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FORMAR HOY
20 de Noviembre de 2000
P. Francisco Merlos Arroyo
Universidad Pontificia de México
Catequeta. Miembro del equipo de expertos en catequesis
del CELAM-DECAT
Introducción
1- Nuestras raíces
Para desarrollar el tema sobre los catequistas y las catequistas que hoy
necesitamos formar, quiero en primer lugar hacer tres observaciones, con el fin
de situarnos en la realidad donde ellos tienen que llevar a cabo su ministerio.
No hay que olvidar que la realidad es el lugar de nuestras raíces, donde
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nacemos y crecemos, donde vamos adquiriendo una forma de ser y de vivir,
donde se forja nuestra identidad.
Está marcada por unas características muy especiales que nos afectan
profundamente como personas y nos provocan como catequistas. Son como
grandes corrientes en las cuales todos estamos sumergidos y de las cuales no
podemos escapar.
- Nuestra sociedad lleva la marca de la transición.
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1.2. La Iglesia que queremos.
- Una Iglesia que proclama un Evangelio que tiene que ver con el cambio social. Solo
una mirada miope se atrevería todavía a sostener que lo social es una añadidura de
la fe o nada tiene que ver con el cristiano. Los misterios centrales del cristianismo
(encarnación, pascua y pentecostés) y la práctica pública de Jesús (Lc 4,16-19) nos
muestran que la lucha por la justicia social es una realidad que brota de las entrañas
mismas del Evangelio. Nunca puede ser un apéndice de la vida cristiana.
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- Una Iglesia que se esfuerza por incorporar realmente a los laicos,
especialmente a la mujer, en la vida y ministerio de la Iglesia. Pese a lo
que se diga, sigue siendo una asignatura pendiente. Sin negar los avances
conseguidos, ha de reconocerse que la excelente teología del laicado no
ha producido aún los frutos que debería. A partir del siglo 4º en que se
borró a los laicos del panorama eclesial, hasta bien entrado el siglo XX, y
después de 35 años de pos-concilio y de mucha reflexión sobre el tema,
todavía no han adquirido su carta de ciudadanía plena.
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Las razones más importantes de esta renovación han sido éstos: a) los
grandes cambios que ocurrieron en el mundo (en lo social, lo político, lo
económico, lo cultural, etc.); b) el descubrimiento y el regreso a las fuentes
más puras de la fe (la Palabra de Dios, la herencia de los primeros cristianos y
de los padres de la Iglesia, la celebración de la liturgia, la persona de Jesús
como centro de la fe...); c) la búsqueda de muchos cristianos sabios y santos
que entendieron que si lo Iglesia no cambiaba las cosas se iría quedando más y
más atrasada..
Finalmente nos toca preguntarnos ¿Y qué entendemos hoy por
catequesis?
2.1. Se han dicho de ellos muchas cosas estupendas que causan alegría
y hasta suscitan orgullo. Pero más que lo que se ha dicho, sorprende
sobre todo cómo se les ve trabajando incansablemente en las
comunidades del país, manifestando de ese modo lo que realmente
son. En la costa y en el desierto, en la selva y en el campo, en la
ciudad y en el altiplano, en la sierra, en los ranchos y en los ejidos,
en el norte, en el centro y en el sur de México, hay hombres y
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mujeres de todas las edades compartiendo generosamente su fe con
los hermanos de comunidad. Y a veces en condiciones muy difíciles y
complicadas.
Cada uno de estos títulos revela una parte de la riqueza que hay en la
persona y en la vida de muchos catequistas.
2.3. De este modo se ha conseguido tener una mirada nueva sobre los
catequistas y se ha dado un paso gigantesco en la valoración que de
ellos se tiene en nuestras comunidades. Ninguno de estos títulos nos
dice lo que es toda la realidad del catequista. Más bien nos da un
aspecto de la riqueza que hay en él.
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- de un catequista rudimentario a un catequista capacitado
- de un catequista aficionado a un catequista instruido
- de un catequista individualista a un catequista comunitario
- de un catequista desencarnado a un catequista humano
- de un catequista ingenuo a un catequista crítico
- de un catequista solitario a un catequista solidario
- de un catequista desorganizado a un catequista organizado
- de un catequista repetitivo a un catequista creativo.
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sorpresas. “Yo no sé a dónde me lleva Dios, pero sé que Dios me lleva...” decía
un creyente que vivía su fe de esta manera.
Su camino puede también estar plagado de tentaciones, como el
detenerse, dar marcha atrás, caminar en la desconfianza o dejarse seducir por
los ídolos que pretenden desplazar al Dios vivo...
