El experto laboralista Humberto Romagnoli explica las razones por las cuales el derecho laboral está llamado a ser uno de los principales protagonistas de la globalización Pedro Antonio Molina Sierra Claudia Janeth Wilches Rojas Umberto Romagnoli, presidente de la Asociación Italiana de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, es un convencido de que el derecho laboral del nuevo siglo tiene que responder más a la demanda de reglas que se adapten a los intereses del trabajador de “carne y hueso” que a la expedición de normas con “síndrome industrialista”. Romagnoli, cuyas obras son fuente de permanente consulta de los laboralistas, actualmente es profesor de derecho del trabajo en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bologna (Italia), miembro de la Comisión de Garantía para la aplicación de la ley italiana sobre huelga en los servicios públicos esenciales y director de la revista Lavoro e diritto, conversó con ACTUALIDAD LABORAL sobre los nuevos retos del derecho laboral de cara a los procesos de globalización. A.L.: En varias oportunidades usted ha señalado que el siglo XX fue “el siglo del derecho del trabajo”, ¿en qué basa esa afirmación? Umberto Romagnoli: Soy un convencido de eso. Es cierto que un recorrido histórico sobre este tema podría crear controversias pero, desde luego, tienen una explicación. A comienzos del siglo, lo más importante del derecho del trabajo era la posibilidad de conseguir la ciudadanía a través de él. Mucho tiempo después, a esta ciudadanía se le llamó industrial porque todos los indicadores macroeconómicos, desde el volumen de la producción hasta el de la distribución de la riqueza o el nivel de empleo, convergían en la misma dirección hacia la modernización que ha transformado el Estado liberal del siglo XIX en el Estado social del siglo XX. En Europa, esto también ha sucedido. El contrato laboral de tiempo completo e indefinido se ha convertido en el símbolo jurídico que hace del trabajo asalariado el pasaporte para la ciudadanía industrial, la cual ha terminado de perfeccionarse durante la segunda mitad del siglo XX apoyándose fundamentalmente en tres pilares: puesto estable, salario garantizado y pensión pública. Es decir, el derecho obrero de los orígenes ha recorrido un largo camino. Ha ido mas allá de la colina que cerraba su horizonte marcado por la patrimonialidad de un intercambio contractual y ha tenido la ambición de pensar en grande. Incluso, aun alimentándose el conflicto de clases entre quien era trabajador dependiente y quien utilizaba el trabajo de otros, este derecho se ha esforzado por componer las fracturas sociales creadas en el curso de la primera industrialización y remover sus efectos más desestabilizadores. A.L.: ¿Eso significa que es necesario recomponer las reglas del trabajo del siglo XX? U.R.: Sí, eso quiero decir. Si nuestras democracias han sobrevivido e incluso se han consolidado lo deben, en gran medida, a la capacidad del derecho del trabajo de mantener su promesa. Por lo tanto, es irresponsable no preguntarse cómo las democracias del mundo occidental podrán sobrevivir sin el derecho del trabajo del siglo XX. Si las democracias sobreviven, ello quiere decir que han aprendido a regular el nuevo curso de la economía como lo consiguió el derecho del trabajo del siglo XX. A.L.: ¿Qué papel juega el derecho del trabajo en un mundo cada vez más globalizado? U.R.: El derecho del siglo XX ha sido uno de los productos más genuinos del compromiso que ha aproximado a Europa hacia la cuadratura del círculo, o sea, como dice Ral Dahrendorf, hacia la solución del problema de la coexistencia de los tres imperativos fundamentales de las sociedades capitalistas: bienestar económico, cohesión social y democracia política. Su papel ha sido salvador porque ha contribuido a realizar un equilibrio satisfactorio. A finales del siglo XX, un hecho histórico imprevisto resquebrajó la capacidad reguladora del derecho laboral: la caída del muro de Berlín. En efecto, después de la abolición de las barreras ideológicas, cayeron las barreras aduaneras. Los cambios monetarios han sido liberalizados, las interdependencias económicas se han acrecentado y también la competencia entre los sistemas económicos nacionales. En resumen, la caída del muro en 1989 ha universalizado las reglas de la economía de mercado. Todo esto ha sido llamado globalización de la economía, no de los derechos, tampoco de los derechos humanos más elementales, porque aún no existe un gobierno mundial legitimado a intervenir y reprimir ante la presencia de actos lesivos, independientemente del sitio en que se hayan producido los bienes protegidos, así el bien sea calificado como propiedad común de la humanidad. A.L.: En la práctica, ¿cómo se han afectado los trabajadores con esta globalización? U.R.: Si ingresamos a los supermercados y compramos comestibles, detrás de la etiqueta hay historias de derechos negados. Son endulzados con azúcar cultivado por gente que sufre de desnutrición y aromatizados con cacao recogido por menores de edad que jamás podrán ir a la escuela. Cuando en las tardes apoyamos la cabeza en blandos cojines de caucho, no nos alcanzamos a imaginar que ha sido destilado por campesinos latinoamericanos que duermen sobre las piedras. Es esta la globalización de la que hablamos. Nosotros, sin embargo, no nos sentimos globalizados, es más, somos los globalizadores. Hay países que para atraer el capital extranjero legalizan el tratamiento de la mano de obra con pagos inferiores a los mínimos previstos en los tratados internacionales. Tratados