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Diego Sazo Muñoz • Editor

La revolución de
maquiavelo
El Príncipe 500 años después
Diego Sazo Muñoz
(editor)

La Revolución
de Maquiavelo
El Príncipe 500 años después
320.01 Sazo Muñoz, Diego
S La revolución de Maquiavelo. El Príncipe 500
años después / Editor: Diego Sazo Muñoz. – – Santia-
go : CAIP - UAI - RIL editores, 2013.

328 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0038-2

  1 machiavelli, niccoló, 1469-1527-contribucio-


nes en ciencias políticas. 2. Filosofía política.
3. Ciencias políticas

La revolución de Maquiavelo.
El Príncipe 500 años después
Primera edición: noviembre de 2013

© Diego Sazo Muñoz, 2013


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 235.179

© RIL® editores, 2013


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751-1055 Providencia
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Impreso en Chile • Printed in Chile

ISBN 978-956-01-0038-2

Derechos reservados
Índice

Nota del editor..................................................................................... 11

Agradecimientos................................................................................... 19

Introducción

Moderno y polémico: Maquiavelo 500 años después........................... 21


Diego Sazo Muñoz

Capítulo I. Poder y política

La previsión del futuro en Maquiavelo................................................. 51


Óscar Godoy Arcaya

Republicanismo, realismo y economía política en El Príncipe.............. 73


Leonidas Montes Lira

Maquiavelo y la república. Notas críticas............................................. 93


Daniel Mansuy

Maquiavelo: ¿Filosofía versus Historia?............................................. 117


Gonzalo Bustamante

Las tres fortunas de El Príncipe.......................................................... 143


Miguel Saralegui

Capítulo II. Ética

La ética política de Maquiavelo: Gloria, poder y los usos del mal...... 165
Tomás A. Chuaqui

Maquiavelo y la ética de la responsabilidad política........................... 201


Carlos E. Miranda

Capítulo III. Religión

A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo............... 213


Luis R. Oro Tapia
Maquiavelo y la concepción republicana de providencia.................... 225
Miguel Vatter

Desafiando a la fortuna: Maquiavelo y el concepto de «milagro»...... 251


Ely Orrego Torres

Capítulo IV. Mitología y comedia

La wertud maquiaveliana. El príncipe como centauro........................ 269


Diego H. Rossello

La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños................ 287


Ernesto Rodríguez Serra

La finalidad de la comedia en Maquiavelo:


El ejemplo útil de la representación.................................................... 297
Sebastián Guerra Díaz

Sobre los autores................................................................................ 323


La mandrágora:
cómo el engaño triunfa sobre los engaños
Ernesto Rodríguez Serra
Centro de Estudios Públicos

Esta comedia nace cuando Maquiavelo está apartado no volunta-


riamente de la vida pública, sin poder político y perteneciendo a una
familia sin influencia y empobrecida. También cuando es consciente
de que su obra más importante (El Príncipe) —la que situaría para
siempre la política como una realidad no dependiente de la filosofía, la
religión o la ética— no tendría ninguna resonancia.
Hay dos claves que motivan la escritura de La mandrágora: en pri-
mer lugar, la necesidad de Maquiavelo de procurarse un medio para
vivir dada su condición menoscabada. Por otra parte, el interés de la
opinión florentina por la comedia como género del engaño. Maquiave-
lo nunca pierde el sentido del humor, sin el cual la vida de un hombre
libre no resulta posible. En este contexto, es capaz de crear una come-
dia que va a ser decisiva en la historia posterior del género y en la que
sus personajes van a reflejar, en tono de sátira cruel y al mismo tiempo
risueña, las reales vicisitudes y engaños de la vida pública. De esta ma-
nera los florentinos podrían comprender la intención de El Príncipe,
aunque no tuvieran la capacidad de leerlo directamente. La mandrágo-
ra es la figura de un juego de salón, que corresponde exactamente a la
gran y cruel comedia de la vida política.
Esta comedia es una concentración y una miniatura de la vida ciu-
dadana, ahora puesta en la palabra y la acción de la vida corriente de
los florentinos. En el último horizonte, la historia cotidiana es una pa-
ráfrasis de la comedia política. Ya Dante había colocado en su Comedia
a casi todas las personas conocidas de Florencia. A pesar de temples
de ánimo tan distintos, Dante y Maquiavelo comparten el amor a la
ciudad y la comprensión de los engaños de la vida y de los grandes
engañadores.

