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Vale por lo tanto la pena reseñar la reciente obra dedicada al jurista alemán
E. H. Bockhoff, en donde se contrasta entre el derecho de las naciones –
Volkerrecht– y el bolchevismo, prologada por el Ministro del Reich Hans
Franck. Digamos enseguida sin embargo que resulta sumamente perjudicial
para esta obra su alcance excesivamente polémico y muchas veces incluso
agresivo; además su contraparte positiva es apenas desarrollada e inclina
demasiado a encerrar toda perspectiva en el punto de vista de la táctica de
defensa nacional, descuidando en cambio la idea superior, con la cual ésta
podría ser claramente legitimada. Pero soslayando estos problemas debemos
reconocer que Bockhoff sin embargo esclarece muchos problemas
interesantes, que deberían valer como una diana salvadora para tantos
letárgicos del derecho: por lo que, sin dedicarnos a tratar las distintas
cuestiones de detalle que aparecen en la obra, creemos interesante resaltar
aquí su sentido general.
Tiene por lo tanto razón Berkhoff cuando dice que la perduración de un tal
tipo de estado de cosas manifiesta un grado máximo de irresponsabilidad,
respecto del cual no hay salida si no se sale de una vez por todas de la
concepción liberal, ‘formal’ y apolítica del derecho internacional. Cuando por
lo tanto se pase a una nueva concepción jurídica concreta, activa, articulada,
que tenga como premisa a las comunidades nacionales, es decir unidades
inescindibles entre Estado (comprendido como régimen) y nación que tutela
el derecho de tales comunidades para que se aseguren la propia vida y el
propio porvenir, se pondría por vez primera, como problema jurídico, el de
la no-existencia de un Estado en razón de su ilegalidad en lo relativo a la
URSS como Estado bolchevique. Este Estado debería ser considerado como
lo que el mismo es de acuerdo a la concepción ortodoxa comunista: no como
‘Estado ruso’ o ‘régimen dominante en Rusia’, sino como plataforma de la
revolución mundial, como la parte ya consumada, autoconsciente y activa de
la futura república soviética internacional, la cual no puede realizarse sin la
destrucción violenta de todo Estado. Desde este punto de vista, con
independencia de la manera como éste se disfrace, falta la base misma para
poder reconocer a la URSS como un sujeto del derecho y un ‘Estado’: la
misma asumiría más bien la imagen del ‘enemigo total’, del ‘enemigo
internacional’ exactamente como sucediera con la antigua concepción
jurídica del ‘pirata’. Y del mismo modo que el ‘pirata’, la misma debería ser
puesta ‘afuera de la ley’, debería ser concebida como el enemigo común de
todo Estado. Para defenderse de la misma, dice en forma drástica Bockhoff,
no hay medio que se pueda considerar como ilegítimo ni acción que, en lo
relativo a los ‘soviets de los delincuentes mundiales’, pueda considerarse
como antijurídica y ‘delictiva’. Mientras que exista la URSS, nos dice, nos
debemos sentir, desde el punto de vista del derecho internacional, en una
especie de ‘estado de sitio’, es decir en una situación anormal en la cual, en
el nombre de la salud pública y del orden, las garantías propias de las formas
jurídicas normales son suspendidas y sustituidas por la ley militar. Sería pues
necesario crear un tipo nuevo de jurisprudencia activa, llevada a cabo entre
otras cosas para definir en términos internacionales aquello que en lo interno
de cada Estado tiene figura jurídica de traición y de alta traición. Y no nos
debemos limitar con estigmatizar a los traidores activos, sino también a
aquellos que traicionan a través de su pasividad, su irresponsabilidad, su
inercia, su prontitud en el compromiso oportunista: el mismo presupone la
claridad, la lealtad y una osada conciencia.
La actual crisis jurídica, nos dice Bockhoff, hace una misma cosa con la crisis
interior, ética y política propia de un derecho apolítico. Los secuaces de un tal
derecho no tienen más la fuerza necesaria para juzgar y decidir
jurídicamente. El bolchevismo ha actuado como un verdadero reactivo para
convertir en bien visible todo el alcance de esta deficiencia e inconsistencia,
que se camufla bajo el manto del ‘derecho puro’ y ‘objetivo’.
En todo esto no podemos sino estar de acuerdo. Pero, tal como decíamos,
habría que agregar otras cosas, para arribar a algo realmente positivo. Todo
lo que dice Bockhoff puede computarse en lo relativo a medidas a tomarse
en una situación de ‘estado de sitio’ internacional, pero no puede valer ya
como base para la construcción de un derecho nuevo en un estado normal de
cosas. Bockhoff no deja de señalar que el entendimiento ítalo-germano-
japonés en contra del comunismo marca una primera fase constructiva de los
pueblos conscientes de las condiciones de su vida; dice también que la
intervención legionaria en España constituye una fase ulterior de este
desarrollo. Pero habría que dar un paso más, es decir arribar a las
condiciones de una unidad que sea superior a la determinada simplemente
por la necesidad de una defensa común. Que Bockhoff no proceda en tal
dirección es algo que no nos asombra pues sus horizontes parecen comenzar
y terminar en el punto de vista de la nación (Volk) concebida como extrema
razón en sí misma. Punto de vista éste sumamente peligroso porque
convierte en contingente y en el fondo en puramente utilitario todo
entendimiento posible entre las naciones y por lo tanto es incapaz de
proveer una base concreta, ética, espiritual y aun política al nuevo derecho
internacional aquí propiciado.