Sei sulla pagina 1di 17

SERMON OPCION 1

La identidad: marca del creyente fiel

Introducciòn:

Definamos lo que es la identidad: Qué es Identidad:

La identidad es un conjunto de características propias de una persona o un grupo y que permiten


distinguirlos del resto. Identidad es la cualidad de idéntico.

La identidad se puede entender también como la concepción que tiene una persona o un
colectivo sobre sí mismo en relación a otros. También hace referencia a la información o los
datos que identifican y distinguen oficialmente a una persona de otra.

Ilustración de mi trámite de Visa en el 2004

I. Nuestra verdadera identidad no proviene de lo que soy o lo que he logrado, sino de lo que Dios
ha hecho en mí. (Fil 3:4-9)

b) El mundo me da una identidad específica y se basa en:

1. ¿Quienes son mis padres?


2. ¿Qué nacionalidad tengo?
3. ¿Qué profesión o trabajo realizó? Etc.

c) La Biblia declara que sin Cristo éramos: (Efesios 2:1-3)

1. Hijos de desobediencia
2. Hijos de ira
3. Hacíamos la voluntad de la carne

Ilustraciòn de el hombre que hace hablar a las calaveras.

Era sólo una calavera, la calavera de un hombre asesinado que había quedado tirado en un
bosque durante meses. Era necesario conocer la identidad de ese hombre, saber quién había sido,
resolver el misterio de su muerte.

Las manos expertas del doctor José Manuel Reverte Coma, reputado antropólogo de España,
comenzaron a trabajar sobre los huesos descarnados del cadáver. Poco a poco el profesor
reconstruyó su faz y un dibujante experto la reprodujo en una hoja de papel. Al doctor Reverte
Coma, que trabajaba para la policía de España, se le conocía como «el hombre que hace hablar a
las calaveras».

Es un caso interesante. Ese científico era capaz de reconstruir la fisonomía de una persona con
sólo palpar con sus dedos los huesos de la calavera. Podía sacar la forma de la nariz, de las
mejillas, de la boca, de la quijada. Y en su trabajo de reconstrucción facial, siempre por cuenta
de la justicia, tenía un asombroso margen de aciertos.
Esto nos lleva a preguntarnos: Si es posible que con sólo palpar la calavera de un muerto se
puede descubrir con detalles asombrosos cómo fue la cara de ese hombre, ¿no podrá acaso Dios,
con sólo palpar el corazón del hombre,

reconstruir su personalidad torcida,

reconstruir su esperanza distorsionada,

reconstruir su fe perdida,

reconstruir su alma muerta?

Dios Sí puede. cuando Dios toma en sus benditas manos el corazón tuyo,

Él reconstruye todo lo que se echó a perder en la caída original.

1. HIJO DE DIOS. A todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad
de ser hechos hijos de Dios. (Juan 1:12 RVC)
2. PIEDRA VIVA. Ustedes también, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual y
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepte por medio de Jesucristo.
(1 Pedro 2:5 RVC)
3. HEREDERO DE DIOS. Si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados. Romanos 8:17 RVC)
4. EMBAJADORES DE CRISTO. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, y como si
Dios les rogara a ustedes por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos:
«Reconcíliense con Dios». (2 Corintios 5:20 RVC)
5. A LA IMAGEN DE CRISTO. Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo
Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de
acuerdo con ellas. (Efesios 2:10 RVC)
6. NUEVA VIDA. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17 RVR)
7. CIUDADANO DEL CIELO. Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Filipenses 3:20 RVC)
8. HIJO DE LA LUZ. Todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni
de la oscuridad (1 Tesalonicenses 5:5 RVC)
9. LIBRES EN CRISTO. Manténganse, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres,
y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1 RVC)
10.PERDONADOS EN CRISTO. Les escribo a ustedes, hijitos, porque sus pecados les han sido
perdonados por su nombre. (1 Juan 2:1 RVC)
Vosotros sois la sal de la tierra Mateo 5:13

Sois buena influencia:

1. Preservadora Mt. 5:!3


a) Evita la corrupción moral
b) Sazona la vida

2. Salvadora 1. Cor. 7:16


a) Con su testimonio
3. Inspiradora 2. Cor. 9:2

4. Evangelizadora 1- Ts. 1:8

Vosotros sois la luz del mundo

SERMON OPCION 2

La identidad: marca del creyente fiel

Introducción: Definamos lo que es la identidad: Qué es Identidad:

La identidad es un conjunto de características propias de una persona o un grupo y que permiten


distinguirlos del resto. Identidad es la cualidad de idéntico.

