Sei sulla pagina 1di 19

MARCO TULIO CICERÓN

[106-43 a.c.]

Ja mes E. H o lt o n

Po de quienes han intentado presentar un relato sistemático del desarro


c o s
llo de la filosofía política han atribuido gran importancia al pensamiento
político de Cicerón. Se le ha visto, tradicionalmente, como uno más de esa
serie de pensadores griegos y romanos poco inspirados y menos inspi
radores que surgieron en la secuela de Platón y de Aristóteles. Considerado
como un diletante y no como un estudioso serio de la filosofía, su pensa
miento ha sido juzgado como ecléctico, y ha parecido que no lo caracterizaba
ni una gran coherencia de doctrina ni una profundidad de entendimiento.
Sus obras específicamente políticas, De re publica y De legibus han parecido
poco más que ambiciosos intentos por justificar los ideales y las prácticas de
un orden aristocrático ya moribundo. Se cree que su valor para estudiosos
ulteriores se encuentra menos en lo que él mismo tiene que decir acerca de
las cuestiones sustantivas de la filosofía política que en la detallada descrip
ción que hace de las doctrinas de las diversas escuelas de filosofía griega
que aún estaban activas en su época, y de la adaptación de tales doctrinas al
medio político e intelectual de Roma, radicalmente distinto. Se cree que su
talento especial se basó en la destreza con la que sintetizó las diversas y a
menudo conflictivas enseñanzas de estas escuelas, poniéndolas así a nues
tro alcance en una forma afín al gusto romano, y adecuada para satisfacer
las demandas del práctico espíritu romano.
Semejante evaluación contiene cierta medida de verdad. Sin embargo, no
da seria consideración al método de Cicerón ni a su propósito al tratar mate
riales filosóficos como lo hizo, para no hablar siquiera de la sustancia de su
pensamiento. Por consiguiente, no llega a ese entendimiento que es esencial
para hacer un análisis adecuado.
Estadista y serio estudioso de la filosofía, Cicerón trató de poner en sus
escritos todo su considerable talento y experiencia de retórico al servicio de
la filosofía, al servicio de lo que llamó "el don más rico, más pletórico y más
exaltado de los dioses inmortales a la humanidad".1 Su tarea, como él la en
tendió, era introducir en Roma la filosofía. Por filosofía quería decir no las
enseñanzas dogmáticas de esta o aquella escuela en particular, sino un
modo de vida. La tarea no era fácil. La filosofía siempre es vista con "des

1 Reproducido con autorización de los editores de "The Loeb Classical Library", Marco Tulio
Cicerón,, Laws, trad. C. W. Keyes (Cambridge, Mass.: Harvard Universtity Press, 1928), 1.58;
Tusculans Disputations, trad. J. E. King ("Loeb Classical Library" [Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 1927]) 1.1.8.

158
MARCO TULIO CICERÓN 159

confianza y desagrado" por la mayoría de los hombres, y en particular por


aqüellos cuyos gustos van más en favor de lo práctico que de lo especulati
vo.2 Es particularmente sospechosa si se supone que sus orígenes son extran
jeros. La dificultad normal de introducir aquello que en todos los tiempos va
en contra del gusto y el pensamiento del pueblo se complicó así más, para
Cicerón, por el hecho de que esta enseñanza era de origen griego. Hemos de
tomar en cuenta que Cicerón necesitaba tocar con cuidado las sensibilidades
romanas y ofrecer una justificación convincente de la existencia de la filosofía
en Roma, si queremos apreciar el grado de circunspección con que se sintió
obligado a abordar su tarea.
A lo largo de todas sus obras, Cicerón profesa ser un escéptico académico,
miembro de aquella escuela de filosofía cuyos orígenes se encontraban en la
Academia platónica, pero que en su propia época subrayaba, como su tesis
fundamental, la imposibilidad de llegar al conocimiento absoluto. El hom
bre cual hombre, afirmaban los escépticos, está limitado a unas opiniones
de aquello que es más o menos probable. Aunque el hombre pueda tratar de
alcanzar un grado más alto de probabilidad examinando, como lo hizo Só
crates, los méritos relativos de todas las opiniones, nunca, en ningún punto
de su investigación, podrá llegar a la certidumbre absoluta. Si desea actuar,
habrá de hacerlo en el entendimiento de que los principios que guíen su
acción seguirán siendo problemáticos.3
Aunque el escepticismo y la suspensión del juicio final que entraña pue
dan ser filosóficamente sostenibles, si tales opiniones son tomadas en serio
y desarrolladas hasta su extremo lógico por la masa de los hombres, el
resultado bien puede ser políticamente desastroso. Por ejemplo: el pen
samiento de que la norma en general aceptada de lo que es justo y lo que es
injusto carece y deberá carecer siempre de una base del todo racional o de
fendible puede resultar comprensiblemente perturbador para el teórico. Sin
embargo, si se le imprime con claridad en el espíritu del pueblo, puede has
ta tal punto quebrantar la confianza en la validez de semejante norma que
parezca absurda su fiel adherencia a ella o a cualquier norma basada en un
cimiento tan tenue y fundamentalmente arbitrario. Tal interpretación puede
conducir a un generalizado cuestionamiento de la verdad aun de aquellos
principios que tal vez sean esenciales para la existencia del orden político;
por ejemplo, que el bien común debe ser preferido por los ciudadanos a su
bien privado.
Cicerón tenía clara conciencia del efecto potencialmente perturbador que
el escepticismo y tal vez la filosofía como tal habían de tener sobre la ciu
dad, es decir, sobre la comunidad política. La escueta y concisa verdad, la
verdad filosófica, puede ir contra los fundamentos mismos de un orden
político dado. En contraste con algunos de los miembros menos sagaces de

2 Tu sculanD ispatations, 1.1-5; II. 4 ; IV . 5-6.


Las doctrinas de esta escuela se consideran en detalle en E . Zeller, The Stoics, Epicureans and
Sceptics (Londres, Longmans, Green, 1870); y Edwyn Bevan, Stoics and Sceptics (Cambridge: W.
Heffer and Sons, 1959).
160 MARCO TULIO CICERÓN

