres, salen voces de encono como pro-
testas y amenazas anónimas.
Hasta los chicos parecen comprender la tragedia; se
han vuelto taciturnos; están quietos, y los viejos pasan los
días sentados a las puertas, rumiando su impotencia .•.
Escasea el parque.
La gente comienza a murmurar y a desmoralizarse.
La audacia de Policarpo llega hasta el extremo de
acercarse a las orillas de Guadalajara en busca de car-
tuchos.
Acampa en La Barranca, en un lugar estratégico que
le permite avistar a los federales desde larga distancia,
con tiempo sobrado para ponerse a salvo, ya sea bajando ,
hasta el lecho del río, o internándose en el monte, rumbo
a Los Altos.
Pero parece que su presencia no inquieta a los pelones,
porque no obstante de que están a las puertas de la capital,
no salen a batirlos.
Por las noches las luces de la ciudad se ven como
rosarios luminosos extendidos a lo largo de las calles y se
111
 percibe el ruido sordo, confuso, de la población al entrar
en reposo.
Ya llevan días allí; la gente está confiada. Unas veces
tumbados en la yerba, debajo de los grangenos a cubierto
del sol, otras. tirados sobre la arena, en la margen del río,
pasan los cnsteros los días, aburridos, lamentándose de
· ver sus cartucheras vacías.
Para aquellos rancheros bulliciosos amantes de la
aventura, era preferible andar a salto de mata escondién-
dose aquí y reapareciendo allá, toreando a l~s federales
que el estar inactivos en aquellos terrenos desconocidos'
tirados de barriga al sol.
. .....:Bueno, Policarpo, pos si creo que ya nos están
saliendo patas en la panza y nos están engordando las
nalgas de tanto estar echados ¡Vámonos por ai a "pros-
petar", como dicen los norteños Vale más que nos maten
cori;endo sobre el lomo de nuestros cuacos, que el seguir
aquí, echaos como puercos.
Policarpo los calma y los deja que salgan a merodear
por los contornos, para que no se aburran.
. Él es del, mismo temple que sus compañeros; también
siente el hastío, pero ... ¿a dónde van sin parque?
-Oye, Pando -le dice una mañana-: disfrácense tú
y La Pachanga de arrieros y vayan a Guadalajara. Es
menester hablar con los jefes de la Liga, a ver qué sucede
con el parque.
Al siguiente día, a la salida del sol, arriando una recua
i de burros cargados de carbón, El Pando y La Pachanga
entran a Guadalajara.
-Pos sí, siñor, ya tenemos varios días en La Barranca,
esperand<?el par9ue. Y, pos, la mera verdá, siñor, la gente
1 y~ se está abumendo... -le dice El Pando al jefe de la ¡·. ~·.·
i Liga. . les traigo estas reliquias para que los guarde Dios de todo
-Un poquito de paciencia, señor mayor; el parque ·
ya no debe tardar. Dígale al señor coronel Bermúdez que ·
calme a la gente con la promesa de que Dios Nuestro Señor
tomará en cuenta cuanto sacrificio se haga en pro de la
santa causa.
112
"Felicite en nombre de la Liga al señor don Policarpo
y a todos los valientes defensores de Cristo, por los triunfos
qu~ ha.n tenido sabre los herejes. y a sabemos que ustedes,
los invictos alteños, son el azote de los federales; conocemos
sus hazañas, dignas de esforzados cruzados. Sus éxitos
tienen perplejos y desconcertados a los inicuos persegui-
dores de nuestra santa religión.
El Pando y La Pachanga están tiesos, de una sola
pieza, escuchando el discurso. Parecen estatuas; no se atre-
ven ni a mover los pies para no ensuciar con sus guaraches
enlodados la blanca alfombra sobre la que descansan; ni
' cambian de postura para no manchar con sus ásperas
nalgas, chorreadas de tizne, el fino brocado de los asientos
que ocupan en aquella regia sala del opulento burgués
jefe de la Liga.
-Y de dinero, ¿qué nos dice su rnercé? ... El coronel
me endicó que le dijiera a su buena persona que ya no tiene
con qué socorrer a la gente.
-De fondos andamos muy escasos·-dice, y les refiere
las dificultades que han tenido con los ricos beatos, com-
prometidos a ayudar con dinero a la causa-. Esperen un
momento; voy a ver cuánto puedo reunirles.
En cuanto ve La Pachanga que la figura acartonada
del jefe de la Liga se pierde detrás de una cortina, mueve
la cabeza y le dice al Pando a media voz:
:ii -Lo que es que de aquí vamos a salir mesmamente
igual que las ánimas benditas: apretándonos las manos,
llenos de la mesma necesidad, porque lo que es ese viejo
cara de vejiga no es chiva que dé leche...
-Se me afigura que sí -asienta El Pando.
·¡ -¡Cómo siento no poderlos auxiliar con dinero -les
.
dice afablemente el jefe al regresar-; pero, en cambio, aquí
mal y los precava de las balas enemigas; esta jaculatoria
para bien morir, quinientos días de .indulgencia y la ben-
dición episcopal para toda la gente.
"Díganle al señor don Policarpo -agrega-, que bus-
que la manera de arbitrarse fondos, exigiéndolos de los
113
 , ...
buenos cristianos y principalmente de los herejes, por
bien o por la fuerza, al fin que la causa es muy santa .Y
justifica todo procedimiento. · sacarle dinero, como lo hacen El Ruñido y la gente del
-Está bien, siñor -dicen encogidos los rancheros, y
se despiden respetuosamente.
'-¡Qué te dije, Pando ... ! Pura música; muncho dis-
curso, munchas caravanas; pero ni un cartucho, ni un
níquel. .. Ora vamos a llevarles a los compañeros las reli-
quias para que se quiten los balazos de los sardos; el rezo
pa' que no se los lleven los diablos; las indulgencias pa' que
coman, y la bendición de su señoría ilustrísima pa' qui-
tarnos de encima a los pelones. . . Si no juera porque
Policarpo es mi amigo, orita mesmo tomaba el camino
pa' mi rancho.
A oscuras, repechados a un paredón, hechos mogote, cu-·
.: . biertos con sus toscas frazadas, Policarpo escucha al Pando
~~ .
y La Pachanga, dándole cuenta de su comisión:
-Pos sí, ya te digo, Policarpo, el hombre se manifestó
muy fino con nosotros, nos metió a la sala como si juéramos
unas personas muy prencipales, y entre otras· muchas
.
cosas nos dijo que un rico que había ofrecido dar mil
pesos pa' la revolución, se presentó casi llorando diciéndole
:
> '
que le quitaran el compromiso porque una partida de los
nuestros le había acabao con los pastos de su rancho y se
habían comido tres bueyes y seis chivas y media, sin
dejarle ni los cueros. Que otro, también comprometido a
dar dinero, solamente le llevó unas carabinas mojosas de
en tiempo de Maximiliano, unos anteojos pa' mirar dende
lejos y unos fulminantes pa' hacer bombas y volar trenes;
y que unas viejas cotorras, muy beatas, que se les podía
.... pesar en oro, en lugar de dinero, le llevaron unas cuantas
;,
1 ~ . docenas de camisas y calzones y las reliquias que me dio,
1 i. de las cuales te hago entrega. Por lo que el hombre no
pudo, pues, dar ni un centavo; pero me hizo la recomenda-
ción de que te dijera que agarráramos al que se pusiera
de modo y le sacáramos la fierrada, por bien o a güevo, que
al cabo en la guerra todo valía ...
114
-¿Qué ... yo robar, agarrar gente y martirizarla pa'
padrecito Vega... ? No. Eso sí no; yo de eso no sé. Yo
peleo y mato pelones onde se ponen de modo, y no me
tiembla la manó pa' agarrarme de hombre a hombre con
cualquera; pero robar y agarrar a la gente que no se mete
con naiden y maltratarla pa' sacarle dinero, ¡nunca ... !
¿Y del parque?
-Del parque, que de aquí a dos o tres días lo tenía-
mos aquí -agrega El Pando.
-Está bueno -dice Policarpo contrariado. Se araña
el pelo y se queda callado.
Han transcurrido tres días, Policarpo, decepcionado, ha
dado orden de retirada para aquella noche, a la salida de
la luna, rumbo a Los Altos.
No veía cohesión, ni seriedad, ni abnegación en los
dirigentes de la revuelta. Comenzaba a entrever la per-
fidia; las intrigas ya las había palpado al lado del padre
Vega, con El Ruñido y otros; por eso se había separado
de ellos. Estaba desalentado.
Había momentos en que pensaba seriamente en reti-
rarse; pero el amor propio lo retenía. A la mejor inter-
pretaban sus amigos y la gente de sus terrenos: "que le
había entrado el miedo" ...
Recargado en el tronco de un árbol, miraba con dis-
plicencia el alboroto de sus hombres, alistando sus caba-
llos y sus armas para la salida aquella noche. .
De improviso, tres mujeres salen de entre el boscaje
y se acercan cautelosamente al campamento.
Su presencia provoca expectación. Los cristeros sus-
penden sus maniobras y las miran con curiosidad.
Cuando ya están cerca, dos se detienen, y una avanza
hasta ponerse al habla con los hombres más próximos.
-¿Dónde está el coronel Bermúdez? -pregunta.
-Allí niña -le contestan señalando el árbol donde
está recargado Policarpo.
Cuando éste se da cuenta, ya está la mujer frente a él.
115
 Al mirarse, los dos se quedan mudos: él admirado de
la estupenda guapeza, de la distinción de aquella dama. que
en tan extraña forma se le presentaba. Ella, sorprendida de
la apostura y gallardía de aquel cristero recio; musculoso:
blanco, de ojos garzos y crespos bigotes enhiestos. Un
valioso semental de los muchos regados en aquellas tierras
por la gente de Nuño de Guzmán.
Ella lo mira de frente, examinándolo con estupor, a
la vez que con agrado.
· Él la ve con timidez, lleno de turbación, apartando
sus ojos de las audaces miradas de aquella mujer en pleni-
tud, con todas sus redondeces y protuberancias en sazón.
-¿Usted es el coronel Bermúdez ... ?
-A sus órdenes, señora -le contesta barriendo el suelo
~:
·~:.
con las anchas faldas de su sombrero. ·
~: -Vengo a traerle parque, coronel -le dice sonriente.
Policarpo tartamudea perplejo; no puede concebir
que aquella mujer tan fina anduviera en aquellas an-
danzas.
.f:;.
' ...; -Muy bien, señora -dice al fin-; se lo agradezco
mucho.
=Señorita, si me hace favor...
Policarpo enrojece.
-Muy bien, señorita -balbucea avergonzado.
-Espéreme un momento, señor coronel.
Policarpo la ve apartarse, y reunida con las otras dos,
se ocultan en el boscaje.
-¿Parque ... ? -se dice-; ¿pos de ónde, ni cómo ?
. Me han de trair alguna cajita de tiros pa' mi pistola .
¡Vaya... !
A poco reaparecen las tres mujeres. Cada una lleva
en las manos un pesado chaleco de lona con quinientos
tiros para máuser.
Policarpo se queda anonadado ante el ingenio y la
decisión de aquellas mujeres, sin encontrar palabras con
qué significarles su agradecimiento y admiración.
-¿Pos cómo le hacen, señoritas? -acaba por pregun-
tarles.
116
-Pues ya lo ve, coronel, cosemos los cartuchos en los
chalecos, nos los ponemos debajo d~ la ropa, y así los
traemos a los bravos defensores de Cristo, como usted, por
sobre las narices de los sardos.
-¡ Ah, eara y.t 1[qué vivas • • • •1 -es- lo u' nico que sabe
decirles en elogio a su audacia.
Conversan brevemente.
Oculto el sol, la dama se despide de Policarpo, ofre-
ciéndole volver con más parque al siguiente día.
Policarpo se queda de pie, siguiéndola con la vista has-
ta que se pierde entre las ramazones del otro lado de la
barranca.
Aquella extraña mujer que había llegado al campamento
a llevar parque y a conturbar a Policarpo con su. presen-
cia, era Marta . Torres, generala en jefe de la famosa .
brigada de Santa Juana de Arco, agrupación formada por
cristeras, que se encargaban del boycot y comisiones deli-
radas y peligrosas, tales como la compra de parque en
México y la frontera, y luego la conducción y distribución
de éste a los campos rebeldes.
Marta, avecindada y educada en la capital, era de
origen alteño. Hembra decidida y valiente, de pelo en
pecho, que atravesaba por entre los federales. llevando
parque, informes y misivas a los cristeros. Llevaba un
··~
.... pequeño revólver oculto entre la ropa para prevenirse de
cualquier desmán por parte de los pelones, quienes más
de alguna vez le dirigían requiebros y piropos, sin sospe-
char la labor que andaba desarrollando.
Era una mujer atractiva, cuadrona, que se aproxi-
maba a los treinta años. No precisamente una hermosura;
pero sí todo un monumento de provocación.
Policarpo, el tipo donjuanesco de Los Altos, que en
las rancherías y congregaciones por donde pasaba, y en
las bodas y fandangos a donde caía, a la polla que no se
levantaba la dejaba cacareando, ahora, la gallina aquella·
de los ojos dormidos, lo había dejado atontado, alicaído ...
Al perdérsele Marta de vista, todavía permaneció de
117

pie, sin apartar los ojos de la vereda por donde desapa-
reció.
Ella también iba enyerbada; al ir a dejar de ver a
Policarpo, volteó y lanzó un largo suspiro ...
Al siguiente día, a más temprana hora, Marta, seguida
de sus dos compañeras, apareció en el filo de la barranca.
Ahora venía más atractiva, peinada con más esmero, la
cara más radiante y un traje más llamativo.
Policarpo, que ya la esperaba desde que amaneció,
corrió a su encuentro; se estrecharon efusivamente las
manos; ella se apoyó estrechamente a su brazo, haciéndolo
sentir desmayos al contacto de su tibio y oloroso cuerpo, y
así se encaminaron hacia el campamento: Policarpo, fre-
nético, resollando gordo,. acezando como un .perro asolea-
do, y ella fatigada, ensanchando la nariz, subiendo y ba-
jando, acompasadamente, sus senos opulentos.
· Después de la entrega del parque, se sientan sobre la
hierba y conversan largamente.
Hasta el campamento, donde los hombres se reparten
el parque, llenando sus cartucheras, se perciben las alegres
risotadas de Policarpo.
-Se me afigura que ya mi coronel se enredó con . la
,¡. catrina, tú, Lagartija ...
-¡Ah! Pos con razón ... Aparte de lo enamorado que
es, la chaborra está ... "que de un soplido rompe una
tambora" ...
=Sí, vale, ¡qué piedra· para darse un trompezón
¡Lástima que de esas pulgas no brinquen a mi petate
Ahora la despedida es más tierna. Policarpo retiene
entre sus ásperas manos la fina y sedosa mano de Marta,
y se la oprime, viéndola con ojos borrachos de amor.
i . Ella vuelve a sentir la fatiga de su llegada, y vuelven
a subir y bajar, ritmicamente, sus pechos alborotados ...
-¡ Adiéos, m1. corone 1.... 1
-¡Adiós, Marta ... !
Ya para trasponer la montaña, Marta agita, como
sacudiéndolo, su blanco pañuelo.
118
Y Policarpo describe semicírculoe en el aire con so
sombrero.
Las visitas de Marta continúan. Los cristeros se hartan
de parque; ya llevan cada uno dos cartucheras erizadas de
tiros, cruzadas sobre el pecho y otra más enroscada en la
cintura.
. Ahora el idilio entre los dos enamorados es en lugar
apartado, muy lejos, a cubierto de las miradas indiscretas
de la tropa; en una abertura del sombrío acantilado de la
barranca, a la orilla del río.
-Deben ser muy bonitos Los Altos. Mi padre me pla-
tica, suspirando, de las carreras, los coleaderos, los fan-
dangos y las fiestas ruidosas de aquellos pueblos.
"¡Cómo me gustaría andar por allá, corriendo a caba-
llo, detrás de los toros, saltando cercas ... ! En las carreras,
en los herraderos, en los rodeos, en medio de las disputas
y balazos de aquella gente bronca y generosa ... ! ¡Qué
encanto formar rueda en un fandango, alegrado con te-
quila, gritos, tiros y tarnborazos, en un patio cercado de
piedras y ramazones, oloroso a tierra mojada, oyendo
bramar las vacas y los becerros, en medio de los alegres
retumbos de las tamboras, todo iluminado por la luna!
-·dice Marta, temblorosa de emoción, entornados los ojos,
reclinada en el hombro de Policarpo.
-Pos vámonos pa'llá, chat.ita, a Los Pirules, pa' lucirte
en los fandangos y los coleaderos, montada en un buen
! cuaco, con tu pistola fajada en la centura, como andaba
! mi abuela cuando yo era chiquillo ... ¡Vámonos pa' Los
Altos, pa' que en las bodas de los ranchos y en las fiestas
del pueblo hagas rabiar de envidia a las mujeres, y a los
hombres se les caiga la baba ... !
"A la hora que tú queras nos vamos, vale, que yo no
ando vendido; ando por mi mero gusto, porque me cuadra
el rejuego ... Tenía ganas de set· general pa' tener a quén
mandar, lucir la águila y encandilar palomas ... Pero ya
te incontré a ti, Marta, y ora sólo quero t.u amor y tus
caricias ... ÍVámonos, y cuando nos casemos te hago una
119
 boda que dure una semana con sus días y sus noches ... !
-Sí, Policarpo; de aquí a un mes que cumpla el jura-
mento que hice ante Dios y las. Sagradas Escrituras de
servir a la causa como arquera de Santa Juana de Arco,
nos vamos a Los Altos ...
Un beso interminable, silencioso; de esos de acopla-
miento de labio sobre labio, aprendido en el cine, selló el
pacto de amor.
Después. . . silencio, suspiros, murmullos y la eterna
cantinela del río ...
Marta se levanta enrojecida, sacudiéndose como las
gallinas después de que han sido pisadas por el gallo.
-¿Y no me engañarás, Policarpo? ·.
-¡Nunca, Marta... ! Los rancheros semos hombres y
cuando queremos, queremos de un jalón; con todo y todo,
y en jamás de la vida hacemos una traición.
-Así lo espero, Policarpo, porque si ahora que te he
dado todo: mi cariño, mi cuerpo y mi honor, me abando-
naras. . . Yo también traigo sangre de allá, no te perdo-
naría ...
Se miran y sonríen; se estrujan, y otro largo beso, de
esos en que quisieran extraerse la vida por la boca, los
deja callados.
Marta no volvía al campamento. Era que la policía ya
sospechaba de ella y le seguía los pasos.
Policarpo se pasaba los días desasosegado, inquieto,
como un potro en persoga; con un humor que se le podían
tostar chiles en el lomo, según el decir de sus subordi-
¡ ' nados.
Cierta tarde, desesperado, reúne al Pando, La Pa-
changa y El Canelo.
! -Limpien bien sus carabinas y sus pistolas; abastéz-
1
1 ,·
¡
canse de parque, escojan tres caballos de los mejores y
estén listos pa' ora que se haga noche ir a Guadalajara
-les dice Policarpo.
Los tres rancheros se quedan mirándose, sin querer dar
crédito a lo que están oyendo.
120
Al ver que ninguno le contesta, los increpa: .
-Si tienen miedo, díganmelo, que a mí me sobran
tamaños pa' ir solo...
-Pero, hombre, Policarpo -habla El Pando=, ¿pos
qué estás distraido? Porque sólo a un loco se le ocurre irse
a meter en la boca del lobo...
-No me cantes mañanas, Pando; si tienen miedo, ya
les digo, no vayan. Que me ensillen el caballo chancaco, al
fin yo no necesito vejigas pa' nadar... Me voy solo.
-No seas ansí, Policarpo; nenguno tenemos miedo;
pero en deber de uno está como más viejo, de alvertir a
los amigos cuando quieren hacer una pendejada ...
-¡Ya!, ¡ya!, ¡ya! ... No me la corras tan larga ... No
vayan -y da vuelta para retirarse.
-Oye, ¡aspérate ! -lo coge de la chaqueta El Pan-
do-. No seas porfiado entiende de razones ... mira que
el dicho dice:
El sabio jierra una vez
el tarugo jierra tres
y el porfiao jierra ciento ... !
-¿Qué, ya estás cansao de vivir... ? Porque asegún lo
que queres es tanto como hacer la maleta pa' irnos al otro
barrio ...
-¡Oh ... ! ¡Con una chiflada. .. ! ¡Ya no me predi-
ques ... !
-Bueno. . . -levanta los hombros El Pando=. Si ya
estás decedido, nosotros no tenemos miedo y contigo
vamos hasta el infierno. Las armas están ya listas y parque
tenemos hasta pa' atrancar el tren ...
. ¡A echar sillas, muchachos, y vamos a San Juan. de
Dios a beber atole y a comer tamales con los jotos ...
, dii110 m1e
¡ Quen . do. . . '. ·
Cuando las sombras empezaban a subir del fondo de.
la barranca, se arrastraban por el campo y se prendían a
las ramas de los árboles desplazando la luz, Policarpo,
121
 seguido de 'sus tres fieles amigos, sale del campamento Se desmontan, se encajan las pistolas dentro de las
rumbó a Guadalajara. faldas de la camisa, y El Canelo se hace nudo, sentado en
Uno tras otro siguen la tortuosa vereda que los lleva una piedra, reteniendo los caballos de la rienda.
a los suburbios· de la ciudad. El Canelo, por delante, va -Muy chango, Canelo; en cuanto oserves algo nos
cantando: · echas un chiflido. No te vayas a aplomar y te quiten las
i'
'•.-:, bestias ...
Si es alta será una palma -No tengas cuidao, Policarpo; primero me quitan el
y no la podré alcanzar: cuero de la cabeza: a los pies, que el que yo los deje a pie ...
Si es chata será una gata Nomás mándame un trago pa'l frío.
'y no me vaya a rasguñar ... Con los sombreros encajados hasta las orejas, para
Si ancha, será tambora parecer hombres de bien, a pasos contados, sacando chispas
y no la podré abrazar... sobre el empedrado con los estoperoles de sus recios zapa-
[Nunca mujer a mi gusto, tos, entran a la calle donde vive Marta.
nunca he podido incontrar ... ! Penetran a un changarro de dos puertas, que está en
la esquina.
-¿Conoces bien las calles, Pando? Dos hombres de aspecto obrero chiquitean sendas co-
-Como a mis propias manos; a oscuras te llevo por pas de tequila.
todo Guadalajara. ¿Pos qué no sabes que juí sosteniente -¡Buenas noches!
de los gendarmes montaos ... ? · -Buenas se las dé Dios, señores -contesta la tendera,
-Bueno, pos vamos a entrar al barrio de La Capilla poniéndose de pie.
de Jesús, onde vive Marta. · · -Oiga, doña, denos un trago.
-¡Ah, chirrión! Al barrio de los mormaos, que se ha- -¿De qué lo quieren? hay amargos de estafiate, limón
cen pandos pa' . andar, por lo malditos que son... ? ¿Al -, 1 y cáscaras de naranja.
cantón de los chaveteros ... ? los que al dar vuelta a una -De lo que raspe más.
esquina le dicen a uno: iaí' te mpresto este fierrito ... ! y Mientras la mujer está sirviendo las copas, suelta la
se lo dejan a uno guardao en el estómago. . . [Chulo ba- lengua, provocando conversación. ·
rrio ... ! ¡Pero entramos· por encima de Juan Cuerdas ... ! -Ustedes no son de por-aquí, ¿verdad?
Yo los derijo. -No, nosotros semos arrieros de tierra adentro =con-
Había sonado el toque de·queda: testa en tono áspero El Pando, para matarle la curiosidad.
La turbulenta barriada estaba· en paz. -¡Ah, vaya, pues yo creía que eran de acá de Tepa-
Sobra las calles desiertas brillaban uno que otro foco titlán! Se parecen mucho a los lomilargos de aquel rumbo.
1. macilento, haciendo guiños. · -Sirva las otras, y a ver qué toman estos amigos
i.
1.
De . los .. tendajos que permanecían abiertos, salían -dice Policarpo, señalando a los dos artesanos.
1 lengüetadas de luz amarillenta. -Oiga, doña, ¿por un casual no sabe usté ónde vive
Los cuatro cristeros penetran a un oscuro callejón, doña Marta Torres ... ?
cuyo único indicio de vida se manifestaba por los ininte- -¡Ay, señor de mi alma ... ! La niña Marta vivía allí
rrumpidos ladridos de los perros callejeros que allí· se . enfrente; pero ahora sabrá Dios lo que habrá sido de la
acuartelaban por las noches. · pobrecita ...

