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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ASUNCION

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIAL

ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES Y POLITICAS

TEMA

CAUSAS DE LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

SEGUNDO SEMESTRE

MATERIA: HISTORIA POLITICA PARAGUAYA

PROFESOR: PEDRO CABALLERO

ALUMNA: GUSTAVO MANUEL AGÜERO ALBIN


Introducción

La guerra de la triple alianza es un evento últimamente muy investigado y estudiado por los

historiadores por ser un evento que decidió el destino de 4 naciones beligerantes y causo un

estrago tanto por el que perdió como los países que ganaron y se quedaron con la deuda a la

banca Británica por los prestamos realizados.

En este trabajo intentaremos verificar las causas de la guerra contra la triple Alianza así como los

puntos y la cronología no conocida del todo por la gran mayoría y es que siendo paraguayos no

podemos huir a nuestra historia más bien la tendríamos que conocer y valorar por el derroche de

heroísmo y por ser el ultimo estandarte de la libertad de las naciones que cayó junto al sistema

liberal que venía junto a las filas de los aliados y la legión paraguaya.

La guerra de la triple alianza marca un antes y un después en el Paraguay pasa de un sistema

económico autónomo a un sistema de dependencia del capital extranjero, pasa del

proteccionismo a abrir las puertas del país a las empresas que explotarían indiscriminadamente

sus tierras y sus recursos, la guerra de la triple alianza más que ser una guerra contra el sistema

político es más bien una guerra contra el sistema económico - político, una guerra que dejo el

saldo de una región desbastada que paso de 1.200.000 Habitantes a 220.000.

Las causas y su desenlace tanto como sus consecuencias y la conclusión de la misma deberían

de ser mucho más estudiadas en los colegios y escuelas ya que esta es el catecismo patriótico

que refleja ideales y un ejemplo dentro del sacrificio y determinación de una nación que prefiere

morir de pie antes que vivir de rodillas ante el invasor.


Objetivos: Conocer las causas de la guerra de la triple alianza.

Tres Objetivos Específicos:

 Conocer los motivos políticos y económicos desencadenantes de la guerra de la triple

alianza.

 Quienes eran los actores principales de la guerra de la triple alianza ¿Quién financio la

guerra? La teoría de un cuarto actor de la guerra.

 Modelos económicos del Paraguay - Argentina, Brasil y Uruguay

Metodología: Tipo Cualitativo o Cuantitativo


¿Por qué estalla la guerra?

«EL SISTEMA DE IRALA»

El «Paraguay se halla gobernado todavía por el sistema de Irala (...); el temperamento y las

ideas han evolucionado poco desde los tiempos de la fundación» (*), escribe Cárcano (8). Con

las penurias sufridas por la Provincia del Paraguay, las que, lejos de atenuarse, se agravaron

luego de la independencia en 1811, la anterior afirmación -cuasi sentencia- carece de

razonabilidad y sentido de la realidad. En todo caso, puede decirse que el enclaustramiento, el

bloqueo económico y las interferencias sufridas por el Paraguay hicieron que el régimen de

«sobrevivencia» impuesto a la provincia no se manifestara con el desarrollo material, social y

cultural de las que contaban con costa marítima. Por lo tanto, y si bien los modelos coloniales se

mantuvieron con mayor persistencia bajo las condiciones de vida mencionadas, ellos produjeron

en los paraguayos un fuerte sentido de pertenencia e identidad, de orgullo nacional. El Paraguay

era antes de la guerra «un solo espíritu y una sola voluntad», como escribió el mismo Cárcano

(9). Una actitud de resistencia consolidada a lo largo de los siglos, como reacción a tantas

agresiones y como fundamento de la desconfianza que motivara en ellos todo lo extranjero,

especialmente la que se manifestara hacia «los vecinos del sur».

¿Pero cómo -y cuándo- comienza «el sistema de Irala»?

Como se ha mencionado, el sistema fluvial fue desde siempre la columna vertebral del

Paraguay.

Desde los tiempos que, con esa denominación, el río llegaba al océano Atlántico y los mapas

proclamaran aquel mismo nombre en los mares costeros a los territorios actuales del Brasil, la

Argentina y el Uruguay.

En los inicios de la colonización, española, el amplio estuario del Plata alentó la creencia de que,

al internarse hacia el centro del continente, el río conducía al mítico «dorado», la tierra del oro y
de la plata y constituía la posible conexión con el océano Pacifico. La búsqueda de aquellas

rutas concretó la fundación de Asunción y la ansiedad de arribar al Perú sostuvo la vida de esta

fundación en sus primeros años.

Más de una década después, en 1548, y tras varios intentos frustrados, Domingo Martínez de

Irala, al frente de una dotación de colonos e indígenas, llegaba a las estribaciones de la cordillera

de los Andes. Le esperaba una terrible decepción. En el primer contacto con pobladores del

lugar y ante los requerimientos de Irala, sus interlocutores le respondieron en castellano. Le

anunciaron igualmente que estaban al servicio de «un noble de España que se llama Pero

Anzures» (10). Ante el hecho, se obliga el retorno. Los sueños de riqueza y esplendor se habían

hecho añicos. El desencanto y la frustración acompañaron el regreso. A lo lejos, Asunción

parecía más insignificante y pobre que nunca. La provincia del Paraguay quedaba consagrada

como «el país sin minas» y su prestigio para atraer el interés de compromisarios de nuevas

expediciones, por el suelo. Tanto que en España «por la mala fama que ha cobrado aquella

tierra, que en mentándola, escupen», escribía el clérigo Martín González (*)

La provincia ingresa en la «larga siesta colonial». Nadie puede salir, nadie llega. No hay socorros

o suministros -ni siquiera noticias- de España. Solo sorprende, en 1555, el arribo, a pie, de la

legendaria Doña Mencia Calderón de Sanabria, viuda del Tercer

Adelantado, Don Juan de Sanabria, muerto antes de salir de España. Doña Mencia se había

embarcado con «tres naves, 300 personas, entre ellas 50 mujeres (Doncellas para poblar») (11).

Era una inyección de optimismo y motivo para que los desolados caballeros de [a fundación,

rescataran sus apolilladas prendas domingueras. Pero ya para entonces, en el tosco poblado

asunceno correteaban niños nacidos del «feroz mestizaje» mentado por el Dr. Manuel

Domínguez. Los que fueron engendrados ni bien concretada la fundación de la «casa fuerte»

eran ya casi veinteañeros y se habían convertido en mancebos de garrote los varones y en

esposas de otros hijosdalgo [as doncellas, las que, en número mucho mayor que 40,

alimentaban una experiencia racial no repetida en el resto de América.


En la medida que iban muriendo los españoles «peninsulares», se multiplicaba la progenie

mestiza y con ellos el predominio de la lengua guaraní. 50 años después de la fundación de la

«casa fuerte», «los oficiales reales Rojas de Aranda y García de Cunha» certificaban: «la gente

nacida en España se va acabando en esta tierra» (12) y el Padre José Cardiel escribía -ya

próximo a la finalización del siglo XVIII, que «en el Paraguay han olvidado la lengua española y

han tomado la de los indios, y esa es la que se usa en sus casas en la dudad y en las casas de

campo» (13).

Lejos del Rey y del pesado protocolo social europeo, los paraguayos asumen el abandono. Ante

[as adversidades e interferencias, oponen una identidad, adoptan nuevos hábitos, usan otra

lengua, elaboran y consumen nuevos productos. Hablan de patria mucho antes que otros

pueblos americanos. «Esta tierra, quien debo amor de patria», escribe Hernandarias ya en 1604

(14). Podría haber sido, efectivamente, el «sistema de Irala».

Desde mucho antes de su independencia, los problemas del Paraguay con sus vecinos se

remitían a los siguientes:

a. La determinación clara y definitiva de límites, con el Brasil, especialmente.

b. La navegabilidad -sin interferencias- de los ríos, o, más concretamente, la necesidad de su

libre salida al mar. De este anhelo se derivaba,

c. La posibilidad de comerciar libremente.

Luego de la independencia de España, en 1811, el Paraguay se agregó un cuarto problema:

d. el reconocimiento de su independencia, hecho en el que los paraguayos cifraban su

esperanza para diluir, o cuanto menos atenuar los inconvenientes causados por los anteriores.

Cada uno de estos problemas pautaron la acción de los gobernantes de [a provincia mientras

fuera colonia de España o, más tarde, nación independiente. Pero en lo que respecta a la libre

navegación de los ríos o la libertad de comercio y dado el extenso litoral marítimo que contaban
argentinos, brasileños uruguayos, es posible presumir que estos no padecían los problemas de

su mediterráneo vecino. Podrían haber tenido –circunstancial complementariamente- la

necesidad de hacer uso de otros cursos fluviales, fronterizos o interiores. Y podían tener -y

tenían- puertos, aduanas, relaciones comerciales independientes de la «fiscalización» de

terceros países, además de aportes migratorios, de tecnología y novedades que las ventajas de

tos puertos marítimos ofrecían entonces. Por lo tanto, comerciaban con quienes quisieran.

EL PARAGUAY ENCLAUSTRADO

La desmesurada extensión de la provincia no generó ningún problema en tanto su población se

concentrara en el cerco marcado por la solitaria presencia de Asunción. Pero apenas

comenzaron a surgir nuevas ciudades, obligadas por la necesidad de dar cobertura al territorio y

poner coto a la obstinada presión portuguesa sobre los límites del Este, se manifestaron los

inconvenientes. Los mismos son vistos por algunos de los más viejos conquistadores como

consecuencia de [a extensión de [a provincia, hecho que no permitía un buen manejo de la

misma. Ya en 1579, surgieron voces para dividirla en tres gobernaciones, pero la proposición no

prosperó (15). No obstante, en 1562 se produjo la primera desmembración. La de Santa Cruz de

la Sierra. Fue una consumación «ladina» de Nuflo de Chávez, agraciado con el histórico

desconocimiento de las autoridades sobre las peculiaridades de [os territorios bajo su mando.