su escuela, Cicerón no pudo considerar serenamente esta posibilidad. Esta


ba consciente de que la filosofía depende, a la postre, de la ciudad, y por
ello, de la necesidad de que la filosofía, si había de sobrevivir, se interesase
en el desarrollo de un orden político firme. Sólo dentro de tal orden podía
existir la filosofía. Y el filósofo, si esto es cierto, debe ser guiado por algún
entendimiento de las necesidades de la ciudad y de las consecuencias prác
ticas de sus enseñanzas. No debe arriesgarse al caos que podría seguir de un
examen público sistemático e implacable de los principios subyacentes y
guías de un orden en particular, así fuese un orden que le pareciese radical
mente deficiente, sin haber pensado un poco en las opciones. Un gobierno
deficiente, un gobierno que esté lejos de ser ideal, puede ser mejor que una
total falta de gobierno. Entonces, el filósofo debe partir de un entendimien
to de lo que es posible así como de lo que es deseable y, a su vez, dirigir sus
esfuerzos a mejorar la salud de un orden político determinado, y no a
destruirlo.
La decisión de Cicerón de utilizar el diálogo como instrumento de sus en
señanzas se debe en parte a esta reflexión sobre la relación de la filosofía con
la ciudad y en parte, a su preferencia, como escéptico y admirador de Platón
("el hombre más sabio y más docto que Grecia ha producido",4 por el
método socrático. La decisión fue dictada, nos dice en Tusculanae disputa-
tiones, por un deseo de "ocultar sus propias opiniones, librar a otros del
error y en toda disputa buscar la, solución más probable".5 El diálogo se
presta a la presentación y análisis de opiniones en conflicto. Permite al escri
tor enfocar la atención en los méritos relativos de las posiciones que se están
examinando mientras que al mismo tiempo sugiere, en lugar de revelar, el
contenido y la dirección de su propio pensamiento. La forma de diálogo
permite al escritor guiar la discusión, pero echa sobre el lector la carga de
seguir el argumento hasta su conclusión.
Cicerón también vio, como Platón antes que él, las posibilidades del diá
logo como obra de arte, como obra formada de tal manera que cada elemen
to, es decir, el lugar, el tiempo y las acciones y discursos de los personajes,
tienen un papel que desempeñar, haciendo avanzar la investigación.6 Sólo
los lectores cuidadosos notarán la significación de estos toques adicionales
y serán llevados, a su vez, a ver que las saludables enseñanzas que se en
cuentran en la superficie y que son fácilmente captadas hasta por el lector
más distraído no agotan el contenido de la enseñanza, y que son, en el mejor
caso, verdades parciales. Por medio del diálogo, Cicerón trata de subrayar
lo que es políticamente saludable y al mismo tiempo oculta a los ojos de to
dos los estudiosos, salvo los más serios, aquellas verdades más generales
que pueden hacer difícil o imposible la vida política para la masa de los
hombres. De este modo, trata de cumplir con su responsabilidad tanto para
con la filosofía como para con el orden político.
4 De legibus, II. 39.
5 Tusculan disputations, V .ll.
6 Paul Friedlander, Plato; An Introduction (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1958), pp.
154-170.
MARCO TULIO CICERÓN 161

La sustancia de la enseñanza específicamente política de Cicerón está


contenida en dos diálogos, De re publica y De legibus. Cada diálogo pretende
registrar una conversación anterior entre romanos acerca de cuestiones po
líticas. En De re publica, la conversación supuestamente relatada por Cicerón
tuvo lugar durante unas vacaciones, en Roma, en el año 129 a.c., unos 70
años antes de ser escrito el diálogo. La conversación dura tres días, entre
hombres que pertenecían al círculo de los Escipiones, grupo cuyos miem
bros combinaban sus logros como estadistas romanos con un interés en la
filosofía. De re publica consiste en seis libros, dos de ellos dedicados a la con
versación de cada día. Cicerón aparece, y habla en su propio nombre, sólo
como el escritor del prólogo añadido a los libros I, III y V. De legibus sirve
para registrar una conversación mucho más reciente, y de un solo día de
duración, entre Cicerón, su hermano Quinto y Ático, un epicúreo amigo
suyo. En general, se cree que De legibus también contenía o iba a contener
seis libros, pero sólo nos ha llegado la mayor parte de los tres primeros li
bros; el resto del manuscrito se ha perdido.
El tiempo tampoco ha sido benévolo con el manuscrito de De re publica.
Con excepción de una parte dedicada al sueño de Escipión y de cierto nú
mero de citas dispersas por las obras de escritores familiarizados con el ori
ginal, por ejemplo San Agustín, el texto de De re publica estuvo perdido du
rante más de siete siglos. Sólo quedaban fragmentos, tal vez una tercera
parte de la obra completa, cuando un ejemplar del manuscrito fue descu
bierto en la Biblioteca Vaticana en 1820. En vista del carácter fragmentario
de los textos de De re publica y de De legibus, particularmente de la primera,
toda interpretación del pensamiento político de Cicerón deberá conside
rarse provisional en aspectos importantes.
La cuestión fundamental que Cicerón enfoca en estas dos obras es la que
guiaba la filosofía política clásica en general: ¿cuál es el mejor orden políti
co? De re publica, el más filosófico de los dos diálogos, pretende responder a
esta pregunta; De legibus esboza el marco jurídico e institucional de seme
jante régimen. Desde luego, la respuesta a la pregunta central presupone
cierta reflexión sobre un buen número de preguntas interrelacionadas, aun
que las propias reflexiones puedan no estar incluidas en las obras más po
pulares y, por consiguiente, menos completas.
Una de esas preguntas interrelacionadas, la de la vida justa para el hom
bre, aparece en la introducción al primer libro de De re publica. La pregunta
es: ¿qué es superior, la vida activa, es decir, la vida práctica o política, la vida
del estadista, o bien la vida contemplativa, es decir, la vida filosófica? El in
terés de Cicerón en esta pregunta no sólo es teórico, pues es estimulado por
la tendencia creciente, y fomentada entre los romanos por algunos filósofos
—especialmente los epicúreos— a denigrar la esfera política y a retirarse de
toda participación en cuestiones políticas. "Debemos liberarnos", había ar
güido Epicuro, "de la prisión de los negocios y de la política". La preocupa
ción de Cicerón por el destino de la Re publica hace que sus primeras obser
vaciones en De re publica vayan dirigidas al fin práctico de defender la vida
política. Con este objeto examina los argumentos comunes en favor del
162 MARCO TULIO CICERÓN

retiro y, aunque les concede cierto grado de verdad, sugiere que se les pue
de atribuir poco peso si se les ve a la luz de la responsabilidad del indivi
duo, tanto para con su ciudad como para con su propia naturaleza, y a la
luz de las glorias que se pueden conquistar dentro de la esfera pública. Ade
más, arguye, es absurdo suponer que la virtud pueda existir en un vacío:

[ . . . ] la existencia de la virtud depende por entero de su uso; y su uso más noble es


el gobierno del Estado y la realización en hechos, no en palabras, de aquellas cosas
mismas que los filósofos, en sus rincones, continuamente están haciendo sonar en
nuestros oídos.7

El hombre que ha descubierto los principios de la virtud, y a la vez ha


obligado a otros a vivir de acuerdo con ellos, es decir, el estadista debe ser
considerado muy superior aun en sabiduría a aquellos que tal vez especu
lan acerca de tales cuestiones pero se abstienen de toda participación direc
ta en los asuntos políticos. En este punto, la posición de Cicerón parece
inequívoca: la vida práctica debe ser preferida a la vida contemplativa. Sin
embargo, pese al fervor con que Cicerón plantea esta opinión, hay ciertas
indicaciones de que no considera zanjada la cuestión. Su elogio en el prólo
go no ha sido incondicional: la vida del estadista, aunque "merecedora de
elogios" y "conducente a la fama", no es completamente feliz ni ha sido ele
gida simplemente por sí misma. Pronto se aclara que en esta selección inter
vinieron la necesidad y un sentido del deber.
El carácter provisional de la primera opinión queda subrayado por el
hecho de que la cuestión vuelve a plantearse en cuanto empieza el diálogo
propiamente dicho. Cuando en la primera escena se le pide dar su opinión
sobre el informe de que en los cielos se ha observado un segundo Sol, Esci-
pión, personaje principal del diálogo, expresa una preferencia por lo que
llama la posición socrática ante tales cosas, posición que evita las preguntas
especulativas sobre la suposición de que "o son demasiado difíciles para
que el entendimiento humano pueda sondearlas[...] o no tienen importan
cia ninguna para la vida humana".8 Sin embargo, poco tiempo después
Escipión ha tenido que abandonar esta actitud. Reconoce no sólo su propio
interés en los estudios especulativos y en la pertinencia inmediata, y tal vez
necesaria, de tales conocimientos para el hombre de acción, sino que admite
la absoluta inadecuación de su anterior hincapié en las consideraciones
prácticas o terrenales:

