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Galileo Galilei y sus aportaciones a la astronomía.

Galileo y la Luna.
Una de las aportaciones más importantes de Galileo a la astronomía, fueron sus observaciones lunares y sus
investigaciones sobre los movimientos de nuestro satélite. De hecho, el interés de Galileo como científico no se centraba
en la astronomía, sino en la mecánica y en el movimiento de los cuerpos. Desde el primer momento en el que Galileo
contempló la Luna con el telescopio percibió con claridad que su superficie no era lisa y no dudó en señalar la existencia
de valles y montañas. Contempló la Luna a lo largo de varios días constatando el movimiento aparente del avance de
luces y sombras sobre su superficie, recogiendo todos los datos en “La gaceta sideral”, una de sus grandes obras.
Una de las pruebas que Galileo utilizó para demostrar que la superficie de la Luna no era lisa consistía en que el límite
que divide la parte clara y la parte oscura, el llamado terminador, no es uniforme, presentando irregularidades. Otro
aspecto que lo demostraba, es la existencia de pequeñas zonas de luz en la superficie lunar aún en sombras lo que
delata la existencia de montañas. En cuanto a los cráteres, Galileo percibió claramente, numerosas manchas oscuras en
la zona iluminada que tenían una particularidad: sus contornos son muy luminosos y sus sombras van disminuyendo a
medida que aumenta la parte luminosa. Galileo comparó esta situación con el orto terrestre. Es conocido por todos, que
el Sol al salir por el horizonte primero ilumina las cimas de las montañas y a medida que se va elevando en el cielo va
inundando de luz los valles. Otro dato a tener en cuenta de la observación de los cráteres es que la parte oscura de su
interior siempre se hallaba orientada hacia el lugar de la irradiación solar.
Pero a Galileo le fascinó también la observación de los mares lunares. Una vez más razonó su naturaleza en base a las
observaciones de nuestro propio planeta. Dedujo que las zonas que conformaban las grandes manchas estaban más
deprimidas con respecto a las tierras que la bordeaban y constató, evidentemente, que su superficie era más uniforme.
En cuanto a su tonalidad, dedujo que al contemplar los mares terrestres, éstos se mostraban más oscuros a la luz del Sol
que las zonas emergidas.
Galileo y las estrellas fijas. A Galileo le llamó la atención que al contemplar a través de su telescopio las estrellas no
aumentasen de tamaño como ocurría con las observaciones terrestres o de la propia Luna. E incluso no mostrasen una
pequeña figura esférica como ocurría con los planetas. Pero sí percibió que a través de las lentes, las estrellas parecían
más luminosas que a simple vista, y que se podían contemplar numerosos astros que eran demasiado débiles como para
que el ojo humano pudiera resolverlos. En su búsqueda de mostrar este efecto, Galileo realizó una serie de dibujos en
los que recogió las estrellas que se podían ver a través de su instrumento.
Dibujó con doble trazo aquéllas estrellas que veía a simple vista y con un trazo las que sólo podía contemplar a través
del telescopio. Hizo lo mismo con las Pléyades. Según la mitología griega, las Pléyades eran hijas de Pleiona y Atlas, y
eran perseguidas continuamente por Orión, el cazador, que las deseaba. Pero una de ellas, Merope o Electra, no era
visible a simple vista porque se había casado con un mortal. Galileo la descubrió junto con otras cuarenta hermanas
más. Galileo también contempló la Vía Láctea y comprobó que esa mancha lechosa no era más que un conglomerado de
innumerables estrellas, tantas que las más débiles escapaban a la potencia de su telescopio. Basándose en esta
observación dedujo erróneamente que las nebulosas que se contemplaban a simple vista como la de Orión, no eran más
que un conglomerado de estrellas muy juntas, cuya luz, al sumarse provoca esa nebulosa nívea. Representó M42 de la
siguiente manera: También presentó un esquema de la “nebulosa” del Pesebre, y descubrió que no era una única
estrella como se creía, sino más de cuarenta, dispuestas a modo de un pesebre entre dos potros.
Es decir, Galileo no logró con sus investigaciones discernir una nebulosa de un cúmulo de estrellas.
Galileo y los satélites de Júpiter. Para Galileo las observaciones más importantes correspondieron a las realizadas sobre
los satélites de Júpiter. Con un instrumento perfeccionado las observó la noche del 7 de enero de 1.610, fecha clave en
la historia de la astronomía. Ya lo había observado un mes antes con otras lentes, pero eran de tan mala calidad que no
pudo percibir los satélites. La sorpresa de Galileo al contemplar el planeta fue mayúscula cuando observó tres estrellas
pequeñas, pero muy brillantes cerca de Júpiter, y con la increíble característica de que se encontraban en una línea recta
paralela a la elíptica, dos al este y una al oeste. Afortunadamente, se conservan sus apuntes de observación de esas
noches.
