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El perdón en la clínica
2. Intentar considerar el punto de vista del ofensor. Varios autores señalan que
uno no puede perdonar sin entender al agresor (Andrews, 2000). En el proceso de
perdón deben estar presentes, según Hargrave (1994) entre otros momentos el
“darse cuenta”, que permite a la víctima reconocer y modificar los patrones
destructivos que perpetúan los actos injustos, y el “entendimiento” que permite el
reconocimiento de las limitaciones del agresor sin quitarle responsabilidad. El acto del
perdón incluye la discusión de conductas lesivas anteriores y muestra patrones
relacionales alternativos. Si no hay contacto con el agresor, entonces las perspectivas
de un entendimiento genuino se reducen. El perdón no sigue siempre al
entendimiento, pero un perdón que no está basado en el entendimiento, según
Andrews (2000), está incompleto. Perdonar una acción es un acto influenciado por
nuestra capacidad de entenderlo (incluso si la ofensa no es algo que nos
imaginaríamos capaces de hacer). Para entender por qué he sido dañado, debo
entender primero el mundo del agresor. Esto es más que una estrategia para llegar al
perdón, es algo central en él.
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sólo porque permite que tenga lugar el componente fundamental del
perdón: la empatía. La empatía sería, pues, un predictor crucial del grado de perdón
o no-perdón que la víctima siente hacia el ofensor. De hecho, las intervenciones que
han tenido éxito promoviendo la empatía de la víctima hacia el ofensor han ayudado
también a estas víctimas a perdonar, encontrándose correlación entre empatía y
disminución del no-perdón. Parece que el efecto facilitador que tienen las disculpas y
la expresión de arrepentimiento es el de incrementar el sentimiento de empatía en la
víctima, lo que facilita el perdón. Ver el malestar o el sufrimiento del agresor por su
acción nos ayuda a ponernos en su lugar y hacer reatribuciones más positivas (dicen
algunos autores que esto se debe a que ya le vemos pagar parte de su “condena” con
ese sufrimiento, se equilibra el daño).
Por otra parte, los estudios que relacionan el perdón y la salud física se han centrado
fundamentalmente en los efectos adversos de la hostilidad (como componente del no-
perdón) sobre la respuesta cardiovascular. Perdón y hostilidad suelen tener una
relación inversa. Lawler et al., (2003) controlaron los efectos del género sobre las
respuestas fisiológicas y encontraron que el perdón se podía describir como “un
cambio en el corazón”. El perdón como rasgo se asociaba con bajos niveles de presión
sanguínea, especialmente presión diastólica. El perdón como estado también se
asociaba a menores niveles de tensión arterial y de tasa cardiaca. Ser incapaz de
perdonar una ofensa específica se relacionaba con incrementos en el tono
cardiovascular y simpático. Witvliet et al. (2001) estudiaron los correlatos físicos del
perdón. Las imágenes de perdón se relacionaban con menores medidas de EMG del
músculo corrugador, conductancia de la piel, tasa cardiaca y aumento de presión en
comparación con la reacción a imágenes de no perdón. Los resultados sugieren, en
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general, que las respuestas de perdón o de no-perdón podrían tener
efectos a largo plazo sobre la salud sólo si son suficientemente frecuentes, intensas o
duraderas. Kaplan, Monroe-Blum y Blazer (1994) sugieren que el perdón puede ser
integrado en la literatura científica dentro del campo de estudio sobre estrés,
afrontamiento y salud. Varios autores proponen que el perdón puede ser considerado
una forma de afrontamiento del estrés con efectos beneficiosos sobre la salud.
Para introducir el tema del perdón en te rapia familiar y lidiar con las justicias
relacionales, me permito transcribir el interesante artículo del Dr. José Antonio García
Higuera, tomado de la página web:
http://www.psicoterapeutas.com/Tratamientos/perdon.html
Cuando nos hacen daño la reacción inmediata y lógica es ir contra quien nos lo hizo;
pero esta reacción lógica y natural tiene sus problemas. A corto plazo, tratas de
impedir que el daño continúes; pero si la acción sigue por mucho tiempo, te puedes
ver reflejado en la siguiente metáfora:
Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que
tienen la boca grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de
morder, curar una mordedura así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se
cierra finalmente. Pero el problema es mucho peor si la serpiente es venenosa y, que
aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que impide que la herida se cierre. Los
venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por ojo y el de buscar justicia
y reparación por encima de todo. El veneno puede estar actuando durante muchos
años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no cesa durante todo ese tiempo y tu
vida pierde alegría, fuerza y energía.
Cada vez que piensas en la venganza, o la injusticia que te han hecho, la herida se
abre y duele, porque recuerdas el daño que te han hecho y el recuerdo del
sufrimiento te lleva a sentirlo de nuevo.