¿Puede encontrarse hombre más rico que aquel a quien nada falta de lo que la na
turaleza exige; m ás poderoso que el que consigue lo que desea; m ás feliz que
aquel cuyo ánimo se encuentra libre de toda perturbación; más sólidamente rico
que el que, com o suele decirse, puede salvar en el naufragio todos sus tesoros?
¿Qué mando, qué magistratura, qué reino es superior al de aquel que consideran

7 Reproducido con autorizarán de los editores de "The Loeb Classical Library", Cicerón, Re-
public, trad. C. W. Keyes (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1928), I. 2.
6 Ibid., 1.15.
MARCO TULIO CICERÓN 163

do desde lo alto todas las cosas hum anas y viéndolas inferiores a la sabiduría,
solamente se detiene en los objetos eternos y divinos?9

Tanto aquí como en el relato de su sueño, con que termina De re publica,


Escipión parece dejar muy pocas dudas sobre su preferencia por la vida filo
sófica, por encima de la activa, como la vida de la excelencia humana. La vida
política, implica ese sueño, es un deber que ha de cumplir el hombre mien
tras vive en la tierra. El poder y la gloria, recompensas terrenales que se
otorgan al estadista, recompensas de las que Cicerón habló en términos tan
elogiosos en el prólogo al primer libro, parecen cosas efímeras y, en último
análisis, carentes de significado. La auténtica compensación por los sacrifi
cios del estadista es la recompensa celestial, es decir, la vida eterna de bien
aventuranza y contemplación que se le otorga después de la muerte.
Pero hay otra posición más que debemos considerar. La vida más desea
ble, sugiere Escipión en otro punto de De re publica, (III) no es la vida sim
plemente contemplativa ni la simplemente activa, sino aquella que repre
senta una "unión de experiencia en la administración de los grandes
asuntos con el estudio y el dominio de aquellas otras artes", es decir, la vida
de un estadista cuyos horizontes son ensanchados por la filosofía.10 Aunque
Cicerón no carece de ambigüedades en todo esto, hay razón para dudar de
que esta posición intermedia constituye su opinión última. Antes ha sugeri
do la potencial incompatibilidad de los dos modos de vida. La historia de
Grecia y la de Roma ofrecen pocos ejemplos de quienes lograron cierto éxito
en las dos búsquedas combinadas. ¿Por qué, entonces, introduce esta tercera
posibilidad?
La tarea inicial de Cicerón consiste en restaurar la supremacía de la esfera
política. Sin embargo, esta restauración va guiada por una conciencia de las
limitaciones de la vida política o vida activa. Trata de transmitir cierto senti
do de estas limitaciones a aquellos de sus lectores que son filósofos potencia
les y, así, mostrarles la supremacía última de la vida filosófica. Al mismo
tiempo, trata de advertirles que el filósofo, pese a estas limitaciones, debe
preocuparse directa o indirectamente por el destino de la república. Lo que
en teoría es lo superior, nos sugiere, puede tener que ceder a veces ante lo
que es necesario, ante lo que constituye preocupación inmediata y apre
miante para la mayoría de los hombres.

Porque la patria no nos ha engendrado y educado para no recibir de nosotros fru


tos algún día, sin otro objeto que el de atender a nuestros especiales intereses y
proteger nuestra tranquilidad y quietud.11

El filósofo debe estar dispuesto, en ciertos tiempos, a abandonar su interés


por los temas "eternos y divinos" y a poner sus talentos particulares al servi
cio de la república. La tercera posibilidad se introduce no sólo para subrayar

9 Ibid., 1.28.
10 Ibid., III. 4-6.
11 Ibid., I. 8.
164 MARCO TULIO CICERÓN

esta doble responsabilidad sino para ofrecer un modelo a los muchos cuyos
talentos o inclinaciones no van en dirección de la vida filosófica pero que, sin
embargo, desempeñarán importantes funciones sociales. Tales hombres
harán bien en buscar aquella vida que se aproxime a la mejor aunque nece
sariamente no la alcancen, la vida de acción iluminada por la filosofía.
Sólo después de arrojar cierta luz sobre la cuestión de la vida recta para el
hombre se permite a Lelio (participante que cree que el conocimiento teórico
es imposible o al menos inaplicable a la situación humana) introducir la
cuestión del régimen mejor. La discusión ulterior corre a lo largo de dos
lineamientos: 2) un intento por zanjar la cuestión en el discurso, es decir,
investigar la naturaleza de las cosas políticas y, por ello, la naturaleza del
régimen mejor en un nivel teórico, y 2) un intento por ilustrar en acción, uti
lizando como ejemplo empírico la república romana tal como existió algu
nos años antes de su propia época, lo que el discurso, es decir, la razón, ha
estado tratando de aclarar.
El hincapié que se hace en este doble enfoque ha inspirado a veces la acu
sación de que la obra de Cicerón es poco más que una simple racionaliza
ción de un anterior régimen romano. Semejante interpretación pasa por
alto, desde el comienzo mismo, su afirmación explícita de que la investiga
ción va dirigida al descubrimiento de principios políticos universalmente
válidos, principios destinados a "promover el firme fundamento de Esta
dos, el fortalecimiento de las ciudades y la cura de los males de los pue
blos".12 "Estamos haciendo leyes no para el pueblo romano en particular",
afirma en De legibus, "sino para todas las naciones virtuosas y duraderas".13 La
presencia o ausencia de un ejemplo empírico no afecta la posibilidad de se
mejante investigación.
Si he citado nuestra república como ejemplo, no ha sido para definir la mejor forma
de gobierno, porque no son necesarios los ejemplos para establecer los principios;
mas he querido m ostrar con ilustraciones de la historia verdadera de un gran Esta
do, aquello que la razón y el discurso estaban tratando de describir.14

Quienes acusan a Cicerón de tratar únicamente de restaurar la constitu


ción republicana de una época anterior también pasan por alto la sugestión,
implícita en De re publica y en De legibus, de que aun cuando estaba en toda
su grandeza la república romana, el modelo no llegó al ideal descubierto en
el discurso. El código de leyes esbozado por Cicerón en De legibus, el código
del mejor Estado descubierto en discurso, no es idéntico al de la república
romana en ningún momento de su historia. Los participantes en De legibus,
subraya Quinto, no están "simplemente ensayando las leyes reales de Ro
ma, sino restaurando viejas leyes que se han perdido, o bien originando
otras nuevas".15 Las desviaciones específicas de lo que realmente ocurrió

