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Aquella batalla se enmarca en una larga disputa en torno al reclamo de las provincias del Litoral
por la libre navegación de los ríos. Desde 1820, cuando se produjo la caída del poder central,
Buenos Aires monopolizó los ingresos de la Aduana del puerto de ultramar y dominó el ingreso de
productos procedentes del extranjero. Juan Manuel de Rosas no modificó esta situación en su
primer ascenso al gobierno de Buenos Aires en 1829 ni lo hizo luego, cuando munido del manejo
de las relaciones exteriores que le otorgaba el Pacto Federal de 1831, dominó la política de la
Confederación de provincias. La Vuelta de Obligado fue pues el producto de una disputa por la
defensa de los intereses de la provincia de Buenos Aires y no una gesta por la defensa de la
nación. Rosas se negó hasta su caída en 1852 a constitucionalizar el país y se inclinó por un
sistema confederal que permitía a Buenos Aires mantener sus privilegios.
¿Por qué la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió darle entidad de feriado nacional
a la memoria de este acontecimiento? Recuperar la Vuelta de Obligado fue, sin duda, una forma
de recuperar la figura de Juan Manuel de Rosas y junto a ella ciertos tópicos del pasado para
reactualizarlos en las claves políticas del presente.
La reivindicación del rosismo cuenta con una larga trayectoria en nuestro país. Desde la década de
1930, el llamado “revisionismo histórico” se encargó de contrarrestar la imagen clásica de Rosas
como tirano o dictador para ubicarla en el nuevo panteón que procuraban construir. El
revisionismo remite a un conjunto de interpretaciones surgidas por fuera de los ámbitos
académicos y cuya característica principal residió en la crítica a una historiografía denominada
genéricamente “liberal”. Más tarde fue incorporado a la tradición peronista y tuvo mucho éxito en
instalarse como una suerte de memoria histórica muy difundida hasta la actualidad.
La recuperación de Rosas por parte de un gobierno en funciones se dio, por primera vez, con el
triunfo del peronismo en 1973 y se lo asoció con la liberación nacional y el antiimperialismo. La
segunda fue durante el gobierno de Carlos Menem, cuando se repatriaron sus restos. En este
caso, la figura de Rosas fue recuperada como símbolo de unidad y conciliación nacional.
La línea histórica que coloca a Rosas en un lugar central del panteón patriótico por parte de la ex
presidenta no es, entonces, una novedad. Bajo la matriz revisionista de postular una “verdadera
historia” que habría sido ocultada o falsificada por la tradición liberal, Cristina Fernández de
Kirchner trajo la figura de Rosas al presente para reactualizar básicamente cuatro cuestiones: el
nacionalismo, el antimperialismo, el industrialismo y el federalismo.
Junto a los ingleses y a los franceses en sus naves venían también argentinos, argentinos unitarios
que estaban en contra del gobierno de Rosas y que venían en barcos extranjeros a invadir su
propia tierra. Por eso he aprendido con los años que mucha de las cosas que nos han pasado y
nos siguen pasando, no son tanto un problema de los de afuera, sino un problema de los de
adentro, de nuestros propios compatriotas que prefieren, a pesar de no entender que las
diferencias internas se deben canalizar internamente, colaborar con los de afuera en contra de los
intereses de su propio país[1].
Esta apelación antimperialista se asocia con un modelo industrialista. Para Cristina Fernández de
Kirchner Rosas fue “el primer precursor de la industrialización de nuestras materias primas”, un
proceso que se habría visto interrumpido por la batalla de Caseros de 1852[2]. Caseros no sería
pues un momento en el que “se derribó un tirano”[3], sino aquel en el que el país perdió la
posibilidad de industrializarse. Para reforzar esta idea, la ex presidenta colocó como
contraejemplo de Caseros a la guerra civil norteamericana de 1861-1865:
Lo qué significó, por ejemplo, para Estados Unidos la Guerra de Secesión, en la cual […] había una
conflictividad fuerte entre el Norte […] que pedían industrializarse […] y el Sur que se planteaba
como un país monoproductor de algodón, en plantaciones y entonces necesitaban a los negros
como esclavos trabajando en las plantaciones […] Aquí […] a partir de Caseros, todos creíamos
que habían derrotado al tirano […] pero lo cierto es que lo que estaba en pugna era también qué
modelo económico de desarrollo y cómo se inscribía la Nación Argentina, si como un segmento de
la economía internacional o con un proyecto propio industrial muy incipiente, que había a través
de los saladeros, de la talabartería, de la gran ponchería que se hacía en las provincias del norte[4]
Las menciones al rosismo y a la Batalla de Caseros, haciendo énfasis en la cuestión del desarrollo
industrial, se dieron fundamentalmente entre marzo y julio de 2008, en el contexto de la crisis con
el campo. La homologación que exhibe la cita anterior entre los propietarios de las plantaciones
sureñas de Estados Unidos con los vencedores de Caseros pasa por alto al menos tres cuestiones.
La primera es que el modelo agroexportador se consolidó con el rosismo; la segunda es que el
vencedor de Caseros, Justo José de Urquiza, era un federal salido del riñón del régimen; la tercera
es que los estados del sur propugnaban una forma confederal de gobierno muy similar a la
sostenida por Rosas durante más de dos décadas.
En este punto, industrialismo, nacionalismo y antimperialismo se configuraron discursivamente
como conceptos que se retroalimentan en una línea signada por la noción de fracaso y proyecto
interrumpido. Una línea que se nutre de una ilusión restrospectiva para convertir a las
producciones locales de carácter artesanal en un incipiente proceso de industrialización y a la
constelación de provincias autónomas en una nación ya consolidada.
Con respecto al federalismo, desde el discurso presidencial se buscó establecer una asociación
entre el rosismo y el federalismo que la presidenta buscaba instaurar en su presente con el
objetivo de lograr una mayor “equidad territorial”. Esta asociación exhibió una serie de
contradicciones e inconsistencias. Durante el rosismo el federalismo se tradujo en políticas
coercitivas hacia las provincias –como el envío de los ejércitos para desplazar a gobiernos
opositores– pero también en estrategias negociadoras con el objeto de ganar lealtades políticas a
través de un sistema de reciprocidades.
El sistema de premios y castigos que el rosismo implementó a través de una intrincada red de
beneficios materiales a cambio de lealtad política remite al debate contemporáneo en torno al
federalismo fiscal. Desde la ciencia política se caracterizó al federalismo del gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner como un sistema de centralización fiscal en el que las provincias argentinas
se financiaron principalmente mediante transferencias del Estado nacional que, al contar con
mayores recursos y una fuerte vocación de liderazgo sobre aquéllas, distribuyó discrecionalmente
tales recursos.
“Yo luzco muy orgullosa esta insignia federal que me colgó recién un Colorado del Monte, con la
figura del brigadier don Juan Manuel de Rosas y de su esposa doña Encarnación Ezcurra, esa gran
mujer ocultada por la historia, verdadera inspiradora de la revolución de los restauradores, que
permitió precisamente que el Movimiento Federal pudiera continuar. Pero bueno, a las mujeres
siempre nos cuesta más aparecer, ahora cuando aparecemos hacemos historia como doña
Encarnación”.