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PERFIL DEL CATEQUISTA QUE SE NECESITA

FORMAR HOY
20 de Noviembre de 2000
P. Francisco Merlos Arroyo
Universidad Pontificia de México
Catequeta. Miembro del equipo de expertos en catequesis
del CELAM-DECAT

Introducción

- Si es verdad que lo más valioso que hay en la catequesis no son


los métodos, ni los programas, ni los catecismos, ni la
organización, ni siquiera el mensaje, sino las personas, me siento
afortunado al tratar este tema, precisamente ante una asamblea
tan representativa de catequistas, hombres y mujeres venidos de
todos los rincones del país. No voy a hablar a los catequistas.
Quiero hablar de los catequistas, pero más todavía quiero hablar
con los catequistas, lo que quiere decir que voy a tocar al mismo
tiempo una historia y muchas historias. Una historia, porque
desde que el Evangelio brilló por primera vez en estas tierras, la
fe de nuestro pueblo se ha tejido con el hilo de muchas
generaciones de catequistas, extraordinarios constructores de la
comunidad con su palabra, con su vida y con su servicio. La
presencia de los catequistas es un capítulo sobresaliente en la
historia de la Iglesia mexicana. Son también muchas historias,
porque cada catequista, es una experiencia única, llena de luchas
y de éxitos, de fracasos y esperanzas, de dolores y gozos, de
quebrantos y alegrías. De cada catequista se podría decir lo que
el gran Obispo y catequista San Agustín ha dicho de la Iglesia:
“camina entre las tribulaciones del mundo y los consuelos de
Dios...”.

- El ministerio de cada catequista tiene orígenes diversos. Así


como tenemos catequistas por vocación, por decisión y por
convicción; también los hay por ocasión, por devoción y por
pretensión. Esto significa que todos necesitamos revisar
constantemente las motivaciones que nos mueven para no perder
el rumbo ni la autenticidad del servicio que prestamos a la
comunidad.

1- Nuestras raíces

Para desarrollar el tema sobre los catequistas y las catequistas que hoy
necesitamos formar, quiero en primer lugar hacer tres observaciones, con el fin
de situarnos en la realidad donde ellos tienen que llevar a cabo su ministerio.
No hay que olvidar que la realidad es el lugar de nuestras raíces, donde

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nacemos y crecemos, donde vamos adquiriendo una forma de ser y de vivir,
donde se forja nuestra identidad.

1.1. Las marcas de la sociedad en que vivimos.

Está marcada por unas características muy especiales que nos afectan
profundamente como personas y nos provocan como catequistas. Son como
grandes corrientes en las cuales todos estamos sumergidos y de las cuales no
podemos escapar.
- Nuestra sociedad lleva la marca de la transición.

Vivimos en una situación de carácter dinámico y cambiante que lo


abarca todo, que quiebra repentinamente la estabilidad y el equilibrio de la
vida y que exige nuevas formas de pensar, nuevas formas de ubicarse y
nuevas formas de comportarse y de actuar. Nuestro reto consiste en buscar la
forma de ser catequistas en tiempos de cambio incontenible.

- Nuestra sociedad vive con intensidad la experiencia de la


diversidad.

Estamos pasando de la unidad y de la uniformidad de otros tiempos a la


variedad en los estilos de vivir, de creer, de actuar y de relacionarse, de tal
forma que cada uno defiende su originalidad, su libertad y su derecho a ser
diferente de los demás en lo religioso, en lo cultural, en lo político, en lo social,
en fin, en todos los aspectos de la vida. Nuestro reto consiste en ser
catequistas que saben construir la unidad respetando las legítimas diferencias
que nos rodean por todas partes.

- Nuestra sociedad está llena de desafíos.

Los desafíos son provocaciones que sacuden nuestras convicciones y


nuestros valores, obligándonos a buscar respuestas nuevas para sobrevivir y
para actuar como agentes de cambio y no como simples espectadores de la
historia. Los desafíos nos ponen contra la pared y nos obligan a revisar muchas
cosas para no convertirnos en víctimas. Tienen a veces la forma de problemas
a los que los catequistas tenemos que darles una respuesta inmediata.

- Nuestra sociedad está marcada por muchas contradicciones.

