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Sí al amor; no a los amoríos

Autora: Rebeca Reynaud

Miguel de Cervantes decía:

“es de vidrio la mujer,

pero no se ha de probar

si se puede o no quebrar,

porque todo podría ser”

—Fulanita, dame una prueba de amor-, dijo un joven.

— Si te casas conmigo no te doy una prueba, sino muchas. Si me amas, sabrás esperar a que estemos
preparados para casarnos.

— Es que quiero saber si nos acoplamos, responde el joven.

— ¡Ni que fuéramos cápsulas espaciales! Si hay compatibilidad de caracteres y respeto mutuo, la habrá
en lo demás.

Sólo la condicionabilidad –el compromiso- de la entrega puede hacer que esa entrega sea entrega. La
entrega está condicionada por el compromiso formal. El libertinaje representa odio al cuerpo, al hombre
y al mundo. El libertinaje tiene su fundamento e que el cuerpo se torna organismo, mera cosa. Su
expulsión del reino de lo moral es, al mismo tiempo, expulsión de lo humano. Se convierte en mero
objeto, en cosa, y con él también se hace la vida del hombre vulgar y ramplona. Cuando el hombre se
burla de su cuerpo, se burla de sí mismo.

Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor hacia una
persona. El novio que ama a su novia, sabe esperar, y no pide una prueba de amor, cuando él no puede
ofrecerle un matrimonio con la misma prisa con la que él pide la prueba de amor. Y a veces, esa prueba
de amor termina en odio a quien se le entrega, porque siente que esa persona, en vez de elevarlo, lo
rebaja; otras veces, termina pidiendo más y mas. Un joven equilibrado entiende que, la mejor opción, es
la abstención sexual antes del matrimonio, y entiende que haya quienes elijan la virginidad para vivir su
adolescencia o para toda la vida.

Octavio Paz dice que “la castidad cumple la misma función en Oriente que en Occidente: es una prueba,
un ejercicio que nos fortifica espiritualmente y nos permite dar el gran salto de la naturaleza humana a
la sobrenatural” (La llama doble, p. 22).

Con el alma clara, limpia, se entiende más la grandeza del amor. A veces los jóvenes dicen que no se
pueden controlar. Hay que decirles: “Si lo (la) quieres, no se hagan daño mutuamente”.

Vito de Larigaudie fue un hombre extraordinario. Fue un gran descubridor de continentes, y el primero
que hizo un viaje en automóvil de Francia a Indochina. Líder de la juventud francesa, fue un hombre que
amó a sus semejantes y al mundo. Su espiritualidad se centraba en la admiración ante el mundo creado.
Bajo su fotografía se leía una inscripción: “Una santidad sonriente”.

Vito de Larigaudie amaba la aventura, el baile y el canto. Era un magnífico nadador y esquiador.
Acogía todas las alegrías y vivía saturado del ritmo de su amable conversación. En sus apuntes escribió:
“Todo tiene que ser amado: la orquídea que inesperadamente florece en la selva, la belleza del corcel, el
gesto del niño y el sentido del humor, o la sonrisa de la mujer. Hay que admirar todo lo que es bello”
(Citado por Tadeusz Dajczer, Meditaciones, Clavería, México 1992, p. 231.).

En su vida hubo luchas y sacrificios, y ésta estuvo sometida a la prueba. Tuvo que tomar
decisiones valientes porque la integridad nunca ha sido tarea fácil. Escribe: “Sentir en la profundidad de
uno mismo toda la suciedad y el hervir de los instintos humanos, y saber mantenerse por encima de
todo ello, no hundirse, andar por encima, como se anda por un pantano seco,(...) Era seguramente una
mestiza, tenía los hombros preciosos, y esa belleza salvaje de los mestizos de labios gruesos y ojos
enormes. Era bella, enloquecedoramente bella. En realidad se podía hacer solamente una cosa... Pero
no la hice, salté sobre el caballo y huí a galope, llorando de desesperación y de rabia, pero con la
conciencia llena de paz, ya que, por el amor que siento hacia mis semejantes, no quise hacer daño”.

La castidad es posible si está edificada sobre los cimientos de la educación de la voluntad, y si se


sabe huir de la ocasión. Se puede hacer frente a la presión exterior tratando, conociéndose a sí mismo,
sabiendo que somos frágiles y vulnerables por esencia; pero que la debilidad se hace fortaleza huyendo
de la ocasión. Si no huimos, nuestra debilidad corrompe nuestra conciencia, y entonces tratamos de
justificar una acción.

El mismo autor escribe: “En lo profundo de mi ser hay aguas puras y tranquilas. No pueden
afectarme, pues, las sombras o los remolinos de la superficie (...). Toda mi vida fue una gran búsqueda
de la verdad, en todas partes y a todas horas, en todos los lugares del mundo busqué sus huellas. La
muerte será como soltarme de la cadena que me tiene atado, y el fin de una asombrosa y estupenda
aventura; será la consecución de esa plenitud que siempre perseguí”.

¿Somos las mujeres las primeras responsables de la degradación de nuestra sexualidad explotándola
como elemento seductor? ¿Por qué las mujeres, utilizamos nuestro cuerpo para seducir a los hombres,
para manipular sus sentimientos, para manejar sus actuaciones, hasta conseguir los objetivos que nos
hemos propuesto?

Remedios Falaguera afirma que las mujeres deberían de ser conscientes de que la belleza no es
convertir el cuerpo en deseo, ni en mercancía disponible al mejor postor, puesto que "la belleza del
cuerpo es un viajero que pasa; pero la del alma es un amigo que se queda". Si el hombre se relaciona
con la mujer sólo como un objeto del que apropiarse y no como don, se condena a sí mismo a hacerse
también él, para ella, solamente objeto de placer y no don.

Estamos hechos para el amor, y sólo somos felices amando y siendo amados. Esto se resume diciendo
que sí al amor, y que “no” a los amoríos. La pureza es para muchos un concepto inconcebible y arcaico,
cuando para Dios es una de las virtudes más preciadas.

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