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DERECHO POLÍTICO
Profesor
COLECCIÓN
GUÍAS DE CLASES
Nº 32
COLECCIÓN GUÍAS DE CLASES Nº 32
LECCIONES DE
DERECHO POLÍTICO
De la Cátedra del
Profesor
ISMAEL BUSTOS CONCHA
SANTIAGO
UNIVERSIDAD CENTRAL DE CHILE
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
2003
Edita:
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
Dirección de Extensión, Investigación y Publicaciones - Comisión de Publicaciones
Universidad Central de Chile
Lord Cochrane 417
Santiago-Chile
389 51 55
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser repro-
ducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléc-
trico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del
autor
Comisión de Publicaciones:
Nelly Cornejo Meneses
José Luis Sotomayor
Felipe Vicencio Eyzaguirre
Impresión:
Impreso en los sistemas de impresión digital Xerox, de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la Universidad Central de Chile, Lord Cochrane 417, Santiago.
PRÓLOGO
Con la edición de publicaciones como la que Ud. tiene en sus manos la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Central de Chile pretende cumplir una de
sus funciones más importantes, cual es la de difundir y extender el trabajo docente de sus
académicos, al mismo tiempo que entregar a los alumnos la estructura básica de los conte-
nidos de las respectivas asignaturas.
En este sentido, fundamentalmente, tres clases de publicaciones permiten cubrir las ne-
cesidades de la labor que se espera desarrollar: una, la Colección Guías de Clases, referida
a la edición de cuerpos de materias, correspondientes más o menos a la integridad del curso
que imparte un determinado catedrático; otra, la Colección Temas, relativa a publicaciones
de temas específicos o particulares de una asignatura o especialidad; y, finalmente una
última, que dice relación con materiales de estudio, apoyo o separatas, complementarios de
los respectivos estudios y recomendados por los señores profesores.
Lo anterior, sin perjuicio de otras publicaciones, de distinta naturaleza o finalidad,
como monografías, memorias de licenciados, tesis, cuadernos y boletines jurídicos, conteni-
dos de seminarios y, en general, obras de autores y catedráticos que puedan ser editadas
con el auspicio de la Facultad.
Esta iniciativa sin duda contará con la colaboración de los señores académicos y con
su expresa contribución, para hacer posible cada una de las ediciones que digan relación
con las materias de los cursos que impartan y los estudios jurídicos. Más aún si la idea que
se quiere materializar a futuro es la publicación de textos que, conteniendo los conceptos
fundamentales en torno a los cuales desarrollan sus cátedras, puedan ser sistematizados y
ordenados en manuales o en otras obras mayores.
Las publicaciones de la Facultad no tienen por finalidad la preparación superficial y el
aprendizaje de memoria de las materias. Tampoco podrán servir para suplir la docencia
directa y la participación activa de los alumnos; más bien debieran contribuir a incentivar
esto último.
Generalmente ellas no cubrirán la totalidad de los contenidos y, por lo tanto, única-
mente constituyen la base para el estudio completo de la asignatura. En consecuencia, debe
tenerse presente que su solo conocimiento no obsta al rigor académico que caracteriza a los
estudios de la Carrera de Derecho de nuestra Universidad. Del mismo modo, de manera
alguna significa petrificar las materias, que deberán siempre desarrollarse conforme a la
evolución de los requerimientos que impone el devenir y el acontecer constantes, y siempre
de acuerdo al principio universitario de libertad de cátedra que, por cierto, impera plena-
mente en nuestra Facultad.
LA GEOPOLÍTICA 284
1. SIGNIFICADO 284
2. ORÍGEN 284
3. SIGNIFICADO POLÍTICO 285
4. CONSECUENCIAS PARA ALEMANIA 285
5. INFLUENCIAS FUERA DE ALEMANIA 285
6. EFECTOS DURADEROS DE LA GEOPOLÍTICA 286
EL DERECHO PÚBLICO
Más que un problema, el derecho plantea toda una vasta y compleja problemática, es
decir, un conjunto de problemas relacionados entre sí.
En relación con el objeto de esta introducción –el derecho público– el método que
nos interesa, propia y directamente, es el que se refiere a la clasificación (o tipolo-
gía como también puede decirse) del derecho. Este método es la Taxonomía, es
decir, el que consiste en la clasificación (o tipología) basada en criterios científi-
cos.
2. EL TÉRMINO “DERECHO”
15
c) El término de marras forma parte de un campo semántico amplio y matizado,
que incluye voces como los sustantivos “Jurisdicción”, “justicia”, “juicio”; los
modos adverbiales “de derecho”, “conforme a derecho”, etc.
Son dos acepciones del término “derecho” y, por tal circunstancia, precisamente, se
trata, al mismo tiempo, de la clasificación más elemental, desde el punto de vista se-
masiológico1.
Además del interés teórico, esta clasificación elemental reviste también un interés
práctico, desde el momento que el término “derecho” se lo emplea, por regla general,
en un sentido objetivo, y se lo escribe con mayúscula. Así, cuando se habla de Derecho
constitucional, del Derecho francés o, simplemente, del Derecho, se entienden estos
términos en su sentido objetivo.
4. EL CONCEPTO DE DERECHO
1
“La semasiología que en su origen ha descrito lo que hoy llamamos semántica, tiende a no designar
más que el estado de las significaciones o significadoso conceptos, partiendo de las palabras” G.
Mounan, CLAVES PARA LA LINGÜÍSTICA, Editorial Anagrama, Barcelona.
16
mamos hic et nunc. Hay que distinguir, pues, en esta materia, la Ontología del
derecho (el concepto de derecho en sí mismo) y la Gnoseología del derecho (el
concepto que del derecho nos formamos).
b) Hecha la salvedad anterior, podemos recoger, al efecto de precisar el concepto
de derecho, la metodología propuesta por J. Dabin en su Teoría General de
Derecho, a saber: ubicar en el punto de partida la idea de regla de conducta.
Cualquiera que sea la idea que se tenga acerca de ésta, “es indudable que el de-
recho se presenta como una cierta regla de conducta”. Y –como el mismo Dabin
agrega– “éste es el punto de partida admitido generalmente, al menos entre ju-
ristas”. Es, por otra parte, la misma idea que, como veíamos anteriormente, su-
giere el término “derecho” en el uso corriente. P. Roubier inicia su famosa obra
titulada Teoría General del Derecho, con la siguiente afirmación: “La regla de
derecho es la regla de conducta que se impone a los hombres que viven en so-
ciedad, y cuyo respeto es asegurado por la autoridad pública”, y agrega más
adelante: “Por otra parte, la regla de derecho no es la única regla de la vida en
sociedad, y muchas otras reglas sociales son impuestas por la religión, por las
leyes del honor, por los usos del mundo, etc.; sin embargo, actualmente el de-
recho es la regla más importante de esta clase”. Este enfoque del derecho, co-
mo una norma de conducta social cuyo cumplimiento se halla garantizado por el
poder público, proporciona un concepto suficiente para la metodología que em-
pleamos aquí, a más de ofrecer la ventaja adicional de dejar a salvo la analogía
del concepto, a que nos referimos enseguida.
c) Norma o regla de los actos del hombre, el derecho no puede menos que implicar
un concepto analógico, filosóficamente hablando. Esto quiere decir, en términos
sencillos, que el concepto de derecho se realiza en forma más o menos perfecta
(o imperfecta) según los diversos casos. Resulta así una jerarquía dentro del or-
den del derecho, la cual supone y exige la respectiva supraordenación y subordi-
nación. Conforme a esto, puede afirmarse que existe una mayor perfección en el
derecho natural que en el derecho positivo, y que éste se halla subordinado a
aquél, como aquél subordinado a éste: el derecho positivo encuentra su justifica-
ción en el hecho de realizar el derecho natural. Perteneciendo a la Filosofía del
derecho, no podemos abordar aquí esta materia, pero al menos debíamos men-
cionarla.
d) La Taxonomía del derecho es variada y compleja porque son muchos y diversos
los criterios en que puede basarse. Esto da origen a una abundante y, matizada
tipología, siempre útil desde el punto de vista metodológico, interesándonos
particularmente una clasificación, muy conocida aunque no universalmente
aceptada: la que distingue entre derecho público y derecho privado.
17
5. DERECHO PÚBLICO Y DERECHO PRIVADO
18
Roubier, tratándose de algunas partes del derecho del trabajo, del derecho pro-
cesal, del derecho internacional privado y del derecho de carácter transitorio.
c) Sea cual fuere el valor científico o teórico de esta costumbre, lo tradicional es
considerar como ramas del Derecho público a las siguientes: Derecho constitu-
cional, Derecho administrativo, Derecho Económico (o financiero) y Derecho
internacional público.
6. EL DERECHO POLÍTICO
19
político se encuentra acompañado en sus afanes por un compañero de ruta: el
nuevo Derecho Constitucional francés que, a decir de uno de sus ilustres repre-
sentantes –M. Duverger (Instituciones Políticas y Derecho Constitucional–,
estudia las instituciones políticas reales, y no sólo las instituciones formalmente
previstas en los textos legales.
7. LA CIENCIA POLÍTICA
20
b) Si tal es el concepto general que predomina actualmente, no es menos cierto
que, por lo menos, tres corrientes de pensamiento concretan o particularizan, en
distinta forma, aquel concepto.
21
8. DERECHO PÚBLICO, DERECHO POLÍTICO Y CIENCIA POLÍTICA
En general, puede decirse que cada una de estas ciencias expresa las diversas preocu-
paciones de los estudiosos en determinadas épocas o en determinados países. Crono-
lógicamente, se advierte, respecto de ellas, una secuencia que, aproximadamente,
corresponde al orden de la enunciación; es decir, el interés general que ha despertado
es, aproximadamente, el que queda indicado. Por lo que, se refiere a los diversos
países, puede afirmarse que el estudio del Derecho público ha atraído especialmente a
los franceses, el del Derecho político a los españoles (y a los alemanes, si por tal en-
tendemos el Staatrecht) y la Ciencia política a los ingleses y norteamericanos. En todo
caso, la problemática es común a todas tres, al menos tan común como puede darse
respecto de disciplinas que se cultivan en distintas épocas y/o en distintos países.
9. CONCLUSIÓN
Resumiendo las ideas básicas anteriormente expuestas, puede decirse que tres rasgos
característicos tipifican, en general, al Derecho público, tal como hoy día nos es dado
conceptualizarlo:
1. Derecho público es aquel en que prevalece el interés del Estado, por contraposi-
ción al Derecho privado, que es aquel en que prevalece el interés de los particu-
lares (Teoría romanista).
2. Es el Derecho de las personas que actúan en representación del poder público,
por contraposición al Derecho privado, que es aquel de las personas que actúan
en cualquier otro carácter (Teoría de los sujetos de derecho).
3. El Derecho público en general –y el Derecho constitucional en particular– no
pueden actualmente, limitar el objeto de estudio a los puros textos legales –la
Constitución escrita, por ejemplo–, sino que deben ampliarlo a fin de satisfacer
las inquietudes espirituales (intelectuales y morales) del hombre de hoy; ni pue-
den, por la misma razón, eximirse de utilizar otros approaches o enfoques dis-
tintos del jurídico, sea cual fuere la importancia que se le dé a éste (Teoría mo-
derna).
22
BIBLIOGRAFÍA
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LA NATURALEZA DIALÉCTICA DEL DERECHO POLÍTICO: UN PRIMER
“APPROACH”1
INTRODUCCIÓN
El que estudia el derecho político, necesita conocer el proceso político que el conjunto
de normas que él estudia intenta regir; por lo tanto se deduce de aquí que el Derecho
Político debe tomar contacto con la Ciencia Política.
Ciencia Política: Conjunto metódico y sistemático de conocimientos que versan sobre
la actividad que realizan los hombres en sociedad para gobernarse así mismos en orden
al bien común.
Sabemos que derecho político es un termino y como es una cuestión puramente se-
mántica (relativa a la significación de las palabras), sabemos que se trata de un termi-
no complejo, compuesto por los términos “derecho” y “político”.
Sin embargo estos dos términos simples tienen varias acepciones, por lo tanto es
menester precisar a cuál de ellas nos referiremos.
La palabra “derecho” tiene dos acepciones principalmente, una como “norma o con-
junto de normas” y la otra como ciencia, es decir “conocimiento y estudio acerca de
dicha norma o conjunto de normas”
Lo mismo sucede con la política que también tiene dos acepciones fundamentales, una
como “actividad que realizan los hombres para gobernarse así mismos en orden al
bien común” y la otra, como ciencia, es decir “conocimiento y estudio sobre la activi-
dad que realizan los hombres para gobernarse así mismos en orden al bien común”
1
Material preparado por el alumno Marco Antonio Bastías del curso de Derecho político del año
2001
24
De lo anterior se desprende que existe una cierta relación de carácter dialéctico entre
el derecho y la política, ya que el derecho político se refiere a la normación de una
actividad o proceso político.
Refiriéndonos al Derecho Político (como ciencia) debemos decir que es “el conjunto
de conocimientos que se tiene sobre las normas llamadas a regir la actividad o pro-
ceso político”
El concepto de Derecho Político es tomado del francés Droit Politique, usado a me-
diados del siglo XVIII.
El modelo del desarrollo dialéctico del Derecho Político como Ciencia, es el siguiente:
Este conjunto de normas escritas toma su esencia de lo normado, ya que estas normas
no pueden existir si no existe un “algo” que normar, y este algo viene siendo el proce-
so político estudiado y descrito por la Ciencia política.
25
2. La Ciencia Política (Antítesis): Como ya lo dijimos anteriormente, la Ciencia
política estudia y describe al proceso político el cual trata de soslayar o resistir al
derecho para seguir su propio impulso fáctico, que proviene del poder.
26
CAPÍTULO II
EL PROCESO POLÍTICO
La Comunidad global está compuesta por personas, a las que se puede considerar ya
individualmente, ya formando determinados grupos. Uno de éstos es la Sociedad
política que es el más importante de esos grupos porque su fin es el Bien Común, no
sólo de sí misma (como es obvio), sino de toda la Comunidad global. Esta Comunidad
global –y, en cierto modo, también esta Sociedad política– puede ser consideradas ya
a nivel estatal o nacional (como suele decirse), ya a nivel internacional o mundial. Aquí
las consideraremos sólo a nivel estatal o nacional.
Las personas que forman la Sociedad Política integran también el Cuerpo Político y
participan en la política del mismo modo que participan en la comunidad global. A
tenor de ello, llamamos “ciudadanos” a las personas individualmente consideradas, y
“pueblo” a las mismas en cuanto constituyendo un conjunto o totalidad.
4. LA PARTICIPACIÓN Y LA REPRESENTACIÓN
27
5. EL CUERPO POLÍTICO Y EL CUERPO ELECTORAL
El Cuerpo Político asume una forma especial cuando se le considera como integrando
dentro de sí al conjunto de todos los ciudadanos. En efecto, el Pueblo ha de organizar-
se, antes que nada, de una manera que le permita expresarse de un modo apropiado;
vale decir, que le facilite a todos y cada uno de los ciudadanos, la oportunidad de
manifestar sus pareceres y voluntades en relación con el Bien Común. Suele denomi-
narse Cuerpo Electoral a esta elemental organización de la ciudadanía, a pesar de que
la expresión misma no traduce Íntegramente al concepto.
6. EL CUERPO ELECTORAL
28
común de juristas, economistas, políticos y simples ciudadanos. Para bien o para mal,
quiérase o no, el problema del Estado nos concierne hoy en día a todos nosotros.
b) Sí, lo menos que puede decirse es que reviste alguna importancia el plantearse
este problema, vistos y considerando que resulta decisivo, saber qué es el Estado y,
antes aún, que significado damos ( o daremos) al término mismo con que lo designa-
mos. En efecto, sabemos que con la palabra “Estado” se expresan, en la práctica,
conceptos distintos y que por lo tanto, tampoco se da un solo concepto de Estado, lo
que no puede sino desembocar en hacer difícil la solución del problema del Estado, y
aún su mero planteamiento.
c) De entre los conceptos expresados con el vocablo “Estado”, hay tres funda-
mentales, a saber: 1) el Estado stricto sensu o propiamente tal, es decir, el Poder
público; 2) el Estado lato sensu o Sociedad política; y 3) el Estado latissimo sensu o
Comunidad global (nacional).
El termino “Estado” cobra aún un tercer significado: el de “país” y así, se dice que
Chile es un “Estado de América del Sur, situado al extremo S.O. de dicho continente,
que limita al N. con Perú,” etc.
29
EL PROCESO POLÍTICO
PROCESO, ACTIVIDAD Y VIDA POLÍTICA
1. LA VIDA POLÍTICA
2. LA ACTIVIDAD POLÍTICA
3. EL PROCESO POLÍTICO
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tudia la Ciencia política; es decir, empíricamente, el proceso político es de na-
turaleza dialéctica por cuanto contrapone (en forma actual o sólo virtual) a dos
o más actores que luchan por hacerse del poder (Faz agonal) o que, luego de
hacerse del poder, lo emplean para imponer su voluntad (Faz arquitectónica).
4. Las formas en que se presenta el proceso político son variadas, pero siempre se
refieren al poder, con relación a cómo adquirirlo, ejercerlo, aprovecharlo (“gru-
po de interés”), controlarlo, etc.
1
El método ideado por D. Easton proviene de un “sistema” por lo que se denomina sistémico y no
sistemático.
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LOS TIPOS Y GRADOS DEL CONOCIMIENTO POLÍTICO
4. En esta materia, se suele comenzar por distinguir, respecto del conocimiento, sus
TIPOS y sus GRADOS, los que se pueden combinar entre sí dando origen a una
TAXONOMÍA muy matizada.
32
cantidad”, según la definición tradicional, pero que, según la filosofía se refiere al “ser
desrealizado” (Las matemáticas, en efecto, conocen seres como “la raíz cuadrada de
menos uno” que no sólo son inimaginables, sino aun irracionales).
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de la partitura que está escribiendo. Nótese bien que, aunque mencionamos al artista,
nuestra referencia directa e inmediata no es a éste, sino a la obra suya.
34
como puede advertirse claramente, por ejemplo, en Locke y su Dos Tratados del Go-
bierno, c) Finalmente, en su más alto grado de practicidad, el conocimiento político no
constituye ya una Ciencia (porque no hay Ciencia de lo particular y contingente), sino que
constituye una virtud personal, que se denomina Prudencia política y que se relaciona con
una especie de bien: aquella referente a la sociedad política y que llamamos bien común
(“interés público”, en el lenguaje de la Ciencia política moderna). Es el saber innato y
constante del político que sabe qué debe hacer ahora y aquí y que encontramos en gran-
des personalidades como Tomás Moro, M. Gandhi, R. Schuman.
11. LA TEORÍA POLÍTICA, cualquiera que sea la definición que se le dé, implica
estrictamente una visión de la política; es decir, una manera de verla, simplemente, sin otra
finalidad ulterior que la de conocerla y nada más. Ello se debe a que la raíz de la palabra
“teoría” se halla en la correspondiente expresión griega clásicas, que también significaba lo
dicho.
12. LA DOCTRINA POLÍTICA, en cambio, implica algo que se enseña con carác-
ter de verdad, para que se crea en ella, la razón de lo cual se halla en que la voz “doc-
trina” se originó en una antigua raíz indo-europea expresiva de la idea de hacer saber
algo a alguien, que se supone no lo sabe. Palabras emparentadas son: “doctor, docen-
cia,” etc.
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LA DEMOCRACIA Y LAS DOCTRINAS POLÍTICAS CONTEMPORÁNEAS*
LA DEMOCRACIA
1. INTRODUCCIÓN
La democracia plantea un conjunto de problemas relacionados entre sí; esto es, lo que
se llama una problemática.
2. “DEMOCRACIA” Y DEMOCRACIA
En casi todos los países del mundo se emplea la palabra “democracia”; vale decir, tiene
un uso universal. Este uso universal nos lleva al problema de la Democracia como
concepto y democracia como palabra.
Sucede con la palabra “democracia” que es multívoca, es decir, con la misma palabra
se conocen distintas cosas. El término “democracia” se usa más en sus connotaciones
*
Fragmento de Las doctrinas políticas contemporáneas, registro de propiedad intelectual
Nº 123.082, memoria para optar al grado de licenciado en ciencias jurídicas y sociales de la universi-
dad central, aprobada con tres votos de distinción, del memorista y ex alumno de esta cátedra alejan-
dro arriaza, el profesor guía fue don ismael bustos concha. Este fragmento se extracta y publica con
autorización expresa de su autor.
1
Bobbio, Norberto. Op. cit., p. 441.
36
que en sus denotaciones. La diferenciación entre denotación y connotación, es muy
importante para el término “democracia”; ya que para un demócrata la palabra “demo-
cracia” le suena como lo mejor del mundo; pero, en cambio, para un autócrata será
todo lo contrario.
Polisemia del término “democracia”: Antes de señalar las distintas acepciones del
término, hay que dejar en claro que la democracia es estudiada aquí como una doctrina
política.
Dentro de las acepciones del término “democracia”, tenemos los siguientes:
3° Como una Filosofía Política; se habla entonces de una filosofía democrática. Este
sentido que se le da a la democracia es antiguo. Así Aristóteles y los griegos ya se
referían a él. La Filosofía Política: “Es un conjunto de principios que dan razón del
hombre y de la sociedad, y de sus principales problemas”.
4° Como, antes que nada, un estado de espíritu o de ánimo y también como un senti-
miento. Esto es importante, ya que es de carácter personal y subjetivo. Por esta razón
se dice que la democracia vive, antes que nada, en la persona, en su espíritu.2
2
Bustos Concha, Ismael. Democracia y Humanismo, pp. 132 y 133.
37
junto de situaciones, abstractamente consideradas, a que tiende de uno u otro modo la
Democracia, sin referencia a determinadas condiciones históricas o culturales3.
3. EVOLUCIÓN DE LA DEMOCRACIA
3
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., p., 129.
38
Primera República. El documento más importante producto de esta revolución es “La
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” la cuál esta basada en la
“Declaración de Independencia de Estados Unidos” (1776). Entre los artículos más
importantes de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” se
pueden citar los siguientes:
- Art. 1° “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos, las distin-
ciones sociales no pueden fundarse mas que sobre la utilidad común”.
- Art. 3° “El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún
cuerpo ni individuo puede ejercer autoridad que no emane de ella expresamente”.
- Art. 6° “La ley es la expresión de la voluntad general; todos los ciudadanos tienen
derecho a concurrir personalmente o por sus representantes a su formación; debe
ser la misma para todos, tanto para proteger como para castigar. Siendo todos los
ciudadanos iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades,
puestos y empleos públicos, según su capacidad, y sin otras distinciones que las de
sus virtudes y sus talentos”.
- Art. 16° “Toda sociedad en que la garantía de los derechos no está asegurada ni
determinada la separación de poderes, no tiene constitución”.
4
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., p. 132.
39
Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo algunas innovaciones en materia de
democracia: 1° El concepto de democracia se hizo tan meliorativo que difícilmente se
reniega de él; incluso, los no demócratas afirman que sí lo son; y 2° El proceso de
ideologización de la democracia, surgiendo así las democracias populares, católicas,
africanas, etc. Sin embargo, hoy en día, la opinión pública no acepta ya las democra-
cias con adjetivos (orgánica, popular, etc.); el pueblo reclama democracia sin más, y
los gobiernos no democráticos se encuentran cada vez más a la defensiva5.
4. DEMOCRACIA Y AUTOCRACIA
5
Navas, Alejandro, Decano de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Nava-
rra-España. Artículo titulado “Triunfo y Crisis de la Democracia”, publicado en el Mercurio, Cuerpo
E Artes y Letras el 2 de Julio de 1995, Santiago-Chile, p. E 1, 12 y 13.
40
4. Antítesis entre Autoridad v Poder:
- El poder es la facultad que uno tiene para controlar la conducta de otro, y la
autoridad es el derecho a hacerlo, es decir, el derecho a mandar y ser obedeci-
do.
- Los regímenes autocráticos se valen de un mecanismo para dotar de autori-
dad al gobernante, que es la legitimación. En cambio, en los regímenes demo-
cráticos, sólo el pueblo puede otorgar la legitimación, por lo tanto, el poder no
se lo puede tomar cualquier ciudadano “Poder sin autoridad es tiranía, y au-
toridad sin poder es una burla”.
7 Problema de la Constitución:
En una Autocracia la Constitución tiene un carácter semántico que, más que reflejar
una realidad, esta destinada a ocultarla. En una Democracia hay que suponer que la
Constitución es un fiel reflejo de las realidades decir, es una Constitución real o nor-
mativa. Las Constituciones Nominales son en parte reales o normativas y en parte
semánticas.
41
9. Problema de la Oposición:
Hoy en día no puede funcionar ninguna democracia política si no existe una oposición
institucionalizada, el gobierno le da a la oposición la oportunidad de ser gobierno. En
la Autocracia no hay oposición reconocida y esta toma el nombre de “disidencia”.
42
porque estas últimas jamás alcanzaran a la Democracia (ideal), ya que esta siempre
pide más; o sea, hay un desfase entre el concepto o ideal democrático y lo que se
puede lograr en la práctica.
a) Evolución de la Democracia:
a.1.) Democracia Antigua: Fue aquella que se dio en la polis griega de Pericles,
la cuál fracasó porque no supo adaptarse a las nuevas necesidades. Posterior-
mente se da un período de dos mil años de ausencia de la Democracia (desde el
siglo V a.C. hasta 1689, fecha del Bill of Rights).
La Democracia Ateniense constituye, como realización política concreta, una de
las más importantes y significativas de la historia. Sin embargo, en realidad, la
elección por la suerte, más que por el cómputo de las opiniones, constituía la ba-
se del sistema electivo de la Democracia ateniense. De aquí que, pese al califica-
tivo que se le dio, esta forma de gobierno no pasó de ser una oligarquía (gobier-
no de unos pocos) Quizás, el rasgo más desagradable que, desde luego, salta a la
vista en la Democracia ateniense, es la existencia de una inmensa masa de indivi-
duos sometidos a la inhumana condición de esclavos. Pero la Democracia ate-
niense, ha constituido la primera eclosión del ideal democrático en la historia y
su primera aplicación práctica por un pueblo entero.6
6
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., p. 100, 101, 102, y 103.
7
Bobbio, Norberto. Op. cit., pp. 445 y 446.
43
terminado tipo de civilización, a saber, aquél al que animó substancialmente el
espíritu del Humanismo antropocéntrico8.
8
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp. 116, 117 y 119.
9
Navas, Alejandro. Op. cit., p. E 1.
10
Navas, Alejandro. Op. cit., p. E 12.
44
La Democracia ha estado viviendo permanentes ataques a lo largo de la historia.
Hoy en día también la democracia esta amenazada por algunos enemigos, como
el Autoritarismo; el Clericalismo (por ejemplo, el Fundamentalismo Islámico), la
Tecnocracia (porque los tecnócratas dicen ofrecer fórmulas científicas más efec-
tivas y realistas); el Indiferentismo (a algunas personas “les da lo mismo”: Apatía
política).
11
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp. 171 y 172.
12
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp., 176 y 177.
45
La Democracia exige que la igualdad social se realice de una manera progresiva
y concreta, simultáneamente en los campos económico, político y social. La
igualdad social no se debe satisfacer con la estática de la justicia distributiva, de
acuerdo con la cual se da a cada uno lo que le pertenece en una situación dada y
que se considera como inmutable, sino que exige un desarrollo progresivo y di-
námico: la justicia social13.
13
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp., 161 y 162.
14
Bobbio, Norberto. Op. cit., pp., 446 y 447.
46
ha sido el esfuerzo de la base popular del Estado; necesario, porque sin este re-
fuerzo nunca se alcanzaría aquella profunda transformación de la sociedad que
los socialistas de las diversas corrientes siempre han vislumbrado. Pero también
no constitutivo, porque la esencia del Socialismo siempre ha sido la idea de re-
volucionamiento de las relaciones económicas y no sólo de las relaciones políti-
cas; de la emancipación social, como dijo Marx, y no sólo de la emancipación
política del hombre. Lo que cambia en la doctrina socialista respecto de la doc-
trina liberal es la manera de entender el proceso de democratización del Esta-
do15.
15
Bobbio, Norberto. Op. cit., pp., 447 y 448.
16
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp., 144, 145 y 146.
47
d) Aspectos susceptibles de considerar cuando se estudia la Democracia:
17
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp., 118 y 119.
48
parte la actividad de la inteligencia parece superar a las demás en importancia
(porque radica en la contemplación y no tiende a otro fin fuera de sí misma, y
contiene además como propio un placer que aumenta la actividad); si, por ende,
la independencia, el reposo y la ausencia de fatiga (en cuanto todo esto es posi-
ble al hombre) y todas las demás cosas que acostumbran atribuirse al hombre di-
choso se encuentran con evidencia en esta actividad, resulta en conclusión que
es ella la que puede constituir la felicidad perfecta del hombre, con tal que abar-
que la completa extensión de la vida, porque todo lo que atañe a la felicidad
nada puede ser incompleto”.
“Una vida semejante, sin embargo, podría estar quizá por encima de la condición
humana. Porque en ella no viviría el hombre en cuanto hombre, sino en cuanto que
hay en él algo divino. Y todo lo que este elemento aventaja al compuesto humano,
todo ello su acto aventaja al acto de cualquier otra virtud. Si, pues, la inteligencia es
algo divino con relación al hombre, la vida según la inteligencia será también una vi-
da divina con relación a la vida humana. Mas no por ello hay que dar oídos a quienes
nos aconsejan. Con pretexto de que somos hombres y mortales, sino que en cuanto
nos sea posible hemos de inmortalizarnos y hacer todo lo que en nosotros esté pa-
ra vivir según lo mejor que hay en nosotros, y que por pequeño que sea el espacio
que ocupe, sobrepasa con mucho a todo el resto en poder y dignidad”18 (Aristóteles,
“Moral a Nicómaco”, Libro X, Párrafo 7).
La opinión de que la Democracia constituye un estado de espíritu es compartida
por la gran mayoría de los publicistas, filósofos, políticos, y en general, dirigen-
tes responsables, de nuestros días. Entre ellos cabría mencionar hombres de las
más distintas nacionalidades, profesiones o creencias. Por otra parte, la idea
misma de que la Democracia importa algo más que una simple forma de gobier-
no, se remonta hasta bastante atrás en la historia contemporánea. En su notable
ensayo titulado “Cristianismo y Democracia”, escribe Maritain: “La palabra De-
mocracia, en el uso de los pueblos modernos, tiene un sentido mucho más am-
plio que en los tratados clásicos de ciencia del gobierno. Ella designa, desde lue-
go y antes que nada, una filosofía general de la vida humana y de la vida política,
y un estado de espíritu.
18
Aristóteles de Estagira. “Etica Nicomaquea-Política”, versión española e introducción de Antonio
Gómez Robledo. Ed. Porrua. México. 1998, p. 140.
49
d.6) La democracia como excelencia; Según Aristóteles, lo verdaderamente
humano excede lo puramente humano. El hombre no puede vivir la excelencia
sino en cuanto hay en él algo divino, y en la medida en que este algo es superior
al hombre mismo. Así es que no hemos de tener pensamientos humanos, sino
que debemos inmortalizarnos haciendo todo lo posible por vivir de acuerdo con
esto (Etica a Nicómano, Libro X, § 7, 1177 b).
50
LAS DOCTRINAS POLÍTICAS CONTEMPORÁNEAS
INTRODUCCIÓN
1. EL TÉRMINO “DOCTRINA”19
La palabra “doctrina” proviene del latín “docere”, de la raíz etimológica “dok”, que
connota la idea de “llevar de la mano”. El sentido más antiguo del término “doctrina”,
por lo tanto, es el de “enseñanza o aprendizaje del saber en general o de una particular
disciplina”. El significado del término “doctrina” ha cambiado con el correr de los
años, ya no es el de “enseñanza”, sino que se utiliza con mayor frecuencia para indicar
un “complejo de teorías, de nociones, de principios entre sí coordinados orgánica-
mente, que constituyen el fundamento de una ciencia, de una filosofía, de una religión,
etc. o bien se refieren a un determinado problema, y que se consideran implícitamente
posibles de ser enseñados”.
19
Testoni Binetti, Saffo. “Diccionario de Política” de Norberto Bobbio y otros. Ed. Siglo XXI. Méxi-
co. 1991, pp. 513 y 514.
51
En un principio la palabra doctrina fue utilizada como término religioso, y más tarde
los cientistas políticos la transfirieron al ámbito político.
2. EL CONCEPTO DE DOCTRINA:
Del análisis que se ha hecho en los acápites anteriores, se podría entender que doctrina
política es aquella que tiene como objetivo lo referente a la actividad. Toda vez, que la
política se define como la “actividad que desarrollan los hombres en sociedad en orden
a gobernarse a sí mismos”. Se hace necesario aquí retener el siguiente concepto: “ un
sistema completo de pensamiento que descansa sobre un análisis teórico del hecho
político”21.
20
“Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española”. Ed. Espasa Calpe S.A. Madrid, España.
1992.
21
Touchard, Jean. “Historia de la ideas políticas”. Ed. Tecnos, Madrid, España. 1972, p. 13.
52
5. DOCTRINAS POLÍTICAS TÍPICAS
Son dos las doctrinas políticas que se consideran típicas por razones de su validez
universal, ya que ambas implican ideales (metas) y realizaciones (obras concretas)
universalmente aceptadas, son las siguientes:
6. CONCEPTOS AFINES
b) Filosofía: “es un conocimiento de todas las cosas por sus primeros principios o por
sus últimas causas”. Esto significa que la filosofía emplea a fondo el conocimiento.
22
Loewenstein, Karl. “Teoría de la Constitución”. Ed. Ariel, Barcelona-España. 1982, p. 30.
23
Loewenstein, Karl. Op. cit., p. 30.
53
La filosofía implica dos aspectos:
– Teórico: el ser de las cosas (Ontología).
c) Teoría: la relación que tiene con la doctrina política, es en el sentido de que toda
doctrina implica un sistema de afirmaciones, que tienen un aspecto teórico, además de
que sugiere conductas.
54
I PARTE: LIBERALISMO, NEOLIBERALISMO y TECNOCRACIA
CAPÍTULO I: EL LIBERALISMO
1. DOCTRINA
El Liberalismo es una doctrina moderna que data del siglo XVII, que posee una gran
capacidad de adaptación, y que actualmente tiene gran vigencia en el mundo en la
forma de Neoliberalismo.
Existen razones históricas válidas, para aceptar que el término “liberalismo” es em-
pleado, generalmente, en dos sentidos, uno más restringido y el otro más general. En
un sentido más estrecho, “liberalismo” significa “una posición política intermedia entre
el conservatismo y el socialismo, favorable a la reforma pero opuesta al radicalismo”.
Este significado restringido del “liberalismo” es quizás más característico de la Europa
continental que del empleo anglonorteamericano del término. En un sentido más am-
plio, se ha utilizado el término “liberalismo” como “algo casi equivalente a lo que se
llama popularmente “democracia”, en contraste con el comunismo o fascismo”. En el
plano político, este sentido del “liberalismo” supone la conservación de las institucio-
nes populares de gobierno, como el sufragio, las asambleas representativas y un poder
ejecutivo responsable ante el electorado, pero significa, más generalmente, institucio-
nes políticas que reconocen ciertos principios amplios de filosofía social o moral polí-
tica, cualesquiera que sean los métodos de realización de los mismos. En este sentido
amplio, el “liberalismo” no puede identificarse, naturalmente, con la ideología de
ninguna clase social ni con ningún programa limitado de reforma política; puede decir-
se que es la culminación de toda la “tradición política Occidental” o la “forma secular
de la civilización Occidental”. Por distantes que se encuentren estas dos acepciones del
“liberalismo”, ambas se relacionan naturalmente con la historia del liberalismo en la
política moderna1.
2. HISTORIA
1
Sabine, George H. “Historia de la teoría política”. Fondo de Cultura Económica. México. 1994, 551
y 552.
55
En los comienzos de su historia, el liberalismo inglés fue literalmente un movimiento
político de la clase media, que reflejaba el esfuerzo de una clase industrial en ascenso.
Su política se dirigía a la abolición de las restricciones inoperantes a la industria y el
comercio y su opositora era una clase terrateniente, cuyos intereses descansaban en el
mantenimiento de esas restricciones. No es injusto afirmar que este primer liberalismo
era doctrinario en su teoría y temerario en su política. Era doctrinario al sostener una
psicología que era, en gran medida, una expresión estereotipada de conducta en un
mercado competitivo, pero que se consideraba una explicación científica de la natura-
leza humana en general. Era temerario, porque pasaba por alto la destructividad social
de un capitalismo no regulado y daba simplemente por supuesto un fundamento de
seguridad y estabilidad sin el cual su propio programa de libertad política y económica
habría sido imposible. A pesar de lo dicho, es una burda exageración afirmar que
inclusive el liberalismo en sus orígenes sólo estuvo motivado por los intereses de una
clase social2.
3. ORIGEN
Los ingleses remontan el origen del liberalismo a la Carta Magna del año de 1215;
pero, como doctrina moderna tiene sus antecedentes en: a) La Gloriosa Revolución de
1688; b) La Revolución Francesa de 1789; y c) La Declaración de la Independencia de
los Estados Unidos de 1776.
2
Sabine, George H. Op. cit., p. 552.
56
más ilustrados de su generación, el estadista George Savile, primer marqués de Halifax
y el filósofo John Locke3.
3
Sabine, George H. Op. cit., p. 398.
4
Touchard, Jean. Op. cit., p. 358, 359, y 360.
5
Touchard, Jean. Op. cit., p. 352, 353, y 355.
57
a) John Locke; recogió la enseñanza de la Gloriosa Revolución de 1689, y la consig-
nó en su obra “Dos Tratados del Gobierno”, de 1690. En esta Locke condensó lo
esencial de su pensamiento político, y su éxito se debe a que refleja la opinión de una
clase ascendente (la burguesía). Locke participa en las luchas de los “whigs” (liberales)
contra los “tories” (conservadores) y pasó cinco años de exilio en Holanda, de 1683 a
1688. Volvió a Inglaterra con Guillermo de Orange y justificó, en su Tratado, la re-
volución triunfante. Sin embargo, Locke no se contentó con transformar un accidente
histórico en un acontecimiento dirigido por la razón humana; aunque la política de
Locke debe, ciertamente, mucho al acontecimiento, se integró en una filosofía cohe-
rente.
Por consiguiente, la máxima importancia de la filosofía de Locke se encuentra más allá
de la organización contemporánea de Inglaterra, en el pensamiento político de Nor-
teamérica y de Francia que culminó en las grandes revoluciones de fines del siglo
XVIII. Aquí alcanzó la plenitud de sus efectos la defensa del derecho de resistencia
hecha por Locke en nombre de los derechos inalienables de libertad personal, consen-
timiento y libre adquisición y disfrute de la propiedad. Como los gérmenes de estas
concepciones eran mucho más antiguos que Locke y habían sido un derecho innato de
todos los pueblos europeos desde el siglo XVI, es imposible atribuir su existencia en
Norteamérica y Francia al sólo influjo de Locke, pero todos los que prestaron alguna
atención a la filosofía política conocían su pensamiento. Su sinceridad, su profunda
convicción moral, su auténtica creencia en la libertad, en los derechos humanos y en la
dignidad de la naturaleza humana, unidas a su moderación y buen sentido, hicieron de
él el portavoz ideal de la revolución de la clase media. Como fuerza en la propagación
de los ideales de reforma liberal, pero no violenta, Locke supera probablemente a
todos los demás pensadores. Aun sus ideas más discutibles, tales como la separación
de poderes y la seguridad de que las decisiones de la mayoría sean sensatas, perdura-
ron como parte del credo democrático6.
6
Sabine, George H. Op. cit., p.414.
58
ciertamente el famoso Libro XI del Espíritu de las leyes, en el que atribuía la libertad
de que gozaba Inglaterra a la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial
y a la existencia de frenos y contrapesos entre esos poderes, estableció esas doctrinas
como dogmas del constitucionalismo liberal. La amplitud de la influencia ejercida por
Montesquieu en este aspecto es indiscutible y puede verse en las declaraciones de
derechos de las constituciones norteamericanas y francesas. Esta idea de la forma
mixta de gobierno era, desde luego, una de las más antiguas de la teoría política. Pero
en la medida en que Montesquieu modificó la antigua doctrina, lo que hizo fue con-
vertir la separación de poderes en un sistema de frenos y contrapesos jurídicos entre
las diversas partes de una constitución. No fue muy preciso. Gran parte de lo que
contiene el libro XI del Espíritu de la Leyes, como por ejemplo las ventajas generales
de las instituciones representativas o las ventajas específicas del sistema de jurados o
de una nobleza hereditaria, no tenían nada que ver con la separación de poderes. La
forma específica de su teoría se basaba en la proposición de que todas las funciones
políticas tienen que ser, por necesidad, clasificables como legislativas, ejecutivas o
judiciales y, sin embargo, no dedica el menor estudio a este punto crucial. Montes-
quieu, como todos los que han utilizado su teoría, no contemplaba, en realidad, una
separación absoluta entre los tres poderes. Es un rasgo notable de la versión que da
Montesquieu de la separación de poderes, la afirmación de que la había descubierto
mediante el estudio de la constitución inglesa7.
También se suele nombrar a John Stuard Mill como uno de los exponentes del Libera-
lismo, quién ha influido a través de su obra “Ensayo de la Libertad” de 1859. Este
ensayo constituyó una nota definitivamente nueva en la literatura utilitaria. Para Mill la
libertad de pensamiento e investigación, la libertad de discusión y la libertad de juicio y
la acción morales controlados por la persona misma eran bienes por derecho propio.
Despertaban en él un calor y un fervor que apenas aparecía en sus demás escritos, pero
que sitúa el ensayo On Liberty al lado de la Areopagitica de Milton como una de las
defensas clásicas de la libertad en lengua inglesa. Mill creía, por supuesto, que la
libertad intelectual y política son beneficiosas, en general, para la sociedad que las
permite y para el individuo que las goza, pero la parte afectiva de su razonamiento no
era utilitaria. Cuando afirmaba que la humanidad entera no tiene derecho a silenciar a
un solo disidente estaba afirmando realmente que la libertad de juicio, el derecho a ser
convencido más que obligado es una cualidad inherente de una personalidad moral-
mente madura y que una sociedad liberal es aquella que, al mismo tiempo, reconoce
ese derecho y modela sus instituciones de tal manera que se realice ese derecho.
La ética de Mill fue importante para el liberalismo porque, en efecto, abandonó el
egoísmo, supuso que el bienestar social concierne a todos los hombres de buena vo-
7
Sabine, George H. Op. cit., p. 422, 423, 427 y 428.
59
luntad y consideró la libertad, la integridad, el respeto a la persona y la distinción
personal como bienes intrínsecos aparte de su contribución a la felicidad. Convicciones
morales de este tipo fundan toda concepción de una sociedad liberal de Mill. 8
5) IDEAS FUNDAMENTALES
Hay que dejar en claro que el liberal-individualismo condujo a una crisis en la que la
sociedad tomó revancha, por así decirlo, contra el individuo: contra el individualismo,
y como reacción contraria y antiética, se levantó el socialismo... Pero el concepto
liberal-individualista no sólo da origen al concepto socialista, dentro de la política, sino
que origina también las concepciones totalitarias. En efecto, en un primer tiempo el
fisicismo político (maquiavelismo y liberalismo), la política y la moral permanecen
separadas e independientes la una de la otra; pero, en un segundo tiempo (totalitaris-
mo estatista) de ese fisicismo, la política se yergue por sobre la moral para dominarla y
esclavizarla: entonces, la política se convierte en razón y medida de la moral. 9
b) Aspecto Político: No puede ser otro que la inclusión de los famosos derechos
individuales que a la muerte de Locke quedaron materializados en los derechos: a la
vida, a la libertad y a la patrimonio (PROPERTY, Locke entiende por propiedad todo
lo que sea propio del individuo y, en alguna forma, incluye a los otros derechos indivi-
duales). Estos derechos en su expresión jurídica, constituyen las llamadas “garantías
constitucionales”. A estos se agregan las limitaciones del poder, el control del poder,
la división del poder, y todo lo que se relaciona con el Constitucionalismo Clásico.
8
Sabine, George H. Op. cit., Pp. 530 y 531.
9
Bustos Concha, Ismael. “El Sentido Existencial de la Política”. Ed. del Pacifico S.A. Santiago-
Chile. 1956.
60
Lo esencial del liberal-individualismo del siglo XIX radica en que la religión, la moral,
la política, la economía, etc., constituyen otros tantos mundos enteramente indepen-
dientes entre sí, absolutamente impermeables entre sí y entre los cuales no hay comu-
nicación posible. Tomándolo en el momento en que imperó sin contrapeso en un
mundo civilizado, Athayde describió al liberalismo burgués, en trazos maestros: “El
verdadero burgués, –esto es, el liberal tipo–, no procuraba coordinar sus actividades
en un cuerpo total de acción. Jactábase, por el contrario, de la inutilidad de tal coordi-
nación de aptitudes, de modo que si era creyente en religión, podía ser en política
radicalmente agnóstico. Si era partidario del divorcio o del amor libre en la familia,
podía ser terriblemente conservador en economía, no admitiendo ningún límite al
derecho de propiedad. O vice versa”10.
c.2.) Problema Político: Implica hasta qué punto la democracia puede tolerar doctri-
nas o ideologías no democráticas, ya que las democracias se han visto amenazadas, en
su oportunidad, por doctrinas totalitarias, autocráticas y autoritarias. Este problema ha
sido tratado por Karl Popper, en su obra “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945)
y también por Locke en su “Carta de la Tolerancia”.
En cuanto al anti-liberalismo radical de las doctrinas totalitarias, no insistiremos ma-
yormente por ser demasiado conocido. Si ha podido decirse que “uno de los principios
fundamentales de la doctrina Nacional-Socialista es la exclusión del Liberalismo y del
individualismo”, podría decirse igualmente lo mismo de todos los totalitarismos, sean
ellos de derecha o de izquierda. Las obras y los discursos de Hitler, Mussolini, Marx y
Lenin parecen, a veces, no tener otro Leit-motiv que el anti-liberalismo 11.
10
Bustos Concha, Ismael. “Democracia y Humanismo”. Colección de Cultura Política, Universidad
de Chile,Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Seminario de Derecho Público. Santiago-Chile.
1949, p. 76.
11
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., p. 67 y 68.
61
6. PROBLEMA DEL MERCADO LIBRE
12
Touchard, Jean, Op. cit., p. 323.
13
Sabine, George. Op. cit., Pp. 517 y 518.
62
CAPÍTULO II
EL NEOLIBERALISMO
1. FINALIDAD
2. ORIGEN
Es la “gran depresión” de 1929 la que hace tomar conciencia de esa crisis del Libera-
lismo que estaba latente desde la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Por esta
razón, esa crisis del Liberalismo en su inicio toma la apariencia de una discusión entre
especialistas que confrontan sus ideas acerca de los medios adecuados para remediar la
crisis económica. Pero el debate tiene una mayor profundidad, ya que también interesa
al hombre de la calle. En otros términos, no sólo a las doctrinas económicas, sino
también a las ideas políticas. A quienes conservan la nostalgia de un liberalismo eterno
–y se autocalifican de “neoliberales”– se oponen quienes tratan de organizar el libera-
lismo y piensan menos en su pureza, que en su eficacia15.
El Neoliberalismo nació en 1938, en un famoso seminario que se realizó en Francia,
que se ha llamado “Coloquio Lippmann” en homenaje a un periodista norteamericano
cuyo nombre es Walter Lippmann. Este reunió a economistas de la Escuela Austriaca,
entre los cuales sobresale Friedrich Von Hayeck, quien es considerado el “profeta
laureado” del Neoliberalismo, y que también incursionó en materia de Derecho Políti-
co.
En el libro titulado “Good Society”, de Lippmann, escrito bajo la influencia de la “gran
depresión”, este reaccionó vigorosamente contra las tesis optimistas que prevalecían
en los Estados Unidos en la época de la prosperidad. Lippmann no vacila en denunciar
el proceso del liberalismo tradicional y del “capitalismo de laissez-faire instalado en
14
Touchard, Jean. Op. cit., p. 622.
15
Touchard, Jean. Op. cit., p. 622.