Una de las más humillantes es la injusticia en todas sus formas, niveles y


ambientes; mientras unos sufren porque comen demasiado y mueren de
indigestión, otros sufren porque no tienen qué comer y mueren de hambre.
Mientras unos se cansan de derrochar sin límite otros se cansan de apretarse el
cinturón. Mientras unos se hartan con la abundancia de privilegios y
oportunidades, otros apenas reciben las migajas que caen de las mesas de los
amos. Nuestro reto consiste en luchar como catequistas para que todos puedan
sentarse a la única mesa de la fraternidad.

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1.2. La Iglesia que queremos.

En su reciente carta pastoral (25 de marzo del 2000) los obispos


mexicanos nos han presentado la imagen de la Iglesia que tenemos y de la que
deberíamos tener.
- Una Iglesia que se considera comunidad servidora, que siente y respeta
esa vocación en cada uno de sus miembros ya sean laicos y pastores. Por
eso el centro de la pastoral es la comunidad entera. En ella cada uno
recibe del Espíritu sus tareas propias. Su vocación al servicio no se
negocia ni se da exclusivamente en nadie en particular. Ninguna persona,
institución, estructura, movimiento o cargo puede considerarse con
derecho exclusivo por encima de los demás.

- Una Iglesia interlocutora de todos, es decir, abierta al diálogo sin barreras


ni exclusiones. La actitud de interlocutora es la postura que más le
conviene adoptar a la comunidad eclesial, no sólo porque está más acorde
con el proceder de Dios en la revelación, sino también porque obedece al
estilo de trato que anhelan los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Tal vez por la fuerza de la costumbre la Iglesia se dirige a las personas


como a simples receptores pasivos de su mensaje. Suele usar un lenguaje que
deja la impresión de colocar, por un lado, a los ignorantes, a los beneficiarios, a
los destinatarios, y por el otro, a los que saben, los que enseñan, los que
orientan, los que dan directrices, los que tienen la verdad... pero esto no
parece estar de acuerdo ni con la forma como Dios habla a su pueblo ni con la
mentalidad de nuestros contemporáneos.

- Una Iglesia que proclama un Evangelio que tiene que ver con el cambio social. Solo
una mirada miope se atrevería todavía a sostener que lo social es una añadidura de
la fe o nada tiene que ver con el cristiano. Los misterios centrales del cristianismo
(encarnación, pascua y pentecostés) y la práctica pública de Jesús (Lc 4,16-19) nos
muestran que la lucha por la justicia social es una realidad que brota de las entrañas
mismas del Evangelio. Nunca puede ser un apéndice de la vida cristiana.

- Una Iglesia que no puede descuidar ni mucho menos despreciar el


cristianismo tradicional de nuestras comunidades católicas (la religiosidad
popular), sino acompañarlo a través de una evangelización que favorezca
procesos de conversión y maduración de la fe. Hay que recordar que
antiguamente la Iglesia bautizaba a los convertidos, hoy, en cambio, tiene
que convertir a los bautizados.

- Una Iglesia que aprende a hacer análisis de la realidad como actitud


crítica, condición y mística, método y práctica permanentes, de tal forma
que estemos en posibilidad de identificar a los interlocutores de la misión,
reconocer sus interrogantes y problemas reales, leer los signos de su
tiempo y usar un lenguaje que entienda nuestra generación.

- Una Iglesia que acepta lealmente la diversidad cultural de nuestro medio,


no solo desde el punto de vista de las 56 razas que lo habitan, sino
también desde el punto de vista social, político, económico y religioso.

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- Una Iglesia que se esfuerza por incorporar realmente a los laicos,
especialmente a la mujer, en la vida y ministerio de la Iglesia. Pese a lo
que se diga, sigue siendo una asignatura pendiente. Sin negar los avances
conseguidos, ha de reconocerse que la excelente teología del laicado no
ha producido aún los frutos que debería. A partir del siglo 4º en que se
borró a los laicos del panorama eclesial, hasta bien entrado el siglo XX, y
después de 35 años de pos-concilio y de mucha reflexión sobre el tema,
todavía no han adquirido su carta de ciudadanía plena.

- Una Iglesia que identifica y apoya a los principales constructores de la


democracia (jóvenes, adultos y ancianos, mujeres, intelectuales, pobres) a
fin de superar nuestra prolongada historia de corrupción y abuso de poder
y crear una convivencia fundada en la dignidad de las personas, en la
participación real y en un ejercicio equitativo de la autoridad.

