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EL BOLCHEVISMO Y EL DERECHO DE LAS NACIONES

Un estudio interesante, pero en gran medida desconocido, es el del


bolchevismo visto desde una perspectiva jurídica y, en especial desde el
derecho internacional. Debe reconocerse que, considerado de tal manera, el
bolchevismo aparece como un fenómeno nuevo, el cual suscita nuevos
problemas jurídicos y más aun invitaría a una revisión de muchas
concepciones vigentes de no encontrarse en un estado verdaderamente
letárgico la mentalidad jurídica occidental. Las disciplinas jurídicas actuales se
encuentran aun bajo el signo de concepciones universalistas, liberales y de
las llamadas positivistas del pasado siglo. Unos movimientos de reforma, en
lo que respecta al derecho de los distintos Estados se está abriendo paso en
los países en los cuales la contrarrevolución nacional ha logrado imponerse
como en Italia, en Alemania, o en Portugal. Sin embargo, en lo relativo al
derecho internacional, aun nos encontramos a la deriva. La misma
denominación oficial italiana de ‘derecho internacional’ resulta por lo demás
significativa, al delatar premisas a las cuales un derecho basado en la
realidad, la soberanía y la concreción política de las diferentes unidades
nacionales resulta en gran medida ajeno. La denominada ‘teoría general del
derecho’, no menos que el derecho ginebrino, es formalista y universalista,
se basa esencialmente en la separación entre el momento político y el
momento ético, político-nacional, social, cultural y económico que es
característico del liberalismo.
Ahora bien, esta hipóstasis abstracta del derecho puro es un verdadero
anacronismo entre los más peligrosos ante el dinamismo de las fuerzas que
hoy subvierten al mundo. El bolchevismo tiene entre estas fuerzas un papel
de primer orden y un intento por encuadrarlo jurídicamente es sumamente
interesante puesto que esclarece los absurdos del actual ‘derecho
internacional’ y la necesidad de una reforma para todo aquel que quiera
evitar caer en la inconciencia e irresponsabilidad.

Vale por lo tanto la pena reseñar la reciente obra dedicada al jurista alemán
E. H. Bockhoff, en donde se contrasta entre el derecho de las naciones –
Volkerrecht– y el bolchevismo, prologada por el Ministro del Reich Hans
Franck. Digamos enseguida sin embargo que resulta sumamente perjudicial
para esta obra su alcance excesivamente polémico y muchas veces incluso
agresivo; además su contraparte positiva es apenas desarrollada e inclina
demasiado a encerrar toda perspectiva en el punto de vista de la táctica de
defensa nacional, descuidando en cambio la idea superior, con la cual ésta
podría ser claramente legitimada. Pero soslayando estos problemas debemos
reconocer que Bockhoff sin embargo esclarece muchos problemas
interesantes, que deberían valer como una diana salvadora para tantos
letárgicos del derecho: por lo que, sin dedicarnos a tratar las distintas
cuestiones de detalle que aparecen en la obra, creemos interesante resaltar
aquí su sentido general.