Detalle que -en perjuicio del Paraguay- se repetiría algunas veces más.

Ante [a creación de [a Provincia de Santa Cruz, asuncenos escribían al Rey: «Los hijos que ha

criado son ingratos ayudándola siempre a menoscabar y gastar su poca posibilidad y no a

sustentar ni favorecer en cosa alguna» (16).

El problema de la extensión acentuado por la escasez de recursos aplicables a la comunicación

hizo que el Gobernador Hernando Arias de Saavedra solicitara en 1607, «la creación de un

gobierno aparte en el Guairá». Enviada la solicitud a España, el Rey reclamó el parecer del

Virrey del Perú, Marqués de Montesclaros. Debido a que durante su gobierno, Hernandarias se
trasladara permanentemente de un lugar a otro de La provincia, de forma a interiorizarse de sus

problemas y dar rápida solución a los que se presentaran, la petición de 1607, la había hecho

encontrándose -circunstancial- mente- en Buenos Aires. Transcurridos dos años del pedido, el

Virrey se avino a emitir su opinión. La misma se manifestaba básicamente de acuerdo con la

propuesta original del gobernador, pero creyendo el Marqués de Montesclaros que Hernandarias

estaba aposentado en Buenos Aires, sugirió un cambio: «que se le agregase también la ciudad

de la Asunción donde hoy está la Catedral de Paraguay y tiene la misma o poco menos dificultad

de ser visitada desde Buenos Aires» (17).

Sucesivos malentendidos llevados sin término hasta 1615 mantienen la vigencia del pedido pero

con una serie de distorsiones. Es cuando Hernandarias asume de nuevo la dirección del

Gobierno del Paraguay. Al insistir ante el Rey sobre el proyecto de división de la Provincia,

«ignoraba por completo el ‘agregado’ propuesto por Montesclaros (...). Traído al despacho el

viejo expediente, por una fatalidad del destino el único documento tenido en cuenta, entre los

muchos producidos con este motivo, fue el dictamen del Virrey Montesclaros de 1610».

Cuando el Rey Felipe III firmó la desdichada Cédula, el 16 de diciembre de 1616, el destino del

Paraguay quedaba a merced de sus vecinos del sur. Por disposiciones, providencias y

dictámenes de quienes manejaban a tientas el destino de las colonias, lo que restaba de la

antigua Provincia Gigante, se dividía en dos: la del Río de la Plata, que se quedaba con Buenos

Aires, Santa Fe, Corrientes y Concepción del Bermejo, y «la nueva Provincia del Guairá, que se

creaba, quedó integrada por Villa Rica, Ciudad Real y Xerez, a las cuales se agregó, casi

subrepticiamente, nada menos que la ciudad de Asunción» (18). El Paraguay quedaba envuelto -

para siempre- en la asfixiante atmósfera mediterránea. Pero si en aquella Cédula no se

especificaban divisiones geográficas, sino de gobierno, tampoco se manifestaron límites

precisos, aunque quedaba establecido que la línea divisoria entre las dos provincias eran «el rio

Bermejo y el Paraná central» (19).


No iba a ser ese -sin embargo, el último golpe destinado a afectar [a integridad territorial de la

provincia. Por el Tratado de Madrid firmado con Portugal más de un siglo después, España

abandona los territorios que ya había perdido de hecho: los que habían quedado bajo el amparo

de la demarcación establecida en el Tratado de Tordesillas en 1594. Para la nueva demarcación,

los lusitanos introducen «como criterio normativo» el «uti possidetis» (*), figura jurídica que no

podía considerar como alegato de demanda el territorio de «las correrías de los famosos

bandeirantes» que asolaban entonces a las colonias españolas, sino solamente -si tuvieran-

ocupaciones realizadas por asentamientos poblacionales permanentes. El nuevo Tratado, sin

embargo, fue firmado sin que se haya llenado este requisito fundamental y «entregó a Portugal

no solo extensos territorios del Paraguay (...), sino también siete pueblos de las Misiones

Jesuíticas» (20).

Leyendo los informes de la historia de la demarcación de límites que ha tenido lugar para la

determinación de los dominios España y Portugal en América, y conducentes a la firma del

Tratado de San Ildefonso, firmado en 1777, es asombrosa la combinación entre la negligencia de

España y el menosprecio de Portugal a cualquier posible arreglo. Dicho informe expresa

textualmente: «La conducta de los portugueses en la América, después del referido Tratado del

77 y durante la demarcación, es tan irregular e injusta como la antecedente y parece que la corte

de Lisboa no ha pensado jamás en que se ejecute (...) Entorpecen los portugueses las

operaciones en la demarcación por varios medios; dejan de concurrir sus comisarios; continúan

en este tiempo los contrabandos y robos de ganado en territorio de España, y hacen de él varios

establecimientos y fuertes, todo contra el Tratado. La corte de Lisboa ofrece tomar providencias

y no la ejecuta. No es temeridad creer que los comisarios y gobernadores proceden en virtud a

órdenes reservadas (...) Dan los portugueses repetidos testimonios de su menos buena fe,

acreditando en su ánimo frustrarla por cuantos medios sean imaginables. Extraen indios del

territorio de España; destruyen los pueblos que deben entregar según el Tratado; intentan con
los más inicuos medios apurar el sufrimiento del comisario español para que se retire con la

partida, y aun para que perezca» (21).

Con este sistemático procedimiento, no puede extrañar el tremendo impulso que dieron los

portugueses para incrementar sus territorios. Los conflictos que delatan los oficiales de la

demarcación corren parejos con otros, generados tanto por la agresividad de Los «operadores»

de Portugal en las fronteras de sus dominios, como por sus agentes diplomáticos -o sus mujeres-

en las cortes de España, desde - prácticamente- la instalación de la línea de Tordesillas. Y podía

presumirse, con certera lógica, que al momento de [a independencia del Paraguay, el original

sistema de limites -permanentemente móviles- de los portugueses no se detendría ante el

cambio de status de la Provincia del Paraguay. A partir de las modificaciones de los sistemas de

Los gobiernos del Plata y las sucesivas desmembraciones del extenso territorio paraguayo de

épocas anteriores, los límites con la Argentina siguieron el mismo sinuoso proceso que marcó la

relación de España con Portugal en cuanto a sus dominios americanos. En la considerada como

séptima sustracción territorial sufrida por la provincia y con la promulgación de la Ordenanza del

17 de enero de 1782, se instituía a Asunción como capital de la Intendencia del Paraguay. Por

este documento le fueron fijados sus límites, coincidentes estos con los del distrito del Obispado

(22). Los mismos eran los acordados en los tratados de 1750 y 1777 y que, en relación a la

divisoria entre el Paraguay y las provincias del Sur, establecía la siguiente línea: «el Bermejo, río

Paraguay, Paraná, Yberá, Miriñay, Uruguay e Ybycui hasta la naciente de este en el nudo

grande de la sierra de Santa Ana, y una línea que de allí parte hasta frente a la desembocadura

del Pepiry Guasú en el Uruguay» (23).

Pero en 1803, el Rey Carlos IV elevó a La categoría de gobernación independiente los 30

pueblos de las antiguas Misiones del Paraguay. Dos años después, el mismo monarca adscribe

dichos pueblos a sus territorios originales y designa a Don Bernardo de


Velasco, como «gobernador militar y político e intendente de la Provincia del Paraguay y de los

30 Pueblos de las Misiones de indios Guaraníes y Tapes del Paraná, Uruguay y Paraguay» (24).

La misma información provee otros historiadores (25), además del argentino Juan Beverina (26).

Cuando las provincias afectadas a la dominación española se independizan, u operan un

proceso autónomo de independencia, ¿no deberían mantener los límites que tenían en el

momento de despojarse de [a tutela española?

En cuanto a [a pretensión de reconstruir el Virreinato alrededor de Buenos Aires, el mismo

Mariano Moreno manifestaba que «disueltos los vínculos que ligaban los pueblos con el

Monarca, cada Provincia era dueña de sí misma, por cuanto el pacto social no establecía

relaciones entre ellas directamente, sino entre el Rey y los pueblos» (27).

O, en el caso de Portugal, ¿no deberían atenerse a los acuerdos pactados con España, mientras

no se reconociera La personería de cada nuevo país y se establecieran nuevas relaciones con

Los mismos?

Paraguay

Al sobrevenir la Guerra de la Triple Alianza, el país se hallaba gobernado por la Constitución

sancionada el 16 de marzo de 1844. Este fue el primer instrumento propiamente jurídico que

tuviera un gobierno paraguayo después de la independencia y si bien formalmente adecuado a la

transición necesaria luego de la dictadura francista, necesitaba de otros componentes

institucionales. Dentro de aquel marco legal, los poderes del Estado, aunque separados,

contaban con un notorio desbalance en beneficio del Ejecutivo. Si bien no se juzgaba

críticamente el documento, tampoco se le atribuía utilidad alguna mientras el «ambiente social y

político» no fuera aderezado con otros ingredientes que permitieran formalizar -efectivamente- la

legalidad proclamada Para algunos [a «Constitución del ‘44” no era sino «... una cataplasma a

una pierna de palo» (1).


El Congreso Nacional convocado por el Presidente «... de cinco en cinco años, en los casos

ordinarios» no era una instancia permanente y tampoco se postulaba para la vigilancia de los

actos del Presidente de la República. Este podía nombrar ministros o secretarios de Estado y

disponía para su consulta «... en los negocios graves y medidas generales de pública

administración» con un Consejo de Estado. Pero si los aprestos para la guerra no se hubieran

interpuesto, la «Constitución del “44” no habría sido más que un dispositivo transitorio del que

podría haberse derivado -más adelante- una verdadera constitución.

A Don Carlos no Le resultaban extrañas Las críticas que recibía el Gobierno del Paraguay en

cuanto al ejercicio de su autoritario poder y la generalizada presunción sobre los mecanismos

sucesorios del mando. En el Paraguay y en el exterior se tenía por seguro que el traspaso del

poder sería una cuestión de rutina por la que el primogénito, Francisco Solano, accedería a la

primera magistratura del país.