- Una Iglesia que ve en la educación un camino indispensable para superar


las muchas carencias que vive el país. Una educación donde los hombres
y las mujeres aprendan a pensar por su cuenta y a tomar decisiones
responsables, reconociendo que la sociedad en que viven es espacio de
derechos y tarea de todos.

En una palabra, se desea una Iglesia sensible a la realidad del País y al


plan que Dios tiene sobre él. Una Iglesia que sea misterio y sacramento de
comunión, convertida y dialogante, ecuménica y crítica, solidaria y servidora
de todos, reconciliadora y misionera.

1.3. La catequesis que realizamos.

Muchos cristianos de todos los niveles y ambientes (sacerdotes, laicos,


religiosos, religiosas), a pesar de los años de esfuerzos por renovar la
catequesis, todavía siguen teniendo de la catequesis ideas muy incompletas,
pobres y vulgares. Por ejemplo: La catequesis es asunto de niños * es pura
enseñanza de la doctrina * la hacen las personas menos preparadas de la
comunidad * es una tarea sin importancia, pues hay otras mucho más
importantes e interesantes * sirve solo para preparar a los sacramentos, pero
no a la vida cristiana * es un trabajo simple que no da fama... ni dinero a las
personas que la hacen * una actividad a la que no vale la pena dedicarle
demasiado tiempo...
¿Por qué todavía se piensa así? Primero por ignorancia de la teología y
de la historia de la Iglesia; segundo por no saber dar el valor y el lugar que
cada cosa tiene en el conjunto de las tareas de la comunidad; y tercero por
comodidad, por pereza, por falta de actualización y de conocimiento de la
realidad y del tiempo en que vivimos. A algunos parece que se les detuvo el
reloj de la historia.
La Iglesia ha hecho extraordinarios esfuerzos por renovar la catequesis
en los últimos años. Después de siglos en que se pensaba y se actuaba como
hemos dicho más arriba, en este siglo se ha empeñado en renovarla,
infundiéndole nueva vida.

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Las razones más importantes de esta renovación han sido éstos: a) los
grandes cambios que ocurrieron en el mundo (en lo social, lo político, lo
económico, lo cultural, etc.); b) el descubrimiento y el regreso a las fuentes
más puras de la fe (la Palabra de Dios, la herencia de los primeros cristianos y
de los padres de la Iglesia, la celebración de la liturgia, la persona de Jesús
como centro de la fe...); c) la búsqueda de muchos cristianos sabios y santos
que entendieron que si lo Iglesia no cambiaba las cosas se iría quedando más y
más atrasada..
Finalmente nos toca preguntarnos ¿Y qué entendemos hoy por
catequesis?

No es fácil responder a la pregunta en pocas palabras. Pero aunque


diéramos una respuesta larga tampoco diríamos todo lo que es la catequesis,
pues ella es una realidad amplia y rica que no podemos abarcar con una sola
mirada. Vamos a intentar una forma de decirlo, casi como una radiografía,
apoyándonos en tres cosas: las experiencia de los catequistas y de las
comunidades cristianas, los resultados de los expertos de la catequesis y los
documentos del Magisterio de la Iglesia que hablan sobre ella ( Ver la Guía
pastoral para la catequesis de México 54-71).

- Es un ministerio profético de la Iglesia


- Que se alimenta de las fuentes primordiales de la fe
- Que solo puede entenderse como parte de la Evangelización
- Que actualiza la Revelación de Dios en la vida, en la cultura y en
el tiempo de los hombres y mujeres de hoy.
- Que ofrece un mensaje cuyo centro es Jesucristo encarnado,
muerto y resucitado, revelador de la ternura del Padre y del
poder del Espíritu.
- Que entrega los valores y las enseñanzas centrales del Evangelio
del Reino
- Que se ajusta a la pedagogía de Dios revelada en Jesús
- Para “formar hombres comprometidos personalmente con Cristo,
capaces de participación y comunión en el seno de la Iglesia y
entregados al servicio salvífico del mundo” (Puebla l000).

Así de importante es la catequesis en la Iglesia. Es cierto que la


catequesis no es toda la pastoral. Hay muchas otras actividades que ella tiene
que hacer. Pero una pastoral que no toma en serio a la catequesis, va a dejar
algo indispensable y va a tener muchos problemas para que la comunidad
tenga vida, madure, participe y sea responsable de su fe.

