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El derecho laboral de cara a la globalización

Revista Nº 114 Nov.-Dic. 2002


El experto laboralista Humberto Romagnoli explica las razones por las
cuales el derecho laboral está llamado a ser uno de los principales
protagonistas de la globalización
Pedro Antonio Molina Sierra
Claudia Janeth Wilches Rojas
Umberto Romagnoli, presidente de la Asociación Italiana de Derecho
del Trabajo y Seguridad Social, es un convencido de que el derecho
laboral del nuevo siglo tiene que responder más a la demanda de reglas
que se adapten a los intereses del trabajador de “carne y hueso” que a
la expedición de normas con “síndrome industrialista”.
Romagnoli, cuyas obras son fuente de permanente consulta de los
laboralistas, actualmente es profesor de derecho del trabajo en la
Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bologna (Italia),
miembro de la Comisión de Garantía para la aplicación de la ley italiana
sobre huelga en los servicios públicos esenciales y director de la revista
Lavoro e diritto, conversó con ACTUALIDAD LABORAL sobre los
nuevos retos del derecho laboral de cara a los procesos de
globalización.
A.L.: En varias oportunidades usted ha señalado que el siglo XX fue “el
siglo del derecho del trabajo”, ¿en qué basa esa afirmación?
Umberto Romagnoli: Soy un convencido de eso. Es cierto que un
recorrido histórico sobre este tema podría crear controversias pero,
desde luego, tienen una explicación. A comienzos del siglo, lo más
importante del derecho del trabajo era la posibilidad de conseguir la
ciudadanía a través de él. Mucho tiempo después, a esta ciudadanía se
le llamó industrial porque todos los indicadores macroeconómicos,
desde el volumen de la producción hasta el de la distribución de la
riqueza o el nivel de empleo, convergían en la misma dirección hacia la
modernización que ha transformado el Estado liberal del siglo XIX en el
Estado social del siglo XX.
En Europa, esto también ha sucedido. El contrato laboral de tiempo
completo e indefinido se ha convertido en el símbolo jurídico que hace
del trabajo asalariado el pasaporte para la ciudadanía industrial, la cual
ha terminado de perfeccionarse durante la segunda mitad del siglo XX
apoyándose fundamentalmente en tres pilares: puesto estable, salario
garantizado y pensión pública.
Es decir, el derecho obrero de los orígenes ha recorrido un largo
camino. Ha ido mas allá de la colina que cerraba su horizonte marcado
por la patrimonialidad de un intercambio contractual y ha tenido la
ambición de pensar en grande. Incluso, aun alimentándose el conflicto
de clases entre quien era trabajador dependiente y quien utilizaba el
trabajo de otros, este derecho se ha esforzado por componer las
fracturas sociales creadas en el curso de la primera industrialización y
remover sus efectos más desestabilizadores.
A.L.: ¿Eso significa que es necesario recomponer las reglas del trabajo
del siglo XX?
U.R.: Sí, eso quiero decir. Si nuestras democracias han sobrevivido e
incluso se han consolidado lo deben, en gran medida, a la capacidad
del derecho del trabajo de mantener su promesa. Por lo tanto, es
irresponsable no preguntarse cómo las democracias del mundo
occidental podrán sobrevivir sin el derecho del trabajo del siglo XX. Si
las democracias sobreviven, ello quiere decir que han aprendido a
regular el nuevo curso de la economía como lo consiguió el derecho del
trabajo del siglo XX.
A.L.: ¿Qué papel juega el derecho del trabajo en un mundo cada vez
más globalizado?
U.R.: El derecho del siglo XX ha sido uno de los productos más
genuinos del compromiso que ha aproximado a Europa hacia la
cuadratura del círculo, o sea, como dice Ral Dahrendorf, hacia la
solución del problema de la coexistencia de los tres imperativos
fundamentales de las sociedades capitalistas: bienestar económico,
cohesión social y democracia política. Su papel ha sido salvador porque
ha contribuido a realizar un equilibrio satisfactorio.
A finales del siglo XX, un hecho histórico imprevisto resquebrajó la
capacidad reguladora del derecho laboral: la caída del muro de Berlín.
En efecto, después de la abolición de las barreras ideológicas, cayeron
las barreras aduaneras. Los cambios monetarios han sido liberalizados,
las interdependencias económicas se han acrecentado y también la
competencia entre los sistemas económicos nacionales. En resumen,
la caída del muro en 1989 ha universalizado las reglas de la economía
de mercado.
Todo esto ha sido llamado globalización de la economía, no de los
derechos, tampoco de los derechos humanos más elementales, porque
aún no existe un gobierno mundial legitimado a intervenir y reprimir ante
la presencia de actos lesivos, independientemente del sitio en que se
hayan producido los bienes protegidos, así el bien sea calificado como
propiedad común de la humanidad.
A.L.: En la práctica, ¿cómo se han afectado los trabajadores con esta
globalización?
U.R.: Si ingresamos a los supermercados y compramos comestibles,
detrás de la etiqueta hay historias de derechos negados. Son
endulzados con azúcar cultivado por gente que sufre de desnutrición y
aromatizados con cacao recogido por menores de edad que jamás
podrán ir a la escuela. Cuando en las tardes apoyamos la cabeza en
blandos cojines de caucho, no nos alcanzamos a imaginar que ha sido
destilado por campesinos latinoamericanos que duermen sobre las
piedras. Es esta la globalización de la que hablamos. Nosotros, sin
embargo, no nos sentimos globalizados, es más, somos los
globalizadores.
Hay países que para atraer el capital extranjero legalizan el tratamiento
de la mano de obra con pagos inferiores a los mínimos previstos en los