En «El Semanario», cuyas columnas reflejaban - o, directamente, reproducían- el pensamiento

del mandatario, podía leerse la apasionada defensa que el «viejo López» hacía de su sistema de

gobierno. Ante los denuestos que recibía por haber

«...perpetuado el sistema absurdo y tiránico de la pasada dictadura», López replicaba: «...Frase

comodín! Cierto que el Gobierno fue muy parco en la concesión de las garantías de un sistema

‘puramente democrático Cuando un individuo vivió muchos años en prisión, privado de luz y

entregado a toda clase de vicios, seria desacierto sacarlo a la Luz y al aire libre, hay que

prepararlo primero. Cuando un pueblo vivió mucho tiempo privado de la libertad y derechos, bajo

un yugo opresor y tiránico, debe respetarse su situación pero no para dejarle consumirse en ella,

sino para ir preparándolo, pues sea cual fuere el sistema de gobierno que predomine en todos

los pueblos, su derecho tradicional es el de regirse por sí mismos» (2).

En cuanto al proyecto de elevar a su hijo a la presidencia, aun con los revestimientos

institucionales de rigor, no había más que verificar la trayectoria del joven Francisco y podría
notarse que todos sus acelerados pasos por el escalafón diplomático, militar y político conducían

-con seguridad- a la concreción del referido proyecto.

Pero Carlos Antonio López no pensó solamente en «preparar» al pueblo para el disfrute de «sus

derechos». Aun con las limitaciones propias de la mediterraneidad y el bloqueo orquestado por el

dictador Rosas, el Gobierno paraguayo empeñé enormes esfuerzos para superar las dificultades

que le imponían La historia y la desventajosa situación geográfica.

A partir del reconocimiento de la independencia nacional por parte de sus vecinos y otros países

de América y Europa, con la firma de importantes acuerdos con Estados Unidos y naciones del

«viejo continente», Don Carlos inscribía al Paraguay en el «tablero internacional».

En el marco e estas desconocidas durante la dictadura del Dr. Fr el domingo 12 de junio de 1853

partía rumbo a Europa una frondosa delegación con el propósito de ratificar los convenios

firmados en Asunción con los representantes del Reino Unido de Inglaterra e Irlanda, Francia y

Cerdeña. En carácter de ministro plenipotenciario en misión especial ante dichos países y

presidiendo la comitiva iba el Gral. López.

Paralelamente a la ratificación de los acuerdos de establecer una conexión inédita con Los

centros sociales, empresariales y políticos de Europa, La comitiva concretó importantes

transacciones para la adquisición de buques, maquinaria implementos diversos así como

concertó la contratación de un numeroso contingente de profesionales. Estas iniciativas estaban

destinadas a motorizar los proyectos que manejaba el Gobierno para el desarrollo del país.

Ya con las mismas delegaciones paraguayas embarcadas en el «Tacuarí», buque «armado para

la guerra» y adquirido de los astilleros de John Alfred Btyth, de Londres, viajaron algunos de

aquellos profesionales. Entre el numeroso pasaje se contaba con la presencia del señor John

Whytehead, contratado para dirigir la instalación del Arsenal; la del señor William Richardson,

que venía a Asunción a realizar el mismo trabajo que el anterior, pero en la Fundición de Ybycuí,
y como capitán del «Tacuarí» venía -también en calidad de contratado- el capitán George

Francis Morice, quien se incorporaría a la marina nacional.

Otros profesionales, técnicos, especialistas o expertos, simples operarios o familiares, irían

arribando en el transcurso de los siguientes años, hasta bien entrada La década de 1860.

Los mismos, con los anteriores, completarían una población de aproximadamente 230

extranjeros, casi todos europeos, entre los que predominaban los ingleses. Junto a ellos

trabajaron no menos de 150 técnicos y operarios paraguayos. Aunque algunos de los forasteros

retornaron a sus respectivos países antes de la guerra, la mayoría permaneció en el país

ayudando a materializar parte de las instalaciones programadas por el Gobierno.

En la misma época, la marina mercante se enriqueció con la presencia de 233 marinos -

extranjeros y particulares- quienes, con 73 paraguayos, operaban un total de 307 embarcaciones

cuyos nombres se hallaban consignados en los registros portuarios con sus calados, tonelajes y

características correspondientes (3). La presencia de aquellos no podía considerarse sin

embargo como una incorporación al reducido núcleo de residentes extranjeros en el Paraguay de

la época, debido a que su esporádica y breve presencia no implicaba una residencia en el país.

De hecho y salvo el frustrado intento de instalación de la colonia Nueva Burdeos, con

inmigrantes franceses, la contratación de los técnicos ya mencionados y la ocasional visita de

algún cronista o empresario, antes de la guerra no hubo en el Paraguay inmigración extranjera.

No, al menos de modo constante y sistemático.

La labor de los técnicos contratados durante toda la década iniciada en 1850 produjeron -casi

inmediatamente- los efectos deseados por el Gobierno. Todo el Paraguay se vio envuelto en una

febril actividad. Prospección de minerales, sanidad, arquitectura y construcciones, marina de

guerra y mercante, arsenales y astilleros, telegrafía y obras portuarias, caracterizaron aquellos

momentos de esplendor en los que -parecía- el país despertaba de su prolongado letargo, hecho

alentador que auspiciaba además una intensa actividad social y cultural.


Ni bien completos los trabajos de instalación y construcciones accesorias, la Fundición de Ybycuí

empezó a producir los primeros materiales ferrosos, aunque ya desde 1850 se habían iniciado

los estudios y ensayos correspondientes.

Las obras para la habilitación del ferrocarril se iniciaron en 1856. Aunque las vías entre el

Arsenal y la Estación de San Francisco estuvieron listas desde antes, la inauguración del tramo

entre ésta y el Puerto se realizó el 14 de junio de 1861. Los primeros viajes hacia el interior se

habilitaron poco después. El primer tramo en esa dirección llegaba hasta Trinidad, a 6 kilómetros

de Asunción. El 25 de diciembre de 1861 se inauguraba el siguiente tramo hasta Luque.

Los trabajos siguieron aun después de iniciada la guerra y se detuvieron cuando ya el avance

aliado y la demanda de efectivos para suplir a los que habían caído en los frentes de batalla

hicieron imposible su continuación. La última estación librada al uso, poco antes del inicio del

conflicto, fue la de Cerro León, el 2 de agosto de 1864 (4). Los primeros hornos del Arsenal

comenzaron a trabajar en 1858.

Los técnicos extranjeros hicieron posible además la construcción del telégrafo, cuya habilitación

se concretó ya en vísperas de la guerra, el 16 de octubre de 1864. Las líneas se extendían

«...entre Asunción y el Cerrito» y el trabajo fue realizado bajo la dirección de Roberto von Fisher

Treunfetdt y Hans Fish (5).

El mismo criterio que sustentó la contratación de profesionales extranjeros posibilitó igualmente

el viaje de 16 estudiantes paraguayos a Europa, en 1858. Estos fueron enviados por el Gobierno

para diversos estudios, desde ingeniería mecánica hasta derecho, incluyéndose a los que fueron

a cursar la carrera de las armas. Una segunda remesa de 36 estudiantes partió en 1863 con el

mismo objetivo (6).

Algunos de estos jóvenes volvieron antes del inicio de [a guerra, otros regresaron después de

concluida. El valor de sus estudios y los contactos realizados seguramente hicieron que la
mayoría tuviera una activa militancia en la vida social y política del Paraguay de los años

siguientes.

A partir de la segunda etapa del gobierno de Don Carlos, la enseñanza se encontraba -en

general- bien atendida, tanto por los institutos oficiales como por los colegios particulares.

Aunque no existía universidad, alguna enseñanza superior se dictaba, tanto en la Escuela

Normal como en el Aula de Filosofía, Dos instituciones importantes, pero de corta vida, fueron

los colegios de niñas dirigidos por Eduviges de Riviere y Dorotea Duprat. Funcionaron también,

en [a misma época, una escuela de impresores y tipógrafos, fundada por Carlos Riviere, y la

escuela de matemáticas, de Bernard Dupuis.

Si bien existió prensa, por los criterios sustentados por los López, la misma no daba cabida a

opiniones que no fueran las del propio Gobierno. A veces, incluso, las del propio Presidente.

Bajo la dirección del español Idelfonso Bermejo, aparecieron «El Eco del Paraguay», «El

Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles» y «La Aurora». Durante la guerra aparecieron «El

Cabichuí», «El Centinela», «Cacique Lambaré» y «La Estrella», con el exclusivo propósito de

elevar «...el espíritu combativo» y resaltar «...Las victorias nacionales y minimizar el poder del

enemigo» (7).

En cuanto a las características urbanas de Asunción y los pueblos del Paraguay, debe decirse

que reflejaban exactamente la retracción de los años de silencio, aislación y bloqueo. En lo único

que el país superaba a sus vecinos era en la «vocación fundadora» y la cantidad de pueblos que

tenía. A fines del siglo XVIII la población se distribuía alrededor de 84 pueblos. Algunos como

Melodía, Naranjay, Cuarepoti, Timbó, Curupayty ya desaparecieron. Otros cambiaron de

nombre. Pocos de estos pueblos tenían una población superior a 1.000 habitantes.

Hasta la llegada de los arquitectos y constructores europeos, a finales de la década iniciada en

1850, la misma Asunción era una ciudad que desde «la calle de la Aduana», hoy Colón, no se
extendía más allá de la «plaza San Francisco», actual plaza Uruguaya, con una superficie de 13

x 7 cuadras. La capital no tenía calles pavimentadas, ni servicios.

Antes de la época mencionada, tampoco existían «casas de altos» y las que se encontraban en

el perímetro del «centro» se procuraban una vereda cubierta y elevada sobre el nivel de la

arenosa calle, para proteger sus vulnerables paredes de adobe de la lluvia y los estrepitosos

raudales.