63
una decoración de feudalismo victoriano”. El liberalismo se ha transformado en un
sistema de aceptación, de defensa del statu quo. “Por ello la palabra “liberalismo” no
es, en nuestros días, más que un ornamento marchitado que evoca los sentimientos
más dudosos”. A pesar de lo dicho, Lippmann no renuncia al liberalismo. Consideraba
el recurso al Estado-Providencia un remedio peor que la enfermedad. La economía
planificada –creía Lippmann– conduce a la guerra y amenaza con destruir la democra-
cia, refuerza los intereses particulares y fomenta los grupos de presión: “El autorita-
rismo divide, el liberalismo une”. Lippmann pensaba que el mundo estaba profunda-
mente imbuido del espíritu colectivista, y que existía una semejanza fundamental entre
los Estados totalitarios. En consecuencia, reunió en sus críticas a la Rusia soviética, a
la Italia fascista, a la Alemania hitleriana y a las concepciones planificadoras de Stuart
Chase (cuyo libro “The New Deal” de 1932 sirvió para bautizar la experiencia de
Roosevelt) que constituyen, a su juicio, una grave amenaza para la libertad. Pero la
libertad de Lippmann no es la libertad de los monopolios y de los trust gigantes. Se
preocupa por sanear los mercados, por asegurar la libertad de las transacciones y –
sobre todo– la igualdad de oportunidades, a la que considera el fundamento mismo de
la democracia. Define a la sociedad libre de la siguiente forma: “Una sociedad libre es
una sociedad en la que las desigualdades de la condición de los hombres, de sus retri-
buciones y de sus posiciones sociales no se deben a causas extrínsecas y artificiales, a
la coacción física, a privilegios legales, a prerrogativas particulares, a fraudes, a abusos
y a la explotación”. Sin embargo, Lippmann no indicó, con mucha claridad, los medios
que permitirían realizar esa sociedad libre. Se contentó con afirmar que “existe una ley
suprema, superior a las Constituciones, a las ordenanzas y a las costumbres, que existe
en todos los pueblos civilizados”. Gracias a esta nueva forma de ley natural podrá
crearse “una asociación fraternal entre hombres libres e iguales”. Se trata, en el fondo,
de saber si los hombres “serán tratados como personas inviolables o como cosas de las
que cabe disponer”16.
3. ORIGINALIDAD
16
Touchard, Jean. Op. cit., p. 623.
64
Lo expuesto precedentemente, se relaciona con una de las tendencias del Neo-
constitucionalismo de la Segunda Posguerra. Nos referimos a la tendencia de plasmar,
en los ordenamientos constitucionales, una cierta multiplicidad de funciones de los
poderes del Estado: no es posible, atendida la complejidad del Estado moderno, la
separación rígida de los poderes públicos. Es cierto que la confusión de poderes en
una persona o en un órgano puede llevar a la tiranía, pero no es razonable tampoco
que cada poder del Estado ejerza sus funciones en forma privativa y exclusiva; lo
lógico y verdadero es que existe una multiplicidad de funciones en cada poder estatal.
Ello, en caso alguno, puede afectar su respectiva independencia 17. Una de las reivindi-
caciones de los liberales modernos es incluir una Declaración de los Derechos Econó-
micos del Ciudadano en un cuerpo constitucional. A modo de ejemplo, podemos citar
la Constitución Alemana que prevé, en su Preámbulo, que la economía social de mer-
cado forma parte de las leyes fundamentales intangibles de la República Federal18.
17
Evans de la Cuadra, Enrique. “Teoría Constitucional”. Ed. Nueva Universidad. Santiago-
Chile.1972, p. 78.
18
Sorman, Guy. “El Estado Mínimo”. Ed. Atlántida S.A. Buenos Aires-Argentina. 1986, Pp. 132 y
133.
19
Touchard, Jean. Op. cit., Pp. 622 y 623.
65
5. RASGOS EMPÍRICOS
Desde el punto de vista del Constitucionalismo democrático, existen dos rasgos empí-
ricos en el Neoliberalismo, que se hace necesario señalar a continuación:
a) Los rasgos propios de un Neocapitalismo, que es una de las fases del Capitalismo,
se caracteriza por una fuerte concentración del capital, un papel hegemónico de las
compañías transnacionales y un peso creciente de la tecnología en los procesos pro-
ductivos. Esto se debe a que, después de la Segunda Guerra Mundial se produjeron
una serie de transformaciones estructurales que modificaron la naturaleza del Capita-
lismo, sobre todo, en los países más industrializados. En el terreno de las relaciones
laborales, se produjo la institucionalización del conflicto social y su canalización a
través de organizaciones de intereses (sindicatos, asociaciones empresariales y la
Administración). En la estructura económica, se desarrolló el Estado del Bienestar,
acentuándose el papel de la intervención estatal. Desde el punto de vista de la deman-
da, se generalizó la sociedad de consumo.
66
c) La Economía Social de Mercado: Una de las formas mixtas de sistemas económi-
cos que ha alcanzado gran actualidad: es la llamada “Economía Social de Mercado”,
practicada con particular éxito en la Alemania Federal, a partir de la última postguerra,
por el primer Canciller Konrad Adenahuer (1876-1967) y el Ministro de Hacienda,
Ludwig Erhard (1897-1977), llamado también el padre del Socialismo de mercado. En
su obra “Bienestar para todos” se encuentran los principios básicos de la Economía
Social de Mercado. Además, es importante nombrar al economista alemán Walter
Eucken (1891-1950), quien fue un gran impulsor del Neoliberalismo y de la llamada
Economía Social de Mercado aplicada por Adenahuer y Erhard.
La Economía Social de Mercado es una concepción política que, como todo orden
global, se afianza en ideas básicas sobre la configuración de las relaciones interhuma-
nas dentro de la sociedad. Muller Armack fue quien elaboró el concepto de Economía
Social de Mercado, al final de los años cuarenta del siglo XX. La idea fundamental de
esta concepción consiste en que el orden basado en una economía competitiva de libre
iniciativa que implique el mayor grado posible de libertad individual (postulado del
Neoliberalismo, el Estado sólo debe intervenir en la economía sólo para solucionar las
crisis cíclicas del mercado), se vinculen a la justicia y la seguridad sociales. La Política
Social, como componente de una Economía Social de Mercado, abarca, además de la
política de distribución de rentas y de distribución de patrimonios, todo el sistema de
seguridad social que asegura la aplicación de las libertades individuales consagradas en
las leyes constitucionales del país. Esto significa que –para los efectos de las decisio-
nes de las grandes empresas económicas– la inclusión de los trabajadores en la coges-
tión económica constituye un elemento clave de la Economía Social de Mercado, un
elemento básico para fundamentar la capacidad productiva y asegurar la estabilidad de
un orden democrático20.
Quizás este rol fundamental que tienen los trabajadores dentro de la Economía Social
de Mercado, sea una de las razones por las cuales el Primer Ministro Británico Tony
Blair, que a su vez es el jefe del Partido Laborista Británico, haya manifestado recien-
temente su adhesión a los postulados básicos de una Economía Social de Mercado, lo
que no deja de ser curioso toda vez, que el Laborismo Inglés es considerado como
parte integrante de la Social-Democracia en Europa.
20
Oyarzun Gallegos, Ruben. Apuntes de Derecho Económico I. Facultad de Derecho Universidad de
Chile. Santiago Chile, 1988. p. 67.
67
CAPÍTULO III: LA TECNOCRACIA
1. CONCEPTO
68
(mediante una función de consulta técnica, en las decisiones de los órganos políticos) a
la tesis que descubre en la Tecnocracia un régimen social caracterizado por la emanci-
pación del poder respecto de sus rasgos políticos tradicionales y respecto de la asun-
ción de una configuración diversa, despolitizada y de “competencia” (en el sentido de
“capacidad”), y
69
las estructuras productivas, tanto a la lógica de la propiedad como titularidad del
derecho cuanto a una lógica de control de las estructuras y de preeminencia del ele-
mento del ejercicio sobre el elemento de la titularidad.
Esta separación que se observa entre los propietarios y los managers (término que
sólo impropiamente puede traducirse por “organizadores”) de los bienes, ha resultado
en que el poder real ha pasado de hecho a los que poseen el “Know how” (destreza o
pericia), necesario para utilizar provechosamente dichos bienes. Hay entonces un
desplazamiento del poder, que antiguamente estaba en manos de los capitalistas, y hoy
en día en manos de los que tienen el “Know how”; por ejemplo, el Ingeniero Comer-
cial, como ejecutivo de un grupo financiero (generalmente sociedad anónima), así
21
Fisichella, Domenico. “Diccionario de Política” de Norberto Bobbio y otros. Ed. Siglo XXI, Méxi-
co, 1991, pp. 1551, 1552 y 1553.
70
como antes lo fue el “Lawer”, o sea, el experto en solucionar los problemas que plan-
tea la “Law” (ley), especialmente su interpretación.
En este marco de separación sustancial entre la titularidad del derecho individual de
propiedad y los instrumentos productivos –a pesar de que pudiera suceder que no se
negara el carácter privado de la propiedad– el actor que adquiere importancia potesta-
tiva es el que de hecho toma las decisiones que afectan el desarrollo económico. En
última instancia la titularidad deja lugar al ejercicio: entre el derecho de propiedad y la
función de “control” (en el sentido que le da a la palabra control la lengua inglesa; es
decir no sólo controlar negativamente, sino positivamente, o sea “dirigir”, “manejar” o
“conducir”) tiende a prevalecer la segunda. La relación de tipo capitalista que une los
instrumentos de producción con el “patrón” se debilita, al tiempo que se consolida la
relación de tipo funcional que une los instrumentos a los directores de la producción22.
Si este poder económico crece progresivamente, se dice que los tecnócratas llegarán
también a gobernar; esto es, a traducir dicho poder en términos políticos. O sea, la
Tecnocracia que vive el momento económico como administrador y, con el aumento
de poder, puede pasar a vivir su momento político. El momento económico y el mo-
mento político son aspectos del proceso social.
Los tecnócratas tienen a su cargo las finanzas de la administración y esta situación les
da un gran poder. Así, por ejemplo, un Ministro de Hacienda de un país subdesarrolla-
do, tiene la clave financiera y económica de ese país; tiene el control tanto para el
sector privado como para el sector público.
4. DETERMINISMO ECONÓMICO
Si la tesis anterior implicara algún determinismo económico (es decir, si los que con-
trolan y manejan el proceso económico, por esta misma razón manejaran también el
proceso político) ello querría decir, que el gobierno de los tecnócratas sería inevitable.
El influjo del “manager” o administrador en el sistema social moderno es una “fun-
ción” de la importancia acrecentada del elemento económico. En estos términos muy
generales, es plausible, sin más, hablar de Tecnocracia.
22
Fisichella, Domenico.Op. cit., p. 1553.
71
5. DECISIÓN POLÍTICA
6. IMPORTANCIA DE LA BUROCRACIA
A esto, hay que añadir que el fenómeno tecnocrático comprende, a su vez, una ideolo-
gía tecnocrática, que hay que tomar en cuenta. Los pilares de esta ideología son
–además de la preeminencia de la eficiencia y de la competencia– la concepción de la
política como reino de la incompetencia, de la corrupción y del particularismo, el tema
del desinterés de las masas por la res pública con la consiguiente profesionalización de
la toma de decisiones, la tesis de la decadencia de las ideologías políticas y su sustitu-
ción por una especie de koiné tecnológica24.
23
Touchard, Jean. Op. cit., p. 627.
24
Fisichella, Domenico. Op. cit., p. 1554.
72
7. ALGUNOS CASOS ESPECÍFICOS
25
Touchard, Jean. Op. cit., p. 430.
73
rectorial la soberanía está localizada en las oficinas administrativas”. La concepción de
la elite directorial de Burnham era, por consiguiente, más amplia que la concepción
saint-simoniana y que la de Howard Scott –para quien los verdaderos tecnócratas eran
los físicos-químicos, los hombres que controlan las diferentes fuentes de energía apli-
cadas a la producción–. Los tecnócratas de Burnham eran los hombres que ocupan las
palancas de mando. Pero de qué mandos, Burnham parece creer que una clase social-
mente esencial se convierte automáticamente en una clase políticamente dirigente.
Vuelve contra el Marxismo una especie de economismo elemental, muy diferente del
auténtico Marxismo. Su obra pasa así, naturalmente, de la economía a la política, de
un aparente apoliticismo al vehemente anticomunismo que sus últimas obras mues-
tran26.
– El Partido Comunista; integrado por “la parte más eminente y consciente”28 del
proletariado. Es aquí donde se tomaban las decisiones políticas, y
26
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 626 y 627.
27
Bustos Concha, Ismael. “Apuntes de Clases Cátedra Derecho Político”. Universidad Central,
Facultad de Derecho. Santiago-Chile, 1989.
28
Bustos Concha, Ismael, Op. cit.
74
II PARTE : SOCIALISMO, SOCIALISMO UTÓPICO,
MARXISMO Y SOCIALDEMOCRACIA
CAPÍTULO I: EL SOCIALISMO
1. ACEPCIONES
3° Sentido Especial: En este caso se refiere a una “etapa histórica” que, supuesta-
mente, precederá al Comunismo (Filosofía Marxista).
75
CAPÍTULO II: EL SOCIALISMO UTÓPICO
1. TÉRMINO
El “Socialismo Utópico” recibe este nombre de Marx y Engels, quienes llamaron así al
Socialismo Francés del siglo XVIII, que es anterior al Marxismo.
2. CONCEPTO
29
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 423, 424 y 425.
76
b) Carácter ideal: Es decir, como un ejemplo de perfección al cual deben tender los
hombres.
3. MAESTROS30
a) Henri de Saint-Simon; b) Charles Fourier; y c) Robert Owen.
En una exposición más detallada sería indispensable distinguir netamente entre lo que
corresponde a Saint-Simon y lo que corresponde a sus sucesores; también sería nece-
sario señalar las divergencias entre los mismos sucesores (cf. la oposición de Bazard al
hipermisticismo de Enfantin). En conjunto, y aun subrayando hasta la caricatura los
rasgos religiosos de la doctrina (uniforme, ritual, cantos, jerarquía eclesiástica, etc.,),
los saint-simonianos parecen haber insistido en los aspectos prácticos, en todo aquello
30
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 425-434.
77
que podía seducir a una generación, apasionada sin duda por el ideal, pero también por
la eficacia. En cambio, apenas si desarrollaron las ideas –que podían parecerles difícil-
mente realizables– que Saint-Simon había expuesto sobre La réorganisation de la
societé européenne (1814) y sobre la utilidad que representaría la institución de un
Parlamento Europeo. El saint-simonismo de los saint-simonianos era, pues, más peda-
gógico y más práctico que el saint-simonismo de Saint-Simon. Pero, en general, era
mucho más fiel al pensamiento de Saint-Simon que lo fue la Escuela Fourierista al de
Fourier.
El saint-simonismo era, ante todo, una doctrina de la producción: “La política es la
ciencia que tiene por objeto el orden de cosas más favorables a todos los tipos de
producción”. Mientras que Adam Smith y los teóricos de la Economía Liberal se
interesaban sobre todo por los consumidores, Saint-Simon subrayó la eminente utili-
dad de los productores. Saint-Simon establece así una distinción fundamental entre los
productores y los ociosos (que denomina “zánganos”). Reservaba para los producto-
res el término de “industriales”, del que hace, a partir de 1817, un amplio uso: Systé-
me industriel (1821-1822), Catéchisme des industriels (1823-1824). Rouget de
Lisle compone en 1821 un Chant des industriels: “Honor a nosotros, hijos de la
industria”. Saint-Simon afirma: “La clase industrial es la clase fundamental de la socie-
dad, la clase nutricia de la sociedad”. No hay que engañarse sobre la expresión “clase
industrial”. Para Saint-Simon, un cultivador directo, un carretero o un carpintero eran
industriales. Los industriales eran los productores, cualquiera que sea la producción de
que se trate. Quedaban, así, enrolados en una misma “clase” el banquero, el propieta-
rio terrateniente y el cerrajero.
78
Económico engendraba una anarquía y una miseria de las que Inglaterra ofrece un
triste espectáculo.
Para reformar la sociedad Fourier cuenta con los “falansterios”, es decir, con una
especie de sociedades cerradas formadas aproximadamente por 1.600 personas, que
deben asumir todas las funciones sociales, sucediéndose unas a otras para evitar una
especialización excesiva. El falansterio no era en absoluto un sistema comunista.
Fourier detestaba el desorden, respetaba la herencia y consideraba como naturales la
riqueza y la pobreza. Fourier no cuenta con el Estado para crear falansterios. Estos se
constituirán libremente, mediante “acuerdo afectuoso”. La reorganización de la socie-
dad vendrá de abajo, no desde lo alto, como pensaban los saint-simonianos. El Estado
era para él una federación de asociaciones libres. Fourier desconfiaba de las revolucio-
nes y juzgaba de forma muy severa a la de 1789. Era antidemócrata y anti-igualitario.
Pone todas sus esperanzas en asociaciones de menos de 2.000 miembros, y pensaba
que, para reformar la sociedad en su conjunto, lo más importante es crear algunas
sociedades perfectas.
La obra de Fourier, ha ejercido una influencia no desdeñable, pero sin duda menor que
la de Saint-Simon. No obstante, tiene un triple interés: 1° De tratar de exponer una
interpretación global del universo; 2° De exponer una crítica muy aguda del sistema
capitalista; y 3° De sugerir un plan de asociación voluntaria, en el que aparecen ampli-
ficadas y sistematizadas aspiraciones confusas pero ampliamente extendidas entre la
pequeña burguesía y el artesanado, así como también entre un proletariado que no
posee todavía la conciencia de formar una clase. La obra de Fourier contribuye, de
esta forma, a iluminar la mentalidad de una sociedad.
79
4. IMPORTANCIA HISTÓRICA DEL SOCIALISMO UTÓPICO
2° Según una frase famosa de Engels son: “los espíritus más grandes de todos los
tiempos”, con la cual califica a los Socialistas Utópicos.
5. IDEAS FUNDAMENTALES
80
CAPÍTULO III: EL MARXISMO
1. TÉRMINO
2. FUENTES
Son tres las fuentes del Marxismo: 1° La Filosofía Alemana; 2° La Economía Inglesa y
particularmente David Ricardo; y 3° El Socialismo Francés y especialmente Saint-
Simon.
31
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 385, 393 y 394.
81
dialéctica sino de los mismos intereses que convertían en nacionalistas a otros alemanes
que no compartían su filosofía técnica. A la inversa, la dialéctica podía ser aceptada como
método si se consideraba que la historia debía culminar en la sociedad sin clases y su diná-
mica está constituida por el antagonismo entre las clases sociales, como afirmaba Karl
Marx. Reformulada como la interpretación materialista o económica de la historia, la
dialéctica se convirtió en el órgano intelectual del Socialismo Marxista que siempre, al
menos así lo afirmaba, era antinacionalista y enemigo declarado del Estado. Así se combi-
naban en la filosofía de Hegel dos líneas de pensamiento que después se separaron y se
opusieron entre sí. Por una parte, una teoría conservadora, y en general antiliberal, del
Estado como poder nacional y, por otra, la dialéctica que sirvió de punto de partida para
un nuevo radicalismo proletario.
Una compresión y una valoración críticas de la filosofía de Hegel gira en torno a dos
puntos. Primero, exige una decisión acerca de la pretensión de que la dialéctica es un
nuevo método que revela dependencias y relaciones en la sociedad y la historia impo-
sibles de discernir de otra manera. Esta decisión es importante porque la dialéctica fue
adoptada por Karl Marx, con considerables cambios, ciertamente, en sus supuestas
implicaciones metafísicas, pero sin ningún cambio importante en la concepción de la
misma como un método lógico. Se convirtió así en una parte inherente del Socialismo
Marxista y del Comunismo y en la base para sostener su superioridad científica, afir-
mada siempre por el Marxismo. Segundo, la filosofía política de Hegel fue la declara-
ción clásica del nacionalismo en una forma que había descartado al individualismo y el
cosmopolitismo implícito en los derechos del hombre.
La peculiaridad de la filosofía de Hegel y de su reconstrucción marxista, era que pre-
tendía ser auténticamente racional, mientras que al mismo tiempo declaraba superar la
teoría de las proposiciones lógicas mediante la cual únicamente la lógica ha podido dar
un sentido lógico a las afirmaciones. En última instancia, su pretensión científica de-
pende de la dudosa realización de este proyecto.
De las elaboraciones de teoría política que surgieron directamente del Hegelianismo
tres reclaman una consideración especial. La línea directa del desarrollo va, induda-
blemente, de Hegel a Marx y a la historia posterior de la teoría comunista. Aquí el
punto de conexión era la dialéctica, que Marx aceptaba como el descubrimiento tras-
cendental de la filosofía de Hegel. El nacionalismo de Hegel y su idealización del
Estado eran considerados por Marx como simples “mistificaciones” que infectaban la
dialéctica por el idealismo metafísico que viciaba el sistema. Transformándolo en
materialismo dialéctico y construyendo la dialéctica como la interpretación económica
de la historia, Marx suponía que podía conservar el método como una forma auténti-
camente científica de explicar la evolución social. Que la sociedad civil (aparte del
Estado) es esencialmente económica en su estructura era una conclusión de Marx
pudo tomar directamente de Hegel. En segundo lugar, el Hegelianismo fue un factor
82
importante en la revisión del Liberalismo Inglés por los idealistas de Oxford. Aquí, sin
embargo, la dialéctica tuvo poca importancia. Por último, en Italia el Hegelianismo fue
adoptado en las primeras etapas del Fascismo para aportar una filosofía a ese movi-
miento altamente pragmático. En realidad, sin embargo, el Hegelianismo Fascista era
casi obviamente una racionalización ad hoc32.
Una crítica de la alienación religiosa iba a ser desarrollada por Feuerbach. Tal actitud
antirreligiosa será compartida, hacia 1837-1843, por los jóvenes neohegelianos que se
reúnen en Berlín en el “Doktorclub”, del que Karl Marx será uno de los más destaca-
dos miembros. Feuerbach publica en 1841 (año en que Marx lee su Tesis en Jena) La
Esencia del Cristianismo (seguida en 1843 de Principios de la Filosofía del Futuro
y en 1845 de La Esencia de la Religión). La tesis fundamental de Feuerbach es que la
religión constituye para el hombre una pérdida de su substancia, a la que proyecta en
un “ser divino”, exterior a sí mismo y puro producto de su conciencia. El hombre
reviste ese ídolo, que él mismo ha fabricado, con las virtudes y posibilidades que son la
substancia de la propia humanidad. Esto ocurre, según Feuerbach, porque, por el
momento, el hombre no puede todavía comprender su ser génerico (i. e., la imagen de
la humanidad “final”) más que a través de un “objeto” separado de su individualidad
concreta; el hombre tiene necesidad de un ídolo, al que crea con su propia substancia y
con lo mejor de sí mismo (“El ser divino no es otra cosa que el ser del hombre liberado
de las ataduras y limitaciones del individuo..., que el hombre real objetivo... al que
contempla y adora como un ser aparte...”). Feuerbach propone a la filosofía como
tarea criticar esa “alienación” (tomando la palabra del vocabulario hegeliano) del
hombre en el ser divino, y hacer que el hombre recupere su ser “genérico”, es decir, de
plena humanidad.
Marx y Engels recogieron de Feuerbach, además del análisis de la alienación religiosa,
el postulado materialista. En efecto, Feuerbach, como contrapartida del idealismo
absoluto de Hegel, intentaba hacer partir toda la reflexión filosófica de la realidad
natural del hombre concreto, entendido no sólo como ser individual, sino también
como especie social y como “masa humana”. De ahí deducía, en consecuencia, la
necesidad de una liberación de la especie humana, tanto de la ilusión religiosa como
del egoísmo individual, propugnando la alianza de la filosofía y del movimiento social.
Su materialismo, en último término bastante tímido, consistía sobre todo en hacer de la
“humanidad” (sustraída al desarrollo histórico) el objetivo y el punto de partida de
toda reflexión y de toda acción. Era esencialmente, una crítica radical de toda “metafí-
sica”: en este punto apenas si superaba el materialismo de los filósofos del siglo XVIII.
“El hombre” de Feuerbach es abstracto. Y como, certeramente, indicara Marx, su
32
Sabine, George H. Op. cit., pp. 473, 474, 483, 486, 487 y 503.
83
preocupación por unir la acción y la filosofía no irá, en el terreno concreto, más allá de
una predicación altruista y de una “religión de la humanidad”33.
33
Touchard, Jean. Op. cit., pp., 464 y 465.
84
auténticamente científica del Capitalismo y demostrar luego, dialécticamente, que es
lógicamente incoherente. El concepto básico del análisis de Marx era la “plusvalía”. La
defensa clásica del Capitalismo había sido la tesis que en un sistema de libre cambio
todos recibirían, a largo plazo, un valor equivalente al que aportarían al mercado,
obteniendo así su participación equitativa del producto social. Marx trataba de de-
mostrar, en contra de esto, que en un sistema industrial en donde los capitalistas son
dueños de los medios de producción, el trabajo siempre se verá obligado a producir
más de lo que recibe y más de lo necesario para el funcionamiento del sistema. Los
salarios, en general, corresponderán al mínimo de subsistencia, no como había sosteni-
do Malthus, por la presión de la población sino porque el sistema de propiedad privada
y la posición monopolista del capitalista en el sistema le permitirá apropiarse de la
plusvalía en forma de utilidades y rentas. Este argumento, con sus infinitas ramifica-
ciones y sus excesivos tecnicismos, condujo a una larga controversia que se produjo
en su momento, pero que pasó de moda aún antes de llegar a su fin. Y porque la teoría
del valor de Ricardo, de la que partía la controversia, pareció obsoleta a los econo-
mistas no marxistas cuando, aún, la polémica estaba en pleno desarrollo. Para Marx, la
teoría de la plusvalía era la clave de su argumentación, puesto que constituía la base
de su conclusión, en el sentido de que el sistema capitalista debía llevar en sí mismo los
elementos de su destrucción. La teoría traía consigo dos afirmaciones que siguen
siendo artículos de fe para los marxistas posteriores: primero, que el Capitalismo debe
perecer inevitablemente y, segundo, que su desaparición debe dar origen inevitable-
mente al Socialismo 34.
34
Sabine, George H. Op. cit., pp. 585-588.
85
quiera de Proudhon. Simplemente aplazaba la utopía hasta un futuro indefinido. Marx
compartía con Hegel un desprecio por todo ideal o deseo personal, que identificaba
con el simple capricho. Todo el ideal debe atribuirse al impulso interno del sistema
mismo y es bueno simplemente porque es “inevitable”: es decir, la meta final de la
evolución del sistema. El efecto práctico de este presupuesto fue que Marx descartó
todo intento de reforma. Consideraba que la legislación era incapaz de modificar el
sistema industrial en ningún aspecto importante y por ello valorizaba la legislación
social simplemente como un paso hacia la revolución. El sistema capitalista debe ser
“aplastado” en definitiva y Marx no abandonó nunca la idea esencialmente utópica de
que destruir un sistema es la manera segura de crear un sistema mejor35.
3. OBRAS PRINCIPALES
35
Sabine, George H. Op. cit., pp. 571 y 572.
86
La fuerza real de la obra de Marx estaba, no en su razonamiento teórico, sino en el
vigoroso realismo con el que pintó las condiciones tales de trabajo y, al hacerlo, des-
cribió al Capitalismo no regulado como un parásito que devora la sustancia humana de
la sociedad. En realidad, aunque no por su intención, El Capital fue el primero y pro-
bablemente el más fuerte de los ataques éticos a la fealdad moral de una sociedad
adquisitiva sin protección adecuada para su fuerza de trabajo industrial. Característi-
camente, no obstante, Marx nunca emprende su ataque contra el Capitalismo como un
juicio moral abierto, ni su argumento de que el capital explota al trabajo significa que
los trabajadores se encontraran mejor bajo algún sistema anterior de producción. La
dialéctica era para él una garantía y afirma con frecuencia que el Capitalismo es un
avance sobre el feudalismo que lo precedió. Tampoco significan las crueldades del
Capitalismo que los capitalistas sean crueles personalmente; capitalistas y trabajadores
por igual se encuentran presos en el sistema y deben hacer, en general, lo que el siste-
ma requiera. Desde el punto de vista de Marx, el sistema mismo tiene contradicciones
inherentes y, en definitiva, lleva los elementos de su propia destrucción, pero lo que lo
hace autodestructivo es que contiene los gérmenes de un sistema superior y mejor que
está luchando por surgir. Implícitamente, pues, las críticas de Marx siempre miran más
bien hacia el futuro que hacia el pasado: hacia lo que él cree que ha de ser la condición
del trabajador en una economía racionalmente planificada y socializada. Algo así, debe
ser, creía, el resultado lógico de una economía despojada de las contradicciones del
Capitalismo. No trató de describir esa economía futura ni la formuló como un ideal
por el que hubiera que luchar36.
36
Sabine, George H. Op. cit., pp. 564, 565 y 587.
87
Marx redacta, en enero de 1848, el Manifiesto Comunista para la Liga de los Comu-
nistas, que contribuyó a fundar el año anterior. En este punto, se hace necesario desta-
car, algunas ideas fundamentales del Marxismo que se encuentran en el Manifiesto:
Primero, la lucha de clases; “La historia de todas las sociedades que han existido hasta
nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Este aforismo, con el que se abre la
primera parte del Manifiesto Comunista, es, ante todo, el enunciado de una metodolo-
gía crítica en la lectura de la Historia. Esto significa también –y simultáneamente– que
se da a esa historia un objetivo: la supresión de la lucha de clases. Deben descartarse
dos interpretaciones erróneas de esta famosa fórmula: Marx no dice, en forma alguna,
que la lucha de clases sea una “fatalidad”que pese sobre la humanidad; no ha existido
en todo tiempo (c.f. las comunidades primitivas); y Marx tampoco dice que esta lucha
haya sido, desde sus orígenes, un “dato” inmutable, una “propiedad” invariable del
hombre histórico. Su intensidad ha variado, y su misma existencia no siempre ha sido
consciente. Segundo, la burguesía es, según Karl Marx, el producto, el actor y benefi-
ciario de algunas grandes transformaciones que tienen como resultado hacer retroce-
der hasta el infinito los límites que detenían la fuerza productiva del hombre. La bur-
guesía ha hecho dar un formidable salto a la universalización del hombre, y ha llenado
al universo de su poder. Correlativamente, la clase burguesa, dueña de los medios de
producción, se ha convertido en la clase dominante y ha conquistado “finalmente la
hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno” (Mani-
fiesto). Tercero, el proletariado es, en cierto modo, el reverso de la burguesía. Al igual
que ella, ha nacido del desarrollo de las fuerzas productivas y del retroceso de todas
las limitaciones que frenaban la producción y el comercio. Y, al igual que la burguesía,
tiene una vocación universal, pero en negativo: la universalidad de la miseria, del no-
tener y del no-ser. Esta completa dominación económica repercute en el plano políti-
co: el proletariado es la clase dominada por excelencia. La lucha política propia del
proletariado comenzará en el nivel en el que la toma de conciencia de sus intereses es
más inmediata, en el nivel de la defensa del trabajo y de los intereses económicos. El
proletariado no es más que despojo total, no tiene ya ni propiedad, ni individualidad, ni
familia, ni leyes, ni moral, ni religión, ni patria: todo está acaparado por la burguesía.
La inmensidad misma de esa miseria constituye la universalidad del proletariado y le
confiere su misión revolucionaria excepcional. La revolución proletaria sólo puede
tender a la supresión de todas las clases, puesto que la actual situación del proletariado
prefigura ya la negación de la “clase”. En efecto, la originalidad del proletariado estri-
ba en que tiende a ser negado incluso como clase. A causa de su universalidad negati-
va el proletariado puede conducir solo a una revolución total. Cuarto, la extinción del
Estado, entonces “surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno
será la condición libre desenvolvimiento de todos” (Manifiesto). “Una vez que en el
curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado
88
toda la producción en manos de individuos asociados, el Poder público perderá su
carácter político. El Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada
de una clase para la opresión de otra” (Manifiesto). Este es uno de los escasos textos
–y el menos ambiguo– en los que Marx consideró positivamente la “desaparición” del
Estado (el término “extinción” no es de Marx, sino de Engels). Y está bastante lejos
de poseer el alcance que habitualmente se le ha prestado. La sociedad comunista no
será una sociedad anárquica. En ella subsistirá un “Poder público”. Simplemente, este
Poder habrá perdido su carácter “político”. Ahora bien, como ya sabemos, para Marx
la “política” es la división del hombre en dos seres que no pueden reunirse a causa de
la separación que las clases mantienen entre los hombres. La política es opresión.
¿Cómo será, entonces, la organización de esa “asociación”? Marx se negó a “dar
recetas para los fisgones del porvenir”. Nunca fue el Sieyés de la sociedad comunista.
Quinto, el papel de las demás clases en la lucha del proletariado. El proletariado no se
niega a priori ni a aceptar la colaboración de otras clases ni a aportarles momentá-
neamente su ayuda para objetivos comunes; y estas clases –decidido ya el destino de la
burguesía y dejando a un lado el caso de los campesinos– periclitan en el régimen
capitalista y están llamadas a desaparecer por obra de la gran industria. El primer
punto está determinado por la “situación revolucionaria”, en determinados momentos
históricos, de tal o cual clase. En 1848 el Manifiesto Comunista señala que “las capas
medias no son, pues, revolucionarias, sino conservadoras”; en 1875 Marx subraya, por
el contrario, su papel revolucionario, en función de su paso inminente al proletariado
(Crítica al programa de Gotha). Marx acentúa aquí una idea ya presente en el Ma-
nifiesto. El caso de los campesinos es muy especial. Como es sabido, preocupó cada
vez a Marx, que tuvo en varias ocasiones la intuición de que esa clase se resistiría a la
absorción en el proletariado y podría desempeñar un importante papel revolucionario
o contrarrevolucionario. Sin embargo, ninguna de las grandes obras terminadas de
Marx y Engels trata expresamente este problema (como no sea, incidentalmente, El 18
Brumario de Luis Bonaparte; por lo demás, no parece que Marx mantuviera, en sus
últimos años, el juicio expresado en esta obra sobre los “campesinos parcelarios”). Por
último, el internacionalismo proletario; Marx siguió siempre, con una extrema aten-
ción, la lucha de todos los proletariados europeos. Y no tanto, como frecuentemente
se ha dicho, porque “apostara” sucesivamente sobre algunos de ellos –con la esperan-
za de que uno consiguiera realizar la “revolución social”, arrastrando, tal vez, a los
demás–, como porque pensara que la experiencia de la respectiva lucha de cada pro-
letariado es instructiva para todos y que el conocimiento práctico de la experiencia de
los demás puede acelerar la toma de conciencia, para cada proletariado, del carácter
universal e inevitable de la lucha de clases. El Manifiesto Comunista no preconiza,
propiamente hablando, una estrategia concertada de todos los proletarios, con vistas a
89
una subversión general. Se limita a afirmar que “los obreros no tienen patria” a causa
de su situación, pero que el proletariado de cada país “debe... constituirse en nación” y
que por ello “todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”.
Más adelante añade que “los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el
acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países”. “¡Proletarios de todos
los países, uníos!”37.
a) Aspecto Filosófico:
Por ejemplo: Un poco de agua (tesis) sometido a una temperatura elevada (antítesis);
el efecto que produce esta alta temperatura en el agua es hacerla desaparecer; y queda
convertida en vapor de agua (síntesis). Esto, según Marx, plantea el fenómeno de
conversión de cantidad a calidad y para él ambos con equivalentes, y nosotros por
razones prácticas cambiamos una por otra (Ley de transformación de la cantidad en
calidad).
37
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 470, 490, 492, 493, 495, 496, 502, 503, y 504.
90
La filosofía social de Marx corresponde a dos períodos, divididos aproximadamente
por la fecha de 1850 o unos cuantos años después. Al primer período pertenece el plan
del sistema, resultado del estudio de Hegel realizado por Marx en la Universidad de
Berlín. Por entonces (unos cinco años después de la muerte de Hegel) la escuela esta-
ba dividida en un ala idealista, preocupada sobre todo por la apologética religiosa, y
un ala materialista, dirigida por Ludwig Feuerbach. Posteriormente, Marx calificó a
Feuerbach de pequeña figura, en comparación con Hegel, pero significativa de una
época puesto que liberó al Hegelianismo de sus “mistificaciones” idealistas y así,
pensaba Marx, lo despojó de sus consecuencias conservadoras y lo puso en el camino
de la ciencia. Cuando Marx salió de Alemania hacia París ya estaba profundamente
ligado al Socialismo Francés, que era parte de todo el fermento revolucionario que
culminó en 1848. Esto convenció a Marx de que la teoría socialista había sido superfi-
cial porque carecía de comprensión de la dinámica de la evolución social que, pensaba,
encerraba la dialéctica de Hegel. El producto de esta línea de pensamiento fue el ma-
terialismo dialéctico o económico –la teoría de que el desarrollo social depende de la
evolución de las fuerzas de producción económicas–. Esta teoría fue elaborada en
diversas obras, bastante circunstanciales y controvertibles, de las cuales la más notable
fue el Manifiesto Comunista (1848), pero ni entonces, ni después fue expuesta sis-
temáticamente, ni liberada de vaguedades y ambigüedades.
La transformación de la filosofía de Hegel realizada por Karl Marx, consistió en que
suprimió de la teoría de Hegel el supuesto de que las naciones son las unidades efecti-
vas de la historia social –un supuesto que nunca tuvo una estrecha relación lógica con
su sistema–, y sustituyó la lucha de las naciones por la lucha de las clases sociales. Así,
eliminó del Hegelianismo sus cualidades distintivas como teoría política –su naciona-
lismo, su conservatismo y su carácter contrarrevolucionario– y lo transformó en un
nuevo y poderoso tipo de radicalismo revolucionario. El Marxismo se convirtió en
progenitor de las formas más importantes de Socialismo de partidos en el siglo XIX y
después, con muy importantes modificaciones, del comunismo actual. En importantes
aspectos, sin embargo, la filosofía de Marx continuó la de Hegel. En primer lugar,
Marx siguió creyendo que la dialéctica era un eficaz método lógico, el único capaz de
demostrar una ley del desarrollo social y, en consecuencia, su filosofía como la de
Hegel fue una filosofía de la historia. Para ambos, la base de todo cambio social es su
necesidad o “inevitabilidad” y este término era tan ambiguo en Marx como lo había
sido en Hegel, combinando como lo hacía los conceptos de la explicación causal y de
la justificación moral. Aunque Marx elaboró su filosofía como una forma de materia-
lismo, utilizó la dialéctica para apoyar una teoría del progreso social en la que los más
altos valores morales se realizan necesariamente. En segundo lugar, para Marx como
para Hegel la fuerza impulsora del cambio social es la lucha y el factor determinante,
en última instancia, es el poder. La lucha tiene lugar entre las clases sociales más bien
91
que entre naciones y el poder es económico más que político, siendo el poder político
en la teoría de Marx una consecuencia de la situación económica. Pero ni para Marx ni
para Hegel la lucha por el poder era susceptible de un arreglo pacífico para mutuo
beneficio de las partes contendientes. Marx compartía con Hegel un profundo escepti-
cismo acerca de la capacidad de la previsión humana o de las buenas intenciones para
modificar la acción de las fuerzas sociales y temperamentalmente y debido a su filoso-
fía social, confiaba poco en la eficacia de la legislación para remediar los abusos eco-
nómicos. Es verdad que Marx confiaba y esperaba que su radicalismo revolucionario
desembocara en una forma de Socialismo, en la igualdad social y una auténtica liber-
tad, que completaría la igualdad y la libertad de la democracia política. Pero, en reali-
dad, no aportó ninguna razón convincente para pensar que la política del poder del
radicalismo resultara menos autoritaria en la práctica que la política del poder del
nacionalismo conservador. Su filosofía social, pues, encerraba una discrepancia entre
sus aspiraciones democráticas y la lógica interna del sistema. Durante la vida de Marx
esto permaneció latente, porque la revolución social que contemplaba nunca fue una
cuestión política práctica. Se hizo explícito en la versión comunista del Marxismo
revolucionario 38.
La idea de Fuerbach de que las fuerzas impulsoras de la historia social son materiales
significaba para Marx que estas fuerzas son económicas. Lo económico significaba
además, para él, el método de producción económica, puesto que estaba convencido
de que cualquier sistema de producción lleva consigo una forma correspondiente de
distribución del producto social, la única forma que permitirá el funcionamiento del
sistema y, a su vez, la distribución crea una estructura de clases sociales, cada una de
las cuales está determinada por su posición en el sistema. El método mediante el cual
una sociedad utiliza los recursos naturales y produce los bienes que le permiten vivir
es, pues, para Marx la fuente de su existencia. Su modo de producción, en un mo-
mento dado, explica su situación política y toda su situación cultural en ese momento
y los cambios en el sistema de producción explican los cambios correspondientes que
se producen en su política y en su cultura. Esta es, en esquema, la teoría del determi-
38
Sabine, George H. Op. cit., pp. 561, 562 y 564.
92
nismo económico de Marx, que es el sentido social y político concreto que atribuía al
materialismo dialéctico.
Marx dirá: “Mis estudios me llevaron a la conclusión de que las relaciones legales y las
formas de estado no podían ser entendidas por sí mismas, ni explicadas por el llamado
progreso general del espíritu humano, sino que están arraigadas en las condiciones
materiales de vida, resumidas por Hegel... con el nombre de “sociedad civil”; la ana-
tomía de esa sociedad civil debe ser analizada por la economía política” (Crítica de la
Economía Política. Prefacio. Trad. inglesa de N.I. Stone, 1904, p.11). Este era, pues,
el sentido que Marx atribuía en definitiva el materialismo en contraste con el idealismo
de Hegel. La sociedad civil de Hegel y no su Estado es el factor primario de la evolu-
ción social. Las relaciones legales e institucionales que constituyen el Estado y todas
las ideas morales y religiosas que las acompañan, son únicamente una superestructura
construida sobre el fundamento económico de la sociedad civil. 39
Feuerbach afirmaba que algunos pensadores tropiezan con un problema insoluble, que
consiste en que teóricamente no encuentran solución alguna al problema planteado;
según Feuerbach esto sucede porque recurren a la teoría y no a la práctica para solu-
cionar este problema; Marx planteaba que todo lo que no se soluciona en la teoría se
soluciona en la práctica.
En el Marxismo Ortodoxo, la política y la moral se entienden perfectamente; no hay
una sola moral, sino que a cada infraestructura le corresponde una determinada moral;
así la moral burguesa sería pura retórica y literatura puesta en libros, que sirve para
justificar los intereses creados, y por el contrario la moral proletaria es auténtica. Estas
leyes de la historia que elaboró Marx sirven para apresurar el proceso histórico y así
poder pasar más rápidamente de una sociedad capitalista a una sociedad comunista, de
tal modo que es moral todo lo que ayuda a la Revolución Social e inmoral todo lo que
la retarda (Lenin).
En esta filosofía materialista de la Historia y de la libertad la tarea ética del hombre se
presenta como un imperativo: el hombre ha de liberarse de la alienación económica
para realizar su ser genérico. Pero los valores en cuyo nombre se emprende esa libera-
ción nunca son trascendentes a la experiencia humana, sino inmanentes a la Historia.
Lejos de oponerse a la realidad (a la que servirían de modelos), se extraen de la reali-
dad, sin separarse nunca totalmente de ella. Naturalmente, la conciencia del hombre
siempre puede fabricar valores sin relación con la experiencia concreta; pero entonces
la tarea ética que propone no está ya caucionada por las condiciones materiales nece-
39
Sabine, George H. Op. cit., pp. 568 y 570.
93
sarias para su realización: es la moral consolación o moral-aspiración. Estas morales,
además de ser puras especulaciones no orientadas hacia la acción, son ilusorias, pues
la conciencia cree haber encontrado valores absolutos y eternos mientras que, en
realidad, no ha podido más que absolutizar etapas históricas del proceso de produc-
ción del hombre (sobre el que la conciencia no puede adelantarse, ya que no es sino la
conciencia del ser condicionado). Existe, pues, una ética marxista, pero íntimamente
ligada a la dialéctica de lo real. En cada momento del desarrollo histórico es prescrita
de forma muy precisa por las condiciones actuales que producen la alienación funda-
mental. La dialéctica de lo real ni suprime ni hace inútil la toma de conciencia de un
imperativo moral, pero le impone límites objetivos, dentro de los cuales puede ser real
y práctica.
A continuación, un análisis sobre el Marxismo tal y como lo entendieron Lenin y Stalin
en su época. La filosofía del comunismo es una versión revisada del Marxismo, princi-
palmente la obra de Lenin y por eso se le llama frecuentemente “Marxismo-
Leninismo”. La participación de Trotsky, que fue realmente considerable, es negada u
oscurecida sistemáticamente por los autores comunistas por la expulsión ulterior de
Trotsky del partido. La definición oficial de la relación de Lenin con Marx, expuesta
por Stalin en sus Fundamentos de leninismo (1924), es que “el leninismo es el mar-
xismo en la etapa del imperialismo y la revolución proletaria”. Se acentúa, pues, la
importancia de los escritos y discursos de Lenin durante la primera Guerra Mundial y
después de la revolución comunista en Rusia en 1917. De la definición de Stalin se
desprende, pues, que las revisiones de Lenin fueron provocadas por la evolución del
Capitalismo Europeo después de la publicación de El Capital (1867), especialmente
su expansión colonial y, por tanto, su supuesta responsabilidad por la guerra de 1914.
En el mismo ensayo, Stalin se refería a otra interpretación de la filosofía de Lenin: que
era una adaptación del Marxismo a la situación de Rusia, rechazada por supuesto por
Stalin porque reducía al Leninismo a una simple adaptación ideológica de Marx. No
obstante, la segunda interpretación ha sido repetida con frecuencia por autores no
comunistas, ya que en 1914 Lenin había sido por más de 12 años el jefe de un ala del
Marxismo Ruso y la mayor parte de sus escritos hasta el momento se había referido,
efectivamente, a los problemas de un partido ruso.
Las dos interpretaciones acerca de Lenin contienen elementos de verdad, pero ninguna
expresa justamente la enorme importancia de su versión del Marxismo. Además, aun-
que las dos interpretaciones parecen independientes y hasta opuestas están, por el
contrario, estrechamente relacionadas. No hace falta subrayar que el espíritu de Lenin
siempre estuvo absorbido, antes y después de 1914, con los problemas de un partido
revolucionario ruso.
Lenin hablaba de una filosofía partitaria, es decir, de una doctrina filosófica estrecha-
mente unida a un partido, al partido comunista bolchevique. Esta idea de la “partita-
94
riedad” es uno de los elementos fundamentales del materialismo dialéctico soviético y
desemboca concretamente en la idea de “stalinidad”. De aquí la fórmula conocida:
marxismo-leninismo-stalinismo, que tiene una sencilla explicación dentro del sistema.
En efecto, si la práctica, es decir, la actividad y la vida política juegan un rol esencial
en el establecimiento de la teoría –en virtud de la partitariedad de que hablamos–,
resulta evidente que el jefe del partido –por el hecho de señalarle a sus militantes el
camino– perfecciona también la teoría y la hace progresar. En efecto, según la doctrina
que nos ocupa, la mencionada unidad entre la teoría y la práctica se realiza en el Parti-
do, en forma tal que se reputa imposible la intuición de una verdadera filosofía fuera
de éste. “El materialismo implica, por así decirlo, la partijinost o “partitariedad” –sí
así pudiere decirse– porque en cada valoración nos obliga a colocarnos, directa y
abiertamente, en el punto de vista de un determinado grupo social”. El auténtico
conocimiento, según esto, no procede de la razón libremente considerada, sino encua-
drada en el marco del Partido, el único dentro del cual se nos puede dar la lucidez
necesaria para filosofar auténticamente. La similitud con la Filosofía existencial salta
aquí a la vista: sólo el proletario militante del partido vive esa existencia auténtica que
es, de por sí, un modo privilegiado de conocimiento40.