Qué es el perdón
Algunos consideran que perdonar no solamente incluye que cesen las conductas
dirigidas contra el ofensor, sino que incluye la realización de conductas positivas
(Wade y otros, 2008). Como indica la metáfora anterior, es preciso dejar de pensar
en las conductas destructivas; pero dejar de pensar en algo voluntaria y
conscientemente lo único que consigue es incrementar su frecuencia (Wegner, 1994).
En consecuencia, para perdonar, es preciso comprometerse, por el propio interés, con
el pensamiento de querer lo mejor para esa persona, aunque sea solamente que
recapacite y no vuelva a hacer daño a nadie o deseando que le vaya bien en la vida,
etc.
Qué no es el perdón
Debido a que perdón es una palabra muy cargada ideológicamente, proponer los
pacientes que realicen un proceso de perdón puede llevar a malos entendidos y por
ello es necesario discutir con ellos qué es y qué no es el perdón que se propone.
Algunos de los puntos que puede ser necesario aclarar son los siguientes:
Hay que tener en cuenta que no se trata de ponerse en riesgo de que el daño se
pueda volver a repetir.
El perdón para la víctima es una buena opción en cualquier caso. La metáfora del
anzuelo que sugiere Steven Hayes, indica de forma clara cómo el no perdonar a
alguien nos coloca en una situación permanente de sufrimiento y puede ayudar en
este proceso:
Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las
entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece,
tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un
acto de justicia, que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él
en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo
duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo
intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el
anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros
tendremos que sacarle a él antes.
Si salimos del anzuelo, tendremos cuidado de no estar muy cerca de él porque nos
puede volver a meter en el anzuelo y si alguna vez nos juntamos, tiene que ser con la
confianza de que no nos va a volver a hacer daño.
Pero no es la opción de no sufrir lo que justifica una elección, sino una opción basada
en los valores de la persona (Hayes y otros, 1999). Hay que tener en cuenta que se
trata de valores como los define la terapia de aceptación y compromiso, es decir,
como consecuencias deseadas a muy largo plazo, y no solamente como valores
morales o éticos. Cuando hemos dejado a un lado esos valores para centrarnos en la
venganza y se le hemos dedicado tiempo y recursos, pueden estar afectadas otras
áreas de nuestra vida. Es en los valores afectados por la concentración en vengarnos
en los que tenemos que encontrar los motivos para elegir perdonar.
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Tercera etapa: aceptación del sufrimiento y de la rabia
El perdón no supone que se rechacen y esté mal tener sentimientos de rabia, de ira o
deseos de venganza, aunque a algunos pueda parecerles que el perdón lo implica
(Wade y otros, 2008). El problema no está en tener esos sentimientos o
pensamientos, sino en actuar dejándose llevar por ellos en contra de los valores e
intereses más importantes en ese momento (Hayes y otros, 1999). La propuesta de
la terapia de aceptación y compromiso consiste en abrirse a sentir el sufrimiento, la
rabia, la depresión y cualquier pensamiento, sentimiento, sensación o emoción que
surja asociado al daño recibido, sin ninguna defensa; mientras nuestra acción sigue el
compromiso con los valores que en ese momento sean más relevantes (Hayes y
otros, 2004).
No es obvio que el que nos ha ofendido sea plenamente consciente del daño que ha
hecho y del sufrimiento que está teniendo su víctima (Case, 2005). El proceso de
reconocerlo supone un acercamiento profundo al otro, con comprensión y empatía, y
un establecimiento de una comunicación que no se basará en disculparse o evitar las
consecuencias o el castigo por lo que ha hecho. Esto permite al otro expresar su
sufrimiento de forma plena. Este proceso es positivo cuando se hace mientras se va
informando al otro de lo ocurrido.
Para pedir perdón es preciso ser consciente de que se ha hecho un daño importante
al otro. Ponerse en su lugar y acercarse a sus sentimientos puede llegar a hacer
sentir de verdad el dolor del otro.
Para el ofensor, saber cómo y por qué hizo lo que hizo es interesante en sí mismo.
Compartir ese conocimiento con la otra persona es un paso necesario para avanzar en
el proceso de pedir perdón y llegar a la reconciliación. Hay montones de razones por
las que alguien decide hacer algo que causa daño, ninguna será aceptable para la
víctima. En consecuencia, no se trata de encontrar excusas a sus actos, sino de
establecer una base para poder realizar la siguiente fase: elaborar un plan que impida
que vuelva a ocurrir (Case, 2005).
Es preciso reconocer también el papel que han jugado las circunstancias, pero no
para quitarse culpas y echárselas a otros.
