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Acompañamiento terapéutico en la paranoia

El padre del paranoico fue un déspota (que abusa de la autoridad) y madre y padre
fueron inoperantes en desviar la mirada de la madre en algo que no sea su hijo, en
romper el vínculo simbiótico del primer momento edípico que se caracterizaba por ser
el hijo el falo de la madre, por ser el ideal del Otro y por el narcisismo primario (estadio
del espejo), en crear un hueco para que el niño se encuentre con la falta del Otro
materno. Por tanto, no existe el paso del falo imaginario al simbólico (con lo que no se
inserta en la lógica discursiva del lazo social, es un discurso vacio de sentido) como
ocurre en las neurosis y en las perversiones, y la posibilidad de resignificación del
significante fálico. Al no tener el niño la oportunidad de encontrarse con la percepción
de la diferenciación sexual no se inscribe en la diferenciación de los sexos.
La forclusión del nombre del padre tiene dos implicaciones. Por una parte el Otro no es
barrado, es consistente, es un Otro absoluto, y por la otra el niño es el objeto de goce de
la madre y se sujeta a los caprichos de su deseo (es el falo imaginario de ella).
El Otro es tomado por alguien que sustenta las identificaciones imaginarias del sujeto,
de modo tal de convertirse en otro perseguidor (el personaje inicialmente idealizado se
torna en aquel que le observa, le da órdenes y le somete a su querer). Ello se observa en
los contenidos delirantes del paranoico.
Ahora bien, un psicótico puede construir un sinthome para posibilitar un amarre posible
y singular con el lazo social. Incluso ofrece sustentación al sujeto.
El sinthome, hacerse un nombre propio y definir la idea que se tiene de sí mismo como
cuerpo (ego), o sea, demandar la presencia de una imagen especular considerada
narcisista.
La transferencia efectiva entre el paciente y algún objeto de la realidad puede contribuir
a la construcción del sinthome.
Para Lacan la paranoia puede ser entendida como un fenómeno del lenguaje, los
neologismos.
En la paranoia, el SL forcluído de lo Simbólico retorna en lo Real del lado del
Otro, y así el sujeto interpreta lo que viene del Otro como señal de recriminación,
injuria y hostilidad, que transforma en persecución.
El paranoico ama el Uno como a sí mismo y, entre las pasiones del ser, verificamos el
amor por el Uno, el odio por lo diferente -hetero- y la ignorancia de la división
subjetiva.
El pegoteo imaginario aprisiona al paranoico en una tendencia a atribuir sentido a todo,
así como a estar en el centro de las miradas.
La condición de la mirada en la paranoia se desdobla en el "empuje-a-la-fama: lo que
hace del paranoico un ser que pretende tornar público aquello que le compete, apoyado
en la creencia de que todos se interesan por lo que le ocurre.
El paciente debe encontrarse con sus marcas edípicas y ante ellas reposicionarse y
puede tornarse menos atemorizado y más seguro ante las ofertas de aproximaciones al
lazo social. Que provocaran efectos importantes en la subjetividad del sujeto, no
acciones educativas o pedagógicas como si fuera posible restablecer el orden
anteriormente perturbado.
El fenómeno de masa, o lazo social, ocurre en la medida en que un rasgo del ideal del
yo es capturado por una característica cualquiera del líder o de una idea en común, de
manera tal de rotar el interés del individuo hacia ese objeto con un investimento de
libido.
Para el paciente psicótico e trata de otro especular, un objeto con el cual el paranoico
mantendría una relación narcisista y dual, fuera del lazo social. El paranoico establece
un tipo de vínculo con el otro, su semejante, donde el Otro se torna absoluto," sin ley y
quiere perjudicar al sujeto
El paranoico erotiza la mirada y la voz.
La transferencia en la paranoia consiste... en una relación narcisista y especular.
La consistencia imaginaria encapsula al otro, no hay entrada posible de un tercero para
romper la simbiosis, debido a la fijación en el primer tiempo del Edipo. En la
transferencia el otro asume el estado de omnipresencia absoluta.
El analista pasa a ocupar el lugar del otro no especular, ocupa un lugar más vacio en la
relación imaginaria.

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