Lo que logró Lenin en Rusia fue hacer triunfar el Marxismo en un país relativamente
subdesarrollado en la industria, con una economía principalmente agraria y una pobla-
ción en gran medida campesina, un tipo de país que siempre había sido impenetrable al
Marxismo de la Europa Occidental. Las condiciones con que tropezó Lenin en Rusia
eran ampliamente características de los países atrasados y coloniales en todo el mundo;
en consecuencia, su adaptación del Marxismo a Rusia resultó una adaptación del
Marxismo a la etapa del Imperialismo, no porque adaptara el Marxismo a los países
imperialistas, sino porque sus métodos eran efectivos en las dependencias coloniales
de los países imperialistas. Esto era, por supuesto, lo que quería decir Stalin, pero
contribuía a que su interpretación resultara más o menos veraz. Como clase, los países
subdesarrollados tenían pequeñas, pero fuertes minorías europeizadas, capaces en un
momento dado de controlar la política y manejar la economía: tenían aspiraciones
nacionales y sufrían necesidades económicas que hacían casi imperativa la industriali-
zación; experimentaban una fuerte tendencia a adoptar métodos rusos como medio
para obtener amplios resultados en un plazo corto; y no poseían una tradición política
ni una organización que pudiera actuar como freno contra el empleo de métodos que
exigieran un exorbitante costo humano. El éxito de Lenin en Rusia ejerció una fuerte
atracción sobre esos países. El Leninismo puede definirse, pues, como “una adaptación
del marxismo a las economías no industrializadas y a las sociedades con una población
40
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp. 35 y 70.
95
predominantemente campesina; su importancia mundial depende de que el mundo está
lleno de esa clase de sociedades”.
Con los conceptos del partido y el capitalismo imperialista, la teoría del comunismo
como estructura lógica estaba completa y, sin embargo, carecía de lo que resultó su
principal fuerza impulsora como sistema político. Nos referimos al concepto de socia-
lismo en un sólo país, añadido por Stalin y que constituye su única aportación teórica.
En cierto sentido, era el remate normal del leninismo, al menos de la concepción del
Leninismo expuesta en este capítulo. Porque el acierto de Lenin, tal como lo hemos
expuesto, fue aportar una versión del Marxismo aplicable a una sociedad industrial-
mente subdesarrollada, con una economía agrícola. El Socialismo en un sólo país
redondeaba, pues, la divergencia entre el Marxismo de Lenin y el Marxismo de Europa
Occidental, concebido por Marx y los marxistas como una teoría de la transformación
de una economía altamente industrializada, de sociedad capitalista en sociedad socia-
lista. No es sorprendente, pues, que desde el punto de vista de la teoría marxista, tal
como se entendía en general, la concepción de Stalin del Socialismo en un sólo país
resultara lógicamente débil; Stalin apenas se refirió a aquellos razonamientos que
daban al concepto la apariencia de paradoja. Originalmente no fue más que un inci-
dente en la lucha por la sucesión que siguió a la muerte de Lenin y el propósito de
Stalin cuando planteó la teoría de eliminar a Trotsky. La teoría incluía una exposición
incorrecta, falsa, de la teoría de la revolución permanente y de las relaciones de
Trotsky con Lenin. Este aspecto de la teoría no requiere mayor exposición aquí. A
pesar de ello, el Socialismo en un sólo país se convirtió en el factor operante del Leni-
nismo. Bajo esta consigna, la Rusia comunista surgió como gran potencia industrial y
militar puesto que, en 1928, inició el primero de los planes quinquenales que inauguró
una revolución con consecuencias políticas y sociales a más largo plazo que la revolu-
ción de 1917 de Lenin. Al unir al comunismo la tremenda fuerza impulsora del nacio-
nalismo ruso, los planes quinquenales se convirtieron en el primer gran experimento
con una economía totalmente planificada. Y, debido a su triunfo, el comunismo ruso
se convirtió en un modelo a seguir por las sociedades agrarias con aspiraciones nacio-
nales en el mundo entero41.
Finalmente algunas palabras sobre el Eurocomunismo y la transformación final del
Marxismo en una especie de Social-democracia de última hora, por ejemplo, en Italia
con Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, y Enrico Berlinguer. Pero se debe dejar
establecido que los eurocomunistas italianos no se consideran social demócratas por-
que no han renunciado a su ideología (Marxismo). Pueden implementar las mismas
políticas reformistas pragmáticas (de la Social-Democracia) en una base diaria, pero
siempre con una perspectiva hacia un gran diseño de un cambio social total; cambio
41
Sabine, George H. Op. cit., pp. 595, 596, 635 y 636.
96
que no se producirá como resultado de un súbito movimiento radical, sino más bien
como el efecto acumulativo de muchos pasos menores. Este enfoque en sí es algo
totalmente nuevo en la historia de los partidos comunistas42.
El término “Eurocomunismo” parece que fue usado en 1975 por un periodista yugos-
lavo, Frane Barbieri, corresponsal de periódicos italianos. Con él intentaba sintetizar
algunos procesos, muy complejos, que han llevado a una diferenciación de las posicio-
nes sobre política internacional y sobre estrategia interna entre el Partido Comunista
de la ex Unión Soviética y algunos partidos comunistas de la Europa Occidental (y,
casi al mismo tiempo, el Partido Comunista Japonés y el Australiano). Con él se des-
cribe, más que un fenómeno acabado, un proceso de transformación en curso43.
Respecto de la concepción leninista de la dictadura del proletariado, los eurocomunis-
tas italianos se han alejado de ella hasta el punto de abandonar explícitamente la teoría.
Para el Partido Comunista Italiano no fue necesario un repudio formal, ya que su
tradición y su elaboración teórica estaban ya lejos de la dictadura del proletariado,
modificada por la formulación gramsciana de hegemonía, a conquistar en la sociedad a
través de una acción de penetración cultural, anterior al acceso al poder. Con ello la
dictadura del proletariado era ya un concepto obsoleto incluso antes de que empezara
la revisión de los elementos leninistas todavía presentes en un cierto planteamiento de
la hegemonía44.
Gramsci, a propósito del problema de los campesinos en la Italia meridional, recogía,
profundizándolas incluso, algunas de las conclusiones de Lenin. Según él, la solución a
la miseria del sur de Italia no residía ni en la descentralización administrativa o econó-
mica, ni en la industrialización de estas provincias, sino en la alianza de los campesinos
del sur con el proletariado revolucionario de las provincias industriales del norte. Sólo
la caída del régimen capitalista y el establecimiento de la dictadura del proletariado,
sostenida por los campesinos, podría aportar una solución al conjunto de los proble-
mas italianos (cf. “La Questione Meridionale”, publicada en la revista Rinascita,
febrero de 1945, escrita en 1926). La aportación ideológica de Gramsci, uno de los
discípulos de Lenin mejor dotados, no se limita, naturalmente, a este tema. Sus estu-
dios teóricos sobre el materialismo histórico, sobre las causas del Fascismo, sobre la
dictadura del proletariado, representan tal vez la más notable contribución al Marxis-
mo-Leninismo en los años 1920-1930. A modo ejemplo, Gramsci afirmaba que con
Lenin, la filosofía se vuelve política (Il materialismo storico e la filosofia di Bene-
42
Kaplan, Morton A. “Las diversas facetas del Comunismo”. Ed. Noema S.A. México. 1982, p. 60.
43
Pasquino, Gianfranco. Op. cit., p. 601.
44
Pasquino, Gianfranco. Op. cit., p. 602 y 603.
97
detto Croce). Sobre su actividad propiamente política sería interesante leer el prefacio
de Palmiro Togliatti a la edición francesa de Cartas desde la cárcel, de Gramsci45.
No es de extrañar que las teorías de Gramsci hayan ganado tanta popularidad entre los
eurocomunistas. Su concepto de hegemonía social en tanto que es posible oponerlo al
concepto de Lenin de dictadura del proletariado, es una contribución invaluable. Esta
es la razón por la cual los teóricos eurocomunistas insisten tanto en la convergencia y
al mismo tiempo, en la diferencia esencial entre Lenin y Gramsci cuando se llega a la
relación entre la dictadura del proletariado y la hegemonía social46.
Sin lugar a dudas que este fenómeno llamado Eurocomunismo, es uno de los aspectos
más fascinantes, confusos y controvertidos de la vida política contemporánea, esta
metamorfosis de los partidos comunistas –especialmente, aunque no limitados a, los
europeos occidentales– que Santiago Carrillo, que fuera secretario del Partido Comu-
nista Español, ha comparado con la conmoción en el Cristianismo durante la Reforma
Protestante47.
45
Touchard, Jean. Op. cit., p. 587 y 594.
46
Kaplan, Morton A. Op. cit., p. 58.
47
Kaplan, Morton A. Op. cit., p., 10.
98
CAPÍTULO IV: LA SOCIAL DEMOCRACIA
El término “Social Democracia” data de mediados del siglo XIX, cuando se quiso
designar con él a algunos pequeños partidos obreros formados en Alemania, de tal
forma que el término “Social Democracia” poco o nada significaba. Sólo a principios
del siglo XX dicho término fue ampliamente difundido comenzándose así a hablar de
una doctrina social demócrata.
El primer partido “social demócrata” fue fundado en Alemania en 1866, bajo la direc-
ción de los marxistas W. Liebknecht y A. Bebel, comenzando así la difusión del térmi-
no “social demócrata”, labor que fue apoyada publicitariamente por el periódico “El
Social-demócrata”, que se publicaba, ya anteriormente, como órgano del Partido
Obrero fundado por Lasalle en 1863. El término “Socialismo democrático”, en cam-
bio, parece haberse difundido con posterioridad al anterior. Tomados ambos conjun-
tamente, su significación varía entre dos polos: de un lado, designan una variedad del
Socialismo Marxista o una especie de Marxismo (la variedad o especie no revolucio-
naria o evolucionista, por ejemplo); y, de otro lado, designan a los Socialismos no-
marxistas en general. Así, pues, se hace un vasto uso de los términos “Social-
democracia” y “Socialismo democrático”. Un tercer término “Democracia Socialista”
reemplaza eventualmente a uno u otro de los anteriormente nombrados, de los cuales
se considera sinónimo o, por lo menos, estrechamente emparentado. Hay que agregar,
además, en lo que se refiere a las connotaciones vulgares de todos esos términos, que
estas últimas apuntan también a algo así como a un “Socialismo” moderado, por no
decir “debilitado”.
2. CONCEPTO
El concepto (o los conceptos), que se expresa (o expresan) con uno u otro de los
términos aludidos en el acápite anterior, conviene analizarlos primeramente desde el
punto de vista de su desarrollo o evolución. En la génesis del Socialismo moderno, a
mediados del siglo XIX, encontramos tres tendencias principales, muy unidas a otras
tendencias generales –sociales o culturales– de dicho siglo. La primera es la del Socia-
lismo Romántico que coincide, aproximadamente, con el que Marx y Engels llamaron
después “Utópico”. La segunda tendencia es la del Socialismo Científico, empleando
la terminología de estos autores, o Socialismo Marxista, si se quiere ser más preciso.
La tercera es la del Socialismo Democrático, Social-democracia o Democracia Socia-
lista, dándoles a todos estos términos un mismo significado. En este sentido es impor-
tante estudiar aquí tres aspectos de gran interés y que facilitan una mejor compresión
99
del concepto de Social Democracia, son: a) El método democrático; b) El reformismo,
y; c) El revisionismo.
a) Método democrático: Ahora bien, a este respecto interesa destacar que lo que
distingue o caracteriza a cada una de estas tendencias indicadas precedentemente no es
tanto la teoría como la práctica, ni tanto los principios como los métodos. En efecto,
en lo tocante a principios o teorías, observamos entre ellas elementos o rasgos comu-
nes, lo que no sucede tratándose de la práctica o de los métodos. El Socialismo Ro-
mántico o Utópico tiene los suyos propios, cuales son –por ejemplo– las colonias
comunistas o los llamados a los filántropos o mecenas. El Socialismo Científico o
Marxista, por su parte, propugna la lucha de clases revolucionaria. El Socialismo
democrático, en fin, se distingue nítidamente de los anteriores al adoptar, en lo refe-
rente a practicas o métodos, aquellos que la democracia le franquea de hecho o le
puede franquear eventualmente. Y la circunstancia anotada caracteriza hasta tal punto
al Socialismo democrático que la referencia a los principios, teorías o doctrinas, en
vano trataría de esclarecer su naturaleza, pues de hecho es susceptible de tomar como
base o fundamento distintos predicamentos. Es lo que, históricamente, se vio desde un
principio, pues el Socialismo democrático nació, en cierto sentido, vinculado al Mar-
xismo.
Cuando nacieron los partidos social demócratas, a mediados del siglo XIX, se vieron
influenciados con el pensamiento de Marx que se presentaba con un viso científico.
Esto interesó mucho a los movimientos socialistas obreros de Europa, el cual había
caído en un anarquismo profundo ya que veían que los postulados de Saint-Simon
(Socialismo Utópico) no estaban dando buenos resultados.
Poco a poco los Marxistas Alemanes fueron perdiendo las esperanzas en el Socialismo
Científico de Marx y por los avatares de la fortuna lo fueron abandonando, ya que
observaban que el método de la Revolución Social para tomarse el poder era una
utopía; y así volvieron al uso de los métodos democráticos, que significaba entrar
dentro del Estado Burgués, presentándose a las elecciones del Parlamento y así fueron
ganando escaños o bancas dentro de él.
100
socialista en las asambleas parlamentarias? ¿Leyes de expropiación? ¿Una insurrección
total seguida de una instantánea colectivización? ¿Sería “la revolución”, la revolución
simultánea y en todas partes?
En 1891, en el Congreso de Erfurt, Bebel había anunciado: “La realización de nuestros
últimos objetivos está tan próxima que afirmo que pocos de los presentes en esta sala
vivirán esos días”. El transcurso de los años (y una mejor lectura de Marx) había de
traer consigo las dos cuestiones siguientes:
- ¿Qué había que entender por revolución?
- ¿En qué circunstancias y en qué lugares podían encontrarse reunidas todas las
condiciones para llevar a la práctica la revolución?
Sobre el primer punto se volvía a la polémica promovida por los revisionistas y los
reformistas. Sería demasiado largo seguir las controversias (cuyos ecos hallaremos
más adelante). La respuesta dominante fue la siguiente: sólo se logra la revolución con
la abolición del Capitalismo y del sistema asalariado, pero toda etapa reformista puede
ser un progreso en este camino.
La controversia sobre el segundo punto fue, sobre todo, viva a partir de 1905, a pro-
pósito de las perspectivas revolucionarias en Rusia.
En marzo de 1895, en su “Introducción” a la obra de Karl Marx, Las luchas de clases
en Francia, Engels había escrito: “Nosotros los “revolucionarios”, los “elementos
subversivos”, prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios
ilegales y la subversión”. Los dirigentes de la Social-democracia Alemana estaban
perfectamente convencidos de ello. Por esta razón se dejaron ganar por un espíritu
cada vez más “legalista”. Por lo demás, a pesar de la definitiva derrota del clan de los
discípulos de Lassalle (partidarios siempre de un Socialismo de Estado), subsistía en
numerosos medios alemanes un espíritu “lassalliano”. Por otra parte, habían sido
abrogadas las leyes de excepción adoptadas por Bismarck contra los socialistas alema-
nes, y la Social-democracia, al igual que los Sindicatos, obtenía éxitos rápidamente en
aumento. Resultaba imposible no aprovechar esta situación, que permitía ya prever,
para un plazo bastante breve, el momento en el que el Emperador no podría evitar
ministros socialistas. Para conseguirlo no había que “marcar el paso” tan cerca del
objetivo; era absolutamente necesario ganar la confianza de nuevos electores en las
clases medias y entre los intelectuales y campesinos. Ahora bien, teniendo en cuenta la
mentalidad política alemana –muy respetuosa del régimen establecido– y la política del
reformismo social de los Gobiernos –aceptada con entusiasmo por amplísimos círculos
de la sociedad alemana– no podía hablarse ya de “revolución”, al menos de revolución
violenta.
101
La cuestión se planteaba sobre todo en Alemania porque allí la Social-democracia era
ya muy fuerte y porque el Estado alemán, muy adelantado respecto a los demás Esta-
dos europeos, practicaba ya una política de “Socialismo de Estado”. Sin embargo, la
cuestión se planteará también, aunque con un poco de retraso y de forma menos agu-
da, en Bélgica, en Francia y en Austria (donde Karl Renner profesaba las mismas tesis
que los socialistas alemanes).
Un gran partido socialista dominando los sindicatos: ésta fue la fórmula alemana.
Oficialmente, la Social-democracia alemana sólo comprendía marxistas que hubieran
aceptado los programas de Gotha y de Erfurt, cuya elaboración había sido supervisada
por Marx y Engels (1875 y 1891). Pero, en realidad, esta aparente unidad ideológica
autorizó sobre todo a partir de 1900, muchas divergencias (por ejemplo, Bernstein
nunca fue expulsado del partido; Bebel y Karl Liebknecht –hijo de Wilhelm– coexis-
tían con moderados como Kautsky y Scheidemann). El partido trataba, abiertamente,
de reunir lo más ampliamente posible no sólo a militantes, sino adherentes e incluso
simpatizantes: esto constituía su fuerza, pero trababa también sus movimientos. La
principal organización sindical obrera alemana, sin mantener vínculos orgánicos con el
partido, era oficialmente de tendencia socialista y estaba, en realidad, dentro de la
órbita del partido48.
c) Revisionismo: Los partidos reformistas resultaron ser revisionistas a los ojos del
“Marxismo genuino y auténtico” (Leninista), y es por esta razón que utilizan de una
forma peyorativa el término “revisionista” al aplicarlo a la Social Democracia. Creador
de este “Revisionismo” del Marxismo fue Eduardo Bernstein (1850-1923), quién
escribiera una obra respecto del tema, Los Postulados del Socialismo, publicada en
1899, en ella Bernstein criticaba la teoría del valor-trabajo, recogiendo algunos argu-
mentos de la escuela marginalista; pero es éste un tema que aquí no nos interesa.
Bernstein limitaba también el alcance del materialismo histórico y, como adepto del
Neokantismo, ponía en duda la teoría marxista de las ideas-reflejos. Según él, las
ideas, los imperativos éticos tienen una realidad noumenal y actúan en la Historia. Por
tanto, el Socialismo, lejos de expulsarlos de su teoría, debe integrarlos en ella, y no
hacer de la lucha de clases y de las transformaciones económicas el único motor de la
Historia. Según Bernstein, las previsiones marxistas habían sido desmentidas por los
hechos: la concentración industrial, a consecuencia del desarrollo de las sociedades
por acciones, no había producido el efecto masivo de desposesión de los pequeños
burgueses. La proletarización de la clase obrera y de los artesanos, por otro lado,
había sido contrarrestada por el desarrollo de la cooperación. Marx creyó que el Ca-
pitalismo comercial y financiero, caducado, cedería su puesto al Capitalismo industrial.
48
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 561, 562, 565 y 566.
102
Ahora bien, el crecimiento de los trust demuestra, por el contrario, que el Capitalismo
moderno es cada vez más un Capitalismo bancario. Así, pues, Saint-Simon había
previsto más justamente. El debate se vuelve especialmente agudo en torno al destino
de la agricultura. Contrariamente a las previsiones de Marx –para quién la ley de
acumulación y de concentración se aplicaba igualmente a la agricultura–, Bernstein
(seguido bien pronto por otro socialista alemán, Ernst David) demuestra que esa ley
no rige en la agricultura. Ernst David se dedica especialmente a demostrar que el
pequeño propietario rural, asimilado por el Marxismo a un proletario, es quizá, en
efecto, un proletario, pero no se comporta como tal, ni como sujeto económico ni
como sujeto político.
Uno de los más importantes doctrinarios del Marxismo, el alemán Karl Kautsky
(1854-1938), refutó a Bernstein; pero para ello hubo de completar y adaptar ciertas
teorías de Marx (La cuestión agraria, 1899; La doctrina socialista, 1900). Kautsky,
oponiendo estadísticas (muchas veces de forma pertinente), se aplicó a demostrar que
el análisis marxista, por encima de aparentes desmentidos seguía siendo exacto. Aun-
que no existía depauperación absoluta del proletariado, había una depauperación
relativa, beneficiándose los capitalistas de un enriquecimiento absoluto. En cuanto a la
agricultura, aunque la forma jurídica de explotación agrícola no haya evolucionado, es
cada vez en mayor medida el anexo económico del comercio de harinas, de la industria
conservera, etc. (Kautsky ponía por el ejemplo a Nestlé). Consecuencia: la evolución
del Capitalismo lleva consigo, a pesar de todo, contradicciones que preparan su caída.
En cuanto a la acción política reformista del proletariado organizado, es un comple-
mento útil y necesario, a condición de que esté guiado y orientado por el conocimiento
científico de esas leyes de desarrollo del Capitalismo.
En segundo término del debate Bernstein-Kautsky había un importante problema
filosófico –la dialéctica, en discusión–; Bernstein escribía en su obra: “El método
dialéctico constituye el elemento pérfido de la doctrina marxista, la trampa, el obstá-
culo que cierra el camino a la observación justa de las cosas”. De la no realización de
las previsiones marxistas –sobre todo del hecho de que, en pleno crecimiento del
Capitalismo, la condición proletaria hubiera mejorado, después de todo, por vías que
nada debían a la revolución– deducía Bernstein que “la cadena causal de la dialéctica
hegeliana y marxista se había roto”. Un efecto no deriva necesariamente de una causa
que es su contrario dialéctico. En primer lugar, existe el imprevisto. Y existen, sobre
todo, la voluntad humana y los imperativos éticos que pueden surgir de la Historia y
cambiar su curso49.
49
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 559 y 560.
103
Otro antecedente importante del distanciamiento entre Socialismo Democrático y
Socialismo Científico (Marxismo) es la pugna que existió entre Bernstein y Karl
Kautsky, ya que Engels le encargó a Kautsky la publicación de las obras de Marx que
este no había alcanzado a publicar; y al morir Engels deja como albacea a Bernstein.
Debido a esto es que Kautsky que era seguidor del pensamiento de Marx llama a
Bernstein y sus seguidores revisionistas, y así nace el término “Revisionismo”.
En 1863, se había fundado el primer partido socialista alemán, (Allgemeine Deutsche
Arbeiterverein) fruto del pensamiento y acción de Fernando Lassalle. Este había
conocido en 1849 a Marx –que el año anterior había publicado su famoso “Manifies-
to”– y se había convertido en discípulo suyo, condición que se supone conservó por lo
menos hasta 1862, año en que el maestro rompió con Lasalle. En el famoso Congreso
de Gotha, se fusionaron los dos partidos social-demócratas que existían en Alemania
en esa época, fundando un nuevo y vigoroso partido social-demócrata alemán (Sozia-
listiche Arbeiterpartei Deutschlande) cuyo Programa era lassalleano y, por lo mismo,
provocó el enojo de Marx (“Crítica al Programa de Gotha”). Así las cosas, el partido
social demócrata alemán era marxista por lo que se refiere a sus dirigentes y a su
lenguaje; pero, en lo referente a sus fines, estaba por tomar el control del Estado
burgués más que por destruirlo, cosa que Marx no aceptaba. Fue un momento crucial
para el Socialismo, si se considera que el modelo alemán fue, luego, copiado por los
demás partidos socialistas de Europa Occidental. Estos fueron, consiguientemente,
partidos socialemócratas, siendo en esta forma que se expandió por Europa el Mar-
xismo, en el último cuarto del siglo XIX.
En 1875 se celebró el “Congreso de Gotha”, de los partidos social demócratas, que
estuvo presidido por el social demócrata alemán Fernando Lassalle. Este, con el objeto
de unificar la Social Democracia de Occidente y Oriente, utilizó la técnica consistente
en ocupar el vocabulario de Marx para expresar sus propias ideas, esto provocó una
reacción del Marxismo, y a partir de 1875 se hicieron irreconciliables el Marxismo
“genuino” y el Marxismo “revisado”.
Sin embargo, ya antes, en 1862 Marx y Engels habían roto con Lassalle. Le reprocha-
ban, además de las abusivas deformaciones y simplificaciones a que sometía al Mar-
xismo (especialmente en el enunciado de su famosa “ley de bronce de los salarios”), su
actividad alborotadora, su nacionalismo imprudente y, sobre todo, su probable colu-
sión con Bismarck. La aportación teórica de Lasalle es prácticamente nimia, enlazando
tal vez más con el Socialismo de Louis Blanc y de ciertos economistas alemanes (es-
pecialmente Rodbertus) que con el Marxismo: ley de bronce de los salarios; proletari-
zación de las capas medias; subvenciones del Estado para la multiplicación de coope-
rativas de producción, que llegarían, gracias a esa ayuda, a sustituir todo el sistema
económico capitalista.
104
La verdadera aportación de Lassalle fue la creación del primer partido socialista obre-
ro de Europa, partido al que organizó de forma muy autocrática. Bajo la dirección del
sucesor de Lassalle, J. B. von Schweitzer (1834-1875), este partido fue utilizado
frecuentemente por Bismarck en detrimento de los intereses de los trabajadores ale-
manes. No obstante, sobrevivió hasta 1875, a pesar de la creación de 1869 de un
partido rival, el partido social-demócrata alemán (fundado por Agust Bebel y William
Liebknecht), destinado a disfrutar de un mejor futuro. El que la Asociación General de
los Trabajadores Alemanes no se adhiriera a la Iª Internacional, es una muestra bas-
tante característica de sus tendencias nacionalistas y estatistas; fue Marx, refugiado en
Londres, quien representó, en 1864, a los trabajadores alemanes en el Comité de la
Internacional50.
3. DESARROLLO POSTERIOR
50
Touchard, Jean. Op. cit., p. 469.
51
Sabine, George H. Op. cit., pp. 614 y 615.
105
ción, especialmente en los países escandinavos, como Suecia, donde han ejercido el
poder en forma continua (una sola vez ha tenido un gobierno de tendencia distinta al
Socialismo Democrático). Los social demócratas suecos se consideran marxistas
auténticos por ser los continuadores de Eduardo Bernstein.
En el congreso que celebró el Partido Social Demócrata Alemán en 1959, abolió de su
programa las expresiones de Ateísmo y Lucha de Clases, rompiendo definitivamente
con el pensamiento Marxista; las causas de este rompimiento son:
2° La lucha del mundo obrero mediante los métodos democráticos estaba dando muy
buenos resultados dentro del Estado Burgués y por lo tanto no era necesario la
lucha de clases o revolución social; un ejemplo de este éxito es la semana de tra-
bajo de cinco días.
En la década de los años cuarenta de este siglo Antonio Gramsci (1891-1937, Mar-
xista Italiano), elaboró una teoría que postulaba que sería muy interesante introducir el
Marxismo por la vía cultural; más tarde Enrico Berlinger creó el “Eurocomunismo”,
que plantea que era mucho mejor acercarse al Socialismo Democrático y alejarse del
Marxismo.
Un ejemplo histórico del triunfo del Socialismo Democrático sobre el Marxismo, lo
constituye España debido a que a la muerte del General Franco, se le abrieron las
puertas al Marxismo, sin embargo, el surgimiento de la Social Democracia, muy bien
manejada por Felipe González, impidió el triunfo del Marxismo en España.
4. ACTUALIDAD DE LA SOCIAL-DEMOCRACIA
106
rechazaban la guerra y, simultáneamente, apoyaban a los bolcheviques. En el primer
grupo se ubicaron Kautsky (antes “ortodoxo”) y Bernstein (antes “revisionista”), que
hasta entonces habían militado en bandos separados, como así mismo los menchevi-
ques (que significa el partido de la minoría). Este grupo, identificado en líneas genera-
les con la Segunda Internacional, se enfrentaba entonces con los bolcheviques rusos y
sus partidarios, que formaban el ala izquierda del Marxismo o de la Social-democracia
europea occidental.
El resultado de la Primera Guerra Mundial, como asimismo el éxito de la Revolución Rusa,
influyeron más profundamente aun en la subsiguiente historia del Socialismo, incluyendo la
semántica atingente a éste último. En efecto, en adelante y hasta la Segunda Guerra Mun-
dial, se constituyeron tres grupos antagónicos, que lucharon ferozmente entre sí, a saber:
1° El Marxismo Soviético, que se presentó a sí mismo como “ortodoxo”; 2° El Trotskis-
mo, que apuntaba sus fuegos básicamente contra el Estalinismo, al que acusaba de haber
desvirtuado la Revolución Rusa; y 3° La Social-democracia, presentada por los soviéticos
como revisionismo, reformismo o derechismo. La semántica, desde luego, se vio fuerte-
mente influida, sobre todo en lo que se refiere a connotaciones, por la propaganda parti-
dista y militante de la URSS que, en general, logró imponer un vocabulario internacional
favorable a sus propias posiciones.
De entre los cambios que se registraron después de la Segunda Guerra Mundial, sólo
recordaremos uno: el relativo a la desestalinización del Marxismo Soviético, comenza-
da a operarse a partir de 1956 y acompañada de una eclosión de nuevas variantes del
Marxismo y nuevas vías hacia el Socialismo. Esta última circunstancia –que, por lo
demás, no nos incumbe estudiar aquí– ha permitido que se hable de una Segunda ola
revisionista dentro del Marxismo; es decir, de un nuevo revisionismo o sucedáneo del
que encabezara Bernstein.
En un principio el término “tercera vía” fue utilizado por el Fascismo Italiano de Benito
Mussolini para referirse al nacionalismo económico y al dirigismo corporativista con que se
pretendió controlar la economía en la época de la Italia Fascista. Por otra parte, en el
pasado la Sociología Cristiana trató de configurar a la doctrina social de la Iglesia como
una verdadera tercera vía, como un sistema cerrado y omnicomprensivo, capaz de abarcar
y orientar el desarrollo social. Lo anterior ha sido dejado de lado por la Iglesia Católica;
así, el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Centesimus Annus”, nos dice que el Cristianismo
Social debe ocuparse más bien del hombre, que es portador de una dignidad trascendente,
que debe ser salvada de cualquier tipo de sistema social o político.
107
Hoy en día, el término “tercera vía”, es utilizado especialmente en Europa, y específi-
camente en Gran Bretaña, para identificar con él “un camino intermedio” entre la
política de la antigua izquierda (el control estatal) y la nueva derecha (el laissez faire).
Pero ¿Qué significa “tercera vía”? La mejor respuesta se puede encontrar en el libro
“The third way”de Anthony Giddens, publicado en 1998 por Politicy Press, Cambridge
(Inglaterra), y traducido al español por Pedro Cifuentes Huertas con el nombre de “La
tercera vía (La renovación de la socialdemocracia)”, Editorial Taurus (España, 1999).
Esta obra es un apasionado y bien concebido manifiesto a favor de la “nueva” política
socialdemócrata. En defintiva, lo que Giddens pretende es pulir y sintetizar los argu-
mentos centrales de una práxis sociopolítica (que es una creación colectiva), darle
coherencia y sustento, fuerza expresiva y eficacia dialéctica. El propio Giddens dice
que quiere “resucitar el idealismo político”52 con su obra. El problema, agrega, es que
“la teoría va por detrás de la práctica. Privados de las viejas certidumbres, los gobier-
nos que dicen representar a la izquierda están haciendo política sobre la marcha. El
esqueleto de su quehacer político necesita cubrirse con carne teórica –no sólo para
respaldar lo que hacen, sino para dotar a la política de un mayor sentido de la direc-
ción y de propósito–”53. El libro se propone ser una formulación teórica, tan urgente
para “renovar” la socialdemocracia. En tanto manifiesto, el texto se propone informar
al mundo de la nueva tendencia y, al mismo tiempo, servir a los correligionarios ac-
tuales o futuros como carta básica o programa político. Asimismo, como buen mani-
fiesto político, el texto de Giddens tiene pretensiones o ambiciones universalistas,
aunque advierte que su punto de referencia es Gran Bretaña y la experiencia del nuevo
Laborismo. Es decir, el autor no se conforma con tener como interlocutores al Reino
Unido o a los europeos; habla para el mundo y, con los ajustes del caso, pretende que
sus fórmulas tengan también aplicación a escala global.
A partir de 1998, Blair se ha dado a la tarea de definir los lineamientos de una “nueva forma de
pensar”, fundada en lo que considera los valores fundamentales de la izquierda de centro”. Son
estos valores, según Blair, los que han promovido “las grandes innovaciones del siglo XX: el
sufragio universal, el Estado de bienestar, unas condiciones justas de trabajo”. Blair cree que se
debe aplicar una política basada en principios, pero que al mismo tiempo sea “sensata”. Es
enfático en que no se trata de buscar un “confuso compromiso” entre la izquierda tradicional y
la derecha individualista. Lo que persigue es que los valores permanentes de la izquierda (tales
como justicia, democracia, libertad, solidaridad, comunitarismo) sean moldeadas y modificadas
“para adaptarlas al mundo actual”, globalizado y competitivo. Con esa mira, la tercera vía
“extrae su vitalidad de unir dos grandes corrientes de pensamiento –el socialismo democrático y
52
Giddens, Anthony. “La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia”. Ed. Taurus, Buenos
Aires-Argentina. 2000, p. 12.
53
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 12.
108
el liberalismo– cuyo divorcio durante el siglo XX contribuyó tan claramente a debilitar la política
de signo progresista a lo largo y ancho de Occidente”.
Por su parte, Giddens hace una distinción entre la socialdemocracia “a la antigua” (o
clásica) y el neoliberalismo (o nueva derecha). La tercera vía o socialdemocracia
renovada, que él intenta delinear, se diferencia claramente de ambas. Aunque las dos
corrientes adversarias corresponden en sus líneas generales a las dibujadas por Blair, el
sociólogo elabora un cuadro más completo y detallado de sus características, que no
podemos examinar aquí por razones de espacio. En todo caso, el balance de los resul-
tados alcanzados por las respectivas corrientes es poco halagador. Ambas están en
crisis. El neoliberalismo, sostiene Giddens, atraviesa ya por graves apuros que le han
hecho perder su aureola de opción incuestionable. “La razón principal es que sus dos
mitades –el fundamentalismo de mercado y el conservadurismo– están en tensión”54.
Por lo que hace a la socialdemocracia tradicional los principales rasgos sociales que le
daban identidad (sistema social o familiar, mercado de trabajo homogéneo, economías
cerradas, etc.) se han desintegrado. El Igualitarismo y el Estado de Bienestar, tal y
como lo definieron e intentaron practicarlo los gobiernos de la vieja izquierda, están en
el descrédito. Pese a que los socialdemócratas han logrado cierto éxito electoral en los
últimos años, lo cierto es –y esto es lo que preocupa a Giddens– que “no han configu-
rado todavía una ideología política nueva e integrada”55.
En suma, la meta general de la “política de la tercera vía” consiste en auxiliar a los ciuda-
danos “a guiarse en las grandes revoluciones de nuestro tiempo: la globalización, las
transformaciones de la vida personal y nuestra relación con la naturaleza”56. Giddens
sugiere que los lemas principales para la nueva política podrían ser, primero, “ningún
derecho sin responsabilidad”57, para subrayar todos –y no sólo los destinatarios del bie-
nestar– tienen correlativas obligaciones; y segundo, “ninguna autoridad sin democracia”58,
destinado a rechazar cualquier pretensión conservadora de buscar en la tradición o sus
símbolos el fundamento de la autoridad. “En una sociedad donde la tradición y la costum-
bre están perdiendo fuerza, la única ruta para establecer la autoridad es la democracia”59.
Es ampliamente conocida la gran cercanía entre el pensamiento de Blair y de Giddens.
El político ha dicho que tiene en gran estimación el trabajo científico social, y éste
reconoce que aquel ha trazado las líneas básicas del tercerismo británico. Hoy es difícil
discernir en que medida la plataforma de esta versión pujante de la “tercera vía” perte-
nece a los planteamientos de Blair o a las elaboraciones de Giddens. En otros térmi-
54
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 26.
55
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 36.
56
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 80.
57
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 81.
58
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 82.
59
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 82.
109
nos, qué tanto el gobernante es un operador que intenta poner en práctica las ideas del
sociólogo, o éste un ideólogo que trabaja en dar formulación intelectual a la línea
trazada por el líder político.
Finalmente, se debe decir que la tercera vía ha recibido gran cantidad de críticas de parte de
los socialdemócratas tradicionales y de los neoliberales; los primeros la acusan de traición a
los ideales izquierdistas, y los segundos señalan que posee una gran cantidad de imprevi-
siones e inconsistencias, incluso ha sido calificada de “izquierda rosa” y llamada también
“vía láctea” (para hacer referencia a la consistencia “lechosa” o nebulosa de sus principios y
políticas). Pero debemos advertir que la obra de Giddens no es menor ni debe subestimarse
su potencial político-ideológico, prueba de ello es el último libro de Giddens, titulado “La
tercera vía y sus críticos” (título en inglés “The Third Way and its Critics”) publicado por
Editorial Taurus, Madrid-España (febrerode 2001). El mismo Giddens señala que “En este
volumen me extiendo sobre algunos de los temas perfilados en el ensayo anterior y discuto
los ataques más recurrentes al concepto de tercera vía. No queriendo escribir una crítica de
críticas, no he respondido a comentarios sobre mi libro como tal. Me he concentrado, más
bien, en críticas hechas más generalmente a la política de la tercera vía”60. Giddens se
ocupa más de las reacciones críticas que vienen de la izquierda, agrupando las observacio-
nes críticas en “una gran gama limitada de categorías. Se afirma que la tercera vía: 1º Es un
proyecto político amorfo, difícil de concretar y sin dirección; 2º No logra mantener la
perspectiva propia de la izquierda y, por ello deliberadamente o no, desemboca en una
forma de conservadurismo; 3º Acepta el marco básico del neoliberalismo, especialmente en
lo tocante al mercado global; 4º Esencialmente, es un proyecto anglosajón, que lleva el
sello de las sociedades donde tiene su origen; 5º No tiene una política económica diferen-
ciada, aparte de dejar al mercado que mueva los hilos; y 6º En común con sus dos rivales
principales, no cuenta con una estrategia eficaz para abordar las cuestiones ecológicas,
salvo su reconocimiento nominal” 61. Giddens en esta publicación nos da una noción de lo
que él entiende por tercera vía “La política de la tercera vía, tal y como yo la entiendo, no
es un intento de ocupar el terreno intermedio entre el socialismo estatalista y la filosofía de
libre mercado. Se refiere a la reestructuración de las doctrinas socialdemócratas para que
sean capaces de responder a las revoluciones paralelas de la globalización y la economía de
la información”62.
60
Giddens, Anthony. “La tercera vía y sus críticos”. Ed. Taurus, Madrid-España. 2001, p. 7.
61
Giddens, Anthony. Op. cit., pp. 32, 33, 34 y 35.
62
Giddens, Anthony. Op. cit., p. 175.
110
III. PARTE: EL CRISTIANISMO SOCIAL
1. EL CRISTIANISMO
b) El Cristianismo entendido como una cultura: Se entiende por ella: “un conjunto
de valores, intelectuales y morales, capaces de inspirar a la sociedad humana en un
momento y lugar determinado”.
Estos valores intelectuales y morales cristianos están muy ligados a la cultura occi-
dental; fundamentalmente, la libertad y la igualdad (valores muy arraigados en la polis
griega), y también la fraternidad (valores que fueron ampliamente difundidos durante
la Revolución Francesa). Para el Cristianismo estos tres valores son muy importantes,
ya que la fraternidad proviene del hecho de que todos somos hijos de Dios, la igualdad
se deriva de la fraternidad porque esta última considera a todos los hombres como
hermanos (en razón de dicha paternidad), la libertad considera a la persona dotada de
espontaneidad y por lo tanto, libre.
Todos estos valores humanos se fundan en el valor que se le asigna a la persona hu-
mana y su dignidad; ya que como se vio, el hombre es hijo de Dios, hecho a su imagen
y semejanza; por el contrario, para Marx (siguiendo a Feuerbach), el hombre ha in-
ventado a Dios otorgándole virtudes humanas; y en este sentido se hace creador de
Dios.
111
2. EL CRISTIANISMO SOCIAL:
Hay muchas definiciones del Cristianismo Social, pero sólo se dará la que el mismo
Cristianismo Social se da; “es la doctrina social de la Iglesia”, cuando se dice Iglesia,
se subentiende que se habla del pensamiento de la Iglesia Católica en relación con la
sociedad de nuestro tiempo, en sus diversos aspectos, ya sean políticos, económicos,
sociales, culturales, etc.
Es importante mencionar que, en el Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por
S.S. Juan Pablo II el 25 de junio de 1992, publicado mediante la Constitución Apostó-
lica Fidei Depositum, el 11 de Octubre de 1992 (fecha del 30° aniversario de la apertu-
ra del Concilio Vaticano II), se hace una referencia expresa a la doctrina social de la
Iglesia:
“La doctrina social de la Iglesia se desarrolló en el siglo XIX, cuando se produce
el encuentro entre el Evangelio y la sociedad industrial moderna, sus nuevas es-
tructuras para producción de bienes de consumo, su nueva concepción de la so-
ciedad, del Estado y de la autoridad, sus nuevas formas de trabajo y de propie-
dad. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia en materia económica y social da
testimonio del valor permanente de la enseñanza de la Iglesia, al mismo tiempo
que del sentido verdadero de su Tradición siempre viva y activa”.
“La enseñanza social de la Iglesia contiene un cuerpo de doctrina que se articula
a medida que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo largo de la historia, a
la luz del conjunto de la palabra revelada por Cristo Jesús y con la asistencia del
Espíritu Santo. Esta enseñanza resultará tanto más aceptable para los hombres
de buena voluntad cuanto más inspire la conducta de los fieles”.
“La doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae criterios
de juicio, da orientaciones para la acción”.
Todo sistema según el cual las relaciones sociales deben estar determinadas entera-
mente por los factores económicos, resulta contrario a la naturaleza de la persona
humana y de sus actos.
Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad econó-
mica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el
orden social.
112
Un sistema que sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en
aras de la organización colectiva de la producción es contrario a la dignidad del hom-
bre. Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al
lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el
ateísmo. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt. 6,24; Lc. 16,13).
La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos
modernos al “comunismo” o “fascismo”. Por otra parte, ha rechazado en la práctica
del “capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el
trabajo humano. La regulación de la economía por la sola planificación centralizada
pervierte en su base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de
mercado quebranta la justicia social, porque “existen numerosas necesidades humanas
que no pueden ser satisfechas por el mercado”. Es preciso promover una regulación
razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de
valores y con vistas al bien común”1.
El Catecismo constituye una exposición de la fe de la Iglesia y de la Doctrina moral
católica, en un lenguaje adecuado para una buena compresión por parte de todos los
hombres de buena voluntad, y que dada su trascendencia es de una enorme utilidad
para el Social Cristianismo.
Hay que analizar su naturaleza a la luz del Cristianismo Social mismo. Su naturaleza es
teológica, o sea, implica un punto de vista sobrenatural y eterno (Sub Specie Aeterni-
tatis). Ésto quiere decir que la Iglesia siempre mirará las cosas desde el punto de vista
de lo eterno, y por lo tanto no es una visión científica ni técnica. Lo principal para el
Cristianismo Social es la fe; así, la filosofía y la lógica son aspectos importantes, pero
secundarios. Esta naturaleza teológica del Cristianismo Social la deja afuera de las
demás doctrinas, o sea, es parte de la teología en general; esto hace que forme una
especie aparte; es decir, se considera a sí misma como la única verdad. El ejemplo más
típico de esta naturaleza teológica lo constituye la Constitución “Gaudium et Spes”
(Alegría y Esperanza), del Papa Paulo VI en el año 1965. Esta forma, parte del Conci-
lio Vaticano Segundo y en una parte de su contenido expone la Doctrina Social de la
Iglesia con respecto de la vida política. Esta constitución pastoral es el documento más
extenso promulgado por el Vaticano II. Todos los otros están orientados a robustecer
a la Iglesia (la revelación, la liturgia; los obispos, los presbíteros y seminarios, los
1
Catecismo de la Iglesia Católica. Versión oficial en español de propiedad de la Santa Sede; impresa
en 1994 con la autorización de la Conferencia Episcopal de Chile por Copesa, ejemplar que circulo
gratis junto al diario “La Tercera. pp. 594 y 595.
113
religiosos, los seglares y su educación cristiana, los católicos orientales), o, consolida-
da la familia interior, miran a su expansión por amorosa conquista (los medios de
comunicación social, la obra misionera, la actitud ecuménica, la relación con lo no-
cristianos, la libertad religiosa). En la Constitución “Gaudium et Spes” encontramos
varios principios o ideas que permiten ordenar la vida de los hombres en la comunidad
política, a modo de ejemplo, se destacan entre otros los siguientes:
“La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por
todos como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto
más se unifica el mundo, tanto más, los deberes del hombre rebasan los límites de los
grupos particulares y se extienden poco a poco al universo entero. Ello es imposible si
los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismos y difunden en la sociedad
las virtudes morales y sociales, de forma de que se conviertan verdaderamente en
hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la
divina gracia”.
Naturaleza y fin de la comunidad política: “Los hombres, las familias y los diversos
grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia
para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad
más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor
procuración del bien común. Por ello forman comunidad política según tipos institu-
cionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el
que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primi-
genia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida
social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con
mayor plenitud y facilidad su propia perfección”.
Colaboración de todos en la vida pública: “Es perfectamente conforme con la natura-
leza humana que se constituyan estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los
ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efecti-
vas de tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos jurídicos de la
comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los cam-
pos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de los
gobernantes. Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiem-
po el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común. La Iglesia
alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la
cosa pública y aceptan las cargas de este oficio”.
La comunidad política y la Iglesia: “Es de suma importancia, sobre todo allí donde
existe una sociedad pluralística, tener un recto concepto de las relaciones entre la
comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que los cristianos,
aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo
114
con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comu-
nión con sus pastores”.
“La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo
alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez
signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana”.
“La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su
propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la
vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor
eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas,
habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo”.2
2
Iribarren, Jesús y otros. Nueve Grandes Mensajes. Biblioteca de Autores Cristianos, de la Ed.
Católica S.A., Madrid, España. 1986, pp. 416, 456, 457, 458, 465, 467, 468, 470 y 471.
115
Primacía de lo espiritual: Maritain afirma, pues, la “primacía de lo espiritual” (título de
uno de sus libros, publicado en 1927) y se consagra a definir una política intrínseca y
esencialmente cristiana. Al final de Humanismo Integral (1936) expone que el plano
espiritual y el plano temporal son inequívocamente distintos, pero que no pueden ser
separados; hacer abstracción del Cristianismo, poner de lado a Dios y a Cristo cuando
se trabaja en las cosas del mundo es –dice Maritain– escindirse en dos mitades.
El cristiano en el mundo: Maritain piensa, pues, que el cristiano no puede ser indife-
rente al mundo, y condena con vigor el sytème bien-pensant, así como el liberalismo
burgués “que confunde la verdadera dignidad de la persona con la ilusoria divinidad de
un individuo abstracto que se bastaría a sí mismo”. Reclama “una filosofía cristiana
que, en el orden temporal y sin segundas intenciones de apostolado religioso, trabajará
en renovar las estructuras de la sociedad”.
3
Touchard, Jean. Op. cit., pp. 631y 632.
4
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., p. 145.
5
Bustos Concha, Ismael. Op. cit., pp. 230 y 231.
116
confesionales. Estos partidos han difundido el Social Cristianismo de nuestro tiempo a
nivel mundial, ya que, tienen una Internacional Demócrata Cristiana.
La formación y el éxito de los partidos demócrata-cristianos en Europa son hechos
cuya importancia no se ha de subestimar. Pero la fuerza electoral de los partidos de-
mocratacristianos es más evidente que la originalidad de su doctrina. Si nos atenemos
a Francia, es sorprendente comprobar que los dos pensadores católicos de mayor
influencia, Maritain y Mounier, guardaron las distancias –sobre todo el segundo–
respecto a la democracia cristiana. Se trata, en suma, de averiguar si el éxito de la
democracia cristiana es algo más que una simple adhesión de los cristianos a la prácti-
ca de la democracia, si corresponde a una concepción específicamente cristiana de la
política6.
a) “Rerum Novarum” (Acerca de las Cosas Nuevas): A finales del siglo XIX estaba
muy activo el Socialismo y el Capitalismo, que se presentaban como antagónicos. El
Papa León XIII comenzó a pensar en la publicación de una encíclica que tenía por
objeto analizar estas doctrinas políticas. Así nació la Encíclica Rerum Novarum
(1891), que es considerada la Carta Magna del Social Cristianismo.
6
Touchard, Jean. Op. cit., p. 631.
