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Victor Manuel Fernandez.

Miercoles de ceniza 2019


Texto completo de la Homilía:

Cenizas
En esta Cuaresma cada uno está llamado a crecer, a ser más,
y así juntos intentaremos hacer crecer la Iglesia. Se trata de
intentar ofrecerle algo más a Dios como respuesta de amor,
no como pago
La pregunta es ¿en qué puedo crecer? Esto implica tomarme
en serio, no darme por muerto: todavía puedo cambiar,
todavía puedo ser más, todavía puedo ofrendar algo más al
Dios que me ama.
Nos reunimos hoy para expresar justos un gesto de
conversión, o al menos el deseo de la conversión. Empezamos
la Cuaresma con un gesto comunitario: acercarnos juntos
a recibir en la frente las cenizas.
En definitiva, se trata de una bendición para poder comenzar
un camino de cambio y renovación.
¿Por qué las Cenizas? Tienen un triple significado.
1) En primer lugar significan que cada uno se acerca
reconociendo que es “polvo”. Esta idea aparece muchas veces
en la Biblia, como un símbolo de la pequeñez del ser humano
ante al inmenso amor y la gloria infinita de Dios: “Es atrevido
hablar a mi Señor, ya que soy polvo y ceniza” (Gn 18, 27).
No pasa por los pecados cometidos, tiene que ver con el
reconocimiento admirado y temblorosa de la gloriosa
trascendencia de Dios.
El polvo que recibo en la frente me recuerda lo que yo soy:
“Recuerda que eres polvo. Esto no es una humillación
vergonzosa, una falta de dignidad o un gesto triste y
amargado. Todo lo contrario.
Es la liberación interior de quien se arranca del corazón la
idea de que debe ser todopoderoso, la obsesión de tener todo
previsto, el engaño de pretender controlar toda la realidad.
No, ante todo soy polvo. No soy divino.
Es la liberación de San Francisco de Asís, que se sentía humus,
tierra, y que desde su feliz pequeñez glorificaba al “altísimo,
omnipotente y buen Señor”. Nada de eso le quitaba la alegría.
El corazón íntimamente humilde, necesita reconocer su
pequeñez ante la grandeza de Dios. No hablamos del pecado,
sino de ese reconocimiento humilde y feliz de la inmensa
gloria de Dios ante la cual soy nada, como dice el Salmo:
“Señor, soy como un forastero en tu tierra”.
Es la humildad tan profunda que se vuelve pura y feliz
confianza, como lo expresaba Carlos de Foucauld: “Padre, me
pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras … Me pongo en
tus manos con una infinita confianza”.
Sin duda, hay detrás de todo esto una experiencia de ser
gratuitamente amado, de haber sido encontrado por Dios, de
haber sido salvado.
2) En segundo lugar, las cenizas en la Biblia también aparecen
como símbolo de la conversión, cuando alguien reconoce que
estaba llevando un camino equivocado, que se estaba
autodestruyendo, que había elegido un estilo de vida que no
causaba más que esclavitud e inquietud interior. Job decía:
“Me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza” (Jb 42,
6).
Evidentemente, esto sólo tiene sentido si es sincero, cuando
uno experimenta ese dolor de haber desgastado las fuerzas en
algo vano o inútil, como los rencores, las vanidades, la
melancolía, el puro interés personal como ideal de la vida, el
orgullo herido, las mezquindades, el uso sin control de la
lengua, etc. ¿Para qué?
Si existe arrepentimiento sincero, entonces sí el gesto de
recibir cenizas en la frente se vuelve muy significativo y se vive
como una verdadera bendición liberadora.
Pero si hoy no hay arrepentimiento, tu corazón se queda seco,
ácido, vacío, por más sabiduría que pretendas tener.
Entonces, el grito debe ser “Perdona Señor, perdona”. Dice la
lectura de Joel, que leímos, que cuando hay un corazón
arrepentido, el Señor se llena de celo y se compadece, lo
tengo de mi parte.
Tampoco se trata de buscar grandes pecados. Es otra cosa.
Frente a ese Padre que me ama tanto no puedo dejar de ver
que es posible dejarse amar más, es posible caminar con
mayor confianza, con una serenidad más honda.
Entonces la conversión no es tanto dejar de hacer cosas
malas, evitar lo que está prohibido (¡cuántas veces la
mediocridad y la tibieza se ocultan detrás del cumplimiento!)
sino dejarme poseer más y más por las fuerzas del bien y de la
belleza.
Es posible amar más, volverse más donativo, más generoso,
más compasivo, es posible ahondar la alegría y consumirse
más por los demás. ¿Por qué no convertirse y aceptar ese
llamado?
3) Pero hay un tercer significado de estas cenizas, que
necesitamos reflexionar. Un puñadito de cenizas bendecidas se
derrama en la frente de los que se acercan. Son cenizas que
recuerdan que todo se nos acaba, como el polvo que se lleva el
viento, y que nosotros mismos volvemos a la tierra, como
polvo.
Todo pasa, y en esas cenizas recordamos que todo es tan
relativo. Por eso el miércoles de cenizas se vuelve a despertar
el dinamismo cristiano de transformación, de cambio
permanente, de desapego con respecto a lo que ya hemos
conseguido, de crecimiento, de abandonar las obsesiones, las
rigideces personales, los esquemas trillados que nos clausuran
en un pasado que nos impide avanzar hacia lo que Dios espera
de nosotros. Todo es polvo, nada es permanente, y hay que
estar siempre dispuestos, disponibles para empezar de nuevo,
a ir siempre más allá, sin aferrarse a falsas seguridades.
*Para terminar, no quisiera dejar de recoger la enseñanza del
Evangelio de hoy. Muchas veces hablamos de esa triple
práctica de la Cuaresma, que es la oración, el ayuno y la
limosna.
El Evangelio de hoy nos invita a buscar el sentido más
profundo de esas y otras prácticas cristianas, que está en la
oblación gratuita, en el don gratuito de uno mismo a Dios.
El Evangelio por un lado pide que cuando hagas algo bueno no
lo vayas pregonando. Es para Dios, es una ofrenda para él.
Eso significa que ya no pretendas reconocimientos,
agradecimientos o pagos por eso que hiciste.
No todo tiene que ser aplaudido, agradecido o pagado. Existe
la gratuidad, hacer algo porque sí, porque es bueno, más allá
del reconocimiento ajeno.
Lamentablemente hoy desaparece cada vez más la gratuidad.
Hasta los afectos más sagrados se convierten en una especie
de compraventa.
El Evangelio nos dice que cuando hacemos algo para ser bien
vistos o para obtener algo de los demás, ya tenemos nuestra
recompensa. En cambio, si hacemos cosas buenas en secreto,
sólo para Dios, “él, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Pero nos propone todavía un paso más: “que tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha”. ¿Qué significa esto?
La gratuidad total. Significa dejar de contabilizar las cosas
buenas que pueda hacer, dejar de contabilizar mis esfuerzos,
mi entrega, mi generosidad. Hacerlo porque sí, porque me
gusta hacer las cosas bien, porque me gusta hacer el bien,
gratis.
Esto supone un cambio muy grande, enorme, y esa es la gran
conversión del corazón.
Pidamos que, con las cenizas que recibimos en la frente, el
Señor derrame también toda la fuerza de su gracia para que
podamos vivir la belleza de esa conversión.
Que así sea.

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