287
Ernesto Rodríguez Serra

Personajes y estructura de la trama

En los personajes de La mandrágora, que podemos ver antes de


leer la obra, ya está anticipada la acción que se desarrollará. Quizás el
personaje más importante es Calímaco, que es un hombre de muy buen
vivir, inteligente, amigo de todos, exitoso y siempre renaciendo a la vida
ante la aparición de un nuevo objeto de su deseo. Uno podría decir que
Calímaco es, como en el mito platónico del Banquete, la representación
de Poros, el hombre exitoso, jovial y triunfador. No es un aventurero
ni un astuto cualquiera, es alguien de la mejor sociedad que lleva una
vida lujosa y relajada en París y a quien lo mueve la posibilidad de una
conquista que aumente el brillo de su vida. El objeto del deseo es una
mujer que no ha visto, pero cuya fértil imaginación es capaz de trazar
su figura sin temor a equivocarse. ¿De dónde tanta seguridad? Calí-
maco tiene una relación de estrechísima amistad con su sirviente Ciro,
que es un hombre lúcido, sensato, capaz de comprender a su amo, de
guiarlo y al mismo tiempo contenerlo. A nosotros nos cuesta mucho
entender —después que la modernidad ha deshecho los vínculos que
podían unir a las clases sociales— esta profunda y confiada relación de
amistad entre las clases altas y las bajas.
Calímaco es un hombre de acción y se traslada inmediatamente a
Florencia. Ahí vive Lucrecia, bellísima, muy joven. Ella, tan recatada y
cuidada es sin embargo por su extrema belleza un objeto inocultable
para el imperecedero deseo. Está casada con un hombre viejo, rico y
desconfiado: Micer Nicias. Esta figura del viejo, que tiene a su lado una
beldad incandescente, es permanente en la comedia y la encontraremos
en las obras de Shakespeare, las óperas de Mozart y en la opereta vie-
nesa1. Con todo, esta figura social del matrimonio entre un viejo rico
y una joven bella parece inabordable. ¿Habrá un intersticio por donde
pueda colarse el engañador deseo de Calímaco? En este caso la grieta
no puede ser más plausible: Micer Nicias, hombre rico, desconfiado y
virilmente terminado, no desea morir sin descendencia. ¿Qué sentido
tiene nuestra vida por rica y próspera que haya sido si no la continúan
nuestros hijos? Es otro tema permanente de la poesía que encontrare-

1
Estos amores prohibidos y al mismo tiempo públicos, que se sitúan en medio
de la alta vida social, van a permanecer como figura no solo en la comedia
italiana. También la encontraremos en Miguel de Cervantes, eminentemente
en Shakespeare, en los libretos de Beaumarchais para las óperas de Mozart,
hasta terminar en las obras de Johann Strauss y en el Caballero de la rosa, de
Richard Strauss.

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La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños

mos trastornado en los sonetos de Shakespeare. No nos olvidemos que


la aparición del hijo puede hacer cumplir la promesa de la llegada de
un Mesías. Un hijo es un mesías salvador. Sin él la vida simplemente
concluye. Es tan comprensible esta debilidad humana que el viejo más
desconfiado y astuto puede convertirse en un ingenuo miserablemen-
te engañado con tal de permitir la aparición de su descendencia. Este
punto ciego es tan importante en la conducta humana que nos hace
comprender debilidades y complicidades que lindan con el mal. Lo im-
portante es que la impotencia del viejo se encuentra con la potencia
del hombre joven exitoso. Todo esto resulta muy cruel, pero la figura
del viejo impotente engañado es tan real, aunque miserable, que ha
permanecido de distintas formas a través de la historia y de los géneros
literarios.
¿Quiénes van a decidir si Calímaco encontrará su deseo? Son dos
divinidades del mundo pagano que se introducen y sin censura en el
Renacimiento en la Italia católica2: el amor y la fortuna. El conoci-
miento real de la vida, que es el que ocupa a Maquiavelo, no depende
de conocer la filosofía, la teología o de ser un devoto cristiano. El cris-
tianismo ha puesto en su lugar al amor, reduciéndolo al deseo casto y
al matrimonio. Y a la fortuna en la inescrutable voluntad de Dios. La
comedia tiene la virtud de desatar al amor y la fortuna, y convertirlos
en el único medio para conocer la realidad de la vida de primera mano
y no a través de alguna explicación filosófica o teológica. Ciertamente
que los antiguos, y Maquiavelo con ellos, no creían que Eros y la Fortu-
na fueran propiamente divinidades, sino las formas extremas del deseo
y la suerte humana. Son personificaciones a las que un hombre puede
invocar sabiendo que su condición divina no es confiable, sino impre-
decible y muchas veces fatal. Atravesar los límites del amor y la fortuna
es muy difícil. El ingenio de la comedia es un ingenio táctico: se trata
de descubrir si en la fortaleza del orden establecido hay alguna grieta
por la que pueda filtrarse el astuto deseo. Calímaco emprende entonces
una jugada estratégica.
¿Cuál es el punto débil del orden que quiere transgredir? ¿Cómo
se construye la escena de esta gran conspiración? Ya tenemos cuatro
personajes: Calímaco, el feliz deseoso; Ciro, el leal cuidadoso; Micer
Nicias, el desconfiado engañado; Lucrecia, la virtuosa intocada. La
operación estratégica que montará Maquiavelo requiere de otros ayu-
dantes, que no son generalmente nobles sino corrompidos y astutos, y


2
Me refiero a la capacidad que tiene la Italia católica de hacer suyo el ethos y
las divinidades de la antigüedad pagana.

289
Ernesto Rodríguez Serra

sin embargo son indispensables para conseguir el bien deseado3. Es evi-


dente que estas figuras reproducen y anticipan a todos los engañadores
que proliferan en las cortes reales y en los pasillos de la democracia.
Sin el concurso de estos ayudantes la operación no resulta. Si sacamos
a estos personajes que pueden parecernos despreciables, la obra no se
constituye, el amante no encuentra a la mujer deseada y el político no
encuentra la concreción de sus aspiraciones a la conquista del poder.
Tracemos las figuras de estos ayudantes innobles. El más importan-
te de ellos es sin duda Ligurio. Es el pequeño tramposo al que nunca
le va definitivamente bien, pero es rico en ardides y conocedor de las
miserias humanas y eso le reporta propinas, a veces generosas, para
sostenerse en su precaria existencia. Es la figura más central y el que lo-
gra concretar la estrategia y por eso es capaz de entregarle a Calímaco
las llaves del templo. Es el que tiene siempre los contactos necesarios,
sabe siempre cómo arreglar el camino de quienes solicitan sus servicios,
aunque sea incapaz de encontrar el suyo propio. A estas figuras les so-
bra astucia, pero les falta inteligencia, carácter y nobleza. Van a estar
siempre dando vueltas en los intersticios del poder. Vivirán de dádivas
que les permitirán sobrevivir en medio de sus pobres vicios.
¿Qué papel tiene la religión en esta comedia de engaños? Bajo la
sombra de la revelación cristiana, crecen geniecillos minúsculos, frailes
hipócritas, confesores sobornados, amantes viciosos de la corrupción y
cómplices de deseos que su condición miserable no puede satisfacer. Es
la figura del fraile corrupto, encarnado por Timoteo, ¿qué poder tiene,
amparado en la nobleza de la religión? Es capaz de engañar al que se
sabe engañado. El viejo Nicias, que no es definitivamente tonto, tiene
que saber que su objeto más preciado va a ser expuesto al pecado.
¿Quién puede conducir a un ser honrado a pecar? Si ese ser es ingenuo,
solo un mal sacerdote puede lograrlo. El desprestigio de los malos sa-
cerdotes tiene una larga data y los frailes Timoteos siguen pululando
entre la gente buena, que nunca es tan buena. Este fraile corrupto ter-
mina recibiendo las monedas que repartirá entre la Iglesia y sus propias
miserias. Es capaz de obtener jugosas limosnas que el buen fraile men-
dicante nunca podrá tener. Maquiavelo tenía ya en ese tiempo una ex-
periencia de primera clase y un desprecio preciso a las corrupciones de
la Iglesia. Recordemos que Dante también las conocía y cómo no tenía

3
En la filosofía contemporánea, Giorgio Agamben ha vuelto a poner de mani-
fiesto la necesidad de lo que él llama ayudantes.