2- Lo que se ha dicho de los catequistas en estos años

2.1. Se han dicho de ellos muchas cosas estupendas que causan alegría
y hasta suscitan orgullo. Pero más que lo que se ha dicho, sorprende
sobre todo cómo se les ve trabajando incansablemente en las
comunidades del país, manifestando de ese modo lo que realmente
son. En la costa y en el desierto, en la selva y en el campo, en la
ciudad y en el altiplano, en la sierra, en los ranchos y en los ejidos,
en el norte, en el centro y en el sur de México, hay hombres y

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mujeres de todas las edades compartiendo generosamente su fe con
los hermanos de comunidad. Y a veces en condiciones muy difíciles y
complicadas.

2.2. ¿Qué se ha dicho en estos años de los catequistas? Aquí están


algunos de los títulos más hermosos que se les han dado, queriendo
indicar con esto la gran estima que de ellos tiene la Iglesia.

Cada uno de estos títulos revela una parte de la riqueza que hay en la
persona y en la vida de muchos catequistas.

- Que es un profeta, de cuya boca brotan palabras de Dios.


- Que es un llamado por el Dios de la gratuidad
- Que es un maestro, un educador y un pedagogo que quiere llevar a la
madurez la fe de los hermanos.
- Que es un discípulo que nunca deja de aprender de lo nuevo y de lo
antiguo.
- Que es un intérprete de los signos de Dios en la historia.
- Que es un testigo que comparte con otros su experiencia de Dios.
- Que es un acompañante del camino de su comunidad
- Que es un contemplativo del misterio del Dios vivo
- Que es un hombre de oración y de relación fraterna
- Que es un agente de cambio
- Que es un proclamador de la Buena Nueva
- Que es un aliado del Espíritu del Señor.
- Que es un servidor y formador de la comunidad.
- Que es un enviado para hacer presente el Evangelio.
- Que es un seguidor de Jesús y un constructor del Reino
- Que es un animador de la comunidad y hombre lleno de esperanza
- Que es un comunicador de la fe y un hombre de diálogo con todos.
- Que es un comprometido con la realidad de sus hermanos.
- Que es un hombre que sabe compartir los dones y carismas recibidos
- Que es alguien que trabaja en equipo y cree en la organización.

2.3. De este modo se ha conseguido tener una mirada nueva sobre los
catequistas y se ha dado un paso gigantesco en la valoración que de
ellos se tiene en nuestras comunidades. Ninguno de estos títulos nos
dice lo que es toda la realidad del catequista. Más bien nos da un
aspecto de la riqueza que hay en él.

De este modo estamos pasando:

- de un catequista abandonado a un catequista promovido


- de un catequista menospreciado a un catequista estimado
- de un catequista manipulado a un catequista respetado
- de un catequista objeto a un catequista sujeto
- de un catequista impreparado a un catequista formado
- de un catequista desconocido a un catequista reconocido
- de un catequista insignificante a un catequista significativo
- de un catequista tolerado a un catequista aceptado

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- de un catequista rudimentario a un catequista capacitado
- de un catequista aficionado a un catequista instruido
- de un catequista individualista a un catequista comunitario
- de un catequista desencarnado a un catequista humano
- de un catequista ingenuo a un catequista crítico
- de un catequista solitario a un catequista solidario
- de un catequista desorganizado a un catequista organizado
- de un catequista repetitivo a un catequista creativo.

Este es el gran salto que ha dado la comunidad en estos años,


reconociendo en sus catequistas, hombres y mujeres, personas que crecen en
calidad, auténticos guías, dotados de numerosos talentos que hacen circular en
la Iglesia para el bien de los hermanos en la fe. Los catequistas se han ganado
a pulso esta nueva imagen que de ellos se tiene.