Bockhoff se pregunta en el fondo hasta qué punto un Estado bolchevique


pueda pretender ser reconocido jurídicamente y por lo tanto ser susceptible
de valer como sujeto de derecho internacional. El hecho es que la premisa
fundamental del bolchevismo consiste en la negación de la idea misma de
Estado y por lo tanto del sujeto del derecho. El bolchevismo no tiene en vista
una determinada comunidad nacional dentro de la cual limite la validez de su
ideología política, el mismo se presenta en cambio como un movimiento
mundial y como una ideología de universal aplicabilidad. Parte de un proceso
en contra de la idea del Estado en general independientemente del tipo que
éste fuese. Para el bolchevismo, de acuerdo a la concepción oficial vigente, el
Estado es “un órgano de opresión de una clase sobre otras, un producto del
ordenamiento comprendido para reforzar o dar carácter de ley a esta misma
opresión y por lo tanto sofocar la lucha de clases”. La negación activa y
revolucionaria de todo Estado es la idea básica del bolchevismo, el cual no se
define como una nueva forma política, como un nuevo tipo de Estado
opuesto al burgués, sino simplemente como un puro anti-Estado. Un Estado
bolchevique sólo puede existir como un compromiso en un período de
transición, por razones tácticas, justificándose entonces como un
instrumento para el desarrollo de la revolución mundial, como ‘plataforma’
de un movimiento destinado a destruir en cada país al ‘Estado’. Que esta
plataforma corresponda hoy al territorio ruso, es algo considerado como un
hecho totalmente contingente: Rusia en la concepción bolchevique no es
definida en función de una realidad nacional, sino que es aquella parte de la
tierra en la cual lo que se concibe desde el punto de vista bolchevique, como
condición normal, como ‘Estado de derecho’, ha llegado a realizarse,
mientras que en los demás lugares del mundo, gobernados por Estados
‘burgueses’ y nacionales, regiría aun una condición anormal, de carácter
antijurídico e ilegal, puesto que de acuerdo al derecho bolchevique sólo el
proletariado a-estatal y apolítico es considerado como sujeto del derecho y
propietario legítimo de la totalidad del planeta. He aquí algunas citas de
Stalin referidas por Bockhoff. “La ley de la revolución violenta del
proletariado, la ley del desconocimiento de la maquinaria estatal burguesa
cual condición preliminar de una tal revolución tiene validez para el
movimiento revolucionario de los países del mundo entero”. “La dictadura
del proletariado no puede surgir como resultado de una evolución pacífica
del Estado burgués y de la democracia burguesa, sino que puede realizarse
sólo luego de la destrucción de la maquinaria estatal, del ejército burgués,
del aparato burocrático burgués, de la policía burguesa”. “Sólo el Estado
soviético se encuentra en grado de preparar la extinción del mismo Estado, lo
que es un elemento fundamental de la futura sociedad comunista a-estatal”.
“La revolución victoriosa en un país no debe considerarse como un hecho en
sí, sino como base y ayuda para acelerar la victoria proletaria en otros
países”.

Nos hallamos por lo tanto ante la más paradojal inversión de conceptos


jurídicos tradicionales, ante una antítesis irreductible debido a que, desde el
punto de vista de las anteriores formas jurídicas, el bolchevismo aparece con
esto directamente como un anti-Estado, su ‘derecho’ como el ‘anti-derecho’
y su acción internacional como operando exactamente en el plano de la
delincuencia anárquica. El ‘derecho a la realización de la revolución mundial’
es particularmente desarrollado por Stalin quien lo concreta en la ‘estrategia
y táctica’ y legitima con ello cualquier medio o método apto para lograr la
meta revolucionaria. Todo aquello que, en términos jurídicos ‘burgueses’,
tomaría la figura de alta traición, de hurto, de homicidio, etc., es pues
jurídicamente legalizado y como agregado recibe la aureola propia de una
acción heroica en la lucha del proletariado en contra de los ‘explotadores y
los imperialistas’, mientras que en las maniobras del comunismo por
adueñarse violentamente del mundo entero, no habría ni siquiera una
sombra de ‘imperialismo’, pues en este caso habría que hablar de ‘guerra
santa por la liberación’.