122 123

-¿Por qué, doña? -la interroga Policarpo sobresal-
tado, agrandados los ojos como marcadores.
-Pues porque hace tres días se la llevaron -le con-
testa compungida. · amigos; tomen lo que gusten.
'¡:: -Quiénes? -ruge Policarpo.
"' -Los federales.
Sólo faltó que Policarpo escarbara, para que el bra-
mido que salió de su pecho fuera igual al de los toros
cuando huelen sangre. . . · -Pues sí, señor -relata la tendera secándose los
-¿Los federales... ? -grita con voz ronca-. ¡Y no
haber estado yo aquí, para a ley de mis tanates habérselas
quitado .a esos sardos ji jos de sus rechi. .. fiadas madres ... !
¡Aaaaah .. : !
Sus gruesas manos caen como mazos sobre el mostra-
dor; se arranca de la cabeza el sombrero y lo azota furioso
contra el suelo, resollando gordo y vomitando maldiciones.
Da vueltas al derredor del pequeño changarro, como
fiera enjaulada, gesticulando y tirándose de los cabellos...
-Paciencia, hermano -pretende calmarlo El Pando,
poniéndole la mano sobre el hombro-; vamos escuchando
a la siñora, a ver cómo estuvo el asunto, y luego veremos
qué lucha puede hacerse.
Se acercan al mostrador.
·~ -¡Échenos un medio cuartillo de estafiate a cada
uno! -ordena Policarpo dando una manotada.
Doña Cholita sirve lloriqueando en cuatro vasos, cua-
tro grandes raciones de alcohol.
-Faltan las de esos amigos -observa Policarpo, vol-
teando hacia los dos obreros.
-No, señor, dispénsenos, eso es mucho ...
-¿Cómo.:.? -les clava fulminantes los ojos-. ¡Ora
se lo toman a güevo... ! · El mismo no sé, no sé y no sé, repetía Martita.
! .
1. -, ·Pe... pe... pero senor
- .... '
-¡Ora se lo toman, o se los echo en la cara ... ! ¡Jijos
de ... ! -y saca la pistola. La rabia y el alcohol lo habían
trastornado.
-Pero, hombre, Policarpo, ¿qué es eso?'-se interpone
124
..
El Pando, cogiéndole la pistola-. Tú no eres ansí ... Estos
probes siñores qué culpa tierien...
· -Es cierto -dice, doblegando la cabeza-. Dispensen,
Les echa el brazo al cuello y llora reclinado en el pecho
de uno de ellos.
Se repone, clava los codos sobre el mostrador y escu-
cha a doña Cholita:
ojos-, hace tres días vinieron los gorrudos, y como si fue-
ran a aprehender a algún malhechor, llegaron con las
pistolas en las manos y se metieron a la casa de la niña
Marta, que acababa de bañarse y traía una bata vaporosa
que le caía muy bien. ¡Se miraba tan linda ... !
"Entraron husmeando como perros hambrientos; an-
duvieron por toda la casa, tirando y volteando triques,
hasta que dieron con el escondite de armas y parque que
estaba en el pajar.
"[Ay, señor de mi alma ... ! el escándalo que hicie-
ron ...
"Vino el que la hacía de jefe, y como si fuera un sen-
tenciado a muerte la pobrecita de la niña Marta, así le
preguntó de cosas aquel hombre.
=Conque, díganos usted, señora, de dónde viene este
parque y a quién se lo compran y ya no la molestamos
más.
­No sé, no sé y. no sé... -era todo lo que salía de la
boca de la niña.
­Pero, mire usted que si no nos dice, usted va a ser
la perjudicada; quién sabe lo que le cueste el estar negando.
Usted como jefa de la brigada, debe saberlo...
=Bueno -dice el gorrudo-, nos la vamos a llevar.
=Cuando ustedes gusten -les contestó sonriente.
Y el hombre se quedó descolorido de rabia porque no
podía sacarle nada.
­Pero antes de llevárnosla, cristera jija de un ... va­
125
 mos a darle una purguita de plomo al viejo de su padre,
aquí en el corral. .
-¡Aaaaouh ... ! -lanza otro bramido Policarpo, levan-
tando la cabeza y arrancándose mechones de pelo-. ¡Jijos
de ... ! -grita a todo lo que le da la garganta.
-¡Échenos otro medio cuartillo, doña!
Policarpo se engulle su ración de un golpe; se da un
restregón en los bigotes, y otra vez, de codos, sigue escu-
chando.
~· .·
-Pos tiene usted, señor, que levantaron al pobre vie-
r:
~::.• ..
jecito, que está paralítico, de la silla donde estaba sentado,
y cuando lo llevaban para el corral a fusilarlo, Martita, sin
soltar una lágrima, se hincó y le dijo: Padrecito: échame
•· . tu bendición, y espérame en el cielo...
Aquí no pudo contener el llanto la tendera, y suspen-
dió la narración.
Policarpo estaba atontado, con la mirada vaga, echan-
do espumarajos por la boca.
Los demás hombres tosían para dominar: su emoción.
Afuera, la calle y la barriada seguían· hundidas en el
silencio.
Muy allá, se escuchaba el lánguido pitido del se-
reno ...
La tendera, moqueando, prosigue la narración:
-Viendo que ni con promesas ni amenazas le podían
sacar algo, los malditos gorrudos soltaron al señor, y por
media calle, ¡señor de mi vida!, en medio de aquellos fari-
seos, se llevaron a la niña Marta a la comandancia.
Policarpo ya sólo lanza roncos gruñidos.
El Pando y La Pachanga se bambolean agresivos, sa-
cando las pistolas.
-Sígale, siñora, no se espante.
-A media noche -termina doña Cholita- la embar-
caron en un tren y se la llevaron, revuelta entre bandidos
y rateros, a las Islas Marías ...
Policarpo, cayéndose, recoge su sombrero, lanza un
fuerte silbido y arroja sobre el mostrador un puñado de
pesos.
126
Inmediatamente aparece El Canelo con los caballos.
Montan los tres cristeros, se calan los barboquejos, y ha-
ciendo notables equilibrios sobre las sillas, sacan las pis-
tolas, azuzan los caballos y se lanzan calle adentro dispa-
rando balazos y gritando: ¡Sardos jijos de la... aquí están
sus padres... ! ¡Viva Cristo Rey ... !
A poco, regresan a carrera tendida, disparando hacia
atrás sobre los federales que los venían siguiendo.
-Pos sí, Policarpo, hay que saber ser hombre y morderse
un brazo -le dice El Pando.
Policarpo, que no había proferido palabra desde la
escapada de Guadalajara, después de oír al Pando, le
pregunta:
-Oye, ¿como qué tan lejos quedan las Islas Marías?
¿Cuántos días se harán de aquí allá ... ?
-Hombre, pos no te puedo dicir con firmeza; pero no
son menos de ocho.
-¡Ah, pos no está muy lejos! -se alienta Policarpc--,
Bien podemos ir con los hombres que tengo, y en un ratito
de suerte, les podemos quitar a Marta a los pelones. ¿Qué
te parece, hermano?
-No, Policarpo -le contesta moviendo la cabeza-;
eso no se puede. Las Islas Marías no están en tierra firme;
están allá, muy lejos ... casi del otro lado del mar ... Y,
hermano, juerza es que te hagas el ánimo: la gente que
va pa' allá, no vuelve ...
-¿Ansí es que aquella es la tierra de irás y no vol­
,
veras .... 2
-Mesrnamente, hermano; mesmamente igual a lo que
oyíamos en los cuentos cuando éramos 'chiquillos: aquella
es la tierra de irás·y no volverás...
U'I
 ;¡: .
.~ :: .

, '~I !

EL SAQUEO
.:•
.,;

Habían vuelto las golondrinas.

Los días se hacían interminables; pasaban perezosos,
cansados, como si arrastraran de las barbas al tiempo.
Llegaba la sequía amarillando los campos y convir-
tiendo los aguajes en charcas pestilentes, como pútridas
llagas. .
El viento se revolcaba a sus anchas sobre los herba-
.:;:~ '
zales encanecidos, levantando lengüetadas de tierra que se
elevaban jadeantes hacia el cielo.
Entraba la cuaresma.
J.
En el portal del rancho, sentada en un rincón, a donde no
llegaban las llamaradas del sol de mediodía, doña Engracia
tira con lentitud de la escobeta, desenredando su blanca
cabeza de algodón.
Tío Alejo remienda con manos temblorosas sus gua-
raches, y a sus pies, tirados a lo largo, duermen acezando
los perros.
-¡úchilaa!, ¡úchilaa!, ¡úchilaa ... ! -grita a medio pa-
tio doña Trinidad, espantando con la punta del rebozo al
gavilán que describe círculos en el aire al derredor de las
gallinas, que cacarean espantadas.
-¡Mire nomás qué terregal, madrecita! -le dice a doña
Engracia, señalándole a lo lejos el camino.
=Sí, mi alma; pos si ya entró la cuaresma; ya es
tiempo de remolinos ...
Tío Alejo se endereza y observa.

129
 '1':,
.~d
;•
-¡Qué remolinos ni qué ojo de hacha! ... lo que viene
es gente.
-¿Cómo?
j:'
-Sí, María -afirma, colocándose la mano extendida
o;;· sobre los ojos-. Y es un jervidero ... viene el camino
lleno.
-¡Alabaos sean los santos nombres de Jesús, Maria y
José! ¿Otra vez... ? -murmura persignándose.
'-¿Y de qué gente será, tú? -pregunta con ansiedad.
-Aspérate, déjame ver bien... Pos por los sombreros
-dice al fin-, es gente de Cristo Rey.
-¡Ah, vaya! -respira con descanso la abuela.
-De todos modos, madrecita, hay que decirle a Ra-
món pa' que esconda el caballo; ya ha visto qué' ganas le
train todos ... ¡Ramoón! ¡Ramoón... ! -le grita parándose
en la puerta del corral.
-¡Pero, adió, tú, qué ansias ... ! ¡Déjalo, andará ocu-
pao. Siendo gente de Cristo, no hay cuidao; todos son
· hombres de bien, de muncha concencia y muncho temor
de Dios; y aluego el papel que nos dejó Damián.
La gente se aproxima al galope; ya se pueden distin-
guir las camisas y los anchos sombreros. Y a se escuchan
los gritos, los disparos y la estruendosa algarabía que
traen.
Doña Trinidad, a pesar de lo que dice la abuela, se
retira buscando a don Ramón. "La gente que ha venido
en otras ocasiones, no ha llegado con tanta boruca -se
.
.dice-.¡ Quen
. , sa be qmenes
., , es
seran , t os.... ,,, ..
El caballo relincha alborotado al ventear las bestias
¡v·
. ¡,. en que vienen los cristeros. Don Ramón no aparece.
Los cristeros ya entraron al callejón que conduce a la
casa. Ya se pueden apreciar sus facciones.
Las mujeres de la ranchería abandonan los metates y
se asoman a las puertas de los jacales con la Ilusión de que
puedan venir allí sus hombres. Se paran en las puntas de
los pies o trepan sobre las piedras de las cercas; alargan
la cabeza y escrutan con ansiedad las caras de los que
llegan.
180
Al fin aparece don Ramón, suaoroso, jadeante, cuan-
do la chusma est.á a cien metros de distancia. Entra a la
caballeriza, le pone el freno al caball~, monta en pelo ,Y
sale disparado; brinca la cerca del patio; corre por <letras
de la casa y se interna en el monte. . . .
Los rebeldes disparan sus armas sobre él y algunos
brincan también la cerca y lo siguen.
-¡Virgen del Perpetuo Socorr?, ayúdalo! ¡~mbra d~l
Señor Santiago, cúbrelo. : . ! -gntan las mujeres, opri-
miéndose las manos.
Un hombre carcomido horriblemente por la viruela,
con una ancha cicatriz que le baja de la oreja al labio supe-
rior, dejando a descubierto los dientes, se adelanta y se
·encara con las mujeres:
-¿Quén es ese tal que juyó? -les pregunta con la
pistola en la mano. . .
-Pos es Ramón -contesta doña Engracía con altivez.
-¿Y por qué juyó el jijo de un... -insiste echándoles
bendiciones con la misma pistola. ·
. -Pos quén sabe; se le ha de haber espantao el caballo
con sus gritos. ¡Como llegan pior que perros del mal; como
fariseos que fueran a llevarse a Jesús de Nazareno; engual
que si uno juera un creminal. . . · .
-¡Cállese, vieja retobada! -la amenaza lev~nt.ando la
pistola a la altura de su cabeza-. ¿Onde están ese tal.
Felipe y el Ranilla?
-¡Quén sabe! Búsquelos. . . ·
-¡Lástima que sea viejal, ¡jija de la ... ! -sigue escu-
piendo borbotadas de insultos el Cacarizo. . .
-¡Cálmese, cristianol, ¡por amor de J?10s! -se ínter-
pone doña Trinidad-. Orita le voy a trair el papel que
tenemos, pa' que nos deje en paz y vea que semos gente
pacífica. ·
Y corre hacia dentro a traer el salvoconducto que les
había dejado el cristero Damián, .
-Aquí está, mire cómo semos de los mesmos -dice
entregándoselo.
131