que no han sido ratificados, que fueron aprobados con enorme retardo o que, de todos modos, han sido impunemente violados. Países donde, por ejemplo, se producen balones de fútbol que son promocionados por una estrella a cambio de compensaciones que no podría recibir el indonesio que lo fabrica ni siquiera si trabajara 10.000 años seguidos. Así es como se afectan los trabajadores con la globalización. A.L.: ¿Cuál ha sido la experiencia de la Unión Europea en materia de integración laboral? U.R.: Después de las reuniones de Maastricht y Ámsterdam, la Unión Europea se propone promover una armonización de las legislaciones nacionales orientadas a realizar un aceptable equilibrio entre la dimensión mercadista y tecnocrática y la dimensión democrática y social de la integración económica. De esta manera, se corrige la ratio de los tratados constitutivos de una comunidad de Estados que en sus comienzos tenía como único objetivo el de crear un gran mercado fundado en la libre competencia. La corrección de ruta tiene el valor de una medida ecológica: preserva la identidad de la sociedad capitalista occidental reafirmando que su lugar ideal de unificación es el trabajo, entendido como valor ético y político compartido por las culturas, religiones e ideologías predominantes, porque quien no trabaja no tiene, pero sobre todo no es. A.L.: Teniendo en cuenta que cada vez son menos los trabajadores subordinados o dependientes, ¿de qué manera debe adaptarse el derecho laboral a esta situación? U.R.: Sin duda eso es cierto pues, como escribió Juan Raso, “El trabajo subordinado determinó verdaderos códigos jurídicos de conducta laboral”. Sin embargo, eso no significa que se deje de un lado una realidad: el trabajo subordinado es sólo una especie de un género que se llama trabajo. El problema es que el amor por la especie ha hecho perder de vista el género. Por eso, el derecho del trabajo deberá adentrarse en el territorio de las actividades laborales, hasta ahora extraño a la noción de trabajo, que constituye el legado cultural más interiorizado y resistente de la industrialización, pero invirtiendo la metodología corriente que hasta ahora ha favorecido a la llamada tendencia expansiva del derecho del trabajo dependiente que ya no hegemoniza los procesos de integración de trabajo en las actividades productivas. Su centralidad está amenazada por un enjambre de contratos laborales inapropiadamente llamados atípicos. En conclusión, el contrato a término indefinido y con jornada completa ya no es la estrella polar del derecho laboral reconocido en la ley o negociado con los sindicatos. A.L.: ¿Cuál es, entonces, el nuevo papel del derecho laboral? U.R.: Así las cosas, nuestro papel debe ser el de desagregar el corpus de las reglas del trabajo que se ha venido polarizando únicamente en torno a la figura del trabajador dirigido, de tal forma que lo podamos reorganizar sobre la base de una triple polaridad: las garantías generales del trabajo sin adjetivos, las reglas comunes a la familia de los contratos que realizan la integración onerosa del trabajo en la actividad económica del empleador y las garantías específicas del contrato de trabajo connotado por la subordinación. En resumen, la unidad del sistema normativo del trabajo del siglo XX, cuyo prototipo son los contratos de trabajo dependientes, debe evolucionar porque el área del trabajo de antaño es cada vez más pequeña. El nuevo derecho deberá garantizar el status de ciudadanía, o sea el núcleo de principios y normas inderogables que son expresión de la relevancia constitucional de ésta. A.L.: De acuerdo con su experiencia y trayectoria, ¿qué mensaje puede darle a las nuevas generaciones de laboralistas? U.R.: La verdad es que también este derecho merece ser incluido entre los consignatarios al nuevo siglo de una sociedad profundamente cambiada que pare a los “hijos de la libertad”, como les llama Ulrich Beck, más ricos en cultura y más acomodados que sus padres y abuelos, pero también por ello más exigentes, quieren ser libres no tanto para ser protegidos, sino libres de y, por tanto, capaces de disponer de sí mismos y de sus propios intereses. De esta manera, ellos están haciendo salir a superficie la exigencia de rediseñar en el sistema jurídico la imagen del individuo, con sus instancias de autodeterminación frente a cualquier poder, incluso si es protector y benéfico. Por eso, el derecho laboral padecerá seriamente la suerte de su siglo si intenta entrar en el siguiente sin perder su síndrome industrialista, es decir, sin saber responder a la demanda de reglas más adaptables a los intereses del trabajador de carne y hueso, que al trabajador masificado del cual nos hablan las leyes y los convenios colectivos. En la época de la post-modernidad tampoco el sentido del trabajo era ese, ni siquiera cuando el trabajo se declinaba en singular y se pensaba que los sacrificios de toda una vida en una fábrica llevaban a la clase obrera al paraíso. Hoy en día, los trabajadores descubren que el trabajo es una experiencia gratificante sólo para una minoría de privilegiados mientras que, para los demás, es la degradación de su medio de vida. A.L.: ¿Cuál debe ser la nueva concepción del derecho laboral? U.R.: Si se quiere reeditar el derecho de frontera que era a la medida del hombre, el derecho deberá retornar al trabajador como persona que construye un proyecto de vida individual a través de él y que tiene la necesidad de un razonable paquete de beneficios cuando labora y de un mercado regulado que le permita disponer de adecuadas posibilidades de empleabilidad.