Bockhoff resalta justamente que en tal perversión de nociones tiene un papel


importante la decadencia de la idea de Estado propia del mundo moderno. El
Estado, respecto del cual el bolchevismo declara su ‘ilegalidad’ y promueve
su destrucción, en el fondo no tiene nada que ver con el verdadero Estado,
sino que es el Estado democrático o ‘de derecho’ en el cual el poder resulta
ser una sombra, el gobierno una superestructura, la ley un mecanismo
formulista, incapaz de dar forma a un tipo orgánico de sociedad, siempre
listo en cambio para sancionar los intereses y las prevaricaciones de
determinados grupos. Se trata pues del pseudo-Estado liberal-democrático
que ha allanado el camino al bolchevismo. Pero Bockhoff resalta con razón
que esta polémica entre liberalismo y democracia o Estado jurídico ‘positivo’
contra el bolchevismo a nosotros no nos interesa nada. A nosotros sólo nos
debe interesar el hecho de que existen Estados, algunos decididamente
nacionales, y otros que, independientemente del régimen que posean, no
pretenden en manera alguna renunciar a su soberanía. Pero a tal respecto se
ha verificado la mayor de las paradojas imaginables: estos Estados han
reconocido jurídicamente al bolchevismo en la persona de la URSS, la cual no
debería considerarse a sí misma como un ‘Estado’ mientras la soberanía de
tales naciones, es decir su capacidad de ser sujetos de derecho, es
teóricamente no admitida por el ‘derecho’ bolchevique en tanto que éste, tal
como se ha dicho, sólo reconoce como legítima la soberanía del proletariado
internacional.

En esta estridente paradoja se manifiesta plenamente la incongruencia de las


fórmulas y del procedimiento del vigente ‘derecho internacional’ que, en su
formalismo y en la característica escisión del momento político respecto del
jurídico, se encuentra en un estado de absoluta impotencia ante la situación
nueva creada por la aparición del bolchevismo y sobre todo ante las
maniobras de sus emisarios, habilísimos en todo lo relativo a la casuística del
derecho liberal. La ‘estrategia y táctica’ del bolchevismo desarrolla en efecto
aquí en forma indubitable un doble juego. Se le deben al jurista bolchevique
Korovin declaraciones características en lo concerniente al ‘período de
transición’. También respecto de la idea jurídica societaria vigente en el
mundo burgués él resalta que la misma implica un ‘pluralismo jurídico’, el
que permite que el mismo sistema soviético de la revolución mundial pueda
ser acogido al lado de otros. Otro ideólogo soviético, de nombre Pashukanis,
se expresa de la siguiente manera: “En la época de la lucha entre el sistema
económico capitalista y el comunista el derecho internacional será una de las
formas de tal lucha”, y agrega que si bien es cierto que en los compromisos y
acuerdos del gobierno soviético con los Estados burgueses debe verse una
contradicción, es decir una renuncia a la tesis de la revolución mundial de
parte del bolchevismo, sin embargo se trata aquí de hechos dictados por
razones de oportunidad y carentes de valor ‘jurídico’ verdadero y propio, por
lo tanto pertenecientes a la famosa ‘estrategia y táctica’ estalinista. Esto
equivale a decir que el reconocimiento del derecho internacional del lado
bolchevique tiene un mero alcance pragmático. Justamente esto lo expresa
claramente Makharof cuando afirma que “el derecho internacional es un
catálogo de instituciones jurídicas, de las cuales se puede recabar aquello
que es políticamente más apto para nuestros intereses”. Pashukanis al
respecto nos instruye en relación a los fundamentos por los cuales la Unión
Soviética adhiere a la Sociedad de las Naciones, celosa paladín de la ‘paz’ y
del ‘derecho’: “La lucha por la paz conducida por la Unión Soviética es uno de
los medios para prolongar una pausa de la que precisamos para completar la
construcción socialista, para poder ganarnos a todas las masas obreras que,
por más que aun no se encuentren lo suficientemente maduras para aceptar
la idea de la destrucción revolucionaria del capitalismo, se encuentran
también en contra de las guerras imperialistas”.

