Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Artículo extra:
La palabra verdad lleva en su significado las huellas de una historia atormentada y apasionada,
llena de luces y sombras, enigmas y misterios, héroes y víctimas, dictaduras o totalitarismos y
esclavitudes, escepticismos y certezas, puertas cerradas y horizontes abiertos. Lo mismo
sucede con otras palabras.
El Estado de la Cuestión
Teorías actuales de la verdad
Una teoría de la verdad ha de incluir al menos cuatro apartados: definición del concepto de
verdad, distinción de los tipos de verdad y fijación del lugar sistemático de la verdad y de la
teoría de la verdad en el marco del saber y de la acción.
1) Introducción
La verdad es uno de los temas centrales de la Filosofía del conocimiento, de la Filosofía de la
lógica y del lenguaje, y con ello de todo saber sistemáticamente organizado. Esto se debe, en
parte al menos, a dos razones: a) que toda reflexión al respecto ha de partir, en algún sentido,
del factum del conocimiento, y en particular del factum de la verdad, si no quiere ser
auto-contradictoria. b) Que toda acción cognoscitivo- racional ha de contar como uno de sus
fines con la obtención de resultados verdaderos, sea cual sea el modo de entender qué es
verdadero y cuál sea la función cuyos resultados le adjudique.
2) ¿Qué es una teoría de la verdad?
Es el determinar qué es exactamente una teoría de la verdad, o cuándo un cierto conjunto de
tesis al respecto puede ser considerado como tal. En este sentido, aparecen dos
inconvenientes: 1) El término “teoría” se utiliza en dos sentidos diferentes, más o menos
estrictos. La oscilación varía entre dos extremos: desde quienes entiende que lo propio de una
teoría es la formulación rigurosa y sistemática (científica) de un conjunto de tesis
comunicables, criticamente discutibles, controlables, con pretensión de validez universal y de
carácter monológico; hasta el polo opuesto de quienes consideran que teoría ha de tomarse en
un sentido muy amplio, como equivalente de concepción, comprensión, reflexión, visión, etc.
2) Se marcan objetivos diferentes como tarea propia de una teoría de la verdad. Tampoco hay
un acuerdo ni siquiera aproximado entre los diferentes autores acerca de qué es lo que se debe
pretender elaborar una teoría de la verdad.
Dependiendo de cómo se resuelvan las dos cuestiones anteriores se produce un tipo u otro de
teoría de la verdad. No todos los acercamientos a la amplia problemática de la verdad
concluyen con una teoría “completa” al respecto, sino que muchos de ellos se concentran
exclusivamente con fines taxonómicos, vamos a utilizar una noción amplia de teoría de la
verdad.
1
Una teoría “completa” de la verdad debería constar al menos de las siguientes partes:
1) Definición de concepto de verdad
2) Determinación de criterio de verdad
3) Distinción de tipos de verdad
4) Lugar sistemático de la verdad y de la teoría de la verdad
Conviene señalar inmediatamente que prácticamente no hay ninguna teoría de la verdad que
aborde sustemáticamente todos y cada uno de los aspectos señalados.
3) Clasificación de las teorías de verdad
3.1 Criterios de clasificación
Los criterios que pueden adoptarse para clasificar las teorías de la verdad son, de hecho, muy
diferentes, y obviamente, el resultado cambia con elllos.
4) Caracterización de los tipos de teoría de la verdad
4.1 Teorías de la correspondencia
Dentro de estas teorías de la verdad los editores incluyen a pensadores como: A. Tarski, S.
Kripke, D. A. Davidson, R. Carnap, J. L. Austin o A. Schaff. Las teorías correspondentistas de la
verdad se circunscriben dentro de un marco teórico más amplio, el paradigma
representacionalista. La idea básica del representacionalismo afirma que la función primordial
del lenguaje es representar cómo es el mundo. Para este tipo de teorías la verdad es
correspondencia entre los ítems lingüísticos que los hablantes usan y los hechos o estados de
cosas que se dan en el mundo. Si, por ejemplo, yo profiero ‘El libro está encima de la mesa’, la
proposición expresada por dicha proferencia será verdadera si el libro está encima de la mesa;
de cualquier otra manera dicha proposición será falsa.
La formulación canónica de la intuición correspondentista, intuición que lleva a aceptar ciertos
compromisos difícilmente asumibles, es el Esquema-V tarskiano: ‘X es verdadera si, y solo si, p
(donde p es una oración y X es un nombre de dicha oración). Es decir: “La nieve es blanca” es
verdadera si, y solo si, la nieve es blanca’. La definición de la noción de verdad de Tarski implica
una equivalencia entre una oración del lenguaje objeto (una oración usada que representa un
hecho del mundo) y esa misma oración en el metalenguaje. Ligadas a esta posición de Tarski
encontramos otras teorías semánticas de la verdad, como por ejemplo, la concepción de S.
Kripke, la cual es una variación de la posición de Tarski, un refinamiento técnico que, aunque
supera algunos problemas del Esquema-V, apenas modifica su sustrato filosófico.
Aunque la teoría de J. L. Austin en Verdad puede situarse dentro de las teorías
correspondentistas, conviene remarcar que se no comparte algunos de los rasgos que tienen
las teorías semánticas. En la obra se sitúa a la teoría de Austin, creemos que de manera
acertada, dentro de las teorías correspondentistas porque la verdad sigue siendo una cuestión
de correspondencia. Sin embargo, los ítems que están en la relación de correspondencia son
tan distintos a los de las teorías representacionalistas semánticas, que es preciso tratar a
ambas de manera separada. En el caso de J. L. Austin, la correspondencia tiene que darse entre
las palabras que un hablante dado usa en una situación concreta y las palabras que
convencionalmente suelen asociarse con el tipo de situación al que pertenece la situación
concreta en la que el hablante profirió dichas palabras. Como Austin dice: “La verdad de los
enunciados sigue siendo un asunto que depende de que las palabras usadas sean las
convencionalmente elegidas para situaciones del tipo al que pertenece la referida. Como
puede verse, la idea de que las proferencias de los hablantes sean verdaderas si representan
2
hechos del mundo se ha evanescido por completo. Para Austin, convencido pragmatista e
inventor de la teoría de actos de habla, aunque la verdad es correspondencia, no lo es entre
ítems de un lenguaje, sino entre un ítem del lenguaje y una convención de uso del sistema
lingüístico.
Durante gran parte del siglo XX se ha considerado que una teoría de la verdad como
correspondencia proporcionaba la caracterización de la verdad más inmediata y natural. Sin
embargo, esta aparente evidencia, ligada indisolublemente a una ontología y epistemología de
corte realista, esconde algunas dificultades insalvables. Por un lado, es incapaz de dar una
caracterización consistente de los términos de la relación de correspondencia. Y, por otro lado,
entraña algunas deficiencias explicativas que conducen a los defensaores de este tipo de
teorías a una encrucijada: tener que elegir entre no dar cuenta de aquellas oraciones de los
lenguajes naturales cuya función no es representar ningún hecho del mundo, o dar cuenta de
ellas pero al precio de reificar la noción de ‘hecho’ o ‘estado de cosas’, lo que lleva a admitir en
nuestra ontología no solo hechos naturales, sino muchos otros tipos de hecho: hechos
morales, hechos modales o hechos probabilísticos.
4.2 Teoría pro-oracional
Dentro de estas teorías de la verdad los editores incluyen a pensadores como: F. P. Ramsey, P.
F. Strawsonm, C. J. F. Williams o J. Hornsby. La teoría pro-oracional de la verdad pone el énfasis
en su explicación en la analogía entre los pronombres y otras expresiones como ‘Eso es verdad’
o ‘Lo que Pedro dijo es verdad’, las cuales se denominan por extensión pro-oraciones. No solo
los pronombres cumplen la función de ser variables, en su caso variables nominales, sino que
ciertas expresiones pueden ser también variables proposicionales. Podríamos resumir la idea
fundamental de la teoría pro-oracional diciendo que el predicado de verdad transforma
designaciones de proposiciones como ‘que el libro está sobre la mesa’, en expresiones de esas
mismas porposiciones, es decir, ‘Es verdad que el libro está sobre la mesa’.
La palabra “que” y las comillas son mecanismos cuyo propósito es precisamente el opuesto de
este [del predicado “es verdad” o “es verdadero”], a saber, convertir una expresión de una
proposición en una designación de una proposición. Si se considera “es verdadero” y “que”
como operadores, uno puede verse como el converso del otro. Están relacionados como “el
doble de” está relacionado con “la mitad de”. .
La primera formulación de la teoría pro-oracional de la verdad se debe a F. P. Ramsey. En La
naturaleza de la verdad Ramsey dice: ‘una creencia es verdadera si es una creencia de que p, y
p. Esta definición suena extraña porque no nos damos cuenta de que “p” es una variable de
oración y por esto debe considerarse que contiene un verbo; “y p” suena absurdo porque
parece que no tiene verbo y estamos preparados para añadir tal verbo “es verdadero”. Esta
definición ha sido la causa de que la teoría de Ramsey haya sido interpretada como una teoría
de la verdad como redundancia. Aunque no se considere a Ramsey de manera general como
un pro-oracionalista, sino como un redundantista, la evidencia textual de sus obras creemos es
suficiente para concluir dos cosas. Primero, que Ramsey mantuvo una teoría pro-oracional de
la verdad, como bien señalan los autores. Y segundo, que además de ser el primero en usar el
término ‘pro-oración’, lo usó en un sentido filosóficamente relevante.
... en el lenguaje corriente que trata lo que realmente deberíamos llamar pro-oraciones como si
fueran pronombres. Las únicas pro-oraciones admitidas en el lenguaje corriente son “sí” y
“no”, ... mientras que “eso” y “lo” incluso cuando funcionan como abreviaturas de oraciones
siempre requieren ser completadas con un verbo: este verbo es a menudo “es verdadero”.
3
Lo que se suele olvidar al tratar la teoría de la verdad de Ramsey, es que, en su definición, ‘p’ es
una variable proposicional, y como tal, contiene un verbo. Este verbo puede ser cualquiera, por
ejemplo, ‘A es B’. En este caso en la segunda parte de la definición tendríamos ‘y A es B’, lo cual
no necesita ser completado para que sea gramaticalmente correcto. Pero si tomamos por
ejemplo ‘Lo que Pedro dijo era verdad’, aquello que Pedro dijo era sin duda algo expresado por
una oración que contenía un verbo. Pero al representar lo que Pedro dijo con el pronombre ‘lo’,
el verbo contenido en dicho pronombre tiene que ser completado por el predicado ‘es verdad’
o ‘es verdadero’, ya que si no, gramaticalmente estaría incompleto.
Ramsey fue el primero que hizo hincapié en la importancia de tomar en consideración aquellas
proferencias donde expresiones como ‘lo’ o ‘eso’ son variables proposicionales. Atendiendo a
estas proferencias puede verse que en ellas el predicado de verdad no es redundante en
absoluto, ya que es necesario para obtener un contenido proposicional completo. Desde
entonces, los distintos autores que han defendido la teoría pro-oracional de la verdad han
vindicado la idea fundamental de Ramsey de que en los usos no-redundantes no podemos
quitar el predicado de verdad sin a la vez ocasionar una pérdida del contenido aseverado.
Además, el predicado de verdad hace posible que podamos atribuir verdad a contenidos que
no están explícitamente dados en nuestro contexto de uso, y de este modo permite atribuir
verdad a cosas dichas por otros hablantes, pudiendo así afirmar o negar lo mismo que ellos.
Por ejemplo, en las adscripciones de verdad, puede verse que el papel que juega el predicado
de verdad es transformar una expresión “incompleta”, no-proposicional –una adscripción de
verdad cuyo contenido no está dado explícitamente–, en un contenido proposicional completo
que puede ser afirmado, negado o usado como premisa o conclusión de ulteriores inferencias.
En conclusión, la teoría pro-oracional de la verdad subraya la analogía que existe entre los
pronombres y las pro-oraciones. Cuando usamos una adscripción de verdad en la que el
contenido adscrito no está explícitamente dado, por ejemplo, cuando decimos ‘Lo que Pedro
dijo en el cine es verdad’, el predicado de verdad no puede quitarse sin ocasionar al mismo
tiempo una pérdida del contenido aseverado. A la vista de estos casos, y a diferencia de lo que
defendían algunas teorías de la correspondencia, no puede concluirse que el predicado de
verdad sea superfluo. Sirve, entre otras cosas, para afirmar en nuestro contexto aquello que
otro hablante afirmó en un contexto anterior.
4.3 Teorías fenomenológicas de la verdad
En esta categoría los editores de la obra incluyen a pensadores como E. Husserl, F. Brentano,
M. Henry (teorías evidencialistas), J. Ortega y Gasset (teoría perspectivista), P. Ricoeur (teoría
metafórica) y X. Zubiri (teoría de la verdad real).
La concepción fenomenológica de la verdad tiene su punto de partida en la obra del alemán E.
Husserl. El proyecto fenomenológico nace en un contexto en el que tanto las posiciones
idealistas como las realistas habían sido exprimidas hasta el límite de sus posibilidades. La
renovación filosófica del saber tiene para Husserl dos objetivos fundamentales: la
recuperación del momento de realidad, así como su carácter prioritario en la construcción del
conocimiento verdadero (a las cosas mismas), e incorporar en este momento el giro
copernicano que para la filosofía supuso el pensamiento de Kant, haciendo de la conciencia el
escenario desde el cual (y en el cual) dilucidar el problema del conocimiento. El ideal de
adecuación. Evidencia y verdad es un muy buen ejemplo de los muchos análisis que Husserl
dedicó al tema de la experiencia de la evidencia y su relación con la experiencia de la verdad.
Su teoría evidencial de la verdad se basa en el cumplimiento o satisfacción de una expectativa:
4
la coincidencia entre lo que espero y los datos que han de satisfacer tal expectativa en la
medida en que se hacen presentes en mi conciencia. Husserl distingue así entre tres grados de
cumplimiento de expectativas o intenciones: el acto sígnico, los actos intuitivos y la
percepción, que es el grado máximo y presenta la cosa misma, no solo su imagen (aunque
admita grados de perfección). La verdad es así definida por Husserl como el correlato objetivo
del acto de evidencia, acto en el que se vive el objeto dado, el cual, como plenitud ideal de la
intención, es considerado como lo verdadero. La verdad es la adecuación ideal de un acto
relacionante a la respectiva percepción adecuada de la situación objetiva.
Dentro del contexto de autores más próximos a la Fenomenología, entre los que
encontraríamos a P. Ricoeur, J. P. Sartre o E. Levinas, destacan las propuestas de los españoles
J. Ortega y Gasset y X. Zubiri, por presentarse críticamente al mismo tiempo frente a la
Fenomenología husserliana y a la Hermeneútica de Heidegger. Zubiri, como Heidegger y frente
a Husserl, afirma que no hay evidencia inmediata y que, por tanto, esta no es el punto de
referencia originario. La verdad, la “verdad real”, como la denomina Zubiri, es pre-evidencial,
esto es, es una cualidad de la realidad actualizada, es ratificación de lo real actualizado o, en
palabras del español, es la fuerza de imposición de la impresión de realidad, la fuerza de la
realidad en la intelección. Esta verdad es sentida, es “intelección sentiente”, nivel originario en
el que no hay conocimiento como tal, ni crítica ni interpretación, estableciéndose como
condición de posibilidad de todo comprender, cuestionando de este modo el punto de partida
de la Hermeneútica heideggeriana.