La identidad se puede entender también como la concepción que tiene una persona o un
colectivo sobre sí mismo en relación a otros. También hace referencia a la información o los
datos que identifican y distinguen oficialmente a una persona de otra.
Ilustración: mi tramite de visa en el 2004

El señor conocido como el hombre que hace hablar a las calaveras

1 Pedro 2:9: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable;

Nuestra identidad esta escondida en Cristo.

Sois linaje escogido

a) Una familia
b) Espíritu distinto
c) Principios distintos
d) Costumbres distintas

Sois real sacerdocio…

a) Hoy podemos ir directamente a Dios


b) Tenemos la responsabilidad de llevar a otros a Dios

Sois nación santa

a)

Sois pueblo adquirido por Dios

Basta Ya!

1. De caminar con el rostro caído… tu eres Hijo de Dios. Juan 1:12


a) Destinado a ser vencedor 1 Juan 4:4: Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido;
porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.

2. De … tu 2ª. Cor. 5:17


3. De tener un matrimonio de
4. Ser unos padres pasivos…
5. De ser
2. de visualizarte débil cuando eres fuerte.

1 Juan 2:14: Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el
principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece
en vosotros, y habéis vencido al maligno.

11.HIJO DE DIOS. A todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad
de ser hechos hijos de Dios. (Juan 1:12 RVC)
12.PIEDRA VIVA. Ustedes también, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual y
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepte por medio de Jesucristo.
(1 Pedro 2:5 RVC)
13.HEREDERO DE DIOS. Si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados. Romanos 8:17 RVC)
14.EMBAJADORES DE CRISTO. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, y como si
Dios les rogara a ustedes por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos:
«Reconcíliense con Dios». (2 Corintios 5:20 RVC)
15.A LA IMAGEN DE CRISTO. Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo
Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de
acuerdo con ellas. (Efesios 2:10 RVC)
16.NUEVA VIDA. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17 RVR)
17.CIUDADANO DEL CIELO. Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Filipenses 3:20 RVC)
18.HIJO DE LA LUZ. Todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni
de la oscuridad (1 Tesalonicenses 5:5 RVC)
19.LIBRES EN CRISTO. Manténganse, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres,
y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1 RVC)
20.PERDONADOS EN CRISTO. Les escribo a ustedes, hijitos, porque sus pecados les han sido
perdonados por su nombre. (1 Juan 2:1 RVC)

IDENTIDAD

Influencia desde la Identidad

Efesios 1:15-23 pag. 1487 biblia de liderazgo


La identidad manifiesta seguridad

La identidad manifiesta fortaleza

La influencia de Samuel 1 sam 7:1-17

¿Qué ENSEÑA EÑ SECULARISMO SOBRE LA IDENTIDAD?

¿Cuál es tu identidad como persona?

Consiste al menos de dos cosas. Primeramente, consiste de un sentido del ser que es duradero.
Vives en muchas esferas a la vez. Eres miembro de una familia, un colega en el trabajo, un
amigo y, algunas veces, estás solo con tu soledad. Tener una identidad es tener algo constante
que es verdad para ti en cada contexto. De lo contrario no habría “tú”. Habría solo máscaras para
cada ocasión, pero no una cara real detrás de ellas. ¿Qué hay sobre ti que no cambia de un lugar
a otro? Debe existir un concepto básico de quién eres que es cierto de día en día, de relación en
relación, de situación en situación.

Además de un sentido del ser, en segundo lugar, la identidad incluye un sentido de valor, una
determinación de tu propia valía o estima. El conocimiento de sí mismo es una cosa, pero la
autoestima es otra. Una cosa es saber cómo eres; otra es valorarlo. ¿Qué hay sobre ti que te hace
sentir que tu vida es valiosa, buena, y significativa? El sentido del ser y del valor, juntos
constituyen tu identidad.

El entendimiento tradicional de la identidad

La formación de la identidad es un proceso que cada cultura impone en sus miembros, de manera
tan poderosa y extendida, que es invisible a nosotros. Tal vez no tengamos idea que existen otras
maneras de obtener un sentido del ser y del valor.

En las culturas antiguas, al igual que en muchas culturas no occidentales hoy, el yo se definía y
se conformaba tanto por los deseos internos como por los roles y vínculos sociales. Charles
Taylor llamó al viejo concepto el yo “poroso”, pues se consideraba que estaba íntimamente
relacionado no solo a la familia y la comunidad, sino también a las realidades espirituales y
cósmicas.