12 De legibus, 11.37.
13 De legibus, II. 35.
14 De re publica, II. 66.
15 De legibus, III. 37.
MARCO TULIO CICERÓN 165

son las dictadas por la razón, norma última de la ley y la justicia. La mezcla
de lo antiguo y de lo nuevo que de allí resulta representa el intento de Cice
rón por colmar la brecha entre la tendencia popular o prefilosófica a iden
tificar lo nuevo con lo antiguo, es decir, lo atávico o tradicional, y la identifi
cación filosófica de lo bueno con lo natural, es decir, lo que es dictado por la
razón. Al hacer que la razón pese sobre el código existente, en lugar de vol
ver a empezar, Cicerón trata de conservar un esencial sentido de continui
dad con el pasado y, así, el sentido de respeto a lo tradicional que existe nor
malmente en la comunidad política.
Existen, desde luego, ciertas razones prácticas para el uso de un modelo
empírico. La investigación de Cicerón, que es griega por su método y por
sus conclusiones, debe recibir un carácter romano si se quiere que la acep
ten los romanos. Por ello, su tarea será más sencilla y su demostración más
convincente si, en lugar de la "fantasmal república de la imaginación" de la
que se dice que trataba Platón,16 puede ilustrar su interpretación de la natu
raleza de las cosas políticas con un ejemplo concreto, y no sólo con cual
quier ejemplo, sino el ejemplo romano.
La investigación propiamente dicha empieza cuando Escipión habla de
las características esenciales de una república:

Una república es cosa de un pueblo; pero un pueblo no es una colección de seres


hum anos unidos de cualquier m anera, sino una reunión de personas en grandes
números asociadas en un acuerdo con respecto a la justicia y una asociación para
el bien común.17

Esta asociación deja de ser una república cuando deja de ser guiada por
los fines —la justicia y el bien común— para los cuales existe. Escipión afir
ma que la república es natural en la medida en que es esencial para el logro
de una vida feliz y virtuosa. No surge, como lo han sugerido algunos filóso
fos, por causa de alguna flaqueza de la naturaleza humana, sino por causa
de "un cierto espíritu social que la naturaleza ha implantado en el hombre".18
El hombre no es una "criatura solitaria o antisocial"; su naturaleza misma lo
impele a buscar la compañía de sus semejantes. El gobierno de la república
no es menos natural, pues sin algún acuerdo semejante "la existencia es im
posible para una familia, una ciudad, una nación, toda la especie humana,
la naturaleza y el universo mismos".19 Cuando esté debidamente constitui
do, este gobierno reflejará el principio jerárquico que es coextensivo con
toda la naturaleza, estando subordinado en cada caso lo inferior a lo superior.
El carácter de la república queda determinado, a la postre, por "las dispo
siciones con respecto a los magistrados", es decir, por la forma de gobierno.20
Las tres formas sencillas de gobierno son monarquía, aristocracia y de
mocracia. La primera de ellas, el gobierno de uno solo, se caracteriza por el

16 De re publica, II. 52.


17 Ibid., 1.39.
18 Ibid.
20 Ibid., líl. 5.
166 MARCO TULIO CICERÓN

afecto: "El nombre de rey nos parece como el de padre".21 La segunda, el go


bierno de los mejores, por consejo o por sabiduría; la tercera, el gobierno de
todos, por la libertad. Aunque se considera que la monarquía es la mejor y
la democracia es la peor de las formas sencillas, cada una de las tres puede
ofrecer un gobierno decente y hasta estable mientras la injusticia y la codicia
no destruyan el nexo original de la asociación. Por desgracia, cada una de las
formas sencillas contiene en sí misma no sólo ciertos defectos sino hasta
las semillas de su propia destrucción:

Pero en la monarquía, todos, exceptuando el m onarca, carecen casi por com ple
to de derechos y participación en los negocios públicos; en el gobierno aristocráti
co apenas tiene libertad el pueblo, puesto que no interviene en los consejos ni
ejerce poder alguno; y en el Estado popular, aunque se le suponga todo lo justo y
m oderado posible, la igualdad absoluta es una inequitativa puesto que no recono
ce distinción de mérito.22

Ante cada uno se encuentra su depravada contrapartida —la tiranía, la oli


garquía, el gobierno de la chusma— y la historia sirve como registro de la
tendencia inevitable de cada uno a degenerar en su opuesto, y de este últi
mo, a su vez, a ser remplazado en algún futuro por otra forma más.

Así, el poder de gobierno del Estado, como una pelota, es arrancado a los reyes por
los tiranos, a los tiranos por los aristócratas o p or el pueblo, y a éste, una vez más,
por una facción oligárquica o un tirano, de m odo que ninguna forma de gobierno
se mantiene durante mucho tiempo.23

Aunque es discutible que el estadista ilustrado pueda interrumpir perma


nentemente este "movimiento natural y curso circular" hay un modo en el
que sí podrá, al menos, retrasar este movimiento. Se trata de la creación de
un régimen moderado y equilibrado, régimen que incorpore una juiciosa
mezcla de las instituciones y los principios de cada uno de los regímenes
sencillos y muestre a su vez un "equilibrio de derechos, deberes y fun
ciones".24 El pensamiento de Cicerón, en este punto, ya había sido anticipa
do por ciertos escritores anteriores, entre ellos Platón y Aristóteles, pero su
guía inmediata en la cuestión del régimen mixto fue el historiador griego
Polibio (205-123 a.c.).
Polibio, buscando una explicación a la expansión extremadamente rápida,
casi sin precedentes del poderío romano, sugirió que la clave se encontraba
en el carácter mixto de la constitución romana, mezcla tan bien lograda que
"era imposible, aun para un natural del país, declarar con certidumbre si
todo el sistema era aristocrático, democrático o monárquico".25

21 De re publica,. I. 54.
22 Ibid., 1.43.
22 Ibid., 1.68.
24 Ibid., I. 69; II. 57,69.
25 The Histories, trad. W. R. Patón ("Loeb Classical Library" [Cambridge, Mass.: Harvard Uni-
verstiy Press, 1927]), VI. 11.11.
MARCO TULIO CICERÓN 167

Pues si fijábamos nuestra m irada en el p oder de los cónsules, la constitución


parecía completamente monárquica y real. En cambio, si nos fijábamos en el Sena
do, parecía aristocrática, y cuando se consideraba el poder de las m asas, parecía
ser claramente una democracia.26

