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en México y el Caribe
FORO HISPÁNICO 39
Consejo de dirección:
Nicole Delbecque, Katholieke Universiteit Leuven (Lovaina, Bélgica)
Rita De Maeseneer, Universiteit Antwerpen (Amberes, Bélgica)
Hub. Hermans, Rijksuniversiteit Groningen (Groninga, Países Bajos)
Sonja Herpoel, Universiteit Utrecht (Países Bajos)
Ilse Logie, Universiteit Gent (Gante, Bélgica)
Luz Rodríguez Carranza, Universiteit Leiden (Países Bajos)
Maarten Steenmeijer, Radboud Universiteit Nijmegen (Nimega,
Países Bajos)
Secretaria de redacción:
María Eugenia Ocampo y Vilas
Toda correspondencia relacionada con la redacción de la colección
debe dirigirse a:
María Eugenia Ocampo y Vilas – Foro Hispánico
Universiteit Antwerpen
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Diseño y maqueta:
Editions Rodopi
ISSN: 0925-8620
Saberes y sabores
en México y el Caribe
Editado por
Rita De Maeseneer y Patrick Collard
con la colaboración de
Kim Huyge
Fotos de la portada:
The paper on which this book is printed meets the requirements of “ISO
9706:1994, Information and documentation - Paper for documents -
Requirements for permanence”.
ISBN: 978-90-420-3044-2
E-Book ISBN: 978-90-420-3045-9
©Editions Rodopi B.V., Amsterdam - New York, NY 2010
Printed in The Netherlands
Índice
INTRODUCCIÓN
MÉXICO
CARIBE
Rita De Maeseneer
Bitterness was the ‘mood’ that best seemed to encapsulate Cuba then, as the
state demanded enormous sacrifices from its citizens, while tempering with a
momentous change that seemed to have arrived yet failed to arrive. (2005: 16)
Sobre todo para Cuba –país bastante ‘privilegiado’ dentro del Caribe
en este volumen– las metáforas culinarias siempre han sido muy exi-
tosas. Pienso en el ‘ajiaco’ del antropólogo Fernando Ortiz, represen-
tación de la mezcla racial como elemento fundacional de lo cubano.
Otro tropo que recorre la literatura caribeña y la cubana en particular
es la exaltación de las frutas tropicales, “el elemento esencial en la
imaginación de la comunidad cubana”. (Calvo Peña 2005: 80) Efecti-
vamente, los caimitos, las piñas, las guanábanas, los mameyes son una
constante en las letras cubanas, si no desde Espejo de Paciencia
(1608) de Silvestre de Balboa, por lo menos desde el poeta decimonó-
nico Manuel de Zequeira y Arango con su ‘Oda a la piña’ hasta las
décimas de Severo Sarduy, llamadas ‘Corona de las frutas’, título
homónimo de un precioso ensayo de Lezama Lima de diciembre de
1959. El pintor cubano, Ramón Alejandro, que entre otras obras
ilustró libros de compatriotas (‘Corona de las frutas’ de Severo Sar-
duy, Cuerpos en bandeja. Frutas y erotismo en Cuba de Orlando
González Esteva y Las comidas profundas de Antonio José Ponte),
nos hizo un favor muy especial al permitirnos reproducir en la portada
uno de sus cuadros, llamado El patio de mi casa. La opulencia barroca
y el tamaño desproporcionado de las frutas tropicales como la piña, la
papaya (llamada fruta bomba en Cuba para evitar las connotaciones
sexuales de la ‘papaya’) o el plátano, presentes en este cuadro (como
en muchas otras obras suyas), sugieren determinadas interpretaciones.
Se destacan lo identitario y lo sensual/sexual que se combina con
cierta nostalgia, tan característica de muchos artistas que trabajan
12 Rita De Maeseneer
[...] by the 1970s a consensus has emerged, in which national and generalized
‘Caribbean’ cuisine were seen to be extensively interchangeable. Each place
had its particular specialities, and ‘national dishes’ were widely recognized,
but underlying the differences was a common creole Caribbean cuisine. The
distinguishing feature of this cuisine was consistently identified as spice, and
it was seen as the product of a blending of cuisines from other places. (1998:
85)
Notas
1
Véase <http://www.kal69.dial.pipex.com/shop/pages/ppc.htm> para Petits propos
culinaires y
<http://www.gastronomica.org> para Gastronomica, <http://www.food-culture.org>
para la Association for the Study of Food and Society que también tiene una revista
Food, Culture, and Society y <http://www.iehca.eu/home.html> para el Institut
Européen d’Histoire et des Cultures de l’Alimentation.
2
Agradezco a Roberto González Echevarría la aclaración sobre esta canción infantil,
que yo, una flamenca/belga, por supuesto nunca escuché de niña.
3
Doy las gracias a Nuala Finnegan quien tuvo la amabilidad de mandarme copia de su
texto.
4
Agradezco a Kim Huyge la ayuda en la búsqueda de las ilustraciones.
5
Le debo esta referencia al especialista en literatura dominicana, Fernando Valerio-
Holguín.
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do en La Gaceta de Cuba.
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Cuando la gastrocrítica se hace carne... y papel 19
Adolfo Castañón
1. Introducción
2. La Edad ‘prehistórica’
El hecho capital de la historia de los purépecha […es el] momento [en que] la
civilización de Michoacán se cristaliza y empieza a ‘tomar puerto’; entre los
siglos X-XI de nuestra era fueron nombrados por el petáutli en la relación de
Michoacán como un encuentro en torno del acontecimiento íntimo de la
comida: “… y el pescador andaba sudando de asar pescado, y como iba
asando, íbale dando, y ellos comieron de aquel pescado y dijeron: ‘cierto,
buen sabor tiene’. Y como comían toda manera de caza los chichimecas […]
sacaron de sus redes un conejo y metiéronlo en el fuego, y después de asado
desolláronle y pusieron allí el conejo asado, y dijéronle al pescador: ‘isleño,
come desto, a ver qué sabor tiene, que esto andamos nosotros a buscar. Y
como se echase el pescador un bocado en la boca, dijéronle los chichimecas:
‘púes isleño, ¿qué sabor tiene eso que comes?’, respondió él: ‘Señor, ésta es
verdadera comida; no es cosa de pan, porque bien que sea buena comida, ésta
de estos peces, más hiede y harta luego; mas esta comida vuestra no hiede,
más es comida de verdad.’” (en Le Clézio 2006: 113-114)
Tránsito de la cocina mexicana en la historia 27
La técnica de lo pequeño, aplicada a las artes del paladar nos llevaría a hablar
del ‘pinole’, último residuo de la trituración de cereales: maíz, ‘cacahuacintle’
o maíz esponjado que se ha tostado previamente, molido al ‘metate’ con
canela y con ‘piloncillo’, que es el azúcar negro, anterior a la refinación. Esta
golosina se encuentra ya por los límites de la materia, a punto de confundirse
con el vaho. El solo aliento basta para absorberla o repelerla, y por eso dice
nuestro refrán: ‘No se puede chiflar y comer pinole’, que vale: ‘No se puede
repicar y andar en la procesión’. Quien come pinole, como quien come
polvorones, tiene que cerrar bien la boca; y el que no sabe cuándo cerrarla, se
ahoga porque –como dice la gente– ‘le da en el galillo’. (Reyes 1989: 110)
4. La culinaria prehispánica
Hay calles de caza, donde venden todos los linajes de aves que hay en la
tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatos,
tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones,
gavilanes y cernícalos. Y de algunas aves de estas de rapiña venden los cueros
con su pluma y cabeza y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados y
perros pequeños, que crían para comer castrados. Hay calles de herbolarios,
donde hay todas las raíces y hierbas medicinales que en la tierra se hallan
[…]. Hay todas las maneras de verduras que se hallan, especialmente cebollas,
puerros, ajos, mastuerzo, berros, borraxas, acederas y cardos y tagarninas. Hay
frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a
las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son
tan melosas y dulces como las de azúcar; y miel de unas plantas que llaman en
las otras islas maguey que es muy mejor que arrope […]. Venden pasteles de
aves y empanadas de pescado. Venden huevos de gallinas y de ánsares y de
toda las otras aves que he dicho en gran cantidad. Venden tortillas de huevos
hechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden las cosas cuantas
se hallan en toda la tierra, que demás de las que he dicho son tantas y de tantas
calidades que por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria y aún
por no saber poner los nombres no las expreso. (Cortés 1993: 235-236)
El zumbar y ruido de la plaza –dice Bernal Díaz– asombra a los mismos que
han estado en Constantinopla y en Roma. Es como un mareo de los sentidos,
como un sueño de Breughel, donde las alegorías de la materia cobran un calor
espiritual. En pintoresco atolondramiento, el conquistador va y viene por las
calles de la feria, y conserva de sus recueros la emoción de un raro y
palpitante caos: las formas se funden entre sí; estallan en cohete los colores; el
apetito despierta al olor picante de las yerbas y las especias. Rueda, se
desborda del azafate todo el paraíso de la fruta: globos de color, ampollas
transparentes, racimos de lanzas, piñas escamosas y cogollos de hojas. En las
bateas redondas de sardinas, giran los reflejos de plata y de azafrán, las orlas
de aletas y colas en pincel; de una cuba sale la bestial cabeza del pescado,
bigotudo y atónito. (Reyes 1953: 29-30)
Hace años hicimos una comida para 99 invitados con 9 platillos que preparó
Patricia Quintana (gran cocinera) de corte prehispánico, en donde el número 9
se debía a los 9 pasos al Mictlan. El invitado 100 era la muerte, por lo que una
silla estuvo vacía. Hubo cantos en nahua por un coro infantil y los pocillos en
que bebimos fueron rotos como se hacía cada 52 años con los enseres
domésticos. Asistieron gentes como Bertha y José Luis Cuevas, y muchos
más. La mesa tuvo forma de cruz recordando los 4 rumbos del universo. Se
efectuó a un lado del Templo Mayor, en Santa Teresa la Antigua (pues no
cabían en el Templo Mayor).
5. El maíz y el tamal
6. La Colonia y el mole
7. El pozole
Pozole.
[Tausend, Marylin. 1992. Mexico: Een culinaire reis. authentieke recepten
uit de regionale keukens. Amsterdam: De Lantaarn: 88.]
8. Los insectos
Un hacendado, don Pedro Martín de Olañeta al abrir los ojos a las cinco de la
mañana, se hacía llevar a su lecho un chocolate espeso y caliente con un
estribo o rosca. A las diez en punto almorzaba arroz blanco, un lomito de
carnero asado, un molito, frijoles bien fritos y un vaso de pulque. A las tres y
media estaba pronto para comer: caldo con limón y chilitos verdes, sopas de
fideo o de pan, que mezclaba en un plato; el puchero con una calabacita de
Castilla, albóndigas, torta de zanahoria u otro guisado, sin que faltara la fruta
comprada en la plaza del Volador: naranjas, limas, plátanos, manzanas. A las
seis de la tarde se le traía su chocolate y, a las once la cena. (Payno en Díaz y
de Ovando 1986: XV)
¿Cuánto tiempo habría sido necesario para que se tuviese la idea –genial– de
rellenar un chile, un capsicum? ¿Cuánto tiempo para tener la ocurrencia de
pelarlo y para ello usarlo? ¿Cuánto tiempo debió pasar [… para] pensar en
envolverlos en una servilleta humedecida? […] ¿Quién pensó en capearlo y
Tránsito de la cocina mexicana en la historia 47
Los chiles chipotles (de Tlaxcala), los chiles poblanos, los jalapeños,
los mecos, los chipotles tamarindo, los chilhuacles negros y los chiles
de agua de Oaxaca, los chiles ixcatic y los habaneros (picosísimos
como para despertar a una bella durmiente coreana) en Yucatán, los
perones o manzanos de Guanajuato, casi todas las variedades –
incluida los del chile de California, chile Ana heiva o chile verde del
norte– se rellenan –salvo curiosamente, el chile pimiento morrón que
los mexicanos desdeñan como un chile indigno de rellenar. Los chiles
rellenos se pueden clasificar precisamente por sus rellenos:
Hoy, de costa a costa y frontera a frontera del país, se prepara una gran
variedad de chiles rellenos; sin embargo, es en el centro donde más se
acostumbran. El chile poblano es por excelencia el chile para rellenar con
diferentes tipos de preparaciones como picadillos, quesos, verduras, mariscos
y aves. Las variedades de los rellenos hace que cada una de ellas forme un
grupo: los picadillos constituyen el más extenso, por el número de
ingredientes que se mezclan con la carne de cerdo, de res o una combinación
de ambas; también el pollo ocupa un lugar importante en este grupo. Después
están los quesos; los más comunes de Puebla, el fresco, el de Oaxaca, el de
Chihuahua y el de canasto. Y por último están las verduras, las más utilizadas
como rellenos son las calabacitas, la flor de calabaza y los granos de elote
combinados en diferentes proporciones. También existen muchas recetas de
rellenos de mariscos, que por lo general se consideran preparaciones lujosas
en las que el camarón es el protagonista y la carne de jaiba, los ostiones o los
pulpos sus acompañantes. (Muñoz Zurita 2001: 12)
Conejo al chiltepín
Se necesita:
Un conejo limpio y pelado
Una cabeza de ajo
Una cebolla mediana
1 kg. de chiltepín (chile piquín)
Aceite para freír
½ litro de pulque
Así se prepara:
El conejo se desflema con el agua y el pulque a fuego lento hasta casi
evaporar el líquido; ya que está desflemado se descuartiza. El ajo y la cebolla
se pican finamente y se ponen a freír, cuando están acitronados se agrega el
conejo. Por último, se añade el jitomate y el chiltepín; se sazona con un poco
de sal y se deja a fuego normal hasta que la carne del conejo esté suave. El
caldillo debe quedar muy espeso. (en Donatien 1999: 47)
Tránsito de la cocina mexicana en la historia 49
Notas
1
Agradezco a Evelyn Useda, mi asistenta, la preparación de este texto.
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52 Adolfo Castañón
Kim Huyge
sona, y también a los servidores y gente déstos les daba sus raciones.”
(Cortés 1993: 246) Los servidores, por el contrario, recibían unas
raciones de comida: se distribuía una cantidad determinada, limitada a
cada uno. Esta connotación feudal del banquete, el tratamiento distinto
según la clase social, se ilustra también en otra frase del fragmento:
“Al tiempo que comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores
ancianos a los cuales él daba de lo que comía.” (Cortés 1993: 247) La
comitiva de Moctezuma, compuesta por ancianos “señores” principa-
les, come literalmente de la mano del tlatoani. Esta escena está ob-
viamente cargada de un fuerte simbolismo para alguien del siglo XVI.
Sólo un grupo selecto, una élite, podía acompañar a Moctezuma mien-
tras éste comía, ya que los demás huéspedes quedaban en otras salas y
pasillos “sin entrar donde su persona estaba […]”. (Cortés 1993: 247)
Luego el texto indica que Moctezuma es quien elige lo que comerán
esos señores principales de su imperio, él determina lo que pueden
comer.
Se refuerza la posible hipótesis de la proyección de los valores in-
cluidos en Las Siete Partidas si tenemos en cuenta los estudios sobre
las crónicas bajomedievales. Teresa de Castro Martínez estudió la
alimentación en este corpus del siglo XIV hasta el siglo XVI en Espa-
ña y llegó a determinar un código alimentario para aquella época. La
templanza ocupa una posición central en dicho código, pero a ella se
añade otro valor complementario, a saber la liberalidad. Consiste la
liberalidad en una “generosidad en el dar y en el gastar […por las]
clases dominadoras” (Castro Martínez 1996: 78), cuyo objetivo es
“atender a los dependientes” para ganar su voluntad, su respeto y su
fidelidad. “La liberalidad es una forma de manifestar que éste [el
poder] existe, la templanza permite que se ejerza de forma correcta y
ordenada.” (Castro Martínez 1996: 113-114)
Volviendo al fragmento de la comida de Moctezuma en las Cartas
constatamos que está muy manifiesto este segundo valor, la Liberali-
dad de Moctezuma. Antes de pasar a la descripción del banquete
propiamente dicho, Cortés informa a Carlos V que la comida diaria en
el palacio no se limitaba al proporcionar alimentación al líder de los
aztecas, sino que “al tiempo que traían de comer al dicho Moctezuma
ansimismo lo traían a todos aquellos señores”, “personas prencipales ”
que por la mañana, al amanecer, en número de “más de seiscientos”
entraban en el palacio y se quedaban “hasta la noche”. (Cortés 1993:
246) Además, estas personas importantes iban acompañadas de sus
58 Kim Huyge
de las Especias, que cree estar muy cerca. Como sabemos, Cortés se
encontraba a mucha distancia de esta área.
Nuestra interpretación de la abundancia descrita por Cortés como
una proyección se debe a varias razones. Primero hay que tener en
cuenta los aspectos geográficos y físicos del imperio de los aztecas.
Historiadores como François Chevalier y Ricardo Piqueras Céspedes
han mostrado que la región que Cortés estaba conquistando estaba
cubierta de montañas ásperas, desiertos estériles y selvas hostiles que
lo hacían necesario llevar consigo comida para varias semanas o in-
cluso para varios meses. Pero estas preocupaciones no le importan
mucho a Cortés. En su visión las provisiones le llegan como regalos
de los pueblos por donde pasa. Segundo, Cortés describe la enorme
variedad de comida en el mercado de Tenochtitlán. Y afirma que “en
aves y animalias no hay diferencia desta tierra a España”. (Cortés
1993: 139) Salta a la vista que no incluya ningún comentario acerca de
la falta de carne de res, oveja o cerdo en el Nuevo Mundo, alimentos
que ocupaban una posición central en la dieta española, mientras que
Bernal Díaz (Díaz del Castillo 1992: prólogo, 37; XXIII 74-75) men-
ciona varias veces la carencia de aquella carne en el Nuevo Mundo.
También es cierto que no era la que se apreciaba más en el Viejo
Mundo donde preferían el venado que además se asociaba con la
nobleza. (Hagueroma y Zambrana Moral 1996: 64-65) Asimismo
sabemos que gran parte de la carne que comían los aztecas provenía
de venado. (Lucena Salmoral 1992: 53) Por ello, no nos sorprende que
en la descripción del mercado de Tenochtitlán Cortés ponga de relieve
la presencia de este tipo de carne. Su abundancia en el Nuevo Mundo
sirve para exaltar las tierras recién descubiertas y para glorificar así
sus propios méritos.
A la mitificación o la proyección de una abundancia de comida que
puede provenir del código alimentario de la época habría que agregar
la posición de los españoles respecto a los indígenas. Es un aspecto
que también se encuentra en la obra de Bernal. Cortés y sus soldados
se ven como huéspedes de los aztecas ya que primero intentan con-
quistarlos sin usar violencia física ofreciéndoles paz. Teresa de Castro
Martínez (1996: 101-105) describe el estatuto privilegiado del emba-
jador en tiempos de guerra en el código alimentario medieval. En las
Cartas Cortés adquiere la posición de embajador del rey y, por consi-
guiente, debe ser tratado con mucho respeto: le deben dar comida
como señal de amistad. Cuando los españoles se enfrentan a una esca-
60 Kim Huyge
[…] y cada día sacrificaban delante de nosotros tres o cuatro o cinco indios, y
los corazones ofrescían a sus ídolos […] y cortábanles las piernas y los brazos
y muslos, y lo comían como vaca que se traen de las carnecerías en nuestra
tierra, y aun tengo creído que lo vendían por menudo en los tianguez, que son
mercados (Díaz del Castillo 1992: LI 128)
Locus Amoenus (Esquema de Fragmento Bernal capítulo Fragmento Cortés Tercera Carta (1993:
Verelst 1994 basado en Cur- LXXXVII (1992: 208) 353)
tius: 189-207)
Naturaleza lujuriante (árbol, “diversidad de árboles”, “andenes “Jardines muy frescos e infinitos árboles de
pradera, flores) llenos de rosas y flores , y muchos diversas frutas y muchas yerbas y flores oloro-
frutales y rosales de la tierra” sas”
Agua con connotación positiva “un estanque de agua dulce” “por medio della va una muy gentil ribera de
(fuente o río) agua y de tracho a tracho”
Pájaros y cante de pájaros / /
Brisa suave / “más fermosa huerta y fresca que nunca se vio,
jardines frescos”
Claridad / /
Ambiente pacífico Le gusta a Bernal dar paseos en el Cortés describe cómo los españoles encuentran
jardín un momento de descanso después de sus pri-
meras conquistas en la huerta.
Despierta el sentimiento amoro- / /
so o crea estado de euforia
Lo maravilloso positivo (una “que fue cosa muy admirable vello y “cierto es cosa de admiración ver la gentileza y
rosa que florece permanente- paseallo” grandeza de toda esta huerta”
mente, fuente de la eterna juven-
tud)
72 Kim Huyge
Notas
1
Por razones de comodidad las citas provienen de la edición de Espasa-Calpe de
1992, pero en 2005 se publicó una primera edición crítica en México, Bernal Díaz del
Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Manuscrito ‘Gua-
temala’), de José Antonio Barbón Rodríguez.
2
Piqueras Céspedes (1997: 248-250) distingue cinco modalidades (entre hospitalidad
y hostilidad) que podían adoptar las relaciones entre los indígenas cuando llegaron
españoles hambrientos a su pueblo: regalaron comida, hicieron una resistencia activa,
abandonaron sus pueblos pero dejaron alimentos, abandonaron sus pueblos sin dejar
alimentos, quemaron sus pueblos. Hay que observar que los datos estudiados por
Piqueras Céspedes son posteriores a la conquista de la zona inicial de la Nueva
España.
3
Hasta la Guerra Civil Española Ramón Iglesia tomó el partido de Bernal. Adoptó
una posición historiográfica positivista y se dedicó a buscar e inventariar los hechos
supuestamente históricos en la Historia Verdadera. Después, en su exilio en México,
cambió radicalmente su visión. Consideró a Bernal como el polo ideológico opuesto
de Las Casas e indicó la necesidad de una (re)interpretación de los hechos en la
Historia Verdadera.
4
Léase por ejemplo el muy ilustrativo capítulo CCVIII de la Historia Verdadera
(Díaz del Castillo 1992: CCVIII 692-693) titulado ‘Cómo los indios de toda la Nueva
España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les impusimos en
las cosas santas de buena dotrina’.
5
De Xavier Domingo aprendemos que hubo toda una controversia en el siglo XVI
acerca del chocolate. La pregunta central era si la bebida del chocolate rompía o no el
ayuno eclesiástico. Varios detractores del chocolate se referían a este fragmento de la
Historia Verdadera. Según el padre Eusebio Nieremberg la fuerza de la bebida era
que “si se toma simple, es refrigerar y causar mucho nutrimento; pero si se toma
compuesto [con ámbar por ejemplo], excitar para el uso venéreo”. (Domingo 1981:
44) Domingo demuestra que Quevedo lo hubiera bebido con el desayuno para estimu-
lar su mente pero no lo llamaba por su nombre porque no quería que se supiera. La
combinación de chocolate y mujeres también ocupó a Martha Few en ‘Chocolate, Sex
and Disorderly Women in Late-Seventeenth and Early Eighteenth Guatemala’. Anali-
za cómo la bebida adquirió nuevas connotaciones en el siglo XVII y se asoció con los
poderes rituales de las mujeres y a veces con el desconcierto social que podían provo-
car. Para más fuentes, véase Henrique Carneiro, ‘Historia da alimentação: bibliografia
geral e específica’.