4.4 Teorías hermenéuticas de la verdad
Resulta muy difícil aportar un criterio de unificación de las teorías de la verdad adscritas a la
corriente hermeneútica, dado que ésta se desarrolló en el siglo XX dentro de una continuada
discusión e influencia con el resto de las corrientes filosóficas. Los editores de esta obra
distinguen de manera acertada entre posiciones cercanas a la fenomenología (M. Heidegger y
P. Ricoeur), a la filosofía del lenguaje ( Apel, Gadamer o J. Simon), al existencialismo (K.
Jasper), al estructuralismo (M. Foucault) o al pragmatismo (R. Rorty). El punto de partida de
todos ellos se puede situar en el proyecto de crítica y transformación de la metafísica
occidental que lleva a cabo Heidegger siguiendo la senda abierta por Nietzsche. Heidegger
critica en este texto la concepción de la verdad como correspondencia, de origen
aristotélico-escolar, y se pregunta en cambio si el lugar de la verdad no será aquel que hace
posible la concordancia y el descubrimiento de lo que esta correspondencia manifiesta: la
simultaneidad entre el darse de las cosas y la apertura del sujeto a través de la cual reconoce y
se apropia de lo manifiesto. Esta simultaneidad es solo posible cuando esta apertura es libre y
el sujeto se encuentra abierto a su propia posibilidad, dejando que lo que es, el ente, se
manifieste en su ser. La libertad entendida como dejar-ser al ente cumple y realiza la esencia
de la verdad en el sentido del desvelamiento del ente. Es aquí donde se produce la verdad
como alétheia o desocultamiento y donde el sujeto, a través del lenguaje, es capaz de
reconocer lo puesto en ella de manifiesto. Pero lo puesto así de manifiesto a través del
lenguaje en el conocimiento, en la apropiación de la verdad que hace el sujeto, no hace al
mismo tiempo sino ocultar su fuente, la esencia de la verdad. La verdad se ve así en la
posibilidad de quedar atrapada en un modelo de reconocimiento basado en lo dado y en el
juego de corrección/error de la representación, modelo que trastoca la vitalidad del darse de la
cosa, que es condenada al misterio y la apariencia. La verdad es definida por Heidegger como
un momento más originario que el conocimiento y, por tanto, como una superación de la
subjetividad y la metafísica de la conciencia, con vistas a una experiencia de la libertad más
radical que funda toda correspondencia entre la manifestación de las cosas y lo dicho en el
lenguaje, y que funda por ello el momento de constitución del sujeto.
5
4.5 Teorías de la coherencia
La característica definitoria de este grupo consiste en que la verdad se identifica con la
coherencia o adecuación de oraciones o cualquier otro portador de verdad (creencias,
proposiciones, etc.), no son con el mundo sino con un conjunto de suficientemente amplio de
otros portadores. La idea que subyace a esta concepción es que la adecuación, o la coherencia,
de las creencias (oraciones proposiciones) con otras creencias, o con el sistema general de
nuestro conocimiento no es meramente un índice de la verdad, un criterio para distinguir entre
las verdades y las no verdades, sino que es justamente aquello en lo que la verdad consiste.
A una teoría de la verdad como coherencia se puede llegar por diversas vías, pero todas ellas
dependen, de una forma u otra, de consideraciones epistemológicas, puesto que las teorías de
la verdad como coherencia tipícamente constituyen uno de los posibles acercamientos
epistemológicos al problema de la verdad. Otras motivaciones para la verdad como coherencia
son a) la búsqueda de soluciones al problema del escepticismo, íntimamente relacionado con
las propuestas correspondentistas; y b) las dificultades relacionadas con los enunciados
protocolares o de observación.
a) La verdad como correspondencia suele ir acompañada de una concepción metafísica que
asume la existencia de una realidad independiente, que se nos opone. La verdad como
coherencia se presenta muchas veces como una respuesta radical al problema del escéptico.
En las teorías coherenciales se rechaza la existencia de una realidad completamente
independiente y se subraya, con mayor o menor fuerza, la ductilidad o maleabilidad de la
realidad: la idea de que la realidad se construye. Si la realidad es un constructo, y no es más
que lo que las teorías vigentes dicen que es, o lo que el sistema global del conocimiento dirá
que es al final de los tiempos, o cosa similar, entonces el llamar a una creencia verdadera no
será más que indicar que corresponde al conocimiento o a la ciencia.
b) La decepción con respecto a la irreversibilidad de los enunciados más básicos. La
concepción figurativa del lenguaje del atomismo lógico fue el origen de la concepción
verificacionista del significado del positivismo lógico. En ambas, el significado de los
enunciados complejos depende del significado de los enunciados simples que son los que, en
última instancia, tocan el mundo. Las dificultades de esta posición filosófica que ahora nos
interesan son de dos tipos. Las relacionadas con la verificación completa de los enunciados y
las relacionadas con este paso lógico desde el significado y la verificación de enunciados
menos simples.
Las posiciones coherentistas tienen también sus dificultades, y algunas de ellas son bastante
obvias: ¿cómo distinguir una descripción verdadera del mundo de un cuento de hadas
coherente? La respuesta de los positivistas es echar manos del desarrollo real del
conocimiento. La diferencia es más fáctica que teórica y desde luego no tiene que ver con
ningún rasgo formal de los sistemas coherentes de lo que nos fiamos
Rescher sostuvo que los criterios de verdad y las definiciones de verdad no pueden estar
desconectados sino que más bien debería haber una continuidad entre el tipo de rasgos que
nos permiten clasificar algo como verdadero. Su propuesta es así algo más sofisticada: la
verdad es coherencia ideal, es decir el tipo de coherencia o de compatibilidad que se produciría
si tuviéramos un sistema completo de conocimiento y un adecuado acceso a él.
La verdad es una síntesis de una estructura bipolar en la que concurren dos aspectos: la
pretensión de validez y la relación de la cosa misma.
6
Dados estos polos que vienen a coincidir en la noción de verdad, Puntel describe la verdad
como una pretensión de validez justificable discursivamente que articula la revelación de la
cosa misma mediante diversos momentos lingüísticos. No son momentos separados, están
intrínsecamente unidos.
La coherencia se convierte en el último criterio y global de verdad. Elabora con ello una teoría
coherencial-sistemática de verdad.
4.6 Teorías pragmatistas de la verdad
Dentro de estas teorías de la verdad los editores incluye a pensadores como: W. James, I.
Ellacuría o S. Haack. Conviene matizar que, aunque S. Haack se ha incluido en la presente
sección, no defiende una teoría estrictamente pragmatista. la única teoría que puede
considerarse estrictamente pragmatista es la de W. James. Por esta razón nos centraremos en
ella para exponer los puntos principales de la concepción pragmatista de la verdad.
Como las teorías que hemos visto hasta ahora, las teorías pragmatistas de la verdad también
se asientan en un lecho común amplio: su rechazo a la distinción apariencia-realidad. Este tipo
de teorías afirman que, aunque esta distinción ha sido una de las distinciones clásicas y
fundamentales de la metafísica occidental, debe ser rechazada porque su fecundidad
explicativa es prácticamente nula. Para los correspondentistas la verdad es una propiedad de
nuestras ideas y significa adecuación o correspondencia entre dichas ideas y la realidad. Es
decir, una idea, creencia o afirmación es verdadera si copia fielmente la realidad o el objeto
que representa. Pero, en este punto, se pregunta el pragmatista, ¿qué quiere decir el término
“adecuación” cuando una idea no copia o representa fielmente su objeto? William James nos
dice: Cierren ustedes los ojos y piensen en ese reloj de pared y tendrán una verdadera imagen o
reproducción de su esfera. Pero su idea acerca de cómo “anda” –a no ser que sean ustedes
relojeros– no llega a ser una reproducción, aunque pase por tal, pues de ningún modo se
enfrenta con la realidad. ... y cuando se habla de la función del reloj de “marcar la hora” ..., es
dífícil ver exactamente de qué son copias sus ideas. Nuestra idea del reloj, del objeto en sí,
puede copiar de manera fidedigna el objeto en cuestión. Solo tenemos que mirarlo un instante
y a continuación cerrar los ojos y visualizarlo mentalmente. Pero cuando una idea no puede
reproducir su objeto, por ejemplo en el caso del mecanismo que hace que el reloj funcione,
¿qué significa la adecuación con ese objeto? El representacionalista no parece tener una
buena respuesta a esta pregunta. De hecho, solo tiene una opción: decir que las ideas que no
pueden reproducir la realidad de manera fiel no son verdaderas porque no existe una relación
de correspondencia entre dichas ideas y la realidad. De esto se siguen algunas consecuencias
de difícil asunción. Una de las más evidentes es que la capacidad explicativa de las teorías
correspondentistas es muy pequeña. La mayor parte de nuestras ideas no reproducen la
realidad, ni de manera fiel, ni de manera ni siquiera aproximada, por lo que este tipo de teorías
no pueden explicar gran parte de las creencias que tenemos y que juegan un papel sustancial y
práctico en nuestras vidas.
Las teorías pragmatistas defienden que una idea es verdadera porque es útil o que es útil
porque es verdadera. Dos caras de una misma moneda. La verdad no es una propiedad
inherente a las ideas. Es decir, no es una propiedad que se aplique a una idea si esta reproduce
de manera fiel la realidad, o que no se aplique si no lo hace. Esta concepción hace que la
verdad sea una propiedad estática, inerte. Para el pragmatismo la verdad es algo dinámico, es
un proceso. Una idea será verdadera si es de alguna utilidad práctica, es decir, si podemos
usarla como medio para algún fin práctico. Como Williams afirma: ideas verdaderas son las
que podemos asimilar, hacer válidas, corroborar, y verificar; ideas falsas son las que no. No
7
deberíamos considerar la verdad de una idea como un fin en sí mismo. Más bien deberíamos
considerarla como un medio que nos guía hacia otros sectores de la experiencia y en los que, al
haber considerado que la idea original es verdadera, eso nos lleva a la consecución de otras
ideas verdaderas, de otras ideas útiles para nuestra vida: ‘si me hallo perdido en un bosque, y
hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la mayor importancia que piense que
existe un lugar con seres humanos al final del sendero, pues si lo hago así y sigo el sendero,
salvaré mi vida. El pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es su
objeto, es útil’. Puede que al final del sendero no encuentre una casa, o que encuentre una casa
pero que no esté habitada. Todo esto es posible, pero lo importante es que considerar esa idea
como verdadera ha tenido consecuencias prácticas importantes. Una idea no es verdadera
porque reproduzca fielmente el objeto que copia, sino porque el objeto involucrado en dicha
idea tiene una considerable importancia práctica para nuestras vidas.
4.7 Teorías intersubjetivistas de la verdad
Dentro de estas teorías de la verdad los editores distinguen entre teorías consensuales, como
la de K. O. Apel y J. Habermas, y teorías dialógicas, como la de K. Lorenz, P. Lorenzen y W.
Kamlah. El punto de partida de todos ellos es el mismo: todo conocimiento se encuentra
lingüísticamente mediado y, además, esta mediación es de origen social. Todo conocimiento y,
por tanto, toda verdad es fruto de una acción comunicativa a través de la cual, y partiendo de
una serie de supuestos, se alcanza un acuerdo (o no) respecto de algún hecho o tesis. Con ello
se critica la concepción solipsista de las anteriores posiciones, pasando ahora a un primer
plano su aspecto intersubjetivo.
Para la teoría consensual la cuestión de la verdad no afecta al tipo de relación entre nosotros y
el mundo, sino que es un asunto de la justificación interna del discurso, y es por ello que no
incluye tan solo a la verdad del enunciado, sino al mismo tiempo la rectitud de las normas y
valoraciones: resultarán verdaderos aquellos enunciados que puedan ser fundamentados. Esta
justificación se basa en cuatro pretensiones de validez: inteligibilidad (condición de la
comunicación), verdad y rectitud (pretensiones resolubles en el discurso) y veracidad (solo
resoluble en la acción). ‘Validez’ significa de este modo vigencia para otros o para todos,
resultando este “potencial asentimiento de todos los demás” el ideal regulador del habla. Es
con relación a este ideal donde Habermas (pero también a su manera el criticismo de Apel)
construyen una ética discursiva.
La teoría dialógica de la verdad, representada por Lorenz, aunque define también una
concepción de la verdad ligada al consenso, no recurre a ningún ideal regulativo para la
reconstrucción de las condiciones de validez, sino que para él, las situaciones paradigmáticas
de introducción de expresiones son situaciones de enseñanza-aprendizaje. El ámbito de
reconstrucción de las condiciones dialógicas no es ahora lógico-pragmático-racional, sino
pragmático-empírico: las reglas que rigen el uso de las palabras (relativas a la identificación de
los objetos) configuran al mismo tiempo las reglas que constituyen dialógicamente el
consenso acerca de la verdad de un enunciado. Lorenz sintetiza de este modo la teoría de la
verdad como correspondencia y la teoría habermasiana de la verdad como consenso.
Observaciones sobre la verdad: de Davidson a Wittgenstein (Rojas
Parada, Pedro)
Davidson declara que nunca podemos saber cuáles de nuestras creencias son verdaderas. Este
artículo analiza y critica las razones y presupuestos de esta afirmación; y defiende una
posición alternativa, inspirada en Wittgenstein, que no incurre en los inconvenientes de los que
adolece la postura de Davidson.
8
En un ensayo titulado “Truth Rehabilitated”, Donald Davidson afirmaba que “las verdades no
vienen con una ‘marca’, como la fecha en la esquina de algunas fotografías, que las distinga de
las falsedades. Sabemos muchas cosas, y aprenderemos más; lo que nunca sabremos con
certeza es cuáles de las cosas que creemos son verdaderas”.
Dedicaré este artículo a esclarecer y desarrollar las premisas que sostienen esta última
afirmación, mostrando tanto las razones explícitas que Davidson ofrece para justificarla como
los presupuestos de fondo que sostienen su posición. En mi opinión, ponen de manifiesto una
serie de “vicios adquiridos” vigentes en gran parte de la filosofía analítica y que conviene, de
una vez, empezar a cuestionar y deshacer. Al hilo de estas críticas se irá perfilando una visión
alternativa, la del segundo Wittgenstein, que ofrece, creo, mejores perspectivas para la
filosofía en general y para el propio proyecto de Davidson en particular.
1. Planteamiento del problema
Parece problemático aseverar que no podemos indicar, dentro de nuestras creencias, algunas
que, indiscutiblemente y con un grado máximo de certeza, consideramos verdaderas. Pero si
leemos el texto citado de Davidson, lo que él parece querer afirmar es justamente que nunca
tengo derecho a la pretensión de reconocer una verdad en concreto más allá de toda duda o
cuestión. El hecho de que nos reconozcamos seres falibles, como efectivamente somos,
determina, según él, que cualquiera de nuestras creencias puede resultar falsa; y que, por ello,
nunca podremos especificar con radicalidad qué creencias nuestras son verdaderas. Parece
más curioso es que un autor como Davidson, que se declara abiertamente antisubjetivista y
anticartesiano, pueda, a pesar de ello, enunciar tan alegremente una declaración tan fuerte y
preñada de presupuestos.
2. Las razones de Davidson
Es menester, pues, intentar esclarecer las razones que de algún modo pueden justificar la
pretensión de que nunca podremos saber cuáles de nuestras creencias son verdaderas. En
primer lugar, cabría mencionar el holismo. Davidson sostiene que, en general, las actitudes
proposicionales de un sujeto (creencias, deseos, intenciones, significados, etc.) sólo adquieren
contenido dentro del sistema global e interrelacionado constituido por dichas actitudes. Lo
que es verídico por naturaleza no es una creencia aislada, sino todo un conjunto de creencias
que afrontan la experiencia como un cuerpo solidario; y son todas en conjunto las que se
sostienen o se derrumban. Dentro de esta totalidad holística, no tiene sentido, por así decirlo,
establecer jerarquías y títulos de nobleza, otorgando a unas creencias particulares la dignidad
de “verdaderas”. Esto sería establecer una diferencia dentro de nuestras creencias y juicios que
no se compadece bien con ese clima de “democracia indiferenciada” que sostiene el holismo,
para el cual no cabe establecer una diferencia nítida, funcional o semántica, entre los
elementos de un sistema.