La constitución mixta hizo posible superar los defectos inherentes a cada


una de las formas simples. Impidió una indebida concentración de poder y
ofreció un sistema de frenos y equilibrios. Dentro de ese marco, sugirió Ci
cerón, "los magistrados tienen poder suficiente, los consejos de los ciudada
nos notables tienen influencia suficiente, y el pueblo tiene libertad sufi
ciente".27
Sin embargo, si lo examinamos cuidadosamente, el régimen mixto resulta
ser, en los aspectos más importantes, una aristocracia. Las disposiciones es
tán tomadas para asegurar que la aristocracia —y por tanto, el elemento de
sabiduría o de consejo— desempeñe el papel decisivo.28 Aunque el pueblo
esté investido con cierta medida de poder, se espera que la auténtica autori
dad permanezca dentro del Senado, pues debe otorgarse la libertad "de tal
manera que el pueblo [sea] inducido por muchas disposiciones excelentes a
ceder ante la autoridad de los nobles".29 El éxito de esta "constitución equi
librada y armoniosa" se basa, en gran medida, en la existencia continuada
de una aristocracia que posee las cualidades particulares descritas por
Cicerón en De legibus. Sugiere allí que la aristocracia debe estar "a salvo del
deshonor" y ser "un modelo para el resto de los ciudadanos".30 El ejemplo
que presenta este orden es decisivo para la salud general de la república:

Pues no es tan nocivo que hombres en altos puestos hagan e l mal — aunque esto
es, de por sí, bastante lamentable— sin que estos hombres tengan tantos imitado
res. Puedes ver, si quieres recordar el pasado, que como fueron los m agnates fue
la ciudad misma; y que a toda alteración ocurrida en las costumbres de los ciuda
danos eminentes, ha seguido alteración igual en las del pueblo.31

Si se permite que degenere la calidad de la aristocracia, será sumamente


improbable que el régimen logre sobrevivir durante un periodo considera
ble; sin duda resultará incapaz, dado semejante deterioro, de alcanzar los fi
nes para los cuales existe: el cultivo de la virtud en los ciudadanos.
Esta exposición de los principios teóricos subyacentes en el régimen mix
to va seguida por la descripción que hace Escipión del desarrollo y la com
posición interna de la temprana república romana: la ilustración práctica
que ya había prometido. Esta escena es preparada para semejante trata
miento histórico por la referencia de Escipión, al comienzo del análisis, a
una declaración hecha un día por Catón. Este último, notable estadista ro

26 Ibid., VI. 11.12.


27 De re publica, II. 57-58.
28 De legibus, II. 30; III. 24-25,28,38.
29 Ibid., III. 25.
30 Ibid., III. 25.
31 Ibid., III. 31.
168 MARCO TULIO CICERÓN

mano de época anterior, había atribuido la superioridad de la república al


hecho de que "se basaba en el genio, no de un hombre, sino de muchos; [...]
fundada no en una generación, sino en un largo periodo de varios siglos y
muchas edades de hombres". Se basaba en la sabiduría y la experiencia
colectivas de muchas generaciones de hombres. Sus instituciones y prácti
cas habían demostrado su mérito, pasando la más severa prueba práctica: la
prueba del tiempo.
La tesis de Catón nos recuerda inmediatamente la que fue planteada, mu
cho después, por el estadista inglés Edmund Burke. La superioridad de la
Constitución inglesa, diría Burke, estaba en el hecho de que no era producto
de fabricación o de planeación consciente. No se había "formado sobre un
plano regular o con una unidad de designio" sino que se había desarrollado
"en un larguísimo periodo, y por una gran variedad de accidentes"; las
partes "gradual y casi insensiblemente se habían acomodado a cada or
d e n " . 33 Su perfección representa la culminación de un proceso natural, un
proceso de lento, continuo y casi inconsciente crecimiento.34
La interpretación de Burke representa una desviación radical de la posi
ción de los pensadores clásicos. Estos últimos habían dado por sentado que
el mejor régimen sería producto de la razón y de la planeación consciente.
Hay pruebas de que en este punto el propio Cicerón está más cerca de los
clásicos que de Burke. La diferencia básica entre Cicerón y los anteriores
pensadores griegos no parece surgir de un desacuerdo con respecto al prin
cipio —la superioridad del planteamiento sobre el azar— sino de considerar la
cuestión de si el mejor plan será más probable que resulte de los esfuerzos de
un solo hombre sabio o de toda una serie de sabios. Cicerón no se limitó
simplemente a rechazar la posibilidad de que el mejor Estado fuese pro
ducto de la sabiduría de un solo fundador. Conviene con Polibio en las rea
lizaciones de Licurgo, el legislador espartano, y concluye su relato de las
contribuciones de Rómulo al desarrollo del orden romano maduro con los
siguientes términos:
¿Veis, pues, cóm o el genio de un hom bre solo creó un pueblo nuevo, y no para
abandonarlo com o a un niño en la cuna, sino que impulsa su desarrollo, llevándo
lo hasta los linderos de la virilidad?

Pero esos hombres fundamentalmente sabios escasean. Más sensato es


hacer planes sobre la base de lo que es más probable que ocurra. Y más pro
bable es que haya toda una serie de hombres medianamente sabios, y de
cada uno de los cuales podrá esperarse que aplique algunas de las lecciones
de la experiencia a la tarea de ir mejorando poco a poco el régimen.
La propia versión histórica merece minucioso examen, pues no parece ca
rente de ironía. La historia, nos asegura Cicerón en De legibus, se distingue

32 De re publica, II. 2.
33 The Works of Edmund Burke (Londres: "Bohn's Standard Library"), II, 554; V, 253-254.
34 Ibid., 11.307-308.
35 De re publica, II. 21.
MARCO TULIO CICERÓN
u*r* v* '■s,
de la poesía porque se remite a la verdad y no a la fantasía. A lo rargcrae De
re publica hay toda una serie de sugestiones de que la versión queXÉ^ps*##!^
genes romanos hace Escipión no logra satisfacer esta norma. En cfesfe§no4;
mentó, se nos ofrece el cuento de la deificación de Rómulo, y se nos asegüflT
que este cuento debe ser verdad, pues fue aceptado como tal por los hom
bres de la época de Romulo, época que, se nos dice, era de cultura y sabi
duría, época en que los hombres eran "rápidos para burlarse y rechazar con
befa aquello que no habría podido suceder".36 En apoyo de esta última afir
mación, Cicerón presenta algunos ejemplos de las alturas intelectuales a las
que se habían elevado los hombres de esta época de cultura y sapiencia.
Pero los ejemplos sólo son del estado de la cultura en Grecia; no se nos dan
ejemplos que permitiesen al lector formarse un juicio sobre la presencia o
ausencia de un cultivo similar en Roma. Se nos deja sacar nuestras propias
conclusiones. Poco después, como para guiar éstas, Escipión se refiere a esos
antepasados, supuestamente cultos y doctos, como simples rústicos que
lejos de mostrarse escépticos ante esas fábulas, estuvieron dispuestos a
aceptar la que se refiere a Rómulo sobre la simple autoridad de un
"campesino indocto". Más aún, cuando vuelve a plantearse la cuestión en
un contexto diferente en De legibus, Cicerón no vacila en decir que se trata
de una simple fábula.
La presentación que hace Escipión no pretende ser simple historia sino
que, antes bien, tiende a presentarnos un cuadro idealizado del pasado ro
mano, mezcla juiciosa de hecho y de fantasía. Intenta demostrar a los ciuda
danos la sabiduría y la justicia de los orígenes romanos, para enseñarles los
firmes fundamentos en que se basa este ejemplo romano del régimen mejor.
La presentación es, en esencia, un ejemplo deliberado de la "mentira noble"
platónica. Aunque por necesidad se queda sin alcanzar la verdad filosófica,
ese saludable relato de los fundamentos de la república puede ser esencial
para la cohesión y la existencia misma de la sociedad política. La tarea del
estadista, quiere decirnos Cicerón, no se basa en la destrucción total de estos
mitos tradicionales, aunque no filosóficos, sino en poner la verdad parcial
que puedan contener al servicio de aquellas políticas que la razón le dice que
conducen al bien de la república.
La presentación histórica que hace Escipión también sirve para sugerir el
sentido provisional en que el régimen mixto es en realidad el régimen mejor.
Su relato indica que la decadencia romana comenzó, en realidad, con la trans
formación de la monarquía en tiranía. El régimen mixto no comienza hasta
algún tiempo después de haber empezado esta decadencia. Según Cicerón,
como según el pensamiento clásico en general, el régimen mejor, indiscuti
blemente, es aquel en que la sabiduría tiene absoluto derecho de gobernar: el
régimen absoluto de los sabios (la auténtica aristocracia) y, en última instan
cia, el régimen absoluto del hombre eminente en sabiduría y virtud (la auténti
ca monarquía) es la forma de gobierno más deseable. El gobierno de y por la
sabiduría fue posible en tiempos de los primeros reyes romanos, pero esto