Se manifiestan aquí a nivel internacional las extremas consecuencias del


liberalismo. Como en lo interno de cada Estado la constitución liberal estaba
dispuesta a reconocer como partido político ‘legal’ también el de los
socialistas y de los anarquistas, cuyo programa era la negación misma del
Estado que hacía este reconocimiento, del mismo modo una sociedad de
naciones reconoce y acuerda la condición de persona de derecho a un Estado
que es un anti-Estado y cuya consigna principal es la destrucción de todas las
demás naciones. Lo más gracioso del caso es que estas naciones parecen
dispuestas a dejarse engañar por un truco tan vulgar que es el de la distinción
bolchevique entre la intervención oficial del ‘Estado’ soviético y la
propaganda comunista relativa al Komintern. La nueva constitución soviética,
con sus apariencias democráticas hasta llegar a hablar de una división de
poderes, etc., tal como lo muestra agudamente Bodkhoff, no es sino un
anzuelo para engañar a los ingenuos y carece de cualquier correspondencia
con la realidad soviética. En la misma un aspecto realmente inverosímil es la
separación que allí se realiza entre el partido y el Estado, cual “autodominio
del proletariado”. Sobre tal base acontece que, mientras que la URSS se
presenta hipócritamente y en manera burguesa como el “régimen oficial de
Rusia”, y en cuanto tal se encuentra lista para firmar pactos de no
intervención, de no-agresión, etc., la URSS como partido comunista y
Komintern desarrolla tranquilamente su acción fomentando y sosteniendo
cualquier revuelta, organizando el terror rojo internacional. Así pues,
mientras que Moscú ‘quiere’ la paz y ‘respeta’ el derecho internacional en
especial el de Ginebra, es decir hace de este derecho ‘apolítico’ y ‘objetivo’
todo el uso que puede para perseguir ‘diplomática y legalmente’ sus planes,
al mismo tiempo Moscú, en vestimenta no oficial, como ‘partido
internacional’, diferente eso sí del ‘régimen oficial ruso’, dirige un frente
interno de ataque mundial y de revolución permanente.

Tiene por lo tanto razón Berkhoff cuando dice que la perduración de un tal
tipo de estado de cosas manifiesta un grado máximo de irresponsabilidad,
respecto del cual no hay salida si no se sale de una vez por todas de la
concepción liberal, ‘formal’ y apolítica del derecho internacional. Cuando por
lo tanto se pase a una nueva concepción jurídica concreta, activa, articulada,
que tenga como premisa a las comunidades nacionales, es decir unidades
inescindibles entre Estado (comprendido como régimen) y nación que tutela
el derecho de tales comunidades para que se aseguren la propia vida y el
propio porvenir, se pondría por vez primera, como problema jurídico, el de
la no-existencia de un Estado en razón de su ilegalidad en lo relativo a la
URSS como Estado bolchevique. Este Estado debería ser considerado como
lo que el mismo es de acuerdo a la concepción ortodoxa comunista: no como
‘Estado ruso’ o ‘régimen dominante en Rusia’, sino como plataforma de la
revolución mundial, como la parte ya consumada, autoconsciente y activa de
la futura república soviética internacional, la cual no puede realizarse sin la
destrucción violenta de todo Estado. Desde este punto de vista, con
independencia de la manera como éste se disfrace, falta la base misma para
poder reconocer a la URSS como un sujeto del derecho y un ‘Estado’: la
misma asumiría más bien la imagen del ‘enemigo total’, del ‘enemigo
internacional’ exactamente como sucediera con la antigua concepción
jurídica del ‘pirata’. Y del mismo modo que el ‘pirata’, la misma debería ser
puesta ‘afuera de la ley’, debería ser concebida como el enemigo común de
todo Estado. Para defenderse de la misma, dice en forma drástica Bockhoff,
no hay medio que se pueda considerar como ilegítimo ni acción que, en lo
relativo a los ‘soviets de los delincuentes mundiales’, pueda considerarse
como antijurídica y ‘delictiva’. Mientras que exista la URSS, nos dice, nos
debemos sentir, desde el punto de vista del derecho internacional, en una
especie de ‘estado de sitio’, es decir en una situación anormal en la cual, en
el nombre de la salud pública y del orden, las garantías propias de las formas
jurídicas normales son suspendidas y sustituidas por la ley militar. Sería pues
necesario crear un tipo nuevo de jurisprudencia activa, llevada a cabo entre
otras cosas para definir en términos internacionales aquello que en lo interno
de cada Estado tiene figura jurídica de traición y de alta traición. Y no nos
debemos limitar con estigmatizar a los traidores activos, sino también a
aquellos que traicionan a través de su pasividad, su irresponsabilidad, su
inercia, su prontitud en el compromiso oportunista: el mismo presupone la
claridad, la lealtad y una osada conciencia.

