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ANTONIO VIANA

ORGANIZACIÓN
DEL GOBIERNO
EN LA IGLESIA
según el derecho canónico latino
Tercera edición , revisada y actualizada

€UNSA
EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A .
PAMPLONA
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pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copy -
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(Artículos 270 y ss. del Código Penal).

Primera edición: 1995


Tercera edición: Marzo 2010

© Copyright 201 O.Antonio Viana Tomé


Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA)
ISBN : 978-84-313-2679-1
Depó sito legal: NA 436 -201O
Nihil Obstat: Carmelo de Diego-Lora
lmprimatur : José Luis Zugasti , Vicario General
Pamplona , 15-IX- 1995

Impreso en: GRAPHYC


EMS,S .L. Poi. San Miguel. Villatuerta (Navarra)

Printed in Spain - Impreso en España

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ÍNDICE GENERAL

ABREVIATURAS PRINCIPALES .. .. .••..... .. ..•....... .. .. .. .. .. .. .. .... ... . .. .... .. ... .. . .. .... .. ......... .... 13
P RESENTACIÓN .......... . ........ ......... . ......... ............. .... .. ... . ...............•........ ................ .. 15
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN .. .... . .......... ... . ........ .... , . . . . . . . ... . . ...... . .. ... .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . 16
NOTA A LA TERCERA EDICIÓN .. ...... ................. ...••• ... ........... .. ..... ... .... ... . .... .. .. .... .... .. 16

PARTE GENERAL

CAPÍ TULO 1
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

1. Introduc ción ............ .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ...... .. .. .... .. .... .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . 19


A. Aspectos de la Iglesia considerada como comunión ................................ 19
B. La Iglesia como institución jerárquicamente organizada ................. ........ 22
2. Concepto de organización eclesiástica ........................................................... 24
3. Las funciones públicas ...................... ............................ ............ .... ................. 26
4. La transmisión de las funciones públicas .............................................. ........ 28
A. Sacramento del orden y misión canónica ......................................... ........ 28
B. El desarrollo histórico de la organización eclesiástica ............................. 29
5. Organización eclesiástica y organización jerárquica ............... ...................... 31
6. La relación del fiel con la organización eclesiástica ...................................... 33
7. La organización eclesiástica como servicio a los fieles ................................. 34
A. Consideraciones generales ........................................................................ 34
B. El sentido funcional de los poderes y actividades organizadas ................ 35
C. El principio de legalidad en la actividad pública ...................................... 36
8. El estudio canónico de la organización eclesiástica ....................................... 37

7
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

CAPÍTULO II
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

1. Introducción ................................. ................. ............................... ................ .. 41


2. La distinción entre «sacra protestas», «munus regendi » y potestad de régi-
men o de jurisdicción .................................................................................... . 42
3. Sujetos de la potestad de régimen ............................ ........... ......................... .. 44
A. Planteamiento de la cuestión ........................... .................... .................... . 44
B. Legi slación vigente .................................................... :........ ...... ............... . 47
4. Fuero interno y fuero externo en el ejercicio de la potestad de régimen ...... . 49
5. La distinción de poderes .......... ......................................................... ............ .. 51
A. Sentido de la distinción de poderes en el derecho canónico .................... . 52
B. Organización legislativa , ejecutiva y judicial .......... ................................ . 53
6. Potestad ordinaria y delegada ................. ....................................................... . 56
A. La potestad ordinaria ......................... ..................................... ................. . 56
a) La potestad ordinaria propia (oficios capitales) ............... ............ ...... . 58
b) La potestad ordinaria vicaria (oficios auxiliares) ............. .................. . 60
B. La potestad delegada .................... ................. .......................... ............. ... . 63
a) Características objetivas .................................................... ...... ........... . 63
b) Caracterí stica s subjetivas ..................... .................................. ..... ....... . 64
7. Las facultades habituales ....................... ......................... ............................... . 66
8. La suplencia de la potestad ejecutiva .................................................. .......... . 68
9. Las instituciones al servicio del gobierno eclesiá stico (observaciones sobre
las personas jurídicas, los órganos y los entes o instituciones públicas) ........ 70
!.~~~~~~~..:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
:::::::::::::::::: 70
~:~:~~inn;; 73
C. Entes o instituciones públicas (oficios, colegios, circunscripciones) .......
71

CAPÍTULO III
EL OFICIO ECLESIÁSTICO
'\
1. Concepto legal y significado general del oficio ............................................. 75
2. Elementos ... .... ..... ... .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ... .. . .. ... .. .. .. .. .. .. ...... .. . .... .. .. .. .... .. .. ....... 75
A. Elemento personal. El titular del oficio .................................................... 78
B. Elemento funcional .. .... .. .. .... .. ..... ............... ... ........ .. .. .. ... ...................... .. .. . 80
3. Institución y constitución de oficios .............................................................. 82
4. Clases de oficios ............................................................................................. 85
5. Principios de organización de los oficios . .......... ..... .. . .. .. .. .. ......... .. .... .. .. .. .... .. . 87
A. Principio capital ....................................... ................................................. 87
B. Principio colegial .................................. .................................................... 88
C. Descentralización y desconcentración .............. ............... ..................... .... 88
D . Principio vicario .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ... . .. .. .... .. ... ..... ... .. .. ................... ................ 90
E. Subordinación o jerarquía ............................................ ............................. 91
F. Coordinación ...... ............. .............. .. ..... .... ..... .................. .. ............... ... ..... 91
G. Subsidiariedad ........................... ............................................. .................. 93
6. La provisión de oficios eclesiásticos .................... ..... ...................... ........... .... 94
A. Concepto y características generales .............. ................ .......................... 94

8
ÍNDICE

B. Requisitos generales y efectos de la provisió n . ........ .... ........ ...... ............ .. 96


C. La libre colación ..................................... ............................................... ... 98
D. El nombramiento con previa presentación .. .. .... ........... ... ... . .. ............ .. .. ... 99
E . La elecció n ................................................... ................ ............................. 100
F. La postulación ....... ........................... ........................................................ 102
7. Pérdida del oficio eclesiástico ... .... .. .. .... .. .. .......... .. .. .... .... .... .. .... .... .. .. .. .. .. ....... 103
A. Concep to y características generales ........................................................ 103
B . Transcurso del tiempo y cumplimiento de la edad .. .. .. ....... ..... .......... .. .... . 104
C. La renuncia .. ........ .......... ........ .... .. ........ ........ ................. ... .. .. ........ ...... .... .. . 104
D. El traslado .. ...... ...... ...... .......... ........ .............. ........ ...... .. ...... ...... ......... ... ..... 105
E. La remoción ..... .... ....... ... .... .... .... ..... ...... .................................................... 106
F. La privación ... ...... ...... ........ ........ ..... ...... ..... .... .... ...... .... ............ ...... .... ....... 107

CAPÍTULO IV
LOS COLEGIOS

1. Concepto y elementos ................... .......................... .............. .......... ............... 109


2. Fundamento de los colegios de la organización eclesiástica .............. ............ 112
A. El principio de la colegialidad episcopal .. .... .... ...... ....... ..... .... .. .. .. .. .. .. .. .. .. 112
B. La corresponsabilidad de los fieles en la misión de la Iglesia. La coope-
ración del presbiterio con el obispo .......................................................... 114
C. La prudencia y eficacia en el gobierno ....... ............. ..... .. .. .. ........ ...... ........ 115
3. Naturaleza jurídica de los colegios ............................................... ................. 115
4 . Tipología y criterios clasificatorios .................. .......... ........ ............................ 116
5. Estructura de los colegios ................ .................................................... ........... 119
A. La condición de miembro ....... .......... ............................ ...... ...................... 119
B . Organización interna ......................................... .................. ...................... . 120
6. La voluntad colegial ............. ................... .............. .................. ........................ 121
A. Formación .................. ......... ......................................... ............................. 121
a) Convocatoria de los miembros .......................................................... .. 122
b) Constitución del colegio ..................................... .......................... ...... 122
c) Delib eració n y votación ......................................................... .......... ... 122
d) Cómputo de las votaciones ... ....... ........ ... ......... .... ..... .......... .... ....... ..... 123
e) Proclamación y documentación de los acuerdos ............................. ... 124
B . Eficacia jurídica. Consideración especial de los colegios consultivos ..... 124
7. Problemas prácticos de los colegios ......... ............... ................. ...................... 127

CAPÍTULO V
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

l . Introducción: Iglesia universal e Iglesias particulares ..................... .............. 129


2. Utilidad del concepto de circunscripción eclesiástica ................... ................. 130
A. El uso canónico de la noción de Iglesia particular ................................... 130
B. La noción de circunscripción eclesiás tica .................. .............................. 132

9
ORGANIZACIÓN DEL GOBI ERNO EN LA IGLESIA

3 . Régimen jurídico de las circunscripciones. La equiparación canónica con las


dióce sis ............ ............. ......... ........... ........ ...................... ............. ............. ...... 133
4. Clases de circunscripciones .............. ................. ............. ................. ............. .. 135
A. Circunscripciones ordinarias y de misión; originarias y compl ementa-
rias ; territoriales y personales ........................... ............. ........... ................ 135
B. Sentido y tipología de las circunscripciones territoriales ...... ...... ............. J37
C. Sentido y tipología de las circunscripciones personale s .................... ....... 139
D. Complementariedad y coordinación entre las circunscripcione s ............. 141
5. Compo sición personal de las circunscripciones .............. ,....... ...................... . 143
A . El oficio capital ...... ............ ...... ............ ............................ ......................... 143
B . El presbiterio ...... ........... .................................. ........... ..................... ......... 145
C. El pueblo .... .......... ...................... ......................... ............. ........................ . 145

PARTE ESPECIAL

CAPÍT ULO VI
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

1. El romano pontífice y el colegio episcopal ............. .................. ........... .......... 149


A. Aspectos del oficio primacial ................. ............................ ............ .......... 149
B. Provisión del oficio primacial ......... ...... .. .. .... ..... ............. ........ . .. .. .. .. .. .. .. .. 151
a) Sede vacante .... ..... .. ...... ........ .... .... ....... ... .... .. .. .. .. .. ... ... .. ..... .... .............. 152
b) Elección del Romano Pontífice ......... ........ ............... ........ ................... 153
c) Aceptación del oficio ......................... ...... ........ ................... ........... ..... 154
C. Expresiones de la colegialidad episcopal. El concilio ecuménico ............ 154
2. El sínodo de los obispo s ........ ................................... ....... ........ .................. ..... 157
A. Naturalezajurídica .............................................. ................... ....... .......... .. 157
B. Funciones generales ........................................... ............ ...................... ..... 159
C. Composición de las asambleas sinodales .......... ........... ........... ................ . 160
D . Organización del sínodo .. .. .. .. .... .... ..... .... ....... .... ....... .. ... ... .......... ... .. .. .. .. ... 161
E. Funcionamiento de las asambleas ...... ................. ........... ................... ....... 163
3 . Los cardenales y 'el colegio cardenalicio .............................. .......... ................ 164
A. La condición cardenalicia ........... .......... .. .. .. ..... . .... ... . ... . .... .. .. ....... ..... ... .. ... 165
B. El colegio de los cardenales ............ ..... ............................ ........................ 167
4 . La curia romana ...... .......... ........ .. .... .. .... .. .. .. .. .. .. .. ... ...... ......... .. .. .. .. .. ......... ....... 169
A. Naturaleza ................ ....................... ........ ........................ ........... ............. .. 169
B. Miembros de los dic asterios . .. .. .. .. .. .. .. .. ....... .. . ...... ..... ...... .......... ..... .. .. ...... 170
C. Organización ........................................ ........................... ................... ....... 171
D . Funcionamiento de los dicasterios ... .............. .. .. .. .. .. ...... ............. ........ ...... 173
E . Función de gobierno y potestad de los dicast erios .................... ............. .. l 74
F. Controles sobre la actividad jurídi ca de los dica sterios ......... ................... 176
5. Los legados del romano pontífice ........................... ...... .......... ...... ................. 177
A. Características generales del oficio ....................... ...................... ......... .... 178
B. Funciones de los legados ................................... ........... ........... .......... ..... .. 180

10
ÍNDICE

CAPÍTULO VII
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

1. Observaciones sistemáticas . .. .. .... .. ..... .. .. .. .. .. .. ... .. .. ...... ............ .... .. .. .... ...... ..... 183
2. La provincia eclesiástica .. . .. .. .. .. .. .. .... .. .. .. ..... .. . .. .. .. ..... .. . .. .. .. .. .. .. .... ...... ...... ..... 186
A. Concepto y significado de la provincia .................. .................................. 186
B. El arzobispo metropolitano: naturaleza del oficio y potestad ... .. .. . .. .. .. ... .. 189
3. La región eclesiástica .......................... ........................................................... 191
4. Los concilios particulares .............. ............................................ ............. ........ 192
A. Aspectos generales ................................................. .................................. 193
B. Convocatoria y celebración .......................... ............................................ 193
C. Composición. Voto deliberativo y consultivo ............................. .............. 194
D. Funcionamiento y competencia general ................................................... 196
E. Crisis de la institución .............................................................................. 197
5. La conferencia episcopal ....... .......... .... .... ... .. ... ........ .. ........ ......... ... ... .. .. .. .. ...... 198
A. Introducción .................... ....................................................................... ... 198
B. Naturaleza jurídica ............................................................ ........................ 199
C. Composición y organización interna ....................... ................ ................ . 201
D. Competencia . .. .. ... . .. .. .. .. .... .. .. ... . ... . .. .. .. .. ............. .. . ......... .. .. .. ................... .. 203
E. Cuestiones planteadas ............... ........................ ........................... ........... .. 205

CAPÍTULO VIII
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASIDIOCESANA

Nota previa ................................................... ............................................... ......... 207


1. La diócesis ..................... .................................... .... ...................................... 208
A. Aspectos genera le s ................................................................................. 208
B . Tipos de diócesis y organización interna ..................... .......................... . 210
2. La prelatura territorial ................................................. ................................. 211
A. Aspectos históricos de los prelados con jurisdicción ............................. 211
B. Significado actual de las prelatura s territoriales .................................... 213
3. La abadía territorial ...................................................... ................... .......... ... 215
4. La administración apostólica territorial ...................................................... . 217
A . Observaciones sobre los administradores apostólicos ........................... 217
B. La administración apostólica como circunscripción peculiar ................ 219
5. Circunscripciones de misión: misiones «sui iuris» , prefecturas apostólicas
y vicariatos apostólicos .. .. ........... .... .. .. ... .. ......... .. ....... .... ........ ... .... .... .... .. .. ... 220
6. La prelatura personal................................ ...................................... ............... 223
A. Aspectos generales ................................................................................. 223
B. Composición personal .................. .......................................................... 225
C. Obra pastoral y relaciones con las diócesis territoriales .................... .... 227
7. El ordinariato personal ....... ....................... ..... .............................................. 228
A. Ordinariatos militares ....................................................................... ...... 229
a) Aspectos genera les ............. ................................................................. 229
b) Composición personal ..... ........ .. .... .. .. .. .. .. ... .. . .. .. .. .. .... .... .... ........ .... .. .... 230
e) Organización del ordinariato militar ....................... .......... .................. 233
B. Ordinariatos para fieles de ritos orientales ................. ........ ...... ...... ........ 233

ll
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

C. Ordinariatos para anglicanos recibidos en la Iglesia católica ............. ... 236


8. La administración apostólica personal ................ .... .. .. ................ ................. 238
9. El obispo diocesano ...................................... .. .... .... .... .. .... ..................... .. .. .. 239
A. Aspectos generales. Obispos diocesanos y obispos titulares ................. 239
B. Nombramiento del obispo diocesano .................... ................................. 241
C . La potestad del obispo diocesano. Obligaciones peculiare s .................. 245
D. Sede impedida y vacante .................................................................. ...... 247
10. El obispo coadjutor y el obispo auxiliar ............................. .............. ........... 249
11. La curia diocesana .............................................. ..........:............................... 252
A. Naturaleza, composición y competencia .................................. .............. 252
B. Criterios sobre la actividad de la curia .............. .... .. .. ............... .............. 254
C. El vicario general .............................. .......... ........................ ................... 255
D. El vicario episcopal ... .............. ........ .. .. .... .... .. .. .. .. .... .. .. .. ......................... 258
E. El moderador de la curia y el consejo episcopal ............... ...... ............... 260
F. El canciller . .. .. .. .. .... .. .. .. .. .. .. .. .. .... .. .. .. .. .. .... .. .. .. .. .. .. .. .... .. .. .. .. .. .. .. .. .. ........... 262
G. El consejo de asuntos económicos y el ecónomo ...... .. .. .. .. ........ ...... ....... 263
H. Organización judicial ............................ .................................... ............. 264
12. El sínodo diocesano ............................................................. ........................ 265
A. Naturaleza y funciones .............. ........................................ ............... ...... 265
B. Composición ....................... .................................. .................................. 267
C. Funcionamiento ............................................................... .............. ......... 269
D. Las conclusiones del sínodo ............................ ....................................... 270
13. El consejo presb iterial ................... ............................................ ................... 271
A. Naturaleza y características ................. ...................... ............................. 271
B. Composición............................... ....................... .......................... ........... 273
C. Funciones y relación con el obispo dioce sano .......................... ............. 274
14. El colegio de consultores ........................................... ................ .................. 276
15. El cabildo de canónigos ................ ............... ....................................... ......... 278
16. El consejo pastoral ................................ ............................ ....................... .... 279
A. Naturaleza y características .................................................................... 279
B. Funciones ...................... ............ .,,:................................................. ........ 281
C. Relaciones con el obispo y con otros colegios .............................. ......... 282
17. El arcipreste (vicario foráneo) y el arciprestazgo ................................. ....... 283
18. La parroquia y el párroco .... .. .. .... .. .. .. ......... ...... ................ ......... .. .. .... .. ..... .... 286
A . Principios informadores del derecho parroquial ............................... ..... 286
B. Aspectos estructurales de la parroquia ............. .................. .................... 287
C. Provisión, cese y vacación del oficio de párroco ................................... 288
D. Funciones del párroco como pastor propio de la parroquia ........ .. ........ . 291
E. Las parroquia s con varios titulares (in solidum) ............................. ....... 293
F. El vicario parroquial .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .................................. ...... ...... .. ......... 295
G. Los consejos parroquiales .............................................. ............. ........... 295
19. Rectores de iglesias y capellanes ....... ........ .................... ....... .. .. .. ...... ........... 296

BIBLIOGRA FÍA ......... ......................... . ............ .............. ............................. ...... ........ 301

12
ABREVIATURAS PRINCIPALES

AA Concilio Vaticano II , decreto Apostolicam Actuositatem


AAS Acta Apostolicae Sedis
AG Concilio Vaticano II, decreto Ad Gentes
AS Congre gación para los Obispos, Directorio para el ministerio pastoral
de los obispos Apostolorum Successores , 22.II .2004 (en www.vati-
can.va)
BOCEE Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española
CIC Codex Juris Canonici
CIC-Pamplona Código de Derecho Canónico, edición bilingüe y anotada a cargo del
Instituto Martín de Azpilicueta, 7 .ª ed. actualizada, Pamplona 2007
CCEO Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium
CD Concilio Vaticano U, decreto Christus Dominus
EI Congregación para lo s Obispos, directorio Ecclesiae !mago sobre el
ministerio pastoral de los obispos, 22 .II.1973, en Enchiridion Vatica-
num, 4, Bologna 1978, pp. 1.226-1.487 (no publicado en AAS)
ES Pablo VI, motu proprio Ecclesiae Sanctae , 6.VIII.1966 , en AAS , 58
(1996) , pp. 757-787
LG Concilio Vaticano II, constitución Lumen Gentium
OE Concilio Vaticano II, decreto Orientalium Ecclesiarum
PB Juan Pablo II, constitución apostólica Pastor Bonus, 28.VI.1988, en
AAS, 80 (1988), pp . 841-912
PO Concilio Vaticano II, decreto Presbyterorum Ordinis
REU Pablo VI, constitución apostólica Regimini Ecclesiae Universae,
15.VIII.1967, en AAS, 59 (1967) , pp. 885-928
RGCR Regolamento generale della curia romana, 30.IV.1999 en AAS, 91
(1999) , pp.629 -687
se Concilio Vaticano II, con stitución Sacrosanctum Concilium
SMC Juan Pablo II , constitución apostólica Spirituali Militum Curae ,
21.IV.1986 , en AAS, 78 (1986), pp. 481-486
UDG Juan Pablo U, constitución apostólica Universi Dominici Gregis,
22.II.1996, en AAS, 88 (1996), pp. 305-343

13
PRESENTACIÓN

Se han cumplido ya treinta años desde la clausura del Concilio Vaticano


II. Si en 1965 resultaba todavía prematuro aventurar las consecuencias de aque-
lla celebración, hoy puede afirmarse con mayor objetividad la importancia his-
tórica, teológica y canónica de la iniciativa convocadora del Papa Juan XXIII,
confirmada y llevada a término por su sucesor Pablo VI. Es manifiesta también
la relevancia del Vaticano II en la importante materia del gobierno eclesiástico,
no sólo por lo que se refiere a su origen y fundamento, sino también respecto de
su organización y ejercicio. Probablemente haya que remitirse a las decisiones
del Concilio de Trento para encontrar un precedente histórico comparable con
la reforma organizativa promovida por el último concilio ecuménico. Por recor-
dar tan sólo algunos aspectos muy conocidos, el Vaticano II profundizó decidi-
damente en la realidad de los vínculos de comunión que unen a los obispos en-
tre sí y con la cabeza del colegio episcopal; estableció las bases para una mayor
participación de los fieles en la misión de la Iglesia y en sus entidades comuni-
tarias; subrayó la natural cooperación de los presbíteros con el obispo, sin ex-
cluir el ámbito del gobierno de la Iglesia particular; confirmó antiguas institu-
cione s canónicas, promoviendo al mismo tiempo la reforma de otras a la luz de
los nuevos planteamientos; abrió caminos para un mejor desarrollo de la misión
evangelizadora de la Iglesia a través de nueva s entidades. Este empeño doctri-
nal y reformador del Vaticano 11ha encontrado en los últimos años su corres-
pondiente asiento normativo en el CIC de 1983 y en el CCEO de 1990, des-
arrollado s a su vez por una importante legislación complementaria.
El libro que ahora se publica es precisamente una introducción jurídica a
las instit uciones que organizan el gobierno eclesiástico, según los principios del
Conci lio Vaticano II y las normas que las regulan . Responde a la experiencia
docente del autor en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Na-
varra, en el marco de un curso anual dedicado al estudio de la «organización
eclesiástica». Razones de brevedad han aconsejado tratar solamente de las insti-
tuciones de la Iglesia latina. El libro se ofrece sobre todo a lo s estudiantes que
15
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cursan la licenciatura en las facultades de derecho canónico, aunque el autor tie-


ne la esperanza de que pueda ser leído también por sus colegas canonistas, teó-
logos atentos al derecho de la Iglesia y juristas interesados en el derecho públi-
co comparado. A todos ellos agradece desde ahora sus observaciones críticas.

NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN


La primera edición de este libro se ha agotado rápidamente, de manera
que no es posible todavía una revisión tan profunda del texto que cambie sus-
tancialmente lo publicado apenas un año antes. Por eso , además de corregir al-
gunas erratas del escrito anterior y añadir alguna referencia bibliográfica, me he
limitado a incluir las novedades contenidas en la constitución apostólica Uni-
versi Dominici Gregis, de 22-II-1996, sobre la elección del romano pontífice.
Quiera Dios que estas páginas sean una ayuda eficaz para quienes las lean
y estudien.

Pamplona , 26 de octubre de 1996

NOTA ALA TERCERA EDICIÓN


La tercera edición de este manual ha sido profundamente revisada por el
autor. En los últimos doce años se han publicado diversas normas que afectan
directa o indirectamente a las materias que aquí son tratadas. Algunas de esas
normas tienen gran importancia, como son las relativas a la elección del papa
o los criterios sobre la función pastoral de los obispos contenidos en Apostolos
suos, Pastores gregis o Apostolorum Successores . Otras disposiciones tienen
relevancia constitucional, como las que admitieron un nuevo tipo de circuns-
cripción en la figura de la administracion apostólica personal. Finalmente,
otras normas de significado administrativo no dejan de afectar a la configura-
ción de la institución que regulan , como sucede con las nuevas disposiciones
reglamentarias de la curia romana o del sínodo de los obispos.
De forma paralela al desarrollo normativo , la ciencia canónica ha alcan-
zado en los últimos años explicaciones más claras sobre los sujetos de lapo-
testad , la misión de la jerarquía en la Iglesia, la configuración general de las
circunscripciones eclesiásticas y otras cuestiones importantes que han exigido
trasladar al papel numerosos matices y precisiones.
Inevitablemente esta tarea didáctica y de actualización ha ampliado los
contenidos de estas páginas. Espero, con todo, que el esfuerzo pueda facilitar
el estudio de las instituciones al servicio del gobierno eclesiástico.

Pamplona, 28 de enero de 2010


16
PARTE GENERAL
CAPÍTULO I
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

1. INTRODUCCIÓN

A. Aspectos de la Iglesia considerada como comunión

Quién estudia desde el derecho canónico las diversas entidades eclesiásti-


cas parte siempre, explícita o implícitamente, de unos presupuestos fundados en
el designio divino sobre la Iglesia. Estos presupuestos eclesiológicos, al tiempo
que precisan los elementos permanentes y mudables de la estructura eclesiásti-
ca, permiten establecer en el ámbito jurídico unos principios con significado
constitucional; es decir, que prevalecen sobre otros elementos jurídicos e infor-
man y determinan las entidades establecidas o que puedan establecerse .
El CIC de 1983 y sus normas de desarrollo han inaugurado una nueva
etapa legislativa en la vida de la Iglesia que pretende ser coherente con la doc-
trina y el espíritu del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II, al promulgar el texto
oficial del CIC, destacaba entre otros elementos de la eclesiología conciliar «la
doctrina que muestra a la Iglesia como 'comunión' y en virtud de ello estable-
ce las mutuas relaciones entre la Iglesia particular y la universal, y entre la co-
legialidad y el primado» 1• El Sínodo de los Obispos, reunido en Asamblea Ex-
traordinaria en 1985, pudo hablar incluso de la communio como «una idea
central y fundamental en los documentos del Concilio» 2 •
La doctrina eclesiológica de la comunión -que básicamente alude a la
unión de los hombres con Dios y entre sí, establecida en Cristo y comunicada
en los sacramentos ' - tiene diversas aplicaciones. Es frecuente en la doctrina

l. Cfr. const. ap. Sacrae disciplinae leges, 25.1.1983, en AAS, 75 (1983), Pars II, XII .
2. Vid. Relación final, II, C . 1, en «Documentos del Sínodo 1985» , 2.3 ed., Madrid 1986,
p. 15.
3. Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE , Carta a los obispos de la Iglesia Cató-
lica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión, 28.V.1992 , en AAS, 85
(1993), pp. 838-850 (cit: Communionis notio).

19
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

eclesiológica y canónica la referencia a tres manifestaciones interdependientes


de la comunión en la Iglesia: comunión de los fieles, comunión jerárquica, co-
munión de las Iglesias particulares.
a) La communio fidelium expresa en general los vínculos que unen a los
fieles entre sí, como consecuencia de su incorporación a Cristo y a la Iglesia a
través del bautismo. El bautismo fundamenta la igualdad entre todos los fieles,
en lo que se refiere a su dignidad de hijos de Dios, llamados a cooperar en la
edificación de la Iglesia para que se cumpla el designio divino salvífica y el
mundo se oriente verdaderamente hacia Cristo 4 •
La incorporación a la Iglesia por el bautismo comporta un conjunto de re-
laciones entre los fieles miembros. Algunas tienen carácter jurídico y se expre-
san como verdaderos derechos y deberes recíprocos. Los derechos y deberes
fundados en el bautismo constituyen el así llamado «estatuto jurídico funda-
mental del fiel»: es la condición jurídica común a todos los bautizados en la
Iglesia católica. Actualmente este estatuto común está formalizado principal-
mente en los ce. 204-223. La igualdad de los fieles fundada en el bautismo y
robustecida por el sacramento de la confirmación tiene carácter fundamental,
en el sentido de que es anterior a la diversidad de condiciones personales en la
Iglesia producida por el sacramento del orden y los distintos carismas.
b) El bautismo produce en la persona que lo recibe una participación en
la función sacerdotal de Cristo , de manera que los fieles tienen el sacerdocio
común. En virtud del sacerdocio común los fieles «concurren a la ofrenda de
la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos , en la oración y
acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación
y caridad operante» (LG 10).
Al mismo tiempo hay en la Iglesia por institución divina (cfr. c. 207 § 1)
una específica participación en el sacerdocio de Cristo a través del sacramento
del orden: es el sacerdocio ministerial o jerárquico. A través del sacramento
del orden el sujeto, el ordenado, recibe una peculiar consagración que le desti-
na a apacentar los fieles, desempeñando in persona Christi capitis las funcio-
nes de enseñar, santificar y regir (c. 1008).
Como expresa el Concilio Vaticano II, el sacerdocio ministerial y el sa-
cerdocio común de los fieles difieren esencialmente, pero se ordenan el uno al
otro (cfr. LG 10). En particular, el sacerdocio ministerial, como su mismo
nombre expresa, está al servicio del sacerdocio común y «por la potestad sa-
grada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrifi-
cio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo
de Dios» (ibid.). Paralelamente, el sacerdocio común coopera con el sacerdo-
cio ministerial al servicio conjunto de la misión de la Iglesia, de acuerdo con
las diversas condiciones personales.

4. Cfr. LG 32, AA 2; ce. 96, 204 § 1, 208.

20
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

El sacramento del orden se expresa en tres grados u ordines (cfr. c. 1009


§ 1): el orden de los obispos, el orden de los presbíteros y el orden de los diá-
conos. Según LG 29 los diáconos no reciben el sacramento para el sacerdocio,
sino para el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Por ese mo-
tivo, el sacerdocio jerárquico se predica solamente de los obispos y presbíteros.
Los obispos suceden por institución divina a los apóstoles como pastores
en la Iglesia (cfr. LG 20). La consagración episcopal confiere la plenitud del sa-
cramento del orden y capacita al ordenado para desempeñar en la Iglesia fun-
ciones de capitalidad, en nombre de Cristo. Al mismo tiempo, implica la incor-
poración a un ardo o cuerpo de todos los obispos, cuya cabeza es el romano
pontífice. Tanto la incorporación al ardo episcoporum, como también el ejerci-
cio de las funciones episcopales de magisterio, gobierno y santificación requie-
ren la comunión jerárquica con la cabeza y miembros del colegio episcopal,
cuya estructura es análoga a la del colegio apostólico (cfr. LG 21 y 22; c. 330).
El romano pontífice y el colegio episcopal constituyen por derecho divino la
autoridad suprema de la Iglesia. La comunión jerárquica dentro del colegio
episcopal comprende, por una parte, un vínculo de cada miembro con el roma-
no pontífice; vínculo que es también de subordinación o dependencia, aunque
no exclusivamente. Al mismo tiempo, la comunión dentro del colegio pone en
relación a los diversos miembros entre sí, con derechos y deberes recíprocos
que expresan la llamada a promover habitualmente, de manera armónica y co-
ordinada, el bien común de toda la Iglesia (sollicitudo omnium ecclesiarum)5.
Los presbíteros, por su parte, a través de la consagración y misión pro-
pias del orden sagrado, son constituidos cooperadores del orden episcopal,
subordinados a los obispos (LG 28) . El presbiterado, por su misma naturaleza ,
destina al servicio de toda la Iglesia, porque «cualquier ministerio sacerdotal
participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los
Apóstoles» (LG 1O).A través sobre todo del instrumento canónico de la incar-
dinación (cfr. c. 266 ss.) el ministerio presbiteral se ejerce concretamente en
una determinada estructura pastoral.
c) La comunión católica plena comprende los vínculos que unen a los
bautizados con Cristo dentro de la estructura visible de la Iglesia: por la profe -
sión de la misma fe, los mismos sacramentos y el mismo régimen eclesiástico
(LG 14 y c. 205). Esta dimensión externa de la comunión reclama una locali-
zación de la actividad salvífica de la Iglesia, que pueda manifestarse a las di-
versas personas y lugares. Surgieron así, ya en los primeros momentos de la
historia de la Iglesia, diversas agrupaciones de fieles en función de la predi-
cación del Evangelio y de la administración de los sacramentos. Estas agru-
pacione s se estructuran como comunidades, porciones del Pueblo de Dios,
presididas y apacentadas cada una por un obispo con la cooperación de los

5. Cfr. LG 23 . Vid. en general y no sólo para las conferencias episcopales las sugerencias
de J.I. ARRIETA , Conferenze episcopali e vincolo di comunione , en «Ius Ecclesiae», 1 (1989), pp.
3-22.

21
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

presbíteros para la realización de la misión de la Igle sia en ámbitos determina-


dos (cfr. CD 11). Se denominan Iglesias particulares; terminología que evoca
la doble y simultánea dimensión de la Iglesia católica: la dimensión universal
y la dimensión particular.
A travé s de las Iglesias particulare s, formadas a imagen de la Iglesia uni-
versal (LG 23), «se hace presente la Iglesia universal con todos sus elementos
esenciales» 6 • Por su propia naturale za, las Iglesias particulares están abiertas a
la comunión con las demás Iglesias particulares en la Igle sia universal. En este
sentido , la noción de comunión se aplica también analógicamente a la estruc -
tura constitucional de la Iglesia en cuanto communio ecclesiarum 1 •
La universal comunión de las Iglesias es presidida por el romano pontífi-
ce , cabeza del colegio episcopal, principio y fundamento visible y perpetuo de
unidad en la Iglesia. Paralelamente, los obispos, miembros del colegio episco -
pal, son también principios y fundamentos visibles de unidad en las Iglesias
particulares confiadas a su ministerio pastoral (cfr. LG 23).
La consideración de la comunión ecles iástica en cuanto communio fide-
lium, hierarchica et ecclesiarum, tiene diversas consecuencias respecto de la
estructuración de la Iglesia como sociedad . De manera introductoria y general
puede decirse que la igualdad fundamental entre los fieles, con sus derechos y
deberes, plantea el problema de su relación y participación en los diversos en-
tes eclesiásticos y al mismo tiempo constituye la base del sentido ministerial
de la autoridad en la Iglesia. Por su parte , la diversidad personal producida por
el sacrame nto del orden manifiesta externamente la Iglesia como sociedad
organizada con oficios jerárquicos, que tienen atribuida la titularidad de las
principales funciones públicas, incluida la función de gobierno. Finalmente, la
relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se articula canóni-
camente en diversos ámbitos o niveles de organización y manifiesta una es-
tructura básica, de derecho divino , constit uida por el romano pontífice y los
obispos, que actúan no aisladamente , sino en virtud de los vínculos derivados
de su adscripción al colegio episcopal.

B. La Iglesia como institución jerárquicamente organizada

Además de la consideración de la Iglesia como comunión, es útil para el


derecho referirse a ella en cuanto institución. En efecto, institución y comuni-
dad son dos aspectos inseparables de la realidad visible de la Iglesia.
Tratar de la Iglesia como institución implica referirse a tres aspectos bá-
sicos. En primer lugar , la fundación de la)glesia por Jesucristo, que es su ca-
beza. En segundo lugar, la continuidad 6 permanencia temporal de la funda-

6. Communionis natío, n . 7.
7. Cfr. ibid., n. 8.

22
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

ción misma, objetivamente considerada. En tercer lugar, la existencia de una


estructura orgánica al servicio de la misión de la Iglesia en la historia 8 •
La Iglesia recibe de su Fundador no sólo la asistencia y la misión salvífi-
ca que debe realizar en la historia, sino también los medios de salvación y los
poderes necesarios para la misión. Estos poderes derivados de Jesucristo radi-
can primariamente en el romano pontífice y el colegio episcopal. A lo largo de
la historia participan en su ejercicio diversas personas y organizaciones secun-
darias.
Esta dimensión institucional societaria de la Iglesia está claramente ex-
presada en la const. Lumen Gentium del Concilio Vaticano 11,cuando recuerda
que la Iglesia no es sólo comunidad espiritual, sino también «sociedad dotada
de órganos jerárquicos» (n . 8). Cristo se sirve de la Iglesia como «instrumento
de redención universal y la envía a todo el universo como luz del mundo y sal
de la tierra» (n. 9). Por eso Cristo «instituyó (instituit) en su Iglesia diversos
ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo» (n. 18). La divina misión
confiada por Cristo a los Apóstoles «ha de durar hasta el fin del mundo ( ... ).
Por esto los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad je-
rárquicamente organizada( ...). Y así como permanece la función que el Señor
concedió singularmente a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera
transmitida a sus sucesores, así también perdura la función de los Apóstoles de
apacentar la Iglesia, que debe ser ejercida permanentemente por el orden sa-
grado de los Obispos» (n. 20).
La Iglesia posee , por tanto , una estructura determinada en sus caracterís-
ticas más importantes por su propio Fundador, que garantiza su unidad exter-
na y la continuidad de la misión . La institución divina de la Iglesia y de su or-
denamiento jerárquico -que es a la vez colegial y primacial 9 - condiciona los
ulteriores desarrollos de la estructura eclesiástica originaría . En efecto, estos
desarrollos históricos de derecho humano, que son no sólo posibles sino tam-
bién necesarios para que la Iglesia pueda desarrollar su misión de acuerdo con
la diversidad de épocas, lugares y personas, deben ser coherentes y respetuo-
sos con la organización de derecho divino. En particular, puesto que la volun-
tad divina fundacional se extiende también a la determinación de la autoridad ,
la Iglesia no presenta la indiferenciación propia de las sociedades igualitarias,
estructuradas modernamente sobre la base del principio de soberanía popular.
Por ese motivo, la ordenación de la autoridad en la Iglesia no depende de la
voluntad de los fieles en las diversas épocas. Naturalmente, esto no excluye la

8. Cfr. P. LoMBARDÍA , Lecciones de Derecho Canónico, Madrid 1984, pp. 98 ss.


9. Cfr. PB , proemio, n. 2: «(la Iglesia ) fue dotada por el mismo Señor de naturaleza a la
vez colegial y primacial, cuando "instituyó a los Apóstoles a modo de colegio o grupo estable, a
cuya cabeza puso a Pedro , elegido de entre ellos" (LG 19). Aquí se trata principalmente del
modo especial en que los Pastor es de la Iglesia participan del triple oficio de Cristo de enseñar,
santificar y gobernar: y así como los Apóstoles llevaron a cabo ese oficio en unión con Pedro, de
modo semejante los Obispos lo llevan a cabo unidos con el Obispo de Roma».

23
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

corresponsabilidad y participación de los fieles, de acuerdo con su personal


condición, en la misión de la Iglesia e incluso en sus instituciones; porque la
misión de la Iglesia no se atribuye exclusivamente a la autoridad, ni se identi -
fica simplemente con la misión jerárquica (cfr. LG 30,AA2).

2. CONCEPTO DE ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

Una simple descripción de las diversas funciones y sujetos que actúan en


la sociedad eclesiástica permite afirmar en ella la existencia de una organiza-
ción o, si se prefiere, de diversas organizaciones articuladas en tomo a los cen-
tros originarios del poder, que son el papa y los obispos. Esta realidad puede ser
estudiada unitariamente, como de hecho ocurre, por diversas ciencias: la ecle-
siología, la historia, la sociología, etc. ; cada una con su propi a metodología.
Naturalmente puede analizarse también en sus aspectos jurídico-canónicos.
Ese estudio jurídico unitario de la organización de la Iglesia debe evitar
ciertamente el riesgo de abstración y conceptualismo, como si se pretendiera
expresar una estructura indiferenciada que en la realidad se manifiesta, sin em-
bargo, a través de muy diversos entes. Hay que tener en cuenta, por tanto, la
diversidad de las instituciones relacionadas y de los niveles de organización
comunitaria en los que aquellas se insertan.
La variedad de personas, sujetos e instituciones que actúan en la vida de
la Iglesia mueve a que la ciencia del derecho canónico se interrog ue por sus
relaciones recíprocas y el espacio que ocupan en la sociedad eclesiástica. Los
canonistas han ofrecido diversas definiciones de la organización eclesiástica.
En algunas de ellas el concepto equivale al de ordenamiento canónico, enten-
dido como la estructura jurídica de la Iglesia. Tal identificación entre organi-
zación eclesiástica y ordenamiento canónico es, sin embargo, poco útil a cau-
sa de la amplitud del concepto. Por eso es mejor considerar brevemente otras
definiciones más elaborad as y precisas.
Para Hervada la organización eclesiástica es «la ordenación orgánica de
la dimensión oficial y pública de la lglesia» 10• Esta definición hay que enten-
derla en el marco de una original e incisiva teoría jurídica de la organización
de la Iglesia, elaborada principalmente por el autor citado desde la perspectiva
propia del derecho constitucional canónico 11• Esta elaboración doctrinal ha

10. J. HERVADA-P
. LOMBARDlA,El Derecho del Pueblo de Dios , vol. I , Pamplona 1970, p.
330.
11. Cfr. sobre todo ibid., pp. 329-394 y, más rec ientemente, Elementos de Derecho Cons-
titucional Canónico , Pamplona 1987, pp. 178-235. Diversos aspectos y desarrollos de esta doc-
trina en P. LOMBARDÍA, El estudio de la organización eclesiástica, en «Escri tos de Derecho Ca-
nónico», vol. III, Pamplona 1974, pp. 205-237 ; Jo., Lecciones , cit., pp. 98-117; J.A . So uTO,La
noción canónica de oficio, Pamplona 1971; lo., Notas para una interpretación actual del Dere-
cho Canónico, Pamplona 1973, pp. 139-159; ID., Jerarquía personal y organización , en «El pro-
yecto de Ley Fu ndame ntal de la Iglesia. Texto bilingüe y análisis crítico », Pamplona 1971, pp.

24
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

contribuido a la renovación eclesiológica y canónica inspirada por el Concilio


Vaticano 11,cuyas enseñanzas pusieron en crisis determinados planteamientos
básicos del derecho constitucional canónico tradicional. En particular, aquellas
concepciones no basadas en la igualdad constitucional derivada del bautismo,
sino en la primaria y hasta entonces unilateral concepción de la Iglesia como
societas inaequalis, por la distinción esencial producida entre los fieles con el
sacramento del orden, y de la Jerarquía como protagonista exclusiva de la mi-
sión de la Iglesia.
La doctrina de Hervada parte, por el contrario, de la noción de fiel cristia-
no, con sus derechos y deberes fundamentales; ofrece también una profunda
valoración del ordo clericorum como la línea fundamental, aunque no la úni-
ca, de la estructura eclesiástica; subraya al mismo tiempo la distinción entre
las funciones propias de la organización y los ámbitos de libertad en la actua-
ción de los fieles; promueve, finalmente , una concepción de la autoridad como
servicio y la formalización jurídica de la actividad de los oficios eclesiásticos,
con las oportunas garantías para los destinatarios de los actos . Algunos de es-
tos aspectos serán desarrollados en las próximas páginas.
Arrieta, por su parte, concibe el derecho de la organización eclesiástica
como «una parte del derecho administrativo canónico, que tiene como objeto
el estudio de la estructura eclesiástica de gobierno, es decir, de los institutos
que componen en concreto tal estructura, de su vinculación recíproca y de los
instrumentos técnicos que sirven a su sistematización» 12•
Se trata en este caso de una definición formulada desde la ciencia del de-
recho administrativo como sector específico del ordenamiento canónico gene-
ral. Destaca el autor el objeto material de la disciplina: institutos del gobierno
eclesiástico, relacione s recíprocas entre ellos y técnicas de organización inspi-
radoras de esas relaciones.
Tras haber mencionado estas aportaciones doctrinales podemos definir
desde un punto de vista jurídico la organización eclesiástica en sentido amplio
y en sentido estricto. En sentido amplio es la estructuración jurídica de las fun-
ciones públicas en la Iglesia. En sentido estricto, como ciencia, el derecho de
la organización es un sector del ordenamiento canónico que estudia la distri-
bución de las funciones públicas eclesiásticas y particularmente la titularidad
y ejercicio de la función de gobierno .
Para explicar brevemente los términos empleados en estas definiciones se
pueden destacar los siguientes elementos:
-El primer elemento es la existencia de unas funciones públicas. El de-
recho considera estas funciones como un dato previo, expresivo de las diver-

160-164 ; J. HERV ADA- P. LOMBARDÍA-J.A. SO UTO, Sugerencias para la revisión del proyecto,
ibid., pp . 216 SS.
12. J.I. ARRIETA, Organizzazione Ecclesiastica. Lezioni di Parte Generale, Roma 1991-
1992, pp. 10 y 11. Mayores desarrollos de esta noción en In. , Diritto dell'Organizzazione eccle-
siastica, Milano, 1997, pp. 17-19.

25
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

sas actividades que incluye la misión salvífica de la Iglesia. Entre esas funcio -
nes el derecho de la organización valora especialmente la función de gobierno.
-En segundo lugar, el derecho divino y humano distribuye la titularidad
de aquellas funciones entre diversos sujetos, al tiempo que ordena su ejercicio.
Como instrumento canónico especial para la distribución ordenada de funcio-
nes destaca el oficio eclesiástico (cfr. el c. 145 § 1 del CIC).
-En tercer lugar, como consecuencia de la distribución ordenada de las
funciones públicas eclesiásticas se establecen diversas relaciones jurídicas en-
tre los sujetos y entidades constituidas, con derechos y deberes recíprocos.
Esas relaciones se articulan sobre la base de normas y principios de organiza-
ción.
En resumen, el derecho de la organización comprende: a) la función de
gobierno en el marco general de las funciones públicas eclesiásticas; b) las
instituciones al servicio del gobierno (oficios, colegios , circunscripciones); c)
las normas y principios que regulan los sujetos de la organización e inspiran
sus relaciones (provisión y pérdida de los oficios , relaciones mutuas, niveles
de organización, ámbitos y condiciones de actividad , etc .).

3. LAS FUNCIONES PÚBLICAS

El derecho de la organización eclesiástica supone una distribución orde-


nada de funciones públicas. Resultan necesarias, por tanto, algunas observa-
ciones sobre el significado general de las funciones públicas en la Iglesia.
Entendemos por función pública o, mejor , por funciones públicas en plu-
ral, el conjunto de actividades encomendadas particularmente a las autorida-
des eclesiásticas que son necesarias para que la Iglesia, considerada como ins-
titución, pueda cumplir su misión en la historia .
No todas las actividades que se desarrollan en la Iglesia pueden ser califi-
cadas como funciones públicas, sino solamente aquellas que, además de pre-
sentar una relevancia externa , social, son encomendadas particularmente a la
Jerarquía para el servicio de los intereses y necesidades generales del Pueblo de
Dios. Por tanto, no son actividades meramente personales o privadas, sino pro-
piamente oficiales o institucionales. Se relacionan siempre con la misión gene-
ral de la Iglesia de continuar y transmitir el Evangelio en el tiempo, al servicio
de la unidad y de la evangelización. Por eso, se ejercen en nombre de la Iglesia.
A partir sobre todo de la celebración del Concilio Vaticano II se ha difun-
dido la clasificación de las funciones públicas eclesiásticas inspirada en la
doctrina de los tria munera Christi et Ecclesiae: la función de enseñar (munus
docendi), de santificar (munus sanctificandi) y de gobernar (munus regendi).
Esta clasificación inspira parcialmente la sistemática del CIC de 1983 13 •

13. Vid. Libs. III («De Ecclesiae munere docendi») y IV ( «De Ecclesiae munere sanctifi-
candi» ).

26
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

La clasificación de los tria munera no refleja de manera exhaustiva la


obra de Cristo y de la Iglesia 14 • Sin embargo, es una clasificación útil para ex-
plicar especialmente las actividades que ejercen las autoridades eclesiásticas,
los pastores de la Iglesia. Cabe destacar en este sentido que aquella clasifica-
ción inspira la descripción de la función pastoral de los obispos en los docu-
mentos del Concilio Vaticano 1115 •
Lafunción de santificar se expresa especialmente a través de la sagrada
liturgia que incluye a su vez el culto público, ofrecido a Dios «en nombre de la
Iglesia por las personas legítimamente designada s y mediante aquellos actos
aprobados por la autoridad de la Iglesia» (c. 834 § 2). Las acciones litúrgicas,
y particularmente la confección y administración de los sacramentos, «no son
acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia» (c. 837 § 1; cfr. SC
26).
La función de enseñar es propia también de la sociedad eclesiástica, por-
que Cristo le encomendó el depó sito de la fe para custodiar, profundizar y
anunciar fielmente la verdad revelada, mediante la predicación pública del
Evangelio y la enseñanza del Magisterio (cfr. DV 10; c. 747 § 1).
La función de regir o gobernar expresa la dirección de la vida social de
la Iglesia y de sus miembros , tanto en el nivel universal , como también en el
ámbito de las diversas Iglesias particulares. Tiene diversas manifestaciones:
desde la exhortación y el ejemplo hasta el mandato imperativo expresado en
virtud de la potestad de régimen o jurisdicción (cfr. LG 27; c. 129).
Todas estas actividades son funcione s públicas actuadas en nombre de
Cristo y de la Iglesia; son permanentes e institucionales, más allá de la suce-
sión histórica de las personas. Por eso su titularidad y ejercicio no es indife-
renciado, sino que se articula a partir de la diversidad personal característica
de la estructura jerárquica de la Iglesia . En este sentido, si bien todos los fieles
participan según su condición en los munera docendi, sanctificandi y
regendi 16 , estas funcione s son específicamente munera jerárquicos, atribuidos
por Cristo a la Jerarquía para ejercerlos en su nombre en la sociedad eclesiás-
tica. La articulación unitaria de los munera jerárquicos se designa en el Conci-
lio Vaticano U como sacra potestas 11 •
Las actividades propias de los tria munera presentan una indudable rele-
vancia jurídica, sobre todo si se consideran los vínculos y relaciones jurídicas
entre los titulares y los destinatarios de las funciones públicas, con los corres -

14. Cfr. K. MóRSD ORF, Über die Zuordmm g des Kollegialitiitsprinzip zu dem Prinzip der
Einheit von Haupt und Leib in der hierarchischen Struk tur der Kirchenve,fassun g, en AA .VV.,
«Wahrheit und Verkündigung . Michael Schmaus zum 70. Geburtstag », Paderborn -München-
Wien 1967, p. 1441.
15. Cfr.LG21 ,2 4-27;CD 11- 18.
16. Cfr. concretamen te para los laico s, ce. 229 § 3, 230 § 3, 759, 766 (munus docendi); ce.
230, 517 § 2, 835 § 4, 1112 (munus sanctificandi); 129 § 2, 1421 § 2 (munus regendi).
17. Cfr. LO 1O, 18, 21.

27
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

pondientes derechos y deberes. En nuestro caso interesa sobre todo la organi-


zación de esas funciones. De manera muy general puede observarse que el
ejercicio de los tria munera comporta la agrupación de los fieles en tomo a los
centros de la palabra, de los sacramentos y del gobierno, para constituir diver-
sas comunidades organizadas por el derecho (diócesis, parroquias, etc.), donde
los pastores ejercen la cura de almas o función pastoral. También puede com-
probarse la relevancia estructural de los tria munera al considerarlos singular-
mente. Así, el munus sanctificandi no sólo se manifiesta socialmente a través
de las funciones litúrgicas de los ministros sagrados, sino que implica también
una cierta organización transpersonal, por lo menos en cuanto que su ejercicio
estable lleva a la constitución de universitates rerum (cfr. c. 115) y lugares de
culto: iglesias, oratorios , santuarios, etc .18• Más claro es el caso de la organiza-
ción del munus docendi a través de diversos entes, en particular los vinculados
con la educación católica: escuelas católicas (cfr. c. 803), universidades católi-
cas (cfr. ce. 807 ss.), universidades y facultades eclesiásticas (cfr. ce. 815 ss.).
Finalmente, la particular relevancia institucional del munus regendi (constitu -
ción de oficios y colegios en las diversas circunscripciones eclesiásticas) acon-
seja una valoración más detallada que ofreceremos en los próximos capítulos.
Además de la referencia a la distribución de funciones públicas a partir
de la doctrina de los tria munera, caben lógicamente otras clasificaciones de
las funciones de la organización eclesiástica, según diversos criterios formales
o materiales 19•

4. LA TRANSMISIÓN DE LAS FUNCIONES PÚBLICAS

A. Sacramento del orden y misión canónica

Con carácter general pueden señalarse dos instrumentos para la transmi -


sión de las funciones públicas en la Iglesia . En primer lugar, el sacramento del
orden; en segundo lugar, la misión canónica.
Como ya hemos recordado, el sacramento del orden, además de su efica-
cia ontológica en la persona del ordenado (la gracia, el carácter sacramental),
atribuye una misión que el sujeto está llamado a desarrollar en la sociedad

18. Cfr. Lib. IV, Parte Ill, tit. l del CIC: «De los lugares sagrados».
19. Hervada clasifica las funciones de la organización eclesiástica refiriéndo se en primer
lugar a la cura de almas o funci6n pastoral, que abarcaría las actividades de los tria munera y, en
general, todas aquellas actividades que tienden a la formación y santificación de lo s fieles. En se·
gundo lugar enumera el autor la custodia y defensa de la doctrina católica en todo lo relativo a la
fe y a las costumbres. Por último, la funci ón de ordenar la vida social de la lg)e sia . Como crite-
rios clasificatorios de las referidas funcione s distingue Hervada entre servidos (administración
de los sacramentos , predicación, etc .), poderes,facultades de gesti6n y func(ón de fomento: Cfr.
J. HERVADA, Elementos, cit., p. 234 .

28
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

eclesiástica. El orden sagrado destina al fiel que lo recibe al ejercicio de las


funciones de enseñar, santificar y regir en el grado correspondiente (episcopa-
do , presbiterado o diaconado). En efecto, «pertenece a la sustancia del sacra-
mento del orden la cristoconformación y , con ella, la potestad de orden, la
agregación al ordo de que se trate (episcopal, presbiteral o diaconal), así como
la destinación genérica a los ministerios y oficios propios del ordo 20 •
Por su parte, la misión canónica consiste en un acto jurídico de la autori -
dad por el que, de acuerdo con las normas establecidas, se confiere un oficio o
se transmiten funciones y encargos con independencia del oficio (en este últi-
mo caso se trata del instrumento de la delegación, que puede considerarse
también una manifestación de la misión canónica) 21 •
La existencia de esta doble vía de transmisión de funciones públicas en la
Iglesia (sacramento del orden y misión canónica) plantea diversas cuestiones,
sobre todo las relativas a su debida articulación y relación en los ministerios
específicos del orden sagrado. Algunas de estas cuestiones revisten una nota-
ble complejidad, al estar implicados en ellas diversos aspectos teológicos, ju-
rídicos e incluso históricos, ya que primitivamente el sacramento del orden y
la misión canónica se unían en un único acto, de manera que el clérigo se or-
denaba para un oficio concreto que le era otorgado por la imposición de las
manos; posteriormente se distinguieron -y así ocurre actualmente - el mo-
mento sacramental y el acto específico de provisión del oficio. Sobre aquellas
cuestiones los autores han ofrecido respuestas diversas, a las que aludiremos
brevemente al tratar de la participación en la potestad de régimen 22 •

B . El desarrollo histórico de la organización eclesiástica

La incidencia del sacramento del orden y de la misión canónica de la au-


toridad - tanto si se consideran aislada como conjuntamente- produce una
distribución de funciones públicas y un desarrollo de la organización eclesiás-
tica en la historia. Ya el sacramento del orden destina por sí mismo a unas fun-
ciones específicas en la sociedad eclesiástica y otorga una misión según el gra-
do recibido. Lo mismo ocurre con la misión canónica, que produce de suyo
una diversificación de oficios , con independencia de que requieran o no el or-
den sagrado en sus titulares. Pero , consideradas conjuntamente, se deduce
también que la misión canónica establece una distribución de funciones dentro
del grado al que se pertenece por el sacramento del orden. Así , todos los obis-
pos participan de las características propias del sacramento del episcopado, y

20. !bid ., p. 203.


21. Cfr., por lo que se refiere a la transmisión de la potestad de régimen, la previsión ge-
neral de la misión canónica en el c. 131 § l.
22. Para una respuesta general a tales problemas , cfr. J. HERVADA , Elementos, cit., pp.
199-220.

29
r
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

están sacramentalmente incorporados al ordo episcoporum en cuanto unidad


orgánica y no simple conjunto de personas; pero la misión canónica produce
dentro del ordo una diversificación funcional , de manera que en la organiza-
ción eclesiástica no existe una sola figura de obispo , sino diversos oficios
episcopales con características específicas: obispo diocesano, obispo coadju-
tor, arzobispo metropolitano, obispos con funciones interdiocesanas , etc. 23.
Algo análogo puede predicarse del presbiterado: también aquí se distinguen la
posición sacramentalmente común a todos los presbf teros, su incorporación a
través de la incardinación (cfr. ce. 265 ss.) a un presbiterio particular presidido
por el obispo, y los concretos oficios presbiterales (arcipreste , párroco, cape-
llán , etc.) atribuidos por la misión canónica .
Por tanto, en el nivel propio del sacramento del orden se manifiesta una
diversidad funcional, a partir del dinamismo propio de los ordines episcopo-
rum, presbyterorum et diaconorum . En el nivel de la misión canónica la diver-
sidad se expresa a través de los oficios constituidos y provistos de titular a tra-
vés de la intervención de la autoridad . Dentro de la organización jerárquica de
la Iglesia el sacramento del orden y la misión canónica producen así un des-
arrollo de la estructura originaria de gobierno, constituida por el romano pon-
tífice y el colegio episcopal para toda la Iglesia, y por los obispos al frente de
las Iglesias particulares. En función de las necesidades de cada época histórica
y respetando siempre la estructura de derecho divino , la Iglesia - a través de
la autoridad competente en cada caso- instituye nuevos oficios y estructuras
pastorales .
La Comisión Teológica Internacional alude implícitamente al desarrollo
histórico de la organización eclesiá stica cuando distingue entre la estructura
esencial de la Iglesia y su organización: «la estructura esencial comprende
todo aquello que en la Iglesia deriva de su institución divina (iure divino), me-
diante la fundación realizada por Cristo y el don del Espíritu Santo. Si bien no
puede dejar de ser única y destinada a durar siempre, esta estructura esencial y
permanente reviste siempre una figura concreta y una organización (iure ec-
clesiastico), constituida por elementos contingentes y mutables, tanto históri-
cos y culturales, como también geográficos y políticos . Por esto la figura con-
creta de la Iglesia está sujeta a cambios; en ella se manifiestan diferencias
legítimas e incluso necesarias. La diversidad de las instituciones remite, sin
embargo, a la unidad de la estructura . La distinción entre la estructura esencial
y la forma concreta (organización) no significa una separación. La estructura
esencial de la Iglesia está siempre implicada en una forma concreta , sin la cual
no puede subsistir» 24 •

23. Se pued e comparar p. ej. el c. 375, dentro del epígrafe titulado «De los obispo s en ge-
neral », con el contenido del c. 376: «Se llaman diocesanos los obispos a los que se ha encomen-
dado el cuidado de una diócesis; los demás se denominan titulares».
24. COMMISSIO THEOLOGIC A I NTERNAT!ONAL!S, Themata selecta de Eccle siologia occasio-
ne XX anniversarii conclusionis Concilii Oeocumenici Vaticani ll ( 1984), en «Documenta/Docu-

30
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

5. ÜRGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA Y ORGANIZACIÓN JERÁRQUICA

El término Jerarquía empleado como sustantivo encierra tres significa-


dos. En sentido amplio señala aquellos fieles que han recibido el sacramento
del orden en alguno de sus tres grados: diáconos , presbíteros y obispos. Ya he-
mos explicado que la Iglesia es comunión jerárquica, a causa de la diversidad
que en el conjunto de los bautizados produce el sacramento del orden. En sen-
tido estricto se añade el elemento de la potestad: estrictamente formarían parte
de la Jerarquía los clérigos o ministros sagrados que ejercen de algún modo la
potestad en la Iglesia y señaladamente la potestad de gobierno. Finalmente ,
hay un sentido estrictísimo de Jerarquía que alude solamente al papa y los
obispos como titulares originarios de la pote stad capital en la Iglesia, siempre
en nombre de Jesucristo.
La Iglesia se manifiesta externamente, por tanto, como sociedad organi-
zada con oficios jerárquicos. A la Jerarquía se atribuyen por disposición divi-
na diversas funciones que garantizan la unidad externa del Pueblo de Dios y
sirven a la misión recibida de su Fundador. Es la Jerarquía , y no el conjunto
indiferenciado de los fieles, quien desempeña en nombre de Cristo, la sagrada
potestad de régimen, magisterio y santificación, empleando la terminología
tradicional .
La concepción eclesiológica y canónica anterior al Concilio Vaticano II
con frecuencia valoraba unilateralmente la Jerarquía como un conjunto de per-
sonas titulares del orden sagrado y de la potestad pública, quedando en la pe-
numbra otros aspectos relativos a la participación de los fieles en la misión de
la Iglesia, los oficios no jerárquicos y las mismas comunidades organizadas
por el derecho 25 • En aquella concepción de la Jerarquía el acento recaía no tan-
to en las funciones y su ordenación jurídica, cuanto más bien en la diversidad
personal causada por el sacramento del orden. De ahí se pasaba frecuentemen -
te a la identificación entre funciones de la organización y funciones clericales,
es decir, propias de los ordenados como personas. Es lo que a veces se ha de-
nominado visión personali sta o estamental de la organización eclesiástica. Un
ejemplo de la doctrina referida se encuentra en la distribución de materias con-
tenidas en el libro II del CIC de 1917: bajo el título «De las personas», el Có-
digo trataba ante todo de los clérigos en general y en particular. Las normas re-
feridas a los clérigos «in specie» no regulaban directamente los oficios y las
comunidades, sino las personas constituidas en Jerarquía por derecho divino y
humano .
Esta concepción, que aquí solo puede ser descrita de manera muy gene-
ral, ha sido justamente criticada por insuficiente. La legislación canónica vi-

menti (1969-1985)», Vaticano 1988, pp. 504-506 . Es nuestra la traducció n del original latino , al
igual que las demás traducciones que recogemos en estas páginas.
25. Cfr. C. CARDJA , Il governo della Chiesa, Bologna 1984, pp. 15 ss.

31
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLE SIA

gente es tributaria de la eclesiología del Concilio Vaticano II. El Concilio, a la


vez que subraya la misión de la Jerarquía en el Pueblo de Dios (cfr. LG 18 ss.),
no deja de proclamar simultáneamente la igualdad fundamental entre todos los
fieles en la Iglesia en cuanto a la dignidad y acción común (cfr. LG 32); esta
igualdad se fundamenta en el bautismo. Por otra parte, enseña el Concilio que
la misión de la Iglesia no debe identificarse solamente con la misión de la Je-
rarquía, ya que todos los fieles están llamados por el bautismo a cooperar en la
misión común, según sus carismas y condiciones (LG 30,AA2).
Según la visión tradicional , de orientación jerarcológica o estamental, la
Iglesia sería ante todo una sociedad desigual, jerárquicamente organizada por
la distinción entre el estado clerical y el estado laical. La diversidad producida
en la sociedad eclesiástica por el sacramento del orden sería el pre supuesto
para cualquier otra consideración. Sin embargo, tanto el magi sterio como la
legislación canónica vigente marcan una perspectiva diferente. Ciertamente el
elemento jerárquico está basado en el derecho divino y es fundamental, pero
no porque la Iglesia sea una sociedad desigual estructurada por la distinción
entre clérigos y laicos, sino porque es una comunión de fieles, iguales por la
común recepción del bautismo, a cuyo servicio se encuentra la sagrada Jerar-
quía . Por consiguiente, la presentación del elemento jerárquico debe ser com-
patible con la consideración de la Iglesia como una verdadera comunión de los
discípulos de Cristo, en la que se da una igualdad fundamental basada en el
bauti smo y una diversidad jerárquica derivada del sacramento del orden. En
este sentido la Jerarquía existe en la Iglesia , en el interior de la comunión de
los fieles y a su servicio , no sobre ella ni evidentemente al margen de ella.
Cabe recordar aquí el célebre cambio sistemático de los capítulos 2 y 3 de la
const. Lumen gentium, cuando en la preparación de este documento del Conci-
lio Vaticano II fue aprobado que al capítulo sobre el misterio de la Iglesia le si-
guiera el dedicado al Pueblo de Dios y no el dedicado a su constitución jerár-
quica, como se había proyectado durante los trabajos preparatorios.
Las enseñanzas del Concilio Vaticano II han puesto en crisis la concep-
ción de la organización eclesiástica ba sada exclusivamente en el sacramento
del orden, sin atender de manera suficiente a las virtualidades de la igualdad
bautismal. Al mismo tiempo, aquellas enseñanzas han tenido eco en el derecho
universal vigente, de manera que ha podido hablar se del fiel bautizado como
«nuevo protagonista» de la legislación canónica 26 • Como es lógico, esta afir-
mación no hay que entenderla en un sentido reivindicativo frente a las supues-
tas prerrogativas anteriores de la Jerarquía, porque el elemento jerárquico es
parte esencial de la constitución divina de la Iglesia. Lo que quiere decirse, en
cambio, es que el concepto de organización eclesiástica es más amplio que el
de organización jerárquica, al menos si éste se entiende en el sentido de los

\
26. Cfr. E. CoRECCO, f laici nel nuovo Codice di Diritto Canonico , en «La Scuola Cattoli-
ca» , 112(1984) , p.200.

32
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

oficios dotados de potestad pública y atribuidos a los receptores del orden sa-
grado. Por lo demás, basta un breve repaso de la legislación para concluir que
las posibilidades de participación del fiel no ordenado en las instituciones de
la Iglesia son actualmente mucho mayores que en épocas pasadas 27 , aunque
naturalmente las funciones públicas de capitalidad sigan reservadas a la Jerar-
quía y se regulen diversos órganos de composición exclusivamente jerárquica.

6. LA RELACIÓN DEL FIEL CON LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

Cuando se trata de la relación del fiel con la organización eclesiástica


conviene distinguir entre la posición pública que le corresponde en cuanto
miembro de la sociedad eclesiástica y su relación específica con los oficios y
entidades que la estructuran externamente . El fiel está vinculado con los pas-
tores sagrados en lo que se refiere al culto, magisterio y gobierno que ellos
ejercen. Son vínculos que afectan a todo fiel en virtud de la comunión jerár-
quica y que lo sitúan en una posición pasiva, en cuanto destinatario de esas
grandes funciones que en la Iglesia ejerce la Jerarquía por mandato de Cristo.
Pero al mismo tiempo el fiel recibe a través del bautismo una llamada a
ser protagonista y colaborador en la misión apostólica. Es lo que suele expre-
sarse bajo la denominación de «principio de corresponsabilidad y partici-
pación» de todos los fieles en la misión de la Iglesia por los sacramentos del
bautismo y de la confirmación. Sin embargo, este principio no se aplica inme-
diatamente a la relación del fiel con los oficios y entidades constituidas. En
efecto, la titularidad y el ejercicio de las funciones públicas en la Iglesia de-
penden , instrumentalmente del sacramento del orden y de la misión canónica,
como ya hemos estudiado. Por tanto, es siempre necesaria la intervención de
la autoridad , y no cabe invocar una titularidad originaria de las funciones pú-
blicas con independencia de los requisitos de selección y nombramiento pre-
vistos por el derecho , como si se tratara de funciones personales naturalmente
vinculadas con el bautismo.
La legislación universal vigente establece diversos deberes que todos los
fieles deben cumplir en la comunión eclesiástica 28 • Junto a estos deberes el or-
denamiento canónico reconoce también diversos derechos y capacidades de los
fieles que son relevantes en la esfera pública. Resumidamente, estos derechos
y capacidades estructuralmente relevantes se reconocen en cuatro ámbitos fun-
damentales: a) derechos de los fieles que exigen una adecuada ordenación¡ de
los oficios eclesiásticos para ser efectivos29;b) capacidades de colaboración es-
table en tareas propias de los munera docendi, sanctificandi y regendi 30 ; c) ap-

27. Vid. p.ej. los ce. citados en las notas 30 y 31 de este capítulo.
28. Cfr. ce. 209 § § 1 y 2, 212 § 1, 222 § 1, 223 § l.
29. Cfr. especialmente los ce. 213 y 214.
30. Cfr. ce. 229 § 3, 230 § 3, 766; 230, 517 § 2; 1112; 129 § 2, 1421 § 2.

33
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

titud para la titularidad de oficios y encargos, de acuerdo con las condiciones


establecidas por el derecho (cfr. c. 228); d) reconocimiento de la posible parti-
cipación de fieles de diversa condición en los varios colegios de la organiza-
ción eclesiástica, particularmente en el ámbito diocesano y parroquiaP 1 •

7. LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA COMO SERVICIO A LOS FIELES

A. Consideraciones generales

El conjunto de instituciones que constituyen su organización pública ga-


rantiza, con la asistencia divina, la permanencia y continuidad de la Iglesia en
el tiempo . La existencia de una organización sirve objetivamente a la unidad
del Pueblo de Dios y permite la coordinación de las actividades dirigidas al
bien común . Con la articulación jurídica de las distintas funciones públicas se
establece un orden externo, necesario para la satisfacción de las necesidades
espirituales de los fieles y para anunciar y extender también a todas las gentes
el mensaje cristiano.
Este significado general de la organización eclesiástica es particularmen-
te relevante cuando se aplica a la Jerarquía, en cuanto elemento central de la
organización eclesiástica. En un texto del Concilio Vaticano 11, ya citado, se
alude a la tarea propia de los miembros de la Jerarquía respecto de los demás
fieles: su misión consiste en «apacentar a los fieles y reconocer sus ministerios
y carismas, de tal manera que todos cooperen a su modo en la obra común »
(LG 30). En resumen, la misión jerárquica consiste en un servicio a los fieles:
apacentados y recibirlos en sus variadas condiciones, robustecer en ellos, con
el auxilio de la gracia divina, los vínculos de la comunión de fe, de sacramen-
tos, de régimen, para que de acuerdo con su personal vocación trasmitan a los
demás hombres la redención obrada por Cristo y alcancen la gloria eterna.
La concepción de la misión jerárquica como un servicio explica particu-
larmente la naturaleza del gobierno eclesiástico e inspira su ejercicio. Es éste
un aspecto frecuentemente expresado en los textos del Concilio Vaticano 1132 •
En este sentido, Juan Pablo II pudo destacar en la promulgación del CIC de
1983 la doctrina de «la autoridad jerárquica como un servicio » entre los ele-
mentos que manifiestan propiamente la imagen de la Iglesia según el Vaticano
1133.Si la «autoridad krár._q~ se presenta como servicio y es a la vez ele-
mento centra l en la estructura de gobierno de la Iglesia, se puede afirmar que
toda la organización eclesiástica participa también de aquella dimensión fun-
damental. Considerada globalmente la organización eclesiástica puede descri-

31. Cfr. ce. 443, 463, 492, 512, 536 , 537 .


32. Cfr. LG 18, 20, 24, 28 , 30; CD 16, 30; PO 3, 4, 9.
\
33 . Cfr. const. ap. Sacrae Disciplinae Leges, en AAS, 75 (1983), Pars 11, XII.

34
,- - -

LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

birse, también en sentido jurídico y no sólo litúrgico o pastoral, como un con-


junto ordenado de servicios o ministerios estables al servicio de los fieles.
Esta consideración tiene consecuencias en el ámbito individual, en cuanto
que reclama una actitud moral de los pastores, llamados a desempeñar los car-
gos con espíritu de servicio. Pero también tiene significativas consecuencias
sociales y canónicas, a pesar de su aparente ductilidad. Entre otras consecuen-
cias de la consideración «ministerial>>de la organización eclesiástica pueden
señalarse, con carácter general, el sentido funcional de los poderes y activida-
des organizadas y también el principio de legalidad en la actividad pública.

B. El sentido funcional de los poderes y actividades organizadas

El cumplimiento de los requisitos objetivos establecidos por el derecho


para la provisión de oficios o cargos eclesiásticos establece una específica po-
sición jurídica del titular en relación con el cargo mismo, la estructura general
de gobierno y los fieles destinatarios de las actividades correspondientes. Así,
los derechos y deberes del titular del ofici~~e justifican ep función de las tare-
~__guedeben desarrollarse e~:!~:.?!gamzi~ió~ .eclesiástica. Es lo que unitaria-
mente se denomina «poder-función>>,es decir, una obligación objetiva de se.r-
'QEiOa los f~es --~_!!_ay_§~ _~~!~g.2.._qu_e_~~..el~. En este sentido observa
Hervada que «sí la organización eclesiástica es una estructura de servicio sig-
nifica esto que la posición jurídica fundamental en la que se encuentra dentro
del contexto del Pueblo de Dios, y en concreto, de la sociedad eclesiástica, es
la de un deber de servicio, esto es, unafunción institucional en razón de las
necesidades del Pueblo de Dios y de la humanidad. De ahí que los derechos y
poderes que le son atribuidos tengan el carácter de derechos-función o pode-
res-función, dimanantes de la misión de servicio» 34 •
Esta consideración funcional de los oficios y de la entera organización
eclesiástica es compatible naturalmente con el fundamento sacramental y la
dimensión personal de la sacra potestas. Lo que quiere ponerse de relieve es
que las funciones de interés general vinculadas con los oficios eclesiásticos no
deben ser consideradas como simples ámbitos subjetivos de libre disposición
por sus titulares , ni tampoco como «dignidades» personales (los nombramien-
tos están, o deberían estar, vinculados con funciones concretas). Son las obli-
aciones propias del c~ri~}~_s_g__~~ i~Qfi _c.fil}J
Q.S..
d~ech9..~.)'.
S ?.Pl~l~~.~-es de ~-g
titular, y no a a 1ñversa. Este planteamiento es especialmente relevante en los
oficios con cura de almas, a causa de su particular proximidad con la salus
animarum. Pero tiene al mismo tiempo un significado general, también cuan-
do se aplica a las relaciones entre diversos oficios, inspiradas básicamente por
el criterio de coordinación de instancias al servicio de una misión común y no

34. J. HERVADA, Elementos , cit., p. 229 .

35
ORGANI?ACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

en la reivindicación particularista del poder concebido como objeto de dispo-


sición personal.
Además, l.1:misma constitución de oficios y _de_otrasjnstituciones -públi-
cas se jusüfiG~_porJas necesidades de la Igles ia en cada momento histórico,
r~spetand_o siempre la estructura de der~cho _divino. Salvad~ -~ exigencia fun-
damental de la titularidad y ejerci~frú1._~Jasíu.ncio .11esatribu1das...al.p~ea y_a k>s
obispos, el prindp10 _~-~ne!~l-~~jnspi:m~te _stablecimi~ntQ.de lQs_ent~~-
siásticos es el servicio a los fieles, su mtlor a.sistenc;.iª-Qast.9
_rn.Lla d~l:>ig.-ª
aten-
cf.§:<J:es'.{í
}_~I(~.iªfi~ fi.~ .fü{u~_!~s-~!1~~-d <t_
~p.oca. Resumidamente se podría
señalar que es la orgamzación eclesiás_tj~ªJa __ que,.de.acuerd.o_c_onJa§_QQfilhili-
da_desreales, de~ ada__ptarse a las necesidad~los fieles __yQQ_ªja.im(ersa.

C. El principio de legalidad en la actividad pública

Por tratarse de actividades de interés general, las funciones pública s recla-


man objetivamente un uso recto. Esto tiene consecuencias para sus titulares:
desde la necesidad de una adecuada formación convenientemente actualizada
y facilitada por la administración eclesiástica, hasta el autocontrol para respe-
tar siempre los ámbitos de libertad de los fieles. Pero el recto ejercicio de las
funciones públicas reclama también la garantía del derecho, y particularmente
el sometimiento de aquel ejercicio a lo dispue sto en las normas canónicas; es
decir, la vigencia del principio de legalidad entendido en sentido amplio.
En este sentido el principio de legalidad actuaría no tanto como límite
externo al ejercicio del poder eclesiástico, sino más bien al servicio de una
función natural de garantía. Garantía para los fieles destinatarios del gobierno:
arbitrando cauces para su ejercicio ordenado, distribuyendo las diversas com-
petencias de forma clara, promoviendo las necesarias consultas previas a las
decisiones, estableciendo medios de tutela frente a la posible arbitrariedad.
Garantía también para los mismos gobernantes, porque, como observa He-
rranz, la mejor apología y defensa que se puede hacer de la potestad eclesiás-
tica consiste precisamente en asegurar a los pastores el mayor grado posible de
legalidad y justicia en el ejercicio de su ministerio 35 •
Es bueno advertir que no debe oponerse el derecho a la pastoral, ya que
precisamente la recta aplicación del derecho es instrumento de acción pastoral
rectamente entendida. Para ser buen pastor en la Iglesia se debe contar con el
derecho; o, dicho de otra manera, sin tener en cuenta ni aplicar prudentemente
el derecho no hay verdadera acción pastoral que edifique la comunión ecle-
siástica. En este sentido el Directorio sobre los obispos de 2004 señala que «el

35. Cfr. J. HERRANZ , La. giustizia amministrativa nella Chiesa: dal Concili0 Vaticano lI al
Codice de 1983 , en VV.AA., «La giustizia amministrativa nella Chiesa» , Citta del Vaticano
1991,p.3 0.

36
LA ORGANIZACIÓ N ECLESIÁSTICA

respeto de los derechos de todos en la Iglesia exige la sumisión de todos, in-


cluso de él mismo [del obispo], a las leyes canónicas. En efecto, los fieles tie-
nen derecho a ser guiados teniendo presentes los derechos fundamentales de la
persona, los derechos de los fieles y la disciplina común de la Iglesia , con la
tutela del bien común y el de cada uno de los bautizados. Tal ejemplo del obis-
po llevará a que los fieles asuman mejor los deberes de cada uno con respecto
a los demás y a la misma Iglesia. El obispo evitará gobernar a partir de visio-
nes y esquemas personalistas de la realidad eclesial» (AS , n. 62).
Se entiende así que el principio de legalidad no sea una importación for-
zada del derecho estatal sino algo connatural al buen gobierno de cualquier co-
munidad mayor. Supone la capacidad de exigir los deberes, pero también de
reconocer delicadamente los derechos y libertades ajenos.
En el ordenamiento canónico vigente existen diversos instrumentos al
servicio de esta finalidad general. Entre ellos destacan el principio de distin-
ción de poderes (c. 135 § l); la jerarquía de normas canónicas (c. 135 § 2); la
regulación del ejercicio de la potestad de régimen en sus diversas manifesta-
ciones (c. 130 ss.); diversos controles administrativos (consultas, licencias,
aprobaciones, etc.) sobre la actividad de los órganos; y finalmente los recursos
establecidos para verificar concretamente la legalidad y justicia de la actividad
administrativa y resolver los conflictos intersubjetivos .
Estos instrumentos son garantías objetivas admitidas por el derecho, que ,
entre otras finalidades, permiten no confundir la solución justa con la voluntad
personal del titular del oficio eclesiástico correspondiente; ya que, como es
evidente , pueden no coincidir. En este sentido aquellas manifestaciones del
principio de legalidad const ituyen también garantías para el servicio de los
destinatarios de los actos. Conviene advertir que no son meros desiderata o
postulados teórico s, sino elementos de la legislación universal vigente, sin
perjuicio de que puedan y deban desarrollarse más en el futuro.

8. EL ESTUDIO CANÓNICO DE LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

El estudio canónico de los entes eclesiásticos se ha incluido clásicamente


en los tratados de sacra hierarchia y de ecclesiasticis officiis . Actualmente el
planteamiento es diverso . Por una parte , el estudio de la organización eclesiás-
tica debe ser más amplio que la sola referencia a la organización jerárquica
(recordemos la no identificación entre ambos concepto s). Por otra parte, la te-
oría del oficio eclesiástico se refiere efectivamente a una institución central en
nuestra materia que no es, sin embargo, el único instrumento canónico para la
distribución de las funciones públicas.
La consideración específica y unitaria de la organización eclesiástica va
afirmándose en la ciencia canónica a medida que se consolida la distinción de
sectores o ramas en el ordenamiento jurídico de la Iglesia. En efecto, material -
mente el estudio de la organización eclesiástica corresponde a diversos secta-
37
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

res del ordenamiento canónico: concretamente, al derecho constitucional, al


derecho administrativo , incluso al derecho procesal en la materia de los órga-
nos vinculados con el ejercicio de la potestas iudicialis. Formalmente, en
cambio, la valoración específica de las estructuras eclesiales toma en conside-
ración la distribución de las funciones públicas establecida por el derecho vi-
gente . Cabe destacar aquí la particular relevancia estructural de la función de
gobierno. La existencia de diversas instituciones jurídicas al servicio de esa
función directora del Pueblo de Dios (oficios, colegi,os, circun scripciones), así
como de normas y principios que regulan o inspiran sus relaciones,justifica su
estudio unitario.
Bajo esta perspectiva formal, el estudio de la organización eclesiástica
vigente se encuentra estrechamente relacionado con dos sectores del derecho
público de la Iglesia: el derecho constitucional y el derecho administrativo . El
derecho constitucional canónico valora también la organización del gobierno
en la Iglesia , en cuanto que constituye un aspecto de su estructura jurídica fun-
damental; pero lo hace en sus aspectos prevalentes o fundamentales, sin dete-
nerse en el régimen jurídico detallado de los diversos entes eclesiásticos, pri-
marios (p. ej ., la diócesis , el oficio capital diocesano) y secundarios (p. ej., la
parroquia , el oficio parroquia1)36 •
Respecto al derecho administrativo, la conexión es tan intensa que se po-
dría considerar el estudio de la organización pública de la Iglesia como una
mera subdivisión funcional de la ciencia administrativa canónica. Hay que ad-
vertir , con todo , que nuestra disciplina no se limita al estudio de la organiza-
ción de la potestad ejecutiva, porque al no existir en la Iglesia una verdadera
separación de poderes (aunque sí una distinción real en su ejercicio), no hay
tampoco organizaciones separadas e independientes al estilo de los sistemas
estatales. Por lo demás, el amplio contenido del derecho administrativo canó-
nico justifica el estudio específico y unitario de los órganos de gobierno.
Por lo que se refiere al estudio de la organización judicial, ésta es objeto
propio del derecho procesal canónico, en la medida en que va unida al ejerci-
cio de la potestad judicial en la Iglesia. Además, toda la materia procesal con-
forma tradicionalmente un bloque normativo específico.
Nos ocupamos en estas páginas de las entidades que estructuran el go-
bierno de la Iglesia considerada como institución. Esto exige describir y valo-
rar los principios generales, los instrumentos técnicos y los diversos entes al
servicio mediato o inmediato de la función de gobierno. Quedan fuera de
nuestra consideración los entes asociativos, precisamente porque no están in-
tegrados en la organización oficial de la Iglesia. Como su mismo nombre indi-
ca, las asociaciones son fruto del ejercicio del derecho de asociación dentro de
la communio Jidelium , y no responden, por tanto , al poder constituyente de
1
\
36. Para otras concepciones del derecho constituciona l canónico, que identifican el dere-
cho constituc ional y la organización , y su crítica , cfr. J. HER VADA, Elementos , cit., pp. 24 ss .

38
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

Cristo y de la Jerarquía ' 7 • De ahí que no corresponda a nuestra disciplina el es-


tudio específico de los entes asociativos. Sin embargo, en algún caso será con-
veniente hacer referencias a determinados aspectos de relevancia jurídica pú-
blica que se encuentran también en ciertas asociaciones. Así, en el caso de
algunos institutos de vida consagrada, que tienen un régimen jurídico peculiar
con aspectos institucionales , principalmente en lo que se refiere a la potestad
de régimen o jurisdicción (cfr. e. 134 § 1).
El estudio de la organización eclesiástica debe ser sensible a la naturale -
za mistérica de la Iglesia y a los datos y conclusiones suministradas por la
eclesiología. Dado el acuerdo básico existente entre los canonistas sobre este
aspecto quizás resulte superflua la anterior observación. Pero tanto o más im-
portante que la sensibilidad del canonista hacia las grandes cuestiones eclesio-
lógicas implicadas en la organización vigente es una adecuada metodología;
de manera que pueda respetar los instrumentos conceptuales y el lenguaje pro-
pios de la ciencia jurídica , sin confundir la argumentación canónica con la ar-
gumentación eclesiológica.

37. Para un planteamiento general de la distinción entre derecho asociativo y derecho de


la organización, puesta de relieve en los últimos años a propósito de las prelaturas personale s,
son útiles los estudios de E. MOLANO, Estructuras jerár quicas y asociaciones, en «lus Canoni -
cum» , 29 (1989), pp . 327-335 y G. Lo CASTRO , Las prelaturas personales . Perfiles jurídicos,
trad . esp., Pamplona 1991, pp. 169-258.

39
CAPÍTULO 11
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

1. INTRODUCCIÓN

En el capítulo anterior hemos apuntado unas consideraciones generales e


introductorias sobre la organización jurídica de las funciones públicas en la
Iglesia . A partir de este capítulo nos ocuparemos específicamente del gobierno
eclesiástico, valorando ante todo las normas generales sobre la materia.
Como es natural el estudio del gobierno en la Iglesia puede hacerse con
metodologías diversas, ya que se trata de una materia que interesa no sólo al
derecho canónico, sino también a la eclesiología y a otras ciencias. Incluso
desde la perspectiva propia del derecho caben acentos y enfoques diversos, se-
gún se valoren preferentemente los aspectos relativos al origen y fundamenta-
ción canónica del gobierno o bien se atienda a los problemas que plantea su
organización y ejercicio. Esta última es la perspectiva propia del derecho pú-
blico de la organización, que estudia preferentemente la ordenación del ejerci-
cio del gobierno , según los diversos sujetos. Por eso no deben ser valorados
aquí todos los problemas fundamentales , en parte eclesiológicos y en parte ca-
nónicos, relativos a la potestad eclesiástica , que además en muchos aspectos
están todavía pendientes de clarificación y son objeto de un amplio debate
doctrinal.
Estas observaciones previas son necesarias porque la doctrina canónica
reciente se ha interesado más por el fundamento del poder en la Iglesia que
por su ejercicio y organización. Fruto de este interés de los autores, estimula-
do por los principios y disposiciones del Concilio Vaticano 11,es el uso fre-
cuente de diversas expresiones contenidas en los textos del Concilio y del CIC
de 1983 que no siempre admiten un traslado inmediato e indiferenciado desde
el plano fundamental hasta el nivel propio del ejercicio canónico de la potes-
tad. De ahí la oportunidad de distinguir objetivamente y al menos con carácter
introductorio, antes del estudio de los sujetos y ejercicio del gobierno, entre
sacra potestas, munus regendi y potestas iurisdictionis.

41
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIER NO EN LA IGLESIA

2. LA DISTINCIÓN ENTRE «SACRA POTESTAS», «MUNUS REGENDI»


Y POTESTAD DE RÉGIMEN O DE JURISDICCIÓN

a) El término sacra potestas se encuentra en algunos texto s del Concilio


Vaticano II y ha sido muy frecuentemente empleado por teólogos y canonistas
de nuestro tiempo . El Concilio lo utiliza especialmente en LG, nn. 10/b y 18/a.
El primero de los textos citados está incluido en el contexto de la distinción
entre sacerdocio común y ministerial: «El sacerdocio ministerial, por la potes-
tad sagrada de que goza (potestate sacra qua gaudet) , forma y gobierna el
pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo
y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo» . Por su parte, el n. 18/a, que
abre el cap. de LG dedicado a la constitución jerárquica de la Iglesia, señala
que «los ministros, que poseen la sagrada potestad (qui sacra potestate
pollent), están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos pertene-
cen al Pueblo de Dios y gozan , por tanto, de la verdadera dignidad cristiana,
tendiendo libre y ordenadamente a un mismo fin, alcancen la salvación».
Estos y otros textos similares (cfr. LG 27; PO 2, 12) suelen considerarse
expresivos de un concepto unitario y jerárquico de la potestad eclesiástica. En
la interpretación más común, la sacra pote stas se identifica con la función pas-
toral en sentido amplio. Es la potestad que corresponde a los ministro s sagra-
dos y más concretamente a la Jerarquía , porque Cristo la transmitió a los após-
toles y a sus sucesores para que en su nombre enseñaran , santificaran y
gobernaran la Iglesia . En este sentido la sacra potesta s estructura la Iglesia
como sociedad jerárquica y comprende las clásicas potestades de orden , juri s-
dicción y magisterio' . La sacra potestas no expresa solamente, por tanto , un
poder jurídico, porque incluye también la capacidad recibida por el sacramen-
to del orden de producir en nombre de Cristo los efectos sobrenaturales vincu-
lados con la confección y administración de los sacramentos y con la predica-
ción de la palabra divina .
b) La sacra pote stas incluye, por tanto , el triple munus de enseñar, santi-
ficar y gobernar confiado por Cristo a los apóstoles. Ya hemos tratado de esta
clasificación de los tria munera (docendi, sanctificandi et regendi) en el capí-
tulo anterior, al referirnos a las funciones de la organización eclesiástica. Inte-
resa ahora una breve referencia al contenido del munus regendi o función de
gobierno en la Iglesia.
La función de regir o gobernar constituye un aspecto de la sacra
pot estas: el referido al gobierno de la Iglesia como sociedad 2 • Es una función
necesaria para la misión de la Iglesia , trasmitida por Cristo a los apóstole s y
sucesores , ejercida establemente en la organización eclesiástica por diver sos

l. Cfr. J. HER VADA, Elementos, cit ., pp . 235 ss.


2. Cfr. W. ÜNC L!N, De potestate regiminis in Ecclesia, en P . LEISCHING-F. POTOTSCHNlG-R .
Porz (Eds.) , «Exaequo et bono. Willibald M. Pli:ichl zum 70. Geburt stag», lnnsbru ck 1977, p . 224.

42
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

oficios y per sonas. Su contenido consiste básicamente en «la regulación de la


vida socia l del Pueblo de Dios y la dirección , coordinación y control de las ac-
tividades de naturaleza pública» 3 • Entre los diversos aspectos del munus re-
gendi podemos distinguir con Hervada la dirección, coordinación y control de
las actividades públicas; el establecimiento de las normas generales de partici-
pación en la vida de la Iglesia ; las decisiones y juicios sobre controversias
doctrinales , espiritualidad de los fieles y actividades de la s instituciones en sus
aspectos sociales; la regulación, fomento y suplencia de las actividades deriva-
das de la libertad de lo s fiel es4 •

c) Cabe distinguir también el munus regendi de la potestad de régimen o


jurisdicción 5 • También aquí la distinción se basa en las relaciones de la parte-
con el todo , de la especie con el género.
En efecto, la pote stad de jurisdicción se refiere en sentido estricto a la
emisión de disposiciones, decisiones o mandatos que tienen la eficacia, reco-
nocida por el ordenamiento canónico, de vincular jurídicamente, externa e in-
ternamente , la conducta de los fieles. Es una capacidad decisoria, nece saria
para el orden social justo en la Iglesia , que se expresa como potestad legislati-
va, ejecutiva y judicial según el principio de distinción de poderes en el ejerci-
cio de la jurisdicción eclesiástica (cfr. c. 135 § 1).
En cambio, la función de gobierno en sentido amplio, el munus regendi,
incluye no sólo las decisiones jurídicamente vinculantes, sino también otras
determinaciones no imperativas que pretenden promover ante todo la iniciati -
va y libre adhesión de los destinatarios. Este matiz que puede parecer a simple
vista algo artificioso tiene interés cuando se considera la peculiar naturaleza
del gobierno en la Iglesia. La distinción está implícita en el conocido texto de
LG 27, dedicado a la función pastoral de los obispos. En él se dice que «los
obispos rigen , como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que
les han sido encomendadas , con sus consejos, exhortaciones, ejemplos, pero
también con su autoridad y sagrada potestad». El consejo, la exhortación y el
ejemp lo pueden ser, por tanto, maneras de gobernar la Iglesia (que no exclu-
yen, obviamente, los oportunos mandatos vinculantes), pero no son manifesta-
ciones de la potestad de régimen o jurisdicción.

3. J. HERVADA , Elementos, cit., p. 250 .


4. efr.ibid. , pp.25ly252 .
5. Los ce. del ere manifiestan cierta preferencia por el uso de la expresión pot estas regi-
minis frente a la más tradicional de potestas iurisdictionis. Una de las razones de esta preferen-
cia es la oportunidad de diferenciar el concepto canónico de jurisdicción respecto de su uso en
los derechos estatales (cfr. en este sentido los Praenotanda del Schema Canonum libri 1 de nor-
mis generalibus, Vaticano 1977). En algunos ordenamientos jurídicos la juri sdicción se refiere,
en efecto, al poder judicial , mientras que el uso canónico del concepto comprende también las
pote stades legislativa y administrativa. Sin embargo, la opción preferente aludida no excluye el
uso del vocablo iurisdictio por parte del legislador, como reconoce el c. 129 § l («et etiam iuris-
dictionis vocatur »).

43
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

La distinción entre la potestad de jurisdicción y el gobierno entendido


también como subsidio, ayuda y fomento de actividades, está presente en la
doctrina de los autores 6 e inspira también la legislación eclesiástica. Se puede
recordar p. ej. la normativa sobre la curia romana contenida en la const. ap.
Pastor Bonus. En esta ley pontificia se ha prestado una particular atención a
nuevas funciones de fomento pastoral atribuidas a los dicasterios romanos , in-
cluyendo las congregaciones de la curia, que no se limitan al ejercicio de la
potestad administrativa 7 • Además, es un criterio de gobierno expresamente in-
cluido en las normas de la const. Pastor Bonus la necesidad de consultar pre-
viamente a las Iglesias particulares y organismos episcopales cuando se prepa-
ren documentos importantes de carácter general (cfr. art. 26 § 1). Estos criterios
pueden resultar muy útiles para la recepción y eficacia de las decisiones .
El principio del gobierno entendido como fomento, exhortación e impul-
so de actividades inspira no sólo las relaciones entre la autoridad eclesiástica y
los fieles, sino también la misma distribución de tareas entre los oficios ecle-
siásticos. P. ej., en el marco de las relaciones entre primado y episcopado, el c.
333 § 1 recoge una tradición constante al afirmar que la potestad pontificia en
la Iglesia universal y en las Iglesias particulares fortalece y defiende la potes-
tad propia, ordinaria e inmediata de los obispos diocesanos . En esta línea cabe
destacar también la existencia de algunos oficios subsidiarios o complementa-
rios de la organización pastoral ordinaria 8 •
En resumen, la potestad de régimen o jurisdicción se puede definir en
sentido estricto como un aspecto de la función de gobierno que consiste en la
capacidad jurídica pública, de institución divina y regulación eclesiástica, de
dirigir la vida social de la Iglesia para el fin sobrenatural de sus miembros me-
diante la emisión de mandatos y decisiones legislativas, ejecutivas y judicia-
les. En las próximas páginas estudiaremos aspectos generales de la titularidad,
transmisión y ejercicio de la potestad de régimen , a partir de la regulación es-
tablecida por el CIC de 1983.