Este holismo epistemológico, por otra parte, comporta un correlato ontológico. Afirmar como
incuestionablemente verdaderas ciertas creencias o juicios particulares parecería exigir que
determináramos qué las hace verdaderas. Y entonces la respuesta natural sería apelar a los
hechos concretos y particulares que tornan verdaderas nuestras creencias. Ello nos conduciría
de cabeza a una teoría de la verdad como correspondencia. Pero, como sabemos, Davidson
considera que tal teoría es inaceptable. Y lo es porque es imposible identificar de manera
informativa e independiente qué hecho concreto hace verdadera una creencia o un juicio. Es el
mundo efectivamente el que hace verdaderos (o falsos) mis juicios; pero no hay ninguna
correspondencia particular entre proposición y hecho que pueda establecerse.
9
En efecto, si nos atreviéramos a establecer que algunas de nuestras creencias concretas, y los
juicios que las expresan, son indubitablemente verdaderas, ello supondría reconocer que no
todos nuestros juicios están en pie de igualdad frente a la contrastación empírica; y que, por
tanto, el holismo o bien debe rechazarse tajantemente o bien debe matizarse hasta dejarlo,
seguramente, irreconocible. En cualquier caso, este reconocimiento restauraría, de alguna
manera, un tipo de distinción muy parecida, o incluso idéntica en su función, a la distinción
analítico/sintético. Serían analíticos aquellos juicios que expresan creencias consideradas
verdaderas con plena seguridad y que, por tanto, bajo ningún concepto podríamos siquiera
concebir su refutación o revisabilidad por la experiencia.
La teoría de la verdad de Davidson, basada en Tarski, establece, por ejemplo, como todos
sabemos, que: “la nieve es blanca” es verdadera si y sólo si la nieve es blanca. Este tipo de
oraciones, las célebre oraciones-T, constituyen, en su conjunto, una definición de verdad; pero
no ofrecen nunca pistas sobre cómo podemos reconocer verdades efectivas en el mundo. Es
decir, la teoría de Davidson nos proporciona una definición de la verdad; pero no ofrece ningún
criterio de verdad. Es por eso que, en la frase de Davidson que cité al comienzo, se indica que
las verdades no se presentan con una marca distintiva que permita identificarlas como tales.
De esta manera se epistemologiza la verdad, se la “humaniza” en exceso y, con ello, pierde su
objetividad. La verdad, al ser objetiva, no puede devenir falsa. Por eso la verdad, para Davidson
igual que para Rorty, tiene básicamente un aspecto cautelar (cautionary)19: nos obliga a
admitir que nuestras creencias, incluso aquellas que más queremos y más ciertas
consideramos, pueden ser falsas. La verdad misma, así inaccesible en su concreción, no puede
ser, pues, una meta de nuestras investigaciones; sólo podemos buscar y tener a nuestra
disposición creencias más o menos justificadas, nunca creencias verdaderas tout court. (...) No
buscamos la verdad, sino la justificación honesta” concluye Davidson. Si nos atreviéramos a
señalar alguna creencia particular como verdadera, tendríamos que indicar cómo la hemos
reconocido como verdadera, tendríamos que proporcionar algún criterio de verdad; y ello
supondría precisamente admitir lo que Davidson rechaza: un concepto epistémico de verdad.
3. Los presupuestos de fondo de Davidson
Existen, creo, unos presupuestos de fondo vigentes en Davidson y en gran parte de la filosofía
analítica que contribuyen a dar sentido y configuración a esta tesis. Esos presupuestos no
tienen por qué ser reconocidos como tales por Davidson; es más, seguramente él rechazaría
dos elementos de fondo que actúan, creo, poderosamente sobre la filosofía analítica en
general y sobre Davidson en particular, orientando, en cierto sentido, toda la reflexión ulterior:
la influencia de la epistemología escéptica de raigambre cartesiano-humeana y el
planteamiento de las cuestiones filosóficas en general desde una perspectiva determinada por
los problemas epistemológicos y ontológicos que plantea la ciencia natural.
Sobre la primera influencia, Davidson se presenta como radicalmente antisubjetivista. Pero, no
obstante, yo creo que tal influencia existe.
En cierto sentido, lo peculiar de la epistemología moderna es convertir en problema la relación
de la mente con la realidad. Tanto para Descartes como para Hume, la mente trabaja con
contenidos propios (impresiones, ideas, sense data, percepciones, como queramos llamarlos)
cuyo valor de verdad, es decir, su capacidad de representar cómo son las cosas en la realidad,
es perfectamente cuestionable. La conexión del hombre con el mundo se convierte en un
enigma; y lo hace porque la conciencia está cargada de objetos propios, autónomos e
independientes; y si desconfiamos de tales pruebas, debemos entonces resignarnos a no poder
jamás salir fuera del recinto estrecho y clausurado de nuestras percepciones.
10
Es cierto que Davidson tiene un argumento para frenar las pretensiones del escéptico. Ahora
bien, independientemente del valor que atribuyamos a esta prueba, el caso es que Davidson se
ve obligado a ofrecer un argumento antiescéptico que corrobore y tranquilice nuestra fe
ingenua en la intencionalidad verídica de mis creencias y demás actitudes proposicionales.
Frente a esto, el mejor modo quizá de eliminar las dudas escépticas no es enfrentarse a ellas e
intentar refutarlas, sino negarse siquiera a tomarlas en serio porque proceden de unas
premisas cuya validez de ningún modo puede darse por descontada. Habría que intentar
elaborar un marco de pensamiento en el cual las dudas escépticas radicales simplemente no
pudieran formularse con sentido. El escéptico no se habría ganado ni el derecho a la
refutación.
Otro presupuesto que puede fomentar la declaración de Davidson es, como dijimos, la
tendencia a plantear todos los problemas filosóficos teniendo como modelo y pauta de
orientación la investigación científica y, más en particular, las ciencias naturales. Como
consecuencia de ello, de algún modo se trasplantan las cuestiones peculiares de la semántica,
la ontología y la epistemología de la investigación científica a todo el campo del saber y se los
toma como modelos de toda problemática filosófica. Con ello se generalizan a todo el ámbito
del lenguaje y del conocimiento cuestiones que tal vez sólo pertenecen al reducto restringido
de las ciencias naturales y que, por tanto, no pueden extenderse a otros campos sin crear
deformaciones y falsos presupuestos.
Gran parte de la filosofía analítica, más sin duda que la filosofía continental, ha considerado la
actividad científica como el modelo ejemplar sobre el que concebir su propio quehacer y como
elemento heurístico sobre el que detectar problemas y soluciones.
Davidson, por su parte, afirma explícitamente que el modo de determinar la ontología del
lenguaje cotidiano, a través de una teoría semántica tipo Tarski como la que él defiende, es
completamente análogo al modo de proceder de la ciencia. Es decir, los objetos cotidianos son
entidades postuladas de la misma manera que el científico postula, a partir de los enunciados
aceptados de su teoría (empíricamente indeterminada), el tipo de entidades que son
necesarias para validarla. Igual que sucede en la ciencia, en principio cualquiera de nuestras
creencias ordinarias podría eventualmente ser desechada.
Pero todo esto es, creo, muy discutible. Esa traslación de cuestiones y problemas desde el
campo científico al de la vida cotidiana, no es muy convincente; y, al menos
fenomenológicamente, parece un movimiento infundado. En primer lugar, cabe dudar que la
inescrutabilidad de la referencia, que parece efectivamente correcta al tratar de las entidades
científicas, pueda concebirse con la misma legitimidad en relación con los objetos cotidianos.
Podemos pensar, desde Kant al menos, que nuestra percepción de la realidad está de algún
modo construida; y, en este sentido, las cosas mismas son ya reflejo de una precomprensión
previa del ser (por decirlo como Heidegger). Si en el ámbito cotidiano no surgen los mismos
problemas que en el campo de la teorización científica, entonces convendría distinguir niveles,
establecer diferencias y evitar analogías apresuradas que, al cabo, no parecen realmente
fundadas.
Lo mismo cabría decir de la diferencia entre enunciados observacionales y teó- ricos. En el
terreno de la ciencia, ciertamente esta distinción puede ser, hasta cierto punto, convencional y
cambiante. Pero ello no debería llevarnos a considerar que aquellas oraciones del lenguaje
cotidiano que expresan nuestras creencias más básicas están sometidas al mismo grado de
11
incertidumbre que los enunciados de la ciencia.
4. De Davidson a Wittgenstein
De entrada, es preciso mencionar una consideración de Wittgenstein que, si se acepta, cambia
completamente el panorama con relación a Davidson. Wittgenstein pensaba que no se puede
admitir que todas nuestras creencias sean susceptibles de duda, porque sin estar cierto de
algunas cosas no podríamos siquiera haber aprendido el lenguaje y conocido el significado de
nuestros términos. La certeza sobre la verdad de algunas creencias empíricas no es una opción
aventurada que nunca podamos atrevernos a asumir, como piensan Davidson y Rorty; es más
bien, el presupuesto mismo de que podamos entender el lenguaje. Como escribe Jacques
Bouveresse: Nuestro concepto de juicio no sería en absoluto lo que es o, más exactamente, no
tendríamos probablemente ningún concepto de este género, si una duda o un error fuesen
posibles en todos los casos.
No puedo saber lo que entiendo por conocer si no puedo estar seguro de ningún hecho
firmemente conocido que me sirva de modelo de conocimiento y de cuya verdad no tenga
sentido dudar. Es más, yo no podría tener el concepto de verdad sin conocer algunas verdades
concretas. Puedo tener el concepto de “sirena” o de “extraterrestre” sin haberme encontrado
nunca con ningún ejemplar de ellos. No sucede lo mismo con la verdad. Si tengo tal concepto,
entonces lo he adquirido a través del reconocimiento de verdades concretas, seguras y firmes,
a través de las cuales sé lo que es la verdad y puedo distinguirla de la falsedad. Si tengo el
concepto de verdad entonces es que tengo también acceso a verdades concretas, firmes y
seguras. En este sentido, el concepto de verdad difiere de otros conceptos cuyo significado
puedo adquirir antes de asegurarme que poseen una extensión no vacía. Desde este punto de
vista, no es posible que yo tenga el concepto de verdad sin estar seguro de ninguna verdad
concreta.
La cautela davidsoniana de la que venimos hablando (“no puedo saber cuáles de mis creencias
son verdaderas”) simplemente no es pertinente; es una especie de contradicción performativa
en la cual afirmo algo que se contradice con el hecho de decirlo. Frente al subjetivismo y frente
al escéptico, simplemente hay que afirmar que conozco verdades, tengo creencias verdaderas,
creencias que puedo detallar y expresar. Mi adhesión a la verdad no remite sólo a un sistema
global de creencias epistemológicamente indiferenciadas en cuanto a su valor de verdad
efectivo, sino que mi compromiso con ella permite la especificación y el detalle: tales y cuáles
creencias son indubitablemente ciertas. Esto, sin duda, puede suponer introducir un mínimo de
contenido epistémico en el concepto de verdad. Se trata simplemente de admitir que la verdad
no está fuera de nuestro alcance; y que no necesitamos ninguna teoría compleja que nos
garantice argumentativamente que el global de nuestras creencias proporciona un saldo
positivo, o sea que es verdadero; es decir, se trata de reconocer que nosotros no estamos
epistemológicamente ciegos, por utilizar la expresión de Bilgrami.
Es preciso, pues, mantener juntas estas dos condiciones: las proposiciones verdaderas no
vienen aisladas, sino en conjunto. Lo cual, sin duda, es una premisa cara al holismo. Pero, en
segundo lugar, debemos admitir que existe una diferenciación dentro del seno de nuestros
enunciados empí- ricos. No podemos poner en el mismo nivel, por ejemplo, “la sangre es roja”
y “los neutrinos no tienen masa”.
Las proposiciones analíticas, así concebidas, no son aquellas trivialidades que recogen
meramente estipulaciones lingüísticas (tipo “los solteros no están casados”), sino que son
aquellos juicios indubitables que constituyen los fundamentos básicos de nuestro sistema de
creencias.
12
En efecto, las proposiciones analíticas constituyen sin duda el esquema general o marco de
nuestra visión del mundo, dentro del cual y en consistencia con el cual son discutidas y
evaluadas las demás proposiciones de mayor contenido teorético. Las proposiciones que
Wittgenstein selecciona como verdaderas cumplen un papel distinto al de las otras
proposiciones. Son ese lecho de roca que me permite cumplir todas mis tareas cotidianas, ya
sean cognoscitivas o prácticas. Esta diferencia funcional es lo que podemos traducir diciendo
que son incontestablemente verdaderas.
Es cierto que esta distinción entre dos tipos funcionalmente distintos de proposiciones no
coincide exactamente con lo que Davidson rechaza como tercer dogma del empirismo, pues él
se refiere a una dualidad en la cual se contrapone un esquema de conceptos frente a un
contenido en bruto preconceptual. Aquí, por el contrario, estamos ya siempre en el nivel
conceptual, en el nivel de las creencias o de las proposiciones. Sin embargo, a ciertos autores
les parece que cualquier forma de la dualidad esquema-contenido es rechazable. Rorty, por
ejemplo, piensa que todo discurso que establezca un esquema frente a un contenido introduce
necesariamente intermediarios epistemológicos (tertia en su terminología) entre nosotros y el
mundo, intermediarios que nos separan de la realidad y nos separan de las cosas. Y dentro de
esos tertia introduce no sólo la versión original de Davidson de lo dado preconceptual frente a
la aportación de la mente, sino también indistintamente “un esquema conceptual, un modo de
ver las cosas, una perspectiva, una constitución trascendental de la conciencia, un lenguaje o
una tradición cultural”. Es sabido que el planteamiento de Wittgenstein admite unas “formas
de vida”, caracterizadas entre otras cosas por aquellas creencias reconocidas como
verdaderas; y estas formas configuran lo que llamamos un esquema o visión del mundo al cual
deben ajustarse los demás contenidos. Dicho en general, no toda versión del dualismo
esquema–contenido tiene por qué ser rechazable. Lo que es preciso tener en cuenta es que,
ciertamente, el esquema debe ser entendido no como un conjunto de ideas o datos mentales,
autónomos e independientes, que luego no sabemos cómo conectar con las cosas mismas,
sino como un modo efectivo de apertura al mundo.
En resumen, el tercer dogma del empirismo, tal como lo expuso originalmente Davidson, es
efectivamente rechazable; pero no todas las variantes de la idea de una dualidad entre
esquema y contenido lo son. Algunas no sólo tienen sentido, sino que se nos imponen
necesariamente si queremos poder distinguir entre aquellas creencias básicas nuestras que
actúan como goznes y ejes de nuestras habilidades cognoscitivas y prácticas, y aquellas otras
proposiciones “secundarias” que se apoyan sobre las primeras.
La historia de la filosofía abunda en tales afirmaciones; y le acompaña desde antiguo una
dimensión “paradójica” que constituye, sin duda, una de sus señas de identidad.
Pero a veces la filosofía apura demasiado sus cautelas y sus recelos. Creo que la afirmación de
Davidson que estamos discutiendo es un caso de ello. En esto consiste su peculiar objetividad y
su rechazo a ser embargada por la subjetividad, cambiante, falible y parcial. Pero ello no
debería hacernos pensar que la verdad no está a nuestro alcance, o que, como nuestra visión
de las cosas es siempre lateral, finita, situada y sensible, no podemos tener acceso a ella.
Nuestro lenguaje, los sentidos, el entendimiento, en definitiva nuestras capacidades prácticas
y cognoscitivas, no nos cierran ante el mundo ni nos impiden acceder a la verdad.
No deberíamos permitir que nuestro contacto con el mundo se convierta en algo de lo que
jamás podemos estar seguros, algo cuya consistencia es tan tenue que estamos amenazados
constantemente con su quiebra o desaparición.