117
La resonancia de la encíclica Rerum Novarum fue extraordinaria. Aunque no faltaron
críticas, abundaron los juicios favorables. El Times la encontró clara y lógica, inspirada
en el amor cristiano; Mauricio Barrés llegó a decir que, después de esta encíclica y de
la dirigida a los católicos de Francia, no comprendía cómo podían quedar anticlerica-
les. En la Iglesia católica, el eco de la encíclica fue inaudito y acaso no superado;
durante muchos meses estuvieron llegando a Roma felicitaciones de casi todos los
puntos del orbe católico, que ponen de manifiesto que realmente la encíclica venía a
llenar una necesidad. Entre los temas tratados por este extraordinario documento
pontificio, se destacan los siguientes:
El problema obrero: “Los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por
nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obre-
ros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa
mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión
entre ellos, juntamente con la relajación moral, han determinado el planteamiento de la
contienda. Así, pues, debiendo Nos velar por la causa de la Iglesia y por la salvación
común, creemos oportuno, venerables hermanos, y por las mismas razones, hacer,
respecto de la situación de los obreros, lo que hemos acostumbrado, dirigiendo cartas
sobre el poder político, sobre la libertad humana, sobre la cristiana constitución de los
Estados y otras parecidas, que estimamos oportunas para refutar los sofismas de
algunas opiniones. Este tema ha sido tratado por Nos incidentalmente ya más de una
vez; mas la conciencia de nuestro oficio apostólico nos incita a tratar de intento en
esta encíclica la cuestión por entero, a fin de que resplandezcan los principios con que
poder dirimir la contienda conforme lo piden la verdad y la justicia. El asunto es difícil
de tratar y no exento de peligros”.
Doctrina de la Iglesia sobre la pobreza (El criterio de la dignidad del hombre): “Los
que, por el contrario, carezcan de bienes de fortuna, aprendan de la Iglesia que la
pobreza no es considerada como una deshonra ante el juicio de Dios y que no han de
avergonzarse por el hecho de ganarse el sustento con su trabajo. Y esto lo confirmó
realmente y de hecho Cristo, Señor nuestro, que por la salvación de los hombres se
hizo pobre siendo rico; y, siendo Hijo de Dios él mismo, quiso, con todo, aparecer y
118
ser tenido por hijo de un artesano, ni rehusó pasar la mayor parte de su vida en el
trabajo manual. ¿No es acaso éste el artesano, el hijo de María?”
Crítica al Estado clasista: “Los proletarios, sin duda alguna, son por naturaleza tan
ciudadanos como los ricos, es decir, partes verdaderas y vivientes que, a través de la
familia, integran el cuerpo de la nación, sin añadir que en toda nación son inmensa
mayoría. Por consiguiente, siendo absurdo en grado sumo atender a una parte de los
ciudadanos y abandonar la otra, se sigue que los desvelos públicos han de prestar los
debidos cuidados a la salvación y al bienestar de la clase proletaria; y si tal no hace,
violará la justicia, que manda a dar a cada uno lo que es suyo. Sobre lo cual escribe
sabiamente Santo Tomás: Así como la parte y el todo son, en cierto modo, la misma
cosa, así lo que es del todo, en cierto modo, lo es de la parte. De ahí que entre los
deberes, ni pocos ni leves, de los gobernantes que velan por el bien del pueblo, se
destaca entre los primeros el de defender por igual a todas las clases sociales, obser-
vando inviolablemente la justicia llamada distributiva”7.
Crítica al Capitalismo: “Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes
de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situa-
ción miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios
de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío..., el tiempo fue insensi-
blemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los
empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores.Hizo aumentar el mal la
voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practica-
da, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añáda-
se a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comer-
ciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de
que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco
menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre de proletarios”. “Es deber de
los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos,
como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el
carácter cristiano. Es realmente vergonzoso e inhumano abusar de los hombres como
cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar
de sí”8.
7
Iribarren, Jesús y otros. Op. cit., pp., 15, 16, 19, 20, 21, 22, 34 y 39.
8
Iribarren, Jesús y otros. Op. cit., pp. 20 y 30.
119
Desarrollo y Subdesarrollo. Esta encíclica es un motivo de orgullo para los chilenos,
ya que es la única encíclica que cita a un chileno, quién es el Obispo Manuel Larraín
Errázuriz, por su Carta pastoral, “Desarrollo: Exito o fracaso en América latina”
(1965). En este punto la Populorum Progressio expresa:
9
Iribarren, Jesús y otros. Op. cit., pp. 337, 342 y 343.
120
los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose. Según la tan
acertada expresión de Pascal, “el hombre supera infinitamente al hombre”10.
La Populorum Progressio nos da una idea de como debe ser una visión cristiana del
desarrollo: “El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Por ser
auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hom-
bre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto (se refiere a L.J. Lebret,
filosófo francés y su obra “Dynamique concréte du développement”): “Nosotros no
aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizacio-
nes en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada
agrupación de hombres, hasta la humanidad entera”11.
“Deseo, en particular, que sea dada a conocer y que sea aplicada en los distintos
Países donde, después de la caída del socialismo real, se manifiesta una grave
desorientación en la tarea de la reconstrucción. A su vez, los Países occidentales
corren el peligro de ver en esta caída la victoria unilateral del propio sistema
económico, y por ello no se preocupan de introducir en él los debidos cambios.
Los Países del Tercer Mundo, finalmente, se encuentran más que nunca ante la
dramática situación del subdesarrollo, que cada día, se hace más grave”.
“Para la Iglesia el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una
teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción.
Impulsados por este mensaje, algunos de los primeros cristianos distribuían sus
bienes a los pobres, dando testimonio de que, no obstante las diversas prove-
niencias sociales, era posible una convivencia pacífica y solidaria. Con la fuerza
del Evangelio, en el curso de los siglos, los monjes cultivaron las tierras, los reli-
giosos y las religiosas fundaron hospitales y asilos para los pobres, las cofradías,
así como hombres y mujeres de todas las clases sociales, se comprometieron en
favor de los necesitados y marginados, convencidos de que las palabras de
Cristo: “Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños,
lo habéis hecho a mí” (Mt 25, 40) esto no debe quedarse en un piadoso deseo,
sino convertirse en compromiso concreto de vida”.
10
Iribarren, Jesús y otros. Op. cit., p. 347.
11
Iribarren, Jesús y otros. Op. cit., p. 335.
121
“Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica inter-
na. De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la
cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de
una opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que,
especialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no
sólo económica, sino también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los
pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a di-
rigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la po-
breza amenaza con alcanzar formas gigantescas. En los Países occidentales
existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos,
de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados;
en los Países en vía de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si
no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente”12.
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN13
1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
12
Juan Pablo II. “Carta Encíclica Centesimus Annus”. Ed. Cencosep. Santiago-Chile. pp. 109. 110 y 111.
13
A. Bentue, A. Meis, B. Villegas, J. Noemi, E. Silva, J. Costadoat, S. Silva. “Grandes Teólogos del
Siglo XIX”. Edi. San Pablo. Santiago, Chile. 1996, pp. 151 a 171.
122
b) En el plano político lideraba el Marxismo con su compromiso por el cambio
social en el continente (luchas antimperialistas y libertarias de Cuba y Centroamérica).
La Teología de la liberación tomó de esta doctrina política algunas perspectivas y
categorías de análisis de su Teoría Sociológica de la Dependencia. Tales serían el
modo de producción, las clases sociales, la lucha de clases como hecho objetivo social,
etc. Es conveniente dejar en claro, que la Teología de la liberación sólo en función de
la liberación integral de los pobres hace del marxismo un uso puramente instrumental,
rechazando sus aspectos filosóficos incompatibles con una visión cristiana del hombre
y de la historia.
En los años setenta sobresalen teólogos católicos como Gustavo Gutiérrez, considera-
do el padre de la teología de la liberación, Segundo Galilea y Juan Luis Segundo, y
teólogos protestantes como Emilio Castro, Rubem Alves y José Míguez Bonino,
destacándose así la índole ecuménica cristiana de la Teología de la liberación desde su
nacimiento.
2. DEFINICIÓN
La vida del pueblo pobre es, para Gutiérrez, “la matriz histórica de la teología de la
liberación”. Agrega, además, que la liberación de los pobres sólo puede provenir de
ellos mismos. En este sentido, los pobres se han convertido en un verdadero “lugar
teológico” en el cual se experimenta la salvación de Dios y se la piensa como libera-
ción de la miseria. Llegando a afirmar que la Teología de la liberación es “expresión
del derecho de los pobres a pensar su fe”.
123
la luz de la Palabra”. Entonces el trabajo teológico propiamente tal tiene su inicio
cuando intentamos leer la realidad de los pobres a la luz de la Palabra según lo expre-
sado por el autor ya citado.
Para Gustavo Gutiérrez existirían tres dimensiones de liberación que se promueven
con su teología, ellas son:
3° La liberación del pecado, raíz última de toda servidumbre. De ésta dependen las
otras dos liberaciones, pues el pecado significa un rompimiento de la amistad con Dios
y los demás semejantes, y que sólo puede ser erradicado por el amor del Señor que
acogemos en la fe y en la comunión.
Todas las dimensiones de liberación dependen en última instancia del amor gratuito y
liberador de Dios, y ninguna se puede hacer valer aisladamente sin perjuicio de las
otras.
Para Gutiérrez, “el trabajo teológico propiamente dicho comienza cuando intentamos
leer la realidad de los pobres a la luz de la Palabra”.
3. MÉTODO TEOLÓGICO
124
templación”. La unión dialéctica de estos dos elementos es llamada ahora indistinta-
mente “práctica”, “vida cristiana”, “seguimiento de Cristo” o “espiritualidad”.
Se podrían mencionar muchos otros méritos, pero cabe destacar sólo dos, la teología
de la liberación ha puesto a la pobreza como virtud evangélica, con consecuencias
eclesiológicas de valor incalculable, y en el plano teórico la inclusión que Gustavo
Gutiérrez exige de la teología en una experiencia espiritual (social y eclesial) como
condición de su propia eficacia, se dice que esto es sin lugar a dudas una verdadera
contribución teológica.
La Teología de la liberación también tiene grandes limitaciones, y entre las críticas que
se le han hecho se pueden señalar entre otras las siguientes:
2° Los grandes cambios ocurridos en América Latina. Los países de la región hoy
en día buscan solucionar el problema de la pobreza y la injusticia a través de la inter-
dependencia económica internacional, lo que hace veinte años atrás se consideraba
poco conveniente.
125
3° La crisis de la teoría de la dependencia. Esta última postulaba que los países
pobres de América Latina dependen de los centros ricos e industrializados del planeta,
por medio de una relación de desarrollo económico que enriquece a éstos en virtud del
empobrecimiento de aquéllos. Esto último vino a dejar a los teólogos de la Teología
de la liberación sin el instrumento necesario para hacer propuestas responsables de
cambio social para así superar la pobreza. Esto es grave ya que el fundador y padre de
la Teología de la Liberación Gustavo Gutiérrez en los años setenta sugirió el socialis-
mo como camino de liberación, en el futuro no volvió a hablar de socialismo, y sus
afirmaciones a cerca del primer nivel de liberación (el social, económico, político y en
la actualidad cultural) quedaron sin sustento teórico.
126
IV. PARTE: NACIONALISMO
1. BIBLIOGRAFÍA
2. CONCEPTO
b. Concepto Moderno: Desde fines del siglo XVIII y hasta hoy, consiste en “un
sentimiento de adhesión incondicional al Estado-nación”. Este último es un con-
cepto nuevo que se puede considerar como el autentico, real y genuino naciona-
lismo.
3. IDEA FUNDAMENTAL
4. TEXTO CLÁSICO
Es una conferencia que dictara Ernesto Renán en 1822 en la Universidad París, confe-
rencia que tituló “Que es una nación”, al final de la conferencia Renán llegó a la con-
clusión de que la nación es una “formación histórica”.
5. HISTORIA
127
O sea, cuando el Nacionalismo tocó techo. Se afirma que éste clímax se alcanzó inme-
diatamente después de la Primera Guerra Mundial y tuvo una duración hasta después
de la Segunda Guerra Mundial, que corresponde al Nazismo de Hitler; y éste nazismo
resultó de la combinación del Nacionalismo Alemán (Pan-germanismo Hegel) con el
Racismo cuyo filósofo era Alfred Rosenberg y la Geopolítica, cuyo corifeo en Alema-
nia era el General Karl Haushofer.
128
EL PODER
No es necesario (ni siquiera conveniente) tomar partido por ninguna teoría de la soberanía
para darse cuenta de que le asiste al pueblo el derecho natural de gobernarse a sí mismo, es
decir, de organizarse en un Cuerpo político. Por razón del consentimiento que se halla en
1
Aristóteles, La Política, Libro IV, Capítulo 2.
2
Bustos, Introducción a la Política, p. 10.
3
Id., p. 10.
4
Id., p. 117
129
los orígenes de la Sociedad política, la autoridad, que deriva del Principio del Ser como
fuente trascendente, deriva también del pueblo, pues pasa por él para ir a radicarse en sus
legítimos detentadores, en forma que los gobernantes actúan como representando, en sus
personas, al pueblo entero. Esto no significa que los gobernantes dispongan sólo del poder,
reservándose el pueblo, para sí, la autoridad. Por lo contrario, en cuanto representantes del
pueblo, todos los agentes del Estado se hallan investidos de autoridad y es, precisamente,
por esta razón que disponen del poder. Esto no obsta, por lo demás, para que el pueblo
conserve el derecho de condicionar, fiscalizar o revocar dicho mandato.
“En consecuencia, aunque los agentes del estado o gobernantes son mandatarios del
pueblo, no son autómatas o meros instrumentos suyos: se hallan investidos no sólo de
poder, sino también –y principalmente– de autoridad. Los gobernantes son represen-
tantes libres del pueblo, y no podrían serlo en otra forma, pues, son ellos mismos
personas humanas. En el ejercicio de sus funciones, los gobernantes ponen en juego no
sólo el mandato que el pueblo les confió, sino también su conciencia, a la que no
podrían desoír a pretexto de obedecer mejor aquel mandato. Sin embargo –y aquí está
el nudo de la cuestión–, tampoco podrían dejar sin ejecutar el mandato que recibieron:
de aquí la posibilidad de una tensión existencial, por así decirlo, entre el pueblo y los
gobernantes. Esta tensión no admite sino una solución, y también de carácter existen-
cial; la íntima comunión entre los gobernantes y el pueblo”6.
5
Id., p. 118.
6
Id., p. 119.
130
“Distinguir no es sinónimo de separar”. Esta afirmación, por lo demás tan obvia como
evidente, vale especialmente tratándose de la autoridad y el poder. A fortiori, la distin-
ción entre uno y otro no debe llevarse, en modo alguno, a los extremos de una separa-
ción sistemática entre la autoridad y el poder. Tal cosa vendría, en último término, a
privar de fuerza a la justicia o –lo que seria aún peor– a revestir de justicia a la fuerza.
“Toda autoridad, desde el momento que se refiere a la vida social, pide ser completada
(de un modo cualquiera y no necesariamente jurídico) por un poder, sin el cual aquélla
corre el riesgo de volverse vana e ineficaz ante los hombres. Todo poder que no es la
expresión de una autoridad es inicuo. Prácticamente, es pues normal que la palabra
autoridad implique el poder, y que la palabra poder7 implique la autoridad.
En tanto que poder, la autoridad desciende hasta el orden físico; en tanto que autori-
dad, el poder es elevado al orden moral y jurídico. Separar el poder y la autoridad es
separar la fuerza y la justicia”8.
“El concepto de poder se considera, en la ciencia política moderna, como pivote fun-
damental o clave de bóveda de ésta, hasta tal punto que lo corriente es, hoy día, definir
a la política en función del poder. Dos circunstancias acusan plenamente las ventajas y
desventajas de asumir este predicamento; la primera, es que no se distingue general-
mente entre poder y autoridad, y la segunda es que algunas veces ni siquiera se define
qué se entiende por poder. El resultado es que, por una parte, la temática se vuelve así
demasiado amplia e imprecisa; y, por otra parte, los pareceres y las opiniones se multi-
plican, a este respecto, incansablemente. Se ha estudiado el poder desde todos los
puntos de vista –o así se cree, por lo menos– y en todos sus aspectos, proponiéndose
toda clase de tipologías. Pero, por razón del empirismo avasallador imperante, no ha
interesado mayormente el concepto mismo de poder, si es que se ha estado alguna vez
7
El término poder –como ser, haber, etc.– designa, en nuestro idioma y en otros, un sustantivo y un
verbo, a la vez. En este último caso, significa “tener expedita la facultad o potencia de hacer una
cosa”. Esta es la primera significación de poder, y de ella derivan las demás, y también el sustantivo a
que hacemos referencia “dominio, imperio, facultad y jurisdicción que uno tiene para mandar, o
ejecutar una cosa”, en primer lugar. Diccionario de la Lengua. Obviamente, un nombre abstracto,
calidad que también tenía la expresión latina de la cual deriva la nuestra: potestas. En latín, el verbo
“poder”, possum se había formado juntando los dos términos de la frase potis sum, es decir “soy
capaz”. Sin embargo, remontándose más atrás en la historia de la expresión, encontramos su origen
en una raíz indo-europea que, primitivamente, debió servir para designar al jefe de un grupo. Incluso
en griego se da esta circunstancia, si consideramos que déspotes significó, originalmente, el “amo” o
“dueño de casa”. Es que resulta fácil emplear el mismo término para designar una facultad o capaci-
dad y la persona que la detenta o ejerce.
8
Maritain, Principes d’une Politique Humaniste, p. 50.
131
en situación de enunciarlo. Afortunadamente, hay cientistas políticos que no se satisfa-
cen con tan limitantes enfoques o perspectivas”.
“Efectivamente, contamos hoy día con un importante grupo de cientistas cuyo pensa-
miento global resulta lo suficientemente coherente como para constituir una especie de
parámetro o modelo de invariantes, en relación con esta problemática. Para comenzar,
puede recordarse lo expresado anteriormente respecto de la distinción entre autoridad
y poder, idea que comparten, entre otros, MacIver, Laski, Friedrich y Chinoy. Ense-
guida, está la consideración del poder como la posibilidad o capacidad de influir u
obligar a los demás, de algún modo y a través de algún medio, concepto que se en-
cuentra particularmente claro en autores como Weber, Beattie o M.G. Smith9.
La circunstancia anotada lleva a subrayar, como lo hace Balandier, la disimetría que implica
el poder con respecto a las relaciones sociales, dado que éste no sólo se manifiesta en las
desigualdades sociales, sino que el poder se refuerza con la acentuación de estas últimas.
Pero el conocido antropólogo agrega, además, dos notas características –la sacralidad y la
ambigüedad– que, a su juicio, constituyen dos aspectos principales del poder. Es que,
analizado antropológicamente, aparece claro que este último, “al mismo tiempo es acepta-
do (como garantía del orden y seguridad), venerado (debido a sus implicaciones sagradas)
e impugnado (porque justifica y mantiene la desigualdad)”10.
Así pues, es preciso distinguir entre poder y poder absoluto; porque el poder es necesario,
pero mantenido dentro de unos límites precisos. A este respecto, cabe recoger las observa-
ciones de antropólogos cuando advierten –desde el punto de vista especializado que les
9
Anthropologie Politique.
10
Anthropologie Politique.
11
The Web of Govemment.
132
corresponde, naturalmente– que, de una manera general, el poder debe12 justificarse: este
es el precio del poder, un precio que, por lo demás, nunca se paga íntegramente. Si el
ilustre Lord Acton, decía con angustia que “el poder tiende a corromper, y el poder ab-
soluto tiende a corromper absolutamente”, los cientistas políticos no se muestran menos
preocupados cuando –como el profesor MacIver– advierte que “una vez conseguido, el
poder ejerce su influencia insidiosa y a menudo corruptora, aún respecto de los que antes
eran hombres de buena voluntad”, y que, en definitiva, “es el pueblo el que paga el precio
de esto”13 .Es que, obviamente, en estas importantes materias, toda prudencia parece poca,
especialmente si el término prudencia se emplea no en su significación vulgar, sino en aquel
sentido esencial que evoca la expresión latina: recta ratio agibile. Expresión que podría
traducirse por: “la recta razón en lo que se ha de hacer”, si por “recto” entendemos “lo
inteligente y bueno” (o “lo sabio y justo”) al mismo tiempo.
12
La expresión “debe” tiene aquí, naturalmente, un sentido antropológico: es un “debe” que la An-
tropología constata como un hecho, y no un “debe” que, ella propusiera como obligación moral; este
“debe” es, en otras palabras, un “factum” y no un “debitum”.
13
Id.
133
no dejar dudas acerca de su pensamiento, este tratadista, trae a colación una cita de E.
Lavise, en que, refiriéndose al poder que tiene fines “propios egoístas y estrechos”,
este famoso historiador francés dice que “este poderío es, por no decir una pandilla,
un consortium de personas llegadas al poder por medio de un accidente inicial ocu-
padas en prevenir el accidente final que las expulse a él”15.
C. Freidrich, en su obra titulada La Filosofía del Derecho, expresa que la relación entre el
Derecho y la Política crea el problema de la autoridad, porque no es posible edificar un
orden sobre la única base del poder. Por descuidar estos “enunciados capitales” –continúa–
se ha sostenido que la ley puede basarse únicamente en la voluntad de los hombres, lo cual
–concluye– lleva a resultados “absolutamente desastrosos”16. H. Heller es quizá más explí-
cito al respecto, cuando afirma –en su Teoría del Estado– que “es trágico que toda reali-
zación jurídica dependa del demonio del poder”, pero –agrega– “es condenable la ten-
dencia, hoy generalizada, a hacer moral lo demoníaco”17 . Parecidos conceptos o
expresiones encontramos en K Loewenstein –Teoría de la Constitución–, por ejemplo,
cuando afirma que “el poder lleva en sí mismo un estigma y sólo los santos entre los
detentadores del poder –¿y donde se pueden encontrar?– serían capaces de resistir a la
tentación de abusar del poder” “El poder incontrolado –agrega– es, por su propia natu-
raleza, malo. “El poder encierra en sí mismo la semilla de su propia degeneración”. En la
ausencia de control –advierte finalmente– se “revela lo demoníaco en el elemento del
poder y lo patológico en el proceso del poder”18.
Para terminar, puede observarse, a este respecto, que el problema de limitar el ejerci-
cio del poder no sólo ha interesado particularmente al pensamiento político moderno
sino también, y muy particularmente, a la Teoría del Derecho político. Es así, que el
movimiento constitucional se generó precisamente en la preocupación de poner coto a
los abusos o excesos del poder, de modo que, hoy día, se considera al Derecho Cons-
titucional como la rama básica, primaria y fundamental del Derecho Público. Tendre-
mos oportunidad de volver, y más de una vez, a este asunto, en el curso de nuestro
estudio. Por ahora, basta con estas pocas explicaciones.
14
Párrafos 215 y 242, especialmente.
15
Id. p. 113.
16
Segunda Parte, Capítulo 21 Derecho, autoridad y legitimidad.
17
Primera Parte, Capítulo I Sobre el carácter demoníaco del Poder
18
id.
134
LA DIALÉCTICA DEL PROCESO POLÍTICO*
En los sistemas democráticos, la faz agonal implica siempre dos antagonistas: el parti-
do que está en el poder y la oposición. De tal modo que, necesariamente, la política,
así como implica una faz agonal, implica también un aspecto conflictual, porque siem-
pre va haber una oposición que está trabajando con miras a sustituirse en el poder, o
específicamente al partido que está en el gobierno; y el partido que está en el gobierno,
está obligado a darle a la oposición la posibilidad de que lo sustituya en el gobierno,
para que se produzca lo que se llama “la alternancia en el poder”, lo que es típico en
los sistemas políticos democráticos.
En este punto hay que distinguir entre: 1) enfrentar y resolver un conflicto, o 2) disol-
ver o suprimir un conflicto.
Para ésto hay dos modos fundamentales para hacerle frente; uno de ellos es el consen-
so, que implica un intercambio de opiniones, una serie de propuestas y contra pro-
puestas o, como dicen los ingleses, “bargain”; es decir, un negociar, si se traduce al
*
Material de la cátedra del profesor don Ismael Bustos, redactados por la alumna Carmen Gloria
García.
135
castellano; pero desgraciadamente este término tiene connotaciones negativas, peyo-
rativas, en los países subdesarrollados.
La otra manera de enfrentar un conflicto son las vías de hecho, o sea, mediante el
empleo de la fuerza, que significa dejar de lado
el derecho.
Si bien se observa, existe una oposición entre el consenso y las vías de hecho, o sea
entre el negociar (“bargain”) y el recurrir a la fuerza. Estos conceptos también tienen
su equivalente en los conceptos de evolución y revolución. Por lo general, se dice
que los países que evolucionan lo hacen mediante el “bargain” tratando de ponerse de
acuerdo, al menos sobre aspectos fundamentales, y en base a eso llevar adelante la
lucha política. En cambio, la revolución implica algo más rudo, es decir, el cambio
radical y rápido, especialmente cuando se recurre a la fuerza.
Las situaciones “suma cero” se dan cuando el conflicto implica a dos partes, y termi-
na con el triunfo total de una parte y la derrota total de la otra. Esta es la situación que
se da esencialmente en los procesos revolucionarios, en que la revolución triunfa y
cambia todo, o fracasa y viene la contra-revolución.
Las situaciones “suma no-cero”, consisten en una especie de compartir los resultados
del juego; porque la parte que triunfa en la lucha política, está obligada a concederle, a
la parte perdedora, la posibilidad de competir de nuevo, en igualdad de condiciones;
para que la oposición, el perdedor de la situación anterior, tenga otra oportunidad de
ganar.
b. El proceso continuado
136
por eso que el proceso político democrático, no teniendo término, se renueva periódi-
camente.
Si se considera al proceso político como una especie de juego, se advierte que tiene
una característica de la cual no goza ninguno de los demás juegos. Esta es la carencia
de un arbitro ajeno a las dos partes que participan en el juego. Desde el punto de vista
dinámico, el juego político implica que entre ambas partes deberán arbitrar el juego
que están jugando. Este arbitraje se realiza mediante el procedimiento del consenso, y
mediante el sistema de reglamentación garantizado por la constitución política, o por
los usos, convenciones y costumbres, en aquellos Estados que carecen de constitución
escrita.
Los cientistas políticos entienden por secuencia del proceso político a los pasos suce-
sivos, de carácter dialéctico, que implica el proceso político mismo en el sentido de
que implica posiciones que sustentan ideas o intereses distintos. Esto, porque de otro
modo no se concibe el avance del proceso político, y este es un proceso político, y
este es un proceso dialéctico en virtud de que hay siempre un juego que requiere de
dos partes, implicando un conflicto permanente, y por lo tanto, de soluciones transito-
rias. Al hablar de secuencia del proceso, el cientista político trabaja con dos conceptos,
que son el de conflicto y el de toma de decisión. Los pasos principales que implica la
secuencia del proceso son:
137
− Si un partido político llega al gobierno, este arbitrará el juego político en la
medida que detenta el poder, pero terminado cierto plazo, será sometido al juicio
del electorado, a través del llamado a elecciones, el que aprobará o reprobará su
gestión, esta última situación podrá acarrear el triunfo de la oposición y, con ello,
“la alternancia del poder”.
− Este punto esta compuesto de varios momentos, que los ingleses llaman: conflict,
setting rules, bargaining, integration, adjust y back-again.
Dentro del proceso político se presenta un conflicto (“conflict”) que resolver y para
esto es necesario contar con normas (“setting rules”) que enmarquen y protejan el
juego político a realizar. Es en este momento que comienza la negociación (“bargai-
ning”) que consiste en ceder en algunos puntos para dar soluciones. El siguiente mo-
mento es la integración (“integration”), en que las partes en conflicto forman una
unidad, produciéndose para ello el consenso; y, si hay acuerdo sobre lo fundamental,
se logra el ajuste (“adjust”) o arreglo, que no es otra cosa que la solución del problema
inicial. A partir de esto se puede retomar el juego (“back-again”) a un nuevo y más
avanzado momento o nivel.
1
Los juristas, respecto de estas materias, se encuentran divididos. Unos, como Carrc de Malberg,
dicen que no hay una teoría acerca de estas situaciones, otros, como S. Romano, dicen que la revolu-
ción, por ejemplo, es en sí misma un fenómeno jurídico. Para H Kelsen, la revolución implica la
sustitución de un ordenamiento jurídico por otro de manera no contemplada por aquel mismo
ordenamiento.
138
cación en los países subdesarrollados en que, inclusive, se vinculan al proceso de
su modernización (S.P. Huntington).
c. Otras vías: sedición, rebelión, insurrección, conjura, etc. Son diversas especies de
“golpes” de reciben diversas formas y diversa definición según los casos y los
tratadistas. Entre estos últimos hay quien usa estas expresiones en español, en ra-
zón de que abundarían, sobre todo, en los países de esta habla (S.E. Finer).
Putsch (según M. Prélot) es el levantamiento de un grupo político armado; por
ejemplo, el de “los diez días que conmovieron al mundo”, en Rusia (1917). Pro-
nunciamiento (según U. Melotti) es el derrocamiento del gobierno o del sistema
político en que el papel predominante lo desempeña el ejército.
Todas las vías de hecho pueden, eventualmente, involucrar la Guerra Civil, lucha
armada al interior de un mismo país, entre dos partidos, fracciones o bandos (lato
sensu) organizados, de los cuales uno tiene el poder con anterioridad a la crisis y
el otro pretende, igualmente, representar el poder soberano y legítimo. A su res-
pecto, se puede recordar la famosa definición general de Guerra: “es la continua-
ción de la política con otros medios” (Karl von Clausewitz).
d. Papel o rol del sistema político: Los sistemas políticos se pueden definir, según los
norteamericanos así: “Political systems are decision making about decision
making”; o sea, los sistemas políticos consisten en tomar decisiones acerca de la
toma de decisiones. Es decir, el papel del sistema político es el de una toma de
decisión de carácter previo procedimental conforme a la cual se van a poder to-
mar más adelante, otras decisiones de carácter específico o sustantivo.
e. Valor de este enfoque: Los cientistas consideran el proceso político como centra-
do en el poder y en su naturaleza dialéctica, lo que hace que este enfoque consti-
tuya “una introducción a la ciencia política”, es decir, considerar a la política en la
perspectiva del conflicto (político) y de la toma de decisiones. En esta perspecti-
va, la Política se presenta como “la Ciencia y el arte de resolver los conflictos po-
líticos”. vale decir, aquellos que plantea el hecho mismo de la vida política. Por lo
demás, si bien se mira, el conflicto es (o puede ser) el pan de cada día en la vida
social, a cualquier nivel que se la observe: familiar, gremial. internacional, etc.
139
BIBLIOGRAFÍA ESPECIALIZADA
Elementos para una Teoría del Conflicto Social (en R. DAHRENDORF, Sociedad
y Libertad)
140
ADDENDUM
Feedback negativo
Demandas
Decisiones políticas
sistema
Inputs o outputs político
(productos) (insumos)
Apoyos
Feedback positivo
Puede concebirse el sistema político como un ordenador electrónico que procesa los
inputs y convenientemente los transforma en outputs, mientras que los mecanismos
de ajuste permiten una retroacción (feedback) que va desde los outputs al mecanismo
de inputs (diagrama). Los inputs son las presiones de toda índole que actúan sobre el
sistema. Como observa Easton, estos inputs son de dos clases: primero las demandas,
que pueden ser generales o concretas, detalladas y expresadas con precisión, o vagas,
difusas e incluso latentes; segundo, tenemos los apoyos, los cuales pueden ser aplica-
dos precisamente a problemas concretos o a favor de determinadas personas, o apli-
carse a las instituciones políticas de la comunidad o a la totalidad del régimen. No
podemos examinar aquí los detalles de las maneras en que se asocian las demandas y
los apoyos; pero ha de recordarse que no deben concebirse estos conceptos mera-
mente en términos de peticiones presentados decidida y claramente por “grupos de
intereses” a un gobierno. El modelo es general; es aplicable también a la sociedad
primitiva, en la que la mayor parte de las actividades políticas se desarrollan a través
141
del intermediario de la tribu. Ha de verse cada uno de estos conceptos de demandas y
apoyos como algo que abarca una variedad de actividades distribuidas a lo largo de un
continuo que se extiende sobre todos los grados posibles de especificidad y de difu-
sión.
El sistema político, por tanto, esta activado por los inputs. Ha de vérsele como una
complicada maquina activada constantemente por un inmenso número de demandas y
de apoyos a varios niveles de especificidad. Esto suscita la cuestión de la manera en
que el sistema político es capaz de elaborar la serie de las demandas que se le hacen.
Pero en el otro extremo del proceso de elaboración surgen cuestiones semejantes
acerca de los outputs: éstos son las decisiones políticas definidas (autoritariamente)
por el gobierno y que son aplicables, por definición, a la totalidad de la sociedad polí-
tica. De igual manera que es importante comprender los cauces a través de los cuales
la «maquina» del sistema político es «activada» por los inputs, lo es conocer el meca-
nismo por el cual las decisiones políticas de varias clases resultan aplicables a la comu-
nidad. Pero la situación no es completamente simétrica. La «máquina» del sistema
político tiene mayor control sobre los outputs que sobre los inputs. Hasta cierto
punto, la corriente de decisiones que mana del sistema político puede ser regulada,
encauzada y organizada por la aplicación de los procedimientos impuestos a la socie-
dad política, por ejemplo, por las estructuras del gobierno.
Una visión completa del mecanismo debe incluir asimismo el examen del efecto de
retroacción (feedback) de los outputs sobre los inputs: pueden resultar modificacio-
nes de las demandas y apoyos como consecuencia de la actividad política desarrollada.
El sistema político puede modificar las condiciones en que funciona la sociedad y, por
tanto, alterar a la vez el carácter de las demandas que se le hagan al sistema. Encontra-
remos casos de influencia «positiva» del sistema político sobre la totalidad de la socie-
dad. Es por ello un error encontrar faltas en el modelo de sistema político que hemos
descrito sucintamente alegando que es «estático» o que se limita a «responder» a las
142
demandas de la sociedad. El carácter estático de gran número de análisis concretos
proviene esencialmente de las dificultades de operacionalización en determinadas
situaciones. Los análisis científicos son estáticos a menudo no porque el modelo no
permita una dimisión dinámica, sino porque suelen faltar los medios de operacionalizar
las evoluciones. En mecánica se ha podido encontrar un sucedáneo haciendo un gran
número de observaciones separadas por muy breves intervalos. El sistema político es
tan complicado que aun no se ha encontrado la manera de aplicarle un procedimiento
técnico como el de la integración, pero no hay por que suponer que no acabaremos
por hallarlo algún día. La potencialidad dinámica del modelo de sistema político de
Easton resultará entonces patente.
1. GENERALIDADES
Los partidos políticos son grupos organizados a los fines de conseguir el poder y de
ejercerlo dentro de un sistema político. Se originaron en su forma moderna, en Europa
y los EE.UU., en el siglo XIX, junto con el sistema electoral y parlamentario cuyo
desarrollo se refleja en la propia evolución de los partidos.
2.TIPOLOGÍA
Una distinción fundamental cabe hacer entre partidos de cuadros y partidos de masas,
aunque muchos de ellos presenten más bien una mezcla de ambos.
a) Partidos de cuadros:
143
participante activo. Reflejaban un conflicto básico entre dos clases: la aristocracia y la
burguesía, con sus propias ideologías.
Los partidos que hubo primero en los EE.UU., en el siglo XIX, se diferenciaban de los
europeos en que sus confrontaciones eran menos violentas y/o ideológicas; pero, en
razón de la extensión del país, del federalismo, etc., ellos permitieron el desarrollo de
lideres locales, con cierta independencia respecto de los dirigentes nacionales. La
situación llevó, a fines de dicho siglo, al desarrollo de las elecciones primarias que,
hacia 1920, adoptó la mayoría de los estados de la Unión.
b) Partidos de masas
Son aquellos que teniendo una gran número de adherentes (a veces millones), tratan
de basarse en un llamado a las masas. Fue la forma que asumieron los Partidos socia-
listas europeos del siglo XIX a fin de educar y organizar a los trabajadores, en relación
con la extensión del derecho a sufragio y también a los efectos de su propio financia-
miento. Estos partidos requieran una estructura rígida, completa nómina de miembros,
personal de secretaría etc. Muchos partidos no socialistas los imitaron después, aun-
que con un menor éxito en lo que a disciplina organizativa se refiere.
144
su alto grado de centralización, al que se agrega la importancia acordada a la ideología
como otra característica más. De aquí que el adoctrinamiento, constituya una preocu-
pación básica de estos partidos.
Los Partidos fascistas emergieron en las décadas del 20 y del 30, también como
partidos de masas, aunque doctrinariamente eran autoritarios y elitistas. Dirigidos por
un Führer o un Duce, asumieron el aspecto de un ejército, con sus uniformes, bande-
ras, saludos, himnos, etc. En Italia y Alemania llegaron al poder y, aunque también
aparecieron en otros países, no tuvieron el mismo éxito.
De cualquier tipo que sean, todos los partidos participan en alguna medida en el ejer-
cicio del poder político, sea conformando el gobierno o la oposición.
Los métodos revolucionarios varían mucho. A principios de este siglo los sindicalistas
de izquierda usaron la huelga general. La guerrilla rural ha sido usada en los países
predominantemente agrícolas; la guerrilla urbana también ha sido empleada, si bien el
desarrollo de las técnicas policíacas y militares ha hecho más difíciles tales acciones.
Los partidos revolucionarios son menos numerosos que aquellos que actúan dentro de
la ley, lo que está más de acuerdo con la naturaleza originaria de ellos y que implica
tres factores: la organización de la propaganda, la selección de los candidatos y el
financiamiento de las campañas, siendo el primero de éstos el más notorio.
1°) La selección de los candidatos se hace de tres modos. En los partidos de cuadros
la selección la hacen los grupos dirigentes, como es el caso del “caucus” en los
EE.UU. En los partidos de masas la selección se hace en congresos regionales o na-
cionales mediante procedimientos democráticos que, en la práctica permiten que la
dirigencia juegue un rol esencial. Finalmente, en los EE.UU., las primarias seleccionan
a los candidatos a través del voto de todos los miembros del partido respectivo o, aún,
del de todos los electores de un distrito electoral. En general, los resultados a que
145
llegan los tres modos no difieren mucho, si se considera que casi siempre el rol del
dirigente resulta esencial, lo que introduce una a la oligarquía dentro de los partidos.
Esta distinción entre partidos rígidos y flexibles se aplica tanto si se hallan en el go-
bierno como en la oposición. Tratándose de esta última situación, puede decirse que
sólo los partidos rígidos podrán contrapesar el poder del partido gobernante cual es el
caso del Reino Unido (Por ej. el shadow cabinet)
146
c) PODER Y REPRESENTACIÓN. Es difícil ver cómo podría funcionar la demo-
cracia representativa, en una sociedad industrializada, sin partidos políticos. Los parti-
dos expresan variados matices de opinión aunando diferentes posiciones en una sínte-
sis que sus representantes adoptan en mayor o menor medida.
Pero, como cualquier otra organización, los partidos tienden a manipular a sus miem-
bros colocándolos bajo el control de dirigentes que se perpetúan por “cooptación”.
De todos modos ninguna democracia moderna podría funcionar sin partidos; sus
tendencias oligárquicas es mejor mirarlas como un mal necesario.
4. SISTEMAS DE PARTIDOS
La aparición del socialismo en el siglo XIX trastornó el orden de batalla entre conser-
vadores y liberales al tender a agrupar a estos dos contendientes en una común defensa
del capitalismo, como finalmente ocurrió después de la primera guerra mundial.
147
Uno de los factores más importantes en la determinación del número de partidos en un
país es el sistema electoral de éste. La representación proporcional tiende a favorecer
los sistemas multipartidistas. Los sistemas mayoritarios a una sola vuelta tienden a
favorecer el sistema bipartidista; y el sistema mayoritario a dos vueltas favorece al
sistema multipartidista temperado por las alianzas de partidos (como es el caso de la
V° república francesa, desde 1958), en que los votantes escogen entre los partidos
ganadores de la primera vuelta. En este caso, los partidos pequeños tienen la oportu-
nidad de valorarse entrando en alianza con los partidos grandes, que podrían necesi-
tarlos para triunfar en la segunda vuelta.
148
1) El sistema bipartidista en los EE.UU. Los partidos norteamericanos son distin-
tos de sus contrapartes de otros países occidentales: no se hallan amarrados del mismo
modo a los grandes movimientos sociales e ideológicos que tanto han influido en
Europa en los dos últimos siglos. Comparativamente, aparecen como dos variedades
de un solo partido (liberal), dentro de las cuales pueden hallarse variadas opiniones
que van de la derecha a la izquierda. Son partidos flexibles y descentralizados, marca-
dos por la ausencia de disciplina y de jerarquía rígida; de modo que hay cierta verdad
en aquello de que en los EE.UU. no hay dos partidos sino 100 (dos por cada Estado),
Es así que, en las votaciones, republicanos y demócratas pueden hallarse en ambos
lados; ningún bloque es estable, la alineación varía de una votación a otra; en conse-
cuencia, no es posible una mayoría estable en la legislatura, a pesar de haber un siste-
ma bipartidista. El sistema bipartidista americano es, pues, un pseudo-bipartidismo
por cuanto cada partido mantiene sólo una estructura suelta dentro de la cual se for-
man coaliciones cambiantes.
149
c) El sistema monopartidista: los ha habido, históricamente, de tres formas: comu-
nistas, fascistas y de los países en desarrollo.
En China, el rol del partido ha sido modificado un tanto, especialmente con la Gran
Revolución cultural (1966-69), al parecer ideada por Mao Tse-Tung para reducir la
importancia del partido y robustecer la de las juventudes y del ejército, conjuntamente
con la suya propia.
4) El modelo fascista. Los partidos fascistas no llegan a jugar un rol tan importante
como los partidos comunistas. Sólo el partido nacional-socialista, en Alemania, tuvo
gran influencia en el estado; pero, en resumidas cuentas, la dictadura de Hitler depen-
día de su ejército privado, la SS (“escuadron de escolta”), que era un elemento sepa-
rado del partido, como dependía también de la Gestapo, que era, un organismo del
estado y no del partido. En suma, el partido fascista tiene una función más bien poli-
cíaca o militar que ideológica.
Los partidos únicos de los países en desarrollo rara vez están tan bien organizados como
los partidos comunistas. En el África negra, los partidos son muchas veces partidos de
150
masas, auténticamente, pero su reclutamiento aparece motivado mayormente por una
adhesión al dirigente o a la tribu, y la organización usualmente no es muy fuerte.
Algunos regímenes, sin embargo, han logrado desarrollar ampliamente el rol del parti-
do, como fue el caso de Atatürk en Turquía, por ejemplo.
A menudo se dice, en el mundo occidental, que, los partidos políticos están en decli-
nación; y, de hecho, ésta ha sido la opinión de ciertos círculos conservadores que, muy
influenciados por una latente hostilidad hacia los partidos, ven en éstos a una fuerza
que divide a la ciudadanía, atenta contra la unidad nacional y llama a la corrupción y la
demagogia. Incluso, algunas organizaciones políticas de derecha han rehusado llamar-
se “partidos” usando, en cambio, los términos de “movimiento”, “unión”, etc. Por otra
parte, no puede negarse que, hasta cierto punto, los grandes partidos europeos y
americanos parecen, hoy día, anticuados y esclerosados en comparación con los mis-
mos de hace unos 70 años.
Sin embargo, en términos de tamaño y número de ellos, los partidos políticos no sólo no
están decayendo, sino que están creciendo. Hoy día, se los encuentra prácticamente en
todo el mundo, más grandes, más fuertes y mejor organizados que a fines del siglo pasado.
La sensación de impotencia que sus miembros puedan sentir al interior de los grandes
o enormes partidos en un momento dado, plantea el mismo problema a toda persona
que hoy día pertenezca a cualquiera de las gigantescas organizaciones o instituciones
contemporáneas, sean éstas, partidos, empresas, asociaciones, etc. Las dificultades con
que se encuentran actualmente los Partidos Políticos pueden provocar frustración e
impaciencia; pero, de todos modos, es difícil imaginar cómo podría funcionar la demo-
cracia sin partidos en los países muy industrializados. En el mundo moderno, la demo-
cracia y los partidos políticos son sólo dos facetas de una misma realidad, el revés y el
derecho de la misma tela.
151
6. EL ROL DE LOS PARTIDOS
En la actualidad, el rol de los partidos resulta decisivo a todo nivel y en todo momento
trátese de los sistemas democráticos (como hemos visto ya) o de los sistemas autocrá-
ticos, y trátese del mundo occidental, del mundo socialista o del Tercer Mundo, etc.
En las autocracias:
En las democracias
Aquí los partidos juegan un conjunto sistemáticos de roles que, debidamente analiza-
dos, son aproximadamente los siguientes:
152
4. Rol dinámico o activador del proceso político; v. gr. interesando a las personas
en inscribirse en el Registro electoral.
5. Rol contralor o físcalizador, en el Parlamento, en la oposición, etc.
6. Rol comunicador o relacionador (v. gr. entre el Gobierno, la oposición y el país).
153
LAS FUERZAS POLÍTICAS1
I. TEORÍA GENERAL
1. TÉRMINO
2. CONCEPTO
Según Mario Justo López, Las fuerzas políticas son los protagonistas de la actividad
política, principalmente las fuerzas colectivas.
Según Humberto Nogueira, las fuerzas políticas son el poder político no-estatal.
1
Material de la cátedra del profesor don Ismael Bustos Conchas redactados y completados por la
alumna Carmen Gloria García.
La tipología se basa especialmente en Les régimes politiques occidentaux de J-L Quennonne (Edi-
tions du Seuil, París, 1986), quien es profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y Director de
Estudio y de Investigación, de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, y Miembro del Comité
Nacional de Evaluación de las Universidades, En esta obra, el Profesor Quermonne no menciona a
ninguna de las tres Fuerzas Políticas que nosotros caracterizamos aquí como especiales o sui generis:
Opinión pública, Burocracia y Fuerzas Armadas.
154
Según Ismael Bustos, las fuerzas políticas, en general, son los agentes del proceso
político; y en especial, los no estatales.
3. ANÁLISIS ESTRUCTURAL
1) Objeto y Sujeto
El objeto del proceso político es el poder y los agentes de este proceso, tratan de
hacerse del poder, o sólo de utilizarlo, para impulsar su programa, favorecer sus inte-
reses, o hacer su voluntad.
155
permanentes porque siempre están presentes en la sociedad democrática. Además, son
esenciales, porque sin ellos, no se daría la dialéctica propia de este proceso, es decir,
no habría lucha democrática por conquistar el poder.
4. TIPOLOGÍA
156
Los agentes potenciales son las personas o grupos; es decir, las personas individual-
mente o asociadas.
La personalización del poder es un fenómeno que puede ser tanto subjetivo como
objetivo.
b) Las personas agrupadas pueden llamarse grupos sociales, porque están dotados de
poder y autoridad social, solamente; pero pueden llegar a tener poder y autoridad política.
b.1. Fuerzas Estructurales
Clases
Etnias
Elites
b) Clientelas : Contrapoderes
Hombres de Estado
Notables
Líderes
157
Burocracia
Fuerzas Armadas
5. ANÁLISIS FUNCIONAL
El análisis funcional de David Easton que parte, como premisa fundamental, de que la
vida política puede ser considerada como un sistema de conducta. Por ende, el sistema
político será su principal unidad de análisis.
1) Campo o Contexto
Es el ambiente en que operan las fuerzas políticas que es la sociedad o comunidad
global.
2) Operación
La teoría Sistémica, presenta la vida polítca como un sistema reactivo o responsivo.
La operación de las fuerzas políticas se dirige contra los detentores del poder. Estos
pueden ser inmediatos o directos (como son los poderes públicos) y mediatos, o indi-
rectos (como lo son los Partidos Políticos). Mirando esto, el sistema opera sobre los
insumos (input) de modo que se convierten en productos (output), es decir, en deci-
siones autoritarias y su ejecución. Los productos retornan al ambiente, y también al
sistema mismo en forma de demandas o de apoyos.
3) Objetivos
El objetivo específico de las fuerzas políticas es la “agregación de intereses”, es decir,
beneficios de los detentadores del poder.