Tu sentido del ser y del valor se desarrollaban cuando te movías hacia otros, al asumir roles en tu
familia y tu comunidad. Si le preguntas a una persona en una cultura tradicional: “¿Quién eres?”,
probablemente te responderá que es un hijo o una madre o un miembro de una tribu o pueblo en
particular. Si cumple sus obligaciones y renuncia a sus deseos individuales por el bien de toda la
familia, comunidad, y su Dios, entonces su identidad está asegurada como una persona de honor.

El entendimiento moderno de la identidad


La formación de la identidad occidental moderna es lo opuesto de esto. En vez del yo “poroso”,
tenemos lo que ha sido llamado un yo “amortiguado” o contenido. Nuestra cultura no cree que
aprendemos o llegamos a ser quienes somos al canalizar nuestras necesidades individuales por el
bien de nuestra comunidad o la familia. Más bien, como comentó un pensador al respecto, “cada
persona dispone de un núcleo único de sentimiento e intuición que debería revelarse o expresarse
para que la individualidad [o identidad] se desarrolle”.

A diferencia de otras sociedades, la cultura moderna occidental cree en “un yo que no está
socialmente ubicado, del cual se supone surgen todos los juicios [morales y de significado]”. En
todas las culturas anteriores, las personas desarrollaban una identidad al moverse hacia otros, al
buscar vinculación. Nos encontrábamos, por así decirlo, en las caras de otros.

Sin embargo, el secularismo moderno enseña que podemos desarrollarnos solamente al mirar
hacia nuestro interior, al desprendernos y al dejar el hogar, las comunidades religiosas y todas las
otras obligaciones de modo que podamos hacer nuestras propias elecciones y determinar, por
nosotros mismos, quiénes somos.

El mensaje cultural es: no trates de obtener la afirmación de los demás. Afírmate a ti mismo
porque estás haciendo lo que quieres hacer. Sé lo que quieres ser y no te preocupes por lo que
otros piensen. Ese es el corazón del individualismo expresivo occidental moderno, y somos
llamados a responder a este individualismo con la verdad del evangelio.

TU IDENTIDAD NO ESTA EN TUS FRACASOS

En mi adolescencia, era un insulto escuchar la palabra “fracasaste” acompañada de un gesto frío.


Escuchar “hoy sí lo hiciste bien”, junto a un abrazo, era un alivio. Esto marcó mi vida de una
manera profunda. Más de lo que yo creía.

Reconocer que había hecho algo bien aumentaba mi ego, pero solo momentáneamente. Siempre
estaba la probabilidad de que quizá había tenido “buena suerte”. Mientras tanto, fracasar afectaba
mi identidad en cómo otros y yo misma me veía.

Esto fue así hasta que llegó un momento en mi vida en que me di por vencida. Entendí que jamás
quedaría bien con los estándares de alguien más. Mi corazón sacó a luz la rebeldía que siempre
tuvo adentro. Entonces me esforcé más para probar que no solo era capaz de hacer todo lo que yo
quisiera, sino que también yo “era la mejor”.

Me coloqué estándares según los de este mundo acerca de qué significa tener éxito. No conocía
el evangelio, así que yo era mi propio dios, y tenía mi propia ley. Mis obras se convirtieron en un
termómetro para mí misma de lo que estaba bien o mal, en medio de las demandas de un mundo
materialista que no perdona pero que, como Satanás, hace promesas que lucen atractivas, solo
para enredarte y luego destruirte.

De esa manera abracé un legalismo y seguí apartada de Dios. Hoy entiendo que esto sucede
cuando no entendemos el evangelio.
Una adoración incorrecta

Desde que el pecado entró en la humanidad, nuestra adoración se tornó a lo creado y no a Dios
(Ro. 1:25). Esto es rebeldía, un problema de idolatría que produce una identidad equivocada, una
que vive para cumplir sus propios estándares —o los de los demás— para sentir la aprobación de
otros. La idolatría es una ladrona de la gloria que le pertenece a Dios.

Cristo nos amó, perdonó, y por su gracia nos aprobó a través de la fe en la obra perfecta de la
Cruz.

Desde la caída, buscamos a quién o qué adorar aparte de Dios. Así es como llegamos a adorarnos
a nosotros mismos. Nos sentimos satisfechos con nosotros mismos debido a que tenemos
pensamientos egocéntricos que se rigen por lo que sentimos, y por lo que otros dicen de
nosotros.

Entonces, fallar o no fallar se vuelve parte de nuestra identidad. El fracaso revela lo necio que es
cuando nos idolatramos. Fallar es doloroso porque trae una sensación de impotencia, de
vergüenza, de enojo, y de ego herido.