13
Experiencia y lenguaje en Dilthey y Collingwood. Autobiografía
intelectual y pretensión de verdad en la ciencia histórica (Miras
Boronat, Núria)
El primer nivel de articulación entre experiencia y lenguaje es la biografía, la narración de los
momentos más relevantes de la propia vida. En un nivel más elevado, la ciencia histórica
podría ser considerada como la narración de la experiencia colectiva. En este texto se busca
esclarecer esta articulación a través de las consideraciones sobre la autobiografía, la
experiencia y la historia de dos autores, Dilthey y Collingwood.
Se parte de la experiencia como un principio para diferenciar las ciencias naturales de las
ciencias humanas, y darles a estas últimas su especificidad.
Dilthey reserva para la experiencia íntima un término que le es característico y exclusivo:
Erlebnis. La vivencia se distingue así de la experiencia: la experiencia (Erfahrung) es el término
que se identifica con la elaboración de los contenidos de la conciencia que nos llegan a partir
del comercio con el mundo en la percepción; la vivencia o experiencia vivida es un tipo de
experiencia cuyo carácter es el ser sólo para mí, inmediata e intransferible,y al mismo tiempo,
su significado en el ser dado sólo para mí depende de su ser mediado por visiones del mundo
compartidas.
La razón de esta separación estricta en Dilthey viene dada por la necesidad de fundar la
objetividad de las ciencias del espíritu al margen de las ciencias de la naturaleza. Como éstas,
la ciencia histórica aspira a una objetividad y validez universal, pero su apoyo no ha de
buscarse en las categorías propias de las ciencias naturales.
Según este autor, en última instancia el problema del conocimiento en las ciencias
naturales y las humanas es el mismo, el de la experiencia pues, se dan en ambos ámbitos del
saber las mismas operaciones lógicas: inducción, análisis, construcción, comparación. Pero lo
dado a la experiencia aparece aquí en las particulares condiciones de la naturaleza de las
experiencias en las ciencias del espíritu.
Aquí entra en escena el concepto de Erlebnis que juega un papel paralelo al de Erfahrung en
las ciencias inductivas. El comprender depende de categorías y las categorías del mundo
histórico emanan de la vivencia.
La relación entre experiencia y lenguaje en Dilthey se da, como mínimo de dos modos. Por
un lado, la afinidad estructural entre la comprensión de la experiencia íntima, la vivencia, y la
totalidad de sentido de la vida con el proceder técnico de la exégesis de textos conocido como
círculo hermenéutico. El otro nudo donde convergen experiencia vivida y lenguaje es,
eminentemente, la biografía. La vivencia íntima articulada como sentido y expresada a través
de la palabra: ése es el objeto privilegiado del conocimiento de lo singular objetivado a su
máxima espiritualidad de las ciencias del espíritu, en especial de la ciencia histórica. En ellas el
problema gnoseológico por excelencia es el del conocimiento del otro. Al proceso de
conocimiento de la interioridad del otro a partir de sus manifestaciones sensibles se le llama
comprender y éste alcanza su máxima cota cuando se da en el medio del lenguaje. En el medio
del lenguaje halla la interioridad humana una expresión completa, coherente y objetivamente
comprensible. El arte de lo humano tiene entonces su centro en la exégesis o interpretación de
los vestigios de la existencia humana fijados por la escritura. En este caso, la posibilidad de
engañarse, de malinterpretar estos escritos no puede ser excluida por completo. Dithley busca
solución a este problema en las obras de un genio (un poeta, un religioso, un filósofo), ya que
éstas no pueden ser más que la verdadera expresión de su vida anímica. En su obra encuentra
el genio creador su testigo más elocuente. Sólo es superada por una expresión más directa de
la meditación sobre la vida: la autobiografía. La autorreflexión representada por la
14
autobiografía que, fijada por escrito o no, se da en todo individuo proporciona, por fin, la
mirada histórica. En ella todo es recuerdo y significado.
Collingwood: va a proponer una contribución a la filosofía del lenguaje. Partiendo de que
Expresión y representación son atributos intrínsecos del lenguaje, todavía concebido como
una herramienta o un instrumento útil para la comunicación; va a plantear la lógica de
pregunta- respuesta, destacando la importancia de la «actividad interrogante» en el
conocimiento.
Con la lógica proposicional tradicional, entendemos que «verdadero» y «falso » son
propiedades que atribuimos a las proposiciones, las unidades mínimas de pensamiento que
luego pueden ser descompuestas en sus elementos (sujeto, predicado, etc). De esto se sigue
que si la proposición p es verdadera, su contraria ⌐p es necesariamente falsa y viceversa. La
lógica de pregunta y respuesta que propone Collingwood permite poner en suspenso el
principio de no contradicción, pues la correlación entre preguntas y respuestas implica que dos
proposiciones no puedan contradecirse mutuamente a no ser que sean respuestas a la misma
pregunta. Ahora bien, con la lógica de pregunta- respuesta de Collingwood, la verdad y la
falsedad no es una propiedad de una proposición, ni siquiera de un complejo de proposiciones,
sino un complejo de preguntas y respuestas. Pero con esa sustitución se sustituye también el
criterio para determinar su verdad. Ya no se habla de entramados de preguntas y respuestas
verdaderos, se habla de respuestas «justas» a determinadas preguntas.
Ese principio que Collingwood se traslada, en cierta medida, a la biografía intelectual, pues
según su opinión: “no se puede saber lo que un hombre quiere decir por el simple estudio de
sus declaraciones orales o escritas, aunque haya hablado o escrito con perfecto dominio de la
lengua y con una intención perfectamente veraz. A fin de encontrar su significado hay que
saber también cuál fue la pregunta (una pregunta planteada en su propio espíritu y que él
supone en el de uno) a la cual quiso dar como respuesta lo dicho o escrito”.
A este respecto, nos resta expresar dos inquietudes. La primera, que tal afirmación pone en
entredicho en parte su propio ejercicio de escritura de una autobiografía intelectual. Si la
lógica de pregunta y respuesta coloca entre paréntesis el ideal de transparencia de las propias
intenciones para sí como para los historiadores de la filosofía, una autobiografía no puede
agotarse del todo.
La acusación de paradoja insuperable entre la intención de escribir una autobiografía
filosófica y la imposibilidad de llevar tal empresa con veracidad, se disuelve si se atiende a la
concepción de la historia que expone Collingwood. (ver en el apartado que sigue)
Si concebimos la filosofía como necesariamente ligada a la historia de las preguntas que se
intentaron resolver y la historia como la historia de un pensamiento y de las acciones como
reacciones ante determinados tipos de pensamiento, la autobiografía filosófica es entonces el
intento de explicitar las preguntas y los pensamientos ante los cuales reaccionamos. La
función de la autobiografía filosófica es tanto el legar el testimonio a las generaciones futuras
de por qué pensamos lo qué pensamos, como el hacerse claro de esta historia para nosotros
mismos: es una genuina adquisición de autoconciencia.
Dithley y Collinwood:
El descubrimiento que guiaba a Dilthey en su horizonte teórico de encontrar el fundamento
seguro de las ciencias del espíritu era el de la temporalidad humana. La temporalidad es el
canal por el que fluye la historia y, en este sentido, cada individuo es una representación
singular del mundo histórico. El comprender es, para Dilthey, un reencontrarse del Yo en el Tú.
El Espíritu se reencuentra en niveles cada vez más elevados de conexión: la comunidad, el
sistema de la cultura, la totalidad del espíritu y, finalmente, en la Historia Universal. Se trata de
hallar una conexión de vida que podamos luego experimentar, de algún modo, en nuestra
propia piel. Se trata de hacerse con un amplio bagaje de experiencia.
15
Como Dilthey, Collingwood se ve interpelado por el desarrollo triunfal de la ciencia natural y
se pregunta sobre la posibilidad de una ciencia de lo humano que obtenga el mismo éxito. Su
respuesta es positiva: esa ciencia existe, y es la historia. Esta ciencia es importante según este
autor, principalmente por dos motivos. Primero porque la historia nos aporta la información
sobre la situación en la que actuamos. El pasado que el historiador estudia no es un pasado
muerto, sino que vive en el presente, en el que sigue teniendo efecto e influencia. En segundo
lugar, porque la historia proporciona la experiencia acumulada dada por reglas de acción
preestablecidas, nos da formas de respuesta ante nuestras circunstancias.
La historia, según Collingwood, es el autoconocimiento del espíritu. Su primera
proposicióny el núcleo de su concepción histórica reza «Toda historia es la historia del
pensamiento». La historia son narraciones, y en especial la historia es aquella narración
orientada según un propósito. Los instrumentos que se nos ponen a disposición para conocer
ese pensamiento son su expresión por el lenguaje y la capacidad del historiador, a partir de esa
expresión,para interpretarlos adecuadamente y ser capaz de pensar ese pensamiento de
nuevo.
Es patente la cercanía entre las propuestas de Dilthey y Collingwood en cuanto a ciertos
procedimientos históricos que apelan necesariamente a la experiencia individual. Sin embargo,
Collingwood, aun reconociendo el mérito singular de Dilthey dentro de la escuela alemana, le
reprocha su adopción de la psicología como método para el conocimiento de sí y por tanto
como método aplicable a la ciencia histórica. Se siente sobre todo incómodo con algunos
ensayos de Dilthey que tratan de reducir las diferencias entre filosofías a diferencias entre
disposiciones psicológicas. Pero la mayor objeción de Collingwood a Dilthey está en que en su
intento de hacer de la historia una ciencia estricta, termine cayendo en el positivismo. Pues si
para ello el conocimiento histórico debe reducirse a psicología, se sucumbe a la idea de que
sólo es conocimiento el conocimiento científico según el patrón de medida de la ciencia
natural.
Mientras que para el primero se trata de una vivencia repleta de significado, consistente no
primariamente en pensamiento, sino en un acto integral de la vida al que se atribuye valor y
significado; en Collingwood, por el contrario, aquello que vale la pena recordar no es el padecer
de la historia en las propias carnes, sino el elevarse por encima del sufrimiento hasta una
esfera de sentido, hacia el espíritu.
En el siguiente texto nos encontramos con una confrontación de dos autores (Bertrand
Russell y William James) sobre el concepto ‘verdad’ teniendo en cuenta la visión particular del
pragmatismo.
La posición central del trabajo está en las líneas argumentales de Bertrand Russell:
1. [Argumento ético] Russell intentará mostrar que la teoría de la verdad pragmática
implica consecuencias indeseadas en el ámbito de la praxis humana. El pragmatismo se
compromete con ideales que lo alejan de su inicial compromiso democrático.
2. [Argumento epistemológico] El autor argumentará en contra de la identificación de la
verdad con la utilidad. Ya que para él, la teoría de la verdad pragmática no es útil o que
no puede probar su funcionamiento.
En consecuencia, este trabajo intentará mostrar que ambos argumentos - el ético y el
epistemológico - no se sostienen si nos aproximamos a James desde otra perspectiva y si
16
tenemos en cuenta sus propias respuestas al autor inglés, presentes en el Significado de la
verdad (Libro donde James refuta a Russell).
Argumento ético
Russell empieza por analizar algunos aspectos de la teoría de la verdad pragmática, para
conducir a James a consecuencias políticas tales como la legitimación del uso de la fuerza, la
aceptación del imperialismo y en definitiva, la supervivencia del más fuerte (estas son
consecuencias que R. le atribuye a James).
La estrategia argumentativa de Russell es interpretar el criterio para determinar una verdad
en el sentido pragmático no tiene que ver con una apelación a los hechos, sino con la
consideración de las buenas consecuencias que se siguen de sostener una determinada creencia.
Y estas buenas consecuencias se reconocen en tanto que tienden a la satisfacción de los
deseos. Lo que encuentra de problemático R. es que esta serie de afirmaciones tiene una única
raíz: comprende que para el pragmatismo, el único ‘tribunal de apelaciones’ es el éxito de
nuestras hipótesis de trabajo. El único medio de descubrir cuál de los contendientes tiene
razón, es esperar y ver quién tiene éxito para decidir la cuestión, no hay más principio que el de
la fuerza.
Además Russell interpreta la idea de ‘compensación’ de James diciendo que para saber si
una creencia es verdadera es suficiente con mostrar que tiende a la satisfacción del deseo. Y la
satisfacción que piensa Russell es puramente emocional.
Argumento epistemológico
En otro ensayo Russell muestra lo que se entiende como una herramienta para dirimir
cuestiones metafísicas y la forma en que estas pueden resolverse es apelando a las
consecuencias prácticas que se siguen de mantener una opinión u otra. (...) Este método
implica el criterio pragmático de la verdad: ‘se juzga verdadera una creencia en la medida en
que las consecuencias prácticas de su adopción son buenas’. Por lo tanto, insistirá Russell más
adelante, esta filosofía puede resumirse en la definición que sigue: ‘Una verdad es algo que
compensa ser creído’.
Si de esta noción de compensación se extrae que una definición útil es por el conocimiento
de las consecuencias que le siguen y también si dichas consecuencias son buenas. Sin
embargo, Russell nos dirá que este criterio está lejos de ser útil porque hacer un balance entre
las buenas y malas consecuencias demanda una suposición pragmática difícil de determinar.
Por eso Russell argumenta que el criterio pragmático no cumple con el requisito de ser útil,
teniendo en cuenta que, desde su perspectiva, el criterio de verdad pragmática es la utilidad
[Noción de buenas consecuencias - Primera parte].
[Segunda parte de la argumentación] Para Russell el pragmatismo ‘angosta’ o si se quiere,
‘minimiza’ la base factual sobre la que asentar cualquier consideración acerca de la verdad. El
problema con esta definición es que separa profundamente los hechos de la verdad ya que
James considera que los hechos no son ni verdaderos ni falsos, simplemente son, ocurren.
Volviendo a Russell, si el criterio de la verdad es que existan buenas consecuencias que
satisfagan mis intereses, los hechos no cumplen aquí ningún papel fundamental en la
determinación de la predicación de verdad o falsedad.
Las 2 réplicas de James
1. Russell sostiene que las buenas consecuencias constituyen el criterio de verdad. Y
además, la lectura de R. se basa en un discurso donde lo que cuenta como verdad, es
una verdad abstracta y universal. Lo que se manifiesta James, que lo absolutamente
verdadero se encuentre algún día; pero esa noción nos deja sin posibilidad de mostrar
por qué de ciertas creencias afirmamos que son verdaderas aun cuando seamos
conscientes de que mañana las descartemos por falsas. Hay otra forma de hablar de la
verdad que sí se entiende en términos prácticos y que tiene estas connotaciones, a
saber: la presencia de buenas consecuencias aunque más no sea como indicios,
motivos no conscientes o sí, que hace posible su identificación como tal.
17
2. En esta réplica James apunta a la consideración de Russell acerca de que un
pragmatista puede sostener que alguien crea que A exista a pesar de que - de hecho-,
A no exista. James las considera como calumnias que olvidan sus definiciones de
verdad y la falta de referencia que él mismo hace a los objetos. Ofrece dos notas
fundamentales:
A. Primero debe ser encontrable un objeto (o marcas de que tal objeto debe ser
encontrado) que acordará con la opinión.
B. Segundo, tal opinión no debe ser contradicha por ninguna cosa de la que sea
consciente quien afirma la opinión. Yo no quiero decir que la creencia es una creencia
acerca de su funcionamiento. Es una creencia sobre el objeto. Lo que pretende Russell
desconociendo al objeto es quedarse sin la posibilidad de tratar con las realidades.
Consideraciones finales
James señala la única forma en que se vuelve inteligible esta noción desde la praxis humana
misma, tiene que ver con las buenas consecuencias que de algún modo, sustentan la existencia
de algunas de nuestras opiniones. Reiterando que estas consecuencias no constituyen el
contenido de las creencias, sino que el contenido de las mismas son los objetos de la
experiencia (Recordemos que para James la verificación de un concepto es el advenimiento del
objeto en la experiencia). Además, que es esta idea de funcionamiento la que se entiende
como compensación pero esta compensación no se agota en la idea psicológica de
satisfacción emocional, como Russell pretende que sea. Compensación remite al completo
funcionamiento de la idea en el ámbito del mundo o de la experiencia.