158
4) El Canal
La vía con que se logra la agregación de intereses consiste en introducirlos en el siste-
ma como insumos o inputs. Este proceso de demandas y apoyos que entran al meca-
nismo reciben el nombre técnio de “articulación de intereses”.
La capacidad de un sistema, para subsistir frente a una tensión de las muchas deman-
das y apoyos, es función de la presencia y naturaleza de la información, de las influen-
cias y de los que toman las decisiones, señaladas como productos. Es importante que
se interprete todo este mecanismo (aunque sea implícitamente) como un sistema de
conductas, en el sentido de interpretar los fenómenos políticos como constitutivos de
un sistema abierto que debe abordar los problemas que se generan en el ambiente, en
donde hay un flujo continuo de influencias y producto, desde el sistema político y
hacia este, a través de ellos. Al modificar estos ambientes, los productos políticos
infuyen en la próxima rueda de efectos que retornan del ambiente al sistema político.
Así se establece un círculo continuo de retroalimentación o feedback.
5) Procedimientos
Las fuerzas políticas usan procedimientos generales, que puede compartir cada fuerza
política; o especiales, que le competen sólo a una.
159
6) Técnicas
Los medios para recoger e interpretar datos no se pueden dar por supuestos. Son
inciertos y hay que examinarlos, perfeccionarlos y validarlos, de manera de contar con
instrumentos para observar, registrar y analizar la conducta. A continuación se pre-
sentan tres técnicas:
Las fuerzas políticas tratan de influir en la opinión pública, para que ésta haga suyos
los planteamientos y posiciones de aquéllas.
Son las técnicas capaces de llegar a una gran cantidad de personas en un mínimo de
tiempo (o más bien con simultaneidad) entre el momento que se emite y recibe el
mensaje entregado, científicamente administrado, incluso con íntima satisfacción del
receptor sin que éste se de cuenta de la influencia que recibe. Esto hace que sean
motivo de estudio permanente de especialistas, tales como médicos, siquíatras, soció-
logos, cientistas políticos, periodistas, etc.
160
II. LAS FUERZAS ESTRUCTURALES
1. TÉRMINO
El término “estructura” se vincula con el término “función”. Estos van juntos, pero en
realidad son distintos.
“Estructura” es un término con el que se designa la distribución y el orden de las
diversas partes de un todo orgánico. Por esta razón estructura se contrapone a co-
yuntura.
2. CONCEPTO
Son las fuerzas políticas latentes o potenciales En política, las fuerzas estructurales existen
en gran numero en la sociedad o comunidad, y son permanentes y connaturales.
3. TIPOLOGÍA
Clases
Etnias
Elites
4. LAS CLASES
Clase: Conjunto de personas que tienen en común una función dentro de la sociedad,
un género de vida, ideología y sobre una misma situación económica dentro del grupo
v.gr. la clase política.
161
– La Importancia de la toma de conciencia por parte de los integrantes de la
clase.
Modus Operandi: Los conceptos afines se ocupan en Ciencia Política dando lugar a
expresiones literarias, especialmente de carácter controversial y dialéctico. De igual
modo en la práctica, estos conceptos operan dentro de la Teoría general de las Fuerzas
Políticas.
5. LAS ETNIAS
Término
Concepto
Conjunto de personas que están unidas por un cierto número de caracteres de civiliza-
ción; ejemplo, comunidad de lengua, de cultura, etc.
Conceptos Afines
a) Concepto de Raza: Grupo étnico que se diferencia de otro por sus caracteres
físicos hereditarios.
El concepto antes expresado varía cuando se hace de un grupo étnico, una raza
proveniente del pasado, que tiene caracteres intelectuales, síquicos y afectivos,
además de caracteres físicos hereditarios. Esta segunda definición da origen al
Racismo, concepto que agrega el hecho de que distingue a las razas que se cre-
1
En Griego Koiné el término ETHNOS se traduce por tierra. Por ejemplo, en todos los pasajes del
Nuevo Testamento en que aparece este término se ha traducido siempre como “Tierra”.
162
en superiores o inferiores. Por esta razón, el concepto de etnia se define por ca-
racterísticas culturales.
Formas de Expresión
Comunidades raciales: Dentro de cada estado, nación o país, existen grupos raciales,
estos son de dos clases:
– Tipo Endógeno: Esto significa que están dentro de una nación desde siempre, que
se han desarrollado y permanecen insertos en un lugar determinado.
– Tipo Exógeno: Son aquellos grupos que han sido insertados dentro de una cultura
diferente.
Comunidades nacionales: Estas son más importantes que las anteriores, porque
aspiran a ciertos grados de independencia. El derecho político trata de solucionar este
problema de diversas formas, por ejemplo, a través del federalismo o del regionalismo.
6. LAS ELITES
Término
El término es una palabra francesa que significa “los elegidos”. Las elites, son fuerzas
coyunturales si se ubican abstractamente; pero, si se ubican en el mundo occidental,
son fuerzas estructurales que forman parte de la sociedad política. Claros ejemplos de
esto se dan en la sociedad capitalista.
163
Concepto
– Concepto vulgar: Minoría selecta; personas que por su valía ocupan el primer
rango.
– Concepto político: Este concepto es similar al anterior; pero, si se ubica dentro de
las fuerzas políticas, significa: clases de personas que están ocupando cierta posición,
que las hace verse como “escogidas” para gobernar, o llamadas a ello.
Concepto Afines
Tipología
El Complejo industrial – militar: Este tipo recibió una mención especial, en el año
1961, del general Dwigth Eisenhower, que en su discurso dijo que dejaba con preocu-
pación la presidencia de Estados Unidos porque se estaba creando una elite especial
integrada por la Empresa y el pentágono.
164
Los “Ulemas”. Grupo de mahometanos doctores de la ley, que influyen sobre los
gobernantes islámicos; por su conocimiento del Corán, que es tomado como Constitu-
ción en estos países. v.gr. Irán.
En la práctica, una elite, puede influir en la formación de un partido que puede con-
vertirse en clase dirigente.
En el caso de una elite intelectual, ésta no quiere hacerse del poder ni convertirse en
partido político, sino que desea influir a los gobernantes. Este es el caso, por ejemplo,
de grupos académicos que ayudan a la clase dirigente.
165
III. LAS FUERZAS COYUNTURALES
1. TÉRMINO
Las fuerzas políticas coyunturales son diferentes a las fuerzas Políticas estructurales.
Las estructurales siempre están presentes en una sociedad; en cambio, las coyunturales
aparecen según la ocasión.
2. CONCEPTO DE COYUNTURA
3. TIPOLOGÍA
a) GRUPOS DE PRESIÓN
Concepto: Según Juan Meynard “Son grupos de personas que, impulsadas por un
interés común, plantean reivindicaciones. manifiestan pretensiones o asumen
posiciones que afectan a otros sectores de la sociedad, de manera directa o indi-
recta”.
166
Características:
– Son fuerzas sociales no políticas.
– Son grupos de interés: cada uno de los grupos se forma en torno a un interés común
para promoverlo.
– Son susceptibles de convertirse en fuerzas políticas: Son grupos de interés que
pueden transformarse en grupos de presión.
Tipología
Futuros Partidos: Son aquellos grupos que se forman en tomo a un interés social,
que más tarde, por su fuerza y trascendencia, se convierten en partidos políticos. Este
es el caso de los sindicatos británicos de 1918.
Las Sociedades Secretas v Los Clubes Políticos: Este tipo se parece más a las anti-
guas Ligas que a los partidos modernos. Estas ligas podían ser de diferentes formas,
creando grupos de presión típicos y característicos, ya sean religiosos, económicos,
sociales, etc.
Los Contra-Poderes: Según Mabileau, es “todo actor o grupo de actores que
dominan un campo determinado y entran en competición con el poder guber-
namental en la determinación de una política”. Los contra-poderes se presentan
como auténticos representantes del bien común, diciendo que sus políticas son legíti-
mas. Los contra-poderes nacen de situaciones coyunturales, porque el Estado ha
perdido su autonomía. Se presenta en el caso del neoliberalismo (que es una doctrina
que debilita al estado de tipo socialista) y de la tecnocracia (ideología que debilita la
autoridad que el Estado se ha adscrito a sí mismo).
167
b) LAS CLIENTELAS
Término
El término “clientelas”, fue utilizado originariamente por los romanos, para designar al
conjunto de “clientes” o personas adscritas a una “gens” o a otra persona en determi-
nadas circunstancias y condiciones.
Concepto
Este concepto se ha tomado por analogía a la clientela romana. Hoy, según el Diccio-
nario de la Real Academia, clientela es “el conjunto de personas bajo el patrocinio
o amparo de los poderosos”. Los poderosos, en nuestra disciplina, corresponden a
los líderes o dirigentes políticos que, por su influencia, carisma, o cualquier otra causa,
vinculan, a su carrera política, a cierto número de personas. Agrupadas, constituyen
una clientela política en donde cada uno de sus integrantes está en relación con su
patrono político, en razón de ser un líder y de ahí también que su duración sea inde-
terminada.
Tipología
Líder: El término denota dirección o jefatura; este es el sentido general que le dan los
ingleses; en tanto que en especial, lo aplican al Primer Ministro, jefe del Partido Go-
bernante. El leadership, en Ciencia Política, se refiere a don de mando en el plano
político. Este término se vincula a ciertas capacidades del líder, que se resumen en la
capacidad para inspirar confianza y provocar obediencia. En resumen, el líder logra
una obediencia ilimitada en forma rápida y fácil. El liderazgo político está vinculado
168
con la ley de hierro de las oligarquías, porque mientras más numeroso sea el grupo,
más difícil será que se gobierne colectivamente.
Un caso típico de leadership fue el de Adolf Hitler, razón por la cual el Presidente
Hindenburg lo nombra canciller de Alemania, tras circunstancias coyunturales.
169
IV. LAS FUERZAS “SUI GENERIS”
1. TERMINO
El término “sui generis” connota, en latín, la idea de “su propio género”, y designa a
las fuerzas política que no se pueden calificar ni como estructurales ni como coyuntu-
rales, propiamente tales.
2. CONCEPTO
Las fuerzas políticas “sui generis” no constituye especies dentro de un género, sino
que tienen característica exclusivas. Son fuerzas políticas peculiares; es decir, cada una
de ellas constituye todo un género, debiendo estudiarse separadamente.
3. TIPOLOGÍA
4. LA OPINIÓN PÚBLICA
Término
Concepto
Según los expertos, la opinión pública es una manera de ver, sentir o reaccionar de una
comunidad o sociedad determinada, respecto de cuestiones que le interesan, especial-
mente si las considera vitales.
170
Elementos del concepto
Condiciones de Existencia
Naturaleza
171
inconsciente, y en tercer lugar, un dato lo pueden distorsionar los intereses eco-
nómicos.
Análisis Crítico
Por todo lo anterior, es más que dudoso que la opinión pública constituya realmente
una fuerza política; pues más parece ser un canal o medio de expresión de las fuerzas
políticas (partidistas, financieras. religiosas, etc.).
2
Quien es también uno de los creadores del Neo-liberalismo.
172
5. LA BUROCRACIA
En síntesis, el Estado moderno, como toda institución, debe tener una administración
adecuada y, además fuerzas armadas para el resguardo de la soberanía externa; aun-
que, en ciertos momentos, el sistema burocrático y las fuerzas armadas pueden trans-
formarse en Fuerzas políticas bajo determinadas circunstancias y aspectos.
173
Según Max Weber, la Burocracia moderna, es la mejor manera que tiene el Estado
para ejercer su poder sin competidor, y esto porque la burocracia es una forma super
racional de administrar el Estado, ya que existe una jerarquización de cargos cuya
cabeza es el Jefe de Gobierno. Por esta razón, se ejerce una dominación sobre los
destinatarios del poder, sin que estos puedan hacer algo o influir en algún aspecto,
porque los funcionarios son los defensores del Estado estableciendo así un castillo
inexpugnable o “der Schloss” según los alemanes.
Sin la Burocracia el Estado no puede hacer nada, porque el Estado es una persona
jurídica, que necesita de personas naturales que ejecuten las decisiones políticas, por lo
tanto, las burocracias son medios al servicio del Estado, para realizar fines.
La Burocracia puede actuar como fuerza política de dos maneras: En primer lugar, la
burocracia permanentemente es una fuerza política de hecho, como servidora de
una política que debe llevarse a la practica. Se dice que es una fuerza política cons-
tante por el mero hecho que, sin funcionarios públicos, no se puede ejecutar una deci-
sión, tomando así especial importancia la eficiencia con que se sirven las políticas
asignadas. En segundo lugar, la burocracia, como grupo de presión, puede actuar
como cualquier otro, pudiendo articular su demanda al sistema político, empleando
todas las armas, incluso las ilícitas, hasta recibir tina respuesta satisfactoria.
174
La burocracia se perfila como poder en casos límites de dos maneras. Primero, cuando
un mandatario termina un gobierno y lo sucede otro (la continuidad del Estado sigue
gracias a los servicios públicos), y segundo, cuando el gobierno es depuesto por un
golpe o una revolución, la misma burocracia sigue funcionando.
El crecimiento de la burocracia en los íntimos años no ha sido significativo debido a su
reemplazo por computadoras y sus manipuladores. Estos funcionarios son técnicos y
como poseen el know how, pueden llegar a paralizar ciertas decisiones estatales.
Las funciones de las Fuerzas Armadas son varias y de diversas índoles, resumiéndose
en:
Características
b) Por su organización, las Fuerzas Armadas constituyen una burocracia, con su line,
staff, etc.
175
c) Jerarquía estricta, vinculada a una férrea disciplina que exige completa obedien-
cia al mando.
f) En el análisis de las Fuerzas Armadas se deben tener presentes los diversos grados
de desarrollo político (alto, bajo o mínimo) de los diversos países.
d) En los países del Tercer Mundo, donde existe subdesarrollo económico, este se
traduce en inestabilidad social y ésta en inestabilidad política (alternándose gobiernos
civiles y militares, por ejemplo).
e) El vacío de poder, en que alguien tiene el derecho de mandar pero nadie quiere
obedecer; es decir, hay –de derecho– detentadores (autoridad) pero –de hecho– no
hay destinatarios del poder.
2° La noción de fuerza política se aplica a las Fuerzas Armadas enrelación del grado o
nivel de intervención.
176
a) La influencia de las Fuerzas Armadas como grupo de interés, que se mani-
fiesta constantemente en el gobierno civil, porque se supone que este no entien-
de en problemas técnicos de carácter militar.
b) Como grupo de presión, las Fuerzas Armadas pueden ejercer gran influencia;
por ejemplo, a través de amenazas de dimisión, renuncias, etc., en definitiva ac-
tos para impresionar.
177
1) La Seguridad Nacional, de la que dice (entre otras cosas) que es necesaria
a toda organización política y que debe ser garantizada por los militares.
2) La doctrina de la Seguridad Nacional, de la que dice (entre otras cosas)
que es más una ideología que una doctrina y que, “entendida como ideolo-
gía absoluta, no se armonizaría con una visión cristiana del hombre”, por
las razones que indica (Documentos de Puebla, párrafo 549).
178
SISTEMAS Y REGÍMENES POLÍTICOS
I. PARTE GENERAL*
1. INTRODUCCIÓN
El Derecho político se puede estudiar ya sea analizándolo en sus diversos elementos, (v. gr.
Teorías de la Sociedad, de las fuerzas políticas, del Estado, etc.), ya sea sintetizándolo en
los sistemas y/o regímenes políticos. Este último es posible porque ellos incluyen, dentro de
sí, a la sociedad, a las fuerzas políticas, al Estado, etc. De modo que, pedagógicamente,
importa estudiar el Derecho político desde ambos puntos de vista simultáneamente.
2. EL PODER
3. EL PODER Y EL ESTADO
*
Material de la Cátedra del profesor Ismael Bustos Concha, basado en el análisis de Karl Loewens-
tein en su obra “TEORÍA DE LA CONSTITUCIÓN” , redactado y completado por el Ayudante de la
Coordinación de Derecho Político de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile Felipe Undu-
rraga, en el año 1979.
179
2° Cómo se va a ejercer el poder.
3° Cómo será controlado el ejercicio del poder por los mismos que lo ejercen. Esta
última es la cuestión más importante.
Allí donde el poder político no está controlado, los detentadores del mismo abusan del
poder. Ello explica que, ya Aristóteles (en el siglo IV A.C.), haya clasificado los go-
biernos en formas “puras” y “degeneradas”, y que Lord Acton haya escrito su célebre
apotegma, “Power tends to corrupt, absolute power tends to currupt absolutly. De
aquí que el problema del control del poder resume toda la problemática política, tanto
en el ámbito práctico como a escala teórico. Cómo armonizar autoridad y libertad es,
así, el eterno problema del hombre en sociedad.
5. NOTAS PRELIMINARES
180
el TELOS o espíritu del dinamismo político en una determinada sociedad estatal
(TELOS = fin, como propósito).
5. Relación entre las ideologías y las instituciones Son raras las instituciones con
una finalidad estrictamente utilitaria, pocas son neutrales frente a los valores ideológi-
cos de la organización política concreta, la mayor parte de las instituciones están
imbuidas por el TELOS de una determinada ideología. Esta íntima correspondencia
entre instituciones e ideologías es la explicación del hecho de que instituciones desa-
rrollada en un especifico ambiente ideológico, para cuyo servicio fueron creadas,
pierden su identidad funcional cuando son transplantadas mecánicamente a un sistema
político con diferente ideología.
181
III. CLASIFICACIÓN DE LOS ESTADOS POR SUS SISTEMAS POLÍTICOS
Y POR SUS TIPOS DE GOBIERNO
a) Democracia directa
b) Gobierno de asamblea
c) Gobierno parlamentario
d) Gobierno de gabinete
e) Gobierno presidencialista
f) Gobierno directorial
a) Régimen totalitario
b) Régimen autoritario
182
3. PAPEL DE ESTA TIPOLOGÍA
4. FUNDAMENTO DE LA CLASIFICACIÓN
Loewenstein toma como base para dicha clasificación la distribución y/o concentra-
ción del ejercicio del poder. El criterio a seguir radica en la manera y forma de ser
ejercido y controlado el poder político en la sociedad estatal No obstante clasificar los
sistemas políticos –siguiendo este criterio– en autocracias y democracias. Constitucio-
nales, existen tipos con rasgos institucionales tomados de ambos sistemas en la practi-
ca se dan conformaciones intermedias o híbridas, ello se explica dado que la evolución
política no es un proceso mecánico.
183
b) En las autocracias: la orden o mandato y la obediencia: la orden emitida por el único
detentador del poder y la obediencia prestada tanto por parte de los destinatarios del poder
como por parte de todas los órganos subordinados que han sido creados por el único
detentador del poder en razón de la división del trabajo y de la ejecución de sus ordenes.
6. LA “SEPARACIÓN” DE PODERES
Cualquiera que haya sido el origen de la técnica de la representación, fue en todo caso
la condición previa e Indispensable para distribuir el poder político entre diferentes
detentadores del poder.
184
político. Este se da más acusado en las autocracias, aunque no por ello se deje de
darse en las democracias constitucionales.
185
Desde un punto de vista técnico, el primer medio para la realización de la decisión
política, es la legislación. Hoy día, la decisión política fundamental se toma al nivel de
legislación, esa es la regla general.
4. b) En el sistema autocrático el único detentador del poder monopoliza la función
de tomar la decisión política, aún cuando ordenase la aprobación por el parlamento o
la ratificación por medio de un referéndum.
d) El control político
1. El mecanismo mas eficaz para el control del poder político consiste en la atribu-
ción de diferentes funciones estatales a diferentes detentadores del poder u órganos
estatales, que si bien ejercen dicha función con plena autonomía y propia responsabili-
dad están obligados a cooperar para que sea posible una voluntad estatal válida. La
distribución del poder entre diversos detentadores significa para cada uno de ellos una
limitación y un control a través de los “checks and balances”, (frenos y contrapesos)
o como dijo Montesquieu “le pouvoir arréte le pouvoir” (el poder frena el poder).
186
2. Esta función constituye el núcleo de esta división tripartita, porque de no existir
no se podría determinar el alcance de la decisión. El va a decir la ultima palabra sobre
la naturaleza de la decisión y su ejecución.
3. Como se ejerce esta función se distribuye entre todos los detentadores del poder,
gobierno, parlamento y electorado. La función contralora se puede distribuir, en el
hecho siempre ha sido así, o al menos se ha tenido la idea de distribuirlo.
4. Distribución del poder político y control del poder político no deben confundirse, ya
que se diferencian. La distribución del poder implica control recíproco del poder, pero
existen unas técnicas del control autónomas, medios de control autónomo reservados a un
determinado detentador del poder, que los ejerce independientemente de la acción de
otros. De la primera especie (control recíproco) son la división de la función legislativa
entre las 2 cámaras en el sistema bicameral. la cooperación entre los dos detentadores del
poder al legislar la exigencia de una confirmación del senado para un nombramiento hecho
por el presidente americano, etc. De la segunda especie tenemos el voto de no confianza
del parlamento al gobierno, el derecho del gobierno a disolver el parlamento, el veto del
presidente americano a una ley del Congreso o del parlamento, etc.
187
6. El control político en el constitucionalismo
El constitucionalismo no es solamente un gobierno con una base de Estado de dere-
cho, sino que significa un gobierno responsable. Un gobierno se puede considerar
como responsable cuando el ejercicio del poder político está distribuido y controlado
entre diversos detentadores del poder. Las técnicas del control en su totalidad están
ancladas en la constitución. La supremacía de la constitución es el remate de un siste-
ma integral de controles políticos.
188
3. Cuando son muchos aquellos en que reside el poder de la última decisión, la llama
POLITEIA, y a veces usa la palabra DEMOKRATIA.
b) Gobiernos que no persiguen el bien común: el poder reside en sí mismo, por así
decirlo.
2. Cuando son varios los que gobiernan, pero con otro fin diverso al bien común,
(como es el bien propio particular de aquellos que detentan el poder) lo llama
OLIGARQUIA.
3. Cuando son muchos los que gobiernan pero cuyo “TELOS” no es el bien común,
usa Aristóteles, entre otros términos, DEMOKRATIA; pero el inconveniente de este
término era que tenía un uso muy popular, por lo que Aristóteles prefirió usar la pala-
bra OJLOKRATIA. (“OJLO” en griego significa populacho, pueblo en sentido peyo-
rativo). Otros autores utilizan la palabra DEMAGOGIA.
El Bien Común se puede considerar como una constante o como una variable, es,
decir, como una magnitud fijada de antemano, o como magnitud no fija, variable, que
hay que determinar en su oportunidad
A) Bien común como magnitud fija, a priori, que se supone conocida sólo por el
autócrata si se acepta esta doctrina, consecuentemente, no se querrá realizar ningún
proceso pluralista de formación del consentimiento.
B) Bien común como magnitud variable, a determinar dicha concepción se da en el
caso de la organización pluralista de la formación de la voluntad política, el bien co-
mún no es ninguna magnitud fija que se da de una vez para siempre, sino que es sólo
descubierta escalonadamente por medio del proceso político y social de integración en
la formación de la voluntad política y que se decide cada vez de nuevo. Ernst Fraenkel
habla en relación con esto de un “bien común empírico”, opuesto al filosófico o teoló-
gico. El pluralismo es característico del Constitucionalismo Democrático moderno. A
nosotros nos interesa particularmente este bien común, variable, sin perjuicio de que el
189
bien común como constante se encuentre en diversos regímenes políticos autocráticos
(T. STAMMEN, “Sistemas políticos actuales”).
Para Loewenstein el sistema político siempre dice relación con una ideología, con el
telos. El régimen de gobierno o régimen político, por su parte se refiere a un tipo
concreto de institución por medio del cual se logra el telos. Un mismo telos puede
originar vanos tipos de gobierno, así en las democracias constitucionales, cualquiera
que sea el tipo o régimen de gobierno, el telos es la libertad. La situación de la insti-
tución es variable, depende del sistema político.
190
c) Estos diversos detentadores del poder actúan bajo la observancia de determina-
dos procedimientos preceptuados por la constitución.
4. CONSTITUCIÓN
5. CONSTITUCIONALISMO-CONCEPTO EQUÍVOCO
191
7. INFRAESTRUCTURA IDEOLÓGICA
El estudioso (analista en estas materias) puede constatar que ha resultado ser ley
natural del Estado constitucional que el centro de gravitación política oscile constan-
temente, de tal manera que una vez la hegemonía yace en la asamblea legislativa, y
otras veces el liderazgo político lo ostenta el gobierno. Se constatan dos circunstancias
empíricas en tiempos de normalidad tiende a prevalecer el parlamentarismo, y en
tiempos de crisis o criticas tiende a prevalecer el gobierno.
Desde el final del siglo XIX y hasta la víspera de la guerra mundial el mundo ha estado
en una crisis ininterrumpida, con el consiguiente fortalecimiento de los gobiernos en
desmedro de los parlamentos.
192
11. RELACIÓN ENTRE DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL Y PARTIDO
POLÍTICO
Se puede definir al partido político como una asociación de personas con las mismas
concepciones ideológicas que se propone participar en el poder político o conquistarlo
y que para la realización de este objetivo posee una organización permanente.
b) Existe una conexión causal histórica entre los partidos políticos y la integración de
la masa electoral en el proceso del poder, por medio de la ampliación del sufragio. En
la medida que las masas se fueron integrando en el proceso del poder nacieron los
partidos políticos.
193
2) Constituciones Nominales: son más bien programáticas. Hay una serie de
disposiciones que se cumplen, tarde mal o nunca. No son constituciones
reales u operantes, tienen más bien un valor pedagógico, constituyen el traje
que queda grande, por así decirlo.
Ahora bien, las autocracias, según Loewenstein acostumbran hoy tener constituciones,
que son de acusado carácter semántico la autocracia encubre su estructura autocrática
detrás de unas pretendidas instituciones y técnicas constitucionales.
1) La Democracia Directa.
Es el modelo de gobierno en el cual el pueblo o electorado, se reúne en asamblea o en
comités para llevar a cabo la función de tomar la decisión política, y de control políti-
co, como también participar en la ejecución de la decisión tomada (de naturaleza
judicial).
2) El Gobierno de Asamblea
Se caracteriza porque el parlamento como representante del pueblo es el supremo
detentador del poder, sin ningún otro poder que se le contraponga. Ejemplo histórico
lo tenemos en la revolución francesa (la Convención).
3) El Gobierno Parlamentario
Se trata de un gobierno de integración, es decir, de integración del gobierno en el
parlamento. Fundamentalmente, gobierno parlamentario es el intento de establecer
194
entre los dos independientes y separados detentadores del poder (asamblea y gobier-
no) un tal equilibrio que ninguno pueda ganar ascendencia sobre el otro, ambos com-
parten las funciones de determinar la decisión política y de ejecutarla por medio de la
legislación, como también la del control político. En la práctica el equilibrio ideal no se
da, siempre hay un liderazgo de un Poder.
4) Gobierno de Gabinete
Es una variante del parlamentarismo que se caracteriza por la superioridad del gobier-
no por sobre el parlamento. Ejemplo lo tenemos en el Reino Unido.
5) El Presidencialismo
Se caracteriza por existir una separación entre parlamento y gobierno; ambos son
detentadores del poder y están obligados a cooperar (por coordinación; a diferencia
del gobierno parlamentario que es de integración).
6) El Gobierno Directorial
Presenta muchas particularidades que no se pueden resumir en una sola frase. Desde
ya podemos decir que se caracteriza por la colegialidad (hay un conjunto de detenta-
dores del poder), el poder ejecutivo está desempeñado por un directorio que recibe las
instrucciones que le dan sus mandantes (cámaras federativas); el directorio es elegido
por un parlamento; el parlamento es elegido por sufragio universal, etc. El ejemplo
más genuino es el Gobierno de Suiza. (Confederación Helvética).
195
VI. LOS TIPOS DE GOBIERNOS EN LAS AUTOCRACIAS
La clave técnica para entrar en esta clasificación consiste en la distinción entre distri-
bución y concentración del poder; distribución es lo contrario a concentración. Donde
hay concentración del poder estamos frente a sistemas políticos autocráticos. Esta
distinción es sencilla, tiene base científica y es compartida por muchos autores.
2. CARACTERÍSTICA DE LA AUTOCRACIA
Lo esencial ya está dicho en el párrafo anterior: sus tipos de gobierno se caracterizan por la
concentración del poder y por la ausencia de la distribución del poder. Todo el poder está
concentrado en las mismas manos y libre de toda limitación constitucional; esto plantea un
problema técnico: qué es lo que se entiende por limitación constitucional.
4. EL RÉGIMEN AUTORITARIO
II. Características:
a) Existe un único detentador del poder, que puede ser una persona, una asamblea,
un comité, una junta o un partido.
b) Existe imposibilidad, para los destinatarios del poder de participar en la formación
de la voluntad estatal. Este concepto hay que entenderlo en forma empírica, realista, es
una situación de hecho.
c) Existencia de una ideología, que se limita en el mayor número de los casos a de-
fender y justificar la configuración del poder existente como estructura determinada
196
por la tradición, o como la mas apropiada para el bien de la comunidad. Puede estar o
no formulada, vale decir, puede encontrarse explícita o implícita.
III. Importancia:
Históricamente, la forma autocrática de gobierno es un tipo muy importante de la
organización política: la historia política del mundo está llena de regímenes autorita-
rios. A modo de ejemplo tenemos el Reich de Bismarck; régimen fundamentalmente
autoritario aunque camuflado bajo una fachada de instituciones y técnicas democráti-
cas.
5. EL RÉGIMEN TOTALITARIO
II. Características:
a) Para Loewenstein, tiene una característica soberana cual es la voluntad de mode-
lar la vida en su totalidad de acuerdo a la ideología dominante. Esta vida modela-
da en su totalidad es la que hace del sistema autoritario un régimen totalitario y es
el telos que lo inspira. En el régimen autoritario la ideología esta destinada a justi-
ficar el poder; aquí está destinada a modelar la vida en su totalidad.
b) La ideología aludida es única, la cual está destinada a imponerse, a los destinata-
rios del poder.
c) Como el estado totalitario sólo puede operar por medio de la orden y de la obediencia,
se vale, para imponer la conformidad con la ideología, del aparato policial y del parti-
do único. Esto último tipifica al moderno Estado totalitario. Hubo Estados totalitarios
en el pasado, pero esto del partido único no se les puede aplicar.
d) No se permite la circulación de ideologías ni la competencia de una de éstas con la
ideología oficial; existe exclusividad tiránica de la ideología oficial del Estado.
197
ANEXOS PARA EL ESTUDIO
Y LECTURA COMPLEMENTARIA
PROGRAMA DEL CURSO
El derecho político:
a) Sistema de normas y
b) Ciencia acerca de dicho sistema de normas
c) Relación con otros sistemas normativos y con otras Ciencias
6. El poder
a) Concepto
b) El poder político
c) El poder público o Estatal
d) Las Fuerzas políticas.
l) Los partidos políticos
2) Los grupos de presión. Los “lobbies”, la Burocracia y las Fuerzas Armadas.
3) La opinión pública ( los “Mass media”)
201
8. Los regímenes políticos
a) Sistema político y régimen político
b) Ideología e instituciones
c) Autocracias y democracias
d) Regímenes autocráticos: Totalitarismo y autoritarismo.
e) Regímenes democráticos
202
2. EL ESTADO
a) Término
b) Concepto
c) Enfoques:
1) Jurídico (Kelsen)
2) Político (Duguit)
3) Institucional (Burdeau)
4) Instrumental (Maritain)
5) Sociológico (Weber)
6) Histórico. El Estado moderno
e) Elementos:
l) Humano: Población y Pueblo. Nacionalidad y Ciudadanía.
2) Geográfico: El territorio terrestre, marítimo y aéreo.
La Geopolítica.
3) Político: El poder estatal. La soberanía.
4) Jurídico: Autoridad y Poder. Estado y Derecho.
5) Teleológico: Fin o fines del Estado:
a) Inmanentes o inmediatos.
b) Trascendentes o últimos: Bien Común o Interés Público.
c) Rol de las doctrinas e ideologías
f) Formas de Estados:
l) Estado simple y Estado compuesto
2) Estado Unitario. Descentralización y desconcentración.
3) Estado Federal. Los Estados Unidos.
4) Estado Regional. La Región, el Regionalismo y la Regionalización.
g) Agrupaciones:
l) La Comunidad global internacional
2) Las uniones históricas (reales y personales) de Estados
3) Las Confederaciones de Estados.
4) Las Sociedades internacionales: O.E.A., O.N.U., U.E. (ex C.E.E.),C.B.
(ex Imperio Británico), C.E.I. (ex U.R.S.S.)
5) Los Tratados y Tribunales Internacionales referentes a los derechos huma-
nos. El Pacto de S. José de Costa Rica.
203
4.- EL GOBIERNO
a) Término
b) Concepto
c) Tipología:
l. Jurídica: Gobierno de derecho y de facto.
2. Política: Democracia directa, semidirecta y representativa.
d) Funciones:
l) Clásicas:
a) Legislativo
b) Ejecutivo
c) Judicial (Jurisdiccional)
2) Contralora: (Autónoma e Interórganos)
e) Los Gobernantes:
l) Concepto
2) Titular y agentes del Poder
3) Generación:
a) Democrática. Los Sistemas Electorales.
b) No democrática: Revoluciones, Golpes de Estado, pronuncia-
miento, “Putsch”.
4) El mandato político:
Imperativo (Rousseau), Representativo (Sieyes)
a) El ejercicio del Poder.
b) Las limitaciones de los gobernantes.
c) La responsabilidad de los gobernantes:
l. Política
2. Otras: Administrativa, penal y civil.
204
EL PODER
Análisis de G. Burdeau 1
I. QUE ES EL PODER
186. DEFINICIÓN: El Poder es una fuerza al servicio de uno idea, una fuerza capaz
de imponer determinados comportamientos a los miembros de un grupo. No es tanto
una fuerza exterior cuanto la potencia misma de dicha idea.
1
G Burdeau, Método de Ia Ciencia Política, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1964.
2
Los números corresponden a los párrafos de la obra citada.
205
un bien colectivo. Sobre esto último se construye la política y el Poder que asume su
responsabilidad, se convierte en el Poder político.
198. PODER Y DERECHO. Pero queda por definir cuales son los reglas sociales.
Esta definición la efectúa el Poder, al imponer el sello jurídico, esencialmente por
medio de la sanción a las reglas necesarias. Todo derecho es el instrumento de una
política.
207. El jefe es el prototipo del fenómeno político. El jefe no es lo que es sino en razón
de lo que representa.
206
217. Toda la historia esta colmada de este quehacer en pos de una autoridad que no
tendría que comprobarse a cada momento. El mando no significa nada si no constituye
el ejercicio del derecho de mandar. El derecho de mandar llega a procurar, por si
mismo, los medios de ser obedecido.
218. El servicio del orden social, criterio del derecho de mandar. (El Jefe, instrumento
de la representación dominante del orden social deseable).
233. Las aptitudes que califican a alguien para ejercer la función del mando exigen que
sean puestas a prueba y que se vean verificadas. Pero esta prueba debió sustituirse por
una suerte de presunción de aptitud: tal es el origen de la noción de legitimidad. Es
una calificación, para que el ejercicio de la función política no dependa exclusivamente
de los contingencias. Un título que implica el reconocimiento de las cualidades reque-
207
ridas para mandar viene a agregarse al hecho en bruto que es el ejercicio de la autori-
dad.
242. No hay ningún sistema político que no trate de legitimar la obediencia. Poco
importan los argumentos que se utilizan para esta explicación. Lo esencial es que se
evita fundar la relación política sobre la diferenciación entre débiles y fuertes. Poco
importa igualmente la autenticidad de la legitimidad que se invoca, lo verdaderamente
importante es que nunca ha dejado de parecer necesaria. La ciencia política debe tener
en cuenta este hecho. Debe considerar dichas explicaciones no como agregados teóri-
cos sino como elementos intrínsecos de la relación Política: ésta no se agota en el
hecho “mandamiento-obediencia” sino que incluye su justificación. Es decir, no se
puede explicar integralmente la disciplina de los comportamientos individuales por la
causalidad mecánica de una fuerza que se impone.
253. Todas las formas del Poder individualizado tienen un rasgo común: quien
ejerce el Poder sólo debe su superioridad a cualidades individuales. Poco importa que
su titulo haya sido reconocido por el grupo. El Poder se confunde con quien lo ejerce.
208
siado endeble para hacerse cargo de su destino. Sólo una idea puede hacer eco a una
idea: al grupo permanente corresponde un Poder que dura.
257. Junto a estos efectos que sobre todo se advierten en el plano espiritual, el Poder
individualizado presenta otros. En especial no se da ninguna solución al problema de la
legitimidad. Se sabe quien manda pero no quien tiene el derecho de mandar. La misma
forma en que se afirma ese derecho prueba su incertidumbre. Esta situación es lamen-
table tanto para los jefes como para los gobernados.
259. Es que el Poder no reside absolutamente en el jefe. Hay que encontrarle, pues,
un titular que pueda salvaguardar su necesaria objetividad. Este titular es el Estado.
El Poder se divide entonces entre un titular, que es el Estado y sus agentes, que son
los gobernantes. El Estado es el Poder institucionalizado. El Estado restablece la
concordancia entre el derecho y el Poder. El Estado saca al Poder de su calidad de
energía virtual contenido en una idea, mediante la intervención del gobernante que, al
ejercer el Poder, hace actuar la inteligencia, la voluntad y la tenacidad humanas.
264. La formación del Estado trae una modificación esencial del fenómeno político:
los jefes se convierten en gobernantes y el estatuto que establece sus títulos para
gobernar no es otro que la constitución del Estado. Esta transformación de la situación
tiene por efecto incluir en el ámbito del análisis jurídico una gran parte de los proble-
mas del poder. La relación política está oficializada por la constitución en la medida en
que defina el fundamento del Poder y los gobernantes obedecen a normas jurídicas. En
209
suma, el derecho constitucional estudia, en el Estado, las normas dentro de las cuales
hay vida política.
210
EL ANÁLISIS SISTÉMICO DE DAVID EASTON
(“A framework for political analyses”)
Síntesis
1°) Si la idea de sistema se emplea con el rigor a que da lugar y con todas sus aplica-
ciones inherentes comunes, proporciona consecuencias para toda una pauta de análisis.
3°) Lo que vuelve útil y necesaria la identificación de los ambientes es otro presu-
puesto: el de que la vida política forma un sistema abierto.
4°) El hecho de que algunos sistemas sobrevivan, cualesquiera sean los golpes recibi-
dos de sus ambientes, nos advierte que necesitan poseer la capacidad de responder a
las perturbaciones y, en consecuencia de adaptarse a las circunstancias en que se
hallan.
En verdad, los sistemas políticos acumulan gran cantidad de mecanismos mediante los
cuales pueden tratar de enfrentarse con sus ambientes. Gracias a ellos son capaces de
regular su propia conducta, transformar su estructura interna y hasta llegar a remo-
delar sus metas fundamentales. No obstante, rara vez se incluye esta posibilidad
como componente central en una estructura teórica; y nunca se han expuesto ni explo-
rado sus consecuencias para la conducta interna de los sistemas políticos.
211
2. EL ANÁLISIS DEL EQUILIBRIO Y SUS DEFICIENCIAS
Uno de los principales defectos de la única forma de indagación latente pero prevale-
ciente en la investigación política –el análisis del equilibrio– es que prescinde de esas
capacidades variables de los sistemas para hacer frente a influencias ambientales.
Nosotros juzgamos más útil idear un enfoque que reconociera que los miembros de un
sistema pueden desear a veces destruir, mediante acciones positivas, un equilibrio
anterior e incluso alcanzar algún nuevo punto de desequilibrio continuo. Es lo que
suele ocurrir cuando las autoridades tratan de mantenerse en el poder fomentando
tumultos internos o peligros externos.
Por otra parte, con respecto a estas metas variables, es característica primordial de
todos los sistemas su capacidad de adoptar una amplia gama de acciones positivas,
constructivas e innovadoras para desviar o absorber cualquier fuerza de desplaza-
miento del equilibrio.
Como sostuve en The Political System, puede denominarse sistema político a aque-
llas interacciones por medio de las cuales se asignan autoritativamente, coercitiva-
mente o coactivamente (ej. Poder {político}), imperativamente, obligatoria, vinculan-
te; valores en una sociedad; esto es, lo que distingue de otros sistemas de su medio.
Dicho ambiente mismo puede dividirse en dos partes: la intrasocietal y la extrasocie-
tal. La primera consta de todos aquellos sistemas que pertenecerán a la misma socie-
dad que el sistema político pero que no son sistemas políticos. Los sistemas intraso-
ciales comprenden series de conducta, actitudes e ideas tales como la economía, la
212
cultura, la estructura social y las personalidades individuales; son segmentos funcio-
nales de las sociedad, uno de cuyos componentes es el propio sistema político.
La segunda parte del ambiente, la extrasocietal, comprende todos los sistemas que
están fuera de la sociedad dada. Son componentes funcionales de una sociedad inter-
nacional, supersistema del que forma parte toda sociedad individual.
Tomadas conjuntamente, estas dos clases de sistemas –los intrasocietales y los extra-
societales– que nosotros entendemos ajenos al tema político, comprenden el ambiente
total, sistemas paramétricos, de éste último, las influencias que en ellos se originan son
una posible fuente de tensión. No todas las perturbaciones crean necesariamente ten-
sión: hay algunas favorables a la persistencia del sistema y otras por completo neutra-
les en esa materia. Pero en muchos casos, es previsible que contribuyan a aumentar la
tensión.
¿Cuándo podemos decir que existe tensión? Esta pregunta nos envuelve en una idea
bastante compleja, que comprende varias nociones subsidiarias. Todos los sistemas
políticos se caracterizan por el hecho de que, para describirlos como persistentes,
tenemos que atribuirles el cumplimiento exitoso de dos funciones: asignar valores para
una sociedad, y lograr que la mayoría de sus miembros acepte estas asignaciones como
obligatorias, al menos la mayor parte del tiempo. Estas dos propiedades distinguen a
los sistemas políticos de otra clase de sistemas sociales.
Estas dos propiedades –la asignación de valores para una sociedad y la frecuencia
relativa con que se los acepte– constituyen, pues, las variables esenciales de la vida
política. Si no fuera por su presencia no podríamos decir que una sociedad tiene vida
política alguna. Y aquí podemos dar por sentado que ninguna sociedad podría existir
sin alguna clase de sistema político; en otra parte intenté demostrarlo en detalle.
213
Lo primordial es su capacidad de responder a la tensión. El hecho de interrogarse
sobre la naturaleza de la respuesta a la tensión destaca los objetivos y méritos particu-
lares de un análisis sistémico de la vida política.
Si así fuera, los problemas del análisis sistémico serían de hecho insuperables. Mas si
podemos generalizar, de algún modo, nuestro método, a fin de tratar el impacto del
ambiente sobre el sistema, tendremos alguna esperanza de reducir a un número mani-
pulable de indicadores la enorme diversidad de influencias. Estos es precisamente lo
que me propongo con el empleo de los conceptos de insumo (input) y producto
(output).
Si los sistemas no estuvieran de algún modo acoplados, todos los aspectos de la con-
ducta en una sociedad, identificables mediante el análisis, serian independientes entre
sí, situación a todas luces improbable. No obstante, lo que convierte a este acopla-
miento en algo más que una mera perogrullada, es que sugiere un modo de averiguar
los complejos intercambios, a fin de reducir su inmensa diversidad a proporciones
teórica y empíricamente manipulables.
Para lograrlo, ha propuesto sintetizar en unos pocos indicadores las influencias am-
bientales más significativas. Una transacción o intercambio entre sistemas será consi-
derado, pues, como un enlace que adopta la forma de relación insumo-producto.
214
5. DEMANDAS Y APOYOS COMO INDICADORES DE INSUMO
El valor del concepto de insumos reside en que gracias a él nos será posible aprehen-
der el efecto de la gran variedad de acontecimientos y circunstancias ambientales, en
tanto se vinculan con la persistencia de un sistema político. Los insumos servirán de
variables resúmenes que concentran y reflejan todo cuanto en el ambiente es relevante
para la tensión política.
Nos limitamos a ciertas clases de insumos, que pueden servir de indicadores sintéticos
de los efectos más importantes –en términos de su contribución a la tensión– que
atraviesan la frontera existente entre los sistemas paramétricos y los políticos. Ello nos
exime de tratar y rastrear por separado las consecuencias de cada tipo de suceso am-
biental. Como instrumento teórico es útil considerar, a tal efecto, que las influencias
ambientales más destacadas se concentran en dos insumos principales: demandas y
apoyos. A través de ellos se encauza, refleja, resume e influye en la vida política una
amplia gama de actividades. De ahí que sirvan como indicadores claves del modo en
que las influencias y circunstancias ambientales modifican y modulan el funciona-
miento del sistema político. Podemos decir, si nos place, que es en las fluctuaciones de
los insumos de demandas y apoyo donde habremos de encontrar los efectos de los
sistemas ambientales que se trasmiten al sistema político.
6. PRODUCTOS Y RETROALIMENTACIÓN
De modo análogo, la idea de producto nos ayuda a organizar las consecuencias resul-
tantes, no de las acciones del ambiente, sino de la conducta de los miembros del siste-
ma.
Lo que más nos preocupa es, sin la menor duda, el funcionamiento del sistema políti-
co. Dentro de un sistema político se lleva a cabo una actividad inmensa. ¿Cómo aislar
la parte que resulte relevante para comprender la persistencia de los sistemas? Un
modo útil de simplificar y organizar nuestras percepciones de la conducta de los
miembros del sistema (tal como se refleja en sus demandas y apoyos) consiste en
averiguar los efectos de estos insumos sobre lo que podríamos denominar productos
políticos: Las decisiones y acciones de las autoridades.
Además de influir en los sucesos de la sociedad más amplia de la que forma parte el
sistema, los productos ayudan, por ello mismo, a determinar cada tanda sucesiva de
215
insumos que penetran en el sistema político Existe un, circuito de retroalimentacion
(“feedback loop”) cuya identificación contribuye a explicar los procesos mediante los
cuales el sistema puede hacer frente a la tensión Gracias a él, se aprovecha lo sucedido
procurando modificar en consecuencia la conducta futura.
Cuando hablemos de la acción del sistema, tenemos que poner cuidado en evitar reifi-
carlo Debemos tener presente que todo sistema, para que sea posible la acción colecti-
va, tiene personas que suelen hablar en nombre o por cuenta de él. Podemos denomi-
narlo autoridades. Si han de tomarse decisiones para satisfacer demandas o crear las
condiciones que las satisfagan, es preciso retroalimentar, por lo menos a estas autori-
dades, con información relativa a los efectos de cada tanda de productos. De lo con-
trario las autoridades tendrían que actuar a ciegas.
216
7. UN MODELO DE FLUJO DEL SISTEMA POLÍTICO
Por lo expuesto se echa de ver que este tipo de análisis nos permite (y de hecho nos
obliga) a analizar un sistema político en términos dinámicos. No sólo advertimos que
un sistema político logra realizar algo por medio de sus productos, sino también que lo
que realice el sistema puede influir en cada fase sucesiva de conducta. Apreciamos la
urgente necesidad de interpretar los procesos políticos como un flujo continuo y en-
trelazado de conductas. (Ej. Concepto de Homeostasis y terminología política clásica:
vida política, cuerpo político, etc. Concepto de Isomorfismo).
8. RESUMEN
El análisis sistémico de la vida política se apoya. Pues, en la idea de que los sistemas
están insertos en un ambiente y sujetos a posibles influencias ambientales que amena-
zan con llevar sus variables esenciales más allá de su margen crítico. Ello induce a
suponer que el sistema, para persistir, debe ser capaz de reaccionar con medidas que
atenúen la tensión. Las acciones emprendidas por las autoridades son particularmente
criticas en este aspecto; para que puedan llevarlas a cabo, necesitan obtener informa-
ción sobre lo que ocurre, a fin de reaccionar en la medida en que lo deseen o se vean
obligadas a ello. Contando con información, estarán en condiciones de mantener un
nivel mínimo de apoyo para el sistema.
217
ARISTÓTELES
(fragmento)
“LA POLÍTICA”
LIBRO I
PÁRRAFO 1. Vemos que toda ciudad es una comunidad y que toda comunidad esta
constituida en vista de algún bien, porque los hombres siempre actúan mirando a los
que les parece bueno; y si todos tienden a algún bien, es evidente que más que ningu-
na, y el bien más principal, la principal entre todas y que comprende a todos los demás,
a saber, la llamada ciudad y comunidad civil.