Todas las estadísticas de la época, y no solo las referidas al Paraguay, se conformaron sin

ninguna rigurosidad. En las primeras décadas del siglo XVIII el cálculo de las poblaciones de [os

países se hacían -muchas veces- en base a apreciaciones alegres o «informes» de cronistas

que, con un par de indagaciones o de acuerdo a los «relaciones» que les proporcionaban las

autoridades de distintos territorios, «construían» una peculiar base de datos. Obviamente que las

informaciones variaban enormemente de un investigador a otro. O de una autoridad a la

siguiente. Pero de las muchas apreciaciones podía deducirse, finalmente, alguna cantidad

intermedia.

Las diferencias observadas en los cálculos sobre cantidades de la población en América se

repitieron también cuando se dimensionaron las fuerzas comprometidas por el Paraguay en [a

guerra. Las apreciaciones llegaron al límite del delirio cuando, al término del conflicto, cada quien

daba un «parte» distinto -sobrevaluado o devaluado- acerca del número de muertos que dejó la

guerra.

Según el almanaque «El Siglo», de Adolfo Vaillant, el Paraguay contaba con 1.337.000

habitantes antes de la guerra y Asunción, 21.000. Según el «Álbum Gráfico del Paraguay»,

editado por Arsenio López Decoud en el centenario de la independencia nacional, la población

del Paraguay antes de la guerra no pasaba de 950.000 almas. De acuerdo al ya mencionado

Vaillant, el ejército paraguayo se componía de 30.000 efectivos. “ya hemos visto que «La Nadón

Argentina», diario de Buenos Aires, daba por seguro que al inicio de la lucha el ejército
paraguayo contaba con 40.000 combatientes, cifra que coincide con los datos brindados por el

excombatiente Gral. Francisco 1. Resquín.

Finalmente, en «El Siglo» se leía que -a diferencia de los del campo aliado- los soldados

paraguayos se sostenían «... con su propio trabajo de labradores, pastores o peones» (8).

En los inicios de la década del’60, Don Carlos «...vislumbraba ya las sombras de la muerte» (...).

Desde años atrás se ven fa anunciando el plan de imponer a Francisco Solano en la sucesión

presidencial». En 1859, en una carta dirigida al presidente Manuel Pedro de la Peña,

mencionaba críticamente la existencia de un «testamento reservado». Esa «...hereda de mando

que preparáis» -le decía- «para después de vuestros días» (8).

Descubierto en sus íntimos deseos, López buscó diluir la irritación que podía causar aquel

nombramiento «...sin dar a tal sucesión el colorido de una elección libre y espontánea del

pueblo», aunque las versiones populares daban por sentada aquella designación. Una versión

del padre Fidel Maíz asegura que el Presidente quiso que «...su otro hijo, Benigno, quedase

como vicepresidente para convocar al Congreso que iba a elegir el nuevo mandatario».

Para este cometido habría redactado aquel famoso «pliego de reserva» (10).

Al conocer que la larga enfermedad de Don Carlos se encontraba ya ante su inminente

desenlace, Francisco -que se encontraba en Humaitá- regresó a Asunción. Enterado de las

disposiciones del pliego y a pesar de las razonables alegaciones del Presidente acerca de la

inconveniencia de propiciar la herencia -lisa y llana- del poder, el primogénito manifestó su

disconformidad con el texto, «... no queriendo ni por un momento quedar bajo la autoridad de

Benigno». Solicitó le entregaran el pliego «. ..lo rompió, obligó a su padre a cambiar de modo de

pensar y redactar un nuevo documento en el cual se le confiaba la vicepresidencia»(11) sin

siquiera considerar el grave estado de salud de su progenitor.

Don Carlos ya no tenía fuerzas que oponer. Con poco de vida, el 15 de agosto de 1862,

redactaba el nuevo «pliego de reserva» que le habían impuesto: «Nos, Carlos Antonio López,
presidente de la República del Paraguay. Usando de la jurisdicción suprema que el Honorable

Congreso Nacional nos ha confiado en el art. 5° de la ley de 3 de noviembre de 1856 para los

casos prevenidos en el art. 5° del título IV de la ley del 13 de marzo de 1844, nombramos para

vicepresidente de la República al brigadier general ciudadano Francisco Solano López, ministro

de Guerra y Marina, con el tratamiento de excelentísimo señor Vicepresidente de la República...»

(12).

Veinticinco días después, la vida del Presidente pendía de un hilo. En los últimos momentos se

confesó con Teodoro Escobar, el deán de la Catedral. Momentos después recibió los auxilios

sacramentales administrados por el padre Fidel Maíz, tras de lo cual, más tranquilo y sereno -

según testimonio de este sacerdote- se dirigió a Francisco Solano en los siguientes términos:

«Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada,

sino con la pluma, principalmente con el Brasil». El mismo Maíz escribiría más tarde que «...el

General nada respondió al padre, que en cuanto acabó de hablarle guardó también silencio... No

tardó en exhalar el último suspiro» (13).

El 10 de setiembre, «apenas aclarando el día», la apacible quietud de la mañana asuncena se

vio alterada por el estampido de un cañonazo. Le siguieron otros cuatro. Era el anuncio de la

muerte del Presidente. Había expirado a las tres de la mañana.

No pasaría un mes para que «un Soberano Congreso Nacional» nombrase «por aclamación

general Presidente de la República del Paraguay al brigadier ciudadano Francisco Solano López

por el período legal de diez años».

El gabinete designado para acompañar a Francisco Solano, en el inicio de este largo período,

estaba constituido por las siguientes personas: Francisco Sánchez, vicepresidente de la

República y ministro del Interior; José Berges, ministro de Relaciones Exteriores; Mariano

González, quien, como junto a Don Carlos, ocupó la cartera de Hacienda. En el ministerio que

más titulares cambiarían en el transcurso de aquel período, el de Guerra y Marina, se iniciaba el


hermano del Presidente, Venancio López. Los sucesos previos -y coincidentes- con la guerra

irían gestando otros cambios.

Otro Congreso convocado para el 18 de marzo de 1865, el mismo que aprobara las acciones del

Presidente en relación a la política con el Brasil y produjera La «Declaración de guerra a La

República Argentina», proclamaba también «Mariscal» al presidente López, ante el inminente

inicio de la guerra. Le autorizaba por lo mismo «... a contratar en Europa un empréstito de 25

millones de duros» (14).

JEFES DE ESTADO Y SISTEMAS DE GOBIERNO

De esta breve síntesis sobre la trayectoria política e institucional de los países involucrados en la

Guerra de la Triple Alianza puede verificarse que el Paraguay era, desde su independencia en

1811, el único que no había estado en guerra con ningún país extranjero ni había sufrido revuelta

interior alguna, salvando Los incidentes con el buque norteamericano «Water Witch» y algunos

aislados incidentes de frontera. Al respecto han existido discusiones sobre si este hecho fue la

consecuencia del adormecimiento a que fue sometido el pueblo por la larga dictadura de Francia

y el poder autoritario de los López. Sin embargo y juzgando el innecesario padecimiento de las

provincias argentinas o de la Banda Oriental, enfrascadas en las «luchas montoneras», o del

Brasil interviniendo reiteradamente en ellas, tampoco podría afirmarse que el afianzamiento

institucional o democrático de estas regiones vino como consecuencia del ejercicio sistemático

de la violencia. Lo cierto es que la «quietud» del Paraguay no fue solo consecuencia de la falta

de libertades. Hubiera sido deseable acelerar el tiempo luego de concretada la aspiración de

independencia. Aun después de transcurridos 29 años y recién producida la muerte del Dr.

Francia, se sucedieron ¡cuatro gobiernos en seis meses! Con tales perspectivas... ¿podría

pensare en recomponer el Estado, relacionarse, incrementar la producción, organizar el

comercio y las finanzas, hacerse de recursos, capacitar al pueblo y propender a la

convivencia?... en suma, ¿refundar el país? Ningún país lo lograría. Nunca sin grandes
sacrificios y sufrimientos. Algunos con dictaduras y otros con grandes y constantes

derramamientos de sangre. Circunstancias no deseadas por los paraguayos llevaron a lo

primero. Pero sirvieron también para ahorrar sangre de sus ciudadanos. No era poco,

considerando lo que todavía habría de venir.

Paraguay -se leía en el almanaque «El Siglo» «...es una país que no tiene deudas y que nada

debe (sic)... posee 26.341 cuadras cuadradas de tierra con tabaco, algodón fariña, caña, arvejas,

porotos, trigo y arroz. 11.969 cuadras de maizales, 4.166 de árboles frutales, amén de sus

extensiones de yerba mate» (15). En cuanto a sus relaciones con sus vecinos, el dictador

Francia había llevado su obstinada neutralidad al límite del aislamiento y jamás comprometió el

concurso de ninguna fuerza paraguaya para las aventuras revolucionarias que asolaban -por ese

entonces- la región. El Supremo solo cuidaba de las fronteras que consideraba suyas.

Posicionado en la misma línea de neutralidad que su antecesor, con algunos matices de

diferencia, el «viejo López» aceptó acompañar, tardíamente, en la alianza con Corrientes, la

lucha contra Rosas de 1845. Pero el ejército paraguayo retornó a sus fronteras sin disparar un

solo tiro y sin haber participado en batalla alguna.

El mismo López llegó hasta la imprudencia de desdeñar ventajosas propuestas de límites,

cuando eventuales aliados se mostraron dispuestos a concederlas, interesados en el concurso

del Paraguay.

Y, en 1859, hasta facilitó los mejores recursos humanos y materiales del país en la mediación

que propició La unidad de la familia Argentina. Unidad que duró el tiempo que necesitaron los

bandos en pugna para rearmarse y reanudar La guerra y que, al final, revertiría negativamente

hacia el Paraguay, apenas unos años después.

Con el resumen de las distintas capacidades que sus aliados adversarios reunían, además de

las ventajas de comunicación, de servicios, de créditos, de armamento, de acceso directo al mar,

el Paraguay, bloqueado, constituía apenas un enorme potencial. Un pequeño país en gestación.