Lo recoge el Cacarizo de un manotazo, y como no ·
sabe leer. llama a uno.
-1·A ver, t u.,
' ' (,que
· ' d.ice es te pape 1 .... ?
Éste lo toma al revés, lo voltea por uno y otro lado; se
lo acomoda cerca de las narices, dobla la cabeza, y con
. t o ., . deletrea: "Ejér ... citooo fe.. ·: deral ... 34
muchos trabajos
Regi. ... nuen
La cercenada cara del jefe cristero se torna ceniza; se
le erizan los pelos del bigote y los escondidos ojos de cerdo
se le enrojecen.
Prende al caballo con las espuelas, queriendo atro-
pellar a las mujeres; pero tío Alejo lo coge de la rienda,
haciéndolo pararse de manos.
Uno de los rebeldes se acerca con rapidez, saca el
machete y asesta a tío Alejo un terrible cintarazo por la
espalda, haciéndolo rodar por el suelo, donde se revuelca de
dolor y de rabia.
-¡A un hombre no se le pega ansí, jijo de tu mala ...
¡A un hombre como yo, se le pegan balazos ... ! ¡Mal haya
tu repuerca y perra madre, bandido ... !
-¡Cállese, jijo de ... o lo abujero! -le dice el cristero
apuntándole con la pistola.
· .-¡Mátame, jijo de la ... ! =Ie grita tirado boca arriba;
levantando, crispadas, las manos, y rechinando los dientes.
-¡Conque son de los nuestros, viejas tales ... -las
increpa nuevamente el jefe-, y tienen papeles de los sar-
dos ... ! ¡Ora van a saber quén es el coronel López ... ! ¡Con
razón me mandó acá el padrecito Pedroza, pos si esta es
una nidada de pelones ...
Doña Trinidad se queda atónita al darse cuenta que
se había equivocado con el papel, y voltea a ver, cohibida,
a la abuela que se cierne y le castañean los dientes de
rabia, erguida, de pie, en la puerta, mirando con altivez a
Jos cristeros.
Tío Alejo se arrastra pujando y se hace nudo en un
rincón del portal, sin dejar de mascullar maldiciones.
-¡Pie a tierra! -ordena el coronel a su gente.
-¡Abran las trojes y echen todo el máiz que incuen-
132
.. ·.·, .
·,•.·
tren a la caballada, sin dejar un grano ... ! A ver, diez
hombres acá, a buscar las armas y el parq1!e que han ·de
tener escondidos esos tales. . . Y los demás, adentro; a
revolver triques y a agarrar lo que les cuadre; manos
libres... . · .
Como si se hubiera reventado el infierno. la chu.sma se
precipita hacia las piezas, saltando y lanzando gritos de
entusiasmo, atropellándose unos a los otros, queriendo
ganar todos la delantera. , · .
De las trojes salen borbotones de maíz y el p~tio se
convierte en un lago amarillento, donde se refocilan Y
revuelcan las bestias, con los frenos colgados de las cabe-
zas de las sillas. . .
Adentro se oye un estruendo espantoso; hay msultos
y golpes al abalanzarse sobre los objetos y prendas de más
valor.
Saltan las cerraduras y crujen las maderas de los mue-
bles al romperse. · . .
A poco comienzan a salir los que ya hicieron carga.
Unos traen las pantaloneras plateadas y las cotonas
bordadas de don Ramón. . . ·
Otros vienen enfundados en las levitas y trajes de
.l Felipe, bailando grotescamente ,en son de mofa. . · ·
s
Los que no alcanzaron mas, salen con brazadas de
ropa de las mujeres y con dos o tres sombreros empal-
mados. . · 1 .J ...
El Patas Pintas viene vestido de mujer, simu aneo
con hilachos metidos dentro de la . camisa, red~ndeces Y
formas femeninas, lo que provoca ruidosas carcajadas, pro-
caces requiebros y obscenos manoseos. · ·
El Cacarizo, sentado en el poyo del portal, r~llan~o
como un fuelle y limpiándose el sudor con, ~n sucio palia-
cate, presencia riéndose aquel c~maval tra.gico. . ·
Doña Engracia y doña Trinidad. se retiran c.ubierta la
cara con los rebozos y van a refugiarse a los jacales de
la peonada. . di . .
Detrás de ellas, sin dejar de escupir mal iciones, se
arrastra penosamente tío Alejo.
183
f·· '
:
,',\.
'¡ -Si nomás porque soy de buen corazón =murmura el
t.
ri;:· .: Cacarizo al ver que se van las mujeres- no hago una lumi-
v , naria a medio patio con todos sus triques, [viejas brujas!
f. Denle gracias a Dios que no haiga venido el padrecito
l.·
!:' Pedroza; que si llega a venir, con todo y lo que anda
¡ ..
.\
!· hablando el tal Felipe y aluego el papel de los sardos ... ya
hubieran visto cómo ni los adobes de la casa les deja ...
. . perperas
¡ V1ejas , '....
Y sigue presenciando el grotesco desfile. Abre la boca
hasta donde le dan de sí las quijadas y bosteza, persignán-
dose.
-Oye, tú -le grita a uno que lleva bien cogidos los
objetos que avanzó­. Echa acá esas pantaloneras y esa
cotona bordada ...
-¡Erria ! =detíene a otro-. Trai acá esa gorra
galoneada Todo esto -les dice como disculpa- es pa'l
padrecito Pedroza, que le va a cair mejor que si juera una
sotana nueva y un bonete. ¡Tanto que le cuadran estas
cosas ... !
-¡Oye, Coyote, quítale a aquél esas cueras de venado
y las chaparreras piteadas que lleva!
-¡Ah, -qué canijo! -exclama riéndose-« De mi mesmo
tamaño; como si me hubieran tomao medida -agrega
midiéndoselas por encima-. ¡Mah! ¡Pos que Dios se los
pague ... !
Se levanta con sus cueras y sus chaparreras en la
mano, a dar órdenes de retirada, y se fija en unos que se
están acomodando en los sombreros estampas de santos
que quitaron de las paredes.
-¡A ver!, ¡a ver! ¿Qué train?
Los hombres se acercan mostrándole las imágenes.
-Oiga don Serapio -llama a un viejo de bigotes recor-
tados y cara apergaminada que le está poniendo el freno
a su caballo-. Usté que ha. sido sacristán y sabe muncho
más que uno, ¿cuál. de todos estos santos es el más mila-
.. griento?
'
-¡Hum! -murmura éste con suficiencia, examinán-
dolos-. Pos desde luego aquí está San Martín, que has de
lM
saber que pasó un río a caballo por ·encima de su capa.
.. ,
-¡ Ah· ch 1rnon.... ' . .
-Sí, como lo estás oyendo, así fue. Acá está San ~11-
vestre, rey y señor de los montes, abogado contra brujas,
hechiceras y hombres de mal corazón .
... 1
-¡ Ah , )lJO.. . . , .
-¡Bueno y pa' qué quieres más ... ! Aquí tienes a
Señor Santiago, en su caballo tordillo, general en jefe de
los ejércitos celestiales; santo muy hombre y muy macho,
que del que es amigo, es amigo. Con decirte que se han
dado muchos casos de que les llegue a prestar su caballo
a los que son sus devotos ... Pa' qué quieres más. . . ·
-Bueno -dice satisfecho>, yo con estos tres tengo
-y los coloca en la copa del sombrero. .
-Ora muchachos a poner frenos, y ¡vámonos ... ! Ya
vendremos' otro día más .
' espacito, pos no pierdo la espe-
ranza de pedorrearrne en el lomo de ese famoso Carey.
--¿Pero pos qué te pasó, Trenidá? ¿Cómo fuites a equivo-
carte con el papel? -la interroga la abuela.
-Eh, madrecita, pos me atarant~ ~on el susto, y P?r
coger uno cogí otro. Ora estoy refle1s10nando que decía
bien Felipe, si he sabido ler, no nos sucede esto ... -sol.lo·
za-. No que después de que nos maltrató ese maldecido
cacarizo hasta que se cansó, toavía arrastraron hasta con
:¡ el último hilacho esos perros bandidos ...
Las mujeres de la ranchería rodean a la~ señoras, que
están refugiadas en el jacal de María, la mujer del boyero.
Sentadas en el suelo, las contemplan, llorando, con
ojos dolientes, como si tuvieran m':1erto t~ndido. . .
-Bueno, pos ya estaría de Dios -dice manteniendo
su energía doña Engracia. .
-¡Válgame Dios, madrecita; pero eso de que lo dejen
uno con lo puro encapillado. . . , .,
-¡Ya, ya, no te acongojes por eso ... ! Mas se perdió
en la inundación de León. . . ·
-Sí; pero eso no era de uno -gruñe tío Alejo, que se
está untando una vela de sebo en el verdugón amoratado
136
 que le dejó el cintarazo-. Tiene muncha razón Trenidá
¡P?s cómo no va a doler que le lleven a uno sus trapos:
así, a la mala ... ¡Mah ... !
-¿Ora tú tamién? -manotea frenética la abuela-.
¡Como si cuando te echaron a este mundo no hubieras
venido encuerao ... ! ¡Mah... !
-No, si en lo tocante a eso, yo no digo nada... ¡A poco
eres que yo pienso que me parió mi madre con todo y
calzoneras ... ! No, María Engracia.
"Pero siempre le puede a uno que lleguen endevidos
como éstos, que dicen desfender a Dios y vienen gritando:
¡Viva Cristo Rey ... ! pa' robarle a uno sus cosas...
"¡El trabajo que me costó juntar los centavos pa'
mercar mis cueras y mi sombrero de vueltas ...
"No, si ora estoy reflejando que tiene razón Felipe;
todos estos cristeros no son más que una pandilla de ladro·
nes...
"[Pero permita Dios de los cielos, que le metan tres
balas en los entrecijos a ese maldecido cacarizo, cara de
molcajete al revés ... ! ¡Jijo de cincuenta mil almácigos
de ... !"
-¡Sant.o Niño de Atocha ... !
-¡Virgen de las Maravillas ... !
-. ·N·-
mas, por e1 amor de D.1os.... '
-¿Qué trais, mujer? -inquiere con ansiedad doña
Trinidad.
-¡ ·Ay, runas,
·- por l as sie
. t e 11agas .... '
=-¿Qué, qué ... ? -la estruja doña María Engracia.
-El amo don Ramón ...
-¿Qué le pasó? di pronto.
-Viene hecho un Nazareno.
Todas las mujeres se precipitan fuera del jacal, menos
doña María Engracia, que permanece de pie, parada en la
puerta.
Don Ramón viene apoyado en una vara de grangeno,
arrastrando una pierna. Su cara es una bola de carne san-
guinolenta, cubierta de pelos. Sin sombrero, el pelo alboro-
·.:
~·:: : .... ~~
tado, corriéndole arroyos de sangre por la cara y el cuello.
La ropa hecha jirones, deja a descubierto las piernas
y la espalda llenas de raspaduras y moretones.
De su garganta sale un sordo rugido de interjecciones
y palabras maldicientes.
Corre llorando doña Trinidad a abrazarlo.
-¡No me atoques! -le grita con aspereza-; ¡vengo
hecho garras ... !
Las mujeres de la rancheria lo rodean gimoteando.
Al entrar al jacal de María, se encuentra con doña
María Engracia.
-Madre -le dice con voz doliente-: mire cómo me
han dejao esos hombres que dicen desfender a Dios ... -y
le enseña el pecho desollado, las piernas y los brazos san-
grantes.
El rostro severo de laalteña bravía, que siempre sabía
sobreponerse a las adversidades y comerse en silencio sus
pesares; que no se ablandaba ni ante las ternezas ni las
lágrimas; aquella hembra de temple de acero que amor-
tajó a sus hijos y a su esposo, matados por viejas rencillas
de familia, sin soltar una lágrima, en esta vez. ante seme-
jante. injusticia; aflojó las mandíbulas que parecía tener
~.t~rmlladas para mantener su habitual energía; se dulci-
fico un tanto su arrugada cara de acordeón, y le temblaron
los labios al ver a su hijo convertido realmente en un Jesús
Nazareno ...
-¿Pos qué te pasó, hijo? -le pregunta con voz aca-
riciante.
-Pos ya lo ve, madrecita, me medio mataron esos
hombres por quererse llevar mi caballo. Se me echaron
encima como unos diez, brincaron la cerca detrás de mí
queriéndome atajar; ¡pero pos ónde me iban a alcanzar en
el Carey ... ! Viendo que no podían agarrarme me echaron
una granizada de balazos y me mataron el caballo. Yo
quedé tirado entre unos garahatillos, sin sentido, y de allí
me levantaron a atrompellones y cintarazos; me echaron
un lazo del pescuezo y me arrastraron quén sabe hasta
ónde, dejándome tirao como muerto. . . Cuando volví en
1S7
.,

mí, arrastrando me fui a ver a mi caballo. Allí estaba el
prolJe<;ito todo a~ujerado a balazos, con las patas tiesas,
,.
el hocico entreabierto y los ojos pelones ... ¡Mi bestia tan
: fina, tan buena, tan noble, que no reconocía rival por
todos estos rumbos. Que nunca supo lo que era perder
una carrera, ni qué capaz que se le juera un toro ... ! ¿Pos
qué les hacía mi probecíto animal ... ? ¿Dígame, madre-
1
t.. cita, si esto manda la santa ley de Dios? -termina tem-
bloroso, limpiándose los hilillos de sangre que todavía le
~:
escurren por las barbas.
La anciana inclina la cabeza sin hallar qué contestar
a aquella queja.
Un silencio impresionante los amordaza a todos. Sólo
se escucha el borboteo del nixtamal a media lumbre, el
ronroneo del gato y el fatigoso acecido de los perros, que
dormitan echados a la puerta del jacal. Afuera, espesas
sombras comienzan a amortajar los campos. . . · -No, eso ni lo pienses, Trenidá. Lo que es a mí sólo.
. -¡Hijo! -rompe al fin el silencio doña Engracia-,
hay que conformarse y sufrirlo todo por Dios.
-Pero, madre ... !
-Sí, hijo, hay que buscar primero el Reino de Dios
.<
y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura, dicen
.~ los Santos Evangelios.
\ árboles, el campo, que desde que abrí los ojos siempre he
., :-Pos sí- -rezonga tío Alejo desde donde está sentado
con los pies a lo largo-, sólo que estos tales cristeros que
..
,
t•
nomás llevan a Cristo en la punta de la lengua y en la
copa del sombrero, ni buscan a Dios, ni muncho menos su
justicia; sólo andan detrás de los centavos y las cosas del
1 . ;. prójimo, y aluego, por añadidura, lo medio matan a uno
a - golpes y cintarazos. Ai' está el probe de Ramón y yo,
aporreados a golpes; él sin su bestia que valía tanta
plata, y yo sin mis cueras bordadas y mi sombrero de·
vueltas ... Estos no serán los Santos Evangelios pero es la
purita verdá ... Y si eso hacen con nosotros que izque
semos de los mesmos, pos qué no harán· con los otros ...
[Probecito de Cristo con estos desfensores ... !
Desde aquel día don Ramón no levantó cabeza; había
138
. •. '.":·'. '<F>':~>< . .: ~~~,[.~)~~f~:­.::•!..??.;"..;:¡i.\
.;,
perdido el buen humor, las energías, fas ganas de trabajar: 'i.;,/~: ;·
Se pasaba las horas sentado en el portal del rancho, · ·. ·~>::
rodeado de sus perros, con la cabeza entre las manos, sin
despegar los labios.
Los cristeros lo habían hecho ganas. Le habían lle-
vado grandes partidas de ganado; de las manadas sólo
quedaban algunos potros relajos que andaban remonta-
dos. Ni un buey de trabajo, ni un caballo de silla; hasta
con los cerdos y las gallinas habían arrastrado ... ~
Las labores estaban abandonadas, incultas, cubiertas . '
<
de yerbajos y garruñales. . {
;
Y ahora con el saqueo, consumaban su obra, dejándo- <
los en cueros.
-Ramón, ya no te apures tanto -se le acerca doña
Trinidad palmoteándole la espalda=. Realiza los animales
que quedan, vende cuanto haiga y vámonos al pueblo.
me sacan de aquí adentro de un cajón, con los pies pa'
_; 1 delante. Si acaban con todo y me dejan los puros terrones,
yo no me iré de aquí a morirme de tristeza al pueblo.
Aquí seguiré aunque sea tirado de barriga al sol; pero en
mis tierritas que tanto quiero, viendo a diario el cielo, los
estado mirando ...
-¡Pero hijo, por tu salú, hazte el ánimo y vámonos ... !
-¡Pero cómo me voy a ir Trenidá, si parece que oigo
que todas estas cosas me gritan que no las abandone; que
no sea ingrato; si veo cómo cabecean los árboles, como
diciéndome que no; que no los deje solos; si siento que la
tierra me jala de los pies ... ! ¡No, Treriidá!, ¡nunca!, ¡nun-
ca! ...
Al ranchero se le arrasan los ojos, y doña Trinidad
se limpia las lágrimas con la punta del rebozo ...
;
.
,.

LA MATANZA DE PALO BLANCO

Al tranco, suelta la rienda de su cabalgadura, Felipe, por

delante, va cantando un son ranchero.
A su zaga, sobre un caballo lechero, flojo y dormilón,
talonea y talonea, lo sigue Ranilla.
Los dos amigos se encaminan hacia Los Pirules.
Vienen de huida del pueblo, por los desahogos que
tuvieron en contra de los cristeros, en la tienda de Chan-
clas; el cristero espía.
El terregoso camino se alarga interminable sobre un
árido y blancuzco lomerío, hasta perderse en la comba
azul del horizonte.
Los caballos caminan ahondando más las canalejas
abiertas sobre el tapete, por incontables recuas que han
transitado por aquellos atajos desde hace siglos.
El viento alli no aúlla, no grita, ni siquiera murmura;
se desliza suavemente, jugueteando con los rastrojos que
]:.
1 levanta de los surcos abrasados de sed.
Parece que se atraviesa por las bíblicas tierras de
Judea o los legendarios campos de La Mancha.
Ranilla se ha quedado muy atrás.
Felipe sofrena su caballo y le lanza un largo silbido . :
.
campirano. ¡ p·egal e.,1 ¡pega
• l e ..... 1
Ranilla, haciendo un esfuerzo sobrehumano, hace tro-
tar al jamelgo.
-¿Pues por qué te quedas tan atrás? ¿Qué vienes re-
zando el rosario o haciendo versos?
-No; el que viene rezándole una letanía a la madre
del Chanclas es este infeliz rocinante, que por su culpa lo

141
 fuimos a quitar del pesebre ... Porque cuando no viene
dormido, viene abriendo el hocico y murmurando ... y no
1 •• bastan los talonazos ni los tirones de rienda para hacerlo
andar... - baile, seguidas por turbas de cristeros vagabundos, que
-¡Desgraciado Chanclas ... !
-¡Maldito, cobarde ... ! -estalla Ranilla-. Después de
que él nos provocó y nos obligó a vaciarnos sobre los tales
cristeros, mientras no salió la escolta del pueblo se aguan-
tó; pero una vez que se fue nos echó a la gente encima ...
Si no es por don Severiano y algunas personas prudentes
que intervinieron, nos linchan .. : A ti por poco te desba-
.,,,
rata la cabeza de una pedrada aquel cargador borracho, y
a mí si no se interpone tan a tiempo don Seve, me abre
la barriga de una puñalada aquel cochino carnicero ...
-Los resabios del seminario, Ranilla. De cura destri­
pado o padre jerrado. Dios te agarre confesado... según
dice tío Alejo. Ahora por lo que hace a la gente del pueblo,
¿Qué otra cosa pueden hacer, si esto es Jo que se les ha
enseñado .... ? Y más en estos momentos de fobia...
"Pero doblemos la hoja, y felicitémonos por haber
salido bien librados en esta ocasión. ¿Qué me cuentas de
Guadalajara ?"
-Pues lo más interesante son las actividades de. las
cristeras. Verás que salen parvadas de mujeres vestidas
de negro, que parecen urracas; paran los. coches y los ca-
miones en las calles y bajan a los ocupantes con la pro-
mesa de tantos más cuantos días de indulgencias.
"Van a las escuelas oficiales y sacan por la fuerza a
los niños, diciendo que aquellos son antros infernales. Im-
piden hacer compras·en. las casas comerciales y la entrada
a teatros y cines. Todo con la idea de crearle dificultades al
gobierno.
"Otras, como ya lo sabes, van y vienen corno.hormigas
arrieras a la capital, trayendo parque.
"Te aseguro que estas cucarachas de sacristía están
causando tantos estragos como los mismos cristeros que
andan levantados."
-Bueno, ¿y el gobierno cómo tolera eso?
142
=No, si no lo tolera. Casi todos los días se las llevan
a la cárcel; pero, pues si parece que les gusta, porque van
riéndose y cantando por las calles como si fueran a un
>¡ van vociferando en contra del gobierno. Hasta los lagar-
··,,.¡ tos viejos, los tuzos y los coyotes que a diario se asolean
!: sentados en las bancas de la plaza, lanzando noticias alar-
1 mantes, siguen al pintoresco cortejo ...
1
. -Pues yo, mira, Ranilla, si fuera autoridad, acababa
con esas payasadas en menos que canta un grillo: en lugar
de meter a las viejas a los separes de la comandancia, las
1a
mandaba a la penitenciaría y las ponía a moler el maíz y
echarles las tortillas a los presos, o cuando menos las des-·
tinaba a cuidar los locos del manicomio.
'fi "En cambio, si las viera trotando como nuestras solda-
i~ deras, detrás de los. cristeros que andan remontados, les
il
.~,
m
levantaría un monumento, porque de esa manera sí demos-
~, trarían un verdadero interés por su causa, y quizá logra-
rían llegar a la categoría de santas, si una bala perdida se
las llevara al cielo con todo y chanclas. . . ¿Y qué clase
de mujeres son?
-
.- -¡Hum ... ! Un verdadero batallón de cucarachas; to-
.
~ das están muy feas, no provocan ni siquiera tentación; la
'· que no está cacariza, está lunanca; la que no tiene las
piernas como chorros de atole, parece que va enclavada
en dos morrillos, la que no tiene cara de pan crudo, parece
que está barnizada de chapopote; todas son beatíficas
doncellas desahuciadas de San Antonio, que no han podi-
do encontrar hombre ...
-No es eso lo que te pregunto -replica con enfado
Felipe-. ¿A qué clase social pertenecen?
-Pues algunas son de esas de medio pelo, medianejas,
y las más son de inconfundible sello proletario, levantadas
en los barrios. De pomada no vi ni una. . . .
-El mismo caso de los cristeros que andan remon-
tados, las mujeres humildes de los barrios y una que otra
beata de la clase media, son las obligadas a defender la
causa en esta forma, sufriendo los arrestos y quizá hasta
143

