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El alumno como invención 2003

José Jimeno Sacristán


La naturaleza influenciable de los menores
Las acusaciones de los refranes reflejan dos posiciones contrarias para expresar las relaciones
entre el mundo exterior y el microcosmos del individuo. Es decir, estamos ante dos opciones que
valoran en muy desigual medida las posibilidades de influir desde el exterior en el curso del
desarrollo humano. Esa contraposición forma uno de los ejes del pensamiento más decisivos para
explicar las posiciones de los adultos sobre los menores, así como las valoraciones y
comportamiento que tendrán hacia ellos. La posición que se adopte en este eje será determinante
para valorar el poder de la influencia que nos adjudicamos sobre los menores, la importancia que
concedemos a su educación y la esperanza que depositemos en ella.

Otra cosa es que eta considerado conveniente o no el ejercer esa influencia, de qué modo
hacerlo, con qué intensidad, etc. El admitir la suposición de que desde el exterior se puede influir
sobre el menor sirve tanto a las pedagogías autoritarias, como a las democráticas o a las que
adoptan el principio del laissezfaire, que se abstienen de ejercer la influencia. En la cultura
occidental, desde el humanismo renacentista, se ha asentado la idea de que los seres humanos no
nacen determinados. Como la buena índole del príncipe no se puede elegir, la educación puede
hacer que no degenere o puede mejorarla si ha nacido torcida.

No pueden caminar erguidos y carecen de un lenguaje desarrollado. El padre ITARD, en


1801, da a conocer la memoria en la que narra los primeros progresos de Víctor, el niño salvaje
de l'Aveyron, encontrado en 1799. Víctor, a pesar de ciertos progresos nunca pudo desarrollar
plenamente las cualidades humanas. En muchas culturas se pueden encontrar narraciones acerca
de animales actuando de nodrizas en el papel de seres humanos.

Al concebir al menor como cera en la que poder grabar, al considerar que es un ser no
terminado, al verlo como un ser débil e incompleto, puede y debe ser educado. El pensamiento
ilustrado dio el espaldarazo definitivo a la idea de perfectibilidad de la naturaleza
humana. CONDORCET nos muestra con claridad y en toda su extensión el valor de ese
principio, cuyo poder perfectivo se proyecta más allá de sus inmediatos receptores, al transferirse
como ganancia a las generaciones siguientes. Es preciso observar además que, multiplicando los
hombres Ocupados en una misma clase de verdades, se aumenta la esperanza de encontrar
verdades nuevas, porque la diferencia de sus espíritus puede corresponder más fácilmente a la de
las dificultades.

Así, mientras que una parte de la instrucción pondría a los hombres ordinarios en condiciones de
sacar provecho de los trabajos del ingenio, y de utilizarlos, sea para sus necesidades, sea para su
felicidad, otra parte de esta misma instrucción tendría por objetivo utilizar los talentos
preparados por la naturaleza, allanarles los obstáculos y ayudarlos en su marcha.
Por la misma razón, el contacto con la sociedad le lleva a asimilar sus defectos.
La psicología moderna ha postulado que el ser humano, al tiempo que madura biológicamente
desde el punto de vista de su cerebro, madura culturalmente y gracias a la cultura. Resulta difícil
hacerlo de forma definitiva, puesto que no siempre se pueden aportar las pruebas empíricas que
la mentalidad moderna reclama a favor de la indeterminación humana, que apoyarían el principio
de que todos pueden ir más allá de cómo los encontremos, cuando estamos ante sujetos
concretos. Existe la evidencia de que las mujeres han progresado al ser educadas, que los
menores de hoy son más inteligentes y están más capacitados o que la clase obrera también es
educable.

Sin embargo en las razones que nos guían en las acciones cotidianas, ante un alumno concreto
podemos creer que no tiene remedio. La debilidad del ambientalismo progresista en este
momento puede apreciarse en la generalizada idea de acomodar a sujetos que son vistos como
desiguales en itinerarios-cauce que fijan sus diferencias. Las políticas conservadoras y los
profesores que no trasciendan la apariencia de la realidad tienden más a clasificar a los que son
desiguales, en vez de combatir las causas de su desigualdad.

ANDRES FELIPE CASTILLO

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