3. El catequista que necesita la Iglesia mexicana

En esta parte quiero comunicarles cómo veo yo al catequista que nos


urge tener y formar en esta Iglesia mexicana, cuando apenas está comenzando
el tercer milenio de cristianismo. Todo lo que se ha venido diciendo del
catequista en estos últimos años tenemos que aceptarlo totalmente porque
nace de una acción del Espíritu a la cual los catequistas han sido fieles.. Es una
conquista que no podemos dejar que se pierda. Tenemos que seguirla
impulsando.
Sin embargo, quisiera que los catequistas llegaran más lejos todavía,
que nunca dejaran de crecer en calidad. Me gustaría que su ministerio fuese
como la gran impaciencia del Espíritu que los empuja a realizar cosas más
grandes. Lo que voy a proponerles en seguida, lo hago con el espíritu con que
el obispo San Agustín escribía a su querido catequista Deogracias:
“No sólo por la caridad que me une particularmente contigo, sino por la
que debo en general a nuestra madre la Iglesia, no dejaré de ayudar cuanto
pueda, con los dones que Dios me ha concedido, a aquellos que el mismo
Señor me ha dado por hermanos. Porque cuanto más deseo que se difundan
los tesoros del Señor, tanto más obligado estoy a hacer cuanto esté de mi
parte para que mis compañeros de trabajo que tropiezan con dificultades,
puedan cumplir, fácil y cómodamente, lo que con toda diligencia y decisión
quisieran” (De catechizandis rudibus = cómo catequizar a los sencillos No. 2).

¿Qué catequista necesitamos formar hoy? Lo iré diciendo por partes.

3.1. Un creyente que peregrina como nómada en la fe.

La imagen bíblica del pueblo nómada le queda muy bien a nuestra


Iglesia actual. En efecto, ella tiene que hacer una incesante travesía por el
desierto de los tiempos modernos, avanzando entre la oscuridad y la certeza
de la promesa. Como los nómadas en el desierto, tiene que enrollar cada día la
tienda para dirigirse por los rumbos inesperados del Dios del futuro. Tiene que
asumir los riesgos que implica dar pasos hacia el Dios siempre lleno de

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sorpresas. “Yo no sé a dónde me lleva Dios, pero sé que Dios me lleva...” decía
un creyente que vivía su fe de esta manera.
Su camino puede también estar plagado de tentaciones, como el
detenerse, dar marcha atrás, caminar en la desconfianza o dejarse seducir por
los ídolos que pretenden desplazar al Dios vivo...
La espiritualidad del éxodo está en el centro de la vida del catequista. El
peregrinaje de la Iglesia es su mismo peregrinaje, siempre a la búsqueda de
otros horizontes. Se pone todos los días en camino, enrollando su tienda, como
un errante de la fe, pero un errante que va en la dirección de Dios. ¿Cómo
concretamente?
- Cortando las ataduras de hábitos y mentalidades que fueron por largo
tiempo fuente de seguridad pero que hoy ya no funcionan. Esto puede ser
muy doloroso.
- Sabiendo cuándo debe dejar a otros el sitio para que actúen con nuevas
energías, aunque sea difícil reconocer la propia decadencia o aceptar que
el tiempo de las mejores realizaciones están en declive.
- Disponiéndose a ir a otras actividades, a pesar del cariño que pueda tener
por el trabajo que esté realizando.

En todo lo cual sólo hay un motivo: el Reino de Dios a cuyo servicio está.

3.2. Un creyente lleno de la sabiduría de Dios.

Las Sagradas Escrituras hablan de la sabiduría como un atributo de Dios


y un don que El otorga a sus amigos (Sab 7, 7-30). Recibir este don es entrar
de lleno en la intimidad de Dios. Quienes reciben este don es para que ayuden
al pueblo a no apartarse de la alianza, pues conocen con lucidez sus
exigencias. Los sabios son hombres y mujeres que viven como íntimos y
familiares de Dios, haciendo lo que es grato a los ojos de Dios y dejándose
guiar en la conducta por la rectitud de su corazón (Sab 9,1-18). Quienes
poseen la sabiduría tiene una mirada puesta en la vida de los hermanos y otra
mirada puesta en el Misterio de Dios. Interpretan la vida con los ojos de Dios y
saben ver a Dios con los ojos de la vida. Los indígenas de los andes bolivianos,
cuando les preguntan quién es el catequista suelen responder: “el de las
grandes palabras”, es decir, el que pronuncia palabras llenas de sabiduría.
El catequista aprende esta sabiduría escudriñando la Palabra de Dios, la
vida de su comunidad, los signos de su tiempo, pero sobre todo asomándose a
su propio corazón donde Dios como que le habla secretamente al oído.

3.3. Un creyente cuya presencia es como pregunta viviente de


Dios a su Pueblo.