«...La desproporción en magnitud y recursos es inconmensurable. Parece una locura emprender

la lucha en estas condiciones. Analizando, sin embargo, todas las circunstancias, hoy mismo no

resulta temeraria. La insuficiencia insuperable del Paraguay está en el hombre que empuña el

sable por derecho feudal. Parece que no tuviera todos los sentidos que dan equilibrio a la vida»

(16).

Pero el «...Paraguay está preparado para la guerra. El pueblo, por su abnegación, para sufrir; el

ejército, por su educación, para obedecer y su coraje para combatir» (17). Son virtudes que

otorgan un gran sentido de pertenencia, de unidad y el sentimiento nacional elevado hasta el

límite del orgullo.

1. Cárcano R.J “Guerra del Paraguay. Acción y reacción de la Triple Alianza”. Pag. 48
2. Cárcano J.R “Guerra del Paraguay Orígenes y Causas” Pag. 185
3. Cárcano R.J., ob. cit. Pag. 52
4. Ecco H. “El péndulo de Foucault” (Novela)
5. Citado de Cardozo, E “Efemérides de la historia del Paraguay” Pag. 101.
6. Cárcano R.J ob. cit. Pag 72 y sigtes.
7. Rosas J.M., “La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas” Pag. 72.
8. Hernández J. “Vida del Chacho”, cit. p/ Rosas, J.M., ob. cit. Pag. 73.
9. Pereira, C. “Francisco Solano López y la Guerra del Paraguay” cit. p/ Ramos, A., en “Revolución y contra
revolución en la Argentina”, Pag. 169.
10. Cárcano R.J., ob. cit. Pag 91 y 92.
11. Gómez, J. C., publ. En “El Nacional”, Junio de 1859. Citado por De Herrera, L A., “El Drama del 65”, Pag.
119.
12. Ramos J.A “Revolución y contra revolución en la argentina” Pag. 157.
13. Baptista, F., “Madame Lynch, Mujer de mundo y de guerra” Pag. 310.
14. Arch. Gral. Mitre “Guerra del Paraguay”, Bibl. “La Nación” Pag. 21.

LAS RAZONES DE LA GUERRA

Pasado el análisis de los «tres siglos de egoísmos» y verificada - aunque muy someramente- la

situación política y social de cada uno de los países beligerantes, así como las características de

sus instituciones y [a trayectoria y personalidad de sus jefes de Estado,

Llegó el momento de encarar la “...hora de pasión desbordante» que desató la guerra.

«Las guerras se incuban en largos años, lenta y seguramente, y cuando la cuestión se convierte

en estado mental y moral, se produce el estallido. Es un fatalismo humano. La causa inmediata a

veces es la más débil», sentencia Cárcano (1).


Pero cualquier diccionario indica que fatalismo “...Es una doctrina según la cual todo sucede por

las determinaciones ineludibles del hado o del destino».

Sin embargo y por lo visto hasta ahora (y dada La extensa bibliografía y documentación

existente, opuesta a la reducida extensión del espacio, mucho material debe ser desechado),

puede deducirse cualquier conclusión sobre la Guerra de la Triple Alianza, excepto que haya

sido el resultado de “un fatalismo humano». Todo lo contrario.

Si bien para los aliados no habrían quedado resueltos algunos detalles de planificación para el

inicio del conflicto, o se tuviera que admitir el inevitable desajuste de organización y ensamble de

tan dispersas como distintas fuerzas, nadie podría afirmar que la guerra fue producto del

“fatalismo humano».

Es posible, sí, que al concluir La guerra y todavía en desconocimiento de los archivos oficiales

de los países involucrados, incluso el de aquellos que mantenían formales relaciones con las

naciones en conflicto, alguien Lo afirmara. Pero luego de transcurridos los años y transparentada

la documentación que desnuda los procedimientos que llevaron a la guerra, ninguno que haya

asumido la curiosidad de leer, aunque sea parte de las obras que apelaron a aquella, creería que

el “hado» o el “destino» tuvieran que ver con su origen y desarrollo.

La Guerra de la Triple Alianza fue planeada meticulosamente. Desechada entonces la idea del

“fatalismo» e intentando conocer las «razones» de la guerra, desentrañar las verdaderas causas

que la motivaron, nos encontramos que -al menos- las «... inmediatas no encierran tanto

contenido para producirla. Apenas constituyen excusas para disimular la explosión de

inflamables acumulados en los siglos» (2).

Estas causas inmediatas tampoco son las únicas. Ni las verdaderas. «... Toda guerra en sus

orígenes tiene causas reales y aparentes. Las causas reales son las que se hallan en la

profundidad de la historia y las aparentes son las que dan ocasión a que la misma se produzca»

(3). Las causas aparentes nunca llevaron tanto combustible como para encender el fuego de la
guerra. Sí, las causas reales, las que se mantenían en la penumbra de las comunicaciones

extraoficiales, las que se valían de los mensajes ocultos, pequeños sabotajes, omisiones,

«olvidos» y convenientes casualidades. Esas causas escondidas fueron las que produjeron.

Muchas de ellas se escamotearon a la visión pública debido al extraño aunque comprensible

pudor político de quienes la concibieron, planearon o ejecutaron. Fue la razón por la cual el

Tratado Secreto de La Triple Alianza se pretendió secreto.

Nadie quiso asumir – simplemente – que el gobierno del Paraguay era una molestia a eliminar.

¿Qué motivos fundamentales empujaron a los gobiernos aliados en contra del Paraguay?

Natalicio González, periodista, escritor y presidente paraguayo entre agosto de 1949 y enero del

año siguiente, alerta: “...No existe una guerra sin objetivo, y el viejo cuento de la guerra

libertadora emprendida para derribar a un tirano, ha sido destruido por el propio Mitre en el curso

de la polémica sostenida en los diodos bonaerenses en 1869” (4).

Cada uno de los países, entiéndase por esto Argentina y Brasil, tenía motivos e intereses

propios. Conflictos de límites y un arsenal de pequeñas diferencias que hacían más a la

personalidad de quienes las confrontaron que a razones de Estado. Pero el común denominador

entre ambos países era [a inteligencia concertada para instaurar un régimen «liberal» y

«civilizado» en el Paraguay, aún resistente a los devaneos del capital inglés. Así como también

estaba en el proyecto de los dos países mencionados darle «impulso» a la revuelta de Venancio

Flores contra el Gobierno constitucional del Uruguay, que, sin la intervención de Elizalde, Saraiva

y Thorntorn (el ministro inglés en Buenos Aires) en Puntas del Rosario, “...estaba perdida» (5).

En cuanto al objetivo de «liberar» al Paraguay, un artículo aparecido a principios de diciembre de

1864 en «La Nación Argentina», árgano «oficial» del presidente Mitre, lo clarificaba en estos

términos: “...El Brasil y el Paraguay se hallan hoy separados por uno declaración de guerra ...

¿Qué harán los pueblos argentinos?... El Gobierno brasileño es un Gobierno liberal, civilizado,

regular y amigo de la República Argentina. Su alianza moral con ésto está en el interés de
muchos países y representa el triunfo de la civilización en el Río de la Plata... Los hombres que

tienen el tacto de la política, que descubren los resultados inevitables de ciertos acontecimientos,

ven claramente que el gran peligro paro la República Argentina está en la preponderando del

dictador paraguayo, que aspira a ser el Atila de Sudamérica... Triunfante el Paraguay, nada lo

detendría... Él tiene todo su nación militarizada... El menor pretexto seda para el Gobierno

paraguayo un motivo para ponernos entre lo espada y la pared, como ya anuncia “El Semanario»

que estamos entre lo humillación y lo guerra» (6).

¿Pero... qué razones tuvo Argentina?

El interés de reestructurar el Virreinato del Río de la Plata. En ninguna parte del «tratado

secreto» se lo menciona. Tampoco fue consignado en algún otro documento oficial ni en la

correspondencia personal entre los signatarios de la alianza.

Pero la idea había estado presente en la mentalidad de los distintos gobernantes de Buenos

Aires desde los tiempos de la independencia. Y casi todos ellos la expresaron -y reiteraron- en

distintos momentos, con mayor o menor énfasis. Especialmente el dictador Rosas, Mitre y su

ministro Elizalde, Sarmiento; estos de manera clara y explícita. Sin embargo, el interés de

restablecer aquel Virreinato por parte de la Argentina no apareció como causa fundamental que

motivara el inicio de la guerra.

En 1856, Mitre es invitado a adherirse en Lima al tratado de alianza firmado en el Perú con

motivo de La belicosa actividad de una escuadra española en el Pacifico. En la ocasión expresó

en un discurso: “...No pudiendo contra su natural inclinación, ni perdiendo de vista, ni aun en

momentos en que se le hablaba de peligros comunes, su ambiciosa tendencia de dominar, el

gobierno de Buenos Aires declaró a la faz del mundo, sin que le importara la opinión de los

pueblos que le escuchaban en la vecindad, que el fin de la política argentina era la

reconstrucción de su antiguo poder por la reincorporación de los territorios insensatamente

desprendidos y formando hoy nacionalidades independientes»(7).


Elizalde, uno de los ministros más representativos del presidente Mitre -y ya en 1862, instalado

el «mitrismo» en el Gobierno de la Argentina-, dirigía una nota al ministro peruano donde

confirmaba lo anterior. Los “propósitos de la política externa argentina», según la comunicación,

consistirían “...en fomentar y consolidar la reconstrucción de las nacionalidades de América que

imprudentemente se han dividido u subdividido»(8).

El ocultamiento de este proyecto se correspondía, sin embargo, con el oculto mecanismo que

conducía a la alianza, así como se negaba -en aras de La impecable neutralidad»- del presidente

argentino, el combate solapado a Los gobiernos enemigos» de Uruguay y Paraguay. Aun Lo que

era visible y evidente para todos: el decidido apoyo de Mitre a la revolución de Flores y la

condescendencia y complementación a las acciones beligerantes del Imperio contra el Uruguay.

El hecho llamó la atención incluso de aquellos que, dentro del propio gobierno de Buenos Aires,

se manifestaban sorprendidos ante lo que -para no hablar de cinismo- constituía una evidente

contradicción.