Definir un plan de acción concreto para que nunca vuelva a ocurrir y compartirlo con
el otro es el siguiente paso para pedir perdón. El plan puede incluir acciones dirigidas
a mejorar las debilidades propias que han propiciado el daño realizado. Todo el plan
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ha de hacerse indicando los objetivos operativos, el tiempo y los
medios que se van a dedicar a conseguirlos. No se trata de establecer solamente
buenas intenciones, las acciones han de ser concretas y se han de establecer los
tiempos y los recursos necesarios para hacerlas. En resumen, es preciso
comprometerse con llevar a cabo el plan.
Los pasos anteriores han de ser compartidos con el otro y han de comunicársele para
que la petición de perdón sea explícita y llegue al otro, mostrando que no son
palabras vanas, sino que están articuladas en un plan y en un compromiso de lucha
por la relación.
Siempre que sea posible, es preciso restituir el daño causado. No sería de recibo pedir
perdón y quedarse con las ventajas que se han obtenido de la ofensa.
En línea con esta última definición vale la pena analizar el siguiente cuadro resumen.
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Negar / minimizar la ofensa
Renunciar a Negar / reprimir el sentimiento Lidiar con el enojo
sentimientos de No rumiar la ofensa
resentimiento
Renunciar a la Renunciar a la justica legal Dejar atrás los deseos de
justicia propia (marco jurídico) instituida. venganza.
Excusar de responsabilidad al Combatir el odio
ofensor
Proceso liberador Borrar el pasado o lo sucedido Liberar de la situación y del
poder del ofensor
Liberar del resentimiento /
sufrimiento
Efecto sanador Borrar los recuerdos Sanar los recuerdos
Sanar las heridas emocionales
Romper el ciclo de dolor y
enojo
Restauración / Recuperar la confianza en Crear las bases para sanar la
Reconciliación forma automática relación
Volver la relación a la situación Facilitar la reconciliación
original (no es una norma)
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Necesitamos, pues, construir el músculo del perdón en nuestra vida.
Como lo expresa Jorge Bucay: “…se perdona construyendo nuestra propia capacidad
de perdonar…”. Se requiere aprender a perdonar más allá de la intención y la
voluntad expresa de perdonar. Al respecto comenta Fred Luskin: “Nuestras
principales barreras para perdonar no son las ofensas, sino nuestra falta de
herramientas para lograrlo”.
El perdón es un proceso
Como contador público que soy me gusta comparar el perdón con la materia contable
y económica. Perdonar es un asunto de economía emocional. El perdón es una
decisión más barata y rentable que el resentimiento, la venganza y el sufrimiento. El
rencor, el odio y el sufrimiento implican costos muy elevados. La falta de perdón
genera mucho estrés y desgaste emocional en términos energéticos. En términos
contables el rencor, el resentimiento, el odio y el sufrimiento representan pasivos,
una deuda que merma nuestro patrimonio personal. Para mejorar la solvencia
emocional ese pasivo requiere ser cancelado.
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“Perdonar es retirar ese capital de la persona que te ofendió, dejar de usar
tus emociones y tus pensamientos en alguna situación que no tiene sentido. Perdonar
es dejar ir, más no olvidar. Cuando perdonas no le estás diciendo a tu ofensor que te
parece bien lo que está haciendo, o que no te importa su ofensa o que simplemente
olvidas lo que te hizo; cuando perdonas lo que estás haciendo es decidir no ocuparte
más de ese asunto, retirando tiempo y energía de aquello para usarla mejor. Es por
eso que muchas personas, al momento de elaborar (reflexionar, procesar) una
ofensa, vuelven a mejorar su rendimiento académico, su estado de ánimo mejora y
su vida simplemente empieza a verse mejor” (drphyloel.com).
Por otra parte, cada vez que invertimos confianza, afecto y tiempo en una persona,
hay la posibilidad de generar una ganancia o una pérdida, pero así es la naturaleza de
todo negocio, incluyendo el negocio de la vida. Ninguna acción está exenta de
riesgos, ni en la vida ni en los negocios. Con frecuencia no son fáciles ni justas las
circunstancias de la vida. Puedes salir lastimado o perder tu inversión. Allí es donde el
perdón es una estrategia muy útil para sobreponernos a los reveses.
Creo que hay un cliché en muchos institucionales: “Olvida la afrenta recibida y pasa la
página”. En muchos contextos perdonar puede ser equivalente a olvidar o borrar el
dolor y las experiencias traumáticas. Pero esto no es posible. No podemos olvidar lo
sucedido, como darle delete a nuestra mente, o resetearla como si fuera una
computadora, y borrar un archivo con una sola tecla.
“Yo perdoné sinceramente, pero no olvido ese agravio”, “yo perdoné y renuncié a la
venganza, pero no he podido olvidar la experiencia que viví, por lo tanto no he
perdonado”. Estas son algunas de las expresiones que he escuchado en mi rol de
pastor – consejero y psicoterapeuta. Mucha gente se frustra con respecto al perdón,
porque equivalen perdonar a olvidar; pero perdonar no hace que se borre el pasado
ni lo modifica, aunque si cambia el presente aquí y ahora. Ni el olvidar se requiere
para perdonar.