3. SUJETOS DE LA POTESTAD DE RÉGIMEN

A. Planteamiento de la cuestión
Como puede comprobarse con un repaso de la legislación latina vigente,
la titularidad de la potestad de régimen puede ser personal o colegial. En el

6. Vid. p. ej ., en fechas todavía muy cercanas a la clausura del Concilio Vaticano II, las
opiniones de K. MbRSDORF, Munu s regendi et potestas iurisdictionis y J.A. So UTO, El «munus
regendi» como función y como poder , publicadas en PON TfFICIA COMMlSSIO COOlCI IURIS CANONI-
Cl RECOGNOSCENDI, «Acta Conventus Internationalis Canonistarum» (Roma 20-25 .V.1968),
Roma 1970,pp. 199 y 245,respectivamente.
7 . Cfr. eJLge_neral las expresiones contenidas en PB. art. 13.
8. P. ej., los rectore s de iglesias y capellane s en relación con la organización parroquial:
cfr. ce . 558, 560, 566, 568 y 571, especialmente.

44
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

primer caso, es titular de la potestad una persona física; en el segundo caso,


un colegio en cuanto tal; por ejemplo, una conferencia episcopal, una congre-
gación de la curia romana, un concilio provincial. Las dos maneras fundamen-
tales de ostentar la titularidad de la potestad de régimen no están al mismo ni-
vel, pues el principio colegial es en la Iglesia complementario del principio
personal.
Para poder ejercer la potestad de régimen, bien como sujeto individual o
como miembro de un colegio, será necesario atender a las condiciones de se-
lección e idoneidad que establezca el derecho. Tratándose del ejercicio indivi-
dual de la potestad, hay una cuestión previa todavía no resuelta definitivamen-
te. Consiste en las relaciones entre sacramento del orden y potestad de
régimen: ¿en qué medida el sacramento del orden es condición necesaria para
la titularidad y el ejercicio de la potestad en la Iglesia? La respuesta a esta pre-
gunta es compleja, pues hay importantes cuestiones históricas y teológicas im-
plicadas.
La explicación tradicional era ofrecida en el marco de las relaciones en-
tre las llamadas potestades de orden y de jurisdicción. Esta terminología fue
asentándose en los textos de la Iglesia a lo largo del segundo milenio. La dis-
tinción entre ordo y iurisdictio, además de reflejar con fidelidad aunque no
exhaustivamente las diversas manifestaciones de la potestad eclesiástica, ha
sido muy útil en la vida de la Iglesia para explicar y dar solución a diversos
problemas, como han sido por ejemplo los actos de gobierno llevados a cabo
por herejes o cismáticos, que eran juzgados inválidos por falta de jurisdic-
ción, aunque quienes los realizasen tuvieran el orden sagrado; o también dis-
tintos supuestos de ejercicio de la jurisdicción llevados a cabo por fieles lai-
cos con el consentimiento de la Iglesia. Según la explicación que fue
asentándose, la potestad de orden se recibe a través del sacramento del orden
sagrado y se ejerce en los sacramentos y demás actos del culto divino; mien-
tras que la de jurisdicción se trasmite y recibe a través del acto jurídico de la
autoridad eclesiástica llamado misión canónica que asigna los súbditos sobre
la que podrá ejercerse , pues se destina al gobierno de la Iglesia. La primera
daba lugar a la jerarquía de orden, formada por los obispos, presbíteros y diá-
conos; la segunda a la jerarquía de jurisdicción: el papa, los obispos y los ti-
tulares de oficios que participaban en la potestad pontificia o episcopal. Por
tener un origen sacramental, la potestad de orden es inamisible, mientras que
la de jurisdicción puede perderse al cesar en el oficio o por revocación de la
misión canónica si se tratara de una delegación. Además , la primera no está
sujeta de suyo a los límites espaciales (determinados territorios) o personales
(determinadas personas) que se dan en cambio en el ejercicio de la jurisdic-
ción eclesiástica .
El Concilio Vaticano II no eliminó ni quiso superar completamente la dis-
tinción entre la potestad de orden y la de jurisdicción, pero tampoco hizo un
uso general y sistemático de ella. De hecho la expresión potestas iurisdictionis
no se encuentra en los textos del Concilio, aunque sí el término iurisdictio,
45
ORGANI7ACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

que aparece nueve veces, y una sola vez la expresiónpotestas ordinis 9 • Es cier-
to que los textos conciliares no tienen siempre ni principalmente carácter jurí-
dico (y el derecho es el ámbito propio de categorías como potestas iurisdictio-
nis), pero la razón del poco uso de la antigua distinción hay que buscarla sobre
todo en los inconvenientes derivados de una excesiva separación entre orden y
jurisdicción. En efecto, si estas dos categorías no sólo se distinguen sino tam-
bién se separan, acaba perdiéndose de vista la unidad entre el elemento jurídi-
co y el espiritual, entre lo visible y lo invisible en la Iglesia , e incluso puede
llegarse a situaciones abusivas de ejercicio de la jurisdicción sin ninguna base
en el orden sagrado; sin olvidar, al mismo tiempo, que un peligro de esta sepa-
ración es limitar la virtualidad de la gracia divina y los carismas a la potestad
de orden, quizás olvidando que el Señor también actúa mediante el ejercicio
de la jurisdicción, que es instrumento salvador en la Iglesia.
Por eso, el Vaticano II fue partidario de expresar la unidad de la potestad
eclesiástica con otro lenguaje. En este sentido emplea en cuatro ocasiones (LG
10, 18, 27; PO 2) la expresión sacra potestas, termino logía que, como ya se ha
visto en el epígrafe anterior, expresa un concepto global y unitario: la sacra
potestas no es solamente un poder de tipo jurídico, pues incluye también todos
aquellos aspectos de la función pastoral del papa y de los obispos que se inclu-
ían en la llamada potestad de orden (sobre todo el poder de confeccionar en
nombre de Cristo los sacramentos y sacramentales), así como la función de
magisterio, la enseñanza y la predicación. De este modo la tradicional potestad
de jurisdicción sería uno de los contenidos de la sagrada potestad que corres-
ponde en la Iglesia principalmente a los oficios capitales, es decir, al papa y a
los obispos.
Volviendo a la cuestión planteada sobre los sujetos de la potestad de régi-
men, el problema consiste propiamente en determinar en qué medida la ordena-
ción sagrada es necesaria o suficiente para la potestad de régimen y, paralela-
mente, cuál es el alcance de la misión canónica, de la intervención de la
autoridad eclesiástica, en la transmisión de la potestad. Desde el punto de vista
práctico uno de los problemas que deben resolverse en este contexto es la posi-
bilidad y alcance del ejercicio de la jurisdicción por parte de los laicos, enten-
didos aquí como aquellos fieles que no han recibido el sacramento del orden.
Pues bien , los canonistas y teólogos han ofrecido básicamente tres respues-
tas que pueden sistematizarse como sigue: para unos, el sacramento del orden
viene a ser el fundamento ontológico de la potestad de régimen o jurisdicción,
que se trasmite exclusivamente a través de la misión canónica, es decir, a través
del acto jurídico de la autoridad que nombra a la persona para un oficio o le de-
lega la potestad sin oficio. Otros autores señalan que la potestad se confiere, en

9 . En PO n. 2. Sobre el uso de iurisdictio en el Concilio Vaticano II, cfr. X. ÜCHOA , Jn-


dex verborum cum documentis Concil ii Vaticani secundi , Roma 1967 , p. 274. Véa se también el
texto del n. 2 de la Nota Explicativa Previa a la const. Lumen gentium .

46
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESJA

parte por el sacramento del orden y en parte por la misión canónica, siendo ne-
cesaria la acción complementaria de ambos elementos para la plena constitución
de la potestad. Finalmente, otro grupo de autores considera que la potestad se
confiere en su totalidad por la consagración episcopal unida a la comunión jerár-
quica, mientras que la misión canónica afecta únicamente a la determinación del
ámbito de ejercicio de la jurisdicción sacramentalmente recibida 10 •
Veamos seguidamente lo que dispone la legislación de la Iglesia latina.

B. Legislación vigente

El CIC de 1983, en cuanto conjunto de cánones de alcance legal, no ha


querido renunciar al uso de los términos iurisdictio y potestas iurisdictionis,
aunque muestra preferencia por la terminología equivalente de potestad de ré-
gimen (potestas regiminis) 11•
Al mismo tiempo, la legislación vigente, sin pretender resolver definitiva-
mente el problema fundamental planteado, contiene una norma que permite la
participación en el ejercicio de la jurisdicción de fieles que no han recibido el sa-
cramento del orden sagrado. El c. 129 dispone, en efecto, en sus dos parágrafos:

«§ 1. De la potestad de régimen , que existe en la Iglesia por institución di-


vina, y que se llama también potestad de jurisdicción, son sujetos hábiles, con-
forme a la norma de las prescripciones del derecho, los sellados por el orden sa-
grado. § 2. En el ejercicio de dicha potestad, los fieles laicos [«los demás fieles»,
dice aquí con mejor criterio el c. 979 § 2 del CCEO] pueden cooperar a tenor del
derecho».

Digamos ante todo que las diversas opiniones sobre el problema del fun-
damento sacramental del poder en la Iglesia, se manifestaron durante los tra-
bajos preparatorios del c. 129 y están presentes también en la interpretación
del derecho vigente 12• La diversidad entre los autores se explica, por una parte,
por el distinto concepto de «potestad» que emplean. Se echa de menos en oca-
siones una oportuna distinción entre los términos sacra potestas, munus re-
gendi y potestas iurisdictionis, que , como hemos visto anteriormente, no son
perfectamente intercambiables . Por otra parte, la interpretación del c. 129 se
complica todavía más a causa de las disposiciones contenidas en otros ce. del
CIC que dificultan una solución armónica. Concretamente, el c 274 § 1 esta-

10. Cfr. A. CELEGHIN , Origine e natura della potesta sacra. Posizioni postconciliari,
Brescia 1987.
11. Además de los numerosos casos en los que el CIC emplea la expresión potestad de ré-
gimen, cfr. sobre la potestad de orden y su relación con la potestad de jurisdicción los ce. 274,
292, 966, 1335 y 1338 del CIC de 1983.
12. Cfr. E. MALUMBRES, Los laicos y la potestad de régimen en los trabajos de reforma
codicia[: una cuesti6n controvertida, en «Ius Canonicum», 26 (1986), pp. 563-625.

47
ORGANJZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

blece , en el contexto de los derechos y obligaciones de los clérigos, que «sólo


los clérigos pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiera la potestad
de orden o la potestad de régimen eclesiástico». En cambio, el c. 1421 § 2 dis-
pone que «la conferencia episcopal puede permitir que también los laicos sean
nombrados jueces, uno de los cuales, en caso de necesidad, puede integrar el
tribunal colegiado» . Es decir, cabe la posibilidad de que un laico sea titular de
un oficio eclesiástico para el ejercicio de una de las manifestaciones típicas de
la potestad de régimen, como es administrar justicia ,(cfr. c. 135 § § 1 y 3).
Todos estos datos, unidos a la «intencionada imprecisión» del c. 1291\
que no ha querido resolver una cuestión doctrinalmente debatida, han provoca-
do, repetimos, la ausencia de un consenso interpretativo de la norma referida.
Hay autores que destacan la «habilitas» de los ordenados para la jurisdicción
(cfr. c. 129 § 1) hasta el extremo de excluir por principio a los demás fieles de
su ejercicio. En este sentido, el c. 129 § 2 admitiría a lo sumo una cierta coope-
ración en el proceso de formación del acto jurisdiccional (por ejemplo, a través
de la participación en órganos consultivos). Otros autores no dejan de señalar,
con mayor fundamento, a nue stro juicio, las reales posibilidades de coopera-
ción jurisdiccional abiertas por el c. 129 § 2 14.
En efecto, la disposición citada abre posibilidades de participación en la
potestad eclesiástica a fieles que no han recibido el sacramento del orden . Pero,
sobre todo, en la interpretación del c. 129 es necesaria la referencia a la organi-
zación jerárquica de la Iglesia establecida por su Fundador, que implica la cons-
titución de oficios capitales: el romano pontífice y los obispos reciben directa-
mente de Cristo (el papa por misión divina, unida a su elección y aceptación; los
obispos a través de la mediación sacramen tal y canónica en la Iglesia) la pleni-
tud de los tria munera (docendi, sanctificandi et regendi), incluida la potestad
de régimen en sus diversas manifestaciones. Representan externamente a Cris-
to, Cabeza de la Iglesia, como fundamentos visibles de unidad en la Iglesia uni-
versal y en las diversas Iglesias particulares (LG 23). En el caso del papa y de
los obispos al frente de las Iglesias particulares la titularidad de la potestad de

13. P. LoMBARDfA , Lecciones, cit., p. 102.


14. La falta de acuerdo en la interpretación del c. 129 ha provocado algunas incertidum-
bres y titubeos en la legislació n especial posterior al CIC de 1983. Así, p.ej., PB arts. 3 § 2 y 7
admite que fieles no ordenados sean nombrado s miembros de ciertos dicasterios de la curia ro-
mana. Sin embargo en el mismo art. 7 se establece «que los asuntos que requieren el ejercicio de
la potestad de régimen han de reservarse a los que han recibido el orden sagrado». Parecería más
coherente con el reconocimiento de la posible adscripción al dicas terio (órgano colegiado) de
fieles no ordenados (como miembros), no limitar la emisión de su voto a algunas materias. Suce-
de también que en las normas generales sobre la curia romana , después de reconocerse la posibi-
lidad de que sean miembros de los dicasterios - además de cardenales y obispo s- clérigos y
otros fieles (cfr. PB, art. 3 § 2), se matiza que en el caso de las congregaciones los «miembros
propiamente dichos» son los cardenales y obispos (cfr. PB, ar!. 3 § 3), lo que no deja de plantear
cuestiones en el caso p . ej. de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada que admi-
te que algunos superiores generales , también de instituto s religiosos laicales, puedan formar par-
te del coetus de miembros: vid. Annuario pontificio 2009, p. 1230.

48
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

jurisdicción tiene un significado capital, originario , no derivado ni participado


de otras autoridades eclesiásticas. En cambio , tratándose de otros sujetos, lapo-
testad es participada, según lo establecido por el derecho, a través del instru -
mento del oficio eclesiástico o bien por delegación personal (cfr. c. 131). Es tan-
to como decir que el ejercicio de la jurisdicción es de suyo comunicable.
Estas consideraciones sobre las relaciones entre orden sagrado y potestad
de régimen valen sobre todo para el ejercicio personal de la potestad. En el
caso del ejercicio colegial la cuestión es distinta . En efecto , aparte la constata-
ción evidente de que las instituciones colegiales de la organización eclesiásti-
ca no pueden recibir el orden sagrado, pues los sacramentos solamente pueden
ser recibidos por las personas físicas , los colegios se distinguen como tales de
los miembros que los componen. El derecho reconoce la actuación de la insti-
tución colegiada como tal y no de los miembros en particular. Esa actuación
colegiada se expresa a través de la voluntad colegial, también llamada acto co-
legial, que se concreta ordinariamente mediante la votación mayoritaria o en
ocasiones también mediante el consenso unánime de los miembros. Por ejem-
plo, las decisiones legislativas de un concilio particular (c. 445) se atribuyen al
mismo concilio como institución y no a los obispos miembros individualmen-
te considerados. Por esos motivos, no debería plantear problemas teóricos la
posibilidad de que fieles que no hayan recibido el sacramento del orden ejer-
zan la potestad de régimen unidos a otros fieles que sean clérigos y participen
en un mismo colegio de la organización eclesiástica. Así puede ocurrir, por
ejemplo, en determinados dicasterios de la curia romana.

4. FUERO INTERNO Y FUERO EXTERNO EN EL EJERCICIO


DE LA POTESTAD DE RÉGIMEN

El ejercicio de la potestad, que existe en la Iglesia por institución divina,


se refiere a los fieles considerados en cuanto miembros de una comunidad: la
communitas fidelium. Sin embargo la peculiar naturaleza de la Iglesia, que es
a la vez realidad visible e invisible (cfr. LG 8), hace que el ordenamiento ca-
nónico incida no solamente en el comportamiento social , sino también en as-
pectos individuales de la conciencia y de la conducta de los fieles que no tie-
nen unas manifestaciones externas.
La distinción tradicional entre el fuero interno y el fuero externo se refiere
al ámbito o alcance personal de la potestad de régimen o jurisdicción. En la in-
terpretación de esta distinción frecuentemente se ha dicho que el fuero externo
es el ámbito propio del derecho, mientras que el fuero interno indicaría el ám-
bito de la conciencia del fiel. Un reflejo de esta concepción clásica era el c. 196
del CIC de 1917 que calificaba el fuero interno como «forum conscientiae » .
Decía, en efecto, esta antigua norma: «La potestad de jurisdicción o de gobier-
no que por institución divina existe en la Iglesia, una es de fuero externo, otra
de fuero interno o de la conciencia, sea sacramental o extrasacramental».
49
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Sin negar el significado propiamente jurídico del fuero externo, no debe


reducirse, sin embargo, el fuero interno al ámbito de la moral. Además del pe-
ligro de separación entre la Iglesia como comunidad salvífica y sociedad jurí-
dica que implica esta concepción 15 , lo cierto es que normalmente las disposi-
ciones eclesiásticas obligan en conciencia con independencia de que se
adopten en uno u otro fuero. Con la distinción señalada se hace referencia más
bien a que la misma potestad de régimen es susceptible de desplegar sus efec-
tos públicamente, mediante actos jurídicos determipables con los habituales
medios de prueba (fuero externo) , o bien de manera oculta (fuero interno),
cuando la salus animarum de los fieles individualmente considerados hace in-
necesaria o incluso perjudicial la divulgación de esos actos jurídicos. Así ocu-
rre, p.ej., en el caso de la dispensa de un impedimento matrimonial oculto. No
se trata por tanto de potestades diversas, ni de la contraposición del orden jurí-
dico frente al orden moral, sino de diversos ámbitos de la misma potestad de
régimen , en función de la existencia o no de publicidad en el ejercicio de la
potestad, a partir de necesidades concretas de los fieles.
La formulación actual de esta materia se encuentra en el c. 130:

«La potestad de régimen de suyo se ejerce en el fuero externo; sin embar-


go algunas veces se ejerce sólo en el fuero interno, de manera que los efectos
que su ejercicio debe tener en el fuero externo no se reconozcan en este fuero,
salvo que el derecho lo establezca en algún caso concreto» .

Destaca, por tanto, la preocupación del legislador por dotar de publicidad


al ejercicio habitual de la potestad de régimen, que «de suyo», considerando la
naturaleza social de la Iglesia y la necesaria certeza de los actos jurídicos de
potestad, se ejerce en el fuero externo. Un ejercicio exorbitante o ilimitado de
la potestad en el fuero interno plantearía numerosos problemas y no sólo en lo
referente a la dificultad de prueba de los distintos actos. Así, p. ej., la prolife -
ración de penas latae sententiae en el CIC de 1917, unida a las amplias facul-
tades concedidas a los confesores para la remisión de penas, provocó un exce-
sivo protagonismo de los confesores en el sistema penal canónico, en
detrimento de los jueces eclesiásticos 16 •
Estos problemas motivaron que el principio directivo n. 2 de la reforma
del CIC de 1917, aprobado por el Sínodo episcopal de 1967, quisiera promo-
ver expresamente la necesaria coordinación entre ambos fueros 11 •
Lo normal, por tanto, es que la potestad de régimen despliegue su efica-
cia jurídica en ambos fueros. Sin embargo, en casos concretos y cuando así lo
exija la salus animarum, es posible que esos efectos no se reconozcan externa-

15. Peligro ya señalado por K. MóRSDORF : Cfr. A. CATIANEO, Questionifondamentali de-


lla canonistica nel pensiero di Klaus Morsdorf, Pamplona 1986, p . 78.
16. Cfr. ibid., pp. 102-104.
17. Cfr. Communicationes, 1 (1969) , p. 79 .

50
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

mente . Es posible también -así lo establece el in fine del c. 130- que el de-
recho establezca expresamente en algún caso concreto que la potestad ejercida
en el fuero interno tenga consecuencias jurídicas en el fuero externo. Así ocu-
rre, p. ej., en la regulación establecida por el c. 1082.
La potestad de régimen para el fuero interno puede ser sacramental o ex-
trasacramental. En el primer caso el cauce de su ejercicio es el sacramento de
la penitencia (cfr. ce. 508, 1079 § 3, 1357, etc.); en el segundo caso, la potes-
tad de régimen se ejerce sin publicidad, pero no a través de la confesión sacra-
mental (p. ej. , la dispensa de un impedimento matrimonial oculto concedida
para el fuero interno )18 •
La distinción entre el fuero interno y el fuero externo es especialmente
relevante en el ámbito del derecho matrimonial (dispensa de impedimentos
ocultos , sobre todo) y del derecho penal (remisión de penas en el fuero inter -
no). En el marco de la organización eclesiástica sirve como principio relativo
al ejercicio de la potestad y además tiene algunas consecuencias respecto de
las competencias anejas a los oficios eclesiasticos. Puede sostenerse la presun-
ción de que el titular de la potestad de régimen, sea ordinaria o delegada, pue-
de ejercerla tanto en el fuero externo como también en el fuero interno, salvo
que el derecho o la naturaleza del asunto establezcan otra cosa. Esta presun-
ción general se deduce de la regulación antigua, contenida en el c . 202 del CIC
de 1917 y del criterio general coordinador implícito en el c. 130 vigente .
Como es obvio, esta presunción no se aplica a los casos en que la potestad se
concede solamente para el fuero interno: es decir, no cabe pre sumir que la po-
testad concedida para el fuero interno valga también para el fuero externo.
Finalmente cabe señalar la existencia de una mínima organización cir-
cunscrita a las actividades de fuero interno. En el ámbito diocesano el canó-
nigo penitenciario (u otro sacerdote destinado, donde no exista cabildo) es
competente vi officii para absolver en el fuero sacramental censuras latae sen-
tentiae no declaradas ni reservadas a la Santa Sede (cfr. c. 508 y también el c.
566 § 2 para la singular facultad del capellán en este mismo sentido). En el
ámbito univer sal, la Penitenciaría Apostólica «concede las absoluciones , dis-
pensas , conmutaciones, sanaciones y otras gracia s para el fuero interno, tanto
sacramental como no sacramental» (PB, art. 118).

5. LA DISTINCIÓN DE PODERES

Una de las reglas sobre el ejercicio de la potestad de régimen , contenida s


en el derecho universal vigente, es el principio general de la distinción de po-
deres . El c. 135 § 1 establece , en efecto , que «la potestad de régimen se distin-
gue en legislativa, ejecutiva y judicial» .

18. Cfr. ce. 1079 § 3, 1080 § 1, 1082.

51
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

A. Sentido de la distinción de poderes en el derecho canónico

La separación de poderes constituye un principio fundamental del moder-


no Estado de Derecho, si bien su aplicación ha variado bastante desde su for-
mulación original en los siglos XVII y XVIII. La división de poderes en el Es-
tado se expresa sobre todo mediante el establecimiento de organizaciones
independientes (parlamento, gobierno, poder judicia l) para garantizar un justo
equilibrio entre las diversas formas de creación y aplicación del derecho y evi-
tar también los inconvenientes de la concentración del poder en una sola per-
sona u organización. Así es posible un control del ejercicio del poder a través
de órganos independientes, una formalización de los actos jurídicos y, en defi-
nitiva, unas mayores garantías de los derechos del ciudadano.
El derecho canónico no contempla una separación de poderes con sus
respectivas organizaciones unitarias e independientes entre sí 19, a causa del
principio constitucional de concentración de la sacra potestas en el romano
pontífice y los obispos. El romano pontífice y los obispos en sus diócesis son
simultánea y originariamente legisladores, jueces y administradores 2º.
Con todo, el ordenamiento canónico reconoce y promueve la distinción
entre las diversas formas de ejercicio de la potestad de régimen 21 • El c. 135 § 1
es bien expresivo en este sentido cuando utiliza en su versión oficial el verbo
«distinguir» para referirse al ejercicio de las potestades legislativa , ejecutiva y
judicial. En el derecho de la Iglesia no hay separación de poderes, pero sí dis-
tinción en su ejercicio. La aplicación de este principio interesa particularmen-
te en el nivel de las actividades subordinadas a los oficios capitales.
En efecto, la distinción de poderes es ante todo una realidad en el ámbito
canónico, porque a lo largo de la historia la aplicación del derecho se ha enco-
mendado a diversos cargos u oficios constituidos para auxiliar subordinada-
mente a los oficios capitales: curias romana y diocesana , oficios vicarios, jue-
ces y tribunales . En el derecho vigente la competencia administrativa y
judicial de estos oficios se expresa con más claridad que en épocas pasadas 22 •
Esta mayor precisión es fruto de un criterio más amplio que inspiró la elabora-
ción del CIC de 1983. En efecto, el principio directivo n. 7 de la reforma del
CIC de 1917 aprobado por el Sínodo de los obispos de 1967, promovía la dis-
tinción de «funciones» en la potestad de régimen y una clara distribución de
esas funciones en diversos órganos:

19. Cfr. E. LABAND EIRA, Tratado, cit. , p. 144.


20. Cfr. ce. 331, 333 § 2 y 1442 sobre el romano pontífice ; ce . 391 y 1419 sobre el obispo
diocesano.
21. Cfr. E. LABANDE!RA, la distinción de poderes y la potestad ejecuti va, en «Ius Canoni-
cum », 28 (1988), pp. 85-98.
22. Así , p . ej. , cuando se estab lece que los vicarios generales y episcopa les ti enen potes -
tad administrativa -«a d ponendos scilicet omnes actos administativos», según precisa el c. 479
§ 1-aunque subordinada al obispo diocesano ; o cuando se dice a propósito del vicario judicial
de la diocésis que actúa «cum potestat e ordinaria iudicandi » (e. 1420 § l) .

52
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

«Distínganse claramente las diversas funciones de la potestad eclesiástica;


es decir, la legislativa, administrativa y judicial; y definase adecuadamente a tra-
vés de qué órganos deben ejercerse las diversas funciones» 23 •

La finalidad que se buscaba era facilitar la tutela jurídica de superiores y


súbditos, y poder evitar incluso la sospecha de arbitrariedad en la administra -
ción eclesiástica. Además, esta tutela de los derechos subjetivos debía concre-
tarse en la práctica mediante los oportunos procedimientos en el ámbito admi-
nistrativo (regulación de los recursos administrativos) y judiciaF 4.
El principio de distinción de «funciones» (hay que observar aquí que las
funciones públicas expresivas del ejercicio estable y organizado de la jurisdic-
ción son realmente verdaderos poderes) era concebido, por tanto, en la prepa-
ración del CIC de 1983 como un instrumento técnico-jurídico al servicio de la
tutela de los derechos de los fieles y de un ejercicio ordenado del poder en la
Iglesia.
En efecto, la distinción de poderes: a) promueve el necesario orden y se-
guridad jurídica en la creación y aplicación del derecho (evitándose, p. ej., con
más facilidad la injerencia de autoridades administrativas en tareas propias del
poder legislativo , manifestada en este siglo con la actividad de las congrega-
ciones de la curia romana) 25; b) es requisito previo para el establecimiento de
un oportuno sistema de recursos administrativos y procesales, con su corres-
pondiente organización (autoridades y, en su caso, tribunales administrativos,
organización judicial); c) permite una distinción formal entre los actos deriva-
dos del ejercicio de los tres poderes (normas legislativas , normas y actos admi-
nistrativos , actos procesales) y el establecimiento de una jerarquía normativa
que resuelva el problema de la posible contradicción entre normas procedentes
de autoridades diversas (cfr. c. 135 § 2); d) permite identificar la competencia,
la parcela de poder, atribuida a cada oficio o autoridad eclesiástica.

B . Organización legislativa , ejecutiva y judicial

Como puede observarse , el principio de distinción de poderes implica as-


pectos diversos. En nuestro estudio no interesa tanto el aspecto material de la
distinción de poderes (es decir, la determinación de los rasgos específicos y di-
ferenciadores de cada poder en relación con los otros, más allá de la idea gene-
ral de que al poder legislativo le corresponde propiamente la creación del de-
recho y a los otros poderes su aplicación), cuanto más bien la valoración de los

23. Cfr. Communicationes, 1 (1969), p. 83.


24 . Cfr. ibid., p. 83.
25. Cfr. A . VIANA, El Reglamento General de la Curia Romana (4-Il -1992). Aspectos ge-
nerales y regulación de las aprobaciones pontificias en forma especifica , en «Ius Canonicum»,
32 (1992), pp . 510 SS.

53
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIER NO EN LA IGLESIA

aspectos formales y organizativos derivados del principio. Bajo este enfoque


cabe destacar en el CIC de 1983:
- la propia formulación general del principio en el e. 135 § 1, desarro-
llada para el nivel diocesano por el e. 391 § 1;
- la regulación del ejercicio del poder legislativo, ejecutivo y judicial,
según los criterios generales de los ce. 135 § 2 ss.;
- la distinción y formalización de las normas legislativas (leyes: c. 7 ss.,
decretos generales legislativos: c. 29) y de los actos administrativos ge-
nerales (decretos generales ejecutorios: c. 31 ss., instrucciones: c. 34) y
singulares (decretos: c. 48, preceptos: c. 49, rescriptos: c. 59, privile -
gios: c. 76 ss., dispensas: c. 85 ss.), con su correspondiente régimen ju-
rídico;
- la regulación de algunos recursos y procedimientos administrativos
(ce. 1732 ss., 1740 ss.), así como de los procesos y recursos judiciales
en el libro VII del CIC;
- la indicación de los oficios y colegios con potestad legislativa, ejecu-
tiva y judicial. En el nivel diocesano esta determinación se encuentra
establecida con carácter general en el c. 391 § 2.
Por lo que se refiere más concretamente a la titularidad de los tres pode-
res cabe decir ante todo que corresponde al romano pontífice para la Iglesia
universal y al obispo diocesano en cada Iglesia particular. Según el c. 381 § 2
se equiparan canónicamente con el obispo diocesano los pastores que presiden
circunscripciones asimiladas a las diócesis, a no ser que conste otra cosa por la
naturaleza del asunto o por prescripción del derecho.
Además del romano pontífice y de los obispos individualmente conside -
rados tienen competencia legislativa el concilio ecuménico (c. 337 § 1), los
concilios particulares (c. 445), las conferencias episcopales en algunos supues-
tos (c. 455) y los sínodos diocesanos (c. 466). Por tanto, el ejercicio de lapo-
testad legislativa puede ser personal o colegial. En el segundo caso hay que
distinguir entre aquellos colegios integrados por miembros con la misma posi-
ción jurídica básica (p. ej., una conferencia episcopal) y otras instituciones
pluripersonales cuya composición está jerárquicamente estructurada (así en el
caso del concilio ecuménico, donde el romano pontífice conserva su posición
capital en relación con los miembros, o también el caso del sínodo diocesano,
donde el obispo es titular íntegro de la potestad legislativa).
Por su parte, son titulares de la potestad ejecutiva o administrativa las
congregaciones y algunos otros dicasterios de la curia romana (cfr. e. 360 y la
parte dispositiva de PB); el arzobispo metropolitano en algunos supuestos re-
lativos a la administración de la provincia eclesiástica y de las diócesis sufra-
gáneas (cfr. ce . 436 § 1, 442, etc.); los obispos coadjutores y auxiliares según
lo previsto en las letras de nombramiento y a partir también de su nombra -
miento como vicarios diocesanos (cfr. ce. 405 y 406); el administrador dioce-
sano en sede vacante (cfr. c. 427 y también el c. 414 para el caso de sede im-

54
r
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

pedida); algunos oficios de la curia diocesana, especialmente los vicarios ge-


nerales y episcopales (cfr. c. 479); el párroco en algunos supuestos relativos al
gobierno de la parroquia (cfr. c. 519). Además, algunos superiores de institu-
tos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica son titulares de la po-
testad ejecutiva de jurisdicción respecto de los miembros del instituto (cfr. ce.
134 § 1 y 596).
El elenco de las autoridades legislativas y administrativas es por sí mis-
mo expresivo de la sencillez de la organización de estos poderes, consideran-
do la tradición multisecular de la organización eclesiástica, que se hace pre-
sente además en diversas naciones y territorios. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que además de todos los cargos indicados, que ejercen establemente la
potestad de régimen, existe también el instrumento de la delegación del poder.
La delegación, como estudiaremos en el próximo apartado, permite descon-
centrar el ejercicio del poder en favor de diversas personas, ampliando los su-
jetos de la jurisdicción en la Iglesia 26 •
Por su parte, la organización de la potestad judicial tiene en la Iglesia
unos cauces especializados, previstos sobre todo en el libro VII del CIC. Ade-
más del romano pontífice (cfr. c. 1442) y del obispo diocesano (cfr. c. 1419 §
1), ejercen el poder judicial diversos jueces y tribunales: el vicario judicial y
otros jueces diocesanos (cfr. c. 1420 ss.), los tribunales de primera y segunda
instancia (cfr. ce . 1423 ss., 1438), y, finalmente , los tribunales de la curia ro-
mana: la Rota Romana (cfr. c. 1443 ss.), el Tribunal Supremo de la Signatura
Apostólica (cfr. c. 1445), y, con sus peculiaridades, el Tribunal de la Peniten -
ciaría Apostólica (cfr. PB, arts. 117-120).
El c. 135 § 2 establece algunos criterios sobre la actuación de la potestad
legislativa: en concreto, señala que la potestad legislativa ha de ejercerse de la
manera establecida por el derecho; además, el legislador inferior (p. ej. un
concilio provincial) no puede dar normas contrarias al derecho de rango supe-
rior (p. ej. un decreto general publicado por la curia romana). Este criterio ar-
mónico entre las normas se denomina principio de jerarquía normativa. Final-
mente, cabe destacar que el c . 135 § 2 prohíbe que sea delegada válidamente
la potestad legislativa que tiene el legislador inferior a la autoridad suprema,
salvo que el derecho lo permita en un caso concreto. Así p. ej. una conferencia
episcopal no puede delegar válidamente en favor de otros la potestad de dar
decretos generales en su teITitorio; en cambio, la autoridad suprema puede de-
legar válidamente su potestad legislativa, como sucede en ocasiones.
La const. ap. Pastor Bonus ha determinado el órgano al que corresponde
impulsar , por vía interpretativa normalmente, el cumplimiento de los criterios
establecidos en el c. 135 § 2. Se trata del Consejo Pontificio para la Interpreta-
ción de los Textos legislativos, regulado en los arts. 154-158 de aquella ley

26. Cfr. p. ej., el c. 436 § 1 sobre la posibilidad de que el metropolitano reciba encargos y
potestades peculiares de la Santa Sede; o también el c. 364, 8.0 a propósito del legado pontificio.

55
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

pontificia. Entre sus funciones se encuentran la revisión de las normas admi-


nistrativas generales de los dicasterios de la curia romana antes de su publica -
ción y también la revisión de los decretos generales de los organismos episco-
pales (cfr. arts . 156 y 157). Para promover la efectiva vigencia del principio de
jerarquía normativa, el Consejo «determina, a petición de los interesados, si
las leyes particulares y los decretos generales dados por los legisladores infe-
riores a la autoridad suprema son conformes o no con las leyes universales de
la Iglesia» (art. 158).
Además del c. 135 § 2, los§§ 3 y 4 del mismo c. determinan aspectos re-
ferentes al ejercicio y delegación de la potestad judicial y ejecutiva.

6. POTESTAD ORDINARIA Y DELEGADA

La cuestión de la titularidad y ejercicio de la potestad de régimen no se


reduce al aspecto , planteado por el c. 129, de los sujetos individuales y su re-
lación con el orden sagrado sino que debe valorar también la transmisión y
participación en el ejercicio de la potestad, según las formas de la misión ca-
nónica. Las manifestaciones típica s de la misión canónica (oficio y delega -
ción) están previstas con carácter general en la clasificación tradicional del c.
131, §§ 1 y 2:
«§ 1 La potestad de régimen ordinaria es la que va aneja de propio derecho
a un oficio; es delegada la que se concede a una persona por sí misma , y no en
razó n de su oficio.
§ 2 La pote stad de régimen ordinaria puede ser propia o vicaria».

Estas clasificaciones tienen particular interés para el estudio de la organi-


zación del gobierno en la Iglesia, sobre todo a causa de la relevancia del oficio
eclesiás tico en el concepto legal de potestad ordinaria. Son clasificaciones que
se corresponden con la distinción de poderes prevista por el c. 135 § 1, ya que
tanto la potestad ordinaria como también la delegada pueden referirse a las
funciones legislativa, ejecutiva o judicial.

A. Úl potestad ordinaria

Son dos las caracterís ticas que destacan en el concepto legal de potestad
ordinaria. En primer lugar , la vinculación de la potestad con un oficio: cual-
quier manifestación de la potestad ordinaria exige la titularidad de un oficio
eclesiástico, aunque no todos ellos comportan el ejercicio de la potestad de ré-
gimen. Sin entrar de momento en más precisiones sobre su naturaleza jurídica,
en derecho canónico se entiende por oficio «cualquier cargo, constituido esta-
blemente por disposición divina o eclesiástica, que haya de ejercerse para un
fin espiritual» (c. 145 § 1).
56
r
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

En segundo lugar, es característico de la potestad ordinaria que la vincu-


lación de la potestad con un oficio es establecida directamente por el derecho ,
ipso iure. Por «derecho» hay que entender aquí el derecho objetivo, sobre
todo, las normas divinas y humanas constitutivas de los diversos oficios ecle-
siásticos. El nombramiento del titular del oficio por parte de la autoridad no
concede propiamente la potestad ordinaria , que está ya previamente, objetiva-
mente , vinculada con el oficio a partir de las normas que lo constituyen. Por
eso, la autoridad que nombra no puede alterar libremente las características
propias de un oficio dotado de potestad ordinaria (derechos del titular, obliga-
ciones propias del cargo, competencias objetivas), salvo que sea competente
para establecer y modificar sus normas constitutivas 21 • .

El régimen jurídico específico de la potestad ordinaria es establecido con


la regulación de cada oficio. Sin embargo, el CIC determina algunos aspectos
que integran el régimen jurídico general. Así, a la vista de que resulta diverso
el alcance y el contenido de la potestad de los diversos oficios eclesiásticos,
una determinación de importancia es la clasificación de ordinario que afecta a
algunos titulares -no todos - de la potestad ordinaria. En efecto, la norma
del c. 134 del CIC establece una regla interpretativa de la titularidad de las
competencias atribuidas por la legislación a diversos oficios. «Por el nombre
de ordinario - dice el c. 134 § 1- se entienden en derecho, además del roma-
no pontífice, los obispos diocesanos y todos aquellos que, aun interinamente,
han sido nombrados para regir una Iglesia particular o una comunidad a ella
equiparada según el can. 368 , y también quienes en ellas tienen potestad eje-
cutiva ordinaria general, es decir, los vicarios generales y episcopales; así tam-
bién, respecto a sus miembros , los superiores mayores de institutos religiosos
clericales de derecho pontificio y de sociedades clericales de vida apostólica
de derecho pontificio, que tienen, al menos, potestad ejecutiva ordinaria».
Además, son ordinarios del lugar todos los mencionados, «salvo los su-
periores de institutos religiosos y de sociedades de vida apostólica» (c. 134 §
2). Por tanto , el elemento común a todos los ordinarios es la titularidad al me-
nos de potestad ejecutiva unida al oficio de modo general. No son ordinarios
los titulares de potestad ordinaria judicial. Además, es doctrina común que la
enumeración del c. 134 no es exhaustiva, de manera que pueden incluirse en
ella otros oficios, como son, por ejemplo, el ordinario militar y el prelado per-
sonal (cfr. SMC, art. II § 1; c. 294).
Gracias a esta terminología general los cánones del CIC , y las normas
contenidas en otras leyes especiales de la Iglesia, no necesitan en cada supues-
to que regulan hacer el elenco exhaustivo de los oficios competentes, pues
suele bastar el uso del concepto genérico de ordinario u ordinario del lugar, o

27. Cfr. G. MI CHIELS, De potestate ordinaria et delegata , Tournai 1964, p. 122; A .M.
S TICKLER, Le pouvoir de gouvernement. Pouvoir ordinaire et po uvoir délégué, en «L' Année Ca-
nonique», 24 (1980) , p. 71. Cfr. aquí también el supuesto especial del c. 145 § 2 in fine .

57
ORGANJ'ZACTÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

bien especificar si fuera el caso que una determinada competencia sólo podrá
ser tramitada por el obispo dioce sano en persona, excluidos otros ordinarios,
salvo que tengan un mandato especial para actuar (cfr. c. 134 § 3).
Otras características destacables de la potestad ordinaria son las siguien-
tes. En primer lugar, la potestad ordinaria puede ser objeto de delegación. Esto
quiere decir que el titular del oficio puede trasmitir a otra u otras persona s el
ejercicio general o especial de algunas competencias unida s por el derecho al
oficio del que es titular, conservando siempre la titularidad de la potestad que
ha sido delegada, de forma que podrá revocarla observando la equidad y las
condiciones que el derecho pueda establecer sobre esa revocación (cfr. ce. 135
§§2y3,yl37).
En segundo lugar, la legislación del ere contiene norma s generales sobre
el ámbito de ejercicio, interpretación y suspensión de la potestad ordinaria ad-
ministrativa (cfr. ce. 136 y 143 § 2, 138 y 139).
Por último, se pueden destacar las normas relativas a la adquisición y
pérdida de la pote stad ordinaria. A causa de la unidad entre oficio y potestad
ordinaria, ésta sólo puede adquirirse mediatamente, es decir, a través del acce-
so al cargo eclesiástico concreto con el que el derecho vincule la potestad .
Esto exige a su vez la provi sión canónica, es decir, la aplicación del corres-
pondiente sistema de dotación de titular al oficio (cfr. ce. 146-183 del eIC).
De forma paralela a su adquisición, el ejercicio de la potestad ordinaria
cesa cuando concurre alguna de las causas de pérdida del oficio previstas por
el ordenamiento canónico. Además de las causas naturales, como la muerte del
titular del oficio o el transcurso del tiempo del nombramiento , son causas que
producen la pérdida del oficio y la potestad aneja al mismo: la renuncia del ti-
tular, el traslado a otro cargo, la remoción administrativa y, por último , la pri-
vación penal del oficio (cfr. c. 143 § 1 en relación con los ce. 184-196).

a) La potestad ordinaria propia (oficios capita les)

La clasificación de la potestad ordinaria en propia y vicaria no ha sido


siempre pacífica, sobre todo a causa de las discusiones histórica s en torno a
ciertos aspectos similares entre la potestad vicaria y la potestad delegada 31 • Sin
embargo, puede considerarse hoy definitivamente asentada , a partir de su re-
conocimiento por los ce. 197 § 2 del e1e de 1917 y 131 § 2 del ere de 1983.
Esta clasificación tiene interés no sólo en cuanto que implica algunas di-
ferencias en el régimen jurídico de uno y otro tipo de potestad ordinaria, sino
también y más ampliamente en cuanto que es tributaria de la estructura jerár -
quica de la Iglesia. Expresa una peculiar distribución de los oficios eclesiásti-

28. Cfr. M. CABREROS DE ANTA, Concepto de potestad ordinaria y delegada, en IDEM «Es-
tudio s Canónicos», Madrid 1956, pp. 200 ss.

58
,.....

GOBIERNO Y JURJSDJCCIÓN EN LA IGLESIA

cos sobre la base del título o justificación teológica y jurídica de la potestad


vinculada con los oficios eclesiásticos más importantes.
Tradicionalmente la potestad ordinaria propia es definida como la que se
eje rce en nombre propio, a diferencia de la vicaria, que se ejerce en nombre
ajeno. Esta descripción es cierta, pero debe ser completada aludiendo a la rele­
vancia estructural de la distinción potestad propia-potestad vicaria. En efecto,
esta distinción es paralela a la clasificación de los oficios eclesiásticos en ca­
pitales (o principales) y auxiliares, que fue difundida especialmente por Klaus
Morsdorf y otros representantes de la doctrina alemana29 • En realidad, la potes­
tad propia es la que va aneja ipso iure a los oficios de capitalidad. Veamos bre­
vemente este aspecto.
Según la estructura jerárquica de la Iglesia, establecida por su divino
Fundador y correspondiente en cierta medida a la imagen del Cuerpo Místico
de Cristo, algunos oficios reciben la misión de representar externamente a
Cristo Cabeza y ejercer en su nombre funciones de capitalidad sobre los de­
más miembros (viatores) del Cuerpo Místico. El prototipo de estos oficios ca­
pitales lo constituyen naturalmente el romano pontífice y los obispos que pre­
siden las Iglesias particulares. Ocupan por derecho divino una posición
jurídica capital, porque son titulares plenos, aunque siempre en nombre de
Cristo, de las funciones de enseñar, santificar y regir a los fieles que pertene­
cen respectivamente a la Iglesia universal y a las diversas Iglesias particulares.
Concretamente, es propia la potestad de régimen que ejercen porque no deriva
de autoridad humana alguna, ni es participación de la que corresponde a otros
oficios. La potestad pontificia y episcopal es capital y originaria, recibida de
Cristo con la mediación de la Iglesia.
Además de estos oficios capitales por derecho divino, el derecho canóni­
co ha reconocido históricamente, y lo mismo ocurre con el derecho vigente, la
existencia de otros oficios con potestad propia por derecho humano; es decir,
como consecuencia del desarrollo de la organización eclesiástica, de la trans­
misión de funciones por el sacramento del orden y la misión canónica, a partir
sobre todo del primado pontificio. Los titulares de oficios dotados de potestad
propia por el derecho pontificio desempeñan funciones capitales de naturaleza
episcopal, que ejercen en nombre propio en comunidades de fieles canónica­
mente equiparadas con las diócesis y delimitadas territorial o personalmente;
gobiernan clero y pueblo. En el derecho universal vigente en la Iglesia latina
estos oficios son los prelados territoriales y abades territoriales por una parte'\
y los ordinarios militares y prelados personales, por otra31 • Para designar la po­
testad de estos cargos, el derecho antiguo empleaba la expresión «potestad

29. Vid. un resumen de su doctrina en A. CATTANEO, Questioní, cit., pp. 272 ss. Cfr. tam­
bién R.A. STRIGL, Grundfragen der kirchlichen Amterorganisation, München 1960, pp. 63 ss.
30. Cfr. c. 370.
31. Cfr. SMC, art. II § 1: «Ordinariatui militari, ut proprius, praeficitur Ordinarius». (Vid.
también SMC. art. IV. 3.º): c. 295: «Praelatus ut Ordinarius proprius,-.

59
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cuasiepiscopal» o prelaticia, con lo que se subrayaba ante todo su equipara-


ción canónica con la potestad de los obispos diocesanos, dentro de algunos lí-
mites y en virtud del derecho pontificio 32 •
Aunque no forman parte de la organización jerárquica de la Iglesia, son
también titulares de potestad propia por comunicación pontificia los superio-
res mayores de institutos clericales de derecho pontificio y los superiores de
sociedades de vida apostólica con las mismas características. Estos superiores
mayores participan de la denominación canónica de «ordinarios» con jurisdic-
ción (cfr. c. 134 § 1) y no pueden ser considerados como vicarios del papa.
La doctrina alemana antes mencionada afirma también una potestad pro-
pia del oficio de párroco, en cuanto que está al frente de esa peculiar comuni-
dad de fieles que es la parroquia. En este sentido, el c. 519 califica al párroco
como «pastor propio» de la parroquia, aunque subordinado al obispo diocesa-
no. En realidad, a partir de la distinción entre munus regendi y potestad de ré-
gimen o jurisdicción, cabe decir que al párroco le corresponde más bien una
función de gobierno general al frente de la parroquia y ciertos aspectos limita-
dos de la potestad de régimen administrativa 33 •
Se plantea también la cuestión de si cabe hablar y en qué sentido de po-
testad propia en el caso de los colegios de la organización eclesiástica con ca-
pacidad deliberativa ad extra 34 , y que claramente no manifiestan el principio
vicario (p . ej., los concilios particulares, las conferencias episcopales en algu-
nos casos). Evidentemente , los colegios no responden al principio capital ex-
presado, como acabamos de ver, en algunos oficios unipersonales. Por eso la
calificación de potestad propia sólo puede aplicarse a los colegios en un senti-
do descriptivo general; es decir , para expresar que la jurisdicción no se ejerce
en nombre ajeno o con carácter vicario35 •

b) La, potestad ordinaria vicaria (oficios auxiliares)

La potestad vicaria es una manifestación de la potestad ordinaria . Se ex-


presa mediante algunos oficios auxiliares y subordinados a los oficios con po-
testad propia capital. Los oficios vicarios están estructuralmente vinculados

32. Un resumen de esta doctrina en A. VIANA,Territorialidad y personalidad en la orga-


nización eclesiástica. El caso de los ordinariatos militares, Pamplona 1992, pp . 148-155.
33. Vid. infra, cap. VIII , § 18. D.
34. Sobre los colegios deliberativos , vid. infra cap. IV, 4 y passim .
35. Esta última cuestión evoca implícitamente la pregunta más amplia sobre el significa -
do perfecto o completo de la distinción de la potestad de régimen en ordinaria y delegada ; es de-
cir, si todas las expresiones de la jurisdicción en la Iglesia deben reconducirse o integrarse en la
clasificación general del c. 131 §§ 1 y 2. Esta cuestión, resuelta en sentido afirmativo por algu-
nos comentaristas del CIC de 1917 (cfr. L. BENDER , Potestas ordinaria et de/egata , Roma 1957 ,
p. 18; M. CABREROS DEANTA,Concepto, cit. , p. 212; G . MICHIELS, De potestate , cit., p. 140 y
155 ss.), ha perdido hoy interés a la vista del complemento clasificatorio que supone la distinción
de poderes reconocida con carácter general por el c . 135 § l.

60
r
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

con los oficios capitales, y ejercen en su nombre la potestad de régimen. A di-


ferencia de la delegación de potestad, esta potestad vicaria se ejerce en nom-
bre ajeno, pero siempre a través del oficio.
Los autores han discutido ampliamente a lo largo de la historia sobre la
naturaleza jurídica de la potestad vicaria o, desde otra perspectiva, el signifi-
cado de la vicariedad como principio informador de la organización eclesiásti-
ca. Así, para algunos autores los oficios vicarios expresan una representación
jurídica del oficio capital. Otros canonistas sostienen que el oficio vicario
constituye una sola instancia, oficio o tribunal con el oficio capital. Finalmen-
te, no han faltado propuestas de sustitución de la vicariedad por otras técnicas
de organización reconocidas en el derecho público estatal.
Estas opiniones sobre la naturaleza jurídica de la potestad vicaria presen-
tan carencias de diversa índole. Algunas porque privatizan una materia que es
de derecho público, al emplear técnicas de fuerte significado negocia! en el
marco de la organización del poder público (teoría de la representación) . Otras
porque aplican al ámbito administrativo la característica de la identidad de ins-
tancias entre oficio vicario y oficio capital , que solamente es propia del derecho
procesal (doctrina de la identidad jurídica). Y otras porque no son plenamente
compatibles con el derecho vigente (teoría de la desconcentración orgánica del
poder)36 • Por estos motivos parece más adecuado señalar que la potestad vicaria
expresa una participación orgánica en la potestad propia de un oficio capitaP7 •
Decir que la potestad vicaria es participada supone señalar que deriva (en
virtud del derecho) del oficio capital dotado de potestad propia. La potestad
del vicario no es diversa de la potestad propia capital en su contenido . En cam-
bio, es diverso el título que justifica su ejercicio (participación). Se trata de
una participación limitada, en el sentido de que no se extiende a todos los as-
pectos de la potestad capital. Además, la potestad vicaria es subordinada o de-
pendiente, ya que el titular del oficio capital es superior jerárquico del vicario
y tiene los correspondientes poderes de control, dirección de la actividad,
nombramiento, revisión de los actos vicarios, etc . Así, p. ej., la potestad que el
derecho reconoce a favor del vicario general es la misma potestad de régimen
del obispo diocesano , si bien limitada al ámbito administrativo, con exclusión
de la potestad legislativa y judicial del obispo. Al mismo tiempo, el vicario ge-
neral está jerárquicamente subordinado al obispo, y es éste quien lo nombra,
dirige su actividad y revisa sus actos de oficio o a partir de la interposición de
un recurso jerárquico (cfr. ce. 475 ss.).
Se dice al mismo tiempo que la potestad vicaria expresa una participa-
ción orgánica en el poder capital. Con este calificativo se quiere recordar que
la potestad vicaria se actúa vi officii . No son aplicables , por tanto, a los oficios

36. Sobre todas estas doctrinas , cfr. A. VIAN A, Naturaleza canónica de la potestad vicaria
de gobierno, en «lus Canonicum», 28 (1988), pp . 105 ss.
37. Cfr. ibid. , pp. 122 SS.

61
ORGANIZACJÓ N DEL GOBJERNO EN LA JGLESIA

vicarios (potestad ordinaria) las norma s que establecen el régimen jurídico de


la delegación de la potestad de régimen, con independencia de que la delega -
ción y la vicariedad presenten algunos aspectos similares.
Podemos enumerar ahora algunos rasgos que ordinariamente caracterizan
a los oficios vicarios e informan su régimen jurídico. Los más significativos
son los que derivan de la subordinación del oficio vicario al oficio capital.
Esta posición dependiente tiene consecuencias en el desarrollo de la funciones
que ejerce el vicario y también respecto de las caracterí sticas objetivas del
mismo oficio vicario.
Una manife stación típica de aquella posición subordinada es la libertad
del pastor propio, del titular del oficio capital, en la selección, nombramiento
y remoción del titular del oficio vicario. Estos actos no están sometidos a pro-
cedimientos especiale s ni consultas previas, como ocurre en cambio cuando se
trata de otros cargos. También es característica de los oficios vicarios una es-
pecial relación con el titular del oficio capital , porque se trata de cargos «de
confianza», colaboradores habituale s en el gobierno y la administración 38 •
Es frecuente en este sentido que el derecho prevea la obligación de emi-
tir informes periódico s y promueva la nece saria coordinación de las activida-
des del vicario con la voluntad e intenciones del pastor propio 39 •
Además el pastor propio tiene efectivos poderes de dirección de la activi-
dad del vicario y puede controlar su actuación mediante la reserva y el manda-
to especial. Medi ante el ejercicio de la reserva el titular del oficio capital pue-
de asumir personalmente el ejercicio de algunas tareas que habitualmente
desempeña el vicario o que teóricamente podría ejercer . El mandato especial
consiste en una habilitación previa del pastor propio para que el vicario pueda
actuar válidamente en algunas materias administrativas de singular importan-
cia. Amba s instituciones - reserva y mandato especial- están expresam ente
previstas en el CIC a propó sito de la potestad vicaria administrativa en el ám-
bito diocesano40 •
Otro rasgo importante es que el vicario sigue la suerte del titular del ofi-
cio capital (a diferencia del principio general establecido en el c. 184 § 2), de
manera que aquél cesa al producirse la situación de sede vacante o impedida4 1 •
Las características enumeradas están present es sobre todo en los vicarios
administrativo s. Los jue ces vicar ios constituyen en cambio una misma instan-
cia, «unum tribunal» , con el oficio capital en cuyo poder participan estable-

38. Por eso los oficios vicarios son constituidos normalmente en la mism a sede del oficio
capital, aunqu e caben excepciones como en el caso de los vicarios y prefectos apostólicos (cfr. c.
37 1 § 1).
39. Cfr. c. 480, c. 407 en relación con el c. 406, ce. 65 y 473 § 4. Para la organización cen-
tral cfr. p. ej ., PB , art. 18/c .
40. Cfr. ce. 134 § 3, 406 § 1 y 479 §§ 1 y 2. Para la curia romana cfr. sobre todo PB, art.
18/a. Sobre la reserva en el ámbito judicial diocesano , cfr. c. 1420 § 2.
41. Cfr. c. 481 §§ l y 2; PB , art . 6.

62
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

mente 42 • Además, la propia especialización y naturaleza del poder judicial ex-


cluyen la dirección efectiva y los controles que se dan en el ámbito administra-
tivo . Los jueces - sean vicarios o delegados- solamente deben obediencia a
la ley y a su conciencia en el ejercicio de sus funciones. Así, p. ej., el vicario
judicial diocesano no cesa en sede vacante (cfr. c. 1420 § 5) y ni él ni los de-
más jueces pueden ser removidos sin causa legítima y grave (cfr. c. 1422).
Finalmente, se pueden enumerar los oficios vicarios más importantes ins-
tituidos por el derecho universal. Hay que distinguir básicamente entre vica-
rios pontificios y vicarios del obispo diocesano. Entre los primeros se cuentan
los vicarios, prefectos y administradores apostólicos, que rigen sus comunida-
des en nombre del romano pontífice y están canónicamente equiparados en sus
funciones con los obispos diocesanos 43 • También ejercen vicariamente la po-
testad pontificia los dicasterios de la curia romana, y especialmente los miem-
bros de las congregaciones (para el ámbito administrativo) y los jueces de los
tribunales pontificios (para el ámbito judicial) 44 • Entre los vicarios diocesanos
destacan los vicarios generales y episcopales en el ámbito administrativo, y el
vicario judicial en el ámbito procesal 45 •

B. La potestad delegada

La delegación de la potestad de régimen puede ser considerada de diver-


sas maneras: el acto mismo de delegación, su contenido, o bien la realidad ob-
jetiva de la potestad que se ha delegado y que no se recibe a través del oficio:
«quae ipsi personae non mediante officio concedí tur» (c. 131 § 1).

a) Características objetivas

En cuanto cauce o instrumento de participación en el ejercicio de la po-


testad de régimen, la delegación supone una comunicación inorgánica y revo-
cable del ejercicio de la jurisdicción. En este sentido pueden destacarse las si-
guientes caracterí sticas objetivas de la delegación :
En primer lugar , hay que destacar siempre la independencia de la delega-
ción respecto del oficio eclesiástico. Una misma persona puede ejercer a veces
poderes propios del oficio y otros recibidos por delegación ( así p. ej. en el
caso del metropolitano que reciba delegaciones especiales de la Santa Sede se-

42. Cfr. c . 1420 § 2: «Vicarius iudicialis unum constituit tribunal cum Episcopo ...» .
43. Cfr. c. 371. Sobre la equiparación canónica con el obispo diocesano, cfr. c. 134 § 3 en
relación con los ce. 381 § 1 y 368. Sobre el significado de la potestad vicaria en tales casos, cfr.
Communicationes , 18 (1986), p. 66.
44 . Cfr. ce. 360 y 1442; PB, proemio , n. 8.
45. Cfr. ce. 391 § 2,475 SS. , 1420.

63
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

gún el c. 436 § 2); pero el poder delegado como tal no se recibe ni se ejerce a
través del oficio, a diferencia de la potestad ordinaria. La trasmisión de la po­
testad delegada no depende de la organización de oficios establecida por el de­
recho; por eso se dice que es una trasmisión «inorgánica» de la potestad.
En segundo lugar, la delegación comporta una comunicación del ejerci­
cio del poder. Esta característica se relaciona con la anterior, ya que al no de­
pender del oficio, no se delega la titularidad de la potestad. La titularidad de la
potestad delegada corresponde en realidad al delegante. El delegado ejerce un
poder que no es propio, ni supone tampoco la titularidad de una función esta­
blemente constituida en la organización eclesiástica. El hecho de que el dele­
gante conserve la titularidad de la potestad no significa, sin embargo, que el
delegado actúe en nombre ajeno, ejerciendo una representación jurídica: el de­
legado obra subordinadamente al delegante, pero en nombre propio46 , ya que
aquel puede incluso realizar los actos delegados de modo distinto al que se de­
termina en el mandato, aunque no pueda excederse respecto al objeto o a las
personas (cfr. c. 133).
En tercer lugar, es característica objetiva de la delegación el estableci­
miento de una relación jerárquica entre el sujeto activo y el sujeto pasivo de la
delegación (delegante y delegado). Esta relación dependiente se concreta en el
llamado «mandato», que contiene las características y condiciones de la
dele­gación establecidas por el delegante. Normalmente se formaliza con un
decreto administrativo. En cuanto que afecta al fuero externo debe
consignarse por escrito, aunque según las normas generales de los actos
administrativos, no ha­bría en caso contrario sanción de invalidez (cfr. c. 37).
Con todo, la delegación oral es desaconsejable porque puede plantear
dificultades de prueba (la carga de probar la delegación recae sobre quien
afirma ser delegado, porque a dife­rencia de la potestad ordinaria la
delegación no se presume: cfr. c. 131 § 3).
El mandato de delegación es esencialmente revocable47 porque, de una
parte, es libremente emitido, y, de otra, transmite solamente el ejercicio de la
jurisdicción, cuya titularidad conserva siempre el delegante. El mandato de
delegación habilita para un acto o para la generalidad de los casos de una mis­
ma especie (ad universitatem casuum). En este caso se habla de delegación
universal, que se ha de interpretar ampliamente (cfr. ce. 137 § 1 y 138).
b) Características subjetivas

La delegación implica una relación jurídica entre el dele gante y el dele­


gado. El delegante es la autoridad titular del poder cuyo ejercicio delega. Pue-

46. Cfr. H. SocHA, comentario al c. 131, p. 5, en K. LümCKE (Ed.), Münsterischer Kom­


mentar :::um Codex Iuris Canonici, Essen 1985 ss.
47. «Potestas delegata extinguitur ( ... ) revocatione delegantis delegato directe intimata»
(c. 142 § 1).

64
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

de ser el legislador, el administrador o incluso el juez en algunos supuestos li-


mitados (cfr. c. 135 § 3) . Es la llamada delegación ab homine.
Es cuestión clásica y disputada la admisibilidad de la delegación a iure48 •
Viene a ser una delegación «impersonal» en el sentido de que el delegante no
sería aquí una concreta autoridad eclesiástica, sino el mismo derecho que co-
municaría la potestad al cumplirse el supuesto de hecho previsto en la norma
correspondiente, al margen del oficio y de la concreta intervención de la auto-
ridad . Los autores que defienden la existencia de delegaciones a iure se basan
en algunas normas del CIC de 1917 y actualmente del CIC de 1983. Así, p. ej.,
en peligro de muerte del penitente, cualquier sacerdote absuelve válida y líci-
tamente no sólo de cualquier pecado, sino también de cualquier censura, lo
cual expresa indudablemente un concreto ejercicio de la jurisdicción 49 • En éste
y otros supuestos es el derecho quien atribuye la potestad, con independencia
del oficio y de la intervención de cualquier autoridad. Otros autores sostienen,
en cambio , que sólo puede hablarse de verdadera delegación cuando se cum-
plen los requisitos de la delegación ab homine. Es indudable la existencia de
concretas atribuciones de potestad prevista s por el ordenamiento sin media-
ción del oficio ni intervención autoritaria . Son habilitaciones legales para ejer-
cer la potestad en los supuestos específicos previstos por las normas .
El delegado es el sujeto pasivo de la delegación. Lo normal es que se tra-
te de una persona física, pero nada impide que el delegado sea una persona ju-
rídica . Así ocurre, p.ej., cuando una conferencia episcopal recibe un mandato
especial de la Santa Sede para publicar un decreto general (cfr. c. 455 § 1).
Cabe distinguir entre delegación singular y delegación plural , según que
el delegado sea un individuo o bien un grupo de personas que constituyan o no
un colegio . El CIC establece en los ce. 140 y 141 algunas normas sobre la de-
legación plural, distinguiendo entre delegación solidaria, colegial y sucesiva .
El criterio general es que la delegación a varios se presume solidaria, de forma
que cada uno de los delegados tiene toda la potestad ejecutiva. Además, si la
delegación es solidaria, el que comience a actuar excluye la actuación de los
demás en el mismo asunto; pero si la delegación es en forma colegial, los de-
legados deberán actuar por mayoría de votos. Finalmente, cuando los delega-
dos han recibido la delegación de modo sucesivo, ha de resolver el asunto
aquel cuyo mandato es anterior. Hay que tener en cuenta que estas normas so-
bre delegación plural admiten diversas excepciones.
El delegado ocupa una posición canónicamente subordinada al delegante
y debe cumplir las condiciones establecidas en el mandato (cfr. c.133 § 1). El
CIC establece diversas determinaciones sobre la actuación del delegado.

48. Cfr. M . CABREROS DE ANTA, Concepto, cit., pp. 194 ss., 207 ss., 212 ss.
49 . Cfr. ce. 976 del CIC de 1983 y 882 del CIC de 1917. Otros ejemplos típico s son los
actuales ce. 1079 § 3, 1357, 1354 § 2, y también las dispo siciones para los casos de sede vacante
e impedida : cfr., por ejemplo, la expresión «a iure quidem collatam» del c. 409 § 2.

65
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Las normas generales del ere sobre la delegación se refieren principal-


mente a la delegación de la potestad ejecutiva (prueba, subdelegación, inter-
pretación, suspensión, extinción). Esta especial regulación se explica a causa
de la gran importancia de la delegación en el ámbito administrativo 50 • El cauce
de la delegación constituye un elemento complementario de las tareas y de la
potestad que ejercen los titulares de oficios eclesiásticos. La posibilidad de de-
legar el ejercicio de la potestad alivia las tareas propias de los oficios consti-
tuidos (que, salvo el caso de algunas organizaciones particulares excesivamen -
te burocratizadas, no son demasiado numerosos), al tiempo que evita las
cargas de orden estructural, burocrático y económico que suelen ir anejas a la
constitución estable de cargos . En este sentido, se dice justamente 51 que el po-
der delegado tiene un carácter subsidiario y auxiliar del poder ordinario vincu-
lado con los oficios de gobierno .
Finalmente, dentro de las normas generales sobre la delegación de potes-
tad deben destacarse los criterios sobre su extinción . Según el c. 142 § 1 lapo -
testad delegada se extingue : a) por cumplimiento del mandato ; b) por haber
transcurrido el plazo o agotado el número de casos para los que fue concedida;
e) al haber cesado la causa final de la delegación; d) por revocación del dele-
gante comunicada directamente al delegado, e) por renuncia del delegado pre-
sentada al delegante y aceptada por éste.

7. LAS FACULTADES HABITUALES

El derecho vigente emplea con frecuencia el término «facultad». Normal-


mente esto obedece a la voluntad de diferenciar las actividades propias de la
potestad de régimen de otros supuestos operativo s similares pero distinto s .
Así, p. ej ., cuando se habla de la «facultad» del sacerdote para confe sar (cfr.
ce. 966 ss.) lo que se pretende es no calificar esa actividad característica de la
potestad de orden como un supuesto de la potestad de régimen. Por eso el c.
144 distingue expresamente entre la suplencia de la potestad ejecutiva de régi-
men(§ 1) y la aplicación de la suplencia a las facult ades para confirmar, con-
fesar y asistir a los matrimonios (§ 2).
En general la «facultad» expresa la capacidad de obrar de manera lícita o
jurídicamente eficaz. Es éste un sentido amplio del término que expresa una
posibilidad jurídica de obrar. Suele emplearse también un significado más es-
tricto en el que el término «facultad» expresa la capacidad de actuar recibida

50. Cfr . E. LABANDE!RA, Tratado, cit., p . 131. Sobre la dele g ación legis lati v a, cfr. princi-
palmente el c. 135 § 2 en r elación con el c. 30 .
51. Cfr . F.J. URRUTIA, Delegation ofthe exsecutive pow er of governance, en «Studia Ca -
nonica » , 19 (1985 ), p . 353; A. BERNÁRDEZCANTÓN, la delegación de la potestad eclesiástica, en
VV.AA., «L a pote stad de la Iglesia », Barcelona 1960 , pp . 211-212 .

66
r
GOBIERNO Y JURISDJCCFÓNEN LA JGLESJA

de un superior y que es un concepto más cercano al de la delegación 52 • En el


contexto de las normas sobre la potestad de régimen interesan sobre todo las
relaciones existentes entre los sujetos que conceden, reciben o ejercen las fa-
cultades.
Hay facultades que se conceden por el derecho (p. ej., las que van anejas
a ciertos oficios, según las normas del CIC) y otras que se conceden mediante
actos de la autoridad competente (p . ej., las otorgadas por la Santa Sede). Pa-
ralelamente, el destinatario de las facultades puede ser la persona en cuanto ti-
tular de un oficio (así en el c. 566 § 1 se trata de las facultades que correspon-
den al capellán vi ojficii) o sin mediación del mismo. En este último caso
puede ocurrir que el destinatario sea titular de un munus , de una función que
no constituya un oficio, pero que sea al mismo tiempo justificativa de la facul -
tad que se atribuye (p. ej. , el confesor); o bien que sean precisamente las cua-
lidades personales del destinatario las que justifiquen la concesión de faculta-
des (así ocurre, p. ej., cuando se conceden facultades habituales al obispo
diocesano en razón de sus cualidades personales , industria personae: cfr. c .
132 § 2).
El CIC regula en el c. 132 la concesión ab homine (por la autoridad com -
petente en cada caso) de facultades habituales a una o varias personas sin me-
diación del oficio. La concesión y ejercicio de tales facultade s se rigen por las
normas de la potestad delegada (c. 132 § 1). El c . 132 § 2 regula también el su-
puesto especial de facultades habituales concedidas a ordinarios (cfr. c. 134).
Estas facultades se llaman «habituales» porque, como señalaba el c. 66 §
1 del CIC de 1917, se conceden a perpetuidad o para un plazo fijo , pero sin
determinar concretamente los casos. En cambio, las facultades «actuales» se
conceden «para caso s individualmente determinados» en lo relativo a las per-
sonas, las materias o el número de casos 53 • Durante la celebración del Conci-
lio Vaticano II y también después fueron publicadas varias normas por las que
la Santa Sede concedía facultades diversas a los obispo s y superiores religio -
sos54.
Las facultades habituales presentan un contenido variado . Algunas con-
sisten en verdaderos poderes; p. ej. cuando se concede el poder de dispensar
en una materia sin precisar individualmente los supuestos. En tales caso s la
concesión equivale a una delegación de potestad 55 • Otras veces las facultades

52 . Cfr. J. GONZÁLEZ AYESTA, La noción ju rídica de «facultad » en los comentadores del


Código de 1917, en «lu s Canonicum», 79 (2000) , pp. 99 - 123.
53. Cfr . M . CABREROSDE ANTA, Comentario al c. 66 del CTC 17, en VV.AA ., Código de
Derecho Canónico y legislación complementaria, 10.ª ed. , Madrid 1976 , p. 31 .
54 . Cfr. M .P. Pastora/e Munus , 30-Xl-1963, en AAS 56 (1964), pp . 5-12; Rescr . Cum Ad-
motae , 6-XI-1964, en AAS , 59 (1967) , pp . 374-378; Decr. Religionum laicalium. 31-V-1966, en
AAS, 59 (1967) , pp . 362-36 4; M .P. De Episcoporum Munerib us, 15-VI-1966 , en AAS, 58
(1966 ), pp . 466-472 .
55. F.J . URRUTIA,Sens ju ridique des termes autorisation,faculté, dispense , en «Les Ca-
hiers du droit ecclésial », 5 (1988) , p . 6 .

67
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

habituales consisten más bien en autorizaciones o licencias para ejercer activi-


dades, normalmente vinculadas con el sacramento del orden. Así p. ej., en el
caso de las facultades para confirmar, confesar o asistir al matrimonio 56 •

8. LA SUPLENCIA DE LA POTESTAD EJECUTIVA

El c. 144 § 1 dispone que «en el error común de hecho o de derecho, así


como en la duda positiva y probable de derecho o de hecho, la Iglesia suple la
potestad ejecutiva de régimen, tanto para el fuero externo como para el inter-
no».
Esta norma configura lo que suele denominarse suplemento o suplencia
de potestad. Cuando concurren las condiciones previstas por el e. citado la
Iglesia suple la potestad, de manera que el acto administrativo resulta jurídica-
mente eficaz aunque le falte algún requisito formal exigido para la validez .
La finalidad de esta disposición, ya prevista en el c. 209 del CIC de 1917,
es, por una parte, salvar el normal ejercicio de la potestad ejecutiva cuando
faltan los elementos necesarios que garantizan una certeza absoluta sobre la
validez del acto (p.ej., imposibilidad práctica de elevar una consulta en los ca-
sos de duda positiva y probable por parte de la autoridad). Por otra parte, el c.
144 § 1 pretende garantizar el bien espiritual y la tranquilidad de conciencia de
los fieles destinatarios de la potestad. Se pretende evitar, en definitiva, los in-
convenie ntes que se derivarían en estos casos de una aplicación excesivamen-
te rigurosa de los requisitos formales generales. El ordenamiento canónico
ofrece aquí una solución más atenta al dato sustancial, que puede ser aplicada
en casos singulares.
A propósito de la naturaleza jurídica de esta figura, la doctrina suele cali-
ficar la suplen cia de potestad como una delegación a iure transitoria o bien
como una sanación a iure de actos inválidos que realiza la Iglesia misma con-
siderada como institución 57 •
La suplencia de potestad no puede aplicarse el ejercicio de la potestad le-
gislativa ni tampoco a la potestad judicial; sino solamente en actuaciones con-
cretas en virtud de la potestad ejecutiva , tanto por oficio como también por de-
legación. Así p. ej., no puede existir duda positiva y probable al ejercerse la
potestad legislativa o la potestad administrativa general (otra cosa es la aplica-
ción de la norma), ni tampoco cuando se trata del ejercicio de la potestad judi -
cial , que exige siempre la certeza moral del juez al dictar sentencia (cfr. ce.

56. Cfr. ce . 883, 884 § 2, 966 y 1111 § 1. H. PREE (Die Ausiibung der Leitungsvollmacht,
en J. LISTL-H. M OLLER-H. SCHMITZ, «Handbuch des katholisc hen Kirchenrechts », Regensburg
1983 , p. 137) califica estas facultades como «actos de la potestad de orden con incidencia juris -
diccional» («mit jurisdiktionellem Einschlag»).
57. Cfr. E . LAB ANDEIRA, Tratado, cit ., p . 141.

68
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

1608 §§ 1 y 4, 1616 § 1). Como es obvio, la suplencia de potestad tampoco se


aplica tratándose de requisitos exigidos por el derecho divino: así , aunque el c.
144 § 2 extiende la suplencia a las facultades para confesar (cfr. c. 966), la ad-
ministración del sacramento requiere la potestad de orden, que no puede ser
suplida por el ordenamiento. Es decir , la suplencia de la potestad ejecutiva
sólo opera en los casos de personas capaces canónicamente de ejercer la potes-
tad que se suple 58 •
Son dos los requisitos exigidos para la suplencia de potestad: error co-
mún (de hecho o de derecho) y duda positiva y probable (de hecho o de dere-
cho). El error común se refiere más bien al destinatario o destinatarios de la
potestad , mientras que la duda positiva y probable afecta normalmente al suje-
to activo de la potestad 59 • Se trata de requisitos distintos y normalmente concu-
rrentes, aunque no siempre, porque es posible una situación de error común
sin que exista duda positiva y probable en el sujeto que ejerce la potestad (p.
ej., cuando por razones graves éste provoca una situación de error común en
los destinatarios, que bastaría por sí sola para la suplencia de potestad) .
El error común consiste en un juicio equivocado sobre la existencia, jus-
tificación o alcance de la potestad que afecta a todos o a la mayor parte de los
fieles de un lugar o de una concreta comunidad w. Hay error común de hecho
cuando la situación de error afecta efectivamente a muchos fieles, y error co-
mún de derecho cuando concurre una causa notoria que de suyo es apta para
inducir a error a los fieles , aunque de hecho sean pocos los afectados.
La duda se refiere principalmente a situaciones en las que el sujeto acti-
vo del acto admini strativo carece de juicio cierto sobre la existencia de la po-
testad. La duda ha de ser positiva, es decir , fundada en motivos realmente
existentes, y no basta la duda meramente negativa , que equivale en la práctica
a la ignorancia . Además la duda ha de ser probable , en el sentido de que el
fundamento de la duda positiva ha de tener entidad suficiente. La duda positi-
va y probable es de hecho cuando se refiere a la realización en el caso concre-
to de las condiciones exigidas por el derecho (p. ej., si el penitente incurrió en
una censura); es de derecho cuando se refiere a la existencia, vigencia o modo
de aplicar la norma (p. ej. si se trata de una censura cuya remisión está reser-
vada a la Santa Sede).
El c. 144 § 2 extiende la suplencia de potestad al ejercicio de las faculta-
des para confirmar, confesar y asistir a matrimonio s. Esta determinación ex-
presa era necesaria porque en el CIC tales facultades no constituyen supuestos
de la potestad de régimen en sentido estricto. Otro ejemplo de suplencia de po-
testad , entendido más bien como una prórroga del ejercicio de la potestad de-
legada , es el contenido del c. 142 § 2, que dispone que el acto de potestad de-

58. Cfr. H. SocHA, Comentario al c. 144, p . 2, en Münsterischer Kommenta r, cit.


59. Cfr. J.I. ARRlETA,Comentario al c. 144, en CIC-Pamplona , p. 163.
60 . Cfr. J . MANZANARES, Comentario al c. 144, en VV.AA., Código de Dere cho Canóni -
co, 5. ª ed., Madrid 1985, p. 112.

69
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

legada que se ejerce solamente en el fuero interno es válido aunque, por inad-
vertencia, se realice una vez transcurrido el plazo de la concesión.

9. LAS INSTITUCIONES AL SERVICIO DEL GOBIERNO ECLESIÁSTICO


(OBSERVACIONES SOBRE LAS PERSONAS JURÍDICAS, LOS ÓRGANOS
Y LOS ENTES O INSTITUCIONES PÚBLICAS)

En el capítulo anterior ya tuvimos ocasión de mencionar brevemente los


límites de la noción general y abstracta de organización eclesiástica. La Igle-
sia es institución organizada al servicio de una misión permanente que no de-
pende de la voluntad de sus miembros en cada época . Sin embargo, dentro de
esa estructura eclesiástica general y unitaria , dentro de la Iglesia-institución ,
existen diversas organizaciones con capacidad de actuar en el ámbito de las
funciones públicas. Por eso, siendo legítima y posible una consideración uni-
taria de la organización eclesiástica, hay que tener en cuenta al mismo tiempo
la distribución real de funciones entre distintos sujetos y entidades. Es la dis-
tinción entre organización y organizaciones o, si se prefiere, entre institución
e instituciones en plural 61 •
La dogmática del derecho público utiliza, entre otras , tres nociones clasi-
ficatorias de las organizaciones que actúan en el ordenamiento sin identificar-
se con las personas físicas o sujetos individuales: son las nociones de persona
jurídica, órgano y ente. Será útil considerar la virtualidad de estos conceptos
en el marco de la organización eclesiástica, particularmente en lo que se refie-
re a su relación con la función de gobierno en la Iglesia.

A. Personas jurídicas

A veces se ha intentado clasificar las instituciones al servicio del gobierno


eclesiástico sobre la base de la noción de persona jurídica . Por recordar aspec-
tos elementales, en el ámbito canónico (cfr. c. 115 § 1) esta figura sirve para
atribuir subjetividad y capacidad de actuación a muy diversas colectividades
(universitates personarum) o patrimonios (universitates rerum), como titulares
unitarios de situaciones jurídicas activas y pasivas que actúan a través de los re-
presentantes (derechos, deberes, competencias, capacidades, responsabilidades
y autonomía patrimonial, etc.). La regulación general de la personalidad jurídi-
ca está contenida básicamente en los ce. 113-123 del CIC: adquisición, clases
de personas jurídicas, representación, actividad, fusión, división, extinción , etc.

61. Sobre los diversos significados de los términos «institución» e «instituto jurídico», cfr.
el estudio de P. ERoó, La nozione dell'istituzione ne/ CIC (Osservazioni sul c. 86), en VV. AA.,
«Magíster Canonistarum. Estudios con motivo de la concesión al prof. dr. Urbano Navarrete,
S.J., del doctorado honoris causa». Salamanca 1994, pp. 43-59 (especialmente , pp. 48-52).

70
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA JGLESIA

No es necesario un estudio detenido de estas normas para concluir la in-


suficiencia de la noción de persona jurídica como categoría general de la orga-
nización eclesiástica. El motivo consiste en que, por un lado, la personalidad
jurídica se aplica a colectividades que no forman parte de la organización pú-
blica de la Iglesia (así en el caso de las asociaciones de fieles: cfr. p. ej. el c.
322 sobre la personalidad jurídica de las asociaciones privadas de fieles); por
otro lado, no todas las entidades de la organización eclesiástica tienen onece-
sitan obtener personalidad jurídica para el cumplimiento de sus fines (p. ej.,
los diversos colegios consultivos diocesanos. Incluso la calificación de las dió-
cesis como personas jurídicas -cfr. c. 373- estaba ausente de la normativa
del CIC de 1917).
En este sentido se puede decir que la problemática de la personalidad ju -
rídica no coincide con la de los entes que integran la estructura de gobierno de
la Iglesia 62 • El problema de la personalidad jurídica es lógicamente posterior a
las estructuras constituidas. Es básicamente un problema instrumental, al ser-
vicio de los fines que el derecho vincula al reconocimiento o atribución de la
personalidad. Por eso se puede concluir con Lombardía que «en todo ordena-
miento jurídico sea cual fuere la prodigalidad con que en él se proceda a la
personificación de colectividades y patrimonios, la noción de persona jurídica
nunca agotará por completo la totalidad de los sujetos de imputación, distintos
de la persona física» 6J .

B. Órganos

El concepto de «órgano» no tiene un origen canónico, sino que fue for-


mulado por algunos representantes de la dogmática iuspublicista alemana de
finales del siglo XIX. Su finalidad primordial es explicar la actuación de las
diversas organizaciones públicas que integran la estructura del Estado. En este
sentido la teoría del órgano se distingue y se presenta como alternativa a la te-
oría de la representación<l4.
En efecto, en la representación de las personas jurídicas, el representante
actúa en nombre y por cuenta de la persona jurídica representada. Los efectos
jurídicos de la actuación del representante se atribuyen al representado, bien de
manera inmediata (representación directa), bien a través de un acto jurídico ul-
terior que traslada a la persona representada los efectos de la actuación (repre-
sentación indirecta). En todo caso, la representación de personas físicas o jurí-

62. Cfr. A.M . PUNZI Nrcou), Gli enti nell'ordinamento canonico. l. Gli enti di struttura,
Padova 1983, p. 20. Subraya esta misma observación G . Lo CASTRO , Gli enti e l'organizzazione
della Chiesa (Riflessioni intomo ad un recente studio) , en «Il Dirilto Ecclesiastico», 1986 (1-II),
pp. 299-323.
63. P. LOMBARDfA. Lecciones , cit.. pp. 140 y 141.
64. Cfr. E. LABANDEIRA , Tratado, cit., pp. 56 SS.

71
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

dicas supone hablar de dos sujetos diversos: el representante y el representado.


El ámbito propio de esta doctrina es el de las relaciones de derecho privado.
En cambio, los órganos son unidades administrativas sin personalidad y
sin imputación propia. Son centros de competencias, compuestos por una o
varias personas físicas, que aparecen integrados en las diversas personas jurí-
dicas públicas del Estado, según lo que la doctrina italiana califica como rap-
porto di immedesimazione (relación de identificación, se podría traducir apro-
ximadamente) entre el funcionario y el Estado . La actuación de los órganos
manifiesta frente a terceros la misma entidad en la que están integrados, y tan-
to la actividad misma del órgano como también los efectos jurídicos de esa ac-
tividad se atribuyen a la entidad pública de la que forman parte . Por tanto, el
órgano, a diferencia del representante, forma parte del ente o persona jurídica
cuya voluntad y acción expresa frente a otros sujetos del ordenamiento. Ade-
más, hay que tener en cuenta que la teoría del órgano parte de la base de que
son los entes integrados en la organización del Estado los titulares originarios
de las funciones públicas.
La teoría orgánica ha tenido general aceptación en el derecho público
continental-europeo 65 • Sin embargo, ha conocido ulteriores revisiones y adap-
taciones en las últimas décadas 66 •
El CIC emplea el término «órgano» solamente en el c. 633 § 1. En cam-
bio, sorprende a primera vista su uso generalizado por parte de canonistas per-
tenecientes a diversas escuelas 67 • En realidad el uso frecuente del término por
parte de los autores se justifica por motivos más bien descriptivos o didácti-
cos, con el fin de explicar diversos supuestos de actividad pública en la Iglesia
mediante una terminología coincidente además con el lenguaje administrativo
estatal. También puede ser útil la noción para describir la estructura interna de
los colegios de la organización eclesiástica y para explicar la actuación de los
oficios en nombre de la Iglesia.
Pero, al margen de la utilidad más bien didáctica de la noción , no faltan
observaciones críticas por parte de algunos canonistas que estiman incompati-

65. Entre otros motivos porque sirve para atribuir voluntad unitaria a las personas jurídi-
cas del Estado y para dar respuesta al problema de la imputación de actividades públicas y las
responsabilidades administrativas. A diferencia de lo que ocurre tratándo se de la representación
(donde no todos los actos ilegítimos del representante son necesariamente asumidos por el repre-
sentado), el órgano carece de personalidad propia y así, incluso en los casos de dolo o culpa, es
el ente y no el órgano quien responde frente a terceros, sin perjui cio de que la entidad pueda re-
clamar después daños y perjuicios a la persona que actuó concretamente. Al mismo tiempo , la te-
oría orgánica es apta para explicar la estabilidad, continuidad y desprivatización de las funciones
públicas, por encima de las diversas personas físicas que integran los órganos en cada momento.
66. Según J.A. SANTAMARIAPASTOR(Órgano administrativo, en «Nueva Enciclopedia
Jurídica », 18, 1986, col. 686) el panorama actual de los estudios sobre la materia revela una
«enorme abstracción y disparidad» , de manera que «la doctrina no ha llegado a alcanzar siquiera
una mínima base de acuerdo term inológico» , convirtiéndose la teoría del órgano en un «terreno
movedizo e inestable».
67. Cfr. A.M. PUNZIN!COLO,Gli enti, cit., p. 143, nota 86 .

72
GOBIERNO Y JURISDICCIÓN EN LA IGLESIA

bles los presupuestos de la teoría orgánica con la naturaleza de la potestad


eclesiástica6S.
En efecto, por no extendernos en estas consideraciones introductorias so-
bre las instituciones que sirven al gobierno eclesiástico, baste recordar que, se-
gún la teoría del órgano, el titular originario de las funciones públicas y de la
potestad correspondiente no es el órgano mismo (que se limita a manifestar la
voluntad del ente público en el que se integra), sino el ente o persona jurídica
pública de la que forma parte. En cambio, los munera eclesiásticos no radican
primariamente en las personas jurídicas que reconoce el derecho canónico,
sino que corresponden como titulares originarios al romano pontífice y a los
obispos, que los reciben directamente de Cristo, aunque con la mediación de la
Iglesia : el papa por misión divina unida a su elección y aceptación; los obispos
a través del sacramento y de la misión canónica.
Estos presupuestos no permiten desdibujar la sustantividad propia de los
oficios capitales dentro de la estructura de gobierno, como ocurriría si el papa y
los obispos fuesen considerados simples órganos respectivamente de la Iglesia
universal y de las Iglesias particulares, que, en la lógica de la teoría orgánica lle-
vada al extremo, serían los entes titulares originarios del gobierno y de la potes-
tad eclesiástica. Con mayor motivo, ni el romano pontífice ni los obispos (vica-
rios de Cristo) pueden ser considerados representantes del conjunto de los fieles.
Conviene distinguir, por tanto, entre el uso de la noción de órgano como
instumento meramente descriptivo de las actividades oficiales en el derecho
canónico, y su significación propia en el contexto de la doctrina iu spublici sta
estatal , que es difícilmente compatible en este aspecto con la lógica interna,
con los presupuestos constitucionales del gobierno eclesiástico 69 •

C. Entes o Instituciones Públicas (oficios, colegios, circunscripciones)

La significac ión sacrame ntal y personal de la sacra potestas en sus titula-


res originarios (el romano pontífice y los obispos) no impide una cierta institu-
cionalización de funciones en la sociedad eclesiástica. Esto se produce a través
de algunos instrumentos jurídicos entre los que destacan el oficio , los colegios u
oficios pluripersonales y las circunscripciones. En la terminología de algunos
autores estas figuras se agrupan en la noción genérica de ente público . Así Arrie-
ta define el ente público como «cualquier realidad subjetiva, diversa de las per-
sonas físicas, que sea centro de atribución de situaciones jurídicas y actúe para la
consecución de fines propios» en el ámbito de la organización eclesiástica 70 •

68 . Cfr. p. ej.,A .M . PUNZINICOLO , op . cit ., pp. 140 ss; P.A. BONN ET, Ufficio (Diritto Ca-
nonico), en «Enciclopedia del Diritto », 45 (1992), col. 691.
69. Por otra parte, la noción de órgano no es aplicable a todas las instituciones de la orga-
nización eclesiástica, como son p. ej . las circun scripcione s . Así, la diócesis posee una estructura
orgánica , pero no puede ser considerada en sí misma corno un órgano de la Iglesia universal.
70. J .I.ARRIETA,Diritto , cit.,pp. 101 y 102.

73
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA JGLESIA

La noción de ente público tiene la ventaja de su significado primario, an-


terior a las diferencias entre los diversos entes reconocidos por el derecho y
además resulta menos comprometida doctrinalmente que las nociones de perso-
na jurídica y órgano. Por nuestra parte, utilizamos preferentemente el concepto
de «instituciones» de la organización eclesiástica - según las características
que serán descritas -, porque su recepción y uso es más universal que el con-
cepto de ente público (normalmente utilizado por la doctrina italiana) y porque
responde mejor a la misma calificación jurídica de .la Iglesia como institución.
En cualquier caso, lo importante es señalar que las instituciones (o entes)
de la organización eclesiástica no se confunden con las personas físicas, con
los fieles que las componen o están al frente de ellas. Son precisamente figu-
ras establecidas por el derecho canónico para garantizar el ejercicio continua -
do de las actividades de interés general. Utilizando una expresión frecuente
podemos decir que son «centros de imputación de funciones públicas» en la
Iglesia, diversos o al menos no perfectamente identificables con las personas
físicas individualmente consideradas. En efecto, todo ordenamiento jurídico, y
también el canónico, necesita instrumentos de organización que establezcan,
en mayor o menor medida, una ordenación abstracta de actividades y garanti-
cen su permanencia, con independencia de las personas físicas que en cada
momento sean titulares de esas actividades organizadas. De esta manera se
evita al mismo tiempo el riesgo de personalizar o privatizar actividades que no
son de interés particular, sino general.
Las instituciones de la organización eclesiástica están al servicio de los
fines y bien común del Pueblo de Dios; son establecidas a través del derecho
divino o de la acción constituyente de la Jerarquía y encauzan principalmente
-aunque no de manera exclusiva- la actuación estable de los munera je -
rárquicos; sus aspectos objetivos (naturaleza, fines, competencias, composi-
ción) están regulados por el derecho y no dependen de la voluntad personal de
quienes las componen o dirigen . Por todos estos motivos se pueden calificar
como instituciones «públicas», representativas de la organización oficial de la
Iglesia.
Estas instituciones públicas son básicamente el oficio unipersonal, los
colegios y las circunscripciones. Las consideramos principalmente en cuanto
que permiten un desarrollo estable del gobierno en la Iglesia, entendido en
sentido amplio (munus regendi) y no siempre como potestad de jurisdicción en
sentido estricto. Es verdad que ni el oficio ni los colegios ni tampoco las cir-
cunscripciones tienen como fin exclusivo la organización del gobierno, sino
también la distribución estable de otras funciones. Pero la particular relevan -
cia estructural de la función de gobierno justifica sobradamente a nuestro jui-
cio el estudio específico -que haremos a partir del próximo capítulo- de
aquellas instituciones como instrumentos para el gobierno eclesiástico.

74
CAPÍTULO III
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

1. CONCEPTO LEGAL Y SIGNIFICADO GENERAL DEL OFICIO

El CIC de 1983 contiene pocas definiciones de las figuras que regula .


Una excepción la constituye el c. 145 § 1, que establece el concepto legal de
oficio eclesiástico: «cualquier cargo (munus), constituido establemente por
disposición divina o eclesiástica, que haya de ejercerse para un fin espiritual ».
Los precedentes próximos a esta definición legal son el c. 145 del CIC de
1917 y el n. 20 del decreto Presbyterorum ordinis del Concilio Vaticano 11.
El CIC de 1917 distinguía en el c. 145 § 1 entre oficio en sentido amplio
y en sentido estricto. En sentido amplio era «cualqui er cargo que se ejerce le-
gítimamente para un fin espiritual». En cambio, el oficio venía definido en
sentido estricto como «un cargo constituido de una manera estable por ordena-
ción divina o eclesiástica , que se ha de conferir según las normas de los sagra-
dos cánones, y lleva aneja una participación de la potestad eclesiástica , sea de
orden, sea de jurisdicción». El § 2 del c. citado precisaba que en derecho el
oficio debía entenderse en sentido estricto, a no ser que por el contexto de la
frase constara otra cosa.
El concepto establecido en el c. 145 del CIC de 1917 era completado, en-
tre otras normas, por la regulación contenida en los ce. 1409 ss. sobre la figura
del beneficio eclesiástico, que en el derecho patrimonial de la época constituía
un «ente jurídico constituido o erigido a perpetuidad por la competente autori-
dad eclesiástica, que consta de un oficio sagrado y del derecho a percibir las
rentas anejas por la dote al oficio» (c. 1409).
En efecto, históricamente las figura s del oficio y del beneficio discurrie-
ron en paralelo, a causa de la aceptación del sistema beneficia! como instru-
mento para la retribución de los clérigos . En los oficios más destacado s de la
organización eclesiástica tradicional, junto con el nombramiento para el cargo,
el clérigo recibía el beneficio con las rentas anejas. Este sistema llevaba consi-
go la dispersión del patrimonio diocesano y desigualdades en la retribución
del clero a causa de la diferente categoría y situación de los beneficios.

75
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

El Conc ilio Vaticano II promovió una reforma del sistema beneficia} al


considerarse que había que buscar instrumentos más equitativos y funcionales
para mantener al clero al servicio de la diócesis; reforma que fue definitiva-
mente consumada por el CIC de 1983 con la supresión del sistema beneficia!
(cfr. c. 1272 ss.). Se entiende así que al promover aquella reforma PO 20 des-
tacara expresamente el protagonismo del oficio sobre el beneficio, de la tarea
misma sobre las rentas, con el fin de lograr una retribuc ión más equitativa e
igualitaria de los presbíteros titulares de oficios eGlesiásticos. En tal contexto
PO 20 ofreció una noción de oficio distinta de la prevista por el CIC de 1917:
«cualquier cargo establemente conferido (stabiliter collatum) que haya de
ejercerse para un fin espiritual».
En la evolución del concepto legal de oficio hasta el c. 145 § 1 del CIC de
1983, antes citado, subyacen, por tanto, diversas cuestiones: a) la separación
definitiva entre oficio y benefic io; b) la falta de vinculación necesaria entre el
oficio y la potestad eclesiástica, de manera que no todos los oficios expresan el
ejercicio de la potestad; c) la reafirmación de la estabilidad constitutiva y de la
finalidad espiritual del oficio. Entre todas estas características legales la más
importante canónicamente es la estabilidad constitutiva del oficio
El oficio, en efecto, es un munus, término latino que admite diversos sig-
nificados: función, tarea, encargo. Sin embargo, no cualquier munus constitu-
ye un oficio 1, sino solamente aquel munus establemente constituido en la orga-
nización eclesiástica, por derecho divino o humano, para el servicio de la
misión de la Iglesia 2 , y que se ejerce por una o varias personas físicas desig-
nadas según las normas de la provisión canónica (c. 146). Por eso se habla
propiamente del oficio como «cargo» ( «incarico», «charge», «function»,
«Dienst» ): el cargo público eclesiástico. Su estabilidad constitutiva permite
considerar el oficio como una realidad objetiva creada por el derecho, que no
se confunde con su titular.
Cuestión distinta es si esa realidad objetiva que es el oficio debe conside -
rarse dotada de personalidad jurídica. Atendiendo a la regulación actual es di -
fícil sostener la personalidad jurídica del oficio, que ni siquiera es necesaria en
el caso de los oficios capitales. Como observa Labandeira, «el hecho de que
todo oficio esté constituido o institucionalizado establemente no quiere decir
que goce de personalidad jurídica» '. El soporte jurídico de las funciones del

1. Fuera del título dedicado a los oficios , el ere emplea el término oficio con diversos
significados (obligación, tarea, ministerio , encargo) que conviene no confundir con el concepto
técnico de oficio: cfr. H. SocHA, comentario al c. 145, pp. 5 y 6, en Münsterischer Kommentar,
cit. Vid. también P. ERDO,Ministerium , munus et ojficium in Codice luris Canonici, en «Periodi-
ca», 78 (1989), pp. 411-436.
2. La finalidad espiritual a la que se refiere el c. 145 § 1 expresa una participación en la
misión general de la Iglesia y no siempre el ejercicio de la cura de almas: cfr. W. AYMANS-K.
MóRSDORF,Kanonisches Recht. Lehrbuch auf Grund des Codex luri s Canonici, vol. 1, Pader-
bom -München-Wien-Zürich, 1991, p. 445.
3. E. LABANDE!RA, Tratado de Derecho Administrativo Canónico, cit., p. 113.