vejaciones, mientras las beatas aburguesadas, que las azu-
zan y dirigen, siguen en sus suntuosas mansiones, con sus
mismas comodidades, enmedio de fiestas y despilfarros ...
-¡Y eso es inicuo, Ranilla ... ! ¿Hasta cuándo abrirán
los ojos esas pobres gentes?
-Hasta el día que los vayan a abrir en las Islas Ma-
rias, y se den cuenta de que mientras ellas están relegadas
en aquella sucursal del infierno confundidas entre ham-
pones y criminales, las señoras, en cambio, dan recepcio-
nes, rezan y bailan en sus palacios. . . sin acordarse de
ellas. . . Lo mismo pasa con los cristeros ingenuos, que
andan de buena fe en la revuelta. Mientras éstos se están
jugando la vida, a salto de mata por los montes y las
sierras, muertos de hambre y empiojados, los cristeros
vergonzantes, los curas y los burgueses que los empujaron
a que fueran a defenderles, no a Cristo, sino a sus intereses,
siguen viviendo tranquilamente en sus casas, con sus capi-
tales intactos, rodeados de garantías y consideraciones;
algunos, todavía engordando en los curatos, y otros, en el
extranjero, disfrutando de sus cuantiosos caudales, sin
importarles saber que los árboles de la región de Los Altos
ya no pueden resistir el peso de tanto santo ...
· =-Elocuente estás, Ranilla.
-¡Pues vaya, si digo la verdad ... !
Siguen caminando.
Los rayos del sol de medio día caen como saetas de
!' lumbre sobre el llano.
Se aproximan a una ranchería que rompe con la
desolada perspectiva de aquellos campos muertos. Dentro
de un montecillo de mezquites y sauces llorones se perfila
una hilera de casuchas de adobe y herrumbrosos jacales.
Los dos amigos avivan el paso de sus cabalgaduras,
para llegar cuanto antes a pedir un trago de agua.
No se divisa gente, ni se ve un solo animal, ni se escu-
cha ruido alguno, sólo por los hilillos de humo que se
escapan a través del pajonal que cubre los jacales, se
adivina que están habitados.
144
Se detienen a la puerta del primero que encuentran
a su paso.
-Buenos días, señora; ¿No quiere regalamos tantita
agua? -grita Ranilla.
-Sí, siñor, orita -contesta una voz dolorida.
Ambos se saborean y sacuden la lengua que llevan
pegada al paladar, al oír el gorgoteo del cántaro al va-
ciarse.
Una mujer blanca, de ojos azules, cara demacrada,
cubierta la cabeza con un rebozo oscuro. se para en la
puerta con un jarro de agua en la mano.
Ranilla lo toma con avidez y se lo lleva a la boca.
La mujer, espera, inclinada la cabeza con abatimiento.
Felipe observa con pena la cara atribulada de aquella
campesina, y acaba por preguntarle:
-¿Qué le pasa, señora? ¿está enferma?
-Muerta debía de estar -exclama entre sollozos-
hace tres días que quedé sola en el mundo, con estas dos
criaturas; me mataron a mi marido los federales.
-¿Pero cómo fue eso?
-Pos ansí, siñor, a la mala, porque pueden hacerlo.
Andaba Juan mi marido, que acababa de llegar de la Es-
melda, volteando con su yunta la garrita de tierra que
tenemos, cuando unos cristeros desbalagados pasaron co-
rriendo y fueron a esconderse a la barranca del Gato, ese
arroyo que se mira ai enfrente.
"Detrás de ellos venía una manada de sardos, que
parecían demonios como echaban maldiciones, y alcan-
zaron a devisar a Juan, que seguía clavao sobre la yunta.
'' -¡Erria, tú, cristero jijo de un tal, ven acá ... ! -le
gritó el jefe-. Juan dejó la yunta y jué a onde lo llamaba
aquel hombre, con su sombrero en la mano.
"-ónde están esos cristeros que vengo siguiendo;
¿ Pa 'ónde ganaron?
"-Pos, siñor, no vide. Como estaba agachado arrian-
do mi yuntita ...
< "-Cómo no ibas a ver, ¡jijo de un ... ! -le dice cogién-
dolo de la camisa, zarandeándolo.
145
 ..... ·
"-Pos no· siñor, como se lo estoy diciendo a su rnercé:
no vide -le contesta Juan con aquellos tamaños que tenía:
El ~aldecido sardo se le queda mirando, con los pelos
del bigote paraos, rechinando los dientes, cenizo de coraje.
"-¿Con que no vites, cristero jijo de la tiznada ... ?
-le grita dándole un aventón contra la cerca.
"- p os no, smor
·- ...
"-~ueno, pos pa'que otra vez abras bien los ojos ...
rtornal!l ¡Y me lo dejó tirao como un perro, con un balazo
en la cabeza ... !!!"
El lla_nto hacía cerairse y sollozar a gritos a aquella
pobre mujer, que· acaba por cubrirse la cara con el rebozo.
~ • 1
A Felipe se le humedecen los ojos al contemplar aquel
cuadro.
Ranilla, con el jarro en ta mano, tiene la vista clavada
en el suelo, también emocionado. · venales, siempre buscan como blanco de sus atropellos a
Las mujeres de la ranchería asoman la cabeza por los
oquerones que les sirven de puerta a sus jacales, y miran
extrañadas, con ojos enconados, a Felipe y Ranilla.
La campesina se serena, levanta la cabeza, limpián-
dose las lágrimas y recoge el jarro para traer más agua.
-¿Pero qué en realidad no se fijó su marido para dón-
de se habían ido los cristeros? -le pregunta ingenuamente
Ranilla. · época:
-¡Válgame Dios, siñorl; pero cómo no los iba a ver
si yo dende aquí los estaba mirando agazapaos en el pare-
dón del arroyo. Sólo que Juan era muy hombre y óndé
se iba a rajar ... ¡Qué capaz que juera a dicir ónde estaban
escondidos aquellos probes cristeros... !
! . ·El Ranilla se pone encendido con aquella· patética
lección de hombría.
. Felipe ya no quiere seguir escuchando a aquella pobre
muJ~r; da vuelta a su caballo y se retira, seguido de
1.
1'
Ranilla.
-¡Qué derroche de hombría! Por no denunciar a los
cristeros, ese pacífico labriego que no se metía· en nada
pierde la vida a manos de un soldadón brutal sin con-
ciencia ni criterio.
148
l::O~·····rr=1.,1
"Así no se sofoca la rebelión, Ranilla. Lo que están
haciendo algunos malos elementos militares y muchas au-
toridades venales, es fomentar más la revuelta con sus
atropellos y desmanes. Porque por cada campesino pacífi-
co que cuelgan, muchos que permanecían tranquilos la-
brando sus tierras, se levan tan ante el temor de aue les
pueda pasar a ellos lo mismo.
"Con este rigorismo absurdo y torpe y los muchos
abusos que se están cometiendo con gente ajena a la re-
vuelta, lo único que se logrará será hacer más intensa,
más prolongada, más cruel esta guerra absurda. No cono-
cen la calidad de estos rancheros broncos que son como
los toros de casta, que se crecen al castigo ... "
-Es cierto, Felipe; pero a mí lo que más me subleva
es que esos malos elementos militares y esas autoridades
los encalzonados, a los desvalidos ...
-Pues seguro, hombre, es que a esos infelices ¿qué
les pueden quitar si no es la vida ... ? En cambio, cuando
cogen algún cristero ricachón, con responsabilidad com-
probada, le ponen precio a su cabeza y lo dejan ir. Y es
que con los desvalidos viene sucediendo aquello que refiere
tío Alejo que decía "el vale coyote" en los títeres de su
Siempre el probe desmerece:
Cuando muchacho, apaleado;
Cuando soltero, soldado.
Cuando casado, encornado
Y de viejo abandonado ... ·
;.Qué favor le debe al sol
Con haberlo calentado ... ?
¡Siempre el probe desmerece ... !
Comienza.a oscurecer cuando atraviesan por entre un
montecillo de huizaches.
Un tecolote espantado lanza un fuerte graznido y
pasa casi rozando la cabeza de Felipe.
147
 -¡Agáchate... ! -le grita Ranilla, que otra vez se ha
quedado atrás.
-;;¿Qué te pasa? -voltea riéndose Felipe. . enmedio a los dos prisioneros, y toman por el cauce del
-Ese maldito animal ... -le contesta temblando.
-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja... ! Luego, tú eres de los que creen en
esas boberías; ¿en el maleficio de esos animales? [Pues de-
veras que estás atrasado ... !
1 1 -Tú dirás lo que quieras; pero de este tiro ya nos
llevó Ja ...
-Pero Ranilla, parece mentira que tú, un hombre
ilustrado, de ideas no sólo avanzadas, sino hasta atrevidas,
creas en esas supercherías propias de gente sencilla -le
reprocha Felipe- mientras descienden al Arroyo Hondo.
-¡Alto ahí!, ¿qué gente ... ? -se oye un grito en el
fondo del arroyo.
Los dos amigos se quedan mirándose con estupor.
-¿Qué gente? -vuelve a oírse con mayor fuerza, al
mismo tiempo que el crujir.de muelles de los rifles.
-Gente de orden, pacífica -responde Felipe.
-¡Avancen... !
-¿Felipe Bermúdez y El Ranilla?
-A sus órdenes -responden ambos, ya rodeados de un
grupo de gente armada.
-Pie a tierra y entrieguen las armas.
-Aquí está mi pistola -se adelanta Felipe.
-¿l,os amarramos, mi jefe?
-¡Humm! -titubea éste-. Sí, amárrenlos codo con
codo; cuanti más seguro, más marrao. Estos tales Berrnú-
dez tienen fama de panteras ...
Mientras los están amarrando. Felipe pregunta en
tono humilde:
-Bueno, señor ¿Por qué es esto? Yo quisiera saber
1
qué gente son ustedes.
-¿Qué está ciego, jijo de un tal. .. ? -se adelanta
urio echándole el caballo encima- o no sabe leer -le grita
golpeándose con la mano la copa del sombrero donde
estaba adherido un hilacho que a letras rojas decía: ¡Viva
Cristo Rey!
148
·~f:
Felipe inclina la cabeza. .
Los cristeros se forman de cuatro en fondo, colocan
arroyo hacia un rumbo desconocido. .
Eran las primeras horas de la noche. Hundidos en el
fondo del arroyo, la oscuridad no dejaba verse ni las manos.
Felipe y Ranilla caminan a tientas, tropezando~ cada
paso con los guijarros de~ arroyo. Más avezado Felrpe, se
coge de los tientos de la silla de uno que va ce~ca de el. En
cambio, Ranilla va cayendo y levantando, pisoteado con
frecuencia por los caballos.
-¡Agárrese de los tientos, pendejo ... ! Nomás cuídese
de que las pezuñas de mi bestia no le vayan a rebanar los
callos... -le dice uno estrujándolo de un brazo.
La gente camina recelosa, callada. Hay orden de
hacerlo así, en el mayor silencio, y no encender luces,
porque andan muy cerca de ahí los pelones. A eso obedece
que vayan por el cauce del arroyo.
El jefe, que va delante, se detiene con frecuencia, y el
cordón de tropa hace otro tanto para escuchar. Luego se
prosigue la marcha con el mismo sigilo, procurando que
los caballos hagan el menor ruido posible.
Los hombres parece que llevan un candado en 10.S
labios, casi ni resuellan. Es que en aquellos momentos van
atravesando por el lugar más peligroso.
De pronto, todo el cordón de tropa, como si fuera un
tren que se enfrenara en emergencia, se detiene. Era que
las finas orejas de aquellos rancheros cristeros alcanzaron
a percibir extraños ruidos. Luego un vago rumor de voces
y pisadas de caballos. ·
Después, las risotadas, las canciones de l<JB sardos; el
traqueteo y los estornudos de las bestias ... Y por último,
las charlas de los juanes, el trie-trie de los sables y el
rechinido de las monturas. . . Tenían encima, sobre sus
cabezas, a los pelones...
Una larga columna de federales pasaba sobre el cami-
no real, a cincuenta metros del arroyo hondo, donde
estaban los cristeros ...
149
 Si un caballo estornuda, si una tosida incontenible se
escapa del pecho de alguno de ellos; un relincho, un movi-
miento de las bestias ... no queda uno solo vivo. . . se les
tapan las dos salidas del arroyo, y allí como quien mata
ratones en una ratonera ...
Si no fuera por el ruido que producían entre sí los
federales, hubiérase alcanzado a percibir el tintineo de las
espuelas, del temblor que sacudía a los santos eristeros, y
el bisbiseo de sus labios resecos al encomendarse a Dios.
Y los pelones pasaban y pasaban y pasaban ...
Y a los cristeros les parecía que desfilaban todos los
ejércitos del mundo y que tardaban siglos.
.· Algún santo les ayudó en esta ocasión, porque los
caballos ni estornudaron ni movieron una pata, y los hom-
bres casi ni respiraron. Jinetes y bestias estaban conver-
tidos en piedras ...
Cuando al fin acabó de pasar la columna, y las voces
y los ruidos de la tropa se iban perdiendo en la distancia.
los cristeros aflojaron el cuerpo y soltaron los alientos.
Como un fuelle al desinflarse, de cada pecho brotó un
largo ¡aaah ... ! de alivio.
Salieron del arroyo cuando una luna llena iluminaba
en toda su amplitud los campos silenciosos.
La gente comentaba, todavía con azoro:
-¡Por ví'a de Dios que ni cuando me quedé cortao en
el cerro de Tetillas, me ha entrao tanta cisca como ora ... !
Puedes creerlo, Atanasio.
·. - Te garantizo que no me cabía ni un alfiler por el:
ojo de atrás. · miro El Chanclas, que había que quemar todos los santos
-¡Engual que yo; en mi repelo de vida me ha entrao
un temblor tan juerte, y toavía orita no puedo hacer
saliva ... Y todo por venir a llevar a este par de catrines,
jijos de sus repelonas madres ... !
Ya casi amanecido llegaron al campamento con los
dos prisioneros.
La gente comenzaba a levantarse y discurrían en
grupos al derredor de la cueva que servía de guarida a los
jefes de aquella fracción cristera.
150
Esparcidos por el llano, se veían algunos en cuclillas,
cubiertos con los sombreros, los cigarros prendidos en la
boca, haciendo gestos. Otros encendían lumbre para hacer
el almuerzo.
La gente que llegaba hace alto frente al padre Pe-
droza.
-Aquí le traigo a los dos catrines, padrecito -le dice
Ciriaco, echando por delante a Felipe y Ranilla-. Casi los
saqué de entre las piernas de los pelones. . . Por poco ni
se la cuento; los sardos nos pasaron como de aquí a onde
está su mercé; sólo que estábamos metidos en el arroyo, y
no nos sintieron, ¡que si nos llegan a sentir ... !
-Está bien, Ciriaco, está bien. . . -le dice el cura
moviendo la cabeza-; ¡desamárrenlos... ! -y sus ojos
encapotados y tenebrosos barren de pies a cabeza a los dos
prisioneros. ·
-¿Conque ustedes son de los avanzados del pueblo?;
de esos bolcheviques come-curas que predican el reparto de
tierras y soliviantan a los trabajadores en contra de los
patrones? ¿Los que han llamado bandidos a todos los
defensores de la religión, y muy principalmente a nosotros
los representantes de Dios? -los increpa en tono amena-
zante Pedroza.
Felipe y Ranílla permanecen con la vista clavada so-
bre el suelo. Están rodeados de un numeroso grupo de
cristeros que escuchan en silencio, con las caras adustas,
la tremenda requisitoria del cura.
-Conque ustedes dijeron en la tienda de don Casi-
para' desfanatizar al pueblo. volar con dinamita los tem-
plos y colgarnos a todos los padres, ¿eh... ?
-No, señor, no hemos dicho tal cosa. Conversamos
. con don Casimiro como viejo amigo y condiscípulo sobre ·
los trastornos que puede traer una rebelión como ésta y ...
-¡Y a... ! ¡Tenían que ser además de herejes y len-
guas sueltas, cobardes y rajones ... ! -interrumpe el ~ura ·
a Felipe, clavándole en forma feroz sus ojos ensombrecidos.
-No, señor ...
151
.
i!
.: ....~
 -¡Cállese, chiflao -se interpone Ciriaco, dando un
manotazo en el pecho a Felipe-. [Mire que no está ha-·
blando con uno de su igual ... !
-Es que quiero aclarar la verdad -repone Felipe.
-¿La verdad ... ? -replica en forma irónica el cura,
dejando a descubierto sus grandes dientes podridos-. La
verdad es que dentro de breves momentos van a presen-
tarse ante Dios, a rendirle cuentas de su vida. :-Y se retira.
Felipe y Ranilla permanecen callados, con la convic-
ción de que van a ser ejecutados. Era bien conocida la
fama de este cura sombrío, inexorable y cruel con los
enemigos que caían a sus manos. A nadie perdonaba; al
que no fusilaba, lo colgaba u ordenaba que se le apu-
.. ñalara ...
{ No tardó en regresar, con el sombrero negro, donde
traía dos calaveras bordadas, echado hacia atrás, las
manos dentro de unas chivarras peludas que le entorpecían
el paso; llevaba una pistola 45, canana repleta de tiros y
W1 fino puñal toledano.
Su color cetrino, sus ojos torvos y recelosos y la bos-
cosa barba negra que le ensombrecía la cara, le daban el
aspecto de un beduino.
Los semblantes de Ranilla y Felipe se pusieron del
color del papel, creyendo que había llegado el momento.
-En atención a que su hermano es uno de los princi-
pales defensores de la causa, y un buen creyente, para
bochorno de usted -se dirige a Felipe-, se ha acordado
conmutar a ustedes la pena de muerte, a cambio de que su
padre remita en el término de ocho días cinco mil pesos.
-Pero, señor ...
-¡CAflese ... ! [Mira, Ciriaco: Pon a estos sujetos
centinelas de vista, que no se les despeguen ni cuando va-
yan a exonerar ... !
I· Por lo de exonerar, Ciriaco se queda a medias sin
entender el rigor de la consigna, y quiere rectificar.
-Dice.que no los dejen solos ni cuando vayan a tirar
los calzones -le aclara en voz baja don Serapio el sacristán.
-¡Ah!' Muy bien, padrecito.
152
- Y a la menor intentona de fuga, hacen fuego sobre
ellos.
-Magnífico, siñor cura.
Ranilla y Felipe •se retiran y se tumban sobre la
yerba, a estirar sus miembros entumecidos.
Cerca de ellos se acomodan los dos vigilantes, con los
rifles entre las piernas.
Cuando comienza a calentar el sol, salen como espec-
tros uno tras otro los heridos. Es una legión; unos llevan
los brazos en cabestrillo, otros arrastran los pies, apoyán-
dose en bordones de palo; otros más van amarrados de la
cabeza y el cuerpo cruzado de hilachos ennegrecidos de
mugre. Todos con la cara amargada, viendo con recelo a
los catrines .
-¿De ónde trairian este par de curros ... ?
-Cro que de po'allá arriba -contesta el interpelado
descostrándose con las uñas la herida que tiene en una
pierna, hasta hacer salir un chorro de asqueroso pus.
-Pos estos pa' de aquí a la tarde ya están en el
infierno entrándole al plomo derretido y bailándole un
jarabe al diablo ... A no ser que le aflojen la fierrada al
·I padrecito ...
-Por si o por no, yo me voy a estar chango, a ver si
me toca la chaqueta del más chiquillo.
- Y yo también, a ver si me quedo con los pantalones
del otro ...
Agotados por el cansancio y los sustos, los dos amigos
se quedan dormidos.
Hacia el atardecer, los ruidos de la gente, que ensilla
y pone frenos a sus bestias, los despierta.
U na yegua tuerta, manca, de ancas angulosas, que
parecían estar formadas de tablas, está lista para los dos
ca trines.
Sobre un fuste rastrojera sin avíos ni estribos, se
acomoda Felipe y Ranilla, en ancas, sobre aquel suplicio
de huesos agudos, capaces de partirlo en dos, así se incor-
poran a las huestes del padrecito Pedroza, que aquella
misma tarde sale a exterminar a los agraristas de Palo
153
 Blanco, congregación agraria incrustada en el corazón
de magníficas haciendas del Plan.
. ,.'
1 ·:. Se ha recibido aviso .de que la escolta federal que la
resguardaba, ha evacuado la congregación; por eso van
confiados y seguros del triunfo.
•1l¡
Toda la noche se caminó por entre cerros y veredas
apartadas del camino, para evitar un mal encuentro con
Jos sardos.
Al amanecer, los quinientos y tantos hombres que lleva el
cura, están emboscados en los cerros que circundan el
poblado.
Desde las alturas se domina el pequeño valle verde-
gueante, dividido como tabla de ajedrez con rayas negras
que delimitan la pequeña propiedad de cada campesino.
Del río mansurrón que bordea las parcelas, salen hili-
llos de plata que se adentran culebreando a los sembrados
en plena lozanía.
Era un campo tranquilo de labor; un remanso de· paz,
a cuyo plácido sosiego se acogían bulliciosas bandadas de
tordos.
El campanario, guarida de búhos, se eleva como un
dedo sarnoso apuntando al espacio.
El templo, donde ahora los herejes agraristas sesionan
y verifican bailes, se destaca enmedio del risueño caserío
como un cajón de muerto, cubierto con un sudario gris.
Nada hace sospechar a aquellos hombres de lucha,
la acechanza cristera. Cuando aparece el sol, salen de sus
casas en grupos, parlanchines y alegres hacia sus semen-
1 .:
teras.
La gente de Cristo, acecha. Espera que todos anden
esparcidos por el valle, desprevenidos, inermes, para ca-
zarlos a campo raso, como a manada de coyotes perjui-
ciosos.
Ya los hombres unos andan clavados sobre la yunta,
otros le hacen cosquillas a la tierra con sus azadones, lim-
piándola de la mala yerba, y los más le abren paso al agua
que llega rumorosa, dando los buenos días.
! .
•.
164
En las calles del pueblo, envueltas en sus rojos cho- · ·
mites; anchas y cuadrilones, temblones los pródigos senos,
que sujeta la camisa bordada de rojo, hormiguean bulli-
ciosas las mujeres de los agraristas.
Con las bateas en alto, coronadas de trapos, unas ba-
jan hacia el río a lavar, o vuelven del ojo de agua con el
cántaro al hombro.
Otras vienen de la tienda con el comistrajo, y las más
con la canasta al brazo, caminan presurosas hacia las labo-
res a llevar el almuerzo.
Y los chicos ruedan encuerados en las calles, entre
nubes de tierra y llamaradas de sol.
Un tiro es la señal.
De entre los garruños y yerbajos donde han estado
escondidos, asoman las cabezas y las bocas de los rifles
de los cristeros.
Y en medio de alaridos y vivas a Cristo Rey, comien-
za una horrenda cacería de hombres y mujeres ...
Aquí cae un hombre, resbalando sobre el flanco lus-
troso de uno de los bueyes de su yunta. Otro allá se
encorva y se queda sentado sobre un surco, conteniéndose
la sangre con las manos. A su lado, otro más queda ten-
dido enmedio de una zanja, tiñendo de rojo el agua. Más
allá grita revolcándose una mujer, arañando la tierra para
taparse con ésta el oquerón que tiene en el vientre, del
cual sale un chorro de sangre.
El tiroteo es cada vez más intenso, más encarnizado,
más cruel y los vivas a Cristo más vibrantes.
Los campesinos siguen cayendo, se les ve doblarse
poco a poco y perderse en el fondo verdinegro de las
labores.
Los pocos hombres que quedaron en el pueblo, suben
al campanario y suenan las campanas, no llamando a
misa, sino a rebato.
Los que logran salir ilesos de aquella infame cacería
toman las alturas, y en unión de los demás abren el fuego
sobre los cristeros, sin dejarlos salir de sus escondites.
155