6
Véase el capítulo XII ‘Un hombre rodeado de mujeres’ en la biografía de Bennassar.
(2002: 259-272)
7
Para no salir demasiado de nuestro tema, no vamos extendernos sobre el retrato que
Bernal presenta de la Malinche, a la que dedica muchas palabras (sobre su origen, su
belleza, su papel en el episodio de Cholula). El tema ya fue estudiado en 1937 por
Olschki en el tercer capítulo de su Storia letteraria delle scoperte geografiche. Olsch-
ki mostró la influencia de los romances medievales en la composición de aquel retrato
de la Malinche en Bernal Díaz del Castillo. (en Gilman 1961: 114)
8
Francisco de Garay (¿ - 1523) “intentó conquistar México dos veces, desde la región
de Pánuco”. (Bennassar 2002: 13)
Cortés y Bernal: El Nuevo Mundo sabe a Europa 73
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Teoqualo o Dios es comido:
un plato ritual escenificado por Sor Juana Inés
sobre la base de la crónica de Torquemada
Eugenia Houvenaghel
Sor Juana dedica la loa del auto sacramental El divino Narciso a un rito indígena de
teofagia, basándose en el material sobre Teoqualo de la crónica de Torquemada.
Preguntándonos cuáles son las claves de la transformación de la ceremonia mexica en
la escenificación de Sor Juana, llegamos a la conclusión de que los criterios de selec-
ción son los siguientes: 1) los parecidos entre el rito de los aztecas y el sacramento de
la eucaristía y 2) la relación simbiótica entre la comida material y la comida espiritual,
que está presente en las culturas antiguas de Europa y de América. Así es que la loa –
leída como un recordatorio de los orígenes paganos del mayor sacramento de la
religión cristiana– se puede interpretar en clave de la búsqueda de una nueva identidad
novohispana.
1. Introducción
bunal del Santo Oficio fiscalizaba estos asuntos. (López López 1995:
225)
La contigüidad entre las religiones no sólo es sacrílega por la con-
tradicción del dogma único, sino que también es peligrosa porque
posibilita la pervivencia de la idolatría enmascarada con la semejanza.
El caso concreto del rito de los aztecas –que comen pan sacramentado
y mezclado con sangre como cuerpo de dios y llaman esta comida
Teoqualo o Dios es comido– proporciona un ejemplo muy ilustrativo
del objeto de la ansiedad de cronistas tales como Motolinia, Durán,
Sahagún y Acosta. Algunas de las semillas con las cuales se formaba
la estatua del dios para la ceremonia del Dios comido eran bledos de la
planta amarantácea, o alegría, prohibida por la inquisición. A pesar de
esta prohibición, se continuó clandestinamente el uso de esta planta y
el ritual de forma disfrazada, cubriendo la alegría con obleas, preci-
samente el material utilizado para elaborar la sagrada hostia, símbolo
del cuerpo de Cristo. Así, lo mexica se esconde bajo la apariencia
engañosa de lo cristiano: el cuerpo idolátrico es envuelto en una capa
cristiana. El otro se oculta, se enmascara con la semejanza. (López
López 1995: 225) Así, literalmente se confunden el cuerpo de Cristo y
de Huitzilopochtli.
2.1 Introducción
[el mes] en el cual hacían fiestas a los dioses Tlaoloques, que era ya ésta la
tercera vez que se la celebraban ; y la razón porque en este mes volvían a
hacer memoria de ellos, era porque como los panes iban algo crecidos y en
algunas partes espigados, pedían con este sacrificio su crecimiento y
conservación y logro ; por cuanto (como vimos en el mes pasado) este de
mayo suele ser algo falto de aguas (y mucho) y les es de grande daño a los
maíces, por lo cual pedían a estos demonios tlaloques no les faltasen con
aguas, porque el año no fuese estéril. (Lib. X, cap. xvii, 385)
Hecha la consagración […] llegaban todos los que podían […] y juntamente le
sembraban todo su cuerpo de joyas de oro y de piedras preciosas y de valor,
conforme cada cual raía la devoción y tenía el posible, lo cual era fácil de
introducir en la forma de el ídolo por estar fresca y tierna la masa de que
estaba compuesto. Y hacían esta liberal ofenda, pareciéndoles que hacían un
muy gran servicio a su dios, y que por él les perdonaba sus pecados […]
queriendo dar a entender que les valía para su limpieza y purgación de culpas
a los que la hacían y daban. (Lib. VI, cap. xxxviii, 114)
Vemos la devoción con que estos pobrecitos comulgan y el aparejo que hacen
como dejamos dicho; y a lo menos hacen conocidas ventajas al común de los
españoles, en que no se van luego a jugar, ni pasear, sino que se están en la
iglesia la mayor parte del día, rezando y encomendándose a Dios. (Lib. XVI,
cap. xxi, 281-284)
¡Válgame Dios! ¿Qué Dibujos, /qué remedos o qué cifras/ de nuestras sacras
Verdades/ quieren ser estas mentiras ?/¡Oh cautelosa serpiente !/¡Oh Aspid
venenoso! ¡Oh Hidra,/que viertes por siete bocas,/de tu ponzoña nociva/toda
la mortal cicuta!/ ¿Hasta donde tu malicia/ quiere remedar de Dios/ las
sagradas Maravillas?/ (Escena IV, vs. 271-282)
3. Conclusiones
Notas
1
Antiguo Testamento, Isaías 55: 1-2: “Promesa: Yo te daré comida espiritual para
siempre ”; Nuevo Testamento, Juan 6: 1-59, “Yo les daré comida espiritual que
verdaderamente permanecerá para siempre ”; Dt. 8:3 ; Mt 4:4 “no sólo de pan vivirá
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios ”. El hombre tiene una
vida superior que no puede satisfacer ni con el pan material ni con todas las cosas de
este mundo ni con todos los productos de la cultura y la civilización: esa vida sólo
puede quedar satisfecha y sustentada por el favor de Dios. En la tradición cristiana, en
el Antiguo Testamento y en el Nuevo, también en Agustín y en Pascal, leemos que
ninguna cantidad de comida física podrá satisfacer el hambre que tenemos por la
deidad.
2
Para ilustrar esta relación jerárquica entre la comida espiritual y la comida material,
podemos citar parte de un milagro relacionado con la Eucaristía que Torquemada
(XVI, xxi, 183) toma de Motolinía: “[....] adoleció […] un mancebo y después de
haberse confesado en la enfermedad que estaba, deseó recibir el santísimo sacramen-
to, […] el cual recibió con gran devoción […] y el enfermo quedó muy consolado.
Entró su padre en el aposento donde estaba y otros con él a darle algo que comiese, y
diciéndoselo, respondió que ya había comido lo que él deseaba y había menester y que
no había de comer más porque estaba muy satisfecho […]. […] y así fue verdad que
no comió más pan material, después de haber recibido el sacramento, hata el reino de
los cielos, donde hay con presencia de Dios verdadera hartura […]”. En las citas de
Torquemada, mencionamos primero el número del libro, después el número del
capítulo y finalmente la página de la edición que estamos utilizando.
3
Sor Juana conocía la lengua náhuatl y durante su niñez, cuando vivía en la hacienda
de su madre en Amecameca, estaba en contacto con los niños indígenas. (Sabat de
Rivers 1992: 280) Todo eso explica la familiaridad que Sor Juana tenía con las cos-
tumbres aztecas.
4
Otros trabajos que documentaban los ritos y las prácticas amerindias fueron suprimi-
dos, porque el contenido no correspondía a los ideales de ‘la santa fe y las buenas
costumbres’ destacadas por los censores. El mismo padre de Acosta testimonia en su
Historia natural y moral de las Indias que se preocupa por la posibilidad de que sus
lectores piensen que contar “el cuidado que los indios ponían en servir y honrar a sus
ídolos y al demonio [...] podrá parecer a algunos [...] que es como gastar tiempo en
leer las patrañas que fingen los libros de caballerías”. (Acosta, Libro V, capítulo xxxi)
5
Luego, hay elementos relacionados con el rito que Sor Juana menciona en la pieza –
tales como el paralelo entre el objeto idolátrico azteca y una “reliquia”. Hablando de
“la mayor Reliquia” (Escena I, 8), Sor Juana alude a la veneración de reliquias,
típicamente católica. Como veremos en el ensayo tanto en la religión católica como en
aquella azteca sólo los sacerdotes tenían el permiso de tocar la hostia o el supuesto
cuerpo de Dios. (Escena IV, 332-347)
6
“Estos indios de esta Nueva España [ponían] en los altares muchos tamales (que es
un género de pan cocido en olla de que usan) […] tortillas despicadas hechas de maíz
y más blancas que el papel y otras maneras de panes […]. De Numa Pompilio dice
Plinio, que ordenó la mola salsa, que era grano tostado y molido, rociado con sal y
agua, la cual mandó que se ofreciese en sacrificio a los dioses, revuelta con los panes
y semillas de la tierra. […]. A algunos dioses particulares griegos eran dedicadas unas
Teoqualo o Dios es comido 95
maneras de panes o tortas de particular hechura. Las tortas eran comunes a todos los
dioses y éstas se llamaban pelam, aunque en particular se las ofrecían a Diana, a la
Luna y a Hecate […]; y a Apolo un buye hecho de masa.” (Lib. VII, cap. ix, 154-155)
7
A veces ha sido difícil separar los diferentes elementos de este análisis (descripción
externa, descripción interna y valoración) y resulta un poco artificial pero esperemos
que la separación contribuya a la claridad.
8
“Iban luego por la estatua y ídolo de el dios Paynalton, que es el dios de la guerra,
vicario o sota-capitán del dicho Huitzilopochtli, hecha de madera, la cual llevaba en
brazón un sacerdote que representaba … ” (Lib. VI, cap. xxxviii, 114)
9
Así rezan los primeros versos: “Nobles mexicanos/Cuya estirpe antigua/En las claras
luces/Del Sol se origina.” (Escena I, versos 1-4) Dice López López: “Obviamente en
los versos anteriores, Sor Juana se refiere a los nobles mexicanos como herederos del
glorioso pasado azteca y a su mito de origen, como hijos del Sol, con lo cual se apunta
a las creencias anahuacas de la creación del mundo, a los soles que antecedieron al
quinto sol que estaba viviéndose y al origen del hombre como hijo del Sol.” (López
López 1995: 224)
10
Torquemada nos da los detalles de la preparación en los que probablemente se
basa Sor Juana: “Hacían una imagen […] confeccionada y mezclada de diversos
granos y semillas comestibles; la cual se formaba de esta manera: en una de las salas
más principales y curiosas del templo (que era cerca de su altar y cu) juntaban muchos
granos y semillas de bledos y otras legumbres y molíanlas […] y de ellas amasaban y
formaban la dicha estatua.” (Lib. VI, cap. xxxviii, 113)
11
Después cuando tiene que hablar del verdadero Dios, se utilizan los mismos adjeti-
vos como para la sangre infantil (“inocente, pura y limpia”: Escena IV, v. 376) para
describir la Sangre de la Eucaristía.
12
“como éste es el mayor/ beneficio, en quien se cifran/ todos los otros, pues lo es/ el
de conservar la vida,/como el mayor Lo estimamos:/ pues ¿qué importara que rica/el
América abundara/ en el oro de sus minas,/ si esterilizando el campo/ sus fumosidades
mismas,/ no deajaran a los frutos/ que en sementeras opimas/ brotasen?” (Escena I, vs.
49-61)
13
Dice Torquemada en el capítulo ‘Ofrendas que perdonan sus pecados’: “Y hacían
esta liberal ofrenda, pareciéndoles que hacían un muy gran servicio a su dios, y que
por él les perdonaba sus pecados (que es lo que en doctrina católica y sana nos dice la
Sagrada Escritura, que la limosna disminuye el pecado, y si hecha al prójimo tiene
esta fuerza, mucho mayor será hecha ofrenda a Dios; de manera que aunque aquí no
es de calidad meritoria por ser hecha al demonio, al fin se hacía por incitación suya).”
(Lib. VI, cap. xxxviii, 114)
14
Las fuentes de Torquemada son principalmente dos manuscritos inéditos hasta
entonces, la Apologética Historia sumaria del dominico Bartolomé de las Casas y la
Historia eclesiástica indiana del franciscano Jerónimo de Mendieta. Se trata de dos
obras muy disímiles, a pesar de que ambos escriben a su manera en defensa de los
indios. Y la ambivalencia de la actitud de Torquemada frente a los indios y sus ritos se
puede relacionar también con la gran disimilitud de sus dos fuentes principales.
15
Es cierto que menciona las dos posibles visiones sobre el parecido (la visión diabó-
lica o la del providencialismo). Aún así, la aproximación de Religión a los signos
rituales de los aztecas es ambivalente. Por una parte los interpreta negativamente,
como “remedos” (imitaciones imperfectas), de otra parte positivamente, como “cifras”
(sumas, resúmenes). (IV, 261) Jorge Checa explica la aparente contradicción partien-
96 Eugenia Houvenaghel
do de una teoría de San Agustín. Sostiene que un término puede tener dos significados
diversos y aun contrarios, in bono e in malo.) Esta teoría de San Agustín “subraya la
capacidad del signo para adecuarse a dos lecturas religiosas o morales igualmente
válidas, por más que en apariencia se contradigan”. (Checa 1990: 201) En la loa, el
discurso ritual indígena sugiere una interpretación divina in bono, y una diabólica, in
malo. Pero el sentido diabólico es subordinado al sentido divino, pues ya hemos visto
que se usan las semejanzas entre los cultos aztecas y cristianos para propagar la Fe
católica. Checa nota también que en el auto ocurre algo parecido. La vuelta a lo divino
de la leyenda de Narciso, un personaje tradicionalmente asociado con el pecado,
postula una interpretación positiva, in bono de este personaje.
16
“será esta deidad que pintas/ tan amorosa, que quiera/ ofrecérseme en comida ?”
(450) “Sí, ya quiere ver el dios que me han de dar en comida” (602).
17
Los semitas, quienes conocieron el pan a causa de sustratos con los egipcios, empe-
zaron a fabricar un tipo de pan que, además de satisfacer sus necesidades cotidianas,
tuvo carácter litúrgico. Para los griegos, el origen del pan era divino. Creían que la
diosa Démeter había amasado el primer pan para los dioses del Olimpo y que más
tarde transmitió sus conocimientos a Arcas, rey de Arcadia. En Roma se celebraba el
día de la Vesta ceremonias con panes. Belén significa en hebreo (Bethlechem) casa
del pan.
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Paseo gastronómico por
la narrativa mexicana del siglo XIX
Catherine Raffi-Béroud
En este artículo dedicado al arte culinaria en la narrativa mexicana del siglo XIX,
intentamos mostrar la función que los diferentes novelistas atribuyeron a este aspecto
de la vida de sus personajes y cómo la utilizaron. El estudio se atiene en gran parte al
orden cronológico, evocando las novelas que nos parecen significativas de la situación
socio-histórica, ideológica en que se escribieron y del proceso de construcción identi-
taria que recorrió todo el siglo. También dedicamos un párrafo a las novelas en las
que está completamente ausente toda noción gastronómica, por razones ideológicas.
1. Contexto histórico
A la raspa venimos,
Virgen de Illescas,
a la raspa venimos,
que no a fiesta. (1967a: 39)
[...] nos sirvió la Anita un buen cazuelón de chile con queso, huevos, chorizos
y longaniza; pero todo tan bien frito y sazonado que sólo su olor era capaz de
provocar el apetito más esquivo.
Luego que dimos vuelta a la cazuela, nos trajo un calabazo o guaje grande, un
vaso y otra cazuela de frijoles fritos con mucho aceite, cebolla, queso, chilitos
y aceitunas, acompañado todo del pan necesario. (283)
3. Luis G. Inclán
‘Los pollos fritos’ (cap.18). Dichos títulos revelan el placer que siente
el autor al jugar con las palabras y una sensualidad muy presente en la
novela. Por supuesto los pollos no suelen comer en casa, frecuentan
cafés y restaurantes y casas ajenas donde pueden juntar dos placeres:
conquistar a la polla y comer de gorra. En este ambiente no sorprende
que la lista de comestibles sea mucho más breve que la de las bebidas.
Sin embargo, se nota un sensible cambio que revela el afrancesamien-
to de la vida en la capital: ya no comen tortilla, frijoles o chalupitas
[tortas de maíz], sino “vol-au-vent”, “queso fermentado de Gruyère”,
“ostiones” y “jamón de Westfalia”.12 Además la modernidad ya entró
con las “latas de pescado en aceite”. El fenómeno también vale para
las bebidas: mexicanas quedan algunas como las aguas de colores, la
horchata, la chía13, el agua de tamarindo o de limón, pero como no son
bebidas alcohólicas se reservan a las mujeres. Los hombres prefieren
“catalán” (no sé si vino o cava), “ajenjo”, “licor”, “cognac”, “char-
treux verde”, “licor de los Benedictinos”, “Aya Pana”14 y “vermouth
de Torino”, sin olvidar el vino. Como lo demostró Josefina María
Moreno de la Mora en su artículo “Ensalada de pollos, de José Tomás
de Cuéllar, y el discurso alimenticio”: “[...] las referencias explícitas a
los alimentos [...] cobran tal relevancia que sin este elemento sería
imposible el texto” (2000: s.p.), y enumera los diferentes campos en
los que intervienen dichas referencias. Como lo señalé para otras
novelas, la comida es descripción del ambiente, marcador de clase
social, y puede ser antecedente o sustituto de la cama, es arma eficien-
te para persuadir y llevar a cabo la conquista y la bebida puede ser
recurso contra el dolor y remedio para darse ánimo, o huir de la reali-
dad.
En Ensalada de pollos el narrador llega a comparar la novela con
la misma ensalada e invita al lector a dejarse llevar de la gula literaria.
La crítica que hace a toda esa clase ociosa que despilfarra los bienes
suyos y ajenos cuando y cuanto puede, que no respeta ninguna norma
moral ni social parece así más amena, pero si la mezcla resulta fácil de
tragar, no deja de ser amarga. Y como lo mostró Heriberto Frías en su
novela El último duelo (1896), las consecuencias podían ser mortales.
En su novela Frías narra cómo un personaje borracho afrenta a otro en
el curso de una orgía, y a causa de los rumores se baten en duelo
ocasionando la muerte de un joven periodista, y la ruina de la reputa-
ción de otro.
Paseo gastronómico por la narrativa mexicana del siglo XIX 109
6. Manuel Payno
Gorditas potosinas
[Urquiza, Ignacio. 2005. Éste no es un libro de cocina sino una sabrosa historia de 30
años. México: AM editores: 75.]
Lo que queda por examinar rápidamente son dos novelas en las que la
comida/el arte culinario está totalmente ausente o apenas aludida. En
Xicoténcatl (1826) no hay ninguna alusión a la comida y en Los márti-
Paseo gastronómico por la narrativa mexicana del siglo XIX 113
res del Anáhuac (1873) de Eligio Ancona sí se alude a ella, pero una
vez y para describir el ceremonial que rodeaba a Moctezuma cuando
comía.
Publicada poco después de la Independencia, Xicoténcatl se sitúa
en la época de la Conquista, cuando Cortés llegó a Tlaxcala y comba-
tió contra el joven Xicoténcatl antes de que éste tuviera que someterse
a los ancianos de Tlaxcala y seguir a Cortés antes de ser ejecutado. En
esta novela la ‘República de Tlaxcala’ aparece como un modelo de
equidad, de política sabia y los españoles no la entendieron, la destru-
yeron antes de establecer su dominación: aniquilaron lo que no era
mexicano. El conflicto ideológico es muy fuerte, y ocupa todo el
espacio novelesco. Por consiguiente no se da ningún detalle ni sobre el
paisaje ni sobre la vida cotidiana, la ropa o la comida, ni entre los
tlazcaltecas ni entre los españoles.
En Los mártires del Anáhuac, publicada seis años después del fusi-
lamiento de Maximiliano, Ancona recrea el México de la época de la
Conquista (en un implícito paralelo con la Intervención francesa y el
Imperio) y lo más importante es el conflicto entre los ‘aztecas’ (que
representan la nación de origen) y los españoles conquistadores y
avasalladores, y cómo se resuelve el conflicto. No cabe duda de que lo
bueno estaba del lado de los aztecas. En dos ocasiones se evocan
banquetes siempre calificados de espléndidos. La comida de Mocte-
zuma con su ceremonial y su refinamiento se describe ampliamente
(443-444) e incluso se indica que “se hallan reunidas la producción
[sic] de todos los climas y de los países más remotos […] todo, en
suma, cuanto hubiera apetecido para el banquete más espléndido del
mayor potentado de oriente”.22 (444) En total contraste está lo que
pasa del lado español: “Allí encontraron una mesa servida, Dios sabe
cómo, porque la colonia no nadaba en la abundancia” (429). Pese a
ello, y sin prestar atención a lo que parece contradictorio, el narrador
especifica que los huéspedes, nobles indígenas, “supieron hacer honor
a la ilustre cocina europea” (429).23 Pero hay algo más sorprendente
todavía. El personaje femenino indígena, Geliztli, mantenida prisione-
ra por Cortés se escapó y el sumo sacerdote la convenció de asesinar a
Cortés: sólo tendrá que poner una droga narcótica en su bebida. Y allí
reside para mí la sorpresa: la bebida elegida es una “botella de vino”
(542). Los aztecas también disponían de bebidas alcohólicas, pero no
de vino. Ancona no da ninguna explicación. Queda la posibilidad de
114 Catherine Raffi-Béroud
8. Conclusión
vaba en El fistol del diablo –un gusto por describir comidas, cafés y
restaurantes– se desarrolla en Los bandidos de Río Frío y se sirven
platillos de todas las categorías posibles en la sociedad de su época.
México ya era una nación.
Notas
1
Durante el período que va del fusilamiento de Morelos, en 1815, a 1820, los españo-
les parecían haber vuelto a dominar la situación.
2
De 1880 a 1884, oficialmente, era presidente Manuel Gónzalez, hombre de paja de
Porfirio Díaz, por lo que se suele considerar que durante todo el período imperó el
gobierno de Díaz.
3
Es interesante observar que en Periquillo Sarniento no precisa en qué consistían
dichas golosinas. Sin embargo, en La Quijotita y su prima, es algo más explícito, dice
lo que son e indica que no hay que dárselas: “peritas verdes, tejocotes, chicharrón ni
otras porquerías semejantes” (Fernández de Lizardi 1967b: 9), siendo el tejocote un
fruto parecido a la ciruela.
4
Para todas las novelas que citaré, indicaré después de la cita sólo el número de
página que remitirá a la edición indicada en la bibliografía.
