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III. ¿QUÉ ES LA IGLESIA?

Tras percibir tantas concepciones y tan diferentes de la Iglesia, ¿con cuál nos quedamos
hoy? Por supuesto, con la visión viva y fresca que el Concilio Vaticano II nos ha regalado.
Pero sabiendo que ni siquiera ésta es definitiva y total, que sigue siendo un misterio, al que
debemos acercarnos descalzos y con veneración, para descubrir por la fe el tesoro que
desde Jesucristo llevamos en vasos de barro. El tesoro lo constituyen su presencia y su
palabra. A la vez, somos conscientes que también es la comunidad formada por hombres
débiles y pecadores, capaces de las mayores cotas de santidad y de las lacras más
miserables.
Vamos a recoger algunos de los elementos esenciales, que los teólogos dicen que hoy
habría que resaltar por encima de otros, seguramente también verdaderos.
Entre estos teólogos actuales incluimos algunos pensamientos de san Agustín, porque su
sentido eclesial es de una increíble actualidad.
Comenzamos con la definición descriptiva del Catecismo de la Iglesia: «Cristo, el único
Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor,
como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por medio de ella a
todos la verdad y la gracia. La Iglesia es a la vez:
– Sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;
– El grupo visible y la comunidad espiritual;
– La Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo.
Estas dimensiones juntas constituyen una realidad compleja, en la que están unidos el
elemento divino y el humano (LG 8)» (CCE 771).
• La Iglesia es comunión. Es el concepto más repetido en los primeros capítulos de la
Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II. La comunión eclesial es común-
unión con Jesucristo (eucaristía) y con los hermanos (comunión fraterna).
En los escritos agustinianos se repite continuamente la idea bajo preciosas imágenes. No
han escuchado la llamada del Señor «sólo las vírgenes y no las casadas; sólo las viudas y no
las esposas; o sólo los monjes y no los casados; o sólo los clérigos y no los laicos; sino que
es toda la Iglesia, la totalidad del cuerpo, todos los miembros con sus funciones propias y
distribuidas, la que ha de seguir a Cristo...
Cada uno en su género, en su puesto, en su modo propio» (Sermón 96, 9).
• La Iglesia es Pueblo de Dios. Ya vimos este importante concepto tan querido en los
orígenes. Nos dice que la Iglesia no debe ser considerada primeramente desde la pirámide
jerárquica, como se hizo en otras épocas, sino a partir de la «base popular-laical». Antes
que funciones o estados diferentes, está la cualidad común de todos los bautizados, que
forman ese pueblo elegido. Después viene, claro que sí y necesariamente, las distintas
funciones, siempre desde la idea del servicio comunitario.
Agustín recrea paralelamente el concepto de una Iglesia peregrina en su gran obra La
ciudad de Dios. En ella resume admirablemente la tensión entre la situación histórica de la
Iglesia y el futuro. «Va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de
Dios» (La ciudad de Dios, 18, 52,2).
• La Iglesia es sacramento universal de salvación. Sacramento quiere decir signo visible
que nos remite a otra realidad misteriosa contenida en ella. El signo patente es la
comunidad de los cristianos, sus estructuras, sus ritos..., el contenido misterioso y
salvador es la presencia de Jesucristo resucitado, la fuerza del Espíritu. Cuanto más
expresivos sean los signos para los hombres de nuestro tiempo, más fácil les será
aproximarse al misterio. La siguiente imagen le gusta mucho a san Agustín: «Del costado
de Adán dormido fue formada su esposa Eva. Del costado de Cristo dormido en la Cruz
fue formada su esposa (la Iglesia). Al ser herido por la lanza el costado de Cristo,
brotaron los sacramentos de la Iglesia»
(Comentarios a los Salmos, 56,11).
• La Iglesia está en función del mundo.