Teoría consensual de la verdad en Habermas (Belardinelli, Sergio)
En los años sesenta, Habermas llega a una ‘teoría consensual de la verdad’, con el
intento declarado de asegurar ‘metateóricamente’ la validez de su ‘teoría crítica’.
Haciendo referencia a los nuevos desarrollos de la lingüística y de la filosofía del lenguaje,
Habermas desemboca en una ‘teoría de la competencia comunicativa’ o ‘pragmática universal’
la tarea de reconstruir los conceptos filosóficos tradicionales de verdad, libertad y justicia
como normas insertas en la estructura de la comunicación lingüística.
Como consecuencia, H. dice cada vez que tomamos parte en cualquier proceso
comunicativo orientado al entendimiento recíproco es necesario que cada uno de nosotros
satisfaga las siguientes pretensiones universales:
➔ Expresarse comprensiblemente
➔ Expresar un contenido proposicional verdadera
➔ Ser sinceros en aquello que se dice
➔ Tender a un acuerdo recíproco sobre la base de normas y valores válidos
En conclusión, el fin de la comunicación es la provocación de un estar de acuerdo que termina
en la comunión intersubjetiva de la comprensión recíproca, del saber participado y de la
confianza recíproca. El estar de acuerdo reposa sobre la base del reconocimiento de las
respectivas pretensiones de validez:
➔ Comprensibilidad
➔ Verdad
➔ Sinceridad
➔ Justicia en relación a normas y valores
Si una sola de estas pretensiones viene desatendida se desciende al plano del ‘hacer
instrumental y estratégico’ (plano de la ideología) y no se da realmente un ‘hacer orientado a
la comprensión’.
En el uso de las pretensiones de validez, H. lo llama ‘uso cognitivo del lenguaje’, ya que la
verdad no viene considerada a la par de las otras pretensiones de validez, entendiéndose como
18
una función del entenderse. Y es precisamente en este contexto donde toma cuerpo la teoría
consensual de la verdad.
Para entender esta teoría, creo que es fundamental tener presente la aversión de Habermas
por la ‘teoría ontológica de la verdad’. Para él, ‘los enunciados son verdaderos, y solo ahora
verdaderos, cuando se orientan en el sentido de la realidad o la retratan totalmente, son
isomorfos con la realidad. En definitiva, no podríamos atribuir al término ‘realidad’ ningún otro
sentido que aquello que consideremos implícito en los enunciados verdaderos, relativos a
estados de cosas existentes. Por tanto - y he aquí el sentido de la teoría consensual de la
verdad - ‘no puedo atribuir un predicado a un objeto, si y sólo si, cualquier otro que pudiera
entrar en coloquio conmigo atribuiría el mismo predicado al mismo objeto. Para distinguir los
enunciados verdaderos de los falsos, yo me baso en el juicio de otros. La condición para la
verdad de los enunciados es la adhesión potencial de todo otro.
En efecto, ‘si por consenso -escribe- entendiéramos el simple y casual estar de acuerdo, es
claro que tal ‘consenso’ no podría nunca constituir un criterio de verdad. ¿Cómo salir entonces
de este impasse? A través de la fundamentación discursiva, a través del acuerdo que
alcanzamos en un Discurso. En el Discurso, (a diferencia del discurso -con minúscula-
ordinario) son las mismas ‘pretensiones de validez las que se problematizan y son
tematizadas’.
Para Habermas, sólo el Discurso está en condiciones de garantizar la posibilidad de un
consenso que pueda ser definido como racional. (Objeción de Belardinelli) Es evidente el
intento de H. de sustraer la verdad de todo posible interpretación subjetiva; pero en este
momento estamos en condiciones de vislumbrar cómo la dificultad a la que hacíamos
referencia anteriormente relativa a la imposibilidad de que un consenso pueda garantizar las
‘pretensiones de absolver’ de la verdad, se revela como una verdadera y propia dificultad del
contexto habermasiano. (...) Pero ¿quién garantiza la validez de este consenso discursivo? (Se
responde más adelante)*
En el discurso aparece una especie de alejamiento del conjunto del ‘hacer’ persiguiendo por
parte H. un doble objetivo:
1. Subrayar una vez más que la verdad no puede ser identificada inmediatamente con un
acto constatativo
2. Consiste en hacer suyo aquel punto de vista de la teoría semántica de la verdad, por la
cual ‘verdadero’ es un predicado que pertenece siempre a un ‘metalenguaje’.
Surge sólo cuando un enunciado cualquiera es puesto en discusión. Por tanto, para H.
verdad y objetividad no son la misma cosa: ‘la verdad pertenece categorialmente al mundo del
pensamiento y no al de la percepción’. Y pertenecer al mundo del pensamiento, para el autor,
es ‘estar libres de la experiencia’. La verdad sólo puede fundarse ‘a través de las propiedades
formales del Discurso. Al decir solo propiedades formales no pueden ser analizados según la
modalidad de una lógica puramente formal, sino que requieren modalidades diversas como las
modalidades pragmáticas que H. identifica en las ‘condiciones de la situación lingüística ideal’.
* Nos sentimos capaces en todo momento de distinguir un consenso real de uno aparente.
Este fenómeno requiere una explicación, ya que no en todo discurso suponemos una situación
lingüística ideal. La situación lingüística ideal se caracteriza por el hecho de que todo
consenso, que puede ser conseguido en el ámbito de sus condiciones, debe poder valer como
consenso verdadero de por sí. La anticipación de la situación lingüística ideal se caracteriza
porque nosotros podamos conectas las pretensiones de un consenso verdadero a un consenso
alcanzado fácticamente.
¿Cuáles son las características específicas de esta situación de lingüística ideal?
➔ Las comunicaciones no son impedidas
➔ Excluye la distorsión semántica de la comunicación
➔ Todos los participantes del Discurso se da una repartición simétrica de la posibilidad de
acceder y llevar a cabo actos lingüísticos
19
Para Belardinelli hay una dificultad en la interpretación de un consenso ‘verdadero de por
sí’, ya que para él ningún consenso podía constituir nunca un criterio de verdad.
En este sentido, H. parece querer crear en la ‘situación lingüística ideal’ las condiciones para
que todo error devenga prácticamente, para que todos los sujetos ‘capaces de entender y
querer’ puedan acabar encontrándose necesariamente de acuerdo.
En el fondo de estas afirmaciones, según las cuales la verdad se afirma en todo discurso que
procede bajo las condiciones de una situación lingüística ideal, están evidentemente al menos
estos dos presupuestos:
1. Todas las proposiciones verdaderas pueden ser fundadas
2. En una situación lingüística ideal son siempre los argumentos mejores los que
prevalecen
La verdad, dice Habermas, es una pretensión de validez que logramos a los enunciados de
los cuales nos servimos en nuestras afirmaciones, y en un cierto sentido tiene razón. Pero la
verdad no se agota en esta ‘pretensión’. (...) Me parece (Belardinelli) que la verdad de esta
‘adecuación’ debe valer también para la ‘fundamentación discursiva’ de la verdad, reduciendo
la lógica de la verdad a una suerte de lógica del Discurso sobre la verdad, que coincide con el
examen de las condiciones pragmáticas de la posibilidad de alcanzar un consenso
‘racionalmente motivado’ a través de la argumentación. Es como si H. quisiera que aquella
‘vida buena y justa’, ideal de la teoría de Frankfurt, se incluya en el interior de la noción misma
de verdad. Es como si la vida buena y justa hubiera de venir anticipada en todo acto lingüístico:
‘la idea de la verdad que tiene su criterio en el consenso auténtico, implica la de la vida
verdadera. Podríamos decir; incluye la idea de la emancipación’. Teoría consensual de la
verdad es como recuperación de una nueva unidad de teoría y praxis. Las condiciones que hacen
posible la verdad, el verdadero consenso, son las mismas que hacen posible la ‘verdadera vida’;
buscar la verdad es también realizarla socialmente.
nidad 2
U
Teorías de la racionalidad: Racionalidad formal, material,
sustantiva, teórica (Weber); teoría de la elección racional (Elster);
teoría de la racionalidad como argumentación (Escuela Holandesa)
El Cambio Tecnológico (Elster, Jon)
20
explicación Explicación Explicación
causal? subfuncional supraintencional
Explicación Explicación
suprafuncional subintencional
21
intencionales pueden emplear la estrategia “un paso atrás y dos adelante”, las
que se dan sólo por accidente e la evolución biológica.
Explicación causal
En un primer momento diferencia entre relación causal y explicación causal,
planteando que la primera se da entre acontecimientos, es decir, se da a un nivel
empírico y extramental; a diferencia de la explicación causal, que relaciona
acontecimientos en la forma causa-efecto pero a nivel mental.
La explicación causal subsume los acontecimientos bajo leyes causales, que se
relacionan con los siguientes principios de la relación causal:
- Determinismo: todo hecho/fenómeno/suceso está determinado por otro
hecho/fenómeno/suceso.
- Causalidad local: una causa siempre actúa sobre lo que es contiguo a ella, en
espacio y en tiempo. La acción a distancia es imposible, a menos que se
establezca una cadena causal de sucesos que recorra el proceso desde la causa
hasta el último efecto.
- Asimetría temporal: Una causa debe preceder a su efecto, o al menos no
sucederlo.
Explicación Intencional
*Este esquema sirve más si lo miran rapidito, leen lo de abajo y después vuelven.
A. Intencionalidad:
Explicar la conducta intencionalmente es equivalente a demostrar que es
conducta intencional, es decir, conducta realizada para lograr una meta.
Comprendemos una acción intencionalmente cuando podemos especificar el
22
estado futuro que se pretendía crear. Por supuesto, no se estaría explicando la
acción en términos de un estado futuro: en primer lugar porque no se
correspondería con la asimetría temporal, y en segundo lugar porque el estado
futuro deseado puede no producirse por múltiples razones.
El esquema general para explicar la conducta intencional no sólo incluye metas
o deseos, sino también creencias. Un agente intencional elige una acción que
cree será el medio para su meta. A su vez, esta creencia está relacionada con
diversas creencias acerca de asuntos fácticos, relaciones causales de medios y
fines , etc.
La explicación intencional esencialmente comprende una relación triádica
entre acción, deseo y creencia. El autor utiliza “razón” como término común
para las creencias y los deseos, y diferencia “actuar con una razón” de “actuar
por una razón”. Actuar con una razón significa que el actor tiene razones para
hacer lo que hace, y actuar por una razón significa además que hizo lo que hizo
por esas razones. La explicación intencional incluye mostrar que el actor hizo lo
que hizo por una razón. La necesidad de esta distinción se demuestra en casos
en los que el actor hace algo accidentalmente que resulta ser coincidente con
lo que cree es una manera de promover su deseo. La conducta intencional está
esencialmente relacionada con el futuro: es acción guiada por una mta
ausente, no realizada aún, simplemente imaginada y representada.
B. Intencionalidad y racionalidad:
¿Puede haber intencionalidad sin racionalidad? ¿O racionalidad sin
intencionalidad? El principal interés del autor está centrado en la primera
pregunta. Todo depende de cómo se defina racionalidad, y en este sentido
sostiene que el término deberá reservarse para los casos en que tiene poder
explicativo. Es decir que nunca habría que caracterizar una creencia, una
acción o un modelo de conducta como racional a no ser que se esté dispuesto a
afirmar que la racionalidad explica que lo que se dice es racional.
La manera habitual de definir conducta racional es apelando a algún concepto
de optimización. Es decir que se dice que el agente racional elige una acción
que no sólo es un medio para llegar al fin, sino que es el mejor de todos los
medios que cree disponibles. Para los propósitos de esta parte del texto, el
autor plantea que es suficiente observar que la racionalidad mínimamente
implica consistencia de metas y creencias.
Para relacionar intencionalidad con racionalidad debemos demostrar que
puede haber deseos inconsistentes y creencias inconsistentes. Los criterios de
consistencia para los deseos pueden definirse análogamente a los criterios par
la creencia: debería haber algún mundo posible en el que el deseo 1) se cumple
y 2) se cumple a través del intento de hacerlo.
C. Racionalidad y optimalidad:
Aunque hay fuertes razones de principio para insistir en las diferencias entre
intencionalidad y racionalidad y entre racionalidad y optimalidad, la explicación
en términos de optimización sigue siendo el caso paradigmático de la
explicación en las ciencias sociales fuera de la psicología. Hay dos razones por
23
las que la interpretación de la optimalidad no vale para la generalidad. También
hay razones para creer que la algunas veces la racionalidad debe entenderse
como satisfaciente, es decir, como que encuentra una alternativa “lo
suficientemente buena” para nuestro propósito y nola “mejor”. Primero, existe
el argumento especial para satisfacer que deriva de los problemas de
optimización sin soluciones bien definidas. En segundo lugar, se puede apelar al
argumento general para satisfacer, que requiere que no definamos la racionalidad
en términos de creencias dadas, sino que preguntemos si las creencias son
racionales. Esto significa que a la pregunta “¿Puede esta acción ser explicada
como una conducta optimizante?” podemos dar respuestas diferentes,
dependiendo de si las creencias son consideradas como constantes o como
variables de conducta.
Dentro de la acción racional hay dos clasificaciones, racional paramétrica y la
racional estratégica. Se da la primera cuando se trata de una conducta racional
dentro de un medio que el agente supone está formado por a)objetos
naturales gobernados por leyes causales, y b) por otros agentes que o bien son
tales que su conducta no le resulta diferente, o si sí le resulta diferente, se
suponen menos sofisticados de lo que él es. Esta última condición implica que
el agente piensa en sí mismo como una variable y los demás como una
constante, o se cree el único que se adapta a la adaptación de los demás. La
segunda, la racionalidad estratégica, se define mediante la simetría: un agente
actúa en un medio de otros actores, ninguno de los cuales puede suponerse
menos racional sofisticado que él mismo. Entonces cada actor necesita
anticipar las decisiones de los demás antes de tomar la propia, y sabe que
hacen lo mismo con respecto a los demás y a él. El enfoque estratégico de la
conducta humana se formaliza mediante la teoría de los juegos.
D. Intencionalidad y causalidad:
La teoría de los juegos estudia lo que podría llamarse interacción intencional
entre seres intencionales- Por supuesto, también ocurre la interacción causal
entre agentes intencionales. esto se produce cuando cada agente actúa en base a
supuestos injustificados cerca de la conducta de los demás, por ejemplo,
cuando cada agente cree que es el único que se adapta al ambiente, mientras
que los demás simplemente siguen hábitos o tradiciones. Este modo de
interacción puede causar dramáticas consecuencias no deseadas. De hecho, la
contrafinalidad es una de las principales contradicciones en la vida social junto
con la suboptimalidad y los juegos sin solución.
Esto proporciona un paradigma para muchos casos de análisis en las ciencias
sociales: la explicación intencional de acciones individuales junto con la explicación
causal de la interacción entre los individuos. Primero debemos “entender” por qué
- es decir en pos de qué meta- los actores se comportan del modo en que lo
hacen; y luego debemos “explicar” por qué, comportándose como lo hacen,
provocan lo que hacen.
Debemos tratar de descomponer las explicación en estas dos etapas ya sea que
el fenómeno a ser explicado sea un ciclo comercial, una campaña presidencial,
24
movilidad geográfica o cambio tecnológico. No alcanza con postular
simplemente la relación causal entre macrovariables.