5
‘Oximiel’: una preparación farmacéutica que se componía de una mezcla de 2/3
partes de miel y 1/3 de vinagre con la que se hacía un jarabe./ ‘Escilítica’: probable-
mente aluda a las virtudes de la cebolla./ ‘Hipecacuana’: planta medicinal, emítica,
tónica, purgante y sudorífica./ ‘Tártara’: planta euforbiácea, purgante, emético o
vomitivo.
6
Véase Clementina Díaz de Ovando, Los cafés en México en el siglo XIX.
7
‘Mondongo’: intestinos y panza de las reses/ ‘Asadura’: conjunto de entrañas de un
animal.
8
En eso, Don Catrín es el antepasado de los ‘pollos’ de de Cuéllar.
9
Hay que observar que en varios artículos –y desde los que salieron en El Pensador
Mexicano, en 1812– Lizardi evocó las prácticas alimenticias de los que asistían al
teatro y que en la Pastorela en dos actos, le organiza a Bato un banquete particular-
mente revelador de la posición ideológica reformadora del autor. Para más detalles,
ver Raffi-Béroud, En torno al teatro de Fernández de Lizardi.
10
Campirano o rústico. La barbacoa se hacía cociendo la carne en el suelo, entre
brasas.
11
Tampoco se fijó Altamirano en este aspecto de la vida mexicana en sus artículos
costumbristas.
12
¿Será un resto de las costumbres gastronómicas del Imperio? Bien puede ser, si se
considera que Maximiliano importó muchos productos europeos para el uso de la
Corte y el suyo, deslumbrando a sus invitados que le quisieron emular.
13
Chía: planta herbácea, puesta a remojo da una bebida refrescante.
14
Planta que viene de la isla de Francia o de la isla Mauricio y tiene un valor medici-
nal indudable: fortifica y es aperitiva y digestiva. Se preparaba en infusión como el té.
Se podía utilizar para aromatizar pasteles, cremas y helados. Me basé en Dumas, Le
grand dictionnaire de cuisine [traducción mía].
116 Catherine Raffi-Béroud
15
En otras circunstancias, en la misma novela, un pollo manda comprar tortillas y
mole para su concubina, madre de sus hijos a los que visita, y su concubina pertenece
a una clase social mucho más baja y por consiguiente no afrancesada, sin esnobismo.
16
Hubiera podido utilizar también El fistol del diablo, novela constantemente citada
para este tipo de detalles gustosos, pero la representación social más estrecha limita
mi placer de lectora.
17
Maíz cocido en agua de cal que sirve para hacer tortillas después de molido.
18
En el capítulo 42 de la primera parte, apenas alude a la sala en que Cecilia ofrece
comida a Lamparilla, pero en el capítulo 50 de la misma parte se describe ampliamen-
te el comedor de una rica hacienda.
19
Tlachique: aguamiel, pulque a medio fermentar.
20
Autores posteriores no se privaron de ridiculizar este afán europeizante, como
Aridjis en Adiós mamá Carlota.
21
A veces se puede notar cierta ironía cuando habla de “rosbises” y “bisteses” (239).
22
En esta descripción del banquete de Moctezuma se observa una fuerte intertextuali-
dad con las Cartas de relación de Hernán Cortés y sobre todo con la Verdadera
historia de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, escenas
comentadas en este volumen por Kim Huyge.
23
Esta observación muestra claramente que la reconstrucción del pasado no es históri-
ca ni arqueológica sino invención adaptada a la ideología del siglo XIX.
Bibliografía
Carmen de Mora
Uno a uno los conocimos todos, no obstante que el primero hubiera podido,
con creces, suplir a los demás. Todos se caracterizaban por una misma especie
de minuta sobre una misma especie de mesas; en todos había un mismo culto
de los colores patrios y una misma efigie del cura Hidalgo –porque el solo
patriotismo mexicano íntegro y absoluto es el de la Independencia y la
bandera–, y en todos, por supuesto, comíamos los mismos manjares
sabrosísimos, tan sabrosos, que por momentos resultaban de un mexicanismo
“Comida para todos” 123
1.2 ‘Brindis’
Otro banquete, más importante aún, tiene lugar con motivo de la con-
vención del Partido Radical Progresista reunida en Toluca para pro-
clamar el candidato a la Presidencia de la República. Olivier Jiménez,
verdadero cerebro del evento, le dio instrucciones al general Catarino
Ibáñez, gobernador del Estado de México, sobre los preparativos de la
Convención. Hay que señalar que, en un principio, el candidato iba a
ser Hilario Jiménez. De ahí que todos los participantes estuvieran
predispuestos hacia él y que Catarino hubiera mandado colocar con
letras de oro en las tarjetas del menú “Banquete para celebrar la desig-
nación del C. General Hilario Jiménez como candidato del P.R.P. del
E. M. a la Presidencia de la República”. Poco antes de la convención
Olivier se vio obligado a cambiar de candidato, que ahora resultaba
Ignacio Aguirre, y así se lo hizo saber a Catarino, quien no estaba de
acuerdo pero tuvo que resignarse. Todo lo que sucederá después será
consecuencia de estos tejemanejes políticos.
Como señala Luis Leal, Catarino es el personaje más grotesco de la
novela; gracias a su olfato para los negocios y a sus habilidades políti-
126 Carmen de Mora
(…) los mil indios de la manifestación roían sus huesos y sus tortillas en el
jardín de la casa incautada. Entonces, vuelto hacia Olivier, hacia Mijares,
hacia Axkaná, exclamó con sencillez revolucionaria de trazo espléndido:
-¿Comida para unos? ¡Pos comida para todos! 16 O no se malician ustedes que
también nosotros tenemos derecho a vivir ?... ¡Ándenles, muchachos: vamos a
tomar el mole! (Guzmán 2002: 93)
-¿Le gusta, amigo? Pues ya lo ve usté: este guacamole es el mismo que están
comiendo allá, con sus tacos de barbacoa, los compañeros que dejamos hace
rato en el jardín.
Y subrayaba Catarino las palabras con sonrisas de profundo convencimiento
democrático. Agregó al punto:
-¿Quién se atreverá ahora a decir que nosotros no sentimos a fondo la
Revolución? ¿Estaríamos comiendo aquí tan contentos, sin haber asistido
enantes al convite del pueblo? (Guzmán 2002: 97)
En esta novela, la más importante del autor, todo gira alrededor del
mundo rural indígena y sus condiciones de vida antes y durante la
Revolución. Como dice uno de los personajes: “El problema del indio
(…) es el problema de México (…). Cuando se cumplan los ideales de
reivindicación de los revolucionarios, no habrá pobres en México. Lo
que necesitamos es incorporar al indio a la civilización, ¡para que te lo
sepas!” (Magdaleno 1978: 907) Palabras que revelan el sentir de
Mauricio Magdaleno y estaban en el programa de los sucesivos go-
biernos revolucionarios que se esforzaron por incorporar a los campe-
sinos en la comunidad nacional. (Pilcher 2001: 121)
En la novela, dos pueblos otomíes, San Andrés y San Felipe, perte-
necientes al estado de Hidalgo, situados en una tierra yerma en donde
nunca llovía, se disputan a muerte las aguas de la cuenca del río Prieto
que quedaba junto a la hacienda ‘La Brisa’25 y significaba para ellos la
supervivencia. Las únicas tierras fértiles de la zona pertenecían desde
los tiempos de la Conquista a la familia Fuentes, propietaria de ‘La
Brisa’, que las mantenía sin cultivar. En ese contexto de miseria y
desigualdad social, cuando todavía vivía don Gonzalo Fuentes, estalla
la Revolución y con ella nuevos episodios de violencia. Los alzados
atraían a los indios con falsas promesas de comida y prosperidad. Uno
de ellos, Cavazos, llegó a convertirse en un verdadero mito para los
otomíes:
Hablaba de vegas feraces como paraísos para la hora del triunfo, de mucho
maíz –cargas y más cargas de maíz– y de mucho frijol para el pobre, de un
134 Carmen de Mora
-¿Dónde anda Bonifacio? Aquí traigo doce barricas por orden del amo para
que las reparta Bonifacio.
¡Pulque, pulque! Tornaron a apretarse los grupos, porfiando por llevarse una
barrica cada uno, y Bonifacio se abrió paso entre la turba y se hizo cargo del
presente. Lo distribuyó equitativamente.
(…) Toda la tarde bebieron, y al calor del pulque afloraron las monótonas
tonadas, el canto de la tierra en que la tristeza gime en el bordoneo de las
guitarras. (Magdaleno 1978: 967)
5. Conclusión
Notas
1
Véase al respecto el prólogo de Antonio Castro Leal a La novela de la Revolución
Mexicana. (1978: 17-30)
2
Adalbert Dessau distingue tres fases: una primera en que la literatura participa en el
movimiento revolucionario de masas (1920-1928); una segunda de florecimiento
(1928-1938) que empieza tras el viraje de Calles, en que algunos escritores se
aproximan a la clase obrera y a la ideología marxista; y una tercera (1938-1947) en
que ocupan el primer plano las cuestiones formales.
3
Como explica Pilcher: “Sólo a mediados del siglo XX surgió una cocina nacional
incluyente que combinaba las tortillas de maíz indígenas con el pan de trigo europeo.”
(2001: 15-16)
4
Según Pilcher “una creciente clase media urbana, confiada en su identidad mestiza,
se apropió de los alimentos populares de las calles y del campo y proclamó que
representaban la cocina nacional mexicana”. (2001:16)
5
Así ocurrió en El cocinero mexicano (1831), probablemente el primer recetario
impreso en el país y el más influyente. (Pilcher 2001: 79)
6
En este libro se ocupa Reyes de la literatura gastronómica y de diversas cocinas
internacionales, destacando de la mexicana el chocolate y el mole de guajolote, dos
productos culinarios con carácter nacional.
7
La novela, escrita en el exilio madrileño, apareció primero en versión periodística, a
través de los avances que fue enviando desde el 20 de mayo de 1928 al 3 de noviem-
bre de 1929 a tres diarios: La Opinión de Los Ángeles, La Prensa de San Antonio y
El Universal de la Ciudad de México. En 1929 fue publicada con importantes modifi-
caciones por la editorial Espasa-Calpe de Madrid.
138 Carmen de Mora
8
En principio, tenía pensado escribir una trilogía, pero los acontecimientos precipita-
ron sus planes; así se lo confiesa a Rand F. Morton en una entrevista: “Había estado
planeando una trilogía que haría un resumen de la vida política de México. El primer
volumen había de tratar de una manera novelística de la derrota de Carranza por
Obregón. La segunda de la asonada delahuertista y la tercera del régimen callista y sus
maquinaciones políticas.” (Morton 1949: 122)
9
Supongo que se refiere a los hot-cakes, que –según Pilcher– se impusieron a finales
de los cincuenta entre las familias de clase media en México por influencia norteame-
ricana.
10
Para su elaboración, a la leche se le agregan pastillas de cuajo, azúcar y canela. El
plato resultante consiste en glomérulos suaves de leche en almíbar de exquisito sabor
y consistencia.
11
Cuando se trata de una situación política, el interés culinario de Guzmán se despla-
za hacia otros aspectos. En Nogales, Alberto J. Pani y Guzmán eran invitados cada día
a cenar con Carranza. En lugar de describir los manjares y bebidas llama su atención
el lugar que ocupaban los colaboradores de Venustiano Carranza en relación con su
jefe por las implicaciones políticas que conllevaba ese hecho. “Era como vivir sujeto
–escribe Guzmán– a una función social sui géneris casi palaciega –aunque al lado del
monte– y que duraba poco.” (Guzmán 1978: 236) Lo mismo sucede con la cena de
bienvenida en casa del general Iturbe, en San Blas, a la que asistieron unas veinte o
veinticinco personas. Describe la sencillez de la habitación acorde con la personalidad
del general, la humildad de la vajilla y de los vasos, pero sobre todo la cena le sirve de
pretexto para detenerse en la personalidad de Iturbide y en sus convicciones revolu-
cionarias que analiza con una penetración sicológica admirable.
12
El Caudillo, cuyo nombre nunca se menciona en la novela, es Álvaro Obregón; el
personaje central, el general Ignacio Aguirre, ministro de la Guerra, se basa en dos
generales norteños que fracasaron en sus aspiraciones presidenciales: Adolfo de la
Huerta, derrotado en la rebelión de fines de 1923 y Francisco F. Serrano. Hilario
Jiménez –ministro de Gobernación– está inspirado en Plutarco Elías Calles y el
diputado Axkaná resulta en cierto modo una proyección del autor y representa ‘la
conciencia revolucionaria’.
13
José Emilio Pacheco ha escrito una excelente crónica de este episodio tremendo
titulada ‘Crónica de Huitzilac’, basada en informaciones de los periódicos de la época,
donde reconoce, al final, que el verdadero beneficiario de la matanza fue Calles.
14
Rafael Olea Franco explica en una nota al texto de la edición de Ayacucho que en
ese detalle (en el gusto de Aguirre por esta bebida y por abrir siempre una botella
nueva) se copian rasgos del comportamiento del personaje histórico Francisco Serra-
no. (en Guzmán 2002: 240)
15
Este mismo personaje, Olivier Fernández, cuando constata que la situación se le
escapaba de las manos y que el Caudillo apoyaba a Jiménez, decide tramar un plan
nuevo: abandonar a Ignacio Aguirre y apoyar a Hilario Jiménez. Y no tardó en presen-
tarse personalmente ante el general Jiménez para mostrarle su apoyo.
16
En el cinismo demagógico contenido en estas palabras, por la doble trampa que
encierran, el autor ha querido testimoniar todo el desengaño de las promesas revolu-
cionarias: no sólo evocan el espíritu solidario que presumían tener los dirigentes
revolucionarios para con los pobres (comida para todos) y su propósito de liquidar la
miseria en que vivían las masas campesinas (primera mentira); sino que están utiliza-
“Comida para todos” 139
das al revés: como si los privilegiados fueran los indios que están comiendo en el
jardín y los necesitados, ellos, los políticos (segunda mentira). A propósito del clasis-
mo que se trasluce en la separación entre los políticos y los indios en el banquete,
recordemos que ya en la Historia verdadera de la conquista de Nueva España, Bernal
Díaz señalaba que los servidores del “gran Montezuma” comían después de que su
señor lo hubiera hecho. Véase también el ensayo de Kim Huyge incluido en este
volumen.
17
Cita Pilcher a los numerosos autores que han indagado sobre los misteriosos oríge-
nes de este plato: “Alfonso Reyes, Carlos de Gante, Artemio del Valle Arizpe, Salva-
dor Novo, Amando Farga, Paco Ignacio Taibo, Mayo Antonio Sánchez y Alfredo
Ramos Espinosa”. Y recoge la opinión de que hacia 1680 las monjas de Puebla
crearon el mole en honor del virrey Tomás Antonio de la Cerda y Aragón. (Pilcher
2001: 50)
18
La cal viva “ayudaba a aflojar la pielecilla indigerible y agregaba valiosos nutrien-
tes, entre ellos calcio, riboflavina y niacina”. (Pilcher 2001: 26)
19
El porvenir de las naciones hispanoamericanas (1899). Tomo los datos del libro
¡Vivan los tamales!
20
Estas sugerentes palabras con una clara referencia al refinamiento francés evocan la
polémica entre lo europeo y lo mexicano, lo civilizado y lo incivilizado, que se dio en
México en el siglo XIX.
21
Esta combinación de costumbrismo, nostalgia y descripciones culinarias, tiene un
precedente en Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno, aunque sea una novela
muy distinta y, además, de ámbito nacional, no local como los Apuntes. Véase al
respecto el artículo de Ignacio Díaz Ruiz. (2001: 327-337)
22
Al recordar unas vacaciones de verano en Campeche, Vasconcelos desobedece la
prohibición de comer fruta tropical porque, le decían que producía “paludismo y
cólicos” y clandestinamente disfruta de “el mayor (goce) de los que da el sentido del
gusto. A escondidas me aficioné a los zapotes amarillos y chicozapotes marañones,
mameyes y ciruelas. La novedad me llevaba a la fruta dulce y madura, pero mis
compañeros, hastiados quizá de mieles y aromas, preferían las ciruelas verdes y el
tamarindo en rama”. (Vasconcelos 2000: 110) Sobre la cocina campechana escribe
con entusiasmo: “A los arroces azafranados, las aves y los lechones, añade peces sin
rival en el mundo, como el cazón y el robalo. Además, una variedad de ostras, cangre-
jos, langostas, que se traen de la playa rocallosa situada al Norte, y aparte los produc-
tos nativos, un tráfico asiduo por mar deja al mercado local buena provisión de latas,
conservas y vinos a precios reducidos. –El palo de Campeche nos lo devuelven hecho
vino– exclamaba mi padre a propósito de un tinto corriente que se gastaba de diario,
inclusive en las mesas de los marineros.” (Vasconcelos 2000: 111) Para Rafael Olea
Franco uno de los leitmotiv del Ulises criollo es “el de las gratas sensaciones asocia-
das al gusto, el placer derivado de la comida y la bebida”, y encuentra en el texto “un
dilatado catálogo de la cultura culinaria mexicana de fines del siglo XIX e inicios del
XX”. (Olea Franco 2000: 791 y 792)
23
Los mercados aldeanos y las fiestas populares eran marcos privilegiados para la
exhibición y degustación de la cuisine popular. Y se sabe que Frida Kahlo solía
comprar en los mercados populares los alimentos que servía en sus fiestas.
24
La bebida primitiva era fría y amarga, y se disolvía siempre en agua.
25
Su primer propietario había sido don Gonzalo Fuentes, que había llegado en la
expedición de Cortés y se convirtió en encomendero.
140 Carmen de Mora
26
“El maíz, el grano básico, representaba hasta el 80 por ciento de la ingesta calórica,
y proporcionaba una excelente fuente de carbohidratos complejos. Las proteínas
esenciales para regenerar el tejido corporal provenían en gran medida de los frijoles
que contienen más de una quinta parte de su peso en proteínas.” (Pilcher 2001: 28)
Cuando Mauricio Magdaleno publica su novela, el discurso de la tortilla que tanta
influencia había ejercido en las clases altas mexicanas ya había dejado de tener
importancia; cuando en los años cuarenta se creó un Instituto Nacional de Nutrición,
el trigo y el maíz tenían la misma importancia nutricional. (Pilcher 2001: 144) Tam-
bién sobre esa fecha desaparecieron los antiguos prejuicios clasistas contra los ele-
mentos indígenas y se adoptaron los alimentos indígenas como parte sustancial de la
cocina nacional mexicana.
27
Sobre la relación entre los textos de Rulfo y El resplandor véase Yvette Jiménez de
Báez.
28
Guilhem Olivier, en ‘Huehuecóyotl, ‘coyote viejo’, el músico transgresor ¿Dios de
los otomíes o avatar de Tezcatlipoca?’ relaciona al coyote con el Dios Huehuecóyotl:
“Músico lúbrico, guerrero que siembra la discordia, ladrón del fuego, héroe astuto y
chismoso, el dios Huehuecóyotl, ‘coyote viejo’ aparece en las fuentes del siglo XVI
como un personaje singular, atractivo y enigmático a la vez. Despierta el interés en la
medida en que el intérprete del Codex Telleriano. Remensis lo identifica como al dios
de los otomíes”. La referencia es: <www.eljournal.unam.mx/cultura_
nahuatl/ecnahuatl30/ECN0 3005.pdf> (consultado el 07.11.2008). Por otra parte,
‘coyote’ se le llama al descendiente de indio y mestizo.
29
Entre los indígenas precolombinos tenía un carácter ritual y de ofrenda ceremonial
para los dioses. La embriaguez de los jóvenes se castigaba con severidad, excepto en
las fiestas religiosas, en que se permitía. Tras la Conquista, el pulque perdió su carác-
ter ritual y el alcoholismo se convirtió en un medio para la evasión; fue una bebida
muy apreciada entre indios y españoles y con gran valor comercial. Aunque el alco-
holismo resultó un serio problema en el Valle de México, las autoridades virreinales
no tomaron medidas para no perjudicar los intereses de los hacendados pulqueros.
Inclusive la iglesia se vio implicada: “Obligada a condenar la embriaguez desde los
púlpitos, la Iglesia, sin embargo, tenía un conflicto de intereses porque algunas de las
órdenes religiosas más ricas poseían grandes plantaciones de maguey”. Cfr. Reseña de
Enrique Serna a Historia de la vida cotidiana en México/1.Mesoamérica y los ámbitos
indígenas de la Nueva España de Pablo Escalante, en:
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De rutina a ritual: Cotidianeidad y erotismo
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Diana Castilleja
1. Introducción
Me enamoré de un ranchero
por ver si me daba elotes,
pero el ingrato ranchero
me daba puros azotes.
2. Cocina-prisión
4. Vagina dentada
En 1962, Carlos Fuentes (1928) hechiza a las letras con Aura, descrita
también como “ese cuento que Edgar Allan Poe olvidó escribir”.
(Agüero 1962-1963: 15-16) En este texto, Felipe Montero lee un
anuncio en el periódico que pareciera estarle destinado solamente a él:
tes 1994: 28) Queriendo salvarla del encierro al que la tiene sometida
Consuelo, Felipe buscará a Aura para proponerle escapar de ahí. Y la
irá a buscar al único lugar que seguramente le habrán asignado: la
cocina. El lugar por excelencia de criados y de sirvientes al servicio de
sus amos. Será la primera vez en que verá a Aura actuando con vigor e
intensidad, mientras degüella un macho cabrío. Imagen detrás de la
cual se pierde la imagen de una “Aura mal vestida, con el pelo revuel-
to, manchada de sangre, que [lo] mira sin reconocer[lo] [y] que con-
tinúa con su labor de carnicero”. (Fuentes 1994: 30) Esta imagen se le
repetirá cuando entre a buscar a Consuelo y la vea “cumpliendo su
oficio de aire [con] las manos en movimiento, extendidas en el aire:
una mano extendida y apretada, como si realizara un esfuerzo para
detener algo, la otra apretada en torno a un objeto de aire, clavada una
y otra vez en el mismo lugar [...] como si despellejara una bestia”.
(Fuentes 1994: 30) En estas dos imágenes se sobrepone la figura de la
cocinera (Aura) y la hechicera (Consuelo), aunque el “sacrificio”
imaginario que realiza Consuelo constituiría el “sacrificio” real que
Aura estaba realizando momentos antes. Degollar al macho cabrío. Al
macho. La cocina de Aura y el altar de Consuelo se funden y se con-
funden. Y atrapan al macho, Felipe, –que todavía no ha sido degolla-
do–, pero que, jadeante y sudoroso, comprende o mejor dicho, deja
que la lógica sea quien tome el lugar del deseo intentando apartar de
su mente la imagen de la vieja que “despellejaba al cabrío de aire con
su cuchillo de aire” repitiéndose “está loca, está loca”. (Fuentes 1994:
30-31) Imagen que, inevitablemente, le recuerda otra escena que le
generó repulsión y náuseas, ocurrida en la cocina.