Apuntes de las observaciones realizadas por Galileo
La noche siguiente, al contemplar de nuevo a Júpiter descubrió que la disposición de las estrellitas había variado,
hallándose las tres al oeste de Júpiter, a intervalos regulares. En un principio, Galileo llegó a pensar que Júpiter había
adelantado a las estrellitas en su recorrido sobre el fondo de estrellas. Pero observando nuevamente el planeta el 10 de
enero, se encontró con que una de las estrellitas había desaparecido., y que las otras dos aparecían al este. Entonces
supuso que la desaparecida se encontraba oculta detrás de Júpiter. Esto hizo que asombro y confusión vagaran en la
mente de Galileo. Así, el planeta Júpiter captó la mayor atención del científico y reforzó sus observaciones desde ese día.
Paralelamente, empezó a suponer que Júpiter no tenía nada que ver con el movimiento propio de las estrellas y quería
averiguar la naturaleza de estos astros.
La siguiente noche, Galileo volvió a ver dos estrellas al oriente de Júpiter, pero percibió que la más alejada del planeta
brillaba mucho más que el día anterior. Hoy se sabe que estos dos satélites son Ganímedes y Calixto, mientras que Io y
Europa se encontraban demasiado cerca de Júpiter como para ser resueltos por el telescopio de Galileo.
Basándose en estas observaciones, Galileo ya apuntó a que las estrellas observadas en torno a Júpiter eran estrellas
errantes que giraban en torno al planeta del mismo modo que Venus y Mercurio lo hacen alrededor del Sol. El científico
se interesó entonces en establecer el periodo de órbita de cada uno de los astros. Comprobó cómo estos variaban de
posición en la misma noche realizando observaciones a diferentes horas y durante diversos días.
Fue el 13 de enero cuando Galileo consiguió ver los cuatro satélites, que hoy en día llevan su nombre: los satélites
Galileanos, Io, Europa, Ganímedes y Calixto. Galileo no logró calcular el periodo de los satélites para cuando publicó una
de sus obras más conocidas, el Sidereus Nuncius, pero sí consiguió demostrar que los satélites que orbitaban más cerca
de Júpiter se movían a mayor velocidad que los que, en sus recorridos, se alejaban más del planeta.
Galileo fue meticuloso en recoger los movimientos orbitales de los satélites mediceos.
Como he indicado, Galileo redactó sus descubrimientos en la obra Sidereus Nuncius, que la escribió en latín en apenas
dos semanas. Mientras su obra estaba en la imprenta, escribió a Belisario Vinta, secretario del duque indicándole que
quería dedicarle sus descubrimientos al soberano de Toscana. Pero no sólo quería dedicarle la obra, sino que como él
era el descubridor de las estrellas errantes, tenía el deber de ponerles nombre y había decidido inmortalizar el nombre
del duque en las estrellas. Pero Galileo necesitaba el consejo de Vinta. No sabía si llamar a todos los satélites Cosmeanos
por Cosme o llamarlos satélites mediceos por los cuatro hermanos: Francisco, Carlos, Lorenzo y el propio Cosme. O
simplemente designar a todos los satélites en conjunto como astros mediceos, para gloria de la familia. Vinta respondió,
en nombre del duque, que prefería esta última opción. Y así puede verse en la portada del libro, considerado como el
más famoso del siglo XVII.
Galileo y Saturno. Galileo comenzó a observar Saturno a finales de julio con la intención de buscar más satélites para
dedicárselos a monarcas que pudieran favorecerles. Pero en vez de lunas, se sorprendió al contemplar una “especie de
aceituna con orejas”. Así que, erróneamente, llegó a la conclusión de que Saturno era una estrella triple.
Para evitar disputas en la prioridad de este descubrimiento, o simplemente que publicaran con otro nombre sus nuevas
observaciones, envió mensajes cifrados a Vinta. Por ello causó sensación el mensaje que recibieron eminentes científicos
de toda Europa como Kepler: Kepler lo interpretó como: Salve umbistineum geminatum Martia proles. Por lo que
erróneamente lo atribuyó a algún descubrimiento sobre el planeta Marte. A final, por petición de Giuliano de Médicis,
que era entonces emperador de Toscana del Sacro Imperio Romano, en Praga, Galileo interpretó el mensaje para el
emperador alemán Rodolfo II y para el propio Kepler. Su contestación fue aclaratoria: “Saturno no es una única estrella,
sino tres estrellas juntas que están en contacto. Con un telescopio de una potencia de mil aumentos pueden verse los
tres globos clarísimamente, casi tocándose, sólo con un pequeño espacio entre ellos”.
Pero dos años después, en diciembre de 1.612, al volver a observar Saturno, Galileo fue incapaz de encontrar sus “asas”,
viéndolo tan sólo como una pequeña esfera. Las preguntas lo asaltaron y llegó a dudar de sus investigaciones. Saturno
parecía “haber devorado a sus hijos” y no sabía cómo.
El 3 de septiembre de 1.616 en una carta a Federico Cesi, le comunicó que en sus nuevas observaciones de Saturno,
había descubierto que sus “orejas” ya no eran dos cuerpos definidos, sino que era mucho mayores y no redondos, sino
con la forma de dos medios eclipses.

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