76
El OFICIO ECLESIÁSTTCO

oficio es más bien la organizació n (parroquial, diocesana, etc.) en la que el ofi-


cio se inserta 4 •
La estabilidad constitutiv a del oficio y su signifi cado general en la orga-
nización eclesiástica quedaba oscurecida en parte por la definición del Conci-
lio Vaticano II, antes citada. Al decirse que el oficio era un cargo establemente
conferido (collatum) se ponía el acento en el propio acto de provisión o cola-
ción del cargo , antes que en el cargo mismo como realidad objetiva. Existía así
el peligro de una cierta subjetivizaci ón conceptual del oficio , confundiéndo lo
con los nombramient os estable s. La misma distinción entre la potestad ordina-
ria (referida a los cargo s establemente constituidos) y delegada (independiente
del oficio) quedaba comprometida con aquella definición. Por estos motivos el
c. 145 § 1 actual ha subrayado la estabilidad constitutiva del oficio (munus
stabiliter constitutum), superando así la discu sión doctrinal sobre si PO 20 ha-
bía ofrecido una definició n técnica del oficio que habr ía de ser recibida nece-
sariamente en la legislación po sterior5. Más adelante, con motivo de la distin-
ción entre institución y constitución de los oficio s, consideraremos otro s
aspectos de la estabilidad constitutiva.
El oficio cumple una función de primer orden en la organización ecle -
siástica. Ocupa un lugar central entre las institucione s al servicio del gobierno
en la Iglesia . Es una figura jurídica, ya prevista en el derecho público romano 6 ,
que el derecho canónico recibió y desarrolló a lo largo de la historia como ins-
trumento apto para la gestión de los fines espirituales de la Iglesia y el ejerci-
cio estable y ordenado de la potestad eclesiástica. De manera esquemática se
puede decir que el oficio:
- organiza establement e el ejercic io de los munera atribuidos por Je su-
cristo a la Jerarquía;
- es el instrumento típico de la misión canóni ca, vehículo para partici-
par establemente en la pote stad de régimen atribuida originalmente a
los oficios capitales;
- permit e la continuid ad del gobierno eclesiástico por encima de la su-
cesión de personas;
- ordena el ejercicio de otras tareas públicas diversas del gobierno, pero
propia s también de la misión de la Iglesia , en los distintos nivele s de
organización (diocesano, supradioce sano, univer sal);

4 . Cfr. J .l. ARRIETA, Diritto, cit., p. 147. Para todas las cuestiones relativas a la personali-
dad jurídica del oficio y otros aspectos rela cionados con esta materia - p. ej. la relación entre
oficio y órgano - cfr. J.A. Somo , la noción canónica de oficio, Pamplona 1971, pp. 116 ss. ,
227 SS.
5. Cfr. p. ej. las opinione s de J.A . Somo, op. cit ., p . 102 (en contra del carácter técnico y
vinculante para el legislador ordinario de la definición conciliar) y O. R OBLEDA, la noción canó-
nica de oficio, en «Gregorianum », 54 (1973), p . 357 (que sostenía en su recensión al estudio de
Souto la precisa intencionalidad de la definición).
6. Cfr. R.A. STRIGL , Grundfragen der kirchlichen Amterorgani sation , cit., p. 15.

77
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

- permite identificar las competencias establemente atribuidas a los di-


versos sujetos en el ordenamiento canónico;
- permite también distinguir entre las funciones propias del cargo y
otras actividades personales del titular del oficio.

2. ELEMENTOS

Dentro del oficio como realidad jurídica unitaria cabe distinguir dos ele-
mentos: el personal o subjetivo y el funcional u objetivo.

A. Elemento personal. El titular del oficio

El elemento personal del oficio se refiere a la persona física que es titular


del cargo. Puede tratarse de una o varias personas físicas. En el caso de varias
personas físicas titulares del oficio éstas pueden constituir un colegio y se ha-
bla entonces de oficios pluripersonales o colegiados 7. Con todo, el modelo tí-
pico de oficio eclesiástico es el oficio unipersonal, al que nos vamos a referir
en este capítulo. Los colegios de la organización eclesiástica merecen un trata-
miento específico, a causa de sus peculiaridades, y de ellos nos ocuparemos en
el próximo capítulo de este libro .
Veamos ahora algunos aspectos generales de los titulares de oficios ecle-
siásticos.
Las normas universales y particulares que regulan los diversos oficios es-
tablecen las condiciones de titularidad. Con carácter general el c. 149 § 1 exi-
ge en el candidato la idoneidad determinada por el derecho universal, particu-
lar o fundacional, y estar en comunión con la Iglesia . Para acceder a la
titularidad de algunos oficios es además requisito necesario emitir la profesión
de fe y un juramento de fidelidad 8 • Aunque el e. 149 § 1 no hable expresamen-
te de comunión «plena» , parece claro que la exigencia en él contenida se refie-
re a aquellos bautizados que se unen a Cristo en la estructura visible de la Igle-
sia católica: por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del
régimen eclesiástico (cfr. LG 14, ce. 205 y 204 §§ 1 y 2). En efecto, la titulari-
dad de un oficio, de un cargo público en la Iglesia, comporta una peculiar re-

7. Es posible la existencia de varios titulares de un único oficio eclesiástico sin que cons-
tituyan un colegio , por no cumplir los requisitos objetivos para que pueda hablarse propiamente
de oficio colegiado (sobre estos requisitos , vid. infra, cap. IV, 1). Así por ejemplo, de la regula -
ción establecida en los ce. 517 § 1 y 542-544 sobre las parroquias in solidum no puede deducirse
con certeza si se trata o no de verdaderos colegios de párrocos. Además estas parroquias podrían
ser teóricamente confiadas a dos párrocos, en cuyo caso no podría hablar se de colegio, para el
que son necesarias al menos tres personas (c. 115 § 2).
8. Cfr. c. 833 y el contenido de las fórmulas publicadas por la Congregación para la Doc-
trina de la Fe, que entraron en vigor el 1-III-1989 (cfr. AAS, 71, 1989, pp. 104-106 y 1169).

78
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

}ación con la organización eclesiástica y con los demá s fieles que no puede
aplicarse a los no bautizado s ni a los acatólicos. Se puede decir como principio
general que nadie puede desempeñar funciones de la organización sin ser
miembro de la comunidad organizada. Esto no impid e la colaboración de no
católicos y no cristianos en las institucione s de la organización eclesiástica,
pero sin que se reconozca una verdadera adscripción , ni tampoco la titularidad
de un oficio en virtud de esa tarea participati va o colaborad ora. Es el caso p .
ej. de la participación de miembros de Igle sias que no están en plena comu-
nión con la Iglesia católica en los sínodos diocesanos o concilios particulare s,
como observadores (cfr. ce. 463 § 3, 443 § 6). Por todo ello , en vez de aludir
genéricamente a la persona física, habría que hablar más bien del fiel como ti-
tular del oficio eclesiástico.
La amplia noción de oficio contenida en el c. 145 § 1 no vincula necesa-
riamente el oficio con la potestad de régimen. Ni todos los oficios asumen el
ejercicio de la potestad, ni tampoco ésta se ejerce siempre a través del oficio ,
como lo prueba el caso de la potestad delegada . Lo mismo cabe decir en el
caso de la tradi cionalmente denominada potestad de orden. En este sentido es
claro que pueden ser titulare s de oficios eclesiásticos tanto clérigos como tam-
bién fieles laicos, varones o mujeres, según lo que estable zca el derecho en
cada caso. Esta capacidad de los laicos es reconocida con carácter general por
el c. 228.
El acceso al oficio, cumplidos los requisitos de la provisión canónica , es-
tablece una peculiar posición jurídica del titular en la organización eclesiásti-
ca , diversa de la que le corresponde en cuanto simple fiel. Esta posición jurídi-
ca está comp uesta por diversos víncu los que relaciona n al fiel con el oficio
mismo y con la organización diocesana, supradiocesana o universal a la que el
oficio se adscribe. De estos víncu los derivan un conjunto de derecho s y debe-
res, correspon dientes a la naturaleza pública del oficio. Son los derecho s y de-
beres que se refieren al titular del cargo y que vienen establecidos p or las nor-
mas canónicas. Así, el que es nombrado para el oficio parroqu ial tiene la
obligac ión de residencia, derecho de vacaciones, etc. (c. 533); las per sonas
que trabajan en los dicasterios de la curia romana y otros organi smos vincula-
dos con la Santa Sede están sometidas, por su parte , a un régimen jurídico es-
pecial, regulador de aspectos subjetivos diversos , como son la situación labo-
ral, la organización de la plantilla y sus diversos escalafones, determinacione s
sobre la conducta per sonal , horarios, retribuciones, event uales sanciones ad-
ministrativas, etc. (cfr. RGCR , 1.ª parte , arts. 1-97).
Estos derec hos y obligaciones de la per sona titular del oficio deben dis-
tinguirse de los derechos y obligacione s del oficio que son ejercidos por el ti-
tular (potestad, facultades de representac ión, funcione s diversas)9. Así, vol-

9 . Esta distinción se encuadra en el problema más amplio de las relacio nes entre oficio y
titular (o bien entre oficio y órgano ). Sobre este problema la doctrina canónica ofrece distinta~
soluciones . Para algunos autores el oficio capacita a la persona física para actuar como órgano de

79
ORGANIZAC IÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

viendo al ejemplo del párroco, éste representa a la parroquia en todos los ne-
gocios jurídicos (c. 532) , ejerce en ella unas funciones especialmente vincula-
das con el oficio parroquial (c. 530) , tiene la obligación de aplicar la Misa pro
populo los domingos y fiestas de precepto (c. 534), etc.
Por último, para terminar estas consideraciones generales sobre el titular
del oficio, se puede recordar que la estabilidad constitutiva del oficio permite
diversos tipos de nombramiento del titular; puesto que el oficio permanece
más allá del tiempo para el que haya sido nombra,da la persona: de este modo
el titular, de acuerdo con las normas correspondientes a cada cargo, podrá re -
cibir un nombramiento temporal o indefinido, es decir , con o sin determina-
ción de tiempo, o incluso podrá ser nombrado ad nutum o ad beneplacitum , es
decir, por un periodo temporal que determine libremente la autoridad. Estudia -
remos más adelante (§ 7 .E) que estos distintos modos de nombramiento son
relevantes en el caso de una eventual remoción del titular.
También cabe advertir que una misma persona puede ser titular de varios
oficios , con tal de que sean compatibles entre sí.
Por último , cuando falta el titular del oficio, por renuncia, traslado etc., o
causa de la muerte, el oficio permanece establemente constituido en la organi-
zación eclesiástica, aunque queda vacante, de manera que sus funciones son
actuadas en parte por otra persona transitoriamente, hasta que se nombre el
nuevo titular.

B. Elemento fancional

Además de la persona física titular , el oficio comprende un elemento de


carácter funcional , una «certa et determinata mensura functionum ecclesiastica-
rum» 1º, es decir, las tareas que se ejercen establemente al servicio de la Iglesia.
Todo oficio integra, en efecto, unas competencias determinadas por el derecho
al servicio inmediato de las finalidades del cargo, que contribuyen mediata-
mente al bien común de la Iglesia. Como recuerda Morsdorf, «es fundamento
del oficio un determinado ámbito de tareas que, en función del bien común , ne-
cesitan una atención permanente » 11• Según el c. 145 § 2, que estudiaremos en el

la Iglesia (cfr. K. MóRSDORF, Kritische Erwiigungen zum kanonischen Amtsbegriff , en W. AY-


MANS-K.T.GERINGER -H. SCHMITZ(Eds .) «Klau s Morsdorf . Schriften zum kanoni schen Re cht»,
Paderborn-München -Wien-Zürich, 1989, p. 360; K. MóRSDORF,De conceptu officii ecclesiasti-
ci , en «Apollinaris » , 33, 1960, p. 84). Para otros , la perso na física titul ar del oficio es preci sa-
mente órgano del ente en el que el oficio se integra. Un breve status quaestionis sobre las rela-
ciones entre oficio y órgano, se encuentra en L. SANDRI, Orga,w. rappresentanza e «potestas
sacra» nella Chiesa, en «Apollinari s» , 63 (1990) , pp . 173-178. Cfr. también J .I. ARRIETA,
Diritto , cit., pp. 106- 110.
10. F.X. WERNZ-P. VmAL, Ius Canonicum , vol. II , Romae 1943, p. 193.
11. K . MóRSDORF, Lehrbuch des Kirchenrechts auJGrund des Codex / uris Canonici, vol.
1, 11. ª ed., Paderborn 1964, p . 274.

80
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

próximo apartado, «las obligaciones y derechos propios de cada oficio eclesiás-


tico se determinan bien por el mismo derecho por el que se constituye, bien por
el decreto de la autoridad competente que lo constituye y a la vez lo confiere».
La determinación jurídica de las funciones o competencias del oficio no
siempre es específica, sino que frecuentemente tiene un significado general.
Así, p. ej ., el CIC concreta las funciones especialmente encomendadas al párro-
co (cfr. c. 530), pero además corresponden en general al oficio parroquial todas
las funciones propias de la cura pastoral de la parroquia (cfr. c. 519). En cam-
bio, la potestad del vicario episcopal es siempre especial, a partir de los crite-
rios establecidos por el c. 476 que serán desarrollados por el derecho particular.
Los criterios más importantes para la determinación de las funciones pro-
pias del oficio son el territorial (ejercicio de las funciones en un concreto ám-
bito territorial) , el material (determinados asuntos o materias) y el personal
(determinadas personas). Es frecuente que las normas canónicas combinen en-
tre sí estos criterios para los diversos oficios, sin establecerlos de manera ex-
clusiva o independiente.
El contenido de lo que hemos denominado genéricamente funciones o
competencias del oficio es variado: a) En el caso de los oficios que tienen atri-
buida por el derecho potestad de régimen (potestad ordinaria), esas funciones
son verdaderos poderes que se expresan como mandatos o decisiones legislati-
vas, administrativas o judiciales (cfr. c . 135 § 1). Es el caso p. ej. de la «potestas
ordinaria iudicandi» (c. 1420 § 1) que corresponde al vicario judicial diocesano.
b) En otros casos, se trata más bien de facultades anejas al oficio: capacidades
de obrar dependientes del orden sagrado (p . ej. , las facultades atribuidas ipso
iure al oficio de capellán, según el c . 566 § 1), mandatos representativos esta-
bles (cfr. p. ej. el c. 364 sobre las facultades de los legados pontificios) y otras
facultades que no expresan por sí mismas el ejercicio de la potestad de régimen.
c) También puede hablarse en ocasiones de servicios de gestión constituidos es-
tablemente en la organización eclesiástica: así en el caso de los oficios estable-
cidos para la administración del patrimonio diocesano (cfr. p. ej. , c. 494 § 3) o
para el trabajo habitual en la curia diocesana (cfr. ce. 482 ss .)
Estos poderes, facultades o servicios que el derecho atribuye al oficio en
cada caso tienen carácter público, porque se ejercen establemente en la organi-
zación eclesiástica al servicio de la misión de la Iglesia. Por eso , las competen-
cias anejas a los diversos oficios no se confunden con el conjunto de derechos,
deberes, facultades etc. que corresponden a sus titulares. Aquellas son compe-
tencias objetivas, al margen del poder de disposición del titular del oficio , aun-
que obviamente éste resulte habilitado para determinar y orientar en un senti-
do u otro el ejercicio de las funciones . Conviene tener en cuenta que la
discrecionalidad del titular sobre el modo de ejercer las competencias del ofi-
cio - más o menos amplia según las normas de cada cargo y los vínculos de
subordinación a otras autoridades-, no incluye un libre poder de disposición
sobre el contenido de esas funciones objetivas , que viene determinado (al me-
nos de forma genérica) por el derecho .

81
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESI A

A partir de estas con sideraciones puede afirmar se que el titular del oficio
actúa en nombre de la Iglesia (cfr. por analogía el c. 116 § 1), dentro de su ám-
bito de competencias. De ahí que, en sentido amplio, podría hablarse del ofi-
cio como «órgano» de la Igle sia , aunque, como ya apuntamos anteriorm ente,
sea mejor con siderarlo como institución canónica específica, a causa de lo s
comprometido s presupue stos doctrinale s de la teoría orgánica.
Toda s estas cuestiones evoca n , al mismo tiempo, el problem a gener al de
la responsabilidad administrativa del oficio. Sobre .esta cuestión afirmó Lom-
bardía, refiriéndose específicamente el ejercicio de la pot estad ejecutiva en el
CIC, que los actos administrati vos son imputabl es, no a las per sonas física s
que los producen, «sino a la organización oficial de la Iglesia, en cuyo nombre
actúan». Y añadía el mismo autor: «si cualquier persona jurídica pública cum-
ple su función mirando al bien público en nombre de la Igle sia , en lo relat ivo
a la consecución de sus fines (c. 116 § 1), afortiori actúa en nombre de la
Iglesia el titular de un oficio con pote stad ejecutiva o quiene s asumen lega l-
mente la misión de colaborar con él en el ejercicio de sus funciones. En conse -
cuencia, las responsabilidades que pudieran derivarse de la ilegitimidad de ac-
tos administrativos, en lo que se refier e a la obligación de reparar daños (c.
128; cfr. también c. 57 § 3) , pesan sobre la organi zación eclesiástica , en la que
se inserta el oficio al que está aneja (c. 131 § 1) la pote stad ejecutiva que se
ejerció o se delegó . De ahí que tales daño s hay an de repararse, en el ámbito
patrimonial , con biene s eclesiásticos; independient emente de que a su vez la
organización eclesiástica pueda exigir re sponsabilidad a las personas físicas
que por su incumplimi ento del derecho , desacierto o negligencia hayan sido
culpables del daño causado al administrado» 12 •

3. IN STITUCIÓN Y CONSTITUCIÓN DE OFICIOS

Tra s haber descrito los ra sgos generales del oficio como figura can ónica
analizaremos ahora brev emente los aspecto s generales del proceso de estable-
cimiento de los oficios en la organización eclesiástica.
En este proce so conviene distinguir entre institución, constitución (o
erección) y provi sión de oficio s. Son tres actividades di versas desde el punto
de vista lógico o conceptual, aunque cronológic amente puedan coincidir en un
mismo acto o incluso ser realizada s por la misma autoridad.
a) La institución (lo que la doctrina alemana denomina Einrichtung) del
oficio con siste en su fundación en el ordenamiento canónico: la instauración
abstracta del oficio por el derecho . No es nece sario que el acto instituyente del
oficio determine de modo concreto todas sus característica s, ya que p. ej. el de-

12. P. L OMBARDIA, Comentari o a los ce. 40-47 , en CIC-Pamplona , pp . 91-92 (en las pri-
meras ediciones) y cfr. J. MIR AS, pp. 115 y 116 (en la 7 .ª ed.).

82
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

recho universal puede atribuir ulteriormente al derecho particular esa determi-


nación concreta. La institución de oficios expresa, por una parte, el alcance es-
tructurado r del derecho divino (en los oficios que tienen ese origen); por otra
parte, testimonia la capacidad de autorganización de la Iglesia en el tiempo.
b) Por su parte, la constitución o erección (Errichtung) de oficios consiste
en su concreto establecimiento en la organización eclesiástica. Conviene notar
aquí que el c. 145 § 2 emplea el verbo «constituo » para referirse en realidad a
dos actividades diversas, como son la institución y la constitución o erección
de oficios (en cambio, el c. 148 habla con más precisión de «officia erigere») 13•
Son actividades diversas aunque, como ya hemos indicado, pueden coincidir
en el tiempo o ser realizadas por la misma autoridad. La diferencia entre insti-
tución y constitución se expresa con claridad en los oficios de constitución fa-
cultativa, p. ej. el oficio de vicario episcopal. En tales casos el oficio está insti-
tuido en abstracto (regulación general del oficio de vicario episcopal en CD 27
y ce. 476 ss.), pero su concreta constitución depende de la decisión de a autori-
dad competente (el obispo diocesano, en el ejemplo citado: cfr. c. 476). Sin
embargo, la diferencia entre institución y constitución es también apreciable en
los oficios de constitución preceptiva , en los que no siempre es suficiente la
institución para el efectivo establecimiento del oficio en la organización. Así p.
ej. el oficio de canciller de la curia diocesana está instituido por el derecho uni-
versal (cfr. c. 482 § 1), pero el derecho particular puede constituirlo con fun-
ciones incluso diversas de las señaladas en el CIC (cfr. el mismo c.).
La constitución de oficios produce siempre una reforma de la organiza-
ción eclesiástica en el nivel correspondiente (diocesano, interdiocesano, uni-
versal). En efecto, cada vez que se constituye un oficio se amplía la estructura
orgánica en la que el oficio se integra, o al menos (caso de acumulación de
funciones en un nuevo oficio acompañada de la reforma o supresión de otros)
se realiza una nueva distribución de funciones en la organización ya estableci-
da. De ahí la importancia de que la autoridad pondere la necesidad y oportuni-
dad de constituir el oficio en cada caso concreto: valorando las consecuencias
burocráticas, económicas, etc ., que producirá el acto constituyente; procuran-
do prevenir también las duplicidades que a veces se producen con oficios do-
tados de funciones paralelas. En ocasiones estas dificultades pueden evitarse
mediante la reforma de oficios ya constituidos, para que resulten capaces de
atender las nuevas necesidades, sin que sea siempre necesario constituir nue-
vos cargos.
e) Por fin, la provisión del oficio significa el acto o conjunto de actos ju-
rídicos que integran el procedimiento para nombrar al titular del oficio. Más

13. El c. 145 § 2 dispone: «Las obligacione s y derecho s propios de cada oficio eclesiásti-
co se determinan bien por el mismo derecho por el que se con stituye , bien por el decreto de la
autoridad competente que lo constituye y a la vez lo confiere ». Por su parte, el c. 148 establece:
«La provisión de los oficios compete a la misma autoridad a quien corresponde erigirlos, inno -
varlos o suprimirlos, a no ser que el derecho establezca otra cosa».

83
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

adelante (§ 6) trataremos de los sistemas regulados por el derecho universal


para la provisión de oficios.
Una vez recordada la diferencia entre institución y constitución de ofi-
cios, debemos referirnos a los sujetos de estas actividades.
A causa de las consecuencias que implica en el ordenamiento , el acto de
institución de un oficio es propio, de suyo, del derecho objetivo, y más concre-
tamente de la ley universal o particular y de la costumbre. También puede ins-
tituirse un oficio a través de una norma administrativa general (cfr. ce. 31 ss.);
no, en cambio, mediante un acto administrativo singular, que por su propia na-
turaleza no es apto para el establecimiento general o abstracto de oficios ecle-
siásticos. En consecuencia , pueden instituir oficios las autoridades dotadas de
potestad legislativa o administrativa general, tanto en virtud del oficio como
por delegación.
En cambio, la constitución de un oficio puede realizarse, según la nove-
dad establecida por el c. 145 § 2, no sólo a través de un acto legislativo o ad-
ministrativo general, sino también a través de un decreto administrativo singu-
lar «que lo constituye y a la vez lo confiere» a la persona designada para el
cargo.
Obviamente, tanto la institución del oficio como también su efectiva
constitución deben cumplir concretamente los requisitos de jerarquía normati-
va, competencia y otros que el derecho establece para la validez y eficacia de
las normas y actos jurídicos.
Por lo que se refiere a la innovación de oficios (división , fusión , reforma
en las funciones de los oficios, etc.) y a su supresión, puede admitirse la pre-
sunción general de que corresponde a la misma autoridad competente para ins-
tituirlos o constituirlos, salvo que la naturaleza del asunto o el derecho mismo
determinen otra cosa. Esta presunción general se deduce de la aplicación ana-
lógica del c. 148, referido a la provisión de oficios.
Como consecuencia de su institución y constitución , son establecidas «las
obligaciones y derechos propios de cada oficio» (c. 145 § 2). El oficio queda
así stabiliter constitutum en la comunidad u organización correspondiente 14 •

14. La estabilidad constitutiva del oficio plantea algunas cuestiones. P. ej. , hay que pre-
guntarse por el significado de la estabilidad constitutiva en los casos de oficios de constitución
facultativa y nombramiento temporal del titular, como es el caso del vicario episcopal diocesano.
Cuando el obispo constituye y nombra ad tempus un vicario episcopal en la diócesis, una vez
cumplido el plazo del nombramiento no tiene obligación de nombrar a un nuevo titular ni tampo-
co de seguir manteniendo el oficio. Estamos en este caso ante un oficio con estabilidad relativa.
no comparable con la que es propia de los oficios de constitución preceptiva. Algo parecido se
plantea a propósito de la estabilidad constitutiva de los oficios establecidos en sede vacante (p .
ej. el administrador diocesano: cfr. ce. 420 ss). Se puede cuestionar aquí si se trata de verdaderos
oficios, o bien de delegaciones a iure para estas situaciones de sede vacante (cfr. la expresión «a
iure quidem collatam » contenida en el c. 409 § 2 a propósito de la situación del obispo auxiliar
en sede vacante).

84
EL OFICIO ECLESJÁSTICO

4. CLASES DE OFICIOS

Pueden establecerse diversas clasificaciones de los oficios eclesiásticos.


Estas clasificaciones tienen interés, en cuanto que ayudan a comprender me-
jor la organización eclesiástica bajo el aspecto jurídico. Pero conviene no
abusar de ellas, ya que los criterios clasificatorios son de hecho variadísimos
y además pueden relacionarse entre sí, dando lugar a nuevas clasificaciones.
Procuraremos limitarnos, por tanto, a las clasificaciones que parecen de ma-
yor interés .
Ya hemos aludido a una primera clasificación de los oficios en función
del elemento personal. Según el número de titulares los oficios pueden ser, en
efecto, unipersonales o colegiados. De los oficios colegiados trataremos espe-
cíficamente en el próximo capítulo .
Por su origen los oficios pueden ser de institución divina o de institución
humana (cfr. c. 145 § 1), que a veces se denominan también de institución
«eclesiástica». Son oficios de institución divina, según las fuentes de la Reve-
lación católica, el romano pontífice y el colegio episcopal (cfr. ce. 330 y 331 ),
y el oficio episcopal al frente de la Iglesia particular (cfr. c. 369 en relación
con el c. 375).
Según la obligatoriedad de su establecimiento se distingue entre oficios
de constitución preceptiva o facultativa. En ambos casos el oficio está institui-
do en abstracto por el derecho, pero en los oficios facultativos su concreta
constitución depende de la valoración que haga la autoridad competente. Es
preceptivo p. ej. el oficio de ecónomo diocesano (cfr . c . 494 § 1); en cambio,
es facultativo el oficio de vicario parroquial (cfr. c. 545 § 1).
Por su posición en la estructura jerárquica de la Ig lesia los oficios se
clasifican en capitales y auxiliares . Los oficios capitales presid en en nombre
propio, por derecho divino o humano, circunscripciones o comunidades de fie-
les establecidas por el derecho en la organización eclesiástica. Además del
caso peculiar del romano pontífice para toda la Iglesia y para la dióce sis de
Roma, son oficios capitales el obispo diocesano y otros prelados equiparados
con potestad propia cuasiepiscopal (p. ej. el prelado territorial, el abad territo-
rial), el arzobispo metropolitano y el párroco . Los oficios auxiliares se consti-
tuyen, en cambio, para la colaboración estable en las funciones de los oficios
capitales. Los oficios auxiliares más importantes son los cargos vicarios.
Según su posible adscripción a un colegio, los oficios pueden ser autóno-
mos (p. ej., el rector del seminario diocesano: cfr. c. 260) o formar parte de un
colegio establecido en la organización eclesiástica (p. ej., el presidente de una
conferencia episcopal: cfr. c. 452).
Según la estabilidad del nombramiento, hay oficios cuyo titular recibe un
nombramiento temporal (p. ej., el arcipreste: cfr. c. 554 § 2), y otros cuya titu-
laridad no está sujeta a plazo determinado (p. ej. el nombramiento de párroco,
salvo que la conferencia episcopal determine otra cosa: cfr. c. 522). Sin em-
bargo , en uno y otro caso el oficio mantiene su estabilidad constitutiva.

85
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Como puede observarse, todas estas clasificaciones tienen un significado


estructural, porque atienden sobre todo a las características formales del oficio
considerado en sí mismo. Otras clasificaciones atienden más bien al elemento
funcional del oficio, en cuanto que consideran principalmente las competen-
cias atribuidas por el derecho.
Así, según el ámbito y alcance de la competencia atribuida a cada oficio,
pueden establecerse dos clasificaciones principales. En primer lugar la que
distingue entre oficios territoriales, personales y materiales. Los primeros li-
mitan su actividad a un determinado ámbito espacial (p.ej. el vicario episco-
pal constituido para una concreta zona de la diócesis: c. 476). En cambio, los
oficios personales ejercen sus actividades sobre determinados fieles, con inde-
pendencia del territorio donde éstos se encuentren (p. ej., el ordinario militar:
cfr. SMC, art. IV, 1.0 ) 15 • Por su parte, los oficios materiales actúan solamente
en un bloque de materias definidas por el derecho (p. ej., el ecónomo diocesa-
no: c. 494, o los dicasterios de la curia romana: PB, art. 14). Lógicamente es-
tos criterios delimitadores de la competencia pueden combinarse entre sí.
La segunda clasificación de los oficios por el ámbito y alcance de su com-
petencia es la que distingue entre oficios con competencia general y especial.
En el primer caso, el derecho no detalla el alcance de las competencias del ofi-
cio (así, el vicario general diocesano ayuda al obispo en el gobierno de toda la
diócesis, -c. 475 § 1-, es decir, en todo el territorio diocesano, en favor de
todos los fieles vinculados a la potestad del obispo, y en todas las materias pro-
pias de la potestad ejecutiva que no precisen un mandato especial). En el se-
gundo caso , el derecho o el mismo nombramiento determinan concretamente
la competencia (p.ej., el vicario episcopal nombrado para ciertas materias).
Según su relación con las funciones propias del orden sagrado se distin-
gue entre oficios con y sin cura de almas (curados y no curados). La diferencia
consiste en que en el primer caso el clérigo resulta habilitado por el nombra-
miento para ejercer el ministerio de la Palabra y de los sacramentos al servicio
de un determinado grupo o comunidad de fieles (p. ej., el oficio de capellán: c.
564). A partir de lo establecido por el c. 150 puede distinguirse todavía entre
oficios con cura de almas plena o parcial. La diferencia consiste en que los ofi-
cios con plena cura de almas sólo pueden ser conferidos a sacerdotes (obispos
y presbíteros) 16 •
Finalmente, por su relación con la potestad eclesiástica, podemos distin-
guir entre oficios dotados de potestad (ordinaria) de régimen y oficios sin ca-
pacidad jurisdiccional. Los oficios con potestad de régimen pueden ser titula-
res de potestad propia o vicaria (cfr. c. 131 § 2).

15. Puede ocurrir también que los oficios personales actúen en favor de determinado s fie-
les, pero dentro de un territorio determinado (p. ej., el vicario episcopal nombrado para determi-
nados fieles de la diócesis: cfr. c. 476). En tales casos el criterio delimitador de la competencia es
simultáneamente territorial y personal.
16. Una aplicación de este criterio se encuentra en el c. 517 § 2.

86
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

5. PRINCIPIOS DE ORGANIZA CIÓN DE LOS OFICIOS

La estructura eclesiástica de gobierno no consiste en una simple serie in-


conexa o dispersa de oficios. La propia consideración de la Iglesia como reali-
dad comunitaria -la Iglesia es una comunión - exige una organización inter-
dependiente, que facilite además la participación de sus miembros en los
objetivos comunes. Así, los vínculos de la comunión jerárquica establecen
unas relaciones recíprocas entre la cabeza y miembros del colegio episcopal
(cfr. ce. 336 y 375 § 2), de manera que los oficios episcopales no se ejercen
aisladamente, sino de forma coordinada , tanto en el ámbito universal como
también en el ámbito interdiocesano . Algo parecido puede decirse en general
respecto de los distintos poderes, servicios y facultades de gestión encomenda-
dos a los diversos oficios.
Los oficios se integran en concretos entes u organizaciones (diócesis,
conferencia episcopa l , etc .), sin perder por ello sus propios perfiles sustanti-
vos. Como consecuencia, son puestos en relación necesaria con otros cargos
establecidos en el mismo ente (p . ej. , relaciones entre oficios pertenecientes a
la curia romana) o en entes diversos (p . ej ., relaciones entre los legados ponti-
ficios y los obispos diocesanos). Hablamos precisamente de principios de or-
ganización para indicar los criterios inspiradores y a la vez expresivos de las
relaciones mutuas entre los diversos oficios.
Estos principios se inducen del contenido de las normas escritas y consue-
tudinarias, y expresan vínculos jurídicos en la actuación de los oficios . Por eso
tienen un significado canónico, que permite distinguirlos de otros criterios infor-
madores de buen gobierno o simple reparto de tareas para una mayor eficacia
administrativa. La determinación de los principios jurídicos de organización es
tarea propia de los autores 11• El conocimiento de esta doctrina ayuda a identificar
la posición de cada oficio en la estructura de gobierno y su relación con otros
cargos, al tiempo que permite promover el orden en las actividades oficiales.
Seguidamente analizaremos algunos aspectos generales de los principios
de organización .

A. Principio capital

Ya hemos aludido repetidamente en páginas anteriores, al tratar de lapo-


testad ordinaria propia y de las clases de oficios, a la peculiar conformación de
la organización eclesiástica a travé s de los oficios capitales, establecidos al
frente de comunidade s de fieles organizadas por el derecho . Dentro del género

17. Entre los autore s que se han ocupado de esta materia cabe destacar a G. DELG ADO,
Principios jurídicos de organización , en «lus Canonicum », 13 (1973) , pp . 105-17 1, por más que
sus opinione s no siempre resulten compatibles con la legislación vigente, dado el momento en que
fueron publicadas . Recientemente se ha ocupado del tema J.I. ARRIETA, Diritto, cit. , pp. 156-167.

87
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

de los oficios capitales debe subrayarse siempre la peculiar posición del roma-
no pontífice respecto de la Iglesia universal y de los obispos al frente de las
Iglesias particulares , en cuanto titulares originarios de las funciones públicas
dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia y, en particular, de la función de
gobierno en sus diversas manifestaciones. Esta realidad constitucional se pro-
yecta sobre las competencias atribuidas a los demás oficios establecidos.
No todas las funciones propias del romano pontífice y de los obispos dio-
cesanos son susceptibles de comunicación o participación por otros oficios.
Algunas son objetivamente intransferibles (concretamente, las que dependen
de carisma s específicos, como es el caso de la infalibilidad pontificia); en
otros casos existen determinaciones expresas del derecho que impiden la des-
concentración de ciertas competencias capitales en favor de otros oficios (así
ocurre p. ej. con la potestad legislativa particular que sólo puede ser ejercida
por el obispo -individualmente o en el sínodo diocesano -, salvo que el de-
recho determine otra cosa: cfr. c. 135 § 2).
El carácter propio e inmediato de la potestad pontificia y episcopal (cfr.
ce. 331 y 381 § 1) justifica la existencia de instrumentos canónicos al servicio
de una centralización del ejercicio del gobierno, como pueden ser p. ej. el poder
de reserva o la avocación de competencias. De este modo es posible que los
oficios capitales asuman incluso personalmente el ejercicio de poderes y com-
petencias que habitualmente se encomiendan a oficios diversos y subordinados.
Lógicamente esta posible centralización tiene sus límites, por motivos te-
óricos y prácticos . Por eso el principio capital no excluye la incidencia de los
principios jurídicos de colegialidad, descentralización y desconcentración.

B. Principio colegial

El principio colegial se manifiesta a través de los diversos colegios acti-


vos o consultivos establecidos en la organización eclesiástica, compuestos por
varias personas que toman sus decisiones por mayoría de votos, según un pro-
cedimiento establecido.
Nos remitimos al estudio general de estos colegios en el próximo capítulo,
donde tendremos ocasión de valorar las peculiaridades del principio colegial.

C . Descentralización y desconcentración
Existen motivos prácticos evidentes que aconsejan el ejercicio estable de
competencias por parte de oficios distintos de los oficios capitales. Resulta im-
posible, en efecto, que el papa y los obispos asuman personalmente el ejerci-
cio de todas las actividades relacionadas con la función de gobierno. Además
de imposible, esta hipotética concentración capital sería desaconsejable, te-
niendo en cuenta la necesidad de una especialización técnica y la complejidad
que reviste la actividad de gobierno.
88
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

Pero además de estos motivos hay fundamentos de orden cons titucional


para afirmar que «la organización de la Iglesia ( ... ) es una organización des-
centralizada»18.Las Iglesias particulares son entidades autónomas, con una or-
ganización específica que no se confunde ni forma parte de la organización
«central» de la Iglesia . Son presididas por los obispos con potestad propia, or-
dinaria e inmediata (c. 381 § !), de manera que se excluye absolutamente la
consideración de los obispos como vicarios pontificios, sin que esto signifique
desconocer los vínculos de subordinación o comunión jerárquica con el roma-
no pontífice (ce. 333 § 1 y 375 § 2).
Cuando en el derecho público estatal se trata de la descentralización suele
precisarse que este principio inspira las relaciones entre entes públicos o perso-
nas jurídicas diversas, compuestas a su vez por diversos órganos . De este modo
el sujeto pasivo de la descentralización sería primariamente el ente o persona
jurídica pública como tal, y secundariamente el órgano c01Tespondiente. Por el
contrario, en el derecho de la Iglesia puede hablarse, a nuestro juicio, de rela-
ciones de descentralización entre oficios eclesiásticos. El motivo consiste en
que son precisamente las personas y los oficios unipersonales o colegiados
quienes reciben y ejercen según el derecho las competencias y poderes descen-
tralizados. El ente público o la persona jurídica considerada en abstracto no es
en la Iglesia titular originario ni derivado del gobierno. Cuando p.ej. se descen-
traliza una materia anteriormente reservada a la Santa Sede, el sujeto receptor
de esa descentralización no es la diócesis como tal, sino directamente el oficio
de obispo diocesano.
En este sentido podría decirse que en el derecho canónico la descentrali -
zación no se diferencia de la desconcentración, que en el derecho público es-
tatal se aplica solamente a las relacione s entre órganos de un mismo ente o
persona jurídica pública . En el marco de la organización eclesiástica tiene más
importancia , en cambio, diferenciar las relaciones de descentrali zación (o des-
concentración) de la simple delegación. La delegación supone una comunica-
ción inestable y revocable de poderes o competencias, con independencia del
oficio , mientras que la descentralización implica una transferencia estable de
tales poderes o competencias desde el oficio central hasta el oficio descentra-
lizado. Este último asume la titularidad y ejercicio de las funciones transferi-
das, es decir, descentralizadas o desconcentradas. Además resulta investido de
la autonomía necesaria para desarrollar el contenido de la descentralización, al
tiempo que disminuye la subordinación al oficio central y sin perjuicio de los
controles administrativos que pueden servir todavía para la tutela del ejercicio
de las competencias descentralizadas (licencias , aprobaciones , etc.).
La amplitud y el contenido de la descentralización - siempre necesa-
ria- dependen básicamente de factores históricos y contingentes. Con todo,
así como la centralización no puede ser absoluta, tampoco la descentrali zación

18. J . HERVADA , Elementos de Derecho Constitucional Canónico , cit. , p. 230 .

89
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN LA fGLESIA

debe ir en detrimento de la unidad de la Iglesia 19 • Hay que tener en cuenta ade-


más que la descentralización suele dar lugar al establecimiento de institucio-
nes para el ejercicio ordinario de las nuevas tareas, con las cargas humanas,
burocráticas y económicas que esto supone.
Un ejemplo de las relaciones entre centralización y descentralización lo
constituye el proceso de constitución de las diócesis en los denominados terri-
torios de misión 2º. En la primera fase de este proceso es el romano pontífice
quien gobierna esos territorios a través de un prefecto y, más adelante, de un
vicario apostólico (cfr. c. 371 § 1). Posteriormente, cuando existen las condi-
ciones humanas y materiales para erigir una diócesis , el derecho pontificio
descentraliza el gobierno en favor del oficio episcopal constituido, recono-
ciendo su potestad ordinaria, propia e inmediata.
Otro ejemplo de descentralización entre oficios lo ofrece el proceso de
transformación de los antiguos vicariatos castrenses en ordinariatos: los nue-
vos «ordinarios» militares son ahora dotados de potestad propia (cfr . SMC,
art. IV, 3.º), con la autonomía suficiente para asumir la capitalidad eclesiástica
en el ordinariato , a diferencia de la situación anterior en la que eran considera-
dos vicarios del romano pontífice.

D. Principio vicario
Como ha puesto de relieve Arrieta21 , la vicariedad no sólo se expresa canó-
nicamente como una de las manifestaciones de la potestad ordinaria de régimen
(cfr. c. 131 § 2), sino que constituye también un principio de organización . Sin
embargo, las notas específicas de la potestad vicaria, ya estudiadas en página s
anteriores (vid. supra, cap. II, 6, A, b), valen mutatis mutandi s para la vicarie-
dad entendida como principio de organización de oficios, de manera que no es
necesario repetir ahora aquellas observaciones.
Se puede recordar, con todo, que el principio vicario se manifiesta en sen-
tido amplio cuando se constituyen en una determinada organización (Santa
Sede, diócesis, parroquia) uno o varios oficios con la misión específica de par-
ticipar establemente y a tenor del derecho en las funciones propias del oficio
capital de ese ente u organización. Los oficios vicarios tienen un significado
auxiliar de los oficios capitales, en cuyo nombre actúan.
La vicariedad ofrece un notable interé s desde la perspectiva del derecho
de la organización, porque permite una desconcentración estable de ciertas ta-
reas capitales , al tiempo que admite oportuno s instrumentos canónicos al ser-
vicio de la unidad del poder , a partir de la relación jerárquica que existe siem-

19. El principio directivo n. 5 para la reforma del CIC de 1917 señalaba la oportunidad de
«razonables 'descentralizaciones' cuando no haya riesgo de disgregación o de constitución de
Iglesias nacionales» (cfr. el Praefatio del ClC de 1983).
20 . Vid. Communicationes, 18 (1986), p. 66.
21 . Cfr. J.I. ARRIETA, Diritto, cit., pp. 159-162.

90
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

pre entre el oficio capital y el oficio vicario: el titular del oficio capital puede
asumir personalmente el ejercicio de las funciones que habitualmente desem-
peña el vicario (poder de reserva) y dispone también de otros controles sobre
la actividad vicaria (mandato especial, licencias, poder de revocación o revi-
sión de los actos vicarios, etc .).

E. Subordinación o jerarquía
El principio de subordinación o jerarquía expresa una relación jurídica de
dependencia que vincula verticalmente entre sí a diversos oficios. El oficio su-
perior ocupa una posición de supremacía, con el fin fundamental de garantizar
la unidad de las diversas actividades. De este modo pueden corregirse los
eventuales desequilibrios producidos por la incidencia de otros principios or-
ganizativos, como son la desconcentración de funciones o la vicariedad .
Esta relación subordinada es establecida propiamente por el derech den-
tro de un mismo ente u organización (una circunscripción, un colegio, etc.),
sobre la base de la distinción de poderes. Esto explica que no exista relación
de subordin ación jerárquica entre oficios administrativos y judiciales (p. ej .,
entre el vicario judicial y el ecónomo diocesano) .
Este principio tiene diversas manifestaciones. La más importante consis-
te en la atribución al oficio superior de un conjunto de poderes y facultades
para dirigir y controlar efectivamente la actuación de los subordinados. Son tí-
picas manifestaciones de la subord inación jerárquica la facultad de nombra-
miento y remoción del titular del oficio subordinado; la anulación o reforma
de los actos del inferior a iniciativa del superior o mediante la interposición de
un recurso jerárquico (cfr. c. 1737 § l); el poder de reserva y de sustitución
(cfr. ce. 479 §§ 1 y 2, 165); la capacidad de dirigir con mandatos generales o
especiales la actividad de los inferiores (c. 480); determinadas licencia s o
aprobaciones requeridas en casos concretos, etc.

F. Coordinación

El principio de coordinación procura sobre todo el orden en la actividad


de los diferentes oficios eclesiásticos. Tiene especial interés en el caso de co-
legios u organizaciones de oficios y colegios en las que intervienen diversas
personas, como son las curias romana y dioce sana . En tales supuestos pueden
plantearse dudas sobre el alcance de la distribución interna de las diversas
competencias, concurrencias funcionales sobre un mismo asunto e incluso
conflictos de competencias positivos o negativo s, según que dos o más sujetos
pretendan actuar o bien ninguno de ellos quiera ocuparse del asunto 22 •

22 . Cfr. PB, art. 20: «Si surgen conflictos de competencia entre los dicasterio s, se somete-
rán al Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, a no ser que el Sumo Pontífice quisiera pro-
veer de otro modo».

91
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESJA

Por estos motivos la coordinación constituye un principio inspirador de la


actividad administrativa que tiene ante todo un sentido preventivo, ya que ayu-
da a evitar la duplicidad de las actuaciones , los conflictos de competencias y,
en general , las actividades dispersas o incluso contradictorias. Se entiende así
la oportunidad de que este criterio general sea desarrollado en las normas rela-
tivas a los oficios eclesiásticos. Es tos desarrollos normativos del principio de
coordinación se encuentran principalmente en las disposiciones sobre la curia
romana y diocesana.
El c. 473 § 1 expresa la necesidad de que «se coordinen debidamente to-
dos los asuntos que se refieran a la administración de toda la diócesis» . Esta
coordinación corresponde personalmente al obispo diocesano en sus aspectos
generales y también en el aspecto específico de la coordinación de los vicarios
generales y episcopales (c. 473 §§ 1 y 2). Al mismo tiempo, es posible la cons-
titución del oficio de moderador o secretario general de la curia diocesana y el
establecimiento de un consejo episcopal integrado por los vicarios administra-
tivos diocesanos (c. 473 §§ 2 y 4). Estas previsiones del CIC son el desarrollo
del principio general coordinador del c. 473 § 1.
Por lo que se refiere a la curia romana, el RGCR contiene diversas dispo-
siciones, sobre las relaciones de coordinación entre los dicasterios 23 • Esta acti-
vidad coordinadora corresponde, según los casos, al romano pontífice personal-
mente, al cardenal Secretario de Estado y a las propios jefes de los dicasterios.
Además de esta normativa específica sobre las curias diocesana y roma-
na, existen otras disposiciones sobre el ejercicio de la coordinación. Así, cuan-
do se exige el suministro de informes periódicos a la autoridad competente en
previsión de los actos de gobierno o una vez que han sido emitidos, las consul-
tas frecuentes entre los titulares de la potestad ejecutiva, etc. (cfr. p. ej. los ce.
65, 67, 53, 407, 480) .
Es importante tener en cuenta que la coordinación no siempre deriva de
una relación de dependencia o subordinación entre los oficios. El oficio que
asume tareas de coordinación no es necesariamente superior jerárquico del
oficio cuya actividad coordina, como ocurre p.ej. cuando un vicario general
es encargado de coordinar la actividad de los vicarios episcopales en la dióce-
sis o también en el caso de la actividad coordinadora del Secretario de Estado
respecto de los prefectos de los dicasterios de la curia romana 24 • A diferencia
del vínculo propio de la relación jerárquica, que justifica la emisión de órde-
nes vinculantes para los subordinados, la tarea coordinadora se expresa más
bien a través de una orientación directiva, compatible de suyo con la necesaria
autonomía de los oficios cuya actividad se coordina.

23. Vid. RGCR , arts. 98-111, 130.


24. No existe relación de dependencia jerárquica entre el vicario general y los vicarios
episcopales, porque todos estos oficios están jerárquicamente subordinados al obispo diocesano.
Por otra parte, todos los dicasterios de la curia romana son jurídicamente iguales entre sí (cfr.
PB, art. 2 § 2), sin perjuicio de las relaciones de coordinación que puedan establecerse.

92
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

El principio de coordinación no se expresa solamente entre oficios perte-


necientes a una misma organización administrativa, sino también -entendido
en sentido amplio- entre oficios capitales; sea a través de instituciones per-
manentes reguladas por el derecho (p. ej., las conferencias episcopales), o bien
mediante iniciativas o reuniones informales (p. ej. , asamblea de los obispos de
una provincia eclesiástica bajo la presidencia coordinadora del arzobispo me-
tropolitano).

G. Subsidiariedad

Con frecuencia se invoca la subsidiariedad con una pluralidad de signifi-


cados, que en la mayoría de los casos se relacionan con el contenido propio de
la descentralización 25 • Al mismo tiempo, la subsidiariedad es un criterio de
buen gobierno que lleva a respetar la autonomía e incluso la precedencia prác-
tica de los oficios dotados de competencia especial por parte de los titulares de
cargos con competencias más generales, dentro de los límites requeridos por la
unidad del ordenamiento.
Además de estos significados, el principio de subsidiariedad puede con-
siderarse también como un criterio expresivo de la complementariedad entre
los oficios constituidos. En este sentido, hay oficios que se fundamentan en la
necesidad u oportunidad de prolongar las funciones de otros cargos que, por
sus competencias generales, no alcanzan ámbitos de actuación más especiali-
zados. Este criterio organizativo tiene importancia particular cuando se trata
de la organización estable de la cura de almas. El oficio de capellán, p. ej ., tie-
ne un significado complementario o subsidiario y no sustitutivo de las funcio-
nes parroquiales; de ahí la precisión contenida en el c. 57126 • Este significado
complementario se encuentra también en la base de la constitución de oficios
dotados de potestad personal, que no excluyen la jurisdicción territorial. Así p.
ej. el oficio de ordinario militar no sustituye la potestad de los obispos de las
diócesis donde se encuentran los militares, y otro tanto ocurre en el caso de los
capellanes militares respecto de las funciones propias de los párrocos locales,
según las reglas de la potestad cumulativa (cfr. SMC, arts. IV. 3 .ª, V y VII) .

25. Es paradigmático en este sentido el contenido del principio directivo n. 5 para la refor-
ma del CIC de 1917, donde se relacionan los conceptos de subsidiariedad, autonomía y descen-
tralización: cfr. el Prefacio del CIC de 1983 y Communicationes , 1 (1969), pp. 80-82.
26. «El capellán debe guardar la debida unión con el párroco en el desempeño de su fun-
ción pastoral». Cfr. también , c. 568 («pro iis qui ob vitae condicionem ordinaria parochorum
cura frui non valent» ). Cfr. también el c. 558 sobre los rectores de iglesias .

93
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

6. LA PROVISIÓN DE OFIClOS ECLESIÁSTICOS

A. Concepto y características generales

Objetivamente considerada la provisión consiste en la dotación de titular


al oficio eclesiástico. Puede tratarse de un acto simple o complejo, según que
el nombramiento del titular se realice a través de un solo acto administrativo
de la autoridad, o bien incluya diversas actuaciones desde la selección y desig-
nación del candidato hasta la toma de posesión. ·
En todo caso la provisión es un requisito o conjunto de requisitos necesa-
rios para obtener válidamente el oficio (cfr. c. 146). El CIC de 1917 conside-
raba la provisión como elemento integrante del concepto legal estricto de ofi-
cio21.
Un principio que inspira la regulación actual de toda esta materia es la
autonomía y libertad de la Iglesia para designar a los titulares de cargos ecle-
siásticos a través de sus autoridades. Este criterio general, que sigue presen-
tando hoy diversas excepciones prácticas a partir de los derechos adquiridos y
de las costumbres particulares, fue proclamado por el Concilio Vaticano 11,
tanto en lo que se refiere a los nombramientos pontificios como también a pro-
pósito de los nombramientos realizados por los obispos diocesanos.
Bajo el primer aspecto, CD 20 declaró que «el derecho de nombrar e ins-
tituir a los obispos es propio, peculiar y de por sí exclusivo de la autoridad
eclesiástica competente». En el mismo lugar, para garantizar la libertad de la
Iglesia y el bien de los fieles, el Concilio manifestó la voluntad de que no se
concedieran en el futuro a las autoridades civiles derechos ni privilegios «de
elección , nombramiento, presentación o designación para el oficio episcopal»,
al tiempo que solicitó a las autoridades civiles la renuncia a los derechos y pri-
vilegios de provisión adquiridos. Estos criterios han sido confirmados por el c.
377 §§ 1 y 5.
Por lo que se refiere a los nombramientos en las diócesis, CD 28 promo-
vió la libertad del obispo en la colación de oficios y beneficios diocesanos, de-
clarando suprimidos los derechos y privilegios }imitadores de esta libertad ge-
neral. El mismo criterio se repite en el c. 157 vigente.
Como consecuencia de todo este planteamiento, la intervención de
personas ajenas a la organización eclesiástica en la provisión de oficios es ac-
tualmente de alcance mucho menor que en épocas pasadas. Así p. ej. en lo re-
lativo al derecho de patronato, que correspondía, en virtud del reconocimien-
to eclesiástico, a los fundadores de iglesias, capillas o beneficios, y llevaba
consigo, entre otros privilegios, el derecho de presentar al clérigo para la igle-
sia o beneficio vacante 28 • El CIC de 1983 no mantiene entre sus normas las

27. « ... ad normam sacrorum canonum conferendum »: c. 145 § l del CIC de 1917.
28. Cfr. ce. 1448 y 1455, l. º ss. del CIC de 1917.

94
EL OFICIO ECLESJÁSTICO

frecuentes referencias al derecho de patronato contenidas en la legislación


anterior 29 •
Dentro de estas características generales de la provisión podemos distin-
guir entre la autoridad que la realiza y el candidato al oficio.
La autoridad competente para llevar a cabo la provisión es la determina-
da en cada caso por las normas reguladoras del oficio que se encuentra vacan-
te. Puede ser una persona dotada de potestad al menos ejecutiva (en virtud del
oficio o por delegación), un colegio con capacidad reconocida para realizar el
acto administrativo que designa al titular del oficio, o bien una persona que
tenga atribuida esa facultad a través de la costumbre, un convenio particular o
la ley de fundación, aunque no sea titular de la potestad de régimen ordinaria
o delegada. Este último es el caso de los patronatos y privilegios de nombra-
miento todavía vigentes en casos particulares.
El principio general está contenido en el c. 148: «la provisión de oficios
compete a la misma autoridad a quien corresponde erigirlos, innovarlos o su-
primirlos, a no ser que el derecho establezca otra cosa». Además es posible ex-
cepcionalmente la suplencia o sustitución de la autoridad competente para la
provisión, con los efectos señlados por el c. 155.
El candidato, por su parte, debe cumplir dos condiciones generales, esta-
blecidas en el c. 149 § 1, para ser promovido al oficio. En primer lugar, «estar
en comunión con la Iglesia»; en segundo lugar «ser idóneo, es decir, dotado
de aquellas cualidades que para ese oficio se requieren por derecho universal
o particular, o por la ley de fundación». Por las razones ya apuntadas en pági-
nas anteriores (vid. supra, 1 y 2.A) -que tienen en cuenta sobre todo el sig-
nificado del oficio como institución pública en la sociedad eclesiástica- el
requisito de la comunión debe entenderse más bien en cuanto comunión plena
con la Iglesia católica: vínculos de fe, sacramentos y régimen eclesiástico (cfr.
LG 14, ce. 205 y 204 § 2). Respecto de la segunda condición general estable-
cida por el c. 149 § 2, las normas universales, particulares o fundacionales de-
terminarán en cada caso las condiciones específicas de idoneidad de los can-
didatos. En el propio CIC se encuentran normas de este tipo 30 • Si el candidato
careciera de las cualidades requeridas expresamente para la validez , la provi-
sión eventualmente realizada sería inválida; en caso contrario el acto de pro-
visión sería válido, aunque rescindible por la autoridad administrativa (cfr. c.
149 § 2)31 •

29. Cfr. principalmente los ce. 1448 SS. del ere de 1917.
30. Cfr. p. ej. los ce. 378 y 521 sobre idoneidad de los candidatos al episcopado y al ofi-
cio parroquial, respectivamente.
31. Cfr. también el contenido de los ce. 149 § 3 (invalidez ipso iure de la provisión hecha
con simonía); ce. 150 y 151, sobre provisión de oficios con cura de almas , y c. 152, sobre oficios
incompatibles entre sí.

95
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

B. Requisitos generales y efectos de la provisión

Los requisitos generales para la provisión de los oficios son los siguien-
tes: a) institución previa del oficio; b) vacación; c) compatibilidad ; d) forma;
e) toma de posesión 32 •
a) Para que pueda ser provisto el oficio debe haber sido instituido y
constituido. Recordemos que la institución consiste en la fundación abstracta
del oficio en el ordenamiento canónico, mientras que la constitución o erec-
ción supone su concreto establecimiento en una organización parroquial, dio-
cesana, colegial , etc. Sin embargo, según lo dispuesto por el c. 145 § 2, la
constitución y provisión del oficio pueden coincidir cronológica y formalmen-
te en el decreto admini strativo de la autoridad que, según la terminología del
c. citado, «constituye» y a la vez «confiere» el oficio al candidato. Con todo,
también en este supuesto es posible distinguir conceptualmente la provi sión
del oficio de su institución y constitución.
b) El oficio debe estar vacante canónicamente en el momento en que se
realiza la provisión ; es decir , debe carecer de titular legítimo, en virtud de la
incidencia de alguna causa de vacación previ sta por el derecho: transcurso del
tiempo o cumplimiento de la edad fijada cuando la autoridad competente lo
notifique por escrito (c. 186), muerte del titular, renuncia , traslado , remoción
o privación (c. 184 § 1). La vacación del oficio que se pretende dotar de titular
es un requisito para la validez de la provisión, que no sería convalidado por la
vacación posterior (cfr. c . 153 § 1 y la precisión del§ 2 sobre los oficio s pro -
vistos para un tiempo determinado). En el caso de que el oficio esté jurídica -
mente vacante pero alguien lo detente de hecho , puede realizarse la provi sión
con tal que se declare ilegítima esa pretendida titularidad y se mencione esa
declaración en el documento del nombramiento (cfr. c. 154).
c) «A nadie se confieran dos o más oficios incompatibles , es decir, que
no puedan ejercerse a la vez por una misma persona» (c. 152).
Se trata de un requi sito no exigido esta vez para la validez de la provi -
sión, a causa de las dificultade s práctica s que supondría la aplicación de esta
exigencia genera l33 • Las norma s de los diversos oficio s eclesiásticos pueden
establecer expresamente , también bajo sanción de invalidez , ciertas incompa-
tibilidades, como hace el CIC en algunos casos.14.
d) La provisión del oficio es un acto eminentemente formal. Esto signi-
fica concretamente que la designación del titular ha de seguir en cada caso el

32. Como requi sito especial incluido dentro de las normas generales de provisión el CIC
prohíb e bajo sanción de invalidez la provisión de un oficio hecha con simonía: cfr. c . 149 § 3 .
Para algunos oficios se exige además la profesión de fe y el juramen to de fidelidad: cfr. nota 8 de
este cap.
33. Cfr. J .l. ARRIETA , Comentario al c. 152, en C1C-Pamplona, p. 167.
34 . Cfr. los ce. 423 § 2 , 478 § 2 y 492 § 3.

96
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

procedimiento de provisión establecido. De lo contrario, la provisión sería in-


válida (cfr. ce. 146 y 147). Además , la provisión debe consignarse por escrito
(cfr. c. 156), si bien este requisito no se exige ad validitatem 35 •
A partir de las normas del ere (cfr. e. 147) pueden distinguirse cuatro
procedimientos generales para la provisión de oficios: la libre colación; el
nombramiento con previa presentación; la elección (con o sin confirmación
por la autoridad competente); y la postulación. En realidad estos cuatro proce-
dimientos pueden reducirse a tres, porque la postulación es un sistema siempre
referido a las elecciones canónicas, como veremos más adelante.
Es importante tener en cuenta que el ere se remite con frecuencia en es-
tas normas procedimentales a lo que determine el derecho particular, entendi-
do en sentido amplio, es decir, incluyendo no sólo la legislación sino también
las costumbres legítimas, el derecho estatutario y las disposiciones fundacio-
nales del oficio que se pretende dotar de titular 36 • En tales supuestos estas dis-
posiciones particulares prevalecen incluso sobre lo dispuesto por el e1econ
carácter supletorio.
e) La toma de posesión es un requisito normalmente necesario «para la
obtención pleno iure del oficio»37 • El ere no se refiere expresamente a este re-
quisito dentro de las normas generales de la provisión porque hay casos en los
que basta la notificación del nombramiento para cerrar todo el procedimiento
de provisión (cfr. ce. 178, 179 § 5, 183 § 3), y también existen supuestos en
los que no se exige la toma de posesión (cfr. ce. 332 § 1, 427 § 2). Sin embar-
go, lo normal es la previsión en el derecho universal o particular de este requi-
sito, que fija el momento inicial para el ejercicio de los derechos y debere s del
oficio (cfr. ce. 382, 404, 527).
Los efectos de la provisión, una vez cumplidos los requisitos estableci-
dos por el derecho , son, por una parte, la dotación objetiva de titular al oficio.
Salvo que se trate del nombramiento del primer titular, la provisión produce
el paso del oficio vacante al oficio provisto . Por otra parte, el titular resulta
legitimado para ejercer las competencias y obligaciones propias del cargo, al
tiempo que se establece el vínculo específico que relaciona a la persona del
titular con el oficio mismo y con la concreta organización en la que éste se in-
serta.
Veamos ahora singularmente las principales características de los siste-
mas o procedimientos de provisión previstos por el eIC.

35. En este sentido cabría una excepción al carácter formal de la provisión cuando el ofi-
cio fuese provi sto por libre cola ción de la autoridad (sistema que no sigue siempre un procedi-
miento pree stablecido) realizada oralmente. Este acto oral e informal sería ilícito, perono invá-
lido.
36. Cfr. las expresiones contenidas en los ce . 157, 161 § 1, 164, 165, 167 § 1, 174 § 1, 176,
179 § 5.
37. J .l. ARRIETA, Comentario a los ce. 146-148, en CIC-Pamplona, p. 165.

97
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

C. La libre colación

La libre colación consiste en un acto administrativo de la autoridad ecle-


siástica , normalmente formalizado mediante un decreto 3K, por el que se nom-
bra inmediatamente a una persona como titular del oficio.
La característica más signifi cativa de este sistema de provisión es preci -
samente su carácter directo. Es decir, es un acto de la autoridad no sometido o
dependiente de específicos procedimientos formflles dirigidos a la designación
del candidato (como ocurre , en cambio, con los demás sistemas de provisión).
Por eso se habla de «libre» colación. La autoridad en este caso tiene libertad
para seleccionar y nombrar personalmente al candidato que cumpla las condi-
ciones requeridas por el derecho.
Esta libertad de la autoridad que realiza el nombramiento es compatible
con una cierta regulación del acto mismo del nombramiento (p. ej. la exigencia
del c. 156, ya recordada, de que la provisión se consigne por escrito, o cuando
se determina para algunos oficios que el nombramiento debe ser temporal) y
con la exigencia de que la autoridad se asesore convenientemente antes de rea-
lizarlo. Esta última exigencia, además de constituir un principio general de
buen gobierno, viene determinada a veces expresamente en las normas especí-
ficas de los diversos oficios. Así p. ej., cuando se dispone en el c. 494 § 1 que el
obispo diocesano debe consultar al colegio de consultores y al consejo de asun-
tos económicos antes de nombrar al ecónomo diocesano.
La libre colació n por la autoridad eclesiástica competente en cada caso es
el sistema ordinario para la provisión de oficios. Esta afirmació n genera l sig-
nifica que de las normas relativas a la provi sión se deduce la presunción de
que los titulares de oficios se nombr an por libre colación de la autorid ad, sal-
vo que conste otro procedimiento reconocido por norma s escritas o consuetu-
dinarias o por los estatutos colegiales. Esta presunción general es aplicable es-
pecialmente a las provisiones de oficios en las que intervienen el romano
pontífice o los obispos diocesano s. Particularmente elocuente en este sentido
es el c. 157: «a no ser que el derecho establezca expresamente otra cosa, com-
pete al obispo diocesano proveer por libre colación los oficios eclesiásticos en
su propia Iglesia particular». Este principio es reafirmado por el c. 470 a pro-
pósito del nombramiento de los oficios de la curia diocesana .
Además de la caracterís tica anterior, el sistema de libre colación es suple-
torio de otros procedimiento s de provisión, de manera que cuando éstos fallan
(incumplimiento de los plazos es tablecidos, negligencia de las personas o co-
legios a quienes c01Tespondía proveer , etc.) el titular del oficio se nombra por
libre colación 39 •

38. Cfr. c. 48: «Por decreto singular se entiende el acto administrativo de la autoridad eje-
cutiva competente , por el cual , según las normas del derecho y para un caso parti cular, se toma
una decisión o se hace una provisión que, por su naturaleza, no presuponen la petición de un in-
teresado».
39. Cfr., entre otros, los ce. 162, 165, 182 § 2 , 421 § 2.

98
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

D. El nombramiento con previa presentación

El sistema previsto por los ce. 158 ss. consiste en la provisión del oficio
mediante la presentación del candidato por el titular del ius praesentationis y
el posterior nombramiento por parte de la autoridad eclesiástica competente.
Este sistema de provisión, denominado genéricamente «presentación», in-
cluye en realidad dos fases claramente diferenciadas: la fase de presentación del
candidato y la fase de nombramiento por la autoridad. Intervienen en ellas el
candidato, el sujeto titular del derecho de presentación del candidato (que puede
ser una persona física, un grupo de personas o un colegio permanente) y la auto-
ridad que realiza el nombramiento definitivo. Se trata de un sistema de provisión
que tiene sus raíces históricas en el derecho de patronato y beneficial4(1•
El derecho de presentación puede fundarse en diferentes títulos: privile-
gios, costumbres, normas pactadas con las autoridades civiles, etc. El CIC con-
tiene también diversos ejemplos de oficios que son o pueden ser provistos con
previa presentación de candidatos : así en el caso de nombramientos de obispos
auxiliares (c. 377 § 4), párrocos (c . 523), capellanes (c. 565) , rectores de igle -
sias (c. 557 §§ 1 y 2), oficios diocesanos conferidos a religiosos (c. 682 § 1).
El ejercicio del derecho de presentación está sometido al plazo general de
tres meses desde que se tuvo conocimiento de la vacación del oficio que debe
ser provisto, salvo que el derecho determine otra cosa (c. 158 § 1). También
está previsto el plazo especial de un mes para presentar un nuevo candidato
cuando el primero no fue considerado idóneo por la autoridad (c. 161 § 1). Si
no se cumplen estos plazos o por dos veces se presenta a una persona no idó-
nea, el oficio será provisto por libre colación de la autoridad a la que se pre-
senta el candidato , con el consentimiento del ordinario propio del que vaya a
ser nombrado (c. 162).
El candidato al oficio puede ser presentado separadamente o bien junto
con otros candidatos, tanto simultánea como sucesivamente. Si el derecho de
presentación pertenece a un grupo de personas o a un colegio , la designación
del candidato se realizará según las normas de las elecciones canónicas. Debe
tenerse en cuenta que nadie puede ser presentado contra su expresa voluntad y
que el nombramiento posterior a la presentación siempre ha de ser aceptado
expresamente por el candidato 41 •
Finalmente, la autoridad a quien corresponde nombrar al candidato pre-
sentado es diversa según las normas sobre los oficios: el romano pontífice en
el caso de los obispos auxiliares, el obispo diocesano en algunos nombramien-
tos de capellanes, párrocos, rectores de iglesias, etc. El CIC califica como
«institución» el acto de la autoridad que nombra al candidato presentado : así ,

40. Así , el c . 1445.l. 0 del CIC de 1917 enumeraba entre los derechos de los patronos el de
«presentar al clérigo para la iglesia o beneficio vacante».
41. Cfr. ce. 160, 158 § 2, 159 y 163.

99
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

el titular del ius praesentationis presenta al candidato, mientras que la autori-


dad lo «instituye» en el oficio42 ; es decir, lo nombra como titular del cargo.
Según el c. 163, «la autoridad a la que, según derecho, compete instituir
al presentado, instituirá (instituat) al legítimamente presentado que considere
idóneo y que haya aceptado ; si son varios los legítimamente presentados y
considerados idóneos , debe instituir (instituere debet) a uno de ellos». Por tan-
to, la autoridad debe comprobar la legitimidad de la presentación y valorar la
idoneidad del candidato, después de que éste ]).ayaaceptado el posible nom-
bramiento.
El juicio sobre la legitimidad del procedimiento no admite ninguna valo-
ración subjetiva: es una simple comprobación de que se han cumplido los re-
quisitos formales exigidos por el derecho. En cambio, la idoneidad del candi-
dato será valorada por la autoridad con un cierto margen de discrecionalidad,
siempre que las disposiciones constitutivas del oficio no determinen taxativa y
objetivamente las condiciones de idoneidad 4 3.En cualquier caso las expresio-
nes contenidas en el canon citado (instituat, instituere debet) reducen el mar-
gen de libertad valorativa por parte de la autoridad y abren la posibilidad de un
recurso jerárquico, por parte del titular del ius praesentationis o del mismo
candidato presentado, contra la denegación de la institución por la autoridad 44 •
Las expresiones contenidas en el c. 163 excluyen además la posibilidad de que
la autoridad nombre en el mismo procedimiento a personas distintas de las
presentadas, ya que en tal caso estaría sustituyendo unilateralmente el sistema
de presentación por el de libre colación.

E. La elección

Mediante este procedimiento de provisión el oficio es dotado de titular a


través del sufragio o votación ejercida por un colegio o grupo de personas.
La elección se diferencia de la provisión por presentación en que aquella
supone por sí misma una verdadera designación del titular del oficio , y no una
simple presentación del candidato a la autoridad para que sea ésta quien nom-
bre al titular. Este carácter determinante de la elección se cumple también en
el caso de que la elección requiera una posterior confirmación por la autoridad
eclesiástica. La confirmación del resultado de la elección por una autoridad di-
versa del colegio o grupo titular del ius electionis es un control administrativo
para verificar el cumplimiento del procedimiento y la idoneidad del candidato,

42 . «Institutionem dare» (c. 158 § l) ; «ante institutionem factam» (c. 161 § 2); «auctoritati
cuius est institutionem dare» (c. 162); «praesentatum instituere», «instituat » (c . 163).
43 . «Cuando no se especifica el momento en que ha de realizarse la acción , o el lugar , o las
cualidades de la persona elegida, se sobreentiende que el gobernante goza allí de un poder discre -
cional» : E. L ABANDEIRA, Tratado de Der echo Administrativo Can6nico , cit. , p. 193 .
44 . Cfr. también el contenido del c. 57.

100
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

con el significado jurídico de una condición para adquirir pleno iure el oficio
(cfr. ce. 178 y 179 § 5) 45 •
El ere establece las normas generales sobre las elecciones para oficios
en los ce. 164 ss. Estas normas son de obligado cumplimiento sólo si el dere-
cho particular o estatutario no determinan otra cosa (cfr. c. 164).
Después de establecer el plazo general de tres meses desde el día en que
se tuvo noticia de la vacación del oficio (c. 165), el ere regula las diversas fa-
ses del procedimiento: a) elección de la persona, b) proclamación, c) notifica-
ción y d) aceptación del resultado de la elección por el designado, e) confirma-
ción -en su caso- de la elección por la autoridad.
a) El procedimiento de elección es, en sí mismo considerado, la fase más
detallada por estas normas del ele. Los ce. establecen los requisitos y efectos
de la convocatoria de todos los miembros del colegio o grupo (c. 166) y de la
constitución del cuerpo electoral (c. 167 en relación con el c. 119 .1.0 , que esta-
blece como quorum general de asistencia el de «la mayoría de los que deben
ser convocados»). También se establece el régimen jurídico del voto: cada
elector emite un solo voto, aunque pudiera votar por diferentes títulos (c. 168)
y debe ser -ad validitatem- miembro del colegio o grupo que realiza la
elección (c. 169); la votación debe ser libre por parte de todos y cada uno de
los electores y votos (ce. 170 y 172 § 1, 1.0 ), y se deben cumplir asimismo los
requisitos de capacidad para votar y validez del voto (ce. 171 y 172). Dentro
de estas normas sobre el ejercicio de la elección, el ere regula también el pro-
cedimiento del escrutinio de los votos (c. 173) y el régimen jurídico general
sobre la posible elección a través de compromisarios (ce. 174 y 175).
b) Una vez realizada la elección tiene lugar la proclamación del elegido.
El c. 176 dispone que, si no se establece otra cosa en el derecho particular o
estatutario , el presidente del colegio o grupo proclamará como elegido a la
persona que hubiera recibido el número de votos necesario según las diversas
posibilidades previstas por el e. 119.1.º, que como criterio general para el
cómputo de la votación establece la mayoría absoluta de los presentes 46 •
e) La elección se ha de notificar inmediatamente al elegido para que ex-
prese su aceptación en el plazo de ocho días útiles después de recibir la comu-
nicación. En el caso de que no manifestara su voluntad positiva o negativa, la
elección no surtiría efecto (e. 177 § 1 . Vid. también el § 2 del mismo c. sobre
los efectos de la no aceptación de la elección).

45. Otra diferencia entre la elección y la presentación es que ésta no siempre se realiza a
través de la votación de un colegio o grupo de personas .
46 . El c. 119 .1.0 ha merecido una interpretación auténtica del Consejo Pontificio para la
Interpretación de los textos legislativos , fechada el 29.VI.1990 (AAS , 82, 1990, p . 845): «Si en
las eleccione s que han de realizarse en conformidad con el e. 119.1.", aún se requiere en el tercer
escrutinio la mayoría absoluta de los sufragios de quienes están presentes , o es suficiente lama -
yoría relati va, excepto en caso de empate. R. Negativamente a la primera parte ; afirmativamen -
te a la segunda ».

101
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

d) Cuando acepta expresamente la elección y ésta no necesita ser confir-


mada por la autoridad, el elegido obtiene inmediatamente el oficio. Si la elec-
ción necesita una confirmación posterior de la autoridad, el elegido obtiene
tras la aceptación un derecho a la titularidad del oficio (ius ad rem): c. 178. El
motivo de este derecho reconocido es la designación que supone la elección en
sí misma considerada, con independencia de la confirmación ulterior .
e) Si la elección nece sita ser confirmada, el elegido debe pedirla en el
plazo de ocho días útiles desde la aceptación de la elección. Los aspectos de la
confirmación son regulados en el c. 179. La autoridad competente debe valo -
rar la idoneidad objetiva del candidato y la verificación de los requisitos for-
males de la elección. El acto de confirmación es, como señalábamos anterior-
mente una conditio iuris para la obtención del oficio de pleno derecho y tiene
como presupuesto el ius ad rem del elegido. Por estos motivos, la autoridad
«no puede denegar la confirmación » (c. 179 § 2) del elegido que sea idóneo
cuando se hayan observado los requisitos establecidos para su elección. En
todo caso cabe recurso administrativo contra el decreto no confirmatorio y
también son de aplicación , en su caso, las reglas del silencio administrativo 47 •
Una vez notificada por escrito la confirmación al elegido, éste adquiere el ofi-
cio de pleno derecho.

F. La postulación

Se trata de un supuesto espec ial de las provisiones por elección que se


verifica cuando es elegida para el oficio una persona con un impedimento ca-
nónico que puede y suele dispensarse (p. ej., edad requerida para el oficio, tí-
tulos académicos, etc.) . En tal caso, el colegio o grupo electoral puede pedir
(«postular») a la autoridad competente la dispensa del impedimento, para que
el elegido pueda acceder a la titularidad del oficio. La postulación es, por tan-
to, petición de una gracia, de manera que se excluye el derecho del candidato
a recibirla y la obligación de la autoridad de concederla (cfr. c. 182 § 3).
Los requisitos de la postulación son cuatro: a) que no se haya prohibido
expresamen te (c. 180 § 1); b) que si la elección se realiza por compromisarios
(cfr. ce. 174 y 175) éstos hayan sido expresamente autorizados para la postula-
ción (c. 180 § 2); e) que la decisión de «postular» al elegido haya sido adopta-
da al menos por dos tercios de los votos (es un requisito «ad validitatem»: cfr.
c. 181 § 1); d) que la voluntad de postular se manifieste expresamente con fór-
mulas inequívocas (cfr. c. 181 § 2). Conviene tener en cuenta aquí que la elec-
ción del candidato y el voto para la postulación pueden realizarse al mismo
tiempo, de manera que no resulten necesarias dos votaciones: una para la elec-
ción y otra para la postulación. En este sentido el c. 181 § 2 señala que «la fór-

47. Cfr. ce. 1732 ss. y c. 57.

102
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

mula elijo o postulo, u otra equivalente, vale para la elección si no hay impe-
dimento, y de haberlo, para la postulación».
En cuanto al procedimiento para la postulación lo primero que hay que
considerar es la exigencia de un plazo de ocho días útiles para enviarla a la au-
toridad competente; en caso de incumplimiento del plazo, la postulación que -
da viciada ipso facto de nulidad, con algunas excepciones (cfr. ce. 182 § § 1 y
2). Aunque el c. 182 § 1 no lo señale, el plazo se cuenta desde el momento en
que se conoce el resultado de la votación para la postulación.
En las elecciones que requieren ulterior confirmación por la autoridad (cfr.
c. 179) , puede ocurrir que la autoridad competente para conceder la confirma -
ción lo sea también para dispensar el impedimento del candidato postulado . En
tal caso recibirá las dos peticiones: confirmar al elegido y dispensarlo del impe-
dimento. En el caso de que no se dé esa concurrencia de competencias en la
misma autoridad, la petición de confirmación y la postulación deben enviarse a
las autoridades correspondientes (cfr . c. 182 § 1). Por su parte, en las elecciones
que no preci san confirmación por la autoridad, «la postulación debe tran smi tir-
se a la autoridad competente para que conceda la dispensa» (c . 182 § 1).
La autoridad que recibe la postulación es libre de conceder la di spensa
del impedimento para que el candidato pueda ser titular del oficio. Si no con-
cede la dispensa, el derecho de elegir vuelve al colegio o grupo. Si la concede,
la respuesta positiva de la autoridad se notificará al po stulado para que mani-
fieste su aceptación y obtenga así inmediatamente el ofic io de pleno derecho
(cfr. c. 183) .

7. PÉRDIDA DEL OFICIO ECLESIÁSTICO

A. Concepto y características generales

La pérdida (amissio) o cesación en el oficio consiste en la ruptura del vín-


culo que une al titular con el oficio y la organización en la que éste se integra,
en virtud de la concurrencia de alguna de las causas previstas por el derecho .
La cesación se diferencia de la suspensión . La primera implica la desvin -
culación definitiva del titular con el oficio , mientras que la suspensión se re-
fiere solamente al ejer cicio de todas o algunas de sus funcione s, permanecien-
do inalterada la titularidad.
Por tratarse de un aspecto que afecta definitivament e al titular del oficio
y, en consecuencia , a los vínculos que le unen con la estructura ecle siás tica , la
cesación en el oficio es una figura causal y reglada . Esto quiere decir que el
derecho regula concretamente los supuestos que son aptos de suyo para produ-
cir la desaparición de aqu ellos vínculos. Estos supue stos objetivos son: el
tran scur so del tiempo previsto , el cumplimiento de la edad determinada por el
derecho, la renuncia, el traslado, la remoción y la pri vación del oficio. A esta s
causas enumeradas por el c . 184 § 1 hay que añadir la muerte del titula r, en

103
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cuanto causa natural que produce inmediatamente el mismo efecto que las
causas legales de pérdida del oficio; es decir, la situación de oficio vacante 48 •
En virtud del significado público del oficio, todas las causas de cesación
requieren la intervención de la autoridad para ser jurídicamente eficaces, aun -
que la iniciativa haya correspondido al titular del cargo. Se excluye así la efi-
cacia exclusiva y automática de la voluntad subjetiva del titular, que podría
perjudicar o ser incompatible con las necesidades de la organización en la que
el oficio está integrado. La única excepción a este principio general la consti-
tuye la renuncia al oficio cuando ésta no precisa aceptación de la autoridad
para ser eficaz 49 •
Cuando concurre alguna de las causas que producen la pérdida del oficio
por su titular, éste deja de estar legitimado para ejercer las funciones propias del
cargo y se produce la situación de oficio vacante. Esta situación debe notificar-
se cuanto antes a las personas, grupos o colegios competentes para intervenir en
el procedimiento que acabará con el nombramiento de un nuevo titular (cfr . c.
184 § 3). Esta notificación es imprescindible cuando la provisión debe comen-
zar dentro de un plazo determinado, es decir, en todos aquellos supuestos en los
que el titular del oficio no se nombre por libre colación de la autoridad.

B . Transcurso del tiempo y cumplimiento de la edad

Dentro de las causas legales de pérdida del oficio previstas con carácter ge-
neral por el c. 184 § 1, el transcurso del tiempo y el cumplimiento de la edad tie-
nen un evidente significado temporal. Sólo afectan a aquellos titulares de oficios
nombrados por un tiempo determinado (cfr. p . ej., ce. 477 § 1, 494 § 2, 554 § 2)
o con un límite prefijado de edad máxima (cfr. p. ej., ce. 354, 401 § 1, 538 § 3) .
De acuerdo con las características comunes a todas las causas que produ-
cen la cesación en el oficio, estos dos supuestos sólo producen efectos «a par-
tir del momento en que la autoridad lo notifica por escrito » (c. 186). La notifi-
cación debe enviarse al titular del oficio y a las per sonas competentes para su
provisión, salvo que el titular se nombre por libre colación de la misma autori-
dad a la que corresponde la notificación.

C. La renuncia

Consi ste en la pérdida del oficio en virtud de la libre dimisión del titular
con causa justa y presentada formalmente ante la autoridad competente. Los

48. En cambio , la cesación en el oficio no depende de la situación de la autoridad que lo


confirió, a no ser que el derecho establezca otra cosa (cfr. c . 184 § 2). Tratándo se, en cambio , de
los oficios vicarios administrativos el principio general es el contrario; es decir, el vicario cesa en
el oficio cuando lo hace el titular del oficio capital del que depende : cfr. c . 481 § 1 y PB art. 6.
49. Cfr. c. 189 § 3 y el ejemplo típico del c. 332 § 2, referido a la renuncia del romano
pontífice.

104
EL OFICIO ECLESIÁSTICO

requisitos generales de la renuncia son tres: a) libertad; b) presentación formal


y c) causa justa. En la mayoría de los casos la eficacia de la renuncia depende
además de su aceptación por la autoridad competente 50 •
a) La libertad de la renuncia se refiere, tanto a la libertad psicológica del
renunciante, que debe actuar «en su sano juicio» (c. 187), como también a la
ausencia de vicios de voluntad en su ejercicio. En este último sentido el c. 188
dispone que «es nula de propio derecho la renuncia hecha por miedo grave in-
justamente provocado, dolo, error substancial o simonía».
b) La renuncia debe ser formalmente presentada en todos los casos para
que resulte válida. La presentación puede hacerse por escrito o de palabra ante
dos testigos , ante la autoridad a la que corresponde el nombramiento (c . 189 §
1). La presentación de la renuncia es un verdadero derecho reconocido en fa-
vor de todos los titulares de oficios eclesiásticos 5 1• Puede revocarse mientras
no haya producido efectos definitivos (c. 189 § 4) .
c) La renuncia debe hacerse con causa «justa» (c. 187). El c. 189 § 2
añade la exigencia de una causa «proporcionada». Deben valorarse, por tanto ,
en cada caso no sólo la suficiencia de los motivos que conducen a la renuncia
del titular, sino también la existencia de una proporción entre el bien que se
quiere conseguir o el mal que se quiere evitar con la renuncia y las consecuen-
cias que producirá en los intereses y necesidades de terceras personas. Si la re-
nuncia no requiere ser aceptada para ser eficaz, la existencia de causa justa y
proporcionada deberá ser examinada por el propio renunciante (con el oportu -
no asesoramiento, en su caso) . Si, en cambio , se exige la aceptación por la au-
toridad será ésta quien valore los motivos y las consecuencias de la renuncia.
La renuncia que no precise aceptación produce efectos mediante la noti -
ficación del renunciante; es decir , mediante su simple presentación formal. Si
requiere la aceptación por la autoridad, no produce efectos cuando no es acep -
tada en el plazo de tres meses (c. 189 § 3) .

D. El traslado

El traslado antes que un mero supuesto legal de pérdida del oficio consis-
te más bien en un procedimiento administrativo, que incluye a la vez la cesa-
ción en un oficio y la provisión de otro oficio diverso . El CIC considera parti -
cularmente el primer aspecto para incluir el traslado entre los supuestos que
producen la pérdida del oficio.
Por consiguiente, el traslado se refiere siempre a dos oficios: el que que-
da desprovisto de titular (oficio a quo) y el que es provisto (oficio ad quod).

50 . Cfr.p . ej. cc. 367,416,538 § l.


51. Cfr. J.I.ARRIETA , Comentario al c. 187, en CIC-Pamplona, p. 185.

105
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Puede ser volu ntario o forzoso. En el primer caso el titular del oficio solicita o
acepta el traslado pretendido por la autoridad; en el segundo caso, no lo admi-
te . Si el traslado es forzoso, se requiere causa grave para realizarlo, y no sola-
mente una causa «justa y proporcionada» como exige p. ej. el c. 189 § 2 para
la renuncia que deba ser aceptada por la autoridad. Además, el traslado forzo-
so debe observar el procedimiento establecido por el derecho y, a falta de una
regulación específica de ese procedimiento, debe quedar en pie en todo caso el
derecho del titular del oficio a exponer las razones contrarias al traslado 52 •
Tanto el tra slado voluntario como también el forzoso han de intimarse
por escrito; de lo contrario serían jurídicamente ineficaces (cfr. c. 190 § 3). La
autoridad competente para realizarlo es sólo aquella a la que corresponde pro-
veer tanto el oficio a quo como el oficio ad quod (c. 190 § 1). El oficio a quo
queda vacante con la toma de posesión canónica del oficio ad quod, salvo dis-
posición en contrario 53 •

E. La remoción

Consiste en la cesación en el oficio por decisión de la autor idad compe-


tente manifestada mediant e decreto, o bien en virtud de la concurrencia de al-
guna de las causas previstas por el derecho universal.
Conviene no confundir la remoción con los demás supuestos de pérdida
del oficio. La remoción se diferencia de la renuncia en el carácter voluntario
de ésta, como consecuencia de la iniciativa del titular . Se diferencia del trasla-
do en que la remoción no supone la provisión de un oficio diverso. Se distin-
gue finalmente de la privación del oficio en que la remoción no tiene de suyo
carácter penal.
La remoción puede realizarse: a) a iniciativa de la autoridad que emite el
decreto administrativo correspondiente, o b)Nmediante la incidencia de algu-
na de las causas previstas por el c. 194. En ambos casos la remoción se confi-
gura como un acto formal y causal.
a) El CIC no especifi ca cuál es la autoridad compe tente para remover al
titular del oficio mediante decreto. A falta de una norma general sobre lama-
teria habrá que estar a lo que se determine para cada oficio. Si nada se deter-
minara, la autoridad competen te sería el superior jerárquico del oficio con tal
que tuviera al menos potestad ejecutiva, imprescindible para decretar la remo -
ción.

52. Cfr. c. 190 § 2. Vid. los c. 1748 ss. donde el CIC regu la concretamente el procedi -
miento para el traslado de los párrocos. Hay que advertir que el traslado forzoso no tiene de suyo
carácter penal, aunque pueda constituir el contenido de una pena expiatoria (cfr. c. 1336 § 1.4.0 ).
53. Cfr. c. 191 § 1. Además, «el trasladado percibe la remuneración correspondiente al
primer oficio, hasta que toma posesión canónica del segundo» (c. 191 § 2).

106
EL OFICIO ECLESIÁS11CO

La autoridad habrá de respetar siempre los derechos adquiridos mediante


contrato (c. 192) y, para que su decisión de remover al titular resulte eficaz,
deberá formalizarla por escrito (c. 193 § 4). Además deberá cumplir la exigen-
cia del c. 195, que dispone que si alguien es removido por decreto del oficio
con el que se proveía a su sustento, la autoridad que da el decreto debe cuidar
de que por tiempo conveniente se provea al sustento del removido.
La remoción por decreto administrativo de la autoridad está sometida a
las condiciones establecidas en el c. 193 §§ 1-3, que distingue varios supues-
tos: si el oficio se confirió por tiempo indefinido, la remoción deberá ser por
causas graves y observará el procedimiento determinado por el derecho 54 • Lo
mismo se exige cuando el oficio se confirió por tiempo determinado y la auto-
ridad pretende emitir el decreto de remoción antes de cumplirse el plazo 55 • En
cambio, si el oficio se confirió por un tiempo determinable a voluntad de la
autoridad , bastará causa justa -es decir, un motivo suficiente- para la remo -
ción, sin que sea necesario en este caso observar un concreto procedimiento
antes de emitir el decreto definitivo.
b) La remoción ipso iure está regulada en el c. 194, que enumera en su§
1 tres supuestos que implican por sí mismos la cesación en el oficio del que se
era titular: la pérdida del estado clerical, el apartamiento público de la fe cató-
lica o de la comunión con la Iglesia y el supuesto del clérigo que atenta con-
traer matrimonio, aunque sea solo civil. En los dos últimos casos la remoción
«sólo puede urgirse si consta de ella por declaración de la autoridad competen-
te» (c . 194 § 2). Esta exigencia está al servicio de unas mínimas garantías de
certeza y seguridad jurídicas en beneficio del titular del oficio y de la objetivi -
dad del procedimiento. El requisito del c. 194 § 2 no se establece, en cambio ,
para el supuesto de pérdida del estado clerical, porque exige siempre un proce-
so judicial o una intervención de la autoridad administrativa para ser eficaz
(cfr. c. 290).

F. La privación

Consiste en la pérdida del oficio como consecuencia de una pena impuesta


por la comisión de un delito. Lo específico , por tanto, de la privación del oficio
respecto de otros sistemas que producen la cesación en su titularidad es precisa-
mente su significado penal. Por eso, sólo produce efectos según los ce . del dere -
cho penal canónico (e. 196 § 2). El derecho penal establecerá concretamente los
supuestos delictivos (cfr. p. ej., los ce. 1364 § 1, 1389 § 1 y 1397), el procedi-
miento de imposición o declaración de la pena y sus consecuencias jurídicas .

54. Es paradigmático en este sentido el procedimiento de remoción de párrocos previsto


por los ce . 1740 ss . También podría servir por analogía el c. 1720.
55. El c. 193 § 2 remite como excepción al e. 624 § 3.

107
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERN O EN LA IGLE SIA

El c. 1336 § 1, 2. 0 regula la privación del oficio como un tipo dentro de


las penas expiatoria s. Por su parte, el c. 1338 § 1 dispone que la privación pe-
nal del oficio sólo afecta a oficio s que están bajo la potestad del Superior que
establece la pena.

108
CAPÍTULO IV
LOS COLEGIOS

1. CO NCEPTO Y ELEMENTOS

Además de los oficio s establecido s con un solo titular , el gobierno ecle-


siástico se articula también a través de oficio s pluripersonale s o colegio s . El
ejercicio o colaboración en la función de gobierno es una tarea significativa de
los colegios, aunque no la única que se les encomienda en la organización
eclesiástica.
Se define canónicamente el colegio como un oficio cuya titularidad es
compartida por un grupo (coetu s) de personas que contribuyen con su voto a la
formación de la voluntad colegial , según los requisito s y efectos establecidos
por el derecho .
Son cinco los principales requisitos para que pueda hablar se de un cole-
gio en el sentido canónico del término . Algunos de esto s requisitos o elemen -
tos - que estudiaremos con detalle en las páginas de este capítulo - vienen
establecidos por el c. 115 § 2; otros se inducen del contenido de las normas ca-
nónicas especiale s:
a) En primer lugar , según un antiguo principio romano-canónico asumi-
do expresamente por la legi slación vigente ', para constituir un colegio son ne-
cesarias al meno s tres personas físicas. En virtud de su adscripción al colegio,
estas persona s pueden intervenir con su voto, y con el alcance que el derecho
establezca en cada caso, en el procedimiento de formación de la voluntad co-
legial.
b) En segundo lugar , se requiere un procedimiento de formación de la
voluntad colegial, que se extiende desde la convocatoria de los miembro s has-
ta el sufragio o emisión de los votos y la proclamación del resultado final de la
votación . Normalmente este procedimiento se formaliza a través de disposi -

l. Cfr. ce. 100 § 2 del ere de 1917 y 115 § 2 del CIC de I 983 .

109
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

ciones escritas, aunque teóricamente son también admisibles los usos y cos-
tumbres, sobre todo en los colegios de pocos miembros. Característica impor-
tante del procedimiento de formación de la voluntad colegial es la exigencia
de unas mayorías, más o menos amplias según la importancia de los asuntos,
para adoptar los acuerdos. Este aspecto diferencia la colegialidad de la solida-
ridad. En la relación jurídica solidaria no se exige para los acuerdos la mayo-
ría, sino la unanimidad entre los miembro s, de manera que el que no está de
acuerdo con la decisión final puede impedir su e.ficacia mediante el ejercicio
del derecho de veto 2 • Es típica, por tanto, de la colegialidad la votación mayo-
ritaria; en cambio es característica de la solidaridad el acuerdo unánime.
c) En tercer lugar, es elemento típico de los colegios la existencia de una
voluntad colegial, es decir, imputable al colegio mismo como institución . La
voluntad coleg ial , formada legítimamente según el procedimiento al que antes
nos referíamos, se impone y vincula a todos los miembros del colegio; de ma-
nera que el derecho no protege las opiniones no conformes con el contenido de
la decisión final mayoritaria\ La existencia de una voluntad o acto colegial es
cuestión diversa de su eficacia jurídica . El colegio delibera, decide, expresa su
voluntad; sin embargo esa voluntad o acto colegial puede tener efectos muy
diversos: así p. ej. puede constituir simplemente una deliberación que no se
exprese externamente, por afectar solamente a los miembros del colegio; o
puede trasladarse al tráfico jurídico externo como una declaración colegial de
juicio vinculante o no para terceras personas; o bien puede constituir incluso
una decisión, un mandato vinculante para terceros. En las próximas páginas
volveremos sobre esta cuestión.
d) En cuarto lugar, todo colegio requiere una organización interna, aun-
que sea la mínima necesaria para una distribución adecuada de las funciones
de los miembros dentro del colegio, sobre todo en lo que se refiere a la direc-
ción de los debates y la declaración ad extra de la voluntad colegial.
e) En quinto lugar, es también necesaria para que pueda hablarse de un
colegio establecido en la organización eclesiástica la existencia de un régimen
jurídico, más o menos desarrollado, de la estructura y actividades del colegio.
El c. 115 § 2 menciona en este sentido el derecho y los estatutos ( «ad normam
iuris et statutorum»). Con esta expresión se viene a indicar que las normas re-
guladora s de los colegios de la organización eclesiástica pueden ser autóno-
mas o heterónomas. Son autónomas aquella s normas o reglas que regulan la
estructura y actividad interna de los colegios (estatutos, «ordines» : cfr. ce 94 y
95) y que proceden del colegio mismo, aunque h ayan sido aprobadas por una

2. Cfr. D. GARCÍA HERVÁS, Régimen jurídico de la colegialidad en el Código de Derecho


Canónico, Santiago de Compostela 1990, p. 35.
3. En algunos sistemas jurídicos se admite la técnica del voto particular , por la que el
miembro disident e puede publicar su opinión contrar ia al acuerdo final del colegio, aunque re-
sulta vinculado por ella. Para el ordenamiento canónico, cfr. c. 1609 § 4.