Según este mundo, a menudo el que falla es malo, y el que no falla es bueno, sin tomar en cuenta
las motivaciones ni a quién se desea agradar. Además, la idea de que “fallar es de humanos” se
ha vuelto una excusa para justificar una acción pecaminosa, o para no lidiar con ella y sus
consecuencias. Cuando no hay arrepentimiento, el fallar se tratará de ti solamente, incluso si
conoces en teoría la verdad del evangelio, pero no sigues esa verdad.

Cristo venció, y su éxito es nuestro

La buena noticia del evangelio es que no necesitamos ser exitosos a los ojos del mundo para
tener una identidad firme y vivir en paz. Los creyentes hemos sido “sido hechos completos en
[Cristo], que es la cabeza sobre todo poder y autoridad” (Col. 2:10).

Cristo sufrió las penalidades que yo debía sufrir; me vino a rescatar de vivir esclava de mis
propios estándares, de los del mundo, y de los de cualquier otra persona. También hizo esto por
ti. Cristo nos amó, perdonó, y por su gracia nos aprobó a través de la fe en la obra perfecta de la
Cruz. ¡Qué hermosa respuesta de Dios! Tener un Salvador perfecto nos libra del poder del
pecado, y entonces podemos resistir los deseos de este mundo, porque la aceptación que tenemos
en Dios es suficiente.

Los fracasos son oportunidades para recordar que vivimos en un mundo quebrado y violentado
por el pecado, y que tenemos un corazón idólatra y egocentrista que siempre quiere que sus
deseos se cumplan. Fallar nos recuerda que en última instancia no tenemos el control de nada, y
que por nosotros mismos somos débiles ante tentaciones y engaños.

Los fracasos son oportunidades valiosas para recordar que nuestra identidad no está en nosotros,
sino en Cristo.
Pero ahora, cuando fallamos, nuestra identidad no se cae a pedazos, porque sabemos que en
medio de eso Dios está obrando para hacernos como Cristo (Ro. 6:22). Los fracasos son
oportunidades valiosas para recordar que nuestra identidad no está en nosotros, sino en Cristo.
Son momentos para recordar que somos amados infinitamente por el Dios de gracia. Podemos
correr a un Dios que es fiel y justo para perdonar (1 Jn. 1:9).

Nuestras fallas representan oportunidades para recordar que jamás podremos cumplir los
estándares de nadie, y que Jesús ya cumplió por nosotros el mayor estándar de santidad delante
de Dios. Podemos vivir en humildad y seguridad a la vez. ¡Y esto nos guarda del legalismo
también! Nuestros éxitos tampoco constituyen nuestra identidad.

Sin embargo, nuestro problema al respecto es que a menudo olvidamos que Cristo venció por
nosotros. Olvidamos que su amor y poder para sostenernos no cambia, porque Él no cambia (Stg.
1:17). Si Cristo no hubiera vencido, cada vez que fallamos no tendríamos esperanza ni
podríamos crecer más en Él.

Dios juzga al impío y rescata al piadoso, no al perfecto. Aunque somos responsables por nuestros
fracasos y pecados, y debemos arrepentirnos de nuestras transgresiones, la Palabra nos enseña
que Dios es soberano sobre todas esas cosas. Él permite nuestros fracasos en parte porque, en
medio de ellos, podemos glorificarle cuando nos sostenemos de su obra, al recibir una nueva
identidad en Cristo.

TU MINISTERIO NO ES TU IDENTIDAD

Era un pastor en proceso de destruir su vida y ministerio y no lo sabía. Me gustaría poder decir
que mi experiencia pastoral es única, pero he llegado a aprender en mis viajes a cientos de
iglesias por todo el mundo que tristemente no es así. Por supuesto, los detalles son distintos; pero
veo en muchos pastores la misma falta de conexión entre la persona pública y el hombre que son
en privado. He escuchado tantas historias con tantas confesiones que me lamento por el estado
de la cultura pastoral de nuestra generación. La inquietud de esta preocupación junto con mi
conocimiento y experiencia de la gracia transformadora me lleva a escribir esta columna.

Habían tres temas de fondo operando en mi vida y he observado estos mismos temas en la vida
de muchos pastores con los que he hablado. Desarrollar estos temas nos ayuda a examinar en qué
areas la cultura pastoral es algo menos que bíblica, y a considerar las tentaciones que son, o bien
residentes, o bien intensificadas por el ministerio pastoral.