La comunidad perfecta de varias aldeas es la ciudad, que tiene, por así decirlo, el
extremo de toda suficiencia, y que surgió por causa de las necesidades de la vida, pero
existe ahora para vivir bien. De modo que toda ciudad es por naturaleza, si lo son las
comunidades primeras; porque la ciudad es el fin de ellas, y la naturaleza es fin.
De todo esto resulta, pues, manifiesto que la ciudad es una de las cosas naturales, y
que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no
por azar o es mal hombre o más que hombre (...)
La ciudad es por naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque el todo
es necesariamente anterior a la parte.
Es evidente, pues, que la ciudad es por naturaleza y anterior al individuo, porque si el
individuo separado no se basta a si mismo será semejante a las demás partes en rela-
ción con el todo, y el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia
suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia a un dios. Es natural en todos
la tendencia a una comunidad tal, pero el primero que la estableció fue causa de los
mayores bienes (...)
LIBRO II
PÁRRAFO 1. Me refiero a la idea de que lo mejor es que toda ciudad sea lo más
unitaria posible; tal es, en efecto, el supuesto de que parte Sócrates (en “La Repúbli-
ca” de Platón). Sin embargo, es evidente que si la ciudad avanza en este sentido y es
cada vez más unitaria, dejará de ser ciudad, pues la ciudad es por naturaleza una mul-
tiplicidad (...) Por otra parte, no sólo está constituida la ciudad por una pluralidad de
hombres, sino que además estos son de distintas clases, porque de individuos seme-
jantes no resulta una ciudad (...) Igualmente, entre los que gobiernan unos desempeñan
unas funciones y otros otras. Esto no pone de manifiesto que no pertenece a la natu-
raleza de la ciudad el ser unitaria en este sentido, como dicen algunos (...)
218
LIBRO III
PÁRRAFO IV. Una institución es una ordenación de todas las magistraturas, y espe-
cialmente de la suprema, y es supremo en todas partes el gobierno de la ciudad, y ese
gobierno es el régimen.
(...) Hemos dicho entre otras cosas que el hombre es por naturaleza un animal político
y, por tanto, aun sin tener ninguna necesidad de auxilio mutuo, los hombres tienden a
la convivencia, si bien es verdad que los une también la utilidad común, en la medida
en que a cada uno corresponde una parte del bienestar. Este es, efectivamente, el fin
principal, tanto de todos en común como aisladamente; pero también se reúnen sim-
plemente para vivir, y constituyen la comunidad política, pues quizás en el mero vivir
existe cierta dosis de bondad si no hay en la vida un predominio excesivo de penalida-
des.
Es evidente, pues, que todos los regímenes que se proponen el bien común son rectos
desde el punto de vista de la justicia absoluta y los que sólo tienen en cuenta el de los
gobernantes son defectuosos y todos ellos desviaciones de los regímenes rectos, pues
son despóticos y la ciudad es una comunidad de hombres libres.
219
desviaciones; porque, o no se debe llamar ciudadanos a los miembros de una ciudad, o
deben participar de sus ventajas.
(...) Y cuando es la masa la que gobierna en vista del interés común, el régimen recibe
el nombre común a todas las formas de gobierno: república (“politeia”).
Pero (los hombres) no se han asociado solamente para vivir, sino para vivir bien (...)
Así resulta también manifiesto que la ciudad que verdaderamente lo es, y no sólo de
nombre, debe preocuparse de la virtud (...)
El fin de la ciudad es, pues, el vivir bien, y esas cosas (las diversas instituciones ) son
medios para este fin. La ciudad es la comunidad de familias y aldeas en una vida per-
fecta y suficiente, y esta es, a nuestro juicio, la vida feliz y buena. Hay que concluir,
por tanto, que al fin de la comunidad política son las buenas acciones y no la convi-
vencia.
PÁRRAFO VII. En todas las ciencias y artes el fin es un bien; por tanto, el mayor y
más excelente será el de la suprema entre todas, y ésta es la disciplina política; y el
bien político es la justicia, que consista en lo conveniente para la ciudad (...) La justicia
se ha de entender a la conveniencia de la ciudad entera y a la comunidad de los ciuda-
danos; y ciudadano en general es el que participa activa y pasivamente en el gobierno;
en cada régimen es distinto, pero en el mejor es el que puede y decide obedecer y
mandar con vistas a una vida conforme a la virtud.
PÁRRAFO XI. (...) El que defiende el gobierno de la ley defiende el gobierno exclusi-
vo de la divinidad y la razón y el que defiende el gobierno de un hombre añade un
elemento animal, no otra cosa es el apetito (...) La ley es, por consiguiente, razón sin
apetito.
Además, las leyes consuetudinarias (“ta éthe”, de “éthos”) son más importantes y
versan sobre cosas más importantes que las escritas (...)
220
LIBRO IV
PÁRRAFO I. (...) Tenemos que ponernos de acuerdo ante todo acerca de cuál es la
vida más preferible, por decirlo así, para todos; y después, acerca de si es la misma
para la comunidad y para el individuo o no.
(...) Cada uno participa de la felicidad (“eydaumonías”, de “eu”, bien, y “daímon”,
destino o hado).
Dejemos sentado, por el momento, que la vida mejor, tanto para el individuo aislado
como en común para la ciudad es la que va acompañada de una virtud suficientemente
dotada de recursos para participar en acciones virtuosas.
PÁRRAFO II. Falta por decir si debe afirmarse que la felicidad de cada uno de los
hombres es la misma que la de la ciudad o que no es la misma. También está claro:
todos estarán de acuerdo en que es la misma.
(...) Es evidente que el régimen mejor será forzosamente aquel cuya organización
permite a cualquier ciudadano prosperar más y llevar una vida feliz (...)
(...) Corresponde al buen legislador considerar cómo la ciudad, el género humano y
cualquier otra comunidad participará de la vida buena y de la felicidad que está a su
alcance.
(...) Los elementos de la comunidad han de tener algo, lo mismo para todos, en co-
mún, tanto si participan de ello por igual o desigualmente.
(...) La ciudad es una comunidad de individuos semejantes para vivir lo mejor posible,
y como la felicidad es lo mejor y consiste en un ejercicio y uso perfecto de la virtud, de
la cual unos pueden participar y otros poco o nada, esto es causa evidentemente de
que haya varias formas distintas de ciudad y de régimen político, pues al perseguir ese
fin de distintas maneras y con distintos medios se producen diferentes géneros de vida
y de régimen político.
(...) La ciudad no es una muchedumbre cualquiera, sino autárquica, como solemos
decir, para la vida (...)
LIBRO VI
PÁRRAFO I. (...) Cuando se trata del régimen político corresponde a una misma
ciencia considerar cuál es el mejor y qué cualidades debería tener para responder mejor
a nuestros deseos si no existiera ningún obstáculo exterior, y qué régimen es adecuado
a quiénes (...)
Además de todo esto, (el buen legislador y el verdadero político) debe conocer el
régimen que se adapta mejor a todas las ciudades, pues la mayoría de los que han
tratado de política, aunque acierten en lo demás, fallan en lo práctico. En efecto, no
221
hay que considerar exclusivamente el mejor régimen, sino también el posible e igual-
mente al que es relativamente fácil de alcanzar y adecuado para todas las ciudades.
(...) El legislador debería introducir un régimen tal que los ciudadanos pudieran fácil-
mente ser inducidos a aplicarlos y vivir de acuerdo con él partiendo de los existentes
(...)
Régimen político (“Politeia”) es la organización de las magistraturas (“Arjé”) en las
ciudades (“Polis”), como se distribuyen, cuál es el elemento soberano (“Kyrios”) y
cuál el fin (“telos”) de la comunidad (“Koinonía”) en cada caso.
PÁRRAFO IV. (...) Ya hemos dicho que hay diversos regímenes y por qué causa.
Digamos ahora que también hay varias clases de democracia y de oligarquía.
La primera forma de democracia es la que se funde principalmente en la igualdad. Y la
ley de tal democracia entiende por igualdad que no sean más en nada los pobres que
los ricos, ni dominen los unos sobre los otros, sino que ambas clases sean semejantes.
Pues si la libertad, como suponen algunos, se da principalmente en la democracia, y la
igualdad también, esto podrá realizarse mejor si todos participan del gobierno por
igual y en la mayor medida posible. Y como el pueblo constituye el mayor número y
prevalece la decisión del pueblo, este régimen es forzosamente una democracia. Esta
es, pues, una forma de democracia.
Otra (forma de democracia), aquella en que todos participan de las magistraturas, con
la única condición de ser ciudadanos, pero el poder supremo corresponde a la ley.
Otra coincide en todo con ésta, excepto que el soberano es el pueblo y no la ley: esto
tiene lugar cuando tienen la supremacía los decretos y no la ley. Y ocurre esto por
causa de los demagogos.
(...) Donde las leyes no tienen la supremacía surgen los demagogos. Pues el pueblo se
convierte en monarca (...) Un pueblo así, como monarca, trata de ejercer el poder
monárquico no obedeciendo a la ley, y se convierte en un déspota, de modo que los
aduladores son honrados, y esta clase de democracia es con respecto a los demás, lo
que la tiranía entre los impuros. Por eso el espíritu de ambos regímenes es el mismo, y
ambos ejercen un poder despótico sobre los mejores, los decretos del pueblo son
como los edictos del tirano, y el demagogo y el adulador son una y la misma cosa(...)
ellos son los responsables de que los decretos prevalezcan sobre las leyes (...)
la ley debe estar por encima de todo, y los magistrados y la república deben decidir
únicamente de los casos particulares. De suerte que si la democracia es una de las
formas de gobierno, una organización tal que en ella todo se hace por medio de de-
cretos no es tampoco una verdadera democracia, pues ningún decreto puede ser uni-
versal.
222
PÁRRAFO VI. Ahora tenemos que considerar la república (“politeia”). Su naturaleza
resulta más clara una vez definida la oligarquía y la democracia, pues la república es,
en términos generales, un mezcla de oligarquía y democracia (...)
Pero una buena legislación no consiste en que las leyes estén bien establecidas y no se
las obedezca. Por tanto, se ha de considerar que la buena legislación tiene dos aspec-
tos: uno, la obediencia a las leyes establecidas, y otro, que las leyes a que se obedece
sean buenas (...) En la mayoría de las ciudades existe la forma llamada república (...)
223
Queda claro, pues, que también la mejor comunidad política es la constituida por el
elemento intermedio, y que están bien gobernadas las ciudades en las cuales este ele-
mento es muy numeroso y más fuerte que los otros dos juntos, o por lo menos, que
alguno de ellos, pues su edición produce el equilibrio e impide los excesos contrarios.
Por eso es una gran fortuna que los ciudadanos tengan una hacienda mediana y sufi-
ciente, porque don unos poseen demasiado y otros nada, surge o la democracia extre-
ma o la oligarquía pura o la tiranía, por exceso de una o de la otra, porque la tiranía
nace tanto de la democracia más desatada como de la oligarquía, pero con mucha
menos frecuencia de los regímenes intermedios y de los próximos a ellos.
Por otra parte, los que tuvieron la hegemonía en la Hélade, mirando sólo a su propio
régimen, establecieron en las ciudades unos democracias y otros oligarquías, sin tener
en cuenta la conveniencia de esas ciudades, sino la suya propia. De modo que, por
estas causas, el régimen intermedio no ha existido nunca, o pocas veces y en pocas
ciudades. Un solo hombre de los que en tiempos pasados obtuvieron el mando accedió
a implantar ese régimen; pero en las ciudades se ha hecho ya costumbre que los ciuda-
danos no se interesen siquiera por la igualdad, sino procuren ejercer el poder o se
sometan si son vencidos.
PÁRRAFO XI. Todo régimen tiene tres elementos, y el legislador concienzudo debe
considerar acerca de ellos lo que conviene a la república. Si esos elementos están en
regla, lo estará también el régimen, y lo regímenes diferirán de otros según las diferen-
cias que presente en ellos cada uno de estos elementos. De estos tres elementos, una
cuestión se refiere a cuál es el que delibera sobre los asuntos de la comunidad. La
segunda, a las magistraturas (esto es, cuales deben ser y sobre qué asuntos deben tener
autoridad y cómo debe verificarse su nombramiento), y la tercera, a la administración
de justicia. El elemento deliberativo tiene autoridad sobre la guerra y la paz, las alian-
zas y su disolución, la pena de muerte, de destierro y de confiscación, el nombra-
miento de las magistraturas y la rendición de cuentas. Forzosamente, o todas estas
decisiones se encomiendan a todos los ciudadanos, o todas ellas a algunos ‘a una sola
magistratura o a varias, o unas a determinadas magistraturas y otras a magistraturas
diferentes), o unas o todos los ciudadanos y otras a algunos. Que todos los ciudadanos
decidan de todas esas cuestiones es propio de la democracia, pues el pueblo quiere esa
clase de igualdad, pero hay varios modos de que todos lo hagan (...)
LIBRO VII
224
do y gobernar por turno, y, en efecto, la justicia democrática consiste en tener todos lo
mismo numéricamente y no según los merecimientos, y siendo esto lo justo forzosa-
mente tiene que ser soberana la muchedumbre, y lo que apruebe la mayoría eso tiene
que ser el fin y lo justo. Afirman que todos los ciudadanos deben tener lo mismo, de
modo que en las democracias resulta que los pobres tienen más poder que los ricos,
puesto que son más numerosos y lo que prevalece es la unión de la mayoría. Esta es,
pues, una característica de la libertad, que todos los partidarios de la democracia
consideren como un rasgo esencial de este régimen. Otra es el vivir como se quiere;
pues dicen que esto es resultado de la libertad, puesto que lo propio del esclavo es
vivir como no quiere. Este es el segundo rasgo esencial de la democracia, y de aquí
vino el de no ser gobernado, si es posible por nadie, y si no, por turno. Esta caracte-
rística contribuye a la libertad fundada en la igualdad.
La institución más democrática es el Consejo (“Boulé”; de “bouleío, deliberar , con-
sultarse unos con otros).
Es también democrático pagar a todos los miembros de la asamblea, los tribunales y
las magistraturas, o si no a los magistrados, los tribunales, el Consejo y las asambleas
principales , o a aquellas magistraturas que requieran una mesa común.
Además, ninguna magistratura democrática debe ser vitalicia, y si alguna sobrevive de
un cambio antiguo, debe despojársela de su fuerza y hacerla sorteable en lugar de
electiva.
Estos son, pues, los rasgos comunes a todas las democracias, pero la democracia que
más parece merecer ese nombre y el pueblo que verdaderamente lo es, son lo que se
deducen del concepto democrático de la justicia admitidos por todos, según el cual la
justicia consiste en que todos tengan numéricamente lo mismo, y lo mismo es que no
gobiernen más los pobres que los ricos, ni tengan sólo los primeros la soberanía, sino
todos por igual numéricamente, pues de esta manera podría juzgarse que se dan en el
régimen la igualdad y la libertad.
PÁRRAFO III. Para el legislador o para los que quieren establecer un régimen de esta
naturaleza (es decir, democrático), no es el único ni el mayor quehacer establecerlo,
sino más bien conservarlo, pues de cualquier manera que este constituido , no es difícil
que dure un día, o dos o tres. Por eso, que partiendo de los medios de conservación y
de destrucción, que antes hemos considerado, deben tomarse las medidas necesarias
para su seguridad, previniendo los factores de destrucción y estableciendo leyes, tanto
no escritas como escritas, de tal naturaleza que comprendan en el mayor grado posible
lo que conserva los regímenes, y no debe considerarse como democrático u oligárqui-
co aquellos que contribuye a que la ciudad se gobiernes más democrática u oligárqui-
camente, sino durante más tiempo.
225
NICOLÁS MAQUIAVELO: “EL PRÍNCIPE” (Capítulos VIII y XVIII).
CAPÍTULO VIII
Paréceme conveniente ahora hablar de otros dos modos que hay de adquirir la sobera-
nía, independientes en parte de la fortuna y del mérito, a pesar de que el examen de
uno de ellos ocuparía un lugar más propio en el artículo de las repúblicas. El primero
consiste en ascender a la soberanía por medio de alguna gran maldad; y el segundo se
efectúa cuando un simple particular es elevado a la dignidad de príncipe de su patria
por el voto general de sus conciudadanos. Dos ejemplos del primer caso voy a citar, el
uno antiguo y el otro moderno, los cuales, sin más aprecio y examen, podrán servir de
modelo a cualquiera que se halle en la necesidad de imitarlos. El siciliano Agatocles,
que de simple particular de la más ínfima extracción subió al trono de Siracusa, y
siendo hijo de un alfarero, fue dejando señales de sus delitos en todos los pasos de su
fortuna; se portó, no obstante, con tanta habilidad, con tanto valor y energía de alma,
que, siguiendo la carrera de las armas, pasó por todos los grados inferiores de la mili-
cia y llegó hasta la dignidad de pretor de Siracusa. Luego que subió a un puesto tan
elevado, quiso conservarlo, desde allí alzarse con la soberanía y retener por la fuerza y
con absoluta independencia la autoridad que voluntariamente se le había concedido.
Para este fin, Agatocles, estando antes de inteligencia y concierto con Amílcar, que
mandaba a la sazón el ejército de los cartagineses en Sicilia, juntó una mañana al pue-
blo y senado en Siracusa con el pretexto de conferenciar sobre los negocios públicos;
y a una cierta señal, ordenó a sus soldados degollar a todos los senadores y a los más
ricos del pueblo; muertos los cuales se apoderó sin trabajo de la soberanía, y la dis-
frutó sin la mayor oposición de parte de los ciudadanos. Derrotado luego dos veces
por los cartagineses, y sitiado finalmente por los mismos en Siracusa, no tan sólo se
defendió allí, sino que, dejando en la ciudad una parte de sus tropas, pasó a Africa con
las otras; y de tal modo apretó a los cartagineses, que se vieron muy pronto obligados
a levantar el sitio, y en tanto apuro, que hubieron de contentarse con Africa, abando-
nándole definitivamente Sicilia.
226
Si se examina la conducta de Agatocles, muy poco o nada se encontrará que pueda
atribuirse a la fortuna; porque ni llegó a la soberanía por favor de nadie, sino pasando
sucesivamente, como ya he dicho, por todos los grados militares, a costa de mil con-
tratiempos, ni se sostuvo en ella sino en fuerza de una multitud de acciones tan peli-
grosas como esforzadas. Tampoco podría decirse que fuera virtuoso un hombre que
degolló a sus conciudadanos, que se deshizo de sus amigos, que no guardó fe, ni tuvo
piedad ni religión; medios todos que acaso podrán conducir a la soberanía, pero de
ningún modo a la gloria.
Mas, si por otra parte consideramos la intrepidez de Agatocles en arrostrar los peli-
gros, y su habilidad para salvarse de ellos, la firmeza y robustez de su ánimo para
sufrir o superar la adversidad, no se encuentra razón para que se le excluya del número
de los capitanes más célebres; a pesar de que su inhumanidad, su crueldad feroz y los
delitos innumerables que cometió tampoco permitan que se le cuente entre los hom-
bres grandes. Lo cierto es que no pudiera atribuirse a su virtud ni a su fortuna todo lo
que llegó a conseguir sin ellas.
227
de sus culpables designios, y con este fin dispuso un magnífico banquete, al cual con-
vidó a Juan Fogliani y a las personas principales de la ciudad. Después de la comida, y
entre la alegría que acompaña siempre a semejantes funciones, suscitó de intento
Oliveroto la conversación sobre un asunto serio: habló del poder del papa Alejandro y
de su hijo Borja y sus empresas. Juan y los demás iban diciendo por turno su parecer
cuando, levantándose de repente Oliveroto, dijo que de aquella materia debía hablarse
en sitio más secreto, para lo cual pasó a otra sala seguido de su tío y de los demás
convidados. Apenas se sentaron, unos soldados, que estaban ocultos, salieron y mata-
ron a Juan y a todos los demás. Oliveroto monta luego a caballo, recorre toda la ciu-
dad, sitia el palacio del magistrado supremo, oblígale a obedecer y a que establezca un
gobierno, del que se le declara príncipe, da muerte a todos los descontentos que le
hubieran podido incomodar, instituye nuevas leyes civiles y militares, y llega de tal
modo a consolidar su poder en el plazo de un año, que no solamente se mantenía con
seguridad en Fermo, sino que vino a ser temido de todos sus vecinos. Hubiera sido por
tanto tan dificultosa su expulsión como la de Agatocles, a no haberse dejado engañar
por el duque de Valentino, que, como ya hemos dicho, le enredó en Sinigaglia con los
Orsinis y los Vitelli un año después de que cometió su parricidio, y fue allí degollado
con Vitellozo, su maestro en el arte de la guerra y en el de la perversidad.
Causará sin duda admiración que Agatocles y otros semejantes a él pudiesen vivir en
paz largo tiempo en su patria, teniendo que defenderse de enemigos exteriores, y sin
que ninguno de sus conciudadanos conspirase contra su vida, cuando otros príncipes
nuevos no han podido nunca mantenerse por razón de sus crueldades durante la paz, y
todavía menos en tiempo de guerra. Yo creo que esto proviene del uso bueno o malo
que se hace de la crueldad. Se le puede llamar bien empleada (si es permitido dar el
nombre de bueno a lo que es malo en sí mismo), cuando se ejerce una sola vez dictán-
dolo la necesidad de consolidar el poder, y cuando únicamente por utilidad del pueblo
se recurre a un medio violento. Crueldades mal empleadas son aquellas que, aunque
poco considerables al principio, van luego creciendo en lugar de acabarse. Los que
ejercen la crueldad de la primera especie, podrán esperar que al cabo Dios y los hom-
bres los perdonen, y tal fue la de Agatocles; pero aquel que la use o emplee de otro
modo, no podrá sostenerse.
228
ofendido; porque, vuelvo a decir, estas ofensas deben hacerse todas de una vez, a fin
de que hieran menos siendo menor el intervalo de tiempo en que se sientan; y, por el
contrario, los beneficios han de derramarse poco a poco y uno a uno, par que se les
tome mejor sabor. Es necesario sobre todo que de tal manera se conduzca un príncipe
con sus súbditos que por ningún acontecimiento mude de conducta, ni en bien ni en
mal; pues para obrar mal se pierde la coyuntura oportuna luego que la fortuna se
tuerce; y cuando consiste la mudanza en obrar bien, tampoco suele agradecerse, por-
que se cree hija de la necesidad.
CAPÍTULO XVIII
Sépase, pues, que hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes, y el otro con la
fuerza: el primero es propio y peculiar de los hombres, y el segundo común con las
bestias. Cuando las leyes no alcanzan, es indispensable recurrir a la fuerza; y así un
príncipe ha de saber emplear estas dos especies de armas, como finalmente nos lo
dieron a entender los poetas en la historia alegórica de la educación de Aquiles y de
otros varios príncipes de la antigüedad, fingiendo que le fue encomendada al centauro
Quirón; el cual, bajo figura de hombre y de bestia, enseña a los que gobiernan que,
según convenga, deberán valerse del arma de cada una de estas dos clases de animales,
porque sería poco durable la utilidad del uso de la una sin el concurso de la otra.
De las propiedades de los animales debe tomar el príncipe las que distinguen de los
demás al león y a la zorra. Ésta tiene pocas fuerzas para defenderse del lobo, y aquél
cae fácilmente en las trampas que se le arman; por lo cual debe aprender el príncipe,
del uno a ser astuto para conocer la trampa, y del otro a ser fuerte para espantar al
lobo. Los que solamente toman por modelo al león, y desdeñan imitar las propiedades
de la zorra, entienden muy mal su oficio: en una palabra, el príncipe prudente, que no
quiere perderse, no puede ni debe estar al cumplimiento de sus promesas, sino mien-
229
tras no le pare prejuicio, y en tanto que subsisten las circunstancias del tiempo en que
se comprometió.
Ya me guardaría yo bien de dar tal precepto a los príncipes si todos los hombres fue-
sen buenos; pero como son malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra,
no debe el príncipe ser sólo exacto y celoso en el cumplimiento de la suya; él siempre
encontrará fácilmente modo de disculparse de esta falta de exactitud. Pudiera dar diez
pruebas por una para demostrar que en cuantas estipulaciones y tratados se han roto
por la mala fe de los príncipes, ha salido siempre mejor librado aquel que ha sabido
cubrirse mejor con la piel de zorra. Todo el arte consiste en representar el papel con
propiedad y en saber disimular y fingir; porque los hombres son tan débiles y tan
incautos que cuando uno se propone engañar a los demás, nunca deja de encontrar
tontos que le crean.
No se necesita, pues, para profesar el arte de reinar, poseer todas las buenas prendas
de que ha hecho mención: basta aparentarlas; y aún me atreveré a decir que a las veces
sería peligroso para un príncipe hacer alarde de su posesión. Debe procurar que le
tengan por piadoso, clemente, bueno, fiel en sus tratos y amante de la justicia; debe
también hacerse digno de esta reputación con la práctica de las virtudes necesarias;
pero al mismo tiempo ser bastante señor de sí mismo para obrar de un modo contrario
cuando sea conveniente. Doy por supuesto que un príncipe, y en especial siendo nue-
vo, no puede practicar indistintamente todas las virtudes; porque muchas veces le
obliga el interés de su conservación a violar las leyes de la humanidad, y las de la
caridad y la religión; debiendo ser flexible para acomodarse a las circunstancias en que
se pueda hallar. En una palabra, tan útil le es perseverar en el bien cuando no hay
inconveniente, como saber desviarse de él si el interés lo exige. Debe sobre todo hacer
un estudio esmerado de no articular palabra que no respire bondad, justicia, buena fe y
piedad religiosa; poniendo en la ostentación de esta última prenda particular cuidado,
porque generalmente los hombres juzgan por lo que ven, y más bien se dejan llevar de
lo que les entra por los ojos que por los otros sentidos. Todos pueden ver, y muy
pocos saben rectificar los errores que se cometen por la vista. Se alcanza al instante lo
que un hombre parece ser; pero no lo que es realmente; y el número menor, que juzga
230
con discernimiento, no se atreve a contradecir a la multitud ilusa, la cual tiene a su
favor el esplendor y majestad del gobierno que la protege.
En el día reina un príncipe, que no me conviene nombrar, de cuya boca no se oye más
que la paz y la buena fe; pero si sus obras hubiesen correspondido a sus palabras, más
de una vez hubiera perdido su reputación y sus estados.
231
THOMAS HOBBES: “EL LEVIATÁN” (Segunda Parte, Del Estado).
CAPÍTULO XVII
La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el
dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los
vemos vivir formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por añadi-
dura, el logro de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa miserable
condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de
las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a
raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia
de las leyes de naturaleza establecidas en los capítulos XIV y XV.
Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en
suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas,
cuando no existe temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias
a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la
venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más
que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno. Por consiguiente, a
pesar de las leyes de naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de
observarlas, cuando puede hacerlo de modo seguro) si no se ha instituido un poder o
no es suficientemente grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá
hacerlo legalmente, sobre su propia fuerza y maña, para protegerse contra los demás
hombres. En todos los lugares en que los hombres han vivido en pequeñas familias,
robarse y expoliarse unos a otros ha sido un comercio, y lejos de ser reputado contra
la ley de naturaleza, cuanto mayor era el botín obtenido, tanto mayor era el honor:
Entonces los hombres no observaban otras leyes que las leyes del honor, que consis-
tían en abstenerse de la crueldad, dejando a los hombres sus vidas e instrumentos de
labor. Y así como entonces lo hacían las familias pequeñas, así ahora las ciudades y
reinos, que no son sino familias más grandes, ensanchan sus dominios para su propia
232
seguridad, y bajo el pretexto de peligro o temor de invasión, o de la asistencia que
puede prestarse a los invasores, justamente se esfuerzan cuanto pueden para someter o
debilitar a sus vecinos, mediante la fuerza ostensible y las artes secretas, a falta de otra
garantía; y en edades posteriores se recuerdan con honor tales hechos.
Y aunque haya una gran multitud, si sus actos están dirigidos según sus particulares
juicios y particulares apetitos, no puede esperarse de ello defensa ni protección contra
un enemigo común ni contra mutuas ofensas. Porque discrepando las opiniones con-
cernientes al mejor uso y aplicación de su fuerza, los individuos componentes de esa
multitud no se ayudan, sino que se obstaculizan mutuamente, y por esa oposición
mutua reducen su fuerza a la nada; como consecuencia, fácilmente son sometidos por
unos pocos que están en perfecto acuerdo, sin contar con que de otra parte, cuando no
existe un enemigo común, se hacen guerra unos a otros, movidos por sus particulares
intereses. Si pudiéramos imaginar una gran multitud de individuos, concordes en la
observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza, pero sin un poder común para
mantenerlos a raya, podríamos suponer igualmente que todo el género humano hiciera
lo mismo, y entonces no existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil o
Estado, en absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna.
Tampoco es suficiente para la seguridad que los hombres desearían ver establecida
durante su vida entera, que están gobernados y dirigidos por un solo criterio, durante
un tiempo limitado, como en una batalla o en una guerra. En efecto, aunque obtengan
una victoria por su unánime esfuerzo contra un enemigo exterior, después, cuando ya
no tienen un enemigo común, o quien para unos aparece como enemigo, otros lo
consideran como amigo, necesariamente se disgregan por la diferencia de sus intere-
ses, y nuevamente decaen en situación de guerra.
Es cierto que determinadas criaturas vivas, como las abejas y las hormigas, viven en
forma sociable una con la otra (por cuya razón Aristóteles la enumera entre las criatu-
ras políticas) y no tienen otra dirección que sus particulares juicios y apetitos, ni po-
233
seen el uso de la palabra mediante la cual una puede significar a otra lo que considera
adecuado para el beneficio común: por ello, algunos desean inquirir por qué la huma-
nidad no puede hacer lo mismo. A lo cual contesto:
Primero, que los hombres están en continua pugna de honores y dignidad y las menciona-
das criaturas no, y a ello se debe que entre los hombres surja, por esta razón, la envidia y el
odio, y finalmente la guerra, mientras que entre aquellas criaturas no ocurre eso.
Segundo, que entre esas criaturas, el bien común no difiere del individual, y aunque
por naturaleza propenden a su beneficio privado, procuran, a la vez, por el beneficio
común. En cambio, el hombre, cuyo goce consiste en compararse a sí mismo con los
demás hombres, no puede disfrutar otra cosa sino lo que es eminente.
Tercero, que no teniendo estas criaturas, a diferencia del hombre, uso de razón, no ven, ni
piensan que ven ninguna falta en la administración de su negocio común; en cambio, entre
los hombres, hay muchos que se imaginan a sí mismos más sabios y capaces para gobernar
la cosa pública, que el resto; dichas personas se afanan por reformar e innovar, una de esta
manera, otra de aquella, con lo cual acarrean perturbación y guerra civil.
Cuarto, que aun cuando estas criaturas tienen voz, en cierto modo, para darse a en-
tender unas a otras sus sentimientos, necesitan este género de palabras por medio de
los cuales los hombres pueden manifestar a otros lo que es Dios, en comparación con
el demonio, y lo que es el demonio en comparación con Dios, y aumentar o disminuir
la grandeza aparente de Dios y del demonio, sembrando el descontento entre los
hombres, y turbando su tranquilidad caprichosamente.
Quinto, que las criaturas irracionales, no pueden distinguir entre injuria y daño, y,
por consiguiente, mientras están a gusto, no son ofendidas por sus semejantes. En
cambio el hombre se encuentra más conturbado cuando más complacido está, porque
es entonces cuando le agrada mostrar su sabiduría y controlar las acciones de quien
gobierna el Estado.
234
por su propia actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir
satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de
hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a
una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que
represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí
mismo como autor de cualquiera cosa que haga o promueva quien representa su per-
sona, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que, ade-
más, sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio.
Esto es algo más que consentimiento o concordia; es unidad real de todo ello en una y
la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal
como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de
hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que voso-
tros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma
manera. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina Estado, en
latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran Leviatán, o más bien (hablando
con más reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal,
nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere
por cada hombre en particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza,
que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para
la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.
Y en ello consiste la esencia de Estado, que podemos definir así: una persona de
cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido
instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y
medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa co-
mún. El titular de esta persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene un
poder soberano; cada uno de los que le rodean es SÚBDITO suyo.
Se alcanza este poder soberano por dos conductos. Uno por la fuerza natural, como
cuando un hombre hace que sus hijos y los hijos de sus hijos le están sometidos, siendo
capaz de destruirlos si se niegan a ello; o que por actos de guerra somete a sus enemi-
gos a su voluntad, concediéndoles la vida a cambio de esa sumisión. Ocurre el otro
procedimiento cuando los hombres se ponen de acuerdo entre sí, para someterse a
algún hombre o asamblea de hombres voluntariamente, en la confianza de ser protegi-
dos por ellos contra todos los demás. En este último caso puede hablarse de Estado
político, o Estado por institución, y en el primero de Estado por adquisición. En
primer término voy a referirme al Estado por institución.
235
JOHN LOCKE: “Dos Tratados de Gobierno” (Segundo Ensayo).
Capítulo VII
Sec. 87. El hombre, habiendo nacido como se ha probado con el derecho a la libertad
perfecta y el libre goce de todos los derechos y privilegios de la ley natural, en igual-
dad con cualquier otro hombre o grupo de hombres en el mundo, tenía por naturaleza
un poder, no solamente para proteger su propiedad, es decir, su vida, su libertad y su
patrimonio, en contra de los daños y ataques de otros hombres; sino también para
juzgar y castigar el quebrantamiento de dicha ley en los demás según considere que
merece la ofensa, incluso con la muerte en aquellos crímenes donde la atrocidad del
hecho lo requiera según su opinión. Pero debido a que ninguna sociedad política puede
existir ni subsistir sin tener el poder de proteger la propiedad y, con ese fin, castigar las
faltas de los miembros de dicha sociedad; hay y solo hay sociedad política donde cada
uno de los miembros ha renunciado a este poder natural, entregándolo en las manos de
la comunidad en todos los casos que no lo excluyen de solicitar protección a la ley
establecida por ella. Entonces, habiéndose eliminado todo juicio personal de cualquier
miembro en particular, la comunidad se convierte en árbitro según reglas establecidas
y vigentes, indiferente, igual para todas las partes; y que a través de hombres con
autoridad heredada de la comunidad para la ejecución de dichas reglas, decide sobre
todos los desacuerdos que puedan surgir entre los miembros de esa sociedad relacio-
nados con cualquier materia de derecho; y castiga aquellas ofensas que algún miembro
haya cometido en contra de la sociedad, con las penas que haya establecido la ley:
236
mediante lo cual resulta fácil discernir quienes están juntos y quienes no en la sociedad
política. Aquellos que están unidos en un cuerpo y tienen establecida una ley común y
un tribunal al cual recurrir, con la autoridad para decidir las controversias entre ellos y
castigar a los transgresores, están unos con otros en sociedad civil; pero aquellos que
no tienen esa instancia común, todavía están en el estado natural, en que cada cual es
juez y verdugo por sí mismo donde no hay otro; lo cual es, como ya lo he mostrado
antes, el perfecto estado de la naturaleza.
237
MONTESQUIEU: “EL ESPÍRITU DE LAS LEYES”.
(LIBRO XI, CAPÍTULO VI).
Capítulo VI
De la constitución de Inglaterra.
Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de
los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que de-
penden del derecho civil.
Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiem-
po o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone
de la guerra y de la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene
las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre particula-
238
res. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del
Estado.
La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de
la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista la libertad es necesa-
rio que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro.
Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el
mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el Senado
promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente.
Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecu-
tivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciuda-
danos sería arbitrario, pues el juez sería al mismo tiempo legislador. Si va unido al
poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor.
Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de
los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar
las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.
En la mayor parte de los reinos de Europa el Gobierno es moderado porque el prínci-
pe, que tiene los dos primeros poderes, deja a sus súbditos el ejercicio del tercero. En
Turquía, donde los tres poderes están reunidos en la cabeza del sultán, reina un terrible
despotismo.
En las Repúblicas de Italia, los tres poderes están reunidos, y hay menos libertad que
en nuestras Monarquías. Por eso, el Gobierno necesita para mantenerse de medios tan
violentos como los del Gobierno turco. Prueba de ello son los inquisidores de Estado y
el cepillo donde cualquier delator puede, en todo momento, depositar su acusación en
una esquela.
Veamos cuál es la situación de un ciudadano en estas Repúblicas: el mismo cuerpo de
magistratura tiene, como ejecutor de las leyes, todo el poder que se ha otorgado como
legislador; puede asolar al Estado por sus voluntades generales, y como tiene además
el poder de juzgar, puede destruir a cada ciudadano por sus voluntades particulares.
El poder es único, y aunque no haya pompa exterior que lo delate, se siente a cada
instante la presencia de un príncipe despótico.
Por eso, siempre que los príncipes han querido hacerse déspotas, han empezado por
reunir todas las magistraturas en su persona; y varios reyes de Europa, todos los gran-
des cargos del Estado.
Creo que la mera aristocracia hereditaria de las Repúblicas de Italia no corresponde
precisamente al despotismo de Asia. Una gran cantidad de magistrados suele moderar
la magistratura, pues no todos los nobles concurren en los mismos designios y se
forman distintos tribunales que contrarrestan su poder. Así, en Venecia, el consejo
supremo se ocupa de la legislación, el pregadi de la ejecución y los cuaranti del poder
de juzgar. Pero el mal reside en que estos tribunales diferentes están formados por
239
magistrados que pertenecen al mismo cuerpo, lo que quiere decir que no forman más
que un solo poder.
El poder judicial no debe darse a un Senado permanente, sino que lo deben ejercer
personas del pueblo, nombradas en ciertas épocas del año de la manera prescrita por la
ley, para formar un tribunal que sólo dure el tiempo que la necesidad lo requiera.
De esta manera, el poder de juzgar, tan terrible para los hombres, se hace invisible y
nulo, al no estar ligado a determinado estado o profesión. Como los jueces no están
permanentemente a la vista, se teme a la magistratura, pero no a los magistrados.
Es preciso incluso que, en las acusaciones graves, el reo, conjuntamente con la ley,
pueda elegir sus jueces, o al menos que pueda recusar tantos que, los que queden,
puedan considerarse como de su elección.
Los otros dos poderes podrían darse a magistrados o a cuerpos permanentes porque
no se ejercen sobre ningún particular, y son, el uno, la voluntad general del Estado, y
el otro, la ejecución de dicha voluntad general
Pero si los tribunales no deben ser fijos, sí deben serlo las sentencias, hasta el punto
que deben corresponder siempre al texto expreso de la ley. Si fueran una opinión
particular del juez, se viviría en la sociedad sin saber con exactitud los compromisos
contraídos con ella.
Es necesario además que los jueces sean de la misma condición que el acusado, para
que éste no pueda pensar que cae en manos de gentes propensas a irrogarle daño.
Si el poder legislativo deja al ejecutivo el derecho de encarcelar a los ciudadanos que
pueden responder de su conducta, ya no habrá libertad, á menos que sean detenidos
para responder, sin demora, a una acusación que la ley considere capital, en cuyo caso
son realmente libres, puesto que sólo están sometidos al poder de la ley.
Pero si el poder legislativo se creyera en peligro por alguna conjura secreta contra el
Estado, o alguna inteligencia con los enemigos del exterior, podrá permitir al poder
ejecutivo, por un periodo de tiempo corto y limitado, detener a los ciudadanos sospe-
chosos, quienes perderían la libertad por algún tiempo, pero para conservarla siempre.
Este es el único medio conforme a la razón de suplir la tiránica magistratura de los
éforos, y de los inquisidores de Estado de Venecia, que son tan despóticos como
aquellos.
Puesto que en un Estado libre, todo hombre, considerado como poseedor de un alma
libre, debe gobernarse por sí mismo, sería preciso que el pueblo en cuerpo desempeña-
ra el poder legislativo. Pero como esto es imposible en los grandes Estados, y como
está sujeto a mil inconvenientes en los pequeños, el pueblo deberá realizar por medio
de sus representantes lo que no puede hacer por sí mismo.
Se conocen mejor las necesidades de la propia ciudad que las de las demás ciudades y
se juzga mejor sobre la capacidad de los vecinos que sobre la de los demás compa-
240
triotas. No es necesario, pues, que los miembros del cuerpo legislativo provengan, en
general, del cuerpo de la nación, sino que conviene que, en cada lugar principal, los
habitantes elijan un representante.
La gran ventaja de los representantes es que tienen capacidad para discutir los asuntos.
El pueblo en cambio no está preparado para esto, lo que constituye uno de los grandes
inconvenientes de la democracia.
Cuando los representantes han recibido de quienes los eligieron unas instrucciones
generales, no es necesario que reciban instrucciones particulares sobre cada asunto,
como se practica en las dietas de Alemania. Verdad es que, de esta manera, la palabra
de los diputados sería más propiamente la expresión de la voz de la nación, pero esta
práctica llevaría a infinitas dilaciones, haría a cada diputado dueño de los demás y, en
los momentos más apremiantes, toda la fuerza de la nación podrá ser detenida por un
capricho.
Dice acertadamente M. Sidney que cuando los diputados representan a un cuerpo del
pueblo, como en Holanda, deben dar cuenta a los que les han delegado. Pero cuando
son diputados por las ciudades, como en Inglaterra, no ocurre lo mismo.
Todos los ciudadanos de los diversos distritos deben tener derecho a dar su voto para
elegir al representante, exceptuando aquellos que se encuentren en tan bajo estado que
se les considere carentes de voluntad propia.
Existía un gran defecto en la mayor parte de las Repúblicas de la antigüedad: el pueblo
tenía derecho a tomar resoluciones activas que requerían cierta ejecución, cosa de la
que es totalmente incapaz. El pueblo no debe entrar en el Gobierno más que para
elegir a sus representantes, que es lo que está a su alcance. Pues si hay pocos que
conozcan el grado exacto de la capacidad humana, cada cual es capaz, sin embargo, de
saber, en general, si su elegido es más competente que los demás.
El cuerpo representante no debe ser elegido tampoco para tomar una resolución acti-
va, lo cual no haría bien, sino para promulgar leyes o para ver si se han cumplido
adecuadamente las que hubiera promulgado, cosa que no sólo puede realizar muy
bien, sino que sólo él puede hacer.
Hay siempre en los Estados personas distinguidas por su nacimiento, sus riquezas o
sus honores que si estuvieran confundidas con el pueblo y no tuvieran más que un
voto como los demás, la libertad común sería esclavitud para ellas y no tendrían nin-
gún interés en defenderla, ya que la mayor parte de las resoluciones irían en contra
suya. La parte que tomen en la legislación debe ser, pues, proporcionada a las demás
ventajas que poseen en el Estado, lo cual ocurrirá si forman un cuerpo que tenga
derecho a oponerse a las tentativas del pueblo, de igual forma que el pueblo tiene
derecho a, oponerse a las suyas.
241
De este modo, el poder legislativo se confiará al cuerpo de nobles y al cuerpo que se
escoja para representar al pueblo; cada uno de ellos se reunirá en asambleas y delibera-
rá con independencia del otro, y ambos tendrán miras e intereses separados.
De los tres poderes de que hemos hablado, el de juzgar es, en cierto modo, nulo. No
quedan más que dos que necesitan de un poder regulador para atemperarlos. La parte
del cuerpo legislativo compuesta por nobles es muy propia para ello.
El cuerpo de los nobles debe ser hereditario. Lo es, en principio, por su naturaleza,
pero además es preciso que tenga gran interés en conservar sus prerrogativas, odiosas
por sí mismas y en peligro continuo en un Estado libre.
Pero un poder hereditario podría inclinarse a cuidar de sus intereses y a olvidar los del
pueblo; y así en cosas susceptibles de fácil soborno, como las leyes concernientes a la
recaudación del dinero, es necesario que dicho poder participe en la legislación en
razón de su facultad de impedir, pero no por su facultad de estatuir.
Llamo facultad de estatuir al derecho de ordenar por sí mismo o de corregir lo que ha
sido ordenado por otro, y llamo facultad de impedir al derecho de anular una resolu-
ción tomada por otro, lo que constituía la potestad de los tribunos en Roma. Aunque
aquel que tiene la facultad de impedir tenga también el derecho de aprobar, esta apro-
bación no es, en este caso, más que la declaración de que no hace uso de su facultad
de impedir, y se deriva de esta misma facultad.
El poder ejecutivo debe estar en manos de un monarca, porque esta parte del Gobier-
no, que necesita casi siempre de una acción rápida, está mejor administrada por una
sola persona que por varias; y al contrario, las cosas concernientes al poder legislativo
se ordenan mejor por varios que por uno solo.
Si no hubiera monarca y se confiara el poder ejecutivo a cierto número de personas del
cuerpo legislativo, la libertad no existiría, pues los dos poderes estarían unidos, ya que
las mismas personas participarían en uno y otro.
Si el cuerpo legislativo no se reuniera en asamblea durante un espacio de tiempo con-
siderable, no habría libertad, pues sucederían una de estas dos cosas: o no existirían
resoluciones legislativas, en cuyo caso el Estado caería en la anarquía, o dichas resolu-
ciones serían tomadas por el poder ejecutivo, que se haría absoluto.
Es inútil que el cuerpo legislativo esté siempre reunido: sería incómodo para los repre-
sentantes y, por otra parte, ocuparía demasiado al poder ejecutivo, el cual no pensaría
en ejecutar, sino en defender sus prerrogativas y su derecho de ejecutar.
Además si el cuerpo legislativo estuviese continuamente reunido, podría suceder que
sólo se nombraran nuevos diputados en el lugar de los que muriesen. En este caso, si
el cuerpo legislativo se corrompiera, el mal no tendría remedio. Cuando varios cuerpos
legislativos se suceden, si el pueblo tiene mala opinión del actual, pone sus esperanzas,
con razón, en el que vendrá después. Pero si hubiera siempre un mismo cuerpo, el
242
pueblo no esperaría ya nada de sus leyes al verle corrompido; se enfurecería o caería
en la indolencia.
El cuerpo legislativo no debe reunirse a instancia propia, pues se supone que un cuer-
po no tiene voluntad más que cuando está reunido en asamblea; si no se reuniera
unánimemente, no podría saberse qué parte es verdaderamente el cuerpo legislativo, si
la que está reunida o la que no lo está. Si tuviera derecho a prorrogarse a sí mismo,
podría ocurrir que no se prorrogase nunca, lo cual sería peligroso en el caso de que
quisiera atentar contra el poder ejecutivo. Por otra parte, hay momentos más conve-
nientes que otros para la asamblea del cuerpo legislativo; así pues, es preciso que el
poder ejecutivo regule el momento de la celebración y la duración de dichas asam-
bleas, según las circunstancia que él conoce.
Si el poder ejecutivo no posee el derecho de frenar las aspiraciones del cuerpo legisla-
tivo, éste será despótico, pues, como podrá atribuirse todo el poder imaginable ani-
quilará a los demás poderes.
Recíprocamente el poder legislativo no tiene que disponer de la facultad de contener al
poder ejecutivo, pues es inútil limitar la, ejecución, que tiene sus límites por naturale-
za; y además, el poder ejecutivo actúa siempre sobre cosas momentáneas. Era éste el
defecto del poder de los tribunos de Roma, pues no sólo ponía impedimentos a la
legislación, sino también a la ejecución, lo cual causaba graves perjuicios.
Pero si en un Estado libre el poder legislativo no debe tener derecho a frenar al poder
ejecutivo, tiene, sin embargo, el derecho y debe tener la facultad de examinar cómo
son cumplidas las leyes que ha promulgado. Es la ventaja de este Gobierno sobre el de
Creta y el de Lacedemonia, donde los comes y los éforos no daban cuenta de su admi-
nistración.
Cualquiera que sea este examen, el cuerpo legislativo no debe tener potestad para
juzgar la persona, ni por consiguiente la conducta del que ejecuta. Su persona debe ser
sagrada, porque, como es necesaria al Estado para que el cuerpo legislativo no se haga
tiránico, en el momento en que sea acusado o juzgado ya no habrá libertad.
En ese caso el Estado no sería una Monarquía, sino una República no libre. Pero como
el que ejecuta no puede ejecutar mal sin tener malos consejeros que odien las leyes
como ministros, aunque éstas les favorezcan como hombres, se les puede buscar y
castigar. Es la ventaja de este Gobierno sobre el de Gnido, donde nunca se podía dar
razón al pueblo de las injusticias que se cometían contra él, ya que la ley no permitía
llamar a juicio a los amimones, ni siquiera después de concluida su administración.