La vida de los seres humanos está hecha de preguntas y respuestas. Las


preguntas nos inquietan y a veces nos angustian. Las respuestas nos dan
seguridad y nos reconfortan. La historia es un tejido de preguntas y respuestas
que forman parte de la lucha por encontrarle sentido a la existencia. Las

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preguntas son tan importantes como las respuestas y a menudo más, pues de
ellas depende que las personas se pongan en camino.
En la Iglesia hemos pensado frecuentemente que nuestra tarea en el
mundo es dar respuesta a todos los problemas que nos rodean y a todas las
preguntas que nos hacen. Como nuestra especialidad es responder a todo nos
preparan y nos entrenan para dar respuesta a todo. De este modo hemos
olvidado que nuestra tarea es también hacer presentes las preguntas
apropiadas para que las personas busquen sus propias respuestas y se pongan
en camino. Ni la Iglesia ni los catequistas están únicamente para dar respuesta
a todo. “La Iglesia no siempre tiene a la mano respuesta adecuada a cada
cuestión...” decía el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes (33).
Necesitamos entender que la persona del catequista, con su presencia,
su palabra y su vida es la gran pregunta viviente que Dios le plantea a la
comunidad. Como pregunta de Dios que es, el catequista, al igual que los
profetas, Jesús o los discípulos, provocan con su sola presencia a los demás.
Antes que hacer preguntas a sus hermanos él es la pregunta de Dios. Y si es
verdad que muchas veces quiere dar respuesta a las preguntas de la
comunidad, también es cierto que otras muchas tiene que plantear las
preguntas que Dios les hace para que se ponga a buscar la respuesta. A veces
es más urgente proponer la pregunta que dar la respuesta.

3.4. Un experto en buscar a Dios que estimula a otros a


buscarlo.

El catequista es una persona que anda tras las huellas de Dios. La


Escritura, en particular los salmos, hablan mucho de “buscar a Dios”, que no es
otra cosa que una manera de vivir la fe. El creyente es el que anda buscando
continuamente a Dios, nunca se cansa de buscarlo, aunque muchas veces no
lo encuentre como él quisiera. Buscar a Dios es a menudo más importante que
encontrarlo (Salmos 9,11; 24,26; 27,8-9; 34,11, etc.) “Los que buscan al Señor
no carecen de nada”. El catequista es el hombre o la mujer que pone a los
demás en la pista de Dios, busca su rostro donde quiera que se le pueda
encontrar, acompaña a los hermanos para que aprendan a distinguir las
huellas de Dios.
Esta búsqueda tiene que ser sin descanso. En las cosas de Dios nadie
puede estar tan seguro de sí mismo y de lo que tiene que no tenga necesidad
de seguir buscando. Buscar es una forma de reconocer continuamente nuestra
condición de seres vulnerables y necesitados. Es el secreto para no dejarnos
atrapar por los inmovilismos que atrapan y frenan a la persona.

3.5. Un símbolo del misterio de Dios presente en la vida.

Los símbolos son realidades visibles que utilizamos los humanos para
ponernos en contacto con realidades invisibles, haciéndolas de ese modo
presentes. Son medios que nos llevan al misterio escondido de las cosas, de
las personas o de Dios. Nos recuerdan y nos manifiestan las verdades
profundas de la vida, haciéndonos reaccionar ante lo oculto que no podemos

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captar ni entender por medio de la razón o del pensamiento. El símbolo es
camino para llegar al misterio. Lo hace presente y lo vuelve cercano. Es puente
entre lo visible y lo invisible. Es lazo entre lo que se esconde y lo que se
percibe.
Entre lo que se oculta y se ve y lo que se siente, pero no se ve. Es el
punto donde se encuentra el espíritu y la materia. Es una realidad compuesta
de una realidad significante que vemos y de una realidad significada que no
vemos. Así, la bandera significa la nacionalidad, la cruz a Jesucristo, el himno
nacional al patriotismo, el corazón al amor, el altar a la divinidad, los aros
olímpicos a la fraternidad; son ejemplos que nos ayudan a entender lo que es
el símbolo.
El catequista puede considerarse como un símbolo llamado a revelar el
misterio escondido de Dios. Es como la transparencia de la presencia oculta del
Dios que lo envía a sus hermanos. En la comunidad el catequista hace
presente, acerca, recuerda y hace reaccionar para que todos puedan
encontrarse con el Dios de Jesús. Mirándolo a él los hermanos descubren al
Señor que los llama. El debería poder decir lo mismo que Jesús: “quien me ve a
mi ve al Padre”.