Sin embargo, hay también “causalidad subintencional”, es decir, procesos
causales que moldean creencias y deseos en cuyos términos se pueden explicar
intencionalmente las acciones. Elster va a señalar primero que cuando
tratamos de explicar deseos y creencias no es obvio que solamente se dispone
de explicaciones causales. Los deseos están moldeados, predominantemente
por la socialización. Esto no significa que se nos socializa para desear algún
producto en particular, sin tener en cuenta el cost. La idea es que de la
socializaci´n se aprende cómo comerciar diferentes artículos por otros. En
síntesis: no debemos buscar en la socialización la fuente directa de la acción,
sólo la causa de determinados esquemas de preferencias que, en un medio
dado, pueden hacer que se prefiera una acción en lugar de las alternativas
factibles. Si agregamos esto a lo planteado más arriba, podríamos formular lo
siguiente: primero la explicación causal de los deseos, luego una explicación
intencional de la acción en términos de los deseos y finalmente una explicación
causal de los macroestados en términos de las diversas acciones individuales.
Sin embargo, la socialización no es el único mecanismo causal que moldea
nuestros deseos. También existe la “formación de preferencias de adaptación”.
Esto surge, por ejemplo, por la tendencia a reducir la disonancia cognitiva.
Otros procesos causales que moldean los deseos incluyen la producción de
disonancia, por ejemplo, mediante el impulso perverso por la novedad, o
fenómenos imitativos tales como el conformismo y el anticonformismo.
Estos procesos indican la idea de una teoría sociológica general, en la que las
preferencias y los deseos se explican endógenamente como un producto de los
estados sociales a cuya generación también contribuyen. Esta teoría incluiría 1)
la explicación de la acción individual en términos de deseos y creencias
individuales, 2) la explicación de macroestados en términos de acciones
individuales y 3) la explicación de deseos y creencias en términos de
macroestados.
25
amplia variedad de otros actos de habla, de contribuciones que va a realizar dicha
argumentación/es. Por eso sólo se puede explicar e indicar a partir del análisis de la
discusión.
Mientras es cierto que el acto de habla de la argumentación juega un rol crucial en
las discusiones argumentativas, este no es el único acto de habla. Esto significa que, a
pin de ser capaces de llevar a cabo un análisis adecuado de una discusión
argumentativa, uno debe tener conocimientos de los movimientos que se han
realizado para la resolución de las disputas y de la naturaleza de los actos de habla que
pueden jugar un papel en las mismas.
1° Dificultad: Una discusión puede centrarse en una disputa de mayor o menor
complejidad. Está referido con la aparición de una o varias opiniones expresadas, es
decir, los puntos de vista que se ponen en disputa y, también, las dudas que se
manifiestan.
2° Dificultad: La argumentación avanzada en una discusión argumentativa debe tener
una estructura de mayor o menor complejidad. Un complejo acto argumentativo puede
apoyar o complementar a otro, y puede ser que solamente en conjunto ellos
constituyan un intento complejo de justificación o de refutación. Por eso una
evaluación adecuada de una argumentación es posible si se ha establecido cómo se
organizan los diversos actos argumentativos complejos ejecutados.
3° Dificultad: Las discusiones pueden incluir ejecuciones de varios tipos de actos de
habla y no todos estos actos de habla tienen necesariamente que contribuir a la resolución de
la disputa que está en el centro de la discusión.
Para ser capaces de llevar las disputas sobre opiniones expresadas a una
resolución, deben ejecutarse tanto actos de habla no argumentativos como
argumentativos.
26
4° Dificultad: En las discusiones en el lenguaje coloquial, la fuerza ilocutiva de los actos
de habla a menudo no se indica explícitamente, y no siempre es inmediatamente obvio qué
fuerza ilocutiva debe atribuirse a un acto de habla. Esto viene referido a los problemas de
interpretación que pueden surgir a la hora de interpretar una discusión.
(...)
Por lo tanto, solo podemos hablar de una disputa externalizada sobre una opinión
expresada si al menos uno de los usuarios del lenguaje se ha comprometido con
aquella opinión ya sea positiva o negativamente avanzando un punto de vista positivo
o negativo en relación con ella, y si al menos un usuario del lenguaje ha hecho
explícitamente evidente que él no adhiere a ese punto de vista o al menos ha expresado
dudas acerca de su aceptabilidad.
(...) Una disputa sólo existe si un usuario del lenguaje ha pronunciado una postura y
subsecuentemente se han expresado dudas sobre la aceptabilidad de dicha postura.
27
A. Disputas únicas y múltiples: Las disputas únicas tienen que ver con una y no
más de una opinión expresada. Las múltiples tiene que ver con más de una
opinión expresada.
B. Disputas simples y compuestas: Las disputas simples sólo se pronuncia un
punto de vista (positivo o negativo) en relación a la opinión expresada. En las
disputas complejas, dos puntos de vista diferentes (uno positivo y el otro
negativo) se pronuncian en relación con una misma opinión expresada. (...) Las
disputas únicas simples, en las que se avanza (y también se le arrojan dudas)
un sólo punto de vista (positivo o negativo) en relación a una única opinión
expresada representa la forma básica de disputa. Es importante darse
cuenta de que la duda expresada por un usuario del lenguaje en una disputa no
apoya directamente la opinión expresada sino el punto de vista o actitud
expresada por otro usuario del lenguaje en relación la opinión expresada.
Las disputas se resuelven cuando los usuarios del lenguaje que han expresado
dudas sobre puntos de vista han retirado estas expresiones de duda, o cuando los
usuarios del lenguaje que han avanzado puntos de vista retractan esos puntos de
vista.
En una discusión única simple, la tarea del protagonista es defender este punto de
vista (y no otro) y la tarea del antagonista es atacar el mismo punto de vista (y no
otro). Puesto que estos ataques y defensas están destinados a resolver la disputa
sobre la opinión expresada en discusión, las afirmaciones hechas por los
protagonistas y los antagonistas en una discusión argumentativa deben diseñarse
para provocar acuerdo sobre la pregunta acerca de si la opinión expresada en
cuestión es o no aceptable.
Avanzar una argumentación para un punto de vista equivale a hacer afirmaciones
que apoyen ese punto de vista. Dependiendo de si el protagonista adopta una actitud
positiva o negativa, las afirmaciones que él avanza en defensa de su punto de vista
serán o pro-argumentación o contra-argumentación. El antagonista recibe en una
discusión única simple y no desarrolla en sí mismo ni la pro-argumentación ni la
contra-argumentación.
Ahora podemos indicar cuándo se resuelven las disputas sobre opiniones
expresadas. Para una disputa única simple éste es el caso cuando, y sólo cuando, el
antagonista explícitamente acepta la opinión expresada en relación con la que el
28
protagonista asumen una actitud positiva o el protagonista ya no acepta la misma
opinión expresada, o si el antagonista explícitamente rechaza la opinión expresada en
relación con la que el protagonista asume una actitud negativa o el protagonista ya
no rechaza la misma opinión expresada.
(...) Todas las disputas pueden separarse en una o más disputas únicas simples y
todas las disputas pueden separarse en una o más disputas únicas simples destinadas
a resolver tales disputas.
[Etapa 1]Una disputa surge cuando un usuario del lenguaje avanza un punto de
vista y un usuario del lenguaje (probablemente un diferente) arroja dudas sobre ese
punto de vista.
Sin embargo, ellos pueden decidir emprender un intento de resolver la disputa por
medio de una discusión. (...) la existencia de una disputa es una condición necesaria,
pero no suficiente para el inicio de una discusión.
[Etapa 2] Es necesario que un usuario del lenguaje esté preparado para asumir el
rol de protagonistas y otro preparado para asumir el rol de antagonista.
La etapa de la argumentación
[Etapa 3] Una vez que los usuarios del lenguaje han establecido que existe una
disputa en el centro de la discusión y han asumido las posiciones de protagonista y
antagonistas, pueden empezar a resolver la disputa mediante argumentación.
[Etapa 4] Una discusión diseñada para resolver una disputa tendrá que concluir
con una respuesta a la pregunta de si la disputa ha sido resuelta. (...) De ser así, una
discusión nunca está completa a menos que los participantes hayan establecido
colectivamente su resultado. Si esto no se hace, es incierto si la discusión ha tenido
algún sentido.
La estructura de la argumentación
La tercera etapa en una discusión única simple, la etapa de la argumentación, es
crucial para la resolución de una disputa y a veces es incluso observada como ‘la
discusión misma’. En nuestras observaciones sobre esta etapa de la discusión
notamos que su complejidad depende de la estructura de la argumentación. Esto
significa que en cualquier análisis de una discusión argumentativa es importante
establecer qué argumentaciones se avanzan en esta etapa de la discusión y cómo se
relacionan estas argumentaciones. Las reacciones del antagonista juegan una parte
importante en la formación de una estructura particular en la argumentación del
protagonista y, por ende, merecen un poco más de atención.
(...) Debería hacerse una distinción entre dos tipos de contra-argumentación: (1) la
contra-argumentación que se origina a partir de un protagonista (en una disputa
29
enteramente compuesta existen como tales dos protagonistas) de una actitud
negativa en relación con una opinión expresada que se afirma y se pone en duda en la
disputa que está en el centro de la discusión y se relaciona con la opinión expresada
inicial, y (2) la contra-argumentación que proviene de un antagonista de una actitud en
relación con una opinión expresada que se afirma y se pone en duda en la disputa que
está en el centro de la discusión y que se relaciona con una afirmación avanzada por el
protagonista en defensa de su punto de vista.
(...) Para evitar la confusión es necesario aquí introducir algunas distinciones
terminológicas que nos posibilitarán en nuestro análisis mantener separados los
varios tipos de casos. Entre los términos que ya hemos utilizado está la disputa inicial
(u original), que sirve para diferenciar disputas sobre las cuales la discusión cambia a
partir de las disputas que surgen durante una discusión ocasionada por una disputa inicial;
a estas las denominaremos subdisputas.
Análoga a esta distinción es la distinción entre la discusión principal, que tiene que
ver con la disputa original, y las subdiscusiones ocasionadas por las subdisputas.
(...) Usando esta distinción, es entonces posible observar la argumentación que se
relaciona directamente con la opinión expresada inicial como argumentación principal y
la argumentación que se relaciona con una opinión expresada subordinada como
subargumentación.
En cuanto a la complejidad de la argumentación avanzada durante el curso de la
discusión, existen las siguientes posibilidades (leer ejemplos desde página 27 para
mayor comprensión):
Argumentación única
Argumentación múltiple
30
nos referimos a una argumentación compuesta. Puesto que las argumentaciones
únicas que conforman estas argumentaciones compuestas son todas
argumentaciones principales de estatus equivalente, nos referimos aquí a
argumentación compuesta coordinativa.
Se realiza un intento de remover las dudas del antagonista acerca de una o más
argumentaciones principales a favor o en contra de la opinión expresada inicial
avanzando una nueva argumentación para apoyar estas argumentaciones principales
en sí mismas. Esto significa que siempre hay una nueva disputa o subdisputa que da
lugar a una nueva discusión o subdiscusión. Aquí nuevamente la argumentación es
compuesta, pero en contraste con la argumentación compuesta coordinada esta es un
compuesto de argumentación principal y subargumentación. Esto es por lo que en tales
casos hablamos de argumentación compuesta subordinada.
La racionalidad ha sido reconocida como el tema tal vez más importante de la obra de Max
Weber. Se identifican cuatro tipos de racionalidad y se comparan entre sí: práctica, teórica,
sustantiva y formal. Sólo la “racionalidad ética sustantiva” introduce modos de vida
metódicos. Los cuatro tipos se manifiestan en una multiplicidad de procesos de
racionalización y se combinan en todos los niveles del proceso social y civilizatorio.
Sólo unos pocos comentaristas se han aventurado a investigar este tema o relacionar entre sí
los varios tipos de racionalidad. La reciente discusión de Donald Levine (1979) sobre la noción
weberiana de “racionalidad” evita estas dificultades, adhiriendo en gran medida a la
terminología weberiana; sin embargo, no discute este concepto de un modo exhaustivo, ni
toca el modo en el que los tipos de racionalidad se combinan entre sí o luchan el uno con el
otro en la historia, en cuanto procesos de racionalización separados.
Este abordaje está representado muy claramente por la aseveración de que, en el corpus
weberiano, el proceso de racionalización no es más que “desencantamiento del mundo”,
burocratización, o una creciente falta de libertad. Otros comentaristas han tratado la
racionalización sólo como equivalente a una penetración creciente de la acción social basada
en medio-fines.
El mismo Weber es, en gran parte, responsable de la falta de claridad que rodea sus análisis de
la “racionalidad” y de la relación mutua entre procesos históricos de racionalización
multifacéticos. Sus discusiones sobre este tema, dispersas y fragmentadas, tienden más a
mistificar que a iluminar, además de su retorcido estilo de escritura también pone trabas a
cualquier intento de hacer un inventario de los principales usos de “racionalidad” y de
“procesos de racionalización”.
31
objetivo al que apunta este artículo: reconstruir, al nivel puramente conceptual, la visión
weberiana de una multiplicidad de procesos de racionalización que de varios modos entran en
conflicto y se unen el uno con el otro en todos los niveles societales y civilizatorios.
I. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LOS TIPOS WEBERIANOS DE
RACIONALIDAD Y RACIONALIZACIÓN
Los Tipos de Acción Social y los Tipos de Racionalidad
La cuádruple tipología weberiana de la acción social –afectiva, tradicional, racional con arreglo
a valores y racional con arreglo a medios-fines– remite a capacidades universales del Homo
sapiens. Su existencia no depende de constelaciones societales, culturales o históricas, sino que
estos tipos de acción social se ubican “por fuera de la historia”, como rasgos antropológicos
del hombre.
No pone en duda para Weber la capacidad básica del hombre para orientar sus acciones
racionalmente en base a valores. Por otro lado, las acciones tradicionales y afectivas no fueron
desarraigadas y barridas en el mismo grado en que avanzaron los movimientos de
modernización.
Por más universales que puedan ser los cuatro tipos de acción social, Weber confinó la
aplicación de su tipología a acciones determinadas y delimitadas. Sin embargo, como
sociólogo histórico-comparativo, deseaba examinar algo “más” que simples orientaciones
fragmentadas para la acción; le interesaban mucho más las regularidades y los patrones de
acción. La tipología de los tipos de racionalidad es uno de entre muchos esquemas
conceptuales que utiliza para analizar dichas regularidades y patrones. La racionalidad
“práctica”, “teórica”, “formal” y “sustantiva” constituyen esta tipología. Las regularidades de
acción conscientes que todos estos tipos de racionalidad introducen, sirven para dominar
(beherrschen) realidades fragmentadas y desconectadas.
Al igual que los procesos socioculturales, los modos de vida –o “actitudes” coherentes que
penetran toda la organización de la vida - divergen ampliamente en cuanto al grado en el que
involucran acción metódica. Los procesos de racionalización de significación histórica en
sociedades y en civilizaciones enteras, se han originado con frecuencia cuando una
constelación de factores cristalizó en premios a ese modo de vida racional metódico.
La Universalidad de los Tipos de Racionalidad y de los Procesos de Racionalización
Los tipos de racionalidad y los diferentes procesos de racionalización son tratados por Weber
frecuentemente en referencia a la particularidad del desarrollo civilizatorio de Occidente.
Weber intenta, sobre todo, abocarse a por qué las civilizaciones de China, India, y del antiguo
Cercano Oriente no adoptaron los tipos de procesos de racionalización que caracterizan a la
civilización europea y americana.
Aunque Weber orientó estas investigaciones a la cuestión de por qué sólo en Occidente
surgieron “sociedades racionalizadas”; los tipos de racionalidad y los procesos de
racionalización toman forma universal, en mayor o menor medida. La propia “Introducción”
provee la evidencia más inequívoca de esta universalidad. Weber da a entender que la
racionalización también toma lugar, si bien con frecuencia de maneras distintas, en las
civilizaciones no occidentales. Reiteradamente menciona además, por ejemplo, el
“racionalismo” del Judaísmo antiguo.