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La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños

el genio satírico de Maquiavelo, colocaba a toda la clerecía corrupta en


los círculos más abyectos del infierno4.
¿Quién falta en esta región miserable de la comedia? La madre
hipócrita, falsamente beata, que invoca a la religión y es capaz por
conveniencia de ayudar al cura a convencer a su hija para que se en-
tregue al deseoso Calímaco. Ella es Sostrata. ¿No habrá en esa vieja
madre corrompida la sombra de un placer que ella no pudo conocer?
¿No querrá ella disfrutar por la interpósita persona de su propia hija
los placeres de la sexualidad que quizás no pudo concretar? Esa vieja
abominable podrá subsistir hasta estos tiempos en que presumimos ser
más morales que nuestros antepasados que pensamos quedan súbditos
de costumbres hipócritas.
Para que la corrupción se consume ha sido siempre necesario beber
de un licor prohibido. En la cultura de la tardía Edad Media y el Re-
nacimiento existió una verdadera cultura de filtros, pócimas y licores
capaces de destruir los buenos deseos y alterar de tal modo la condición
moral del envenenado para morir o sucumbir a un amor prohibido. La
pócima es un extracto de mandrágora. La mandrágora es una hierba
o tubérculo que se supone tiene poderes afrodisíacos. En este caso, la
pócima tendría la virtud de hacer fértil a una mujer. Pero sabemos que
regularmente ha sido necesaria la penetración de la mujer para que
otra pócima espesa tenga de verdad la virtud generadora. El gran po-
der simbólico de la pócima consiste en que todo el engaño al que han
contribuido el propio marido, la madre y el propio confesor, logren
adormecer por un momento la virtud de esa belleza no profanada y
despertar en ella el inconfesable y potente deseo que la hace entregarse
a Calímaco. Lucrecia no fue violada, se entregó a Calímaco y a los
insuperables placeres que le produjo el acoplamiento con un hombre
fuerte, bello y viril. Desde ese momento, Lucrecia y Calímaco siguen
amándose. Maquiavelo, más compasivo y menos cristiano que Dante,
no los condena al infierno y les permite seguir gozándose en las casas
de Florencia.

La comedia como transgresión no criminal del orden

El orden del mundo requiere de luces y sombras. Las mismas ins-


tituciones que aseguran el orden llevan dentro de ellas un germen que
las debilita, pero que las hace al mismo tiempo más complejas, más


4
La mandrágora se publica solo cuatro años antes de que Lutero condene la co-
rrupción simoníaca de la Iglesia, dando inicio al proceso de Reforma religiosa.

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Ernesto Rodríguez Serra

ricas en matices. En el orden perfecto de la santidad, la aparición de


tentaciones hace posibles amenazas y hasta transgresiones, si estas últi-
mas no destruyen el piadoso edificio. Los santos son asaltados por las
tentaciones, los matrimonios más felices son amenazados por la som-
bra del adulterio, los hijos mejores educados también albergan zonas
ocultas que sus padres prefieren no ver. El orden humano se construye
tomando en cuenta sus debilidades. Para decirlo al modo del mismo
Maquiavelo: quien conoce el mundo debe también conocer sus enga-
ños. Hay transgresiones que destruyen el orden del mundo. El adulte-
rio, por ejemplo, destruye el matrimonio o arroja un cono de sombra
que requiere la dura tarea del perdón, o la última elegancia del olvido.
La comedia es un género tanto más difícil que la tragedia porque
permite que las mayores transgresiones puedan ser aceptadas como una
forma extrema de las convenciones sociales. La comedia no es la trans-
gresión sustancial, no va más allá de los límites hacia abismos descono-
cidos, pero está permanentemente punzando los límites y produciendo la
satisfacción de violarlos sin destruir el orden. Así los enriquecen de una
manera que nunca el mero comportamiento socialmente regulado puede
lograr. La comedia está permanentemente pisando las fronteras, empu-
jándolas hasta llegar a lo prohibido, sin que la culpa, sino la excitación
gozosa, produzca esa experiencia privilegiada de jugar siempre en los
límites de lo prohibido. La comedia es semejante a un juego deportivo,
donde los que lo juegan están siempre al borde del off side o de cometer
una falta que el árbitro social puede sancionar levemente y solo en casos
extremos expulsar al transgresor. Este acoso erótico ha tomado diversos
nombres, como nuestro antiguo hacer la corte, el francés faire l’amour y
el universalmente conocido flirt. En toda relación amorosa, incluso ma-
trimonial, la posibilidad o la inminencia de la transgresión la asedia, la
hace peligrar y la estimula. Ese juego ha sido permanente en las reglas
de la buena sociedad y la comedia, y es, junto a las músicas que suelen
acompañarla, el mejor ejemplo siempre a nuestro alcance para divertir-
nos o invitarnos a comportamientos semejantes.
Hay formas de transgresión que no son precisamente criminales. Al-
gunos ejemplos: una mujer de bello y opulento escote, sentada junto al
poeta Pierre Reverdy, le pregunta qué significa ser un poeta. Él le contesta,
mientras pone su mano sobre el pecho de ella: «Ser un poeta es tan poco
importante que uno puede hacer esto sin que tenga mayor importancia».
En la novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Rainer Maria Rilke
nos dice que en una cena que tiene lugar en la más alta nobleza nórdica,
el transgresor comienza a verter vino sobre una copa, más allá del límite