110
LOS COLEGIOS

autoridad externa al colegio. Son heterónomas las disposiciones generales del


ordenamiento que regulan los perfiles básicos de los colegios y, sobre todo,
sus relaciones con otros sujetos y entidades.
Las características enumeradas constituyen, a nuestro juicio, los aspectos
básicos de los colegios establecidos en la organización eclesiástica; aspectos
que los diferencian de otras posibles manifestaciones de actuación colectiva
que no cumplen aquellas características .
Al mismo tiempo, otros aspectos diversos de los indicados no parecen
siempre ni necesariamente aplicables a todos los colegios. Concretamente no es
elemento necesario la igualdad estricta de derechos entre los miembros, de ma-
nera que ocupen la misma posición jurídica 4 • En efecto , cada miembro tiene de-
recho a intervenir en la formación de la voluntad colegial, pero puede ser diver-
so el alcance jurídico de su voto. Así, algunas normas del CIC5 establecen una
distinción dentro de los colegios entre el voto deliberativo de algunos miem-
bros y el voto consultivo de otros. Solamente los votos deliberativos integran la
decisión final del colegio; en cambio , el voto consultivo supone el derecho a in-
tervenir en los debates y expresar la propia opinión, sin que tenga eficacia inte-
gradora de la voluntad colegial definitiva. El propio c . 115 § 2, al tratar de las
personas jurídicas colegiales, reconoce que los miembros determinan la activi-
dad colegial «sive aequali iure sive non», con igualdad de derechos o no 6 • De
todos modos, puede afirmarse que la igualdad de derechos de los miembros de
un colegio se presume mientras no disponga otra cosa alguna norma.

4. En sentido contrario parece manifestarse J. H ERRANZ , al ofrecer una definición muy es-
tricta de colegio: «un grupo de personas determinadas de modo legítimo , las cuales aequo iure et
aequali modo concurren con su voto deliberativo a configurar y expresar la voluntad del grupo, re-
alizando así aquellos actos jurídicos que se llaman colegiales »: Génesis del nuevo cuerpo legisla-
tivo de la Iglesia (del Código de 1917 al Código de 1983), en «Ius Canonicum», 23 (1983), p. 510.
5. Cfr. p. ej. ce. 339 (concilio ecuménico), 443 y 444 (concilios particulares) y 454 (con -
ferencias episcopales).
6. Durante los trabajos preparatorio s del CIC de 1983 el coetus «de personi s physici s et
iuridicis» examinó, en sesión celebrada desde el 4 hasta el 8 de octubre de 1971, un proyecto so-
bre las universitates personarum que establecía lo siguiente: «Universitas personarum , quae non
nisi ex tribus saltem personis constituí potest, est sive collegialis sive non collegialis, prout [est]
ve{ non est coetus aequalium , cuius membra aequali iure, ad normam iuris et statutorum, actio-
nem communem determina!». En la discusión sobre este proyecto fue observado que no todos
los colegios admiten una igualdad estricta de derechos entre los miembros , ya que lo decisivo es
el procedimiento y el voto colegial. Los consultores valoraron no sólo el caso peculiar del cole-
gio episcopal, sino también la existencia de otros colegios canónicos jerárquicamente estructura-
dos. Como conclusión de lo discutido, el secretario adjunto del coetus propu so supri mir en el
proyecto aludido las referencias a la igualdad jurídica entre los miembros del colegio. Esta pro-
puesta fue aceptada por el resto de los consultor es (cfr. Communicationes, 22, 1990, p. 51). A
partir de estos criterios y de las discusiones posteriores (cfr. ibid., p. 74), el c . 72 § 2 del Se/tema
de 1977 contenía ya la cláusula sive aequali iure sive non, referida a las persona s jurídicas cole-
giales, que perman eció inalterada en los proyectos sucesivos, hasta el c. 115 § 2 definitivo. En
conclusión: según el c. 115 § 2 del CIC, no es requisito necesario para que pueda hablarse de una
persona jurídica colegial la igualdad de posición jurídica entre los miembros . Lo mismo cabe de-
cir para todos los colegios canónicos en general, sean o no personas jurídicas.

l 11
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

2. FUNDAMENTO DE LOS COLEGIOS DE LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA

Ya hemos señalado en páginas anteriores (supra, cap. I § 5) que las no-


ciones de organización eclesiástica y de organización jerárquica no son perfec-
tamente equivalentes, porque la organización eclesiástica incluye aspectos
más amplios que la sola distribución de los munera jerárquicos. Este dato, uni-
do a las peculiaridades específicas de los numerosos colegios regulados por el
CIC, desaconsejan e incluso hacen imposible la .determinación de un único
fundamento que pretenda dar razón de todos los colegios reconocidos por el
ordenamiento canónico . En realidad inciden aquí principios de derecho divino
positivo y también otros criterios de derecho humano que a veces tienen un
significado más bien técnico, en orden a facilitar la acción de gobierno. Sin
embargo, pueden enumerarse de manera general algunos principios que están
en la base de los colegios instituidos:

A. El principio de la colegialidad episcopal

La estructura de gobierno de la Iglesia católica no sólo se articula a través


de los oficios capitales instituidos por el derecho divino (el romano pontífice al
frente de la Iglesia universal; el obispo al frente de la Iglesia particular), sino
que es al mismo tiempo colegial, como recuerda el n. 2 del preámbulo de PB.
En efecto, el Se§or «instituyó a los Apóstoles a modo de colegio o grupo
estable, a cuya cabeza puso a Pedro, elegido de entre ellos» (LG 19), y «así
como por determinación divina, San Pedro y los demás Apóstoles constituyen
un Colegio, de manera semejante están unidos entre sí el Romano Pontífice
sucesor de Pedro, y los Obispos, Sucesores de los Apóstoles» (LG 22; c. 330).
El romano pontífice y los demás obispos constituyen un peculiar coetus
organizado sobre la base de los vínculos derivados del sacramento del episco-
pado. El colegio episcopal es la institución que agrupa a todo el episcopado
junto con su cabeza (el romano pontífice) y es sujeto de la suprema potestad
en la Iglesia. Por eso el vínculo que liga entre sí a los miembros del colegio
episcopal se denomina vínculo de colegialidad' .
No nos corresponde considerar detenidamente los aspectos eclesiológi-
cos y jurídico-constitucionales derivados del principio de colegialidad episco-
pal. En cambio, desde la perspectiva que ahora interesa -la teoría general de
los colegios de la organización eclesiástica - puede decirse que, sin prejuzgar
otras formas de actuación del colegio episcopal (cfr. c. 337 § 2), el concilio
ecuménico manifiesta como reunión solemne del colegio de los obispos 8 las

7. Cfr. J .l. ARRIETA, Diritto, cit., pp. 76 SS.


8. Cfr. c. 337 § 1. El ejercicio extraconciliar de la colegialidad episcopal admite teórica-
mente actuaciones no inspiradas por el principio de la colegialidad en sentido jurídico estricto.

112
LOS COLEGIOS

características típicas de un colegio en sentido jurídico-canónico, que hemos


resumido en el epígrafe anterior 9 • No es obstáculo a esta consideración del
concilio ecuménico como verdadero colegio el texto del n. 1 de la Nota Expli-
cativa previa a la const. Lumen Gentium, que advierte que «el término Colegio
no se entiende en sentido estrictamente jurídico [se está refiriendo al colegio
episcopal], es decir, como un grupo de iguales que conferirían su potestad a su
presidente, sino como un grupo estable, cuya estructura y autoridad deben de-
ducirse de la Revelación» . La Nota no determina obviamente el concepto jurí-
dico de colegio, sino que expresa tan sólo que la estructura del colegio episco-
pal (y, por tanto, del concilio ecuménico) no es igualitaria, porque el romano
pontífice no es un mero primus inter pares, ya que conserva dentro del colegio
episcopal todas sus prerrogativas, también jurisdiccionales, como cabeza del
colegio (cfr. LG 22). Admitido esto, debe decirse al mismo tiempo que no for-
ma parte del concepto canónico de colegio la igualdad de derechos y de posi-
ción jurídica entre los miembros, como hemos recordado en el apartado ante-
rior. Por eso , los vínculos jerárquicos entre la cabeza y los miembros del
colegio episcopal no impiden considerar al concilio ecuménico como verdade-
ro colegio en sentido jurídico-canónico 1º.
Además de estas referencias al concilio ecuménico como expresión so-
lemne de la colegialidad episcopal, debe tenerse en cuenta que este principio
se proyecta en otras realidades colegiales universales e interdiocesanas que in-

Esta es una de las razones que llevan a algunos autores a sustituir el término «colegialidad» epis-
copal por el de «sinodalidad», con el fin de expresar una realidad teológica, derivada del sacra-
mento del episcopado, que no equivale perfectamente a la colegialidad jurídica. Sobre esta mate-
ria, vid . un status quaestionis en J. FORNÉS , Naturaleza sinodal de los Concilios particulares y de
las Conferencias episcopales, en «La Synodalité», Actas del 7 .º Congreso internacional de Dere-
cho Canónico, publicadas en «L'Année Canonique (Hors Série)» , 1 (1992), pp. 307-315.
9 . Bien entendido que esta afirmación no implica integrar todas las manifesta ciones del
principio eclesiológico de la colegialidad episcopal en el concepto jurídico de colegio, como
oportunamente advierte W. A YMANS, Das synodale Element in der Kirchenverfa ssung, München
1970, p.2 04.
10. Hay que distinguir en el romano pontífice su pertenen cia al colegio episcopal y supo-
sición de cabeza del colegio. En este sentido no sorprende que dentro del concilio ecuménico el
papa realice funciones de presidencia del colegio e incluso vote con los demás obispos los docu-
mentos. Pero al mismo tiempo realiza funciones que le corresponden en cuanto cabeza del cole-
gio episcopal. La distinción se expresa claramente en el c. 341 § 1, donde se alude a la votación
o aprobación de los documentos conciliares por parte del romano pontífice «una cum Concilii
patribus» (actividad que le corresponde en cuanto miembro del colegio), y a la confirmación de
los documentos con el mandato de promulgación (actividad que realiza en cuanto cabeza del co-
legio episcopal). K . HARTE LT(cfr. Da s okumenische Konzil, en «Handbuch des katholischen Kir-
chenrechts», Regensburg 1983, p. 271), aunque reconoce la posición del papa como cabeza y
miembro del colegio episcopal, entiende que el c. 341 § 1 no debe ser interpretado en el sentido
de que los decretos aprobados por el romano pontífice juntamente con los padres conciliares ne-
cesiten una nueva confirmación del papa antes de su promulgación, ya que basta la aprobación
con los padres conciliares para garantizar la necesaria intervención pontificia : una ulterior con-
firmación pontificia sería, por tanto, superflua . Hay que reconocer que en la praxis del Concilio
Vaticano II, la votación pontificia de los documentos definitivos junto con los padres conciliares
y la promulgación de los mismos tuvo lugar simultáneamente en solemnes sesiones públicas.

113
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

tegran a varios obispos en diversos coetus. Estos colegios (sínodo de los obis-
pos, conferencias episcopales, concilios particulares) son expresiones institu-
cionales del «afecto colegial» (cfr. LG 23) o vínculo de comunión que une en-
tre sí a los miembros del colegio episcopal. El Sínodo Extraordinario de 1985
denominaba a estos colegios «realizaciones parciales» del principio de la cole-
gialidad episcopal que, en sentido estricto, implica la reunión de todos los
obispos con el romano pontífice en favor de toda la Iglesia 11 •

B. La corresponsabilidad de los fieles en la misión de la Iglesia


La cooperación del presbiterio con el obispo

El principio de participación de los fieles en la misión de la Iglesia (cfr.


LG 30 y 32; AA 2), fundado en las consecuencias propias del bautismo y de la
confirmación y no limitado por tanto a los miembros de la Jerarquía, justifica
el establecimiento de diversos colegios en la organización eclesiástica, que en-
tre otras funciones y características sirven también como instrumentos de diá-
logo, cooperación y corresponsabilidad. Este criterio general está en la base de
la regulación p. ej. del sínodo diocesano (ce. 460 ss.) y del consejo pastoral
diocesano (ce. 511 ss.).
Además, las disposiciones del CIC reconocen diversos derechos de los
fieles cuyo reconocimiento puede concretarse en la colaboración colegial. Así,
el derecho de manifestar a los pastores las necesidades y deseos (c. 212 § 2) y
de expresar la propia opinión sobre lo que pertenece al bien de la Iglesia (c.
212 § 3); la capacidad de los laicos y demás fieles debidamente preparados
para aconsejar a los pastores a través de su participación en los colegios insti-
tuidos (c. 228 § 2).
Junto a este criterio general de corresponsabilidad y participación de to-
dos los fieles en la misión de la Iglesia, se debe considerar también que los
presbíteros -en cuanto «cooperadores del orden episcopal» (LG 28, CD 27)
unidos en comunión jerárquica al propio obispo (PO 7) y a los demás presbíte-
ros por los vínculos de la común consagración y misión (PO 8)- constituyen
con el obispo un único presbiterio (LG 28, CD 11 y 27) en la Iglesia particular.
Precisamente el significado teológico del presbiterio en la Iglesia particular se
desarrolla canónicamente a través de la constitución de colegios que expresan
la cooperación presbiteral con el obispo: así, en el caso del consejo presbiteral
(ce. 495 ss.) , el colegio de consultores (c. 502), los cabildos (ce. 503 ss.), etc.

11. «La acción colegial tomada en sentido estricto implica la actividad de todo el Colegio
juntamente con su cabeza sobre toda la Iglesia. Su expresión nítida se tiene en el Concilio ecumé-
nico( ... ). Son distintas de esta primera colegialidad, tomada en sentido estricto, diversas realiza-
ciones parciales [del principio teológico de la colegialidad episcopal] que son verdaderamente
signo e instrumento de afecto colegial: el Sínodo de los obispos, las Conferencias Episcopales, la
Curia romana, las visitas ad limina, etc .»: Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de
1985. Relación Final , Ii. C. 4, en «Documentos del Sínodo 1985». 2." ed., Madrid 1986, p. 17.

114
LOS COLEGIOS

C. La prudencia y eficacia en el gobierno

A través del estudio en común de los problemas y del asesoramiento que


prestan los colegios consultivos a la autoridad, se consigue un gobierno más efi-
caz. Es palmario que la autoridad no siempre dispone por sí misma de los ele-
mento s de juicio necesarios o convenientes para adoptar con el mayor acierto
posible la deci sión definitiva. Son múltiples y variados, en efecto , los aspectos
que frecuentemente deben tenerse en cuenta para reso lver los problemas que
exigen una decisión de gobierno. A veces revisten inclu so una notable comple-
jidad en sus aspectos técnicos, que reclaman la intervención de especialistas. En
este sentido la participación colegial garantiza frente a la valoración meramente
individual el estudio objetivo de los pre supuestos y previ sibles consecue ncia s
de la actividad de gobierno. Algunos colegios previ stos por el CIC, como p . ej.
los consejos de asuntos económicos dioce sanos y parroquiales (cfr. ce. 492 ss.;
537) o el colegio regulado en el c. 1733 § 2, responden claramente a estos crite-
rios de prudencia gubernativa, información y especialización técnica.
Al mismo tiempo, el estudio y la decisión colegial previenen contra los
graves inconvenientes que se derivarían -ta mbién en la Iglesia- de un go-
bierno excesivamente individualista , improvisado, incontrolado o arbitrario.

3. NATURALEZA JURÍDICA DE LOS COLEGIOS

Los colegios pueden ser calific ados primariamente como entes o institu -
ciones pública s e n el ordenamiento canónico. Ya hemos señalado (vid. supra,
cap. II § 9 e) que esta califi cac ión atiende a la integración de diversas figura s
en la organización ecle siástica, que les permi te actuar como sujetos o centros
de imputación de funciones pública s en la Iglesia, diverso s de las personas fí-
sicas singu larmen te consideradas 12 • En cuanto institucione s de la organización
pública de la Iglesia los colegio s se distingue n de las asociacione s, los simples
grupos de fieles e inclu so de posibles agrupacione s o reuniones de oficios uni-
personales sin voluntad unitaria.
Sin embargo, esta consideración institucional de los colegios no equiva le a
considerarlos como personas jurídicas, porque - vale la pena repetirlo - la pro-
blemática de los entes de la organización eclesiástica no coincide perfectamente
con la que es propia de las personas jurídica s en el derecho canónico 13 • El orde-

12. En este sentido, J. I. ARRIETA , Diritto, cit. , p. 125: «El órgano colectivo o colegio se
presenta como un centro unitario y autónomo de imputación jurídica , distinto de las personas que
lo constituyen».
13. D . GAR CfA HERV ÁS sosti ene , en cambio , que todo colegio es persona jurídica en la
Iglesia (cfr. Régimen jurídico, cit., pp. 123 y 180), al adoptar un concepto excesivamente amplio,
a nuestro juicio, de la personalidad jurídi ca. Ésta se identifica prácticamente, en el pen samiento
de la autor a citada, con cualquier manifestación de subjeti vidad en el ordenamiento canónico.
Más correcto parece el planteamiento de W. AYMANS, que distingue entre personas jurídi cas co-

115
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

namiento canónico reconoce las «per sonas jurídica s colegiales» 14 junt o con
otros colegios que, siendo centros de imputación diverso s de las person as físi-
cas individuales y cumpliendo las características propia s de los colegios, no
aparecen dotados de per sonalidad jurídica ipso iure ni tampoco nece sitan ser
dotados de per sonalid ad jurídica por la autoridad. Un ejemplo significativo de
colegios sin personalidad jurídica es el de los colegios consultivos integrados en
los diversos niveles de la organización eclesi ástica (el colegio de con sultores
diocesano , el consejo episcopal, el con sejo de asuntos económicos parroquial ,
los consejos pontificio s de la curia romana, etc: 5) , que expresan una voluntad
colegial y tienen una organización transpersonal, pero no necesitan la personali-
dad jurídica por formar parte de la organización parroquial, diocesana o central.
Tras esta calificación primaria de los colegios como institucione s integra-
das en la organización eclesiástica, puede plantearse la cuestión de su relación
con la figura también institucional del oficio eclesiástico.
Los colegios tienen un régimen jurídico y presentan una organización in-
terna compuesta por diversos oficios uniper sonales (presidente, secretario del
colegio, etc .), por lo que parecen distinguirse conceptualment e de los oficios.
Sin embargo no hay inconveniente, a nuestro juicio , en relacionar las dos no-
ciones, de manera que pueda hablar se de oficios uniper sonales y colegiados 16 •
En este último caso el coetus o grupo de per sonas que integra el colegio es ti-
tular colectivo del munus stabiliter constitutum que constituye funcion almente
el oficio . Esta adscripción de los colegios a la noción de oficio eclesiástico tie-
ne entre otras consecuencias la posible aplicación a aquellos de las normas ge-
nerale s sobre el ejercicio de la potestad , que no se limitan solamente a las per-
sonas individuale s ni a los oficios uniper sonales.

4. TIPOL OGÍA Y CRITERIOS CLASIFICATORIOS

Además de los que puedan establecerse a travé s del derecho parti cular ,
son numero sos los colegios de la organización eclesiástica expresamente regu-
lados por el derecho universal. Intentando una enumeración exhau stiva, pode-
mos mencionar en el ámbito diocesano el sínodo de la diócesi s (ce. 460 ss.), el
consejo presbiteral (ce. 495 ss.), el cabildo de canónigos (ce. 503 ss.), el con-

legiale s y simples co legios . Éstos últimos son detenninados gru pos de personas que, aunque no
dispongan de personalidad juríd ica, son como tales sujetos de derecho y sus miembros están uni-
dos recíprocame nte de manera colegial: cfr. Der kollegial e Akt. Ein Beitrag zur Auslegung von e .
119 CIC, en W. SCHULZ (Ed.), «Recht als Heil sdienst. Matthaus Kaiser zum 65. Geburt stag», Pa-
derbom 1989, p. 86, nota l; también en Das synoda le Eleme11t,cit., pp . 234 ss.
14. Cfr. ce. 99- 101 del CIC de 1917 y c. 115 del CIC de 1983
15. Cfr., respectivamente , ce. 502,473 § 3, 537; PB arts. 131 ss .
16. De hecho , la doctrina canónica ha reconocido expresamen te que un colegio pueda ser
titular del oficio ecles iástico: así, K . MóRSDOR F, Kritische Enviig1mgen zum kanonischen Amts -
begriff, cit ., pp . 363 y 364; ID., De conceptu Ojjicii Ecclesias tici, cit. , p. 77 y 84.

116
LOS COLEGIOS

sejo episcopal (c. 473 § 4), el colegio de consultores (c. 502), el consejo eco-
nómico diocesano y parroquial (ce . 492 ss. y c. 537), el consejo pastoral dio-
cesano y parroquial (ce. 511 ss. y c. 536), el consejo de conciliación (c. 1733 §
2) y, finalmente, el tribunal de primera instancia (ce. 1425 ss. y c. 1423) 11 •
En el ámbito interdiocesano se cuentan los siguientes colegios: los conci-
lios particulares (plenario y provincial: ce. 439 ss.), las conferencias episcopa-
les (ce. 447 ss.) y los tribunales de segunda instancia (ce. 1438 ss.).
Finalmente son de ámbito universal el concilio ecuménico (ce. 337 § 1
ss.), el sínodo de los obispos (ce. 342 ss.) , el colegio cardenalicio (particular-
mente el consistorio : ce. 349 y 353), las congregaciones de la curia romana
(PB, arts . 48-116), los consejos pontificios y otros oficios colegiados de la
Santa Sede (PB, arts . 131-180) , y, por último, los tribunales pontificios de la
Rota Romana (ce. 1443 ss. y PB, arts . 126-130) , el Tribunal Supremo de la
Signatura Apostólica (c. 1445 y PB , arts. 121-126) y la Penitenciaría Apostóli -
ca (PB, arts. 117-120).
Como puede observarse, es muy variada la denominación de los colegios
enumerados: sínodos, concilios, conferencias, consejos, colegios, tribunales ,
congregaciones, cabildos . Más allá de esta diversidad terminológica lo decisivo
es que todas estas instituciones cumplen las características propias de los cole-
gios en lo referente a la pluralidad de miembros, el procedimiento de formación
y determinación de la voluntad colegial mediante votos y mayorías, la existen-
cia de una estructura interna, y, finalmente, un régimen jurídico específico que
determina la posición de esos colegios en la organización pública de la Iglesia.
A partir de la valoración del régimen jurídico aplicable a los colegios pre-
vistos por la legislación univer sal se pueden establecer, entre otras, algunas
clasificaciones de mayor interés:
a) Atendiendo a su posición en la organización eclesiástica se distin -
guen colegios de constitución preceptiva (p. ej . el consejo presbiteral diocesa-
no) y otros que son facultativos (p. ej. los consejos pastorales diocesanos y pa-
rroquiale s). En el segundo caso su efectiva constitución depende del juicio de
la autoridad , a partir de las necesidades que se presenten.
b) En función de la periodicidad de su convocatoria se distinguen los
colegios de convocatoria ocasional de aquellos otros con convocatoria regular.
El primer supuesto corresponde a las asambleas sinodales integradas por mu-
chos miembros y revestida s de una especial solemnidad (concilios univer sales
y particulares, sínodos diocesanos). Las norma s específicas sobre su actividad
(ordines, reglamentos) suelen publicarse junto con la convocatoria .

17. En cambio , no incluimos entre los colegios diocesanos el supuesto de las parroquias in
solidum (c. 517 § 1) porque , aparte de que pueden ser encomendadas a dos sacerdotes solamente
- y, por tanto , no cumplirían el mínimo de tres miembros necesario para constituir el colegio -,
del régimen jurídico establecido por el ereno se puede deducir con certeza si los párrocos actúan
en tal caso conforme a las reglas de la colegialidad (voto) o de la solidaridad jurídica (veto).

117
ORGAN IZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

En cambio, otros colegios son convocados regularmente, de acuerdo con


lo previsto en sus estatutos (congregaciones de la curia romana, consejos pres-
biterales, etc.). Con todo , es importante señalar que todos los colegios de la or-
ganización ecles iástica son instituci ones stabiliter constituta por el derecho ,
más allá de su convocatoria regular y ocasional. En efecto, «la perpetuidad le-
gal de los colegios no implica una actividad continu a de los mismos. Un cole-
gio perpetuo puede actuar de manera discontinua ( ... ): la perpetuid ad depende
de la constitución jurídica, y la continuidad del ejercicio fáctico » 18•
c) En virtud de la eficacia jurídica del acto o voluntad colegial se pue-
den distinguir los colegios consu ltivos (también llamado s propi amente «con-
sejos») de los colegio s activos o deliberati vos. Los prime ros emiten juicios o
dictámenes sobre las cuestiones que se les proponen o aquellas en las que el
derecho establece su intervención. Estas declaraciones de juicio pueden vincu-
lar o no por su contenido (cfr. c. 127 § 1) a la autoridad encargada de tomar la
decisión definitiva (p .ej ., un dictamen no vinculante del consejo presbitera l o
un dictamen, vinculante para el obispo diocesano en algunos casos , del cole-
gio de consultores).
En cambio, los colegios deliberativos tienen reconocida por el derecho la
capacidad de emi tir decl araciones de voluntad , decisio nes, con efectos defini-
tivos y directos para los destinatario s; es decir, sin mediación de una autoridad
a la que corresponda la decisión definitiva , que no es otra que el mismo cole-
gio deliberativo. Es el caso p. ej . de un decreto administrativo publicado por
una congregación de la curia romana, o la sentencia de un tribunal colegial.
Esta clasificación , sobre la que volveremos en las próximas páginas, con-
sidera, por tanto , los efectos jurídicos externos, propios del acto o voluntad co-
legial ya formada y expresada 19•
d) Dentro de los colegios deliberativo s se puede establecer una ulterior
clasificación a paitir de su participa ción en las diversas funcion es de la p otes-
tad de régime n. Según este criterio , y al margen del sistema de la delegación,
se distinguen los colegios legislativo s (concilio ecuménico, concilios particu-
lares, conferencia episcopal en algunos supuestos), administrativo s (congrega -
ciones de la curi a rom ana, consejos pontificio s en algunos supuestos) y jud i-
ciales (los tribun ales en las diversas instancia s procesales). Hay que tener en
cuenta , sin embargo, que en la Iglesia la distinción de poderes no es absoluta:
es distinción, pero no separaci ón; de manera que los colegios predomin ante-
mente legislativos pueden ejercer también la pote stad administr ativa. Además

18. D. GARCfA H ERVÁS, Régimen jurídico, cit., pp. 124 y 125.


19. Respecto a la vida interna del colegio (ad intra ), la distinción entre lo deliberativo y
consultivo solo tiene relevancia para distinguir la calidad del voto que corresponde a algunos
miembro s cua ndo se trata de forma r la voluntad colegial. En efec to , en algunos colegios no to-
dos los miembros tienen «voz y voto» con los mismos efectos.Así p. ej. en los ce. sobre los con-
cilio s particulares (c. 443) y las conferencias episcopales (c. 454), se distingue entre el voto deli-
berativo y consultivo de algunos miembros.

118
LOS COLEGIOS

es evidente que los concilios ecuménicos y particulares y las conferencias


episcopales no se limitan al ejercicio de la potestad legislativa, sino que ejer-
cen también otras funciones jurídicas y doctrinales.

5. ESTRUCTURA DE LOS COLEGIOS

Cuando se trata de los elementos internos de los colegios conviene valo-


rar, por una parte , los aspectos generales de la condición de miembro y, por
otra , la organización interna de la actividad. Estos aspectos son siempre regu-
lados por las normas autónomas y heterónomas que establecen el régimen ju-
rídico de los diversos colegios (estatutos, ordines, reglamentos, normas de de-
recho común).

A. La condición de miembro

La adscripción a un colegio de la organización eclesiástica se basa siem -


pre en un concreto título jurídico que justifica a su vez los derechos y deberes
propios de la condición de miembro .
Las normas canónicas establecen fundamentalmente tres títulos justifica-
tivos de la adscripción: a) el nombramiento por parte de la autoridad (miem-
bros colativos) , b) la elección (miembros electivos), y c) la titularidad de un
oficio o de un status personal por el que se pertenece ipso iure al colegio
(miembros ex officio) . Estas tres maneras de adquirir la condición de miembro
están previstas p. ej. en las normas que regulan la composición del consejo
presbiteral , del sínodo diocesano, de los concilios particulares y del sínodo de
los obispos 20 • Naturalmente es posible que el derecho establezca para algunos
colegios un solo título de adscripción: así, los miembros de la conferencia
episcopal son ex o.fficio (cfr . c . 450 § 1) y los del colegio de consultores dioce -
sano son nombrados por el obispo (cfr. c. 502 § 1).
Los miembros de un colegio se diferencian claramente de otras personas
que pueden ser invitadas a algunas sesiones como observadores, pero sin dere-
cho de contribuir a la formación del acto colegial. La adscripción al colegio
como miembro comporta, en cambio, todos los derechos y deberes correspon-
dientes a esta condición; en particular , el derecho de asistir a las diversas se-
siones, intervenir en los debates y manifestar libremente la propia opinión y
voluntad a través del voto .
En este sentido conviene distinguir en los debates colegiales entre el vo-
tum como expresión de la opinión de cada miembro y el votum en cuanto ma-
nifestación de la voluntad individual que, sumada a las demás, integra definí-

20. Cfr. respectivamente, ce. 497,463, 443 y 346 .

119
ORGANJZACJÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESJA

tivamente el acto colegial21• En el primer caso se habla de voto consultivo y en


el segundo de voto deliberativo de los miembros. Los miembros con voto con-
sultivo dentro del colegio expresan su opinión , pero ésta no se computa en el
sistema de mayorías previsto para determinar la voluntad colegial; mientras
que los miembros con voto deliberativo integran con su decisión individual la
voluntad colegial definitiva. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que esta
distinción entre la calidad del voto de los miembros no se presume - lo que se
presume es precisamente el idéntico alcance del v,Otode los miembros-, sino
que ha de estar expresamente prevista por las normas correspondientes: así
ocurre en la regulación del concilio ecuménico (cfr. c . 339), de los concilios
particulares (cfr. c. 443) y de la conferencia episcopal (cfr. c. 454).
El derecho a asistir y participar activamente en las sesiones colegiales es
al mismo tiempo un deber propio de la condición de miembro; deber eventual-
mente sujeto a sanciones en caso de incumplimiento, de acuerdo con lo previs-
to en las normas internas del colegio. Por eso los miembros deben informar al
presidente del colegio en el caso de imposibilidad de asistir a las sesiones. En
algunos casos se permite la asistencia por procurador (cfr. ce. 444, 464, etc.).

B. Organización interna

Para desarrollar con más eficacia sus actividades los colegios actúan or-
dinariamente en sesión plenaria (el pleno del colegio) o a través de su comi-
sión permanente (llamada también, en ocasiones, comité ejecutivo). Esta dis-
tinción es particularmente apropiada para los colegios con muchos miembros,
porque la convocatoria frecuente de todos ellos haría difícil la necesaria agili-
dad del trabajo colegial.
El pleno o asamblea plenaria del colegio es convocada pocas veces al año
y reúne a todos los miembros para debatir y decidir las cuestiones de mayor
importancia. La comisión permanente o comité ejecutivo (a veces estos nom-
bres son sinónimos en la práctica; otras veces responden a organizaciones di-
versas dentro de un mismo colegio) se ocupa básicamente de promover la eje-
cución de las decisiones plenarias y atiende las diversas cuestiones que puedan
plantearse hasta la celebración del próximo pleno, que también prepara. Nor-
malmente las funciones del pleno y de la comisión permanente son reguladas
por las normas estatutarias del colegio. Como ejemplo de esta diferencia entre
el pleno colegial y la comisión permanente puede aludirse a la regulación de
las conferencias episcopales (cfr. ce. 451 ss.) y de la actividad de los dicaste-
rios romanos (cfr. RGCR, arts . 112-120, especialmente).

21. Cfr. en tal sentido, D. GARCÍA HERVÁS , Régimen jurídico, cit ., p. 130; J. CALVO , Natu-
raleza del «votum» en los colegios de la organización diocesana, en «La Synodalité», cit. , vol.
II, p. 764.

120
LOS COLEGIOS

Forman parte de la organización colegial algunos oficios unipersonales,


entre los que destacan el presidente , el vicepresidente y el secretario.
El presidente ejerce una actividad directiva y representativa del colegio,
además de poseer la condición de miembro. Puede ser designado de diversas
maneras, de acuerdo con lo previsto en las normas estatutarias: elección por
los miembros , nombramiento por parte de una autoridad externa al colegio, ti-
tularidad de un oficio que comporte la presidencia del colegio, etc. No es pro-
piamente un superior jerárquico de los demás miembros, aunque en algunos
colegios puede darse la coincidencia de que quien presida sea precisamente el
superior jerárquico de los miembros del colegio (este es el caso p. ej. del obis -
po como presidente -cfr. c. 462 § 2- del sínodo diocesano). Con todo, la
función del presidente dentro del colegio es, de suyo, coordinadora y no jerár-
quica, como primus inter pares y con las funciones que le atribuyen los estatu -
tos. En este sentido, convoca el colegio , establece el orden del día, dirige las
sesiones plenarias y permanentes , impone las sanciones previstas , realiza algu-
nos nombramientos internos, y en ocasiones puede decidir las discusiones con
su voto de calidad (cfr . p . ej. c . 119 .2.º). Cabe la posibilidad de que delegue la
función presidencial para una o varias sesiones en otro miembro del colegio .
También le corresponde al presidente la función de representar y manifestar
externamente la voluntad del colegio.
El vicepresidente tiene la función principal de sustituir al presidente en el
caso de au sencia o impedimento de éste y también por delegación. El colegio
puede tener uno o varios vicepresidentes.
El secretario del colegio colabora con el presidente y bajo su dirección en
las tareas coordinadoras de la actividad material del colegio : redacció n de las
actas y custodia de los documentos, comunicaciones a los miembros , etc. Le
corresponde un importante cometido en el impulso de la actividad de la comi-
sión permanente - de la que forma parte- y de las diversas comisiones cons-
tituidas en los colegios con mayor complejidad organizativa.

6. LA VOLUNTAD COLEGIAL

Ya hemos señalado que es característica de cualquier colegio la llamada


-por analogía con la persona física - «voluntad » colegial, que se forma con
los votos de los miembros. Ahora consideraremos algunos aspectos generales
del procedimiento de formación de la voluntad del colegio - también denomi-
nada «acto» colegial (cfr . c. 119) - y después lo referente a la eficacia jurídi -
ca de la voluntad colegial ya determinada.

A. Formación

Un colegio puede reunirse fundamentalmente con tres finalidades . En


primer lugar , pueden celebrarse meras reuniones informativas en las que no se

121
ORGANIZACIÓ N DEL GOBI ERNO EN LA IGLESIA

pretenda tomar decisiones sino más bien dar noticias que afecten a la vida co-
legial. Sin embargo, lo más frecuente es que en el orden del día esté previsto
también el debate y votación de algunas cuestiones que corresponde decidir al
colegio. Además, cada cierto tiempo los miembros son convocados para elegir
algunos cargos internos o, si es el caso, externos al colegio . De este modo, bá-
sicamente la voluntad colegial unitaria expresa una decisión o una elección, en
uno y otro caso mediante votación de los colegas.
La voluntad colegial se determina a través de un procedimiento complejo
que incluye diversas actuaciones. Este procedimiento se regula de manera es-
pecífica en las normas internas o estatutaria s de cada colegio y, supletoriamen-
te 22en el derecho común. Tales normas procedimentales tienen un importante
significado porque, si no se cumplen los requisitos de las diversas fases, el vi-
cio de las actuaciones se traslada al acto colegial definitivo , que resultará invá-
lido23 salvo que se trate de defectos formales de menor importancia y fácil -
mente subsanables (cfr. p . ej. c. 166 §§ 2 y 3) .
Para ilustrar las diversas fases del procedimiento se puede aludir por ana-
logía a las normas del ere sobre la provisión de oficios por elección (ce . 166
ss.), a las que se remite el c . 127 § l 24 :

a) Convocatoria de los miembros


Ordinariamente la convocatoria es tarea propia del presidente del cole-
gio. Debe convocar a todo s lo s miembros, tanto para las sesiones ordinarias
como extraordinarias . La con vocatoria incluye también la comunicación del
orden del día con la antelación suficiente para que los miembro s puedan pre-
parar sus informes , interpelaciones y votos (cfr. c. 166).

b) Constitución del colegio


Realizada legítimamente la convocatoria de todos los miembros , tiene lu-
gar a continuación la constitución del colegio en el lugar , día y hora señalados.
El quorum, es decir el mínimo exigido para la válida con stitución del colegio ,
es la mayoría absoluta de los miembro s (cfr . e . 119, 1.0 y 2 .º).

c) Deliberación y votación
Una vez constituido el colegio , tienen lugar la s deliberacione s y debates
en una o varias sesiones. El des arrollo de las sesiones es dirigido por el presi-

22. Cfr. ce. 119 («nisi iure vel statutis aliud caveatur»), 127 § 1 (nisi [ ... ] aliter iure parti-
culari aut proprio cautum sit»). A veces el mismo derecho universal contiene disposi ciones con -
cretas sobre la formación de la voluntad colegial: cfr. ce. 1426 § 1, 1455 § 2 y 1609.
23. Así, el c . 119 trata de requisitos para la validez ju rídica , salvo que expresame nte las
normas regulen otros requ isitos.
24 . En tal sentido , J.I. ARRI ETA, Diritto, cit., pp . 133 ss.

122
LOS COLEGIOS

dente, personalmente o a través de delegados, de acuerdo con el orden del día


establecido.
Conviene recordar aquí la diferencia ya aludida entre el voto como mani-
festación de la propia opinión y el voto como expresión de la voluntad perso -
nal dirigida a integrar la voluntad colegial. Bajo el primer aspecto, los miem-
bros hacen uso de la palabra con total libertad para pronunciarse sobre las
cuestiones incluidas en el orden del día . En principio es éste un derecho que
no admite limitaciones en cuanto tal, porque corresponde a todos los miem -
bros; sin embargo , en los colegios muy numeroso s el uso de la palabra es ob-
jeto de regulación por las normas reglamentarias y estatutarias correspondien-
tes para no prolongar excesivamente las sesiones.
El voto como manifestación de voluntad o decisión individual computable
en el acto colegial es, por su parte , un derecho que corresponde a los miembros
con voto deliberativo ; es decir, a todos aquellos miembros del colegio que no
vean limitada su participación a la emisión del voto meramente consultivo (re-
cordemos que la diferencia entre voto consultivo y deliberativo no se presume,
sino que ha de estar prevista expresamente en las normas colegiales) .
Las normas del CIC sobre las elecciones contienen diversas determina-
ciones sobre el ejercicio del derecho de voto deliberativo (cfr. ce. 167- 172;
174-175). Así, se excluye en principio el voto por carta o procurador y, aunque
se tenga derecho a votar por varios títulos, sólo se puede emitir un voto. Al
mismo tiempo, ninguna persona ajena al colegio puede ser admitida a votar y
son inhábiles para el voto los incapaces de actos humanos, los que carezcan de
voz activa, los excomulgados y los que se hayan apartado notoriamente de la
comunión de la Iglesia, de modo que el voto de esas personas sería nulo. Ade-
más, para la validez del voto se requiere que sea libre, secreto, cierto, absoluto
y determinado.
Es posible también el voto por compromisarios, de acuerdo con los requi-
sitos establecidos por los ce. 174 y 175 . Para la validez del compromiso es ne-
cesario que los colegas, mediante acuerdo unánime y escrito, transfieran por
esa vez el ejercicio del voto a una o varias personas que pueden o no ser miem-
bros del colegio; de esa manera los compromisarios procederán a la votación en
nombre de todos . Es posible que el acuerdo de compromiso sea revocado por el
colegio con tal de que los compromisarios no hayan actuado todavía .

d) Cómputo de las votacione s

El CIC contiene también algunas disposiciones sobre las mayorías reque-


ridas para formar el acto colegial, principalmente en el c. 119, que -conv iene
recordarlo de nuevo - tiene carácter supletorio de otras normas específicas
contenidas en el propio CIC o en los estatutos colegiales.
Teóricamente se puede distinguir entre la mayoría absoluta (más de la
mitad de los votos), mayoría simple o relativa (que supone una mayoría de vo-
tos inferior a la mayoría absoluta) y la mayoría cualificada o reforzada (nor-
123
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

malmente , dos tercios de los votos). En algunos casos especiales puede exigir-
se incluso el acuerdo unánime de todos los votantes: es el caso del antiguo
principio canónico hoy recogido en el c. 119 § 3 («lo que afecta a todo s y a
cada uno debe ser aprobado por todos»), que puede referir se25 bien a derecho s
personales de los miembros del colegio, o bien a cuestio nes que no correspon-
den al colegio como tal y que por eso requieren la unanimidad.
Todas estas mayorías pueden computarse sobre la base de los votos emi-
tidos, o bien atendiendo al total de miembros con wto deliberativo. Esta últi-
ma posibilidad -que se encuentra prevista p. ej. por el c. 455 § 2 relativo a las
decisiones jurídica s de las conferencias episcopales- es excepcional, a causa
de las mayores dificultades que supone.

e) Proclamación y documentación de los acuerdos

Tras la votación , en su caso, de las cuestiones propue stas en el orden del


día tiene lugar el escrutinio formal de los votos, que está regul ado por el c.
173. El presidente o el secretario del colegio proclaman a continuación el re-
sultado de la votación, que debe ser oportunamente documentado y archivado
por el secretario o notario del colegio. Finalmente , los acuerdos definitivo s de-
ben ser comunicados oportunamente a los miembros ausentes y a las autorida-
des o personas interesada s.

B. Eficacia jurídica. Consideración especial de los colegios consultivos

Ya nos hemos referido anteriormente, al tratar de las clases de colegios, a


la diferencia entre colegios consultivos y deliberativos. Recordemos que es
una distinción que se propone sobre la base de los efectos jurídicos que el or-
denamiento canónico puede atribuir a la voluntad o acto colegial ya formado.
En los colegios deliberativos la voluntad colegial tiene eficac ia jurídica inme-
diata y definitiva , obviamente siempre que se hayan cumplido las reglas sobre
la formación del acto colegial y éste pueda incluirse dentro del ámbito de com-
petencias jurídicas del colegio. En cambio, los colegios consultivos se caracte-
rizan por suministrar elementos de juicio a la autoridad competente para adop-
tar en cada caso la deci sión de gobierno definiti va. Veamos a continuación
algunos aspectos generales de los colegios consultivos , que están previsto s en
todos los nivel es de la organización eclesiástica y que cumplen un importante
papel en el desarrollo de la función de gobierno.
La organi zación consultiva supone siempre la exi stencia de dos sujetos:
la autoridad que gobierna y el colegio que le asesora (no consideramos ahora
el supue sto de los consejeros indi viduales, a los que se refiere el c. 127 § 2).

25. Cfr. W. AYMANS, Der kollegiale Akt , cit. , p. 98 . Otro ejemplo de unanimidad requeri-
da para algunas decisiones es el acuerdo para la votación por compromi sarios (cfr. c. 174 § l ).

124
LOS COLEGIOS

Teóricamente existen dos modelos básicos de asesoramiento colegiaF6: según


el primer modelo la autoridad forma parte del colegio , lo preside e incluso in-
terviene en los debates colegiales, aunque sólo a ella le corresponda la deci-
sión de ejecutar la voluntad colegial a través de la correspondiente medida de
gobierno. Este sistema ofrece la ventaja de la cercanía y mayor comunicación
entre el gobernante y el colegio asesor; pero puede presentar también el incon-
veniente de un cierto condicionamiento de la discrecionalidad del gobernante
por los debates colegiales, e incluso el peligro de una insuficiente ponderación
de los problemas si la decisión de gobierno se adopta simultánea o inmediata-
mente después de los debates colegiale s.
Con arreglo al segundo modelo de organización consultiva, el gobernan-
te es externo al colegio, no interviene en las deliberaciones y sólo espera la co-
municación de la voluntad colegial. La ventaja de este sistema es que facilita
un estudio más detenido de los problemas, tanto por parte del colegio como
también por la autoridad, aunque comporta al mismo tiempo los inconvenien-
tes derivados de la distancia oficial entre el gobernante y los asesores.
Es difícil determinar si en la organización eclesiástica prevalece el primer
o el segundo modelo, al menos si se valoran las normas del CIC , que admiten
las dos posibilidades 27•
Atendiendo al contenido material del asesoramiento colegial suele ha-
blarse de la «función consultiva »28 • Se alude así a los consejos, informe s o dic-
támenes que el colegio consultivo proporciona a la autoridad. Es una función
imprescindible en cualquier tarea estable de gobierno y, con mayor motivo , en
la organización de la Iglesia, si se con sidera la concentración originaria del go-
bierno en los oficios capitales, que necesitan ser asesorados antes de adoptar
las decisiones29 • Se explica así que la consulta no dependa siempre del criterio
de la autoridad, sino que en ocasiones es el propio derecho el que establece la
necesidad de consultar al colegio asesor cuando se trata de decisiones de ma-
yor importancia .

26. Este planteamiento general trasciende el ámb ito de la organiza ción ecle siástica y es
aplicable también en el contexto de la sociología de las organizaciones empresariales, políticas,
etc. Cfr. p . ej. J. D . Mo oNEY,Prin cipio s de organización , trad . esp., Madrid 1958 , pp. 17 ss. La
organización consultiva fue en su momento un instrum ento de amplia aplicación en el modelo
político del Antiguo Régime n, donde la concen tra ción del poder en el soberano exigía la consti-
tución de numerosos colegios asesores .
27 . Vid. p. ej. ce. 462 § 2 y 466 (sínodo diocesano), 492 § 1 (consejo de asunto s económi-
cos diocesano), 495 § 1 y 500 §§ 1 y 3 (consejo presb itera l) , 503 (cabildo), 5 14 § 1 y 536 § 1
(consejos pastorales dio cesa nos y parroquiales), 344.5.º (sínodo de los obispos) y 353 § 1 (con-
sistorios de cardenales) . Cfr. también aquí el contenido de la respue sta de la Comisión pontificia
para la interpretación del CIC de 5-VII-1985 cit. en la nota 33 de este cap.
28. Así , J. ARIAS,La función consultiva, en «Ius Cano nicu m», 11 (197 1), pp. 2 17-245.
29. Subraya n la importancia de la función consultiva en la Iglesia, H. MúLLER,De formis
iuridici s coresponsabili tatis in Ecclesia , en «Pe riodica», 69 ( 1980) , p. 310 y G . FELICIANI , Co-
rresponsabilita ecclesiale nella struttura gerarchica della Chiesa, en VV.AA. , «Com un ione ec-
clesiale e strutture di corresponsabilita» , Roma 1990 , p. 41.

125
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

En efecto , hay que distinguir ante todo entre la consulta facultativa y la


consulta preceptiva. En el primer caso la autoridad decide por sí misma sobre
la oportunidad de solicitar el asesoramiento del colegio consultivo; en el se-
gundo caso el derecho establece la obligatoriedad de la consulta antes de que
sea adoptada la decisión de gobierno , de manera que si la autoridad no consul-
ta, la decisión posterior sería inválida (cfr. c. 127 § 1). Son numerosos los ca-
sos de consultas colegiales preceptivas establecidas por el CIC 30 •
Convocado el colegio para responder a la coi:isulta facultativa o precepti-
vamente solicitada, la voluntad colegial se formaliza como un dictamen o de-
claración de juicio, que puede tener efectos diversos. Lo nonnal es que el dic-
tamen subsiguiente a la consulta no vincule jurídicamente a la autoridad, que
podrá obrar en sentido contrario a la voluntad colegial manifestada (dictamen
no vinculante). Obviamente cuando la consulta es además facultativa , el dicta-
men no podrá ser vinculante. Para referirse a los dictámenes no vinculantes el
CIC suele emplear la expresión «consilium audire» u otras parecidas 31 •
Sin embargo, existe también la posibilidad -que debe estar expresamen-
te prevista en cada caso por las normas del CIC o de los estatutos colegiales-
de que el dictamen del colegio vincule jurídicamente a la autoridad, no sólo en
cuanto que ésta debe solicitarlo preceptivamente sino también por el mismo
contenido del dictamen emitido, de manera que la autoridad sólo tiene la posi-
bilidad de obrar según el dictamen recibido o bien abstenerse de adoptar la
medida de gobierno. En estos casos las normas emplean la expresión «consen-
sus indigere» u otras similares 3~. En realidad el dictamen preceptivo y vincu-
lante trasciende el ámbito de la función consultiva , porque constituye más bien
un control administrativo en el ejercicio del gobierno; control referido a la dis-
crecionalidad del gobernante o bien a la misma legalidad de la medida de go-
bierno propuesta.
Estas distinciones entre consultas facultativas o preceptivas y dictámenes
vinculantes o no vinculantes están implícitamente previstas por el c. 127 § 1,
que establece además las consecuencias jurídicas de tales distinciones para la
validez de los actos de la autoridad. La regla general es que el colegio debe ser
convocado para la consulta y la autoridad debe solicitar el consejo de todos los
miembros si el dictamen no es vinculante; en cambio, si se trata de un dicta-
men vinculante -es decir, si la norma correspondiente exige el consentimien-
to del colegio consultivo-, el acto de la autoridad sólo será válido si ha obte-
nido previamente el consentimiento de la mayoría absoluta de los miembros
del colegio presentes en la votación 33 •

30. Vid. ce. 294 , 372 § 2, 377 § 3, 433 § 1, 461 § 1,494 §§ l y 2, 500 § 2, 509 § 1, 515 §
2 , 531, 536 § 1, 1215 § 2, 1222 § 2, 1263, 1277, 1281 § 2, 1292 § l. 1305, 1310 § 2.
31. Cfr. los ce. citados en la nota precedente y el texto del c. 127.
32 . Cfr. el contenido del c . 127 y los ce. 272 , 485 , 500 § 2, 1018 § 1.2.º, 1277.
33. Cfr. también la respuesta de la Comisión Pontificia para la interpretación del CIC, fe-
chada el 5-Vll - 1985, que respondió negativam ente a la siguiente con sulta: «Si , cuando el dere-

126
LOS COLEGIOS

7. PROBLEMAS PRÁCTICOS DE LOS COLEGIOS

Al concluir estas páginas dedicadas a los colegios de la organización


eclesiástica puede ser útil la mención de algunas dificultades que se presentan
en sus actividades . Llamar la atención sobre estas dificultades prácticas de los
colegios -s in pretensiones de exhaustividad - ayuda a plantearse la búsque-
da de oportunas soluciones.
Se advierte a veces una cierta tensión o desequilibrio entre los colegios
consultivos y la autoridad a la que ayudan y asesoran, en el sentido de superar
el mero voto consultivo, que se juzgaría insuficiente para garantizar una ver-
dadera corresponsabilidad eclesial. Esto se manifiesta sobre todo cuando algu-
nos colegios dejan de actuar según las exigencias propias de la comunión ecle-
siástica y se inclinan más bien hacia un estilo reivindicatorio del poder frente
a la autoridad . Influye en estos casos un cierto mimetismo con los usos y fina-
lidades del parlamentarismo estataP 4 y a veces también una insuficiente com-
prensión del sentido de la corresponsabilidad y participación de todos los fie-
les en la misión de la Iglesia 35 • Es siempre necesario recordar la naturaleza
específica del poder eclesiástico de gobierno, que no radica primariamente en
las personas jurídicas, sino en los oficios capitales como representantes de
Cristo. En la Iglesia el principio colegial es siempre complementario del prin-
cipio capital.
En el extremo contrario se debe señalar también con claridad la impor-
tancia de no limitar injustificadamente las posibilidades de participación de
los fieles en las instituciones colegiales. Esto puede ocurrir en la práctica a tra-
vés de una interpretación restrictiva del c. 129 § 2, hasta el punto de prejuzgar
la composición exclusivamente clerical de colegios que , por su naturaleza y
actividades, pueden estar abiertos a la participación de otros fieles. En relación
con este aspecto de la participación abierta, se encuentra también la oportuni -
dad de garantizar un verdadero carácter representativo de los colegios no ex-
clusivamente técnicos, para evitar la formación de círculos cerrados o grupos
de «notables» que pretendan asumir siempre la representación del conjunto.
Otros problemas prácticos que pueden señalarse son: el «pluriempleo»
que resulta de la presencia de las mismas personas en diver sos colegios como
consecuencia de la adscripción ex officio (piénsese p. ej. en los variados cole-
gios diocesanos a los que pertenecen o pueden pertenecer en virtud del cargo

cho establece que para realizar ciertos actos el Superior nece sita el consentimiento de algún co-
legio o grupo de personas , el mismo superior tiene derecho a emitir su voto junto con los demás,
al menos para resolver la igualdad de votos» (cfr. AAS. 77, 1985, p. 77 1).
34. Cfr. E. CORECCO, Parlamento ecclesiale o diaconia sinodale?, en «Communio», 1
(1972), pp. 32 SS.
35 . Cfr. J. GAUOEMET, Sur la co -responsabilité, en «L'Ann ée Canonique», 17 (1973), pp.
533-541 . Algunos problemas prácticos en relación con la participación son aprobados en la ins-
trucción Ecclesiae de mysterio, art. 5, publicada por la curia romana el 15-VIll - 1997 (AAS, 89,
1997, pp. 852-857).

127
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

los vicarios generales y episcopales); la existencia de colegios excesivamente


numerosos para los que resulta difícil una convocatoria frecuente o unas sesio-
nes ágiles (es el caso de los consejos presbiterales en las diócesis más gran-
des); la excesiva complejidad organizativa que se advierte en algunos colegios
establecidos , que tiende a favorecer el anonimato frente a la responsabilidad
personal en la toma de decisiones, responsabilidad que no debe desaparecer
dentro del colegio (es el caso de algunas conferencias episcopales estableci -
das36); la indeterminación de las relaciones entre colegios,con competencias si-
milares o que pueden confundirse entre sí, etc . Como puede observarse estos
problemas son variados y reclaman soluciones específicas que a veces tras-
cienden el ámbito estrictamente canónico. Sin embargo, algunos de estos pro-
blemas pueden ser previstos por las propias normas constitutivas de los cole-
gios. Es importante que estas normas regulen siempre tres aspectos de singular
importancia: en primer lugar, la relación entre el colegio y la autoridad ecle-
siástica; en segundo lugar, la composición del colegio, con los oportunos siste-
mas de selección, incompatibilidades y designación de los miembros; en tercer
lugar, las funciones y competencias del colegio. En efecto, cuando alguno de
estos aspectos no es regulado de forma suficientemente precisa por las normas
generales o estatutarias, es inevitable la existencia de dificultades prácticas en
el funcionamiento de los colegios .

36. Cfr. J. Rrnz ÜRTA, La organización de las conferencias episcopales en el derecho ca-
nónico universal y particular , tesis doctoral inédita , Pamplona 1992, pp. 269 ss. y 341.

128
CAPÍTULO V
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

1. I NTRODUCCIÓN: IGLESIA UNIVERSAL E IGLESIA S PARTICULARES

Según la doctrina del Concilio Vaticano II expresada fundamentalmente


en LG 23, la Iglesia es en su dimensión externa e histórica el corpus eccles ia-
rum, el cuerpo o comunión de las Iglesias particulares . En el mismo lugar ci-
tado el Concilio enseña que las Iglesia s particular es están formadas a imagen
de la Iglesia universal y que «en ellas y por ellas (in quibus et ex quibus) exis-
te la Iglesia católica una y única ».
La relación que existe entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares
es, por tanto , de mutua inmanencia o «interioridad »'; de manera que las distin-
tas Iglesias particulares no se conciben aisladamente , sino unida s entre sí por
los vínculos de la comunión eclesiástica, y, simultáneamen te , en cada Iglesi a
particular está presente y actúa (inest et operatur, dice CD 11) la Iglesia de
Cristo.
El sentido de las Iglesia s particulare s es hacer posible el desarrollo de la
actividad salvífica de la Iglesia en el espacio y en el tiempo; es decir , «en la
particularidad y diversidad de personas , grupos, tiempos y lugare s»2 • Constitu-
yen agrupacione s, ámbitos comunitario s con una precisa organización también
jurídic a, para la predicación de la Palabra de Dios , la celebración de los sacra-
mento s, el ejercicio del gobierno.
Como el ministerio de la Palabra , de los sacramentos y el gobierno de la
Iglesia están confiados primariamente a los miembro s del ordo clericorum y
más concretamente al orden de los obispos, las Iglesias parti culares expresan
una organización jerárquica y a la vez comunitaria del pueblo cristiano, sobre la
base de la distinción y mutua relación entre el sacerdocio común y el sacerdo-

1. C fr . JUAN PABLO 11,Discurso a la curia romana , 20.XII .1990, n . 9 , en AAS , 83 (1991 ),


pp . 745-747.
2 . CONGREGA CIÓN PARA LA DOCTRrNA DE LA FE, Cart a Comm11nionis no tio, 28.V.1992 , cit.,
n. 7.

129
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERN O EN LA IGLESIA

cio ministerial (cfr. LG 10). Son «porciones del Pueblo de Dios » confiadas a
los obispos - sucesores de los Apóstoles y miembros del colegio episcopa l - ,
para que las presidan como fundamentos visibles de unidad (LG 23) en nombre
de Cristo y las apacienten con la cooperación de los presbíteros (cfr. CD 11).
Todas estas características se cumplen en las diócesis. En efecto, hay una
equivalencia perfecta entre la realidad histórica y canónica de la diócesis
como forma constitucional de organización del Pueblo de Dios y el concepto
teológico de Iglesia part icular. Esto es algo que señalai:i con toda claridad e l
Concilio Vaticano II y la legislación canónica. Según CD 11, «la diócesis es
una porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al obis-
po con la cooperación del pre sbiterio, de manera que, unida a su pastor y con-
gregada por él en el Espírit u Santo mediante el evangelio y la eucaristía, cons-
tituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la
Iglesia de Cristo una , santa, católica y apo stólica » . El c. 369 del CIC reprodu-
ce literalmente esta definición del Vaticano 11.

2. UTILIDAD DEL CONCEPTO DE CIRCUNSCRIPCIÓN ECLESIÁSTICA

A. El uso canónico de la noción de Iglesia parti cular

Las enseñanzas sobre la dimensión particular de la Iglesia son relativa -


mente recientes en el magisterio eclesiá stico. El Concilio Vaticano II trata de
la Igle sia particular no de manera, por así decirlo, mono gráfic a , sino en el
marco de la doctrin a sobre la autori dad en la Iglesia y concretam ente cuando
expone las relacione s entre los obispos dentro del colegio epi scopaP . El Con-
cilio no ofre ce , por tanto , una doctrina exhaustiva , ni siquiera plenamente arti-
culada , sobre la Iglesia particular, sino más bien una enseñanza «fragmenta-
ria »4 y dispersa en diver sos lugares y documento s.
De este modo, cuando tuvo lugar la preparación de la legisla ción canóni -
ca inspirada en el Concilio Vaticano II, todavía no estaba plenamente articu la-
da la doctrina sobre la Iglesia particu lar. Esto provocó que el uso canónico de
la noción de Iglesia particular resulta se un tanto ambi guo.
En efecto, ya desde fechas muy próxima s a su promulgación se ha visto
en el CIC de 1983 una cierta inseguridad , la falta de un criterio seguro al regu -
lar las estructuras jerárqu icas 5 • El c. 368 dice que las Igle sias particulare s son
imprimi s, principalmente , las dióce sis y que las comunidade s allí enumerada s

3 . Cfr . P. R o o RfGUEZ, Iglesias parti culares y prelaturas p ersonales, 2 ." ed ., Pam plon a
1986, p. 152.
4 . C fr. E. C ORECCO, Iglesia parti cular e Iglesia universal en el surco de la doctrina del
Concilio Vaticano ll , en VV.AA ., «Iglesia uni versal e Iglesias p articulares », Pamplona 1989 , p . 82 .
5. J. HERVADA , Veintidós puntos sobre las Porciones del Pueblo de Dios, en P. Ro o R(GUEZ
et alii , «Iglesia uni versa l e Iglesias particul ares» , Pamplona 1989 , p . 248 .

130
LAS CJRCUNSCRJPCIONES

«se asirrúlan» a las diócesis 6 • Estas expresiones parecen indicar que las cír-
cunscripciones no diocesanas propiamente no son Iglesias particulares sino
que sólo se asimilan a la diócesis bajo el aspecto jurídico; pero el empleo de la
expresión imprimís, «principalmente», da a entender que las diócesis no son
las únicas Iglesias particulares. No se ve aquí una respuesta clara al problema.
El concepto teológico de Iglesia particular no parece ser perfectamente
aplicable a todas las entidades que el derecho canónico equipara con las dióce-
sis. Por ser más concretos, según la moderna eclesiología es imprescindible
para el concepto teológico de Iglesia particular la capitalidad episcopal, requi-
sito que se cumple plenamente en las diócesis, pero no en otras comunidades
cuasidiocesanas mencionadas por el c. 368 del ere, como las abadías territo-
riales o las prefecturas apostólicas, que pueden ser presididas por presbíteros.
Además, hay diócesis en formación, como los vicariatos apostólicos eri-
gidos en territorios de misión que son gobernadas por obispos o por presbíte-
ros, pero no en nombre propio, sino como vicarios pontificios, de manera que
el pastor propio de esas circunscripciones es el papa. Y sin embargo, según la
doctrina de la Iglesia particular la porción del pueblo de Dios debe ser presidi-
da por un obispo como pastor propio, en comunión con el papa. Lo mismo
ocurre con las administraciones apostólicas , que son circunscripciones esta-
blemente erigidas y diferentes de las diócesis gobernadas por un prelado con
potestad vicaria del papa (c. 371 § 2).
Después se presenta el caso de estructuras jerárquicas no territoriales que,
por las características de su organización propia, se equiparan más o menos,
según los casos, con las diócesis en cuanto a las normas que las regulan, pero
que no deben ser consideradas Iglesias particulares, a la vista de su finalidad.
Es el caso de los ordinariatos militares que tienen una finalidad pastoral espe-
cial: la asistencia espiritual y religiosa a los militares, finalidad que necesaria -
mente comporta una limitación de la misión común de la Iglesia y de los caris-
mas y formas de vida que en ella viven (así, por ejemplo, hay formas de vida
consagrada contemplativa completamente necesarias para la Iglesia y que no
son adecuadas para un ordinariato militar) . Los ordinariatos militares, al igual
que las prelaturas personales, no son Iglesias particulares sino estructuras com-
plementarias de las diócesis. Un complemento que desarrollan mediante sus
obras pastorales específicas en los territorios de las diversas diócesis.
En los años aún próximos a la promulgación del ele de 1983 se dio un
uso canónico de la noción de Iglesia particular excesivamente dependiente de
los ce. 368 a 374, lo cual es comprensible, pues esos cánones contienen los
principios comunes a las circunscripciones eclesiásticas. Pero esas normas no

6. El c. 368 dispone: Iglesias particular es, «en las cuales y desde las cuales existe la Igle-
sia católica una y única, son principalmente las dióce sis a las que, si no se establece otra cosa, se
asimilan la prelatura territorial y la abadía territorial, el vicariato apostólico y la prefectura apos-
tólica así como la administración apostólica erigida de manera estable».

131
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

pretenden presentar un sistema completo. De hecho no figuran en ellas las cir-


cunscripciones personales como los ordinariatos militares, las prelaturas per-
sonales, los ordinariatos rituales, las administraciones apostólicas personales;
por no hablar de que regulan entidades como las abadías territoriales que están
en trance de desaparición desde que la Sede apostólica manifestara su inten-
ción de no erigir más en el futuro 7 • Por lo tanto, no deben interpretarse estos
cánones como si de ellos dependiera necesariamente el estatuto teológico de
las comunidades que mencionan. Su misión no es clasificatoria sino introduc-
toria a las normas especiales del ere, por lo que no permiten configurar por sí
solos una clasificación exhaustiva de las estructuras jerárquicas.

B . La noción de circunscripción eclesiástica

La ciencia canónica ha procurado en estos años identificar un concepto


general más preciso que el de Iglesia particular (o local) que permita conocer
mejor el sistema de estructuras jerárquicas que la Iglesia posee y que evite al
mismo tiempo las ambigüedades que se han dado en el uso canónico del con-
cepto teológico de la Iglesia particular. Naturalmente esto no prejuzga el uso
teológico de la noción de Iglesia particular ni su virtualidad: es sólo su empleo
jurídico-canónico el que se critica.
Ese concepto más preciso es el de circunscripción eclesiástica, conocido
por la praxis antigua y reciente de gobierno de la Sede Apostólica y empleado
también por la legislación canónica vigente unilateral y concordataria. Todavía
más: ese concepto tiende a perder su exclusiva carga territorial tradicional, pues
en 1986 fue empleado expresamente en la ley reguladora de los ordinariatos mi-
litares , expresamente calificados como «peculiares circunscripciones eclesiásti-
cas» (SMe, art. I § 1). Estos ordinariatos carecen de territorio propio, de manera
que hoy ya es posible llamar circunscripciones a estructuras jerárquicas estricta-
mente personales, es decir que no vienen configuradas por un territorio propio
sino por circunstancias de los fieles con relevancia estructural, como pueden ser
el rito o la condición social de las personas. De este modo, las circunscripciones
no son ya meros territorios o distrito s de la Iglesia universal gobernados por re-
presentantes de la Jerarquía, sino comunidades activas y corresponsables de fie-
les, jerárquicamente estructuradas y delimitadas por criterios que pueden ser va-
riados. En resumen, las circunscripciones eclesiásticas son comunidades de
fieles, también llamadas porciones del Pueblo de Dios, establecidas en la orga-
nización eclesiástica conforme a diversos criterios delimitadores, cuya atención
pastoral se encomienda a un oficio capital (obispo o presbítero con funciones
episcopales) con la cooperación de un propio presbiterio.

7. Cfr. aquí el m.p. de Pablo VI Catholica Ecclesia, 23.X.l 976 , que manifie sta en su n. 1
la voluntad de la Santa Sede de no erigir en adelante nuevas abadías nullius dioecesis (hoy terri-
toriales), a no ser que circunstancias muy especiales lo aconsejen.

132
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

Entre las circunscripciones algunas son claramente Iglesias particulares:


ante todo, las diócesis; otras no lo son, según la doctrina mayoritaria de cano-
nistas y teólogos (las prelaturas personales , los ordinariatos militares, los ordi-
nariatos rituales). Finalmente hay otras circunscripciones, como las abadías te-
rritoriales o las administraciones apostólicas, cuya calificación como Iglesias
particulares presenta dificultades por los motivos apuntados más arriba.
Desde la perspectiva propia del derecho de la organización eclesiástica
puede subrayarse con carácter general el importante significado de las circuns-
cripciones en cuanto centros de agrupación de los fieles en torno a los oficios
capitales y, por tanto, en cuanto ámbitos primarios para la organización y ejer-
cicio del gobierno en la Iglesia. Las circunscripciones son instrumentos canó-
nicos para la delimitación y distribución de la función episcopal de gobierno,
a partir de la misión canónica recibida por cada obispo. Son también ámbitos
de actuación de los demás oficios y colegios instituidos. Es superfluo insistir
en que esta consideración de las circunscripciones como instituciones del go-
bierno eclesiástico representa solamente un aspecto de su configuración jurídi-
ca y además no agota obviamente la riqueza eclesiológica de estas entidades.

3. RÉGIMEN JURÍDICO DE LAS CIRCUNSCRIPCIONES.


LA EQUIPARACIÓN CANÓNICA CON LAS DIÓCESIS

A partir de lo dispuesto por el CIC y por otras normas especiales puede


establecerse la siguiente tipología de las circunscripciones: diócesis (c. 369),
prelaturas territoriales (c. 370 § 1) y personales (ce. 294 ss.), abadías territoria -
les (c . 370 § 1), vicariatos apostólicos (c. 371 § 1), prefecturas apostólicas (c.
371 § 1), administraciones apostólicas estables (c. 371 § 2) y ordinariatos mi-
litares (SMC, art. I § 1). De acuerdo con la praxis de la Santa Sede, que estu-
diaremos en el cap. VIII , deben añadirse a las circunscripciones mencionadas
otros ordinariatos personales (como los erigidos para los orientales o para los
anglicanos recibidos en la Iglesia católica), así como las administraciones
apostólicas personales y las misiones sui iuris.
No todas las circunscripciones enumeradas tienen las mismas caracterís-
ticas. Así, caben ulteriores divisiones según que la delimitación sea territorial
o personal, o a partir de su gobierno por un ordinario con potestad propia o vi-
caria. Tampoco tienen todas ellas la misma importancia eclesiológica y canó-
nica : en particular, el modelo principal en tomo al que gira toda la normativa
del CIC es el de la diócesis.
El régimen jurídico de las circunscripciones eclesiásticas comprende nor-
mas de derecho universal y particular . El régimen jurídico universal consiste
en las disposiciones comunes a todas ellas (así, su erección por parte de la au-
toridad suprema de la Iglesia y su personalidad jurídica ipso iure: cfr. c. 373) y
también la normativa general aplicable a los diversos tipos de circunscripcio-
nes (p. ej., las numerosas normas del CIC referidas a la organización general

133
ORGANl?ACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

de las diócesis, o los ce. -en este caso muy escasos- dedicados a las prela-
turas territoriales y prefecturas apostólicas).
Por su parte , el régimen jurídico particular comprende el conjunto de dis-
posiciones reguladoras de las diversas circunscripciones erigidas. Estas nor-
mas particulares se publican con el acto de erección de la estructura. Algunas
circunscripciones -concretamente, las prelaturas personales y los ordinaria-
tos militares- se rigen por estatutos particulares sancionados por la Santa
Sede, que aplican al caso el derecho universal.
Ya hemos señalado que la normativa universal sobre esta materia se dedica
sobre todo al régimen general diocesano. La diócesis constituye el modelo prin-
cipal de las circunscripciones eclesiásticas. Incluso algunas de las circunscrip-
ciones previstas son propiamente diócesis en formación 8 , a causa de algunas
circunstancias peculiares (señaladamente, la situación de la Iglesia en los deno-
minados territorios de misión) que impiden temporalmente la erección diocesa-
na. Este es el caso de los vicariatos y prefecturas apostólicas (cfr. c. 371 § 1).
Este carácter paradigmático de la diócesis respecto de las demás circuns-
cripciones tiene dos consecuencias o manifestacione s importante s. En primer
lugar, el legislador universal establece con todo detalle los elementos estructu-
rales propios de la dióce sis, en contraste con las escasas normas dedicadas a
las demás circunscripciones. En segundo lugar, compensa el vacío normativo
de las circunsc ripciones no diocesana s mediante la remisión a la normativa de-
dicada a la dióce sis. Es lo que se denomina en general equiparación jurídica
(aequiparatio in iure) entre institucione s de la organización eclesiástica 9 •
La equiparación jurídica de las circunscripciones no dioce sanas con las
diócesi s es posible porque todas ellas tienen en común su naturaleza de por-
ciones del Pueblo de Dios jerárquicamente estructuradas: formas de organiza-
ción del pueblo cristiano sobre la base de la distinción y mutua relación entre
el sacerdocio común y ministerial. Todas ellas están compuestas por oficio ca-
pital, presbiterio y pueblo.
La equiparación puede ser más o menos amplia según los casos y más o
menos desarrollada en las normas correspondientes. Concretamente , puede ha-
blarse de una equiparación por remisión general a la normativ a diocesana en el
caso de las circunscripciones ennumeradas en el c. 368, ya que las disposicio-
nes del CIC para cada una de ellas son escasas (cfr. básicamente los ce. 370 y
371 ). Por otra parte , la equiparación no siempre es explícita 1° , sino que en oca-
siones se deduce interpretativamente a partir del análisis de las normas y de la
comparación entre las institucione s 11•

8. Cfr. J. H ERVADA, Elementos , cit., p. 304.


9 . Cfr. C.J. ERR ÁZURIZ M., Circa l'equipara zione qua/e uso dell 'analogia in diritto ca-
nonico, en «Ius Ecclesiae », 4 ( 1992), pp. 215-225.
10. Sobre la posibi lidad general de equiparacione s implícitas , cfr. !bid. p . 2 16, nota 7.
11. Así, en el caso de los ordinariato s militares SMC art. 1 § I dispone que esta s figuras «se
asimilan jurídicamente a las diócesis », a pesar de que la propia SMC establece con detalle el régi-

134
LAS CIRCUNSCR! PCIONES

4. CLASES DE CIRCUNSCRIPCIONES

A. Circunscripciones ordinarias y de misión; originarias y complementarias;


territoriales y personales

Además de la clasificación que distingue entre circunscripciones mayores


(las diócesis) y menores (las parroquias), hay tres clasificaciones de las cir-
cunscripciones mayores que presentan más interés. Así puede hablarse de cir-
cunscripciones ordinarias y de misión; originarias y complementarias; territo-
riales y personales.
La organización de las circunscripciones erigidas en los llamados territo-
rios de misión presenta peculiaridades referidas sobre todo a su gobierno, que
depende directamente de la Santa Sede . En concreto, son gobernadas por un
prelado (denominado superior de la misión sui iuris, prefecto apostólico o vi-
cario apostólico, según se trate de las misiones sui iuris, prefecturas o vicaria-
tos apostólicos) en nombre del romano pontífice, con potestad vicaria de régi-
men. Este vicario pontificio suele ser miembro, además, de un instituto de
vida consagrada al que la Santa Sede encomienda en régimen de commissio el
desarrollo de la labor misionera y el gobierno de la circunscripción, hasta que
no se constituya una verdadera diócesis en el territorio.
Estudiaremos más adelante (infra, cap. VIII § 5) estos aspectos peculia-
res de las circunscripciones de misión, que las distinguen de las circunscrip-
ciones de régimen ordinario o común.
Otra clasificación de interés es la que distingue entre circunscripciones
originarias y complementarias. Esta distinción tiene en cuenta el dato de que
no todas las estructuras jerárquicas que reconoce el derecho canónico tienen el
mismo significado ni la misma importancia. Las circunscripciones originarias
son las Iglesias particulares , que se manifiestan sobre todo bajo la forma canó-
nica de la diócesis territorial. Ya hemos tratado de la centralidad del modelo
diocesano como expresión canónica plena de la Iglesia particular.
Hablamos de circunscripciones originarias en cuanto que el Pueblo de
Dios se realiza históricamente como una comunión de Iglesias particulares
que forman la Iglesia universal. La posición capital del obispo como sucesor
de los apóstoles al frente de una porción del Pueblo de Dios forma parte de la
estructura fundamental de la Iglesia. Pero las Iglesias particulares, en las que
se desarrollan históricamente las tareas de culto, doctrina y gobierno que inte-
gran la misión de la Iglesia, no son autosuficientes. Ante todo porque toda
Iglesia particular debe estar en comunión con las demás en la Iglesia univer-

men jurídico de aquello s entes. En cambio, los ce. 294-297 sobre las prelaturas personale s contie -
nen una equiparación implícita. La equiparación se deduce a partir de la relación natural entre dió-
cesis y prela turas, y valorando tamb ién el contenido de los estatutos es tablecido s para cada prela -
tura personal. Vid. sobre esta cuestión, C. J . ERRÁZVR!Z M., Ancora sull'e quipara zione in diritto
canonico: il caso delle prelature personali, en «Ius Ecclesiae», 5 (1993), pp . 633 -642.

135
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLES IA

sal, pero también porque hay necesidades apostólica s, materiales y de organi-


zación que de hecho no pueden ser atendidas cumplidamente solo por la Igle-
sia particular. Por eso, oídos los obispos interesados, la Santa Sede puede erigir
circunscripcione s complementarias de las Iglesias particulares. Por ejemplo ,
un ordinariato militar sirve de complemento a las diócesis territoriales en lo
que se refiere a la atención espiritual de los católicos en los ejércitos. Asimis-
mo, la figura de la prelatura personal sirve de complemento con su obra pasto-
ral peculiar a la cura de almas ordinaria que se realiza en las diócesis.
Como ya se intuye, la distinción entre circunscripciones originarias y
complementaria s evoca la que exis te entre circunscripciones territoriales y
personales , distinción que será oportuno estudiar con más detalle a causa de
su relevancia estructural.
De manera introductoria puede decirse que las circunscripciones territo-
riales se organizan sobre la base de la vinculación de los fieles con un determi-
nado territorio por el domicilio o cuasidomicilio (cfr. ce. 100-107, y especial-
mente el c. 107 § 1), de manera que la actividad del oficio capital y del
presbiterio en favor de esos fieles se limit a en su ejercicio al espacio que cir-
cunscribe la estructura. Fuera de ese ámbito territoria l, la compe tencia del ofi-
cio capital y de los presbíteros cooperadores sólo puede ejercerse con un al-
cance limitado por el derecho (cfr. c. 13 § 2) , es decir, en los casos autorizados
por las normas.
En cambio , en las circu nscripciones personales la vinculación de los fie-
les con la entidad correspondiente no se establece canónicamente sobre la base
del domicilio o cuasidomicilio , sino en virtud de otros criterios refer idos a la
condición de los fieles, como pueden ser la profesión, el rito u otras caracterís-
ticas personales con relevancia social. Por ese motivo, y a diferencia de lo que
ocurre con las estructuras pastorales de base territorial, el oficio capital y el
presbiterio de las circu nscripcio nes personales son habilitados para actuar al
servicio de los fieles miembro s con independencia del territorio donde éstos se
encuentren, sin ninguna limitación espacial .
Además es posible teóricamente la combinación de los criterios territori al
y personal para formar circunscripciones que a veces se llaman <<mixtas»,es
decir, con delimitación en parte territorial y en parte personal. Es lo que ocu-
rre p. ej. con algunas circunscripciones rituales erigidas en territorio s de diver-
so rito. Aquí el derecho valora un elemento personal (el rito) y también el te-
rritorio donde residen los fieles, de manera que la potestad de ordinario ritual
está territorialmente circunscr ita (cfr. c. 372 § 2: «in eodem territorio»), pero
el título que justifica la composición de la estruc tura que preside es el rito
como condición personal de los fieles 12 •

12. Conviene tener en cuenta en general que las circunscripcione s rituales son personales
en relación con otro s ritos; pero dentro del propio rito la delimitación de la estructura suele ser
territorial: cfr. K. MóRSDORF, Diozese , en «Sacramentum Mundi», I (1967), cols. 887-888.

136

..
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

Consideraremos ahora algunas características generales de las circuns -


cripciones territoriales y personales antes de resumir los criterios básicos so-
bre la necesaria coordinación de actividades entre unas y otras.

B. Sentido y tipología de las circunscripciones territoriales

El territorio goza de una amplia tradición en el derecho canónico , influi-


do en esta materia como en tantas otras por las soluciones del derecho público
romano. El elemento territorial es un verdadero principio informador de la or-
ganización comunitaria en la Iglesia, asentado paulatinamente a partir del siglo
IV 13• La constitución de diócesis, prefecturas, provincias, parroquias etc. distri-
buidas territorialmente, ha cumplido y sigue cumpliendo una función muy im-
portante para la delimitación de las comunidades y la agrupación de los fieles,
en orden a la predicación y recepción de la Palabra de Dios y de los sacramen-
tos. Además, la distribución territorial ofrece un estimable elemento de certe-
za, orden y seguridad en la organización y ejercicio del gobierno eclesiástico.
Se ha intentado subrayar a veces una cierta relevancia teológica del terri-
torio, en cuanto que permite expresar mejor que cualquier otro criterio la cato-
licidad de la Iglesia: en las circunscripciones territoriales se integran los fieles
en sus variadas condiciones de vida y se expresan, al menos potencialmente ,
todos los carismas y ministerios de la Iglesia. Esta observación es digna de ser
valorada, en cuanto que ayuda a explicar la mayor difusión de las estructuras
territoriales frente a otras basadas en criterios más selectivos. Sin embargo, el
fundamento, no de las circunscripciones territoriales en cuanto tales sino de la
delimitación territorial de las comunidades eclesiásticas , debe buscarse más
bien en consideraciones de orden funcional o instrumental. Esto significa que
el territorio es ante todo un principio de organización o delimitación de las co-
munidades , y no un elemento que las defina internamente desde el punto de
vista teológico o canónico. El elemento territorial no se justifica, a nuestro jui-
cio, por sí mismo: como si fuese un criterio absoluto o imprescindible, sino en
cuanto que ayuda a resolver las necesidades ya mencionadas de estabilidad,
orden, certeza y seguridad en el desarrollo de la misión de la Iglesia.

13. Cfr. A. GARCÍA Y GARciA, Historia del Derecho Canónico, l. El primer milenio, Sala-
manca 1967, p. 157; J . GAUDEMET, l'Église dans l'Empire Romain (IV'-V' siecles), Paris 1958,
p. 323; A. FU CHE-V. MARTÍN (Eds.), Historia de la lglesia, /ll. la Iglesia del Imperio, trad. esp. ,
Valencia 1977, pp. 477 ss. Todos estos autores subrayan , sin embargo, que el paralelismo organi-
zación eclesiástica-organización romana no fue absoluto, y además resultó difícil que los obispos
se acostumbraran a una limitación territorial de sus funcione s. Por otra parte los límite s territo-
riales diocesanos tardaron en fijarse con exactitud . Cfr. particularmente J. GAUDEMET, op. cit.,
pp. 328 ss. y 380; ID., Église et Cité. Historie du droit canonique, Paris 1994, pp. 412-415 . So-
bre el alcance y sentido del principio territorial , remito a mi libro Derecho canónico territorial.
Historia y doctrina del territorio diocesano , Pamplona 2002.

137
ORGANJZACJÓN DEL GOBJERNO EN LA IGLESIA

La doctrina canónica actual se muestra prácticamente unánime al señalar


que el territorio no integra necesariamente el concepto de Iglesia particular, ni
de las comunidades que se equiparan canónicamente con las diócesis 14 • Sin
embargo, esta convicción es relativamente reciente, sobre todo porque la im-
portancia canónica del territorio, las características de las sociedades tradicio-
nales (concretamente, la vinculación estable de las personas con lugares deter-
minados, bien distinta de la movilidad de la vida moderna), y una concepción
eclesiológica que acentuaba los aspectos externos o soci~tarios de la Iglesia en
detrimento de una visión comunitaria, facilitaron una identificación concep -
tual (una confusión) entre comunidades de fieles y territorios 15.
Históricamente han existido manifestaciones de organización comunita-
ria no territorial, como p. ej. los vicariatos castrenses; pero eran vistos más
bien como excepciones privilegiadas , de difícil inserción en el derecho co-
mún. En este contexto era frecuente definir las diócesis como territorios pre-
sididos por un obispo , y lo mismo se decía a propósito de otras entidades simi-
lares. El punto culminante de esta concepción, que sin ánimo polémico sino
descriptivo podría denominarse «territorialista» , lo representó el CIC de 1917,
que regulaba la organización de las comunidades sobre la base prácticamente
exclusiva del criterio territorial' 6 •
Fue precisa la celebración del Concilio Vaticano II, acompañada de una
significativa evolución social y de la consolidación de nuevos fenómenos pas-
torales, para equilibrar y enriquecer la perspectiva. El Concilio, sin minusva-
lorar la importancia canónica del territorio - sería completamente inexacto
sostener que el Vaticano II superó el elemento territorial - , no sólo sentó las
bases eclesiológicas y canónicas para la constitución de estructuras no territo-
riales11, sino que estableció también una verdadera reforma de la tipología de

14. En este consenso práctico ha influido el principio directivo n.º 8 para la reforma del
CIC de 1917 , aprobado por el Sínodo de los Obi spos de 1967. Este principio -resumido en el
Prefacio del CIC - establecía: «Eccle siae particulares certocertiu s hodie definiri nequeunt par -
tes territoriales in Eccle sia constitutae, sed, secundum praescriptum Decreti Christus Dominus ,
n. 11, singulae sunt ' Populi Dei portio , quae Episcopo cum cooperatione presbyterii pascenda
concreditur ... ' . Cum tamen in determinanda Dei Populi portione , quae Eccle siam particularem
constituit , territorium quod christifideles inhabitant plerumque uti aptior haberi possit ratio, mo -
mentum servat territorium , non quidem uti elementum Ecclesiae particularis constitutivum , sed
uti elementum determinativum portioni s Populi Dei, qua haec Ecclesia definilur »: Communica -
tiones , 2 (1969) , p. 84.
15. Sobre tales aspectos canónicos, sociológicos y eclesiológico s , y la renovación promo -
vida por el Concilio Vaticano II, cfr . A . DEL PORTILLO , Dinamicidad y f uncionalidad de las es-
tructuras pastorales , en «Ius Canonicum », 9 (1969), pp. 305-329.
16. Cfr. para toda esta materia, J. HERVAD A, Significado actual del principio de la terr ito-
rialidad , en «Fidelium Iura», 2 (1992) , pp. 225-227 .
17. Sobr e todo al concebir primariamente las circunscripcion es como comunidade s y no
como territorios , particularment e en el caso de la s dióce sis (cfr. CD 11, LG 23) y de las parro -
quias (cfr . LG 28 , CD 30) . Concretamente, la definición de dióce sis en CD 11 fue redactada con
la voluntad de no mencionar el elemento territorial como criterio definidor necesario: cfr . Acta
synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani Il, III , VI, pp . 156 («Definitionem realem

138
LAS CJRCUNSCRJPCIONES

las circunscripciones, e hizo posible la integración de las circunscripciones


personales en la organización pastoral ordinaria 18•
Las circunscripciones territoriales pueden definirse, en resumen, como
comunidades de fieles delimitadas territorialmente cuya atención pastoral
(magisterio, gobierno y santificación) se encomienda a un oficio capital con la
cooperacion de un propio presbiterio. En el derecho vigente estas circunscrip-
ciones son: las diócesis territoriales (c. 369 y 372 § 1), las prelaturas territoria-
les (c. 370), las abadías territoriales (c. 370), los vicariatos apostólicos (c. 371
§ 1), las prefecturas apostólicas (c. 371 § 1) y las administraciones apostólicas
(c. 371 § 2). Estas circunscripciones se dividen internamente en parroquias,
delimitadas a su vez territorial o personalmente (cfr. ce. 374 § 1 y 518).

C. Sentido y tipología de las circunscripciones personales

Según se desprende de las consideraciones introductorias expresadas an-


teriormente, las circunscripciones personales se definen más bien por compa-
ración con las territoriales. La razón consiste en que siendo unas y otras comu -
nidades, porciones del Pueblo de Dios, y participando de las características
generales de las circunscripciones eclesiásticas, lo que diferencia a las perso-
nales de las territoriales es precisamente la ausencia de delimitación territorial
de la estructura y de la potestad que en ellas se ejerce. El elemento positivo es-
pecífico de las circunscripciones personales es la presencia en un grupo sufi-
cientemente amplio de fieles de unas características comunes con relevancia
social y estructural, es decir, que afectan a su manera de vincularse con las ins-
tituciones de la organización eclesiástica.
Como es obvio, no cualquier circunstancia personal o de grupo justifica
la constitución de circunscripciones personales , sino solamente aquellas con
una particular relevancia social y estructural, valorada en cada caso por la au-
toridad eclesiástica . No cabe aquí una enumeración exhaustiva 19 , pero se pue-
den indicar entre otras circunstancias personale s la profesión militar, que
afecta a un elevado número de fieles caracterizados frecuentemente por la
movilidad espacial; el rito, que es un elemento con aspectos históricos , teoló-
gicos y organizativos de cierta importancia; los numerosos grupos de emi-
grantes , desterrados, prófugos , alejados de sus países de origen y frecuente-
mente necesitados de una atención pastoral específica; la participación de los
fieles en determinadas tareas apostólicas de alcance universal o interdiocesa-
no que la Iglesia considere integrantes de su misión; la oportunidad de facili-

dioecesis potius ex intrinsecis ipsius elementis quam ex territoriali structura conati sumus statue-
re ... ») y 163; lbid . III, U, pp. 49 y 62.
18. Cfr. CD 23 y 43; PO 10; OE 4.
19. Cfr. en este sentido la enumeración abierta de circunstancia s personale s en los ce . 372
§ 2, 518 y 568.

139
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

tar la plena integración en la comunión católica de un grupo relevante de fie-


les, etc.
Estas y otras circunstancias de carácter personal y socialmente relevantes
plantean frecuentemente a la autoridad eclesiástica la necesidad de una res-
puesta pastoral -de asistencia pastoral entendida en sentido amplio- conve-
nientemente organizada; es decir, ordenada en sus aspectos jurídico-organiza-
tivos por normas y estructuras canónicas. Al mismo tiempo, como todos esos
fenómenos se caracterizan por su dimensión social y la movilidad espacial que
producen, no es adecuado normalmente que la respuesta jurídica y pastoral de
la autoridad eclesiástica se articule sobre la base del territorio como criterio
delimitador de la comunidad. De ahí que, además de la solución concreta de
las parroquias personales, la atención de esas necesidades pastorales objetivas
e importantes aconseje, o en ocasiones incluso exija prácticamente, la consti-
tución de circunscripciones no territoriales.
En tales casos el territorio no circunscribe ni delimita la comunidad de
fieles. Al contrario, la potestad del oficio capital, y de los presbíteros vincula-
dos con la circunscripción personal que en cada caso se erija, se ejerce con in-
dependencia del territorio donde se encuentren aquellos fieles. Incluso en el
supuesto de que la circunscripción personal no sea de ámbito universal sino
nacional o interdiocesano (p. ej. un ordinariato o una prelatura personal que
comprendan a fieles de una determinada nación), la potestad del oficio capital
y de los presbíteros tiene el mismo alcance y condiciones cuando se ejerce fue-
ra o dentro del territorio de la nación 2º; de manera que en estos casos los confi-
nes estatales no circunscriben la estructura eclesiástica erigida, ni pueden con-
siderarse territorios propios de la misma: se trata simplemente del elemento
que el derecho canónico valora para justificar la pertenencia de los fieles a la
estructura (p.ej. ser católico y pertenecer al ejército nacional) y también para
identificar el lugar donde ésta se erige con su sede y organismos principales.
La ausencia de un territorio propio delimitador en las circunscripciones
personales no excluye, por tanto, la necesaria localización o asentamiento de
la pastoral y de la potestad que en ellas se desarrolla. La actividad que ejercen
reclama normalmente el establecimiento de «sedes, centros de acción pastoral
e incluso divisiones pastorales y jurisdiccionales» 21; pero esta necesaria locali-
zación no depende de un territorio propio, ni atribuye carácter territorial a la
circunscripción personal.

20. Así, en el caso de la potestad del ordinario militar, que es «personalis, ita ut exercea-
tur erga personas ad Ordinariatum pertinentes, etiam si quandoque versentur extra fines natio-
nis»: SMC, art . IV. 1.0 •
21. J. HERVADA , Significado, cit. , pp . 228 y 229. Piénsese p. ej. en la potestad del ordina -
rio castrense sobre la iglesia propia, la sede de la curia y, en su caso, el seminario del ordinaria -
to. En estos lugares (lugares , sedes, pero no territorio s) el ordinario castrense tiene la condición
canónica de ordinario del lugar, que es compatible con su potestad personal y no territorial: cfr.
A. VIANA, Territorialidad, cit., pp . 163-164 y más ampliamente, pp. 158-166.

140
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

Vista la irrelevancia del criterio territorial en las circunscripciones perso -


nales (irrelevancia en el sentido indicado), un aspecto primordial en su régi-
men jurídico es la perfecta identificación de la condición de miembro. Por una
parte, es preciso que las normas canónicas determinen con exactitud el título
justificativo de la pertenencia de los fieles a la circunscripción 22 ; por otra parte
es necesario también que se establezcan concretamente los sistemas de ads-
cripción . Se puede decir que la condición de miembro de una circunscripción
personal se adquiere básicamente ipso iure (p. ej. ser católico y militar de pro-
fesión como condición para pertenecer al ordinariato castrense), o bien a tra-
vés de una declaración de voluntad que el derecho considere suficiente para
vincularse con la circunscripción erigida (este puede ser el caso de las conven -
tiones previstas por el c. 296 a propósito de las prelaturas personale s o el sis-
tema de incorporación de los laicos a los ordinariatos para anglicanos recibi -
dos en la Iglesia católica).
Como tipos canónicos de circunscripciones sin delimitación territorial
cabe mencionar principalmente a las prelaturas personales y los ordinariatos
personales. Las primeras están reguladas en sus aspectos generales por los ce.
294-297, mientras que los ordinariato s personales se rigen por legislación es-
pecial extracodicial: así , en el caso de los ordinariatos militares (regulados por
la const. ap. Spirituali Militum Curae, de 2 l -IV-1986) , de los ordinariatos para
antiguos fieles anglicanos y de los ordinariatos rituales. Además, la Iglesia
cuenta con la figura de la administración apostólica personal, al estilo de la
constituida en Brasil en el año 2002, que estudiaremos más adelante.

D. Complementari edad y coordinación entre las circunscripciones

Más allá de las concreta s institucione s reguladas puede deducirse siste-


máticamente que la territorialidad y la personalidad constituyen verdaderos
principios informadores de la organi zación eclesiástica. Esto quiere decir que
el sistema canónico de estructuras pastorale s incluye tanto circun scripcione s
territoriales como también circun scripcione s no delimitadas por el territorio.
Unas y otra s se integran en la organización pastoral ordinaria porque respon -
den a principios igualment e válido s y generale s23 , aunque por razone s hi stóri -
cas y a causa de la relevancia del territorio las circun scripciones territoriales
sean más numerosas. Este es el planteamiento que subyace, a nuestro juicio ,
en el contenido del c. 372. Ello explica también que el principio de organi za-
ción personal de las comunidades haya servido de criterio inspirador de la
nueva legislación canónica 24 • De este modo el legislador universal, de acuerdo

22. Cfr. en este sentido SMC art. X , que establece diverso s títulos justificativos de la ads-
cripción al ordin ariato militar.
23. Cfr. J. HER VADA, Significado, cit., pp. 230 y 235.
24. Cfr. el principio recordado en la nota 14 de este capítulo .

