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PRIMER AÑO DE VIDA

Es un hecho empírico que antes de transcurridos los 12 primeros meses de vida el niño ha
desarrollado un fuerte vínculo de afecto con una figura materna.

El niño tiene una serie de necesidades fisiológicas que deben satisfacerse (en especial, la
necesidad de recibir alimentos y calor). El hecho de que el bebé se interese por una figura humana
(en especial la madre) con la cual se crea un vínculo de afecto se debe a que aquella satisface sus
necesidades fisiológicas, y el pequeño aprende, a su debido tiempo, que la madre constituye la
fuente de su gratificación. Teoría derivada del aprendizaje.

La mayoría de los bebes de alrededor de cuatro meses ya responden de manera diferenciada a la


madre, por comparación con otras. Al ver a la madre, el pequeño de esa edad sonríe y vocaliza con
mayor prontitud y la sigue con la mirada durante un tiempo mayor que el resto de la gente. Por
consiguiente, se manifiesta ya cierta discriminación perceptual. PERO AUN NO SE PUEDE HABLAR
DE UNA CONDUCTA DE APEGO hasta tanto no haya pruebas de que el bebe no solo reconoce a la
madre sino que tiende a comportarse de tal manera que mantiene la proximidad con ella.

PROXIMIDAD:

La conducta dirigida a mantener esa proximidad resulta sumamente obvia cuando la madre
abandona la habitación y el bebé rompe a llorar y, quizás intenta seguirla.

En un estudio de Ainsworth (1963, 1967), a los 6 meses los niños de una tribu de ganda, salvo a
una pequeña minoría, la conducta afectiva se pone de manifiesto con toda claridad a los seis
meses de vida, como lo demuestra no solo el llanto del niño cuando la madre sale de la habitación,
sino el modo en que la saluda cuando regresa, lleno de sonrisas, con los brazos en alto y dando
gritos de placer.

Según Schaffer y Emerson alrededor de los 18 meses de edad la gran mayoría de los niños se
sentía apegado al menos a una figura más y con frecuencia a varias. Entre esas otras figuras el
padre era quien más a menudo generaba una conducta de apego.
estos mismos autores no encontraron evidencia alguna de que el apego hacia la madre fuese
menor cuando la conducta pertinente se dirigía también a otras figuras; por el contrario, durante
los primeros meses de manifestada esa conducta cuanto mayor era el número de figuras hacia
quienes el pequeño se sentía apegado, más intenso solía ser el vínculo afectivo que lo unía con la
madre.

Existen amplias variaciones en el ritmo con que los pequeños desarrollan la conducta de apego,
ambos estudios señalan también que un niño dado la intensidad y coherencia con que se
manifiesta la conducta afectiva, puede variar notoriamente de un día al otro, o incluso en el
término de unas horas. Las variables que explican los cambios a corto plazo son de dos tipos:
orgánicos y ambientales. Entre las primeras Ainsworth cita el hambre, la fatiga, la enfermedad y
las desdicha, todas las cuales inducen al llanto y a las conductas de seguimiento: por su parte,
Shaffer y Emerson mencionan también la fatiga, la enfermedad y el dolor. En cuanto a los factores
ambientales ambos estudios puntualizan que la conducta afectiva es más intensa cuando el
pequeño se siente alarmado.
Aunque hay abundantes pruebas de que los cuidados que la madre prodiga al bebe influyen
sobremanera sobre el modo en que se desarrolla la conducta afectiva, no debe echarse al olvido el
grado en que el mismo niño inicia la interacción y determina la forma que aquella habrá de
adoptar. Tanto Ainsworth como Schaffer, entre otros se encuentran entre los observadores que
centran su atención en el rol sumamente activo que desempeña el infante humano.

“Él bebe toma la iniciativa al emprender la interacción desde los dos meses de vida en adelante,
por lo menos, y en medida cada vez mayor durante su primer año, los pequeños, lejos de ser
receptores pasivos, buscaban activamente la interacción”. Ainsworth, 1963.

Los niños dictan la conducta de sus padres, por la insistencia a sus demandas. Los niños rompen en
llanto, llama a su madre u otro acompañante con persistencia y, cuando lo atienden, se dirige
hacia esa persona lleno de sonrisa. Mas adelante, ya saluda se acerca a ella y busca atraer su
atención con mil artimañas. De esta manera no solo provoca respuestas de sus acompañantes,
sino que “perpetua y conforma sus rptas al reforzar de vez en cuando algunas”. Las pautas de
interacción que gradualmente se desarrollan entre el pequeño y su madre solo son comprensibles
como resultado de las contribuciones de uno y otro y, en particular, del modo en que cada uno de
ellos, a su vez, influye sobre la conducta de ese otro. 230.

SEGUNDO AÑO DE VIDA

Durante el segundo año de vida y la mayor parte del tercero, las manifestaciones de conducta de
apego no son menos intensas ni menos frecuentes que hacia fines del primer año. Al expandirse el
campo perceptual del niño y aumentar su capacidad para comprender los hechos del mundo
circundante, empero, se producen cambios en las circunstancias que provocan esa conducta.

Uno de esos cambios reside en que el niño toma cada vez mayor conciencia de la partida
inminente de uno de sus seres queridos. Durante el primer año él bebe protesta, sobre todo
cuando se lo deja en la cuna o, poco después, al ver alejarse a la madre. Más adelante el pequeño
que se halla enfrascado en otra actividad cuando la madre se separa de él advierte su ausencia al
poco tiempo, y recién entonces protesta, de ahí en adelante no pierde de vista la figura de la
madre: la observa gran parte del tiempo o, si no está al alcance de su mirada, presta atención al
sonido de sus movimientos. Durante el undécimo o duodécimo mes ya prevé su partida inminente
por ciertos signos de conducta y comienza a protestar antes de que ello ocurra, sabedores de lo
que ha de suceder, muchos padres de niños de dos años ocultan sus preparativos hasta último
momento, para evitar una escena.