La espiritualidad del éxodo está en el centro de la vida del catequista. El
peregrinaje de la Iglesia es su mismo peregrinaje, siempre a la búsqueda de
otros horizontes. Se pone todos los días en camino, enrollando su tienda, como
un errante de la fe, pero un errante que va en la dirección de Dios. ¿Cómo
concretamente?
- Cortando las ataduras de hábitos y mentalidades que fueron por largo
tiempo fuente de seguridad pero que hoy ya no funcionan. Esto puede ser
muy doloroso.
- Sabiendo cuándo debe dejar a otros el sitio para que actúen con nuevas
energías, aunque sea difícil reconocer la propia decadencia o aceptar que
el tiempo de las mejores realizaciones están en declive.
- Disponiéndose a ir a otras actividades, a pesar del cariño que pueda tener
por el trabajo que esté realizando.
En todo lo cual sólo hay un motivo: el Reino de Dios a cuyo servicio está.
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preguntas son tan importantes como las respuestas y a menudo más, pues de
ellas depende que las personas se pongan en camino.
En la Iglesia hemos pensado frecuentemente que nuestra tarea en el
mundo es dar respuesta a todos los problemas que nos rodean y a todas las
preguntas que nos hacen. Como nuestra especialidad es responder a todo nos
preparan y nos entrenan para dar respuesta a todo. De este modo hemos
olvidado que nuestra tarea es también hacer presentes las preguntas
apropiadas para que las personas busquen sus propias respuestas y se pongan
en camino. Ni la Iglesia ni los catequistas están únicamente para dar respuesta
a todo. “La Iglesia no siempre tiene a la mano respuesta adecuada a cada
cuestión...” decía el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes (33).
Necesitamos entender que la persona del catequista, con su presencia,
su palabra y su vida es la gran pregunta viviente que Dios le plantea a la
comunidad. Como pregunta de Dios que es, el catequista, al igual que los
profetas, Jesús o los discípulos, provocan con su sola presencia a los demás.
Antes que hacer preguntas a sus hermanos él es la pregunta de Dios. Y si es
verdad que muchas veces quiere dar respuesta a las preguntas de la
comunidad, también es cierto que otras muchas tiene que plantear las
preguntas que Dios les hace para que se ponga a buscar la respuesta. A veces
es más urgente proponer la pregunta que dar la respuesta.
Los símbolos son realidades visibles que utilizamos los humanos para
ponernos en contacto con realidades invisibles, haciéndolas de ese modo
presentes. Son medios que nos llevan al misterio escondido de las cosas, de
las personas o de Dios. Nos recuerdan y nos manifiestan las verdades
profundas de la vida, haciéndonos reaccionar ante lo oculto que no podemos
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captar ni entender por medio de la razón o del pensamiento. El símbolo es
camino para llegar al misterio. Lo hace presente y lo vuelve cercano. Es puente
entre lo visible y lo invisible. Es lazo entre lo que se esconde y lo que se
percibe.
Entre lo que se oculta y se ve y lo que se siente, pero no se ve. Es el
punto donde se encuentra el espíritu y la materia. Es una realidad compuesta
de una realidad significante que vemos y de una realidad significada que no
vemos. Así, la bandera significa la nacionalidad, la cruz a Jesucristo, el himno
nacional al patriotismo, el corazón al amor, el altar a la divinidad, los aros
olímpicos a la fraternidad; son ejemplos que nos ayudan a entender lo que es
el símbolo.
El catequista puede considerarse como un símbolo llamado a revelar el
misterio escondido de Dios. Es como la transparencia de la presencia oculta del
Dios que lo envía a sus hermanos. En la comunidad el catequista hace
presente, acerca, recuerda y hace reaccionar para que todos puedan
encontrarse con el Dios de Jesús. Mirándolo a él los hermanos descubren al
Señor que los llama. El debería poder decir lo mismo que Jesús: “quien me ve a
mi ve al Padre”.
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espiritual, cultural, etc.) es decir, cuando es necesario ponerla de
pie, restituyéndole su dignidad. (Jn 11,1-44; Mt 9,18-25; Lc 7,11-17:
los tres resucitados por Jesús).
Por eso los catequistas, hoy más que nunca, están seguros de que el
Reino sigue avanzando, a través de su trabajo, “como la más pequeña de las
semillas, que puede convertirse en el árbol más alto, donde hacen sus nidos los
pájaros del cielo” (Mt.13,32). Están ciertos de que “los que buscan al Señor son
como el monte de Sión, que nada lo conmueve y permanece estable para
siempre” (salmo 125). Su esfuerzo no decae, porque están convencidos de que
“si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan los albañiles” (salmo 127).
Conocen por experiencia personal que, “de no estar el Señor a favor nuestro,
nos habrían tragado vivos” todos los enemigos (salmo 124).
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