141
ORGANl'ZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

con el espíritu y las determinaciones del Concilio Vaticano 11,ha querido re-
formar el acentuado territorialismo presente en el sistema canónico anterior,
donde las circunscripciones personales eran más bien excepcionales por su di-
fícil armonización con el derecho común de la Iglesia latina.
Se impone por tanto la adecuada integración de las concretas circunscrip-
ciones territoriales y personales en el sistema canónico y en la organización
pastoral ordinaria. Es necesaria una oportuna delimitación de ámbitos y al
mismo tiempo una adecuada coordinación en las acti".idades, exigida por la
naturaleza misma de la Iglesia considerada como comunión. El problema no
se presenta propiamente entre las circunscripciones territoriales , porque el te-
rritorio es un elemento delimitador que ofrece por sí mismo la suficiente cer-
teza. Más compleja resulta la necesaria delimitación y coordinación de ámbi-
tos y actividades entre las circunscripciones territoriales y personales .
Con carácter general hay que observar que en las circunscripciones perso-
nales se realiza una cura pastoral peculiar, por comparación con la atención
pastoral general (los aspectos comunes de la cura de almas) que es desarrolla-
da en las circunscripciones territoriales. Es decir, aquellas son erigidas para
una obra pastoral peculiar en favor de sus miembros y de otras personas. Esta
obra pastoral peculiar no sustituye la organización territorial ni excluye tampo-
co la potestad de los ordinarios locales sobre los fieles que les están encomen-
dados25. La pastoral especializada que se desarrolla en las circunscripciones
personales tiene un sentido complementario de las actividades de las Iglesias
locales, precisamente porque aquellas son constituidas para resolver unas nece-
sidades que no son plenamente atendibles desde la organización territorial.
Este planteamiento general de complementariedad y coordinación tiene
diversas consecuencias canónicas. Una de las más significativas es la supera-
ción de la exención canónica como principio de relación entre las circunscrip-
ciones territoriales y personales. La exención aplicada históricamente en este
ámbito significaba la independencia de los fieles miembros de la jurisdicción
personal respecto de la potestad de los ordinarios locales; de manera que aque-
llos dependían exclusivamente (por determinación pontificia) de las autorida-
des de la circunscripción personal. En el sistema vigente el instrumento canó-
nico de la exención ha sido sustituido por otras fórmulas que expresan mejor
la complementariedad de las instituciones y, al mismo tiempo, resultan respe-
tuosas con la titularidad y el ejercicio de la potestad de los ordinarios locales
sobre los fieles de su territorio.
En este sentido se pueden enumerar, entre otros ejemplos de coordina-
ción26, la exacta identificación legal de los fieles miembros de la circunscrip-
ción personal y de los títulos de adscripción, con la determinación expresa de
que su incorporación a la circunscripción personal no excluye su pertenencia a

25. Cfr. PO 10: «salvis semper iuribus Ordinariorum locorum».


26. Sobre estos ejemplos , cfr. en general SMC, arts. I § 2, III, IV, V§§ l y 2, X; ce. 294 y
297.

142
LAS CIRCUNSCRIPCIONES

la diócesis del domicilio; la institución de la potestad cumulativa entre los or-


dinarios personales y territoriales; la previsión de cauces de consulta entre
unos y otros, y de relación permanente a través de las conferencias episcopa-
les; la propia consulta a las conferencias episcopales interesadas antes de eri-
gir un ordinariato o una prelatura personal o el previo consentimiento del obis-
po local para que la prelatura personal pueda actuar en el territorio diocesano;
la regulación de fórmulas pacticias y autorizaciones para el suministro o inter-
cambio del clero, así como las reglas sobre su dependencia jerárquica; las ul-
teriores determinaciones que sobre estas y otras materias puedan establecerse
en los estatutos sancionados por la Santa Sede para las diversas circunscrip-
ciones personales.

5. COMPOSICIÓN PERSONAL DE LAS CIRCUNSCRIPCIONES

Las circunscripciones son establecidas por el derecho como instrumentos


para la realización de la misión de la Iglesia en ámbitos determinados . Se ma-
nifiestan como comunidades interdependientes que integran la communio ec-
clesiarum (aunque no todas ellas respondan plenamente a la noción teológica
de Iglesia particular). Al mismo tiempo su composición interna responde a las
características propias de la comunión jerárquica y de la communio fidelium.
En este sentido la articulación comunitaria de las circunscripciones refleja la
base sacramental de la estructura de la Iglesia : la igualdad bautismal con las
exigencias de corresponsabilidad en la misión, propias del sacerdocio común
de los fieles; la diversidad ministerial o jerárquica derivada del sacramento del
orden ; la mutua relación entre el sacerdocio común y ministerial ; la capitali-
dad episcopal en el magisterio , gobierno y en la función santificadora de la co-
munidad. En pocas palabras, la circunscripciones reflejan en el ámbito parti -
cular la estructura de la Iglesia considerada como comunión , y su composición
personal refleja también la estructura jerárquica y comunitaria de la Iglesia. En
este sentido están compuestas de oficio capital, presbiterio y pueblo .

A . El oficio capital

Ya hemos señalado en diversos lugares -a l tratar sobre todo de la potes-


tad de régimen y de los principios de organización de los oficios 27 - que,
como reflejo de la estructura jerárquica de la Iglesia, la organización eclesiás-
tica se articula primariamente a través de los oficios capitales, titulares origi-
narios de las funciones públicas de magisterio, gobierno y santificación al
frente de concretas comunidade s de fieles . Constitucionalmente esta posición

27 . Vid. supra , cap.II § 6 .A. a) y cap . III § 5.A.

143
ORGANIZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

capital es propia de los obispos en las Iglesias particulares o diócesi s. Cad a


obispo individu almente considerado es principi o visible y externo de unid ad
en la dióc esis que preside y gobierna como vicario de Cristo con potestad pro-
pia , ordin aria e inmediata en comunión con el romano pontífic e y los demá s
miembros del colegio episcopaF8.
Estas características se refieren propi amente al obispo dio cesano , es de-
cir, el titular del oficio capital de una diócesis. Sin embargo, a través de los ce.
134 § 3 y 381 § 2, que pueden ser comp letados por otra s dispo sicion es espe -
ciales29, el derecho vigente equipara con los obi spos diocesanos en sentido es-
tricto a otros oficios que presiden circun scripcion es distinta s de las diócesis.
Todo ello «a no ser que por la natur aleza del asunto o por prescripción del de-
recho conste otra cosa» (c. 381 § 2). Se trata, por tanto , de una manife stación
específica del in strumento general de la aequiparatio in iure, tan frecu ente en
la materi a de las circun scripciones y al que ya nos hemo s referido en este ca-
pítulo.
Para califi car la potest ad de los oficios capita les canónicamente equipa-
rados con los obispo s dioce sanos , la doctrina anti gua emple aba la expresión
«potestad cuasiepiscopal» 30 • La potestad cuasiepi scopal se asienta en la pot es-
tad del roman o pontífice , en el sentido de que deriva del derecho pontificio. El
prelado con potestad cuasiepiscopal ejerce sus funcion es, bien como pastor
dotado de potestad prop ia (iure humano ) en la circ unscripción que preside ,
bien como vicario de l rom ano pontífice . En uno y otro caso , el alcan ce de la
potestad cuasiepiscopal es variab le, según el mayor o menor desarrollo de la
equipa ració n con la potestad del obispo diocesano. Así p. ej . es distinto el al-
cance de la potestad (propia) de un prelado territorial por comparación con la
potestad (vicar ia) de un prefec to apostólico , que suele ser má s limitada. Por
otra parte, no siempre es exigida la consagración episcopal del titular del ofi-
cio con potestad cuasie piscopal; en tales casos se trata de un presbítero con
funcione s epi scopales, exclu idas naturalm ente las que derivan del sacramen to
del episcopado. La potestad cuasiepi scopal se predica actua lmente de los pre-
lados territorial es y personales, ordinarios militares , abade s territoriales, admi-
nistradore s apostólico s estable s, vicarios y prefectos apostólico s31 •

28. Cfr. LG 20, 23; CD 2, 8a; ce. 375, 38 1 § 1, 391 § l.


29. Cfr. en este sentido SMC, art. Il § 1: «Ordinariatui militari , ut propriu s, praeficilur Or-
dinar ius ( ... )q ui omnibus gaudet iuribus Ep iscoporum dioecesan orum eorundemque obligat io-
nibus tenetur, nisi aliud ex rei natura vel statutis particularibus constet»
30. Cfr. J. H ERVADA, Elementos, cit. , pp. 304 ss; A. VIANA, Territorialidad, cit. , pp. 148-
154.
3 1. Puede añadirse además el supuesto del administrador diocesano en sede vacante, ya
que «tiene los deberes y goza de la potestad del obi spo dio cesano, co n excepción de todo aque-
llo que por su misma naturaleza o por el derecho mismo esté exceptuado» (c. 427 § 1).

144
LAS CIRCUNSCRIP CIONES

B . El presbiterio

Según la doctrina del Concilio Vaticano II , los presbít eros constituyen


con el obispo un único presbiterio en cuanto que son «cooperadore s del orden
episcopal» (LG 28, CD 27) , unidos en comunión j erárquica al propio obispo
(PO 7) y a los demás presbíteros por los vínculos de la común consagración y
misión recib ida por el sacramento del orden (cfr. PO 8).
En efecto , las diócesis y las demás entidades equiparada s con ellas por el
derec ho constan de un presbiterio propio, cooperador con el titular del oficio
episcopal al servicio de la comu nidad. La vinculación canónica de los minis-
tros sagrado s con las diferentes circun scripciones se establece básicamente a
través de la incard inación y de la agregación.
La incardinación incorpora al clérigo a la correspond iente estructura pas-
toral y concreta su servicio ministerial (cfr. ce. 265 ss.). Se suele distinguir en-
tre la incardinación originaria y la incardinación derivada. En el primer caso la
incardinación depende de la promoción al orden sagrado por el ordinario pro-
pio y tiene lugar mediante la recepción del diaconado (cfr. c. 266). En cambio,
la incardinación derivada se produce a trav és de la exca rdinación , cuando el
clérigo pierde su incardinación originaria mediante su posterior incardinación
en otra estructura pastoral , según lo establecido por los ce. 267 y 268 .
La agregación cons iste, por su parte , en una relación jurídica de servicio 32
con una concreta estructura pastoral, que permite al clérigo ejercer en ella su
ministerio , normalmente por tiempo determinado y con dedicación plena o
parcial , sin perder la incardinación en la circunscripción de origen. La agrega-
ción se formaliz a a través de un convenio entre el ordinario a quo, el ordinario
ad quem y el clérigo interesado (cfr. c. 271).
Tanto la incardin ación como también la agregación producen como con-
secuencia, entre otras, el establecimiento de unos vínculos jurídico s con la co-
munidad y con el ordi nario que la preside. Estos vínculos se concretan ulte-
riorm ente a travé s de la misión canónica que recibe el clérigo incardin ado o
agregado , para desarrollar en la circunscripción un oficio o una tarea pastoral
concreta.

C. El pu eblo

Adem ás del oficio capita l y del presbiterio propio , la comu nidad o por-
ción del Pueblo de Dios que constituye la circ unscripción eclesiás tica viene
formada también por un grupo determinado de fieles.
La posición teológica y canónica del pueblo que integra cada circunscrip-
ción es la que corresponde al sacerdocio común en la Iglesia y a las caracterís-

32. Cfr. J.M . RmAS,ln cardinaci6n y distribución del clero , Pamplona 1971, p. 93.

145
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

ticas de la condición de fiel (cfr. ce. 204 ss.). En este sentido, los fieles adscri-
tos a las circunscripciones no son solamente destinatarios de la función pasto-
ral del ordinario y de su presbiterio, sino también miembros con una posición
activa y corresponsable en su comunidad de acuerdo con su personal condi-
ción, con todos los deberes y derechos reconocidos por el ordenamiento canó-
nico. Además, las circunscripciones que responden propiamente a la noción de
Iglesia particular, son aptas para reflejar en su composición personal (al menos
tendencialmente, hasta que estén plenamente consolidad~s) todos los carismas
y formas de vida del Pueblo de Dios, tanto en el nivel individual como tam-
bién en el aspecto asociativo. La razón es que las Iglesias particulares están
formadas a imagen de la Iglesia universal (cfr. LG 23) y, por tanto, reflejan en
su composición personal la diversidad de situaciones de los fieles en la Igle-
sia33.
Los vínculos que unen a los fieles con las concretas circunscripciones
pueden establecerse de diversas maneras. En las circunscripciones territoria-
les la adscripción se realiza a través del domicilio y cuasidomicilio. En cam-
bio, como ya hemos señalado, en las circunscripciones personales la adscrip-
ción puede ser ipso iure, por la posesión de un título objetivo de pertenencia
previsto en la ley; o bien puede realizarse a través de una declaración formal
de voluntad 34 • Pero con independencia de la diversidad de cauces de vincula-
ción - que es una cuestión variable-, lo importante es que todos ellos permi-
ten identificar y establecer la concreta comunidad de fieles, el pueblo propio
de cada circunscripción, a cuyo servicio se dedican el oficio capital y el pres-
biterio.

33 . En cambio, es diverso el caso de las circunscripciones instituidas para la realización


de obras pastorales específicas, concretamente las circunscripciones personales como los ordina-
riatos militares y las prelaturas personales . Esta finalización no siempre permite un reflejo sufi-
ciente de la diversidad carismática y asociativa que es propia de la Iglesia universal y de las Igle-
sias particulares. Así p. ej . ni los ordinariatos militares ni las prelaturas personales son figuras
aptas para integrar las diversas modalidades de la vida consagrada, que sin embargo es insusti-
tuible en las Iglesias particulares. Este es uno de los motivos que excluye la calificación de aque-
llas circunscripciones como Iglesias particulares.
34. Cfr. para los distintos supuestos aludidos, ce. 102 ss; SMC , art. X; c. 296.

146
PARTE ESPECIAL
CAPÍTULO VI
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

1. EL ROMANO
PONTÍFICE
Y ELCOLEGIO
EPISCOPAL

REGULACIÓN: ere de 1917, ce. 218-229; LG, cap. III y Nota Explicativa
Previa ; CD, 2-4; OE, 3; El, nn. 39-53; UDG; BENEDICTO XVI , m.p .
Constitutione apostolica , 11-VI-2007, en AAS, 99 (2007), pp. 77 6-777;
PB,preámbulo; CIC de 1983, ce . 330-341; AS, nn. 9-12.

A. Aspectos del oficio primacía!

El tratamiento que hace el ere de la suprema autoridad de la Iglesia co-


mienza con el c. 330, que introduce el capítulo dedicado al romano pontífice y
el colegio episcopal: «así como, por determinación divina, san Pedro y los de-
más apóstoles constituyen un colegio, de manera semejante están unidos entre
sí el romano pontífice, sucesor de Pedro, y lo s obispos, sucesores de los após-
toles» .
El canon citado recoge textualmente lo expresado en LG 22 y lo mismo
ocurre con otras disposiciones del ere, que en esta materia como en tantas
otras depende estrechamente de las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre
la constitución jerárquica de la Iglesia. El magisterio del Concilio Vaticano II
sobre el primado se encuentra en clara continuidad con el magisterio anterior,
en particular con las enseñanzas contenidas en la const. Pastor Aeternus del
Concilio Vaticano I, que son expresamente citadas y confirmadas en LG 181 •
Con todo, la novedad del Concílio Vaticano II consistió especialmente en un
tratamiento del primado en el contexto de la doctrina eclesiológica sobre la co-
legialidad episcopal, subrayando la relación natural entre el obispo de Roma y

l . Cfr. A. DE LA HERA, La suprema autoridad de la Iglesia en la codificación canónica la-


tina, en «Ius Canonicum», 33 (1993), pp . 535 ss.

149
ORGANIZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLES IA

los demás obispos , en cuanto que el colegio episcopal comprende siempre a su


cabeza, que es el papa (cfr. LG , 18-23).
Esta s premisa s explican el contenido y la situación en la sistemática del
CIC del c . 330, antes citado , que está incluido en una sección dedicada a la
«suprema autoridad de la Iglesia» . Sin embargo , ni el Vaticano II ni el CIC de
1983 resuelven definitivamente la cuestión de los titulares de la suprema auto-
ridad en la Iglesia: si ésta radica exclu sivamente en el romano pontífice (los
ce. 331 y 332 § 1 califican su potestad como «plena y suprema»), en el papa y
el colegio episcopal como dos sujetos «inadecuadamente distintos» (la misma
noción de colegio episcopal incluye al romano pontífice como su cabeza), o
exclu sivamente en el colegio episcopal (que actuaría a travé s de su cabeza o
bien de manera colectiva) 2 • Esta última opinión es criticable , ya que solo una
persona física y no un colegio puede ser representante visible de la capitalidad
de Jesucristo sobre la Iglesia universal, como también se ve con la representa-
ción del Señor por el obispo al frente de la Iglesia particular .
El oficio del romano pontífice es a la vez episcopal y primacía!. Es el
obispo de Roma, en quien permanece la función encomendada por Je sucristo
al Apóstol Pedro que había de transmitirse a sus sucesore s. El oficio primacial
es fundamento visible y perpetuo de la unidad de la Iglesia y de los fieles , ga-
rante específico de la unidad del episcopado (cfr. LG , 18, 20 y 23; c. 331).
La unidad de fe y comunión, el servicio al bien común de la Igle sia uni-
versal , de las Iglesia s particulares y de los fieles explican y justifican el alcan-
ce de la potestad pontificia. Además de expresar en los ce. 330 y 331 los títulos
característicos del primado ( «Eccle siae Roman ae Episcopus», «Collegii Epi s-
coporum Caput», «Sucessor Petri », «Vicarius Christi» , «Univer sae Ecclesiae
Pastor»), el CIC enumera las notas propia s de su potestad en el c . 331. Es una
pote stad ordinaria , recibida directamente de Cristo, vinculada por el derecho
divino con el oficio primacía!. Es suprema, porque el papa es la instancia supe-
rior en la Igle sia, no subordinada a ninguna otra potestad humana >.Es plena,
porque incluye la titularidad y el completo ejerci cio de los munera docendi,
sanctificandi et regendi atribuido s por Jesucristo a su Iglesia ; dentro de la fun-
ción de gobierno corresponde al papa la potestad legislativa , ejecutiva y judi -
cial para toda la Iglesia . La potestad pontificia es también inmediata, en cuan-
to que el papa puede actuar directamente en beneficio de todos los fieles sin
que medie necesariamente la intervención de otras autoridade s, lo que implica ,
entre otras consecuencias , que todos los fieles pueden dirigirse directamente al
romano pontífi ce4 • Es universal , porque se extiende no solamente sobre todos

2. Cfr . p. ej . c.CARDIA, /l governo della Chiesa, cit., pp. 74 ss.; z. GR OCHOLEWSKI, Cano-
ni riguardanti il Papa e il Concilio ecumenico nel nuovo Codice di Diritt o Canoni co , en «Apo-
llinaris», 63 (1990) , p. 579.
3. Cfr . algunas manifestacion es canónic as de esta nota en los ce . 333 § 3, 1404 («Prim a
Sedes a nemine iudicatur»), en relación con los ce. 1406 § 1, 1405 § 1, 1372. Cfr. también los ce.
782 § 1 , 1273, 1442 y 1732.

150
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

los fieles y todas las materias propia s de la potestad eclesiástica , sino también
sobre todas las organizaciones establecidas: en particular , corresponde al papa
«la primacía de potestad ordinaria sobre todas las Igle sias particulares y sobre
sus agrupaciones», en beneficio de la pote stad de los obispos (c. 333 § 1). Fi-
nalmente, es una potestad libre en su ejercicio: sólo al papa le corresponde de-
terminar el tiempo y la manera de ejercer la pote stad, que además es indepen-
diente de controles ejercidos por otras autoridade s administrativas o judiciale s.
El oficio primacial tiene un fin propio , que consi ste en el servicio a la
unidad de todos los fieles y de los pastores, el bien común de la Iglesia univer-
sal (cfr. CD 2). Ese fin es el que explica y justifica la amplitud de la potestad
pontificia . Por otra parte, la estructura constitucional de la Iglesia incluye a los
obispos al frente de las diversas Iglesias particular es, que gobiern an con potes-
tad propia , ordinaria e inmediata (cfr. CD 8a, c. 381 § 1), de manera que lapo -
testad inmediata y universal del papa no puede entenderse como sustitución de
la potestad episcopal , sino más bien como robustecimiento y confirmación de
la potestad de los obispos (cfr. c. 333 § 1). Así, la doctrina de la colegialidad
episcopal conduce de modo natural a un ejercicio del primado que sepa valo-
rar p. ej. la consulta a los obispos en el procedimiento de formación de las de-
cisiones pontifi cias más importantes, como es praxis habitual en los último s
pontificados.
Otros elementos que inciden en el ejercicio del primado son los ámbito s
de libert ad y los derecho s fundamentales de los fieles, no derivados del reco-
nocimiento legal, por ser anteriores al derecho humano positivo . Por lo demá s,
la libertad de ejercicio de la potestad primacial es compatible con una razona-
ble formalización del gobierno pontifi cio.
En definitiv a, existen límites «naturale s» de gran importan cia que inci-
den en el alcance concreto de la potestad del papa. Derivan en último término
de la misión del primado en la Iglesia y de la estructura constitucional de la
comunión eclesiástica. Remiten además a la incidencia del derecho divino y
humano , que distribuyen funciones entre diversos entes y autoridades , recono-
cen esferas de autonomía y libertad, y formalizan las diversas actividades. Co-
rresponde personalmente al romano pontífice determinar en cada época, en
función de las necesidades de la Iglesia y de los fieles5 , el concreto ejercicio de
su potestad al servicio de la comunión .

B. Provisión del oficio primacial

Se accede a la titularidad del oficio prim acial mediante un sistema de


provisión que incluy e tres requisitos (cfr. c. 332 § 1): a) la elección del candi-
dato , que realiza tradicionalmente el colegio cardenalicio; b) la aceptación del

4. Cfr. ce. 1417 § 1, 1444 § 2, 1196, 273, 590 § 2, etc .


5. Cfr. LG 27 , CD 8a, c. 333 § 2: «iuxta Ecclesiae necessitates».

151
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

resultado de la elección por parte del elegido; y c) la consagración episcopal


del elegido si no fuera ya obispo en el momento de su elección . La cesación en
el oficio solamente puede darse por muerte del papa o por renuncia formal-
mente manifestada, que tiene así eficacia inmediata y no necesita ser aceptada
por nadie (cfr. c. 332 § 2)6.
El CIC remite en el c. 335 a la legislación especial para los casos de sede
pontificia totalmente impedida o vacante, después de haber formulado en el
mismo lugar el principio tradicional relativo al gobierno de la Iglesia en tales
supuestos: nada debe innovarse en el gobierno de la Iglesia universal («nihil
innovetur in Ecclesiae universae regimine» ). A pesar de esta remisión, la legis-
lación especial vigente sólo se refiere a la situación de sede pontificia vacante.
No hay normas especiales sobre la sede impedida, por lo que en tal caso habría
que acudir a los precedentes históricos o aplicar por analogía lo prescrito por
el c. 412 para la determinación del concepto de sede impedida.

a) Sede vacante

Como ya hemos señalado, queda vacante la sede pontificia por muerte o


renuncia formal del papa. La const. ap. Universi Dominici Gregis (UDG), de
22-II-1996, contiene las normas que deben observarse en sede vacante y regu-
la también el procedimiento para la elección del nuevo papa.
La UDG determina con detalle las facultades del colegio cardenalicio en
sede vacante, la posición canónica de algunos oficios de la Santa Sede y los
aspectos relativos a las exequias del pontífice fallecido. «Mientras está vacan-
te la Sede Apostólica, el gobierno de la Iglesia queda confiado al colegio de
los cardenales solamente para el despacho de los asuntos ordinarios o de los
inaplazables, y para la preparación de todo lo necesario para la elección del
nuevo pontífice» (UDG, n. 2). Se excluye de este gobierno interino cualquier
acto de jurisdicción que corresponda al papa y, en particular, los asuntos que
se relacionen con las normas sobre su elección (cfr. UDG, nn. 1 y 2) .
Durante el periodo de sede vacante el colegio cardenalicio se reúne en se-
siones plenarias (llamadas congregaciones generales) y especiales (congrega-
ciones particulares) (cfr. UDG , nn. 7-13). En estas últimas participan el carde-
nal camarlengo -que tiene especiales responsabilidades en sede vacante (cfr.
UDG , n. 17)- y otros tres cardenales elegidos por sorteo entre los cardenales
electores ya presentes en Roma. Tratan las cuestiones de menor importancia
que se vayan presentando a diario.
Por su parte, en las congregaciones generales deben participar todos los
cardenales que no estén legítimamente impedidos, desde el momento en que

6. El derecho universal no determina la persona o institución ante la que se presentará en


su caso la renuncia formal del Pontífice. Puede pensarse en el colegio de los cardenales o en el
cardenal decano , porque es al colegio cardenalicio a quien corresponde la elección del papa.

152
ORGANIZACIÓNUNlVERSAL

son informados de que ha quedado vacante la sede apostólica . Dentro de la li-


mitada competencia del colegio cardenalicio en sede vacante, y siempre con
arreglo al principio «nihil innovetur», se reservan a las congregaciones gene-
rales los asuntos de mayor importancia que se vayan presentando. Las congre-
gaciones genera les que preceden al comienzo de la elección se llaman prepa-
ratorias y deben celebrarse a diario. En una de las primeras reuniones
preparatorias los cardenales deben prestar juramento de observar las prescrip-
ciones de la UDG y de guardar secre to . Además, es tarea específica de aque-
llas determinar lo relativo a las exequias del papa difunto y el día y la hora del
comienzo de los actos de elección.

b) Elección del Romano Pontífice

Durante el periodo de la elección las cuestiones de mayor importancia


son tratadas por la asamblea de los cardenales electores, mientras que los
asuntos ordinarios siguen siendo despachados por la congregación particular
de los cardenales (cfr. UDG, n. 7).
No todos los cardenales son titulares del derecho de elegir a] papa, sino
sólo aquellos que no hayan cumplido 80 a§os «antes del día de la muerte del
Sumo Pontífice o del día en el cual Ja Sede Apostólica queda vacante». Ade-
más, el número máximo de electores es de 120 cardenales (UDG, n. 33).
El cónclave, es decir, la reunión de los cardenales electores del futuro
papa, tiene lugar tradicionalmente en el Palacio Apostólico Vaticano , concre-
tamente en la Capilla Sixtina, aunque la última legislación sobre la materia ha
eliminado la obligación que pesaba sobre los electores de permanecer día y
noche en el lugar de la elección hasta que ésta tuviera lugar. Se mantienen, sin
embargo, las tradicionales cauciones para asegurar la independencia e incomu-
nicación de los electores con personas ajenas y la obligación de guardar secre-
to sobre todo lo relacionado con la elección. Estas cauciones deben confirmar-
se mediante un específico juramento . La elección debe realizarse transcurrido s
entre 15 y 20 días como máximo desde el inicio de la situación de sede vacan-
te (cfr. UDG, n. 37 y nn. 41-61).
La legislación tradicional regulaba tres modos de elegir al papa: por acla-
mación (elección unánime del papa, de viva voz y sin previo acuerdo entre los
electores), por compromisarios (elección por un grupo reducido de cardenales
habilitados por acuerdo unánime de los titulares del derecho de elección) y por
escrutinio (per scrutinium). A partir de UDG n. 62 sólo se permite esta última
variante. Consiste en la designación del romano pontífice mediante votación
escrita y mayoritaria de los electores. La mayoría requerida es la de dos tercios
de los votos de todos los electores presentes; pero si el número de cardenales
presentes no fuese divisible en tres partes iguales, será necesario un voto más
para la validez de la elección.
La UDG contiene normas muy detalladas sobre el desarrollo de la elec-
ción , el orden de las votaciones y diversos mandatos y prohibiciones dirigidas
153
ORGANIZACIÓN DEL GOBIER NO EN LA IGLESIA

a los electores. Si se celebraran 30 ó 33 votaciones, según los casos 7, sin que


se alcanzara la mayoría requerida , se actuará según lo que decida la mayoría
absoluta de los electores, pero «deberá mantenerse el criterio de que se llegue
a la elección válida, bien por la mayoría de los sufragios, o bien procediendo a
una votación sólo sobre los dos nombres que hayan obtenido en el escru tinio
anterior la mayoría absoluta de los votos, y exigiendo también en este caso
sólo la mayoría absoluta» (UDG, n. 75; cfr. nn. 63, 72 y 74).
La regla citada permitía, por tanto, con el fin de facilitar el acuerdo de los
electores, que la elección del papa pudiera realizarse finalmente por votación
mayoritaria. Sin embargo, el m.p. Constitutione apostolica, publicado por Bene-
dicto XVI el 11-VI-2007, derogó el n. 75 de la UDG y restableció la normativa
tradicional, de manera que actualmente siempre se requiere para elegir al papa
una mayoría de dos tercios de los votos de los cardenales electores presentes en
la votación. Si los escrutinios fuesen infructuosos (cfr. UDG, nn. 72-7 4), tras
una pausa de un día , se reanudarán las votaciones de acuerdo con el orden esta-
blecido en el número 74 de la UDG, pero la capacidad de ser elegido (la voz pa-
siva) se reducirá a los dos nombres que en el escrutinio anterior hayan obtenido
más votos ; en tal caso, esos dos cardenales carecen de voz activa para la elec-
ción y siempre se exigirá la mayoría cualificada de los dos tercios de los votos.

c) Aceptación del oficio


Una vez realizada la elección, se requiere la aceptación del elegido, que
debe ser formal y expresa, manifestada ante el cardenal decano o el primero de
los cardenales por orden y edad. «Después de la aceptación , el elegido que ya
haya recibido la ordenación episcopal, es inmediatamente obispo de la Iglesia
Romana y a la vez verdadero papa y cabeza del colegio episcopal ; y adquiere en
acto la plena y suprema potestad sobre la Iglesia universal y puede ejercerla. En
cambio, si el elegido no tiene el carácter episcopal, ha de ser ordenado obispo
inmediatamente» (UDG , n . 88; cfr. c. 332 § 1). Tras el anuncio al pueblo cristia-
no de la identidad del nuevo papa, éste imparte inmediatamente la bendición
Urbi et Orbi. Por fin, «el pontífice , después de la solemne ceremonia de inaugu-
ración del pontificado y dentro de un tiempo conveniente, tomará posesión de la
Patriarcal Archibasílica Lateranense, según el rito establecido» (UDG, n. 92).

C. Expresiones de la colegialidad episcopal. El concilio ecuménico

El colegio episcopal es la institución que agrupa a todos los obispos jun -


to con su cabeza, que es el romano pontífice. Aunque en sentido estricto la ac-

7. Decimos «según los casos» porque las votacion es pueden haber comenzado el primer
día del cónclave por la tarde; si eso sucediera , se computaría a los efecto s de votacione s como un
día completo , de forma que ese día solamente habría una votación (cfr. UDG, n. 63).

154
ORGANIZACIÓN UNTVERSAL

tuación del colegio episcopal requiera la convocatoria, reunión y actuación de


todos sus miembros con el papa para toda la Iglesia, el vínculo de comunión
entre los miembros del colegio se manifiesta también en lo que el Sínodo Ex-
traordinario de 1985 denominaba «realizaciones parciales» 8 del principio de la
colegialidad episcopal: sobre todo, el sínodo de los obispos, los concilios par-
ticulares y las conferencias episcopales. Son realizaciones de la colegialidad
episcopal en cuanto instituciones colegiales establecidas en la organización
eclesiástica, que agrupan algunos miembros del colegio episcopal y que son
aptas para expresar - en el marco de sus competencias determinadas por el
derecho- la solicitud episcopal por todas las Iglesias (cfr. LG 23) , y los mu-
tuos derechos y deberes que derivan del vínculo de comunión existente entre
los obispos9 • Pero al mismo tiempo son realizaciones parciales porque aquellas
instituciones no tienen capacidad para representar completamente la autoridad
del colegio episcopal para toda la Iglesia, a causa de su composición (ni el sí-
nodo de los obispos, ni tampoco los concilios particulares y conferencias epis-
copales incluyen al romano pontífice con todos los obispos), y de su limitada
competencia y ámbito de actuación.
La manifestación estricta de la colegialidad episcopal (actuación de todo
el colegio de los obispos para toda la Iglesia) se concreta formalmente en el
concilio ecuménico, pero es posible también su ejercicio fuera del concilio. En
el primer caso se habla de un ejercicio conciliar solemne de la colegialidad
episcopal en sentido estricto; en el segundo caso, de un ejercicio extraconciliar
«mediante la acción conjunta de los obispos dispersos por el mundo, promovi-
da o libremente aceptada como tal por el romano pontífice, de modo que se
convierta en un acto verdaderamente colegial» (c. 337 § 2).
El concilio ecuménico es, por tanto, la asamblea o reunión formal y so-
lemne de todos los obispos de la Iglesia católica convocada y presidida por el
romano pontífice, con el fin de estudiar, deliberar y resolver cuestiones que
afectan a la Iglesia universal. En tal sentido, el concilio es órgano o expresión
del colegio episcopal, con capacidad de actuar la potestad que a éste corres-
ponde sobre toda la Iglesia (cfr. c. 337 § 1) .
Desde el punto de vista histórico el carácter ecuménico de un concilio su-
pone que «una parte considerable de la totalidad del episcopado estaba presen-
te en tales concilios y que sus decisiones fueron aceptadas por la Iglesia uni-
versal o que fueron , en otras palabras, refrendadas por el papa» 10 • A lo largo de
la historia de la Iglesia se han celebrado 21 concilios ecuménicos 11 , lo cual es

8. Cfr. ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DELSÍNODO DELOSOBISPOS DE 1985, Relación Final,


U. C. 4 , en «Documentos del Sínodo 1985», 2." ed. Madrid 1986, p. 17.
9 . Cfr. L. NAVARRO, JI vinco/o di comunione episcopale e le sue manifestazioni giuridi·
che, en «La Synodalíté», cit., vol. I, pp. 207 y 208.
10. H. JEDIN,Breve historia de los concilios , trad. esp., Barcelona 1960, p. 16.
11. Son los siguientes: Nicea I (a . 325). Constantinopla 1 (a. 38 1), Efeso (a. 431) , Calce-
donia (a. 451), Constantinopla II (a. 553), Constantinopla III (a. 680), Nicea II (a. 787). Constan-
tinopla IV (a. 869), Letrán 1 (a. l123) , Letrán II (a. 1139), Letrán lII (a. 1179), Letrán IV (a.

155
ORGA NIZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

índice del carácter excepcional o, si se quiere, ocasional de su convocatoria .


Esto no impide considerar al concilio como una institución colegial pertene-
ciente a la organización jerárquica de la lglesia 12 •
Son miembros del concilio ecuménico y tienen el derecho y el deber de
asistir y participar en él con voto deliberativo todos los obispos que sean
miembros del colegio episcopal; es decir, los obispos en comunión jerárquica
con la cabeza y miembros del colegio. Es posible también que puedan partici-
par en el concilio otros fieles que no sean obispos. En.tal caso corresponde al
romano pontífice determinar la función que deben tener en el concilio y el al-
cance de su voto . Esta determinación del c. 339 § 2 se diferencia de lo dis-
puesto en el c. 223 del CIC de 1917, que atribuía directamente voto deliberati-
vo a algunas personas , aunque no fueran obispos, y voto consultivo a los
teólogos y canonistas invitados al concilio.
El colegio episcopal solamente es sujeto de la suprema potestad en la Igle-
sia -s olamente es colegio episcopal - cuando incluye a su cabeza, el romano
pontífice (cfr. LG 22). Por eso , en cuanto reunión del colegio episcopal , la cele-
bración del concilio ecuménico incluye una serie de funciones que corresponden
exclusivamente al papa, no sólo en cuanto presidente del concilio como institu-
ción colegial13, sino también en cuanto cabeza del colegio de los obispos: corres-
ponde al papa exclusivamente convocar el concilio, determinar las cuestiones
que deban tratarse , aprobar el reglamento, presidir el concilio personalmente o
por medio de otros , trasladarlo, suspenderlo, disolverlo y aprobar sus decretos (c.
338). En particular, respecto de la eficacia jurídica de los decretos conciliares, se
distingue entre la aprobación de su contenido por el romano pontífice «una cum
concilii patribus», juntamente con los padres conciliares , y la confirmación y
promulgación de los decretos por mandato personal del papa (cfr. c. 341 § 1). Si
la sede pontificia quedara vacante durante el concilio, éste se interrumpe ipso
iure hasta que el nuevo papa decida continuarlo o disolverlo (c. 340).
En cuanto al concreto funcionamiento del concilio ecuménico, éste es
precedido por una etapa preparatoria dirigida sobre todo a precisar las mate-
rias que serán objeto de estudio y deliberación en la fase de celebración pro-
piamente dicha. En la preparación intervienen no sólo los obispos , sino tam-
bién otras persona s e instituciones , como son las universidade s católicas y
eclesiásticas. La determinación definitiva de las materia s corresponde al papa ,
aunque los padres conciliares pueden añadir otras que han de ser aprobadas
por el romano pontífice (cfr. c. 338 § 1).

1215) , Lyon I (a . 1245), Lyon II (a. 1274), Vienne (a. 1311), Constanza (a. 1414), Florencia (a .
1438) , Letrán V (a. 1512), Trento (aa . 1545- 155 1-1562), Vaticano 1 (a. 1870) y Vaticano II (a .
1962-196 5): cfr. M . T. GR EGORIO DE TE JADA, Vocabulario básico de la historia de la Iglesia,
Barcelona 1993, p. 95; J . MANZANARES , El Concilio ecuménico. Poderes,funciones , relación con
el pr imado, en «La Synodalité », cit., vol. I, pp. 146 ss.
12. Cfr. LG, Nota Explicativa Previa , n . 4 .
13. Vid. supra, cap . IV§ 2.A.

156
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

La celebración de las sesiones conciliares se regulan en el reglamento del


concilio, que promulga el papa con ocasión de su convocatoria. En 1962 se
publicó el reglamento del Concilio Vaticano 1114 • Sus normas regulaban deta-
lladamente los aspectos relativos a los miembros , los tipos de reuniones (se-
siones públicas, congregaciones generales y comisiones) y el procedimiento
que debía seguirse en la aprobación de los documentos. Las sesiones públicas
eran reuniones plenarias y solemnes en las que los padres conciliares votaban
en presencia del papa los documentos previamente discutidos y preparados
por las congregaciones generales. Tras la proclamación del resultado de la vo-
tación, tenía lugar la solemne confirmación pontificia de los documentos 15 •
Las congregaciones generales, por su parte , establecían el texto del docu-
mento que debía ser finalmente votado en las sesiones públicas, después de ha-
ber discutido y enmendado los diversos esquemas o proyectos '6 • Por último, las
diversas comisiones conciliares , distribuidas por materias, tenían la misión de
preparar y corregir los proyectos de documentos según las observaciones orales
y escritas realizadas por los padres conciliares en las congregaciones generales.

2. EL SÍNODO
DELOSOBISPOS

REGULACIÓN: PABLOVI, m.p.Apostolica Sollicitudo, 15-IX-1965 (AAS,


57 , 1965, pp. 775-780) y Ordo Synodi Episcoporum, 29-IX-2006
(AAS, 98 , 2006, pp. 775-779); CD, 5; CIC de 1983, ce. 342-348; JUAN
PABLOu, Exh. ap.Pastores Gregis, 16-X-2003, en AAS, 96 (2004), pp.
825-924 , n . 58.

A. Naturalezajurídica

El sínodo de los obispos fue instituido por Pablo VI durante la celebra-


ción del Concilio Vaticano II , a través del m.p. Apostolica Sollicitudo. Poco
después CD 5 subrayó la aptitud de la nueva institución para representar al
episcopado católico y expresar la solicitud por la Iglesia universal que corres-
ponde a los obispos. El 8-XII-1966 fue publicado el primer Reglamento del sí-
nodo, revisado y ampliado más tarde , hasta que el 29-IX-2006 fueron publica -

14. Cfr. Ordo Concilii Oecumenici Vaticani /1 celebrandi (AAS,54, 1962, pp . 612-631),
promulgado el 6-VIII- 1962 por el m.p . de Juan XXIII Appropinquante Concilio Oecumenico
(ibid., pp. 609-611).
15. Cfr. arts. 44-51. La fórmula que se empleó fue la siguiente: «Todas y cada una de las
cosas que se prescriben en esta Constitución dogmática (Decreto , etc.) han obtenido el placet de
los Padres . Y Nos, por la potestad apostólica que nos ha sido entregada por Cristo, junto con los
Padres Venerables , las aprobamos en el Espíritu Santo, las prescribimos y las establecemos, y
mandamos que lo así establecido sinodalmente se promulgue para gloria de Dios».
16. Cfr. arts. 31-37.

157
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

das las normas del Ordo Synodi actualmente en vigor 11 • Finalmente , los ce.
342-348 constituyen la regulación universal vigente en esta materia.
El sínodo es un colegio presidido por el romano pontífice y compuesto en
su mayor parte por obispos diocesanos , que es convocado periódicamente para
expresar y fortalecer la comunión entre el papa y los obispos , asesorar al ro-
mano pontífice y estudiar las cuestiones relativas a la vida de la Iglesia y la
evangelización.
A partir de las normas que lo regulan , pueden estaplecerse las siguientes
características del sínodo de los obispos :
a) El sínodo expresa el principio de la colegialidad episcopal, no en el
sentido de la actuación del colegio episcopal para toda la Iglesia, sino en cuan-
to que manifiesta y promueve la comunión entre el romano pontífice y los
obispos , y la solicitud de los obispos por toda la lglesia 18• En efecto, el vínculo
de base sacramental que une a los obispos entre sí y con el papa puede concre-
tarse también (cfr. LG 23) con la participación de los obispos en instituciones
de la Iglesia universal presididas por el papa , como ocurre precisamente con el
sínodo de los obispos 19•
b) Bajo el aspecto jurídico-canónico , el sínodo de los obispos es un cole-
gio consultivo. Este aspecto está particularmente presente en las normas del
CIC, que subrayan la ayuda y asesoramiento que el sínodo presta al papa , al
tiempo que expresan la subordinación del sínodo al romano pontífice (cfr. ce .
334, 342 y 344).
Como cualquier colegio, el sínodo delibera y expresa una voluntad cole-
gial, pero su naturaleza consultiva no permite una eficacia jurídica directa e
inmediata de sus decisiones, ya que esta característica sólo corresponde a los
colegios deliberati vos20 • Sin embargo , es posible que el romano pontífice atri-
buya al sínodo en casos determinado s potestad deliberativa . En tales supuestos
es necesaria la ratificación o confirmación pontificia de la decisión sinodal2 1 •

17. Vid . concretamente ,AAS , 59 (1967) , pp . 91 -103; AAS , 61 (1969), pp . 525-539; AAS ,
63 (1971) , pp. 702 -704. El Reglament o en vigor se denomin a propiamente Ordo Sy nodi Epis co-
porum celebrandae y fue publicado el 29-IX-2006 (AAS , 98, 2006, pp . 775-77 9).
18. Cfr . J. l. ARRIETA , ll Sínodo dei vescovi quale istituto di comunione, en «Ius Ecc le-
siae», 3 ( 1991), pp. 356-365.
19. «11Sínodo e infatti un ' espres sione particolarmen te fruttu osa e lo strumento validissimo
della collegialita episcopale, cioe della particolare responsabilita dei vescovi attomo al vescovo di
Roma }>:JUAN PABLOII , Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los obispos ,
30-IV-1983, en J. TOMKO(Ed.), !l Sinodo dei vescovi . Natura, metodo , pro spettive , Vaticano 1985,
p. 11. Y en el discurso de 20-XII-1990, pronunciado con ocasión del XXV aniversar io de la clau su-
ra del Concilio Vaticano 11(cfr. l 'Osservatore Romano, 21-XII-1990, pp. 4-5) , señalaba tam bién
JUAN PABLOII: «Infatti , la collegialita episcopale in senso propio o stretto appartiene sol tanto all'in -
tero Collegio Epi scopale, il quale come soggetto teológico e indivisibile . Tuttavia il Sinodo si affer-
ma come un modo espressivo ed operativo nell'esercizio pastorale della sollicitudo omnium eccle-
siarum propia di ogni Vescovo, e del corrispondente affectus collegialis dei Vescovi tra loro».
20 . Vid. supra, cap. IV §§ 4 y 6.B .
21. Esta posibilidad de ejerci cio de la potestad de régimen por delegación pontificia , pre-
vista por el c. 343, no se ha verificado hasta ahora en la práctica .

158
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

e) Finalmente, es característica general del sínodo la diversidad de for-


mas de convocatoria y reunión que admite, en función principalmente del ám-
bito territorial y de los temas que se debaten en cada asamblea, según lo pre-
visto por los ce. 345 y 346.

B. Funciones generales

Las normas reguladoras del sínodo de los obispos no preci san concreta-
mente sus funciones, sino de manera muy amplia y genérica. El CIC destaca
básicamente el fomento de la comunión entre el episcopado, la ayuda al papa
y el estudio de las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el
mundo como finalidades primordiales del sínodo (cfr. c. 342)22 •
Estos fines generales se alcanzan sobre todo a través de la tarea de infor-
mación, estudio y propuesta en las diversas asambleas sinodales. En la prácti-
ca, las materias de las que se ocupan las asambleas son variadas y dependen en
buena medida de las circunstancias históricas, de las necesidades de la evange-
lización en cada momento, según el ámbito universal o regional para el que se
convoque cada asamblea. Estas materias pueden constituir el argumento ex-
clusivo de la reunión convocada (así, por referir algunas reuniones más recien-
tes, en las asambleas generales de 1990 sobre la formación de los sacerdotes;
de 1994 sobre la vida consagrada en la Iglesia; de 2001 sobre el obispo como
servidor del evangelio; de 2005 sobre la eucaristía; de 2008 sobre la palabra de
Dios), o bien formar parte de un elenco de cuestiones que son debatida s por la
asamblea sinodal (éste fue el caso de las primeras asambleas sinodales, que se
ocuparon de cuestiones variadas. Concretamente la I Asamblea General Ordi-
naria -ce lebrada en 1967- trató , entre otras cuestiones, de la reforma del
CIC de 1917, aprobando diez principios directivos de aquella reforma).
La finalidad general del sínodo de promover la comunión entre el episco-
pado y la cooperación con el papa, explica la importancia de esta institución,
más allá de la sola configuración consultiva. La celebración del sínodo es un
momento privilegiado «para el gobierno de la Iglesia en comunión» 2\ sobre
todo si se considera que los debates sinodales proporcionan al romano pontífi-
ce una amplia información y, en su caso, unas propuestas que sirven de base
para el ulterior ejercicio del munus petrinum. En la praxis de los últimos años

22. El n. 11del m.p. Apostolica Sollicitudo distingue entre fines generales (favorece r una
estrecha unión y colaboración entre el papa y obispos de todo el mundo; procurar una informa-
ción directa y exacta sobre los problemas y situaciones de la vida interna de la Iglesia y de su ac-
ción en el mundo; facilitar el acuerdo de opiniones sobre los puntos esenc iales de la doctrina y
sobre el modo de actuar en la vida de la Iglesia) y fines especiales del sínodo (intercambio de no-
ticias, expresión del propio parecer sobre las cuestiones para las que es convocado).
23. J .l. ARRIETA, Lo sviluppo istituzionale del Sínodo dei vescovi, en «Ius Ecclesiae», 4
(1992), p . 194.

159
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN lA IGLESIA

diversos documentos pontificios se han titulado significativamente «postsino-


dales» , en cuanto inspirados en los debates y propuestas del sínodo 24.

C. Composición de las asambleas sinodales

El sínodo de los obispos es convocado y se celebra según diversas asam-


bleas o formas de reunión. El sínodo se reúne en asamblea general - ordinaria
o extraordinaria- o en asamblea especial. La asamblea general se convoca
para tratar cuestiones «que miran directamente al bien de la Iglesia universal »
(c. 345). Puede ser ordinaria (que en la práctica se celebra cada tres o cuatro
años) o extraordinaria : en este último caso el sínodo trata «cuestiones que exi-
gen una resolución rápida » (c. 346 § 2) . Por su parte, la asamblea especial del
sínodo se convoca «para problemas que conciernen directamente a una o va-
rias regiones determinada s» (c. 345) .
La diferencia entre la asamblea general y la especial consiste , por tanto,
en el ámbito geográfico para el que se convocan. Esto produce también dife-
rencia s en cuanto a su composición. Sin embargo, es difícil determinar a prio-
ri con certeza el motivo que puede acon sejar la convocatoria de una asamblea
general ordinaria o extraordinaria. Más bien hay que estar aquí a lo que en
cada caso se considere oportuno 25 •
La composición de las asambleas está regulada por el c. 346, que se remi -
te al Reglamento del sínodo 26 :
- Participan en la asamblea general ordinaria: a) algunos obispos en
virtud del oficio que ejercen en las Iglesias orientales 27 : concretamente, los pa-
triarcas, arzobispo s mayores y metropolitas de las Iglesias metropolitana s sui
iuris; b) alguno s obispo s elegidos para cada asamblea del sínodo por los orga-
nismo s episcopales de las Iglesia s orientales católicas (1 o 2 representantes);
c) algunos obispos elegidos para cada asamblea por las conferencias episcopa-
les nacionales e internacionale s28; d) los cardenales que presiden los dicaste-

24. Cfr. G.P. MILANO, 1l Sínodo dei vescovi: natura,funzioni , rappresentativitii, en «La
Synodalité», cit., vol. l. p . 182.
25. Como ejemplo de asamblea extraordinar ia puede citarse la celebrada en 1985 para
conmemorar el XX aniversario del Concilio Vaticano II. La «expedita definitio » que, según el c.
346 § 2,just ifica la convocatoria de una asamblea extraordinaria , se refirió en este caso a la con-
memoración de un aniversario .
26. El Ordo Synod i se ocupa de esta cuestión en sus arts. 5, 6 y 7.
27. El sínodo, en cuanto institución de la Iglesia universal, es común a la Iglesia latina y a
las Iglesias orientales católicas: cfr. c. 46 del CCEO.
28. El Ordo Synodi determina en su n. 6 § 1,3.º y 5 .0 el número de representantes - desde
un mínimo de 1 hasta un máximo de 4- que se elegirán en proporción a los miembros de cada
conferencia episcopal. Estos representantes deberán ser seleccionado s a partir sobre todo de su
conocimiento de las materias que serán tratadas por el sínodo . Corresponde al papa ratificar la
elección realizada por las conferencias episcopales: cfr. c. 344 , 2.0 •

160
ORGANIZACIÓN UNNERSAL

ríos de la curia romana 29 ; e) algunos miembros nombrados por el romano pon-


tífice, que no deben superar el 15% del total de miembros no elegidos por el
papa 30; f) diez miembros de institutos religiosos clericales elegidos por la
Unión de Superiores Generales.
- La composición de la asamblea general extraordinaria es idéntica a la
asamblea ordinaria, con la peculiaridad de que en representación de las confe-
rencias episcopales acuden ex officio sus presidentes y además sólo se admiten
tres miembros de institutos religiosos clericales. En este caso no participan
obispos elegidos por los sínodos orientales.
- Finalmente, la asamblea especial tiene la misma composición que la
asamblea general ordinaria, pero los miembros de aquella deben pertenecer en
su mayor parte al ámbito geográfico para el que se convoca la asamblea. Los
jefes de los dicasterios de la curia participan si tienen relación con la materia
que es tratada en la asamblea. El número máximo de miembros de institutos
religiosos es de dos representantes, en calidad de peritos.
En resumen, participan en las diversas asambleas miembros ex officio, es
decir, en virtud del cargo que ocupan en la organización eclesiástica oriental o
en la curia romana; miembros electivos (los obispos y los representantes de los
religiosos) y, por fin, miembros designados por libre colación pontificia .

D. Organización del sínodo

El sínodo de los obispos no es una entidad que forme parte de la curia ro-
mana; pero tiene una mínima organización permanente, distinta de los cargos
previstos para cada una de las asambleas convocadas. La continuidad funcio-
nal del sínodo se articula a través de su secretaría general.
La secretaría general del sínodo de los obispos 3 ' comprende el oficio de
secretario general y un colegio asesor denominado consejo de la secretaría. La
función primordial de la secretaría es servir de enlace entre las diversas asam-
bleas que se convoquen, preparando su celebración y promoviendo la ejecu-
ción de sus eventuales propuestas y resoluciones .
El secretario general es nombrado por el papa sin determinación tempo -
ral. Entre sus diversas funciones destacan: la ejecución de las indicaciones del
romano pontífice y la información al papa sobre las cuestiones relativas al síno-
do; diversas tareas preparatorias de las asambleas que hayan de celebrarse (in-
cluyéndose la preparación del orden del día que aprobará el papa: c. 344, 4 .0 );
la participación en las diversas asambleas; la información a distintas autorida-

29. A partir de lo previsto por PB, art. 3 § 1 se ha planteado la cuestión de si participan ex


officio en el sínodo los jefes de los dicasterios de la curia romana que no sean cardenales. En sen-
tido afinnativo, cfr. J.I. ARRIETA, Lo sviluppo, cit. p. 204.
30. Cfr. m.p. Apostolica Sollicitudo n . X, y el art. 5 § 4 del Ordo Synodi.
31 . Cfr. c. 348 § 1; Ordo Synodi, art. 11. Sobre el secret ario general, el consejo de la se-
cretaría y el secretario especial, cfr. c. 348 § 2 y Ordo Synodi, arts. l 1- 15.

161
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

des, designadas en el reglamento, sobre los trabajos de las asambleas; promo-


ver la ejecución de esos trabajos; dirigir la secretaría general del sínodo y las
sesiones del consejo de la secretaría, informando al papa. El secretario general
tiene también la condición de miembro del sínodo y es función suya presentar
al inicio de los trabajo s el informe sobre la preparación de la asamblea. Tam-
bién le corresponde comunicar a todos los interesados los nombramientos pon-
tificios y procurar durante la asamblea la distribución de encargos a los sinoda-
les, así como determinar el procedimiento para que .los sinodales, previo
consentimiento del papa, puedan discutir libremente entre ellos.
El consejo de la secretaría asiste al secretario general del sínodo y se
constituye al finalizar cada asamblea general. Consta en total de quince obis-
pos: doce elegidos por el sínodo y tres nombrados por el papa. Los miembros
permanecen en sus cargos hasta el nombramiento de los nuevos consejeros en
el sínodo sucesivo. El consejo es convocado por el secretario general dos ve-
ces al año y siempre que el romano pontífice lo considere oportuno.
Por lo que se refiere a la organización prevista para las distintas asamble-
as , éstas son convocadas por el romano pontífice , que las pre side personal-
mente o a través de uno o varios presidentes delegados. Es función del presi -
dente delegado dirigir los trabajo s del sínodo , según el orden del día y las
normas del reglamento, además de otras tareas más concretas.
La figura del relator general del sínodo, no mencionada por las normas
de Pablo VI ni por el CIC de 1983, ha cobrado sin embargo una especial im-
portancia en la práctica de los últimos sínodos, también a causa del interés in-
formativo que suscitan los trabajos sinodales, más intenso en el momento de la
inauguración. Es entonces cuando el relator general cum ple un destacado co-
metido con la presentación del informe que precede a las intervenciones orales
de los sinodales. El relator genera l recibe ese encargo del papa con ocasión de
cada asamblea convocada y cesa cuando esta termina. Debe preparar la relatio
previa a la discusión sinodal (relatio ante disceptationem), que consiste en un
informe oral (sobre la base de un texto escrito del que deben disponer los sino-
dales), introductivo a los trabajos de la asamblea, en el que se exponen y resu-
men las materias que habrán de tratarse en ella. Por su part e la relatio que si-
gue a la discusión oral de los padres (relatio post disceptationem) suele tener
especial interés, por cuanto resume el contenido de los argumentos tratados y
expresa, sin merma de la objetividad, la percepción del ambiente sinodal por
parte del relator ; incluye además una propuesta de temas que podrán tratarse
en los circuli minores, en la siguiente fase del procedimiento sinodal.
Además de la preparación de las dos relationes o informes, el relator ge-
neral dirige el trabajo preparatorio del texto de las propositiones o de otros do-
cumentos que habrán de someterse a la votación de los padres sinodale s en las
sesiones plenarias y está a disposición de los sinodale s que le pidan informa-
ciones y noticias.
Otro oficio que integra la organización del sínodo en sus diversas asam-
bleas es el secretario especial. Puede ser uno o varios, nombrados para cual-
162
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

quier tipo de asambleas sinodales por el papa y sólo mientras éstas duren. Debe
ser experto en la materia que trate la asamblea convocada , y su función consis-
te principalmente en informar y ayudar a los participantes en las cuestiones que
se planteen en los debates. Ayuda en sus tareas al relator general del sínodo.
Finalmente se puede destacar la comisión informativa sobre los trabajos
del sínodo , que se constituye para dar info rmación sobre lo s trabajos de cada
asamblea y consta de: el presidente y vicepresidente nombrados por el papa ; el
secretario general del sínodo, el secretario especial, el presidente del Consejo
Pontificio de las Comunicaciones sociales, el director de la Oficina de Prensa
del Vaticano y cinco padres sinodales designados por el presidente delegado.

E. Funcionamiento de las asambleas

Las asambleas generales o especiales del sínodo se desarrollan en sesio-


nes plenarias , que incluyen a todos los padres sinodales, y también a través de
diversas comisiones , entre las que destacan los grupos menores 32 •
El papa decide la convocatoria del sínodo y preside las reuniones por sí
mismo o a través de uno o varios presidentes delegados. Antes del comienzo
de la s sesiones el papa aprueba el instrumentum laboris, un documento de tra-
bajo que es elaborado por el consejo de la secretaría del sínodo a partir de una
amplia consulta a los obispos de todo el mundo, y que constituye, junto con el
informe inicial del relator general , la base de las discusione s sinodale s en cada
asamblea convocada.
Los trabajos del sínodo comienzan en sesión plenaria con un informe in-
troductorio (relatio ante disceptationem) leído por el relator. El fin de este in-
forme es ilustrar y desarrollar ante los miembros la materia de la que se ocupa-
rá el sínodo . También interviene al inicio de los trabajos el secretario general
del sínodo, para informar de los trabajos de la secretaría durante el tiempo
transcurrido desde el último sínodo.
Durante los días siguientes , en sesiones plenarias de la asamblea sinoda l ,
los miembros hacen uso de la palabra para expresar sus opiniones y sugere n-
cias en torno a las materias de las que se ocupa el sínodo. Caben también tur-
nos de réplica, a juicio del presidente de la asamblea. Tras las intervenciones
de los padres, se votan eventualmente las cues tione s susci tada s y la s posibles
enmiendas al documento o documento s propuestos. El reglamento del sínodo
regula la s fórmulas de las votaciones y las mayorías requeridas.
Si se considera necesaria una ulterior profundización en los argumentos
tratado s en las intervenciones de lo s padres, el presidente delegado, con el
consentimiento del papa, puede constituir una comisión especial de estudio
que desarrolle su actividad de forma paralel a a los trabajos de la asamblea y
presente ante ella sus conclusiones a través de un relator encargado .

32. Para no multiplicar las citas, cfr. básicamente, Ordo Synodi, arts. 17-4 1.

163
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

La segunda fase de la actividad sinodal en cada asamblea consiste en el


trabajo de los grupos menores (circuli minores). Éstos reúnen a los miembros
del sínodo, agrupados según diversas lenguas , para discutir de forma más ágil
el tema general de la asamblea convocada. El fin principal de estas reuniones
de trabajo es facilitar a los padres la expresión de sus opiniones e intercam-
biarlas con los demás, de modo que pueda adquirirse un consenso de forma
más sencilla que en las sesiones plenarias. En cada grupo ha de elegirse un di-
rector y un relator. El primero dirige el trabajo colegia1 del circulus, mientras
que el relator resume en un informe las opiniones expresadas y el consenso al-
canzado; una vez aprobado por el grupo, ese informe será trasmitido a la
asamblea plenaria del sínodo. Cabe la posibilidad de que en la asamblea ple-
naria los miembros del sínodo discutan los distintos informes de los grupos y
las propuestas que contienen.
Mediante las sesiones plenarias y los grupos menores, el sínodo va de-
sarro llando sus trabajos, que suelen prolongarse bastante en el tiempo : en la
práctica las asambleas generales duran un mes aproximadamente.
A tenor del art. 34 § 4 del Ordo synodi, el papa puede dar su consenti -
miento para que en momentos determinados tenga lugar un libre intercambio
de opiniones entre los padres, según el procedimiento que establezca el secre-
tario general de acuerdo con el presidente delega do del sínodo. Este nuevo es-
pacio de libre expresión está previsto además del que corresponde a las sesio-
nes plenarias ordinarias y al trabajo de los circuli minores.
Cuando terminan los trabajos , el secretario general del sínodo , ayudado
por el secretario especial, elabora una relatio en la que se describe la actividad
desarrollada y las conclusiones propuestas por los participantes. Este informe
y las eventuales conclusiones y propuestas del sínodo son presentados al papa
por el presidente delegado y por el secretar io general del sínodo . Una vez
clau surado el sínodo por el papa , el consejo de la secretaría general redacta un
documento más elaborado que transmite al pontífice.
La elaboración de un elenco de propuestas es una de las funciones típicas
de los sínodos celebrados, al menos de los más recientes . En los documentos
que los últimos papas han publicado inspirándose en los trabajos de un sínodo,
las referencias a la lista presentada de propuestas sinodales son muy frecuentes.
El elenco de las propositiones es el fruto visible de los trabajos sinodales , que
servirá normalmente de ayuda para la labor docente y de gobierno del papa.

Y ELCOLEGIO
3. Los CARDENALES CARDENALICIO

REGULAC IÓN: CIC de 1917, ce . 230-241 ; JUANXXIII, m.p. Ad suburbica-


rias dioeceses , 10-III-1961 (AAS, 53, 1961, p. 198); ID., m.p. Suburbica-
riis sedibus, 11-IV- 1962 (AAS, 54, 1962, pp. 253-256); ID., m.p. Cum
gravissima, 15-IV- 1962 (AAS, 54, 1962, pp. 256-258) ; PABLOVI, m.p. Ad
purpuratorwn patrum , 11-11-1965(AAS, 57, 1965, pp. 295-296) ; ID., m.p.

164
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

Sacro cardinalium consilio, 26-II-1965 (AAS, 57, 1965, pp. 296-297); lo.,
m.p. Ad hoc usque tempus, 15-IV-1969 (AAS, 61, 1969, pp. 226-227); ID.,
m.p. Ingravescentem aetatem , 21-XI-1970 (AAS, 62, 1970 , pp . 810-813);
VDG,passim; CIC de 1983, ce. 349-359; PB, arts. 3-7 y 24.

A. La condición cardenalicia

El cardenalato o condición de cardenal no constituye propiamente un ofi-


cio eclesiástico, sino más bien un nombramiento o dignidad" concedida por el
papa a determinados fieles que hayan recibido al menos el presbiterado y que
«destaquen notablemente por su doctrina, costumbres, piedad y prudencia en
la gestión de asuntos» (c. 351 § 1). El nombramiento cardenalicio no tiene , sin
embargo , un significado meramente honorífico, sino que comporta importan-
tes funciones en la organización eclesiástica; sobre todo en lo que se refiere a
la ayuda que los cardenales prestan individualmente al papa en el gobierno de
la Iglesia universal (consejeros personales del pontífice y titulares de oficios
en la curia romana) , o bien en cuanto miembros del colegio que agrupa a todos
los cardenales.
En efecto , los cardenales pueden ser considerados uti singuli o en cuanto
colegio. Este doble aspecto responde a los precedentes históricos, ya que el
Sacro Colegio Cardenalicio fue instituido en el siglo XII , mientras que los
cardenales individualmente considerados ya existían desde siglos antes 34 • Con-
cretamente los cardenales proceden de los presbíteros vinculados con las 25
iglesias cuasiparroquiales de Roma, denominadas desde el siglo IV «tituli car-
dinales», a los que se añadieron los diáconos cardenales (14 regionales y 6 pa-
latinos), y los 7 obispos de las diócesis suburbicarias o próximas a Roma, que
a partir del siglo VIII recibieron el título de «obispos cardenales». Todos ellos
eran colaboradores y consejeros del papa como obispo de Roma .
Por su parte, el establecimiento del colegio cardenalicio fue vinculado a
la elección del romano pontífice , función que todavía hoy le corresponde. En
el año 1059, a través del decr. In nomine Domini, el papa Nicolás II reservó la
elección del papa a los cardenales obispos, y en 1179 Alejandro III , con la
const. Licet de vitanda, estableció la intervención colegial de todos los carde-
nales - obispos , presbíteros y diáconos - en la elección papal.
Los cardenales son «creados» 35 en los consistorios, que son las reuniones
del colegio cardenalicio con el papa . La selección de los candidatos correspon-

33. «Der Kardinalat ist kein Kirchenamt , sondern die hochste kirchliche Würde »: K .
MóRSDORF, Lehrbuch des Kirchenrechts, cit ., p. 355.
34. Cfr. J .-B. D' ONORIO, Le Pape et le gouvernement de L'Église, Paris 1992, pp. 418 ss.,
de quien tomamos los datos histórico s que se mencionan en el texto. Vid. también las notas del
Annuario Pontificio 1995, pp . 1713 ss.
35 . Esta terminología procede de la consideración de los cardenale s como creaturae Pa -
pae.

165
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

de personalmente al romano pontífice, que la hace entre obispos y presbíteros


especialmente destacados por sus virtudes y servicio a la Iglesia. Los titular es
de algunas sedes arzobispales de mayor relieve histórico o eclesiástico en los
diversos países 36 suelen ser cardenales. Además, la selecc ión de cardenales
tiende a reflejar la universalidad de la Iglesia.
Para la promoción al cardenalato se requiere, como ya hemos recordado,
haber recibido al menos el presbiterado. Sin embargo, antes del decreto ponti-
ficio de nombramiento , los que no sean obispos deben r~cibir la consagración
episcopal (cfr. c. 351 § 1). La creación o nombramiento de cardenales en el
consistorio se desarrolla a través de una serie de actos protocolarios que inclu-
yen la pregunta del papa al colegio sobre el candidato o los candidatos (quid
vobis videtur?), la imposición del birrete rojo y asignación de los títulos, la en-
trega del anillo, etc.37 La identidad de los nombrados se hace pública en el mis-
mo consistorio, salvo que el papa lo haya hecho antes, o bien -por razones
políticas, ordinariamente- no quiera revelar el nombre o los nombres de al-
gunos cardenales ya creados (reservatio in pectare: c. 351 § 3). A partir del
momento de la publicación del decreto pontificio, los cardenales tienen los de-
beres y derechos propios de la dignidad que reciben.
El número de cardenales ha variado a lo largo de la historia; sin embargo,
duró casi cuatro siglos la determinación del número máximo de 70 cardenales
que estableció Sixto V con la const. Postquam verus ille , de 3-XII-1586. Fue
Juan XXIII quien suprimió esta limitación en el consistorio celebrado el 15-
XIl-1958 38. La const. UDG establece en su n. 33 que los electores del papa no
deben ser más de 120 cardenales; pero sin prejuzgar el núm ero de miembros
del colegio cardenalicio, que no tiene límite máximo .
La condición cardenalicia comporta diversos derechos, obligaciones y
funciones . Las funciones de los cardenales individualmente considerados se
resumen en la colaboración y asistencia al romano pontífice. La cooperación
de los cardenales con el gobierno pontificio se concreta a través de la participa-
ción de todos ellos en los dicasterios de la curia romana , como miembros. Lo
normal es que cada uno de los cardenales pertenezca a varios dicasterios. Ade-
más, los dicasterios más importantes de la curia son presididos por un cardenal
prefecto (cfr. PB , art. 3 § 1). Para facilitar esta tarea de asistencia al papa, todos
los cardenales que desempeñen oficios en la curia romana y no sean obispos
diocesanos están obligados a residir en Roma; los que son obispos diocesanos
deberán acudir a la Urbe cuando sean convocados por el papa (c. 356) . Al cum-
plir 75 años de edad los cardenales que están al frente de los dicasterios deben
presentar su renunc ia al oficio ante el papa, el cual proveerá teniendo en cuen-
ta todas las circunstancias. Si son miembros de los dicasterios de la curia pero
no están al frente de ellos, cesan en el oficio a los 80 años cumplidos (cfr . c .

36. En España , Toledo , Madrid , Barcelona y Sevilla , principalmente .


37. Cfr. J.-B. D ' O NORIO, Le Pape , cit., pp . 424 y 425.
38. Cfr.AAS , 25(1958) , p. 987 .

166
ORGANIZACIÓ N UNIVERSAL

354 y PB, art. 5 § 2). Por otra parte , los cardenales que hayan cumplido 80
años antes del día de la muerte del papa o del día en el que la sede apostólica
queda vacante pierden el derecho de elegir al romano pontífice (UDG , n. 33).
Otra función que se atribuye normalmente a los cardenales es la de lega-
tus a latere, es decir , la representación pontificia en reuniones o celebraciones
solemnes, y otros encargos como enviados especiales del papa (cfr. c. 358).
En cuanto a los derechos y privilegios de los cardenales, aparte de los que
les corresponden como miembros del colegio cardenalicio, se pueden recordar:
la exención de la potestad de régimen del obispo de la diócesis en la que se ha-
llan (c. 357 § 2); la facultad de oír confesiones de los fieles en todo el mundo
(c. 967 § 1); los privilegios procesales de ser juzgados por el papa y de elegir el
lugar en el que deban ser oídos como testigos (ce. 1405 § l ,2.0 y 1558 § 2), etc .
Por lo que se refiere al cese en la dignidad cardenalicia , aparte de los su-
puestos de muerte y elevación al pontificado, la historia admite como causas
la renuncia voluntaria aceptada por el papa y la privación penal decretada tam-
bién por el romano pontífice 39 •

B . El colegio de los cardenales

El nombramiento cardenalicio realizado por el papa produce la adscrip-


ción al colegio que forman todos los cardenales. Los miembro s del colegio
cardenalicio se distribuyen en tres ordines o grupos internos: el orden de los
obispos, el de los pre sbítero s y el de los diáconos (cfr. c. 350). Esta distribu-
ción no se fundamenta ya en el sacramento del orden recibido -puesto que
actualmente todos los cardenales deben recibir la consagración episcopal, sal-
vo dispensa-, sino en la tradición histórica.
Pertenecen al orden episcopal los cardenales que reciben como título una
de las diócesis suburbicarias , próximas a Roma 40 • Se accede al orden episcopal
por designación pontificia , que atiende a la antigüedad del nombramiento del
interesado como cardenal. Actualmente las diócesi s suburbicarias son gober-
nadas por un obispo propio, y los cardenales titulares no tienen potestad de ré-
gimen sobre ellas (cfr. c. 357 § 1). También forman parte del orden episcopal,
desde 1965, los patriarcas orientales adscritos al colegio cardenalicio, con la
particularidad de que tienen como título su propia sede patriarcal y no una de
las diócesis suburbicarias.
El orden de los presbíteros lo forman sobre todo los obispos diocesanos
que son promovidos al cardenalato. Los miembros de este grupo (el más nu-
meroso dentro del colegio) reciben como título una de las iglesias romanas
(denominadas propiamente «tituli» ).

39. Cfr. Card. A. Rossr,Il Collegio cardenalizio, Ciudad del Vaticano, 1990, p. 31.
40. Son las siguientes: Ostia , Albano, Frascati, Palestrina , Porto-Santa Rutina , Sabina-
Poggio Mirteto y Velletri.

167
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Por fin, los miembros del orden de los diáconos tienen en título una dia-
conía (iglesia) de Roma. Es posible la «opción » para cambiar de título o dia-
conía, y también para pasar del orden diaconal al presbiteral, según las vacan-
tes y las reglas del c. 350 §§ 4 y 5.
La trascendencia funcional de esta división en ordines es más bien escasa
en la actualidad. Los títulos cardenalicios expresan la vinculación histórica de
los cardenales con el clero romano 41 • Los ordines determinan también las pre-
cedencias dentro del colegio. El decano del colegio cardenalicio procede siem-
pre (cfr. c. 352 § 2) de los titulares de diócesis suburbicarias (orden episcopal)
y el cardenal más antiguo del orden diaconal cumple las funciones indicadas
en el c. 355 § 2.
Dentro del colegio de los cardenales los oficios más importantes son los
de decano y vicedecano, a los que se refiere el c. 352. El decano es primus in-
ter pares; es decir, preside el colegio, pero no es superior jerárquico ni tiene
atribuida potestad de régimen sobre los demás miembros. Es elegido por los
cardenales que tienen en título una de las dióce sis suburbicarias , excluidos de
la elección, por tanto , los cardenales patriarcas de las Iglesias orientales y los
que pertenecen a los demás ordines del colegio. La elección debe ser confir-
mada por el papa. El decano del colegio cardenal icio recibe siempre como tí-
tulo la diócesis de Ostia , además de la que ya tenía con anterioridad al nom-
bramiento como decano . Por su parte, el vicedecano es elegido y confirmado
de la misma manera; su función más importante es sustituir al decano cuando
éste se encuentre impedido.
Las funciones principales del colegio carde nalicio se ejercen tanto en
sede pontificia vacante como también en sede plena. En sede vacante le co-
rresponde el gobierno de la Iglesia univ ersal, siempre con arreglo al principio
«nihil innovetur» , y la elección del romano pontífice, de acuerdo con las nor-
mas ya estudiadas de la UDG. En sede plena el colegio cardenalicio actúa so-
bre todo a través de los consistorios, que reúnen solemnemente a todos o algu-
nos de los cardenales , según los casos, bajo la presidencia del papa. Los
consistorios pueden ser ordinarios o extraordinarios. Son convocados al con-
sistorio ordinario al menos todos los cardenales presentes en Roma; en cam-
bio , al consistorio extraor dinario , «que se celebra cuando lo aconsejen espe-
ciales necesidades de la Iglesia o la gravedad de los asuntos que han de
tratarse» (c. 353 § 3), se convoca a todo el colegio cardenalicio.
A través de los consistorios se ejerce sobre todo la función asesora del ro-
mano pontífice que corresponde al colegio cardenalicio 4 2 • La convocatoria de
los consistorios no es regular, sino que depende de la iniciativa del papa . A
partir del siglo XVI, con la reforma de Sixto V, las competencias históricas de

41. Esto no se cumple, sin embargo, en el caso de los cardena les patriarcas orientales, ya
que no forman parte del clero romano: cfr. J.-B. D ' ONORTO, Le Pape , cit., p. 434 .
42. El c . 230 del CIC de J 917 calificaba significat ivamente al colegio cardenalicio como
Senatus del Papa.

168
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

los consistorios fueron trasladándose en buena medida a la curia romana; con-


cretamente, a la Congregación Consistorial (hoy llamada Congregación para
los Obispos). Además, después de la institución y celebración periódica del sí-
nodo de los obispos, los consistorios han sido menos frecuentes, ya que parte
de sus funciones de estudio y asesoramiento han sido asumidas por el sínodo 43 •
Aparte de esta función asesora del pontífice, los consistorios intervienen tradi-
cionalmente en el proceso de provisión de las dignidades cardenalicias, el exa-
men de las causas de canonización ya trami tadas por la curia romana y la pos-
tulación del palio para los nuevos patriarcas y arzobispos metropolitanos.

4. LA CURIAROMANA

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 242-264; CD, 9 y 10; REU; CIC de 1983,
ce. 360 y 361 ; PB; RGCR.

A. Naturaleza

La primera regulación general de la curia romana, entendida como el


conjunto de colegios («dicasterios») con competencia materialmente definida
para ayudar al papa en el gobierno ordinario de la Iglesia universal, tuvo lugar
mediante la const. ap. Immensa Aeterni Dei, promulgada por Sixto V el 22-VI-
158844. Durante el siglo XX ha sido particularmente frecuente la regulación es-
pecial de la curia romana 45 , en función de las necesidades de la Iglesia y el es-
tilo de gobierno de los diver sos papas. La legislación vigente sobre la materia
se contiene en la const. Pastor Bonus (PB), de 28-VI - 1988, completada en al-
gunos aspectos por el Reglamento General de la Curia Romana (RGCR), de
30-IV-1999. Por su parte, el CIC de 1983 se refiere a la curia romana solamen-
te en los ce. 360 y 361, que sirven para presentar la curia en el marco de la or-
ganización universal 46 •

43 . Sin embargo , durante el pontificado de Juan Pablo U la función consultiva de los con-
sistorios cardenalicios ha cobrado nueva vitalidad (estudio de la reforma de la curia romana, fi-
nanzas vaticanas , cuestiones morales , etc .).
44 . Cfr. Bullarium Romanum, ed. Taurinensis, VIII (1863), cols. 985-999.
45 . Pío X reguló esta materia el 29-VI-1908 mediante la const. ap. Sapienti Consiliu
(AAS , 1, 1909, pp. 7-19), que fue sustancialmente recibida en los ce. 242-264 del CIC de 1917.
Con posterioridad a la celebración del Concilio Vaticano II, Pablo VI promulgó la const. ap. Re-
gimini Ecclesiae Universae, el 15-VIU-1967 y sólo veintiún años más tarde Juan Pablo II reor-
ganizó de nuevo la materia a través de la const. Pastor Bonus .
46. Sin embargo, muy pronto se produjo una notable discordancia entre el CIC y la legis-
lación especial de la curia, ya que el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, al que se re-
fieren los ce. 360 y 361, ya no existe como dicasterio peculiar, porque sus funciones han sido in-
tegradas en la Sección Segunda de la Secretaóa de Estado (cfr. PB, arts. 45-47).

169
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Como recuerda CD 9, los dicasterios de la curia romana cumplen su fun-


ción «en nombre y por autoridad del mismo Pontífice, para bien de las Iglesias
y en servicio de los sagrados Pastores» (cfr. también el c. 360). Esta idea es
frecuentemente subrayada por el preámbulo de PB, donde se expresa que la
curia supone una ayuda «en el ministerio petrino» (n. 3), de tal manera que «la
característica de todos y de cada uno de los dicasterios de la curia romana es la
ministerial» (n. 7). La dimensión ministerial de la curia romana se manifiesta,
por una parte, en colaborar establemente con el papa en ~u misión de servicio
a la unidad de toda la Iglesia y de todos sus miembros; por otra parte, la curia
es también instrumento de unidad y comunión entre la cabeza y los miembros
del colegio episcopal, entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares 47 •
Desde el punto de vista canónico la colaboración de la curia con el papa
se expresa, por una parte, en el ejercicio de funciones de fomento y consulti-
vas mediante actuaciones de impulso, exhortación o asesoramiento a los desti-
natarios. Por otra parte , la curia romana resulta habilitada por el derecho para
emitir actos de potestad, canónicamente vinculantes, dentro del ámbito de
competencias de cada dicasterio. Esta potestad que pueden ejercer algunos di-
casterios de la curia es ordinaria y vicaria, porque supone una participación
(limitada) en la potestad de régimen del romano pontífice para toda la Iglesia.

B. Miembros de los dicasterios

Normalmente los dicasterios de la curia romana son presididos por un


cardenal prefecto o arzobispo presidente 48 , y constan también de un secretario
y otros miembros. Colaboran en las tareas propias del dicasterio algunos con-
sultores y oficiales (cfr. PB, arts. 3-10).
El cardenal prefecto o el arzobispo presidente dirigen los trabajos del di-
casterio y lo representan. Son ayudados por el secretario en la dirección de los
asuntos y personas. Actualmente el secretario tiene derecho de voto en todas
las sesiones ordinarias y plenarias del dicasterio 49 • Todos ellos son nombrados
por el papa para un quinquenio renovable 50 •
Los demás miembros proceden sobre todo de los cardenales y de los
obispos. Los obispos miembros de los dicasterios pueden ser titulares o dioce-
sanos (cfr. la distinción en el c. 376), y para su nombramiento se valora sobre

47. Cfr . A. CATIANEO, Lafundamentaci6n eclesiol6gica de la curia romana en la «Pastor


Bonus », en «Ius Canonicum», 30 (1990) , pp. 39-57 .
48 . «A no ser que (los dicasterios) tengan otra estructura en virtud de su peculiar natura -
leza o de una ley especial » (PB , art. 3 § 1), como ocurre p.ej. en el caso del Tribunal de la Rota
Romana . Todas las congregaciones y la mayoría de los consejos pontificios son presidido s por
un cardenal.
49 . Cfr. PB, art. 11 § 3.
50. El cargo de Secretario de Estado no está sometido a la regla del nombramiento por un
quinquenio : cfr. J.-B. D'ONORJO , Le Pape, cit., p . 459.

170
ORGANIZACJÓN UNIVERSAL

todo su pericia en los asuntos que formen parte de la competencia ordinaria


del dicasterio al que son adscritos.
Además, en algunos dicasterios pueden añadirse como miembros al grupo
de cardenales y obispos otros clérigos y fieles que no hayan recibido el sacra-
mento del orden5 1• Sin embargo, esta posibilidad está sujeta a dos determinacio-
nes: en primer lugar, «los miembros propiamente dichos de una congregación
son los cardenales y obispos»52 ; en segundo lugar, «los asuntos que requieren el
ejercicio de la potestad de régimen han de reservarse a los que han recibido el
orden sagrado»5' .
Los consultores, por su parte , colaboran como expertos en los trabajos de
los dicasterios, aunque no tienen la condición de miembros . Son nombrados
por el papa para un quinquenio y seleccionados entre fieles de todo el mundo.
Tampoco son miembros de los dicasterios los oficiales que trabajan a su
servicio. Los oficiales mayores son nombrados por el papa; los demás oficia-
les reciben su nombramiento del secretario de Estado o del jefe del dicasterio
correspondiente , según los casos 54.Las condiciones de idoneidad, deberes del
oficio, etc. del personal que trabaja en la curia romana están regulados con de-
talle en los arts. 1-85 del RGeR.
Además de las causas de pérdida del oficio previstas por el ere, los
miembros de los dicasterios cesan en el cargo al cumplir los ochenta años de
edad, salvo los jefes de dicasterio y los secretarios, que lo hacen a los setenta
y cinco años (en el caso de los cardenales prefectos, previa renuncia presenta-
da al romano pontífice y aceptada por él). También cesan los miembros en
sede pontificia vacante 55 •

e. Organización
El término genérico que se usa preferentemente para denominar los diver-
sos colegios de la curia romana es el de «dicasterio». Entre los dicasterios se

51. Ademá s de las diversas comisiones constituidas en la curia romana , incluyen miem-
bros laicos los siguientes Consejos pontificios : para los laicos, para la familia , para la ju sticia y
la paz, «Cor Unum» , para los profesionale s de la sanidad, y para las comunicaciones sociales:
cfr., resp ectivamente , Annuario Pontificio 2009, pp. 1246-1247, 1253-1254, 1256, 1259-1260,
1265-1266 y 1277.
52. PB, art. 3 § 3. Esta sorprendente determinación, que distingue entre miembros «pro-
prie dicta» y otros miembro s, no excluye de las congregaciones a clérigo s distintos de los carde-
nales y obispos, ya que p.ej . algunos superiores generales religiosos forman parte respectivamen-
te de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (cfr. Annuario Pontific io 2009, p.
1215) y de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y Sociedades de vida apostó-
lica (cfr. ibid., p. 1230).
53. PB, art. 7 in fine.
54. Cfr. RGCR , arts. 12 y 13.
55. Para todo el tema de la cesación en el oficio, cfr. PB, arts. 5 § 2 y 6; RGCR , arts. 41-
44. Los jueces de la Rota Romana cesan al cumplir 74 años y los subsecretarios de los dicaste-
rios a los 70 años (cfr. RGCR, art. 41 §§ 4 y 5).

171
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cuentan concretamente las congregaciones, los tribunales, los consejos pontifi-


cios y las comisiones. También forman parte de la curia romana los officia (Cá-
mara Apostólica, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y Prefec-
tura Económica de la Santa Sede) y los instituta (Prefectura de la Casa Pontificia
y Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice )56 • La Secretaría de
Estado ocupa por su parte una posición peculiar dentro del complejo orgánico de
la curia, a causa de su inmediata proximidad al papa (cfr. PB, arts. 39-47).
No existe relación de subordinación jerárquica entre los dicasterios , por-
que todos ellos son «jurídicamente iguales entre sí» (PB, art. 2 § 2). Esto no
impide, sin embargo, las oportunas relaciones de coordinación entre ellos,
como veremos más adelante.
Las congregaciones (PB, arts . 48-116) son nueve actualmente: de la Doc-
trina de la Fe, para las Iglesias Orientales , del Culto Divino y Disciplina de los
Sacramentos , de las Causas de los Santos, para los Obispos , para la Evangeli-
zación de los Pueblos, para los Clérigos, para los Institutos de Vida Consagra -
da y Sociedades de Vida Apostólica , y de Seminarios e Institutos de Estudios
(que se ha vuelto a llamar «para la Educación Católica») . Por su parte, los tri-
bunales pontificios son: la Penitenciaría Apostólica, el Tribunal Supremo de la
Signatura Apostólica y el Tribunal de la Rota Romana (PB , arts . 117-130).
Los consejos pontificios que, según la redacción original de PB, eran
doce, pasaron a ser once tras la promulgación del m.p . de Juan Pablo U Inde a
Pontificatus, de 25-III-199357 : para los Laicos , para la Unión de los Cristianos,
para la Familia , de la Justicia y de la Paz, «Cor Unum», para la Atención Espi-
ritual de los Emigrantes e Itinerantes , del Apostolado para los Profesionales de
la Sanidad, para los Textos Legislativos, para el Diálogo Interreligioso, de la
Cultura y, por fin , de las Comunicacion es Sociales (PB, arts. 131-171 ).
Finalmente las comisiones que aparecen expresamente mencionadas en
PB (arts. 55, 83-84, 99-104 , 138 y 162) son : la Pontificia Comisión Bíblica y
la Comi sión Teológica Internacional, integradas en la Congregación para la
Doctrina de la Fe; la Comisión Pontificia para América Latina, vinculada con
la Congregación para los Obispos ; la Comisión Pontificia para la Conserva -
ción del Patrimonio Artístico e Histórico - que, originalmente constituida en
la Congregación para los Clérigos , ha pasado a ser autónoma, aunque relacio-
nada con el Consejo Pontificio para la Cultura , con el nombre de Comi sión
Pontificia para los Biene s Culturales de la Iglesia 58 -; la Comisión para el He-
braísmo, establecida en el Consejo Pontificio para la Unión de los Cristianos ,
y la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Musulmanes, constituida
en el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.

56. Sobre los officia e instituta, cfr. respectivamente PB , arts. 171-179 y 2 § 3, 180- 183.
57. Cfr. AAS, 85 (1993), pp. 549-562. Este m.p. establece la integración del Consejo Pon-
tificio para el Diálogo con los No Creyentes en el Consejo Pontificio para la Cultura .
58. Cfr. ibid., art. 4 § III .

172
ORGANI?ACIÓN UNIVERSAL

La misma descripción del nombre de los dicasterios es indicativa de su


competencia, que se determina primordialmente en razón de la materia. Sin
embargo, con el criterio material o funcional pueden combinarse otros supues-
tos de atribución de competencias, como son el criterio personal (que permite
actuar en favor de determinados fieles, como ocurre en el caso de la Congre-
gación para las Iglesias Orientales o del Consejo para los Laicos) o el territo -
rial (ejercicio de las competencias en determinado s ámbitos territoriales, como
sucede en el caso de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos).

D. Funcionamiento de los dicasterio s

Las normas relativas a la actividad de los dicasterios están contenidas en


la PB, en el RGCR y en el reglamento de cada dicasterio.
Dentro de las materias atribuidas, cada dicasterio debe actuar con arreglo
al derecho y al mismo tiempo con criterios pastorales, «atendiendo tanto a la
justicia y al bien de la Iglesia, como sobre todo a la salvación de las almas»
(PB, art. 15). Es particularmente importante la adecuada relación de los traba-
jos de la curia con las Iglesias particulares y las entidades que agrupan a los
obispos, especialmente las conferencias episcopales. Por eso debe consultarse
a los obispos cuando los dicasterios preparen documentos generales de mayor
importancia , antes de su publicación 59 •
Los dicasterios de la curia actúan en sesiones plenarias, que agrupan a to-
dos sus miembro s, y reuniones ordinarias, para las que basta que se convoque
a los miembros que se encuentren en Roma 60 • Las sesiones plenarias se cele-
bran en lo posible una vez al año; en ellas son tratados los asuntos que, a jui -
cio del prefecto o presidente del dicasterio, tengan mayor importancia y siem-
pre las que tengan carácter de principio general. Tanto las sesiones plenarias
como también las ordinarias son preparadas por el «congres so» del dicasterio,
del que forman parte algunas personas, indicadas en el art. 118 § 1 del RGCR .
Por lo que se refiere a la actividad de los consultores de los dicasterios,
éstos expresan su opinión ordinariamente por escrito. Sin embargo, pueden ser
convocados para un examen colegial de las cuestiones propuestas 61 •
Las relaciones de los dicasterios entre sí - excluida la mutua subordina-
ción jerárquica- están inspiradas sobre todo por el principio administrativo
de coordinación. Es un criterio especialmente oportuno en el ámbito de la cu-
ria romana: por una parte , la curia es un conjunto orgánico relativamente com-
plejo, al que están adscritas diversa s personas; por otra parte, la competencia
de los dicasterios se determina normalmente en razón de la materia. En conse-

59. Cfr. PB, art. 26. La misma consulta se establece a propósito de los legados pontificios,
en los asuntos referidos a las Iglesias particulares donde ejerce n su actividad: cfr. PB, art. 27.
60. Cfr. PB, art. 11; RGCR, arts. 112 ss.
61. Cfr. PB, art. 12 y RGCR, art. 121 § l. Un ejemplo de consulta colegial es el de los tra-
bajos preparatorios del CIC de 1983.

173
ORGANIZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cuencia, son posible s las dudas sobre el alcance concreto de las respectivas
competencia s, las concurren cias funcionales sobre un mismo asunto , e incluso
los conflictos de competencias positivos o negativos, según que dos o más di-
casterios invoquen su legitimación para actuar o bien ninguno de ellos quiera
ocuparse del asunto 62 •
La coordinación entre los dicasterios está ampliamente prevista por PB y
el RGCR 63 • Además de regular se la nece saria coordinación entre los dicaste-
rios con ocasión del tratamiento de competencias concretas, se dispone tam-
bién con carácter general la consulta mutua en la preparación de los documen-
tos generales, el examen conjunto de los asunto s que son competencia de
varios dicasterios , e incluso la posible constitución de comisiones interdica s-
teriale s (comunes a varios dicasterio s) permanente s64 • También se establece la
reunión de los cardenales jefe s de los dica sterios, por mandato del papa y va-
rias veces al año, con el fin de coordinar los trabajos . La dirección de la coor-
dinación interna de la curia corresponde en buena medida al cardenal secreta-
rio de Estado. Sin embargo, además de los casos en que la iniciativa
coordinadora depende personalmente del papa , la actividad coordinadora del
secretario de Estado está sujeta a ciertas aprobaciones pontificia s, e incluso se
reconoce en ocasiones la iniciativa de los jefes de los dicasterio s interesados.

E. Función de gobierno y potestad de los dicasterios

Dispone PB , art . 13 que «los dicasterios tratan según su propia competen-


cia los asunto s que, por su especial import ancia, por su naturaleza o por dere-

62 . Según PB, art. 20 y RG CR, art. 129 corresponde ordinariamente al Tribunal de la Sig-
natura Apostólica la solución de los conflictos de competencia entre los dicasterios.
63. Vid. concretamente PB , arts. 17 y 21 ss. y RGCR , arts. 98 ss. y 130 , sobre todo. Cfr.
A. V!ANA , El Reglamento General de la Curia Romana (4-ll -1992). Aspectos generales y regu-
lación de las aprobaciones pontificias en forma específica, cit., pp. 505 ss.
64. Estas comisiones interdica steriales permanente s - previ stas co n carácter general por
PB , art. 21 § 2- son actualmente : la Comisión para aspectos relativo s a la provisión y organ iza-
ción de las Iglesia s particulares (formada por representante s de la Secretaría de Estado y de la
Cong regación para los Obispos); la Comisión para la Iglesia en Europa Oriental (con representa -
ción de la Secretaría de Estado, la Congreg ación para las Igle sias Orientale s, la Congregaci ón
para el Clero, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedade s de Vida Apos-
tólica, y el Consejo Pontifi cio para la Unidad de los Cristianos); la Comisión para las cuestio nes
relativas a miembro s de institutos de vida consagrada erigidos u operantes en territorios de mi sión
(con representantes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y la de Institutos de
Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica) ; la Comisión par a la forma ción de los candi-
datos al orden sagrado (con representantes de la Congrega ció n para la Educación Católi ca, de las
Iglesias Orientales, para la E vang elización de los Pueblos y de Institut os de Vida Consagrada y
Sociedades de Vida Apostó lica); la Comisión para la equitativa distribución del clero en el mundo
(con repre sentantes de la Congregación para la Educación Católica, del Clero, para la Evangel iza-
ción de los Pueblos , de Institutos de Vida Consagrada y Sociedade s de Vida Apostóli ca, y de la
Comisión para América Latina) . Vid. los datos en Annuario Pontificio 2009, pp . 1237-123 8.

174
ORGANIZACIÓN UN!VERSAL

cho , están reservados a la Sede Apostólica, además de aquellos que exceden


del ámbito de competencias de los obispos o de los organismos episcopales, así
como los que le sean confiados por el Sumo Pontífice. Les incumbe el estudio
de los problemas más graves de nuestra época , de modo que la acción pastoral
de la Iglesia se promueva con más eficacia y se coordine adecuadamente, man-
teniendo la debida relación con las Iglesias particulares; promueven iniciativas
para el bien de la Iglesia universal; conocen, finalmente, los asuntos que los
fieles, en el ejercicio de sus derechos, remiten a la Sede Apostólica».
Dentro de esta competencia genera l de los dicasterios , las congregacio -
nes y los tribunales ejercen, respectivamente, la pote stad de régimen adminis-
trativa y judicial de modo estable y siempre con carácter vicario del papa (cfr.
ce. 131 § 2 y 360). En cambio , los consejos pontificios y las comisiones de la
curia romana no son de suyo coleg ios activos o deliberativos, sino consultivos.
Con todo, esta división jurídica de los dicasterios, a partir de las funciones que
tienen encomendadas , en congregaciones y tribunales por un lado, y consejos
y comisiones por otro, no se entiende rígidamen te. En efecto, el cometido de
las congregaciones no se agota en la emisión de actos jurídicos vinculantes o
decisiones de naturaleza jurídico-administrativa , porqu e existe una amplia es-
fera del gobierno eclesiástico para cuyo ejercicio no es necesario el mandato,
sino que basta el consejo indicativo o la exhortación estimul ante, para que sea
el destinatario quien adopte bajo su plena responsabilidad las oportunas deter-
minacione s. Paralelamente, aunque los consejos pontificios tienen encome n-
dadas funciones de fomento pastoral y solamente intervienen en la prepara-
ción de los actos de gobierno, en ocasiones su responsabilidad no se agota en
esas funcione s consultivas o promotoras, sino que tienen la capacidad de pro-
ducir actos que inciden en la esfera jurídica de los fieles . Cabe destacar en este
sentido la peculiar posición del Consejo para los Laicos , que tiene atribuida
una amplia competencia para tratar todo lo que concierne a las asociacio nes
laicales de fieles, e incuso se le reconoce la capacidad de erigir y controlar los
estatutos de las que tengan carácter internacional (cfr. PB , art. 134).
Teniendo en cuenta los matice s anteriores, se puede señalar que ordina -
riamente y con carácter general la potestad vicaria ejecutiva y judicial se ejer-
ce en la curia romana a través de la Secretaría de Estado , las congregaciones y
los tribunale s. La distinción entre la potestad administrativa de las congrega-
ciones y la judicial de los tribunale s es cierta , pero tiene algunas excepciones.
Así las congregacione s asumen a veces competencias que parecen más propias
de un tribunal 65 • Paralelamente hay que tener en cuenta que la Signatura Apos-

65. La Congregación de la Doctrina de la Fe p. ej. juzga los delitos contra la fe y los más
graves cometidos contra la moral y en la celebración de los sacramentos, e incluso es habilitada
con mandato genera l para declarar o imponer sanciones canónicas, siempre de acuerdo con el de-
recho común «o propio». Igualmente Je corresponde juzgar todo Jo relativo al «privilegium fidei»
(cfr. PB, arts. 52-53). Por su parte la Congregación del Culto Divino instruye el procedimiento
previo a la concesión por el romano pontífice de la dispensa de matrimonio rato y no consumado ,
y se ocupa también de las causas de nulidad de la sagrada ordenación (cfr. PB, arts. 67 y 68).