La cocina recobra su lugar mítico como laboratorio de hechizos, de
pócimas, de encantamientos. La cocinera-hechicera es una sola. Hábil
artífice que nutre y que echa mano de su ancestral sabiduría, normal-
mente transmitida de generación en generación, para asegurar y pro-
longar su poder y su autoridad en ese espacio privado femenino al que
se le ha delegado. En Consuelo y Aura se configura a la mujer en sus
contradicciones: como santa, como un infeliz ser abandonado y como
bruja. (Gómez Trueba 2002: s.p.) Sin embargo, y a pesar de que la
sabiduría y los poderes de bruja de Consuelo se vinculan con el cono-
cimiento de la naturaleza, “la búsqueda del amor eterno, conduce a los
protagonistas a un estado de encierro, asfixia y esterilidad”. (Thomas
Dublé 1998: s.p.) El tiempo que toma del presente-futuro la energía
para fluir, permanecerá atrapado en un continuo regreso al pasado.
De rutina a ritual: Cotidianeidad y erotismo en la literatura mexicana 151
Me acuerdo cuando te dio por probar todas las comidas que se hubieran
inventado en este país. Fuimos por gusanos a Tlaxcala, por pan de huevo a
Huejutla, por manzanas a Zacatlán, por pescado frito a Nautla...[por un] mole
a Puebla y otro mole más negro a Oaxaca, por tamales a Chiapas, [...] fresas a
Irapuato, dulces de cajeta a Celaya. (Sefchovich 1994: 9)
Mole poblano en una ofrenda de la Fiesta de los muertos (Cortesía de Kim Huyge).
soledad, hará que Beatriz baje todos los días al Vips y que en esos ires
y venires, comience a hacerse de una clientela masculina a la que lleva
a su departamento. Así, combinando su trabajo como secretaria y
prostituta, pronto irá descubriendo y entendiendo las debilidades y los
finos hilos de los cuales se agarra la vida. Cuando ve que vender su
cuerpo le proporciona un beneficio económico, no se atreverá a nom-
brar ‘prostitución’ a su nueva actividad, para ella será un intercambio
equitativo de placeres. Ella satisface apetitos y ellos satisfacen su
necesidad.
A lo largo de las múltiples páginas Beatriz vivirá una vida que se
antoja triple. En un inicio, le ocultará a su hermana que ha conocido a
un amante y, por supuesto, que se prostituye con otros más. Y a su
amante no le dirá nada de su actividad durante la semana; no es que lo
oculte, sino que con éste únicamente comparte una vivencia erótico-
turística que a ambos satisface. Mientras avanza su relación, a la des-
cripción inicial, en que iban descubriendo sabores y olores de platos y
postres, seguirán las dudas: “¿Dónde era que olía tan fuerte a cebolla?
[...] ¿Dónde fue que comimos buñuelos enormes bañados en miel?
¿Dónde era que vendían miles y miles de manzanas y olía toda la calle
a esa fruta?” (Sefchovich 1994: 28) Poco a poco se irán borrando las
vivencias, ésas que tan intensamente se habían inscrito en sus cuerpos.
Si la memoria se empeña en borrar lo vivido ellos se empeñarán en
que ello se quede un poco más en sus pieles:
¿Te acuerdas de todo lo que comimos? Probé contigo platos hervidos, asados,
cocidos al fuego, al vapor y bajo la tierra [...] Me serviste calabacitas rellenas,
nopales capeados, chiles en nogada, quelites, huauzontles, verdolagas, ejotes,
romeritos, chayotes, chinchayotes, chayocamotes y tepecamotes [...].
(Sefchovich 1994: 80-81)
De rutina a ritual: Cotidianeidad y erotismo en la literatura mexicana 155
¡Cómo te amo yo a ti, como a la sal, como al maíz, como al agua, como a la
tierra, como al peyote encargado por los dioses de cuidar a los hombres, como
al pulque mandado por los dioses para aligerar el corazón, como a la vida!
(Sefchovich 1994: 91)
Pero un día las cosas se empezaron a poner difíciles. [...] (Sefchovich 1994:
145)
Descubrimos que los granos de elote con chile eran de lata y no de verdad.
(Sefchovich 1994: 155)
Y cada vez la cosa se ponía peor. [...] Vimos una abeja que destruía las
cosechas, un gusano que atacaba a las vacas, [...]. Vimos subir el tabaco a un
avión y sacarlo de este país. Vimos bajar el maíz de un tren y meterlo a este
país. Vimos subir el dinero a un avión y sacarlo de este país. [...] Por el norte
vimos entrar cajas con televisiones y salir gente sin nada en los bolsillos. [...]
¿Qué nos sucedía que veíamos lo feo por doquier? (Sefchovich 1994:
158-160)
6. Sabores ajenos
7. Gastroerotismo y pornoculinaria
8. Conclusión
Bibliografía
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“As black as huitlacoche”: la comida mexicana en
Caramelo de Sandra Cisneros
An Van Hecke
ción: “If I am a witch, then so be it, I said. And I took to eating black
things –huitlacoche the corn mushroom, coffee, dark chiles, the brui-
sed part of fruit, the darkest, blackest things to make me hard and
strong.” (Cisneros 2004: 106) Inés decide entonces comer cosas ne-
gras, como el huitlacoche, para ser una mujer fuerte, aunque parece
que no puede deshacerse del embrujo de los ojos de Zapata.
Lo mágico no puede ser separado de un contexto mitológico, que al
mismo tiempo puede explicar a veces el porqué de la magia. El nom-
bre de yoloxochitl, flor de corazón, aparece ya en la ‘Leyenda de los
Volcanes’ en la que se cuenta la muerte de la diosa Xochiquétzal.
Cuando el guerrero azteca que había sido su amado, la encontró muer-
ta, se cubrió los sienes con las flores de yoloxochitl (Franco Sodja
1998). Vemos en el cuento ‘Eyes of Zapata’ que la tía Chucha le cubre
el pecho a Inés con la misma flor del corazón. La sobrevivencia de
ciertos mitos se percibe también en la fuerte creencia en “La madre
tierra que nos mantiene y cuida” (Cisneros 2004: 110), expresada por
la misma Inés. Bien se sabe que en las tradiciones precolombinas en
Hispanoamérica es la tierra, diosa madre, la que alimenta a los hom-
bres, llamada Tlalteu en náhuatl, pero que, según Correa Luna, cambia
de aspecto. Entre las diferentes transformaciones llama la atención su
metamorfosis en Xochiquétzal, la “seductora”. (Correa Luna 2004) Es
la flor preciosa, la diosa del rostro benévolo.
not meant for the kitchen even though I’m an only daughter” (322).3
Caramelo es una novela, en gran parte autobiográfica, que pertenece
al género de las sagas de familia, un género muy popular hoy día en
todo el mundo, y practicado desde hace mucho tiempo en América
Latina, con Cien Años de Soledad de García Márquez como prototipo.
Las tradiciones culinarias forman parte de la tradición oral transmitida
de generación en generación. Con su última novela, Cisneros va ex-
plorando mundos desconocidos, muy en particular el de los sabores y
olores olvidados, que se van recuperando gracias a la imaginación.
Gran parte de esta novela se sitúa en México, llamado significati-
vamente “the land of los nopales” (91), de la misma manera como
Oaxaca aparece como “land of the siete moles” (195). México es el
país de origen de la familia Reyes que viaja cada verano desde Chica-
go hasta la casa de los abuelos en la Ciudad de México. Apenas cru-
zada la frontera con México, la niña Lala, bien encantadora, describe
la sensación física de todos los olores, sobre todo los de comida:
The smell of diesel exhaust, the smell of somebody roasting coffee, the smell
of hot corn tortillas along with the pat-pat of the women’s hands making
them, the sting of roasting chiles in your throat and in your eyes. Sometimes a
smell in the morning, very cool and clean that makes you sad. And a night
smell when the stars open white and soft like fresh bolillo bread.
Every year I cross the border, it’s the same –my mind forgets. But my body
always remembers. (18)
2006: s.p.), y sobre la cocina, como lugar desde el cual las mujeres
ejercen su poder. Si es cierto, como dice González, que en Caramelo
“se identifican alrededor de seiscientas quince citas relacionadas
directa o indirectamente con algo de comer” (González 2006: s.p.), es
evidente que aún queda mucho por estudiar. Una de las pistas que
puede ser explorada más a fondo es la que llamaría la pista de la ma-
gia, en particular en contextos donde la comida se asocia con fuerzas
superiores y, en algunos casos, también con la muerte. Es precisamen-
te el enfoque que ya adopté en mi análisis de las dos obras anteriores y
que profundizaré más adelante también en Caramelo.
El título Caramelo se refiere en primer lugar al rebozo de la abue-
la, que es de estilo caramelo. Es un rebozo de estilo rayado que Lala
describe como “a cloth the golden color of burnt-milk candy” (58),
“an exquisite rebozo of five tiras, the cloth a beautiful blend of toffee,
licorice, and vanilla stripes flecked with black and white, which is
why they call this design a caramelo” (94). Sin embargo, es este mis-
mo color caramelo con el que la niña describe el color de la piel de
Candelaria, la hija de la lavandera Amparo.4 La madre de Lala le
prohíbe jugar con Candelaria, probablemente por ser indígena, de una
clase social inferior. Ahora, Lala queda fascinada con el color de la
piel de Candelaria y lo va comparando con la piel de los demás:
The girl Candelaria has skin bright as a copper veinte centavos coin after
you’ve sucked it. Not transparent as an ear like Aunty Light Skin’s. Not
shark-belly pale like Father and the Grandmother. Not the red river-clay color
of Mother and her family. Not the coffee-with-too-much-milk color like me,
nor the fried-tortilla color of the washerwoman Amparo, her mother. Not like
anybody. Smooth as peanut butter, deep as burnt-milk candy. (34)
Los niños cantan en inglés, y parece que las canciones en español han
pasado al olvido, porque no aparecen en la novela. Significa que una
receta como el pumpkin pie, típico de Estados Unidos y en particular
del día de Thanksgiving, entra de manera natural en el mundo referen-
cial de los niños mexicoamericanos, aunque no lo coman en sus casas.
Al igual que en The House on Mango Street, se incluyen en Caramelo
canciones por la rima, es decir el sonido. La gran diferencia es que
ahora sí se canta en español, porque se trata de un contexto mexicano:
“San Juan, San Juan, atole con pan” (111, 118). Otra diferencia es que
ya no se trata de canciones infantiles sino religiosas. La gente las
canta en la fiesta de San Juan, el día 24 de junio, con rosarios y esca-
pularios.
En un segundo nivel, encontramos en Caramelo descripciones de-
talladas de la preparación y el consumo de los platos, y más específi-
camente de uno de los platos más famosos de México: el mole. Para la
fiesta de cumpleaños del padre de Lala, la abuela le prepara su plato
favorito: pavo con mole, el llamado mole mancha manteles. La abuela
decide ir ella misma al mercado, porque no confía en la muchacha
Oralia para comprar los ingredientes más frescos (47). Con mucha
graciosidad, Lala relata que la abuela pone un plástico transparente
arriba del mantel de encaje, incluso para la fiesta de cumpleaños. A la
abuela no le importa: “–Why do you think they call this dish mancha
manteles? It really does stain tablecloths, and you can’t ever wash it
out, ever! Then she adds in a loud whisper, –It’s worse than women’s
blood” (53). La comparación con la sangre de mujer se hace en primer
lugar por lo difícil o lo imposible de quitar las manchas, pero a este
primer significado se añade indudablemente otro, más sutil y delicado:
el mole se compara con lo femenino, en su carácter más íntimo. De
ahí que también se puedan interpretar en su doble sentido los comen-
tarios de los tres hermanos, hijos de la abuela, cuyas valoraciones van
en crescendo:
–Are you crazy? Father says, wiping the mole from his mustache with his
napkin. –Don’t even listen to them! It’s exquisite, Mamá. The best. You’ve
outdone yourself as always. This mole is excellent. (54)
You know that pobrecita who came out on the cover of ¡Alarma! magazine,
the one who made pozole out of her unfaithful husband’s head? Qué coraje
¿verdad? Can you imagine how mad she must’ve been to make pozole out of
his head? That’s how we are, we mexicanas, puro coraje y pasión. (274)
la niña. Lala la ve como si fuera real y viva: “Even more alive now
that she’s dead. Her. The Grandmother. With her stink of meat frying”
(362). Las terribles experiencias de las apariciones de la abuela llegan
a un clímax cuando la abuela le aparece a Lala en el momento de su
primer beso, que recibe de Ernesto Calderón, su primer amor: “Some-
body must be unwrapping a taco or torta, because the place smells
like fried meat. That’s when I jerk my eyes open and see her. Her with
her stink of barbacoa! The Awful Grandmother sitting right behind
me watching me being kissed by Ernesto Calderón!” (370). La última
vez que la abuela enojona asusta a la niña es cuando el papá está en
cuidados intensivos en el hospital. Lala está sentada al lado de su
cama cuando entra el olor: “The room floods with the stink of fried
meat. Perched on the headbord, it’s her”. La abuela quiere llevarse al
hijo favorito al otro lado, al mundo de los muertos, y lo quiere para
ella sola: “You’ve had him long enough. Now it’s my turn, she his-
ses”. La niña no le tiene ni el menor respeto a la abuela y la insulta
llamándola “metiche”, “mirona”, “mitotera” y “hocicona” (405). Lo
que sigue es un largo diálogo en el que finalmente llegan a un acuer-
do: la nieta puede quedarse con su padre, a condición de que cuente la
historia de la abuela. Lo que quiere la abuela es ser comprendida y
perdonada para que pueda salir de aquel espacio terrible entre la vida
y la muerte, cruzar finalmente al otro lado, y encontrar la paz.
3. Conclusión
Notas
1
Me baso para este estudio en las versiones originales de las tres novelas, escritas en
inglés.
2
El yoloxóchitl es una flor que aparece ya entre las múltiples flores, plantas y hierbas
descritas por Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España: “Son
estas flores preciosas y de muy suave olor, tienen la hechura de corazón y por de
dentro son muy blancas” y el cronista se refiere también a su poder medicinal. (Sa-
hagún 1975: Lib XI 691)
3
De aquí en adelante las citas que provengan de Caramelo or Puro Cuento (Cisneros
2003) sólo llevarán la página.
4
Al final de la novela (403-404) se revela que Candelaria es hija ilegítima del padre
de Lala. Nació antes de que Inocencio Reyes se casara con Zoila, la madre de sus siete
hijos (legítimos). Es uno de los secretos mejor guardados de la familia Reyes.
5
Según varios autores, el mole sería una receta colonial y no azteca. Sin embargo,
Pilcher aclara que a mediados del siglo veinte “los autores reconocían las contribucio-
nes indígenas al platillo en el nombre ‘mole’, que venía del náhuatl molli, ‘salsa’, y no
del español ‘moler’”. (Pilcher 2001: 200)
6
Los ejemplos son innumerables. A modo de ilustración incluimos aquí algunos más:
“Ito gallops off with me bouncing on his back like a sack of rice” (41-42); “she swims
so far away she is a little brown donut in the distance” (74); “The woman was like the
milk with a drizzle of coffee his mother served him as a boy before bedtime, coffee
with lots of sugar, a woman who made him happy just by looking at her” (140); “He’d
had women pink as a rabbit, and dark as bitter chocolate” (141); “for a moment as fine
as una espina de nopalito” (153), “the ceiling with its scrolled molding like frozen
cream pies” (381)…
Bibliografía
José G. Guerrero
‘Dime lo que comes y te diré quién eres’
1. Introducción
mamíferos. El padre Gumilla dice que “tejen los cañizos sobre los que
han de poner la carne para ir secando a fuego manso”. (en Romero
1993: 266) Era la mejor forma de conservar el alimento en un clima,
como dice Oviedo, donde el pescado o la carne se daña si no se cocina
al mismo día.
El ingrediente básico del sazón aborigen era el ají o chile. En Santo
Domingo y Cuba se hacía un sopón con ají y pescados, un antecedente
del sancocho. Chanca afirma en 1494 que lo comían con pescado y
aves “de infinitas maneras”, es decir, en casi todos los platos. (en
Deive 2002: 37) Mártir dijo que era más picante que la pimienta del
Cáucaso. También para Oviedo daba buen gusto a pescados, carne y
demás manjares, especialmente uno, cuya hoja se usaba en una salsa
al gusto, como la del perejil, con el caldo de carne a la olla. Del jugo
de la yuca hervido y tibio se hacían sopas, y frío un licor dulce o
vinagre para otros manjares. En México, la cocción del maguey pro-
ducía licor, miel, azúcar, vinagre o vino. Estos sabores cayeron en
desuso en tiempos de Oviedo siendo sustituidos por el agrio de naran-
jas y limones, y el dulce, por el azúcar. (en Deive 2002: 86, 81) El ají,
quizás el primer producto americano comercializado en Europa, muy
tempranamente se incorporó a guisos y embutidos.
El frijol o judía pinta –diferente a la judía blanca o alubia– está en
las cocinas modestas desde que Colón lo llevó de regreso en su Primer
Viaje. El tomate lo menciona Díaz del Castillo en 1524 en México en
una guerra en la cual los indios “querían comer nuestras carnes en
ollas con sal, ají y tomate”. (en Sánchez Tellez 1995: 223) Oviedo
describe variedades de tomate y, en especial, el xitomate, el que se usa
en la cocina, en una salsa con ají que mejoraba el sabor de los alimen-
tos y estimulaba el apetito. Sin el ají y el tomate no sería posible el
popular gazpacho. El aguacate lo mencionó Las Casas en Santo Do-
mingo y Oviedo lo recomendó sazonado con queso.
Los españoles probaron o comieron tortugas, huevos de aves, pe-
rros gozques, culebras, curíos o conejos de Indias, calabazas nativas y
como las de España, iracas o hierbas cocidas como potaje de espinacas
guisadas con calabazas y ají, así como ‘lirenes’ cocidos en Navidad,
maní, raíz y hojas de yahutía y muchas frutas. La mejor descrita de
éstas fue la piña, la cual según Mártir, llevaron de la isla de Guadalupe
a Las Canarias y España. En Santo Domingo, comían iguana durante
los días de Cuaresma, cocida o asada de la misma manera que una
gallina, con especias, tocino y berza. Comieron tantas jutías que rápi-
192 José G. Guerrero
el maíz por ser más barato. Las plantaciones estaban tan especializa-
das en la agricultura de exportación que el esclavo no producía ali-
mento para sí o éste era marginal. Por eso, existen en el Caribe hábitos
alimenticios y productos sin relación con el medio ambiente, importa-
dos de otras zonas. Cuando las guerras impedían las importaciones,
muchos esclavos morían de hambre. El tasajo, el bacalao y el arenque
eran las fuentes principales de proteína animal de los esclavos. Existen
ciertas diferencias entre las cocinas americanas dependiendo del ori-
gen del colonizador: español, inglés, francés, holandés, portugués,
danés o sueco. La herencia africana, europea y americana está tan
imbricada a la economía y la sociedad que es difícil establecer qué
provino de cada región. En la actualidad, las mayores secuelas de
hambre se encuentran en las antiguas zonas de plantaciones, donde
arribó el 90% de los esclavos, quienes con su trabajo y cocina contri-
buyeron durante siglos a aliviar el hambre de Europa.
Los inventarios culinarios de los cronistas recogen la mezcla y
combinación de productos españoles, indios y negros. Desde muy
temprano surgieron comidas a la olla, muy populares como el ajiaco,
el sancocho, las coladas o mazamorras, especies de sopas con carnes y
viandas, cada una con un estilo propio y criollo. Además, en América,
África y Europa se hierve, se asa a fuego directo, se fríe y se cocina al
vapor. El sofrito con cebollas, ajo, pimiento y tomates del Caribe es
similar a la salsa ata de Nigeria. (Villapol 1977: 329)
En Santo Domingo, donde los españoles establecieron sus primeras
villas, se realizó el primer contacto indo-europeo y los negros, según
Las Casas, se adaptaron de manera más natural que en Guinea. Fue la
puerta de entrada y salida de la primera revolución culinaria mundial
realizada en el triángulo de América, Europa y África.
comen y beben como los seres humanos. Según afirma Fray Diego de
Landa, los dioses indígenas reclamaban comida diariamente, y Benzo-
ni apunta que lo que más pedían los indios era abundancia de comida
y bebida. No es casual que su deidad principal era el dios de la yuca.
El médico-curandero de la tribu bendecía y repartía pan de yuca o
cazabe entre los fieles, antes de la llegada de los cristianos.
No se sabe si el primer día en América los españoles probaron la
comida de los indios. Colón estaba atento a saber si había oro. Llevó a
seis indios para que aprendieran a hablar castellano y sirviesen como
guías e intérpretes en la travesía. Los españoles quebraban útiles de
cocina porque los indios cambiaban por oro “hasta pedazos de escudi-
llas y de tazas de vidrio”. (Colón 1980: 32) En los sucesivos encuen-
tros, los indios le daban agua y comida. En el derrotero, Colón en-
contró a un indio que traía un poco de pan, una calabaza de agua,
hojas secas y, lo que más le llamó la atención era una tierra bermeja
hecha en polvo, que podría servir para preparar bolas comestibles,
como las reportadas por la arqueología, hechas de barro, huesos y
aceite de mamíferos. (Veloz Maggiolo 1972)
Los indios traían objetos, comida y agua fresca, gesto que Colón
devolvía con miel de azúcar. Notó que los peces eran diferentes y
dignos de apoteosis: “Hay algunos hechos como gallos de los más
finos colores del mundo, azules, amarillos, colorados y pintados de
mil maneras [...] que no hay hombre que no se maraville y no tome
gran descanso para verlos.” (Colón 1980: 38) Observó árboles para
tinturas, medicina y especiería sintiendo de la tierra un olor tan bueno
y suave de flores o árboles que era “la cosa más dulce del mundo”.
(Colón 1980: 41) El 25 de octubre describió la ‘canoa’, nave de un
madero sin vela, la primera palabra aborigen integrada al castellano
por Antonio de Nebrija en 1495.
En una laguna Colón mató una sierpe, posiblemente una iguana,
cuyo cuero guardó para los Reyes. También vio un perro que no la-
draba, verdolagas, bledos y un caracol grande o lambí muy usado
como comida y fotuto, una especie de trompeta con la cual se anun-
ciaba la venta de carnes hasta el siglo XIX. Anotó pescadores que
llevaban pescado tierra adentro y que habría vacas por unos huesos de
cabezas que encontró, los cuales seguramente eran de manatí, animal
que los aborígenes cazaban por su carne, pero sobre todo por sus
costillas que utilizaban en ceremonias religiosas. Confundió un manatí
con una sirena, aunque reconoció que no era tan bonita como decían,
196 José G. Guerrero
porque tenía cara de hombre. El manatí fue considerado por casi todos
los cronistas como un pescado de mar, aunque decía Oviedo que su
cabeza parecía de vaca. Para Mártir era cuadrúpedo con forma de
tortuga y escamas. Los españoles lo mataban con ballestas y el propio
cronista afirma: “[...] creo que es uno de los mejores pescados del
mundo en sabor [...] y la cecina de él muy especial.” (en Romero
1993: 274) En el convento de los franciscanos, el primero construido
en América en 1502, la arqueología encontró numerosos restos de
manatí por lo que se supone que era boccato di cardinale para curas y
legos.