36 Ibid., n. 19.
170 MARCO TULIO CICERÓN

sólo duraría mientras la monarquía conservara su carácter distintivo. A su


vez, este carácter dependió de la existencia de una sucesión de reyes buenos
y sabios, y así, más del azar que de la previsión. En vista de esto, la monar
quía resulta, en la práctica, el menos estable de los regímenes sencillos, "el
primero y más seguro" en decaer;37 y de hecho se necesitaron, subraya Cice
rón, los excesos de un solo rey, Tarquino, para hacer que el título mismo de
rey fuese odioso al pueblo romano.3®
El relato de Escipión indica que la "constitución excelente" establecida
por Rómulo y mantenida por los romanos durante más de 200 años empezó
a marchitarse con esta transformación de monarquía en tiranía. La ulterior
historia de Roma está escrita como una serie de intentos más o menos bien
logrados por contener las fuerzas desatadas por esta transformación. El régi
men mixto aparece como uno de tales intentos por satisfacer la sed popular
de libertad mientras recupera, al mismo tiempo, un lugar para la virtud y la
sabiduría característico de la monarquía. En De legibus, Cicerón nos ad
vierte que la tarea del estadista consiste en "determinar no sólo lo que [es]
mejor sino también lo que [es] necesario".39 Una prueba para su habilidad
política es la medida en que comprende los dictados de la necesidad y logra
actuar dentro de la gama de posibilidades que la necesidad le permite.
Donde es imposible el gobierno absoluto del sabio, el régimen mixto permi
te a los estadistas tratar de obtener el apoyo popular al gobierno de la sabi
duría, logrando así esa aproximación a lo mejor que es concebible para casi
todas las sociedades. El régimen mixto incorpora los atributos de lo que he
mos llegado a llamar el "imperio de la ley". Trata de encarnar los preceptos
de un fundador sabio en las leyes fundamentales del Estado, y luego, de
asegurar que la ulterior administración o remate de estas leyes sea puesto
en manos de quienes menos probablemente se desviarán de ellas y más
probablemente las aplicarán de acuerdo con el espíritu que las imbuye. Los
elementos esenciales de este código básico y los atributos de la clase gober
nante son esbozados con cierto detalle en De legibus por Cicerón.
La fuerza particular de semejante régimen se encuentra en su relativa es
tabilidad; y sin embargo, en la medida en que trata de colmar la brecha que
hay entre la sabiduría y el asentimiento popular, se basa en un fundamento
precario. No siempre es fácil lograr semejante régimen y, una vez logrado,
es difícil conservarlo durante un cierto periodo. Y aun esta segunda posibi
lidad, esta aproximación a lo simplemente mejor, puede no ser posible para
todos los pueblos o en todas las épocas.
De este análisis del régimen mejor, pasamos a considerar la afirmación de
que la injusticia y no la justicia subyace por fuerza en la buena conducción
de los negocios de cualquier Estado. Aunque afirma que no cree en los argu
mentos, Filón de Larisa, otro escéptico académico, acepta plantear el ar
gumento en favor de la injusticia, tal como había sido planteado por Car-

37 Ibid., 1. 65.
38 Ibid., II. 52.
39 De legibus, III. 26.
MARCO TULIO CICERÓN 171

néades (214-129 a.c.), anterior escéptico académico. Su presentación se basa


en dos premisas principales: 1) la justicia es convencional, y no natural; y 2)
la justicia es locura.
Si la justicia fuese natural, sugiere Filón al comienzo de su argumento, en
tonces como el sentido que tiene el hombre de lo que es caliente y de lo que
es frío, sería la misma para todos los hombres, siempre y doquier. De hecho,
la concepción que tiene el hombre de lo que es justicia varía no sólo de una
nación a otra sino de una época a otra dentro de una sola ciudad. La justicia
no es natural, sino antes bien el producto de la sociedad humana y, más es
pecíficamente, el producto de esta o aquella sociedad humana. No se basa
en la naturaleza sino en la utilidad; no se le desea por sí misma, sino sólo
sobre la base de un cálculo. No tiene estabilidad; su contenido sólo depende
de las circunstancias. Surge en gran medida del temor del hombre a que, sin
tales disposiciones, él, en su debilidad, estaría siempre expuesto a las depre
daciones de otros, particularmente de los que son más fuertes que él.
El segundo hilo, el más fundamental del argumento presentado por Filón,
comienza con la aceptación provisional de la premisa antes denegada: hay,
de hecho, un entendimiento común entre los hombres con respecto a los
dictados básicos de la justicia. Sin embargo, observarlos fielmente es ir en
contra de la naturaleza humana, pues los dictados de la justicia rara vez son
idénticos a los de la sabiduría y del propio interés.
La sabiduría nos pide aum entar nuestros recursos, m ultiplicar nuestra riqueza,
extender nuestras fronteras; [...] gobernar a tantos súbditos como sea posible, go
zar del placer, enriquecernos, ser gobernantes y amos; la justicia, por su parte, nos
pide que no ataquemos a nadie, que consideremos los intereses de toda la especie
hum ana, que demos a cada quien lo que le corresponde y que no toquemos pro
piedad sagrada o pública, o aquello que pertenece a otros.40

Si esto es normal, la justicia no puede ser simplemente natural, pues no es


razonable esperar que el hombre o la comunidad política elija un curso de
acción que, aun siendo justo, es al mismo tiempo el colmo de la locura. Si
Roma, afirma Filón, hubiese cumplido las estrictas demandas de la justicia
en cada ejemplo no sería hoy un imperio, sino aún una mísera aldea. La sa
biduría nos aconseja que busquemos la apariencia y no la sustancia de la
justicia, pues entonces podremos beneficiarnos de las ventajas que pro
vienen de una reputación de justicia mientras evitemos los infortunios que
pueden acompañar a un apego demasiado estricto a sus demandas.
El argumento en favor de la justicia es confiado a Lelio, el miembro más
viejo y conservador del grupo. Por desgracia, sólo nos quedan fragmentos
del discurso de Lelio. El más importante de éstos es aquel en que esboza su
concepción, es decir la concepción estoica, del derecho natural.
La recta razón es verdadera ley conform e con la n aturaleza, inmutable, eterna,
que llam a al hom bre al bien con sus m andatos, y lo sep ara del m al con sus
amenazas: ora impere, ora prohíba, no se dirige en vano al varón honrado, pero