175
ORGANIZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

tólica no siempre actúa como verdadero tribunal , sino también como órgano
administrativo 66 •
Por lo que se refiere al ejercicio de la potestad legislativa , el principio ge-
neral es que corresponde per sonalmente al romano pontífic e y no a los dicas-
terios , ni siquiera a las congregacione s. Los dica sterios sólo pueden publicar
actos legislativos por delegación pontificia (cfr. ce. 30 y 135 § 2), además del
supuesto peculiar de los decretos generales con aprobación papal en forma es-
pecífica (cfr. PB, art. 18/b y RGCR, art. 125 § 2), que ,.a pesar de proceder de
los dicasterio s de la curia , tienen - en virtud precisamente de la aprobación
papal en forma específica - una eficacia jurídica equiparable al supuesto de
que hubiesen sido publicados per sonalmente por el papa. Con todo , el posib le
ejercicio de la potestad legislativa de los dicasterios en tales casos constituye
un problema delicado para el sistema canónico , que históricamente ha plante-
ado importantes dificultades 67 y que también hoy suscita opiniones divergentes
en la doctrina canónica 68 •
En cambio, los decretos generales ejecutivo s y las instrucciones se inclu-
yen en la potestad ordinaria, vicaria y general de las congregaciones romana s.
Cabe recordar para ambos tipos de normas administrativas generales su some-
timiento al principio de legalidad (cfr. PB, art. 156 en relación con los ce. 31-
34). Concretamente , los decretos genera les ejecutivo s no derogan las leye s
«aunque se publiquen en directorios o documento s de otro nombre » (c . 33 §
1). Según lo establecido en PB , arts. 156 y ss. corresponde al Con sejo para los
Textos Legislativos contro lar antes de su publicación la legalidad y form a de
las normas administrativas preparadas por los dicasterios.

F. Controles sobre la actividad jurídi ca de los dicast erios

La actividad jurídic a de los dicasterio s está sujeta a ciertos límites o con-


troles administrativos, además de las normas de procedimiento contenidas en el
RGCR. Estos control es son ejercidos en buena parte por el romano pontífi ce.
Algunos tienen carácter previo al acto del dicasterio , otro s son posteriore s a la
formación del acto. Tienen también un alcance diverso según que se ejerzan so-
bre los tribunales (en este caso los controles son muy escasos) o sobre otros di-
casterios. El sentido de estos controles administrativos es sobre todo garantizar

66. Cfr. PB , art. 124 ,1.0 y 4 .0 • En tal sentido , Z. GROCHOLEWSKI, Función de la Rota Ro-
mana y de la Signatura Apostólica , en «Concilium », 147 (1979), pp. 68 ss.
67. Cfr. A . VIANA , la potestad de los dicasterios de la curia romana , en «Ius Canoni-
cum», 30 (1990) , pp. 94-98.
68. Para un status quaestionis sobre esta materia , cfr. A . VI ANA, El Reglamento, cit. , pp .
515-523, especialmente . Una novedad introducida por el RGCR en 1992, confirm ada por el art.
126 § 4 del Reglam ento actual, consiste en la determinación de que deberá incluir se expresamen-
te la cláusula infor ma specifica approbav it para que conste la aprobación específic a por parte
del Papa de un acto o documento de la curia .

176
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

el recto ejercicio de la potestad vicaria de la curia romana (que es participación


en aspectos de la potestad pontificia) y la unidad del poder primacial .
Dentro de estos controles se puede mencionar la reserva pontificia sobre
las competencias de los dica sterio s, que incluso puede referirse a la actividad
de los tribunales, ya que el papa «es juez supremo para todo el orbe católico y
dicta sentencia o personalmente [por más que esta posibilidad sea excepcional
en la práctica], o mediante los tribunales de la Sede Apo stólica , o por jueces
en los cuales delega» (c. 1442) .
En este contexto hay que tener en cuenta que el derecho vigente ya no es-
tablece la pre sidencia personal y habitual del papa en algunas congregacio-
nes69. Sin embargo, hay algunos supuestos de singular relevancia en los que la
actividad de los dicasterios tiene un sentido meramente preparatorio de la acti-
vidad personal del pontífice. Es lo que sucede p . ej. en el procedimie nto previo
a la concesión de la dispensa matrimonial super rato, tramitado por la Congre-
gación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, o en la propia
actividad de la Congregación para las Causas de los Santos (cfr. PB, arts. 67 y
71 ss., respectivamente).
En general cabe decir que la reserva pontificia, aunque no esté reg ulada
como tal por el derecho vigente, constituye un control administrativo sobre la
actividad de los dicasterios que es siempre posible , para evitar una separación
abso luta entre la titularidad del poder (que corresponde al papa con carácter
propio) y su ejercicio habitual por parte de los dicasterios de la curia romana.
También inciden sobre la actividad de la curia las consulta s previas, los
mandatos especiales y las aprobaciones pontificias. PB, art. 18/c establece en
este sentido que «debe ser norma invariable no hacer nada importante y ex-
traordinario que no haya sido comunicado antes por los Jefes de los dicasterios
al Sumo Pontífice». Por lo que se refiere a los otros controles , PB art. 18/a es-
tablece que las decisiones de mayor importanci a que vayan a ser adoptadas
por la curia deben someterse a la aprobación del papa 7°. Según el artículo cita-
do no requieren, sin embargo, aprobación las decisiones adoptadas a partir de
un mandato especial dado por el papa al jefe del dicasterio , ni tampoco las
sentencia s de los tribunales de la Rota Romana o de la Signatura Apostólica.

5. Los LEGADOS
DELROMANO
PONTÍFICE

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 265-270; CD, 9; PABLOVI, m.p. Sollicitu-


do omnium Ecclesiarum, 24-VI-1969 (AAS, 61, 1969, pp. 473-484);
UDG, art. 21; CIC de 1983, ce . 362-367; PB, arts. 27, 41 § 1 y 46, 3.º;
RGCR , art. 8.

69. Como establecía , en cambio , el CIC de 1917 en sus ce. 246 , 247 § l , 248 § 1 y 257 § l.
70. Las solici tudes, por parte de los dicasterios, de las aprobaciones pontificias en forma
específica siguen un procedimiento especial regulado por el art . 126 del RGCR.

177
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA I GLESIA

A. Características generales del oficio

El Concilio Vaticano 11promovió en CD 9 una mayor determinación de


la función de los legados pontificios, que tuviera en cuenta sobre todo la fun-
ción pastoral propia de los obispos . Con este motivo , Pablo VI promulgó el
24-VI-1969 el m.p . Sollicitudo omnium Ecclesiarum , cuyas normas se han in-
cluido en buena medida en los ce. 362-367 del CIC. Estas disposiciones del
CIC comienzan por proclamar el derecho «nativo e independiente» que tiene
el papa de nombrar a sus propios legados y enviarlos á las diver sas Iglesias
particulares y ante los Estados y autoridades públicas (c. 362).
El legado pontificio es, en efecto , un oficio eclesiástico cuya función
principal consiste sobre todo en ejercer la representación estable de la Santa
Sede (tomada esta expresión en el sentido del c. 361) ante las Iglesias particu-
lares , y ante los diversos Estados y autoridades pública s con los que la Santa
Sede mantiene relaciones estables según las normas del derecho internacional.
El legado tiene, por tanto, una doble función: religiosa o eclesial y diplo-
mática. La más importante es la primera, entre otros motivos porque puede
faltar el reconocimiento diplomático sin que por ello pierda sentido la misión
eclesial de los legados. Con todo , La Iglesia no renuncia a su participación ins-
titucional en la diplomacia internacional - garantizada por el reconocimiento
en diversos convenios de la per sonalidad jurídica internacional de la Santa
Sede -, como medio para defender sus intereses y promover de manera más
eficaz la paz y el progreso de las personas y de los pueblos en un mundo cada
vez más interdependiente.
El preámbulo del m.p . de Pablo VI antes citado trata extensamente del fun-
damento de los legados y se detiene sobre todo, aunque no exclusivamente , en los
aspectos estrictamente eclesiásticos del oficio . Como expresa significativamente
el mismo título de aquella ley pontificia, es la solicitud por toda la Iglesia que co-
rresponde al Sucesor de Pedro la que justifica el envío de sus representantes ante
los obispos, con el fin de promover establemente la mutua información , colabo-
ración y asistencia . En definitiva , la función principal de los legados es robuste-
cer los vínculos de comunión entre los obispos locales y la Santa Sede.
Los legados son nombrados por libre colación del romano pontífice. Se-
gún el art. I § 1 del m.p . Sollicitudo omnium Ecclesiarum el papa nombra como
legados a «eclesiásticos varones que normalmente reciben el orden episcopal ».
Sin embargo, el CIC nada señala a propósito de las condiciones personale s del
titular del oficio , por lo que podría plantearse la cuestión de si podría ser nom-
brado como legado un fiel laico debidamente preparado ; teniendo en cuenta so-
bre todo que sus principales funciones no exigen necesariamente el orden sagra-
do . En cualquier caso, la praxis de la Santa Sede no confirma esta posibilidad 71 •

71 . Cfr . D . LE T ouRNEAU, Les /égats p ontificaux dans le Code de 1983 vingt ans apres la
constitution apostolique «Solli citudo omnium Eccles iarum», en «L' Année Canonique », 32
(1989) , pp. 241 y 242 .

178
ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

A pesar de que los legados ejercen su cargo en las diversas diócesis, estos
oficios pertenecen a la organización de la Iglesia universal. Dependen concre-
tamente de la Secretaría de Estado en sus dos secciones 72 • Paralelamente los
dicasterios de la curia romana deben consultar a los legados pontificios acerca
de los asuntos referidos a las Iglesia s particulares donde ejercen su función ,
comunicándoles también oportunamente las decisiones adoptadas 73 •
Los legados son nombrados normalmente sin determinación temporal del
mandato 74 ; sin embargo el CIC prevé con carácter general en el c. 367 la cesa-
ción en el oficio al cumplirse el tiempo del mandato. Cesa también el legado
por remoción pontificia comunicada al interesado y por renuncia aceptada por
el papa. Sin embargo, permanecen en el oficio en sede pontificia vacante, sal-
vo que se determine otra cosa en el nornbramiento 75 •
Por lo que se refiere a las clases de legados pontificios hay que distinguir
ante todo entre los legados propiamente dichos y otras funciones de represen-
tación propias de la diplomacia pontificia. Este último es el caso de los delega-
dos y observadores de la Santa Sede ante los organismos internacionales, con-
ferencias o reuniones, a los que se refiere el c. 363 § 216 • Como ya se ha
señalado, son propiamente legados los que ejercen una representación estable
de la Santa Sede ante las Iglesias particulares y, en su caso, ante los Estados y
autoridades públicas del lugar de la legación . Si sólo ejercen la representación
ante las Iglesias locales, los legados se llaman «delegados apostólicos»; si ade-
más representan a la Santa Sede ante los Estados y respectivos gobiernos, se
denominan «nuncios» , «pronuncias» e «internuncios»77 • Según las normas del
derecho diplomático internacionaF 8 , los nuncios tienen la categoría de embaja-
dores decanos del cuerpo diplomático acreditado en el país correspondiente,
mientras que los pronuncia s son embajadores sin la condición de decanos. Los
internuncios tienen , por su parte, la condición de enviados extraordinarios o
ministros plenipotenciarios en el país ante el que son acreditados . También
hay encargados de negocios que dirigen la nunciatura en ausencia del nuncio o
del delegado apostólico.

72. Cfr. PB, arts. 41 § 2 y 46 , 3.0 ; RGCR , art. 8.


73. Cfr. PB, art. 27; RGCR, arts. 131 § 7, 133.
74 . Cfr. J.L. GUTIÉRREZ, Comentario al c. 367, en ere-Pamp lona, p. 302.
75 . Cfr. UDG, art. 21 y c. 367. El art. lif § 3 del m.p. Sollicitudo omnium Ecclesiarum es-
tablecía el cese de los legados al cumplir 75 años ; pero en el texto de PB y del RGCR no hay es-
pecíficas alusiones a los legados en esta materia.
76. Cfr. también m.p. So!Licitudo omnium Ecclesiarum, art. II § l. La diferencia entre de-
legados y observadores depende de que la Santa Sede sea miembro o no de la organización co-
rrespondient e y de que tenga o no en ella derecho de voto (cfr. ibid .).
77. Cfr. ibid ., art. l § 2.
78. Cfr. J.-B. D'ONORIO, Le Pape, cit., p. 497.

179
..
ORGANIZA CIÓN DEL GOBIERN O EN LA I GLESIA

B. Fun ciones de los legados

Ya se ha señalado que la tarea principal de los legados del papa es confir-


mar los vínculos de unidad entre la Santa Sede y las Iglesias particular es. En
este sentido corresponden al legado en su ámbito las funciones enumeradas en
el c. 364. Estas funciones lo relacionan sobre todo con los obispos locales -in -
dividualmente considerados o agrupados en la conferencia episcopal del país-
, con la Santa Sede y con las autoridades civiles de la nación.
En relación con los obispo s corresponde al legado una función general de
ayuda y asesoramiento, sin menoscabo de la potestad de aquellos; colaborar
con los obispo s en la promoción del ecumeni smo y mantener frecuentes rela -
ciones con la conferencia episcopal. El legado no es miembro de derecho de la
conferencia episcopa l (cfr. CD , 38/2 y c. 450 § 2); sin embargo , el m.p. Solli-
citudo omnium Eccles iarum estableció en su art. VTII § 2 que el legado deberá
estar presente en la sesión inaugural de cada asamblea plenaria de la conferen -
cia y que podrá participar en otras sesiones por invitación de los obispos
miembros o por mandato de la Santa Sede.
En relación con la Santa Sede es deber del legado informar sobre todo lo
referente a la vida de la Iglesi a y al bien de las almas en el ámbito de su lega -
ción79;instru ir el proce so informativo previo al nombramiento de obispos , in-
cluyendo su propue sta personal, y en general trasmitir o propon er a la Santa
Sede nombr es de candid atos al episcopa dow; ejercer las facultades y cumplir
los mandato s que le confíe la Santa Sede.
Finalm ente, el legado debe esforz arse en promov er iniciativas en favor
de la paz , el progreso y la cooperación de los pueblos, y defender ante las au-
toridades estatale s, de acuerdo con los obispos , todo lo que pertenece a la mi-
sión de la Iglesia y de la Santa Sede.
Como puede comprobarse, el oficio de repre sentación estable que ejerce
el legado se manifiesta funcionalment e en la información , asesoramiento y fo -
mento de iniciativas. No se trata, por tanto, de un oficio con potestad ordinaria
de régimen 81: le falta para ello una asignación de «súbdito s» o fieles vincula-
dos establemente a su juri sdicción. En realidad la función del legado bajo esta
perspe ctiva bascula entre la potestad ordinaria del romano pontífice y de la cu-
ria rom ana , y la pote stad ordinaria de los obispos locale s. En todo caso, sin
em bargo, el legado puede recibir delegacione s de la potestad de régimen , se-
gún lo previsto por el c. 364, 8.0 •

79. El rn.p. Sollicitudo omnium Ecclesiarum estab leció en su art.VIII § 2 que el legado
debe rá ser informado también del orden del día de las reuniones de la conferencia epis copa l y re-
cibir copia de las actas, para su propio conoc imiento y para informar a la San ta Sede.
80. Cfr. c. 364 .4 .0 en relación con el c . 377 § 3.
81. Con independen cia del régimen , localme nte exento de la potestad de los obispos , de la
sede de la legación: cfr. c. 366.

180
r

ORGANIZACIÓN UNIVERSAL

Además de las tareas señaladas -que corresponden a todo legado como


oficio eclesiástico- los legados acreditados ante los Estados según las nor-
mas del derecho internacional, desarrollan las importantes funciones descritas
con carácter general en el c. 365: «promover y fomentar las relaciones entre la
Sede Apostólica y las autoridades del Estado; tratar aquellas cuestiones que se
refieren a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y, de modo particular, tra-
bajar en la negociación de concordatos y convenciones de este tipo , y cuidar
de que se lleven a la práctica». Al desarrollar estas tareas el legado debe oír el
parecer de los obispos de la nación y ofrecerles una oportuna información, se-
gún lo aconsejen las circunstancias.

181
CAPÍTULO VII
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

1. ÜBSERVA CIONES SISTEMÁTICAS

Tras haber estudiado en el capítulo anterior los oficios unipersonales y


los colegios de ámbito univer sal, nos ocupamos ahora de la organización del
gobierno interdioce sano.
En la ordenación sistemática del CIC de 1917 (cfr. ce. 271 ss.) esta mate-
ria era regulada dentro de un título dedicado a la potestad suprema, en el que
se incluían -además del romano pontífice, el concilio ecuménico y los demás
oficios de la Iglesia universal - las normas relativas a los patriarcas , prima -
dos, metropolitanos, concilios plenarios y provinciales. Estas institucione s
eran consideradas partícipe s por derecho eclesiástico de la pote stad suprema
de la Iglesia 1•
El rede scubrimiento y profundización en la dimensión particular de la
Iglesia ha hecho variar el tratamiento normativo de la organización interdioce-
sana, que actualmente gira más bien en torno a la noción de Iglesia particular.
En este sentido, entidades corno los concilios particulares o las conferencias
episcopales no serían ya consideradas corno figuras propias de la organización
universal, sino como instituciones expresivas de la organización de las Iglesias
particulare s en determinados ámbitos.
Ya el Concilio Vaticano II presenta en el decr. Christus Dominus una pe-
culiar distribución de materia s, claramente diversa de la sistemática del CIC
de 1917. A propó sito de la función pastoral de los obispos, aquel documento
conciliar se divide en tres capítulos: los obispos en relación con la Iglesia uni-
versal; los obispos en relación con las Iglesias particulares o dióce sis y, final-
mente, los obispos en cuanto cooperadores al bien común de las diversas Igle-
sias (de Episcopis in commune plurium Ecclesiarum bonum cooperantib us).

l. Cfr. Tit. VII del Libro lI del CIC de 1917: «De suprema potestate deque iis qui eiusdem
sunt eccles iastico iure participes ».

183
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Es en este último capítulo (cfr. CD, 36 ss.) donde el Concilio se ocupa especí-
ficamente de las instituciones interdiocesanas: concilios particulares, confe-
rencias episcopales, provincias y regiones eclesiásticas, etc .
En la valoración de todas estas instituciones deben considerarse tanto los
aspectos históricos y canónicos, como también otros criterios de significado
más bien eclesiológico. En efecto, las instituciones interdiocesanas expresan
particularmente la vocación de servicio que corresponde a los obispos no sólo
respecto de las Iglesias particulares que presiden, sino ~ambién en favor de la
Iglesia universal y las Iglesias particulares de un mismo país o territorio . Esta
sollicitudo omnium Ecclesiarum (cfr. LG 23) se concreta operativamente en la
actuación corresponsable y coordinada de los obispos en diversos colegios de
ámbito particular. Se trata de una realidad que se manifestó ya en los primeros
siglos de la historia de la Iglesia, especialmente a través de la organización
metropolitana y la participación de los obispos en concilios particulares con-
vocados para diversos territorios. Por lo demás, las circunstancias de la vida
moderna subrayan la oportunidad de una actuación coordinada e interdepen-
diente del episcopado en áreas geográficas sociológica, política y culturalmen-
te homogéneas.
En la sistemática del CIC de 1983 las instituciones interdioc esanas se in-
cluyen en la normativa sobre las Iglesias particulares. Es elocuente en este
sentido que el título correspondiente del CIC se denomine «de las agrupacio-
nes de Iglesias particul ares»2 • Con independencia de la terminología empleada
-de la que nos ocuparemos enseguida-, no deja de ser un acierto esta op-
ción legislativa, que no permite, a nuestro juicio, considerar las provincias , re-
giones, concilios particulares, conferencias episcopales, etc. como institucio-
nes de la Iglesia universaP. En cualquier caso, la mutua inmanencia entre la
Iglesia universal y las Iglesias particulares (tan propia de la Iglesia considera-
da como comunión), reclama la necesaria articulación entre la organización
interdiocesana y la autoridad suprema. Corresponde así a la autoridad suprema
de la Iglesia, y particularmente al romano pontífice 4 , constituir y regular las
instituciones interdiocesanas. Por otra parte, aunque éstas pertenezcan a la or-
ganización eclesiástica particular, la potestad y el gobierno que se ejercen en
este ámbito interdiocesano no es simple derivación de la potestad episcopal:
algo así como la suma de la potestad de los obispos al frente de las diversas
Iglesias particulares agrupadas. Por el contrario, el gobierno interdiocesano se
organiza a través del derecho pontificio, conforme a los instrumentos de lapo-
testad ordinaria y delegada (cfr. ce . 131 § 1 ss.).

2. Cfr. CIC, Libro II, Parte II, Sección JI (De Ecclesiis particularibus deque earundem coe-
tibus), Título II (De Ecclesiarum particularium coetibus).
3. En sentido contrario, es decir, proponiendo la consideración de la organización inter-
diocesana en el marco de la organización universa l, cfr. J .l. ARRIETA , Provincia y Región ecle-
siásticas, en VV.AA., «Le nouveau Code de Droit Canonique », Actas del V Congre so Interna-
cional de Derecho Canónico, Ottawa 1986, vol. II, p. 621 .
4. Cfr. ce. 431 § 3 y 449 § l; PB, arts . 76 y 82.

184
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

La incidencia del derecho pontificio en el ámbito interdiocesano se explica


porque los obi spos gobiernan, a partir de la consagración episcopal y la misión
canónica recibidas, la s Iglesias particulares con potestad ordinaria, propia e in-
mediata; pero la ordenación de la actividad de gobierno de los obispos fuera de
las diócesis prop ias -es decir, en ámbitos en los que concurre la potestad de
otros obispos- corresponde particularmente al papa como cabeza del colegio
episcopal con potestad universal5. En este sentido el papa puede circunscribir el
ejercicio de la potestad episcopal dentro de ciertos límites , atendiendo a la utili-
dad de la Iglesia y de los fieles (cfr. LG 27): puede establecer colegios y oficios
interdiocesanos dotados de potestad ordinaria; puede también ampliar o limitar
el ejercicio de la potestad episcopal mediante delegaciones o reservas (cfr. c. 381
§ 1). Por consiguiente, el derecho pontificio cumple en el marco de la organiza-
ción interdiocesana una doble función: por una parte, ordenar positivamente la
actividad oficial de los obispos fuera de la propia diócesis; por otra parte , forta-
lecer la potestad episcopal (cfr. c. 333 § 1) y prevenir su posible condiciona-
miento a través de una excesiva incidencia de las instituciones interdiocesanas.
Volviendo a la sistemática del CIC sobre esta materia, cabe señalar algu-
nos interrogantes que plantea .
Por una parte, el aspecto terminológico: la calificación codicia! de coetus
o agrupación de Iglesias particulares es más descriptiva que técnica, y admite
diversas variantes, como las que se han difundido en la doctrina más reciente:
«insta ncia s intermedias» entre la Santa Sede y los obispos diocesanos, «orga-
nización eclesiástica regional», «instituciones supradiocesanas», etc. Además,
la «agrupación» de Iglesias particulares no da lugar a un ente con personalidad
jurídica superior que anularía la subjetividad de las instituciones «agrupadas».
Por el contrario, las Igle sias particulare s conservan en todas las formas de or-
ganización interdioce sana su plena autonomía institucional y su personalidad
jurídica. Por todo ello y también porque las instituciones del presente capítulo
trascienden por su ámbito la delimitación territorial diocesana, empleamos por
nuestra parte la expresión «organización interdiocesana».
Además de la cuestión termino lógica aludida, cabe señalar tambi én que
el título del CIC sobre las instituciones interdiocesanas está situado entre las
norma s referidas a las Iglesias particulares en general y lo s ce. que se ocupan
de la organización interna de ésta s. Esta opción sistemática del legislador obe-
deció al deseo de subrayar la prioridad de la Iglesia particular, y de la potestad
del obispo en ella, frente a las formas interdiocesanas de coordinación 6 • Sin
embargo, el resultado producido es una ruptura o separación sistemática entre

5. «Cada uno de los obispos , que presiden las Iglesias particulares, ejerce su gobierno pas-
toral sobre la Porción del Pueblo de Dios que se le ha encomendado, pero no sobre otras Iglesias
ni sobre la Iglesia universal» (LG 23).
6. Cfr. p. ej. Communicationes, 12 ( 1980), p. 244 . Fue en el proyecto de 1982 cuando se
adoptó la distribución sistemática que finalmente ha conservado el CIC a propósito de la organi-
zación interdiocesana.

185
ORGA Nf'ZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

el título I y el título III de la sección dedicada a la s Iglesias particulares y sus


agrupaciones: el CIC regula en primer lugar la Igle sia particular como tal ,
pero , después de tratar de los obispos y de la sede impedida y vacante , inte-
rrumpe el discurso normativo para incluir la s normas sobre la organización in-
terdiocesana ; y sólo después continúa con los cánones referidos a la organiza-
ción interna de las diócesis. Como el resultado producido es un tanto
artificioso , parece más apropiado -al menos desde un punto de vista didácti -
co - adoptar un orden «descendente» en la presentación de la organi zació n in-
terdiocesana : primero, la organización universal; después, la organización in-
terdiocesana y, por último, la organización diocesana o particular . Esta
distribución de materias no prejuzga ni condiciona necesariamente la primacía
eclesiológica de la relación Iglesia universal - Iglesia particular .
Concluyendo: en este capítulo nos ocuparemos de las instituciones en las
que se expresa sobre todo la actuación coordinada e interdependiente de los
obispos en el ámbito interdiocesano. Las instituciones interdiocesanas sirven
también para ordenar el ejercicio del gobierno en este ámbito, como tendre-
mos ocasión de recordar en las próximas páginas.

2. LA PROVINCIA
ECLESIÁSTICA

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 215 § 1 y 272-279 ; CD, 39-41; ES, 1 § 42;
CIC de 1983, ce. 431-438; PB, art . 76; Pastoresgregis, n. 62; AS , nn . 22
y 23.

A. Concepto y significado de la provincia

La provincia es en el derecho canónico una agrupación territorial de dió-


cesis u otras circunscripciones vecinas . Está compuesta por una sede principal,
denominada metropolitana , y otras diócesis que se llaman sufragáneas. La
provincia goza de personalidad jurídica ipso iure y su constitución , cambio y
eventual supresión corresponde a la autoridad suprema de la Iglesia, oídos los
obispos intere sados . Corresponde concretamente a las conferencias episcopa-
les el estudio y propuesta a la Santa Sede de soluciones para conseguir una
adecuada delimitación del territorio provinciaF . En la provincia ejercen fun-
ciones especiales el arzobispo metropolitano y el concilio pro vincial 8 •
La provincia comprende un territorio determinado, generalmente más pe -
queño que el de un Estado, aunque a veces sus límites geográfico s pueden
coincidir con los estatales (cfr. c. 439 § 2) . Sin embargo , la pro vincia eclesiás-
tica carece de una base comunitaria propia: la agrupación provincial no impli-

7. Cfr. CD,41 y ES , 1 § 42.


8. Cfr. para todos estos datos, ce. 431 § 1 y 3, y c. 432.

186
,
ORGANIZACIÓN INTERDTOCESANA

ca una comunidad de fiel es con clero y pueblo propio presidida por el metro-
politano . Esta base comunitari a corresponde tan sólo a las diócesis agrupad as,
de manera que el metropolitano no goza de una función de gobierno general
sobre la provincia y, en cambio , las dióce sis agrupada s conservan su autono -
mía y subjetividad, con sus correspondientes pastores, clero y pueblo.
El origen histórico de las provincias -o, más precisamente, de la organi-
zación metropolitana - es muy antiguo: se localiza primero en el oriente cris-
tiano y más tarde en occidente , a partir de los siglos IV y V. Son modelos terri-
toriales que la Iglesia adoptó sobre la base de las estruct uras civiles del
derecho romano 9 • A partir del siglo II a.e. la provincia era un territorio anexio-
nado por Roma y situado fuera de la península italiana . La lex provinciae regu-
laba la administración provincial y el gobierno se encomendaba a un magistra-
do. Por su parte , la metropolis era la ciudad matriz o principal de la provincia.
A partir del siglo IV en cada provincia romana solía haber un obispo me-
tropolitano , de manera que el conjunto de sedes presididas por él pasó a deno-
minarse provincia eclesiástica. El obispo de la metrópolis ejercía jurisdicci ón
sobre los demás obispos de la provincia, que a partir del siglo VIII se denomi-
naron «sufragá neo s» 1º. El establecimie nto de provincia s eclesiásticas fue un
proceso gradual y no simultáneo en las diversas regiones del imperio cristia-
no11; pero en todo caso la organización metropolitana-provincial desempeñó
históricamente una importante función en lo que se refiere a la relación de los
obispos con las autoridades civiles, la coordinación de la actividad de los obis-
pos vecinos bajo la dirección del metropolitano, y la convocatoria periódica de
concilios particulares; sobre todo en épocas de mayores dificultades de comu-
nicación con la sede romana.
Actualmente son dos las funciones principales y generales que cumple la
provincia como institución canónica (cfr. c. 431 § 1): en primer lugar , la deli-
mitación provincial sirve para promover una acción pastoral común en dióce-
sis vecinas , adaptada a las circunstancias locales ; en segundo lugar, es instru-
mento para promover las recíprocas relaciones entre los obispos que presiden
las dióce sis agrupadas. En ocasiones la provin cia puede servir también para la
relación de los obispos con las autoridades civiles (cfr. CD, 39), sobre todo en
determinados ámbito s regionales o locales dentro del territorio estatal. Tam-
bién es útil para solucionar el problema de la organización pastoral en las ciu-
dades muy grandes, en las que razones de diversa índole -también sociológi-
cas- aconsejan a veces no romper la unidad natural que forma la ciudad con
diócesis independientes unas de otras, y promover en camb io una actividad

9. Cfr . M . COSTALUNGA, l 'organizzazio ne in province e regioni ecclesiastiche , en «Ius


Canonicum », 22 (] 982) , pp. 750 ss.
10. El término proc ede del derech o de sufragio que corr espondía a los obispos en el con-
cilio provinci al: cfr . Annuari o Pontificio 2009 , p. 1869.
11. Cfr . J. ÜRLANDIS, Función histórica y ec/esiológica de los concilios particulares , en
«La Synodalité », cit., vol. I, p. 292.

187
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

coordinada de los obispos junto con el metropolitano , dotado de facultades es-


peciales si fuera el caso .
Hay que observar, sin embargo , que aquella s funciones de coordinación
pastoral corresponden hoy también a las conferencias episcopales. Además, la
mayor facilidad de las comunicaciones , la homogen eidad de las costumbres y
modos de vida en áreas geográfica s más amplias, y la falta de correspondencia
necesaria entre la provincia y el territorio estatal han hecho que el significado
de la organización metropolitana y provincial sea hoy .menos importante que
en épocas pasadas 12 • Con todo, la legislación vigente no sólo perfila con carác-
ter general los elementos propio s de la provincia (a diferenci a del CIC de
1917, que sólo regulab a la provincia incidentalm ente , con ocasión de las nor-
mas dedicadas al metropolitano y los concilios particulares), sino que además
establece esta figura con carácter nece sar io. En este sentido el c. 431 § 1 dis-
pone que «las Iglesias particulare s se agruparán (componantur) en pro vincias
eclesiásticas delimitada s territorialmente ». Este carácter preceptivo de las pro-
vincias eclesiásticas tiene como consecuencia el significado excepcional de las
diócesis denominadas «exentas » por el c. 431 § 2. Este canon , de acuerdo con
lo ya previsto por CD 40/2, dispone que «como norma general no habrá en
adelante diócesis exentas; por tanto , todas las dióce sis y demá s Iglesias parti-
culares que se encuentran dentro del territorio de una pro vincia eclesiástica,
deben adscribirse a esa provincia».
Las diócesis «exentas» se caracterizan por depender directamente de la
Santa Sede, sin mediación de la pro vincia ecle siástica y de la autoridad del
metropolit ano . Las razones de esta dependencia directa son variadas ": en oca-
siones se trata de diócesis separadas de la juri sdicción del metropolitano y
convertidas en sedes arzobispales autónomas, a causa de la importancia adqui-
rida (p. ej. Tánger, Camberra, Barcelona antes de la reforma de 2004); otras
veces son diócesis que han dejado de ser metropolitan as (Ferrara , Goa hasta el
año 2002). También intervi enen factores de orden histórico-diplomático (así
en las diócesis francesa s de Estrasburgo y Metz) y geog ráfic o, sobre todo
cuando los límit es territorial es diocesano s coinciden con los de una nación
(Mónaco, Luxemburgo, Gambia, etc .) o en el caso de las numerosas diócesis
italianas que dependen directamente de la Santa Sede.
En resumen, la provincia ecle siástica es una agrupación territorial , nece-
saria y con personalidad jurídi ca propia, de diócesis vecinas, bajo la autoridad
del metropolitano y del concilio provinci al, para promover una acción pastoral
común y fomentar las relaciones entre los obispos diocesanos 14 •

12. Cfr. P. MO NETA, La sede metrop olitana nel diritto canon ico , en «Il Diritto Ecclesiasti-
co», 104 (1993/ 1), pp. 92 y 93.
13. Cfr . M. CO STALUNGA, L 'organizzazione, cit. , p. 762; M .T . GRE GORIO DE TEJ ADA, Voca-
bulari o básico , cit., p. 159.
14. En España hay actualmente 14 provincia s eclesiásticas: Barcelona (sufragáneas : S.
Feliu de Llobregat , Terrasa) , Burgos (sufragáneas: Bilbao, Osma- Soria, Palencia y Vitoria), Ora-

188
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

B. El arzobispo metropolitano: naturaleza del oficio y potestad

El metropolitano es el oficio eclesiástico que preside una sede arzobispal


reconocida por la Santa Sede como principal en la provincia eclesiástica . Su
titula r es un arzobispo que, además de ser cabeza de la Iglesia particular que
constituye la sede metropo litana, tiene también la función de estar al frente de
la provincia eclesiástica, según las competencias que el derecho vincula con el
oficio. Aquí nos referimos solamente a esta segunda función, específica del
metropolita no y que le caracteriza como el oficio unipersona l más importante
en la organización interdiocesana del gobierno en la Iglesia latina 15, por más
que sus competencia s sean bastante limitadas.
Como hemos indicado , el título arzobispal del metropolitano se refiere a
una diócesis (archidióce sis) concreta , que forma con otras diócesis una provin-
cia eclesiástica. En este sentido el arzobispo metropolitano se diferencia de
otros arzobispos al frente de diócesis directamente dependientes de la Santa
Sede, que no forman una provincia, y de otros arzobispos meramente titulares,
sin sede propia porque no gobiernan clero ni pueblo propio (p. ej. los arzobis-
pos que presiden cierto s dicasterios en la curia romana) 16 •
Ya hemos señalado también en el epígrafe anterior que históricamente los
metropolitanos eran los obispos de las metrópolis , ciudades destacada s dentro
de la organización provincial del imperio romano; de ahí su denominación , que
se ha conservado hasta nuestros días. A partir de los siglos IV y V ejercieron
jurisdicción sobre los obispos de la provincia. En efecto, aparte de las funcio-
nes referidas a los concilios provinciales, que todavía hoy mantienen, los me-

nada (Almería, Cartagena , Guadix -Baza , Jaén y Málaga), Madrid (Alcalá de Henares y Getafe),
Mérida-Bad ajoz (Coria-Cáceres y Plasencia), Oviedo (Astorga, León y Santander), Pamplo na-
Tudela (Calahorra y La Calzada-Logroño, Jaca , San Seba stián), Santiago de Compost ela (Lugo,
Mondoñedo-El Ferrol , Orense, Tui-Vigo), Sevilla (Cádiz-Ceuta, Canarias, Córdoba, Huelva , Je-
rez de la Frontera y Tenerife) , Tarragona (Girona, Lleida , Solsona, Tortosa, Urgell y Vic), Toledo
(Albacete, Cuenca, Sigüenza-Guadalajara y Ciudad Real) , Valencia (Ibiza, Mallorca , Menorca,
Orihuela-Ali cante y Segorbe -Castellón), Valladolid (Ávila, Ciudad Rodrigo, Salamanc a, Sego-
via y Zamora) y Zaragoza (Barbastro, Hues ca, Tarazona , Teruel y Albarracín). Vid. las referen-
cias en el Annuario Pontificio 2009, pp. 1162 y 1163.
15. Conviene tener en cuenta aquí lo que dispone el c. 438: «Aparte de la prerrogativa ho-
norífica , el título de Patriarca o de Primado no lleva consigo en la Iglesia latina ninguna potestad
de régime n, a no ser que en algún caso conste otra cosa por privilegio apostólico o por costum-
bre aprobada». Entre los patriarcas latinos se cuentan actualmente los de Jerusalén , Venecia, Lis-
boa , Indias Orientales (el título corresponde en este caso al arzobispo de Goa, en la India), e In-
dias Occidentales (título que , después de la muerte del arzobispo de Madrid-Alcalá en 1963,
quedó vacante sine die): cfr. Annuario Pontificio 2009, pp. 6 ss. Por su parte , el título latino de
primado se aplica a la diócesis más antigua o más importante históricamente en una nación . Hay
casos en los que el primado ejerce por costumbre o privilegio cierta potestad de régimen, como
ocurre p. ej. con los primado s de Hungría y Polonia .
16. El arzobispado es, por tanto , un título referido a una sede episcopal concreta , que se
llama archidiócesis y que puede o no ser metropolitana; o bien una condición personal no referi-
da a la capitalidad de una Iglesia particular.

189
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

tropolit anos intervenían en los asuntos extraordinario s de la provincia, recibían


apelaciones y recur sos contra las sentencias y decretos de los sufragán eos, so-
bre los que tenían además competencias de orden administrativo y di sciplinar.
Inclu so les correspondía consagrar a los obispos sufragáneos y confir marlos en
sus sedes. Má s tarde , a través de un proceso histórico en el que influyeron par-
ticularment e las decretale s pseudoisidoriana s y la reforma tridentina, se redu-
jeron progresivamente las antigua s prerrogativas de los metropolitanos, que
fueron atribuidas en buena parte a la Santa Sede 17• ,

La potestad que el derecho vincul a con el oficio de metropolitano (potes-


tad ordinaria) se limit a actualmente al conjunt o de competencias enumerada s
por el c. 436 y otro s conexos. Es significativ a la expres ión que contiene el c.
436 § 3 ( «ningu na otra pote stad de régi men compete al met ropo litan o sobre
las diócesis sufragáneas »), que subraya la potestad propia corres pondiente a
cada uno de los obispos de la provinci a en sus dióce sis. Se excluye, por tanto
la hipotéti ca pote stad legislativa del me tropolitano sobre la provincia y tam-
bién una posible potestad administrativa general. Puede ejercer, en cambio , es-
peciale s funciones administ rativas y judiciale s en las diócesis sufrag áneas : vi-
gilar para que se con serve la fe y la disciplina eclesiástic a e informar al pap a
sobre eventual es abusos; hac er, con aprobación previa de la Santa Sede, la vi-
sita canónic a si el sufragáneo la hubiera descuidado ; designar al admini strado r
diocesa no (que rig e la diócesi s en sede vacan te) en el caso de que éste no fue-
ra eleg ido en el plazo establ ecido o no se hubi era n cumplido las condiciones
de idoneidad que el derecho exige para el cargo.
Además de esta s competencias establ ecidas por el c. 4 36 § 1 hay que te-
ner en cuenta que ordinariamente el tribunal de la dióce sis metropolitana reci-
be las apelaciones con tra sentenci as dictada s en las dióce sis sufragánea s 18•
Tambié n le corres pond e al arzo bispo metropol itano intervenir en el pro cedi-
miento de promoción de obispos diocesanos y coadjut ores (c. 377 § 3); infor-
mar a la Sant a Sede en el caso de que un obi spo sufragáneo se ausente ilegíti-
mam ente de la diócesis por más de seis me ses y cuando el sufrag áneo quede
impedido para eje rcer su oficio a causa de una pena canó nica (ce. 395 § 4 y
415) ; ejercer co ncretas funciones a propó sito del concilio provincial (c . 442).
El metropolit ano deb e ser informado tambien por el sufragán eo acerca de las
declaraciones y decretos del sínod o dioce sano y sobre la lista de sacerdotes
previstos p ara regir la dióce sis en sede impedida (ce. 467 y 413 § 1). Ad emás,
debe ser con sultado en el caso de que un obispo sufragáne o pretenda disolver
el consejo presbiteral de su diócesis (c . 501 § 3) .
Finalmente, es importante con siderar a propó sito de las competencias del
metrop olit ano que está expre sament e prevista por el c. 436 § 2 la posibilidad

17. Cfr. A . ÜARCiA Y GARciA , Historia del derecho canónico, cit ., pp. 109, 218-219 , y 367.
18. Cfr. c. 1438, 1.0 Además, «cuando la causa se conoce en primera instancia ante el Me -
tropolitano, la apelación se interpone ante el tribunal que él mismo haya designado de modo es-
table», con aprobación de la Santa Sede» (c. 1438, 2.0 ). Cfr. también el c. 1439.

190
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

de que reciba de la Santa Sede encargos y potestades peculiares . Puede tratar-


se no sólo de delegaciones ocasionales, sino también de competencias vincu-
ladas con el oficio a través del derecho particular, como prevé el canon citado
al tratar de aquellos munera et potestates. En cualquier caso, esta posibilidad
admitida por el CIC puede aumentar considerablemente el ámbito de actua-
ción de los metropolitanos , según las circunstancias locales .
El metropolitano debe pedir al papa el palio en el plazo de tres meses
desde la consagración episcopal, o desde la provisión del oficio si ya fuera
obispo (cfr. c. 437 § 1). El palio (una cinta de lana blanca con seis cruces ne-
gras que se usa a modo de collar o escapulario) es el distintivo litúrgico de los
metropolitanos, que simboliza la potestad que ejerce en la provincia 19 en co-
munión con la sede romana. Suele imponerse al metropolitano o ser entregado
a su repre sentante por el Cardenal Protodiácono en nombre del papa y con
ocasión de un consistorio cardenalicio (cfr. c. 355 § 2). Para subrayar el sim-
bolismo del palio en relación con la potestad metropolitana, Pablo VI determi-
nó a través del m.p. lnter eximia episcopalis, de 1l-V-1978 20 , que el palio se
conceda solamente a los metropolitanos y al Patriarca latino de Jerusalén, ex-
cluidos otros arzobispos y obispos latinos y orientales.

3. LA REGIÓN
ECLESIÁSTICA

CD, 39, 40/3, y 41; ES, l § 42; CIC de 1983, ce. 433 y 434;
REGULACIÓN:
PB, art. 76.

La región es una agrupación territorial de prov incias geográficamente ve-


cinas. Se diferencia de la provincia no sólo en cuanto que supone un ámbito
territorial más amplio (las provincias comprenden diócesis; las regiones, pro-
vincias), sino también por su diferente posición en la organización eclesiástica
interdiocesana: frente al carácter necesario de las provincias , las regione s sólo
se erigen por la Santa Sede «si utilitas id suadeat» (c. 433 § 1), si parece útil , a
propuesta de la conferencia episcopal interesada . Además, a diferencia de la
provincia , la región erigida no siempre tiene personalidad jurídica .
Durante los trabajos preparatorios del CIC se manifestaron algunas incer-
tidumbres a propósito del significado de la región eclesiástica 2 1• En efecto , du-
rante aqueIIos trabajos se discutió si la región ecle siástica debería coincidir o
no con el territorio de la nación en la que sería erigida; si debería ser una figu-

19. Por eso, el palio sólo puede ser usado en la provincia eclesiástica , pero no fuera de
ella. Además, en el caso de que sea trasladado a otra sede metropolitana , el metropolitano nece -
sita un nuevo palio (cfr. c. 437 §§ 2 y 3).
20. Cfr.A AS,7 0(1978 ), pp. 44ly442.
21. Cfr. J .L. GUTIÉRR EZ,I raggruppamenti di Chiese partico/ari, en «Monitor Ecclesiasti-
cus», 116 ( 1991), pp. 449 ss.; J.I. ARRIETA, Provincia y región eclesiásticas, cit., pp. 614 ss.

191
ORGANIZACIÓN DEL GOBl/fRNO EN LA IGLESIA

ra necesaria o facultativa, donde lo aconsejaran las circunstancias; si la autori-


dad propia de la región habría de ser la conferencia episcopal y el concilio «re-
gional». Estas y otras cuestiones fueron motivadas por la falta de tradición ca-
nónica del concepto de región , menos preciso que el de provincia eclesiástica.
Según los ce. 308 § 1 y 433 § 1 de los proyectos de 1980 y 1982, respectiva-
mente, la región venía a ser configurada prácticamente como el territorio pro-
pio de la conferencia episcopal y del concilio regional22 •
La solución final adoptada por el CIC de 1983 supqne una regulación muy
flexible de la región, como figura que pueda adaptarse a las diversas circuns-
tancias locales. La característica mínima de toda región eclesiástica -como ya
había apuntado el Concilio Vaticano II en CD 40/3- es la de agrupar territo-
rialmente varias provincias . A partir de ese elemento común pueden existir no-
tables diferencias entre las regiones erigidas, según que su ámbito coincida o
no con el de una nación o el de una conferencia episcopal; según tengan o no
personalidad jurídica; según las concretas competencias de la asamblea regio-
nal de obispos, etc . En cualquier caso, a tenor de la regulación actual no existe
relación necesaria entre región, nación, conferencia episcopal y concilio re-
gional. Es significativo en este sentido que el c. 434 se refiera genéricamente,
como autoridad coordinadora de la región, al conventus o asamblea de los
obispos y no a la conferencia episcopal. Además el CIC, a diferencia de lo pre-
visto en los trabajos preparatorios mencionados, no emplea ya la expresión
«concilio regional » cuando trata de los concilios particulares, sino que se re-
fiere solamente a los concilios provinciales y plenario s.
En resumen , la finalidad de la región como ente territorial, canónicamen-
te no preceptivo, es facilitar una mayor coordinación y cooperación entre los
obispos cuando así lo aconsejen las necesidades locales; principalmente en
aquellas naciones donde las diócesis y las provincias sean más numerosas (cfr.
c . 433 § 1). Este es p. ej. el caso de Italia donde , a partir de una experiencia an-
terior incluso al Concilio Vaticano II , existen 16 regiones que agrupan ciuda-
des importantes 23 • También hay regiones eclesiásticas en Brasil y USA24.

4. Los CONCILIOS PARTICULARES

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 281-292; CD, 36; El, n. 213; CIC de
1983, ce. 439-446; PB, art. 82; AS , nn. 24-27.

22. Así, el c. 308 § l del Schema de 1980 disponía: «In regione ecclesiastica auctoritate,
ad norrnam iuris, gaudent Concilium regionale atque Episcoporum conferentia regionis». Por su
parte , el c. 433 § 1 del proyecto de 1982 establecía que «In territorio conferentiae Episcoporum
auctoritate. ad normam iuris, gaudet ipsa conferentia necnon Concilium regionale». Para la solu-
ción definitiva, vid. el texto del c. 433 § l del CIC.
23. Cfr. Annuario Pontificio 2009, pp . 1157 ss.
24. Cfr. J.L. G UTIÉRREZ, 1 raggruppamenti, cit., p. 453. En USA hay concretamente 13 re-
giones eclesiásticas: cfr. ibid., p. 453, nota 59.

192
ORGANIZACIÓN TNTERD!OCESANA

A. Aspectos generales

Los concilios particulares son colegios de convocatoria ocasional y so-


lemne que reúnen a miembros de la jerarquía episcopal y otros fieles para pro-
mover básicamente el incremento de la fe , la pastoral común, y la tutela de la
disciplina eclesiástica en el ámbito interdiocesano. Si el concilio particular se
convoca para una provincia eclesiástica se denomina concilio provincial ; si, en
cambio , es convocado para las Iglesias particulares pertenecientes al ámbito
de una misma conferencia episcopal , se denomina concilio plenario.
La figura de los concilio s particulare s es muy antigua, hasta el punto de
constituir, como dice el Concilio Vaticano II , una «venerable institución» (CD,
36) , particularmente expresiva de la solicitud episcopal por todas las Iglesia s
desde los primeros siglos del cristianismo. Baste pensar, por referimos sola-
mente al occidente cristiano, en los numerosos concilios celebrados durante la
antigüedad tardía y la edad media en el norte de África y en la España visigo-
da; la amplia serie de concilios merovingios y carolingios, los concilios plena-
rios de la América moderna , etc. A medida que fue consolidándose el sistema
de las provincias eclesiásticas tras la libertad reconocida al cristianismo, los
concilios provinciales fueron adquiriendo importancia para el gobierno ecle-
siástico interdiocesano, entendido en sentido amplio: aspecto s doctrinales y
disciplinares, resolución de conflictos, cuestione s judiciales ... Se trataba de
una institución apta «para moderar las costumbres , corregir excesos , dirimir
controversias y resolver otras cuestiones autorizadas por los sagrados cáno -
nes», como señaló el Concilio de Trento al describir la competencia general de
los concilio s provincial es 25 • Por su parte, los concilio s plenarios - que a veces
se denominaban también nacionales , generale s, etc .- reunían principalmente
a miembros de la jerarquía de un territorio más extenso que el provincial , y se
ocupaban de asuntos similares a los tratado s por los concilio s provinciales ,
pero de mayor entidad doctrinal , litúrgica, etc. 26

B. Convocatoria y celebración

Ya hemo s señalado que los concilios particulares son institucione s cole-


giales, previstas y reguladas por el ordenamiento canónico general , de convo-
catoria y celebración ocasional21 • Un aspecto de interés en la evolución histó -

25. Cfr. Sessio XXIV, de reformatione , c. 2.


26. Cfr. J. ÜRL ANDIS , Funci ón históri ca y eclesiológ ica de los concilios particular es, cit. ,
p. 298. En la Iglesia africana y visigoda la función de los concilios plenarios era incluso comp/ e-
m emari a de los concilios provinciales, en el sentido de que aquellos se ocupaban de asuntos de
interés común , más allá de los que afectaban a una sola provincia o eran con siderado s de menor
entidad : cfr. ibid ., pp. 299 y 300.
27. Vid. supra cap . IV § 4 , la distinción entre co legios de convocatoria periódica y cole-
gios de convocatoria solemne y ocasional.

193
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA JGLESTA

rica de los concilios particulares es lo que Orlandis denomina «la imposible


periodicidad conciliar» 28 • En efecto, desde que el Concilio de Nicea ordenara
en el siglo IV la celebración del concilio provincial dos veces al año , la praxis
de establecer la periodicidad conciliar fue mantenida todavía en el año 1215
por la const. 6.ª del Concilio IV de Letrán (que dispuso la celebración de con-
cilios provinciales una vez al año). Sin embargo , esta determinación no fue
cumplida en la práctica. Por eso en siglos posteriores la disciplina fue mitiga-
da , de manera que, según las disposiciones de Martín y, León X (siglos XV y
XVI, respectivamente) y el propio Concilio de Trento, el concilio provincial
debía celebrarse cada tres años. Con todo , a la vista de las dificultades para
observar estas disposiciones 29 , el CIC de 1917 amplió mucho los plazos, seña-
lando en el c. 283 que el concilio provincial debía celebrarse al menos cada
veinte años. Pero ni siquiera bastó esta ampliación para que la norma fuera ob-
servada habitualmente en las diversas provincias eclesiásticas. Por eso, el CIC
de 1983 ha renunciado finalmente a establecer plazo alguno para la convoca-
toria y celebración de los concilios particulares (provinciales o plenarios).
Actualmente el concilio provincial se celebrará «cuantas veces parezca
oportuno a la mayor parte de los obispos diocesanos de la provincia» (c. 440 §
1). Una vez decidida la oportunidad de su celebración, la concreta convocato-
ria del concilio provincial corresponde al metropolitano con el consentimiento
de la mayoría de los obispos sufragáneos (c. 442 § 1, l.º). Por su parte, el con-
cilio plenario se celebra por decisión de la conferencia episcopal del territorio,
con aprobación de la Santa Sede (c. 439 § 1), y es la misma conferencia epis -
copal quien lo convoca (c . 441 .1.º). La misma norma se aplica al concilio pro -
vincial cuando el ámbito de la provincia eclesiástica coincida con el territorio
de una nación (cfr. c. 439 § 2).

C. Composición. Voto deliberativo y consultivo

En el fundamento de los concilios particulares está presente indudablemen-


te el principio eclesiológico de la colegialidad del episcopado 30 • Ya se ha subra-
yado que el vínculo de comunión que une recíprocamente a los miembros del
colegio episcopal no agota sus manifestaciones en el ejercicio de la potestad su-
prema para toda la Iglesia , sino que implica también la cooperación mutua entre
los obispos a través de las instituciones colegiales interdiocesanas. En este senti-
do la composición de los concilios particulares es básicamente jerárquica ; es de-
cir, sus miembros son ante todo los obispos del territorio para el que se convoca
el concilio particular, aunque no se excluye en la normativa vigente la participa-

28 . Cfr. J. ÜRL ANDIS, art . cit ., pp. 293 SS.


29. Cfr. ibid., p. 295.
30. Cfr. G . GHIRL ANDA , «Munus regendí et munus docendi» dei concili partícolari e delle
conferenze episcopali , en «La Synodalité» , cit. , vol. I, p. 361 .

194
ORGANIZACIÓN INTERDJOCESANA

ción de otros fieles. La diferencia entre unos y otros se expresa especialmente a


través de la distinción entre el voto deliberativo y el voto consultivo.
En efecto, deben ser preceptivamente convocados al concilio particular
- sea éste plenario o provincial- los obispos diocesanos y equiparados 3 1, los
obispos coadjutores y auxiliares , y otros obispos titulares que desempeñen una
función peculiar en el territorio por encargo de la Santa Sede o de la conferen-
cia episcopal. Todos ellos tienen en el concilio voto deliberativo (c. 443 §
1) Además, pueden ser llamados a los concilios particulares otros obispos
titulares, incluso eméritos, que residan en el territorio, pero siempre con voto
deliberativo (c. 443 § 2).
Además de los miembros de la jerarquía episcopal deben ser preceptiva-
mente convocados y tienen voto consultivo: los vicarios generales y episcopales
de las diócesis para las que se convoca el concilio; algunos representantes de los
superiores mayores de institutos religiosos y sociedades de vida apostólica con
sede en el territorio; los rectores de las universidades eclesiásticas y católicas , y
los decanos de las facultades de teología y derecho canónico del territorio; algu-
nos representantes de los rectores de seminarios mayores y dos miembros de
cada cabildo catedral, consejo presbiteral y consejo pastoral constituidos en las
diócesis para las que se convoca el concilio (ce. 443 § 3 y 443 § 5).
Un tercer grupo de miembros de los concilios particulares lo constituyen
algunos fieles (clérigos, laicos o religiosos) que pueden ser llamados al conci-
lio particular con voto únicamente consultivo. El c. 443 § 4 establece para tal
caso que el número de estos miembros facultativamente convocados no puede
superar la mitad de los que participan en los dos grupos anteriores.
Finalmente, pueden ser convocadas a los concilios particulare s otras per-
sonas, incluidos los no católicos , en calidad de invitados; es decir, sin ostentar
la condición de miembros del concilio (c. 443 § 6).
Como puede observarse, el CIC combina dos criterios o distincione s para
precisar la adscripción a los concilios particulares : por una parte, la distinción
entre el voto deliberativo y el consultivo; por otra parte, la diferencia entre
convocatoria necesaria y facultativa.
Es de particular importancia canónica la distinción entre el voto deliberati-
vo y el consultivo dentro del concilio, como colegio de la organización eclesiás-
tica. Tanto el voto deliberativo como el consultivo intervienen en el proceso de
elaboración y formación de la voluntad colegial. En este sentido todos los miem-
bros tienen el deber de asistir y participar en el concilio (cfr. c. 444 § 1) y el de-
recho de intervenir libremente en los debates. Sin embargo, la determinación y
aprobación definitiva de las declaraciones y decretos conciliares corresponden
exclusivamente a los miembros con voto deliberativo -es decir , a los obis-
pos- ; mientras que los demás miembros sólo tienen formalmente una capaci-
dad de propuesta sobre el contenido de lo que será la voluntad final colegial.

31. Cfr. ce. 381 § 2 y 134 § 3.

195
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

La distinción entre el voto deliberativo y consultivo tiene, por tanto, sig-


nificativas consecuencias canónicas. Así, por referir una hipótesis extrema, la
diversa eficacia del voto en uno y otro caso previene contra cualquier imposi-
ción o presión a los obispos por parte de los demás miembros. En este sentido
conviene que las normas reglamentarias que regulen concretamente el procedi-
miento o actividad conciliar establezcan también con la suficiente claridad la
incidencia de la diversa calidad del voto de los miembros; p. ej., reservando
expresamente a los obispos la votación y aprobación 9efinitiva de los docu-
mentos conciliares. Por lo demás, estas precisiones no deben impedir obvia-
mente la libertad de los debates , ni tampoco sustituir la búsqueda del consenso
e incluso del acuerdo unánime, que es signo de verdadera comunión, más allá
del régimen de mayorías y de la distinción entre voto consultivo y deliberativo .

D. Funcionamiento y competencia general


El concreto funcionamiento de los concilios particulares se rige por las
normas del CIC y por las disposiciones reglamentarias (cfr. c. 95), que se pu-
blicarán normalmente junto con la convocatoria oficial. Si se trata del concilio
provincial, la aprobación del reglamento corresponde al metropolitano, con el
consentimiento de la mayoría de los obispos sufragáneos. También correspon-
de al metropolitano, con los mismos requisitos de consulta, designar el lugar
de celebración del concilio provincial, determinar las cuestiones que han de
tratarse, fijar la fecha de comienzo y duración previsible del concilio, y tam-
bién presidirlo, trasladarlo, prorrogarlo y concluirlo (cfr. c. 442). Estas mismas
competencias correspondem mutatis mutandis a la conferencia episcopal
cuando se trata del concilio plenario (cfr. c. 441). Hay que tener en cuenta que,
tanto la preparación como también la celebración y ejecución de los acuerdos
de los concilios particulares, exigen intensos trabajos que normalmente se pro-
longan durante años.
Las competencias de los concilios particulares se encuentran en estrecha
relación con la finalidad que el derecho les reconoce. De acuerdo con la tradi-
ción histórica , el c. 445 describe la finalidad de los concilios particulares alu-
diendo al «incremento de la fe, la organización de la actividad pastoral común,
el orden de las buenas costumbres y la observancia, establecimiento o tutela
de la disciplina eclesiástica común». Como puede observarse, se trata de fines
con un significado muy amplio, referidos básicamente al ámbito doctrinal-ma-
gisterial y también al ejercicio del gobierno (munera docendi et regendi). En
efecto , el derecho reconoce en favor de los concilios particulares una función
general de magisterio y doctrina (cfr. c. 753), y al mismo tiempo una función
de gobierno también general, manifestada particularmente en el ejercicio de la
potestad legislativa 32 •

32. Cfr. c. 445. Vid. también los ce. 823 § 2 y 952 § 1.

196
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

Sobre el ejercicio del gobierno y potestad que corresponden a los conci-


lios particulares inciden tres límites específicos: en primer lugar, debe respe-
tarse el derecho universal de la Iglesia (cfr. ce. 445 y 135 § 2); en segundo lu-
gar, el concilio particular debe salvar también las competencias jurídicas de
otros oficios. Este límite no se refiere tanto a la potestad de los obispos dioce -
sanos -puesto que son ellos mismos los que toman las decisiones en los con-
cilios particulares para sus diócesis-, cuanto más bien a las atribuciones y de-
cisiones jurídicas de la conferencia episcopal del territorio, que no pueden ser
derogadas por las decisiones de un concilio particular 33 • En tercer lugar, incide
también en el ejercicio de la competencia general de los concilios particulares
el control administrativo de la recognitio o revisión de los decretos conciliares
por la Santa Sede antes de su promulgación 34 • La recognitio está prevista por el
c. 446 como requisito necesario para la promulgación de las decisiones conci-
liares, de manera que no cabe duda, a nuestro juicio, de que se trata de un ele-
.mento necesario para la eficacia jurídica de aquellas decisiones.

E. Crisis de la institución

A pesar de la relevancia histórica de los concilios particulares y del deseo


expresado en CD 36 de que cobren nuevo vigor y vitalidad, el dinamismo de
los concilios particulares es actualmente muy escaso 35 •
Esto no deja de plantear interrogantes sobre el significado actual y el fu-
turo de los concilios particulares. Aunque se trate de instituciones diferentes
- por su origen, por la periodicidad de su celebración, por su composición,
por el alcance de sus competencias, por su régimen jurídico en definitiva - las
conferencias episcopales se han convertido de hecho en herederas de las fun-
ciones de armonización interdiocesana que antaño desempeñaron los concilios
particulares 36 • Debe reconocerse, sin embargo, que la celebración de un conci-

33. A diferencia de los concilios particulare s, las conferencias episcopales no tienen po-
testad general sobre el territorio , sino atribuciones específicas determinadas por el derecho co-
mún o por delegación (cfr. c. 455 § 1). Por lo que se refiere a estas atribuciones específicas su
competencia es exclusiva.
34. Sixto V estableció en 1588 la obligatoriedad del examen y revisión por la Santa Sede
de los decretos de los concilios provinciales , en el contexto de la reforma tridentina y del estable-
cimiento de la curia romana por aquel Pontífice : cfr. V. GóMEZ IGLESI AS , La Bula «Immensa Ae-
terni Dei» de Sixto V (22-1-1588): la revisión de los decretos de los concilios particulares, en
«La Synodalité», cit., vol. 1, p. 409.
35. Baste observar que en los primeros diez años transcurridos desde la promulgación del
CIC de 1983 solamente se celebraron ¡dos concilios particulares! en toda la Iglesia latina, y ade-
más el número de concilios que en el mismo periodo se encontraban en fase de celebración era
también mu y reducido: tres concilios plenario s y dos provinciales. Vid. toda s las referencias en
J.-B. D'ONORIO, Les Conciles particuliers apres dix ans d'application du Code de Droit Cano-
nique, en PONTIFI CIUM CONSILIUM DE LEGUM TEX TIBUS l NTER PRETANDIS, /us in vita et in missione
Ecclesiae, cit., pp. 595 ss.
36. Es significativa la opinión de Orlandis, tras haber estudiado el fracaso históri co de las
previsiones sobre la celebración periódica de los concilios provinciale s: «Tal vez la normativa

197
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

lio provincial o plenario es un acontecimiento particularmente relevante en la


vida de las Iglesias particulares y que, además, los concilios particulares pue-
den expresar, a diferencia de las conferencias episcopales, la participación de
diversos fieles y no solamente de los obispos. En este sentido , son institucio-
nes más abiertas y participativas que las conferencias episcopales.

5. LA CONFERENCIA
EPISCOPAL

REGULACIÓN: CIC de 1917 , c. 292; LG, 23; CD, 37 y 38; ES, 1 § 41; El,
nn. 210-212; CIC de 1983, ce. 447-459; PB, arts. 76 y 82; JUAN PABLOu,
m.p.Apostolos suos, 21-V-1998, (AAS, 90, 1998, pp. 641-658); Pastores
gregis, n. 63; AS , nn. 28-32.

A . Introducción

El origen de las conferencias episcopales suele situarse en 1830, con mo-


tivo del comienzo de las reuniones de los obispos belgas para consultas recí-
procas y periódicas. Más tarde esta praxis de reuniones episcopales se exten-
dió a otros países europeos , como Alemania , Austria, Italia, etc. A la muerte de
León XIII en 1903 estos conventus episcoporum, aprobados y promovidos por
la Santa Sede , existían ya en diversos países, incluso fuera del continente eu-
ropeo. El motivo de estas reuniones periódicas venía constituido sobre todo,
aunque no exclusivamente, por la necesidad de una respuesta coordinada a los
problemas referidos a la acción de la Iglesia en la sociedad y de una relación
entre los obispos del país y las autoridades civiles 37 •
El CIC de 1917 dedicó escasas normas a las conferencias de obispos, sin
reconocer todavía su ámbito nacional; sin embargo, el antiguo c. 292 § 1 esta-
blecía ya como principio la obligatoriedad de los encuentros entre obispos per-
tenecientes a una misma provincia eclesiástica.
La celebración del Concilio Vaticano II constituyó un momento especial-
mente importante para las conferencias episcopales. Aunque no pueden consi-
derarse una creación del Concilio, pues ya existían anteriormente, el Vaticano
II promovió expresamente la constitución y actividad de las conferencias en
todos los países con jerarquía episcopal constituida. En el contexto de las en-
señanzas del Concilio sobre la colegialidad episcopal, las conferencias son va-

del Código de 1983 venga a representar no ya sólo el reconocimiento de la esterilidad de las ten-
tativas pasadas , sino la propia cri sis del concilio provincial como institución canónica : una insti-
tución venerable , pero que no respondería a las exigencias actuales de una disciplina eclesiástica
adecuada a la realidad de la vida de la Iglesia en el mundo contemporáneo »: J . ORLA NDIS, Fun -
ción históri ca , cit., p. 296 .
37. Cfr. G . FELICIA Nr, Le Conferenze Episcopali , Bologna 1974, pp. 16 ss.

198
r ~~~~-----------
.......
ORGANIZACIÓN INTER DIOCESANA

loradas como un instrumento para que tenga aplicación concreta el vínculo de


«afecto colegial» que une entre sí a los obispos de un determinado territorio
(cfr. LO , 23). El decr. Christus Dominu s estableció en los nn. 37-39 un régi-
men jurídico bastante detallado sobre las conferencias episcopales. Al mismo
tiempo, el Concilio y la legislación posterior atribuyeron a las conferencias un
importante papel en la promoción y aplicación de la reforma litúrgica y en
otros ámbitos 38 •
Las disposiciones del Vaticano II informan el contenido de los ce. 447-
459 del CIC de 1983, que constituyen el marco jurídico general, las normas
comunes a todas las conferencias episcopales en la Iglesia latina . Estas dispo -
siciones del CIC son completadas por los estatutos de cada confere ncia, revi-
sados por la Santa Sede (cfr. c. 451) 39 •

B. Naturale za jurídica

El c. 447 define la conferencia episcopal como una institución permanen -


te: «la asamblea (coetus) de los obispos de una nación o territorio determina -
do , que ejer cen unidos algunas funcione s pastorale s respecto de los fiele s de
su territorio , para promover conforme a la norm a del derecho el mayor bien
que la Iglesia propor ciona a los hombres, sobre todo mediante formas y modos
de apostolado convenientemente acomodado s a las peculiare s circun stancias
de tiempo y de lugar».
En la conferencia episcopal considerada como institución canónica -c o-
mo ocurre también en las demás institucione s de la organización jerárquica de
la Iglesia - se descubren elementos de orden doctrinal o eclesiológico, junto
con otras características que tienen más bien un significado empírico o funcio-
nal. Las conferencia s episcopales expresan la actuación colegial del epi scopa-
do en un determin ado territo rio . En este sentido son instrumento s canónicos
para robu stecer, manife star y aplicar conc retam ente el vínculo de comunión
que une a los obispos como consecuencia del sacramento recibido y de su ads-
cripción al colegio episcopal (cfr. LO , 23)4°. Decir esto equivale a recordar una
vez más que la comunión en la Iglesia no es un simple postulado moral, un
vago afecto ind efinido (cfr. LO, Nota Explicativa Previa n. 2), sino que tiene
concretas expresiones canónicas en el marco de la actuación conjunta de la Je-
rarquía. La colegialidad incide como principio ecles iológico en la configura-
ción institucional de las conferencias episc opales, en cuanto colegios integra-

38 . Cfr. J. M ANZANARES, Liturgia y descentral ización en el Concilio Vaticano /l . Las con-


ferencias episcopal es, eje de la reforma conciliar , Roma 1970, pp. 185 ss., especia lmente .
39. Los esta tutos de la s conferencia s epi scopa les de Europa y América han sido pub lica-
dos por R . AsTORR I, Gli Statuti del/e conferenze episcopa li. l . Europa , Padova 1987, y por J.C .
IBAN,Gli Statuti de/le conferem:e episcopali. JI. América, Pado va 1989 .
40 . Cfr. J .I. ARRTETA, Conferenze episcopali e vinco/o di comunion e, cit., pp . 3-22.

199
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

dos por obispos de diversos territorios; aunque obviamente ni la composición


ni tampoco el régimen jurídico de las conferencias permiten confundirlas con
la actuación del colegio episcopal para toda la Iglesia.
Por otra parte, esta actuación conjunta de los obispos en las conferencias
episcopales, al tiempo que es expresión del vínculo de comunión del episcopa-
do , permite alcanzar también diversas finalidades que superan la actuación in-
dividual de los obispos. En este sentido las conferencias episcopales cumplen
una importante función coordinadora de algunos aspectos de la función pasto-
ral de los obispos (munera quaedam pastoralia, señala el c. 447) en un deter-
minado territorio. Así p. ej . en lo que se refiere al desarrollo y aplicación del
derecho universal, la consulta permanente entre los obispos y de éstos con la
Santa Sede, el intercambio de información y opiniones sobre aspectos que
aconsejan unos criterios comunes, la publicación de documentos como res-
puesta a cuestiones doctrinale s planteada s en el territorio de la conferencia, el
diálogo y cooperación con las autoridades civiles en aspectos relacionados con
la misión de la Iglesia , etc. El desarrollo de las comunicaciones y la amplitud
de las relaciones sociales que es característica de la vida moderna hacen que
aquellos aspectos tengan una dimensión interdiocesana, nacional e incluso in-
ternacional, de manera que sea aconsejable una actuación de los obispos que
complete en tales casos las limitadas posibilidades del ámbito diocesano.
Dentro de la tipología de las instituciones canónicas las conferencias epis-
copales son colegios establecidos en la organización eclesiástica, compuestos
por los obispos de un determinado territorio . Su carácter de «institutum perma-
nens» -además de otros aspectos relativos a su régimen jurídico, como son su
composición y competencia- diferencia claramente la conferencia episcopal
de los concilios particulares , que son colegios de convocatoria solemne y oca-
sional, y de otras instituciones colegiales. Toda conferencia episcopal legítima-
mente erigida tiene ipso iure personalidad jurídica; su erección , cambio y su-
presión corresponde a la autoridad suprema de la Iglesia (cfr. c. 449 §§ 1 y 2).
Considerando las funciones que tiene encomendadas, la conferencia epis-
copal se integra en el género de los colegios consultivos 4 ', en cuanto que sirve
sobre todo para coordinar algunas funciones episcopales en el territorio y tam-
bién como instrumento colegial de consulta con la Santa Sede4 2 • En este senti-
do las conferencias son colegios consultivos de los obispos entre sí y con la
Santa Sede. Sin embargo, este prevalente significado consultivo de las confe-
rencia s no excluye que ocasionalmente puedan actuar como verdaderos cole-
gios deliberativos , según lo previsto por el c. 455 y el m.p. Aposto/os suos.
Por su ámbito de actuación las conferencias episcopales se adscriben a la
organización interdiocesana. El supuesto ordinario es el de la conferencia

41. Vid. supra, cap . IV,§§ 4 y 6.B, sobre las características de los coleg ios consultivos y
su diferencia respecto de los colegios deliberativos.
42. P. ej. cuando la Santa Sede pide a las conferencias episcopal es su opinión sobre pro-
yectos de documentos genera les: cfr. PB, art . 26 § 1.

200
ORGANIZACIÓN INTERDIOCESANA

compuesta por los obispos de una determinada nación; pero es posible tam-
bién la constitución de conferencias episcopales para un ámbito mayor o me-
nor que el territorio estatal. Según estas posibilidades previstas por el c. 448,
pueden existir conferencias nacionales , infranacionales o intemacionales 43 •

C. Composición y organización interna

A diferencia de los concilios particulares , que admiten la participación de


diversos fieles (cfr. c. 443), los miembros de las conferencias episcopales perte-
necen siempre a la jerarquía episcopal. Sin embargo , el fundamento de la ads-
cripción a la conferencia episcopal no es exclusivamente el sacramento del epis-
copado, sino principalmente la misión canónica recibida por sus miembros.
Todos ellos son titulares de oficios con funciones propias de la jerarquía episco-
pal de gobierno. Esta relevancia que el derecho otorga a la misión canónica para
organizar la composic ión de las conferencias explica que no todos los obispos
del territorio sean miembros de la conferencia episcopal 44 • Viceversa , es posible
que formen parte de la conferencia prelados con funciones de naturaleza episco-
pal que, sin embargo, no hayan recibido la consagración episcopal45 •
Concretamente pertenecen a la conferencia episcopal ipso iure, en virtud
de lo dispuesto por el derecho común, que es desarrollado por los estatutos de
las diversas conferencias,: a) todos los obispos diocesanos del territorio; b) los
prelados jurídicamente equiparados con los obispos diocesanos , es decir, los
oficios que están al frente de las circunscripciones no diocesanas; c) los obis-
pos coadjutores; d) los obispos auxiliares; e) los obispos titulares que, por en-
cargo de la Santa Sede o de la conferencia episcopal, cumplen un función pe-
culiar en el territorio de la conferencia (cfr. para todos ellos el c. 450 § 1)46 •

43 . Actualmente existen 95 conferencias nacionale s y 14 supranacionales. Los obispos de


Gran Bretaña se agrupan en dos conferencias infranacionales: la de Inglaterra-Gales y la de Es-
cocia; también la India comprende dentro de su territorio dos conferencias episcopales. Vid. los
datos en Annuario Pontificio 2009, pp. 1104 ss . Sobre las relacione s entre las diversas conferen -
cias constituidas, cfr. el c. 459.
44. En efecto , aparte de los obispos diocesanos, equiparados, auxiliares, y coadjutores, sólo
son miembros ipso iure de la conferencia episcopal los obispos titulares que cumplan -según la
misión canónica recibida- una «función peculiar» en el territorio de la conferencia, por encargo
de la Santa Sede o de la misma conferencia episcopal. Los demás obispos titulare s y el legado
pontificio del territorio no son miembros de derecho de la conferencia (cfr. c. 450 §§ 1 y 2).
45. Es el caso de los ordinarios militares, que no reciben necesariamente la consagración
episcopal y, sin embar go, son miembros de derecho de la conferencia episcopal del terri torio
donde el ordinariato haya sido erigido (cfr. SMC, art. III). Lo mismo se puede decir de los aba-
des territoriales y prefecto s apostólicos, que ordinariamente no reciben el episcopado, e incluso
de los administradores diocesanos (cfr. ce. 421 ss.), que son admit idos como miembros de dere-
cho por diver sos estatutos de conferencias episcopales (cfr. p. ej. el art. 2 § 1 de los estatutos de
la Conferencia Episcopal Española).
46. Con datos de 1991 las conferencias episcopales más numero sas eran las de Brasil (303
miembros), USA (301) e Italia (259). Lógicament e son las que presentan también mayor comple-

201
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

La posición jurídica de los miembros - y, en concreto, el alcance de su


voto dentro de la conferencia episcopal considerada como colegio - es regu-
lada por el c. 454: en las reuniones plenarias tienen voto deliberativo los obis-
po s diocesanos, los prelados canónicamente equiparados con ellos y los obis-
pos coadjutores . En cambio, los obispos auxiliares y los obispos titulares que
eventualmente pertenezcan a la conferencia tendrán voto deliberativo o con-
sultivo según lo que determinen los estatutos particulares 47 • El c. 454 § 2 esta-
blece además la reserva del voto deliberativo en favor d_e los obispos diocesa-
nos, equiparados y coadjutores cuando se trate de elaborar los estatutos de la
conferencia o de modificarlos.
De acuerdo con las consecuencias generales de la distinción entre voto
deliberativo y consultivo (en el sentido de que sólo los miembros con voto de-
liberativo constituyen la volu ntad colegial definitiva, mientras que el voto
consultivo participa únicamente en el proceso de formación de esa voluntad
colegial), el c. 455 § 2 establece que los decretos generales de las conferencias
episcopales deben ser aprobados por al menos dos tercios de lo s votos de los
prelados que tengan voto deliberativo .
El CIC 48 regula algunos aspectos generales de la organización interna de
las conferencias episcopa le s, aunque la regulación detallada de esta materia
corresponde típicamente a los estatutos de cada conferencia (cfr . c. 451). Son
oficios unipersonales de la conferencia los de presidente, vicepresidente y se-
cretario general. Por su parte, el coetus o grupo de obispos miembros de la
conferencia actúa en sesiones plenarias, reuniones de la comisión permanente
y a través de diversas comis ione s que puedan estar previstas en los estatutos.
El presidente (y cuando éste se encuentre impedido, el vicepresidente) di-
rige tanto las reuniones plenarias de la confe rencia como también su comisión
permanente. Según la respuesta del Consejo Pontificio para los Textos Legis-
lativos, de 23-V-1988 49 , los obispos auxiliares no pueden ejercer el cargo de
presidentes de las conferencias episcopales. Por su parte, el secretario general
cumple las funciones previstas por el c. 458, además de otras que le sean enco-
mendadas por los estatutos de la conferencia.
Las reuniones plenarias de la conferencia episcopal, en las que participan
todos los miembros, deben celebrarse al menos una vez al año (c. 453). Se re-
servan a la asamblea plenaria el tratamiento de las cuestiones de mayor impor-
tancia; entre ellas, la discusión y votación de los decretos generales que even-

jidad organizativa. En el mismo periodo existían 12 conferencias europeas y america nas que no
superaban los 10 miembros. Cfr. J. Rm z ÜRTA, La organización de las conferencias episcopales
en el derecho canónico universal y particular, cit., pp. 354-355 y 341 .
47. La mayor parte de los estatutos de las conferencias episcopales reconocen el voto de-
liberativo de los obispos auxiliares: cfr. J . RuIZ ÜRTA, op. cit., p. 154. Téngase en cuenta que hay
conferencias episcopales, como las de Alemania y Polonia, con más auxiliares y coadjutores que
obispos diocesanos.
48. Cfr.cc.451-454,457y458.
49. Cfr.AAS, 81 (1989),p. 388.

202
ORGANIZACIÓN JNTERDIOCESANA

tualmente puedan ser publicados por la conferencia (c. 455 § 2). También co-
rresponde exclusivamente a la asamblea plenaria aprobar las declaraciones
doctrinales que vayan a ser publicadas en nombre de la conferencia como tal,
como condición para puedan ser consideradas actos de magisterio auténtico
colegial de los obispos 50• Por su parte, la función principal de la comisión per-
manente (de la que forman parte algunos de los miembros de la conferencia,
para facilitar el trabajo ordinario) es preparar el orden del día y la celebración
de las asambleas plenarias, y también ejecutar sus decisiones.

D. Competencia

Los obispos ejercen colegialmente en las conferencias episcopales aspec-


tos de la enseñanza de la doctrina cristiana, y en ocasiones el magisterio autén-
tico; asimismo ejercen una función de gobierno eclesiástico en el ámbito inter-
diocesano. El ejercicio del munus regendi por las conferencias es objeto de una
estricta regulación en el CIC de 1983, tanto por lo que se refiere a las materias
como también a propósito del procedimiento que se debe seguir. En este senti-
do -a diferencia de los concilios particulares, que tienen potestad de régimen
legislativa general, sin limitación de materias ni de procedimiento, para esta-
blecer «cuanto parezca oportuno para el incremento de la fe, la organización de
la actividad pastoral común, el orden de las buenas costumbres y la observan-
cia, establecimiento o tutela de la disciplina eclesiástica común» (c. 445)-, las
conferencias episcopales solam ente pueden publicar decretos generales en las
materias prescritas por el derecho común o en las determinadas por delegación
de la Santa Sede (cfr. c. 455 § 1). Fuera de estos ámbitos materiales las confe-
rencias no pueden actuar jurídicamente en nombre de todos los obispos miem-
bros, es decir, como colegio , salvo que todos y cada uno hayan dado su propio
consentimiento. La razón consiste en que, fuera de los casos regulados por el c.
455 § 2, «permanece íntegra la competencia de cada obispo diocesano » (c. 455
§ 4). Para que una materia propia de la función de gobierno de los obispos dio-
cesanos pueda ser tratada jurídicamente por la conferencia episcopal, es nece-
saria, por tanto, una habilitación expresa en favor de la conferencia, por el de-
recho común o por delegación de la Santa Sede . Si falta este presupuesto
habilitador, sólo cabe el acuerdo unánime, como lógica aplicación del c. 119 §
3 ( «lo que afecta a todos y a cada uno debe ser aprobado por todos»).
La razón de la diferencia entre la regulación especial de la competencia
de la conferencia episcopal y el reconocimiento de la competencia general de
los concilios particulares consiste en que éstos son convocados ocasionalmen-
te, mientras que las conferencias episcopales son colegios permanentes de
convocatoria regular , por lo que cabría el peligro de una limitación práctica de

50. Cfr. m.p . Aposto/os suos , arts . 1 y 2.

203
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

la potestad de los obispos en sus Iglesias particulares si se reconociera una


competencia general de gobierno en favor de las conferencias.
Además de estas precisiones de orden material contenidas en el c. 455 §§
1 y 4, el ere establece algunas determinaciones sobre el procedimiento de for-
mación de los decretos generales de la conferencia y sobre su eficacia jurídica.
En efecto, para la validez de tales decretos es necesario que hayan sido apro-
bados en sesión plenaria al menos con dos tercios de los votos de los miem-
bros con voto deliberativo. Además deben ser revisados ,por la Santa Sede (re-
cognitio) y promulgados oficialmente, para que tengan fuerza vinculante (cfr.
c. 455 §§ 2 y 3).
Hasta la promulgación en 1998 del m.p. Apostolos suos, el ejercicio del
munus docendi por parte de las conferencias episcopales no estaba regulado
por normas específicas, salvo la referencia al magisterio episcopal contenida
en el c. 753. Se trataba de un vacío legal que merecía ser colmado, no sólo
porque en la práctica sea más frecuente el ejercicio de las funciones docentes
que las de gobierno, sino también porque paradójicamente éstas últimas son
reguladas con todo detalle por el ele , como acabamos de ver.
Juan Pablo 11 quiso resolver ese problema estableciendo en Apostolos
suos el alcance y límites de la función docente de las conferencias episcopales.
La solución consistió básicamente en aplicar a las funciones docentes de la
conferencia los requisitos que ya había establecido en 1983 el c. 455 para la
publicación de decretos legislativos por las conferencias episcopales. De este
modo Apostolos suos distingue básicamente entre las funciones doctrinales o
de enseñanza cristiana de las conferencias episcopales y el magisterio auténti-
co, que es el que ejercen los obispos revestidos de una especial autoridad reci-
bida de Jesucristo y que, por tanto, exige una adhesión religiosa especial de los
fieles (cfr. n. 22) . La distinción no es superflua, pues no todo lo que dicen o
publican los obispos, individualmente o reunidos en conferencias episcopales,
tiene la misma fuerza moral vinculante, ya sea por la naturaleza misma del
asunto del que se hayan ocupado, ya porque su intención no haya consistido
en ejercer formalmente la función de magisterio . Pues bien, para que las decla-
raciones doctrinales de las conferencias puedan ser consideradas legítimos ac-
tos colegiales de magisterio auténtico de los obispos y puedan ser publicadas
en nombre de la conferencia, deben ser aprobadas por todos los obispos miem-
bros, o, si esto no es posible, en reunión plenaria al menos por dos tercios de
los obispos que pertenecen a la conferencia con voto deliberativo, y con la exi-
gencia, además, de que el texto sea revisado por la Sede apostólica antes de su
publicación (Apostolos suos , art . 1). Esta exigencia de que sólo la reunión ple-
naria de los obispos es sujeto de eventuales actos de magisterio auténtico cole-
gial, se completa con la prohibición de que tal potestad de magisterio pueda
ser delegada por la plenaria en favor de comisiones episcopales más reducidas
u otros organismos de la conferencia (Apostolos suos, art. 2).

204
ORGANIZACIÓN INTERDJOCESANA

E. Cuestiones planteadas

Las conferencias episcopales son instituciones que actualmente tienen una


especial importancia para la actuación de la Jerarquía y para la vida de la Igle-
sia en los diver sos países y continentes. En 1985 la Asamblea Extraordinaria
del Sínodo de los Obispos, celebrada en Roma para conmemorar el XX aniver-
sario del Concilio Vaticano II, reconoció la «utilidad pastoral», más aún, la «ne-
cesidad» de estos colegios en las circunstancias actuales. Al mismo tiempo el
Sínodo de 1985 subrayó que en la actuación de las conferencias debía tenerse
siempre presente «el bien de la Iglesia, es decir, el servicio a la unidad, y la res-
ponsabilidad inalienable de cada obispo hacia la Iglesia universal y la suya par-
ticular» . Tras estas afirmaciones se ocultaba la preocupación manife stada no
sólo por algunos notables teólogos y canoni stas sino también y sobre todo por
bastantes obispos sobre el alcance y el fundamento de la actividad de las confe-
rencias. De hecho, en las sugerencias finales del Sínodo de 1985 se quiso pro-
mover expresamente un estudio del estatuto teológico de las conferencias epis-
copales y, particularmente, una explicación más clara de su autoridad doctrinal
sobre la base de lo dispuesto por el Concilio Vaticano II y el CIC de 1983. Es-
tas sugerencias crearon un clima de estudio que se manifestó en numerosas pu-
blicaciones editadas sobre aquellos argumen tos durante los últimos lustros.
Puede decirse que han sido tratadas todas las cuestiones, tanto los aspectos más
generales sobre el fundamento de las conferencias episcopales , como también
los relativos al concreto ejercicio de las funciones que el derecho les atribuye.
En cierto modo lo que se ha producido en estos últimos años es un proce-
so doctrina l . En una primera fase inmediatamente posterior a la celebración
del Vaticano II las conferencias episcopales fueron vistas quizás con una eufo -
ria excesiva, casi como el instrumento ejecuto r por excelencia de las reforma s
que el Concilio había establecido o promovido. Este excesivo protagonismo
que se les quiso otorgar fue creando un clima de progresiva centralización del
gobierno en favor de las conferencias, impulsado también por el apogeo en los
años sesenta y setenta del siglo pasado de la llamada «pastoral de conjunto». A
esta prim era etapa sucedió otra de cierta preocupación por algunos obi spos
que veían condicionado el ejercicio de su potestad y su respon sabilidad pasto-
ral en sus dióce sis mediant e el protagonismo práctico de lo establecido o pro-
movido por la conferencia episcopal. Este clima de preocupación se manifestó
dura nte los trabajos preparator ios del CIC de 1983, de tal manera que el texto
final reco noció meno s competencias jurídi cas en favor de las confere ncias
episcopales de las que estaban previstas inicia lmente. Una tercera fase de este
proceso doctrinal fue la que abrió el Sínodo de 1985 al promover el estudio al
que acabamo s de aludir. Esta fase se concretó de algún modo en las determ ina-
ciones del m.p. Aposto/os suos , que ha servido para precisar el alcance y los lí-
mites de la función docente de las conferencias episcopales.
Pero en Apostolos suos Juan Pab lo 11no se limitó solamente a dar reglas
prácticas sobre la actividad de las confere ncias sino que explicó tambi én ex-
205
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

tensamente aspectos relativos a la razón de ser de aquéllas. En este sentido la


promulgación de ese documento pontificio ha constituido un nuevo elemento
del proceso doctrinal descrito, una nueva fase que se podría calificar de realis-
ta, en el sentido de que se reconoce la necesidad y utilidad pastoral de las con-
ferencias episcopales, su fundamento en la doctrina de la colegialidad episco-
pal y la necesidad de que su actividad sea oportunamente regulada por normas
jurídicas que coordinen debidamente la presencia y virtualidad de las confe-
rencias en la vida de la Iglesia con la potestad de los obispos en sus Iglesias
particulares y las competencias propias de la Sede apostólica. En cualquier
caso, los documentos magisteriales y jurídicos vigentes se alejan , a nuestro
juicio , de la concepción de la conferencia episcopal como expresión necesaria,
central y protagonista de la comunión de las Iglesias particulares en una na-
ción; más bien queda situada como un complemento colegial a la capitalidad
ordinaria y propia de los obispos en sus diócesis.

206
CAPÍTULO VII

ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASIDIOCESANA

NOTA PREVIA

En este capítulo trataremos de la organización propia de las diócesis y


circunscripciones análogas . Para los aspectos generales relativos a las circuns-
cripciones eclesiásticas es necesario tener en cuenta lo expuesto más arriba, en
el capítulo V; en particular, lo señalado sobre la ejemplaridad del modelo dio-
cesano, la equiparación canónica de las demá s circunscripciones con las dió-
cesis y las clasificaciones generales de las circunscripciones. Como ya adver-
timos entonces , el derecho común regula con detalle los aspectos relativos al
gobierno y organización pastoral de las diócesis 1 , mientras que son escasas las
normas específicamente dedicadas a las demás comunidades de la organiza -
ción jerárquica de la Iglesia. Por este motivo , comenzaremos estas páginas con
algunas referencias generales a las diócesis. Después trataremos de las cir-
cunscripciones análogas comenzando por las que tienen territorio canónico
propio, es decir, la prelatura territorial, la abadía territorial y la administración
apostólica. Para seguir con las circunscripciones territoriales, estudiaremo s
después cada una de las circunscripciones de misión (misiones sui iuris, pre-
fecturas apostólicas y vicariatos apostólicos) . A continuación trataremos de los
cuatro de circunscripciones personale s: la prelatura personal, el ordinariato
personal con sus diversas variantes y la administración apostólica personal.
Una vez estudiada s las comunidades en cuanto tales, nos ocuparemos fi-
nalmente de los oficios y colegios según la organización interna de las dióce-
sis, es decir , el oficio capital del obispo, la curia colaboradora, los distintos co-
legios diocesanos y la cura de almas parroquial .

1. Cfr. ce. 460 ss.: De interna ordinatione Ecclesiarum particu/arium.

207
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

1 . LA DIÓCESIS

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 215-217; CD, 11, 22-24; PO, 10; ES, I §
12; REU, art. 49; El, nn. 171-174; CIC de 1983, ce. 368, 369, 372-374;
PB, arts. 75 ss. y 89; AS, n. 5.

A. Aspectos generales

Las raíces del término «diócesis» (del griego dioikesis, que significa ad-
ministración) como concepto jurídico se encuentran en el derecho público ro-
mano , al igual que sucede también con otras nociones que emplea el derecho
de la Iglesia, como las de vicariatos, prefecturas, provincias etc. Sin embargo,
fueron necesarios muchos sig los para el definitivo asentamiento canónico del
significado de diócesis como circunscripción gobernada por un obispo, de ám-
bito menor que el de la provincia eclesiástica.
A finales del siglo III d.C. el emperador Diocleciano promovió una ambi-
ciosa reforma administrativa al dividir el imperio en prefecturas , diócesis y pro-
vincias 2. Las prefecturas eran las unidades territoriales más amplias: dos en
Oriente (Oriente e Illiria) y otras dos en Occidente (Italia y las Galias), y cada
una de ellas era gobernada por un praefectus pretorio. Las prefectura s se divi-
dieron en doce diócesis 3 gobernadas por los vicarii imperii , que tenían atribu-
ciones fiscales y judiciales. A su vez, las diócesis fueron divididas en numerosas
provincias, que eran distritos territoriales de ámbito menor que el diocesano.
Pocos años después de aquella reforma administrativa el término diócesis
había sido ya asumido de modo natural por el lenguaje eclesiástico: así en el
canon 2 del Concilio de Constantinopla del año 381 y en el canon 9 del Conci-
lio de Calcedonia del año 451 4 • En estas asambleas conciliares el término indi-
caba ya el ámbito territorial de un patriarca o de un exarca. Este significado de
la diócesis como ámbito jurisdiccional de un patriarca o exarca dividido en
provincias eclesiásticas o eparquías se difundió sobre todo en Oriente. En Oc-
cidente, en cambio, la circunscripción episcopal se denominaba sobre todo pa-
roecia o parochia.
A partir de las decretales de Gregorio IX (siglo XIII) el término diócesis
se refirió ya a un territorio dependiente de la jurisdicción de un obispo. Este

2. Cfr. R. DOMINGO,Los principios de territorialidad y de personalidad en el concepto de


diócesis, en VV.AA. , «Ig lesia universal e Iglesias particulares » , IX Simposio Internacional de
Teología, Pamplona 1989 , pp. 274 ss., de quien tomo los principales datos históricos que se ex-
ponen en el texto. Cfr. también , detal ladamente, A . SCHEUERMANN , Diozese (Dioikesis) , en «Re -
allexikon für Antike und Christentum », III (1957), cols. 1053-1062.
3 . Oriente , Póntica ,Asiana, Tracia , Mesia , Panonia , Britania, Galia , Vienense, Italia, His-
pania y África.
4. Vid. , VV .AA., Conciliorum Oecumenicorum Decreta, 3.ª ed. , Bologna 1973 , pp. 31 -32
y 91, respectivamente .

208
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

sentido territorial de la diócesis, claramente expresado en los ce. 216 y 217 del
CIC de 1917, es el que ha prevalecido en la historia del derecho canónico.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II ofreció expresamente una definición
de diócesis menos dependiente de los aspectos externos delimitadores y más
atenta, en cambio, a los elementos internos y personales de la diócesis en
cuanto comunidad de fieles presidida por un obispo 5 • En efecto, según CD 11
«la diócesis es una porción del Pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se enco-
mienda al Obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que , unida a
su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la
Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está
presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica». Esta de-
finición es idéntica a la contenida en el c. 369 del CIC de 1983.
Por consiguiente, la diócesis o Iglesia particular es ante todo una porción
del Pueblo de Dios, jerárquicamente estructurada en virtud de la sacra potes-
tas del obispo y la dedicación estable de un propio presbiterio, para realizar la
misión de la Iglesia. Dentro del sistema canónico de circunscripciones ecle-
siásticas la diócesis ocupa una posición central. No es un simple distrito admi-
nistrativo, sino que tiene un significado constitucional, en cuanto forma pri-
maria de agrupación de los fieles en torno a un sucesor de los apóstoles que
ejerce en ella la sagrada potestad recibida de Jesucristo con la mediación de la
Iglesia (sacramento y misión canónica). Es el modelo institucional ejemplar en
cuanto forma de agrupación de los fieles para la predicación del Evangelio y la
administración de los bienes salvíficos. Al mismo tiempo, la erección de una
diócesis supone la concreción típica «en el espacio y en el tiempo» del oficio
episcopal , que es de institución divina y descansa en la sucesión apostólica 6 •
Cuando se constituye una diócesis se establece también un oficio episcopal,
que se denomina propiamente obispo diocesano.
La diócesis legítimamente erigida por el romano pontífice goza ipso iure
de personalidad jurídica (c. 373). Corresponde a la Santa Sede, ordinariamen-
te a través de la Congregación para los Obispos 7, tramitar todo lo referente a la
constitución, cambio y provisión de las diócesis. Es posible la unión o agrupa-
ción de diócesis mediante un solo oficio episcopal de capitalidad, pero sin fu-
sión de las diócesis agrupadas. En tales casos se usa la terminología antigua
relativa a la unión de beneficios (cfr. c. 1419 del CIC de 1917): si la agrupa-
ción se produce en igualdad de condiciones, sin subordinación mutua entre las
diócesis agrupadas, se denomina aeque principalis (igualmente principal); si,

5. En los trabajos preparatorios de CD 11 se manifestó lo siguiente : «Definitionem realem


dioecesis potius ex intrinsecis ipsius elementis quam ex territoriali structura conati sumus statue-
re» . Vid. Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumen ici Vaticani /l , III , VI, p. 156. Cfr . A .
VIANA, Derecho canónico territorial, cit ., cap. IV.
6. Cfr. K . MóRSDORF , Didzese, en «Sacramentum Mundi », 1 (1967) , col. 887.
7. Cfr. PB , art. 75 y art. 89, por lo que se refiere a la competencia de la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos .

209
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

en cambio, las condiciones son desiguales la unión se llama minus principalis,


es decir, por subordinación o accesión. Es posible también la separación de
diócesis unidas anteriormente.

B. Tipos de diócesis y organización interna

El criterio delimitador de la comunidad diocesana es ordinariamente te-


rritorial. El territorio diocesano debe dividirse en parroquias y también, si las
circunstancias lo aconsejan, en otras zonas supraparroquiales, como pueden
ser las vicarías episcopales o los arciprestazgos ª. El Concilio Vaticano II (cfr.
CD, 23, 24, 39 ss .) estableció algunos principios sobre la delimitación de las
diócesis territoriales: a) la necesaria agrupación de las diócesis en provincias
eclesiásticas y el carácter excepcional de las diócesis inmediatamente depen-
dientes de la Santa Sede (cfr. también el c. 431 § 2); b) la continuidad en el te-
rritorio diocesano, de manera que pueda darse una adecuada correspondencia
entre la delimitación canónica y el territorio civil, de acuerdo con las circuns-
tancias sociológicas particulares; c) un razonable equilibrio entre el número de
fieles de la diócesis y la extensión de su territorio ; d) un número de clérigo s
adecuado y suficiente para la pastoral y la organización diocesana. Según CD
24 corresponde a las conferencias episcopales el estudio y propuesta de solu-
ciones a la Santa Sede en esta materia.
Además de las diócesis territoriale s de derecho común y régimen ordina -
rio , en ocasiones se erigen también circunscripciones diocesanas en territorios
de misión 9 • El régimen jurídico de estas diócesis presenta algunas peculiarida-
des, sobre todo porque no dependen de la Congregación para los Obispos, sino
de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (cfr . PB , art . 89) y
porque , en general, tal dependencia de la Santa Sede es más intensa que en el
caso de las diócesis territoriales de régimen común.
Según la definición establecida en CD 11, es posible la constitución de
diócesis personales y también mixtas, es decir , en parte territoriales y en parte
personales 1°. Además, PO 10 alude expresamente a la posibilidad de constituir
diócesis «especiales» para la realización de obras pastorales interdiocesanas
en favor de diversos grupos sociales 11• Por su parte, el c . 372 § 2 admite expre-

8 . Cfr.cc . 374,476y553 .
9 . Cfr. V. CHE CHEN-TAO,Aspetti giuridici della visita ad limina, en PONTIFIC!UM CONSI-
LIUMDE LEGUMTEXTIBUS lNTERPRET ANDIS,lus in vita et in missione Ecclesiae, cit ., p . 328; J.I .
ARRIETA, Chiesa particolare e circoscrizioni ecclesiastiche , en «Ius Ecclesiae» , 6 ( 1994), pp . 12-
14. Vid. infra , § 5.
10. Cfr . Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani ll , lll, VI , pp . 156 y
163; ibid., III, ll , pp. 49 y 62 . Cfr. tambi én El , n. 172.
11. La s dió ces is «es peciale s» son circun scripcione s di ocesa na s personale s que «se dirigen
a fieles ya inse rto s en diócesis territoriale s» (P. LOMBARDÍ A-J. HERVADA,Sobre prelaturas perso-
nales, en «Ius Canonicum » , 27, 1987, p . 37), de manera que se da una coincidencia parcial entre
el populu s que forma una o varia s diócesi s territoriales y el qu e integra un a dióce sis personal

210
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

samente la posible erección de Iglesias particulares o diócesis sobre la base del


rito de los fieles o por otra razón semejante 12•
A partir de las normas del CIC sobre la materia, se descubren cuatro as-
pectos fundamentales en la organización interna de las diócesis: en primer lu-
gar, las disposiciones relativas al obispo, en cuanto oficio capital de la dióce -
sis: provisión del oficio, ejercicio de su potestad, alcance de sus funciones,
derechos y obligaciones propias del cargo, cesación en el oficio, etc. En se-
gundo lugar, las normas que regulan la organización y funcionamiento del
conjunto de oficios unipersonales y colegiales que constituyen la curia dioce -
sana, que colabora con el obispo en el gobierno, la administración económica
y el ejercicio de la potestad judicial. En tercer lugar, el conjunto de colegios
consultivos que, sin integrarse propiamente en la curia diocesana, expresan,
por una parte, la cooperación del presbiterio con el obispo en el gobierno de la
diócesis y, por otra, la participación de los fieles en las actividades diocesanas :
sínodo, consejo presbiteral, colegio de consultores, cabildo, consejo pastoral.
Por último, los oficios constituidos para el servicio inmediato de la cura de al-
mas : párrocos y demás oficios vinculados con la organización parroquial, arci-
prestes, capellanes, rectores de iglesias.

2. LA PRELATURATERRITORIAL

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 215 § 2, 319-327; CIC de 1983, ce. 368 y
370; PB , arts. 75 ss.

A. Aspectos históricos de los prelados con jurisdicción

El término «prelatura» ha sido utilizado en la historia del derecho canó-


nico con diversos significados: la dignidad de prelado , el oficio de prelado, el
tiempo de duración del mandato del prelado y, por fin, la circunscripción ecle-
siástica que gobierna un prelado 13• Este último significado de prelatura como

«especial». El modelo de las diócesi s especiales de PO 10 ha sido aplicado a los ordinariatos mi-
litares de España, Francia, USA y Bélgica (vid. las referencias en A. VIANA, Territorialidad, cit.,
pp. 92-9 7 y 273, nota 46) : en tales casos la sola equiparación de los ordinariatos militare s con las
diócesis (cfr. SMC, art. I § 1), fue sustituida por una calificación expresa de aquellos como dió -
cesis, a través del derecho particular o estatutos sancionados por la Santa Sede.
12. Aunque el texto del c. 372 § 2 se refiera en general a las «Iglesias particulares» y no
sólo a las diócesis, es difícil su aplicación a las entidades no dioce sanas mencionadas en el c. 368.
Sobre todo porque la idea de una prelatura territorial o de una abadía territorial delimitada perso-
nalmente es en sí misma contradictoria y porque no es fácil tampoco imaginar un vicariato, prefec-
tura o administración apostólica personal , ya que el ordenamiento canónico dispone de circuns-
cripciones personales específicas. Cfr. en tal sentido, J.I. AARIETA, Chiesa particolare, cit., p. 25.
13. Cfr. J. HERVADA, Tempvs otii. Fragmentos sobre los orígenes y el uso primitivo de los
términos «Praelatus » y «Praelatura », Pamplona 1992, p. 229; A. VIANA, Introducción al estudio
de las prelaturas, Pamplona , 2006, pp. 15-31.

211
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

circunscripción eclesiástica es el admitido por el CIC de 1983, que distingue


entre prelatura s territoriales (c. 370) y personales (ce. 294 ss.) 14. Sin embargo,
la formación de las prelatura s como circunscripciones eclesiásticas es relativa -
mente reciente, a causa de la compleja evolución histórica de la doctrina sobre
los prelados con jurisdicción.
Durante muchos siglos, en efecto, el término prelado fue una denomina-
ción genérica, que se aplicó a diversos dignatarios eclesiásticos. Cuando se for-
mó en el derecho clásico el concepto genérico de prelado tenía como principal
característica la jurisdicción: prelado era el clérigo con jurisdicción ordinaria en
el fuero externo, c;onindependencia del concreto oficio que pudiera ejercer'5 •
Un momento importante de la evolución doctrinal sobre los prelados con
jurisdicción , e indirectamente sobre las prelatura s, fue la consolidación de la
doctrina sobre los tipos o species praelatorum. Esta doctrina se elaboró sobre
la base de uno s fenómenos relativamente extendidos durante la edad media:
diversos clérigos que ejercían juri sdicción eclesiástica sobre persona s y lu-
gares «exentos» o separados de la jurisdicción de los obispos diocesanos. Du-
rante el siglo XVII y sobre todo el XVIII , se difundió ampliamente hasta con-
vertirse en doctrina común una clasificación de aquello s clérigos, que se
llamarían prelados «inferiores» para distinguirlo s de los prelados mayores,
que eran el papa y los obispos. Esta clasificación atendía sobre todo al alcance
de la exención de que gozaban (separación respecto de la jurisdicción episco-
pal y dependencia directa del romano pontífice) y de la jurisdicción activa que
podían ejercer. Se distinguieron así tres especie s dentro del género de los pre-
lados inferior es o menore s. La prim era especie (infima) comprendía aquellos
superiore s regulares y algunos prelados seculares que presidían un grupo de
personas dentro del recinto de alguna igle sia, monasterio o convento , con
exe nción pasiva respecto de la jurisdicción epi scopal. La segunda especie se
denominaba media y en ella se incluían los prelado s que ejercían juri sdicción
activa sobre el clero y el pueblo de un determinado lugar , que sin embar go
permanecía integrado , al estilo de un enclave, dentro del territorio diocesano.
Por fin , los prelado s de la especie suprema tenían juri sdicción activa sobre el
clero y el pueblo de uno o varios lugares que constituían un territorio separado
del territorio de la diócesis y que por eso se llamaba nullius dioecesis 16•
La base de esta doctrina fue, por tanto , la valoración de la existencia real
del privilegio de la exención, unido al reconocimiento de un grado mayor o

14. «Por prelatura se entiende bajo el aspecto más estr ictamente técnico, aque lla circu ns-
cripción ecles iá stica instituida por la autoridad competente para el gob ierno de una porción de la
Iglesia determinada con criterio territorial o per sonal» : G. DALLATORRE, Pre/ato e Prelatura, en
«Enciclopedia del Diritto», 34 (1985) , col. 972.
15. Cfr. J. MrRAS, La noción canónica de «pr aelatus». Estudio del «Corpus luri s Canoni -
ci » y sus primeros comentadores (siglos Xll al XV) , Pamplon a 1987 , pp. 15, 195, pa ssim.
16. Cfr. un res umen de esta doctrina e n P. LOMBARDfA-J . HERVADA,Sobre prelatura s p er·
sonales, cit., pp. 58-68, especia lment e. Tamb ién A. VIANA,Introducción al estudio de las pr ela-
turas, cit., pp. 21-28.

212
-
ORGANIZACIÓ N DIOCESANA Y CUASIDJOCESANA

menor de ciertos derechos episcopales y de jurisdicción activa concedida al


prelado. Para justificar estos fenómenos de jurisdicción separada respecto de
los obispos diocesano s, la doctrina canónica distinguía entre 1a exención «na-
tiva» , «dativa » y «praescriptiva». Es decir , los prelado s inferiore s podían tener
un título jurisdiccional original, si su jurisdicción había sido reconocida en un
lugar antes del establecimiento en él de 1a juri sdicción diocesana ; o bien podía
derivar el título de un privilegio pontificio que atribuyera la juri sdicción; o, fi-
nalmente, de un título adquirido por prescripción o costumbre 11 •
De las tres especies o clases de prelados nos interesa sobre todo la espe-
cie suprem a. Estos prelados fueron denominados vere et proprie nulliu s dioe-
cesi s, atendiendo a su jurisdicción territorial extradiocesana. Fueron mencio -
nado s expre samente en lo s ce. 319-328 del CIC de 1917 , en un capítulo
dedicado a «los prelado s inferiore s» incluido en el título sobre «la suprema
potestad y los que en ella participan por derecho eclesiástico» 18 • El c. 319 § 1
del CIC de 1917 señalaba que «los prelados que están al frente de un territorio
propio , separado de toda dióce sis , con clero y pueblo , se denominan Abades o
Prelados nullius, esto es, de ninguna diócesi s , según que su iglesia goce de
dignidad abacial o simplemente prelaticia». Su pote stad era denominada «cua-
siepiscopal » en el sentido de que gobernaban un territorio con clero y pueblo
(cuasidiócesis) de manera semejante a los obispos diocesano s; es decir, con
los mismos derecho s y deb eres de los obispos , excluidos los derivado s del sa-
cramento del orden episcopal en el caso de que no hubi eran recibido el sacra -
mento , y con las limitaciones expresa s del derecho . Así, el c. 323 § 1 del anti -
guo Código di sponía que «el abad o prelado nullius tiene lo s mismos podere s
ordin arios e idénti cos deber es, bajo iguales sancion es , que comp eten a los
obi spos residencial es en la propia diócesis». Lo s prelados nullius recibían su
potestad del romano pontífic e y podían ejerc erla en nombre propio, bajo la de-
pendencia inmedi ata de la Santa Sede.

B. Significado actual de las pr elaturas territoriales

Como hemo s comprobado , las prelatura s nulliu s eran en el sistema del


CIC de 1917 circunscripcion es eclesiásticas delimitad as territorialmente y go-
bernad as por prelados con pote stad equiparad a a la de los obispos diocesanos .
En la evolu ción posterior al CIC de 1917 destaca la consolidación o asenta -
miento de estas prelatura s como instituciones de la organización pastoral ordi-
naria en la Iglesia. No son vistas ya como fruto del privilegio o de la exención
respecto de la juri sdicción diocesana (prelado s y prelaturas exentas) , sino más

17. Cfr. A. V! ANA, ibid., p . 15 1, para las referencias bibliográficas .


18. El ClC de 1917 no trató de los prelados de la especie media, mientras que reg uló los
de la especie ínfima al tratar de los religiosos, pero sin usar el nombre de prelado : cfr. P. LOM-
BARD!A- J . H ERVADA, art. cit., p . 69.

2 13
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

bien como una institució n del ordenamiento canónico general, aunque de me-
nor importancia y aplicación que las diócesis. Es el paso definitivo desde la
prelatura como situación personal de un prelado exento hasta la prelatura
como ente ordinario de la organización eclesiástica territorial 19 •
Varios aspectos pued en destacarse en el mencionado pro ceso de asenta -
miento de las prelaturas nullius con posterioridad al CIC de 1917. Así, el dato
de que en el siglo XX fueran erigidas un buen número de estas prelaturas 20 , a
pesar de que en épocas anteriores su número había disminuido, como conse-
cuencia sobre todo de la reforma tridentina y de la reducción de jurisdicciones
exentas en diversos países durante el siglo XIX. El motivo que aconseja la
erección de estas circunscripciones es de carácter pastoral: las prelaturas nu-
llius se han utilizado sobre todo para organizar la cura de almas cuando no se
dan todavía las condiciones para erigir una diócesis, ni tampo co una circuns-
cripción misional al estilo de los vicariatos y prefecturas apostólicas. Así, en
países de tradición cató lica (p. ej. Brasil y otros países latinoamericanos) fre-
cuentemente algunas diócesis de notable extensión fueron divididas, de mane-
ra que parte del territorio dividido conservaba la condición diocesana y otra
zona era constituida como prelatura nullius , hasta que se dieran las condicio-
nes humanas y materiales para erigir una nueva diócesis 2 1•
Otro aspecto que se puede destacar en la evolución reciente de las prelatu-
ras nullius dioecesis es la reforma de su principio delimitador: además de la tra-
dicional territorialidad de estas prelaturas, el derecho canónico admite también
actualmente la po sibilidad de prelaturas personales. Esta reform a o ampliación
de las especies prel aticias tuvo lugar con motivo de la celebración del Concilio
Vaticano 11. En efecto, a través de los proyecto s preparatorio s del decr. Pres -
byterorum Ordinis - inicialmente referidos al supuesto peculiar de las misiones
nacionales, al estilo de la Misión de Francia 22 , pero posteriormente ampliados a

19. El asentami ento de las antiguas prelaturas nullius en la organiza ción pastoral ordin a-
ria fue observ ado ya por E . VON KIB NITZ, Die Rechtsst ellung der gefreiten Ábt eien u11dPriilat e11,
en «Theologie und Glaub e», 25 (1933), pp. 598 ss.
20. Cfr. los ejemplos que recoge Ph. H OFMEISTER , Gefreit en Ábtei en und Pralatur en , en
«Zeit schrift der Savigny -Stift un g für Recht sgesch ichte (kanoni stische Abteilung) », 81 (1964) ,
pp . 133 ss . Actualmente existen 47 prelatura s territori ales en todo el mundo , distribuid as de la si-
guiente forma : 13 en Bra sil , 10 en Perú , 6 en Filipina s, 5 en Méxi co , 3 en Argentina , 2 en Boli-
via , 2 en Ch ile, 2 en Noruega, 2 en Italia (Loreto y Pompei) , l en Panamá , y 1 en Francia (la Mi-
sión de Fran cia). Vid. los datos en Annuari o Pontificio 2009 , pp. 1042-1054 .
21 . En la enumeraci ón recogida e n la nota anterior se pueden comprobar los países dond e
han sido erigida s prelatura s territoriales. Para ente nder hasta qué punto la realidad no permite to-
davía la erección diocesana se puede observar que el clero secular y religio so dedicado a esta s
prelaturas no suele superar las 20 personas.
22 . La Mi sión de Francia constituy e básicamente una institución con el fin de facilitar sa-
cerdot es qu e, con espíritu misionero, trabajen en las dióce sis francesas . Por iniciat iva de la j erar-
quía france sa, la Misión fue erigida en 1954 como prelatura nullius para hacer posible sobr e
todo la incardinación de clero misionero en la prelatura y el trab ajo interdiocesano , y dot ar al
mismo tiempo de la necesaria unidad a la institución , presidida por un prelado con juri sdicción
cua siepiscopa l. Para un estudio de la s característica s jurídica s de la Mi sión de Francia y el ori -

214
ORGAN IZA CIÓN DIOCE SANA Y CUASIDIOCESANA

otras posibles especies prelaticias sin territorio- , fue admitida la posibilidad de


erigir prelaturas personales para la realización de peculiares obras pastorales
(cfr. PO, 10). El CIC regula estas prelaturas personales en los ce. 294-297.
Las antiguas prelaturas nullius se denominan actualmente prelaturas terri-
toriales. La regulación específica que les dedica el CIC de 1983 es muy escasa.
Sólo los ce. 368 y 370 se refieren concretamente a este tipo de prelaturas. Son
porciones del Pueblo de Dios delimitadas territorialmente - circunscripciones
territoriales- presididas por un prelado que las gobierna en nombre propio y
no como vicario del romano pontífice. Estas prelaturas se equiparan canónica-
mente con las diócesis y su prelado con el obispo diocesano, a no ser que por la
naturaleza del asunto o por determinación del derecho conste otra cosa (cfr. c.
381 § 2 en relación con el c. 368) . El prelado territorial recibe ordinariamente
la consagración episcopal y se le confiere el título de su sede prelaticia 23 •

3. LA ABADÍA TERRITORIAL

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce . 215 § 2, 319-327 ; PABLO VI, m.p. Catho~


lica Ecclesia, 23-X- 1976 (AAS, 68 , 1976, pp . 694-696); CIC de 1983 ,
ce. 368 y 370; PB, arts . 75 ss.

La doctrina sobre la jurisdicción cuasiepiscopal en territorios diversos de


las diócesis, que hemos descrito en el epígrafe anterior al tratar de las antigua s
prelaturas nulliu s , se aplicó también a las que actualmente se denominan aba-
días territoriales. Por eso aquí incluimos solamente una s breves referencia s a
las características específicas de estas abadías como circunscripciones ecle-
siásticas.
Esta figura canónica deriva del precedente medieval de alguno s monaste-
rios dependientes del romano pontífice . A causa de su importancia en la vida
religiosa local , el papa no sólo reconocía la jurisdicción del abad o prior den-
tro del monasterio , sino también a veces sobre el territorio circundante, inclu-
yendo los principales núcleos de población, que eran separados de la jurisdic-
ción dioce sana (abadías nullius dioecesis) . El abad podía ejercer así una
jurisdicción cuasiepiscopal sobre el clero y el pueblo del territorio pró ximo al
monasterio 24 • Hubo incluso ejemplos de abadías femeninas en las que la aba-

gen de las prelatura s personales en el Vaticano II a partir de las antiguas prelaturas nullius, cfr.
P. L OMBARDfA-J. HERVADA, Sobre prelaturas p ersonales, cit. pp. 17-44 y 63-65.
23. Cfr. en tal sentido la Carta del Prefecto de la Congregación para los Obispos de 17-X-
1977, publicada en Communicationes, 9 (1977), p. 224 .
24. En la base del origen histórico de las abadías nullius se encuentra la fusión del privi-
legio de exención con la juri sdicción , unido s por voluntad del Papa: cfr. L. M ü LLER, La notion
canoniqu e d 'Abbaye nullius, en «Revue de Droit Canonique», 6 (1956), pp . 128 y 129, y nota
61.

215
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

desa o priora no ejercía obviamente la potestad de orden episcopal , pero sí la


potestad de jurisdicción propia de los obispos, con todas las consecuencias 25 •
El CIC de 1917 (cfr. ce. 319 ss.) reguló la disciplina sobre los abades nu-
llius dentro del título dedicado a los prelados con jurisdicción inferiores al
papa y a los obispos , aplicándoles las mismas normas que a los prelados y pre-
laturas nullius. Lo mismo ocurre con la normativa del CIC de 1983, que bási-
camente se reduce a los ce. 368 y 370. La abadía territorial es, a la luz del de-
recho vigente, una circunscripción eclesiástica con territorio propio, que es
gobernada por un abad con potestad equiparada a la del obispo diocesano.
Sin embargo, además de la condición religiosa o regular del abad y de la
vinculación histórica de las abadías territoriales con formas monásticas de la
vida consagrada, estas abadías tienen significativas diferencias con las prela-
turas territoriales en lo que se refiere a su integración en la organización pas-
toral ordinaria. En efecto, mientras que las prelaturas territoriales han sido em-
pleadas en el siglo XX como instrumentos ordinarios para el establecimiento y
consolidación de la organización eclesiástica en diversos lugares, son motivos
históricos los que justifican, en cambio, la existencia actual de abadías territo-
riales 26. Concretamente, el m.p. Catholica Ecclesia, de 23-X-1976, determinó
los principios inspiradores de las abadías territoriales sobre la base de los do-
cumentos del Concilio Vaticano II. Esta ley pontificia recuerda la necesidad de
una renovación de la vida monacal adecuada a las circunstancias, al tiempo
que subraya la necesidad de que las Iglesias particulares manifiesten en su
composición la naturaleza de la Iglesia. Citando expresamente palabras del
decr. Perfectae Caritatis n . 9, aquel documento de 1976 expresa que «el deber
principal de los monjes es rendir a la Divina Majestad un servicio a la vez hu-
milde y noble dentro de los muros del monasterio, dedicándose por entero, en
vida retirada, al culto divino, o bien emprendiendo obras de apostolado o de
caridad cristiana». A la luz de este planteamiento básico, el m.p . Catholica Ec-
clesia manifiesta en su parte dispositiva la voluntad de la Santa Sede de no eri-
gir en el futuro nuevas abadías nullius (territoriales), a no ser que así lo acon-
sejen circunstancias muy especiales en bien de las almas (cfr. n. 1). Además de
ésta y otras determinaciones referidas a las abadías nullius existentes, el n. 4
del m.p. expresa que el abad no recibirá la consagración episcopal, a no ser
que la autoridad espiritual y el estado peculiar de la abadía así lo postulen 27•

25. En España destacó el caso de la Abadesa de las Huelgas , en Burgos , que ejerció ver-
dadera jurisdicción cuasiepiscopal, incluso sin privilegio expreso, en virtud de un título consue-
tudinario: cfr. J . EsCRIVÁ DE BALAGUER, La Abadesa de las Huelgas. Estudio teológico-jurídico,
3 .ª ed., Madrid 1988, p . 342. En pp. 192-198 resume el autor algunos precedentes históricos apli-
cables a las abadías en general.
26. Actualmente existen 11 abadías territoriales: 6 en Italia , 2 en Suiza, 1 en Austria, 1 en
Corea y 1 en Hungría . La extensión del territorio propio es normalmente muy reducida . Vid. los
datos en Annuario Pontificio 2009, pp. 1055 ss.
27. Para el nombramiento de abades territoriales son frecuentes los derechos de presenta-
ción y elección del abad con posterior institución o confirmación por el Papa.

216
ORGANf'ZACIÓN DIO CESANA Y CUAS/DIOCESANA

Estas determin acione s plantean interrogante s sobre el futuro de las aba-


días territoriales en el sistema canónico de estructuras pastorale s, sobre todo
teni endo en cuenta la volunt ad explícita de la Santa Sede de no erigirlas en
adelante . En este sentido es elocuente el dato de que no ha sido erigida ningu-
na abadía territorial desde el año 196828• Con todo , la excepción cont enida en
el m.p. Cath olica Ecclesia para circun stanci as muy especial es que eventual-
mente justifiquen la erección de nueva s abadía s, ha sido suficiente par a que el
CIC de 1983 las mencione de manera expresa junto con otra s circunscripcio-
nes territorial es.

4. L A ADMINISTRACIÓN APOSTÓLICA TERRITORI AL

REG ULAC IÓN: CIC de 198 , ce. 368 y 371 § 2; AS, n. 73.

A. Observaciones sobre los administradores apostólicos

Para co mprender los perfiles de la administración apo stólica erigi da


como circunscripción peculiar, diversa de las dióce sis y de las demás circuns-
cripciones , es oportuno establecer algunas precisione s sobre los admini strado -
res apostólicos. El CIC de 1917 trataba expresament e en los ce. 3 12 ss. de los
admini strad ores apostólico s , pero no de las admin istracio ne s apostólicas; en
cambio , el CIC de 1983 se ocupa propi amente de estas circunscripciones,
mientras que los adm inistrador es apostó lico s carece n de una re gulación espe-
cial en el Código29 •
El c. 312 del CIC de 1917 establecía: «Algunas veces el Sumo Pontífice ,
por causas graves y especia les , encomienda el gobierno de una diócesi s canó-
nicamente erigida , en sede plena o en sede vacante, a un admini strador apos-
tólico, perpetuamente o por tiempo determinado».
Esta disposición del antiguo Código contemplaba, por tanto , diver sos ti-
pos de admini strad ores apostólicos, según que fuesen nombrado s para sede
plen a o vaca nte, y según la posible determin ación temporal del mand ato. Era
elemento común a todos ellos, sin embargo, el haber recibido una misión ca-

28. El 11-V-1968 fue erigida la última abadía nullius o territorial: cfr. AAS, 61 (1969) , pp.
9-11. El número de abadías territoriales va disminuyendo . efr en AAS, 95 (2003), pp. 218-2 19 la
extinción de una abadía territorial en Brasil , que pasa a integra rse en el territorio diocesano.
29 . El ere de 1983 sólo trata de los administradores apostólicos en los ce. 371 § 2 y 1018
§ 1, 2. 0 • El c . 37 1 § 2 se refiere al oficio que pres ide una administración apostólica , mientras que
el c. 1018 § 1, 2. 0 se refiere a un superio r interino nombrado por la Santa Sede para los casos de
sede diocesana vacante o imped ida. Son, por tanto , figuras diversa s: cfr. J. GAR CfA M ARTIN, Ob-
servaciones al c. 1018 sobre la fig ura del «Administrador apostólico», en «Apollin aris» , 65
(1992), pp. 606 y 607. Obviamente , el admini strador apostólico se diferen cia también del admi-
nistrador diocesano, que es el oficio que rige la diócesi s en sede vaca nte (cfr. ce. 42 1 ss.) , salvo
que la Santa Sede haya dispuesto de otro modo .

217
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

nónica para el gobierno de una diócesis ya constituida 30 • La gobernaban con


potestad vicaria en nombre del papa (de ahí el calificativo «apostólico», que
hace referencia a la potestad pontificia), a causa de circunstancias graves y es-
peciale s. Estas causas podían ser variadas; entre ellas: la incapacidad del obis-
po diocesano para gobernar la diócesis (edad , enfermedad) o también otras di-
ficultades -incl uso culpabl es- que , sin ser suficie ntes para proceder a la
remoción del obispo diocesano, podían aconsejar al menos su suspensión tem-
poral en la capita lidad de la dióce sis. Asimi smo, producida la vacante en una
diócesis , no era infrecuente que la Santa Sede nombra se directamente un ad-
ministrador apostólico (así p. ej. en los casos de traslado de un obispo a otra
diócesis, se le nombraba como administrador apostólico de la diócesis que an-
tes presidía, hasta que tomara posesión el nuevo obispo designado) 31 •
Como ya hemos señalado, el oficio de administrador apostólico no apare-
ce expresamente regulado por el CIC de 1983. Sin embargo, pertenece a la
praxi s de gobierno de la Santa Sede el frecuente nombramiento de administra-
dores apostólicos para diversas diócesi s y circunscripciones equiparadas, tanto
en sede plena como también en sede vacante. Actualmente los administradores
apostólicos siguen nombrándose a causa de especiale s circunstancias para la
vida de las diócesis, como las que acabarnos de referir. Además, es frecuente
el nombramiento de administradores apostólico s para el gobierno de dióce sis
de muy reciente constit ución: en tales casos el papa no siempre nombra un
obispo dioce sano, sino un admini strador apostólico. También se constituyen
administradores apostóli cos cuando el nombramiento de un obispo dioce sano
pudiera causar dificultades de tipo político con las autoridades civiles del terri-
torio. Es frecuente asimismo que el cargo de administrador apostólico de una
diócesis vaya unido a otro oficio diverso desempeñado por la misma persona:
así, cuando va unido al cargo de obispo coadjutor en sede plena ; o cuando es
aceptada la renuncia por edad al obispo diocesano , pero la Santa Sede le nom-
bra administrador apostólico de la diócesis hasta que tome pose sión el nuevo
obispo ; también en los casos en que una misma persona es obispo de una dió-
cesis y administrador apostólico de otra (cfr. c. 388 § 3)32 •
Según la práctica habitual de la Santa Sede los administradores deben re-
cibir la consagración epi scopal. En caso contrario, los presbítero s nombrado s
para este oficio reciben el nombre de Ordinarii ad nutum Sanctae Sedis 33 • El
nombramiento de admini stradore s apostólicos es expresión de la potestad uni-
versal e inmediata del papa sobre toda la Iglesia (cfr. ce . 33 1 y 333 § 1).

30. También para otra s circunscripciones eclesiásticas equiparadas con las diócesis, como
las prelatura s y abadías nullius , los vicariatos y prefecturas apostólicas.
31 . Cfr. S. ALONSOMORÁN,Comentario al e. 312, en «Código de Derecho Canónico y le-
gislación complementaria», 10.ª ed ., Madrid 1976, p. 127.
32 . Vid. todos estos ejemplo s, con la documentación correspo ndiente, en el clarificad or
estudio de G. MAY,Bemerkw 1gen zu den apostolisc hen Administratoren und Admini strationen,
en «Theologie und Glaube», 78 (1988) , pp. 416-423, especialmente.
33. Cfr. ibid., p. 423.

2 18
ORGANIZACIÓ N DIOCE SANA Y CUAS/DIOCESANA

B. La administración apostólica como circunscripción peculiar

Es novedad del CIC de 1983 la previsión general de las administraciones


apostólicas dentro de las normas dedicadas a las estructuras pastorales. Son es-
pecíficas circunscripciones eclesiásticas que se diferencian de las demás cir-
cunscripciones territoriales y personales . Por tanto, constituyen una figura di-
versa de las diócesis, incluso en los casos en que éstas sean gobernadas por
administradores apostólicos .
Según el c. 371 § 2 «la administración apostólica es una determinada por-
ción del Pueblo de Dios que, por razones especiales y particularmente graves,
no es erigida como diócesis por el Romano Pontífice, y cuya atención pastoral
se encomienda a un administrador apostólico, que la gobierna en nombre del
Sumo Pontífice». El c . 368 determina, por su parte, que la administración
apostólica establemente erigida - es decir, la figura prevista por el c. 371 § 2,
que acabamos de citar- se equipara canónicamente con las diócesis.
Dos elementos destacan, por tanto, en el concepto legal de administra-
ción apostólica: a) en primer lugar, su equiparación jurídica con las diócesis y,
simultáneamente , su diferencia con ellas «a causa de razones especiales y par-
ticularmente graves »; b) en segundo lugar, es gobernada por un administrador
apostólico con potestad vicaria recibida a través del derecho pontificio y equi-
parado con el obispo diocesano (cfr. c. 381 § 2). El administrador apostólico
no siempre es obispo, a causa sobre todo de las peculiaridades de la circuns-
cripción que preside y de las causas que la justifican.
Las circunstancias «especiales y particularmente graves » que impiden de
hecho la erección de una diócesis y justifican , en cambio, la administración
apostólica suelen ser sobre todo de carácter político; e s decir , no dependen
propiamente del mayor o menor desarrollo de la comunidad cristiana local .
Así , cuando se producen alteraciones su stanciales en el territorio de los Esta-
dos como consecuencia de revoluciones políticas o guerras 34; o cuando la Igle-
sia carece en determinado s lugares de la libertad suficiente para establecer co-
munidade s diocesanas. Recientemente también han motivado la erección de
administraciones apostólicas causas de naturaleza ecuménica : para prevenir
conflictos que podrían producirse con otras comunidades cristianas no católi-
cas en el caso de que se erigiera una diócesis en el mismo lugar35 •

34. Este fue el caso de las administraciones apostólica s erigidas en Polonia y otros países
después de las dos guerras mundiales del siglo XX : cfr. ibid ., pp. 424 ss.
35. Este parece ser el caso de las admini straciones apostólica s con stituidas en 1991 y
1993 para Rusia , Ucrani a y Moldavia. Con motivo de la erección de tres admini straciones apos-
tólicas para Rusia, en 1991, la Santa Sede precisó que no se pretendía establecer verdaderas Igle-
sias particulares católicas en el territorio correspondiente al patriarcado de Moscú . Vid. las refe-
rencias en J.I. ARRI ETA, Chiesa parti colare, cit. , pp. 18 y 19. Según el Annuario Pontificio 2009 ,
hay actualmente 9 administraciones apostólicas territoriales.

219
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

5. CIRCUNSCRIPCIONES DE MISIÓN: MISIONES SU! IURIS,


PREFECTURAS APOSTÓLICAS Y VICARIATOS APOSTÓLICOS

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 215 § 1, 293-311; REU, art. 82; CIC de
1983, ce . 368 y 371 § 1; PB, art. 89.

Toda la Iglesia es misionera en el sentido de que, según el mandato apos-


tólico recibido de su Fundador , se esfuerza por anunctar el Evange lio a todos
los hombres para que, libremente y con el auxilio de la gracia, puedan incor-
porarse a la plenitud católica. Se trata, por tanto , de una tarea que corresponde
a todos los fieles, según su personal condición (cfr. AG, 1 y 6; c. 781). Sin em-
bargo, en sentido estricto la actividad misionera se refiere a la implantación de
la Iglesia (plantatio Ecclesiae) en aquellos pueblos o grupos humanos que to-
davía no conocen ni creen en Jesucristo (cfr. AG, 7; c. 786).
La dirección suprema y la coordinación de las actividades misioneras co-
rre sponden particularmente al romano pontífice y al colegio episcopal (cfr. c.
782). Ordinariamente esta labor coordinadora y directiva se reali za a través de
la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (cfr. PB, arts. 85 ss.),
que ejerce su actividad en favor de los llamados territorios de misión.
La plantatio Ecclesiae se desarrolla ordinariamente mediante un proceso
que se extiende desde la primera predicación del Evangelio hasta la constitu-
ción formal de una Iglesia particular en el lugar 36 , cuando se dan las condicio-
nes para que esa comunidad de fieles pueda realizar por sí misma la tarea de
evangelizar; es decir, cuando hay un número suficiente de sacerdotes, religio-
sos y laicos, y al mismo tiempo existen en su mayor parte las instituciones mí-
nimas para constituir una diócesis (curia diocesana, parroquias, seminario, ins-
tituciones docentes y asistenciales ... )37 • Al servicio de todo este proceso de
asentamiento de la Iglesia en personas y estructuras , el derecho regula las lla-
madas circunscripciones de misión, que se diferencian de las demás circuns-
cripciones territoriales de régimen, por así decirlo, ordinario o común.
Son dos las principales características de las circunscripciones en territo-
rios de misión . Por una parte, son propiamente diócesis en formación ; es decir,
fases institucionales de un proceso que termina en cada caso con la erección
de una diócesis (lo cual no impide - como ya señalamos en su momento - la
existencia de diócesis establecidas en territorio s de misión, que dependen de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos y que presentan ciertas
peculiaridades jurídicas respecto de las diócesis de régimen común' 8). Por otra

36. Cfr. JUAN PABLO II, Litt. ene. Redemptoris Missio , 7-XII-1990, n. 48 ss., en AAS, 83
(1991), pp . 249-340.
37. «( ... )ita ut novellae Ecclesiae structuram dioecesanam cum proprio clero paulatim
acquirant» (AG, 16).
38. Cfr. supra, en este capítulo,§ 1. La principal peculiaridad de estas diócesis estableci -
das en territorios de misión es la vigencia en ellas del sistema de mandato, al que aludiremos en
el texto de este epígrafe.

220
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASJDIOCESANA

parte, el gobierno de estas circunscripciones corresponde al romano pontífice,


que lo ejerce a través de un prelado (superior de la misión, prefecto apostólico,
vicario apostólico) dotado de potestad vicaria y equiparado jurídicamente en
sus funciones con el oficio de obispo diocesano. Estas características provocan
a su vez peculiaridades en el régimen interno de estas comunidades, como son
la figura del vicario delegado - paralela a la del vicario general de las dióce-
sis- o las previsiones del c. 495 § 2 sobre el consejo presbiteral en los vica-
riatos y prefecturas apostólicas .
Las circunscripciones misioneras son las misiones sui iuris, las prefectu -
ras apostólicas y los vicariatos apostólicos .
Las misiones «sui iuris» no son mencionadas por el CIC, pero forman par-
te de la praxis jurídica misionera. Su primera regulación general suele situarse
en el decreto Excelsum, de 12-IX-1896, publicado por la antigua Congregación
de Propaganda Fide 39 • Las misiones sui iuris se caracterizan básicamente por
ser constituidas en territorios de misión no integrados en el ámbito de algún ví-
cariato o prefectura apostólica. Normalmente suponen el primer paso para la
evangelización misionera y el establecimiento de jerarquía eclesiástica en el lu-
gar; de hecho, en la praxis de la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos las misiones sui iuris son asimiladas a las prefecturas apostólicas40 • Son
gobernadas por el «superior eclesiástico» de la misión, de quien dependen las
instituciones establecidas y el personal misionero del territorio 41 •
Por su parte, las prefecturas apostólicas -mencionadas por el CIC en el
c. 371 § 1- suponen ya una organización eclesiástica más consolidada . Son
gobernadas con potestad vicaria en nombre del papa por un prefecto apostóli -
co, que normalmente no recibe la consagración episcopal 42 • Tienen una organi-
zación menos desarrollada que los vicariatos apostólicos y, por eso, cuando
una prefectura adquiere cierto desarrollo en personas y medios materiales es
erigida como vicariato apostólico. Sin embargo, este proceso no siempre se
cumple, ya que en ocasiones las prefecturas son directamente erigidas como
diócesis, cuando reúnen las condiciones necesarias 43 •
Los vicariatos apostólicos constituyen normalmente en el proceso de la
plantatio Ecclesiae la fase previa a la constitución de una diócesis. Cada uno
de estos vicariatos es gobernado, siempre con potestad vicaria de derecho pon-
tificio, por un vicario apostólico, equiparado en sus funciones con el oficio ca-

39 . Cfr. Acta Sanctae Sedis, 29 (1896-1897), pp. 437 -440 . El decreto determinaba en su
n.III que la dependencia de estas misione s respecto de la Santa Sede se articulaba a través del de-
legado apostólico correspondiente al terri torio de la misión .
40. Cfr. J . GARClA MARTÍN,Origen de las misiones independientes o «sui iuris» y de sus su-
periore s eclesiásticos, en «Commentarium pro religiosis et missionariis» , 74 (1993), pp. 282 y 3 19.
41 . Actualmente existen 9 misione s sui iuris en diverso s países: cfr. Annuario Pontificio
2009, pp. 1097 y 1098.
42. Actualmente existen 44 prefecturas apostólicas. En su mayor part e fueron erigidas en
China durante la primera mitad del siglo XX: cfr. Annuario Pontificio 2009 , pp. 1088 ss.
43 . Vid. un ejemplo reciente en AAS, 82 (1990), pp. 539-540.

221
'+"

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

pital diocesano (cfr. ce . 371 § 1 y 381 § 2). Normalmente el vicario apostólico


recibe la ordenación episcopal, a diferencia de lo que ocurre con los prefectos
apostólicos44 •
El régimen jurídico de las circunscripciones de misión presenta notables
peculiaridades respecto de las demás circunscripciones eclesiásticas. La mayor
parte de estas peculiaridades derivan de la dirección pontificia y de la depen-
dencia concreta respecto de la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos. En la práctica la Congregación se sirve de dos instrumentos jurídicos
para promover el trabajo misionero: la commissio y el mandato.
El instrumento de la commissio está previsto con carácter general en PB,
art. 89, cuando expresa que dependen de la Congregación para la Evangeliza-
ción de los Pueblos «los territorios de misión, cuya evangelización confía
(committit) a idóneos institutos, sociedades y también a las Iglesias particula-
res». Constituye, por tanto , un encargo de la Santa Sede a un instituto de vida
consagrada para que asuma la responsabilidad de la tarea misionera en el terri-
torio confiado. Entre las características más importantes de este sistema - que
se aplica solamente a las misiones sui iuris, las prefecturas y los vicariatos
apostólicos45 - destacan las siguientes46 : a) la Santa Sede confía la misión a un
instituto de modo exclusivo, de manera que éste asume toda la responsabilidad
misionera y el gobierno de la circunscripción eclesiástica correspondiente; b)
el prelado que rige la circunscripción pertenece al instituto comisionado, aun-
que la gobierna con potestad vicaria pontificia y no como superior religioso
(no hay potestad dominativa o asociativa , sino verdadera potestad de régimen
o jurisdicción que se ejerce en nombre del papa); es nombrado por el romano
pontífice, previa presentación de candidatos por parte del instituto comisiona-
do; e) la commissio no suele incluir una determinación temporal, sino que sue-
le ser «ad beneplacitum Romani Pontificis» o «ad nutum Sanctae Sedis»; d) el
sistema de comisión cesa cuando es erigida la diócesis; en tal caso el instituto

44. Actualmente existen 80 vicariato s apostólicos: cfr. Annuario Pontificio 2009, pp.
1072 SS.
45. La referencia a la commissio en favor de las Iglesias particulare s contenida en PB, art.
89, recién citado, implica la posibilidad de que la commissio se realice no en favor de un institu-
to de vida consagrada o de una sociedad, sino en favor de una dióce sis que asuma la tarea evan -
gelizadora en un territorio de misión (cfr. en tal sentido, incidentalmente, J.I. ARRIETA , Chiesa
particolare, cit. , p. 20) . J . GARCÍA MARTÍN (L' azione missionaria della Chiesa nella legislazione
canonica, Roma 1993, pp. 250 y 251) reconoce esta posible interpretación, pero entiende que el
texto de PB, art. 89 cuando alude a las Iglesias particulares se refiere a territorios de mi sión
constituidos en diócesis pero cuya evangelización es todavía muy incipiente; de manera que el
romano pontífice encomendaría en tales caso s la tarea evangelizadora a obispos diocesanos , en
lugar de hacerlo a sus vicarios. Sin embargo, esta interpretación de García Martín no parece
compatible con la potestad propia del obispo diocesano (que no necesitaría ninguna commissio si
se tratara de diócesis ya establecidas en territorios de mi sión), ni con el dato de que actualmente
el sistema de la commissio no se aplique ya a las diócesis establecidas en territorios de misión
(como el mismo autor reconoce en op. cit., p. 249).
46 . Cfr. J. GARCÍA MARTÍN , op . cit., pp. 268 SS.

222
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

es libre de retirarse del territorio o continuar en él la tarea apostólica, de acuer-


do ya con el obispo diocesano nombrado 47 •
Por su parte, el sistema del mandato está previsto por el n. 2 de la instr.
Relationes in territoriis missionum, publicada por la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos el 24-11-196948 • Es el sistema que se aplica en
las diócesis constituidas en territorios de misión. Supone una especial colabo-
ración de los institutos de vida consagrada de carácter misionero con el obispo
diocesano: la Santa Sede -mediante decreto publicado por la citada Congre-
gación- concede a un instituto un encargo de colaboración especial con el
obispo diocesano en la tarea misionera, a petición del mismo obispo diocesa-
no y oído el instituto interesado. La Congregación sanciona de manera oficial
la colaboración libremente estipulada entre el obispo diocesano y el instituto
de vida consagrada 49 • El c. 790 § 1,2.º alude a este instrumento de evangeliza-
ción que es el mandato.

6. LA PRELATURA PERSONAL

REGULACIÓN: PO , 10; AG, 20 (nota 4) y 27 (nota 28); ES, I § 4; REU,


art. 49 § 1; El , n. 172; CIC de 1983, ce. 294-297; JUAN PABLO 11, const.
ap. Ut sit, 28-IX-1982 (AAS, 75, 1983, pp. 423-425); PB, art. 80.

A. Aspectos generales

Tras haber estudiado en sus perfiles generales el régimen jurídico de las


diversas circunscripciones territoriales ordinarias y de misión , tratamos ahora
de las circunscripciones personales, cuyo significado general fue atendido ya
en el capítulo V. Además de la posibilidad de diócesis personales y peculiares,
de las que nos ocupamos también brevemente al tratar de las diócesis, entre las
circunscripciones personales se cuentan las prelaturas personales , los ordina-
riatos personales y las administraciones apostólicas personales. Sólo las prela-
turas personales son reguladas por el CIC de 1983, mientras que las demás cir-
cunscripciones personales se organizan a través de la legislación especial
extracodicíal y de la praxis de la Santa Sede.
Las prelaturas personales son circunscripciones no territoriales erigidas
por la Santa Sede con finalidades pastorales especiales , gobernadas por un

47 . Aunque el sistema de la commissio tenga aspectos convencionales o contractuales en-


tre la Santa Sede y el instituto , propiamente constituye un encargo de la Santa Sede a un institu -
to de vida consagrada (cfr. ibid., pp . 262 y 263), que éste aceptará - según sus cara cterística s
propia s y sus posibilidade s - en virtud de la especial obligación de contribuir a la tarea misione-
ra que pesa sobre los miembro s de los institutos de vida consagrada (cfr. c. 783).
48. Cfr. AAS, 61 (1969), pp. 281-287.
49 . Cfr. J. GARCÍA MARTÍN, l 'azione missionaria, cit. , pp. 285-287.

223
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

prelado como ordinario propio y regidas por estatutos particulares (cfr. ce. 294
y 295 § 1). Al igual que las demás circunscripciones de la organización pasto-
ral ordinaria, las prelaturas personales dependen de la Congregación para los
Obispos (PB, art. 80).
La figura de la prelatura personal es reciente en el derecho de la Iglesia .
Su origen se sitúa en el n . 10 del decr. Presbyterorum Ordinis del Concilio Va-
ticano 11.Sin embargo, esta nueva figura hunde sus raíces en la doctrina histó-
rica sobre los prelados con jurisdicción cuasiepiscopal, y el precedente de las
prelaturas nullius, reguladas con carácter general por el CIC de 191750 • En efec-
to, tal como lo demuestran sus trabajos preparatorios y el contenido del texto fi-
nalmente aprobado 51,PO 10 estableció una reforma o ampliación de la organi -
zación eclesiástica al admitir la posible constitución de prelaturas personales
además de las prelaturas de base territorial , ya existentes antes del Concilio. El
fin que se propuso el Concilio en el lugar citado fue facilitar por razones apos-
tólicas «no sólo una distribución más adecuada de los presbíteros, sino también
las tareas pastorales peculiares que, en favor de los distintos grupos sociales,
deban realizarse en una región o nación o en cualquier lugar del mundo ».
La regulación de las prelaturas personales en el CIC de 1983 plantea al-
gunas cuestiones. Por lo que se refiere a la sistemática del Codex hay que ad-
vertir que la situación de los ce. 294-297 en la parte I del libro II no es capaz
por sí sola de reflejar adecuadamente la naturaleza de aquellas instituciones: el
título dedicado a las prelaturas personales es diverso de los que corresponden
a las asociaciones de fieles; sin embargo, separa sistemáticamente tales prela-
turas de las normas dedicadas a las demás circunscripciones diocesanas y cua-
sidiocesanas 52.
Por otra parte, durante los trabajos preparatorios del CIC de 1983 se valo-
ró la posibilidad de regular las prelatura s personales mediante una simple remi-
sión formal al régimen jurídico diocesano, es decir, por equiparación jurídica
expresa con las Iglesias particulares o diócesis 53.Finalmente se adoptó la solu-
ción de aprovechar la normativa contenida en el n. 1 § 4 del m.p. Ecclesiae
Sanctae, publicado el 6-VIII-1966, cuyas normas eran muy parecidas a las
contenidas definitivamente en los ce . 294-297 del CIC de 1983. Esta opción le-
gislativa no ha podido excluir , sin embargo, la necesidad de emplear el instru-

50. Vid. supra, en este mismo capítulo,§ 2.


51. Cfr. sobre todo, J. MARTÍNEZ TORRÓN, La configuración jurídica de las prelaturas
pasonales en el Concilio Vaticano JI , Pamplona 1986, pp. 271-283 y passim; P. LoMBARDÍA-J,
H ERVADA, Sobre prelaturas personales , cit., pp. 17-44 .
52. El lugar que ocupan la s prelaturas en el CIC es fruto de un cambio sistemático reali -
zado poco antes de la promulgación del Código. En efecto, en el Schema novissimum de 1982 las
prelaturas personales eran reguladas por los ce. 573-576, que constituían un título independiente
dentro de la normativa dedicada a la organización jerárqui ca de la Iglesia. Sobre estas cuestiones,
cfr. A. VJANA,Introducción al estudio de las prelaturas, cit., pp. 50-53.
53. Así en los ce. 217 § 2 y 219 del Schema canonum Libri JI de Populo Dei (1977) y en
los ce. 335 § 2 y 337 del Schema Codicis luris Canonici ( 1980).

224
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

mento de la equiparación canónica con las diócesis en la aplicación de los ce.


del CIC dedicados a las prelaturas personales. En efecto, estas normas del CIC
están, por así decirlo , a medio camino entre una breve normativa de pura equi-
paración canónica con las diócesis (al estilo de la remisión contenida en los ce.
368 y 381 § 2), y otra forma de regulación más detallada 54. En realidad, como
ha subrayado la doctr ina canónica 55 , las normas del CIC sobre las prelaturas
personales equivalen a una ley-marco; es decir, los principios generales de re-
gulación aplicables a todas las prelaturas personales que puedan constituirse ,
pero que deberán ser desarrollados a través de las normas de la Santa Sede que
erijan cada prelatura personal y mediante los estatutos de cada una. Por eso son
previsibles diferencias y peculiaridades en el régimen jurídico de las prelaturas
personales que se constituyan, en función de los fines que la Santa Sede pre-
tenda alcanzar y dentro siempre de los límites marcados por los ce. 294-297 .

B. Composición personal

El prelado constituye el oficio capital de la prelatura, que gobierna como


ordinario propio (c. 295 § 1). Según la doctrina histórica sobre los prelados con
jurisdicción y la misma configuración de la prelatura como circunscripción
eclesiástica, el prelado personal ejerce en la prelatura una verdadera potestad
cuasiepiscopal, análoga a la de los obispos en sus diócesis, a no ser que conste
otra cosa ex rei natura o por determinación del derecho. Precisamente el alcan-
ce de la potestad del prelado depende de las normas constitutivas de cada pre-
latura, ya que el CIC -aparte de calificarlo como ordinario propio - sólo se
refiere a su potestad de erigir un seminario nacional o internacional, formar a
los alumnos e incardinados al servicio de la prelatura (cfr. c. 295). Con carác-
ter general puede decirse, sin embargo, que corresponde al prelado, en virtud
de la misión canónica recibida del romano pontífice, la potestad de régimen or-
dinaria y propia, de fuero interno y externo , legislativa, ejecutiva y judicial.
El derecho común nada establece sobre la ordenación episcopal del pre-
lado -que parece oportuna , ya que ejerce propiamente funciones episcopa-
les-, ni sobre su pertenencia a la conferencia episcopal, ni sobre otras obliga -

54. En efecto , a pesar de los cuatro cánones dedicados a las prelaturas personales, el CIC
no concreta sus posibles tareas pastorales, ni el ámbito en el que ejercerán sus actividades ; tam-
poco establece ninguna determ inación sobre la consagración episcopal del prelado , ni sobre su
pertenencia a la conferencia episcopal, ni acerca de los diversos aspectos relativos a su potestad.
Tampoco se ocupa el CIC con detalle de las diversas posibilidades de relación de los fiele s cléri-
gos o laicos con la prelatura. En cualquier caso, el significado propio de las prelaturas persona-
les como verdaderas prelaturas -es decir, circunscripciones eclesiásticas delimitadas en este
caso personalmente- justifica su equiparación jurídica con las diócesis , a no ser que conste otra
cosa por prescripción del derecho universal o en virtud de los estatutos de cada prelatura. Sobre
los aspectos generales de la aequiparatio in iure en la materia de las circunscripciones eclesiásti-
cas ya hemos tratado supra, cap.V,§ 3.
55. Cfr. G. Lo C ASTRO, Las prelaturas personales. Perfiles jurídicos, cit., p. 36 .

225
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

ciones propias de los obispos y prelados equiparados, como son la visita ad li-
mina y la relación quinquenal sobre el estado de la prelatura (cfr. ce . 399 y
400). Todos estos aspectos deberán ser regulados por las normas constitutivas
y por los estatutos de cada prelatura personal.
La prelatura está compuesta también por presbíteros y diáconos del clero
secular. Esta determinación contenida en el c. 294 se completa con la previ-
sión del seminario de la prelatura en el e . 295 § 1. Sin embargo, la constitución
de un seminario propio no es un elemento necesario de toda prelatura perso-
nal. Además de la formación y posterior incardinación en la prelatura de los
alumnos del seminario propio, son previsibles otras vías para la identificación
del presbiterio prelaticio , como la addictio o agregación prevista con carácter
general por el e. 271.
Finalmente, el pueblo o coetus fidelium de la prelatura personal puede ser
determinado teóricamente ipso iure, mediante la posesión de un título de ads-
cripción a la prelatura previsto por la misma ley56 , o bien a través de una decla-
ración formal del fiel manifestando su voluntad de incorporarse o participar en
las tareas apostólicas de la prelatura, según lo previsto en el c. 296. Conviene
tener en cuenta, sin embargo, que según la normativa del CIC parece posible
la constitución de prelaturas personales compuestas solamente por clérigos, ya
que el c. 294 determina que constan necesariamente de presbíteros y diáconos
del clero secular, mientras que el c. 296 admite que fieles laicos puedan dedi-
carse a las obras apostólicas de la prelatura mediante convenciones específi-
cas. La primera hipótesis se realizaría en el caso de una prelatura personal
orientada hacia una obra pastoral o misionera directa y principalmente depen-
diente del ejercicio del orden sagrado. En tal caso, «la cooperación orgánica
de laicos habrá de tener, de ordinario, un carácter externo y auxiliar, de ayuda
al clero o de preparar el terreno para que éste pueda cumplir con más facilidad
los fines institucionales de la prelatura» 57 • Pero cabe también el supuesto de
«una prelatura que sea erigida para que realice una tarea apostólica peculiar
que exija de por sí, necesariamente, ser llevada a cabo mediante una coopera -
ción orgánica entre clérigos y laicos( ... ); en este caso la cooperación orgánica
se eleva a ratio que motiva la erección de la prelatura »; y en tal supuesto el
laico es situado, a través de la convención prevista por el c. 296, «en el cuerpo
mismo de la prelatura , en su aspecto activo» 58 , como miembro de la misma .
Con todo, se debe señalar que incluso en el supuesto de prelaturas personales

56. Piénsese p. ej. en la posibilidad de un prelatura personal para la atención de determi-


nados emigrantes católicos residentes en un país . En tal caso el título de pertenencia a la prelatu-
ra sería la nacionalidad del país de origen.
57 . A. DE FUENMAYOR, l laici nelle pre/ature personali , en VV.AA., «Studi in memoria di
Mario Condorelli», I/1, Milano 1988, pp . 472 y 473. (Publicado también en Escritos sobre pre-
laturas personales, Pamplona 1991 , p. 178) . Cfr. sobre el tema , C. TAMMARO, La posizione giu-
ridica deifedeli laici nelle prelature personali, Roma 2004.
58. A . DE FUENMAYOR,/bid., pp. 471 y 473. (Escritos, cit., pp. 176 y 178).

226
ORGANJZACfÓN DIOCESANA Y CUASIDJOCESANA

compuestas exclusivamente de oficio capital y presbiterio existiría una base


comunitaria de la institución, porque siempre habría que reconocer unos fieles
como destinatarios de la acción pastoral del clero prelaticio, aunque esos fie-
les no pertenecieran canónicamente a la prelatura 59 •

C. Obra pastoral y relaciones con las diócesis territoriales

Las prelaturas personales son erigidas para la reali zación de peculiares


obras pastorales que comportan de suyo una dedicación y distribución del cle -
ro no sólo numérica o geográfica, sino también y sobre todo sectorial; es decir,
al servicio de una pastoral especializada. Se habla aquí de especialización , no
en el sentido de que la actividad de la prelatura se reduzca a pocas tareas muy
concretas o definidas (de suyo, esta tarea puede consistir en la misión general
de la Iglesia - docente, santificadora y de gobierno -, aunque circunscrita en
favor de sectores sociales o concretos grupos de fieles), sino más bien por
comparación con las actividades que se desarro11an en las diócesis territoria-
les, que atienden sobre todo a los aspectos comunes de la cura de almas en fa-
vor de todos los fieles del territorio. En este sentido, las obras pastorale s que la
Santa Sede y los obispos interesados promueven a través de las prelatura s per-
sonales tienen un significado complementario, pero no sustitutivo de las acti -
vidade s diocesanas. La erección de una prelatura personal pretende resolver
precisamente unas necesidades pastorales y de organización que en la práctica
no son satisfactoriamente atendidas desde las dióce sis.
El derecho no concreta las tareas y necesidades que pueden ser atendidas
por las prelaturas personales. Por tanto, es previsible de nuevo una amplia varie-
dad de fines en las prelaturas que se erijan en el futuro, en función de las nece-
sidades de la Iglesia valoradas por la Santa Sede y los obispos intere sados. En
cualquier caso lo normal será -sa lvo que se trate de prelaturas propiamente
misioneras (cfr. AG, 20 y 27 en nota), que eventualmente cumplan las funciones
típicas de las circunscripciones de misión - que las prelaturas personales des-
arrollen sus actividades en territorios correspondientes a diversas diócesis.
Todos estos presupuestos plantean la necesaria coordinación de las prela-
turas personales con las diócesis territoriales y, particularmente , con la potestad
de los obispos diocesanos. Ya se ha aludido a los aspectos generales de esta

59. La posibilidad de prelaturas personales compuestas únicamente por clérigos es hipoté-


tica de momento, ya que las normas reguladoras de la primera y, por ahora, única prelatura perso-
nal instituida la configuran claramente como «un organismo apostólico compuesto de sacerdotes
y de laicos, tanto hombres como mujeres» (JUAN PABLO II, const. ap. Ut Sit, 28-XI-1982, proe-
mio). Esta precisión es reafirmada por el n. 1 § 1 de los Estatutos del Opus Dei , que la definen
como «una prelatura personal que comprende a la vez clérigos y laicos para realizar una peculiar
obra pastoral [la difusión de la llamada universal a la santidad a través del trabajo profesional y de
los deberes ordinarios del cristiano] bajo el régimen de un Prelado propio». Estos Estatutos han
sido publicados como apéndice en A. D E FUENM AYOR-V. GóMEZ I GLES!As- J.L. lL LANES, El itinera-
rio jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, 4: ed., Pamplona 1990, pp. 628 ss.

227
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cuestión al tratar de la complementariedad y coordinación entre las circunscrip-


ciones eclesiásticas 60 • Con todo, se puede recordar que , según la evolución his-
tórica de las jurisdicciones personales y el régimen jurídico que se les aplica,
aquellas relaciones no están inspiradas hoy por el principio de la exención o se-
paración de jurisdicciones . Concretamente los fieles de una prelatura personal
pertenecen también a las diócesis donde viven y trabajan 61; por otra parte , lapo -
testad del prelado personal sobre los fieles de la prelatura no parece que pueda
considerarse exclusiva , sino cumulativa o compartida cpn la potestad del obis-
po diocesano sobre esos mismos fieles 62• Este es el sentido propio de la cláusu -
la «salvis semper iuribus Ordinariorum locorum», incluida en el texto del Con-
cilio Vaticano II que instituyó las prelaturas personales (cfr. PO , 10).
Por lo demás , el CIC establece que las prelaturas personales son erigidas
previa consulta a las conferencias episcopales interesadas (c. 294) y exige
también el previo consentimiento del obispo diocesano para que la prelatura
pueda ejercer sus tarea s en el territorio de la diócesis (c. 297). Además, de
acuerdo con el significado de estos cánones como ley-marco de las prelaturas
personales, el c. 297 encomienda a los estatutos de la prelatura la determina -
ción de las relaciones con los ordinarios locales . Corresponde, por tanto , a la
Santa Sede en el momento constituyente de la prelatura y también al sancionar
sus estatutos, realizar la necesaria composición y delimitación de ámbitos y ta-
reas propias de las prelaturas personales en relación con las diócesis 63 •

7. EL ORDINARIATO PERSO NAL

A partir del desarrollo pastoral y normativo que ha tenido lugar despué s


del CIC de 1983, el marco de las circun scripcione s eclesiásticas ha conocido
una ampliación en el caso de la figura del ordinariato personal. Actualmente,
según la praxis y la legislación de la Santa Sede , el ordinariato personal com-

60. Vid. supra, cap.V,§ 4.D.


61. Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA D OCTRINA DE LA FE, Litt. Communionis notio, 28-V-
1992 , n. 16/a, en AAS, 85 (1993), pp. 838 ss., con mi comentario Las circunscripcio nes p erso-
nales al servicio de la comunión, cit., pp . 361 ss .
62. Este criterio puede referirse , bien a la pre visión de que en favor de los fiele s puedan
actuar tanto el prelado personal y los sacerdotes de la prelatura, como también subsidiariamente
el obispo diocesano y los párrocos locales (sería la potestad cumulativa propiamente dicha); bien
a una distribución de materias , de manera que el prelad o personal y sus sacerdotes puedan ejer-
cer su potestad en ciertos ámbitos materiales no incluidos de suyo en la potestad del obispo dio -
cesano por pertenecer a la libertad de los fieles (formación espiritual y doctrinal , ejerc icio del
apostolado personal, etc.), permaneciendo intacta la potestad del obispo diocesano sobre los fie-
les de la prelatura , ni más ni menos que en el caso de los demás fieles de la diócesis .
63. Por lo que se refiere a los estatutos de la Prelatura del Opus Dei, tod o su cap.V (nn .
171- 181) se dedica a esta materia y se titul a significativamente «de relationibus cum Episcopis
dioec esanis». Cfr . A. D E FUENMAYOR-V. GóMEZ IGLESIAS- J .L. ILLANES, El itinerario jurídico,
cit., pp . 654-657.

228
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS!DIOCESANA

prende tres especies: los ordinariatos militares, los ordinariatos para miembros
de la comunión anglicana recibidos en la Iglesia católica y los ordinariatos para
católicos orientales en territorios de rito latino.

A. ÜRDINARIATOS
MILITARES

REGULACIÓN: CIC de 1917, c. 451 § 3; S. CONGREGACIÓN CONSISTORIAL,


instr. Sollemne Semper, 23-IV-1951 (AAS, 43, 1951, pp. 562-565); CD
43; REU, art. 49 § 1; CIC de 1983, c. 569; PB, art. 76; SMC .

a) Aspectos generales

La asistencia espiritual a los militares como grupo social específico tiene


precedentes muy antiguos, pero su organización estable derivó históricamente
de la consolidación de los ejércitos profesionales o permanentes en diversos
países de Europa a lo largo del siglo XVI y sobre todo durante el siglo XVll 64 •
Fue entonces cuando, con motivo de las peticiones de las monarquías católicas
de la época , la Santa Sede organizó un sistema de asistencia religiosa a los mi-
litares que sirvió para completar las carencias prácticas de la organización dio-
cesana; teniendo en cuenta sobre todo la movilidad profesional de los miem-
bros del ejército, frecuentemente alejados de sus parroquias y diócesis de
origen. Los papas publicaban unos «breves » apostólicos dirigidos a los monar-
cas y establecían una jerarquía eclesiástica peculiar, integrada por un capellán
mayor y otros sacerdotes en los que el capellán podía subdelegar sus funcio-
nes. Aquellos breves contenían delegaciones pontificias con amplias faculta -
des y privilegios para la atención religiosa de las tropas , que pronto se exten-
dieron a los periodos de paz. Las delegaciones se concedían temporalmente,
ya que los breves debían solicitarse y renovarse de forma periódica. Fue sobre
todo el supuesto de los ejércitos españoles en la Península Ibérica, Países Ba-
jos e Italia durante los siglos XVI y siguientes el que sirvió de modelo para el
establecimiento de este sistema de dirección pontificia de la cura castrense .
El instrumento de las delegaciones pontificias periódicamente renovables
fue sustituido por el establecimiento de estructuras jerárquicas (circunscripcio-
nes) para la atención espiritual de los militares en diversos países. Durante la
etapa concordataria del siglo XIX , pero sobre todo en el siglo XX - y espe-
cialmente en su segunda mitad-, la Santa Sede ha promovido con carácter
general la erección de vicariatos (hoy ordinariatos) militares en diversos paí-
ses, tanto a través de convenciones estipuladas con las autoridades estatales
como también mediante decretos instituyentes unilaterales. Esta práctica fue
confirmada y promovida por el Concilio Vaticano II en CD 43.

64 . Cfr., para todos esto s datos históricos , A. VrANA, Territorialidad, cit. , pp. 22-57.

229
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Los ordinariatos militares son circunscripciones personales erigidas por


la Santa Sede en diversas naciones con el fin de organizar establemente la
asistencia pastoral o religiosa de los militares católicos. Dada su similitud en
tantos aspectos con las prelaturas personales, durante los trabajos preparato-
rios del CIC de 1983 fue prevista la regulación de estos ordinariatos como un
tipo especial de prelaturas personales denominadas prelaturas castrenses 65 ; sin
embargo, finalmente se decidió que fueran objeto de una regulación específi-
ca, como ya había ocurrido durante los años de vigenc~a del CIC de 1917 con
la instr. Sollemne Semper, de 23-IV-1951, que había ordenado los aspectos co-
munes de los entonces denominados vicariatos castrenses. Actualmente los 35
ordinariatos militares establecidos en diversos países y continentes se rigen en
sus elementos comunes por la const. ap. Spirituali militum curae (SMC), de
21-IV-1986. Esta ley-marco es completada por los estatutos particulares san-
cionados por la Santa Sede para cada ordinariato 66 •
Los ordinariatos militares pertenecen al género de las circunscripciones
personales equiparadas canónicamente con las diócesis (SMC, art. I § 1). Ca-
recen de un territorio propio que delimite la potestad del ordinario y de los ca-
pellanes castrenses, que, en cambio, pueden ejercer su potestad en favor de los
militares con independencia del territorio en que se encuentren 67 • Normalmen-
te el ordinariato se erige para el ámbito de una nación y en ella tiene su sede y
radican sus principales organismos; sin embargo, nada impide la posible cons-
titución de ordinariatos militares internacionales, de acuerdo con la previsible
evolución de los ejércitos, con sistemas de defensa cada vez más interdepen-
dientes. Los ordinariatos militares dependen de la Congregación de los Obis -
pos o, en su caso, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos 68 •

b) Composición personal

El ordinario militar es el oficio capital del ordinariato. Pertenece al género


de los prelados con jurisdicción cuasiepiscopal, de manera que normalmente re-
cibe el sacramento del episcopado y está jurídicamente equiparado en sus fun-
ciones con los obispos diocesanos. Es miembro de la conferencia episcopal de
la nación en la que tiene su sede el ordinariato y está sometido a las obligacio-
nes de presentar la relación quinquenal sobre el estado del ordinariato y realizar
la visita ad limina 69 • Su nombramiento no siempre se realiza por libre colación

65. Cfr. c. 219 § 2 del Schema de 1977 y c . 337 § 2 del Schema de 1980.
66. Cfr. SMC , art . I § 1. Los estatutos y otras disposiciones aplicables a los ordinariatos mi-
litares han sido recopilados por E . BAURA, Legisla zione sugli ordinariati castrensi , Milano 1992.
67. Cfr. SMC , art. IV.1.º: «Ordinarii militaris iurisdictio est: personalis, ita ut exerceatur
erga personas ad Ordinariatum pertinentes , etiam si quandoque versentur extra fines nationi s».
68. Cfr. SMC , art . XI. De los 35 ordinariatos militares establecidos dependen de la Con-
gregación para la Evangelización de los Pueblos los de Corea, Indone sia, Kenia, Nueva Zelanda,
Sudáfrica y Uganda: cfr. Annuario Pontificio 2009, pp . 1063 ss .
69. Cfr. SMC , arts . 11§ l. III y XII.

230
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y C UAS/DIOCESANA

del romano pontífice, sino también a través de la institución o confirmación


pontificia del candidato presentado o elegido. Esta previsión de SMC , art. 11§ 2
se explica sobre todo porque en el nombramiento de ordinarios militares suelen
ser importantes los derechos adquiridos por las autoridades civiles, como conse-
cuencia de las convenciones entre la Santa Sede y los Estados 70 •
La ley-marco de los ordinariatos militares precisa en su art. IV las carac -
terísticas de la potestad del ordinario castrense. Es personal , ordinaria, propia
y cumulativa con la potestad de los obispos diocesanos. Ya hemos planteado
que la naturaleza personal de la potestad del ordinario militar ha de entender-
se en el sentido de que se ejerce sobre el clero y los demás miembros del ordi-
nariato con independencia del territorio donde éstos se encuentren, puesto que
- a diferencia de la potestad de los obispos diocesanos sobre las diócesis terri-
toriales , que está limitada en su ejercicio por los confines espaciales de la dió-
cesis- el ordinario militar preside una circunscripción que carece de territo -
rio propio. Por tanto, aquella primera calificación contenida en SMC, art.
IV,1.0 se corresponde con la naturaleza del ordinariato militar como circuns -
cripción personal, al servicio de unos fieles dedicados a una profesión que
provoca frecuentes desplazamientos geográficos y cambios de domicilio .
La potestad del prelado castrense es asimismo ordinaria y propia. Es de-
cir, está jurídicamente vinculada con el oficio y además el nombramiento pon-
tificio habilita al ordinario para ejercer una capitalidad eclesiástica estable al
frente del ordinariato . En este sentido , el cambio realizado por la SMC al cali-
ficar como ordinarios propios a los que antes se denominaban vicarios confi-
gura con más claridad a los ordinariatos como instituciones autónomas o des-
centralizadas , jerárquica y establemente estructuradas.
Por su parte, la calificación de la potestad del ordinario castrense como cu-
mulativa impide considerarla exenta, separa da o independiente de los obispos
diocesanos . En efecto, los fieles del ordinariato militar siguen siendo miembros
de las diócesis a las que pertenecen en virtud del domicilio o del rito (cfr. SMC,
art. IV.3.º); de manera que en favor de los militares pueden actuar tanto el ordi-
nario militar y los capellanes castrenses, como también el obispo diocesano y los
párrocos locales . Para coordinar el ejercicio ordenado de la potestad, SMC art. V
establece que los lugares militares (piénsese p. ej. en los establecimientos admi-
nistrativos, cuarteles, academias, escuelas , hospitales.juzgados, establecimien-
tos penitenciarios militares, etc.) son servidos primariamente por el ordinario
militar y los capellanes, y secundaria o subsidiariamente - pero siempre por de-
recho propio; es decir, sin que sea necesaria una delegación previa por parte del
ordinario militar- por el obispo diocesano y los párrocos locales 7 1•

70. Cfr. R. M ETZ, L'intervention du pouvoir civil dans la nomination des Évaque s, des Vi-
caires apostoliques et des Vicaires aux Armées, d'apr es les Convention s signé es au cours des an-
nées 1955 a 1965 , en «Revue de Droit Canonique», 16 (1966), pp. 247 y 248.
7 1. El motivo de que los obispos diocesano s y los párrocos locales no precisen delega ción
y puedan actuar por derecho propio incluso en lugare s militares estriba en que los fieles del ordi-

231
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

El presbiterio del ordinariato militar está formado por sacerdotes secula-


res y religiosos que desempeñan su ministerio pastoral en el ordinariato. Tra-
dicionalmente - y lo mismo ocurre en la actualidad- la vinculación del clero
con el ordinariato se ha establecido a través del sistema de la agregación (cfr.
SMC, art. V §§ 1 y 2). Se trata de sacerdotes seculares y religiosos que , con el
consentimiento de su respectivo ordinario, ejercen su ministerio en el ordina-
riato bajo la dependencia del ordinario militar, normalmente durante un tiem-
po determinado y conservando la incardinación en la c,liócesiso instituto reli-
gioso de origen. Es por tanto una relación jurídica de servicio formalizada a
través de un convenio suscrito entre el ordinario de origen , el ordinario militar
y el clérigo interesado. Pero además, el art. VI§§ 3 y 4 de la SMC establece
como novedad importante la posibilidad de que haya clérigos incardinados en
el ordinariato, a través de dos vías: la primera es la de los alumnos formados
en el posible seminario del ordinariato y promovidos al orden sagrado por el
ordinario militar; la segunda vía es la de la incardinación derivada: es decir, es
posible que sacerdotes ya incardinados en una diócesis se incardinen poste-
riormente en el ordinariato , una vez obtenida la excardinación diocesana.
Finalmente, el pueblo o coetus fidelium del ordinariato militar está forma-
do en general por los militares católicos, sus familias y otras personas relacio-
nadas con la vida y la organización militar . Las normas sobre la materia reco-
nocen cuatro títulos de adscripción al ordinariato que responden a la tradición
de la cura castrense: a) la profesión militar (los militares y sus familias); b) el
servicio profesional en instituciones militares; c) la residencia en lugares mili-
tares y d) el ejercicio de un cargo o función eclesiástica dependiente en su atri-
bución del ordinario militar 72 • Conviene recordar que estos fieles no pierden su
condición diocesana al incorporarse al ordinariato castrense.

nariato no dejan de ser súbditos de las autoridades eclesiásticas del territorio donde tienen su do-
micilio. La regla del art. V SMC es un simple instrumento de coordinación de las jurisdicciones,
que no prejuzga la validez de los actos y afecta solamente a su licitud. Con el instrum ento de la
potestad cumulativa se pretende sobre todo una mejor atención del fiel y, al mismo tiempo , evi-
tar las nulidades de actos jurídico s que podrían producirse cuando la jurisdicción diocesana ac-
tuara sobre los súbditos castrenses , o viceversa, en el supuesto de que ambas jurisdicciones - la
militar y la diocesana- fueran separadas o exclusivas. Sobre esta materia de la potestad cumu-
lativa, cfr. A. VIANA, Territorialidad, cit., pp. 166-177.
72. Concretamente, según SMC, art. X , pertenecen al ordinariato militar, además de los
que puedan ser añadidos en los estatutos de los diversos ordinariatos , los siguientes fiele s: « l. º.
Todos los fieles que son militares , así como otros que están adscritos a las Fuerzas Armadas,
mientras estén sujetos a las leyes civiles promulgada s para ellos. 2.0 • Los que constituyen sus fa-
milias , es decir, cónyuges e hijos, incluso aquellos que, emancipados, vivan en la misma casa ; y
también los pariente s y empleados que vivan igualmente en la misma casa. 3.0 • Los que frecuen-
tan institutos militares, viven en hospitales militares, residencias de anciano s o en lugares seme-
jantes, o bien prestan servicio en ellos . 4. 0 • Todos los fieles de uno y otro sexo. pertenecientes o
no a algún instituto religioso , que desempeñan una función (munus) estable , conferida por el or-
dinario militar o con su consentimiento» .

232
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASTDJOCESANA

c) Organización del ordinariato militar

La organización interna del ordinariato militar responde en buena medi-


da a la organización diocesana, como consecuencia del principio de equipara-
ción jurídica del ordinariato con la diócesis contenido en SMC, art. 1 § 1. Sin
embargo, los oficios y colegios previstos por la SMC tienen en su mayor parte
un carácter no preceptivo, de manera que serán los estatutos de los diversos
ordinariatos los que determinen con precisión su organización interna (cfr.
SMC, art. XIII).
Además del oficio de ordinario militar y de los cargos integrados en la
curia del ordinariato (vicario general y episcopal, canciller, notarios, etc.), des-
taca el oficio de capellán militar por su especial vinculación con la cura de al-
mas que se ejerce en el ordinariato (SMC, art. VII). El capellán militar tiene
los derechos y obligaciones propias de los párrocos, a no ser que conste otra
cosa por la naturaleza del asunto o por prescripción del derecho. Su potestad
es cumulativa con la de los párrocos locales.
Por otra parte, SMC se refiere en su art. VI § 3 al posible seminario del
ordinariato y alude también al consejo presbiteral y pastoral (cfr. arts. VI § 5 y
XIII.5. 0 , respectivamente).
Asimismo, el ordinariato puede tener su propio tribunal de primera ins-
tancia , en cuyo caso las apelaciones se tramitarán en el tribunal que designe el
ordinario militar con aprobación de la Santa Sede. Sin embargo, la mayoría de
los ordinariatos castrenses carecen de tribu nal propio, de manera que es tribu-
nal competente en primera instancia el de la diócesis en la que tiene su sede la
curia del ordinariato y es tribunal de apelación el determinado en los estatutos
de cada ordinariato, según la previsión contenida en SMC, art. XIV.

B. ÜRDINARTATOS PARA FIELES DE RITOS ORIENTALES

CD, 23; REU, art. 44; CIC de 1983, c. 372 § 2; PB, art. 59.
REGULACIÓN:

El ordinariato para fieles de ritos orientales en territorios de rito latino


también es llamado a veces ordinariato ritual. Es una figura canónica que ha
ido configurándose sobre todo mediante la praxis de gobierno de la Sede
Apostólica respecto de algunos países. Aunque no faltan alguna s previsiones
generales sobre esta figura (cfr. CD, 23; PB, art. 59) , no existe una regulación
común en el Código de las Iglesias orientales católicas (CCEO) ni en el Códi-
go de la Iglesia latin a.
Con motivo de la movilidad social producida especialmente por los fenó-
menos migratorios a partir del siglo XIX, es relevante en algunos países de
rito latino la presencia de católicos que pertenecen a diversas Iglesias orienta-
les, cada una de ellas con su propio rito. Sucede que no siempre es posible
con stituir para estos fieles una organización jerárquica propia, es decir, seme-
233
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

jante a la que les corresponde en sus lugares orientales de origen. En particu-


lar, desde el punto de vista pastoral es necesario determinar qué obispo y qué
sacerdotes podrán o deberán ocuparse de la atención religiosa de aquellos ca-
tólicos orientales; desde el punto de vista del derecho canónico será necesario
ante todo identificar las normas aplicables, a la vista de las diferencias existen-
tes entre el derecho latino y el derecho de los católicos orientales.
Para solucionar estos problemas interrituales el CIC prevé en algunos cá-
nones diversos oficios y organizaciones comunitarias; ,;1simismo,son numero -
sas las disposiciones del CCEO de 1990 sobre la cura pastoral de los fieles
fuera de la propia Iglesia sui iuris y existen normas especiales de la Sede
Apostólica sobre la atención de los emigrantes; normas que actualmente se re-
sumen en la instrucción Erga migrantes caritas Christi, publicada por el Con-
sejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes, el 3-V-200473 •
Pero además de todas esas previsiones existe también la posibilidad que
ahora comentamos, es decir, la de constituir en territorio latino un único ordi-
nariato para todos los fieles orientales que habiten en el país. En tal caso se
erige en el país de que se trate un ordinariato como circunscripción eclesiásti-
ca especial. El Concilio Vaticano II mencionó esta posibilidad, ya existente en
la época de su celebración, cuando aludió a que los fieles de rito distinto pu-
dieran depender de un único ordinario, cuando no fueran posibles otras solu-
ciones (cfr. CD, 23).
En la práctica estos ordinariatos son erigidos mediante decreto de la Con-
gregación para las Iglesias Orientales y de ella dependen. Sin embargo, tienen
una peculiaridad importante, ya que, aunque estén bajo la tutela de aquella
Congregación en lo que sea competencia de la Santa Sede, el ordinario que los
preside es de rito latino. En efecto, es praxis de la Sede Apostólica que el ofi-
cio capital del ordinariato ritual sea el obispo o arzobispo de una diócesis lati-
na, que normalmente corresponde a la capital de la nación en la que habitan
los católicos orientales.
De este modo una misma persona desempeña dos oficios: el de obispo
diocesano de la correspondiente diócesis latina y el de ordinario para los cató-
licos de ritos orientales que vivan en el país y carezcan de jerarquía oriental
propia. Actualmente existen cinco ordinariatos con estas características en
Austria (erigido en 1945 y que agrupa a los fieles de rito bizantino), Brasil
(1951), Francia (1954), Argentina (1959) y Polonia (1991)74.

73 . Cfr . respectivamente , los ce. 372 § 2, 383 § 2, 476 y 518 del CIC de 1983 y ce. 147,
148 § 3, 193 §§ 2 y 3, 315 § 1, 678 § 2, 916 del CCEO . El texto de la instr . Erga migrantes en
AAS, 96 (2004) , pp. 762-822.
74 . Vid. Annuario Pontificio 2009, pp. 1058 ss. El Annuario Pontificio de la Santa Sede
menciona también los ordinariatos de Grecia , Europa oriental y Rumanía, que no se ajustan per-
fectamente al modelo de los ordinariato s para los fieles de rito oriental residentes en países de
rito latino, ya que -aparte de que no se trata de países con rito latino predominante - los ordi-
nariatos citados son gobernados por miembros de la jerarquía oriental y se dirigen a los católicos
armenios .

234
ORGANIZACIÓN DIOCESANA YCUASIDIOCESANA

Como vemos, la razón pastoral que motiva la erección de estas estructu -


ras es doble: por una parte, el rito de los fieles; por otra residir en territorio de
rito diverso y carecer de jerarquía propia. En este sentido los ordinariatos ri-
tuales no son circunscripciones puramente personales, sino más bien mixtas;
es decir, personales y a la vez territoriales . Hay en ellos un elemento personal
de base (el rito), pero también se considera el domicilio de los fieles en un país
determinado.
El ordinario desempeña al frente del ordinariato una capitalidad eclesiás-
tica equiparada a la de los obispos diocesanos. De este modo puede afirmarse
que el ordinario ejerce su potestad sobre los fieles orientales con el mismo al-
cance y contenido que sobre los fieles de la diócesis latina que también presi-
de. Sin embargo, existen diversos controles en su actividad de gobierno, parti-
cularmente detallados en el caso del ordinariato francés 75 •
Corresponde también al ordinario la dirección de la actividad pastoral del
clero vinculado con el ordinariato. Nada se dispone en las normas constituti -
vas de estas circunscripciones acerca de la procedencia del clero y su posible
incardinación en el ordinariato. Podrá darse el caso de sacerdotes procedentes
de los territorios orientales que, conservando la incardinación en su Iglesia sui
iuris de origen, desempeñen temporal o indefinidamente su ministerio en fa-
vor de los fieles pertenecientes al ordinariato, segú n lo previ sto en las normas
del CIC (c . 271), del CCEO (ce. 360-362) y en las normas especiales sobre la
cura pastoral de los emigrantes citadas más arriba. Este tipo de dedicación mi-
nisterial requiere el acuerdo entre el ordinario ritual, el jerarca sui iuris corres-
pondiente y, naturalmente , el clérigo interesado. ·Es previsión habitual de las

75 . En efecto, según la Declaración que la Congregación para las Iglesias orientales pu-
blicó en 1986 sobre el ordinariato de Francia, el ordinario (es decir, el arzobispo de París) tiene
potestad cumulativa con los ordinarios locales en lo que se refiere a los fieles del ordinariato.
Esto significa no sólo que la potestad de los ordinarios locales es subsidiaria respecto a la del ofi-
cio capital del ordinariato. sino que incluso es necesario para la validez de los actos de gobierno
el consentimiento previo de los ordinarios locales . Esto afecta a medidas como la erección de
nuevas comunidades y aprobación de asociaciones de fieles, la edificación de lugares de culto, la
erección de parroquias, la aprobación de estatutos monásticos y de institutos de vida consagrada.
Además, en bastantes casos es necesario que el ordinario informe a la jerarquía oriental de los
países de los que proceden los fieles del ordinariato. Estas peculiaridades del ordinariato francés
son distintas de las normas imperantes en otros países, por ejemplo en Argentina, donde está dis-
puesto que la potestad del ordinario es exclusiva sobre los fieles del ordinariato. Cfr. AAS, 47,
1955, pp. 612-613 y AAS, 78 , 1986, pp. 784-786 (Francia); AAS , 54, 1962, pp. 49 -50 (Argenti-
na); AAS, 44, 1952, pp . 382-383 (Brasil). El gobierno del ordinariato presenta por lo general no
pocas dificultades a causa del problema de determin ar el derecho aplicable en cada caso. En
efecto , se trata de un ordinariato para los orientales, pero que , además del derecho común codifi-
cado en el CCEO, se rigen por el derecho particular de cada Iglesia sui iuris. Además , para algu-
nos supuestos (por ejemplo, relativos al patrimonio eclesiástico) hay que aplicar el ius loci, que
no es otro que el derecho latino . De este modo, las autoridades administrativas y el tribunal del
ordinariato (en principio el de la capital del país) deberán aplicar el CCEO , el CIC y el derecho
particular tanto de las diversas Iglesias orientales como de la Iglesia latina (disposiciones dioce-
sanas y de la conferencia episcopal). En la práctic a el gobierno del ordinariato se encomienda al
vicario general.

235
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

normas que rigen estos ordinariatos la potestad subsidiaria de los párrocos lo-
cales para el caso de que falten sacerdotes destinados a la cura pastoral de los
orientales, siempre que aquellos párrocos hayan recibido previamente las
oportunas facultades del ordinario para los orientales y también - en el caso
de que la potestad sea cumulativa- del obispo diocesano correspondiente.
En resumen, estos ordinariatos son circunscripciones de colaboración in-
territual que sirven de ayuda o complemento pastoral práctico a las Iglesias lo-
cales . Vienen justificados por el principio de la salus animarum y por el debi-
do respeto a la diversidad de ritos dentro de la comunión católica.

C. ÜRDINARIATOS
PARAANGLICANOS
RECIBIDOS
ENLAIGLESIA
CATÓLICA

REGULACIÓN : BENEDICTOXVI,const. ap . Anglicanorum coetibus, 4-XI-


2009, en www.vatican.va; CONGREG ACIÓN PARALA DOCTRINA DE LAFE,
Normas complementarias de la constitución apostólica «Anglicanorum
coetibus », 4-XI -2009 , ibídem.

Durante las últimas décadas del siglo XX y en los primeros años del XXI
diversos cristianos insatisfechos con la situación doctrinal de la comunión an-
glicana solicitaron ser recibidos en la Iglesia católica . Además de los casos
que fueron tratados individualmente, la Santa Sede consideró que el derecho
canónico debía ofrecer una respuesta de carácter corporativo o comunitario a
aquellas peticiones. Con este fin, el Papa Benedicto XVI promulgó el 4-XI-
2009 la const. ap . Anglicanorum coetibus (AC), por la que instituyó los «ordi-
nariatos personales para los anglicanos que entren en la plena comunión con la
Iglesia católica». Esta ley pontificia habilitó a la Congregación para la Doctri-
na de la Fe, competente en razón de las repercusiones ecuménicas de la nor-
mativa, para dar unas «normas complementarias» (NC) de desarrollo , que fue-
ron publicadas también el 4-XI-2009.
La AC regula los aspectos generales de tales ordinariatos que serán erigi-
dos en nombre del papa por la Congregación para la Doctrina de la Fe, después
de haber escuchado a la conferencia episcopal de cada país . Cada ordinariato
goza de una autonomía institucional que permite, entre otras consecuencias, la
celebración de los sacramentos y demás ritos sagrados en sus parroquias y cen-
tros de culto, según los libros litúrgicos de la tradición anglicana aprobados por
la Santa Sede.
Los ordinariatos son expresamente equiparados en derecho con las dióce-
sis (AC, n. l § 1) y dependen de la Congregación para la Doctrina de la Fe y
otros dicasterios de la curia romana.
El ordinario que estará al frente de cada uno de estos ordinariatos será un
obispo o un presbítero nombrado por el papa, y lo gobernará con potestad vi-
caria , es decir, en nombre del romano pontífice (AC, nn . IV y V; NC, art . 4 §
1). Aunque no sea obispo, el ordinario es miembro de la conferencia episcopal
236
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

del territorio (NC, art. 2 § 2). Debe mantener estrechas relaciones con la jerar-
quía local; sin embargo, la potestad del ordinario no es, como principio gene-
ral, cumulativa con la del obispo diocesano; tampoco consta un reconocimien-
to expreso de que los fieles del ordinariato personal para los anglicanos
formen parte de la diócesis ni de la parroquia donde tengan su domicilio, de
modo que aquí se dan significativas diferencias con los ordinariatos militares.
El presbiterio del ordinariato lo constituyen los clérigos incardinados en
él: antiguos ministros anglicanos u otros que sean promovidos al orden sagra-
do en el ordinariato; el ordinario solo puede aceptar como seminaristas a fieles
que formen parte de una parroquia personal del ordinariato o que provengan
del anglicanismo y hayan restablecido la plena comunión con la Iglesia católi-
ca. No hay una equivalencia automática entre el antiguo ministerio anglicano
y el sacramento del orden católico, de forma que será necesario que aquellos
ministros anglicanos sean aceptados como candidatos al orden sagrado en la
Iglesia católica (cfr. AC, n. VI; NC , arts. 6 y 10 § 4). Los clérigos incardinados
en el ordinariato deben estar disponibles para ayudar ministerialmente en la
Iglesia local, en cuyo caso dependen del obispo diocesano en esas tareas ; por
su parte, el clero diocesano podrá colaborar en la cura pastoral del ordinariato,
siempre que el obispo diocesano o el superior religioso correspondiente, si se
trata de clero religioso, den su consentimiento por escrito (cfr. NC, art. 9).
El pueblo del ordinariato estará formado por laicos y consagrados perte-
necientes a la comunión anglicana que sean recibidos en la Iglesia católica o
que hayan recibido los sacramentos de la iniciación cristiana (es decir, el bau-
tismo, la eucaristía y la confirmación) en el ordinariato. Los católicos bautiza-
dos fuera del ordinariato ordinariamente no podrán ser admitidos como miem-
bros, salvo que formen parte de una familia perteneciente al ordinariato. Por
tratarse de una institución sin territorio canónico propio, la adscripción no
puede depender exclusivamente del domicilio en un determinado lugar, por lo
que será necesario que cada fiel manifieste por escrito su voluntad de pertene-
cer al ordinariato (AC, nn. I § 4 y IX; NC, art . 5 § 1).
La organización interna de los ordinariatos para los antiguos fieles angli-
canos se asemeja a la estructura de la diócesis y de otras circunscripciones per-
sonales . El ordinario, oído el obispo de la diócesis local y con el consenti -
miento de la Santa Sede, puede erigir parroquias personales para la cura
pastoral de los fieles del ordinariato (AC, n. VIII).
Entre los colegios que integran la organización consultiva de cada ordi-
nariato destacan el consejo de gobierno, presidido por el ordinario y compues-
to por al menos seis sacerdotes, con funciones semejantes a la previstas por el
CIC para el consejo presbiteral y el colegio de consultores de las diócesis; el
consejo de asuntos económicos y el consejo pastoral (AC, n. X). El ordinaria-
to podrá tener su propio tribunal; en caso contrario será competente en las cau-
sas judiciales el tribunal de la diócesis en la que una de las partes tenga el do-
micilio (AC, n. XII).

237
ORGANlZACIÓN DEL GOBIER NO EN LA IGLESIA

8. LA ADMINISTRACIÓN APOSTÓLICA PERSONAL

Al estudiar las circunscripciones eclesiásticas territoriales en este capítu-


lo, hemos tenido ocasión de tratar de la administración apostólica como comu-
nidad jerárquica peculiar ; es decir, una circunscripción que la Santa Sede eri-
ge en ocasiones cuando por razones graves no es posible establecer una
diócesis en el territorio76 •
Pues bien, la figura de la administración apostólic¡1ha sufrido una refor-
ma o, vista de otro modo, una ampliación de su criterio delimitador , que ya no
es exclusivamente territorial. El 25-XII-2001 Juan Pablo II dirigió una carta a
monseñor Licinio Rangel en la que le absolvía de la censura de excomunión
en la que éste había incurrido diez años antes, por haber aceptado ser ordena-
do obispo sin mandato pontificio y haber caído así en el cisma liderado por el
obispo francés Marcel Lefebvre . Con aquella carta Juan Pablo II respondía a
la solicitud del obispo Rangel de ser reintegrado a la plena comunión católica ,
junto con 25 miembros de la «Unión Sacerdotal San Juan María Vianney»
(formada por seguidores del cisma lefebvriano en Brasil) . Para solucionar el
problema de la organización que según el derecho canónico permitiría el re-
greso a la comunión con la Sede de Pedro del obispo Rangel, los sacerdotes
de la Unión Sacerdotal y de los fieles que les seguían, Juan Pablo II manifes-
tó en la citada carta de 25-XII-2001 su voluntad de que fuera erigida una ad-
ministración apostólica per sonal que dependiera directamente de la Sede
apostólica . Antes de que esa voluntad pontificia se formalizara, en una cere-
monia pública celebrada el 18-1-2002, el obispo Rangel, los miembros de la
Unión Sacerdotal San Juan María Vianney y un grupo de fieles de Campos
(Brasil) fueron recibidos en la comunión católica . Por fin, el decreto de erec-
ción de la administración apostólica personal fue publicado el 18-1-2002 por
la Congregación para los Obispos que había recibido delegación especial del
Papa para hacerlo 77•
El decreto de 18-1-2002 erige formalmente la «administración apostólica
per sonal San Juan María Vianney», equiparada en derecho con las diócesis y
dependiente de la Sede Apostólica a través de la Congregación para los Obis-
pos. No se trata de una estructura provisional sino dotada de permanencia, se-
gún ha advertido la Santa Sede y se desprende del nombramiento de un obispo
coadjutor de la administración el 28-Vl -2002 .
En realidad , esta administración apostólica no es exclusivamente perso-
nal sino también territorial , ya que comprende solamente el ámbito de la dió-
cesis de Campos, en Brasil. Por eso, el administrador apostólico no puede go-
bernar a sus fieles con independencia del lugar en el que éstos se encuentren,

76 . Cfr. c. 371 § 2 y supra, en este capítulo,§ 4.