Por mandato del fundador, la Iglesia no existe para sí misma sino para el mundo, con el fin
de transformarlo en reino de Dios, dentro de lo posible. Por eso, su actitud fundamental
ante el mismo, no es la del anatema o la condena, tampoco la de la huida o del ghetto, sino
la del diálogo solidario.
Agustín se ve a sí mismo como «servidor de la Iglesia». Las palabras «consiervo» y
«servidor del pueblo» «con el corazón, la palabra y los escritos» aparecen continuamente
en sus obras.
• La Iglesia es «Cuerpo de Cristo» y
Templo del Espíritu. Estas imágenes, tan antiguas y tan nuevas, como otras que el
Vaticano II ha recuperado, nos acercan a su profunda realidad. Todos los padres
De la Iglesia las usaron: «El Cristo total es Cabeza y Cuerpo. La Cabeza es el Hijo
unigénito de Dios y su Cuerpo, la iglesia; Esposo y la Esposa, dos en una misma carne»
(Carta a los católicos sobre la secta donatista, 4,7).
La Iglesia es una, como ideal querido por el Señor, pero variada y dividida de hecho y en
tensión hacia esa unidad. La Iglesia es santa, por la gracia de Dios que lleva en sus
entrañas, pero a la vez, pecadora, porque la formamos hombres y mujeres necesitados de
conversión. La Iglesia es católica, esto es universal, abierta a todos, y a la vez local y
encarnada en cada lugar. La Iglesia es apostólica y esta apostolicidad garantiza la
continuidad de la cadena desde Jesucristo hasta hoy.
IV. ¿QUIENES FORMAN LA
IGLESIA Y PARA QUÉ
SIRVE?
El Vaticano II ha recordado con gran claridad que la Iglesia la forman todos los
bautizados con la misma dignidad, porque todos somos uno en Cristo Jesús (LG 32). A
partir de esa afirmación fundamental, desarrolla los diferentes estados o condiciones de
vida que existen dentro de la misma.
– El laicado: los cristianos que viven su vida cristiana inmersos en las realidades
temporales: trabajo, familia, política...
– El ministerio ordenado: algunos cristianos son especialmente llamados y consagrados,
para servicio de sus hermanos.
– La vida consagrada: hombres y mujeres llamados a un seguimiento radical de Jesucristo,
que, desde un carisma específico, se presentan como testigos proféticos del Reino de
Dios. Así de claro lo tenía ya el obispo Agustín cuando predicaba a sus fieles: «Para
vosotros soy obispo. Con vosotros soy cristiano. Lo primero es nombre de carga. Lo
segundo, de gracia. Lo primero, de peligro. Lo segundo, de salud» (Sermón 340,1).
¿Y para qué sirve la Iglesia? Creo que ya lo hemos reflejado a lo largo de estas páginas,
pero insistimos una vez más, para hacer presente en medio de la historia de modo visible la
oferta salvadora de Dios a los hombres. Por supuesto que pueden salvarse fuera de
nuestra Iglesia católica las buenas personas a los ojos de Dios, que es quien va a juzgar; lo
dice el Vaticano II. Pero, nuestra Iglesia constituye para sus fieles, la prenda y garantía
de esa oferta de salvación. Es la vía ordinaria de salvación, por los medios salvíficos que
posee, recibidos de Dios. Eso hace que su única manera de existir fiel a su compromiso es
ser evangelizadora en cada momento histórico. A la vez que anuncia una salvación
definitiva para la otra vida, porque aquí no tenemos morada definitiva, colabora en la
construcción de un mundo mejor.
Para que cada uno trabajemos en lograr la Iglesia que Jesús quiere, san Agustín aconseja:
«Vuestra fe no ignora....que
Jesucristo es Cabeza de la Iglesia, y la Iglesia,
Cuerpo suyo; y que la salud de este Cuerpo es la unión de sus miembros y la trabazón del
amor. Si se resfría el amor, sobreviene la enfermedad, aún perteneciendo uno al Cuerpo de
Cristo» (Sermón 137,1).

PARA EL DIÁLOGO
• Elabora tu propia definición de la Iglesia.
¿Qué es para ti?
• ¿Qué rasgos crees que debemos acentuar los católicos de este momento histórico para
hacer de la Iglesia un signo más expresivo?
• ¿Cómo debemos actuar en esta Iglesia quienes queremos vivir en ella desde el carisma
agustiniano?

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