292
La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños

establecido y ante la mirada atónita del anfitrión, la sigue llenando hasta


que se derrama e inunda el lujoso mantel. Un último ejemplo: en una co-
media de Noel Coward se encuentran un hombre y una mujer en la inmi-
nencia de un affaire. Él le dice algo insinuante y directo. Ella le contesta:
«Te estas saltando un paso». Él vuelve a la conversación convencional
y luego insiste otra vez, y ella le dice: «Te estas saltando los pasos otra
vez». Y aunque suponemos que casi inevitablemente el juego terminará
en el abrazo amoroso, ese gozoso juego tiene siempre una suerte incierta.
De ahí la invocación permanente a la Fortuna. En el juego de la Fortuna
a veces el que asedia derriba los muros de la fortaleza. Otras veces la For-
tuna prefiere ayudar a la fortaleza, y entonces elude la maniobra y deja
al asediante expuesto al mal rato, a la vergüenza o un pasajero consuelo.
Esas transgresiones no criminales no destruyen, sino que aumentan
el encanto de la situación humana. ¿Qué sería del Quijote sin los enga-
ños? El humor, el franco humor irreverente es también una transgresión
no criminal. La sociedad necesita, acoge y hasta bendice esas transgre-
siones, y la comedia, y particularmente la comedia de enredos, es el gé-
nero por excelencia de la transgresión no criminal. El buen humor, aun
el humor picante, aumenta el sabor de la vida y es una crítica al mora-
lismo social que prefiere no mirar las sombras de nuestras conductas.

La buena vida

Surge entonces una figura privilegiada de la vida humana a la que


llamaríamos la del que sabe vivir. La figura del transgresor que nos
muestra que la comedia es siempre benévola. El transgresor es un hom-
bre que sabe vivir, conoce las riquezas y placeres del mundo, mantiene
las mejores relaciones con toda la sociedad y está seguro de que las bue-
nas maneras hacen más dulce la vida y más amables las virtudes. Ese es
Calímaco. Qué mejor manera de decirlo que reproducir la canción con
la que Maquiavelo inicia La mandrágora:

Porque la vida es breve, y muchas son las penas que vivien-


do y luchando todos soportamos, tras nuestros anhelos van
pasando y consumiéndose los años; y aquel que renuncia al
placer, para vivir sólo con angustias y afanes no conoce los
engaños del mundo5.

Maquiavelo, La mandrágora (Madrid: Tecnos, 2008) 3.