Colón siempre invitaba a los indios a comer en su nao. El 2 de no-
viembre envió a Luis de Torres, judío que sabía hebraico, caldeo y
arábigo, junto a dos indios para saber cuán lejos estaban Zayto y
Guinsay, las supuestas tierras del Gran Khan de China. Les dio una
sarta de cuentas y muestras de especiería “para comprar comida si les
faltase”. (Colón 1980: 52) El 4 de noviembre, Colón se enteró –no por
Torres, sino por los indios intérpretes– de hombres con un ojo y hoci-
co de perro que comían gente, bebían sangre y cortaban ‘natura’, al
tiempo que describió los primeros sabores de la comida indígena:
ñames, en realidad batatas, como zanahorias con “sabor a castaña” y
“faxones y fabas muy diversas de las nuestras”. (Colón 1980: 52, 54)
Al día siguiente vio un tizón de hierba usado en sahumerios: la hoja o
túbano de tabaco. Tomó un ‘peje-puerco’ para los Reyes, vio ‘ratones’
de la India, en realidad jutías, cangrejos y supo que muchos indios
huían porque pensaban que los españoles eran caníbales que los quer-
ían comer. El 26 de noviembre registró la palabra ‘caniba’, tierra de
caníbales, por cuya corruptela se formó caribe.
El 5 de diciembre avistó la isla La Española (Santo Domingo), “la
más hermosa cosa del mundo” (Colón 1980: 78), por sus valles y
campinas semejantes a Castilla, Córdoba y Andalucía. Los marineros
pescaron lisas, lenguados, albures, salmones, pijotas, gallos, pámpa-
nos, corbinas, camarones y sardinas. El 13 de diciembre recibió de los
indios pescado y pan de ajes, raíces como rábanos grandes cocidas y
asadas con sabor de castañas, muy sabrosas y algunas tan grandes
como la pierna de un hombre. Llegó a la conclusión de que los indios
eran buenos para trabajar, hacer villas y sembrar, todo lo que el pro-
yecto colonizador necesitaba. En medio de la fiesta de la Anunciación,
celebrada con tiros de lombarda, Colón compartió comida española
con un indio, quien después que probaba un bocado lo repartía entre
La culinaria colonial de América y Santo Domingo 197
los suyos. Ordenó que donde quiera que encontraran un indio les
dieran de comer. (Colón 1980: 95) Notó que aquí, a diferencia de
otros lugares donde escondían las mujeres, éstas tenían muy lindos
cuerpos y eran las primeras que brindaban cosas de comer, pan de
ajes, gonza de avellana y frutas. (Colón 1980: 99) El 22 de diciembre,
Colón recibió en la nao pan, pescado y una especie en grano llamada
‘ají’, la cual bebían con agua como cosa sana. Para Colón “vale más
que pimienta” y nadie come sin ella. (Colón 1980: 131)
El 25 de diciembre, la nao Santa María encalló y con su madera y
la ayuda de los indios se construyó el fuerte La Navidad. Allí queda-
ron 39 hombres con “mantenimientos de pan biscocho y vino por más
de un año” (Colón 1980: 112), simientes para sembrar y mucha arti-
llería. Como agradecimiento, Colón comió con un cacique de la re-
gión, el cual retribuyó con una colación de ajes, camarones, pan de
casabe y verduras. Supo que en una isla cercana se cogía oro del ta-
maño de habas y, en La Española, como grano de trigo o lentejas. El
13 de enero de 1493, al mandar un grupo de hombres a buscar ajes
para comer, se produjo un altercado con los caribes y el primer derra-
mamiento de sangre en el Nuevo Mundo. Antes de partir para Europa,
notó que los indios hacían muchas ahumadas con las que cocinaban
sus carnes.
En medio del océano, mataron una tonina y un tiburón, porque sólo
quedaba de comer pan, vino y ajes de las Indias. Poco después, una
tormenta puso en peligro la embarcación y se agotó el alimento euro-
peo y el indígena. Los marineros jugaron a la suerte con garbanzos
para escoger quién cumpliría la promesa o romería en caso de sobre-
vivir. Colón, quien iba muy dolido de piernas por el poco comer,
lanzó al mar un pergamino dentro de un barril. Por suerte, llegaron a
las Azores, un día de Carnestolendas, donde comieron gallinas y pan
fresco. En Lisboa el rey de Portugal ordenó demostrar que las tierras
descubiertas no pertenecían a Guinea. Para ello, los aborígenes mos-
traron con habas las islas La Española, Cuba, Lucayas y otras más,
quedando aquél convencido de la novedad del descubrimiento. Le
ofreció transporte por tierra a Castilla, pero Colón no aceptó por temor
a que lo matasen en el camino.
El Segundo Viaje de Colón (1493-1496) fue apoteósico: 17 barcos,
1.200 gentes, 200 sin sueldo y muchos ilegales escondidos en los
barcos, incluyendo mujeres vestidas como hombres. (Guerrero 1988:
31) La Isabela fue la primera villa construida en la costa norte de
198 José G. Guerrero
Paraíso Terrenal, noticia ésta más importante que todo el oro del
mundo.
El Cuarto Viaje (1502-1504) fue una tragedia, posteriormente muy
difundida por el cine. Estuvo en Jamaica náufrago y tan gravemente
enfermo que pasó nueve días sin esperanza de vida. Presenció visiones
terribles: un mar rojo como la sangre hirviendo y gente tan desconso-
lada que deseaba la muerte. Tuvo que profetizar un eclipse lunar para
salvar la vida. Solicitó al Rey el envío de 500 quintales de bizcochos y
otros bastimentos para explotar las perlas que se venderían por oro.
Sin embargo, desde los inicios de la colonia la producción de alimen-
tos era mejor negocio que la extracción de oro. Según Las Casas, los
mineros vivían siempre endeudados y presos, mientras que los granje-
ros tenían “más descanzo y abundancia” al criar puercos y hacer la-
branzas de cazabí, ajes y batatas. (en Bosch 1971: 23)
Colón murió en 1506 quejándose amargamente de que, a su pesar
de su fama, no tenía casa ni dinero para comer: “Poco me han aprove-
chado veinte años de servicio, que hoy no tengo en Castilla una teja; si
quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más
de las veces falta para pagar el escote”. (Colón 1980: 191)
de los sacerdotes, los mitos sobre el origen del universo, del mar y los
peces, los primeros seres humanos y la domesticación de la yuca,
palabras aborígenes, la profecía de hombre vestidos que los matarían
de hambre, la evangelización y el primer milagro de América cuando
una yuca creció en forma de cruz.
Pané era un pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, vino en
el segundo viaje con Colón, vio el desastre del primer fuerte, estuvo
en la fundación de la primera villa, participó en la primera incursión al
interior, observó las primeras matanzas de indios y convivió casi dos
años con los aborígenes. Colón llevó su manuscrito en el regreso del
tercer viaje a España, Anglería lo conoció entre 1500 y 1504, Las
Casas y Hernando Colón lo trascribieron y Alfonso Ulloa lo publicó
en 1571. El original de Pané y la copia de Hernando desaparecieron.
Lo único que se conserva es el resumen en latín de Anglería, el extrac-
to en español de Las Casas y la traducción al italiano de Ulloa. La
primera versión en español es de 1749.
La obra de Pané es la más literaria de todas las crónicas y no son
pocas las recreaciones literarias, teatrales y pictóricas realizadas de la
misma en la actualidad, entre las que merece distinción De dónde vino
la gente de Marcio Veloz Maggiolo (2006). Pané ordena su saga con
mitos, pero también con su mentalidad religiosa y objetivo evangeli-
zador, reconociendo que no entiende bien lo que le cuentan o que los
indios no cuentan las cosas en orden. No es casual que inicie con
Yúcahu, el dios de la yuca, considerado por Las Casas como el propio
Dios de los cristianos, y termine con la historia de los primeros indios
cristianizados. Aparte de los mitos antropogónicos (origen del hom-
bre) y cosmogónicos (origen del universo y la naturaleza), Pané reco-
ge mitos de transformación del hombre en seres cósmicos o naturales
como “consecuencia del pecado original”. (Jiménez Lambertus 1989:
60) Tiene ciertos prejuicios etnocéntricos –habla de idolatría, supersti-
ción, gente ignorante–, por lo que observa e interpreta a las culturas
partiendo de un modelo europeo y de la lengua castellana. Si Pané
aporta el testimonio más directo y creíble sobre los aborígenes es por
su conocimiento de las lenguas aborígenes, ya que los españoles sólo
aprendían a decir “dame pan y oro”. (Matos Moquete 1989: 292-293)
De todas maneras, Pané no era iconoclasta y advirtió problemas de
redacción por dificultades materiales y limitaciones propias: “[...]
escribí de prisa y no tenía papel bastante, no pude poner en su lugar lo
La culinaria colonial de América y Santo Domingo 203
que por error trasladé a otro; pero con todo y eso, no he errado”. (Pané
1980: 30)
Según Pané, el más grande de sus dioses o ‘cemí’ es el dios de la
yuca, lo que indica el papel fundamental de esta planta en la vida
social y religiosa de los aborígenes. Por vivir en el cielo y ser inmor-
tal, invisible y eterno Las Casas lo consideró una prueba del conoci-
miento previo que tenían los aborígenes de “un verdadero y solo
Dios”. (en Pané 1980: 104) De dos cuevas salió toda la gente, pero no
podían salir durante el día para alimentarse. Los que salieron a pescar
fueron convertidos por el Sol en árbol (jobo) y ave cantora. Las muje-
res fueron llevadas a una isla donde se convirtieron en amazonas. Los
hombres volvieron a tener mujeres cuando un pájaro carpintero escul-
pió el sexo a unas anguilas, pero aclara Pané que “esto es según cuen-
tan los más viejos [...] lo creen todo tal como lo he escrito”. (1980: 56)
Los peces de comer y el mar se formaron de unos huesos que se
cayeron de una calabaza colgada en el techo de una casa. Cuatro her-
manos pidieron a su abuelo cazabe, “el pan que se come en el país”
(Pané 1980: 30), pero como éste pensó que era un robo, en vez de pan
les tiró un ‘guanguayo’ con sustancias mágicas de modo que al impac-
tar en la espalda de uno de aquellos nació una tortuga que se convirtió
en una casa o pueblo. Los muertos comen guayaba y cohabitan con los
vivos y su única diferencia es que no tienen ombligo. Muchos vivos
yacen con mujeres que, al abrazarlas, desaparecen. Pané aclara que
esto lo creen todos en general.
Los ‘behiques’ o sacerdotes supuestamente hablaban con los muer-
tos. Curaban enfermedades con huesecillos, piedras y carne que se
metían en la boca, luego chupaban el cuerpo del enfermo, escupían en
la mano y, sacando lo que se habían metido en la boca, le decían: “Has
de saber que has comido una cosa que te ha producido el mal que
padeces, mira cómo te lo he sacado del cuerpo.” (Pané 1980: 37)
Recomendaban descanso y una hierba como laxante estomacal. Si el
objeto sanador era piedra la guardaban y daban de comer a sus deida-
des o cemíes, quienes exigían siempre ser alimentados. Un dios envia-
ba enfermedades porque no le daban yuca para comer, por lo que en
días solemnes llevaban mucho pescado, carne o pan a la casa del ídolo
para que comiera de todo. Si el paciente moría, le daban de beber un
jugo de hierba “con hojas semejantes a la albahaca, uña, cabellos”
(Pané 1980: 38) y preguntaban si la causa de su muerte era natural o
provocada. Algunas deidades tenían forma de nabo grueso con hojas
204 José G. Guerrero
de olmo y creían que una de tres puntas hacía nacer la yuca, cuya
planta Pané no pudo comparar con otra de España. Su jugo lo conside-
raban milagroso porque hacía crecer el cuerpo, brazos y ojos. Los
‘behiques’ utilizaban el ayuno para debilitar el cuerpo y afinar su
sensibilidad para las visiones y profecías. En una ocasión, el dios de la
yuca les advirtió que vendría gente vestida a matarlos y que “se morir-
ían de hambre”. (Pané 1980: 48)
Para continuar su trabajo etnográfico y evangelizador, Pané se mo-
vió a una región donde se hablaba la lengua universal, por lo que
Colón ordenó que le diesen de comer de todo lo que allí había. Des-
pués de dos años de evangelización infructuosa, se marchó a tierras
más proclives al cristianismo. Dos días después, ocurrió una peripecia
culinaria dramática, un lamentable episodio antropológico, pero que se
convirtió en el primer milagro del Nuevo Mundo. (Guerrero 1983a)
Seis indios tomaron las imágenes cristianas que el fraile había dejado
en un adoratorio, las enterraron en un campo de labranza o conuco y
se orinaron encima diciendo “ahora serán buenos y grandes tus fru-
tos”. (Pané 1980: 53) Según Pané fue por vituperio, no entendiendo
que se trataba de un ritual agrícola que los indios solían hacer con sus
ídolos para que la tierra diese frutos. Como los españoles no entendían
de tales ritos propiciatorios pensaron que habían querido escarnecer-
los. Entonces, Bartolomé Colón formó proceso “contra los malhecho-
res” y, sabida “la verdad”, los hizo “quemar públicamente”. (Pané
1980: 7, 81) En respuesta, los indios mataron a los que se habían
hecho cristianos y eran custodios de las imágenes, las cuales desente-
rraron y rompieron. Pasados algunos días, en el mismo lugar crecieron
unos ‘ajes’, batatas “semejantes a los nabos, en forma de cruz”. (Pané
1980: 54) Este fue el primer milagro de América, el día que la cruz
cristiana hizo crecer la yuca de los indios. Igual como lo cuenta Pané:
como lo compré así lo vendo.
[…] de cinco sentidos corporales, los tres que se pueden aplicar a las frutas, y
aun el cuarto, que es el palpar, en excelencia participa de estas cuatro cosas o
sentidos sobre todas las frutas e manjares del mundo […]. Y tiene una
excelencia muy grande, y es que sin algún enojo del agricultor, se cría e
sostiene. El quinto sentido, que es el oír, la fruta no puede oír ni escuchar,
pero podrá el lector, en su lugar, atender con atención lo que yo escribo. (en
Deive 2002: 91)
7. El Comegente
cialmente era un remedio, era bebido por todos. Para los enfermos de
fiebre amarilla prescribía un ponche de huevos con nuez moscada,
clavo y canela. La batata, parecida a la cotufa de Francia, alimento
ordinario de indios, negros y colonos de clase moderada, se comía
asada o cocida y con salsa picante a base de limón, sal y pimiento;
acompañada con carne, era el principal alimento en los buques de
guerra.
Otro padre francés, Pierre Charlevoix recomendó en 1730 en Santo
Domingo congríos, pargos, dorados, manatíes, cocodrilos, caracoles,
langostas, almejas, tortugas y, especialmente, cangrejos que eran ricos
“manás”, a los que los esclavos llamaban “sus pollos” por servirles de
subsistencia. (en Deive 2002: 308) Todavía se comía manatí con sabor
de ternera fresca o de atún salado, iguana –a pesar de la creencia que
producía sífilis–, gallinas pintadas o de Guinea, pajuiles, faisanes y, lo
más exquisito, lengua de flamenco.
Durante los siglos XVII y XVIII la Isla fue compartida por la colo-
nia francesa de Saint-Domingue y La Española de Santo Domingo,
siendo ésta cedida a Francia entre 1795 y 1809, cuya ocupación ter-
minó con una tragedia culinaria digna de un capítulo de El siglo de las
luces de Alejo Carpentier. El desarrollo manufacturero y agrícola de
Saint-Domingue obligó a importar carne necesaria para alimentar a
más de quinientos mil esclavos y cuarenta mil colonos. Los españoles
le traspasaron su colonia y su población alimentada frugalmente como
un ‘hato de reses’. Según observó Soulastre en 1798, el ganado y un
poco de tabaco constituían la ocupación principal de Santo Domingo.
(en Rodríguez Demorizi 1955: 127) Sembraban apenas para la subsis-
tencia y no veían más allá de las necesidades básicas.
El viajero francés Daniel Lescallier observó en 1764 una naturale-
za pródiga y una sociedad indolente. Expresó indignación y disgusto
al ver tan poca industria entre sus habitantes, pues ‘no se ve un huerto
ni siquiera una legumbre, apenas cultivos. El tabaco, el cacao y los
plátanos crecen espontáneamente y sin esfuerzo. Apenas los ricos
comen pan y la mayor parte se alimenta de casabe, plátanos y carne.
Había ingenios y matas de cacao, pero “hacen falta brazos y ganas de
trabajar”. (en Rodríguez Demorizi 1979: 10-11, 15-16, 21) En sus
viajes cargaba sus propios víveres, porque no había alimentos en
venta. Decía que “daría trabajo convencer a muchas personas de que
sea posible hallarle encanto a una vida semejante”, aunque reconoce
que la belleza natural hacía olvidar todas las fatigas y algunos ríos
La culinaria colonial de América y Santo Domingo 221
eran “baños de Diana”. (en Deive 2002: 319) Expresó cierto prejuicio
contra la población hispana por tener buena tierra y no trabajarla,
bastándole una choza ruin, un pequeño redil para ganado, algunos
cocoteros o bananeros, un pequeño terreno de caña para producir
azúcar cruda o endulzar el chocolate de cacao silvestre. En fin, pro-
piedades pobres y sin cultivo. Preferían el hato para la cría de ganado
a otra clase de explotación más lucrativa, activa y laboriosa. A su
entender, el problema era la mezcla de la población de negros libres,
mulatos, caribes y pocas familias blancas, siéndole difícil conciliar el
orgullo castellano con el poco escrúpulo de mezclarse. Un buen aporte
culinario es su descripción del plátano y el guineo como el principal
alimento de negros y criollos y sus variadas maneras de comerlos:
asados, salcochados, cortados en trozos menudos con fricasé de carne,
hechos dulce, maduros y crudos. (en Deive 2002: 330-339)
El cura criollo Sánchez Valverde defendió en 1785 al poblador na-
tivo de las críticas francesas. Argumentaba que el trabajo no era tan
necesario en una naturaleza pródiga, rica en frutos naturales y una
población sin glotonería. Como ‘filósofos frugales’ se contentaban
con los dones gratuitos de una benéfica madre: una taza de jengibre o
de café, plátano asado y vianda fresca o salada. (Deive 2002: 361)
Mitigan la sed con naranjas agrias o dulces y frutas silvestres. Con la
leche de las vacas se hacen quesos y mantequilla. Joseph Peguero
registra en 1763 mantequilla y pan tierno; un gremio de panaderos
participaba en las fiestas oficiales. (Mañón Arredondo 1992: 237)
Subsistían con tasajo, leche de chiva, plátano, yuca y batata. Beben
poca agua y mucho tafiá. De Santo Domingo, los franceses obtenían
ganados para carnes “del gusto más delicado” y abundante leche y
grasa; bestias de carga, cerdos que se multiplicaban por el fruto de la
palma, tabaco para el rapé y bija o rocou para dar color y gusto a los
manjares y guisos. (Deive 2002: 384) Aunque ricos, los franceses
dependían de los suministros de los pastores o vaqueros dominicanos,
sin los cuales tendrían que abandonar la isla. Sánchez Valverde pon-
deró las guineas como “alimento y regalo en las mesas”, patos de buen
sabor, pajuiles de carne sabrosa, cotorras y pericos de buena carne,
peces, tortugas y, especialmente, ‘jicoteas’, cuya carne es “de los
manjares más deliciosos con que pueda regalarse el paladar”. (en
Deive 2002: 392)
Lyonnet en 1800 observó que la alimentación de los españoles era
carne de buey y de cerdo, condimentada con pimiento, tomillo y toma-
222 José G. Guerrero
9. El último montero
Cuando se entrevista con Siño Isidro, un hatero que tenía reses, al cual
se le solicita una contribución para la revolución, recoge en la narra-
La culinaria colonial de América y Santo Domingo 229
[…] una huelga anual en todas las clases desde San Andrés [...] hasta el
miércoles de ceniza […]. Hay un departamento de bebidas alcohólicas que
siempre es poca para apagar la sed de los desgañitados y un salón de baile en
permanencia que se calma de día y recrudece de noche, y todo esto cargado de
bateas y bandejas cargadas de dulces, licores, fiambres, cigarros vendidos por
mujeres, la mayor parte cortesanas [...]. El representante del gobierno [...]
baila como apuesta y bebe y a veces rueda por el suelo con otros más, bajo el
peso de libaciones sin cuento o bajo el choque de un garrotazo que es por lo
común con lo que se acaba la fiesta [...]. Hacen de un joven de veinte años un
viejo caduco que ya sin vigor sólo piensa en jugar lo que adquiere, beber
aguardiente y cuidar de sus gallos y gallinas de calidad. (en Rodríguez
Demorizi 1980: 162)
Varios lechones al asador, bien tiernos y con cueros bien tostados. Sazonados
con el mojo de puerros y ajíes caribes; servidos en yaguas verdes cubiertas de
frescas hojas de plátanos, empanadas, rosquetes y hojaldres de cativía; quesos
230 José G. Guerrero
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El Nuevo Mundo comestible de Colón.
Los contextos culinarios en la primera
Década del Nuevo Mundo de
Pedro Mártir de Anglería
Rita De Maeseneer
La primera Década del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería ofrece una amplia
información interesante sobre temas culinarios del Caribe. No sorprenderá que apa-
rezca el tema del canibalismo, aunque tratado de manera matizada. Pero también nos
enteramos de ciertas costumbres culinarias y de los distanciamientos al respecto.
Resulta que al inicio del Descubrimiento se advierte poca transculturación y mucha
transcultivación. Al estudiar estos temas culinarios, se revelan una serie de problemas
recurrentes que surgen al toparse con lo nuevo: civilización y barbarie, rechazo y
atracción de lo erótico exótico, lucha entre ficción y realidad, enajenación e intento de
apropiación.1
La misma providencia parece que me hizo venir a España, [...], para que
recogiera con particular diligencia estos acontecimientos maravillosos y nunca
vistos, que de lo contrario habrían quedado tal vez ignorados en las voraces
fauces del olvido, por atender sólo en general a estos descubrimientos los
historiadores españoles, muy distinguidos por cierto. (5)
Por supuesto, la salvación del olvido es una mera figura retórica típica
de la historiografía renacentista, pues en aquel entonces se leían (y se
escuchaban) con avidez las noticias sobre el Nuevo Mundo cuya
producción de textos (también en español) se dispararía. No obstante,
esta frase plantea una serie de interrogantes: ¿Mártir expresa cierta
incomodidad en su posición de ‘extranjero’ que se ocupa de asuntos
‘españoles’? pero, ¿de la misma manera que podríamos preguntarnos
cuán extranjero era Colón para España, hasta qué punto es considera-
do de ‘fuera’ este hombre importante en la corte española que constan-
temente se refiere a un nosotros imperialista y defiende el providen-
cialismo español? ¿va inspirada esta frase por el hecho de que dirige
esta introducción al príncipe Carlos, el mismo un ‘extranjero’? ¿A qué
historiadores españoles se refiere, ya que al inicio del descubrimiento
son sobre todo textos escritos por ‘italianos’ en ‘italiano’ o en latín los
que circulan?6
238 Rita De Maeseneer
Otra fruta, dice el invictísimo rey Fernando que ha comido, traída de aquellas
tierras [Urabá], que tiene muchas escamas, y en la vista, forma y color se
asemeja a las piñas de los pinos; pero en lo blanda al melón, y en el sabor
aventaja a toda fruta de huerto; pues no es árbol, sino hierba muy parecida al
cardo o al acanto. El mismo Rey le concede la palma. De ésta no he comido
yo porque de las pocas que trajeron, sólo una se encontró incorrupta,
habiéndose podrido las demás por lo largo de la navegación. Los que las
comieron frescas donde se crían, ponderan admirados lo delicadas que son.