Hay una expresión del psiquiatra Boris Cyrulnik que ilustra esta realidad: “La herida
sana, pero la cicatriz no es perfecta”. La herida puede sanar y ya no doler, pero
queda la cicatriz que recuerda la experiencia dolorosa vivida. Sería más apropiado,
entonces, equivaler perdonar con sanar los recuerdos: recordar sin dolor. Y no hay
duda que el perdón es la base para sanar los recuerdos, y liberarse del dolor de la
experiencia de la ofensa y agravio.
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memoria el incidente. Perdonar es aprender, comprender, amar y
seguir adelante” (Don Colbert).
Hay una diferencia entre recordar una experiencia de la que se toma un aprendizaje,
o se saca una lección aprendida, como una experiencia procesada y sanada en sus
efectos; y recordar con dolor o rencor. La diferencia en ambos casos está en la forma
como se actualiza la experiencia: cómo nos afecta en el presente, cómo la
recordamos. Al respecto dice el maestro Hugo García: “En muchos contextos se
entiende muchas veces el perdonar como olvidar totalmente el agravio - borrar de la
memoria el incidente -, y eso trae a colación otro problema: si olvidamos de manera
total, toda la experiencia implícita y el aprendizaje se desvanecen y tendemos a
recaer en lo mismo con otras personas y otras situaciones. Por tanto, el perdón es
una intención cuya energía es liberadora, porque logra limpiar el dolor del daño
ocasionado, para que luego del proceso, nada fácil, ni agradable, se nos muestre la
experiencia tal cual y podamos ver luz de la propia oscuridad que el daño nos dejó”.
Olvidar priva del aprendizaje de la experiencia vivida.
El olvido puede ser un recurso de nuestra mente para protegernos del dolor
emocional, pero olvidar reprimiendo, como mecanismo de defensa del yo (Sigmund
Freud), sin haber procesado (metabolizado) la experiencia, no contribuye al proceso
de sanidad de la herida generada por el agravio, ofensa o daño recibido. Olvidar una
situación o experiencia dolorosa, sin una profunda comprensión de lo sucedido, es un
intento estéril por evadir y no confrontar el dolor de la herida. Olvidar no es reprimir,
ni ingenuamente bloquear el dolor de la memoria. El olvido sin procesamiento de la
herida no proporciona paz, ni libertad, ni sanidad.
El perdón implica una renuncia a los deseos de venganza, al rencor y al odio; pero no
implica olvidar. Perdonar implica dejar atrás – no traer a memoria -, pero luego de
haber procesado la experiencia que produjo el dolor y haber cerrado las situaciones
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abiertas asociadas a la ofensa o agravio recibido. En este sentido, bien
aplica la frase: “Comprender es perdonar” (Madame Stael).
Perdonar puede iniciarse con una acción específica (aunque conlleva un proceso),
pero generar confianza no está restringido a una acción puntual. Perdonar y confiar,
como ya hemos dicho, son dos procesos diferentes. Para perdonar necesitamos
desligar el perdón de la confianza, y no condicionar el primero al último. Confiar un
proceso que conlleva tiempo y ocurre posterior al perdón. La confianza tarda mucho
en generarse en las relaciones. Hay un dicho que dice que la confianza sube por las
escaleras, pero baja por un ascensor.
Por un lado la persona que ha producido el agravio u ofensa se responsabiliza por sus
acciones, y genera comportamientos opuestos a sus acciones incorrectas, para
ganarse la confianza del agraviado. Y por el otro lado, la persona que ha sido objeto
del agravio u ofensa, y que ha decidido perdonar, comienza progresivamente a
realizar depósitos de confianza a favor del ofensor. Si la confianza se otorga
indiscriminadamente, carece del mérito para estimular el cambio en la persona
ofensora; de esta forma se priva a la persona de la oportunidad de crecer y madurar.
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Conclusiones
Esta pequeña revisión sobre cuestiones básicas de Psicología del Perdón nos permite
tomar conciencia de la relevancia del concepto de perdón y su aplicación en el trabajo
clínico, así como de lo incipiente de su estudio, sobre todo en nuestro país. Es
imprescindible empezar a dirigir nuestros esfuerzos a recuperar este tema de estudio
desde la psicología, desvinculándolo de enfoques morales o religiosos, para poder
aprovechar su potencial terapéutico y los beneficios que puede aportar a la salud y el
bienestar de individuos, parejas y familias. Entre los temas relacionados con el
estudio de las aplicaciones clínicas del perdón es prioritario profundizar en las
condiciones en las cuales puede estar indicado facilitar o promover el perdón y en
aquellas en las que dicho trabajo puede llegar a ser desaconsejado.
Bibliografía:
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