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Ernesto Rodríguez Serra

Vivir es conocer los engaños del mundo. Este texto inicial de Maquia-
velo, que parece superficial, está en el comienzo de la tradición filosófica.
En un poema de Parménides se afirma que el hombre sabio debe conocer
la diferencia entre la verdad y las apariencias. Y si no ha probado esa per-
manente confusión y convivencia entre la aparición y la mera apariencia,
no es verdaderamente un hombre sabio. Es el lado amable y jovial del
pensar que se oculta tantas veces detrás de la gravedad filosófica.
Entre la aparición y la apariencia hay un permanente juego porque
lo verdadero está siempre apareciendo y ocultándose. En nuestros días,
la verdad como aparición y ocultamiento es central en el pensamiento
de Heidegger. Y en un sentido muy amplio, Wittgenstein entiende que
el lenguaje es un permanente juego que necesita reglas muy precisas y
sin embargo siempre cambiantes. Esa es la maestría del gran intérprete
del teatro y la música. Un texto teatral mal leído, sin el juego preciso y
cambiante del lenguaje, no solo nos aburre, sino que es casi imposible
de entender. Toda la tradición del teatro inglés es inseparable del juego
del lenguaje, como lo saben los que conocen los modos de Cervantes.
Así un violinista está permanentemente «jugando» con la partitura que
sólo así puede interpretarse fielmente. Es una lástima que en el idioma
español no se pueda decir que un actor «juega» a Shakespeare o a Mo-
zart, lo que es evidente en el inglés o el francés. Si es así, no solo la obra
filosófica o literaria tiene un juego que sólo comprendiéndolo podemos
comprender, sino que la vida humana misma es un juego. Y ese es el
sentido que ha tenido siempre el lenguaje cuando habla de una vida
bien vivida. La belleza del vivir, aunque esconda traiciones y mentiras,
tiene una dulzura que solo puede conocer el que la prueba.
Observemos la figura vital de Calímaco, artista, jugador de su pro-
pia vida. Vive como un ejemplo del hombre del Renacimiento. Irónica-
mente, en medio del esplendor y el lujo vital que lo rodea. Eso lo hace
ser amable, cariñoso con todos. Esa figura magnífica de la vida nos pa-
rece que se pierde en la modernidad, porque muy pocas veces el nuevo
millonario conoce los engaños y matices de la vida. Y confunde conocer
las cosas con tenerlas. Es un hombre que no tiene conciencia de los lí-
mites, y en consecuencia no puede gustar de su vida porque va ansioso
de la persecución de un bien a otro. Calímaco, en cambio, representa
la suprema elegancia del que sabe distinguir. Pero no se agota en esa
elegancia, no le basta con disfrutar lo que tiene, porque hay algo que lo
pone en movimiento y es la aparición de una forma inaudita, única de
belleza. Por esa promesa de felicidad, Calímaco abandona París y juega
su gozosa transgresión en las calles de Florencia.

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La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños

El amor

El amor es siempre sus propios juegos. Por eso Maquiavelo puede


decir que el amor es un ir y venir, en su aparecer y desaparecer confun-
de y borra la identidad de las cosas. Le quita al hombre la confianza en
sí mismo y lo somete a un yugo delicioso y también destructor. Oiga-
mos a Maquiavelo en la primera canción de La mandrágora:

Amor, quien no ha conocido tu yugo, en vano espera conocer


del cielo las más altas delicias, ni sabe cómo a la vez se vive
y muere, cómo se huye el bien para seguir el mal; cómo se
puede amar uno a sí mismo menos que al prójimo; cómo a
menudo temor y esperanza hielan y queman los corazones, ni
sabe cómo por igual hombres y dioses temen las armas que
te adornan6.

Aquí el amor no es solo el deseo de lo que no tenemos, ni tampoco


el deseo del último bien; es una dulce inquietud, una amarga dulzura.
En esta experiencia del amor como un juego impredecible, engañador
y cruel nos apartamos de la tradición canónica del amor puro. Desde
Platón se reconocen las múltiples formas que puede tomar el amor.
En la comedia de Maquiavelo, y en general en toda la tradición de la
comedia, el amor es un dios esquivo, súbito, peligroso y fugaz. Aquí
no estamos frente al amor platónico que va del amor de los cuerpos al
amor de la última increada belleza. Tampoco el amor es la diritta via
que nos conduce a la perfección beatífica si no perdemos el rumbo en
medio de la vida (Dante). Tampoco el amor es una pasión ciega y total
que conduce a los amantes al abismo (Tristán e Isolda). El amor de la
comedia es un amor que juega, y sin embargo en ese juego que puede
parecer frívolo e inconstante, se manifiesta una forma de conocimien-
to y un acceso a la verdad, si es cierto lo que nos ha dicho Heidegger
cuando afirma que la verdad es aletheia, un permanente aparecer y
desaparecer de la presencia, un desvelamiento o desnudez que luego
vuelve a ocultarse y perderse. Así, el amor de la comedia nos permite
asomarnos de un modo privilegiado a ese último rasgo del amor que es
siempre incierto. Así aprendemos algo de lo peligroso, gozoso y fugaz
de nuestra existencia.