Uno de ellos fue el senador Félix Frías. En julio de 1866, durante un debate generado en la

Cámara de Senadores sobre la crisis del Uruguay en el ‘64, interpelaba a sus colegas

parlamentarios: “... Cuál era el deber de la República Argentina en presencia de aquel incendio?

Nuestro deber nos estaba trazado por los principios que profesamos; nos estaba marcado por el

derecho: era la neutralidad que nos prescribía no soplar ese fuego e impedir que se extendiera a

este lado de las fronteras. ¿ Lo hicimos así, señor Presidente? No, no fue esa nuestra conducta

(...). Me cumple censurar la indigna cooperación que muchos compatriotas que pretenden ser

liberales prestaron a una empresa que debieron condenar desde el primer momento para ser

consecuentes con sus principios... Hay un derecho público, señores, hay un derecho de gentes

que nos manda respetar a un Gobierno que no nos ofende (...).

Si la neutralidad hubiera sido leal, si todo el mundo, nacionales o extranjeros, hubieran estado

persuadidos de que no tomábamos parte en este guerra civil, habríamos preservado a nuestro

país de la guerra» (9).


Con el mismo criterio, Gregorio Pérez Gomar, distinguido publicista uruguayo de la época,

establecía claramente: “...Antes de celebrar este célebre tratado (el Tratado Secreto de la Triple

Alianza) el Gobierno argentino se había hecho beligerante, quebrando su neutralidad con el

hecho de proporcionar municiones a los buques brasileños, porque no hay otro carácter para los

pueblos durante el estado de guerra: o neutrales y entonces deben abstenerse de toda

participación, o beligerantes, carácter que se adquiere no sólo iniciando hostilidades, sino

faltando a la neutralidad de cualquier modo... En cuanto al Gobierno oriental, estaba decretada

su caída, como introducción a las hostilidades que debían llevarse después al Paraguay. Por eso

dice Paranhos en su folleto ‘Hicimos caer al Gobierno de Montevideo para elevar otro que fuese

dócil a nuestros deseos de alianza’... Ha confesado también el general Flores en su carta al

Presidente Mitre, ‘que de antemano tenía compromiso con el Brasil para auxiliarlo en la guerra

del Paraguay’... Y ante estos hechos que se han evidenciado ¿cómo podría sostener el general

Mitre que la guerra fue inevitable y la alianza forzosa?» (10).

Otra de las razones que el Gobierno argentino contenía en la oscuridad del gabinete

presidencial. Se refería al temor de Mitre acerca de un excesivo protagonismo de López en el

Río de la Plata. Desconfiaba que algún eventual éxito del general paraguayo en la «cuestión

oriental» le confía aun más influjo que el que proyectara cuando la exitosa mediación de San

José de Flores. Cinco años atrás. Más tarde o más temprano -pensaba Mitre- ese suceso

provocaría el desplaza—a de su partido del poder. “...Cualquier otra política -escribe el mismo

presidente argentino hubiera dado la preponderancia al Paraguay en los asuntos del Río de la

Plata, alentando las resistencias latentes contra el nuevo orden de cosas» (11).

Accesoriamente, existieron hechos que -entre Argentina y Paraguay- sirvieron para atizar el

fuego de la ya inminente guerra. Uno de ellos debe remitirse al convencimiento de López en que

los federales argentinos, y en primer lugar Urquiza, “se alzarían contra los porteños» y

respaldarían su política.
Pero el mandatario entrerriano “..Desoyó las incitaciones que le llegaban por distintos conductos

y decidió permanecer fiel al gobierno nacional (...). No sólo eso: remitió al presidente Mitre la

correspondencia que mostraba las intenciones y descubría las redes tendidas por el presidente

paraguayo. Este que por aguardar la decisión de Urquiza había demorado en efectivizar su

auxilio al gobierno blanco, ahora encabezado por Tomás Villalba, se encontró con que el nuevo

mandatario accedió a firmar un acuerdo por el cual Flores recibiría la presidencia del Uruguay.

A partir de aquel 20 de Febrero de 1864, Brasil contó, para repeler el ataque paraguayo, con su

aliado oriental».

Otro hecho que contribuyó decisivamente a exacerbar las «broncas» ya muy difícilmente

contenidas en el Rio de la Plata fue la incitación malevolente de la prensa de Buenos Aires hacia

el Paraguay y sus autoridades. Muchos autores lo mencionan; muchos textos lo prueban. Con

tanta agresión “...el mariscal se irrita y no disimula el encono», escribe Cárcano, aun a pesar de

la propensión del historiador argentino a sustentar -o disculpar- la posición oficial del gobierno de

Mitre, y agrega: “...Gutiérrez y Zavalía, atacan reciamente al Paraguay y en todas las formas:

injuria, ironía, burla, desdén, sarcasmo.

El enviado (Anacarsis) Lanús (*) se desespera y pide moderación. -Conviene mirar esta cuestión

desde muy arriba, teniendo en cuenta los verdaderos intereses del país. Dejen de pinchar a los

paraguayos, que en lugar de ser nuestros enemigos deben ser nuestros aliados naturales.

¡Redención del Paraguay! ¿Quién la demanda? ¿Por qué no vamos más bien con ellos a redimir

a millones a Brasil? Así nos uniremos a ese pueblo que no necesita redención, sino propender a

que entre en la vía del progreso dando entrada a las instituciones liberales.

-Guerra a Paraguay, dice el loco Bilbao, para redimir a ese pueblo!. Doctrinas dignas del que

niega a Cristo.
Unámonos a Paraguay, pero unámonos como buen hermano mayor, para vincular en él las ideas

de progreso, las ideas de libertad bien entendidas, y no las de disolución que con frecuencia

vemos germinar en nuestra patria» (12)

1. Cárcano, 8. .1., «Guerra del Paraguay. Acción y reacción de La Triple Alianza», pág. 159.
2. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 39.
3. Ayala Queirolo, y., «Orígenes de la Guerra». Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia. Vol. 11, 1966.
4. González, N., Prólogo de «Cartas Polémicas sobre la Guerra del Paraguay», Edic. «Guarania». pág. 61.
9. De Herrera, L. A., «Antes y después de la Triple Alianza», pág. 190.
6. Acevedo E., «Anales Históricos del Uruguay». pág. 336.
7. Cardozo, E., «Vísperas de La Guerra del Paraguay», pág. 34.
8. Nota de -Rufino Elizalde a M. Seoane. Cit. P/Cardozo, E., ob. Cit. pág. 34.
9. Acevedo, E., ob. cit., pág. 41.
10. Acevedo, E.., ob. cit. Pág. 368.
11. González, N., ob. cr5. Pág. 62.
12. Carta de Lanús a Mitre, cit. P/Cárcano, R.J .3., ob. cit., pág. 163.

¿Qué razones tuvo el Brasil para provocar La guerra al Paraguay?

IguaL que el caso de Argentina, fueron las causas aparentes Las que desencadenaron la guerra,

alianza de por medio. Aunque las causas reates, las que persistieron desde el advenimiento de

las naciones independientes del Plata, fueran el fundamento del conflicto.

Entre las causas aparentes, pueden contarse:

 La falta de definición de los límites entre el Paraguay y el Imperio.

 El creciente poderío económico y militar paraguayo que representaría en el futuro

mayores resistencias a las pretensiones hegemónicas del Brasil y, fundamentalmente,

 La crisis del Uruguay con la instigación e intervención de las fuerzas imperiales en

beneficio de la revolución de Venancio Flores, para el derrocamiento del Gobierno

constitucional uruguayo.

Entre las causas reales que habrían llevado al Brasil a la guerra, caben las siguientes

consideraciones:

 La política expansionista del Imperio para extender sus dominios hasta la Cuenca del

Plata.

 La necesidad de ejercer un liderazgo real en la América del Sur. Y, por el mismo motivo,
 Impedir la reestructuración del Virreinato del Plata.

En relación al primer punto, Joaquín Nabuco y Helio Lobo, historiadores brasileños de obligada

consulta en relación a La Guerra de La Triple Alianza, “...niegan todo afán de conquista

territorial” por parte del Brasil. “Para el primero, ‘nuestro único propósito era tener una frontera

tranquila y segura, para lo que era condición esencial la completa independencia de aquel

estado». Se refería al uruguayo (1).

Pero Horton Box, de insospechada objetividad para el análisis de los antecedentes de la guerra,

asegura lo contrario. En relación a las discusiones sobre límites que -habitualmente- planteaba el

Imperio, el historiador inglés escribe: «...A riesgo de caer en cierto cinismo, acaso podría decirse

que hay un principio central en todas estas interminables discusiones: el de adquirir más territorio

por cualquier medio y con la aplicación de cualquier ‘principio’ o sofisma. En una disputa de

límites con algún vecino, el Brasil sostendrá que el uti possidetis es el único criterio honorable y

satisfactorio para la determinación de la soberanía de tal pedazo de tierra ocupada por

brasileños. El próximo año, en una controversia con otro vecino, vestirá ropajes de un legalismo

meticuloso y súper escolástico; sostendrá que tratado de San Ildefonso de 1777 es el solo título

claro que existe para reclamarlo propiedad de tal o cual pantano o selva virgen, y hasta aducirá,

luego, alguna otra interpretación de aquel documento laberíntico» (2).

Pero ¿por qué arriesgaría el Brasil, al impredecible resultado de una guerra, el beneficio de

acrecentar sus posesiones, aun cuando ya tenía extensos e inexplorados territorios?

Interesado en poblar el país con la inmigración europea, el Imperio necesitaba, según Juan

Bautista Alberdi, “... salir de la zona tórrida en que está metida la casi totalidad de su territorio y

no tiene más que una dirección». Esta dirección, propone el mismo autor, era el sur, además de

las regiones vecinas del Brasil que lo comprenden:


“...la Banda Oriental o el Estado del Uruguay, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y el Paraguay; es

decir, todo el territorio que queda a la izquierda de la línea Norte a Sud, que forman los ríos

Paraguay, Paraná y Plata» (3).