40 De re publica., III. 24.


172 MARCO TULIO CICERÓN

no consigue conm over al m alvado. No es posible debilitarla con otras leyes, ni


derogar ningún precepto suyo, ni menos aún abrogarla por completo; ni el Sena
do ni el pueblo pueden liberarnos de su im perio; no necesita intérprete que la
explique; no habrá una en Roma, otra en Atenas, una hoy y otra pasado un siglo,
sino que una m ism a ley, eterna e inm utable, rige a la vez todos los pueblos en
todos los tiempos; el universo entero está sometido a un solo señor, a un solo rey
supremo, al Dios omnipotente que ha concedido, meditado y sancionado esta ley.41

Aunque no sean aplicadas ni estrictamente aplicables por agente huma


no, las órdenes de esta ley no pueden ser desacatadas con impunidad.
Quien se desvía de ellas niega lo que es mejor en su propia naturaleza y su
fre, a su vez, el tormento mental que se basa en el desprecio de sí mismo y
de su conciencia. Una falla similar de parte de la república, sugiere Lelio,
llevará a la postre a su destrucción. A la afirmación de Filón de que los cami
nos de la justicia y de la sabiduría por fuerza se apartan, opone Lelio la afir
mación de que hacer lo justo siempre demostrará ser el curso de acción más
sabio y más fructífero.
Aunque la posición planteada por Lelio suele considerarse también la de
Cicerón, hay razones para creer que Cicerón considera fundamentalmen
te inadecuados tanto el estricto moralismo de Lelio como lo que nos vemos
tentados a llamar el maquiavelismo de Filón. Aunque en la práctica es mu
cho mejor que el Estado intente ser guiado por las estrictas demandas de la
justicia y no por la concepción de que tales normas son arbitrarias y a la pos
tre descabelladas, puede ser imposible aun para el mejor de los Estados
aproximarse siquiera a la norma de la justicia perfecta. Esta es una de las
lecciones que Escipión trató de enseñar mientras relataba el pasado romano
en el Libro II de De re publica. Ni siquiera este régimen pasado, el régimen
que Escipión presenta como el mejor, estuvo libre de injusticia; ni siquiera
los romanos, "los más juntos de los hombres" según Filón, resistieron la ten
tación del saqueo y el asesinato. La conclusión de Cicerón es, en lo funda
mental, la misma de Platón: es probable que el régimen perfectamente justo
esté fuera del alcance de las posibilidades humanas. Sus demandas son
demasiado severas. El estadista sabio, aunque trate de ser guiado por tales
normas en la práctica, empezará en el entendimiento de que, dada la natu
raleza del hombre y de la comunidad política, es poco probable que puedan
o vayan a ser plenamente realizadas en cualquier Estado.
Esta concepción de las limitaciones intrínsecas a la vida política corre por
gran parte del pensamiento de Cicerón. Es particularmente notable en aque
llas secciones de De legibus en que explora, esta vez en su propio nombre, la
cuestión de la justicia y la cuestión de la categoría y el carácter de la ley na
tural. En De legibus la investigación es estimulada por el deseo de preparar
un código apropiado para el régimen mixto, régimen del que había hablado
en De re publica. Sin embargo, la preparación del derecho positivo que for
mará ese código presupone una investigación más plena, esencialmente fi
losófica, de muchas otras cuestiones.

41 Ibid., III. 33.


MARCO TULIO CICERÓN 173

Porque lo que necesitamos explicar es la naturaleza misma de la justicia, y debe


m os ir a buscarla a la naturaleza del hombre. En seguida hemos de considerar qué
leyes deben regir las sociedades; después tratar de esas leyes compuestas, o dere
chos y decretos de los pueblos que forman los derechos civiles, y en esta parte no
quedarán olvidados nuestros propios pueblos.42

El Libro I de De legibus fue dedicado a esa investigación. Este estudio nos


da casi el mismo entendimiento del hombre y el universo que tenían los es
toicos, y en que se basaba la posición de Lelio en De re publica.43 El hombre,
única criatura natural que posee un alma racional y comparte con los dioses
la facultad divina de la razón, existe en un universo racional y ordenado.
Por virtud de su posesión única, la razón, puede discernir y adaptarse a este
generalizado orden racional. Mientras lo logre, mientras la razón sirva
como su elemento guía, estará cumpliendo con su naturaleza en el más alto
grado, y compartiendo con los dioses la ley y la justicia. Dado que la razón
es posesión común de todos los hombres, esta vida superior, la vida "de
acuerdo con la naturaleza", es accesible al menos en teoría a todos los hom
bres: "No hay ser humano de ninguna raza que, si encuentra una guía, no
pueda alcanzar la virtud". 44
De este modo la enseñanza de Cicerón en De legibus parece en armonía
con la posición estoica planteada por Lelio en De re publica. Y sin embargo,
no es seguro que así sea. Por ejemplo: los comentarios de Cicerón a la ley
natural van precedidos en De legibus por la afirmación de que no está seguro
de su verdad, aunque le parezcan "habitualmente" ciertos 45 En otro punto, rue
ga a los miembros de su propia escuela, los escépticos de la academia, que
no examinen con demasiada minuciosidad su argumento, pues si "atacaran
lo que creemos haber edificado tan bellamente, causarían grandes estragos
en él" 46 Cicerón tiene buenas razones para preocuparse, pues la enseñanza
fundamentalmente estoica que presenta como suya propia en De legibus se
basa, en parte, en una interpretación de la providencia divina y una teleo
logía antropocéntrica que él mismo había examinado y rechazado en otras
dos obras: De natura Deorum y De divinatione.
Cabe sugerir que esta aparente incongruencia tiene sus raíces en el hecho
de que la enseñanza de De legibus no va dirigida a filósofos sino básicamen
te a todos los hombres decentes y honorables. La tarea inmediata es una
tarea práctica: "promover la firme fundación de Estados, el fortalecimiento
de las ciudades y la cura de los males de los pueblos".47

Por esta razón deseo tener cuidado de no plantear primeros principios que no ha
yan sido sabiamente considerados y minuciosamente investigados. Desde luego,

42 De legibus., 1 .17.
43 Para detalles con respecto a las enseñanzas estoicas, véase E. Vemon Arnold, Román Sto-
icism (Cambridge: Cambridge University Press, 1911).
44 De legibus, 1.30.
45 Ibid., 1 .19.
45 Ibid.
174 MARCO TULIO CICERÓN

no puedo esperar que esto sea universalm ente aceptado, pues eso es imposible;
pero sí espero la aprobación de todos los que creen que todo lo que es recto y ho
norable debe ser deseado por sí mismo, y que nada pueda ser considerado como
bueno a menos que sea loable en sí mismo, o que al menos nada será considerado
como un gran bien a menos que pueda ser justamente elogiado por sí mismo.48