4. CONCLUSIONES: ¿Qué catequista necesitamos formar hoy?

4.1. Un catequista profundamente creyente, pero con sus ojos siempre


puestos en la realidad, no solo como un método de trabajo sino como
una mentalidad y una actitud crítica que sabe mirar y valorar las
cosas profundas de la vida (Mc 12,41-44: la ofrenda de la viuda
pobre).

4.2. Un hombre o una mujer de manos generosas y siempre abiertas a


los hermanos en quienes ve el campo del Señor donde germinan las
semillas que él dispersa como obrero fiel de la Palabra (Mt 13,1-23:
el sembrador).

4.3. Un catequista interlocutor de todos sin excluir a nadie, que no solo


tiene conciencia de ser maestro, sino también discípulo de aquellos a
quienes es enviado. Sabe dar y recibir, enseñar y ser enseñado,
escuchar y ser escuchado. Evangelizar y ser evangelizado. El
catequista interlocutor entiende que su tarea es la palabra y la
comunicación, pero de tal manera que nunca crea que ella solo tiene
una dirección. (Lc 24,13-35: los discípulos de Emaús).

4.4. Con acciones y espíritu de buen samaritano. La misericordia es el


distintivo de su vida y la máxima razón de su ministerio. Pero
también la solidaridad eficaz, que sacrifica la propia comodidad para
unirse a la lucha de los atropellados por la injusticia (Lc 10,25-37: el
buen samaritano).

4.5. Constructor de la vida, capaz de romper todas las barreras cuando


se trata de levantar a la persona de su postración (física, social,

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espiritual, cultural, etc.) es decir, cuando es necesario ponerla de
pie, restituyéndole su dignidad. (Jn 11,1-44; Mt 9,18-25; Lc 7,11-17:
los tres resucitados por Jesús).

4.6. Los catequistas frecuentemente son vistos como signo de


contradicción y ellos mismos tienen la experiencia de que lo son (Lc
2, 33-34); sin embargo también se dan cuenta que están llamados a
madurar y a resplandecer en las pruebas constantes de su fe. Los
catequistas son personas sometidas a muchas pruebas: ha sufrido
alguna vez en carne propia la experiencia del desánimo, la debilidad,
la impaciencia, el cansancio, la impotencia, los ataques, la falta de
apoyo y de recursos, “el ninguneo”, el aburrimiento, la lentitud en el
trabajo, el desgano, la oscuridad del camino, la incomprensión de los
hermanos, los pocos resultados, en una palabra, el sentimiento de
que su trabajo es un desastre...

“Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Salmo


126). Así cantaban los padres de Israel ante las pruebas de su fe, reconociendo
en ellas un llamado de Dios a vivir en la esperanza, en la fidelidad y en la
fortaleza, porque el Dios de la alianza no cambia con su pueblo.

Por eso los catequistas, hoy más que nunca, están seguros de que el
Reino sigue avanzando, a través de su trabajo, “como la más pequeña de las
semillas, que puede convertirse en el árbol más alto, donde hacen sus nidos los
pájaros del cielo” (Mt.13,32). Están ciertos de que “los que buscan al Señor son
como el monte de Sión, que nada lo conmueve y permanece estable para
siempre” (salmo 125). Su esfuerzo no decae, porque están convencidos de que
“si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan los albañiles” (salmo 127).
Conocen por experiencia personal que, “de no estar el Señor a favor nuestro,
nos habrían tragado vivos” todos los enemigos (salmo 124).

Reconocen los catequistas que su esperanza, su fidelidad y su fuerza se


apoya en la palabra inquebrantable de Jesús que, según el evangelista Juan,
dice: “les he hecho saber quién eres Tú. Eran tuyos y Tú me los diste. Y ellos
hicieron caso a tu Palabra (17,6). Las palabras que me confiaste, se las he
entregado y ellos las han recibido (17,8)... Así como tú me enviaste al mundo,
así yo también los envío al mundo (17,18)... Ruego por ellos y por todos
aquellos que por sus palabras creerán en mí” (17,20).

PREGUNTAS PARA ESTUDIO Y REFLEXION

1.- Ante la realidad que vivimos, ¿Qué perfil de catequista necesitamos?


2.- ¿Cuáles son los elementos fundamentales, para la formación de los
catequistas?
3.- Según las necesidades de la diócesis, ¿Qué tipo de catequistas se
necesita formar y para que interlocutores?

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