Hasta los viejos y las mujeres están disparando desde las
azoteas de sus casas.
El valle está salpicado de manchones azules y rojos
de las mujeres y hombres tirados entre los surcos· unos
heridos, otros muertos. ' Les cuelgan los sacos al cuello y los conducen al pie
El tiroteo dura hasta el atardecer.
La cobarde táctica del cura le da resultado; a esa hora
se les había agotado el parque a los agraristas.
Las casas se cierran a piedra y mezcla· los hombres
huyen hacia el cerro opuesto, y el pueblo queda sumido
en un lúgubre silencio.
Los cristeros entran al pueblo disparando sus armas
y lanzando alaridos y maldiciones, escarneciendo a Cristo
al mencionar su nombre. Prenden fuego a la puerta del
campanario y suben a coger los que quedan arriba.
dos; acosados por los tantos ojos que parecen barrenarles
. el cuerpo.
-Ahorita s~ ~as voy a dar -prosigue el cura con mofa.
-¡A ver, Ciriaco, trae acá esos costales de tierra! ¡Va-
mos, aquí la tienen ... !
d~ un fresno que hay en Ja plaza, de cuyas ramas penden
diez sogas.
Ahora, todos los cristeros, a excepción del cura, están
consternados, presenciando en silencio los preparativos.
Los tres campesinos están lívidos, del color de la cera,
Y por s~s car~s bronceadas, cuyos fuertes rasgos parecen
haber sido forjados con hacha, corre copioso sudor. Por el
esfuerzo que hacen para mantener su entereza, sus man-
~ . .a punto de hacer explosión. De su boca como
díbulas están )

en un pnncipio, no sale una sola palabra de perdón ni una

Diez que no tuvieron tiempo de descolgarse por las queja, ni una súplica. · '
sogas que había detrás del templo son atrapados y con- -¡Qué infamia ... ! -exclama Felipe sin poderse con-
ducidos a presencia del cura. tener, Y c~erra 1?8 ojos cuando tiran de las sogas, y los
-¿Conque ustedes son los que apoyados por el han- cuerpos de los diez agraristas se levantan del suelo retor •
. dido gobierno, se han venido a robar estas tierras? -los ciéndose: en medio de horribles contracciones, para ~uedar
apostrofa el clérigo-. ¿De los que han arrebatado, contra suspendidos en el aire, cada uno con su saco de tierra
la ley de Dios, a respetables señores, hombres honestos, colgándole del cuello ...
de conciencia ejemplar, lo que por su trabajo, honradez y
laboriosidad han adquirido?
Los campesinos permanecen callados. De sus bocas
..~ resecas, cuyas recias mandíbulas parecen estar atornilla-
! ~ das, no sale una sola palabra.
Los cristeros, que les han dado rueda, los miran con
estupor, sorprendidos de su entereza. Algunos los ven con
conmiseración, quizás arrepentidos por su complicidad,
recordando el real y medio y ración y el mal trato de los
amos, quienes los habían enrolado en las filas de Cristo a
::'
miles de ellos.
.
,. El cura los observa con fijeza, y luego se alisa sus
negras barbas de chivo al preguntarles en un tono sarcás-
tico: "¿No quieren más tierrita?"
Los labriegos siguen de una pieza, con los labios sella-

156
157
 EL ASALTO AL TREN EN OJO LARGO

Don Ramón y tío Alejo están recargados en la cerca del

patio mirando el camino.
=No, si. como te digo, Ramón, a mí naiden me quita
de la cabeza de que a Felipe se lo llevaron los mesmos
hombres que saquearon el rancho, porque llegaron bus-
cándolo.
-¿No serían los Hurtados, tío Alejo, que lo haigan
matado y echado a alguna zanja y tapado con pencas de
nopal, como lo saben hacer ... ?
-No, no, no; eso no. A los Hurtados tiempo les falta
para desvalijar el correo y asaltar los camiones del pueblo,
en compañía del tal general Valijas. Y aluego tú bien sabes·
que le alzan escobeta a Policarpo, y no se arresgarían a
hacer una cosa de esas, porque de ellos no sobrarían ni los
perros ...
Callan por largo rato, abrumados en tristes conjeturas.
La noche se venia encima y aquel día pasaba como
los anteriores, envuelto en las mismas dudas y zozobras.
La silueta de uno que venía en dirección del rancho,
i'
resaltaba en el fondo oscuro de la cerca que formaba el
callejón que llevaba a la casa.
¿Quién será ése, tío?
-¡Hum! pos quén sabe ... Ya a estas horas apenas
distingo como sombras a las gentes. Esta jué una de las
ventajas que saqué en la otra revolución cristera.
El hombre se detiene frente a don Ramón, saludán-
dolo de mano, saca de entre la faja una carta y se la
entrega.

159
 Don Ramón va hacia dentro de la casa a leer la misiva.
Doña Trinidad se le acerca, ansiosa de conocer su
contenido, y la abuela, con la misma ansiedad, alarga su
cara enjuta.
Luego que la acaba de leer don Ramón, la estruja
balbuciendo una insolencia, la hace bola y la arroja al
suelo con rabia.
-A Felipe se lo llevó la gente del padre Pedroza, y
éste quiere cinco mil pesos de rescate.
-¡ Válgame Dios! -exclaman las mujeres, oprimién-
dose las manos.
Tío Alejo llega en aquellos momentos.
Don Ramón pasea a lo largo de la pieza, manoteando.
-¡Cinco mil pesos! ¿Pos de ónde? ¡Si estos mismos bandi-
dos nos han dejado en la miseria ... ! No se conformaron
con saquearnos, tirarnos el maíz, arriar con el ganado y
los caballos, matarme mi bestia y arrastrarme, sino que
todavía se llevan a mi hijo para sacarme dinero ... ¡Pos de
ónde les doy cinco mil pesos ... ! ¡Ladrones! ¡Bandidos!
¡Maldita revolución! [Curas jijos ... ! -todavía el escrú-
pulo no lo deja terminar la frase.
- Tienes muncha razón, Ramón, estos endevidos no
destinguen, ni tienen concencia ni compasión del prójimo.
Lo único que buscan es dinero, poniendo al probecito de
Cristo de parapeto -arguye tío Alejo.
"Por lo pronto dile a ese hombre que trujo la carta, que
le diga al padre que allá vas a verlo y mañana al amanecer
salemos, tú en el caballo pocholongo mas que esté tuerto
y renco, y yo en la mula lunanca de l'agua, que es lo único
que han dejao estos desfensores de Cristo. Es decir, don
Pispiote y Sancho Panza, como dice Felipe. ¡Je, je, je ... !
¡qué le vamos a hacer ... !"
Toda la mañana caminan los dos viejos por entre el
l.
monte siguiendo veredas apartadas para evitar un mal
encuentro con los sardos.
Van en dirección del Cerro de Ayo, en busca de
Felipe.
Sobre un llano desolado, raso como tabla de cajón de
160
muerto, donde ni las arañas encuentran una sombra, se
agrupa el parduzco caserío del Valle de Guadalupe, partido
por mitad por el antiguo camino de las diligencias, paraje
de arrieros y caminantes.
Un desmedrado arroyuelo de aguas turbias, cuyo cau-
dal no es mayor a la orinada de una burra preñada, bordea
el pueblo. Hacia un lado, un charco cenagoso, cuajado de
ajolotes, sapos y tepocates, es el orgullo de los vecinos del
lugar, quienes aseguran que aquel es un Ojo de Mar,
donde se atrapan bacalaos, huachinangos y uno que otro
tiburón ...
Gente generosa, pacífica, hospitalaria, son los mora-
dores de esta melancólica villa, incubadora de curas. Ape-
nas los muchachos pueden leer y se saben de memoria el
catecismo, pasan indefectiblemente al seminario; pero nin-
guno se logra; todos destripan y salen licenciados, médicos,
boticarios o se vuelven a laborar sus tierras, congestio-
nados de latines y humanidades.
Y así, no es extraño encontrar algún vallense con
calzoneras y guaraches de dedo que suelte un latinajo
como éste: "Josephus: consumatum pecunian est, pelan-
tour galluos, eliminorun nostroum. José: se acabó Ja fie-
rrada, pela gallo, vámonos ... "
Durant:e el laborío de sus tierras, trabajan de sol a
sol, echando los bofes. Después ... comer, dormir, multi-
plicarse y jugar carreras y baraja, son funciones defini-
tivas de vida en aquel plácido y tranquilo valle. ·
Suenan las campanadas de las doce, que corren pere-
zosas sobre el pueblo amodorrado y se extienden ululantes
sobre el campo.
Don Ramón y tío Alejo se detienen, se quitan los
sombreros y rezan las plegarias de esta hora.
-¿Llegamos al pueblo?
-No, tío Alejo, cómo quiere que llegue en estas fachas,
con estas cueras chorriadas y este sombrero gacho, y luego
en esta matadura de animal, donde siempre me han visto
con buenas chaparreras, en una buena bestia y una buena
montura ...
161
 =Pero hombre, [qué presumido! ni que tuvieras no-
'ó
via. . . ¿Cuándo ha sido un .defeuto estar probe ni un
delito el estar amolado? Pero, como tú queras: .. rvá-
monos... ! · -¿Qué razón nos da de los cristeros? -lo int.erroga
Sacuden ~ riendas a sus mustias acémilas, que ya
estaban dorrmdas y prosiguen su camino por aquellos
caml?os resecos, agrietados, como fauces abiertas por la
sequía.
Caía el sol cuando avistan una ranchería.
Acosados por el hambre, don Ramón azuza su rocín
y tío Alejo hace trotar su mula para llegar cuanto antes.
Se aproximan a la casa principal del rancho, rodeado
de sórdidos jacales que enseñan su miseria por todas par-
tes.
Cuando quieren penetrar al patio, un hombre se. les
acerca, se descubre a dos manos, saludando y les dice:
. -No hay gerite, siñores runos; la casa está vacía.
• Se .miran uno al otro, con desconsuelo,. don Ramón y
tío AleJO, y alargan la cabeza buscando algún jacal por
. donde saliera humo y se oyera ronronear los metates;
pero no se oye ruido alguno, ni asoma el más ligero hilillo
de humo por entre los herrumbrosos pajonales.. Parecían
estar solos aquellos escondrijos de hurones. . . .
-Oiga, don, ¿no hay por ai' ónde echar un taco? -le
pregunta tío Alejo. . levantando la rienda a su caballo, dejando un peso en la
-No, siñor: aquí la gente se está muriendo de ham-
bre. En los más de los jacales llevan días de no poner lum-
.
l :
. ·~
bre; la probe gente se la está pasando con nopal y tunas
verdes.· Juera de mí y dos o tres viejos rucanos no se
incuentra ningún hombre; todos se jueron a la guerra, y
a las probes mujeres y los chiquillos que dejaron ya se les
junta la rabadilla con el estómago.
. -¿Por qué, pos luego el patrón?
.-El patrón nomás encampanó a los hombres a que se
metieran a la bola, y luego que la vido fea, se jué con todo
y ria ta como aluego dicen: cargó con sus triques, sin. dejar
ni las escobas; se llevó hasta el último grano de maíz sin
dejar ni los olotes; arrió con el ganado y las bestias: de-
162
¡;
'':
. jando sólo los perros, y abandonó· a las probes mujeres a
que se murieran de hambre con todo y chiquillos.
Don Ramón y tío Alejo se miran y mueven la cabeza.
tío Alejo.
-Pos la semana pasada por aquí andaban; pero lle-
garon los pelones y los echaron pa' bajo; rumbo al plan.
Ora que suban la loma verán cómo negrea de zopilotes
comiéndose a los probecitos muertos, y si vieran sus mer-
cedes que por las noches hasta se enchina el cuerpo del
aulladero de los coyotes, peleándose por los huesos de los
dijuntos...
-Ora, por el lao de Tecultiche, dicen que hay un
colgadero de cristianos, que nomás blanquean los árbo-
les...
Don Ramón y tío Alejo se vuelven a mirar, ·ahora
recelosos.
-¿Y cuál es el camino aquí pa'l Cerro de Ayo? .
-Pos cogen sus mercedes todo el camino de Arandas,
y él los lleva. N omás váyanse con muncho tiento, porque
todo . eso de por ai está plagao de pelones, y ya habrán
oído ustedes dicir que no se la perdonan a naiden si le ven
blanquear los calzones y el sombrero de palma...
·-Bueno, pos que Dios se lo pague -dice don Ramón
mano del labriego.
Durant.e todo el día han estado bajando de Los Altos,
grupos de cristeros, llamados por los tres curas rebeldes:
Angulo, Vega y Pedroza. ·
Están acampando en las lomas de Feliciano, inme-
diatas a la vía del ferrocarril. .
Se dice que se va a dar un golpe; pero nadie sabe a
quién ni cuándo. ..
La gente está t.endiéndose bajo sus respectivos estan-
dartes sobre el lomerío.
Escuadrón del Sagrado Corazón, Batallón de la San­
tísima Trinidad, Regimiento de Nuestra Señora de Guada­
163
, ;;·
 lupe, Dragones de Cristo Rey -se lee en las banderas que
ondean al pie de cada grupo. . que se anda volteando ... A mí me quitó de las manos a
Visto desde lejos aquel rebaño, podría creerse que
aquello es una romería de penitentes, camino hacia algún
templo testigo de portentos y milagros. · muchos detalles de hombres que ya les contaré ...
Los tres curas pasean satisfechos al notar que cada
1
vez . es mayor el contingente que llega. Los caminos no
ce~n de vaciar sobre aquel campamento, a turbas de
cristeros montados. Su número ya se acerca al millar.
-¿Tienes seguridad en ese hombre, Angulo?
:-Absoluta; es un hombre de confianza, muy vivo.
Nadie sospecha de él; es, además, muy conocido de las
~r~onas , con quienes tenemos combinado el golpe; un
hábil espía que ha prestado grandes servicios a la causa.
-Magnífico. Porque de otra manera, sería muy la-
~enta~le que fuéramos a gastar nuestra pólvora en infier-
nitos, sm lograr el resultado que buscamos, pues ya sabes
que no andamos muy abastecidos de parque ...
· -Claro que sería lamentable, pero para evitar esto él
ya está entendido de que al aproximarse el tren, nos ~an
a hacer una señal por una de las ventanillas con una lám-
para eléctrica, lo que querrá decir que vienen allí los dos-
cientos mil pesos. . dole el corazón [Hasta que dimos con ellos... ! ¡Allí está
Pedroza escucha, sin terciar en la conversación. Anda
con el ceño ensombrecido, despechado porque no se le ha
nombrado jefe supremo de la campaña de Los Altos..
_ -¿Qué han sa~ido hustedes -pregunta a sus compa-
neros-, de que quieren mandarnos como jefe a un tal
Gorostieta o Gorra-Prieta?
-Yo, nada =-contesta Angulo.
-Pues ya he sabido -agrega Vega- que no es Goros-
tieta, sino el bauzán de Policarpo Bermúdez.
-¿Y quién es ése?
;. -Un ranchero boca de palo, atrabancado, que anda-
ba conmigo. Un ranchero imbécil, muy ladino, con una
sue~ loca, que siempre le salen bien todas sus tarugadas;
sensiblero que perdonó a los pelones que caen en sus
manos, y nunca fusila ni cuelga a nadie; él solo mata
164
combatiendo. Si yo a veces he llegado hasta a sospechar ·
muchos juanes y gente del gobierno que iba a escabechar·
dio por no obedecerme en muchos casos, y en fin otros
-¡Ah!, sí, ¿aquella muchacha de San Miguel? -lo
bromea Angulo.
Vega asiente con un ronco gruñido.
-¡Pero a la hora que lo agarre mal parado.. .. ! -mur-
mura-, no van a quedar ni rastros del bandido ... Yo me
comprometo a quitártelo de enfrente para que no te haga
sombra, Pedroza. [Por éstas ... !
- Y yo a mi vez le haré la lucha a ese Gorra-Prieta
-cierra el pacto Angulo- ¡No faltaba más que nosotros
que fuimos los promotores de la bola, y batimos el agua,
viniera otro a bebérsela... Como quien dice: trabajar para
el inglés ... ¡Bah ... !
Don Ramón y tío Alejo aparecen en la ceja. del Cerro del
Ojo Largo, desde donde se avistan las lomas de Feliciano,
donde están los cristeros.
-¡Alabado sea Dios! -exclama don Ramón, brincán-
mi hijo, tío Alejo! -le palmotea gustoso la espalda. .
-¡Sí, hombre, sea alabada su Divina Majestá! [Cani-
jo, y mira qué gentío con banderas y estandartes ... ! Con
seguro que es otra pelegrinación como la de Caballerías.
¿Qué habrá por aquí cerca algún santo milagriento?
-No lo sé, tío.
Avivan gustosos el paso de sus cabalgaduras, bajando
por la cuesta.
El día se replegaba rendido. Comenzaba a oscurecer.
Don Ramón va formulando in mente el discurso que
le va a decir al cura para que le suelte a su hijo, y tío Alejo
tararea una canción.
Han descendido al plan; pero aún es larga la distancia
que han de recorrer para llegar al campamento.
Los cristeros ya están tendidos, unos, pecho en tierra
165
 sobre el lomerío; otros detrás de las tongas de durmientes
que hay a lo largo de la vía.
En el cielo aparecen las primeras estrellas y cierra la
·noche.
Súbitamente, un grueso chorro de luz perfora las
tinieblas y aparece el gusano luminoso de un tren de pasa-
jeros.
Se retuerce y ondula sobre las curvas o repta derecho
sobre las tangentes.
La locomotora avanza alegre y retozona, suelta hacia
) . atrás su blanca cabellera de humo. Su ronco silbato hace
~ . estremecer a los cristeros, que preparan temblorosos sus
armas.
Al entrar a una curva da una cabeceada; se sacude
con estrépito, pega un salto y azota de lado sobre el terra-
plén, enmedio de un estruendo espantoso.
­¡Viva Cristo Rey! -se oye un alarido, al mismo
tiempo que una lluvia de balas cae sobre el convoy des-
carrilado.
Don Ramón y tío Alejo se detienen sorprendidos.
-¡Están guerreando, tío Alejo! -grita don Ramón-.
¡ Y a hí1e.<;tá m1· hiiIJO•... ',e·
¡ . . orra 1e .... ,
Tío Alejo tiene que arrancar alientos a su mula a
fuerza de espolazos y palos, a fin de dar alcance a don
Ramón, que corre desaforado, con el sombrero en la mano.
El tiroteo arrecia. Los cincuenta hombres de escolta
contestan desde las ventanillas, con bríos, la brutal aco-
metida de las turbas fanáticas, que están "defendiendo
sus derechos y restaurando el reinado de Cristo", asesi-
nando cruelmente a hombres, mujeres y niños inocentes
que están dentro del convoy.
De los carros sale un coro de imprecaciones y Lamen-
tos. La gente se revuelve y se arrastra sobre el piso de los
coches, buscando un lugar seguro que los libre de la infame
matanza de que están siendo víctimas.
Gritan en un tono angustioso que no tiren; pero las
orejas de los santos cristeros no oyen, y por el contrario,
el fuego es más intenso, más encarnizado, más cruel. ..
166
. Pedroza y El Ruñido están dirigiendo e1 ataque y
azuzando a las turbas. "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo
Rey!'' se sigue escuchando el sarcástico grit:o de guerra.
Los heridos agonizan dentro de los carros, cuyos-pisos
comienzan a cubrirse de sangre. ·
Angulo y Vega trajinan fatigosos acarreando del ex-
press los doscientos mil pesos, motivo de aquella espantosa
carnicería.
De las ventanillas ya apenas sale uno que otro tiro;
después ... nada. .. La escolta ha sido aniquilada.
Los cristeros se abalanzan como fieras hambrientas
sobre el convoy y penetran a los carros con los puñales en
alto, amenazantes. Angulo, por delante, también lleva el
suyo en la mano.
-¡A acabar con los malditos pelones!; ¡a rematar a
los que queden vivos... ! -grita.
Dentro, mujeres que se abrazan a sus hijos moribun-
dos, enloquecidas de angustia.
Hombres que gritan enronquecidos y sacuden a sus
gentes, acribilladas a tiros, ya sin vida. ·
Heridos que se arrastran pidiendo agua con clamo-
rosa voz...
Y· los pobres juanes, abandonados, en una espantosa
confusión los muertos y los heridos, con sus armas hu-
meantes tiradas por un lado ...
...;..¡Padre! -se abraza una mujer a las rodillas del cura,
bañada en lágrimas y sangre-, ¡me han matado a mi
manido y a mis . hii
IJOS •••• '
-¡Todo es por Dios, hijita; ofrece tu dolor a la Virgen
Santísima y resígnate! -y la aparta, echándole bendi-
ciones.
-¡Padre! -claman los heridos, levantando suplicantes
la cabeza- y el cura sigue marcando con el puñal, en el
aire, el signó de la cruz.
-¡Padrecit:o! -murmura con débil voz un soldado,
haciendo esfuerzos por incorporarse.
-¡Tómala, judío ... ! -¡Y en esta vez el puñal del cura
se hunde en la garganta del infeliz pelón ... !
.. ...::..-1
 · -¡Aquí está uno! ¡Acá está otro! ¡y acá está otro ... ! "A nuestro Dios sacrosanto los dichosos querubines,
=gritaban los sanguinarios cristeros al descubrir a los solda- ángeles y serafines dicen: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!" ·
dos heridos.
Y los puñales se hunden una, otra, repetidas veces en
los cuerpos inermes de los pobres juanes, hasta no quedar
uno solo con vida ...
Los curas y demás victimarios salen bañados en san-
gre, fatigados, jadeantes de la ruda labor de exterminio
que han llevado a cabo en el nombre de Dios ...
-¡A prender fuego al tren! -grita Angulo.
Había que consumar la obra, reduciendo a cenizas los
cadáveres y los heridos, para escarmiento de los secuaces
de Satanás.
La gente sale corriendo, arrastrando unos a sus muer-
tos, otros a sus heridos, perseguidos por las llamas, que
comenzaban a consumir el convoy.
Felipe y Ranilla presencian horrorizados, mudos de
espanto, aquella segunda San Bartolomé.
Don Ramón y tío Alejo andan vueltos locos, entre los
cristeros, que ya se disponen a emprender la retirada, bus-
cando a Felipe.
-¡Felipe! ¡Felipeee ... ! =-grita don Ramón, aproxi-
mándose al convoy, envuelto en grandes llamaradas que
iluminan el cielo y los campos absortos de pavor.
-. ·Feli peee '.
-¡Padre ! -se le cuelga éste al cuello, oprimiéndolo
enternecido,
-¡Hijo ... ! ¿Qué, estás herido? -le pregunta temblan-
do don Ramón-; estás bañado en sangre ...
-No; padre; por salvar a unos pobres heridos de morir
quemados. ¡Vámonos cuanto antes de este espantoso in-
fierno! ¡Vámonos! ¡Vámonos ... ! .i
i
Don Ramón se echa en ancas a Felipe; tío Alejo a
i ;
Ranilla y se retiran corriendo, perdiéndose luego en la
densa oscuridad de la noche.
Los eristeros, con las cabalgaduras cargadas de pesos,
todavía chorreando sangre, van subiendo la loma, dando
gracias a Dios cantándole· alabanzas ...