(II, 9: 150)
[...]; y yo de las muchas cosas que cada uno me contó, pasando por alto las
que no son dignas de mención, escojo únicamente lo que me parece que ha de
satisfacer a los amantes de la historia; pues en medio de tantas y tan grandes
240 Rita De Maeseneer
cosas hay muchas necesariamente que juzgo debo pasar por alto para no
alargar demasiado el discurso. (II, 7: 138)
Con las cosas ilustres [Plinio y los sabios] mezclaban otras oscuras, pequeñas
con las grandes, menudas con las gordas, a fin de que la posteridad, con
motivo de las cosas principales, disfrutara del conocimiento de todas, y los
que atendían a asuntos particulares y gustaban de novedades pudieran conocer
regiones y comarcas particulares, y los productos de las tierras, y las
costumbres de los pueblos, y la naturaleza de las cosas. (III, 9: 232)
Pedro Mártir centra su historia en las figuras cimeras como Colón, Cortés y
Moctezuma, guiado por el principio de que son éstas las que dan la talla
histórica de los acontecimientos, y los dotan de un aura de nobleza. Son las
dignas de fama. Repite con frecuencia su desdén por lo trivial y contingente,
pero sólo (por suerte para nosotros) porque es incapaz de resistir su atractivo,
tal vez porque algunos detalles nimios dan alivio en medio de tantas
cuestiones de peso. (2002: 64)
A los niños que cogen [los caníbales], los castran como nosotros a los pollos o
cerdillos que queremos criar más gordos y tiernos para comerlos; cuando se
han hecho grandes y gordos, se los comen; pero a los de edad madura, cuando
caen en sus manos, los matan y los parten; los intestinos y las extremidades de
los miembros se las comen frescas, y los miembros los guardan para otro
tiempo, salados, como nosotros los perniles de cerdo. El comerse las mujeres
es entre ellos ilícito y obsceno; pero si cogen algunas jóvenes las cuidan y
conservan para la procreación, no de otra manera que nosotros las gallinas,
ovejas, terneras, y demás animales. A las viejas las tienen por esclavas para
que les sirvan.8 (I, 1: 12)
Entrados en las casas, echaron de ver que tenían vasijas de barro de toda clase:
jarros, orzas, cántaros y otras cosas así, no muy diferentes de las nuestras, y en
sus cocinas carnes humanas cocidas con carne de papagayo y de pato, y otras
puestas en los asadores para asarlas. Rebuscando lo interior y los escondrijos
de las casas, se reconoció que guardaba cada uno con sumo cuidado los
huesos de las tibias y los brazos humanos para hacer las puntas de las saetas,
pues las fabrican de hueso porque no tienen hierro. Los demás huesos, cuando
se han comido la carne, los tiran. Hallaron también la cabeza de un joven
recién matado colgada de un palo, con la sangre aún húmeda. (I, 2: 19)9
[...], force est de constater une sorte de rationalisation aberrante par laquelle le
légendaire -ces Cannibales d’abord connus par ouï-dire et dont la farouche
présence est sortie tout armée de la bouche des Taïnos- se ramène à une
familiarité scandaleuse. L’équivalence recherchée entre le “par-delà” lointain
et le “par-deçà” proche revient à projeter sur le cannibalisme américain un
modèle culinaire européen, qui retrouve de morbides “salaisons” dans les
pièces de chair humaine conservées et suspendues au plafond des cabanes, ou
qui invente d’inexistantes broches où les victimes rôtissent au petit feu.(1994:
58-59)
Bouyer Marc & Duviols, Jean-Paul. 1992. Le théâtre du nouveau monde. Les grands
voyages de Théodore de Bry. Paris: Gallimard: 125.
244 Rita De Maeseneer
Preguntados los caribes por qué habían destruido el pueblo y dónde estaban el
cacique y su familia, respondieron que habían arrasado el pueblo y se habían
comido al cacique y a su familia cortados en pedazos, por vengar a sus siete
operarios y que guardan en haces los huesos de ellos para llevárselos a las
mujeres e hijos de los siete operarios, para que sepan que no yacen sin
venganza los cuerpos de los maridos y padres. Y mostraron a los nuestros los
haces de sus huesos. Asombrados los nuestros de tanta barbarie y precisados a
disimular, se callaron y no se atrevieron a inculpar o reprender a los caníbales.
(II, 8: 146-147; énfasis mío)
que imaginan los poetas que se saciaba de la carne de sus hijos, se los comen
como cautivos. (Gil 1984: 190-191)
Esta gente [los caribes] saltea en las otras islas, que traen las mugeres que
pueden aver, en espeçial moças y hermosas, las cuales tienen para su serviçio
e para tener por mançebas, [...]. Dizen también estas mugeres que estos usan
de una crueldad que pareçe cosa increíble, que los hijos que en ellas han se los
comen, que solamente crían los que han en sus mugeres naturales. Los ombres
que pueden aver, los que son vibos, llévanselos a sus casas para hazer
carneçería d’ellos y los que han muertos luego se los comen; dizen que la
carne del ombre es tan buena que no ay tal cosa en el mundo, y bien pareçe,
porque los huesos que en estas casas hallamos, todo lo que se puede roer todo
lo tenían roído, que no avía en ellos sino lo que por su mucha dureza no se
podía comer. Allí se halló en una casa, coziendo en una olla, un pescueço de
un ombre. Los mochachos que cativan córtanlos el miembro e sírvense de
ellos fasta que son ombres y después, cuando quieren fazer fiesta, mátanlos y
cómenselos, porque dizen que la carne de los mochachos e de las mugeres no
es buena para comer. (Gil 1984: 160)
246 Rita De Maeseneer
4. Comida y transculturación
Toda esta isla [La Española] y la de la Tortuga son todas labradas como la
campiña de Córdova; tienen sembrado en ellas ajes, que son unos ramillos que
plantan, y al pie d’ellos naçen unas raízes como çanahorias, que sirven por
pan y rallan y amassan y hazen pan d’ellas, y después tornan a plantar el
mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro y cinco de aquellas raízes que
son muy sabrosas: proprio gusto de castañas. (1989: 83)
A los frutos que hay en ella [la isla de Guadalupe] más excelentes los llaman
“ajes”, muy parecidos en su forma a un nabo cónico, salvo que crecen más,
como melones. No se ha de pasar por alto que tienen distintos sabores: si
cambias su preparación, los encuentras diferentes al paladearlos; comidos
crudos, como solemos preparar las ensaladas, se parecen a las chirivías;
asados, a las castañas y, si los tomas cocidos con carne de cerdo, se te
antojaría estar probando calabazas; si los rocías con leche de almendras, no
catarás nada más suculento ni devorarás nada con más gula. (Gil 1984: 188-
189)
[...] pan de raíces de ciertas matas de palmitos, llenos de nudos, que ellos
cuando es tiempo cubren de tierra, y entre nudo y nudo se les forman unos
tubérculos a modo de peras o calabacillas. Cuando están maduros los secan al
sol, como hacemos nosotros con los nabos o los rábanos, los trituran hasta
hacerlos harina, los amasan, cuecen y comen. A estas bolitas las llaman agies.
(1990: 27-28)
Sobre todo distingue el pan de yuca (cazabe) y el pan del trigo de allá
(maíz), aunque en capítulos ulteriores hablará a veces de tres tipos de
pan (II, 3: 117). Llama también la atención que la dieta principal de
los indígenas está compuesta por raíces en oposición (no explicitada) a
la dieta con carne, asociada con los españoles. Tampoco pecan de
gula: todo respira sobriedad. Implícitamente, se sugiere mediante esta
insistencia en los tubérculos en una jerarquía donde los españoles son
superiores a los indígenas: en el imaginario medieval que todavía
imperaba, los tubérculos eran asociados a la clase baja, campesina.
Con todo, no hay un rechazo total de los vegetales en Mártir. Mártir se
El Nuevo Mundo comestible de Colón 249
Pues viendo que los nuestros querían escoger asiento en la isla, pensando ellos
que podían echarlos de allí si faltaban los alimentos insulares, determinaron,
no solamente abstenerse de sembrar y plantar, sino que cada uno comenzó en
su provincia a destruir y arrancar las dos clases de pan que tenían sembrado,
del cual hicimos mención en el capítulo primero, pero principalmente entre los
montes Cibanos o Cipangos, porque conocían que el oro en que aquella
provincia abundaba era la causa principalísima que detenía a los nuestros en la
isla. (I, 4: 43)
5. Comida y transcultivación
pues aunque no son dañinas, sin embargo, por el demasiado calor son fuertes
y pican la lengua si se les aplica despacio; pero si acaso por gustarlos se
enciende la lengua, en bebiendo agua desaparece aquella aspereza. (I, 2: 26)21
Given the desestabilization occasioned by the advent of the New World for
the Old, sixteenth-century Spanish accounts of the colonies manage the
anxiety of newness, alterity, and conquest with a carefully calibrated mix of
pain and pleasure. To transmute the former with the latter, what Mary Baine
Campbell calls texts’ “colonialogic” (63) tends to site anxiety-provoking
issues in pleasure zones, that is, under the aegis of pleasure. (Merrim 2004:
218)
Notas
1
Este texto no fue presentado en el coloquio. Una versión un tanto diferente fue
publicada en Casa de las Américas, 247 (abril- junio 2007): 24-37. Agradezco al
comité editorial de Casa el que me permitieran incorporar el ensayo a este volumen.
2
Se discute la fecha de nacimiento de Pedro Mártir cuyo ‘apellido’ Anglería no
tendría que llevar acento (Angleria), ya que proviene de Anghiera (Angera), lugar en
Lombardía, según Antonio Alatorre. (1992: 67)
3
Véanse también las observaciones de Juan Fernández Valverde ‘Para una edición
crítica de de las Décadas de Orbe Novo de Pedro Mártir de Anglería’. Para este
trabajo manejo la traducción de Torres Asensio de las ocho Décadas publicadas en
1530. Existe otra traducción (a veces superior) de Carlo Agustín Millares publicada en
México en 1964 y prologada por Edmundo O’Gorman. He consultado asimismo la
excelente traducción de la primera Década propuesta por Gil y Varela que se basan en
las ediciones de 1511 y 1516. También he cotejado los textos con la versión en latín
tal como figura en la edición bilingüe de Brigitte Gauvin.
4
Advierte Juan Gil: “Pedro Mártir, muy lejano a la ubérrima facundia de Tito Livio,
pretende imitar la áurea concisión de Salustio.” (1984: 37) Ni siquiera respeta el lapso
de tiempo de diez años, ya que en su primera década cubre 18 años. La única relación
con el dígito es que llega a escribir diez capítulos para la primera década.
5
En adelante citaré por esta edición indicando la Década con una cifra romana,
seguida por el capítulo y la página.
6
Véase ‘Le vol de l’Amérique ou le monopole italien’ de Carmen Bernand y Serge
Gruzinski (1991: 175-180) y Antonello Gerbi. (1978: 144-145) Recuerdo también que
Menéndez Pelayo, no desprovisto de cierta xenofobia, lo tilda de “italiano hasta las
uñas” en ‘De los historiadores de Colón’ (1942 VII: 82).
7
Remito al apartado de Oviedo dedicado a la piña/cardo/alcachofa estudiado por
Louise Bénat-Tachot en ‘Ananas versus cacao’ (1997), por Rabasa (1993: 141-147) y
por López-Baralt (2005: 188-190) como ejemplo de la imposibilidad de definirla, su
irreproductibilidad, su carácter plurisensorial y su oscilación entre lo asible, lo antiguo
y lo nuevo. Véanse también las observaciones de Guerrero en este volumen.
8
El fragmento se encuentra con pocas variaciones en Andrés Bernáldez, el Cura de
los Palacios. (1962: 284-285) Ha sido retomado hasta por autores contemporáneos,
por ejemplo, en Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos quien lo relaciona con
leyendas tupí-guaraní. (1992: 311)
9
Encontramos en la carta 146 del 5 de diciembre de 1494 una descripción bastante
parecida: “Atacan las aldeas de sus habitantes, y a los hombres que cogen se los
comen crudos. Castran a los niños, como nosotros a los pollos; cuando ya han crecido
y engordado, los degüellan y los comen. Prueba de ello tuvieron los nuestros cuando,
al arrimar las naves, aterrorizados por el tamaño nunca visto de los navíos, los caníba-
les, abandonaron sus casas y huyeron a las montañas y a los espesos bosques. Entran-
do los nuestros en las casas de los caníbales -que son redondas, construidas con
maderos de pie- encontraron colgadas de las estacas piernas de hombres saladas,
como nosotros solemos hacer con las del cerdo, y la cabeza de un joven recién mata-
El Nuevo Mundo comestible de Colón 261
do, llena aún de sangre, y pedazos del mismo joven en ollas para cocerlos junto con
carne de patos y papagayos, y otros puestos al fuego en asadores.” (Mártir 1990: 42)
También Vespucio en su carta “Mundus Novus” establece un paralelismo con las
carnicerías. Habla de “la viande humaine salée, suspendue au plafond, comme il est
de coutume, chez nous, de suspendre du lard et de la viande de porc”. (Vespucci
1992: 78)
10
Sabemos que Las Casas en su afán de presentar al noble salvaje se limitará más
tarde a repetir lo dicho por Colón e incluso desmentirá sistemáticamente el canibalis-
mo o por lo menos lo sorteará de diferentes maneras, “por comparativismo cultural, la
formulación de un sentido bíblico para la resistencia caribe, el reconocimiento de una
dimensión teológica en algunos ritos caníbales, y la construcción de un nuevo caníbal
–el conquistador y el encomendero” (Jáuregui 2003: 207) .
11
El aje ya aparece desde la edición de 1511, la evocación de la yuca fue añadida a la
edición de 1516 y el maíz ya está descrito en la primera edición de 1511, pero no es
designado con la palabra maíz hasta en la de 1516.
12
El aje es la batata según la nota del traductor. Hortensia Pichardo explica en una
nota a la carta de Diego Velázquez del primero de abril de 1514 que existe efectiva-
mente mucha confusión sobre este tubérculo. Ella lo identifica con el boniato, es
decir, la batata. (1977 I: 75 n.15) Gauvin explica en una nota: “Le terme ages, latini-
sation de l’espagnol aje, désigne toutes sortes de tubercules proches des ignames.”
(2003: 277 n. 28) El ñame que Colón vio en Africa es un tubérculo introducido hacia
1540. (Ortiz Cuadra 2006: 187 n.42) En su vocabulario exótico al final de su obra
Olmedillas de Peréiras dice que son “especialidades de nabos” que nombran los
indígenas con distintos vocablos. (1974: 200) Coma y el doctor Chanca lo asemejan a
un nabo y alaban sus cualidades nutritivas. Mi magra conclusión es que se trata de un
tubérculo tropical, probablemente de la familia de las batatas, tal como lo demuestra
Guerrero en su ensayo de este volumen apoyándose en Marcio Veloz Maggiolo y
Chez Checo.
13
Me inspiro en la idea de Yolanda Martínez San-Miguel quien comenta las “roturas”
de la estructura especular en el Inca. (2003: 72)
14
Las observaciones de Arjun Appadurai sobre La India van en la misma dirección,
ya que insiste en la dimensión moral y médica de muchas cocinas entre las cuales no
considera las precolombinas: “Like the cooking of ancient and early medieval Europe,
preindustrial China, and the precolonial Middle East, cooking in India is deeply
embedded in moral and medical beliefs and prescriptions.” (1988: 5)
15
La traducción propuesta por Gil y Varela es netamente superior: “Inducido por el
gracejo de la hermana del rey decidió el Adelantado dar un bocado con tiento a la
iguana, pero cuando el sabor de la carne comenzó a deleitar su paladar y su gaznate,
parecía que las comía a dos carrillos; después, no las tomaban con la punta de los
dientes o sin mancharse apenas los labios, antes bien, convertidos todos en unos
glotones no tenían más tema de conversación que hablar de la exquisitez de las
serpientes y de que era manjar más suculento que acá el pavo, el faisán o la perdiz.”
(Gil 1984: 91-92) La descripción de la iguana por Hernando Colón es mucho menos
sugerente y viva: “(…), pues [la sierpe] era el mejor alimento que tenían los indios, ya
que, una vez quitada aquella espantosa piel y las escamas de que está cubierta, tiene la
carne muy blanca, de suavísimo y grato gusto; la llamaban los indios iguana.” (2000:
117) Sobre la confusión entre iguana, serpiente, lagarto y cocodrilo, véanse Gerbi
(1978: 245-251) y las observaciones de Oviedo (libro XII, cap. VII) comentadas por
262 Rita De Maeseneer
Carrillo Castillo. (2004: 154-155) Para la asociación de las iguanas con las élites en
las culturas de los antiguos mayas y de Panamá y las Grandes Antillas, véase Mary W.
Helms, “Iguana and crocodilians in tropical American mythology and iconography
with special reference to Panama”. Stephanie Jed (1997: 52-56) comenta un uso
comercial de la iguana. La iguana, este animal que no parecía comer según Oviedo,
fue enviada por el cronista en 1540 a Ramusio en Venecia con el fin de atraer a
inversores para este Nuevo Mundo tan exótico y fantástico. Es sabido que Ramusio no
sólo era su editor sino también su socio en un negocio que consistía en vender en
Santo Domingo productos de Venecia, para luego comprar ron y azúcar en Santo
Domingo que sería vendido en Cádiz. Existía por tanto una relación comercial y
cultural con Ramusio. El regalo y la descripción de la iguana con sus curiosas cos-
tumbres culinarias (es decir, no comía), estaba por tanto al servicio de todo un marke-
ting de lo exótico y conectaba de esta manera con un género muy exitoso en aquel
entonces, las novelas de caballerías
16
Mártir advierte la violencia y la rapiña de los españoles: “[...] so pretexto de buscar
oro y otras cosas insulares, nada dejaban intacto o impoluto” (1, 4: 44). Remito
también a las observaciones sobre la iguana en el ensayo de Guerrero incluido en este
volumen.
17
Comer la comida de allá es una verdadera humillación, como se desprende de una
mención ulterior sobre Jamaica: “(...) les aliviaban el hambre algunas veces con pan
de aquella tierra; pero, ¡cuánta miseria y desdicha es, Beatísimo Padre, haber de lograr
el pan mendigándolo! Conjetúrelo Vuestra Santidad, principalmente cuando falta lo
demás, como vino, carne y todo lo que se hace de leche prensada, con que suelen
alimentarse desde niños los estómagos de los europeos” (III, 4: 194). Curiosamente,
en la epístola 152 del 10 de enero 1495 sobre La Española, Mártir defiende una tesis
contraria sobre el cazabe, más conforme con la realidad: “Los nuestros gustan más
comer el pan de raíces de aquella tierra, que no de trigo, porque es de sabor más
agradable y se digiere más fácilmente.” (Mártir 1990: 48) Respecto a la omisión del
hambre Brigitte Gauvin advierte: “On peut par exemple noter que Pierre Martyr ne
signale pas les difficultés des colons d’Hispaniola (famine, maladie, mortalité...) avant
le livre V, alors qu’elles sont apparues beaucoup plus tôt: sans doute ses informateurs,
à la tête desquels se trouvait l’Amiral, n’ont-ils pas jugé bon d’attirer l’attention du
chroniqueur sur ce point.” (2003: XXXI). El hambre desempeñará un papel más
importante en la tercera Década que relata la expedición de Vasco Núñez de Balboa
18
Advierte Guillermo Jiménez Soler en ‘De cómo los cubanos esquivaron el hambre y
burláronse de ella’: “El vestigio más remoto y primero en nuestra historia de estas
añagazas gastronómicas es el cazabe, hecho con la yuca, que los primeros colonizado-
res tuvieron que tragarse en contra de su voluntad, en sustitución del pan de trigo que
no tenían a mano para engañar al hambre en la Isla o en Tierra Firme o en sus naves.”
(2006: 36)
19
En una edición ulterior se han añadido ilustraciones, tal como advierte Julio
Sánchez Martínez: “[La edición de las ocho décadas] Fué reimpresa dos veces en
París, la primera en 1533 y luego, en 1587, con anotaciones e ilustraciones por Rich.
Hakluyti [sic].” (1949: 183)
20
Discrepo con la identificación por parte de Juan Gil. Aunque Gil dice que los dos
primeros capítulos van dedicados a Ascanio Sforza, advierte sobre este fragmento
extraído del segundo capítulo: “(...); y, al probar las presuntas especias de la isla,
El Nuevo Mundo comestible de Colón 263
[Mártir] siente en su lengua un vivo escozor cuya molestia intenta ahorrar al cardenal
Luis de Aragón (I, 2, 19).” (Gil 1984: 27)
21
La traducción propuesta por Gil y Varela me parece más fluida: “Si quieres gustar
los granos o una telilla que verás desprenderse de los granos o la propia madera,
ilustrísimo príncipe, pruébalos llevándolos a la punta de los labios, pues, aunque no
son dañinos, son picantes por la enorme intensidad del calor y queman la lengua, si se
posa en ellos largo tiempo; pero si queda escocida por casualidad al probarlos, des-
aparece al punto la aspereza bebiendo agua.” (Gil 1984: 62)
22
Se repetirá casi exactamente esta serie de cultivos en relación a Urabá en Tierra
Firme (II, 9: 149). Cabe observar que matiza algo la fertilidad en el sentido de que no
rinde tanto el cultivo de trigo (I, 10: 88), lo que es un hecho comprobado. (Véase ‘El
trigo en la alimentación americana de la primera mitad del siglo XVI’ de Del Río
Moreno, López y Sebastián donde se prueba que no fue posible cosechar trigo en las
Antillas). En su introducción Gauvin arguye que va desapareciendo la exaltación de la
naturaleza en la primera Década. Se puede agregar que ulteriormente vuelve a subra-
yarse para culminar en la evocación idílica de Jamaica en la octava Década.