Aunque, en general, el poder judicial no debe estar unido a ninguna parte del legislati-
vo, hay, sin embargo, tres excepciones, basadas en el interés particular del que ha de
ser juzgado.
Los grandes están siempre expuestos a la envidia, y si fueran juzgados por el pueblo,
podrían correr peligro, y además no serían juzgados por sus iguales, privilegio que
243
tiene hasta el menor de los ciudadanos en un Estado libre. Así, pues, los nobles deben
ser citados ante la parte del cuerpo legislativo compuesta por nobles, y no ante los
tribunales ordinarios de la nación.
Podría ocurrir que la ley, que es ciega y clarividente a la vez, fuera, en ciertos casos,
demasiado rigurosa. Los jueces de la nación no son, como hemos dicho, más que el
instrumento que pronuncia las palabras de la ley, seres inanimados que no pueden
moderar ni la fuerza ni el rigor de las leyes. La parte del cuerpo legislativo que consi-
derábamos como tribunal necesario, anteriormente, lo es también en esta ocasión: a su
autoridad suprema corresponde moderar la ley en favor de la propia ley, fallando con
menos rigor que ella.
Pudiera también ocurrir que algún ciudadano violara los derechos del pueblo en algún
asunto público y cometiera delitos que los magistrados no pudieran o no quisieran
castigar. En general, el poder legislativo no puede castigar, y menos aún en este caso
en que representa la parte interesada, que es el pueblo. Así, pues, sólo puede ser la
parte que acusa, pero ¿ante quién acusará? No podrá rebajarse ante los tribunales de la
ley que son inferiores y que además, al estar compuestos por personas pertenecientes
al pueblo, como ella, se verían arrastrados por la autoridad de tan gran acusador. Para
conservar la dignidad del pueblo y la seguridad del particular será preciso que la parte
legislativa del pueblo acuse ante la parte legislativa de los nobles, la cual no tiene los
mismos intereses ni las mismas pasiones que aquélla.
Esta es la ventaja del Gobierno al que nos referimos sobre la mayor parte de las Repú-
blicas antiguas, donde existía el abuso de que el pueblo era al mismo tiempo juez y
acusador.
El poder ejecutivo, como hemos dicho, debe participar en la legislación en virtud de su
facultad de impedir, sin lo cual pronto se vería despojado de sus prerrogativas. Pero si
el poder legislativo participa en la ejecución, el ejecutivo se perderá igualmente.
Si el monarca participara en la legislación en virtud de su facultad de estatuir, tampoco
habría libertad. Pero como le es necesario, sin embargo, participar en la legislación
para defenderse, tendrá que hacerlo en virtud de su facultad de impedir.
La causa del cambio de Gobierno en Roma fue que si bien el Senado tenía una parte
en el poder ejecutivo, y los magistrados la otra, no poseían, como el pueblo, la facul-
tad de impedir.
He aquí, pues, la constitución fundamental del Gobierno al que nos referimos: el cuer-
po legislativo está compuesto de dos partes, cada una de las cuales tendrá sujeta a la
otra por su mutua facultad de impedir, y ambas estarán frenadas por el poder ejecutivo
que lo estará a su vez por el legislativo.
Los tres poderes permanecerían así en reposo o inacción, pero, como por el movi-
miento necesario de las cosas, están obligados a moverse, se verán forzados a hacerlo
de común acuerdo.
244
El poder ejecutivo no puede entrar en el debate de los asuntos, pues sólo forma parte
del legislativo por su facultad de impedir. Ni siquiera es necesario que proponga, pues,
como tiene el poder de desaprobar las resoluciones, puede rechazar las decisiones de
las propuestas que hubiera deseado no se hicieran.
En algunas Repúblicas antiguas, en las que el pueblo en cuerpo discutía los asuntos,
era natural que el poder ejecutivo los propusiera y los discutiera con él, sin lo cual se
habría producido una extraordinaria confusión en las resoluciones.
Si el poder ejecutivo estatuye sobre la recaudación de impuestos de manera distinta
que otorgando su consentimiento, no habría tampoco libertad porque se transformaría
en legislativo en el punto más importante de la legislación.
Si el poder legislativo estatuye sobre la recaudación de impuestos, no de año en año,
sino para siempre, corre el riesgo de perder su libertad porque el poder ejecutivo ya no
dependerá de él. Cuando se tiene tal derecho para siempre, es indiferente que proven-
ga, de sí mismo o de otro. Ocurre lo mismo si legisla para siempre y no de año en año
sobre las fuerzas de tierra y mar que debe confiar al poder ejecutivo.
Para que el ejecutivo no pueda oprimir es preciso que los ejércitos que se le confían
sean pueblo y estén animados del mismo espíritu que el pueblo, como ocurrió en
Roma hasta la época de Mario. Y para que así suceda sólo existen dos medios: que los
empleados en el ejército tengan bienes suficientes para responder de su conducta ante
los demás ciudadanos y que no se alisten más que por un año, como se hacia en Roma,
o si hay un cuerpo de tropas permanente, constituido por las partes más viles de la
nación, es preciso que el poder legislativo pueda desarticularlo en cuanto lo desee, que
los soldados convivan con los ciudadanos y que no haya campamentos separados, ni
cuarteles, ni plazas de guerra.
Una vez formado el ejército, no debe depender inmediatamente del cuerpo legislativo,
sino del poder ejecutivo, y ello por su propia naturaleza, ya que su misión consiste más
en actuar que en deliberar.
Es propio del ser humano que se dé más importancia al valor que a la timidez, a la
actividad que a la prudencia, a la fuerza que a los consejos: el ejército menospreciará
siempre al Senado y respetará a los oficiales. No dará importancia a órdenes que le
vengan de un cuerpo compuesto por personas a quien estime tímidas y, por tanto,
indignas de mandarle. Así, en cuanto el ejército dependa únicamente del cuerpo legis-
lativo, el Gobierno se hará militar. Y si alguna vez ocurrió lo contrario fue a causa de
circunstancias extraordinarias: bien porque el ejército estuviera siempre separado, bien
porque estuviere compuesto de varios cuerpos que dependiesen cada uno de su pro-
vincia particular, bien porque las capitales fueran plazas excelentes que se defendiesen
únicamente por su situación y sin tener tropas.
245
Holanda está aún más segura que Venecia: si las tropas se sublevasen las aniquilaría
haciéndolas morir de hambre; como no residen en ciudades que puedan suministrarles
víveres, su subsistencia es precaria.
En el caso en que el ejército esté gobernado por el cuerpo legislativo, ciertas circuns-
tancias impiden al Gobierno hacerse militar, pero se caerá en otros inconvenientes y
entonces será preciso que el ejército destruya al Gobierno o que el Gobierno debilite al
ejército. Dicho debilitamiento derivará de una causa fatal: la debilidad misma del
Gobierno.
El que lea la admirable obra de Tácito “Sobre las costumbres de los germanos” se
dará cuenta de que los ingleses han tomado de ellos la idea de su Gobierno político.
Este magnifico sistema fue hallado en los bosques.
Como todas las cosas humanas tienen un fin, el Estado del que hablamos, al perder su
libertad, perecerá también. Roma, Lacedemonia y Cartago perecieron. Este Estado
morirá cuando el poder legislativo esté más corrompido que el ejecutivo.
No soy quien para examinar si los ingleses gozan ahora de libertad o no. Me basta
decir que está establecida por las leyes, y no busco más.
No pretendo con esto rebajar a los demás Gobiernos, ni decir que esta suma libertad
política deba mortificar a los que sólo la tienen moderada. ¿Cómo lo iba a decir yo,
que creo que el exceso de razón no es siempre deseable y que los hombres se adaptan
mejor a los medios que a los extremos?
Harrington, en su Oceana, ha examinado también cuál era el punto más alto de libertad
que puede alcanzar la constitución de un Estado. Pero se puede decir de él que buscó
la libertad después de haberla ignorado y que construyó Calcedonia, teniendo a la vista
las costas de Bizancio.
246
JUAN JACOBO ROUSSEAU: “DEL CONTRATO SOCIAL”
(Libro I, Capítulos 6 y 7; y Libro II, Capítulos 1,2,3 y 4)
LIBRO PRIMERO.
Supongo a los hombres llegados a un punto en que los obstáculos que perjudican a su
conservación en el estado de naturaleza logran vencer, mediante su resistencia, a la
fuerza que cada individuo puede emplear para mantenerse en dicho estado. Desde este
momento, el estado primitivo no puede subsistir, y el género humano perecería si no
cambiase de manera de ser.
Ahora bien; como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino unir y dirigir
las que existen, no tienen otro medio de conservarse que formar por agregación una
suma de fuerzas que pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo
móvil y hacerlas obrar en armonía.
Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de muchos; pero siendo la
fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación,
¿cómo va a comprometerlos sin perjudicarse y sin olvidar los cuidados que se debe?
Esta dificultad, referida a nuestro problema, puede anunciarse en estos términos:
“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la
persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada uno, uniéndose a
todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes.” Tal es el problema
fundamental, al cual da solución el Contrato social.
Las cláusulas de este contrato se hallan determinadas hasta tal punto por la naturaleza
del acto, que la menor modificación las haría vanas y de efecto nulo; de suerte que,
aun cuando jamás hubiesen podido ser formalmente enunciadas, son en todas partes
247
las mismas y doquiera están tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, una vez
violado el pacto social, cada cual vuelve a la posesión de sus primitivos derechos y a
recobrar su libertad natural, perdiendo la convencional, por la cual renunció a aquélla.
Estas cláusulas, debidamente entendidas, se reducen todas a una sola, a saber: la enajena-
ción total de cada asociado con todos sus derechos a toda la humanidad; porque, en primer
lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos, y siendo la condi-
ción igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás.
Es más: cuando la enajenación se hace sin reservas, la unión llega a ser lo más perfecta
posible y ningún asociado tiene nada que reclamar, porque si quedasen reservas en
algunos derechos, los particulares, como no habría ningún superior común que pudiese
fallar entre ellos y el público, siendo cada cual su propio juez en algún punto, pronto
pretendería serlo en todos, y el estado de naturaleza subsistiría y la asociación adven-
dría necesariamente tiránico o vana.
En fin, dándose cada cual a todos, no se da a nadie, y como no hay un asociado, sobre
quien no se adquiera el mismo derecho que se le concede sobre sí, se gana el equiva-
lente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo que se tiene.
Por tanto, si se elimina del pacto social lo que no le es de esencia, nos encontramos
con que se reduce a los términos siguientes: “Cada uno de nosotros pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros
recibimos además a cada miembro como parte indivisible del todo.” Este acto produce
inmediatamente, en vez de la persona particular de cada contratante, un cuerpo moral
y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual
recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona
pública que así se forma, por la unión de todos los demás, tomaba en otro tiempo el
nombre de ciudad1 y toma ahora el de república o de cuerpo político, que es llamado
por sus miembros Estado, cuando es pasivo; soberano, cuando es activo; poder, al
compararlo a sus semejantes; respecto a los asociados, toman colectivamente el nom-
bre de pueblo, y se llaman en particular ciudadanos, en cuanto son participantes de la
1
El verdadero sentido de esta palabra se ha perdido casi por completo modernamente: la mayor parte
toman una aldea por una ciudad y un burgués por un ciudadano. No saben que las casas forman la
aldea: pero que los ciudadanos constituyen la ciudad. Este mismo error costó caro en otro tiempo a los
cartagineses. No he leído que el título de cives haya sido dado nunca al súbdito de un príncipe, ni aun
antiguamente a los macedonios, ni en nuestros días a los ingleses aunque se hallen más próximos a la
libertad que los demás. Tan sólo los franceses toman todos familiarmente este nombre de ciudadanos
porque no tienen una verdadera idea de él como puede verse en sus diccionarios, sin lo cual caerían,
al usurparlo, en el delito de lesa majestad: este nombre, entre ellos, expresa una virtud y no un dere-
cho. Cuando Bodin ha querido hablar de nuestros ciudadanos y burgueses, ha cometido un error
tomando a unos por otros. N. d’Alembert no se ha equivocado. y ha distinguido bien, en su, artículo
Ginebra las cuatro clases de hombres –hasta cinco contando a los extranjeros– que se encuentran en
248
autoridad soberana, y súbditos, en cuanto sometidos a las leyes del Estado. Pero estos
términos se confunden frecuentemente y se toman unos por otros; basta con saberlos
distinguir cuando se emplean en toda su precisión.
nuestra ciudad, y de las cuales solamente dos componen la República. Ningún otro autor francés, que
yo sepa, ha comprendido el verdadero sentido de la palabra ciudadano.
249
Ahora bien; no estando formado el soberano sino por los particulares que lo compo-
nen, no hay ni puede haber interés contrario al suyo; por consiguiente, el poder sobe-
rano no tiene ninguna necesidad de garantía con respecto a los súbditos, porque es
imposible que el cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y ahora veremos
cómo no puede perjudicar a ninguno en particular. El soberano, sólo por ser lo que es,
es siempre lo que debe ser.
Mas no ocurre lo propio con los súbditos respecto al soberano, de cuyos compromi-
sos, a pesar del interés común, nada respondería si no encontrase medios de asegurar-
se de su fidelidad. En efecto; cada individuo puede como hombre tener una voluntad
particular contraria o disconforme con la voluntad general que tiene como ciudadano;
su interés particular puede hablarle de un modo completamente distinto de como lo
hace el interés común; su existencia, absoluta y naturalmente independiente, le puede
llevar a considerar lo que debe a la causa común, como una contribución gratuita,
cuya pérdida será menos perjudicial a los demás que oneroso es para él el pago, y
considerando la persona moral que constituye el Estado como un ser de razón, ya que
no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer llenar los deberes
del súbdito, injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo político.
Por tanto, a fin de que este pacto social no sea una vana fórmula, encierra tácitamente
este compromiso: que sólo por sí puede dar fuerza a los demás, y que quienquiera se
niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto no
significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre, pues es tal la condición, que
dándose cada ciudadano a la patria le asegura de toda dependencia personal; condición
que constituye el artificio y el juego de la máquina política y que es la única que hace
legítimos los compromisos civiles, los cuales sin esto serían absurdos, tiránicos y
estarían sujetos a los más enormes abusos.
LIBRO SEGUNDO
250
Digo, pues, que no siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad general, no
puede enajenarse jamás, y el soberano, que no es sino un ser colectivo, no puede ser
representado más que por sí mismo: el poder es susceptible de ser transmitido, mas no
la voluntad.
En efecto: si bien no es imposible que una voluntad particular concuerde en algún
punto con la voluntad general, sí lo es, al menos, que esta armonía sea duradera y
constante, porque la voluntad particular tiende por su naturaleza al privilegio y la
voluntad general a la igualdad. Es aún más imposible que exista una garantía de esta
armonía, aun cuando siempre debería existir; esto no sería un efecto del arte, sino del
azar. El soberano puede muy bien decir: “Yo quiero actualmente lo que quiere tal
hombre o, por lo menos, lo que dice querer”; pero no puede decir: “Lo que este hom-
bre querrá mañana yo lo querré también”; puesto que es absurdo que la voluntad se
eche cadenas para el porvenir y porque no depende de ninguna voluntad el consentir
en nada que sea contrario al bien del ser que quiere. Si, pues, el pueblo promete sim-
plemente obedecer, se disuelve por este acto y pierde su cualidad de pueblo; en el
instante en que hay un señor, ya no hay soberano, y desde entonces el cuerpo político
queda destruido.
No quiere esto decir que las órdenes de los jefes no pueden pasar por voluntades
generales, en cuanto el soberano, libre para oponerse, no lo hace. En casos tales, es
decir, en casos de silencio universal, se debe presumir el consentimiento del pueblo.
Esto se explicará más detenidamente.
2
Para que una voluntad sea general, no siempre es necesario que sea unánime; pero es preciso que
todas las voces sean tenidas en cuenta: una exclusión formal rompe la generalidad.
251
niño a la vista de los espectadores, y después, lanzando al aire sus miembros uno
después de otro, hacen que el niño vuelva a caer al suelo vivo y entero. Semejantes
son los juegos malabares de nuestros políticos: después de haber despedazado el
cuerpo social, por un prestigio digno de la magia reúnen los pedazos no se sabe cómo.
Este error procede de no haberse formado noción exacta de la autoridad soberana y de
haber considerado como partes de esa autoridad lo que no eran sino emanaciones de
ella. Así, por ejemplo, se ha considerado el acto de declarar la guerra y el de hacer la
paz como actos de soberanía; cosa inexacta, puesto que cada uno de estos actos no
constituye una ley, sino solamente una aplicación de la ley, un acto particular que
determina el caso de la ley, como se verá claramente cuando se fije la idea que va
unida a la palabra ley.
Siguiendo el análisis de las demás divisiones, veríamos que siempre que se cree ver la
soberanía dividida se equivoca uno; que los derechos que se toman como parte de esta
soberanía le están todos subordinados y suponen siempre voluntades supremas, de las
cuales estos hechos no son sino su ejecución.
No es posible expresar cuánta oscuridad ha lanzado esta falta de exactitud sobre las
divisiones de los autores en materia de Derecho político cuando han querido juzgar de
los derechos respectivos de los reyes y de los pueblos sobre los principios que habían
establecido. Todo el que quiera puede ver en los capítulos III y IV del primer libro de
Grocio cómo este sabio y su traductor Barbeyrac se confunden y enredan en sus so-
fismas por temor a decir demasiado, o de no decir bastante, según sus puntos de vista,
y de hacer chocar los intereses que debían conciliar. Grocio, refugiado en Francia,
descontento de su patria y queriendo hacer la corte a Luis XIII, a quien iba dedicado
su libro, no perdona medio de despojar a los pueblos de todos sus derechos y de ador-
nar a los reyes con todo el arte posible. Éste hubiese sido también el gusto de Barbe-
yrac, que dedicaba su traducción al rey de Inglaterra Jorge I. Pero, desgraciadamente,
la expulsión de Jacobo II, que él llama abdicación, le obliga a guardar reservas, a
soslayar, a tergiversar, para no hacer de Guillermo un usurpador. Si estos dos escrito-
res hubiesen adoptado los verdaderos principios, se habrían salvado todas las dificulta-
des y habrían sido siempre consecuentes; pero hubieran dicho, por desgracia, la verdad
y no hubiesen hecho la corte más que al pueblo. Ahora bien; la verdad no conduce al
lucro, y el pueblo no da embajadas, ni sedes, ni pensiones.
Se sigue de todo lo que precede que la voluntad general es siempre recta y tiende a la
utilidad pública; pero no que las deliberaciones del pueblo ofrezcan siempre la misma
rectitud. Se quiere siempre el bien propio; pero no siempre se le conoce. Nunca se
252
corrompe al pueblo; pero frecuentemente se le engaña, y solamente entonces es cuan-
do parece querer lo malo.
Hay, con frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad gene-
ral. Ésta no tiene en cuenta sino el interés común; la otra se refiere al interés privado, y
no es sino una suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas volunta-
des el más y el menos, que se destruyen mutuamente, y queda como suma de las dife-
rencias la voluntad general3.
Si cuando el pueblo delibera, una vez suficientemente informado, no mantuviesen los
ciudadanos ninguna comunicación entre sí, del gran número de las pequeñas diferen-
cias resultaría la voluntad general y la deliberación sería siempre buena. Mas cuando se
desarrollan intrigas y se forman asociaciones parciales a expensas de la asociación
total, la voluntad de cada una de estas asociaciones se convierte en general, con rela-
ción a sus miembros, y en particular con relación al Estado; entonces no cabe decir
que hay tantos votantes como hombres, por tanto como asociaciones. Las diferencias
se reducen y dan un resultado menos general. Finalmente, cuando una de estas asocia-
ciones es tan grande que excede a todas las demás, no tendrá como resultado una
suma de pequeñas diferencias, sino una diferencia única; entonces no hay ya voluntad
general, y la opinión que domina no es sino una opinión particular.
Importa, pues, para poder fijar bien el enunciado de la voluntad general, que no haya
ninguna sociedad parcial en el Estado y que cada ciudadano opine exclusivamente
según él mismo; tal fue la única y sublime institución del gran Licurgo. Si existen
sociedades parciales, es preciso multiplicar el número de ellas y prevenir la desigual-
dad, como hicieron Solón, Numa y Servio. Estas precauciones son las únicas buenas
para que la voluntad general se manifieste siempre y para que el pueblo no se equivo-
que nunca.
Si el Estado o la ciudad no es sino una persona moral, cuya vida consiste en la unión
de sus miembros, y si el más importante de sus cuidados es el de su propia conserva-
ción, le es indispensable una fuerza universal y compulsivo que mueva y disponga cada
parte del modo más conveniente para el todo. De igual modo que la Naturaleza da a
cada hombre un poder absoluto sobre sus miembros, así el pacto social da al cuerpo
3 “Cada interés –dice el marqués de Argenson– tiene principios diferentes. La armonía entre dos
intereses particulares se forma por oposición al de un tercero”. Se hubiera podido añadir que la
concordancia de todos los intereses se forma por oposición al de cada uno de ellos. Si no hubiese
intereses diferentes, apenas se apreciaría el interés común, que jamás encontraría un obstáculo: todo
marcharía por sí mismo y la política dejaría de ser un arte.
253
político un poder absoluto sobre todo lo suyo. Este mismo poder es el que, dirigido
por la voluntad general, lleva el nombre de soberanía.
Pero, además de la persona pública, tenemos que considerar las personas privadas que
la componen, y cuya vida y libertad son naturalmente independientes de ella. Se trata,
pues, de distinguir bien los derechos respectivos de los ciudadanos y del soberano 4, así
como los deberes que tienen que llenar los primeros, en calidad de súbditos del dere-
cho natural, cualidad de que deben gozar por el hecho de ser hombres.
Se conviene en que todo lo que cada uno enajena de su poder mediante el pacto social,
de igual suerte que se enajena de sus bienes, de su libertad, es solamente la parte de
todo aquello cuyo uso importa a la comunidad; mas es preciso convenir también que
sólo el soberano es juez para apreciarlo.
Cuantos servicios pueda un ciudadano prestar al Estado se los debe prestar en el acto
en que el soberano se los pida; pero éste, por su parte, no puede cargar a sus súbditos
con ninguna cadena que sea inútil a la comunidad, ni siquiera puede desearlo: porque
bajo la ley de la razón no se hace nada sin causa, como asimismo ocurre bajo la ley de
la Naturaleza.
Los compromisos que nos ligan al cuerpo social no son obligatorios sino porque son
mutuos, y su naturaleza es tal, que al cumplirlos no se puede trabajar para los demás
sin trabajar también para sí. ¿Por qué la voluntad general es siempre recta, y por qué
todos quieren constantemente la felicidad de cada uno de ellos, si no es porque no hay
nadie que no se apropie estas palabras de cada uno y que no piense en sí mismo al
votar para todos?. Lo que prueba que la igualdad de derecho y la noción de justicia
que produce se derivan de la preferencia que cada uno se da y, por consiguiente, de la
naturaleza del hombre; que la voluntad general, para ser verdaderamente tal, debe
serlo en su objeto tanto como en su esencia; que debe partir de todos, para aplicarse a
todos, y que pierde su natural rectitud cuando tiende a algún objeto individual y de-
terminado, porque entonces, juzgando de lo que nos es extraño, no tenemos ningún
verdadero principio de equidad que nos guíe.
En efecto; tan pronto como se trata de un hecho o de un derecho particular sobre un
punto que no ha sido reglamentado por una convención general y anterior, el asunto
adviene contencioso: es un proceso en que los particulares interesados son una de las
partes, y el público la otra; pero en el que no ve ni la ley que es preciso seguir ni el
juicio que debe pronunciar. Sería ridículo entonces quererse referir a una expresa
decisión de la voluntad general, que no puede ser sino la conclusión de una de las
partes, y que, por consiguiente, no es para la otra sino una voluntad extraña, particu-
lar, llevada en esta ocasión a la injusticia y sujeta al error.
254
Así, del mismo modo que una voluntad particular no puede representar la voluntad
general, ésta, a su vez, cambia de naturaleza teniendo un objeto particular, y no puede,
como general, pronunciarse ni sobre un hombre ni sobre un hecho. Cuando el pueblo
de Atenas, por ejemplo, nombraba o deponía sus jefes, otorgaba honores al uno, im-
ponía penas al otro y, por multitud de decretos particulares, ejercía indistintamente
todos los actos del gobierno, el pueblo entonces no tenía la voluntad general propia-
mente dicha; no obraba ya como soberano, sino como magistrado. Esto parecerá
contrario a las ideas comunes; pero es preciso que se me deje tiempo para exponer las
mías.
Se debe concebir, por consiguiente, que lo que generaliza la voluntad es menos el
número de votos que el interés común que los une; porque en esta institución cada uno
se somete necesariamente a las condiciones que él impone a los demás: armonía admi-
rable del interés y de la justicia, que da a las deliberaciones comunes un carácter de
equidad, que se ve desvanecerse en la discusión de todo negocio particular por falta de
un interés común que una e identifique la regla del juez con la de la parte.
Por cualquier lado que se eleve uno al principio, se llegará siempre a la misma conclu-
sión, a saber: que el pacto social establece entre los ciudadanos una igualdad tal, que
se comprometen todos bajo las mismas condiciones y, por tanto, que deben gozar
todos los mismos derechos. Así, por la naturaleza de pacto, todo acto de soberanía, es
decir, todo acto auténtico de la voluntad general, obliga y favorece igualmente a todos
los ciudadanos; de suerte que el soberano conoce solamente el cuerpo de la nación y
no distingue a ninguno de aquellos que la componen. ¿Qué es propiamente un acto de
soberanía? No es, en modo alguno, una convención del superior con el inferior, sino
una convención del cuerpo con cada uno de sus miembros; convención legítima, por-
que tiene por base el contrato social; equitativa, porque es común a todos; útil, porque
no puede tener más objeto que el bien general, y sólida, porque tiene como garantía la
fuerza pública y el poder supremo. En tanto que los súbditos no se hallan sometidos
más que a tales convenciones, no obedecen a nadie sino a su propia voluntad; y pre-
guntar hasta dónde se extienden los derechos respectivos del soberano y de los ciuda-
danos es preguntar hasta qué punto pueden éstos comprometerse consigo mismos,
cada uno de ellos respecto a todos y todos respecto a cada uno de ellos.
De aquí se deduce que el poder soberano, por muy absoluto, sagrado e inviolable que
sea, no excede, ni puede exceder, de los límites de las convenciones generales, y que
todo hombre puede disponer plenamente de lo que por virtud de esas convenciones le
han dejado de sus bienes y de su libertad. De suerte que el soberano no tiene jamás
derecho de pesar sobre un súbdito más que sobre otro, porque entonces, al adquirir el
asunto carácter particular, hace que su poder deje de ser competente.
Una vez admitidas estas distinciones, es preciso afirmar que es falso que en el contrato
social haya de parte de los particulares ninguna renuncia verdadera; pues su situación,
255
por efecto de este contrato. Es realmente preferible a la de antes, y en lugar de una
enajenación no han hecho sino un cambio ventajoso, de una manera de vivir incierta y
precaria, por otra mejor y más segura; de la independencia natural, por la libertad; del
poder de perjudicar a los demás, por su propia seguridad, y de su fuerza, que otros
podrían sobrepasar, por un derecho que la unción social hace invencible. Su vida
misma, que han entregado al Estado, está continuamente protegida por él. Y, cuando
la exponen por su defensa, ¿qué hacen sino devolverle lo que de él han recibido? ¿Qué
hacen que no hiciesen más frecuentemente y con más peligro en el estado de naturale-
za, cuando, al librarse de combatientes inevitables, defendiesen con peligro de su vida
lo que les sirve para conservarla?. Todos tienen que combatir, en caso de necesidad,
por la patria, es cierto; pero, en cambio, no tiene nadie que combatir por sí. ¿Y no se
va ganando, al arriesgar por lo que garantiza nuestra seguridad, una parte de los peli-
gros que sería preciso correr por nosotros mismos tan pronto como nos fuese aquélla
arrebatada?
256
EMMANUEL JOSEPH SIEYÉS: “¿QUÉ ES EL TERCER ESTADO?”
257
engañosa. El deber del administrador, por el contrario, es graduar su marcha según la
naturaleza de las dificultades... Si el filósofo no está en la meta, no sabe dónde está; si
el administrador no ve la meta, no sabe a dónde va”.
El plan de este escrito es bastante simple. Tenemos que plantearnos tres cuestiones:
Se verá que las respuestas son justas. Examinaremos después los medios que se han
intentado, y los que deben emprenderse, a fin de que el Tercer estado llegue a ser, en
efecto, algo. Así diremos:
4° Lo que los ministros han intentado, y lo que los privilegiados mismos proponen en
su favor.
6º En fin, lo que resta por hacer al Tercero para tomar el puesto que le es debido.
CAPÍTULO V
“En moral, nada puede reemplazar el medio simple y natural. Pero cuanto más tiempo
ha perdido el hombre en ensayos inútiles, más teme a la idea de recomenzar, como si
no valiera siempre más recomenzar otra vez y acabar, que permanecer a merced de los
acontecimientos y de los recursos facticios, con los cuales se recomenzará sin cesar,
sin estar nunca más adelantado”.
258
En toda nación libre, y toda nación debe ser libre5, no hay sino una manera de terminar
con las diferencias que se produzcan con respecto a la constitución. No es a notables a
quien hay que recurrir: es a la nación misma. Si carecemos de constitución, hay que
hacer una; sólo la nación tiene derecho a ello. Si tenemos una constitución, como
algunos se obstinan en sostener, y por ella la asamblea nacional está dividida, tal como
pretenden, en tres diputaciones de tres órdenes de ciudadanos, no se puede, por lo
menos, dejar de ver que hay por parte de uno de esos órdenes una reclamación tan
fuerte que es imposible dar un paso más sin juzgarla. Ahora bien, ¿a quién corresponde
decidir en semejantes divergencias?
Se comprende bien que una cuestión de esta naturaleza no puede parecer indiferente
sino a quienes, contando por poco en materia social los medios justos y naturales, no
estiman sino estos recursos facticios, más o menos inicuos, más o menos complicados,
que constituyen en todas partes la reputación de lo que se llama los hombres de Esta-
do, los grandes políticos. Nosotros, no saldremos de la moral: ella debe regular todas
las relaciones que ligan a los hombres entre sí a su interés particular y a su interés
común o social. Ella deberá decirnos qué se hubiera debido hacer, y, después de todo,
sólo ella podría decirlo.
Hay que volver siempre de nuevo a los principios simples, como más poderosos que
todos los esfuerzos del genio.
Jamás se comprenderá el mecanismo social si no se toma el partido de analizar una
sociedad como una máquina ordinaria 6, y considerar por separado cada parte, y reu-
nirlas después, en espíritu, una tras otra, a fin de captar los acordes y de oír la armonía
general que debe resultar de ellos. No tenemos necesidad aquí de entrar en un trabajo
tan extenso. Pero como hace falta siempre ser claro, y no se lo es discurriendo sin
principios, rogaremos al menos al lector que considere en la formación de las socieda-
des políticas tres épocas cuya distinción preparará a necesarias aclaraciones.
En la primera, se concibe un número más o menos considerable de individuos aislados
que quieren reunirse. Por ese solo hecho forman ya una nación; tienen todos los dere-
chos de esta; ya no se trata más que de ejercerlos. Esta primera época está caracteri-
zada por el juego de las voluntades individuales. Su obra es la asociación. Ellas son el
origen de todo poder.
5
La afirmación dogmática de la libertad nacional, que en nuestros días vemos oponerse a las liberta-
des individuales, en Sieyes es concebida como idéntica a ellas. Sin embargo, cuando habla de que
toda nación debe ser libre ofrece ya –dentro de un concepción democrática– la fórmula que había de
elevarse más tarde contra el liberalismo, al acentuar el aspecto popular y colectivo de la Libertad en
detrimento del individualismo. F. A.
6
Esta frase nos ofrece una muestra característica de la concepción mecanicista del mundo, que eleva
la máquina a esquema universal, con ayuda del cual se han de conocer, lo mismo el sistema sideral
que el organismo vivo, lo mismo la sociedad que el alma humana.
259
La segunda época está caracterizada por la acción de la voluntad común. Los asocia-
dos quieren dar consistencia a su unión; quieren cumplir su fin. Confieren pues, y
convienen entre ellos necesidades públicas de proveerlas. Se ve que aquí el poder
pertenece al público. El origen son siempre voluntades individuales, y ellas forman sus
esenciales elementos; pero consideradas separadamente su poder sería nulo. No reside
sino en el conjunto. Le hace falta a la comunidad una voluntad común; sin la unidad
de voluntad no llegaría a formar un todo capaz de querer y de actuar. Ciertamente
también, este todo no tiene ningún derecho que no pertenezca a la voluntad común.
Pero franqueemos los intervalos de tiempo. Los asociados son demasiado numerosos y
están dispersos en una superficie demasiado extensa para ejercitar fácilmente ellos
mismos su voluntad común. ¿Qué hacen? Separan todo lo que es necesario para velar
y proveer a las atenciones públicas, y confían el ejercicio de esta porción de voluntad
nacional, y por consiguiente de poder, a algunos de entre ellos. Tal es el origen de un
gobierno ejercido por procuración. Notemos sobre esto varias verdades. 1º La comu-
nidad no se despoja del derecho de querer. Es su propiedad inalienable. No puede sino
encargar su ejercicio. Este principio se desarrolla en otra parte. 2º El cuerpo de los
delegados no puede ni si quiera tener la plenitud de este ejercicio. La comunidad no ha
podido confiarle de su poder total sino esa porción que es necesario para mantener el
buen orden. No se da lo superfluo en este género. 3º No corresponde, pues, al cuerpo
de los delegados alterar los límites del poder que se le ha sido confiado. Se concibe
que esta facultad sería contradictoria consigo misma.
Distingo la tercera época de la segunda en que no es ya la voluntad común real la que
obra, es una voluntad común representativa.7 Dos caracteres indelebles le pertenecen;
hay que repetirlo. 1º Esta voluntad no es plena e ilimitada en el cuerpo de los repre-
sentantes, no es sino una porción de la gran voluntad común nacional. 2º Los delega-
dos no la ejercen como un derecho propio, es el derecho de otro; la voluntad común
no está ahí sino en comisión.
Actualmente dejo una multitud de reflexiones a las que esta exposición nos conduciría
con bastante naturalidad, y marcho a mi meta. Se trata de saber lo que debe entenderse
por la constitución política de una sociedad, y de observar sus justas relaciones con la
nación misma.
Es imposible crear un cuerpo para un fin sin darle una organización, formas y leyes
propias para hacerle cumplir las funciones a que se lo ha querido destinar. Eso es lo
7
En la primera aproximación al concepto de nación vimos que el autor la definía como “cuerpo de
asociados que viven bajo una ley común”... Afirma ahora que forman una nación con todos los
derechos de esta “un número más o menos considerable de individuos aislados que quieren reunirse”:
la voluntad aparece aquí generando el poder. El concepto de voluntad, ligado tan estrechamente al de
razón en Rousseau, parece desprenderse de aquella vinculación y queda dibujado como un puro
querer. F. A.
260
que se llama la constitución de ese cuerpo. Es evidente que no puede existir sin ella.
Lo es también que todo gobierno comisionado debe tener su constitución; y lo que es
verdad del gobierno en general lo es también de todas las partes que lo componen.
Así, el cuerpo de los representantes, al que le está confiado el poder legislativo o el
ejercicio de la voluntad común no existe sino con la manera de ser que la nación ha
querido darle 8. No es nada sin sus formas constitutivas; no obra, no se dirige, no se
comanda sino por ellas.
A esta necesidad de organizar el cuerpo del gobierno, si se quiere que exista o que
actúe, hay que añadir el interés que tiene la nación en que el poder público delegado
no pueda jamás llegar a ser nocivo a sus comitentes. De ahí, una multitud de precau-
ciones políticas que se han mezclado a la constitución, y que son otras tantas reglas
esenciales al gobierno, sin las que el ejercicio del poder se haría ilegal9. Se siente, pues,
la doble necesidad de someter el gobierno a formas ciertas, sea interiores, sea exterio-
res, que garanticen su aptitud para el fin para el que ha sido establecido y su impoten-
cia para separarse de él 10.
Pero que se nos diga según qué criterios, según qué interés hubiera podido darse una
constitución a la nación misma. La nación existe ante todo, es el origen de todo. Su
voluntad es siempre legal, es la ley misma. Antes que ella y por encima de ella sólo
existe el derecho natural11. Si queremos una idea justa de la serie de las leyes positivas
8
La diferenciación entre el poder constituyente y el poder constituido desemboca aquí en una de sus
más delicadas consecuencias: la de distinguir entre las Asambleas constituyentes y los Parlamentos
ordinarios. Estos últimos son un órgano político creado por la Constitución y regulado por sus nor-
mas: su existencia –vale decir, su existencia legítima– depende de que se atenga a ellas. Si recorda-
mos la clasificación que suele hacer la Teoría del Derecho constitucional en Constituciones rígidas y
constituciones flexibles, y pensamos que estas últimas pueden ser modificadas –a la manera inglesa–
por el órgano legislativo ordinario, esto es, por acto de las instituciones constituidas, nos daremos
cuenta del alcance del problema. Acerca de este, v. Carl Schmitt, Verfassungslehre (trad. española,
Teoría de la Constitución). F. A.
9
Habiéndose hecho la distinción entre poder constituyente y poder constituido, y unido así la existen-
cia legítima de los órganos del poder a la forma que la nación les ha dado, se insinúa el principio de
legalidad que conduce al Estado de Derecho. Dicho principio está presentado en este párrafo con
clara conciencia de su valor político: se trata de evitar mediante él que el poder público delegado
llegue a ser nocivo para la nación. De esta manera se sugiere el carácter limitador de la Constitución
en su sentido de norma fundamental. F. A.
10
Las formas interiores componen aproximadamente la parte llamada orgánica de la Constitución,
donde se disponen los órganos del gobierno de manera que se contrapesen sin anularse, mediante la
aplicación del postulado de la división de poderes: las formas exteriores –parte dogmática de la
Constitución– regularían en un sentido restrictivo y delimitador la actuación de esos mismos órganos.
11
La creencia en el Derecho natural es el único freno que todavía se reconoce en el pensamiento de
Sieyés a la omnipotencia de la voluntad nacional. Y merece ser notado que es precisamente el mismo
freno reconocido por la doctrina de la Monarquía absoluta a la voluntad soberana del Príncipe.
La eficacia con que actúe dependerá, claro es, de la convicción que se tenga acerca de la validez de
sus normas, y aún acerca de su existencia misma. Pero, junto al papel de freno que siempre se ha
261
que no pueden emanar sino de su voluntad, vemos en primer término las leyes consti-
tucionales, que se dividen en dos partes: las unas regulan la organización y las funcio-
nes del cuerpo legislativo; las otras determinan la organización y las funciones de los
diferentes cuerpos activos. Estas leyes son llamadas fundamentales, no en el sentido
de que puedan hacerse independientes de la voluntad nacional, sino porque los cuer-
pos que existen y actúan por ellas no pueden tocarlas12. En cada parte, la constitución
no es obra del poder constituido, sino del poder constituyente. Ninguna especie de
poder delegado puede cambiar nada en las condiciones de su delegación. Es en este
sentido en el que las leyes constitucionales son fundamentales. Las primeras, aquellas
que establecen la legislatura, están fundadas por la voluntad nacional antes de toda
constitución; forman su primer grado. Las segundas deben ser establecidas por una
voluntad representativa especial. Así todas las partes del gobierno se remiten y depen-
den en último análisis de la nación. No ofrecemos aquí sino una idea fugitiva, pero es
exacta13.
Se concibe fácilmente después cómo las leyes propiamente dichas, las que protegen a
los ciudadanos y deciden del interés común, son obra del cuerpo legislativo formado y
moviéndose según sus condiciones constitutivas. Aun cuando no presentemos estas
últimas leyes sino en segunda línea, son sin embargo las más importantes, son el fin de
que las leyes constitucionales no son sino los medios. Puede dividírselas en dos partes;
las leyes inmediatas o protectoras, y las leyes mediatas o directrices. No es este el
lugar de dar más desarrollo a este análisis.
Hemos visto nacer la constitución en la segunda época. Es claro que no es relativa
sino al gobierno. Sería ridículo suponer a la nación misma ligada por las formalidades
o por la constitución a que ella ha sujetado sus mandatarios. Si hubiera necesitado
reconocido a la idea del derecho natural con respecto al poder político, quiero yo subrayar otra mi-
sión, aún más importante, que le ha correspondido históricamente: la de servir como elemento unifi-
cador. En efecto: la voluntad positiva y soberana autorizada, sea del Príncipe, sea de la nación, puede
conducir a todos los extravíos –tiranía o demagogia, según los clásicos conceptos de la ciencia políti-
ca– si no está ceñida por las normaciones ideales de un supuesto Derecho natural. Y así vemos que,
en cuanto desaparece la fe en este, las naciones han ido cayendo en una verdadera anarquía, cuya
iniciación está marcada por el pensamiento político del Romanticismo y cuyo ápice corresponde al
totalitarismo y su guerra sin normas. F. A.
12
Indicación preciosa para la doctrina del Derecho constitucional. Definida así la ley fundamental,
presta base excelente a una construcción formalista y jerarquizadora del orden jurídico, como la
pensada por Kelsen en su Teoría del Estado, tanto como a un sistema jurídico-positivo rígido, tal
como el establecido en la Constitución que el propio Kelsen hubo de preparar y rigió en Austria
durante la Postguerra de 1914-1918. F. A.
13
Su desarrollo teórico y práctico a lo largo del siglo XIX y primer decenio del XX comprueba, en
efecto, su exactitud, sobre los supuestos tácitos de Estados soberanos cerrados y fuertemente burocrá-
ticos donde la producción del Derecho se lleva a cabo desde instancias oficiales céntricas que operan
con técnicas jurídicas de elevada racionalización. F. A.
262
esperar, para llegar a ser una nación, una manera de ser positiva, jamás lo hubiera
sido. La nación se forma por el sólo derecho natural. El gobierno, por el contrario,
sólo puede pertenecer al derecho positivo14. La nación es todo lo que puede ser por el
sólo hecho de que es. No depende de su voluntad atribuirse más derechos de los que
tiene. En su primera época, tiene todos los de una nación. En la segunda época, los
ejerce; en la tercera, hace ejercer por sus representantes todo lo que es necesario para
la conversación y el buen orden de la comunidad. Si se sale de esta serie de ideas sólo
se puede caer de absurdidades en absurdidades.
El gobierno no ejerce un poder real sino en tanto que es constitucional; no es legal
sino en tanto que es fiel a las leyes que le han sido impuestas. La voluntad nacional,
por el contrario, no tiene necesidad sino de su realidad para ser siempre legal; ella es el
origen de toda legalidad15.
No solamente la nación no está a una constitución, sino que no puede estarlo, sino que
no debe estarlo, lo que equivale a decir que no lo está.
No puede estarlo. ¿De quién, en efecto, hubiera podido recibir una forma positiva?
¿Hay una autoridad anterior que haya podido decir a una multitud de individuos: “Yo
os reúno bajo tales leyes; formaréis una nación en las condiciones que yo os prescri-
bo”? No hablamos aquí de bandidaje ni dominación, sino de asociación legítima, es
decir, voluntaria y libre.
¿Se dirá que una nación puede, por un primer acto de su voluntad, a la verdad inde-
pendiente de toda forma, comprometerse a no querer en el porvenir sino de una mane-
ra determinada? Ante todo, una nación no puede ni alienar ni prohibirse el derecho de
querer; y cualquiera que sea su voluntad, no puede perder el derecho a cambiarla en el
momento en que su interés lo exija. En segundo lugar, ¿con quién se habría compro-
metido esta nación? Concibo como puede obligar a sus mandatarios, y todo lo que le
pertenece; pero ¿puede, en ningún sentido, imponerse deberes hacia sí misma? Siendo
los dos términos la misma voluntad, puede siempre desprenderse del pretendido com-
promiso16.
14
Obsérvese el peculiar juego de Derecho natural y Derecho positivo en orden a las realidades políti-
cas, poniéndolo en conexión con lo indicado en la nota Nº 37. F. A.
15
De toda legalidad, pero no de toda legitimidad; esta vendría de la adecuación de la realidad de la
voluntad nacional a las normas del Derecho natural. Pero probablemente piensa Sieyés que una tal
adecuación se produce por sí misma, que reside en la naturaleza de las cosas, y que la nación no
puede querer lo que no corresponda al Derecho natural. Estaríamos así ya a un paso de definir el
contenido del Derecho natural por la realidad de la voluntad nacional, legitimando cualquier eventual
contenido de esta, a la manera romántica. F. A.
16
Es, en cierto modo, una nueva versión del sutil argumento jurídico con que rechaza Hobbes en su
Leviathan la posibilidad de un pacto entre el soberano y los súbditos: en el estado de naturaleza no
hay sino hombres desligados, que contratan entre sí: pero tan pronto como han contratado la creación
del Estado pasan a ser súbditos de este y no están ya en condiciones de contratar con él. F. A.
263
Aún cuando pudiera, una nación no debería encerrarse en las trabas de una forma
positiva. Sería exponerse a perder su libertad, sin vuelta, pues no haría falta sino un
momento de éxito a la tiranía para entregar los pueblos, so pretexto de constitución, a
una forma tal, que no les sería posible ya expresar su voluntad, y por consiguiente
sacudir las cadenas del despotismo. Debe concebirse las naciones sobre la tierra como
individuos fuera del lazo social o, según se dice, en el estado de naturaleza. El ejerci-
cio de su voluntad es libre e independiente de todas las formas civiles. No existiendo
más que en el orden natural, su voluntad, para surtir todo su efecto, no tiene necesidad
de llevar los caracteres naturales de la voluntad. De cualquier manera que una nación
quiera, basta que quiera; todas las formas son buenas, y su voluntad es siempre la ley
suprema. Puesto que, para imaginar una sociedad legítima, hemos supuesto a las
voluntades individuales, puramente naturales, la potencia moral de formar la asocia-
ción, ¿cómo nos negaríamos a reconocer una fuerza semejante en una voluntad co-
mún, igualmente natural? Una nación no sale jamás del estado de naturaleza, y en
medio de tantos peligros, nunca son demasiadas todas las maneras posibles de expre-
sar su voluntad. Repitámoslo: una nación es independiente de toda forma; y de cual-
quier manera que quiera, basta que su voluntad aparezca para que todo derecho posi-
tivo cese ante ella, como ante la fuente y el dueño supremo de todo derecho positivo 17.
Pero hay todavía una prueba más impresionante de la verdad de nuestros principios.
Una nación no debe ni puede restringirse a formas constitucionales, pues a la primer
diferencia que surgiera entre las partes de esta constitución ¿qué ocurriría con la na-
ción así dispuesta a no poder obrar sino según la constitución disputada? Pongamos
atención en cuán esencial es, en el orden civil, que los ciudadanos encuentren en una
parte del poder activo una autoridad pronta a terminar sus procesos. De igual modo,
las diversas ramas del poder activo deben poder invocar la decisión de la legislatura en
todas las dificultades que encuentren. Pero si vuestra legislatura misma, si las diferen-
tes partes de esta primera constitución no se ponen de acuerdo entre sí ¿quién será el
juez supremo? Pues hace falta uno, o bien la anarquía sucede al orden.
¿Cómo se imagina que un cuerpo constituido pueda decidir de su constitución? Una o
varias partes integrantes de un cuerpo moral no son nada separadamente. El poder no
pertenece sino al conjunto. Desde el instante en que una parte reclama, el conjunto no
es más; ahora bien, si no existe ¿cómo podría juzgar? Así, pues, se debe reconocer que
ya no habría constitución en un país al menor embarazo que sobreviviera entre sus
17
Aquí, en cambio, la adaptación de las ideas hobbesianas se encamina a resultados que chocan con
los principios individualistas del filósofo inglés. Nuestro autor se mantiene sobre iguales bases que
este; pero sus ideas marcan el tránsito hacia el pensamiento romántico, en que las entidades naciona-
les adquieren una realidad substantiva: son como hombres en el estado de naturaleza. La última
consecuencia de la “guerra de todos contra todos” entre las naciones es la guerra total, en la que no
hay lazo social, es decir, normas. F. A.