Dejé que el ministerio definiera mi identidad

Siempre lo digo de esta forma: “Nadie te influye más en tu vida que tú mismo, porque nadie
habla contigo más de lo que tú lo haces”. Ya sea que te des cuenta o no, estás participando en
una conversación sin fin contigo mismo. Lo que te dices a ti mismo da forma a tu manera de
vivir. Siempre te estás hablando a ti mismo sobre tu identidad, espiritualidad, funcionalidad,
emotividad, mentalidad, personalidad y así sucesivamente. Te estás predicando constantemente
algún tipo de evangelio. O bien te predicas el anti-evangelio de tu propia justicia, poder y
sabiduría, o el verdadero evangelio de la profunda necesidad espiritual y la gracia suficiente. O te
predicas el anti-evangelio de la soledad e incapacidad, o bien te predicas el verdadero evangelio
de la presencia, provisión, y poder de un Cristo siempre presente.

Justo en el medio de esta conversación se encuentra lo que te dices a ti mismo acerca de tu


identidad. Siempre nos asignamos algún tipo de identidad. Solo hay dos lugares donde buscar. O
bien voy a obtener mi identidad de manera vertical, de quién soy en Cristo, o iré a comprarla
horizontalmente en las situaciones, experiencias y relaciones de mi vida diaria. Esto es cierto
para todos, pero estoy convencido de que los pastores se ven tentados de manera particular a
buscar su identidad de manera horizontal.

Esta es, en parte, la razón para la enorme falta de conexión entre mi vida ministerial pública y mi
vida familiar. El ministerio se había convertido en mi identidad. No pensaba en mí como un hijo
de Dios, que necesitaba de gracia diariamente, que estaba en medio del proceso de santificación,
que aún luchaba con el pecado, que aún necesitaba al cuerpo de Cristo, y que estaba llamado al
ministerio pastoral. No, pensaba en mi mismo como un pastor. Ese era el fondo del asunto. El
oficio de pastor era más que un llamado y un conjunto de dones dados por Dios que el cuerpo de
Cristo había reconocido. El pastorado era mi definición.

Vista diferente desde el nivel de la calle

Permite que explique la dinámica espiritual. En formas que todavía no soy capaz de entender, mi
cristianismo dejó de ser una relación. Sí, sabía que Dios era mi Padre y yo su hijo, pero a nivel
de calle, las cosas parecían diferentes. Mi fe había llegado a ser un llamado profesional. Se había
convertido en mi empleo. Mi papel como pastor moldeó la forma en la que me relacionaba con
Dios. Dio forma a mis relaciones. Estaba listo para el desastre y si no hubiese sido la ira, alguna
otra cosa habría revelado mi complicada situación.

No me sorprenden los pastores amargados, que son incómodos socialmente, que tienen un trato
complicado o poco funcional en casa, relaciones tensas con miembros del equipo y líderes laicos,
y pecados secretos sin confesar. Nos hemos vuelto muy cómodos a la hora de definirnos en
formas que no son del todo bíblicas. Nos acercamos a Dios como si estuviésemos algo menos
que necesitados, por lo que estamos menos abiertos a ministrar a otros y a ser declarados
culpables por el Espíritu. Esto succiona toda la vida que hay en el aspecto devocional de nuestro
caminar con Dios. La adoración tierna y de corazón es difícil para alguien que cree que ya ha
llegado al final del camino. Nadie celebra más la presencia y la gracia del Señor Jesucristo que la
persona que ha aceptado su necesidad diaria y desesperada de la misma.

Sé que no estoy solo. Muchos otros pastores han desarrollado hábitos que son espiritualmente
traicioneros. Se contentan con una vida devocional inexistente y son secuestrados
constantemente por la preparación. Se sienten cómodos viviendo fuera o por encima del cuerpo
de Cristo. Son rápidos para ministrar, pero no están muy abiertos a recibir ministerio. Desde hace
tiempo han dejado de verse a sí mismos con precisión y tienen una tendencia a no recibir muy
bien la confrontación amorosa. Además tienden a llevarse esta categoría de identidad única al
hogar, lo cual los hace poco humildes y poco pacientes con sus familias.
Cuando te das cuenta de que necesitas desesperadamente todas las verdades que puedes dar a
otro, eres más amoroso, paciente, amable y tienes más gracia. Cuando te das cuenta de que la
persona a quien ministras es más parecida a ti que diferente, eres más humilde y gentil. Cuando
te has puesto a ti mismo en otra categoría que tiende a hacerte pensar que estás a otra altura, es
muy fácil ser juzgador e impaciente.

Fijando la ley

En cierta ocasión escuché a un pastor expresar bien este problema sin darse cuenta. Mi hermano
Tedd y yo estábamos en una conferencia grande sobre la vida cristiana, escuchando a un pastor
bien conocido hablar sobre la adoración en familia. Hablaba de historias sobre celo, disciplina, y
dedicación a la adoración personal y familiar de los grandes padres de nuestra fe. Pintó cuadros
asombrosos acerca de cómo eran los devocionales privados y familiares. Creo que todos
sentimos que era muy condenatorio y desalentador. Sentí el peso de la carga sobre el público
mientras escuchaba. Me decía a mí mismo, “consuélanos con la gracia, consuélanos con la
gracia”, pero la gracia nunca llegó.