tratados internacionales. Tratados que no han sido ratificados, que
fueron aprobados con enorme retardo o que, de todos modos, han sido
impunemente violados. Países donde, por ejemplo, se producen
balones de fútbol que son promocionados por una estrella a cambio de
compensaciones que no podría recibir el indonesio que lo fabrica ni
siquiera si trabajara 10.000 años seguidos. Así es como se afectan los
trabajadores con la globalización.
A.L.: ¿Cuál ha sido la experiencia de la Unión Europea en materia de
integración laboral?
U.R.: Después de las reuniones de Maastricht y Ámsterdam, la Unión
Europea se propone promover una armonización de las legislaciones
nacionales orientadas a realizar un aceptable equilibrio entre la
dimensión mercadista y tecnocrática y la dimensión democrática y
social de la integración económica. De esta manera, se corrige la ratio
de los tratados constitutivos de una comunidad de Estados que en sus
comienzos tenía como único objetivo el de crear un gran mercado
fundado en la libre competencia.
La corrección de ruta tiene el valor de una medida ecológica: preserva
la identidad de la sociedad capitalista occidental reafirmando que su
lugar ideal de unificación es el trabajo, entendido como valor ético y
político compartido por las culturas, religiones e ideologías
predominantes, porque quien no trabaja no tiene, pero sobre todo no
es.
A.L.: Teniendo en cuenta que cada vez son menos los trabajadores
subordinados o dependientes, ¿de qué manera debe adaptarse el
derecho laboral a esta situación?
U.R.: Sin duda eso es cierto pues, como escribió Juan Raso, “El trabajo
subordinado determinó verdaderos códigos jurídicos de conducta
laboral”. Sin embargo, eso no significa que se deje de un lado una
realidad: el trabajo subordinado es sólo una especie de un género que
se llama trabajo. El problema es que el amor por la especie ha hecho
perder de vista el género.
Por eso, el derecho del trabajo deberá adentrarse en el territorio de las
actividades laborales, hasta ahora extraño a la noción de trabajo, que
constituye el legado cultural más interiorizado y resistente de la
industrialización, pero invirtiendo la metodología corriente que hasta
ahora ha favorecido a la llamada tendencia expansiva del derecho del
trabajo dependiente que ya no hegemoniza los procesos de integración
de trabajo en las actividades productivas. Su centralidad está
amenazada por un enjambre de contratos laborales inapropiadamente
llamados atípicos.
En conclusión, el contrato a término indefinido y con jornada completa
ya no es la estrella polar del derecho laboral reconocido en la ley o
negociado con los sindicatos.
A.L.: ¿Cuál es, entonces, el nuevo papel del derecho laboral?
U.R.: Así las cosas, nuestro papel debe ser el de desagregar
el corpus de las reglas del trabajo que se ha venido polarizando
únicamente en torno a la figura del trabajador dirigido, de tal forma que
lo podamos reorganizar sobre la base de una triple polaridad: las
garantías generales del trabajo sin adjetivos, las reglas comunes a la
familia de los contratos que realizan la integración onerosa del trabajo
en la actividad económica del empleador y las garantías específicas del
contrato de trabajo connotado por la subordinación.
En resumen, la unidad del sistema normativo del trabajo del siglo XX,
cuyo prototipo son los contratos de trabajo dependientes, debe
evolucionar porque el área del trabajo de antaño es cada vez más
pequeña. El nuevo derecho deberá garantizar el status de ciudadanía,
o sea el núcleo de principios y normas inderogables que son expresión
de la relevancia constitucional de ésta.
A.L.: De acuerdo con su experiencia y trayectoria, ¿qué mensaje puede
darle a las nuevas generaciones de laboralistas?
U.R.: La verdad es que también este derecho merece ser incluido entre
los consignatarios al nuevo siglo de una sociedad profundamente
cambiada que pare a los “hijos de la libertad”, como les llama Ulrich
Beck, más ricos en cultura y más acomodados que sus padres y
abuelos, pero también por ello más exigentes, quieren ser libres no
tanto para ser protegidos, sino libres de y, por tanto, capaces de
disponer de sí mismos y de sus propios intereses.
De esta manera, ellos están haciendo salir a superficie la exigencia de
rediseñar en el sistema jurídico la imagen del individuo, con sus
instancias de autodeterminación frente a cualquier poder, incluso si es
protector y benéfico. Por eso, el derecho laboral padecerá seriamente
la suerte de su siglo si intenta entrar en el siguiente sin perder su
síndrome industrialista, es decir, sin saber responder a la demanda de
reglas más adaptables a los intereses del trabajador de carne y hueso,
que al trabajador masificado del cual nos hablan las leyes y los
convenios colectivos.
En la época de la post-modernidad tampoco el sentido del trabajo era
ese, ni siquiera cuando el trabajo se declinaba en singular y se pensaba
que los sacrificios de toda una vida en una fábrica llevaban a la clase
obrera al paraíso. Hoy en día, los trabajadores descubren que el trabajo
es una experiencia gratificante sólo para una minoría de privilegiados
mientras que, para los demás, es la degradación de su medio de vida.
A.L.: ¿Cuál debe ser la nueva concepción del derecho laboral?
U.R.: Si se quiere reeditar el derecho de frontera que era a la medida
del hombre, el derecho deberá retornar al trabajador como persona que
construye un proyecto de vida individual a través de él y que tiene la
necesidad de un razonable paquete de beneficios cuando labora y de
un mercado regulado que le permita disponer de adecuadas
posibilidades de empleabilidad.

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