264
partes si la nación no existiera independiente de toda regla y de toda forma constitu-
cional.
Con ayuda de estos esclarecimientos podemos responder a la pregunta que nos hemos
hecho. Es notorio que las partes de lo que creéis ser la constitución francesa no están
de acuerdo entre sí. ¿A quién, pues, corresponde decidir? A la nación, independiente,
como necesariamente lo es, de toda forma positiva. Aún cuando la nación tuviera esos
Estados generales regulares, no sería ese cuerpo constituido quien hubiera de pronun-
ciarse sobre una diferencia que toca a su constitución. Habría en ello una petición de
principios, un círculo vicioso.
Los representantes ordinarios de un pueblo están encargados de ejercer, en las formas
constitucionales, toda esta porción de la voluntad común que es necesaria para el
mantenimiento de una buena administración. Su poder está limitado a los asuntos del
gobierno.
Representantes extraordinarios tendrán un nuevo poder tal como plazca a la nación
dárselo. Puesto que una gran nación no puede reunirse ella misma en realidad todas las
veces que circunstancias fuera del orden común pudieran exigirlo, es menester que
confíe a representantes extraordinarios los poderes necesarios en esas ocasiones. Si
pudiera reunirse ante vosotros y expresar su voluntad ¿osaríais disputársela porque no
la ejerce en una forma más bien que en otra? Aquí, la realidad es todo, y la forma
nada.
Un cuerpo de representantes extraordinarios suple a la asamblea de esta nación. No
tiene necesidad, sin duda, de estar encargado de la plenitud a la voluntad nacional; no
necesita más que un poder especial, y en casos raros; pero reemplaza a la nación en su
independencia de toda clase de formas constitucionales18. No hay necesidad aquí de
tomar tantas precauciones para impedir el abuso de poder; estos representantes no son
diputados sino para un solo asunto, y por un tiempo solamente. Digo que no están
constreñidos a las formas constitucionales sobre las cuales tienen que decidir. 1º Eso
sería contradictorio; pues esas formas están indecisas y ellos tienen que regularlas. 2º
Ellos no tienen nada que decir en el género de asuntos para el que se habían fijado las
formas positivas. 3º Están puestos en lugar de la nación misma que tiene que regular la
constitución. Son independientes de ésta como ella. Les basta querer como quieren los
individuos en el estado de naturaleza. De cualquier manera que sean diputados, que se
reúnan y que deliberen, con tal que no se pueda ignorar (¿y cómo lo ignoraría la na-
18
El principio de la absoluta libertad de la nación y de su desligamiento respecto de cualquier forma-
lidad, se concreta en la realidad histórica de las asambleas extraordinarias, independientes también,
como encargadas de ejercitar el poder constituyente, de toda vinculación formal. Pero tales asambleas
vienen a ser de hecho una forma regular de ejercerse dicho poder. F. A.
265
ción que los comisiona?) que obran en virtud de una comisión extraordinaria de los
pueblos19, su voluntad común valdrá por la de la nación misma.
Yo no quiero decir que una nación no pueda dar a sus representantes ordinarios la
nueva comisión de que aquí se trata. Las mismas personas pueden sin duda concurrir a
formar diferentes cuerpos. Pero siempre es verdad que una representación extraordi-
naria no se parece nada a la legislatura ordinaria. Son poderes distintos. Esta no puede
moverse sino en las formas y en las condiciones que le son impuestas. La otra no está
sometida a ninguna forma en particular; se reúne y delibera como haría la nación
misma si, no estando compuesta más que de un pequeño número de individuos, quisie-
ra dar una constitución a su gobierno. No se trata aquí de distinciones inútiles. Todos
los principios que acabamos de citar son esenciales al orden social; no sería completo
si pudiera encontrarse un solo caso sobre el cual no pudiera indicar reglas de conducta
capaces de proveer a todo20.
Es tiempo de volver al título de este capítulo. ¿Qué hubiera debido hacerse en medio
del embarazo y de las disputas sobre los próximos Estados generales? ¿Llamar nota-
bles? No. ¿Maniobrar cerca de las partes interesadas para comprometerlas a ceder
cada una de su lado? No. Hubiera habido que recurrir al gran medio de una represen-
tación extraordinaria. Era a la nación a quien había que consultar.
Respondamos a dos cuestiones que se presentan todavía. ¿Dónde tomar la nación? ¿A
quién le correspondería interrogarla?
1º ¿Dónde tomar la nación? Donde está; en las cuarenta mil parroquias que abrazan
todo el territorio, todos los habitantes y todos los tributarios de la cosa pública; ahí
está sin duda la nación21. Se hubiera indicado una división territorial para facilitar el
medio de constituirse en circunscripciones de veinte o treinta parroquias, por primeros
19
Se dice en Inglaterra que la Cámara de los Comunes representa a la nación. No es exacto. Creo que
ya lo he hecho observar; en tal caso, repito que si los comunes solos representaran toda la voluntad
nacional, formarían solos todo el cuerpo legislativo. Habiendo decidido la constitución que ellos no
eran sino una parte de tres, es menester que el rey y los lores sean considerados como representantes
de la nación.
20
Esos principios deciden claramente la cuestión agitada en este momento en Inglaterra entre los
Sres. Pitt y Fox. El señor Fox se equivoca en no querer que la nación dé la regencia a quien y como le
plazca. Donde la ley no estatuye, sólo la nación puede estatuir. El señor Pitt se equivoca queriendo
hacer que el Parlamento decida la cuesti6n. El Parlamento es incompleto, es nulo, puesto que el rey,
que forma su tercera parte, es incapaz de querer. Las dos Cámaras pueden preparar un estatuto, pero
no pueden sancionarlo. Hay, pues, que pedir a la nación representantes extraordinarios...
No se hará nada de ello. Sería la ocasión de hacer una buena constitución. Ni la oposición ni el
ministro tienen gana. Se atienen a las formas por las que existen; por viciosas que sean, las prefieren
al más hermoso orden social. El viejo caduco no se consuela de morir, por fresco y vigoroso que
pueda ser el muchacho que ve dispuesto a remplazarlo. Los cuerpos políticos, como los cuerpos
naturales, se defienden mientras pueden del último momento.
21
De este modo, y tras de las definiciones generales de nación que tan insatisfactorias nos parecieron,
esta es señalada en su cuerpo mismo, como una realidad viviente y concreta... F. A.
266
diputados. Sobre un plano semejante las circunscripciones habrían formado provincias,
y éstas habrían enviado a la metrópoli verdaderos representantes extraordinarios con
poder especial de decidir de la constitución de los Estados generales.
¿Diréis que este medio hubiera entrañado demasiadas lentitudes? No más en verdad
que esta serie de expedientes que no han llevado sino a embrollar los asuntos. Por lo
demás, se trataba de tomar los verdaderos medios de ir hacia el fin, y no de negociar
con el tiempo.
Si se hubiera querido o sabido rendir homenaje a los buenos principios se hubiera
hecho por la nación en cuatro meses más que el concurso de las luces y de la opinión
pública, que yo supongo sin embargo muy potente, podrá hacer en medio siglo.
Pero, diréis, si la pluralidad de los ciudadanos hubiera nombrado los representantes
extraordinarios ¿qué se habría hecho de la distinción de los tres órdenes? ¿Qué se haría
de los privilegiados? Lo que deben ser. Los principios que acabo de exponer son
ciertos. Hay que renunciar a todo orden social, o reconocerlos. La nación es siempre
dueña de reformar su constitución. Sobre todo, no puede dispensarse de darse una
cierta, cuando es discutida. Todo el mundo conviene en ello hoy; y ¿no veis que le
sería imposible tocar en eso si ella misma no fuera más que parte en la querella? Un
cuerpo sometido a formas constitutivas no puede decidir nada si no es según su cons-
titución. No puede darse otra. Cesa de existir desde el momento en que se mueve,
habla, actúa distintamente que en las formas que le han sido impuestas. Los Estados
generales, aun cuando se reunieran, son pues incompetentes para decidir nada sobre la
constitución. Este derecho pertenece sólo a la nación, independiente, no cesemos de
repetirlo, de todas las formas y de todas las condiciones posibles.
Los privilegiados, como se ve, tienen buenas razones para confundir las ideas y los
principios en esta materia. Sostendrán hoy con intrepidez lo contrario de lo que avan-
zaban hace seis meses. Entonces no había más un grito en Francia: no teníamos cons-
titución y pedíamos formar una.
Hoy, no solamente tenemos una constitución sino que, si se cree a los privilegiados,
encierra dos disposiciones excelentes e intachables.
La primera, es la división por órdenes de los ciudadanos; la segunda, la igualdad de
influencia, para cada orden, en la formación de la voluntad nacional. Ya hemos proba-
do bien que aún cuando todas esas cosas formaran nuestra constitución la nación sería
siempre dueña de cambiarla. Queda por examinar más particularmente la naturaleza de
esta igualdad de influencia que sobre la voluntad nacional querría atribuirse a cada
orden. Vamos a ver que esta idea es la más absurda posible, y que no hay nación que
pueda poner en su constitución nada parecido.
Una sociedad política no puede ser sino el conjunto de los asociados. Una nación no
puede decidir que ella no será ya la nación, o que no lo será sino de una manera: pues
eso sería decir que no le es de cualquier otra. Igualmente una nación no puede estatuir
267
que su voluntad común cesará de ser su voluntad común. Es una desdicha tener que
enunciar proposiciones cuya simplicidad parece necia si no se piensa en las consecuen-
cias que se quieren sacar de ellas. Pues una nación no ha podido estatuir jamás que los
derechos inherentes a la voluntad común, es decir, a la mayoría, pasen a la minoría. La
voluntad común no puede destruirse a sí misma. No puede cambiar la naturaleza de las
cosas, y hacer que la opinión de la minoría sea la opinión de la mayoría. Se ve bien que
un estatuto semejante, en lugar de ser acto legal o moral, sería un acto de demencia.
Si se pretende, pues, que pertenece a la constitución francesa el que de dos a tres-
cientos mil individuos constituyan, sobre un número de veintitrés millones de ciudada-
nos, las dos terceras partes de la voluntad común, ¿qué responder, si no es que se
sostiene que dos y dos son cinco?
Las voluntades individuales son los solos elementos de la voluntad común. No se
puede ni privar al mayor número del derecho de concurrir a ella ni decretar que diez
voluntades no valdrán sino por una, contra otras diez que valdrán por treinta. Eso son
contradicciones en los términos, verdaderos absurdos.
Si se abandona un solo instante este principio de primera evidencia: que la voluntad
común es la opinión de la mayoría y no la de la minoría, es inútil hablar de razón. Con
el mismo título se puede decidir que la voluntad de uno solo será llamada la mayoría, y
que no hay necesidad ni de Estados generales, ni de voluntad nacional, etc., pues si
una voluntad puede valer por diez ¿por qué no valdría por cien, un millón, veintiséis
millones?
¿Tendremos necesidad de insistir más sobre la consecuencia natural de estos princi-
pios? Es notorio que, en la representación nacional ordinaria y extraordinaria, la in-
fluencia no puede ser sino en razón del número de las cabezas que tienen derecho a
hacerse representar. El cuerpo representante está siempre, para lo que tiene que hacer,
en el lugar de la nación misma. Su influencia debe conservar la misma naturaleza, las
mismas proporciones y las mismas reglas. Concluyamos que hay un acuerdo perfecto
entre todos los principios, para decidir, 1º que sólo una representación extraordinaria
puede tocar a la constitución o darnos una, etc.; 2ºque esta representación constitu-
yente debe formarse sin consideración a la distinción de los órdenes.
2º ¿A quién corresponde interrogar a la nación? Si tuviéramos una constitución legis-
lativa, cada una de sus partes tendría derecho a ello, por la razón de que la apelación a
los jueces está siempre abierta a los demandantes, o más bien porque los intérpretes de
una voluntad están obligados a consultar a sus comitentes, sea para hacer explicar su
procuración, sea para darles aviso de las circunstancias que exigirían nuevos poderes.
Pero hace cerca de dos siglos que estamos sin representantes, suponiendo que los haya
habido entonces. Y pues que no los tenemos ¿quién los reemplazará cerca de la na-
ción? ¿Quién prevendrá a los pueblos de la necesidad de enviar representantes ex-
traordinarios? La respuesta a esta cuestión no puede embarazar sino a los que unen a
268
la palabra convocación el fárrago de las ideas inglesas. No se trata aquí de prerrogati-
va regia, sino del sentido simple y natural de una convocación. Este término abraza
aviso a dar de una necesidad nacional, e indicación de una cita común. Ahora bien,
cuando la salvación de la patria urge a todos los ciudadanos ¿se perderá el tiempo en
inquirir quién tiene el derecho de convocar? Habría que preguntar más bien: ¿quién no
tiene el derecho? Es el deber sagrado de todos los que pueden hacer algo. Con mayor
razón, el poder ejecutivo lo puede, él que está en condiciones mucho mejores que los
simples particulares de prevenir a la generalidad de los ciudadanos, de indicar el lugar
de la asamblea y de eliminar todos los obstáculos que pudiera oponer el interés de
cuerpo. Ciertamente el príncipe, en su cualidad de primer ciudadano, está más intere-
sado que ningún otro en convocar los pueblos. Si él es incompetente para decidir
sobre la constitución, no puede decirse que lo sea para provocar esta decisión.
Así, no hay dificultad sobre la cuestión: ¿qué es lo que hubiera debido hacerse? Se
hubiera debido convocar la nación para que ella diputara a la metrópoli representantes
extraordinarios con una procuración especial para regular la constitución de la asam-
blea nacional ordinaria. Yo no hubiera querido que estos representantes hubiesen
tenido además poderes para formarse después en asamblea ordinaria de conformidad
con la constitución que ellos mismos hubieran fijado bajo una calidad distinta. Yo
hubiera temido que en lugar de trabajar únicamente por el interés nacional hubieran
puesto demasiada atención en el interés del cuerpo que iban a formar. En política, es la
confusión de los poderes lo que hará constantemente imposible el establecimiento del
orden social sobre la tierra; como también cuando se quiera separar lo que deba ser
distinto se alcanzará a resolver el gran problema de una sociedad humana dispuesta
para ventaja general de los que la componen. Podrá preguntarse por qué me he exten-
dido tanto sobre lo que hubiera debido hacerse.
Lo pasado, pasado está, se dirá. Respondo en primer lugar, que el conocimiento de lo
que hubiera debido hacerse puede llevar al conocimiento de lo que se hará. En segun-
do lugar, es siempre bueno presentar los verdaderos principios, sobre todo en una
materia tan nueva para la mayor parte de los espíritus. Por último, las verdades de este
capítulo pueden servir para explicar mejor las del capítulo siguiente.
269
CARLOS MARX:
“CONTRIBUCIÓN A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA”
(Prólogo)
Karl Marx: Filósofo, sociólogo y economista alemán, fundador del socialismo científi-
co, nacido en Tréveris (1818-1883). Redactó, en unión de Federico Engels, el Mani-
fiesto del Partido Comunista (1848) y fue uno de los fundadores de la Primera Inter-
nacional. Expuso su doctrina en El Capital (1867) y, fundándose en una concepción
materialista de los hechos económicos e históricos, consideró que el capitalismo, al
concentrar la riqueza en pocas manos, no podrá resistir el asalto de los trabajadores
agrupados y organizados, los cuales se apoderarán, en una sociedad colectivista, de los
medios de producción y cambio.
PRÓLOGO.
El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a
mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de la vida, los hombres
contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relacio-
nes de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la
estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superes-
tructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social,
política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser,
sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad en-
tran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más
que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales
se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas
relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.
Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la
inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay
que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones eco-
nómicas de producción y que pueden apreciarse con exactitud propia de las ciencias
naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una
palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este con-
flicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un indivi-
270
duo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolu-
ción por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia
por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas
productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desapa-
rece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella,
y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condi-
ciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad
antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que
puede alcanzar, pues, bien mirada las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo
brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales
para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de
progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático,
el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción
son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el
sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las
condiciones sociales de la vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se
desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condicio-
nes materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se
cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana.
JACQUES MARITAIN:
“LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA LEY NATURAL”.
271
Estudios Medievales de Toronto, año en que se separa formalmente de Mournier al
alejarse el personalismo del tomismo. Durante la II Guerra Mundial enseñó en la
Universidad de Princeton de 1941 a 1942 y en la de Columbia (New York). De 1945 a
1948 fue embajador de Francia ante el Vaticano. En 1951 recibió la Aquinas Medal de
la American Catholic Philosophical Association. Miembro de la Pontificia Academia
Romana de Santo Tomás de Aquino, cuarta generación. En 1960 falleció su esposa y
entra en el convento de los Hermanos Pequeños de Jesús en Toulouse, dedicándose a
la vida contemplativa. Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura de Francia en
1963. Hizo su profesión religiosa en 1971, siendo ya nonagenario. Falleció en Tou-
louse, Francia, el 28 de abril.
LA PERSONA HUMANA
22
Este ensayo fue escrito durante la guerra mundial de 1939-1945, en momentos en que el porvenir
del mundo pendía del triunfo de la coalición nazi-fascista o del de la alianza democrática.
23
Cfr. nuestro estudio Du Régime Temporel et de la Liberté, y capítulo The Human Person and
Society, en Scholasticism nnd Politics.
272
la personalidad del hombre? ¿Qué designamos con exactitud cuando hablamos de la
persona humana?
Cuando decimos que un hombre es una persona, queremos decir que no es solamente
un trozo de materia, un elemento individual en la naturaleza, como un átomo, una
espiga de trigo, una mosca o un elefante son elementos individuales en la naturaleza.
¿Dónde está la libertad, dónde está la dignidad, dónde están los derechos de un trozo
individual de materia? No tiene sentido que una mosca o un elefante den su vida por la
libertad, la dignidad, los derechos de la mosca o del elefante. El hombre es un animal y
un individuo, pero no como los otros. El hombre es un individuo que se sostiene a sí
mismo por la inteligencia y la voluntad; no existe solamente de una manera física; hay
en él una existencia más rica y más elevada, sobreexiste espiritualmente en conoci-
miento y en amor. Es así, en cierta forma, un todo, y no solamente una parte; es un
universo en sí mismo, un microcosmos, en el cual el gran universo íntegro puede ser
contenido por el conocimiento, y que por el amor puede darse libremente a seres que
son para él como otros “él mismo” relación a la cual es imposible encontrar equiva-
lente en todo el universo físico. Esto quiere decir, en términos filosóficos, que en la
carne y los huesos del hombre hay un alma que es un espíritu y vale más que todo el
universo material. La persona humana, por mucho que dependa de los menores acci-
dentes de la materia, existe con la existencia misma de su alma, que domina al tiempo
y a la muerte. La raíz de la personalidad es el espíritu.
La noción de personalidad implica así las de totalidad e independencia. Por indigente y
aplastada que esté una persona es, como tal, un todo, y en tanto que persona subsiste
de manera independiente. Decir que el hombre es una persona, es decir que en el
fondo de su ser es un todo, más que una parte, y más independiente que siervo. Este
misterio de nuestra naturaleza es el que el pensamiento religioso designa diciendo que
la persona humana es la imagen de Dios. El valor de la persona, su libertad, sus dere-
chos, surgen del orden de las cosas naturalmente sagradas que llevan la señal del Padre
de los seres y tienen en sí el término de su movimiento. La persona tiene una dignidad
absoluta porque está en relación directa con lo absoluto, único medio en que puede
hallar su plena realización; su patria espiritual es todo el universo de los bienes que
tienen valor absoluto, y que reflejan, en cierto modo, un absoluto superior al mundo,
hacia el cual tienden.
No olvido que hombres extranjeros a la filosofía cristiana pueden tener un sentido
profundo y auténtico de la persona humana y de su dignidad, y hasta mostrar a veces
en su conducta un respeto práctico de esa dignidad que muy pocos sabrían igualar.
Pero la descripción que he esbozado aquí de la persona es, creo, la única que, sin que
tengan conciencia de ello, da una completa justificación racional de sus convicciones
prácticas. Por otra parte, esa descripción no es monopolio de la filosofía cristiana (bien
que la filosofía cristiana la lleve a un punto superior de realización). Es común a todas
273
las filosofías que, de una u otra manera, reconocen la existencia de un Absoluto supe-
rior al orden todo del universo, y el valor subtemporal del alma humana.
PERSONA Y SOCIEDAD
274
EL BIEN COMÚN
Importa precisar estas nociones lo más claramente posible. No digamos que el fin de la
sociedad es el bien individual o la simple reunión de los bienes individuales de cada
una de las personas que la constituyen. Semejante fórmula disolvería la sociedad como
tal en beneficio de sus partes, y conduciría a la “anarquía de los átomos”; llevaría, bien
a una concepción francamente anarquista, bien a la vieja concepción anarquista enmas-
carada del materialismo burgués, según la cual toda la función de la ciudad consiste en
velar por el respeto de la libertad de cada uno, mediante lo cual los fuertes oprimen
libremente a los débiles.
El fin de la sociedad es el bien común de la misma, el bien del cuerpo social. Pero si no
se comprendiese que ese bien del cuerpo social es un bien común de personas huma-
nas, como el cuerpo social es un todo de personas humanas, esta fórmula, a su vez,
conducirá a otros errores, del tipo estatista o colectivista. El bien común de la ciudad
no es ni la simple reunión de los bienes privados, ni el bien propio de un todo que
(como la especie, por ejemplo, con relación a los individuos, o como la colmena con
relación a las abejas) se relaciona con él y sacrifica las partes en beneficio colectivo; es
la buena vida humana de la multitud, de una multitud de personas, es decir, de totali-
dades a la vez carnales y espirituales, y principalmente espirituales, aunque les acon-
tezca vivir más a menudo en la carne que en el espíritu. El bien común de la ciudad es
la comunión de esas personas en el bien vivir; es, pues, común al todo y a las partes,
digo a las partes como si fuesen todos, porque la noción misma de persona significa
totalidad; es común al todo y a las partes, sobre las cuales aquél se vuelca, y que deben
beneficiarse con él. Bajo pena de desnaturalizarse, el bien común implica y exige el
reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas (y el de los derechos de
la sociedad familiar, donde las personas están vinculadas más primitivamente que en la
sociedad política); y comporta como valor principal el mayor acceso posible (es decir,
compartible con el bien del todo) de las personas a su vida de persona y a su libertad
de expansión, y a las comunicaciones de bondad que a su vez proceden de ahí.
Así, nos aparece un primer carácter esencial del bien común: implica una redistribu-
ción, debe redistribuirse a las personas y debe ayudar a su desarrollo.
Un segundo carácter concierne a la autoridad en la sociedad. El bien común es el
fundamento de la autoridad, pues para conducir una comunidad de personas hacia su
bien común, hacia el bien del todo como tal, es necesario que algunos en particular24
24
En ciertos casos, la autoridad puede ser ejercida directamente por el pueblo, pero se trata de comu-
nidades muy poco numerosas y que llevan una vida muy simple, o de decisiones particulares a adop-
tarse por vía del “referéndum”.
275
se encarguen de esa conducción y que las direcciones que impriman, las decisiones que
tomen a este respecto, sean seguidas u obedecidas por los otros miembros de la co-
munidad. Una autoridad tal, que guía hacia el bien del todo, se dirige a hombres libres,
totalmente al contrario de la dominación ejercida por un señor sobre seres humanos,
para el bien particular de ese mismo señor.
Un tercer carácter concierne a la moralidad intrínseca del bien común, que no es
solamente un conjunto de ventajas y utilidades, sino esencialmente rectitud de vida,
buena y recta vida humana de la multitud. La justicia y la rectitud moral son, así,
esenciales al bien común. Por eso el bien común exige el desarrollo de las virtudes en
la masa de los ciudadanos, y por eso todo acto político injusto e inmoral es, en sí
mismo, injurioso al bien común y políticamente malo. Ahí vemos cuál es el error radi-
cal del maquiavelismo. Vemos también cómo, por el hecho mismo de que el bien
común es el fundamento de la autoridad, ésta falta a su propia esencia política si es
injusta. Una ley injusta no es ley.
NOBLEZA Y SEÑORÍO DE LA
CIENCIA POLÍTICA*
LA POLÍTICA
*
Artículo escrito por el prof. Ismael Bustos Concha, publicado en la revista “POLÍTICA Y
ESPÍRITU”, en marzo de 1960.
276
En su segunda acepción, la Política –y esta vez valdría la pena escribirla con mayús-
cula para fines metodológicos– designa un determinado tipo de saber, de ciencia, o, de
conocimiento: aquel, saber, ciencia o conocimiento que se refiere, precisamente, a ese
cierto tipo de actividad a que acabamos de referirnos. Es a la política en esta acepción
que, lógicamente, nos referiremos aquí.
Basta la más mínima reflexión para darse cuenta cabal de que la política implica una
actividad extremadamente compleja, constituida por una serie de hechos políticos y de
actos políticos, de carácter ya social ya individual, y en que la politicidad –por así
decirlo– puede ser directa o indirecta y, explícita o implícita. De consiguiente, si existe
una ciencia que tenga por objeto dicha actividad, ha de ser una Ciencia tan compleja
como el objeto sobre que recae. Más exactamente, cabría hablar de diversas Ciencias
políticas teniendo por objeto cada una de ellas, un aspecto determinado de dicha
compleja actividad. Desde luego, podría introducirse, entre estas Ciencias, un distingo
capital y que viene haciéndose ya desde Aristóteles. Nos referimos a la diferencia que
se da entre las Ciencias según si estas tengan por objeto el conocer, pura y simple-
mente, o el actuar, obrar u operar. En el primer caso, tenemos las Ciencias especulati-
vas, y en el segundo, las Ciencias prácticas.
EMPIRISMO Y SOCIOLOGÍA
De hecho, las preferencias de los que estudian la Política, hoy día, se inclinan a consi-
derarla en el primero de los sentidos recién apuntados, es decir, como una Ciencia que
conoce sólo para conocer o por conocer. Por ello, generalmente se la tiene por una
Ciencia positiva, descriptiva o empírica. Como es sabido, en la Antigüedad se la con-
sideraba casi exclusivamente como Ciencia práctica, si bien un Aristóteles nunca des-
cuidó su aspecto especulativo. Más bien habría que cargar a la cuenta de un Montes-
quieu y de los pseudo-científicos Espíritus de las Leyes (consúltese al Prof. Sabine) el
desprestigio de la Política como Ciencia normativa. Por lo demás, sabios e influyentes
especialistas en la materia están protestando ya contra el excesivo empirismo de la
Ciencia política contemporánea y exigiendo una reestructuración de ésta a la luz de
principios, o criterios, menos estrechos. Se ha demostrado, en realidad, que el empi-
rismo á outrance obedece más a prejuicios que a rigor científico y que es incapaz de
proporcionar una absoluta objetividad. Importa destacar, sobre todo,, esto último, es
decir, el hecho de que ningún observador o estudioso de la política puede ser imparcial
en sentido absoluto. La razón de ello estriba en que, por una parte, el observador
277
forma parte integrante del hecho que investiga, y por otra parte, el estudioso ha de
valorar en alguna forma ese mismo hecho, así no sea sólo para escogerlo como mate-
rial de observación. De más está advertir que, consiguientemente, las pretensiones de
objetividad e imparcialidad de la Ciencia burguesa han recibido, de este modo, un
golpe de muerte. No hay más objetividad ni imparcialidad, en Ciencia política, que la
que personalmente pueda garantir, de hecho, el escritor, cuya primera obligación
moral es, en este sentido, comenzar por confesar a sus lectores sus preferencias doc-
trinarias y aun prácticas.
Pero, como decimos, además de las Ciencias políticas de tipo especulativo, existen
también aquellas de tipo práctico. Queremos decir con esto que hay un cierto género
de saber o conocimiento que se refiere a la política no ya para observarla o describirla,
sino precisamente para regirla o dirigirla. Por lo tanto, este saber práctico tendrá por
objeto inmediato la actividad política en cuanto tal, y por esto mismo, podrá ser califi-
cado como la Ciencia política práctica. Pero importa hacer, a su respecto, una obser-
vación previa, y es que todo saber práctico puede afectar diversos grados.
278
En efecto, considerado en un primer momento, el conocimiento práctico exhibe una
practicidad muy genérica o teórica; diríase, entonces, que este saber práctico consiste
en un conocer para dirigir, y para dirigir desde lejos. En su forma pura, este tipo de
saber o conocer constituye una filosofía práctica, y, en nuestro caso, la Filosofía políti-
ca. Por el contrario, considerado el conocimiento práctico en un momento ulterior,
muestra entonces una practicidad ya más concreta y específica, pudiéndoselo describir
como un dirigir de cerca, fundado en el conocer. Se trata ahora de un conocimiento
–por así decirlo– prácticamente práctico, a distinción de la Filosofía política que es un
conocimiento especulativamente práctico. Para los efectos de la metodología, pode-
mos denominar Ciencia política propiamente tal a este segundo tipo de conocimiento
práctico, y asignarle como fin el preparar la actividad política asignándole a ésta reglas
próximas. La Ciencia política; así conceptualizada, se mueve dentro de un sector que
queda limitado por la Filosofía política que, como hemos dicho, es un conocimiento de
grado especulativo. Por otra parte, la Ciencia política ve limitado el sector que le
pertenece por la Prudencia, entendida esta no en el sentido vulgar que hoy se le da,
sino en el sentido elevado que se le daba antiguamente. De acuerdo con este último, la
Prudencia política es el conocimiento práctico del acto singular y específico que se
trata de ejecutar en tal momento por tal persona, y este tipo de conocimiento ya no se
puede calificar como Ciencia. Como es sabido, no hay Ciencia de lo singular sino sólo
de lo universal. Mas aún, el conocimiento de lo singular implica una virtud que no es
sólo intelectual –como es el caso de la Ciencia– sino intelectual y moral a la vez: la
Prudencia, que supone la rectitud de la voluntad a más de la veracidad del juicio.
279
ARTE Y TÉCNICA
Vulgarmente, se define la Política como “el arte de gobernar”, y de esta forma aparece
también en el Diccionario de la Lengua. Lo cual nada debe extrañar, ya que este últi-
mo no es una obra de filosofía ni de Ciencia política, sino un repertorio de voces de
uso en el idioma corriente. Lo que sí debe extrañar es el hecho de que aun los que
debieran hablar de la Política con propiedad –por, ejemplo, los llamados estadistas– se
refieren a la misma calificándola de Arte. Ahora bien, este último, propiamente ha-
blando, no podrá definir jamás a la Política. El Arte –como así mismo la técnica– tiene
como norte y guía la obra que se ejecuta objetivamente considerada, sin relación
intrínseca o esencial con la persona del ejecutante, artista o técnico. Por ello, el arte
dice cómo hacer bien una cosa pero no cómo proceder rectamente desde el punto de
vista moral; en forma que, estrictamente hablando, todo arte es amoral. La Política, en
cambio, se refiere a la actividad del hombre intrínsecamente considerada y al uso de su
libertad en cuanto tal; es decir, le enseña a cómo proceder rectamente dentro de la
Sociedad política.
Así pues, por grande que sea el papel que jueguen el Arte o la Técnica dentro de la
Política, ese papel sólo se jugará en la medida que esta última lo disponga, y si la
Política llega a perder el control de aquellos dos instrumentos suyos, entonces ella
desaparece y con ella cuanto de más noble y digno existe en el plano natural-temporal.
Un ejemplo notable de aquello a que queda reducida la Política cuando se la conceptúa
–a sabiendas y no por pura ignorancia, como sucede lo más de las veces– como una
arte o una técnica, lo tenemos en el maquiavelismo. Tómese éste ya en El Príncipe del
escritor florentino o ya en sus discípulos totalitarios, el maquiavelismo es realmente un
arte o una técnica de gobierno en que la obra a ejecutar –es decir, mantenerse en el
poder a rajatabla– permite, y aun exige, toda clase de medios o instrumentos, así no
fueren la opresión, la mentira, el robo o el asesinato.
280
dencia a destituir a la noción de gobierno de su sentido propia y estrictamente político
para reemplazarlo por un sentido técnico del mismo. Tal operación se ejecuta como
consecutiva a otra anterior: la de conceptualizar erróneamente la Ciencia administrati-
va. Esta última, como se sabe, tiene por objeto la realización práctica de los fines
propuestos por la Política, es decir, es una Ciencia auxiliar de esta última. El llamado
managerismo, por el contrario, quiere hacer de la Administración una Ciencia imperia-
lista que se baste a sí misma, y lo que es peor, que haga innecesaria o inútil a la Cien-
cia política. Ahora bien, es ésta una pretensión tan insensata como lo es, en el plano
especulativo, la pretensión totalitaria del empirismo a que nos hemos referido más
arriba
Una rápida mirada a la historia de las ideas políticas permite ya observar lo suficiente
como para distinguir algunas etapas básicas. Se hallan éstas estrechamente relaciona-
das con la historia política de Occidente y, al referirnos a ellas, indicaremos algunos
nombres que nos parecen al respecto singularmente significativos.
281
Corno se ha observado a menudo, en la Antigüedad se encontraban inextricablemente
confundidos la política, la religión, el gobierno, el derecho, los ritos, etc. A esta confu-
sión de los hechos correspondía, naturalmente, una mucho peor confusión en las ideas
que realmente sustentaba la generalidad de los antiguos. No obstante, hombres como
Aristóteles supieron distinguir lo suficiente dentro del embrollo del ambiente y dar a
luz estudios tan profundos como la inmortal Política del filósofo griego. Pero hay, de
todos modos, un reproche que, al respecto, se le hace al Estagirita, cual es el de no
haberle concedido mayor importancia al estudio empírico de la política. Digamos, sin
embargo, en descargo de Aristóteles, que no hallamos en el desprecio alguno por la
Política empírica, sino algo que, aun cuando puede parecérsele, no es lo mismo: la
importancia decisiva –casi avasalladora– que los antiguos le asignaban a la Política
como saber práctico y, en especial, como Filosofía.
Con el advenimiento del Cristianismo terminó por cesar la confusión de hechos e ideas
que acabamos de referirnos. El esfuerzo por separar la religión de la política había
comenzado mucho tiempo antes y en él habían jugado un papel importante filósofos
griegos y juristas romanos. A este último respecto, es necesario destacar que, en
adelante, pasaría a formar parte de la Teoría política un cierto juridicismo, según el
cual el Estado es una creación del Derecho, debiendo estudiarse aquél sólo como tal.
Inútil agregar que no por ser un prejuicio, deja de cautivar hechiceramente, aun hoy
día, a muchos aficionados al estudio de la Política. Empero, más que subrayar la in-
fluencia negativa del juridicismo, importa encarecer el aporte cristiano a la evolución
del pensamiento político. Tal aporte podemos considerarlo compendiado en la delimi-
tación del campo de la política en base a los siguientes principios: Primero, la Ciencia
política tiene como objeto la sociedad política (Polis o civitas entre los antiguos),
siendo esta última –en palabras de Sto. Tomás de Aquino– la suprema de las agrupa-
ciones humanas, pues tiene por objeto asegurarles a éstas el bien que les es propio
como tales. Segundo, la actividad política es un campo que pueden explorar, con sus
respectivas luces, tanto la Teología –que es un saber divino– como la Filosofía, que es
una sabiduría humana simplemente. Tercero, entre la Teología política y la Filosofía
política se dan con todo ciertas relaciones existenciales, por lo que, si bien puede
considerárselas distintas entre sí, no ha de considerárselas separadas ni reñidas.
En la Edad Moderna –es decir, después de la Edad Media y de su cultura teocéntrica–,
observamos el desarrollo, de dos series paralelas dentro de las ideas. La primera se
refiere a la importancia que adquiere el estudio de las Ciencias empíricas y el menos-
precio creciente que se observa por la metafísica. En lo que respecta a las Ciencias
políticas, son éstas tendencias contra las cuales sólo ahora comienzan a protestar los
especialistas. La segunda serie de observaciones se relaciona con el proceso de separa-
282
ción y de pugna entre la sabiduría natural o Filosofía y la Teología. En lo que respecta
a la Ciencia política, advertimos tal proceso en la concepción de Maquiavelo –como
tuvimos oportunidad de anotar anteriormente–, y, más modernamente, en la concep-
ción marxista-engelsista-leninista. En efecto, sea lo que fuere de las doctrinas políticas
personales de cada uno de los miembros de aquella trinidad, el hecho es que general-
mente se interpreta aquella concepción como un economismo sui generis. Queremos
decir con esto que el marxismo-engelismo-leninismo concibe la Ciencia política como
parte de la superestructura ideológica de la burguesía, no cabiendo Ciencia política
alguna de estirpe socialista o comunista, si se considera que se aspira a suprimir el
Estado: La administración de las cosas y la dirección de la producción –en palabras de
Engels– substituirán al gobierno de las personas.
Más allá de la Cortina de Hierro, ya podemos suponerlo por las observaciones anterio-
res; más acá de aquella, la situación de la Ciencia política no es menos dramática,
aunque hay augurios de alguna mejoría. Desde luego, parecen definitivamente muertas
las supercherías pseudo-científicas del fascismo alemán e italiano. En cuanto a los
prejuicios del sociologismo y del empirismo político, es de esperar que, al conjuro de
científicos tan distinguidos como Merriam, se disipen pronto. Si la Ciencia política ha
de salvarse, es de esperar también que sepa aportar pronto las soluciones que el mun-
do le está exigiendo imperiosamente, por ejemplo, la organización de la sociedad
actual de acuerdo con el principio pluralista. Como se sabe, Maritain ha insistido, con
razón, en que este pluralismo es un principio vital de nuestra civilización.
El tiempo no transcurre en vano y, aun en el terreno natural temporal, es preciso que tenga
un valor libertador. La Ciencia política, del futuro deberá, consiguientemente desembara-
zarse de añejos prejuicios y, al mismo tiempo, aprovechar cuanto pueda –las experiencias
pasadas. Así, ha de hacerle honor a las enseñanzas de la Sociología y de, las Ciencias
políticas de tipo empírico, y al mismo tiempo, ha de saber comprender el valor rector de la
Ciencia política propiamente tal. Por tanto, habrá de considerar debidamente el papel de la
Filosofía sin despreciar las enseñanzas de la Ciencia. Más aún, el respeto y la consideración
que la Ciencia política llegue a sentir por la Filosofía no ha de cegarla hasta el punto de
negar la posibilidad de una sabiduría distinta y aun más elevada que aquella que, al fin y al
cabo, no es sino una sabiduría humana. Sólo en esta forma podrá garantizarse a Sí misma
contra la tentación totalitaria, siéndole así más fácil comprender que aunque la Sociedad
política es lo mejor de las cosas humanas, acaso no sea lo humano lo mejor a que pueda
283
aspirar el hombre. Por paradojal que ésto parezca, así lo han pensado siempre sabios como
Aristóteles, para quien no proponerle al hombre sino lo humano era traicionarlo, y a quien
se vuelven hoy día, deseosos de una mejor suerte para la Ciencia que profesan, sabios
como Lippincett. Profesor de Ciencia política en Norteamérica y uno de los más mundial-
mente famoso sociólogos.
La Ciencia política, superando las dificultades por que atraviesa actualmente, debe
ocupar el sitial de honor que le corresponde. Lo logrará en la medida en que sepa
servir al hombre actual y este último, por su parte, sólo podrá contar con la Ciencia
política en la medida en que sea capaz de conceptualizarla sanamente, realistamente,
generosamente. Ojalá se logren pronto estos propósitos, porque de este logro depende
substancialmente la hora de paz que podamos vivir mañana.
LA GEOPOLÍTICA*
*
Para la preparación de este anexo se ha tenido a la vista el “approach” de los autores D: Whittlesey y
H. W. Weigert.
25
Según Preston James, el “regional approach” es francés, y se debe, primeramente, a Vidal de la
Blache (1899). De allí –según el mismo James– habría pasado a Ratzel. Una “deviant” de la “main
stream” de la Geografía sería la Geopolítica. Según el mismo, en U.S.A y U.K, se desarrolló otra
escuela de Geopolítica, que buscó basarse en la de MacKinder y A.T. Mahan más que en Haushofer.
284
política analizándola como una rama sistemática de la materia. En este trabajo
RATZEL comparó el Estado a un organismo, pero fue cuidadoso en recalcar que
estaba usando la comparación y la metáfora. KJELLEN vio en el tratado sobre Geo-
grafía Política de RATZEL el puente lógico entre las ciencias naturales y las ciencias
políticas. Adaptando el trabajo de RATZEL, él lo metaforizó astutamente y declaró
que el Estado es un organismo. El título de su libro es “El estado como Organismo”.
El tratado de KJELLEN fue traducido al Alemán en 1917 y fue acogido por ciertos
geógrafos. Este grupo era dirigido por KARL HAUSHOFER (1869-1946). Su Wel-
tanschaung se basaba en teorías sobre el espacio.
26 Cuando el partido Nazi tomó el mando en 1933, le dio a la Geopolítica sanción oficial.
285
J. W. SEMJONOW, en sus ataques despreciativos contra la “Geopolítica Fascista” fue
más allá del dominio de la geopolítica alemana e incluyó prácticamente a todos los
escritores con reputación en U.S.A y el Reino Unido.
Poca gente piensa en la Geopolítica en conexión con cualquiera de los términos hasta
ahora anotados.
Gran parte del material de la Geopolítica parece muy probable que será olvidado. Fue
usado como andamio para construir un edificio intelectualmente defectuoso.
Más adecuadamente se reserva el término “Geografía política aplicada” para los estu-
dios de los grandes valores y aplicaciones de la geografía, a la vida política en general,
enfocados sin ninguna tendencia nacional. Cualquiera sea el uso que llegue a imponer-
se, el mundo entero ha venido a darse cuenta del valor que la geografía tiene para un
gobierno, a través del interés popular por la Geopolítica.
27
“Nor is Geopolitcs a fied of scholarship in itself”, escribe Preston James.
286
LOS “APPROACHES” CORRESPONDIENTES A LA TEORÍA
DE LAS COMUNICACIONES Y A LA CIBERNÉTICA
Con mucho, el ejemplo más sobresaliente hay que hallarlo en la obra de Karl
Deutsch.
El “approach” enfoca la toma de decisiones más bien como proceso que en sus resul-
tados.
Este approach enfatiza, de un modo particularmente fuerte, los modelos operantes del
tipo que usa la ingeniería. Hay un modelo central que es fundamental para el approach
287
en sí mismo; el que grafica al gobierno como un sistema de toma de decisiones basado
en varios flujos de información. Simplificado a fin de mostrar lo esencial, se presenta
así:
Feedback
Decision Center
Receptor Data Effector
Implementation
orders
Receptor Processing
Memory & Values Effector
288
Lo anterior lleva a una tercer categoría de conceptos, referentes a los resultados o
consecuencias de los diversos procesos de decisión. En cuanto a la naturaleza de los
resultados o consecuencias (“outcomes”), digamos que los outcomes toman primera-
mente la forma de decisiones que constituyen un fluyo de órdenes o determinaciones a
llevarse a efecto. Para evaluar los resultados del flujo de decisiones hay que poder
establecer las metas o propósitos hacia los que apuntan las decisiones. El approach
tiende a tratar este problema en términos de teleología, ya que no está definitivamente
orientado hacia el análisis de los procesos a través de los cuales se fijan las metas. Las
consecuencias de las decisiones para la obtención de las metas dependerán de la medi-
da en que las decisiones son obedecidas y logran una efectiva implementación. En este
punto comienzan a aparecer más claramente los concepto de control y steering (o
“manejo”).
Para comenzar, en el contexto de las operaciones políticas están los concepto de goal-
changing feedback y learning (“aprendizaje”), referentes 1) a la información que
289
permite cambiar las metas, y 2) a la capacidad de cambiar los modos de acción, con-
forme a la información. A través de estos procesos, pues el sistema político puede
adaptarse a los cambios externos o provocados por su propia acción. Más básicamente
aun, están también los procesos de auto transformación que se centran sobre con-
ceptos como los de innovación y crecimiento. Obviamente, un sistema dotado de tal
capacidad podría también reemplazarse, de hecho, a sí mismo, cosa que resulta digna
de considerarse a fondo.
Tratándose de las funciones de este approach, importa reiterar que todo approach es,
por naturaleza, selectivo. En el área preliminar de la descripción, este approach es rico
y amplio, y tiene, además, la ventaja de centrarse en conceptos relativamente nuevos
para el análisis político. El precio de todo esto está en que es, a ratos, algo rígido,
cuando se lo aplica a la fluidez de lo político. Además, el approach trata a veces fenó-
menos bien conocidos en términos alejados del sentido común o del léxico corriente.
290
mismos, los procesos revolucionarios y los medios en que pueden ser manejados
(“controlled”) son de substancial interés.
Finalmente, el approach implica una posición más bien incompleta con respecto a los
diversos problemas que plantea la obtención o logro de metas. El hecho mismo de que
Deutsch tienda a tratar las metas en términos teleológicos es indicativo de una relativa
y falta de interés en el intrincado proceso de establecer las metas y en los problemas
normativos de los sistemas racionalizadores de valores.
Este approach trae consigo algunos problemas (con todos los approaches pasa lo
mismo). Frecuentemente, se le critica el ser mecanicista y querer orientar la conducta
humana mediante la ingeniería. Deutsch se defiende recordando que la dicotomía entre
lo mecánico y lo orgánico está quedando obsoleta, como lo demuestra la cibernética
en general.
Además, se objeta su énfasis sobre los proceso en desmedro de otros ítem; por ejem-
plo, su énfasis en el flujo cuantitativo contrastado con el análisis de las cualidades
individuales de las unidades y los problemas sustantivos de lo político.
Otro problema es el relacionado con el razonamiento por analogía y la construcción de
modelos. Lo primero lleva a Deutsch a reificar (“o cosificar”) los procesos y estructu-
ras políticas; y lo segundo lo lleva a construir modelos tan complejos y poco trabaja-
bles que se les puede calificar más bien de esquemas. Se trata aquí de las dificultades
que crea el trasladar modelos de una disciplina a otra, en este caso, de la ingeniería a la
Política. Con esto mismo se relaciona una última crítica: la relativa a la lógica interna
(“biltin”) de la perspectiva básica que implica la comunicación. Más aún, la lógica del
approach acarrea varios otros problemas sustantivos: 1° Sus análisis a veces manifies-
tan formalismo y excesivo racionalismo; 2° Pide un grado de especificidad en los roles
(que cumplen la información, las estructuras, los procesos y las metas) mayor que el
que se observa en muchos fenómenos del mundo real de la política. A fin de cuentas,
como se ve, la crítica retorna a las divergencias, que anotábamos al principio, entre los
hombres y las máquinas.
291
LA TEORÍA DE LOS JUEGOS DE VON NEUMANN Y MORGENSTERN
292
5. UNA TEORÍA ESTÁTICA: SUPOSICIONES DE REGLAS Y
“PERFORMANCES” INVARIABLES. En general, la teoría actual de los juegos
supone que no hay variaciones en la “performance” (actuación, comportamiento, etc.)
de los miembros del juego durante el mismo. En política, sin embargo, puede ocurrir
precisamente lo contrario a la manera del “croquet” de “Alicia en el País de las Mara-
villas”. Todo esto equivale a decir que la teoría de los juegos no puede hacerle frente a
los problemas del crecimiento, lo nuevo y la innovation. Sus creadores mismos admi-
ten esta limitación, al decir que ella es totalmente estática, agregando que, con todo,
ella es un prerrequisito para una teoría dinámica.
293
nal como un juego de intereses combinados, enfoque muy bien tratado por Thomas
Schelling en libro “La estrategia del conflicto”. Este autor se centra en la amenaza
como estrategia internacional, y trata el concepto de su credibilidad como variable
crucial de la misma. Además, este último “approach” tiene la ventaja de considerar la
situación de los encuentros o confrontaciones reiteradas o repetitivas, situación que en
general la teoría de los juegos no considera, toda vez que estos últimos deben terminar
en algún momento. De todos modos, parece que el “approach” de Schelling también
supone, de algún modo, el fin del mundo”, que es en política el analogado del fin del
juego, sobre todo en materia internacional. Finalmente, cabría observar que la teoría
de la disuasión nos propone, primero, frustrar a nuestro adversario amedrentándolo
bien, y, luego, que descansemos en la fría racionalidad de éste, en lo referente a nues-
tra supervivencia.
294