188 169
 EL CRIMEN DEL CURA VEGA

Convencido Policarpo de que no podría rescatar a Marta,

según lo que le había dicho El Pando, tomó la resolución
de volverse a Los Altos.
-¡Vámonos tierra arriba, a nuestros comederos, a aca-
bar con los sardos; a empedrar las calles de los puebloscon
cabezas de pelones... ! ¡Si a mi señora madre la incuentro
con chacó y uniforme, a mi señora madre le meto bala-
zos... ! -les dice a sus amigos cuando abandonan, ebrios,
La Barranca.
Se entregó a la bebida en forma desenfrenada. Siem-
pre andaba borracho, y en ese estado cometía barbaridades
y locuras, de las cuales siempre salía bien librado, gracias
.. a su buena estrella, que cada día refulgía más, acrecen-
'
tando su fama.
Entraba a los pueblos mal guarnicionados, les sonaba
el cuerno y toreaba a los pelones, haciéndoles toritos de
petate por las calles.
Asaltaba los cuarteles, balaceaba a la guardia, y se
retiraba corriendo, se metía a las tenduchas de los arra-
, ,. bales, montado en su caballo, lo hacía que pusiera las
'' manos sobre el mostrador y pedía vino para él y su cuaco
golondrino que también sabía beber tequila endulzado
con azúcar.
Lo seguían como siempre sus tres fieles amigos: El
Pando, La Pachanga y El Canelo.
. Cuando se retiraban después de cometidas sus fecho-
rías. El Pando, en su tono paternal acostumbrado; le
reprochaba:

171

y.
 - Y a está bueno que dejes la bebida, Policarpo, y te
quites de tanta pantereacla. No tientes a Dios de pacien-
cía, porque en una de esas se te cansa la suerte y vas a
acabar mal. ..
-¡.Ja, ja, ja! -se carcajeaba Policarpo=. ¡Qué corazón
de pollo el tuyo, Pando! ¡En qué poca agua te hogas ... !
·Toavia no nace el que me baje a mí los ... humos! Y esto
1 l .
no es de hora, ¡dende cuándo lo sabes que yo en cua quier
l
'
gancho me atoro! .
-¡8'tá bueno, hombre! [s'tá bueno ... ! ¡Que Otos te
socorra!
Después del agarre de San ,J ulián, donde hasta las muje-
res del pueblo combatieron al lado de Policarpo contra los
pelones, a quienes derrotó completamente, salió para San
Isidro, arrastrando los laureles.
Cuando por la noche atraviesa el campo donde había
sido el combate y su caballo tropieza con los cráneos y los
cuerpos de algunos muertos insepultos "¡Ave María!" ex-
clama estremeciéndose; luego se persigna.
-¡Si vieras, Pando, que siempre me da lástima y se me
enchina el cuerpo cuando mi caballo se tropieza con los
di juntos ... porque después de todo, como dice Felipe, los·
probes soldados qué culpa tienen!
-Pos en efeuto; pero ansí es. la guerra.
-¡La guerra ! La guerra que me van a dar en la
noche los dijuntos Si toavía de vez en cuando no me
deja dormir el jefecito pelón que matamos en San Juan ...
-¡Ya te acostumbrarás; yo tamién era ansi, y más
ora que llegues a general. .. !
Con aquel halagador pronóstico a Policarpo se le
olvidaron los muertos.
Caminaban conversando de cosas ajenas a los difun-
tos, cuando al pasar debajo de un mezquite, El Pando
lanza un· grito espantoso. El caballo se dispara, bufando,
hacia afuera del camino. El Pando, sin sombrero, no pue- - :
de hablar del temblor que lo sacude.
Policarpo y los demás se le acercan.
172
-¿Qué te pasó, Pando?
-¡El dijunto!, iel dijunto ... ! -les contesta castañeán-
dole los dientes.
-¿ónde?-tiemblan todos a la vez.
-¡Eeen eeel meezquite ... ! -y corren todos espanta-
dos, creyendo se trataba de alguna ánima en pena.
Ya a distancia, cuando se incorporaron al grueso de .
la columna, comenzaron a rezar una estación.
El Pando todavía no podía volver en sí; todavía sen-
tía la impresión de los pies del colgado sobre el pescuezo ...
Entrado el día llegan a San Isidro, con un sol esplen-
doroso.
Los pocos soldados. que guarnecían el "pueblo, hu-
yeron.
Así, pues, su entrada fue pacífica, enmedio de jubilo-
sos repiques, músicas y aclamaciones de todo el pueblo
en masa.
Para festejar tan fausto acontecimiento, se iba a veri-
ficar una misa al aire libre, en la plaza principal.
Se improvisó el altar frente al atrio del templo.
Los balcones, las azoteas, las ventanas están corona-
das de gente. La plaza y las calles convergentes se mueven
como el flujo y reflujo de una marea humana. En el resto
del pueblo no se encuentra alma viviente.
Encienden los cirios, se colocan los santos; la música
y los cantores ocupan su lugar.
Los cristeros, con Policarpo al frente, rodeado de su
estado mayor, están tendidos en línea desplegada, frente
al altar, los sombreros a los pies, terciadas las armas.
· El momento es solemne.
La misa se desarrolla dentro del más religioso silencio.
La potente voz del párroco tremola corno una admo-
nición sobre la cabeza de los fieles.
· Los litúrgicos cantos gregorianos se esparcen treme-
bundos, fríos, como un regaño sobre "todo el pueblo.
Cuando se llega a los pasajes culminantes, los crist.ero
hincan la rodilla en tierra, presentan armas y hacen una
l'IS
 descarga general al viento, y los fieles creyentes, de hino-
jos, se golpean el pecho o se abren de brazos, en cruz, pi-
diendo a Dios proteja a los denodados defensores de su
santa causa. · -Bueno, pos sabes que si soy general, tú, Pando, subes
Termina la ceremonia; la plaza se sacude y se agita,
como si estuviera siendo devorada por millares de gusanos.
Alderredor de Policarpo se ha formado un espantoso
remolino de gente que lo levanta eR peso, lo lleva hacia
uno y otro lado, disputándose el honor de estar cerca de
él, de cogerle la mano, o aunque fuera, tocar la orla de sus
vestiduras.
Las beatas, arrastrando los mantos, desgreñadas, se
abren paso a pellizcos y rasguños y lo coronan y lo cubren
de cintas, escapularios y medallas como si fuera un santo
milagroso.
· Vuelven a sonar las músicas y a repicar las campanas
• y el héroe es llevado en hombros, aclamado por la multi-
tud, como si saliera de una corrida de toros, después de
•·
(;
. •. haber cortado orejas y rabos ...
-¡Qué gente tan buena la del pueblo', ¡chirriones ... !
Lo que hicieron contigo, Policarpo, no lo han hecho ni con
el siñor obispo. Eso de sacarte en hombros tocarte tanta
diana y taparte las mujeres el sol con sus ~bozos; echarte
flores, y aluego aquella viejita que te llevó los mil pesos
de oro ... ¡No lo hacen con naiden!
¡Qué gusto traiban todos! ¡cómo gritaban y se hacían
bola por arrimársete! ¡Canijo ... ! Ora algunas niñas, dende
lejos se les echaba de ver que traiban ganas hasta de
morderte ... ! Las que no pudieron más te arrancaron los
alamares y los botones de la chaqueta como recuerdo ...
¡Canijo, la suerte· de cada carajo ... ! -comenta regocija-
damente el Canelo, galopando al lado de Policarpo.
Van a marchas forzadas, llamado urgentemente Poli-
carpo por el padre Vega. El grueso de la columna se mueve
lentamente, en su seguimiento, con algunas horas de
intervalo.
-¿Pa' qué me quedrá el cura, tú, Pando?
1'14
-Pos hombre, eso ni·se pregunta. Clarito se ve que
es para darte la noticia de que ya eres general y entregarte
la águila que te vas a poner en el sombrero. ·
a coronel y ustedes dos a mayores; ¡y a matar chivos pelo-
nes y a tendernos sus zaleas!
Con los caballos sudorosos, meciéndose por la fatiga
de tan larga carrera, llegan al fin al lugar donde está el
cura Vega.
Parte de su gente está apostada en grupos, en forma
sospechosa, en el patio de la casa.
Al ver llegar a Policarpo con sus tres amigos, se ponen
pálidos, los ven con ojos recelosos, se secretean, cogen
disimuladamente sus armas y se colocan en lugares estra-
tégícos.
Ninguno de los cuatro sospecha nada.
Policarpo se apea del caballo, entrega las riendas al
Pando, y con todo y espuelas, gustoso, lleno de optimismo
porque ya iba a ser general, penetra a la pieza donde lo
espera el cura acompañado de seis individuos .
-¡Buenos días, señores! -les saluda sonriente, qui-
tándose el sombrero-. ¡A sus órdenes, padrecito! -se apro-
xima dándole la mano.
El cura, por más que pretende dominarse, siempre se
demuda y le tiembla la diestra al saludarlo.
Los seis hombres tienen la cabeza baja, tosen o fuman
para disimular su turbación y apenas contestan el saludo.
A Policarpo le causa extrañeza aquella actitud; pe-
ro... " ¡ despecho.' -se díice-, por mi. ascenso " .
-Aquí estoy, ¿pa qué soy· bueno -se dirige nueva-
mente al cura.
-Pues el asunto es penoso, coronel -principia balbu-
ciente Vega-. Hay informes de que usted está en tratos
con la federación para voltearse, traicionando la santa
causa de Dios ...
-¿Qué, qué, qué? -le interrumpe Policarpo con altí-
vez-. A ver, barájemela más espacito ...
-Lo que le estoy diciendo: que se han recibido infor-
.1.7.5
mes de.que usted quiere voltearse, pasándose a la genté: · Policarpo se asusta y entrega el arma. · .
del gobierno. :• Rápidamente, los seis individuos, que tal cosa espe-
-¡Mentiras! Esos son chismes y cuentos de envidiosos ..., raban, sacan sus puñales y se le echan encima, lo rodean,
Y o sé cumplir mi palabra; soy hombre en cualquier terre- .: y se entabla una lucha horripilante en la que hay saltos
no y ni dormido me volteo ... gritos, blasfemias, ruidos de cuerpos que ruedan por ei
-Pues eso lo podrá usted alegar en el consejo de suelo y, al final, se oye un largo ronquido de agonía ..
guerra que se le va a formar en estos momentos, . Policarpo queda tirado en el suelo, desgarrado a puñala-
Policarpo baña al cura con una hosca mirada; luego das... .
voltea y mira con desdén a los seis individuos que lo van . Al cristero más famoso de Los Altos, ídolo de los
a juzgar y levanta los hombros. pueblos; al ranchero generoso y fanfarrón de Los Pirules·
-Bueno -les dice-, vamos a las pruebas. a Policarpo Bermúdez, azote de los pelones y amigo de los
-Sí; pero para juzgarlo tiene usted que estar desar- amigos, se le había cansado la suerte ...
mado -agrega con timidez el clérigo-, entrégueme la
pistola. . .
-¿Desa1marme a mí. .. ? ni mi señora madre. . . iSólo
muerto me quitan a mí la pistola ... ! -la desenfunda rápi-
damente y se la coloca al cura a la altura del pecho-. Si
se trata de hacerme una mala jugada aquí vamos a ver .
a cómo nos toca ... y se queda mirándolos con fiereza.
El cura y los seis individuos se quedan .de una pieza,
lívidos, con las quijadas caídas. Todos conocían a Poli-·
carpo y sabían de lo que era capaz. .
El cura traga gordo y se queda callado; luego apela '
a un recurso que lo saca avante.
En tono sentencioso, autoritario, le dice:
- Y o, con la potestad que Dios me ha dado sobre la
tierra, lo conmino en su nombre a que se rinda, coronel; a
que deponga esa agresiva actitud contra el representante
de Cristo, que soy yo.
Policarpo, sorprendido, afloja el cuerpo y baja el .
cañón de la pistola.
El cura se crece:
-Sabed -agrega- que los ministros de Dios aquí en
la tierra, tenemos facultad para absolver y condenar; para
abrir las puertas de los cielos o arrojar a los infiernos ... Y o :·
puedo confundirlo y hacer que la maldición de Dios caiga<
sobre usted para toda su vida ... ¡En nombre de este '. _
Santo Cristo, ríndase ... ! '
171
176
 :,,
.''