La actual crisis jurídica, nos dice Bockhoff, hace una misma cosa con la crisis
interior, ética y política propia de un derecho apolítico. Los secuaces de un tal
derecho no tienen más la fuerza necesaria para juzgar y decidir
jurídicamente. El bolchevismo ha actuado como un verdadero reactivo para
convertir en bien visible todo el alcance de esta deficiencia e inconsistencia,
que se camufla bajo el manto del ‘derecho puro’ y ‘objetivo’.

En todo esto no podemos sino estar de acuerdo. Pero, tal como decíamos,
habría que agregar otras cosas, para arribar a algo realmente positivo. Todo
lo que dice Bockhoff puede computarse en lo relativo a medidas a tomarse
en una situación de ‘estado de sitio’ internacional, pero no puede valer ya
como base para la construcción de un derecho nuevo en un estado normal de
cosas. Bockhoff no deja de señalar que el entendimiento ítalo-germano-
japonés en contra del comunismo marca una primera fase constructiva de los
pueblos conscientes de las condiciones de su vida; dice también que la
intervención legionaria en España constituye una fase ulterior de este
desarrollo. Pero habría que dar un paso más, es decir arribar a las
condiciones de una unidad que sea superior a la determinada simplemente
por la necesidad de una defensa común. Que Bockhoff no proceda en tal
dirección es algo que no nos asombra pues sus horizontes parecen comenzar
y terminar en el punto de vista de la nación (Volk) concebida como extrema
razón en sí misma. Punto de vista éste sumamente peligroso porque
convierte en contingente y en el fondo en puramente utilitario todo
entendimiento posible entre las naciones y por lo tanto es incapaz de
proveer una base concreta, ética, espiritual y aun política al nuevo derecho
internacional aquí propiciado.

Si las naciones resultan concebidas como extremas razones en sí mismas, si


éstas no aceptan reconocer la validez de un principio superior, en tanto que,
de acuerdo a la concepción extremista racista nacionalista, con las fronteras
de la sangre y del Volk son puestos también los límites de toda verdad y de
toda norma: ¿qué tipo de unidad supranacional se podrá alcanzar para las
mismas? Cuanto más se tratará de una unidad de defensa, como cuando,
como en este caso, surgiese un enemigo internacional, como el bolchevismo:
de otra forma se volverá a caer necesariamente en formas incorpóreas y
contingentes de entendimiento y de derecho, dirigidas tan sólo a regular las
diferentes coyunturas de intereses.

Para poder afirmar la exigencia de un derecho internacional


verdaderamente nuevo y orgánico debería pues superarse el punto de vista
del particularismo nacionalista, pasar a las concepciones de formas
superiores de unidad, que presuponen las naciones, pero al mismo tiempo
vayan más allá de cada una de ellas, puesto que las remiten a un superior
punto de referencia constituido por una común idea, por una común
espiritualidad, por un ideal humano común. Lo cual vale como para decir
que no se podrá arribar a una verdadera superación del ‘derecho
internacional’ heredero de la democracia y del liberalismo antes de que en
Europa no se asome nuevamente en una manera u otra la antigua tradición
espiritual del ‘imperio’. Y entonces podrá acontecer que el encuadramiento
internacional del bolchevismo se topará con otro con la capacidad suficiente
como para confrontarlo en todo lo que sustente.
Esplorazioni e Disanime, 1938, XIII.

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