El argumento expuesto en apoyo de estos principios y en grado conside


rable los principios mismos son seleccionados pensando en el atractivo que
tendrían para tales hombres, no simple ni básicamente pensando en una
certidumbre teórica. Si se toma en cuenta el propósito de Cicerón, entonces
es posible comprender la incondicional aceptación de Atico en De legibus de
las enseñanzas concernientes a la teología y a la supremacía de la religión en
el Estado.49 Es del todo adecuado que Atico, como ciudadano romano, acepte
estas enseñanzas políticamente saludables, aunque como filósofo epicúreo
no habría podido aceptar que en lo teórico fuesen correctas. Ático y Cicerón
comparten un entendimiento de la importancia de tales enseñanzas, "firme
fundamento de los Estados". Los principios estoicos, aunque inadecuados en
el nivel teórico, convienen admirablemente al logro de este fin importante.
Una indicación más de la posición del propio Cicerón, y de las severas
condiciones con que adopta la de los estoicos, se refleja en el tratamiento
que da a la ley natural. Lelio, al plantear el argumento de la justicia, no tuvo
dificultad en reconciliar las prácticas del pasado romano con las estrictas
exigencias de la justicia encarnadas en el derecho natural; además, no dudó
de que los preceptos de la ley natural fuesen perfectamente accesibles a
todos. La versión histórica de Escipión casi no deja dudas de que Cicerón no
comparte esta optimista opinión del pasado romano; tampoco, como se ha
sugerido antes, acepta la premisa esencial para dicha opinión, es decir, las
estrictas exigencias de la justicia pueden ser perfectamente compatibles con
las de la sociedad civil. Por último, no estaba seguro de que todos estu
viesen igualmente preparados para adquirir un pleno entendimiento de la
ley natural e igualmente capacitados para dejarse guiar por ella. Aunque to
dos los hombres en principio pueden adquirir la sabiduría y la virtud que
son requisitos para la vida de la excelencia humana, la vida de acuerdo con
la naturaleza, y la vida guiada por una razón plenamente desarrollada, de
hecho muy pocos lo hacen. Pocos encuentran esa guía de la cual él había
hablado antes; la mayoría sucumbe con mucha facilidad a "malos hábitos y
falsas creencias", a los atractivos del placer y del vicio.50 Siendo así, entonces
es perfectamente posible que todas las demandas de la ley natural sean
incompatibles con las necesidades y las reclamaciones de la sociedad
humana tal como la conocemos. En De re publica, por ejemplo, Cicerón su
giere que la ley del sabio, es decir, la ley natural sin cortapisas, asignará los
derechos de propiedad simplemente sobre la base de la capacidad de dar
MARCO TULIO CICERÓN 175

buen empleo a la propiedad.51 Semejante principio sería imposible de


aplicar en la sociedad civil tal como la conocemos. La lección es clara: la ley
natural pura y no mitigada puede ser inaplicable a la situación humana nor
mal, pero la ley natural a la que normalmente deben remitirse las activi
dades de los hombres y de los estados tiene que ser una versión diluida de
esta auténtica ley, cuyas normas son inferiores por fuerza.
Una interpretación similar está presente en el análisis que hace Cicerón
de las reglas de la conducta o acción personal en De Officiis. Pronto aclara
que la norma que se está discutiendo es la que debe gobernar la conducta de
los no sabios, no la del hombre sabio.52 Aunque sea adecuada para guiar la
vida de la mayoría de los hombres, es inferior a esa norma suprema, la nor
ma de la naturaleza misma, que guía las acciones del hombre sabio. La defi
nición de ley natural que Cicerón propone en varios puntos de De legibus
también posee este doble carácter. Por ejemplo: en el segundo Libro habla de
la ley natural en la siguiente vena:
Veo que es com ún sentencia de los m ás sabios que la ley no es invención del in
genio hum ano, ni voluntad de los pueblos, sino algo eterno que debe regir el
m undo entero por la sabiduría de sus mandatos y prohibiciones. Esto es lo que les
ha hecho decir que la primera y última ley era el espíritu de Dios, cuya razón so
berana obliga y prohíbe: de aquí el carácter divino de esa ley dada por los dioses a
la especie hum ana, porque no es otra cosa que el espíritu y la razón del sabio, ca
paz de guiar y de separar.53

La ley eterna que rige el universo y que existe en el "espíritu primigenio y


último de Dios", la ley a la que Cicerón y Lelio se han referido en otro lugar
como "la más alta razón inherente a la naturaleza",54 no es simple ni necesa
riamente idéntica a la segunda e inferior forma de la ley, "la razón y el espíri
tu de un sabio legislador aplicados al orden y la prohibición". Esta última se
deriva de la primera y está basada en ella, pero refleja una interpretación de
las normas inferiores que son parte necesaria de la vida política. "La natura
leza esencial de la república a menudo vence a la razón." El sabio legislador
y estadista tratará, por ello, de moderar las exigencias de pura justicia y de
pura razón, como lo hace Cicerón al componer el código apropiado a su
"mejor" Estado en De legibus, de modo que sean compatibles con las exigen
cias de la sociedad civil. Desde luego, debe notarse que esta interpretación
no obliga a Cicerón a adoptar la posición planteada por Filón: que la justicia,
porque sus demandas específicas sustantivas no son siempre por doquier las
mismas, es arbitraria en lo fundamental, que no es natural sino conven
cional. La sustancia de la justicia humana, aunque preocupada por lo par
ticular y dependiente de toda una variedad de circunstancias contingentes,
no es para Cicerón simplemente arbitraria. Las normas quedan, aunque sea
51 De re publica, I. 27.
52 De oficiis, I. 7-8; III. 11-17.
53 De legibus, II. 8.
54 De re publica, III. 33; De legibus, 1 .18.
55 De re publica, III. 47.
176 MARCO TULIO CICERÓN

muy improbable su completa realización, dada la naturaleza del hombre y la


naturaleza de la sociedad política. Siguen sirviendo de guía para la acción
humana, y siempre debemos tratar de aproximarnos a ellas, en lo posible.
De legibus ilumina la cuestión de la categoría de la vida activa o política
que empezara con la investigación, en De re publica. El estudio de Cicerón en
esos dos libros va dirigido a un entendimiento de la naturaleza de las cosas
políticas. Ha intentado, como Platón antes que él, llevar adelante esta in
vestigación más general planteando la naturaleza del mejor orden político.
Un producto de la investigación es la interpretación de las limitaciones in
trínsecas a la vida política. De algún modo, hay que diluir la razón y la justi
cia para hacer frente a las necesidades de la vida práctica o política. Quienes
están en posición de hacer una elección entre los dos modos de vida, la acti
va y la contemplativa, deben tomar en cuenta este hecho.

LECTURAS

A. Cicerón, De re publica, Libros I, VI.


---------, De legibus, Libro I

B. Cicerón, De re publica.
---------, De legibus.
---------, Officiis, Libros I, III.

Potrebbero piacerti anche