En la mayoría de los niños la conducta de apego se pone de manifiesto con regularidad y gran
fuerza hasta casi fines del tercer año. Pero entonces se produce un cambio, que ilustra cabalmente
las experiencias de la maestra del jardín de infantes, antes de los dos años y nueve meses, la
mayoría de los pequeños que van a una guardería experimentan gran zozobra cuando la madre los
deja. Aunque su llanto quizás dure breves instantes, suelen mantenerse inactivos y pasivos, y
exigir constantemente la atención de la maestra, en notorio contraste con el modo en que se
comportan dentro de ese mismo contexto si la madre se queda a su lado. Una vez cumplidos los
tres años, empero, por lo general se hallan mucho más capacitados para aceptar la ausencia
temporaria de la madre y ponerse a jugar con otros niños. En muchos el cambio parece producirse
de manera casi abrupta, lo que sugiere que, a esa edad, ya se atravesó cierto umbral de madurez.

Uno de los cambios fundamentales reside en que, después de los tres años, la mayoría de los niños
adquiere creciente grado de confianza con figuras subordinadas con quienes desarrollan un
vínculo afectivo en ambientes extraños; por ejemplo, con parientes o maestras. Pero, de todas
maneras, esa sensación de seguridad se halla condicionada. En primer término, las figuras
subordinadas deben ser personas con quienes el niño se halla familiarizado y a las que
preferentemente, conoció estando en compañía de la madre. En segundo lugar, el pequeño debe
gozar de buena salud, y no sentirse alarmado. Por último, debe saber dónde se encuentra su
madre mientras tanto y confiar en que pueda reentablar contacto con ella a breve plazo. Si no
están dadas estas condiciones aquel se convertirá en un nene de mamá o pondrá de manifiesto
perturbaciones en la conducta.

Después de los tres años la mayoría de los niños revela su apego por la madre con menos premura
y frecuencia que antes, esa conducta, empero, sigue siendo característica en ellos.

Durante los primeros años de escolaridad los niños siguen poniendo de manifiesto una conducta
de apego que no difiere mayormente de la propia de los pequeños de cuatro años.

Durante la adolescencia, el vínculo afectivo que une al hijo con sus padres comienza a debilitarse;
el cuadro se completa con la atracción sexual que experimenta por congéneres de su misma edad.
Pueden darse extremos, adolescentes que se apartan por completo de los progenitores, por otro,
los que siguen sumamente apegados a aquellos y se muestran incapaces de dirigir su conducta
afectiva hacia otras personas o no desean hacerlo. En medio de ambos casos se halla la mayoría de
adolescentes cuyo vínculo con los padres sigue siendo poderoso pero que, a la vez, entablan
vínculos de suma importancia con otros seres humanos.

Las conductas de apego manifestada durante la vida adulta prolonga de modo directo la de la
infancia, tal como lo demuestra el hecho de que esa conducta se provoca más fácilmente en el
adulto. Ante una enfermedad o catástrofe, los adultos con frecuencia aumentan sus exigencias de
otras personas; ante un desastre o peligro repentino, es casi seguro que el sujeto habrá de buscar
la proximidad de otro ser conocido y en quien confía. En esos casos todo reconocen la
intensificación normal de la conducta afectiva.

Función de la conducta de apego: permite que él bebe aprenda de la madre varias actividades
necesarias para la supervivencia.

Durante los primeros meses él bebe depende de los cuidados de la madre, pero no ha
desarrollado un vínculo de afecto que lo una a ella.

Dependencia: grado en el que un individuo se halla subordinado a otro para asegurar su


supervivencia, posee una connotación funcional.
Vinculo: se refiere a una forma de conducta, es meramente descriptivo. Desde el momento del
nacimiento hay una dependencia, pero esta se va disminuyendo cada vez que se va madurando. El
vínculo afectivo no se ha forjado desde el nacimiento, este comienza a los 6 meses de vida.

Figura de apego central: aunque por lo común la madre verdadera del pequeño suele erigirse en
su figura de apego central, ese rol puede ser asumido con eficacia por otras personas. Los datos
obtenidos confirman que cuando la madre sustituta brinda afecto y cuidados maternales al niño,
este la tratará como si fuese su madre verdadera. Estos cuidados maternales incluyen una activa
interacción social con él bebe y una pronta respuesta a su señales y esfuerzos en pos de un
acercamiento.

UNA BASE SEGURA

TEORIA DEL APEGO: considera la tendencia a establecer lazos emocionales íntimos con individuos
determinados como un componente básico de la naturaleza humana, presente en la forma
embrionaria del neonato y que prosigue a lo largo de la vida adulta, hasta la vejez.

Diapo 4: El papel de buscador de cuidados se mantiene dentro del alcance de la persona dadora de
cuidados y el grado de proximidad o de fácil accesibilidad depende de las circunstancias.

Diapo 5:El acto de proporcionar cuidados, el papel más importante de los padres, complementario
de la conducta de apego, es considerado de igual manera que la búsqueda de cuidados, es decir
como un componente básico de la naturaleza humana.

La exploración del entorno, incluyendo el juego y las diversas actividades con los compañeros.
Cuando un individuo de cualquier edad se siente seguro, es probable que explore lejos de su figura
de apego.

Cuando esta alarmado y ansioso, cansado o enfermo siente la necesidad de la proximidad.

Siempre que el niño sepa que el padre es accesible y que responderá cuando le ocurra a él, el niño
sano se sentirá seguro para explorar.

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