LA RECONCENTRAClóN

Las mujeres de los medieros vagan como ánimas en pena

~·
al derredor de la casa de Los Pirules. Sus cabezas, cubier-
¡
..: tas con tirlangas de rebozos que parecen redaños, asoman
por encima de la cerca del patio. · ·
- Ya andan ai' esas probes gentes, tío Alejo; deles su.
maicito -le dice don Ramón. ·
-Sí, ¡probecitas! Sólo que te digo, que estirándolo
mucho, apenas quedarán unas veinte fanegas ... · ·
-No le hace; habelítelas; ya veremos después. Con
qué corazón se sienta uno a comer, sabiendo que esta
probe gente se pasa el día sin probar bocado. . . ·
Tío Alejo las llama con la mano, y un cordón de
mujeres descalzas, cubiertas de harapos, desfila con la
cabeza baja hacia la troje. . .
Salen llevando el maíz en los rebozos y los delantales,
y al pasar frente a don Ramón le rezan una letanía de
1 '
:f
agradecimiento:
! . -¡Que el Siñor se lo pague ... !
! :
-¡Que su Divina Majestad se lo dé de gloria. .. ! .
-¡Que la Santísima Virgen lo llene de felecidades, don
Ramoncito ... !
-Esta probe gente antes no tenía necesidá de aver-
gonzarse; pero como las dejaron viudas sus maridos por

f:s~~ 0~murmura tío Alejo al regresar con 11í~v~

irse a la bola, ¡qué otra cosa pueden hacer las.~ci'."
e~'. , .
-¿Ya saben que anoche volvió Marcelo? \~t .·. ,
-No, tío Alejo. ··~:~
........, .. ;·

. ,, •·":;-,· ~·~· ·:; •' . tt: .

I '4'.J)fMJ:)IT9
~.t. .
 -Pos sí, Felipe, y volvió solo el probe hombre. Al cha-
valito más chico se lo colgaron en uno de los agarres de
Tepatitlán y al otro se lo mataron por ai por Yahualica.
1 Está esa probe gente de dar compasión; la mujer tirada en
1
el petate con fiebre y el probe hombre vuelto loco de
angustia, no deja de llorar ni de día ni de noche ...
"En cambio el padrecito don Filiberto, que jué ·e]
que movió aquí la agua con el sermón de Caballerías y los
papelitos que repartió, le dejó su rancho a don Atenógenes
el que nos dio rótulos de ¡Viva Cristo!; se puso de catrín
y se jué pa' Guadalajara. Dicen algunos que llevaba un
tanate llenito de onzas de oro ... ¡quén sabe ... !"
Al generoso ranchero don Ramón, le preocupan las
pobres campesinas hambrientas.
-Mire, tío Alejo, mañana hacemos la lucha por aga-
rrar uno de los toros ladinos que andan remontados y lo
matamos para que siquiera coman un pedazo de carne esas
pobres gentes.
-S'tá bueno; mañana mesmo.
-Pero, oiga... -quiere rectificar don Ramón-, cómo
van a comer carne, si es vigilia ...
-¡Hum, que tú! ¿apoco en la cuaresma los probes sólo
pueden comer maíz? porque, ¿con qué compran el pes-
cao? No, déjalos que coman su carnita; ai' los ricos que sí
pueden mercarlo, que guarden la vigilia...
Don Ramón asiente con un ligero movimiento de
cabeza, y vuelve a quedar silencioso, encendiendo uno tras
otro los cigarros, con la mirada fija en la lejanía.
Después de la muerte de Policarpo, se pasaba los días
enteros sentado en el poyo de. piedra del portal, sin qui-
tarse el cigarro de la boca, mudo como una piedra.
Cuando Felipe o tío Alejo, que le hacían compañía,
le dirigían la palabra para distraerlo, apenas les contestaba
con cortantes monosílabos o ligeros movimientos de cabe-
za. Estaba muy agobiado.
.• La abuela llevaba semanas de estar encerrada en su
pie-La, rezando sufragios por Policarpo, su nieto consen-
tido, o dormida, clavada sobre el pecho su blanca cabeza
de algodón.
180
Doña Trinidad, cubierta de negro de los pies· a la .
cabeza, lloraba inconsolable, de la mañana a la noche."
El rancho de Los Pirules, antes tan movido y alegre, .
ahora era un cementerio.
Una mañana en que el cielo apareció como barrido y
el sol lanzaba escupitajos de lumbre sobre los campos, se
escucha un ruido extraño que venía del sur, del otro lado
del Cerro Gordo.
Parecía ruido de tempestad, zumbido de nubes obra-
mido de río crecido; así creía la gente. Pero en el cielo no
se veia nube alguna y los lechos de los ríos estaban secos.
Las mujeres de la ranchería comienzan a asomar la
cabeza alarmadas. El ruido era cada vez más fuerte, y la
gente se hacía cruces sin poderse explicar qué sería aquello.
-¿Pos qué será esto Pifania?
-Pos oiga, doña, ¡quén sabe! Ai' nomás se oye un
rezumbido del otro lado del cerro ... y alargaban sus cabe-
zas desgreñadas, con la mirada fija en el horizonte,· estu-
pefactas. ·
A poco, remontando el cerro aparecen de improviso
tres aeroplanos, volando a buena altura, para prevenirse
sin duda de las balas cristeras.
-¡Alabado sean los santos nombres de Jesús, María y
José!
-¡Válganme las Siete· Llagas de Cristo ... ! · .
-¡Jesús de la Misericordia, qué avechuchos son és-
tos ... !
Y se esconden espantadas las mujeres.
Los aeroplanos descienden, describen un círculo en
derredor del rancho y permanecen haciendo evoluciones,
observando tal vez. El ruido de los motores es ensordece-
dor; el pánico entre la gente aumenta.
-¡Parece que se queren bajar esos animales· de los
infiernos... ! -se gritan de puerta en puerta-. [Doña To-
dosia, por la Virgen Santísima, saque la vela bendita y
suene la campanita consagrada ... ! .
-No, mejor conjúrelos haciendo la señal de la cruz,
engual que las culebras .. '. =opina otra temblando.
181

Y una mujer saca la vela encendida y suena la cam-
pana,· y otra· alarga el brazo y con un cuchillo marca una
cruz en el aire, diciendo: "Yo te conjuro, enemigo malo, en .
el Nombre de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu
Santo".
Después cierran y atrancan sus jacales y se arrinconan
rezando.
-¿Qué ruidal es ese, tú, Felipe? -pregunta levantada
la cabeza tío Alejo.
-Son aviones, tío, que deben andar localizando algún
grupo cristero.
-¡Canijo! La verdá que los que les suben a esos caba-
llos del diablo, tienen más valor que el que le habla a un
muerto ... A mí, primero me afusilaban que subirle a uno
de esos. Si las pocas veces que le he montao a la máquina
pasajera, antes he hecho un acto de contrición ... Y eso
..' que anda sobre rieles, pos ora éstos que andan en el aigre
¿a qué se atienen?
De los aviones· comienzan a caer papelillos de colores.
: ~·. Felipe recoge uno, y en cuanto lo está leyendo se
pone pálido.
-¿Qué dice eso, tú?
Felipe lee: . ganas de hacerse garras como perros rabiosos con los sar-
... "Y por tanto, se previene a todos los campesinos
de la región de Los Altos, que deben abandonar los ran-
chos, reconcentrándose en las poblaciones, en el término
de cinco días contados desde la fecha, apercibidos de que
vencido este plazo, cualquier persona que se hallare a
cuatro kilómetros fuera de los centros de población, será
1.. ejecutada en el mismo lugar que se le encuentre ... "
· -¿Y eso qué quiere decir?
-Pues que hay que abandonar el rancho antes de
cinco días.
-¡Adió! ¿Pos. por qué? ¿Qué siendo uno pacífico no
tiene derecho a vivir onde se le hinche? · tados. ¡Malhaya la madre ... !''.
-Pues sí, pero ...
-¡Nomás ésa faltaba, que váyamos a pagar justos por
pecadores .... ! Allá que los pelones acaben con los cristeros
182
,~:~:~~\;: ~;·/~:~{:.~·
. ;:
y lo dejen a uno en paz, ¡mah ... ! Ora sí que los pací~~'.' '·: '.~>
estarnos quedando como los gallos chinampos; ·picoteados:: . . /:::.
por los otros gallos, y aborrecidos por las gallinas. Porun
lado los cristeros nos han dejao en un petate, y ahora los·
pelones nos echan al pueblo a que nos muéramos de ham-
bre. ¡Mah ... ! ¿Pos ónde se ha visto eso? ¿Cuál es esa
ley? ·
Don Ramón permanece inalterable, como si no oyera
o no le preocuparan los comentarios de tío Alejo. Enciende
un cigarro en la colilla de otro, y mueve los labios como
si hablara solo. Con frecuencia hacía lo mismo y gesticu-
laba con síntomas de enajenación mental.
-Pos sí, tío Alejo; pero ¿qué le vamos a hacer ... ?
-Pos sí, después de conejo juído, pedradas 8:1 m~.to-
rral. . Si en lugar de haberse quedao munchos jefecitos
melitares metidos en los pueblos, apachurrándose en com-
pañía de los jefecitos políticos a los probes. que cayían e!1
sus manos, con los centavos, hubieran salido a perseguir
como Dios manda a los primeros cristeros, en menos de
tres meses hubieran acabao con ellos. No que ora ya está
. muy peludo el asunto; ya andan ende~oniados. los críste-
ros y los no cristeros; ya andan decedidos, calientes, con
dos, .y aluego azuzados por esos tres curas de _hígados tan
negros que los dirigen, va a estar muy trabajoso que los
acaben... ·
-Es verdad, tío Alejo. .
- Y vas a ver, Felipe, cómo esto s~ va a poner pior;
porque munchos en lugar de irse a morir d~ hambre a los
pueblos, mejor se remontan y se van a Juntar con los
cristeros.
"Pero en fin ' la condición del pro .
. be es como el jueguito
de la correllita: Si la ensartas pierdes, Y si no, tarnien
..
pierdes. . . y ora nosotros resultamos perdidos Y ensar-
·
Los aviones se retiraron dejando tras de sí tres rayas
grises de humo y una conturbación general en el ánimo
de todos los moradores de los campos alteños.
183
Sólo faltan dos días para que se venza el plazo. La gente
todavía se resiste a abandonar sus tierras y sus jacales.
Pero la amenaza es terrible: pena de muerte al 'que se
encuentre fuera de las poblaciones después del quinto día.
La región se agita como un hormiguero alborotado.
Las gentes principian a abandonar sus ranchos, de-
jando sus triques, sus cosas y sus animales al cuidado de
Dios. Bajan de los montes, salen de las hondonadas y los
lomeríos o surgen de los valles en largos cordones abiga-
rrados, en busca del camino que los lleve al pueblo más
cercano.
Las mujeres, algunas, lanzan gritos insólitos de deses-
peración, otras, sollozan impetrando a los santos; las más
vienen llorando en silencio. Llevan en los brazos a los
críos que no saben andar, y cargado a la espalda un lío de
harapos.
Con paso tardo, como resistiéndose, los hombres cami-
nan detrás, cargando también sobre la espalda el petate
enrollado, las frazadas y las estampas de sus santos favo-
ritos. Y entre marido y mujer conducen por delante un
enjambre de chiquillos encuerados.
Otras mujeres van tocadas con anchos sombreros de
pelo o de petate; llevan colgados a los hombros manojos
de pollos y gallinas, o van arriando al puerquito cebado
o al borrego sancho, a la espalda su montón de trapos o
su guitarra, todo su patrimonio.
Y otras muchas, de Vientres deformados, senos sueltos
y campaneantes y la cara estrujada por la miseria, sólo
llevan hambre ...
Es la gente más pobre, que quedó rezagada en Jos
ranchos; mujeres de medieros y peones incautos que las
abandonaron con su numerosa prole por ir a la guerra
santa, creyendo que los santos padrecitos o los piadosos
patrones que los empujaron a la revolución irían en su
ayuda; pero tanto unos como otros se fueron a esconder a
las ciudades y las dejaron encomendadas a los santos de
mayor prestigio, sin un grano de maíz.
Los ranchos van quedando solos, los jacales y las casas
184
vacíos. Y un espeso silencio se desploma aterrador sobre
los campos.
Los animales huyen hacia el monte, y los perros aúllan ·
lastimeramente levantando el hocico hacia los cielos al sen-
tir el vacío...
¡La reconcentración ... ! Columnas de pelones vienen
barriendo atrás, echando razias, empujando a la gente
hacia los pueblos inhóspitos. De otra manera no creen
poder apagar el incendio, que algunos de ellos, por torpeza
o por maldad, lo han dejado que tome incremento.
. Al perder de·vista sus jacales, las mujeres inclinan la
cabeza y sale de sus pechos oprimidos de miseria y de
angustia un clamor de llantos y lamentos.
Los hombres aprietan las mandíbulas y desvían sus
miradas para que no los traicionen sus ojos, lamentándose
de no andar mejor en el monte, combatiendo a los pelones.
Entran al camino y se confunden con gente igualmente
pobre, igualmete abatida, que viene de más atrás. Y así
se va formando la doliente caravana, y se inicia el éxodo
atravesando aquellos campos resecos, polvorientos, cubier-
tos de grises matorrales y agresivos garruños que les roban
. al pasar pedazos de harapos ...
Trepan sobre montes huraños, amarillentos, pelones
como enormes calaveras, que no pueden ofrecerles un. pe-
dazo de sombra y bajan a los ríos, cubiertos de un blanco
sudario de arena, que no pueden brindarles una gota de
agua. .
Los niños lloran de sed y los viejos se doblegan de
fatiga. El camino va quedando sembrado de grupos donde
hay viejos y niños que no pueden resistir ... Y el cielo, in-
clemente, raso sin una sola nube que amengüe los rayos
de lumbre que arroja el sol sobre aquellos pobres cami-
nantes.
La caravana se mueve lentamente, en silencio, ago-
b~ada de calor y de pena. Los burros perezosos en que
vienen algunos, llevan las orejas caídas y los esqueléticos
caballos en que viajan otros, los va empujando el aire.
185
 La gente de Los Pirules se incorpora. Las señoras, en dos .
burras paridas, con los pies a lo largo, enrnedio de cargas
de colchones y trebejos, vestidas de negro y la cabeza.
cubierta con sus tápalos. Don Ramón, con la tazón per-
dida, va hablando solo y riéndose, sobre su caballo pocho-
longo, cojitranco. Tío Alejo en su mula lunanca, encorvado
como un chango de circo, resaltándole el sombrero y la
joroba. Ranilla y Felipe a pie al lado de las señoras.
· Se revuelven entre la muchedumbre y siguen el paso
lento de la caravana.
-¿Y a qué nos echarán al pueblo, tía Petra? -pre-
gunta una muchacha a una mujerona ancha y cuadrilona
que va cargada de pollos, gallinas y guajolotes y tira de
un lazo a un chivatillo relajo.
-¡Pos a qué ha de ser, tú... ! A que nos muérarnos de
hambre ... Y a que no han podido los maldecidos pelones
con los hombres de Los Altos, se nos echan encima a las
mujeres ... [Mira tú qué clase de hombres... !
"Parece como que queren que no quede ni brizna de
la raza; por eso queren acabar con las mujeres y los mu-
chachos ... Pero lo que es conmigo no se dan ese gusto los
desgraciados, pa' eso llevo estos animalitos, y espero en
Dios de los cielos que antes de que me los acabe de comer
con mis muchachos, no ha de sobrar un maldito pelón en
todos Los Al tos ... "
-¡Maldecidos, gallinas!; ¡maricones... ! -exclama la
muchacha con la mano empuñada=-. ¡Quén juera hombre
pa' andar en el monte echándoles bala, en lugar de venir
aquí, echando los bofes... !
"No, si yo con todo y ser mujer, si no tuviera este
ejército de muchachos a quienes mantener, por la Virgen
Santísima que andaría en la bola como tía Juana Ma-
chete. Corazón me sobra y los tamaños me arrastran como
a cualquer hombre ... -se acomoda la carga y sigue cami-
nando limpiándose el sudor con el dorso de la mano."
Había caído el día. La gente camina con menos lentitud;
algunos hasta con ansiedad porque ya adivinan la proxi-
186
midad del pueblo, otros con laxitud, andando maquinal-
mente, todavía ~esistiéndose; los más, resignados, mirando
con profunda tristeza cómo se van quedando atrás sus tie-
rras y jacales, de los cuales nunca habían salido.
-¿Todavfa está lejos el pueblo? -pregunta a tío Alejo
una mujer que lleva por delante media docena de mucha-
chos, con las caras congestionadas por el sol y la fatiga.
Tío Alejo le muestra en el fondo de la árida hondo-
nada por donde van descendiendo, dos torres majestuosas,
iluminadas todavía por los últimos rayos del sol.
A la vista de aquellos dos inmutables centinelas, que
parecen guardar de la tranquilidad de aquel poblado, los
hombres se descubren y todos rezan, fieles a la costumbre.
El pueblo, circundado de cerros, parece que está
sentado en el fondo de un ombligo.
Las calles, carentes de luz, aparecen tétricas, som-
brías, como largas tumbas abiertas.
-¿Oiga, síñor, izque nos llevan presos?
-Pos así parece.
-¡Válgame el Santo Niño de Atocha ... ! ¿Y nos van
a· meter en ese pueblo, dentro de esas calles que parecen
sepolturas ... ?
-Sí -le contesta secamente tío Alejo, que lleva pocas
ganas de hablar.
La mujer lanza un hondo suspiro y sigue cuesta abajo.
La caravana hace irrupción en el pueblo, llenando las
estrechas callejuelas.
Todos llevan los ojos extraviados, como un rebaño
espantado, sin saber a dónde refugiarse. Las posadas, los
mesones, con sus patios, caballerizas y corrales, están con-
gestionados de gente que tomó la delantera.
La caravana discurre por las calles, mirando con timi-
dez; recorre todo el pueblo, buscando algún repecho si-
quiera. Las caras doloridas y el llanto silencioso de las
mujeres, contrasta con las caras adustas y las toses for-
zadas de los hombres.
Y las puertas de las casas de los santos cristeros del
pueblo, se amurallan.
187
...~J.1
 · -Mira, Gertrudis -dice una vieja· larga, flaca como
espátula, que ostenta sobre el pecho la medalla de las Hijas
de María-: echa la cadena y asegura bien la tranca del
zaguán, porque están llegando muchos pelados y si nos
descuidamos nos limpian ...
-¡Josée! -lanza un grito acompañado de un silbido,
un viejo de bigotes recortados, colorado y barrigón, con
cara de fraile bien comido-. ¡Ándale~ tasajo, trai la llave
pa' cerrar la maicería ... Mira el gentío que sigue llegando,
y si dejamos abierto, pa' de aquí a mañana no queda un
grano de maíz. Hay que esconderlo, pa' aprovechar ... !
-¡Córrele, mujer ... ! Ora hay modo de que te aco-
modes -le grita una vieja cara de murciélago a otra des-
colorida, con los ojos quebrados, que estaba encinta-; sal
a la puerta y córnprales a los rancheros lomi-largos los
pollos que necesites pa' ora que caigas en la cama. No te
vayas a dejar; andan dando a real y medio los pollos que
aquí valen a seis reales y a peso. . . ¡Ya verás ... !
-¡Nicolás, tráete de la bodega los costales de frijol
picado y el maíz podrido.
-Pero, amo, si es el puro gorgoja). ..
-No le hace; estos rancheros pajones comen hasta
mierda ... Y si ahora no salemos de nuestro maíz podri-
do ... ¡cuándo... !
Estos eran los santos cristeros de los pueblos...
Como un chinchorro extraviado, siguiéndose unos a otros,
la caravana se agrupa en la plaza, se arremolina y se mueve
convulsa, buscando un pedazo de techo que los cobije; pero
lo único que había eran los portales, y estaban sembrados,
en una lastimosa confusión, de gente, animales y harapos,
De aquel hacinamiento de miserias salían agrias ema-
naciones de sudor y tierra, alientos de animales y deyec-
ciones, que obligaban a retirarse volteando la cara. ·
Abrumados, agotados de cansancio, los campesinos se
tumban en las calles, se apretujan entre sí, se acurrucan en
los quicios de las puertas o se repegan a las paredes.
Y así, tirados en las calles, hambrientos, ven rodar
los días de su largo cautiverio.
188
•..
:·•·:
El cielo, emborronado de tinta, no ha dejado ni siquiera ·. .:
un resquicio por donde pueda asomarse alguna estrella. · .
El pueblo, sacudido fuertemente por el asalto dado
por los cristeros hacía dos días, aun no vuelve en sí; está
sobresaltado. ·
Los focos de las calles, los más han quedado ciegos·
sólo el Ojo de la Divina Providencia, que la piedad encien:
de en lo alto de las torres, refulge haciendo guiños. .
Las gentes que están amontonadas en las calles, se
apretujan medrosas y se estrechan entre sí, al paso de las
escoltas que patrullan la ciudad.
Tío Alejo y Felipe están sentados en el marco de la
puerta de la casa donde se han podido acomodar en el
pueblo.
-Como te lo dije, Felipillo, esto de la reconcentración
resultó al revés volteado; por sonarle a la tambora, le
dieron a los platillos ...
"Más de la mitá de la gente que no se metía en nada
y vivía pacífica en su rancho, al venir el rejunte para
arriarnos corro manada de reses a los pueblos, se cortó y
ganó pa'l monte a juntarse con los otros. Y otros munchos
que venían a rendirse, entre ellos El Pando, La Pachangr
y El Canelo, porque quedaron solos después de que mata-
ron a Policarpo, en cuanto la olieron, se arrendaron otra
güelta pa'l cerro a peliar por su cuenta. Y ansina unos y
ansina otros, de aquí pa' delante vas a ver lo bueno ...
"¿Dime qué se ha ganao con su famosa reconcentra.
ción? El número de cristeros se ha doblado, y ora están
peliando con más ganas, como perros bravos, buscando la
revancha porque les trujieron a sus mujeres y a sus hijos
a que se mueran de hambre y de virgüelas en los pueblos.
"Y no te estoy mintiendo; ya vites lo que pasó antier,
que cuando menos lo esperábamos, cayeron los cristeros
disfrazados de reconcentrados y acabaron con los probes
muchachos de la defensa.
"Dicen que corrió la sangre por la calle, de los vein-
ticinco endevidos que mataron a puñaladas en la casa
onde tenían guardao el parque. Ora lo que vimos tú y yo
189