En ensayos más tardíos, sin embargo, había ampliado su noción de racionalización a
dimensiones histórico-universales que incluían asimismo desarrollos civilizatorios de Oriente.
32
La “Racionalidad” y los Procesos de “Racionalización” en su especificidad como
Esferas-de-Vida
Weber no usa los conceptos de “racionalidad” y de “racionalización” de un modo global para
referirse meramente a un desarrollo general de las civilizaciones. En vez de esto, considera que
ocurren procesos de racionalización cualitativamente diferentes que avanzan potencialmente
a su propio ritmo en distintos niveles socioculturales y en distintas esferas-de-vida, tanto en
los relacionados con la “organización externa del mundo” -reinos legal, político, económico, de
dominación (Herrschaft) y del conocimiento-, como en las esferas “internas” de la religión y de
la ética. También pueden encontrarse procesos de racionalización en los campos de la estética
y del erotismo.
La convicción de Weber de que la racionalización ocurre en diversas esferas de la vida, le obligó
a examinar la medida en que un simple reino podría designarse como el “portador”, tras el cual
se alinearían en mayor o menor medida todos los otros procesos de racionalización. Cuestionó
todas aquellas teorías que entendían el avance de la “racionalidad” como un proceso de
evolución unilineal que ocurriría con igual intensidad en todas las esferas societales. Por lo
tanto, empezó a investigar el modo en que se racionalizaba la acción en campos particulares.
II. LOS TIPOS DE RACIONALIDAD DE MAX WEBER: PRÁCTICA, TEÓRICA,
SUSTANTIVA, Y FORMAL
Weber designa como racional-práctica a toda forma de vida que considera y juzga la actividad
mundana en relación a los intereses puramente pragmáticos y egoístas del individuo. La
acción pragmática es dominante en términos de los intereses de cada día, y los fines prácticos
dados se logran gracias a una evaluación cuidadosa y a un cálculo crecientemente preciso de
los medios más adecuados. De esta manera, este tipo de racionalidad existe como una
manifestación de la capacidad del hombre de actuar con arreglo a medios-fines.
Ya sea en épocas con una profunda impronta de las religiones éticas de salvación o bien en
épocas puramente seculares. Para Weber, las variaciones en las regularidades
práctico-racionales de acción surgen de las diferencias en el refinamiento relativo de los
medios disponibles para manejar los problemas diarios, y del grado en que las doctrinas
ética-religiosas intensifican patrones prácticos específicos de acción, otorgando a ellos
“premios psicológicos”.
La predisposición pragmática e intramundana a patrones de acción racional-práctica, implica
una subordinación de los individuos a realidades dadas y una inclinación concomitante a
oponerse a toda orientación basada en la trascendencia de la rutina diaria.
Racionalidad Teórica
Este tipo de racionalidad implica un dominio conciente de la realidad por medio de la
construcción de conceptos abstractos de creciente precisión, más que a través de la acción.
Dado que aquí prevalece una confrontación cognitiva con las experiencias personales, son
típicos los procesos de pensamiento tales como la deducción lógica y la inducción, la
atribución de causalidad, y la formación de “significados” simbólicos. De un modo más general,
todos los procesos cognitivos abstractos, activamente expansivos, denotan racionalidad
teórica.
En las etapas más tempranas de la historia, los hechiceros y sacerdotes ritualistas buscaron
medios abstractos para dominar la naturaleza y lo sobrenatural. Filósofos de todo tipo
también han reflexionado sobre la naturaleza y la sociedad, plasmando sus elaboraciones en
refinados esquemas conceptuales. Los procesos de racionalización teórica también pueden ser
llevados a cabo por jueces. Dado que el pensamiento teórico siempre busca interrelaciones y la
construcción de explicaciones “holísticas”, se ubica en una relación de antagonismo,
particularmente respecto al carácter fragmentario de la magia.
33
A diferencia de la acción racional con arreglo a medios-fines que provee el fundamento para la
racionalidad práctica puramente adaptativa, los procesos de racionalización teórica -según
Weber- están fortalecidos y cobran ímpetu por la natural “necesidad metafísica” y la
“irrefrenable búsqueda” de pensadores y sistematizadores de trascender la mera rutina y
suministrarle un “sentido” coherente a los azarosos eventos de la vida cotidiana, tiene un papel
inconmensurablemente significativo en los esfuerzos de los intelectuales para ir más allá de las
realidades diarias y para entender el mundo como un cosmos “con sentido”.
Weber está convencido que una confrontación teórica con la realidad puede volverse contra la
acción del pensador e introducir nuevas regularidades de acción, aunque esto no siempre
ocurra.
Estas conclusiones puramente “racionales” influyeron, por sí mismas y de muchas formas, en
la acción social.
En un estadio posterior del proceso de racionalización religiosa, surgieron visiones del mundo
como un resultado de la racionalización teórica de las concepciones del reino sobrenatural.
Estas perspectivas exhaustivas del universo y de la ubicación del hombre en él, pretendieron
ofrecer explicaciones integrales de la condición del hombre y de su repetida experiencia de la
injusticia.
Por eso, aunque la racionalidad teórica domina la realidad a través del pensamiento, contiene
un potencial para introducir indirectamente patrones de acción. De hecho, Weber afirma que los
procesos de racionalización abstracta llevados a cabo por pensadores sistemáticos jugaron un
papel decisivo en el proceso de des-magificación que caracterizó a la transformación del
catolicismo medieval en calvinismo.
Racionalidad Sustantiva
Así como lo hace la racionalidad práctica y a diferencia de la racionalidad teórica, la
racionalidad sustantiva ordena directamente la acción en patrones. Lo hace, sin embargo, no
puramente en base a un cálculo de medios-fines acerca de las soluciones ante problemas
rutinarios, sino en relación a un “postulado de valor” pasado, presente o potencial.
Una racionalidad sustantiva puede ser circunscripta, organizando sólo un área delimitada de la
vida y dejando todos los demás sin tocar. La amistad, por ejemplo, cuando implica adhesión a
valores tales como lealtad, compasión, y asistencia mutua, constituye una racionalidad
sustantiva. El comunismo, el feudalismo, el hedonismo, el igualitarismo, etc., así como todas
las nociones estéticas de “lo bello”, también son ejemplos de racionalidades sustantivas; a
pesar de lo mucho en que puedan diferir en su capacidad para organizar la acción, así como en
su contenido de valor.
En todos los casos, la racionalidad sustantiva es considerada como un “canon válido”; esto es,
un “estándar” único a partir del cual puede ser seleccionado, medido y juzgado el torrente
interminable de eventos empíricos de la realidad.
La infinidad de posibles postulados de valor apunta a un rasgo crítico de la noción weberiana
de racionalidad sustantiva: su perspectivismo radical. Para Weber, la racionalidad sustantiva y
los procesos de racionalización basados en ella existen siempre con relación a puntos de vista
o “direcciones” fundamentales: cada punto de vista implica una configuración de valores
identificable que determina la dirección del potencial proceso de racionalización resultante.
Prevalece es un perspectivismo radical en el cual la existencia de un proceso de racionalización
depende de la preferencia de un individuo, implícita o afirmada, inconsciente o conciente, por
ciertos valores fundamentales y de la sistematización de su acción para adecuarse a dichos
valores. Estos valores adquieren “racionalidad” sólo por la coherencia de sus postulados de
34
valor. Similarmente, lo “irracional” no es fijo e intrínsecamente “irracional” sino que resulta de
la incompatibilidad típico-ideal de una constelación de valores fundamental con otra: Toda
persona religiosa es “irracional” para cualquier persona no religiosa y lo “racional”- que es sólo
simple en apariencia.
La “racionalidad” y los procesos de racionalización potenciales en una arena dada remiten a
estos postulados de valor. En algún sentido, las esferas de vida defienden sus propios
postulados de valor como “racionales” y caracterizan los de otras esferas de la vida como
“irracionales”.
Los puntos de vista racionales sustantivos también pueden diferir dentro de una misma
esfera. Dentro del reino de la religión, por ejemplo, confrontan entre sí un sinnúmero de
puntos de vista y visiones del mundo fundamentales, cada uno proclamando su “racionalidad”.
El perspectivismo radical de Weber, su noción de racionalidad sustantiva y su sociología
comprensiva de conjunto, giran en torno a la convicción de que los valores no son
demostrables por métodos científicos aunque en la época contemporánea permanecen como
el único dominio en el que el individuo autónomo se confronta con sus “propios demonios”. Es
un supuesto permanente de los análisis sociológicos weberianos que incluso la más precisa
racionalización “técnicamente correcta” dentro de, por ejemplo, la esfera económica, no puede
llamarse legítima y “válida” como “progreso” a nivel valorativo.
Las racionalidades formales se han mantenido en el más directo antagonismo respecto a
muchas racionalidades sustantivas. El conflicto recurrente de estos tipos de racionalidad ha
jugado un papel particularmente determinante en el desenvolvimiento de los procesos de
racionalización en Occidente.
Racionalidad Formal
A diferencia del carácter intercivilizatorio y metaepocal de los tipos de racionalidad práctica,
teórica y sustantiva, la racionalidad formal remite generalmente a esferas de vida y
estructuras de dominación que recién con la industrialización adquieren límites específicos y
demarcados; más significativamente en lo que hace a las esferas económica, legal y científica
y a la forma burocrática de dominación. Mientras que la racionalidad práctica siempre indica
una tendencia difusa al cálculo y a solucionar problemas rutinarios por patrones de acción
racional con arreglo a medios-fines en relación a los propios intereses pragmáticos, la
racionalidad formal legitima fundamentalmente un cálculo racional con arreglo a medios-fines
similar, pero referenciándose en reglas, leyes o regulaciones ya existentes y aplicadas
universalmente.
Una orientación de la acción hacia reglas formales y leyes equivale a un rechazo a cualquier
arbitrariedad: aquí el universalismo y el cálculo con relación a regulaciones aprobadas se
ubican estrictamente en oposición a la toma de decisiones relacionada con cualidades
personales de los individuos implicados.
Weber se refiere a la dominación burocrática como una racionalidad formal porque aquí
predomina la acción orientada a reglas generales analizables intelectualmente y a estatutos,
así como la selección de los medios más adecuados para la adhesión a ellos.
La racionalidad legal formal existe cuando los juristas formalmente entrenados promulgan
leyes que se aplican a todos los ciudadanos del estado de un modo tal que “…sólo las
35
características generales del caso, que carezcan de ambigüedad, son tomadas en cuenta en
términos de factores puramente procesales y legales”.
Al contrario de la formulación de hipótesis, que pertenece al dominio de la racionalidad
teórica, para Weber los procedimientos científicos experimentales también son juzgados de
acuerdo a una racionalidad completamente formal. En este caso, el cálculo procede según
reglas comunes de experimentación. Estas son proclives a realizarse de una manera más
sofisticada que las reglas en la forma burocrática de dominación o en las esferas económica y
legal: observación empírica estricta, cuantificación y medición sistemática adquieren aquí un
máximo de control metódico, especialmente en el laboratorio.
1.
2. III. COMPARANDO Y CONTRASTANDO LOS TIPOS DE RACIONALIDAD
Aspectos Comunes a los Cuatro Tipos de Racionalidad
A pesar de lo mucho que puedan variar en su contenido, los procesos mentales que
pujan por dominar la realidad son comunes a todos los tipos de racionalidad.
Para Weber, los procesos mentales son de interés principalmente en la medida en que
pueden ser traducidos en patrones de acción social. En algunos casos, como en la racionalidad
práctica, las regularidades de acción derivan tan directamente del cálculo con relación a los
propios intereses que apenas es perceptible el propio proceso mental.
Según Weber, las constelaciones de factores históricos y sociológicos determinan si un
tipo particular de racionalidad encontró de hecho una clara expresión sólo como un proceso
mental o también como regularidades de acción que son establecidos como procesos
socioculturales, bien al nivel de los grupos, organizaciones, sociedades, o al nivel de
civilizaciones de conjunto. El potencial común para dominar concientemente la realidad propio
de los tipos de racionalidad, es la piedra angular en el análisis de Weber sobre el desarrollo de
los diversos procesos de racionalización en diferentes civilizaciones.
Los Tipos de Acción, los Tipos de Racionalidad, y Ordenes Legítimos
Como regularidades de acción concientes que buscan manejar la realidad, los tipos de
racionalidad práctica y formal están típicamente basados en la capacidad del hombre para una
acción racional con arreglo a medios-fines; en contraste, la racionalidad sustantiva deriva
típicamente de la acción racional con arreglo a valores. Aun cuando, por otro lado, la
racionalidad teórica está enraizada en procesos cognitivos abstractos antes que en la acción,
la acción racional –y aún los patrones de acción racional- puede provenir indirectamente del
pensamiento racional-teórico (ver cuadro 2).
En el esquema weberiano, los tipos de racionalidad sustantiva, formal, y teórica no
constituyen simples regularidades de la acción sociocultural amorfa. En su lugar, dadas ciertas
configuraciones de factores sociológicos e históricos que lo faciliten, son institucionalizados
como regularidades normativas de acción dentro de “órdenes legítimos”: organizaciones,
formas de dominación tradicional (patriarcal, patrimonial, feudal) y racional-legal
(burocrático), tipos de estructuras económicas, doctrinas éticas, clases y estratos. El carácter
difuso de la racionalidad práctica –capaz de resolver problemas-, generalmente la confina al
campo de las dificultades rutinarias, cotidianas y pragmáticas.
36
CUADRO 1
DOMINIO CONCIENTE DE
REALIDADES
FRAGMENTADAS A TRAVÉS
DE REGULARIDADES DE
ACCIÓN
Tipos de Racionalidad
Procesos Mentales Relación con la Acción
Teórica Diferentes procesos Indirecta
abstractos
Práctica Cálculo medio-fin Directa
Formal Cálculo medio-fin Directa
Sustantiva Subordinación de realidades Directa
a
valores
CUADRO 2
37
CARACTERÍSTICAS
ANTROPOLÓGICAS DE
LOS
INDIVIDUOS Y PATRONES
CONCIENTES DE ACCIÓN
RACIONAL
Características Antropológicas
de los Individuos
Tipo de Acción Social
Tipos de Racionalidad
Procesos Mentales
No racional:
Tradicional No racional . . .
Afectiva No racional . . .
Racional:
38
Subordinación de realidades Sustantiva
Con arreglo a valores a
valores
Cálculo medio-fin Formal,
Con arreglo a
medios-fines…...
Práctica
*………………….... Diferentes procesos Teórica
abstractos
Entre ciertos órdenes legítimos y tipos particulares de acción existen claras “afinidades
electivas”. Cuando las racionalidades sustantivas están moldeadas por profetas, el devoto se
siente típicamente obligado a mantener esta “racionalidad ética sustantiva” por motivos
racional-valorativos.
En otros casos, las afinidades electivas entre los órdenes legítimos que institucionalizan un
tipo de racionalidad y los tipos de acción social, existen sólo cuando estos órdenes se analizan
con relación a una constelación de valores de una época particular.
Del mismo modo, el capitalismo como orden legítimo puede ser mantenido por una serie de
razones. Weber sostiene que el origen del capitalismo moderno no puede entenderse sin
remitirse a las orientaciones con arreglo a valores de los puritanos, según una racionalidad
ética sustantiva: el creyente inspirado religiosamente a valorar el trabajo disciplinado,
metódico y la acumulación y reinversión del dinero dio lugar a un componente sistemático
para la actividad económica que se demostró mucho más efectivo.
El capitalista moderno, por otra parte, puede adherir a las leyes abstractas del mercado por
motivos de tradición o racionales con arreglo a medios-fines, o aún como resultado de una
creencia racional con arreglo a valores en la “corrección” de las leyes.
Así, para Weber, un orden legítimo que institucionalizó un tipo particular de racionalidad
formal o sustantiva puede hacer surgir distintos tipos de acción social e incluso nuevos tipos
de racionalidad.