En el camino de vuelta al hotel, Tedd y yo viajábamos junto con el conferenciante y otro pastor,
que era nuestro conductor. Nuestro conductor pastor claramente sintió la carga, e hizo una
pregunta brillante al orador. “Si un hombre de su congregación se acercase a usted y dijese,
'Pastor, sé que se supone que tengo que tener devocionales con mi familia, pero la situación es
tan caótica en mi casa que apenas puedo levantarme de la cama y hacer que los niños coman y
vayan a la escuela, no sé cómo podría ser capaz de incluir devocionales también', ¿qué le diría
usted?” (La siguiente respuesta no es inventada ni está editada en modo alguno). El
conferenciante respondió: “Le diría: 'Soy un pastor, lo que significa que llevo muchas más cargas
por muchas más personas que usted, y si puedo incluir una adoración familiar diaria, usted
también debería poder hacerlo'”. No hubo ninguna identificación con la lucha del hombre. No
hubo ministración de la gracia. Fijó la ley aun de forma más pesada, con poca compasión o
entendimiento.

Al escuchar su respuesta me enfadé, hasta que recordé que yo había hecho justo lo mismo una y
otra vez. En casa era demasiado fácil para mí cumplir con el juicio, mientras que era demasiado
tacaño dando gracia. Esta categoría de identidad única como pastor no solo definía mi relación
con otros, sino que también estaba destruyendo mi relación con Dios. Cegado a lo que sucedía en
mi corazón, era orgulloso, irreprochable, defensivo y demasiado cómodo. Era un pastor, así que
no necesitaba lo que otra gente sí necesitaba.

Para ser claro, a nivel teológico y conceptual, hubiese argumentado que todo esto eran tonterías.
Ser un pastor era mi vocación, no mi identidad. Mi identidad, comprada por la cruz era la de hijo
del Altísimo. Mi identidad era la de miembro del cuerpo de Cristo. Mi identidad era la de un
hombre de camino a su propia santificación. Mi identidad era la de un pecador que aún
necesitaba gracia que rescata, que transforma, que da poder, que libera.

No me daba cuenta de que estaba buscando horizontalmente lo que ya había recibido en Cristo,
produciendo una cosecha de malos frutos en mi corazón, ministerio y relaciones. Había
permitido que mi ministerio se convirtiese en algo que nunca debería ser (mi identidad), y
miraba hacia él para darme lo que nunca me podría dar (un sentido interior de bienestar).
MI VERDADERA IDENTIDAD

No hay nada peor que vivir tratando de ser alguien que no eres. Vivir tomando una identidad que
no es nuestra; actuando como alguien que no representa nuestro verdadero yo. Intentar hacerlo
provoca frustración, decepción, e inevitable fracaso.

¿Por qué lo hacemos? Vivir aparentando ser algo que no somos es contrario a todo lo que la
Biblia enseña. Desde las primeras páginas de la Biblia, Dios no se detiene en describir a su
creación como seres pecadores, caídos, desesperadamente necesitados de un Salvador. ¡Antes de
terminar tan solo el tercer capítulo de Génesis encontramos a Adán, Caín, y Lamec haciendo
abiertamente lo contrario a lo que Dios les había pedido! Como seres humanos estamos perdidos,
vacíos de justicia, y sedientos por pecar. De hecho, Dios hace una cruda pero realista evaluación
acerca de su creación en Génesis 6:5,

“El Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los
pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal”.

Durante nuestra vida cristiana solemos perder de vista nuestra herencia espiritual, y olvidamos o
rechazamos la noción práctica de que somos pecadores. Ignoramos que aunque el evangelio es
para incrédulos, también es implícita y funcionalmente para creyentes. El evangelio, la noticia de
que hay perdón de pecados, debe ser parte intrínseca en la vida de cualquier creyente.

El evangelio no solo se trata de “qué creemos”, sino también de “qué somos”. El evangelio nos
sella, nos marca, nos identifica como pecadores perdonados. Sin embargo, aunque podamos
considerarnos “orgullosamente evangélicos”, fácilmente olvidamos frecuentemente qué es lo que
el evangelio proclama: el perdón de pecados a través de la obra expiatoria de Cristo.

Confiesa tus pecados. Confiésalos constantemente. No confesar nuestros pecados es engañarnos;


es hacer a Dios mentiroso (1 Jn. 1:8, 10) y destruir nuestra comunión con Él. No confesar
nuestros pecados nos hace vivir tratando de ser alguien que no somos.