23
Llarena González ve en Bernal el inicio del acriollamiento, el inicio de un lenguaje
criollo, un discurso americano. Con razón advierte Yolanda Martínez San Miguel:
“(...): este “acriollamiento” comienza a gestarse desde los textos de Colón, Pané, y
Cortés, entre tantos otros, porque todos ellos comienzan a apropiarse de vocablos y
usos indígenas para llenar los vacíos de su escritura. De ahí que se pueda decir que la
experiencia americana marca, necesariamente, los textos de los cronistas, aunque no
exista en ellos una agenda autónoma ni regionalista.” (2000: 124)
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El cocinero puertorriqueño,
El manual del cocinero cubano
y la formación del nacionalismo en el Caribe
Efraín Barradas
A Susan Homar, otra vez más
2. ¿Dos recetarios?
parte de su vida en Cuba (no sabemos sus fechas vitales) y que pu-
blicó todo tipo de manuales, incluyendo uno de derecho que se utilizó
como libro de texto en la Universidad de La Habana hasta principios
del siglo XX. En la colección de libros raros de la biblioteca de la
Universidad de la Florida se atesoran varios de sus libros, pero no el
de cocina. De nuevo, por la casi magia del Internet, descubrí que la
British Library reclamaba tener una copia de la primera edición del
manual de cocina cubano, la edición de 1856. Para este punto ya había
contagiado con mi entusiasmo a todos los bibliotecarios de la colec-
ción latinoamericana de la biblioteca de la Universidad de la Florida y
éstos se ofrecieron a conseguirme un micro-film del libro. Se pusieron
de inmediato en contacto con sus colegas británicos y a la semana
recibimos un correo electrónico que nos aclaraba que no podían enviar
un micro-film, porque en un bombardeo alemán durante la Segunda
Guerra Mundial la única copia del Manual del cocinero cubano que
atesoraba la British Library se había quemado junto con cientos de
otras joyas bibliográficas.
Se me cerraba esa puerta y debía intentar abrirme otras. Para hacer-
lo obsesivamente busqué todo lo que podía hallar sobre alimentación y
cocina en el Caribe. El azar y los excelentes fondos de la colección
latinoamericana de la biblioteca de la Universidad de la Florida me
pusieron en las manos un texto de pocos méritos pero clave para mi
trabajo cuasi detectivesco. Se trata de un libro titulado Gastronomía
caribeña escrito por un venezolano, José Rafael Lovera, y publicado
en Caracas en 1991. La primera parte de este libro consiste en un
comentario sobre la dieta de los países del Caribe desde la perspectiva
de un nutricionista. Esta primera parte no tenía gran interés para mí,
pero en la segunda Lovera recoge recetas de cinco libros de cocina de
la Cuenca del Caribe del XIX: un libro guatemalteco de 1844, uno de
Trinidad del 1900, uno venezolano de 1861, veintitrés recetas del
Manual del cocinero cubano, que él dice es de 1857 (obviamente
había manejado la edición que se conserva en la biblioteca de La
Habana) y treinta y cinco de El cocinero puertorriqueño. Leí con
avidez esas veintitrés recetas del libro cubano. Y la sorpresa fue gran-
de pues éstas me parecían muy familiares. Saqué mi copia del receta-
rio puertorriqueño y hallé que esas 23 recetas se incluían en el receta-
rio nuestro y que eran idénticas o casi idénticas en ambos, casi palabra
por palabra.
272 Efraín Barradas
Notas
1
Publiqué otra versión de este trabajo con el título de ‘Si Aristóteles hubiera guisa-
do… o el saber también entra por la cocina’ en la revista Cayey (Universidad de
Puerto Rico, número 84, 2007: 49-56). En el presente estudio se incorporan importan-
tes datos descubiertos después de la publicación de ese primer ensayo.
2
Agradezco a la Dra. Izaskun Álvarez Cuartero del Departamento de Historia de la
Universidad de Salamanca su ayuda en localizar este libro.
3
Posteriormente he podido localizar una copia de la primera edición de El cocinero
puertorriqueño en la Biblioteca Nacional de Cataluña. La pista para este hallazgo se
la debo al Dr. Ortiz Cuadra, a quien le doy las gracias públicamente por la informa-
ción sobre el paradero de este texto. Ya con copias de la primera edición de los dos
278 Efraín Barradas
recetarios en mano pude hacer un cotejo de los mismos y no me cabe la menor duda
de que son uno y el mismo libro, con pequeños cambios, como ya había notado al
cotejar algunas de las recetas que había hallado en La enciclopedia de Cuba. En otro
momento habrá que hacer una comparación detallada y un estudio de las dos versio-
nes del libro, la cubana y la puertorriqueña. Pero ya podemos establecer con total
certeza su identidad.
4
Este libro, obra de J.P. Legran, apareció en La Habana, en la Papelería La Cruz
Verde, pero sin fecha de publicación. El adjetivo “nuevo” en su título ha llevado a los
editores de la segunda edición del libro (2005) a postular que es posterior al libro de
Coloma. Se apunta, pues, como fecha de aparición la segunda mitad del siglo XIX.
Concuerdo con esta idea. Sí se sabe que Legran era francés y que tenía un restaurante
en La Habana para 1856.
5
Beatriz Calvo Peña ofrece una visión paralela a la que aquí damos acerca de los
recetarios antillanos. Hay que apuntar que este trabajo fue redactado sin haber visto el
suyo y que Calvo ignora el recetario de Coloma y Garcés, así como el de J.P. Legran.
Obviamente no estudia El cocinero puertorriqueño ya que sólo centra su atención en
la cocina cubana.
Bibliografía
Nunca escribió esa monografía; pero en sus libros de viajes sí nos dejó
tal cantidad de apuntes gastronómicos que configuran un libro de
cocina internacional. Rebelde desde pequeña y consciente de las res-
tricciones impuestas a su sexo por su familia y la sociedad, desde muy
temprano decidió no unir su vida a la de ningún hombre, con la si-
guiente divisa: “El manejo de un hogar sueco es incompatible con el
reino de la fantasía.” (Johansson) Con respecto a la comida, mantuvo
siempre un vivo interés por probarlo todo en sus viajes, pero haciendo
gala de una frugalidad a ultranza que, hasta el fin de sus días y para
victoria póstuma de su madre, mantuvo sus formas delicadas y casi
‘etéreas’.
Gracias a las traducciones y la buena acogida de sus novelas, tanto
en Europa como en Estados Unidos, cuando Fredrika desembarca en
Nueva York el 4 de octubre de 1849 es recibida como una celebridad.
El viaje lo ha financiado con los honorarios de su novela “Vida de
hermanos”. (Syskonliv, Estocolmo, 1848) Desde el primer momento, y
durante toda su estancia en la Unión, la escritora se aloja en casas de
la alta burguesía, lo cual será esencial para sus apuntes culinarios.
Enseguida le presentan a los grandes escritores de la época, que la
acogen como a una igual. Para dar sólo dos ejemplos, conoce a Long-
fellow y a Emerson. Aquél queda tan impresionado con la sueca soli-
taria, que hace una reproducción en yeso de su mano derecha; éste la
lleva a su casa de Concord, donde pasan temporadas de amistad y
charlas literarias. Ningún otro escritor ejercería sobre ella un influjo
tan poderoso como Emerson, y ella es la primera que lo traduce al
sueco. Fredrika entra en contacto con publicistas, negociantes, aboli-
Sabores cubanos de Fredrika Bremer, la viajera antillana 283
Mi médico asevera que mis males tienen su origen en el estómago [...]. Para
mí, la mayor dificultad consiste en seguir una dieta favorable. Estoy
convencida de que aquí el régimen alimenticio no es saludable ni se adapta al
clima, que es impetuoso y estimulante. En el desayuno, con el pan tostado se
comen cosas agobiantes y mantecosas, como carne de cerdo frita, embutidos
de puerco, tortillas, etc. En las cenas sirven ostras, fritas o en ensalada, y
confitura de melocotón o helados.
portable, algo más hecho para matar el alma y el cuerpo que una gran
cena en Nueva York?”
El 29 de marzo del mismo año se encuentra en Charleston, donde
hace un descubrimiento trascendental: prueba los plátanos por primera
vez en su vida y anota: “Saben a jabón. Los plátanos y yo no seremos
buenos amigos”. Sin embargo, ya el 20 de abril ha cambiado de opi-
nión: “Uno aprende a cogerle el gusto a los plátanos. Es una fruta
suave y agradable, y tiene un efecto saludable”. Dos días antes, en
pleno campo, ha probado la comida de los esclavos: frijoles con carne
de cerdo y tortas de maíz. El rancho le parece sustancioso, aunque con
demasiada pimienta para su gusto, y constata que la comida de los
esclavos es más abundante y mejor que la de los campesinos pobres de
su lejano país. “Lo que no les dije fue que es preferible vivir libres con
escasa comida, que vivir esclavizados con alimento en abundancia”.
Pese a los prejuicios de su raza y su clase social, Bremer condenó la
esclavitud en términos muy duros. Sobre todo la situación de la mujer
esclavizada la llenó de indignación en contra de las mujeres blancas,
en cuyo ‘sentido innato’ de la moral, la equidad y la justicia siempre
depositó sus esperanzas. Su decepción fue muy grande. En los estados
esclavistas las mujeres blancas la llenaron de indignación a causa de
su desprecio por las negras esclavas.
Irritada, Fredrika describe una cena en el Sur de la Unión con tanto
sarcasmo, que sirve para comprender su ulterior entusiasmo por las
costumbres cubanas:
Las bellísimas mujeres; los alegres y atentos caballeros; la buena música [...]
la contradanza cubana, su armonía extraña, tan característica del
temperamento criollo (en tanto que expresa una vida juguetona, llena de
deleites y sin embargo melancólica, en la que los soplos de la brisa parecen
susurrar y moverse); el tono alegre y libre de la conversación; las diferentes
lenguas que se hablaban, la belleza de la noche; los suaves vientecillos que
soplaban y las estrellas que se asomaban por las puertas y las ventanas
abiertas [...] todo eso hizo de aquella velada una de las fiestas más hermosas y
perfectas a las que yo haya asistido. Nada era esfuerzo, nada obligación; uno
descansaba y se divertía al mismo tiempo.
con lo cual cubre los gastos de las comidas de la familia. Va a la plaza a hacer
las compras y adquiere lo que mejor le parece o lo que se le antoja. La señora
de la casa, a menudo, no sabe lo que va a comer la familia antes de que los
platos aparezcan sobre la mesa. Y yo no puedo hacer más que admirarme de
que las amas de casa puedan dejar este asunto con tanta tranquilidad en manos
de sus cocineras, y de que ello les salga tan bien. (Bremer)
nals, en los siglos XVIII y parte del XIX ‘echar un palo al tumbadero’
era depositar la leña que los negros estaban obligados a cargar desde
el campo hasta esa parte del ingenio. Y como el tumbadero era un sitio
apartado, allí se producían los encuentros sexuales furtivos y desespe-
rados, para satisfacer con urgencia la traumática vida sexual de los
esclavos. Otra expresión elocuente es ‘la caña está a tres trozos’, que
se usa para hablar de los malos tiempos o de un estado violento de las
cosas. En época de crisis, en los cañaverales ‘quedados’ las cañas
crecían mucho, hasta alcanzar una altura considerable. Y era un traba-
jo muy duro porque había que cortar cada tallo tres veces, en tres
trozos. Todavía hoy, cuando pasa algo malo, se dice que la caña está a
tres trozos. El ‘aguaje’ era uno de los pasos que se daban en el proceso
de purga del azúcar. La palabra aguaje vino a significar en Cuba fanfa-
rronería, exageración, guapería y alarde. ‘Amelcochar’ significaba
darle consistencia a la melcocha (melado o meladura que, concentra-
da, es batida hasta cristalizarse en una pasta muy dulce). Amelcochar-
se significa, ‘en cubano’, enternecerse bajo los efectos del amor.
Eso fue lo que hizo Fredrika Bremer en Cuba: amelcocharse total-
mente con la sabrosura agridulce de un país en formación, que la
sedujo hasta tal punto que le hizo exclamar: “¡Ah esa isla preciosa con
sus brisas acariciantes, sus magníficos árboles y sus atardeceres deli-
ciosos, yo siempre la amaré como una de las creaciones más hermosas
del Señor, y por siempre estaré agradecida de haberla disfrutado y de
haberme ayudado a entender un nuevo cielo y una nueva tierra!” Cuba
la libera de su jaqueca, a la hora de partir su delicado estómago jamás
ha funcionado mejor, y así lo reconoce: “He gozado y gozo mucho en
Cuba, en alma y cuerpo; he engordado y rejuvenecido aquí en compa-
ración con los Estados Unidos, donde había adelgazado y me sentía
envejecida”. Pero la escritora lleva dentro de sí, como una imagen
muy clara e hiriente, la barbarie de la esclavitud y de la corrupción de
la Administración española. Y al decirle adiós para siempre a las
palmeras y a las ceibas, a los cocuyos y a las contradanzas, al fufú y a
sus platanitos amados, a las guardarrayas y las constelaciones, a la
yuca de los negros y la de los blancos, a los tambores africanos, a las
canciones y a los bailes de Cuba, no puede dejar de decirle también
adiós “a este pueblo feliz y desgraciado, a su infierno y a su paraíso”.
(Bremer)
296 René Vázquez Díaz
Notas
1
Para este ensayo el autor ha mencionado las fuentes sin especificar las páginas, de
manera que los editores nos limitaremos a referirnos al apellido, eventualmente
acompañado del año en el caso de que se citen dos obras del mismo autor. Para los
libros de Fredrika, si no mencionamos nada las citas provienen de Hemmen i den nya
världen y han sido traducidas por el autor del original sueco de 1854. En el caso de
que mencionemos Bremer entre paréntesis se trata de las Cartas, una selección publi-
cada en español.
2
A los canarios se los llama ‘isleños’, como si los cubanos fuesen oriundos de un
continente.
3
Véase el ensayo de Efraín Barradas incluido en el mismo volumen.
Bibliografía
Elzbieta Sklodowska
El alimento más preciado del mambí pasó a ser de nuevo la jutía y, a falta de
ella, el gato cimarrón, el majá y la tripa de corojo, o sea, aquella parte blanda
del tallo de la palma envuelta en la corteza que posee jugo azucarado y
normalmente se destina al ganado en tiempo de seca. También componían su
frugal menú el ñame cimarrón, la guanábana cimarrona y sobre todo la miel
de abeja y la caña de azúcar en los lugares cercanos a los ingenios. Según
algunos autores, también consumieron carne de perro, aunque en contadísimas
ocasiones […] La imaginación resultaría en muchos casos el mejor auxiliar
del ‘mambí’ para sobrevivir, pues experimentaria con los más insólitos
nutrientes de la campiña cubana, tales como pajaritos, caracoles, moluscos,
302 Elzbieta Sklodowska
Tampoco hay que recurrir a Karl Marx para darse cuenta de que la
repetición de los desastres históricos desemboca en su propia desfigu-
ración paródica, o sea, se vuelve una farsa. Así lo percibe, por ejem-
plo, la protagonista de un cuento de Mirta Yáñez, al comentar sobre
una postal enviada en 1902 desde la Ciudad de La Habana a Santa
Cruz de Tenerife: “En la misiva puede leerse este breve y sorprenden-
te texto: ‘Quisiera, querida Conchita, decirte mucho, pero he estado
muy preocupada en estos días con la falta de guaguas, carne, pan, etc.,
etc. Ha sido un segundo bloqueo, pero a pesar de todo no te olvido
[…].” (1999: 17) La perplejidad de la narradora tiene que ver con el
hecho de que, si no fuera por la fecha que acompaña la postal, la
retórica de la carencia sería perfectamente aplicable a la realidad
cubana de fines del siglo veinte.
La penuria del Período Especial ha dejado también una huella dis-
tintiva en el vocabulario cotidiano de la isla. Más específicamente, el
habla cotidiana se ha ido llenando tanto de neologismos inventados
para designar los sucedáneos alimenticios como de eufemismos crea-
dos con la intención de enmascarar la insospechada –e igualmente
sospechosa–identidad de los productos distribuidos por el gobierno.
Así pues, cuando a partir de 1992 la siempre cotizada y escasa carne
de res fue sustituida por una mezcla de harina de soja, sangre y vísce-
ras molidas, esta fórmula llegó a conocerse como ‘picadillo extendido’
o ‘picadillo texturizado’ mientras que la carne de ave fue suplantada
por la misteriosa ‘pasta de oca’. Al lado de los términos inventados
por la burocracia, como ‘fricandel’ (un tipo de salchicha), ‘perros sin
tripa’, ‘masa cárnica’, ‘producto sazonador’, ‘pollo de población’,
‘pollo de dieta’ o ‘pollo de novena’ (distribuido cada 9 días en vez de
cada semana, para escamotear una cuota mensual), surgieron verdade-
ras invenciones culinarias como ‘croquetas de averigua’, ‘coquicol’
(col con col), ‘chicharrones de macarrones’, ‘arroz saborizado’ a base
de cuadritos de caldo, chicharroncitos obtenidos del pellejo del pollo,
‘sopa de gallo’ (agua con azúcar prieta), bistec empanizado de cáscara
de toronja, fricasé de zanahorias, aporreado de col, albóndigas de
gofio, ‘pollo al bloqueo’, mahonesa de papas o pizzas de yuca y bo-
niato. Mientras tanto, el invencible choteo cubano inventó un acróni-
mo OCNI –Objeto Comestible No Identificado– para describir los
productos de este complejo proceso de imposturas, disfraces y meta-
Entre lo crudo y lo cocido 303
morfosis donde nada era lo que parecía. (Jiménez Soler 2006: 37; Díaz
Vázquez 2000: 51)
Ante la escasez del café los cubanos recurrieron tanto al té negro
importado de la Unión Soviética como a los mismos sucedáneos que
sus antepasados habían probado ya durante las guerras de independen-
cia, a saber, “la achicoria, la guanina, la brusca, el palmiche maduro,
el platanillo o malva té, el maíz y el boniato, todos ellos quemados y
molidos o rallados”. (Sarmiento Ramírez 2002: 90) La bien conocida
afinidad del cubano con el café –que a raíz de la emigración franco-
haitiana a Cuba a principios del siglo XIX reemplazó el chocolate
como la bebida más popular– queda consignada tanto en las palabras
de uno de los informantes de Lydia Cabrera (“El café es un consuelo y
una necesidad que Dios le dió a los pobres. ¡Se puede dejar de comer,
pero no se puede dejar de tomar café!” 1975: 348) como en la canción
inmortalizada por Bola de Nieve cuya letra dice: “¡Ay, mamá Inés, ay,
mamá Inés, todos los negros tomamos café!”
Por su misma naturaleza surrealista, las invenciones culinarias del
Período Especial se convierten en ingredientes obligatorios de la
literatura de la época. Tanto los narradores cubanos de la diáspora
como los que escriben desde la isla sazonan sus libros con referencias
alimenticias para configurar una mezcla sui generis entre el realismo
mágico y el realismo sucio. Para dar un ejemplo muy obvio, la novela
de Daína Chaviano, El hombre, la hembra y el hambre, dedica todo un
capítulo, titulado ‘Donde se revelan ciertos secretos culinarios’ a un
archivo de penuria gastronómica. Desde una óptica intertextual, este
inventario se lee como una amarga parodia de las exquisiteces trasmi-
tidas de generación en generación por las mujeres de las novelas ‘cu-
linarias’ latinoamericanas bien conocidas, como Afrodite de Isabel
Allende o Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Al mismo
tiempo, en la novela de Chaviano las negociaciones en torno a la
comida terminan entrelazándose siempre con el intercambio sexual: la
“hembra”, aquejada por el hambre, termina “en la cama con un tipo a
cambio de comida”. (Chaviano 1998: 42-43) No es de extrañar que en
este ‘mundo al revés’ amargamente carnavalizado un carnicero se
convierta en el objeto de deseo no tanto por su atractivo personal
como por su proximidad a las fuentes de abastecimiento de carne.10
La presencia de las grotescas creaciones culinarias dentro de la po-
esía resulta aún más desconcertante que dentro del marco, al fin y al
cabo prosaico, de la narrativa. Tomemos a manera de ilustración el
304 Elzbieta Sklodowska
de Piñera es, por cierto, tanto más significativo que en los años 90 del
siglo XX presenciamos su ‘redescubrimiento’ en Cuba y su influencia
sobre los ‘novísimos’ escritores de la isla llega a ser tan prominente
que acaba eclipsando a los maestros de las generaciones anteriores:
Carpentier y Lezama Lima.
Piñera describe una comunidad que se niega a subsistir con una di-
eta vegetariana y acaba saciando sus apetitos consumiendo, poco a
poco, trozos de sus propios cuerpos. La autodestrucción individual
conlleva también la desintegración de la fibra misma de la sociedad: el
bailarín que se ha ingerido los dedos de sus pies no puede seguir ejer-
ciendo su profesión mientras que las mujeres que han devorado sus
propios labios son incapaces de hablar o besar. Según el conocido
dictamen de Claude Lévi-Strauss, el ser humano es un animal que
cocina y el paso de la naturaleza a la cultura es, literal y simbólica-
mente, el paso por el fuego. El cuento de Piñera, no obstante, acaba
desmantelando este eje levi-straussiano entre lo crudo/lo natural, por
un lado, y lo cocido/cultural, por el otro, puesto que la noción de que
las partes del cuerpo humano pasen a ser filetes y frituras en el proce-
so de elaboración culinaria acaba deconstruyendo la noción misma de
‘cultura’ o ‘civilización’. En ‘La carne’ Piñera recoge todo un registro
de connotaciones culturales, tanto regionales como ‘universales’:
desde el mito del canibalismo caribeño hasta la antropofagia de los
modernistas brasileños, desde el simbolismo religioso del cuerpo
sacrificado hasta el binomio latinoamericano de civilización y barba-
rie. Unas seis décadas más tarde, los ecos del grotesco mundo de
Piñera van a reverberar en el cuento de Rolando Menéndez titulado
‘Carne’ de la colección De modo que esto es la muerte, en el cual dos
ladrones, Cirilo ‘Ojo Tuerto’ y Bill, tratan de robar una vaca, pero
acaban siendo atrapados por unos campesinos, convirtiéndose en un
suntuoso plato para sus antropófagos captores.