La zona del Plata no sería entonces una simple agregación de superficie territorial, sino que

posibilitaría al Brasil “... poblarse con razas blancas de la Europa para las cuales busca territorios

templados que no tiene (...), tierras apropiadas para la producción de alimentos y sustento de su

pueblo, que no tiene, al menos disponibles, y (...) asegurar sus actuales territorios inmediatos a

los afluentes del Plata, por la adquisición y posesión de los países propietarios de la parte inferior

de esos ríos» (4).

De manera que los motivos que rescata Alberdi para justificar la expansión territorial brasileña se

fundan en criterios de población, subsistencia y seguridad. En cuanto a este último, era sabida y

sentida la dificultad de comunicación que las poblaciones costeras del Imperio mantenían con las

provincias interiores, aun con las más cercanas, debido a las interferencias que imponía la

dilatada como accidentada geografía brasileña. A estos inconvenientes, según Alberdi, se

sumaría el “...peligro de perderlas, porque en la medida que la libre navegación de los ríos se

fuese imponiendo, correría el riesgo de la secesión de Mato Grosso y Río Grande, atraídas por el

comercio mundial, proclives a romper los lazos con Río de Janeiro» (5).

¿Qué razones, el Uruguay?

Ninguna, más allá de los compromisos adquiridos por Flores con el gobierno argentino y con el

Imperio. Y... ¿por qué estos necesitarían del Uruguay? Brasil y Argentina jamás podrían haberse

aventurado en una guerra con el Paraguay dejando a sus espaldas a la belicosa Banda Oriental.

La seguridad de contar con Flores -sin ninguna otra oposición- era fundamental para iniciar el

emprendimiento. De hecho y como se verá más adelante, e[ aporte uruguayo en efectivos

militares fue insignificante y nulo en términos económicos. Por el contrario, al entrar en guerra,
Flores recibió un “préstamo», y mientras se mantuviera en ella, una suma mensual de 30.000

pesos, en carácter de «subvención».

Ya se ha visto -por otra parte- que el Uruguay no tenía motivos «nacionalmente» asumidos -o de

Estado- para entrar en guerra con el Paraguay. “...La República Oriental -comentaba ‘El 51gb’,

en 1867- no entró por intereses propios en esta alianza y así lo demuestra la cláusula del tratado

en que mientras las demás partes contratantes determinan la parte de territorio que han de

anexar para el ensanche de sus fronteras, a ella se le señala por toda recompensa el pago de

los gastos de guerra, que se ha dicho de paso en el estado en que quedará el Paraguay será

una promesa escrita que nunca llegará a realizarse... La República Oriental, o mejor dicho su

Gobierno, no hizo sino pagar una deuda de gratitud al Brasil que lo había ayudado a triunfar en

la revolución» (6).

Al respecto, Acevedo sentencia drásticamente: “...Grueso error! Ni la República Oriental era

causa ocasional de la guerra, ni el general Flores tenía que pagar una deuda de gratitud al

Brasil. Era el Brasil quien había ofrecido a Flores sus ejércitos y sus buques de guerra a cambio

de Alianza contra el Paraguay» (7). Pero a esas alturas, el Uruguay, postrado a los pies de

Flores por obra y gracia de la intervención, participación y subvención del Imperio y del apoyo

argentino, no respondía a sus mandos institucionales...Después de la Convención de Febrero

(cuando se pactó la paz entre Flores y el ya exánime Gobierno blanco)...el Estado Oriental es

una espada colgada al cinturón del Imperio» (8). Tanto que en abril de 1865, el general Mitre se

dirigió al caudillo oriental pidiéndole acompañara en la campaña contra el Paraguay (no se había

firmado aún el «tratado secreto»), a que don Venancio contestó: “..Estoy completamente

inhabilitado de contraer ningún compromiso con VE sin que entre en la alianza el Gobierno

imperial, con quien sabe VE tengo solemnes compromisos contraídos en la guerra que he

terminado en mi país y hasta con la del Paraguay de antemano éramos aliados del Gobierno

imperial» (9).
Tras la «Convención», Flores asumió la presidencia del Uruguay. En ese día, 20 de febrero de

1865, penetró a caballo en la plaza y leyó su proclama “...vivando al emperador y ejército

imperial. Asume la dictadura tranquilamente y empiezan a huir los blancos. Antes firma todo lo

que exige Paranhos. Para eso vino el general ganado batallas en las alforjas del Imperio (...). Los

intereses de las facciones rivales se discuten y ventilan, no en el Senado de la República, sino

en la tienda de campaña del interventor extranjero» comenta cáusticamente, Cárcano (10). Y

agrega: «... Apenas concluye la guerra civil, Uruguay concurre a la guerra del Paraguay. (...) El

Imperio facilita un préstamo para iniciar la marcha. En el Río de la Plata, San Cristóbal opulento

y soberbio en relación a sus vecinos anarquizados, emplea algunas veces la diplomacia del

patacón. Quizá los moralistas recuerden los preceptos de moral abstracta. El problema es de

necesidad imprescindible, de función biológica, y no de moral» (11).

Semejantes observaciones, por demás comunes a lo largo de la bibliografía que dibuja las

acciones que llevaron a la guerra, obligan una reflexión. Se pretende, generalmente, que la

historia carezca de adjetivos innecesarios, de juicios que vayan más allá de lo que pueda

documentarse. Mucho menos de panegíricos o elogios, cuando no sean sus adjudicatarios,

protagonistas de grandes acciones o portadores de indiscutidas como valiosas consignas

morales y patrióticas.

Pero, adicionalmente, la historia se debe al intento de ser justa. A partir del establecimiento de

un código fundamental de valores que consagren los merecimientos o desmerecimientos de

cada uno de los personajes que ella analiza. A igualdad de pecados. Igual condena.

Pero -Lamentablemente- juicios como Los que se transcriben demuestran que en la Guerra de

Triple Alianza también estaban consagradas las «virtudes» los «pecados» según quienes los

ejercieran. EL «mal» y el «bien» tenían banderas, según la opinión de algunos versados

historiadores. Aunque no se tuviera La reserva del disimulo, el pudor que concede el temor de

confrontar las expresiones a la rigurosidad de los documentos o, al menos, a la opinión pública,

algunos de ellos estaban determinados a encontrar disculpas para los que sostenían la bandera
de la «redención», que es decir de La que se transcriben, para el general Venancio Flores, quien

tan infundadamente Llevaba a su país a una guerra internacional en contra de otra nación con La

que -ni siquiera- límites comunes tenía y con cuyas autoridades solo Le separaban Las

justificaciones de quienes acababan de instalarlo en el poder.

Hay más flores para Flores: «... En Salto y Paysandú los soldados de Flores matan prisioneros

indefensos. No es una crueldad. Es simplemente un viejo método de guerra. La montonera no

tiene cárceles ni campos de concentración. Sus sistemas los impone el medio. Un loco matará

por placer, pero los hombres discretos sólo matan por necesidad» (12).

«... El famoso guerrillero de las cruzadas épicas es un soldado del emperador. No es

obsecuencia, sino una obligación moral. No falta la altivez, sino la fuerza de equilibrio. Ni el país

ni su gobierno en las circunstancias que sufren pueden mantener su independencia sin los

puntales de su gran vecino. Flores es amigo de Argentina, con servicios salientes en su ejército,

y es aliado del Imperio con severas obligaciones. El las cuida y respeta. No protesta ni se rebela

de lo que antes busca y consiente. Honra siempre las situaciones impuestas por las necesidades

de la lucha y afronto los esfuerzos y sacrificios con alta dignidad» (13).

¿Y el Uruguay? ¿Y sus instituciones? Y las obligaciones que don Venancio tenía como recién

instalado gobernante, ante Las múltiples necesidades de un país postrado por más de dos años

de guerra civil?

Pero favores tan importantes como Los que había recibido tenían un solo propósito.

«.. . La alianza de Uruguay y Brasil contra Paraguay es para mí un compromiso de honor»,

expresa Flores a Paranhos en una entrevista realizada en Fray Bentos, en diciembre del ‘64,

cuando el sitio de Paysandú (14). Luego, ya establecido en la presidencia del Uruguay, lo

acordado y prometido. El presidente Flores resolvió: “...La República Oriental prestará desde

ahora toda la cooperación que estuviese a su alcance, considerando como un empeño sagrado

de su alianza con Brasil, en la guerra deslealmente declarada por el gobierno paraguayo, cuya

injerencia en las cuestiones internas de la República Oriental es una intervención osada e

injustificable» (15).
Razones que «otorgó» El Paraguay para motivar La guerra.

Nadie que estuviera al tanto de Los sucesos del Plata podía dejar de percibir, o al menos

suponer, los propósitos que se gestaban en la tempestuosa calma de los gabinetes de Mitre y

del Imperio. “...Desde que Brasil se había hecho presente en el Estado Oriental, sin concitar la

oposición argentina y despreciando la mano que le tendiera López, y desde que la prensa de

Buenos Aires negaba abiertamente la autonomía paraguaya, sin tampoco merecer las

tradicionales protestas brasileñas, López se consideraba autorizado a suponer que ambos

países se estaban poniendo de acuerdo para fundar ‘nuevas bases para el equilibrio del Plata ¿A

la clásica concepción de dos potencias, el Brasil y la Argentina, que se vigilaban recíprocamente

con igualdad de poderío para impedir la independencia del Paraguay y del Uruguay se

extinguiera, en beneficio del rival, venía a suceder la idea de dos países que, olvidando sus

seculares antagonismos, se daban la mano para proceder al reparto amigable, en porciones

salomónicas, del motivo de tantas discordias, de tal suerte que el equilibrio no quedara roto

porque el acrecentamiento de poder sería simultáneo y equivalente: el Uruguay para el Brasil y el

Paraguay para la Argentina?» (16).