La persona que no soy… pero debo imitar

Dice el Salmo 1:1-2,

¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el


camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del
Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche!

El primer salmo es bien conocido. El contraste entre la persona bienaventurada y la impía es


clara. Las promesas para ambos son radiantemente opuestas. Es un salmo famoso pero no estoy
seguro de que lo es por las razones correctas. Y es que los pastores tendemos a predicarlo como
un texto moral. Algo así: “Seamos como este hombre que nunca anda en el consejo de malos,
nunca se detiene en camino de pecadores, y nunca se sienta en la silla de los escarnecedores”.

Como pastores, nos gustaría tener una iglesia llena de personas así. Como creyentes, nos
encantaría ser esa clase de cristianos. El salmo continúa diciendo que este hombre es alguien que
siempre se deleita en la Ley del Señor, y que siempre medita en dicha Ley. Podemos ver por qué
muchos pastores, líderes de iglesias, y padres, exigen que sus congregantes, amigos, e hijos, sean
esta clase de hombres y mujeres. Después de todo, ¡está en la Biblia!

Sin embargo, como mencioné al principio, tratar de ser alguien que no eres provoca frustración,
dudas, inseguridad, y decepción. La vida cristiana se vuelve una pesada irrealidad, una clase de
espiral negativo, porque entre más intentas, más fracasas. Y luego vienen las explicaciones.
Escuchamos que para ser como este hombre del primer salmo “tenemos que leer más;
levantarnos más temprano para leer la Biblia; hablar más de Cristo; ser más fieles en la
iglesia”… como si una llave mágica está esperando ser encontrada para que podamos ser esa
persona.

El problema es que, de este lado de la eternidad, nunca llegarás a ser perfectamente el hombre
del Salmo 1; la Biblia dice que todos somos imperfectos. De acuerdo a Pablo, “no hay quien
haga lo bueno” (Ro. 3:12). El salmo presenta a un hombre intachable, lleno de justicia, pureza, y
santidad. Este hombre ama la Ley de Dios de una manera suprema. El estándar de este hombre
no lo llena ni Abraham, David, Salomón, ni Pedro. Este Salmo solo lo cumple de manera
perfecta Jesucristo.

Nunca llegaré a ser perfectamente el hombre del Salmo 1. Pero seguro lo puedo imitar. Seguro
puedo crecer bajo la sombra de su ejemplo y moldearme a la imagen de su perfección. Pero…
¿cómo hacer eso? ¿En mis fuerzas? No.

¡Gracias sean dadas a Dios por Dios Hijo, quien ahora imparte su perfección y justicia a todo
aquél que en Él cree! Él es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29); Él es
la gloria de Dios en la tierra que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Jesús es el
que nos rescata de Génesis 3, y el autor del nuevo pacto de Jeremías 31.

No, definitivamente yo no soy el hombre perfecto que el Salmo 1 describe. Pero exalto a Dios
por haber enviado a ese Hombre inocente para rescatar a una humanidad culpable, demostrando
así un amor multifacético, eterno, incomparable, y permanente.

No intentes ser alguien que no eres.

Pero entonces, si yo no puedo ser el hombre del Salmo 1 por mí mismo, ¿quién soy? Y… ¿puedo
llegar a ser bienaventurado?

La persona que soy… y no obstante ha sido amada

Dice el Salmo 32:1, 2,


¡Cuán bienaventurado es aquél cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán
bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay
engaño!

El salmo 1 y el 32 comienzan de la misma manera: “cuán bienaventurado”. Ambos salmos tienen


a un “hombre” que recibe esta descripción. Sin embargo, la fuente de su bienaventuranza es
estructuralmente opuesta.

En el salmo 32 encontramos a alguien que es “doblemente feliz” porque sus pecados han sido
perdonados. ¡Aquí sí me puedo identificar! Yo siendo pecador, encuentro absoluta felicidad en
que mis pecados han sido plenamente perdonados. Entiendo mi condición, comprendo mi
veredicto, y sé que tengo condenación eterna. Pero el varón perfecto a quien el Salmo 1 apunta,
Jesús nuestro Señor, amorosa e incomprensiblemente decidió perdonar al varón imperfecto de
salmo 32. Mi pecado es cubierto con el sacrificio de Jesús. Mi pecado, y la condenación eterna
que este me provocaba, ha quedado cubierto y sepultado en “las profundidades del mar” (Miq.
7:19). David agrega en el versículo 2 que Dios “no me culpa de iniquidad”. Esta verdad es la
premisa con la cual Pablo desarrolla la doctrina de justificación en Romanos 8:33 al decir:
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica”.