Las Capacidades de los Diferentes Tipos de Racionalidad para Introducir Formas
Metódicas de Vida
Pese a su capacidad común para manejar la realidad concientemente, los tipos de racionalidad
confrontan realidades heterogéneas de diferentes y distintivas maneras, e introducen
regularidades de acción con grados variables de efectividad.
39
Según Weber, el modo de vida racional-práctico carece de un carácter metódico. Este modo de
vida, basado en intereses subjetivos, reacciona continuamente a situaciones cambiantes en
vez de ordenarlas.
Los distintos procesos cognitivos propios de la racionalidad teórica confrontan activamente
con las realidades dadas y buscan manipularlas abstractamente. Lo hacen buscando las
interrelaciones entre escenarios distintos y aparentemente inconexos. Pero su poder para
introducir un modo de vida o para suprimir la racionalidad práctica, es definitivamente
limitado.
La racionalidad formal es sólo ligeramente más exitosa que la racionalidad teórica para
dominar el modo de vida racional práctico. Mientras el funcionario público, el abogado, el
hombre de negocios y el científico ejecutan las tareas típicas de sus profesiones, sus
orientaciones hacia reglas y leyes abstractas los aíslan del flujo azaroso de eventos
fragmentados así como de las confrontaciones racional-prácticas con los problemas
cotidianos. Sin embargo, estos patrones formalmente racionales generalmente no pueden dar
forma a la acción de esas personas en sus relaciones personales.
Sólo la acción orientada hacia la racionalidad sustantiva tiene el potencial para introducir
formas metódicas de vida que subyuguen el modo de vida práctico racional basado en
intereses, la orientación racional formal según reglas y el torrente de los acontecimientos
desarticulados de la realidad. Este desarrollo se da con mayor efectividad después que los
valores de una racionalidad sustantiva dada, de magnitud delimitada, han sido racionalizados
a través de procesos de racionalización teórica, en constelaciones de valor internamente
unificadas que se dirigen a, y organizan exhaustivamente, todos los aspectos de la vida. El
contenido de valor de estas racionalidades sustantivas, el cual determina la dirección de dichos
procesos de racionalización valorativa, varía a lo largo de un amplio espectro secular y
religioso.
Weber define un estándar “ético” como “…un tipo particular de creencia racional valorativa
entre individuos que, como consecuencia de esta creencia, impone en la acción humana un
elemento normativo que reclama la cualidad de ´lo moralmente bueno´ del mismo modo en
que la acción que reclama para sí el status de ´lo bello´ es medida según los estándares
estéticos”.
La racionalidad ética no implica simplemente la memorización de reglas para conductas
apropiadas que contienen la sabiduría acumulada y aceptada de las generaciones pasadas. En
contraste, la acción ética implica, primero, un imperativo de conformidad con un bien moral
que es sentido como internamente vinculante u obligatorio. Según Weber, la acción cotidiana
puede ser influida decisivamente por racionalidades éticas, aún si le faltan sus garantías
“externas” e incluso, a veces, a pesar de fuerzas sociales que se le opongan.
Para Weber, la racionalización valorativa remite a la racionalización teórica de racionalidades
sustantivas, sean éticas o no: se realzan su exhaustividad (el grado en el que afirman ordenar
toda acción) y su unidad interna. La unidad interna es racionalizada de acuerdo a la medida en
que los valores dentro de una racionalidad sustantiva dada, no importa cuán exhaustiva o
limitada, sean ordenados y sistematizados.
En la medida en que los procesos de racionalización con arreglo a valores parten de una
exhaustividad racional sustantiva y una coherencia interna y las expanden a una visión del
mundo secular o religiosa que existe como un estándar ético, y en el grado en que la acción
40
social está orientada racionalmente con arreglo a valores hacia esta constelación de valores,
los hechos dispersos de la vida diaria, el modo de vida racional-práctico orientado a intereses y
los patrones de acción racional-formal son todos ellos reemplazados por reclamos éticos. Por
lo tanto, para Weber, la posibilidad de que la acción se vuelva racionalizada sustantivamente
para concordar con una ética dada de salvación, o con otra racionalidad ética sustantiva, no
depende únicamente de la fuerza de los intereses antagónicos sino también de las
motivaciones de los creyentes y de la relativa racionalización valorativa de la ética. Para
Weber, el individuo que orienta su acción racionalmente con arreglo a valores y hacia una
racionalidad ética sustantiva internamente unificada y exhaustiva, actúa metódicamente con
relación a una ética de convicción (Gesinnungsethik) y racionaliza la acción “desde dentro” en
todas las esferas de vida para concordar con sus propios valores internos.
Estos modos de vida racional-prácticos, en los que Weber enfatizó por estar dotados de las
consecuencias más decisivas para el destino del hombre moderno, no se volverían a ver en el
contenido de valor de ninguna otra religión ética de salvación de importancia histórica.
Tales racionalidades éticas, siempre que sus valores continúen siendo racionalizados
teóricamente, se vuelven elementos dentro de racionalidades éticas más exhaustivas e
internamente unificadas. Esto ocurre si, por ejemplo, la orientación de la acción hacia la
justicia social como ideal ético se racionaliza con arreglo a valores hasta el punto en quesurge
una visión cerrada del mundo que conlleva una explicación de toda miseria humana pasada,
presente y futura.
También prometían, si los principios establecidos eran implementados correctamente, la
futura abolición de toda penuria mundana. Para Weber, el poder de una ética de convicción
secular capaz de racionalizar centralizadamente toda acción social según sus valores, no es
menos fuerte que aquella de una ética de convicción religiosa. En ambos casos es de una
importancia crítica la aceptación de la ética como fe y una creencia en ella como un absoluto
que está más allá de todo compromiso.
En resumen, la racionalidad sustantiva es el único tipo de racionalidad que tiene la
potencialidad analítica de introducir modos de vida racional- metódicos. Si bien los tipos de
racionalidad teórica y formal también son capaces de un dominio conciente, directo o
indirecto, de la realidad; ninguno de los dos introduce actitudes coherentes hacia la vida. Aun
cuando están dotados de la capacidad para lograrlo, los patrones de acción racional práctica
permanecen como simples reacciones a realidades heterogéneas. Por lo tanto, el modo de vida
racional-práctico, caracterizado por un cálculo racional de intereses con arreglo a
medios-fines, carece del elemento metódico surgido cuando los valores, particularmente
aquellos en los que se cree como estándares éticos, regulan la acción “desde dentro”.
1.
1.
1.
1.
1.
1.
1.
1.
41
2. IV.
PROCESOS DE
RACIONALIZACIÓN EN
GENERAL Y RACIONALIZACIÓN
EN
LAS
SOCIEDAD MODERNAS
Para Weber, una explicación estrictamente analítica como la anterior, referida a la
potencialidad de los diferentes tipos de racionalidad para introducir modos de vida
racional-metódicos, no tiene relación con la cuestión de si realmente este potencial se ha
realizado en las sociedades. Por lo mismo, sin tener en cuenta si estuvieron basados en tipos
de racionalidad práctica, teórica, formal, o sustantiva; los procesos de racionalización han sido
puestos en movimiento como desarrollos socioculturales significativos sólo cuando han
aparecido estratos sociales firmemente enraizados como sus “portadores”.
CUADRO 3
TIPOS DE RACIONALIDAD EN RELACIÓN A
MODOS DE VIDA
Manejo Conciente de la Realidad
Falta de un Modo de Vida Modo de Vida
Racionalidad Teórica Racionalidad Práctica
Racionalidad Formal . . .
. . . Racionalidad Sustantiva
Procesos de Racionalización: Intereses y Valores
La racionalidad sustantiva es la mayor responsable de la difusividad tanto como de la
naturaleza perspectivista del tema weberiano de la racionalización. Este tipo de racionalidad se
42
combina con la noción de racionalidad ética sustantiva para constituir los cimientos
conceptuales de su análisis. Sólo las racionalidades éticas son capaces de suprimir
permanentemente las regularidades de acción racional-prácticas, y con igual importancia,
intensificarlas, transformándolas en acciones éticas prácticas. Además, sólo las racionalidades
éticas poseen el vigor analítico para dominar por completo los procesos de racionalización
formal. Por último, sólo las racionalidades éticas proveen un contenido de valor a los procesos
de racionalización teórica, los ponen en movimiento en direcciones específicas como procesos
de racionalización con arreglo a valores, y dan lugar a configuraciones de valor exhaustivas,
internamente unificadas. Estas constelaciones de valor, aún cuando para Weber sean por sí
mismas manifestaciones de fuerzas históricas “irracionales” -económicas, políticas, de
dominación e incluso geográficas-, constituyen visiones del mundo racionalmente coherentes,
por medio de las cuales los individuos pueden orientar su acción en todas las esferas de vida.
Cuando estas visiones del mundo adquieren el anclaje social y económico necesario para su
difusión en una civilización, sientan las “vías” (Gleise) –o límites- dentro de los cuales toman
lugar los altercados cotidianos entre intereses económicos, políticos y otros.
Weber sostiene que estas regularidades de acción racional tampoco fueron capaces de dar
nacimiento, por su cuenta, a racionalidades éticas sustantivas, a procesos de racionalización
con arreglo a valores, a visiones del mundo o a un modo unificado de vida: ninguna acción
ética regida por un estándar internalizado, independientemente de si involucra una
racionalidad ética circunscripta tal como la amistad o una ética de la convicción, puede
resultar de una acción racional con arreglo a medios-fines.
Ni la acción racional con arreglo a medios-fines que proveyó el fundamento para la
racionalidad formal y práctica, ni los postulados de valor desprovistos de aspectos éticos
pudieron trascender y ordenar la rutina diaria en un grado suficiente como para poner en
movimiento una racionalización exhaustiva y continua de las realidades dadas.
Intereses como Base del Proceso de Racionalización: Afinidades, Antagonismos, y
Anclajes Sociológicos
En el esquema weberiano, la relevancia de la racionalidad ética sustantiva y de los procesos de
racionalización basados en este tipo de racionalidad, debe considerarse importante desde un
punto de vista analítico. Su preeminencia conceptual, la cual deriva de su capacidad única para
hacer surgir modos de vida racionales metódicos, no nos dice absolutamente nada sobre el
papel que ha jugado en la historia. Lejos de ser fines en sí mismos, para Weber estos tipos de
racionalidad fueron meramente las herramientas heurísticas básicas que usó para escudriñar
los destinos históricos de la racionalización como procesos socioculturales.
Habiendo utilizado sus conceptos típico-ideales –los tipos de racionalidad- como medios de
orientación que lo guiaron a puntos críticos de quiebre histórico, como sociólogo histórico, ya
sea investigando la multidimensionalidad de la racionalización o cualquier otro tema, Weber se
enfrentó directamente con la cruda “irracionalidad” histórica.
Para Weber, todas las cuestiones de desarrollo y cambio histórico, de la acotación de algunos
movimientos y de la lucha de otros por posiciones hegemónicas, fueron inevitablemente en
contra de la corriente y del flujo de intereses y constelaciones de intereses puramente
“irracionales”. Lejos de ser simplemente un concepto coherente, “´la racionalidad´ es un
concepto histórico que contiene un mundo de contradicciones en sí mismo”.
Los procesos multifacéticos de racionalización, imposibles de ser ubicados en un desarrollo
lineal –tales como el “desencantamiento del mundo”-, surgieron recurrentemente para luego
43
desdibujarse a lo largo de una trama de equilibrios cambiantes y entretejimientos
caleidoscópicos. Una y otra vez, Weber apunta al modo en que grupos de individuos crean
reinos de libertad al responder, a través de regularidades racionales de acción, a realidades
fragmentadas. Al llevar al extremo estas regularidades, sin embargo, los mismos grupos
pueden construir auténticas redes vinculantes.
Procesos de Racionalización Moderna en Occidente: El “Tipo de Persona”
En las sociedades modernas de Occidente, los procesos de racionalización práctica, teórica y
formal dominan fuertemente el proceso de racionalización sustantiva. La visión judeocristiana
del mundo, la que proveyó el punto de referencia para agrupar conjuntos importantes de
racionalidades sustantivas y éticas, así como la racionalización teórica de sus valores; ha sido
reemplazada en gran medida por la visión científica del mundo.
A pesar de que la visión científica del mundo es en sí misma una racionalidad sustantiva. Al
mismo tiempo, los procesos de racionalización formal en la arena científica, así como en las
esferas económica y legal, y en la forma burocrática de dominación, se combinaron para dar
nacimiento a una red de patrones de acción, los cuales apuntan en la misma dirección: la
supresión de la acción con arreglo a valores. Así, las racionalidades éticas perdieron aquella
constelación de intereses que les permitían ubicarse en oposición directa al carácter
impersonal de todas las racionalidades formales y circunscribir la influencia de estas últimas
subsumiéndolas bajo un postulado ético.
A pesar de que algunos individuos y grupos puedan desear una restitución de la “ética
burocrática”, los intentos de restituirla se enfrentan con intereses firmemente atrincherados,
ahora institucionalizados dentro de órdenes legítimos. Weber enfatiza repetidas veces que, en
esos casos, la plausibilidad o “razonabilidad” de un deseo de cambio puede proveer sólo un
estímulo. Este prerrequisito adquiere importancia únicamente si cristaliza una constelación de
factores anclados en intereses que lo facilite.
Para Weber, el ascenso de la ciencia como modo de conocer y experimentar auguró
consecuencias particularmente decisivas, ya que amenazó con expulsar los valores por fuera
de la arena de la “creencia” y ubicarlos en el reino del cálculo: con el advenimiento de la visión
científica del mundo, incluso los valores pudieron ser sometidos a la observación empírica, a la
medición matemática y a la prueba. Enfatizó que con este desarrollo la ciencia se ubicó como
la oposición más fundada a todas las visiones religiosas del mundo. En todas las religiones, los
valores existieron como absolutos eternamente “válidos”, y el mundo existía como un cosmos
organizado de modo definitivo por dioses y doctrinas.Una vez que convergieron en el dominio
de la ciencia, en el siglo XX, estos procesos pasaron a existir como procesos de pensamiento
abstracto “vacíos” que rotulaban a la religión como un reino caracterizado por el “sacrificio del
intelecto” y por lo “irracional”.
Cuando se combinó con procesos de racionalización formal, práctico, y otros de índole teórica
no alterados por valores, este desplazamiento de la racionalización teórica, desde la religión a
la ciencia, adquirió enorme importancia para el destino de los modos de vida
metódico-racionales.
El tipo de persona capaz de racionalizar sistemáticamente la acción “desde dentro” –en
relación a una constelación unificada de valores - y de entregar su entera existencia a una
“dirección” y “significado” sin ambigüedades, era visto por Weber como un sujeto histórico
atado a tradiciones histórica y sociológicamente singulares, a valores culturales y a estructuras
socio-económicas.
44
Weber no veía ningún estrato social firmemente anclado en las sociedades industriales de
Occidente, capaz de reemplazar las religiones de salvación ética como portador
institucionalizado de una racionalidad ética y de procesos de racionalización con arreglo a
valores. En cambio, estas personas quedan sujetas al flujo azaroso –o en términos de Weber,
“irracional”- de los intereses que los rodean. La fuerza abrumadora de esferas sociológicas
atrincheradas, incapaces por principio de generar procesos de racionalización con arreglo a
valores, condenó a la personalidad unificada a existir “en los bordes” de las sociedades
modernas, en pequeños e íntimos agrupamientos.
En su sociología histórico-comparativa buscó patrones típicos que pudieran proveer claves
para las circunstancias generales bajo las cuales los estratos portadores de procesos
específicos de racionalización, se vieran constreñidos o autorizados a propagarse y a
establecer tradiciones duraderas. Tales investigaciones utilizaron el nivel conceptual
simplemente como medio de orientación para ubicar conexiones históricas significativas.
45