Maquiavelo, La mandrágora, 19.


6

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Ernesto Rodríguez Serra

La comedia de enredos

¿Cómo la comedia ha recogido ese juego? En la comedia no sa-


bemos si esa bella mujer es realmente una niña o un bello joven en la
plenitud de su primera belleza, y esa confusión nos descoloca. Por un
momento, mientras estamos en la comedia nuestras identidades mora-
les vacilan. La apariencia coincide a ratos y a ratos no coincide con la
realidad. Al final de la comedia ese intrincado enigma se resuelve y cada
uno de los personajes encuentra lo que es suyo. El juego incesante de
la comedia es idéntico al juego de la música. Toda la música cortesana
tiene que ver con el juego de amor o lo que en la tradición de la poesía
se llamaron las Cortes de Amor. Aunque efímera, es una última alegría,
un gozo que no termina y que solo conoce el que lo prueba, como había
dicho ya antes de Maquiavelo ese gran amigo de Dante que fue Guido
Cavalcanti.
Ese gozo de vivir, que incluye todas las verdades, engaños y desen-
gaños, está presente en la tradición italiana desde antes de Maquiavelo
hasta nuestros días.
La comedia es un juego artístico más difícil que la tragedia. En la
tragedia los hombres son impotentes frente al destino. En la comedia
le hacen guiños al destino y aunque sea momentáneamente, logran ha-
cerlo brillar y postergarlo. Aunque la Fortuna, la caprichosa Fortuna,
equivoca al hombre y lo arroja a la desdicha, el hombre puede, a veces,
apoyándose en su ingenio, descubrir que también ella tiene un lado dé-
bil y transgrediéndolo puede derrotarla momentáneamente y encontrar
un momento de felicidad.
Maquiavelo, el político, el amigo de amigos y aventuras, el que
escribe La mandrágora, no nos enseña ningún relativismo, sino que
nos alerta y nos anima a jugar el juego incesante de la vida personal,
erótica y política.

Bibliografía

Maquiavelo, Nicolás. La mandrágora. Barcelona: Tecnos, 2008.

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L a lucha por la interpretación de Maquiavelo sigue vi-
maquiavelo
El Príncipe 500 años después
La revolución de

gente. Como afirmó alguna vez Isaiah Berlin, existen


al menos veinte lecturas disímiles sobre su pensamiento,
número que continúa creciendo al conmemorarse 500
años de su obra más reconocida. Hay quienes lo consi-
deran un científico de la política, otros un promotor del
republicanismo, algunos un defensor del pueblo o, por
el contrario, simplemente un despreciable consejero de
tiranos. La mayor fuente de polémicas la concita El Prín-
cipe, opúsculo que compuso en la amargura de su exilio
(1513) y que desató una crítica visceral que se extiende
hasta nuestros días.
¿Cuál es la importancia de El Príncipe? ¿Qué explica
que sea uno de los libros más leídos en la historia de la
teoría política? En sus líneas Maquiavelo navegó contra
la corriente: liberó a la política de la metafísica tradicio-
nal y prefiguró los contornos de lo que hoy llamamos
Estado, de carácter soberano y secular. Con ello abrió las
puertas de la modernidad política. Su método también
fue revolucionario, pues emprendió un original retorno
a los clásicos, resignificando los conceptos de libertad,
república, virtud y fortuna.
Este libro expone y confronta ideas heterodoxas so-
bre diversas dimensiones del pensamiento de Maquiave-
lo, entregando luces y nuevas aproximaciones acerca del
legado de uno de los autores políticos más importantes
en la historia moderna de Occidente.

Escriben

Gonzalo Bustamante · Tomás Chuaqui · Óscar Godoy


Sebastián Guerra · Daniel Mansuy · Carlos Miranda
Leonidas Montes · Luis Oro · Ely Orrego
Ernesto Rodríguez · Diego Rossello
Miguel Saralegui · Diego Sazo · Miguel Vatter

ISBN 978-956-01-0038-2

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