No hay culpabilidad alguna en aquella persona que ha sido perdonada. Esa es mi identidad. Mi
identidad no se encuentra en mis actos de perfección, sino en el perdón que obtengo en Cristo a
pesar de mis actos de imperfección. Como creyentes tenemos que recordar que lo que nos trae
bienaventuranza es recibir el perdón de pecados.

Mi identidad no se encuentra en mis actos de perfección, sino en el perdón que obtengo en Cristo
a pesar de mis actos de imperfección.

Desde luego, esto no es un argumento válido para el antinomianismo, ese pensamiento que alega
que no tenemos que seguir los mandamientos de Dios porque vivimos bajo la gracia. Pablo deja
claro que “si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen
morir las obras de la carne vivirán” (Ro. 8:13). Y en Efesios 5:1 Pablo dice: “Sean, pues,
imitadores de Dios como hijos amados”. Es un binomio que explica que en nuestra imperfección
humana buscamos imitar la perfección de Cristo, gracias a que Cristo nos ha dado una nueva
naturaleza.

El proceso de santificación progresiva es una serie de eventos a veces sutiles y a veces


cataclísmicos que nos acercan paulatinamente a la imagen de Cristo. Sin embargo, en este
proceso de santificación estamos destinados a caer mientras estemos en el cuerpo. Estamos
destinados a pecar de nuevo y volver a probar los placeres terrenales del pecado. Es por eso que
la confesión de pecados trae alegría, gozo, amor, y gratitud en el corazón del creyente. Creemos
en un Dios que no solo envió a su Hijo para propiciación de pecados, sino que ofrece un
continuo e ilimitado perdón de pecados (1 Jn. 1:9). De tal modo que nuestro vivir como
creyentes es un vivir arropado de gozo y disfrute en un Dios perfecto y compasivo. El observar a
Cristo y su obra sustitutoria en la cruz provoca en el corazón del verdadero seguidor de Jesús un
deseo de conocerle más y observar detenidamente su gloria revelada en las Escrituras. En el
corazón del verdadero creyente hay un gozo inexplicable porque sus pecados han sido
perdonados, y hay un afecto activo por Cristo que resulta en un deseo sincero de obedecerle y
glorificarle.

De tal modo que podemos decir junto con Juan: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó
primero” (1 Jn. 4:19). Estudiar las Escrituras te llevará a expandir en tu entendimiento de quién
es Cristo y quién eres tú. La presentación del hombre perfecto del salmo 1 y del hombre
imperfecto del salmo 32 se acentúa a través de las páginas de la Biblia. Encontrarás vivas y
claras descripciones de Cristo, y al mismo tiempo verás la brutalidad del pecado del hombre y
sus consecuencias. Pero el rescate llegó. El salvador del mundo arribó al mundo y nada nunca
fue igual. Todo cambió. Ahora, nuestro pecado ya no se interpone entre nosotros y la felicidad
absoluta. En las palabras de John Piper: “Glorificamos a Dios más cuando nos gozamos
exclusivamente en Él”.

Vivamos pues, no tratando de alcanzar en nuestras propias fuerzas la bienaventuranza a través de


nuestra devoción a Cristo. No. Nuestra devoción a Cristo la alcanzamos solo cuando somos
perdonados de nuestros pecados. ¿Te cuesta trabajo confesar tus pecados? ¿Te cuesta trabajo
recordar qué cosas malas has hecho? ¿Te parece que no has pecado tanto? Entonces, tristemente
no estás siendo bienaventurado. Porque aun en nuestros “mejores días” seguimos siendo
pecadores en necesidad de perdón de pecados.

Aun en nuestros ‘mejores días’ seguimos siendo pecadores en necesidad de perdón de pecados.

¿Quién eres tú? ¿Estás tratando en tus propias fuerzas de ser el hombre de Salmo 1? ¿O
entiendes que eres el hombre del Salmo 32, que vive para ser perdonado, y que vive por haber
sido perdonado? No disfrutamos pecar. Pero cuando pecamos, disfrutamos ser perdonados. Solo
así podemos ser plenamente felices. En las palabras de Richard Sibbes: “Hay más gracia en
Cristo, que pecado en mí”.
PASION

La pasión atrae gente

Apocalipsis 13:1-8 pag 1623

Correr con pasión

Heb 12:1-3

La pasión de elias 1 reyes 18

TRASCENDENCIA

Un líder que perdura

Ecles 8:1-9

La influencia de Tola y Yair jueces 10:1-6

Potrebbero piacerti anche