Al repasar la literatura cubana de los últimos tres lustros, resulta
verdaderamente asombrosa, además, la cantidad de textos donde la
obsesión ‘cárnica’ se manifiesta a través de un motivo temático que es
el epítome mismo de la abyección: la crianza de un puerco en azoteas,
bañeras, techos, traspatios o armarios de una casa urbana. Desde una
escena en la película Fresa y chocolate, donde vemos a algunos veci-
nos arrastrando un puerco vivo escalera arriba, hasta la obra teatral
Manteca (1993) de Alberto Pedro Torriente (1954-2005), el cuento de
Nancy Alonso (1949- ) ‘César’ incluido en el volumen Cerrado por
Entre lo crudo y lo cocido 307
El paisaje urbano de los años noventa y principios de este nuevo siglo ha sido
marcado por un debilitamiento suicida del control sobre las intervenciones en
la ciudad. El resultado es una especie de ajiaco, que ahora se llama caldosa
por efectos de la inmigración desde las provincias orientales. […]. Plátanos,
gallinas, cerdos, tanques de petróleo usados como depósitos de agua, cercas de
malla eslabonada, y carporches de chapa, forman parte del enjaulamiento de
un nuevo paisaje urbano oxidado y carcomido donde la tierra apisonada
sustituyó lo que un día fueron jardines elegantes. Esto coexiste con las
incivilizadas tapias de los pobres-nuevos-ricos, trasplantadas desde una
hacienda homogeneizada por las telenovelas, con sus ostentosas portadas
inevitablemente rematadas con tejas criollas. (2004: s/p)
The pig is, obviously, a symbol of gross physicality. Its ability to digest
human and animal dung, its propensity to lie in its own bodily waste, the
human-like color and texture of its skin, and its associations with death all
contributed to its marginalization by the ascendant middle-class, whose utopic
aims sought to isolate and purge reminders of these distasteful elements of
existence from modern urban life. On the other hand, the pig’s literal and
figurative nearness to humanity in the pre-bourgeois era made it a
fascinatingly hybrid, transgressive figure ideal for appropriation by the
carnivalesque tradition. (Smith 2002: 132-33)
Not only did the pink pigment and apparent nakedness of the pig disturbingly
resemble the flesh of European babies (thereby transgressing the man-animal
opposition), but pigs were usually kept in peculiarly close proximity to the
house and fed from the household’s leftovers. In other words, pigs were
almost, but not quite, members of the household and they almost, but not
quite, followed the dietary regimes of humans. (Stallybrass y White 1986: 47)
Notas
1
Según observa Megaly Muguercia, los artistas cubanos recurren a sus propios
cuerpos marcados por el hambre como el vehículo más poderoso de performance: “I
recall, among the dozens of performances of this period, Fast Food, a dance solo by
the great artist Marianela Boán. The public was gathered outside a well-known thea-
ter, waiting to enter the auditorium. Suddenly, the dancer came through the doorway
and displayed her thin body, which seemed to the onlookers to be charged with a
strange excess of energy. She carried a dinner plate and a metal spoon, rough, prison-
like utensils, which, of course, were empty. The choreography borrowed something
from those sterile objects. Her body, that of a virtuoso dancer, broke up and recompo-
sed itself fleetingly in a minimalist combat that posed strength and assertion against
tiny, microscopic movements. And this incandescent body executed at the end the
horrendous, impeccable act of eating its own fingers. This final gesture concentrated
all our energies, all our greed and our courage, as we watched. Pale, in black leotards,
without makeup, her performance said: hunger. We all had different hungers, but we
accepted the offering of her vigor and her rigor, played out on the very threshold
between street and the stage.” (Muguercia 2002: 181-82)
2
Véase al respecto el artículo ‘Investigadores de EE UU y la Isla concluyen que el
Período Especial ha sido bueno para la salud’ en el portal ‘Cuba encuentro’. En línea
en: <http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/noticias/investiga-
do-res-de-ee-uu-y-la-isla-concluyen-que-el-periodo-especial-ha-sido-bueno-para-la-
salud/(gnews)/1190825160> (consultado el 10.11.2009).
3
Esta retórica oficial del sacrificio se presta fácilmente a la parodia, según se puede
observar en la novela de Zoé Valdés, La nada cotidiana (1995), cuyo primer capítulo
se titula, precisamente, ‘Morir por la patria es vivir’.
4
En términos de James C. Scott, autor de Los dominados y el arte de la resistencia,
las diversas formas de economía informal, incluyendo el robo y la adulteración de
productos, no son solamente formas de subsistencia, sino que forman parte del discur-
so oculto (hidden transcript) de la resistencia ante el poder.
5
A la icónica imagen del almuerzo lezamiano conjurado por Diego para David, con la
ayuda de Nancy, en la película Fresa y chocolate se agrega la evocación de los
legendarios sabores despachados antaño en la heladería Coppelia en contraste con
apenas dos –fresa o chocolate– disponibles, con suerte, en el presente. En una frase
cargada de simbolismo que va más allá de lo gastronómico, David dice en la película:
“había chocolate, pero pedí fresa.” Daína Chaviano, por su parte, así describe la
‘decadencia’ de Coppelia durante el Período Especial: “En esa heladería llegó a haber
más de cincuenta sabores, pero todo eso pertenece a la prehistoria. Hoy apenas quedan
cuatro o cinco para los cubanos, que tenemos que sentarnos abajo, en las mesitas al
aire libre, porque los salones altos son para los extranjeros. Arriba la variedad es
mayor, aunque nunca como en la edad de oro del helado cubano.” (1998: 93)
6
De igual manera que la tortilla se ha convertido en el símbolo de la identidad mexi-
cana, la metáfora del ajiaco le ha servido al antropólogo cubano Fernando Ortiz en su
acercamiento a la cubanidad. Otro país que ha convertido la comida y la digestión en
una poética identitaria es, por cierto, Brasil (‘Manifesto Antropofágico’).
7
El des/control respecto a la comida –incluyendo la distribución de los alimentos por
el gobierno a través de la libreta de racionamiento– epitomiza la relación entre el
poder y la comida. Viene aquí al caso el siguiente fragmento de El reino de este
314 Elzbieta Sklodowska
15
Véase <http://www.cubanet.org/CNews/y00/jul00/04a14.htm> (consultado el
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La fonda de Edgardo Rodríguez Juliá:
un sancocho literario
Jacques Joset
Huelga decir que las novelas aludidas son La casa verde (1966) y El
coronel no tiene quien le escriba (1961)7 cuyos títulos entrañan por
asociación sendas alusiones al uso anterior algo sospechoso del local y
al icono publicitario de los Kentucky Fried Chicken (Coronel San-
ders), con insistencia particular sobre las ciudades donde el joven
Gabriel García Márquez hizo sus pinitos periodísticos, lo mismo que
Rodríguez Juliá como crítico gastronómico de El Nuevo Día. En fili-
grana de estas líneas se lee también la vigorosa reivindicación de la
cocina puertorriqueña tradicional “mucho más nutrimental” que la de
los “fast foods”, postura que redunda en el orgullo identitario de que
hace gala el autor de La noche oscura del niño Avilés (1984) no sólo
en su guía personal de las “fondas, friquitines y lechoneras” (10) de la
Isla.8
Hacia la misma actitud ‘puertorriqueñista’ apunta la evocación del
poeta Luis Palés Matos que el cronista imagina contemplando un
bodegón pintado por un “naif artista del barrio”, Johnny Vázquez,
para la fonda de Lalín, que “era uno de los dulces pocitos donde el
La fonda de Edgardo Rodríguez Juliá: un sancocho literario 323
patio convertido en lodazal de una casa a orillas del mar. Así reza la
primera frase:
Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que
Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos en el mar, pues el
niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era
a causa de la pestilencia. (García Márquez 1972: 11; mi énfasis)
Esa persona que trabaja en ‘El Gran Café’ de la Plaza del Mercado de
Bayamón ¿se parece a la “abuela desalmada” del cuento o a la nieta?
Si de aquélla se trata, hay un error de nombre y si de ésta, hay error de
sintaxis. Y si hay errata, bajo reserva de verificar el texto tal y cómo
apareció en el suplemento de El Nuevo Día, sugiero corregir el de
Elogio de la fonda en ‘Doña Laura, quien se parece a Eréndira, la
ayudante de la abuela…’ o, mejor, ‘a la ayudante de la abuela de
‘Eréndira’’ con referencia a la abreviación generalmente adoptada del
título del cuento de 1972. Y aún así confieso que me sigue opaca la
incisa “–justo, con abalorios y faldas de calicó–” que no hacen parte
del vestuario de los personajes de García Márquez.10 Tampoco aclara
mucho la mención de la fundadora de Macondo. La “alegre autori-
dad” no es precisamente la característica más destacada de Úrsula,
quien permanece en la memoria de los lectores de Cien años de sole-
dad en tanto transmisora de las tradiciones familiares de los Buendía o
por su eterna vejez. Tampoco se distingue por la “excentricidad”
achacada a doña Laura y, eso sí, a la abuela de Eréndira. Y nosotros
achacaremos la poca coherencia de esas comparaciones literarias a la
rapidez exigida de un cronista que no tiene siempre la posibilidad de
revisar cuidadosamente lo escrito aunque hubiera podido subsanarse a
la hora de la recopilación de las reseñas en 2001 como se hizo en otros
casos.11
La fonda de Edgardo Rodríguez Juliá: un sancocho literario 325
El de las mujeres tiene una señora de la Hacienda del Siglo XVIII, con
regadera en mano cuida su jardín. El de los hombres tiene una chamaca de la
playa de El Alambique, la tanga apenas un gesto, el portentoso y “poderoso”
trasero espetado al aire. Aquí están los emblemas de lo que una feminista de
labios apretados llamaría la “sociedad patriarcal”, o el mal amor en los
tiempos de la cólera. (111)
Entre las antiguallas del ‘Pomarrosas’, “en una de las vigas hay di-
bujos que más o menos representan a Corretjer, [… y] Sylvia Rexach”
(108). Aquí se pone de manifiesto la ‘puertorriqueñidad’ de las dos
personalidades de la poesía culta y popular de la Isla: así me lo hace
suponer el que en el orden del discurso sus dibujos enmarcan otro de
Albizu (“y todavía más Albizu Campos”) el héroe de la independencia
siempre frustrada de Puerto Rico. Y por si fuera poco, compara
Rodríguez Juliá el ‘Pomarrosas’ con una fonda de Río Piedras fre-
cuentada por universitarios nacionalistas demasiado estrechos a su
gusto: “Se trata de una especie de El Canario postnacionalista.”14 El
poeta de Ciales vuelve a nombrarse y, a todas luces, citarse en un
contexto jocoso que no corresponde a la imagen petrificada del vate de
la patria puertorriqueña. De hecho en el ensayo agregado a las cróni-
cas periodísticas, ‘Cena navideña’, se lee con sorpresa: “[…] a dife-
rencia de nuestra reciente pasión macrobiótica aconsejada para la
presión alta, no es posible la sobriedad o moderación (nombres todos
de mujer, diría Juan Antonio Corretjer) con el lechón” (134).
Entre los dedicatarios del ensayo añadido ‘Cena navideña’ figuran
dos puertorriqueños: el poeta Luis Palés Matos, ya mencionado en la
crónica inaugural ‘La Casita Blanca’ y Tomás Blanco, autor de una
colección de ensayos Sobre Palés Matos (1950), de novelas y de
cuentos, pero sobre todo conocido todavía hoy por su Prontuario
histórico de Puerto Rico (1935) que “vendrá a constituirse, junto a
Insularismo (1934), de Pedreira, en la otra columna principal sobre la
que ha de asentarse por entonces el análisis de las esencias histórico-
culturales puertorriqueñas”. (Rivera de Álvarez 1983: 345) Dentro del
ensayo propiamente dicho, Rodríguez Juliá recuerda la degustación de
hayacas (pasteles de maíz) en casa de dos profesores universitarios:
“[...]; también estaba de visita pastoral mi obispo favorito, José Luis
González” (129).15 La metáfora humorística denota aquí la amistad
que unía nuestro autor con el de El país de cuatro pisos, quien, para
sellarla, le traía el “delicioso mole poblano” cada vez que de México
regresaba a Puerto Rico (129).16
Manuel Ramos Otero es el último escritor puertorriqueño mencio-
nado en ‘Cena navideña’ y, por lo tanto, en Elogio de la fonda. Rodrí-
guez Juliá lo introduce en un paréntesis gráfico que interrumpe las
varias recetas antillanas del pernil de cerdo deshuesado y cocinado al
caldero, inventando sin saberlo ni mucho menos quererlo una ‘meta-
gastrocrítica’, término de que seguro se burlaría el cronista reacio a la
La fonda de Edgardo Rodríguez Juliá: un sancocho literario 329
(...) por la ausencia de pasas en el bacalao a la vizcaína nos mira con ese, pues
hombre, no faltaba más –tan poco celtíbero–, que nunca ha llevado pasas, que
330 Jacques Joset
Notas
1
Por lo tanto me permito no compartir las aserciones y terminología metodológicas de
Morell (2006).
2
Siglos antes, Isaac Casaubon había recordado la etimología de satura en su reperto-
rio De satyrica graecorum poesí, & romanorum, satira libri duo, in quibus etiam
poetae recensentur, qui in utraque poesi floruerunt, París: A. y H. Drouart, 1605.
3
Huelga decir que no hay que buscar en este mito ni una huella de la historia verdade-
ra de la escritura ni siquiera de la tradición sobre la misma anterior a Nono. El poeta,
nacido en Egipto como el héroe transmisor de civilizaciones por él cantado, deriva el
alfabeto griego de los hieroglíficos de su patria con alguna interferencia de la escritura
fenicia (véase la noticia de P. Chuvin en Nonnos de Panopolis, 2003: 44-45).
4
Modernizo la ortografía y puntuación del título.
5
Un ejemplo sacado de la crónica ‘Méndez y su sabrosa compañía’: “una verdadera
epopeya del yantar.” (Rodríguez Juliá 2001: 43)
6
Véase el prólogo de Torres Caballero (2001: 7) La ‘aventura culinaria’ terminó el 10
de septiembre de 1995. La recopilación bajo forma de libro es una revisión de las
crónicas de ‘En Grande’ a las cuales se agregan otras reseñas y ensayos de Rodríguez
Juliá (‘El antiguo sabor’, ‘Camino al Polo Norte Bar and Grill’, ‘Elogio de la fonda’,
‘Cena navideña’) así como el prólogo ya mencionado y un epílogo del mismo B.
Torres Caballero, ‘Para comer en puertorriqueño: la función de la comida en la obra
de Edgardo Rodríguez Juliá’.
332 Jacques Joset
7
Para la cronología de la génesis, publicación en revista y bajo forma de libro de El
coronel…, véase la introducción a mi edición de Cien años de soledad. (García
Márquez, 2005: 15 n. 8)
8
Para la descalificación de los fast foods y la defensa de la comida criolla en Elogio
de la fonda, véase Ortiz Cuadra, 2006: 282; para la presencia de la comida en la obra
publicada de Edgardo Rodríguez Juliá, véase el epílogo de B. Torres Caballero citado.
9
El desprecio irónico de Rodríguez Juliá para con lo postmoderno se nota en expre-
siones tales como, hablando de ‘El Jibarito’: […] es una fonda algo gentrified; so pena
de ponerme paranoico, detecto ya el germen gentilicio wow; hay cierta pavonería
postmodernista en el aire” (51). Según Torres Caballero (2001: 165), en materia
culinaria, el crítico gastronómico de ‘En Grande’ relaciona postmodernidad y “nouve-
lle cuisine portoricaine”, objeto de su sorna y pullas repetidas.
10
Lo que más se acerca al “calicó” de Rodríguez Juliá es el “vestido de flores ecuato-
riales” que le pone Eréndira a la abuela. (García Márquez 1972: 98)
11
“[…] Rodríguez Juliá escribió versiones más largas de casi todas las reseñas de la
serie en las que aborda tanto comida como ambiente. Esas versiones hasta ahora
inéditas son las que aparecen en ese tomo.” (Torres Caballero, 2001: 8)
12
Véase el pormenorizado estudio de Morreale (1975).
13
En los comentarios que siguieron la presentación oral de este texto, mi querido
amigo Patrick Collard propuso que en el propio título de la guía de Rodríguez Juliá
hubiera otra evocación de Borges. De hecho, son notables los ecos fonéticos entre
Elogio de la sOMbrA y Elogio de la fONdA.
14
No me parece relevante para mi propósito esa “plancha de vapor que perteneció a la
abuela de Corretjer” (109), metáfora por “muy vieja” integrada en un retrato gracioso
bajo forma de interrogación retórica. La casi contigüidad con el anterior dibujo que
representa al poeta explica la aparición fantaseada de su abuela. Sobre el ambiente
“estrechamente ‘puertorriqueñista’”de ‘El Canario’, véase Rodríguez Juliá. (2001: 14)
15
Cito el contexto completo: las hayacas se han conservado “muy significativamente,
entre la pequeña y alta burguesía de Puerto Rico, lo que podríamos llamar el old Porto
Rican upper middle class. Una vez las comí muy elegantemente en casa de Luce
López Baralt y Arturo Echavarría; también estaba mi obispo…” (129).
16
Torres Caballero (2001: 166), cita acertadamente el libro de sociología histórico-
política de José Luis González en su comentario de la hibridez cultural de la cocina
antillana.
17
Son a veces despiadados sus ataques a la “nouvelle cuisine portoricaine”, de la que
condena menos la creatividad que la presunción. Habla, por ejemplo, del sabor “ele-
gante, sutil, casi nouvelle cuisine, pero sin pretensiones ni títulos rimbombantes” de
las patitas de cerdo del “Mesón de Melquíades” (74). Véase también supra.
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La fonda de Edgardo Rodríguez Juliá: un sancocho literario 333
Patrick Collard
De las novelas de Leonardo Padura, se examinan las seis cuyo protagonista es Mario
Conde y que pertenecen al género policiaco o detectivesco. La comida y su carencia
son un verdadero leitmotiv tratado en general con sarcasmo e ironía. De las seis
novelas, la que más llama la atención es La neblina del ayer (2005). No sólo por la
extensión de algunas escenas de gastronomía, sino por el desarrollo de manera muy
insistente de la relación entre el libro (y su consumo) y la comida (y su carencia). En
casa de Josefina, madre del amigo íntimo del Conde, se hacen realidad los sueños. La
cocina de Jose es el espacio de la maravilla, explícitamente designada como tal, que
se hace realidad. Este tipo de contexto culinario, revela la intención de actualizar,
irónica y subversivamente, el viejo realismo maravilloso carpentieriano.
Desde las tinieblas de sus tripas escuchó una llamada pavorosa. Ir a implorarle
a Josefina un plato de comida era injusto a aquella hora de la tarde […] y
decidió ganarse otro mérito laboral preparándose su propio almuerzo. […]
abrió el refrigerador y descubrió la dramática soledad de dos huevos
posiblemente prehistóricos y un pedazo de pan que bien pudo haber asistido al
sitio de Stalingrado. En una manteca con sabor heterodoxo de fritadas
excluyentes dejó caer los dos huevos, mientras con la punta del tenedor
tostaba sobre la llama las dos rebanadas que logró arrancarle al corazón de
acero del pan. Puro realismo socialista, se dijo. (Padura 2007: 148)
–Pero para abrirlo la primera condición es tener delante una mesa con bastante
comida, porque si no, uno puede morir de hambre en la primera receta. […]
–[…] Este libro está lleno de recetas imposibles.
–Ése es un libro subversivo, tú – concluyó Carlos.
–Casi terrorista. (51)
2. El texto-recetario
cebolla picada en cuadritos. Entonces esperé a que el arroz se secara, pero sin
que el grano se ablandara todavía, claro, y lo apagué y con ese congrí rellené
el pavo, para que se termine de cocinar allá dentro, ¿verdad? Mira tú, ¿tú
sabes lo que no tenía? Palillos de dientes para cerrarlo… Así que le puse unos
tallitos de naranja agria, que son bien duros…Y, claro, los metí en el horno,
así que no se desesperen, que eso demora un poco. Tómense su traguito
tranquilos, que a las nueve y media debe estar ya. Échame aquí un poquito de
ron a mí… Así, poquito, ya, ya, Condesito, que me voy a emborrachar…
–¿Y cuánta gente come de eso, Jose?
–Como el guanajo tenía ocho libras, debe alcanzar para diez o doce gentes…
pero con ustedes dos… Bueno, espero que quede algo para el almuerzo de
mañana. Voy a echarle un vistazo.
–¿Oíste eso, salvaje? Esta vieja está loca.
–Y lo que me pregunto es de dónde coño ella saca todo eso… Lo único que no
tenía eran palillos de dientes.
–No seas tan policía, tú. Dame un trago… Este ron está bueno para agarrar un
buen peo y salir volando.
–¿Qué te pasa, Flaco?
[…] (Padura Fuentes 2005a: 195)
Esto lo hacia mi abuelo, que era marinero y gallego, y según él, este ajiaco es
el padre de los ajiacos y le saca ventaja a la olla podrida, al pot-pourri francés,
al minestrone italiano, a la cazuela chilena, al sancocho dominicano y, por
supuesto, al borsh eslavo, que casi no cuenta en esta competencia de sopones
latinos. (Padura 2007: 65-66)
Las seis páginas están ocupadas por recetas que Jose sacó del libro
adquirido por el Conde –en lo esencial jigote camagüeño y pavo relle-
no a lo Rosa María, además de arroz congrí y un postre de helado de
chocolate– recetas cuya enunciación está interrumpida por los diver-
sos comentarios de los comensales. El Conde tiene calculado que la
operación de compraventa de libros que acaba de realizar le da para
vivir tres días como ése. Su filosofía de la vida, una filosofía de lo
inmediato y de la amistad se resume en las palabras finales de capítu-
lo: “Pasado mañana vuelvo a la pobreza. Pero valió la pena ser rico
tres días, ¿verdad? –Claro que sí, que coño –ratificó Carlos–. A lo
mejor así aguantamos con más firmeza y coraje otros cuarenta años de
bloqueo imperialista y libreta de racionamiento…” (129) Los encuen-
tros en casa de Carlos y Jose, se caracterizan pues por un discurso de
la abundancia; en rigor, una increíble abundancia en contraste bastante
violento con la carencia y el hambre que caracterizan el mundo fuera
de esa casa (excepto en los restaurantes clandestinos). Y para definir
este contraste nos debemos fijar en un triple leitmotiv, –hablo del
conjunto de la seis novelas examinadas– que, como ya queda dicho,
prácticamente forma parte del modelo de descripción de comilonas,
compuesto por (1) la incredulidad y el asombro que suscitan los platos
de Jose, (2) la insistencia en la glotonería compulsiva de los tres o
cuatro amigos y (3) la reiteración de la pregunta de cómo y dónde ella
consigue los ingredientes necesarios. He aquí unos ejemplos de (2) y
(3):
–¿Y cuánta gente come de eso, Jose?” –Como el guanajo tenía ocho libras,
debe alcanzar para diez o doce gentes…pero con ustedes dos…Bueno, espero
que quede algo para el almuerzo de mañana. […] –Y lo que yo me pregunto es
El Conde en la cocina de Jose 347
de dónde coño ella saca todo eso…Lo único que no tenía eran palillos de
dientes. –No seas tan policía tú (Padura Fuentes 2005a: 196).
Véanse también: “–Ya tengo hasta las cosas que me hacen falta para la
comida. –¿Y con qué dinero las compraste? –No te preocupes, que ya
todo está resuelto” (Padura Fuentes 2006a: 82); en Pasado perfecto
después de la recitación por Jose de su receta de bacalao a la vizcaína:
“¿Y de dónde tú sacas todo eso, Jose? –Mejor ni averigües, Condesi-
to.” (Padura Fuentes 2000: 187); o Jose a propósito del pollo frito a lo
Villeroi: “Es comida para seis franceses, pero con tragones como
ustedes… ¿Me van a dejar algo?”(Padura 2007: 220)
Notas
1
Existe otra obra importante sobre las novelas de Padura. Me refiero a Uxo, Carlos
(ed.). 2006. The Detective Fiction of Leonardo Padura Fuentes. Manchester: Man-
chester Metropolitan University Press. Desgraciadamente, hasta la fecha, no he
podido consultarlo a pesar de mis esfuerzos.
2
Para Neblina de ayer cito en adelante sólo la página.
3
En este apartado todos los subrayados son míos.
Bibliografía