ai' en el mesón con los pro bes q · · .. 'rraron arriba en la
azotea, cómo los cogían de los pi . _:as manos y los echa-
ban pa' abajo gritando: 'Una, dos~·~>~s... y vuela ... ¡Viva
Cristo Rey! ¡Una, dos, tres y vuela~\.!' ¡Qué corazón tan
negro de pelaos ... ! "
-Sí, tío Alejo. Esta maldita revolución, producto de
la rapacidad y la perfidia de curas, acejotemeros, hacen-
dados y liguistas, que se han quedado muy tranquilos en
sus casas, mientras esta gente bronca y generosa de los
campos alteños se mata todos los días, va a acabar con
todo ...
"Ya usted vio con nosotros: Policarpo asesinado por
orden del padre Vega, la abuela se murió de pesar, y el
pobre de mi padre, loco y en la miseria. Este es el saldo
•:
trágico, sangriento, que ha venido dejando por todos Los
i·
r Altos esta guerra insensata ... "
-¡Álgame Dios... ! -mueve la cabeza tío Alejo.
-¿Qué tiene esto de santo? Ni se defiende a Dios, ni
a los santos, ni a nadie ... Lo único que quieren los que la
empezaron es defender sus "derechos", es decir, los privi-
legios, la autoridad y el poderío de que antes disfrutaban
los curas y los latifundistas, sus aliados; conservar sus·
tierras y el predominio sobre la pobre gente del campo a
la que han tenido subyugada por siglos...
"Por eso esta guerra es mala -prosigue impetuoso
Felipe-. Esta gente pelea contra sí misma, a favor de sus
verdugos; pero día llegará en que salga del fanatismo y la
ignorancia en· gue se encuentra y entonces irá contra los
que ahora la han engañado y empujado al matadero ...
"¿Dígame si no, tío Alejo? Y suponiendo que domi-
naran los cristeros, ¿qué van a ganar con esto los campe-
sinos? Muchos escapularios, indulgencias, el reino de los
cielos, misa todos los días y una soga en el pescuezo para
los que quieran tierras ...
"Por eso es que le digo que ... "
Suenan los clamores de las ocho, tristes y evocativos,
pidiendo sufragios por las ánimas benditas.
Felipe calla al ver que tío Alejo se descubre y reza.
>¡.
~~ .
:e:;
~~'.:l ..
190
. .
. ~luz de la calle se refleja en su calva reluci~~e;
ilumma su cara venerable de santo, profusamente bar-
bada.
Lanza un quejumbroso suspiro, se coloca el sombrero .
Y permanece en silencio, Luego habla con voz temblona:
- Yº. era como los potros relajos, Felipillo, que antes
que dominarlos se matan. A mí no me quebrantaba nada
ni naiden; C?mo hombre siempre he cumplido en cualquer
terreno; naiden me ha sobajado. Las penas nunca me
amilan~ron; se me jué mi mujer, que muncho la quería y
me dolieron hasta los entrecijos; pero no me quebranté
seguí ~an~ndo y bailando en los fandangos; se me murie~
ron mis siñores padres.y les lloré y les recé; pero no clavé
el pico, me siguieron gustando los rebumbios, los bailes y
las cantadas,
. porque esa ha sido mi debilidá dende chico·'
pero se vino esta maldecida revolución y comencé a enge-
nrrne y a perder el buen humor, porque he mirado mun-
chas lástimas y rnunchas injusticias con los probes ...
"Y ora que han matado a Policarpo, que lo quise igual
que a ti, como si jueran mis hijos; que se ha muerto mi
hermana, tan entera y tan macha, que la quería como si
hubiera sido mi segunda madre, y sobre todo, ora que veo
al probecito de Ramón, el hombre más bueno que ha
parido madre, que se quitaba el bocao de la boca para
darlo; el hombre más honrado, más cumplido y más traba-
jador de todos Los Altos, vuelto loco y muerto de hambre,
no me ha quedao nada: ni ánimo, ni gusto, ni voluntá; soy
un costal de güesos... Ora sí ya me siento quebrantao; ya
perdí ...
"Ya me pesan los años y las penas; siento como si tru-
jiera sobre el lomo una losa muy pesada, que me estuviera
arrempujando a la sepultura ...
"Y creo, Felipillo, que en esta ocasión les he quitao
el trabajo de que me traigan cargao dende el rancho con
los pies pa' delante .. ."
!
191
. .... ,:
< ..
j
 INDICE

Presentación . 7
Portada facsimilar de la primera edición . 9
I'
En los pirules
. ., . 11
• La peregnnac1on . 23
El primer brote . 41
La toma de San Miguel . 61
L t
a .
1erra de prom1s1on
.. , . 79
Las brigadas de Santa J nana de Arco . 109
El saqueo . 129
La matanza de Palo blanco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
El asalto al tren en Ojo cargo . 159
El crimen del cura Vega . 171
La reconcentración . 179

).

.r.

1 ~'
 LA MATRACA
·a.··.
~t.
Del f oUetín a los cristeros ...
1.-FLORENCIO M. DEL CASTILLO, Hermana de los Angeles.
2.-MANUEL PAYNO, El hombre de la situación.
3.-VICENTE MORALES, Gerardo, historia de un jugador.
4.-JOSJ;: PEóN Y CONTRERAS, Veleidosa.
5.-ARCADIO ZENTELLA, Perico.
6.-JOSÉ TOMAS DE CUÉLLAR, Los mariditoe.
7.-JUAN DtAZ COVARRUBIAS, Gil Gómez; el insurgente.
8.-PEDRO ROJAS, Los plateados de tierra caliente.
9.-NICOLAS PIZARRO, La coqueta.
10.-JUAN A. MATEOS, La majestad caída
11.-MARIANO AZUELA, Sin· amor.
12.-JOSÉ FERREL, Reproducciones.
13.-DAVID G. RAMtftEZ, Héctor.
14.-JORGE FERRETIS, Tierra caliente.
15.-IRENEO PAZ, Amor de viejo.
16.-PEDRO CASTERA, Los. maauros.
17.-RUBJ!:N M. CAMPOS, Claudia Oronoz,
18.-MANUEL SÁNCHEZ MARMOL, Preoioida.
19.-JOSÉ GUADALUPE DE ANDA, Los cristeros.
20.-EDUARDO URZAIZ, Eugenia.
21.-MARIANO AZUELA, Las tribulaciones de una familia de­
cente.
22.-AGUSTlN VERA, La revancha.
23.-CIRO B. CEBALLOS, Un adulterio.
24.-FERNANDO ROBLES, La virgen de los cristeros.
25.-JUSTINO SARMIENTO, Las perras.
26.-TEODORO TORRES, La patria perdida.
27.-JULIO SESTO, La tórtola de Ajusco.
28.-HERIBERTO FRIAS, El último duelo.
29.-SALVADOR QUEVEDO Y ZUBIETA, La camada.
30.-PORFIRIO PARRA, Pacotillas .

. ~.
··~
 LA RED DE JONAS (Sección; Literatura)
ESTEBAN INCIARTE, Adiós a Dios
JOAQUIN DE LA TORRE, Anticipación de un burgués a la
muerte
CARLOS MENESES, Seis y seis
OSCAR HAHN, El cuento fantástico hispanoamericano en el
s. XIX (Estudio y Textos)
JORGE RUFFINELLI, Crítica en marcha
RENATO PRADA OROPEZA, Larga hora: La vigilia .
HENRI MICHAUX, El infinito turbulento (Experiencias con la
mezcalina)
HERNAN LAVIN CERDA, Metafísica de la fábula
GILBERT TOULOUSE, Un verano en México . FERNANDO RITTER, El pseudocapítal
ANGEL FLORES, Orígenes del cuento hispanoamericano . ,
RAUL DORRA, La pasión, los trabajos y la~ horas de D8;lll1.an
TZVETAN TODOROV, Introducicón a la literatura fantastica
NOE JITRIK, El ojo de jade . STANLEY ROSS (ed.), ¿Ha muerto la revolución mexicana?
DANIEL SADA, Lampa vida
IRIS M. ZAVALA, Kiliagonía
MARGO GLANTZ, No pronunciarás
BERNARDO RUIZ, La otra orilla
CARLOS MONTEMA YOR, Mal de piedra
HUMBERTO GUZMAN, Historia fingida de la disección de un
cuerpo
MARIA JOSE DE CHOPITEA: Sola·
ALINE PETTERSON: Casi en silencio
MIGUEL DONOSO PAREJA; Nunca más el mar
ROBERTO PARAMO: El corazón en la mesa
JORGE RUFINELLI: Las infamias de la inteligencia burguesa
RENATO PRADA OROPEZA: La ofrenda y otros relatos
VLADIMIRO RIV AS; Los bienes
LUIS ARTURO RAMOS: Los viejos asesinos
JULIO ORTEGA: Acto subversivo ·-
R. BARTHES, T. TODOROV y otros: Análisis estructural del
relato
NOE JITRIK · La lectura como actividad
f RENE AVILES FABILA: La canción de Odette
. ~:.
POLI DELANO: La misma esquina del mundo
ALBERTO RUY SANCHEZ: Mitología de un cine en crisis
ADOLFO COLOMBRES: El sol que regresa
EUGENIO AGUIRRE: El testamento del diablo , .
ENRIQUE GIORDANO: La teatralización de la obra dramática.
De Florencio Sánchez ~ Roberto Arlt
ANGEL FLORES: César Vallejo. Síntesis biográfica, bibliográ-
fica e índice de poemas
MIGUEL SABIDO: Las tentaciones de Maria Egipciaca
JORGE ARTURO OJEDA: De Troya a Itaca
PATRICIA ROSAS: Las torturas de la imaginación
JORGE RUFFINELLI: El primer Mariano Azuela
JORGE ARTURO OJEDA: Octavio
RAUL RODRIGUEZ CETINA: Flash Back
...
LA RED DE JONAS (Sección: Ensayo)
FRANCQIS AUBRAL Y XA VIER DELCOURT, Contra la nueva
filosofía
QUENTIN BELL, El crítico y el historiador de arte
MILTON FRIEDMAN Y OTROS, El marco monetario de Milton
Fríedman.
VARIOS AUTORES,América Latina: Cincuentaañosde industria-
lización
CARL BOGGS, El marxismo de Gramsci
ANTONIO GRAMSCI, La política y el Estado Moderno (Escritos 1),
ALEX CALLINICOS, El marxismo de Althusser
YURI PLEJANOV, Cuestiones Fundamentales del marxismo
GILLES DELEUZE Y FELIX GUA'IT ARI, Rizoma (Introducción)
ALAN SWINGEWOOD, El mito de la cultura de masas
MAX WEBER, La ética protestante (y el espíritu del capitalismo)
GEORGES COIGNOT, ¿Qué es el comunismo?
JACQUES KAHN;Para comprender las crisis monetarias
ESTEBAN INCIARTE, Erótica y mística
ALAN McGLASHAN, Gravedad y ligereza
MARIE JAHODA, Freud y los dilemas de la psicología
THOMAS SZASZ, Esquizofrenia (El símbolo sagrado de la psi-
quiatría)
WESTON LA BARRE, El culto del peyote
JOHN D. NAGLE, Sistema y sucesión (Las bases sociales del reclu-
tamiento de la élite política)
PETER L. BERGER, Las pirámides del sacrificio
J.-T. DESANTI, El filósofo y los poderes
ANTONIO GRAMSCI, Introducción a la filosofía de la praxis
(Escritos Il)
JACQUES LACARRIERE, Los gnósticos (Prólogo de Lawrence
Durrell)
T.W. HUTCHl'SON, Conocimiento e ignorancia en economía
IGOR A. CAR USO, Aspectos sociales del psicoanálisis
JAN BAZANT, Breve historia de México (De Hidalgo a Cárdenas)
1805-1940
BENJAMIN GIBBS, Libertad y liberación
FRANCOIS ROUSTANG, Un funesto destino
 FRANCOIS CHATELET: Historia de las ideologías (3 tomos) LIBROS DEL BICHO
Tomo I: Los mundos divinos (hasta el siglo VIII)
Tomo II: De la Iglesia al Estado (del siglo IX al XVIII)
Tomo III: Saber y poder (del siglo XVIII al XX) l PEDRO LASTRA, Noticias del extranjero.
MAX WEBER: El político y el científico . 2 CARLOS GERMAN :BELLI, En alabanza del bolo alimen·
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americana .. .. 3 SALVADOR DIAZ MIRON, Lascas (Edición facsimilar).
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BIANKA ZAZZO: Un gran paso: del jardín de infancia a la 5 LUIS MIGUEL AGUILAR, Medio de construcción. .
escuela elemental. 6 LEOPOLDO LUGONES, Las montañas de oro (Edición fac-
DOUGLAS KELLNER: El marxismo revolucionario de Karl similar).
Korsch - 7 DANIEL LOPEZ ACU~A, Tú llegarás a mi ciudad vacía.
JAMES M. BUCHANAN: Los límites de la libertad. (De la 8 MANUEL JOSE OTHON, Poemas rústicos (Edición facsi-
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THOMAS SZASZ: Herejías . 9 LEDO IVO, La imaginaria ventana abierta (Traducción y
MAX WEBER: Sobre la teoría de las ciencias sociales prólogo de Carlos Montemayor).
HANS W. LOEWALD: El psicoanálisis y la historia del individuo 10 ALI CHUMACERO, Poesía completa (Presentación de Mar-
EDGARDO DE HABICH: Embajador en Cuba co Antonio Campos).
EMILE DURKHEIM: Las reglas del método sociológico 11 DANIEL LEYV A, Talabra.
RAYMOND BOUDON: Efectos perversos y orden social 12 MANUEL GUTIERREZ NAJERA, Poesía completa (Edi-
REMY DE MONTAVON: La implantación de dos empresas ción facsimilar) (Prólogo de Justo Sierra).
multinacionales en México · 13 NICOLAS GUILLEN, Cantos para soldados y sones pa.ra
ROBERTO DEL RIO: El toreo ha muerto turistas (Edición facsimilar) (Prólogo de Juan Marinello).
FRANCOIS PARTANT: La guerrilla económica 14 TOMAS SEGOVIA, Anagnorisis.
EDWIN LIEUWEN: El militarismo mexicano 15 MARCO ANTONIO CAMPOS, Hojas de los años.
TED HONDERICH: Tres ensayos sobre violencia política 16 GABRIELA MISTRAL, Desolación (Edición .facsimilar)
LAING LOMAS v otros: La crisis de la familia (Prólogo de Carlos Montemayor). ·
PJERRE FAUGE.YROLLAS: Contradicción y totalidad (Apa· 17 JUAN CUNHA, Enveses y otros reveses.
rición y desarrollo de la dialéctica) 18 EFRAIN HUERTA, Estampida de poeminimos.
ROY SHAFER: Lenguaje e idea 19 VICENTE HUIDOBRO, Altazor (Edición facsimilar) (Pre-
sentación de Bernardo Ruiz).
20 PALABRA NUEVA, Dos décadas de poesía en México (Com-
·. :i.
pilación, prólogo y notas de SANDRO COHEN).
21 JOSE KOZER. Jarrón de abreviaturas.
22 CARLOS ILLESCAS, Réquiem del obsceno. (Edición fac-
similar). .
23 FA YAD J AMIS, Los puentes. .
24 . XAVIER VILLAURRUTlJ\, Nostalgia de la muerte (Edi-
ción facsimilar) (Presentación de Marco Antonio Campos).
25 JAVIER SOLOGUREN, Vida continua.
26 RAUL RENAN, De las queridas cosas.
27 CECILIA BUST AMANTE, Discernimiento.
28 CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE, Poemas (Traduc·
ci6n y prólogo de Francisco Cervantes).
29 ENRIQUE LJHN, Estaci6n de los Desamparados.
30 EDUARDO LANGAGNE, Donde habita el cangrejo.
31 ANTONIO CISNEROS, Crónica del Niño Jesús de Chilca.
· 32 MANUEL MEJIA VALERA, El testamento del Rey Midas.
33 SERGIO MONDRAGON, Pasión por el oxíReno y la luna.
~: 34 NICOLAS GUILLEN. El son entero (Edición facsimilar):.
 Considerada unánimemente como la me-
jor obra del ciclo caiíficado como "las no-
velas cristeras", el libro de José Guadalupe
de Anda (1880-1950), es no sólo un tes-
timonio histórico en el que la propaganda
o la defensa de principios religiosos no
ocupa el lugar preponderante en la histo-
ria, sino una muy bien llevada narración
en la que el interés por la tragedia social y
humana e inmediata es más importante por
la propia cadencia organizativa del mate-
rial literario utilizado. Algunos críticos han
comparado la técnica de José Guadalupe
de Anda en Los cristeros con las de Azuela
de Los de abajo y, como señala también
Brushwood, "Obtiene un buen efecto del
conflicto entre la sociedad en movimiento
y la sociedad inmovilizada. Los cristeros
muestra que el movimiento de la revo-
r . lución se realizó en parte, y en parte fue
potencial, y que no sólo los privilegiados,
sino a menudo los humildes, no aceptaron
., !
una interpretación extremista de la revo-
lución".

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