La indefinición de Urquiza. El gobernador entrerriano fue uno de los enigmas tardíamente

resueltos -si es que resuelto- por el general López. Pero mientras este esperaba las respuestas

requeridas a su «compadre Don Justo», y de la misma manera lo esperaban los más cercanos

caudillos provinciales de la región, Urquiza callaba. Parte de la especulación se centraba en

torno a las gestiones que Urquiza haría ante Mitre para el tránsito del ejército paraguayo por

territorio argentino. «... Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una acción

decidida», escribía López el 1° de enero de 1865 (18). Casi dos meses después, el 26 de

febrero, desanimado, a nota: «... el general Urquiza ha faltado a sus espontáneos ofrecimientos»

(19).

Pero ya un par de meses antes, el Barón de Mauá había acudido, a instancias de la entente

argentino- brasileña, a fortalecer las dudas del gobernador de Entre Ríos. En el mismo palacio

de San José, junto a Benjamín Victorica, su yerno, el poderoso banquero fue a “...descubrir los
resortes que debía tocar para obtener el apaciguamiento que buscaba», según escribe Efraín

Cardozo. “El resultada fue fructífero para Urquiza» -agrega Rosa- “... un empréstito a la

provincia, la promesa de un subsidio nacional dado por Mitre y... algo más. Ese algo más va por

cuenta de La Nación Argentina: ‘Se dice también que el Barón de Mauá... ha hecho arreglos

particulares con el general Urquiza supliéndole de fondos que necesita para sus negocios

particulares» (20).

Cuando finalmente el Presidente paraguayo recibió la respuesta de Urquiza, estalló en cólera.

No hay documentos que lo certifiquen. Solo consta la atildada respuesta epistolar. “.. He recibido

la inestimable de VE...», etc., pero según el enviado Victorica, al leer la nota del gobernador,

López habría alzado el tono para expresar: “Entonces, si me provocan, me lo llevaré todo por

delante!» (21).

1. Citado por Cuadernos de «Marcha», N° 5, setiembre, 1967; pág. 69.


2. Horton Box, P., citado por Herrera L. A., «Antes y Después de la Triple Alianza», p. 498.
3. Alberdi J. 9., «Historia de la Guerra del Paraguay», pág. 66.
4. Alberdi, J. B., ob. cit., pág. 66.
5. Alberdi, 3. 9., ob. cit. por Cuadernos de «Marcha», pág. 66 y sgte.
6. Acevedo, E., «Anules Históricos del Uruguay», págs. 355 y 356.
7. Acevedo, E., ob. cit. pág. 356.
8. Cárcano. R. 3., «Guerra del Paraguay. Acción y Reacción de la Triple Alianza», pág. 94.
9. Acevedo, E., ob. cit., pág. 356.
10. Cárcano, R. 3., ob. cit., págs. 27 y 28.
11. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 95.
12. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 12.
13. Cárcano. 3., ob. cit. págs. 94 y 95.
14. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 19.
15. Cárcano, R. 3., ob. cit. pág. 27.
16. Cardozo, E., citado por De Marco, M. A., «La Guerra del Paraguay», pág. 24.
17. De Marco, M. A., ob. cit., pág. 21.
18. Pereira, C., «Solano López y su drama», pág. 55.
19. Pereira., ob. cit., pág. 55.
20. Rosa 3. M., «La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas». pág. 115.
21. Rosas, 3. M., ob. cit., pág. 167.

RESUMEN CRONOLOGICO DE LOS ACONTECIMIENTOS

INMEDIATAMENTE PREVIOS A LA GUERRA

La complejidad de los hechos, [a diversidad de los componentes que activaron los detonantes

del conflicto así como el nutrido grupo de protagonistas que, cada cual en su momento, aportó

para acelerar o retardar [a tragedia hacen necesario un resumen de los acontecimientos.


Se inicia la relación -de manera arbitraria- desde el inicio de La década de los ‘60 y desde [a

asunción de don Bernardo Berro a la presidencia de la República Oriental del Uruguay hasta e[

estallido de[ conflicto.

El largo listado incluye algunos que fueron considerados como «causas inmediatas de la

guerra», y ayuda a mejorar el entendimiento de [os sucesos que condujeron a ella.

El resumen fue compendiado tanto del material incluido hasta e[ presente fascículo de los libros

que componen la extensa bibliografía, tanto como - especial y fundamentalmente- de los textos

«El Drama del 65», pág. 285 en adelante, del doctor Luis Alberto de Herrera; «Un lustro terrible»,

de Anastasio Rolón Medina; y de los del doctor Efraím Cardozo: «Efemérides de la Historia del

Paraguay» y «Vísperas de la Guerra del Paraguay».

Año por año, son los siguientes:


Conclusión

La guerra del Paraguay según los archivos estudiados esconden más de una causa simple y

que pueda ser a simple vista, la guerra del Paraguay seguirá siendo el motor de muchos debates

e investigaciones por lo cual su memoria no será erradica como quisieron los invasores, hoy los

países beligerantes solo tienen un destino en común excepto Brasil, que es llegar a la verdad por

sobre todas las cosas.


Verdad que aunque duela es la cuota del reconocimiento a aquellas personas que dieron todo

por ver la libertad de sus instituciones, familias e hijos no siendo carne de cañón ni manoseada

por la “civilización” que no traían reformas ni libros sino que sobre sus hombros cargaban

bayonetas y cañones para convencer por las malas de que aquellos tenían la tecnología y la

última palabra.

El eco de aquellos combatientes aun resuena en los campos de batalla y solo a veces se cuelan

en el imaginario de los escritores para llevarnos a una época donde el ideal y la causa justa eran

el motor de la sociedad. Loor y Gloria a los veteranos del 70’ y al gran Mariscal Francisco Solano

López!!

Resumen: Se lograron los objetivos descriptos en este trabajo se investigo a los actores políticos

de la escena de la G.T.A y también con la investigación concluimos de que hubo un factor

desencadenante que no eran los motivos que se exponen comúnmente.

Bibliografía:

1. Cárcano, 8. .1., «Guerra del Paraguay. Acción y reacción de La Triple Alianza», pág. 159.
2. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 39.
3. Ayala Queirolo, y., «Orígenes de la Guerra». Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia. Vol. 11, 1966.
4. González, N., Prólogo de «Cartas Polémicas sobre la Guerra del Paraguay», Edic. «Guarania». pág. 61.
9. De Herrera, L. A., «Antes y después de la Triple Alianza», pág. 190.
6. Acevedo E., «Anales Históricos del Uruguay». pág. 336.
7. Cardozo, E., «Vísperas de La Guerra del Paraguay», pág. 34.
8. Nota de -Rufino Elizalde a M. Seoane. Cit. P/Cardozo, E., ob. Cit. pág. 34.
9. Acevedo, E., ob. cit., pág. 41.
10. Acevedo, E.., ob. cit. Pág. 368.
11. González, N., ob. cr5. Pág. 62.
12. Carta de Lanús a Mitre, cit. P/Cárcano, R.J .3., ob. cit., pág. 163.
1. Citado por Cuadernos de «Marcha», N° 5, setiembre, 1967; pág. 69.
2. Horton Box, P., citado por Herrera L. A., «Antes y Después de la Triple Alianza», p. 498.
3. Alberdi J. 9., «Historia de la Guerra del Paraguay», pág. 66.
4. Alberdi, J. B., ob. cit., pág. 66.
5. Alberdi, 3. 9., ob. cit. por Cuadernos de «Marcha», pág. 66 y sgte.
6. Acevedo, E., «Anules Históricos del Uruguay», págs. 355 y 356.
7. Acevedo, E., ob. cit. pág. 356.
8. Cárcano. R. 3., «Guerra del Paraguay. Acción y Reacción de la Triple Alianza», pág. 94.
9. Acevedo, E., ob. cit., pág. 356.
10. Cárcano, R. 3., ob. cit., págs. 27 y 28.
11. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 95.
12. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 12.
13. Cárcano. 3., ob. cit. págs. 94 y 95.
14. Cárcano, R. 3., ob. cit., pág. 19.
15. Cárcano, R. 3., ob. cit. pág. 27.
16. Cardozo, E., citado por De Marco, M. A., «La Guerra del Paraguay», pág. 24.
17. De Marco, M. A., ob. cit., pág. 21.
18. Pereira, C., «Solano López y su drama», pág. 55.
19. Pereira., ob. cit., pág. 55.
20. Rosa 3. M., «La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas». pág. 115.
21. Rosas, 3. M., ob. cit., pág. 167.
1. Genocidio Americano Chiavennato
2. Procesos a los Falsificadores de la Historia Paraguaya A.G.M
3. La Baring Brother y la Historia Política Argentina Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde
4. Las causas de la guerra Ricardo Caballero Aquino
5. El Tratado La triple Alianza contra el Paraguay Nelson Alcides Mora Rodas
6. El Libro de los héroes, Juan E. O’Leary
7. Acosta Ñu. Prof. Andrés Aguirre
8. Héroes Compendio de la guerra de la triple alianza Manuel Riquelme
9. Perham Horton Box Causas de la guerra del Paraguay
10. Tomos I y II de La guerra de la triple alianza Jorge Rubiani

Anexo:
Índice:

Introducción……………………………………………………………………………..2

Objetivos…………………………………………………………………………………3

Por que estalla la guerra - El sistema Irala………………………………………..4 - 7

El Paraguay Enclaustrado……………………………………………………………7 -11

Paraguay………………………………………………………………………………11 - 20

Jefes de Estado y sistemas de gobiernos…………………………………………20 - 22

Las razones de la guerra…………………………………………………………….22 - 25

Pero qué razón tuvo la Argentina?.....................................................................25 - 29

Qué razones tuvo el Brasil para provocar la guerra al Py……………………. …29 - 31

Qué razones tuvo el Uruguay?............................................................................31 -34

Razones que otorgo el Paraguay para motivar la guerra………………………….34 - 36

Resumen cronológico de acontecimientos…………………………………………..36- 46

Conclusión – Resumen………………………………………………………………...46 - 47

Bibliografía…………………………………………………………………………….. .47 - 48

Anexo…………………………………………………………………………………......48 - 48

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