77. Vide el decreto en AAS, 94 (2002) , pp. 305-308. Más datos en J. LANDETE C ASAS, La
atención pa storal de los fieles tradicionalistas: garantías para su plena inserción en la comm u-
nio eclesiástica, en «Fidelium iura», 11 (2001), pp. 169-192.

238
ORGANJ'ZAC!ÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

como pueden hacerlo en cambio el ordinario militar o el prelado de una prela-


tura personal. Se dice que es personal porque el derecho pontificio reconoce
permanentemente la potestad del administrador apostólico como ordinario
propio de la administración apostólica personal San Juan María Vianney, que
es una estructura jerárquica peculiar dentro del territorio de la diócesis brasile-
ña de Campos. La potestad del administrador apostólico es cumulativa con la
del obispo de esa diócesis, ya que los fieles de la administración pertenece n
también a la Iglesia particular de Campos (art. V del decreto).
El presbiterio de esta administración apostólica lo forman los presbíteros
de la Unión Sacerdotal que se incardinan ahora en la nueva administración.
Ésta puede tener además un seminario propio en el que se formarán futuros
presbíteros.
Respecto al pueblo, participan en la nueva circunscripción eclesiástica
los fieles que ya pertenecían a la Unión San Juan María Vianney y los que
sean bautizados en alguna de sus iglesias. Pero además se reconoce la posibi-
lidad de que los fieles que en el futuro quieran pertenecer a la administración
apostólica personal manifiesten su voluntad por escrito y sean inscritos en un
registro que haga constar su incorporación a la misma. Es destacable la previ-
sión de la libre voluntad del fiel laico como un medio de incorporación a la es-
tructura pastoral, al estilo de lo previsto por el c. 296 para las prelaturas perso-
nales . Se confirma entonces que la incorporación a las estructuras jerárquicas
personales no es siempre ni necesariamente ipso iure o automática, sino tam-
bién mediante el reconocimiento de efectos jurídicos a la declaración que haga
el fiel (y que naturalmente cumpla las condiciones y sea aceptada por la auto-
ridad eclesiástica; en este caso, la autoridad de la administración apostólica
personal) .

9. EL OBISPO DIOCESANO

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 329-349; LG, 23-27, CD, 8 y 11-21, AG,
30 y 38; ES, I § 10 y 11; REU, art. 49; El,passim; CIC de 1983, ce. 134
§ 3, 375-402, 412-430; PB, arts. 47 § 1 y 75 ss.; JUANPABLOII, Exh. ap.
Pastores gregis, 16-X-2003, nn. 43-46,passim; AS,passim.

A. Aspectos generales. Obispos diocesanos y obispos titulares

Tras haber estudiado en las páginas precedentes las características gene-


rales de las diócesis y de las demás circunscripciones, nos ocuparemos en ade-
lante de su organización interna, comenzando por el oficio capital diocesano.
La doctrina católica sobre el episcopado se ha visto notablemente enri-
quecida por las enseñanzas del Concilio Vaticano 11, que inspiran en buena
medida la legislación canónica vigente. Entre otras, son enseñanzas explícitas
239
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

del magisterio reciente 78 : el origen o institución divina del episcopado y la


consideración de los obispos como sucesores de los apóstoles en los elemen-
tos permanente s de la misión apostólica (LG, 20, CD 2, c. 375); la naturaleza
del episcopado como un sacramento que confiere al sujeto la plenitud del sa-
cramento del orden (LG, 21); la integración de los obispos en un ordo o cole-
gio presidido por el papa como cabeza y fundamento visible de unidad, en el
que se expresa un vínculo de comunión que es fundamento de la solicitud de
los obispos por la Iglesia universal (LG , 22 y 23; CD, ~; c. 330); la necesidad
de que las funciones sacramen talmente recibidas por los obispos sean ejerci-
das en comunión jerárquica con la cabeza y los demás miembros del colegio
episcopal (LG, 21; c. 375 § 2), para lo que es necesaria la misión canónica
(LG , 24 y Nota Previa, n. 2); la capitalidad propia de los obispos al frente de
las Iglesias particulares o diócesis (CD, 8 y 11).
Estos aspectos de la doctrina católica sobre el episcopado permiten con-
siderar las funciones episcopales en una triple dirección: en relación con el
bien común de la Iglesia universal , con las Iglesias particulares o diócesis que
presiden los obispos, y con las instituciones interdiocesanas en las que colabo-
ran los miembros de la jerarquía episcopaF 9 • En efecto, la función pastoral de
los obispos no se desarrolla de manera indiferenciada , sino en diversos niveles
de organización. Es una función pastoral articulada por la misión canónica,
que distribuye los diversos oficios episcopales en la comunión jerárquica.
La pertenencia de todos los obispos al colegio episcopal es la base que
justifica la ulterior distribución de encargos y oficios. A causa del fundamento
del episcopado monárquico en la Tradición católica, es función principal de
los obispos la capitalidad de las Iglesias particulares. Para marcar de algún
modo esa peculiaridad, el c. 376 dispone : «Se llaman diocesanos, los obispos
a los que se ha encomendado el cuidado de una diócesis; los demás se denomi-
nan titulares».
La diferencia principal entre el obispo diocesano y el titular consiste en
que el primero gobierna el clero y el pueblo de una diócesis (o de una circuns-
cripción equiparada según los ce. 368 y 381 § 2); en cambio, el obispo titular
no gobierna clero y pueblo propios, es decir, encomendados a su función pas-
toral. Los obispos titulares se justifican a causa de la necesidad de tareas auxi-
liares en favor de la Santa Sede o de los mismos obispos diocesanos 80 • Suelen
recibir un «título» de una antigua sede episcopal.
Actualmente es ésta la tipología de los obispos titulares:
- Obispos que desempeñan oficios auxiliares del gobierno de la Sede
apostólica . Normalmente estos oficios son vicarios del papa , como su-

78. Cfr. las tesis resumidas por A.M. Rouco, El episcopado y la estructura de la Iglesia,
en VV.AA., «Iglesia Universal e Iglesias particulares», Pamplona 1989, pp. 329 ss.
79. Cfr. en este sentido la sistemática del decr. Christus Dominus.
80. Cfr. A. VIANA, Obispos titulares. Elementos de tradición canónica y regulación ac-
tual, en «lus Canonicum» , 44 (2004), pp. 515-537.

240
ORGANIZAC!ÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

cede en el caso de los prefectos y presidentes de los dicasterios de la


curia romana, especialmente de las congregaciones, que ejercen lapo-
testad administrativa vicaria (ce. 360 y 361 del CIC y PB).
- Legados pontificios con funciones de representación estable de la
sede apostólica ante las Igle sias particulares, los Estados y los orga-
nismos internacionales (c. 362). En este grupo destacan especialmen-
te los nuncios apostólicos.
- Obispos con funciones interdiocesanas, es decir, aquellos que en el te-
rritorio de varias diócesis ejercen tareas especiales por encargo de la
Sede Apostólica o de la conferencia episcopal. Esas funciones pueden
ser de diversa índole, como por ejemplo la dirección de las obras mi-
sionales pontificias en una nación , especiales responsabilidades de go-
bierno y representativas en el ámbito universitario y académico, la
dirección general de la Acción Católica. A estos obispos con responsa -
bilidades interdiocesanas se refiere CD, n. 42 y los ce. 443 § 1,3 .º y
450 § 1 del CIC.
- Obispos eméritos o dimisionarios, es decir , los que hayan presentado
la renuncia al oficio capital diocesano y ésta haya sido aceptada por el
papa (c. 402 § 1).
- Obispos coadj utore s y auxiliares, es decir, colaboradores con el obis-
po diocesano y canónicamente subordinad os a éste, de forma que,
además de lo que la Sede Apostólica pueda establecer en cada caso,
los coadjutores y auxiliares deben ser nombrados como vicarios gene-
rales o episcopales en la diócesis a la que sirven (ce. 403, 406 y 407,
especialmente).

B. Nombramiento del obispo diocesano

Al tratar de la provisión de oficios eclesiásticos en general 81, tuvimos


ocasión de distinguir entre el nombramiento realizado directamente por la au-
toridad eclesiástica (sistema de libre colación) y otros sistemas de provisión
que admiten un procedimiento de selección y propuesta de candidatos previo
al nombramiento definitivo por parte de la correspondiente autoridad (siste-
mas de presentación y elección).
El procedimiento para nombrar obispos en la Iglesia latina ha var iado a
lo largo de la historia, tanto en lo que se refiere al sujeto del nombramiento de-
finitivo, como también y sobre todo a la participación de diversas personas en
el procedimiento previo al nombramiento (obispos de la provincia, interven-
ción del pueblo diocesano en la Iglesia primitiva y de los cabildos a partir del
siglo XII, participación de diversas autoridades civiles desde el siglo IV,

81. Vid. supra, cap . III § 6.

241
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

etc.) 82 • Se trata obviamente de una materia importante, en la que se debe ase-


gurar, por una parte, la libertad de la autoridad eclesiástica frente a posibles in-
jerencias o presiones injustas de los poderes civiles o de los modernos medios
de comunicación social, y, por otra parte, la necesaria paz y unidad de la Igle -
sia local frente a eventuales particularismos partidistas. Lo importante es pro-
porcionar a la diócesis un obispo que posea objetivamente las cualidades nece-
sarias para el cargo. Esto no excluye -al contrario, más bien exige- la
participación de diversos fieles, instituciones y autoridades en el procedimien-
to previo al nombramiento definitivo, sobre todo por lo que se refiere al testi-
monio sobre la idoneidad del candidato.
El Concilio Vaticano II estableció dos principios generales sobre la mate-
ria. En primer lugar , en un texto que se inspira sobre todo en la peculiar disci-
plina de las Iglesias orientales católicas, la diversidad de procedimientos posi-
bles para conceder la misión canónica a los obispos, que, sin embargo, nunca
pueden ser nombrados contra la voluntad del papa (cfr. LG, 24 in fine). En se-
gundo lugar, el Concilio estableció el principio de libertad de la Iglesia para el
nombramiento de obispos frente a los poderes civiles. Con este fin proclamó
el propósito de no conceder más derechos o privilegios de elección , presenta-
ción o nombramiento de obispos, y solicitó oficialmente a las autoridades ci-
viles la renuncia a los derechos y privilegios anteriormente reconocidos (cfr.
CD, 20 y c. 377 § 5).
Veamos brevemente los aspectos generales del procedimiento vigente
para el nombramiento de obispos. Nos referimos solamente a los obispos de la
Iglesia latina , ya que las Iglesias orientales siguen en esta materia un régimen
diverso 83 •
La norma general más importante está contenida en el c. 377 del CIC de
1983. Esta disposición se inspira sobre todo en algunas normas publicadas des-
pués del Concilio Vaticano II y de manera especial en las «Normas para la pro-
moción al ministerio episcopal en la Iglesia latina», publicadas el 25-III-1972
por el antiguo Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia 84 • Estas normas
siguen vigentes en aquellos aspectos no regulados por el c. 377 del ere.
Es preciso distinguir entre: a) la confección de las listas de candidatos al
episcopado, b) la propuesta de candidatos para una sede diocesana vacante o
para el oficio de obispo coadjutor85,y c) el nombramiento propiamente dicho:

82 . Cfr. J .-B. D'ONORIO,La nomination des Éveque s. Proc édures canoniques et conven -
tions diplomatiques , Paris 1986, pp. 17 ss.; J. EUGUI , La participación de la comunidad cristiana
en la elección de los obispos , (siglos !-IV) , Pamplona 1977, pp . 198 ss.
83 . Para una visión general del sistema de las Iglesias orientales, cfr . los ce. 63-77 , 149,
168, 180-189 del CCEO .
84 . Cfr. AAS, 64 (1972), pp. 386-391. Vid. también ES , I § 10 y el m.p. Sollicitudo om-
nium ecclesiarum (cit. al tratar de los legados pontificios) , VI§ 1.
85. Sobre el nombramiento de obispos auxiliares, cfr. c . 377 § 4 .

242
ORGANIZACJÓN DIOCESANA Y CUAS/DIO CESAN A

a) Por lo que se refiere al primer aspecto, «al menos cada tres años, los
obispos de la provincia eclesiástica o, donde así lo aconsejen las circunstan-
cias, los de la conferencia episcopal, deben elaborar de común acuerdo y bajo
secreto una lista de presbíteros, también de entre los miembros de institutos de
vida consagrada, que sean más idóneos para el episcopado, y han de enviar esa
lista a la Sede Apostólica, permaneciendo firme el derecho de cada obispo de
dar a conocer particularmente a la Sede Apostólica nombres de presbíteros que
considere dignos e idóneos para el oficio episcopal» (c. 377 § 2). El fin de esta
norma es que la Santa Sede disponga de una información actualizada sobre
posibles candidato s al episcopado, a juicio de los obispos locales . Sobre las
condiciones generales de idoneidad al episcopado trata el c. 378, que reserva
además a la Santa Sede el juicio definitivo sobre la idoneidad. En efecto, el
candidato ha de destacar por la integridad de su fe y por sus virtudes; debe te-
ner buena fama; ha de haber cumplido ya los treinta y cinco años y haber sido
ordenado de presbítero desde hace al menos cinco años; por último , debe ser
doctor, licenciado o al menos verdaderamente experto en Sagrada Escritura,
teología o derecho canónico.
b) Cuando se pretenda nombrar un obispo dioce sano para una sede va-
cante o un obispo coadjutor (que tiene derecho de sucesión -c fr. c. 403 § 3-
y por eso es equiparado en estas normas con el obispo diocesano), debe ins-
truirse una encuesta informativa regulada por el c. 377 § 3, a no ser que legíti-
mamente se establezca otra cosa. Este procedimiento se aplica no sólo en los
casos de libre colación por el romano pontífice, sino que también puede apli-
carse convenientemente adaptado a supuestos en los que el papa confirme una
elección previa o instituya a un candidato presentado 86 , ya que el procedimien-
to del c. 377 § 3 pertenece todavía a la fase informativa anterior al nombra -
miento definitivo. Consiste básicamente en la remisión a la Santa Sede, por
parte del legado pontificio , de una tema de candidatos, elaborada sobre la base
de las propuestas hechas por los obispos de la provincia a la que pertenezca la
diócesis vacante, por el pre sidente de la conferencia episcopal , por algunos
miembro s del colegio de consultore s y del cabildo catedral de la diócesis, y, en
su caso, por algunos miembros del clero y pueblo diocesano. El legado ponti -
ficio transmite a la Santa Sede la tema, su opinión personal y el parecer de to-
das las personas consultadas 87•
c) Por lo que se refiere al nombramiento propiam ente dicho, el c. 377 § 1
dispone que «el Sumo Pontífice nombra libremente a los obispos, o confirma
a los que han sido legítimamente elegidos». Lo ordinario es la libre colación
realizada por el papa , sobre la base de la información recibida según los pro-

86. Las citadas Normae de 1972 regulan la encuesta informativa sin limitarla solamente a
la provisión de una sede diocesana vacante o al nombramiento de un obispo coadjutor . Cfr. los
an s . XII-XIV.
87. Cfr. el art. XIIl § 2 de las Normae de 1972.

243
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cedimientos ya referidos de los§§ 2 y 3 del c. 377. Sin embargo, hay diversos


supuestos en los que el papa confirma un candidato previamente elegido, o
bien instituye un candidato presentado. Concretamente, en las circunscripcio -
nes de misión gobernadas en régimen de commissio 88 los superiores mayores
del instituto comisionado tienen la facultad de presentar al papa uno o varios
miembros del instituto como candidatos al episcopado. Además, en virtud de
antiguos derechos adquiridos, concesiones pontificias más recientes y conve-
nios concordatarios celebrados en la primera mitad d~l siglo XX, el cabildo
catedralicio tiene el derecho de elegir al obispo en la mayoría de las diócesis
alemanas, en la diócesis de Salzburgo (Austria) y en las diócesis suizas de
Coira, Saint-Gall y Basilea 89 •
Con relación a la intervención de las autoridades civiles en el procedi-
miento previo al nombramiento de obispos, lo más frecuente en países de régi-
men concordatario es que la Santa Sede notifique oficiosamente al gobierno
de la nación la identidad del designado, por si existieran objeciones de política
general contra esa designación; objeciones que corresponde valorar a la Santa
Sede 90 • Aparte de este supuesto general de notificación oficiosa, el nombra-
miento de ordinarios castrenses - que, recordemos, se equiparan canónica-
mente con los obispos diocesanos- admite diversas modalidades de partici -
pación de la autoridad civil, que van desde la presentación del candidato al
papa por parte del jefe del Estado, hasta la posibilidad de manifestar objecio-
nes políticas al pretendido nombramiento 91 • Finalmente cabe citar el supuesto

88. Vid. supra , en este capítulo,§ 5. Cfr. el art. 1 § 3 de las Normae de 1972.
89. Cfr. la información que proporciona R. METZ,Los legados del Papa y el nombra·
miento de los obispos, en H. LEGRAND-J. MANZANARES-A. GARCÍAy GARCÍA(Eds.) , «Igles ias
locales y catolicidad», Salamanca 1992, pp. 387 ss. El sistema alemán incluye el siguiente pro-
cedimiento: la Santa Sede propone al cabildo 3 candidato s y el cabildo realiza la elección en fa-
vor de alguno de ellos. Paralelamente , las autoridades civiles pueden proponer candidatos a la
Santa Sede, que, sin embargo , no está obligada a elaborar la terna sobre la base de tales propues-
tas. Por lo demás , los obispos coadjutores son nombrados directamente por el Papa. La diócesis
aus tríaca de Salzburgo es provista de la siguiente forma: cada uno de los obispos de Austria en-
vía a la Santa Sede una lista de candidatos y la Santa Sede -inspirándose en esa lista , pero con
libertad - somete 3 nombres al cabildo para que elija entre ellos al que será obispo de la dióce -
sis. Finalmente, la dióce sis de Coira en Suiza sigue el procedimiento alemán, mientra s que en
Saint-Gall y Basilea se sigue un procedimi ento complejo en el que intervienen el cabildo , pro-
poniendo nombres y haciendo la elección definitiva , la Santa Sede realizando la encuesta infor -
mati va y procl amando al elegido, y también las autoridades civiles locales, que pueden vetar
candidatos en el procedimiento previo. Cfr., para todos estos datos el citado estudio de R . METZ,
pp. 387 SS.
90. Este régimen de notificación oficiosa es el previsto por el art. 1 § 2 del Acuerdo entre
la Santa Sede y el Estado español, de 28-VII-1976 (cfr. AAS, 68, 1976, pp. 510 y 511).
91. Vid. las distintas variantes según los países en A. V!ANA,Territorialidad, cit., pp. 135
y 136. El sistem a español de nombramiento del arzobispo militar incluye la previa aprobación
por parte de la Santa Sede de una terna de nombres elaborada de común acuerdo entre la Nuncia-
tura apostólica y el Mini sterio de Asuntos exteriores. Sobre la base de esa tema , el jefe del Esta-
do presenta al papa un candidato para su nombramiento : cfr. art. III del Acuerdo entre la Santa
Sede y el Estado español, de 3-1-1979, en AAS, 72 (1980), p. 48 .

244
ORGANIZACIÓN DIOCESANA YCUASJDJOCESANA

peculiar del derecho de presentación que corresponde al presidente de la Re-


pública de Francia para la provisión de las diócesis de Estrasburgo y Metz 92 •
Una vez realizado el nombramiento, la persona designada debe recibir en
principio la consagración episcopal en el plazo de tres meses a partir del día en
que recibió las letras apostólicas de nombramiento. También está obligado a
hacer profesión de fe y prestar el juramento de fidelidad a la Sede Apostólica
(cfr. ce. 379 y 380). Finalmente, el obispo nombrado debe tomar posesión ca-
nónica de la diócesis y a partir de ese momento puede ejercer plenamente el
oficio. El plazo para la toma de posesión es de cuatro meses desde que recibió
las letras de nombramiento, si no era ya obispo, o de dos meses , si ya estaba
consagrado (c. 382 § 2). Para la toma de posesión se sigue el procedimiento
previsto por el c. 382 §§ 3 y 4; es decir, el obispo presenta personalmente o a
través de procurador las letras apostólicas de nombramiento al colegio de con-
sultores, en presencia del canciller que levanta acta. La toma de posesión debe
realizarse en la iglesia catedral, con un acto litúrgico al que pueda asistir el
clero y el pueblo de la diócesis.
En el caso de que el obispo sea trasladado a otra diócesis, debe dirigirse a
ella antes de dos meses transcurridos desde la noticia cierta del traslado ; la
diócesis a qua quedará vacante en el momento en que tome posesión canónica
de la nueva diócesis y, mientras tanto , tiene en la diócesis antigua la potestad
y los deberes de un administrador diocesano (c. 418).

C. La potestad del obispo diocesano . Obligaciones peculiares

Entre las notas que perfilan jurídicamente la potestad del obispo diocesa-
no se pueden destacar las siguientes: es una potestad ordinaria, propia, inme-
diata, plena, unitaria y regulada en su ejercicio por el derecho. Las tres prime -
ras características (cfr. c. 381 § 1) no precisan comentario, pues ya hemos
analizado su contenido al tratar en general de la potestad de régimen y también
con ocasión de las notas de la potestad pontificia93 • Veamos, en cambio , breve-
mente las demás características indicadas.
La potestad del obispo diocesano es plena en el sentido de que le corres-
ponde en su diócesis toda la potestad «que se requiere para el ejercicio de su
función pastoral, exceptuadas aquellas causas que por el derecho o por decreto
del Sumo Pontífice se reserven a la autoridad suprema o a otra autoridad ecle-
siástica» (c. 381 § 1). La formulación del canon citado -que transcribe el prin-
cipio ya establecido en CD, 8/a- supone un cambio notable en el alcance de la
potestad episcopal respecto de lo que se establecía en otras épocas. Concreta-

92. Este derecho de presentación se funda en el Concordato de 1801. En la práctica la pro-


visión se hace de común acuerdo , porque el presidente de la República presenta al papa el candi-
dato que la Santa Sede considera más adecuado : cfr. R. METz, Los legados, cit ., p. 386.
93. Vid .. respectivamente , supra, caps. TI,§ 6.A y VI,§ l .A.

245
ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN lA IGLESIA

mente este principio es bien diverso de la consideración de los obispos como


delegados de la Santa Sede o vicarios del papa, presente en el contexto históri-
co de la reforma tridentina (el llamado sistema de concesione s)94 • Actualmente
se presume que el obispo es competente en todo aquello que se refiera a su fun-
ción de gobierno diocesana, a no ser que (presunción iuris tantum) exista una
reserva en favor de la autoridad suprema o de otra autoridad eclesiástica, esta-
blecida por el derecho o por decreto papal (sistema de reservas) .
Además, la potestad del obispo diocesano es unitaria. El obispo es titular
de una verdadera capitalidad que ejerce en la diócesis en nombre de Jesucristo
y le corresponde la sacra potestas en su triple función de magisterio, régimen
y santificación, que siempre puede ejercer personalmente 95 • Por eso, es ajena a
la misma naturaleza del oficio capital diocesano el ejercicio personal de algu-
nas funciones propias del cargo excluyendo habitualmente a las demás . El
obispo no es solamente sacerdote y profeta en la diócesis , ni tampoco sola-
mente gobernante: es a la vez maestro, sacerdote del culto sagrado y ministro
en el gobierno. El ejercicio de las tres funciones de enseñanza, liturgia y go-
bierno por el obispo es un aspecto en el que insiste la exh. ap. Pastores gregis,
de 16-X-2003 , en su n . 9 .
Concretamente , por lo que se refiere a la función de gobierno, corresponde
al obispo diocesano la potestad legislativa, ejecutiva y judicial (c. 391 § 1). Debe
ejercer siempre personalmente la potestad legislativa (cfr. c. 391 § 2 , en relación
con el c. 135 § 2), de forma individual o también en el sínodo diocesano (cfr. c .
466). La potestad ejecutiva y judicial la puede ejercer personalmente o a través
de los vicarios administrativos o judiciales, respectivamente (c. 391 § 2).
Por último, la potestad del obispo diocesano está regulada por el derecho ,
de manera que debe ejercerse modo iure praescripto (c. 135 §§ 2 y 3) , ad nor-
mam iuris (c. 391 § 1). Esta característica general no se refiere específicamente
al procedimiento de formación de los actos jurídicos episcopales, sino que tie-
ne un significado más amplio. En efecto, el obispo diocesano no ejerce sus fun-
ciones de manera aislada, sino en comunión con la cabeza y demás miembros
del colegio episcopal. En virtud de este orden jerárquico, derivado de la misma
constitución divina de la Iglesia, el romano pontífice puede ejercer su poder de
reserva sobre aspectos de la potestad episcopal (c. 381 § 1 infine) y puede tam-
bién ordenar su ejercicio en función de las necesidades de la Iglesia y de los
fieles (LG 27/a; c. 333 § 1)96 • Por otra parte, la existencia de otros oficios y el

94. Cfr . K . M6RSDORF,Diozese, cit., col. 894.


95. Cfr. ce. 386 (munus docendi), 387-390 (munus sanctificandi) y 391 -394 (munus re-
gendi).
96. Como decía Bertrams , a propósito de la noción de comunión jerárquica, «notare tan-
tum intendimu s non esse in Eccles ia ullum munus rege ndi eiusque exercitium, sive personalit er,
sive collegialiter , quod non est directe et proprie sub pote state Summi Pontificis, saltem ultim a-
tim . Et hoc est dicendum imprimís de ipsis Episcopis, quin ita eorum potesta s natura propria pri-
vetur»: W. BERTRAMS,De origine et significatione notionis «hierarchica communi o», en «Perio-
dic a», 69 (1980), p . 29 (subrayados del autor) .

246
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

reconocimiento efectivo de los derechos de los fieles exigen una coordinación


objetiva de las diversas funciones -incluidas las funciones episcopales - que
es establecida por el derecho de la organización eclesiástica a través de diversas
normas, contenidas principalmente en el CIC. Por lo demás, la potestad de los
obispos que presiden circunscripciones territoriales conoce una determinación
espacial (no tiene los mismos efectos según se ejerza dentro o fuera del territo-
rio propio); y si se trata de circunscripciones personales, el ejercicio de lapo-
testad episcopal se limita a los miembros de la circunscripción97 •
Entre las obligaciones peculiares del obispo diocesano se cuentan: la de
aplicar la Misa pro populo todos los domingos y en otras fiestas de precepto
(c. 388); residir en la diócesis (c. 395); visitarla completamente al menos cada
cinco años (ce. 396-398); presentar al papa cada cinco años un informe sobre
la situación diocesana (c. 399); hacer la visita ad limina Apostolorum (c. 400).
Como expresión natural de la capitalidad episcopal, el c. 393 establece además
que el obispo representa a la diócesis en todos los negocios jurídicos.

D. Sede impedida y vacante

El derecho común establece disposiciones concretas para el caso de que


el obispo cese en su oficio o no pueda ejercer sus funciones. Estas normas,
contenidas en los ce. 412-430, son de aplicación directa solamente cuando la
Santa Sede no hubiera provisto de otra manera 98 , p. ej. mediante el nombra-
miento de un administrador apostólico. Consideremos primero el supuesto de
la sede impedida.
Según el c. 412, «se considera impedida la sede episcopal cuando por
cautiverio, relegación, destierro o incapacidad, el obispo diocesano se encuen-
tra totalmente imposibilitado para ejercer su función pastoral en la diócesis, de
suerte que ni aun por carta pueda comunicarse con sus diocesanos».
Por tanto, en tales supuestos el obispo conserva la titularidad del oficio,
pero determinadas causas externas o patológicas le impiden ejercer totalmente
-y no sólo en parte- sus funciones. Si el impedimento fuese parcial pero
grave, el obispo debería presentar su renuncia al papa (c . 401 § 2), o podría
nombrarse un obispo coadjutor o auxiliar. En el caso de que el obispo quedara
impedido a causa de una pena canónica, corresponde proveer a la Santa Sede,
de oficio o a instancia del arzobispo metropolitano (c. 415). Obviamente la si-
tuación de sede impedida cesa al desaparecer las causas que la originaron.
Cuando la sede diocesana queda impedida (ce. 413 y 414) -y salvando
siempre la potestad de la Santa Sede para establecer un procedimiento diver-

97. «Singuli Epi scopi. qui pa11icularibus Ecclesiis praeficiuntur, regimen suum pastorale
er alias Ecclesias neque super Ecclesiam universalem exercent»: LG , 23/a.
98. Cfr. la cláusula nisi aliter Sancta Sedes providerit contenida, con ésta u otras formula-
ciones semejan tes en los ce. 413 § 1, 419 , 420 y 409 § 2.

247
ORGANJZACJÓN DEL GOBJERNO EN LA IGLESIA

so- , el gobierno de la diócesis pasa al obispo coadjutor o, en su defecto y su-


cesivamente, a un obispo auxiliar o al vicario general o al vicario episcopal, o
bien a otro sacerdote según el orden establecido en una lista que debe confec-
cionar el obispo diocesano tras tomar posesión de la diócesis. Si faltare inclu-
so esa lista, el colegio de consultores de la diócesis elegirá un sacerdote para el
gobierno en sede impedida. Quien resulte designado deberá comunicar cuanto
antes a la Santa Sede la situación de sede impedida y su propia designación .
Le corresponden las obligaciones y la potestad que el derecho atribuye al ad-
ministrador diocesano, figura que estudiaremos enseguida.
A diferencia de la sede impedida, que afecta al ejercicio de las funciones
episcopales , la situación de sede vacante se refiere a la misma titularidad del
oficio capital diocesano. Es una situación jurídica que se produce cuando el
obispo fallece o cesa en su oficio, de manera que éste carece de titular perso-
nal. Las causas de cesación en el oficio episcopal son: la renuncia aceptada
por el papa - que el obispo debe presentar al cumplir setenta y cinco años y
también cuando quede disminuida su capacidad de gobierno por causa grave
(cfr. c. 401)-, el traslado y la privación (c. 416) 99 •
Las normas del ere para la situación de sede vacante regulan sobre todo
el procedimiento de elección del administrador diocesano - que es el oficio al
que se encomienda el gobierno de la diócesis en tal situación- y los princi-
pios inspiradores del gobierno interino de la diócesis .
Al quedar vacante la sede diocesana el obispo coadjutor es constituido
inmediatamente obispo de la diócesis, con tal que ya hubiera tomado posesión.
Por su parte, el obispo u obispos auxiliares de la diócesis conservan las funcio-
nes que desempeñaban ya como vicarios generales o episcopales en sede ple-
na (c. 409).
Si la diócesis carece de obispo coadjutor, el gobierno pasa al obispo auxi-
liar o, si son varios, al más antiguo de ellos por orden de promoción , hasta que
sea elegido el administrador diocesano. Si tampoco hubiera obispo auxiliar el
gobierno diocesano será ejercido por el colegio de consultores. La función pri-
mordial del obispo auxiliar o del colegio de consultores en tales casos es con-
vocar al colegio competente para la elección del admini strador diocesano y,
mientras tanto, el derecho les atribuye la potestad del vicario general.
El colegio elector del administrador diocesano es en principio el propio
colegio de consultores, salvo que la conferencia episcopal haya establecido
que sus funcione s se encomienden al cabildo catedral, conforme a la posibili -
dad prevista en el c. 502 § 3. En todo caso, el administrador diocesano debe
ser elegido antes de ocho días, a partir del momento en que el colegio electo-

99. Según las normas generales sobre la pérdida del oficio eclesiástico , habría que añadir
a las causas previstas por el c . 416 el supuesto de la remoción (cfr. ce. 192 ss.), sobre todo te-
niendo en cuenta que el c. 416 prevé expresamente la privación del oficio episcopal, que - por
su significado penal (cfr. c. 196)- reviste mucha más gravedad que la simple remoción.
Sobre las peculiaridades de la sede vacante por traslado, cfr. c. 418.

248
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS!DIOCESANA

ral reciba noticia de la vacación de la sede. Mientras, la Santa Sede debe reci-
bir comunicación oficial de la situación de sede vacante t00 •
Los ce. 423-425 establecen las condiciones personales y los requisitos
para la elección del administrador diocesano. Una vez que ha sido elegido y
que ha aceptado la elección, el administrador tiene los deberes y la potestad
del obispo diocesano, salvo aquello que esté excluido por la misma naturaleza
del asunto o por el mismo derecho (c. 427). Además de lo dispuesto en diver-
sos cánones que desarrollan este criterio generalw1, el e1ede 1983 - como ya
había hecho el c. 435 del e1ede 1917- establece el principio de que en la si-
tuación de sede vacante nada debe innovarse (sede vacante nihil innovetur: c.
428 § 1). Este principio previene frente a cualesquiera actos que pudieran per-
judicar a la dióce sis o a los derechos episcopales (c. 428 § 2); sin embargo,
«parece lógico que la prohibición de innovar no se refiera a aquellas activida-
des que se presume re sultarán beneficiosas para la diócesis y que puedan pre-
sentarse durante la situación de vacancia, pues tales actuaciones vendrían exi-
gidas por el bien común diocesano» 102 •
El administrador diocesano cesa en el oficio (cfr. c. 430) cuando el nuevo
obispo toma posesión de la diócesis. También cesa por remoción, reservada a
la Santa Sede, y por renuncia formalmente presentada ante el colegio que le
eligió. En ambos casos debe elegirse un nuevo administrador diocesano según
el procedimiento previsto por el ere.

10. EL OBISPO COADJUNTOR Y EL OBISPO AUXILIAR

REGULACIÓN: ele de 1917, ce. 350-355; CD , 25 y 26; ES, I § 13;REU ,


art. 49; El, n . 199; CIC de 1983, ce. 375-381 y 403-411; PB, art. 77; AS ,
nn. 70-72.

Hay situaciones en las que las necesidades objetivas de la diócesis (ex-


tensión del territorio, elevado número de habitantes, circunstancias especiales
del apostolado, etc .), o bien la situación personal del obispo diocesano (p . ej.
una enfermedad que dificulte el ejercicio individual del gobierno por parte del
obispo diocesano , pero sin que exija de suyo la presentación de la renuncia)
aconsejan el nombramiento de personas que colaboren en las funciones (epis-
copales) de quien es cabeza de la diócesis. En principio, los instrumentos
canónicos más aptos para resolver estas situaciones son la vicariedad y la de-
legación de funciones: mediant e la constitución de oficios vicario s y el nom -

100. Cfr., para todos los datos expuestos, cc.419, 421, 422 y 426 .
101. Sobre el administrador diocesano, además de los ce. sobre la sede vacante, cfr . los
ce. 272, 312 §1,485 , 509 § l, 525, 833, 1018.
102. E . MOLANO, El régimen de la diócesis en situación de sede impedida y de sede va-
cante, en «lus Canonicum» , 21 (1981), p. 615.

249
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA JGLES!A

bramiento de delegados, diversas personas pueden participar en la potestad del


obispo. Sin embargo, el ordenamiento canónico regula también los oficios del
obispo coadjutor y del obispo auxiliar como posible s colaboradores del obispo
diocesano.
El Concilio Vaticano II (cfr. CD, 25) estableció tres criterios básicos en
esta materia: en primer lugar, el nombramiento de obispos coadjutores y auxi-
liare s debe responder siempre a necesidades objetivas de la diócesi s o a la si-
tuación personal del obispo dioce sano; en segundo lugar, debe mantener se la
unidad de régimen de la diócesi s y la autoridad del obispo diocesano; en tercer
lugar, debe ser resp etada la «dignita s» propia de los obispos , que corresponde
también a los coadjutores y auxiliares. En consecuencia , las principale s nove-
dades ofrecidas por el propio Vaticano II y la legislación posterior respecto de
la disciplina del CIC de 1917 consistieron en la vinculación de los obispos co-
adjutores y auxiliare s con los oficios de vic ario general y episcopal (estricta-
mente subordinado s de suyo al obispo dioce sano), y en la permanencia de los
obispos auxiliare s en sede vacante 103• El CIC de 1983 regula esta materia en
los ce. 403-411.
El obispo coadjutor es nombrado por la Santa Sede (incluso aunque el
obispo dioce sano no haya propuesto su nombramiento) a causa de las nece si-
dades de la diócesi s o de la per sona del obispo diocesano. El procedimi ento
para el nombramiento es idéntico al estudiado a propó sito del obispo diocesa-
no , ya que la característica más import ante del coadjutor es que tiene derecho
a suceder al obispo diocesano cuando éste cese en su oficio . En tal supuesto, el
coadjutor pasa inmediatamente a ser obispo de la diócesis para la que fue
nombrado, con tal de que hubi era tomado ya posesión legítimamente 104 •
Los derechos, obligaciones y potestad del obispo coadjutor se determinan
no sólo en las norma s del CIC, sino tambi én en las letra s de nombrami ento
(cfr. c. 405 § 1). Como principio genera l el obi spo coadjutor asiste al obispo
diocesano en todo el gobierno de la diócesis y hace sus veces cuando esté au-
sente o impedido. Por eso, el obispo diocesano debe nombrarl e como vicario
general y encomendarle antes que a otras personas todo aquello que por exi-
gencia del derecho requiera un mandato especial , además de otros derechos o
funciones episcopales. También es posible que, según las determinaciones del
obispo diocesano , el obispo auxiliar o los auxiliares si son varios dependan de
la autoridad del obispo coadjutor. Por lo demás, el obispo coadjutor debe ejer-
cer sus funciones unido al obispo diocesano y consultarle los asunto s de ma-
yor importancia 105 • El obispo coadjutor tiene obligación de residir en la dióce-

103 . Cfr. CD, 25 y 26; ES, I § 13. Sobre la figura de los ob ispo s auxilia res durante la ela-
bora ció n del <leer. Christus Dominus , cfr. G. DELGADO, Los obispos auxi liares, Pamp lona 1979 ,
pp. 49-79 , 121- 144 y 177-209. Refer encias históricas sobre el orig en de los obis po s auxili ares y
coa djutore s en J . GAUDEMET, Église et cité, cit., pp . 43 1 ss.
104. Cfr. ce. 40 3 § 3 y 409 § 1. Sobre la toma de poses ión del obispo coadju tor, cfr. el c.
404 §§ 1 y 3.
105. Cfr. para todos los dato s expues tos, ce. 405 § 2, 406, 408 y 407 §§ 1 y 3.

250
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIO CESANA

sis y se le aplican la s mi smas normas que al obispo diocesano sobre la cesa-


ción en el oficio 106 •
El obispo auxiliar es nombrado «cuando lo aconsejen las necesidade s
pastora les de una diócesis » . Puede ser uno o varios en cada diócesis; pero , a di-
ferenci a del obispo coadjutor , no tiene derecho de sucesió n (cfr. c. 403 § 1).
También se diferencia del obispo coadjutor en el procedimiento previo al nom-
bramiento, que se abre a petición del obispo diocesano: si no se ha provisto le-
gítimamente de otra manera, el obispo diocesano propone a la Santa Sede una
lista de al meno s tres presbíteros que considere idóneos para el oficio de obi s-
po auxiliar , y poster iormente el papa realiza en su caso el nombramiento 1º1 .
Después del nombramiento, el obispo auxiliar debe tomar posesión del oficio
según lo establecido en el c . 404 § 2.
A no ser que se hubiera establecido otra cosa en las letra s de nombra-
miento, el obispo diocesa no debe nombrar al auxiliar o a los auxilia res vica-
rios generales o al menos vicario s episcopale s. Cabe observar que esta dispo -
sición contenida en e l c. 406 § 2 - unida a la determinación de que el obispo
coadjutor debe ser nombrado vicario general y a la posibilidad ordinaria de
otro s vicarios generales y episcopales - produce el efecto de multiplicar los
oficios vicar ios en la diócesis.
La s demás disposicione s que contiene el CIC sobre los obispo s auxiliar es
son equivalentes a la s ya referidas a propó sito del obispo coadjutor. Cabe ob-
servar, sin em bargo, la peculiar po sición del obi spo auxiliar en sede vacante.
Ademá s de Jo ya estudiado en el epígrafe anterior sobre el posible gobierno de
la dióce sis por el obispo auxiliar hasta que sea nombrado el admini strador dio-
cesano, es principio general que el auxiliar conserva en sede vacante los pode-
res y facultades que le correspondían en sede plena como vicario general o
episcopa l (c. 409 § 2). Ejerce esos poderes bajo la autorida d del admini strador
diocesano hasta que el nuevo obispo tome posesión de la diócesis.
El CIC regula en el c. 403 § 2 la figura peculiar del obispo auxiliar dota -
do de facultades especiales . Puede ser nombrad o por la Santa Sede «cuando
concurran circuns tancia s más graves» que las que aconsejan el nombramiento
de un auxiliar sin aquella s facultades especial es; sobre todo cuando se pres en-
ten problemas graves que afecten a la persona del obispo diocesano (dificult a-
des serias en el ejercicio del cargo, incapacidad para el gobierno, circunstan -
cias peculi ares de la dió ces is que puedan reclamar una int ervención de la
Santa Sede sin que exija n la renuncia del obispo diocesano o el nombramie nto
de un obispo coadjutor , etc.). La peculiaridad de esta figura consiste en que,
por una parte, es dotado de las facultade s que sean prev istas e n las le tras de

106. Cfr. ce. 410 , 411 y 416 .


107. Cfr. c . 377 § 4 . Para el nombramiento de obispos auxiliares se realiza la encuesta in-
formativa prev ia de manera análoga a lo previsto para el nombramiento de obispos diocesanos y
coadj utores: cfr. las citadas normas de promoción al episcopado de 1972, art . XIII § 3.

25 1
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

nombramiento, y, por otra , puede ser nombrado sin petición previa del obispo
diocesano y se le aplican además íntegramente las disposiciones del CIC sobre
los obispos coadjutoresw s. Sin embargo , carece del derecho a suceder al obis-
po diocesano; derecho que es propio solamente de los obispos coadjutores. En
este sentido, el obispo auxiliar con facultades especiales es un oficio equipara-
do con el obispo coadjutor, pero sin derecho a sucesión. Viene a ser en la prác-
tica un instrumento de gobierno del que dispone la Santa Sede ante situaciones
graves que afectan a la diócesis o a la persona del obisp9 diocesano.

11. LA CURIA DIOCESANA

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 363-390; CD , 27; ES, 1 § 14; El , nn. 200 -
202; CIC de 1983 , ce. 469-494; AS, nn. 176-181.

A. Naturaleza , composición y competencia

El término «curia diocesana» expresa el conjunto organizado de oficios


individuales y colegios que colaboran habitualmente con el obispo en el go-
bierno , la administración, el ejercicio de la potestad judicial y el impulso de
las tareas pastorales de la diócesis. Concretamente, los ámbitos de actuación
de la curia son el ejercicio de la potestad ejecutiva en la diócesis (ce. 473 ss.),
la administración económica (ce. 492 ss.) y la actividad judicial de primera
instancia (ce. 469 y 472). Además de estos concretos ámbitos de actuación co-
rresponde a la curia colaborar con el obispo en la dirección de la actividad
pastoral (c. 469) .
En sentido estricto integran la curia solamente los oficios y colegios re -
gulados en el capítulo que introduce el c. 469; es decir, los vicarios generales
y episcopales , el moderador de la curia , el consejo episcopal, el canciller, el
vicecanciller y otros notarios, el consejo de asuntos económicos , el ecónomo y
también los oficios relacionados con la administración de justicia en la dióce-
sis. En cambio , los colegios que integran la organización consultiva de la dió-
cesis (el consejo presbiteral , el colegio de consultores, el cabildo, el consejo
pastoral) no forman parte propiamente de la curia diocesana , aunque en senti-
do amplio 1º9 se relacionen con ella, en virtud de su participación en la direc-
ción pastoral y en el gobierno de la diócesis.
Conviene tener en cuenta, además, el carácter facultativo de algunos ofi-
cios de la curia diocesana regulados por el CIC y, paralelamente, la relevancia
del derecho particular en esta materia. Entre los oficios que componen la curia
solamente son preceptivos el vicario general (c . 475 § 1), el canciller (c. 482 §

108. Cfr. ce. 405 § 2,406 y 407 § l.


109. Cfr. G . GIUL!ANI, 1 canoni generali sulla curia diocesana, Roma 1988, p. 45.

252
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

1), el consejo de asuntos económicos (c. 492 § 1), el ecónomo (c. 494 § 1), el
vicario judicial (cargo que incluso puede ser desempeñado por la misma per-
sona que es ya vicario general, según el c. 1420 § 1), el promotor de justicia
(c. 1430) y el defensor del vínculo (c. 1432). Aparte de estos oficios precepti-
vos la incidencia del derecho particular (leyes diocesanas, costumbres, etc.)
permite que la organización y actividad de la curia pueda adaptarse a las nece-
sidades de la diócesis y también al estilo de gobierno del obispo, según el nú-
mero de expedientes o causas, la extensión y población de la diócesis, lama-
yor o menor desconcentración del gobierno episcopal, etc.
En muchas diócesis está vigente el sistema departamental, de manera que
las actividades administrativas de la curia diocesana se distribuyen en diversas
oficinas y secciones, que se diferencian entre sí en razón de la materia: cate-
quesis, liturgia, arte sacro, acción social, clero , misiones, enseñanza, pastoral
especializada, medios de comunicación, ecumenismo , economía, patrimonio
histórico , etc. Al frente de cada departamento se encuentra un responsable (en
España suele denominarse «delegado» episcopal 110) que depende directamente
del obispo, o bien de alguno de sus vicarios. Además de esta distribución por
materias, ordinariamente la competencia de los diversos oficios de la curia es
general, en el sentido de que se extiende a todos los fieles de la diócesis y a
todo su territorio, dentro naturalmente de los límites que marquen el derecho
universal y particular para cada oficio. Sin embargo , algunos oficios de la cu-
ria pueden ver circunscrita su competencia a una zona de la diócesis o a deter-
minados fieles (así ocurre p. ej. con los vicarios episcopales territoriales o per-
sonales -cfr. c. 476 - y en general con todos los oficios de la curia que
actúan en favor de grupos determinados de fieles). En resumen , la competen-
cia de la curia diocesana se diversifica concretamente en ámbitos materiales,
territoriales y personales específicos.
Dentro de estas consideraciones generales cabe señalar finalmente que es
el obispo quien nombra a los titulares de los oficios de la curia diocesana (cfr.
c. 470). El derecho particular puede añadir aquí ulteriores determinaciones ,
precisando si tales titulares son siempre nombrados por libre colación episco-
pal o también por institución o confirmación del obispo tras la presentación o
elección de candidatos. En cualquier caso, debería mantenerse la libertad del
obispo para formar el grupo de sus colaboradores más cercanos, particular-
mente los vicarios generales y episcopales.
Todos los titulares de oficios de la curia diocesana deben prometer que
cumplirán fielmente su tarea y guardar secreto, según lo establecido por el de-
recho o por el obispo diocesano 111•

11O. En general debe tenerse en cuenta que la nomenclatura de los oficios de la curia dio-
cesana es variada según los países y las diócesis.
111. Cfr. el c. 471 y el contenido de las fórmulas sobre profesión de fe y juramento de fi-
delidad, publicada s por la Congregación de la Doctrina de la Fe (AAS, 7 1, 1989 , pp . 104- 106 y
1169). Estas obligaciones afectan, entre otros , a los vicarios generales, episcopales y judiciales,
según lo establecido en la nota de presentaci ón de aquellas fórmulas.

253
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

B. Criterios sobre la actividad de la curia

Entre los principios informadores de la actividad de la curia destacan, en-


tre otros: a) el necesario equilibrio entre la actividad administrativa y el signi-
ficado pastoral de la curia, y b) la coordinación entre las diversas funciones.
a) El c. 469 establece que la actividad de la curia alcanza la «dirección de
la actividad pastoral» diocesana (in actione pastorali dirigenda), de acuerdo
con el obispo. El adjetivo «pastoral» no se refiere aquí a la actividad de los
ministros sagrados en la diócesis, ni tampoco solamente a la cura de almas m.
El término alude más bien al «ejercicio de las obras de apostolado» (CD, 27)
en la diócesis. Fue éste un aspecto de la actividad de la curia especialmente
destacado durante la celebración del Concilio Vaticano Il 113, en el sentido de
concebirla como un instrumento de promoción en la diócesis de todas las acti-
vidades relativas a la cura de almas, la enseñanza, la acción caritativa y social,
la liturgia, el ecumenismo, las misiones, etc. En efecto, durante el Concilio y
el período posterior no han faltado voces que alertaban frente al peligro de bu-
rocratización de las curias 114 , al dar prioridad a las tareas estrictamente admi-
nistrativas frente a la tarea de fomento, impulso y promoción del apostolado
diocesano que la curia está llamada a desarrollar y que es también función de
gobierno (munus regendi), aunque no siempre se manifieste como verdadera
potestad de jurisdicción.
Este significado pastoral de la curia debe armonizarse, sin embargo, con
la necesaria dimensión jurídico-formal de sus actividades, de manera que el
compromiso de cumplir el cargo con fidelidad al derecho (cfr. c. 471, l .º) no
se vacíe de contenido. Las actividades de la curia no son privadas o persona -
les, sino oficialmente diocesanas , de forma que la natural dimensión pastoral
de la curia, en el sentido indicado , no debe invocarse en la práctica como argu-
mento subjetivo para no observar el derecho objetivo, con las negativas conse-
cuencias que esto supondría para el gobierno diocesano y para los fieles inte-
resados o destinatario s de los actos de la curia.
b) Entre los diversos criterios inspiradores de la actividad de la curia dio-
cesana el CIC valora sobre todo el principio administrativo de coordinación.
Es un criterio de buen gobierno que informa las relaciones de los oficios de la
curia con el obispo y entre sí. Su fin es promover la unidad en la acción de go-
bierno, de manera que todos los miembros de la curia tengan en cuenta los ob-

112. En efecto, la actividad de la curia es más amplia que la organización de las funciones
clericales y además el derecho universal no vincula en todo caso la titularidad de los oficios de
la curia con el sacramento del orden (cfr. p.ej. los ce. 483 § 2, 494, 1421 § 2, etc., además de
otros oficios que puedan constituirse por derecho particular y encomendar se a fieles laicos) .
113. Cfr. F.R. AzNAR GIL, La nueva concepci6n global de la curia diocesana en el Conci-
lio Vaticano ll , en «Revista Española de Derecho Canónico», 36 (1980), pp. 419-447.
114. Cfr. p . ej. J. SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ, La nueva curia diocesana, en VV.AA., «Lex Ec-
clesiae. Estudios en honor del Dr. Marcelino Cabreros de Anta», Salamanca 1972, pp.311-336.

254
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

jetivos comunes en sus diversas tareas, y efectivamente procuren su realiza-


ción. Esto viene exigido no sólo por razones prácticas de eficacia gubernativa
(cuya importancia no es necesario subrayar), sino también por la misma reali-
dad de la comunión eclesiástica, que exige de los titulares de los cargos la re-
ferencia continua hacia los centros externos de unidad : en este caso, la unidad
con el obispo diocesano . La coordinación tiene además una finalidad preventi-
va , porque permite evitar las actividades innecesarias, dispersas , o incluso
contradictorias, que podrían producirse a causa de la concurrencia de diversas
personas en la actuación administrativa.
El CIC establece en este sentido algunos criterios, como son las reglas
contenidas en el c. 65 a propósito del problema más amplio de la actividad
concurrente de diversos ordinarios; la previsión de instituciones coordinadoras
(concretamente, el oficio de moderador de la curia y el consejo episcopal, pre-
vistos por el c. 473 §§ 2 y 4), y el principio de doble firma e informe de los ac-
tos jurídicos de la curia, previsto en el c. 474. Sin embargo, es el obispo dioce-
sano quien debe cuidar de que se coordinen debidamente todos los asuntos que
se refieran a la administración de la diócesis (cfr. c. 473 § 1), adoptando las re-
soluciones necesarias . La necesidad de la coordinación será tanto más impe-
riosa cuanto más compleja resulte la organización administrativa diocesana;
particularmente en las diócesis más extensas y pobladas, con un número eleva-
do de causas y expedientes y con una curia central que comprenda diversos
oficios . En diócesis más pequeñas, con una organización administrativa de
menores dimensiones o más descentralizad a, el problema no se plantea con la
misma intensidad.

C. El vicario general

El oficio más importante de la curia diocesana («officium eminens», se-


gún la calificación de CD, 27) es el vicario general. Su titular participa en la
potestad administrativa episcopal sobre toda la diócesis , según las característi-
cas específicas de la potestad vicaria.
Se trata de un cargo con una amplia tradición 115 , asentado en la organiza-
ción diocesana a partir del siglo XII y dotado históricamente de amplia juris-
dicción in spiritualibu s et in temporalibus. En las fuente s del derecho antiguo
era denominado frecuentemente «oficial» de la diócesis , ya que en ocasiones
no sólo ejercía funciones que hoy llamaríamos administrativas , sino también
contenciosas o judiciales; en tales casos una misma persona desempeñaba los
oficios de vicario administrativo y juez de la diócesis . Frente a la diversidad
práctica anterior, el CIC de 1917 distinguió netamente ambos cargos; pero per-

115. Cfr. las referencias históricas y bibliográficas en A . VJANA, Naturale za canónica de


la potestad vicaria de gobierno, cit., pp. 112 ss.

255
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

mitió en el c. 1573 § 1, para los casos de reducida extensión del territorio dio-
cesano o escasez de expedientes, que una misma persona fuese a la vez vicario
general y oficial. Esta posibilidad es admitida también por el derecho vigente
en el c. 1420 § l.
Veamos a continuación algunos aspectos relativos al vicario general se-
gún la regulación contenida en el CIC de 1983, sobre todo: a) las característi -
cas generales del oficio , b) las notas de su potestad, y c) la incidencia de lapo-
testad del obispo sobre la actividad del vicario genera\ . Cuando tratemos del
oficio de vicario episcopal apuntaremos algunos aspectos sobre las relaciones
entre este oficio y el cargo de vicario general.
a) El oficio de vicario general (cfr. c. 475) es hoy de constitución precep-
tiva en todas las diócesis , a diferencia de la regulación establecida en el c. 366
§ 1 del CIC de 1917. Como regla general ha de nombrarse un solo vicario ge-
neral, salvo que la extensión de la diócesis, el número de habitantes u otras ra-
zones pastorales aconsejen otra cosa. El nombramiento lo realiza el obispo dio-
cesano por el sistema de libre colación, ya que se trata de su colaborador más
próximo, y aplicando las condiciones de idoneidad establecidas en el c. 478.
Es característica constitutiva y destacable en el oficio de vicario general
su estricta subordinación jerárquica al oficio capital diocesano. En efecto , el
obispo no sólo nombra libremente al vicario general, sino que también puede
removerlo libremente con causa justa. Además cesa la potestad del vicario ge-
neral no sólo por renuncia o remoción, sino también cuando queda vacante el
oficio capital diocesano. Lo mismo ocurre con la suspensión de la potestad del
vicario general cuando es suspendido de su cargo el obispo diocesano 116 • Una
ulterior concreción de la dependencia del vicario general respecto del obispo
es el deber de informar a éste sobre los asuntos más importantes por resolver o
ya resueltos, y la prohibición expresa de actuar contra la voluntad e intencio-
nes del obispo (c. 480).
b) La potestad del vicario general tiene las siguientes características: es
ordinaria , vicaria, administrativa y de alcance general dentro de la diócesis.
Corresponde, por tanto, al vicario general en virtud del oficio la potestad ad-
ministrativa que jurídicamente es propia del obispo diocesano , para realizar
dentro del ámbito de la diócesis cualesquiera actos administrativos (cfr. c. 479
§ 1); incluidos los actos normativos típicos de la potestad ejecutiva (decretos
generales ejecutorios , instrucciones, etc.) , las facultades habituales concedidas
por la Santa Sede al obispo y la ejecución de los rescriptos i17 • Sin embargo, se
excluyen de esta amplia competencia del vicario general aquellos actos que el
obispo se hubiera reservado o que requieran un mandato especial del obispo

116. Cfr. ce. 477 § 1 y 481. Estas determinaciones no se aplican (cfr. los ce. citados) a los
obispos coadjutor es y auxiliare s , que deben o pueden ser, respectivament e, nombrados vicarios
genera les.
117. Cfr. c. 479 § 3 y los límites establecidos en este canon.

256
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

(cfr. c. 479 § 1 en relación con el c. 134 § 3). El vicario general tiene la consi-
deración canónica de ordinario y de ordinario del lugar (c. 134 §§ 1 y 2).
c) La intervención del obispo diocesano sobre la actividad jurídica del
vicario general es en realidad un aspecto característico de la potestad vicaria.
En efecto, la participación vicaria en el poder ejecutivo episcopal no produce
una separación entre la titularidad del poder y su ejercicio efectivo, de manera
que es siempre posible que el obispo ejerza personalmente la potestad admi-
nistrativa. Por eso, el derecho regula unos instrumentos al servicio de la uni-
dad del poder dioce sano: se trata de las figuras canónicas de la reserva y del
mandato especial (cfr. c. 479 § 1).
La reserva es una facultad que el derecho atribuye al obispo para sustraer
de la competencia administrativa del vicario general determinados actos o al-
gunos ámbitos materiales, territoriales o personales cuyo ejercicio o tratamien-
to es asumido personalmente por el obispo diocesano. Es una manifestación de
la potestad propia - legislativa, ejecutiva y judicial - que corresponde al
obispo diocesano. El ejercicio de la reserva supone siempre una concentración
del poder administrativo en la persona del obispo y, paralelamente, una con-
creta disminución del ámbito de ejercicio del poder vicario. El CIC no regula
las condiciones , forma y límites del poder episcopal de reserva. Obviamente
esta facultad no puede vaciar de contenido en la práctica la competencia del
vicario general, que está determinada a iurellB. Es conveniente que la reserva
se formalice por escrito; debe ser naturalmente notificada al vicario general; y
también es oportuno que el acto de reserva se publique para conocimiento de
los interesados.
Por su parte, el mandato especial incide también en el ejercicio de lapo -
testad administrativa del vicario general; pero, a diferencia de la reserva, el
mandato especial amplía en casos concretos las posibilidades de ejercicio del
poder vicario. Se trata de un acto administrativo del obispo que atribuye com-
petencia y habilita al vicario general para actuar en supuestos propios de la po-
testad ejecutiva que el derecho común atribuye expresamente al obispo dioce-
sano, a causa de la especial importancia de aquellos supuestos (son los negotia
ardua, maiora seu graviora que mencionaban los antiguos canonistas). En efec-
to, dentro de las materias propias de la potestad ejecutiva hay actos particular-
mente importantes en la vida de la diócesis que el derecho reserva expresa-
mente al obispo diocesano: p. ej. la dispensa de las leyes disciplinares (c. 87 §
1), la provisión de oficios (c. 157), la decisión sobre todo lo referente al «supe-
rior, régimen y administración del seminario» (c. 259 § 1), la decisión de incar-
dinar clero (c. 269), etc. Sin embargo, teniendo en cuenta que se trata de actos
administrativos, el derecho admite también la posibilidad de que actúe el vica-
rio general si es habilitado previamente con un mandato especial del obispo.

118. Cfr., ya para el CIC de 1917, F.X. WERNZ-P. V!DAL , Ius Canonicum, 11, 3." ed., Roma
1943,p. 810.

257
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA TGLESIA

En tales casos el vicario general no interviene ya en virtud de la potestad ordi-


naria vicaria que le corresponde, sino como delegado del obispo ll9 , según lo es-
tablecido en el c. 134 § 3, que es una norma no prevista por el CIC de 1917.
Dentro del tema general de las relaciones entre la potestad episcopal y la
potestad del vicario general, cabe señalar finalmente que es canónicamente
posible recurrir ante el obispo los actos administrativos singulares realizados
por el vicario general, solicitando su revocación, reforma, sustitución, o abro-
gación (cfr. c. 1739). Esta posibilidad era negada por parte de la doctrina ante-
rior al CIC de 1983 , por entender que el obispo y el vicario general constituí-
an una misma instancia, «unum tribuna1» 12 º. Sin embargo era una conclusión
inapropiada ya en el marco del CIC de 1917, porque se basaba en la confusión
entre el ámbito judicial y el administrativo, principalmente en los casos en que
una misma persona desempeñaba los oficios de vicario judicial y oficial o juez
de la diócesis. Actualmente , a partir de la configuración más clara del vicario
general como oficio administrativo , de su dependencia jerárquica respecto del
obispo diocesano, y de la regulación del recurso jerárquico en los ce. 1734 ss.,
no deben existir dudas sobre la posibilidad de recurrir ante el obispo frente a
los actos administrativos del vicario general.

D. El vicario episcopal

El vicario episcopal es un oficio diocesano que fue instituido por el Con-


cilio Vaticano II (cfr. CD, 23 , 25 y, sobre todo, 27). La previsión de este oficio
en el Concilio ayudó a colmar dos necesidades prácticas 12 1 , particularmente
sentidas en las diócesis de mayor extensión y complejidad. En primer lugar, a
causa de la especialización de sus funciones, el nombramiento de uno o varios
vicarios episcopales pudo ser una solución alternativa y más ventajosa que el
nombramiento de varios vicarios generales para una misma diócesis. En se-
gundo lugar, la institución del oficio de vicario episcopal ayudó también a cla-
rificar la posición jurídica de los obispos auxiliares en las diócesis, porque se-
gún CD 26 (y, posteriormente, según el c. 406 § 2) el obispo auxiliar debe ser
nombrado vicario general o vicario episcopal por el obispo diocesano, a no ser
que se haya establecido otra cosa en las letras apostólicas de nombramiento.
Aparte de los perfiles peculiares del cargo, el aspecto más destacable de
la regulación del vicario episcopal establecida en el CIC es su equiparación
canónica expresa con el oficio de vicario general 122 • Este principio equiparador

119. Cfr. H . MüLLER,De speciali Episcopi mandato iuxta CIC 1983, en «Periodica», 79
(1990) , pp. 236 SS.
120. Sobre esta cuestión, cfr. A. VIANA,Naturaleza canónica, cit., pp. 112- 119.
121. Cfr. E . BouLARD,La curie et les conseils diocésains, en VV.AA., «La charge pasto -
rale des Évaques», Paris 1969, p. 245.
122. «Vicarii episcopale s ( ... ) eadem gaudent potestate ordinaria , quae iure universali Vi-
cario generali competit, ad normam canonum qui sequuntur » (c. 476) .

258
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASIDIOCESANA

se concr eta en diversas características comunes a ambos cargos. Así, los dos
son vicarios del obispo diocesano y la naturaleza de su potestad es la misma:
ordinaria, vicaria, administrativa y circunscrita al ámbito diocesano (cfr. ce.
475 § 1, 476, 479). Tanto el vicario general como también el vicario episcopal
son ordinarios y ordinarios del lugar (c. 134 §§ 1 y 2), y deben actuar siempre
conforme a la voluntad e intenciones del obispo (c. 480) . Les afectan las mis-
mas normas sobre condiciones personales para el cargo e incompatibilidades
(c. 478), y también las relativas al modo de nombramiento, remoción, sustitu-
ción, cese y suspensión de la potestad (ce. 477 y 481).
Sin embargo existen significativas diferencias entre ambos cargos, ade-
más de su distinto origen histórico. Así, son diversas sus características consti-
tutivas , ya que el oficio de vicario general es preceptivo en la diócesis y por
regla general debe ser único, mientras que la constitución del vicario episcopal
depende de la valoración de las circunstancias por parte del obispo, que puede
además nombrar libremente uno o varios vicarios episcopales (ce. 475 y 476).
Además, el nombramiento del vicario episcopal que no sea a la vez obispo au-
xiliar de la diócesis debe ser temporal; en cambio, esta norma no afecta al vi-
cario general (c. 477 § 1).
Con todo, la diferencia más importante entre ambos oficios se refiere al
alcance de su pote stad . El vicario episcopal está dotado de una potestad ordi-
naria especial, en el sentido de que aquella se refiere a concretas personas, ma-
terias o lugares dentro de la diócesis. Según CD 23 y 27 la potestad del vicario
episcopal se limita a una parte de la diócesis (criterio territorial) , determinados
asuntos (criterio material o funcional) o fieles de un determinado rito o lengua
(criterio personal). El CIC de 1983 ha ampliado el criterio personal, al admitir
en el c. 476 que el vicario episcopal pueda constituirse también para un grupo
concreto de personas por motivos diversos del rito o del idioma de los fieles
(p. ej. el vicario episcopal para los religiosos de la diócesi s). Fuera de tales
ámbitos materiales, territoriales o personales el vicario episcopal no puede ac-
tuar , a diferencia del vicario general cuya potestad alcanza en principio a todas
las materias administrativas, todo el territorio diocesano y todas las personas
sometidas a la jurisdicción del obispo.
Una de las principale s cuestiones que plantea la normativa del CIC sobre
los vicarios diocesanos es el problema de las relaciones jurídicas entre el vica-
rio general y el vicario episcopal123 • Las po sibilidades de relación entre ambos
cargos son muy variadas, ya que pueden constituirse uno o varios vicarios ge-
nerales y uno o varios vicarios episcopales para una misma diócesis, y además
no existe entre ellos relación de subordinación jerárquica: todos son vicarios
del obispo. A falta de soluciones previ stas por el derecho común es ésta una

123. Se trata de un problema que aquí sólo podemos apuntar en sus aspectos más genera-
les. Vid. ulteriores desarrollos en A. VIANA,Las relaciones jurídicas entre el vicario general y
los vicarios episcopales, en «Revista Española de Derecho Canónico» , 45 (1988) , pp. 251-260.

259
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

materia que debe ser regulada por el derecho particular; concretamente es el


obispo diocesano quien adoptará en su caso las oportunas determinaciones .
Como principios de solución se puede apuntar: a) que el derecho particular
puede reconocer una cierta capacidad de dirección administrativa en favor del
vicario general, con el fin de fomentar la debida coordinación entre los vica -
rios diocesanos; b) que es necesaria la determinación de la competencia de los
diversos oficios vicarios, a través de normas generales diocesanas o en el pro-
pio acto de nombramiento, de manera que, salvando si~mpre la potestad pro-
pia del obispo y las excepciones que puedan establecerse, cada vicario y sólo
él será competente en el bloque de materias o relaciones señaladas en aquellas
normas o nombramientos ; e) que en los casos dudosos parece más adecuado
dar prioridad a la actuación del vicario con competencia más especial (así p.
ej., la competencia del vicario episcopal personal sería prioritaria frente a la
del vicario episcopal territorial o la del mismo vicario general).

E. El moderador de la curia y el consejo episcopal

Al tratar de los criterios generales sobre la actividad de la curia diocesa-


na hemos mencionado la importancia que reviste el principio de coordinación
administrativa . El c. 473 establece precisamente dos cauces orgánicos para la
coordinación, además de la actividad que pueda desarrollar en tal sentido el
mismo obispo diocesano (cfr. c. 473 § 1). Estos dos instrumentos orgánicos
son el moderador de la curia y el consejo episcopal.
Los precedentes próximos de la figura del moderador de la curia se en-
cuentran en el derecho particular y, más concretamente, en el oficio de secre-
tario general , presente en diversas curias diocesanas con anterioridad a la pro-
mulgación del CIC de 1983. Le corresponden precisamente las tareas propias
de la secretaría, es decir , la coordinación administrativa dentro de la curia y la
misión de procurar que todos los oficios de la curia desempeñen fielmente su
función. Debe ser informado por el canciller acerca de los actos jurídicos de la
curia (cfr. c. 474). Otras funciones del moderador o secretario general vienen
expresadas en los ce. 487 § 1 y 488 .
Aunqu e teóricamente todas estas funciones podrían ser ejercidas por
cualquier fiel debidamente preparado, el derecho exige que el moderador sea
un sacerdote . Esta condición parece obedecer a motivos de orden práctico,
como p . ej. la oportunidad de que sea el vicario general quien desempeñe las
funciones de moderador (cfr. c. 473 § 3. Y el vicario general debe ser sacerdo-
te, según el c. 478 § 1); el hecho de que el moderador esté llamado a coordinar
la actividad de oficios de la curia desempeñados por clérigos; la garantía de
formación que supone el sacerdocio ministerial ; y el dato de que ordinaria-
mente la retribución económica es menor en el caso de los clérigos que si se
tratara de laicos . Otra característica del oficio del moderador o secretario ge-
neral es su carácter facultativo y no preceptivo para las diócesis.
260
ORGANIZACIÓ N DJOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

En el ejercicio de su función coordinadora el moderador actúa siempre


bajo la autoridad del obispo. Este aspecto fue subrayado durante lo s trabajos
preparatorios del c . 473. Por un lado, se in sistió en distinguir la actividad del
moderador dentro de la curia de la actividad coordinadora general que corres-
ponde personalmente al obispo diocesano: ambos coordinan , pero en niveles
diferentes de actuación 124.Por otro lado, la denominación genérica de «mode-
rador» sustituyó a la de caput curiae, prevista en los proyectos iniciales, que
podía cuestionar de algún modo la responsabilidad del obispo sobre la curia 125 •
La figura del moderador o secretario general es especialmente adecuada
para las diócesis con una compleja organización administrativa, particular-
mente cuando existen varios vicarios generales y episcopale s. Se explica así
que el c . 473 § 3 señale que debe ser nombrado como moderador de la curia el
vicario general de la diócesis, o uno de ellos si son varios, salvo que las cir-
cunstancias locales acon sejen otra cosa a juicio del obispo. En las diócesi s de
España, Italia y Francia la función de moderador de la curia la ejerce normal-
mente el vicario general de la diócesis 126•
El consejo episcopal de la curia está previsto por el c. 473 § 4. Es el úni-
co lugar del CIC en el que se menciona este nuevo colegio, cuya función vie-
ne descrita en términos muy generales : «ad actionem pastoralem aptiu s foven-
dam » . Por con siguiente , es el derecho particular el que debe determina r la
naturaleza, composición, funciones y relaciones de este colegio con otros esta-
blecidos en la diócesis . Se trata de una entidad que forma parte de la organiza -
ción de algunas Iglesias particulare s 127 , pero que no es obligatorio instituir en
todas las diócesis: las funcione s de coordinación de la actividad de los vicarios
dioce sanos pueden realizar se sin necesidad de constituir formalmente el con-
sejo episcopal.
El consejo episcopal puede ser útil especialmente en diócesi s con varios
vicarios administrativos y también para realizar con mayor eficacia la s deter-
minacione s del c. 407 sobre la mutua consulta entre el obi spo dioc esano, el
obi spo coadjutor y los obispos auxiliares. No es un organi smo representativo
de los oficio s diocesanos ; ni siquiera de lo s que pertenecen a la curia , porque
el c. 473 § 4 dispone que consta de los vicarios generales y episcopales. Sin
embargo, se plantea el problema de si la referencia a los vicarios es taxativa 128 ,
o si se permit e una composición más amplia del consejo epi scopal. El estudio

124. Cfr. Communicationes, 5 (1973), pp . 225 y 226; y 13 (19 81), pp . 114 ss.
125 . Cfr. ibid., 5 (19 73), pp. 225-226.
126. Cfr. R.-B. TRAUFFER,Diocesan governance in european diocesesfollowing the 1983
Code: an initial inquiry, en J .K . MALLETI(Ed.) , «Th e ministry of governan ce», Washi ngton
1986 , p . 198.
127. Cfr. R . PAGÉ,Les Églises particulieres. l. Leurs structures de gouvernement selo n le
Code de Droit Canonique de 1983, Montréal 1985, p. 73.
128. En tal sentido , F. DANEELS, De dioecesanis corresponsabilitatis organis , en «Perio-
dica», 74 (1985), p . 309.

261
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERN O EN LA IGLESIA

de los trabajos preparatorios del c. 473 § 4 fundamenta más bien la primera so-
lución129; sin embargo, teniendo en cuenta que se trata de un organismo clara-
mente vinculado con la curia diocesana y que debe ser regulado por el derecho
particular, podrían pertenecer también al consejo episcopal el moderador de la
curia (incluso aunque fuese distinto del vicario general) y el canciller (en vir-
tud de las funciones descritas en los ce. 474 y 482 § 1), además de otros miem-
bros designados por el obispo diocesano.
Otro problema que plantea la regulación del consyjo episcopal es que el
c . 473 § 4 nada establece sobre la presidencia y posible relación del obispo
diocesano con el consejo. Para algún autor el silencio del CIC sobre esta ma-
teria permite que aquella entidad se oriente también hacia el servicio directo
de las funciones de coordinación encomendadas por el c. 473 § 2 al moderador
de la curia 130 • En cualquier caso , mediante la presidencia del obispo diocesano
se podría llevar a la práctica el mandato de coordinar la actividad de los vica-
rios, que recae personalmente sobre el obispo (cfr. c. 473 § 2) .
En resumen, el sentido del consejo episcopal es unificar criterios, dar o
recibir información e indicaciones sobre las tareas realizadas o que se promo-
verán después personalmente. Se trata, por tanto, de un colegio al servicio de
la coordinación interna de la actividad de los oficios vicarios.

F. El canciller

El canciller es un oficio claramente vinculado con la curia diocesana y


que debe constituirse preceptivamente (cfr. c. 482 § 1). Corresponde al dere -
cho particular la determinación de los principales aspectos del oficio, como
son: las cualidades personales para desempeñarlo, el procedimiento de provi-
sión, sus principales funciones y, finalmente, las relaciones del canciller con
otros oficios constituidos en la curia . Como consecuencia de esta relevancia
del derecho particular - al que se remite expresamente el c. 482 § 1-, pueden
existir significativas diferencias entre las diócesis a propósito de la configura-
ción del oficio: p. ej. sobre la posibilidad de que el cargo sea atribuido a un lai-
co o de que el oficio de canciller coincida con el de moderador o secretario ge-
neral de la curia, sobre todo en las diócesis más pequeñas .
Con todo, el derecho común regula algunos aspectos del oficio de canci-
ller. Según las normas del CIC viene a ser el notario principal de la diócesis .
Esta consideración es compatible con la posible constitución de un vicecanci-
ller y de otros notarios 131 • La función principal del canciller es la redacción, ex-
pedición y custodia de las actas de la curia . Su escritura o firma da fe pública

129. Cfr. Commun icationes, 13 (1981), pp. 116-117, y 14 (1982), p . 213.


130. Cfr. W. AYMANS,Die Leitung der Teilkirche , en VV.AA. , «Le nouveau Code de Droit
Canonique », cit. , vol. 11,Ottawa 1986, p. 602 .
131. Cfr. ce . 482 §§ 2 y 3, 483 , 484 y 485.

262
ORGANJZACJÓN DJOCESANA Y CUASIDJOCESANA

de los actos curiales 132 y le corresponden precisas responsabilidades en rela-


ción con el archivo diocesano (cfr. ce. 487 § 1 y 488).
Sobre las condiciones generales del nombramiento el ere solamente se-
ñala que el canciller y los demás notarios deben ser personas de buena fama,
por encima de toda sospecha (c. 483). Por último, la remoción del canciller co-
rresponde libremente al obispo diocesano (c. 485), con justa causa.

G. El consejo de asuntos económicos y el ecónomo

Un aspecto importante de la actividad ordinaria de la curia es la adminis-


tración del patrimonio diocesano, conforme a lo dispuesto en el derecho canó-
nico y en el derecho civil de cada país. El e1eregula en los cánones referen-
tes a la curia diocesana el soporte o base organizativa de esta actividad
patrimonial. Además de la previsión de fondos comunes diocesanos (c. 1274),
las funciones patrimoniales que corresponden a los oficios de gobierno y a
otras instituciones previstas por el libro V del ele, y además de lo que pueda
establecerse a través del derecho particular, la organización económica de la
diócesis está preceptivamente compuesta por el consejo de asuntos económi-
cos y el ecónomo diocesano .
El consejo de asuntos económicos (cfr. c. 492) es un colegio de constitu-
ción preceptiva en la diócesis, presidido por el obispo diocesano o su delega-
do y compuesto al menos por tres fieles (clérigos , religiosos o laicos). Su pre-
cedente legislativo fue el consejo de administración previsto por el c. 1520 del
ele de 1917. Los miembros del consejo de asuntos económicos son nombra-
dos por el obispo diocesano para un período renovable de cinco años. Deben
ser expertos en materia económica, en derecho civil y de probada integridad,
excluyéndose para esta función a los parientes del obispo hasta el cuarto gra-
do de consanguinidad o de afinidad.
Las funciones más importantes del consejo económico son: hacer cada
año el presupuesto de ingresos y gastos de la diócesis, aprobar anualmente las
cuentas finales y realizar otras actividades en el ámbito jurídico-patrimonial de-
terminadas en el libro V del eIC1 33 • Bajo este aspecto, cabe destacar la interven-
ción preceptiva del consejo antes de que se formalicen determinadas decisiones
de gobierno con previsibles consecuencias patrimoniales. En concreto, el obis-
po diocesano debe consultar preceptivamente al consejo económico para los
actos de administración patrimonial que resulten de mayor importancia en fun-
ción de la situación económica de la diócesis; pero, además de otros casos que
puedan determinarse particularmente, el obispo necesita obtener el consentí-

132. Cfr. c . 482 § 1 y c. 483 § 1, en relación con el c. 474 . La intervención del canciller
prevista por el c. 474 supone una garantía ulterior de la autenticidad del acto y de coordinación
interna; pero no se exige para la validez, a diferencia de la firma del ordinario de quien procede
el acto: cfr. Communicationes, 5 (1973), p. 226 y 14 (1982), p. 213.
133. Cfr. ce. 493, 1287 § 1, 1305.

263

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

miento (dictamen vinculante) del consejo de asuntos económicos para realizar


válidamente aquellos actos de administración que la conferencia episcopal haya
califi cado de extraordinarios 134. En estos últimos casos el consejo de asuntos
económico s, más que una función asesora, ejerce un verdadero control sobre
concretas decisiones de gobierno, que tiene precisas consecue ncia s jurídicas 135•
Por su parte, el ecónomo es un oficio preceptivo en la diócesis, al que se
atribuye básicamente la administración directa de lo s bienes diocesanos bajo
la autoridad del obispo 136 • Su función administradora la ~jerce de acuerdo con
lo s criterios establecidos por el consejo de asuntos económicos, y ante este
consejo debe rendir cuentas anualmente. Por tanto , el consejo de asuntos eco -
nómicos asesora y controla la actividad patrimonial del ecónomo diocesano,
mientras que a éste le corresponden tareas de ejecución o gestión directa 137•
El ecónomo es nombrado por el obispo diocesano, oído el colegio de
consultores y el consejo de asuntos eco nómico s, para un plazo renovable de
cinco años. La única condición de idoneidad para el cargo que establece el
CIC es que sea experto en materia económica y de reconocida honradez. En
situac ión de sede diocesana vacante, si el ecónomo es eleg ido como adminis-
trador diocesano , el consejo de asuntos económicos debe designar provisional -
mente otro ecónomo, ya que ambos cargos son incompatibles entre sí (cfr. c.
423 § 2). En la práctica el ecónomo suele denominarse vicario o delegado
episcopal para asuntos económicosi, 8 •

H. Organización judicial

Se suele hablar de dos secciones de la curia diocesana : la administrativa


-i ntegrada por los oficio s que hemos estudiado hasta ahora - y la judicial.
Los oficios que integran cada una de estas secciones son diversos y, en virtud

134. Cfr. c. 1277. La Conferencia Episcopal Española estableció en el art. 16 del decreto
general de 15-VII- 1985 lo siguiente : Ǥ l. En orden al cumplimiento de los establecido en el c.
1277 han de considerarse como actos de administración extraordinaria: 1.0 Los expresamente de-
clarados tales con carácter general o, para entidades determinadas , por su propio derecho. 2.0
Cuando modifican sustancialme nte o suponen un riesgo notable para la estructura del patrimonio
de la entidad eclesiástica corresp ondiente . 3.º La inversión de dinero y los cambios de inversio-
nes hechas , siempre que supongan alteración notable en la naturaleza de los bienes que se invier-
ten o riesgo grave para la inversión, cuando su valor exceda el límite mínimo fijado por la Con-
ferencia Episcopal a efectos del c. 1292 § 2. Se presumen actos de administración ordinaria los
incluidos expresamente en el presupuesto anual, una vez aprobado en debida forma» (BOCEE ,
6, 1985, p. 64). Vid. también los supuestos previstos por los ce. 1292 §§ 1 y 4, y 1295, en los que
se exige el consentimiento del consejo de asuntos económicos . También los ce. 494 §§ 1 y 2,
1263, 1281 § 2, 1305 y 1310 § 2, que exigen solamente la consulta.
135. Sobre la distinción general entre dictámene s vinculantes y no vinculantes (consenti-
miento y consejo), y sus consecuencias jurídicas, cfr. en general el c. 127.
136. Cfr. c. 494. Vid. también el c. 1278.
137. Cfr. F. R. AZNZR GIL, La administración de los bienes temporales de la Iglesia, 2."
ed., Salamanca 1993,p. 327.
138. Cfr. ibid., p. 330.

264
ORGANIZACIÓ N DIOCESANA Y CUASTDIOCESANA

del principio de distinción de poderes (cfr. ce. 135 § 1 y 391 § 2), no están
subordinados entre sí. A diferencia de los vicarios administrativos, los jueces
diocesanos no cesan en sede vacante (cfr. ce. 1420 § 5 y 1422).
La organización judicial diocesana está regulada por el libro VII del CIC.
Además del obispo diocesano, que es juez nato de primera instancia (c. 1419 §
1), destacan los oficios del vicario judicial, los vicarios judiciales adjuntos,
otros jueces diocesanos que puedan nombrarse por el obispo, el promotor de
justicia, el defensor del vínculo y los notarios procesalesn 9 •

12. EL SÍNODO
DIOCESANO

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 356-362; CD, 36; El, nn . 162- 165; CIC
de 1983, ce. 460-468; Congregación para los obispos-Congregación para
la Evangelización de los Pueblos, instrucción , 19-III- 1997, en AAS , 89
(1997), pp. 707-727; AS, nn. 166-175.

A. Naturaleza y funciones

Después de ocupamos de los oficios relacionados con el ejercicio ordina-


rio del gobierno en la diócesis, consideraremos en adelante los diver sos cole-
gios diocesanos. Entre ellos destaca la figura del sínodo.
Según el canon 460 del CIC, «El sínodo diocesano es una asamblea de
sacerdotes y de otros fieles escogidos de una Iglesia particular, que prestan su
ayuda al obispo de la diócesis para bien de toda la comunidad diocesana».
El sínodo diocesano es una antigua institución, cuyo origen en Occidente
se remonta al siglo VI. Hasta entonces las comunidades cristianas eran relativa-
mente poco numerosas y esencialmente urbanas. Cuando a partir del siglo VI las
parroquias se multiplicaron también en los ámbitos rurales, los obispos sintieron
la necesidad de mantener la comunicación con su presbiterio y evitar el aisla-
miento geográfico 140 • Con este motivo convocaban periódicamente a los sacer-
dotes para participar en los sínodos diocesanos . Se trataba, por tanto, de reunio -
nes -co ngregationes141 - periódicas del obispo con el clero de la diócesis , que
nacieron y se desarrollaron a causa de concretas necesidades diocesanas .
Entre las funciones que históricamente desarrollaron los sínodos diocesa -
nos se pueden citar, entre otras, la mutua comunicación e información entre el
obispo y su presbiterio; la aplicación de las disposiciones de los concilios ge-

139. Cfr. cc.1420 § 1, 1420 § 4, 1421 § 1, 1430, 1432y 1437.


140. Cfr. O. PON TAL , Évolution historique du Synode diocésain, en «La Synodalité», cit.,
vol. II , p. 524.
141. Según la clásica definición de Benedicto XIV, el sínodo diocesano es «legitima con-
gregatio ab Episcopo coacta ex presbyteris et clericis suae Dioecesis, aliisve, qui ad eam accede-
re tenentur, in qua de his quae curae pastorali incumbunt, agendum et deliberandum est»: De
Synodo dioecesana, lib. l , cap. l. IV, vol. 1 (ed. madrileña de 1768, p. 5).

265

ORGANIZACIÓ N DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

nerales y particulares al ámbito diocesano ; la promoción de la disciplina , sobre


todo en lo que se refiere al estilo de vida de los clérigos ; el ejercicio de funcio-
nes judiciales hasta que, a partir del siglo XII, esa tarea fue encomendada a
oficiales establemente constituidos; la publicación de disposiciones («consti-
tuciones sinodales») que, con fórmulas breves, claras y fácilmente accesibles ,
pudieran ayudar al clero en el ejercicio de sus tareas pastorales, de acuerdo
con las circun stancias de la diócesis.
En cuanto a la periodicidad de su celebración , ya el Concilio IV de Le-
trán (a. 1215) estableció en su c. 6 que los sínodos deberían celebrarse anual-
mente en las diócesis; disposición que fue confirmada por el Concilio de Tren-
to t42. Sin embargo, estas determinaciones no fueron observadas de manera
uniforme en todos los países. Esto explica que el CIC de 1917 se limitara a
prescribir en su c. 356 § 1 que el sínodo debía celebrarse al meno s cada diez
años. Finalmente el CIC de 1983 no contiene ninguna determinación tempo -
ral : el sínodo se celebrará cuando lo aconsejen las circunstancias de la dióce -
sis, a juicio del obispo después de oír al consejo presbiteral (cfr. c. 461 § 2).
Actualmente los perfile s institucionale s del sínodo diocesano son bastante
diverso s de su configuración tradicional , sobre todo por influencia de la ecle-
siología del Concilio Vaticano II, de las experiencias diocesanas posconciliare s
y, finalmente, de las normas contenidas en el CIC de 1983. El 19-III- 1997 la
Congregación para los Obispo s y la Congregación para la Evangelización de
los Pueblos publicaron conjuntamente una instrucción sobre los sínodos dioce-
sanos, con normas muy detalladas , en aplicación del CIC, sobre su naturaleza ,
finalidad , composición , preparación, desarrollo y capacidad normativa.
Las nuevas características de los sínodos diocesanos se refieren sobre
todo a su representatividad y también a sus funciones .
Bajo el primer aspecto , los sínodos ya no son asambleas periódicas del
clero con el obispo dioce sano , sino instituciones colegiales que agrupan al cle-
ro y al pueblo de la diócesis bajo la presidencia del obispo 143 ; es decir, expre-
san la corresponsabilidad y participación de todos los miembros de la comuni-
dad diocesana . Por lo que se refiere al segundo aspecto aludido, algunas de las
funciones históricas de los sínodos han perdido relevancia 144 , en beneficio de

142. Cfr. sessio XXIV, de reformatione, c. 2. Vid. VV.AA., Conciliorum oecumenicorum


decreta , 3.' ed., Bologna 1973, pp . 237 y 761, respectivamente.
143. Cfr. c . 360: «Synodus dioecesana est coetus delectorum sacerdotum aliorumque
christifidelium Ecclesiae particularis ... ».
144. Así, ha perdido importancia práctica la función tradicional de aplicar a la diócesis las
disposiciones de los concilios particulares (vista la escasa frecuencia de tales concilios); también
la virtualidad de las constituciones sinodales como vademecum para la cura de almas y las tareas
parr oquiales (función práctica que actualmente cumple el CIC y diverso s directorios que suelen
publicarse). Lo mismo cabe decir sobre la tradicional importancia de los sínodos como instru-
mentos de informaci ón y relación entre el obispo y sus sacerdotes (funciones que se ejercen hoy
a través de los consejos presbiteral es y otras instituciones diocesanas, y que vienen ampliamente
facilitada s además por el extraordinario desarrollo actual de los medios de comunicación social).

266
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

una función general de promoción de la vida cristiana y de la pastoral de la


diócesis. Por eso el CIC ha renunciado a la enumeración de las funciones sino-
dales, al estilo de lo que preveía algún .documento posconciliar 145 , y solamente
establece de manera muy genérica que el sínodo «ayuda al obispo de la dióce-
sis para bien de toda la comunidad diocesana» (c. 460).
Se puede definir el sínodo como un colegio que expresa la reunión so-
lemne y ocasional de representantes del clero y el pueblo de una diócesis, pre-
sididos por el obispo, con el fin de examinar y promover la vida cristiana, y
establecer criterios inspiradores del gobierno y de la cura de almas.
Se trata de una reunión solemne y ocasional en el sentido de que la cele-
bración del sínodo es una acontecimiento de especial significado para la vida
diocesana, de notable duración desde su convocatoria hasta su clausura y apli-
cación, que es acompañado por especiales celebraciones litúrgicas y manifes-
taciones formales. Su celebración ocasional, en función de las necesidades lo-
cales, no impide que el sínodo como institución pueda integrar la estructura
orgánica de la diócesis, aunque se distinga de otros colegios establecidos en la
diócesis con carácter permanente y convocatoria habitual. Desde la perspecti-
va del derecho de la organización el sínodo pertenece al género de los colegios
de convocatoria solemne y ocasional146 • Además, a la vista del régimen jurídi -
co establecido por el CIC, el sínodo se integra en la categoría general de los
colegios consultivos 147 , no en el sentido de ente especializado en dictámenes
técnicos sobre la base de consultas concretas, sino en cuanto institución plural,
representativa y asamblearia 148 , con funcione s de impulso y propuesta, pero sin
que sus decisiones sean vinculantes para terceros hasta que la autoridad (el
obispo diocesano, en este caso) no las sancione.

B. Composición

El c. 463 regula la composición del sínodo. Según esta norma hay que
distinguir entre miembros «necesarios» o de derecho -es decir, aquellos que
deben ser convocados en todo caso- y otros miembros que pueden ser convo-
cados por el obispo.

145. En efecto, el dir. Ecclesiae imago, de 22-II-1973, publicado por la Congregación de


los Obispos, proponía entre otras funciones de los sínodos la adaptación de las leyes y normas
universales a la situación particular de la diócesis, la determinación de los métodos del trabajo
apostólico diocesano, la resolución de las dificultades propias del apostolado y del gobierno, la
promoción de obras e iniciativas de carácter general, la corrección de errores acerca de la fe y de
la moral (cfr. n . 163).
146. Vid. supra , cap. IV,§§ 1 y 4.
147. Cfr. sobre todo los ce. 460 ( «Episcopo dioecesano adiutricem operam praestant») y
466.
148. Obviamente el carácter asamb leario del sínodo no impide - antes bien, exige - la
vigencia de adecuadas normas de funcionamiento para garantizar el orden y la eficacia de los de-
bates.

267
ORGANIZAC IÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

Deben ser necesariamente convocados al sínodo:


- el obispo coadjutor y los obispos auxiliares;
- el vicario o vicarios generales, episcopales y también el vicario judi-
cial;
- los miembros del consejo presbiteral;
- los canónigos de la iglesia catedral ;
- fieles laicos y miembros de institutos de vida consagrada , elegidos por
el consejo pastoral de la diócesis o según la fo~a determinada por el
obispo ;
- el rector del seminario mayor de la diócesis;
- los arciprestes;
- un presbítero y un eventual sustituto por cada arciprestazgo , elegidos
por los que ejercen en la zona la cura de almas;
- algunos superiores de institutos religiosos y de sociedades de vida
apostólica con casa en la diócesis , elegidos según el número y la for-
ma determinadas por el obispo .
Además de los indicados , el obispo puede convocar también a otros fie-
les como miembros del sínodo y a otras personas en calidad de observadores.
La participación de fieles que no han recibido el orden sagrado es la no-
vedad más significativa que presenta el nuevo derecho en comparación con la
estructura de los sínodos tradicionales, que estaban compuestos exclusivamen-
te por clérigos 149 • Concretamente los laicos constituyen de hecho la mayor par-
te de los miembros en los sínodos actuales y amplían a varios cientos e inclu-
so miles el número de participantes 150• El n. 169 del directorio Apostolorum
Successores sobre el ministerio de los obispos, publicado el 22-II-2004 por la
Congregación para los Obispos, precisa que la composición del sínodo debe
reflejar la diversidad de condiciones personale s que es característica de la dió-
cesis, pero «procurando confiar a los clérigos un papel relevante, según su
función en la comunión eclesial». En cualquier caso, se plantea el problema de
los medios de selección y designación de los laicos como miembros sinodales.
El c. 463.5.º establece la intervención del consejo pastoral; pero admite tam-
bién otros sistemas de designación , ya que el consejo pastoral no es un colegio
preceptivo para todas las diócesis . En la práctica la selección de aquellos fie-
les se hace sobre todo a travé s de las parroquias , aunque se admite también

149. En efecto, sal vo escasas exce pcion es, los sínodos dioce san os anteriores al Concilio
Vaticano 11fueron de composición clerical: cfr. J. GAUDEMET, Aspetto sinodale del! ' organizza-
zione della diocesi. Excursus storico, en M. GHISALBERTI y G. MORI (Ed s.), «La sinodalita ne-
Jl'ordinamento canonico», Padova 1991 , pp . 2 15 y 216.
150. Sobre las experiencias de los sínodo s recientes resulta parti cularmente útil la consul-
ta de las Actas del VII Congreso Interna cional de Derecho Canónico, cele brado en París desde el
21 hasta el 28- IX- 1990: vid. La Synodalité, cit., vol. 11, pp. 561-651. Para no multiplicar las cita s
nos remitimos a los estudios de J .I. ARRIETA , J.P. DURAND , A. LONGHJTANO, R. PAGÉy w. SCHULZ
allí publicado s. Estos estudio s informan respectivam ente sobr e la praxis reciente de los sínodo s
españoles, franc eses , italianos, norteam ericano s y de los países de lengua alemana.

268
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

que las diversas asociaciones de fieles puedan elegir a sus representantes. En


todo caso, parece necesaria la confirmación por el obispo de la condición de
miembro.
Todos los miembros del sínodo tienen la obligación de asistir a las diver-
sas sesiones y deben informar al obispo en caso de impedimento legítimo . Hay
prohibición expresa de participar a través de un procurador (cfr. c. 464). Es
posible la participación en el sínodo, no como miembros pero sí como obser -
vadores , de personas pertenecientes a otras Iglesias o comunidades que no es-
tén en plena comunión con la Iglesia católica.

C. Funcionamiento

El CIC contiene pocas precisiones sobre el desarrollo de las actividades


del sínodo. Se trata de una materia que en su mayor parte corresponde deter-
minar al obispo diocesano, con el debido asesoramiento.
Según la experiencia posterior al Concilio Vaticano II, los sínodos se ce-
lebran a través de diversas fases o sesiones desde su convocatoria hasta su
clausura. Corresponde al obispo personalmente la convocatoria del sínodo
cuando lo aconsejen las circunstancias de la diócesis, tras haber consultado al
consejo presbiteral. Si el obispo tiene encomendado el cuidado de varias dió-
cesis, puede convocar un sínodo para todas ellas . Corresponde también al
obispo la presidencia del sínodo, aunque puede delegar esta función para cada
una de las sesiones en favor del vicario general o de un vicario episcopal15 '.
La convocatoria puede ser la ocasión para publicar las normas reglamen-
tarias que regularán la concreta composición y funcionamiento del sínodo en
sus diversas sesiones.
La convocatoria o anuncio oficial del sínodo supone la apertura de una
primera fase preparatoria de las sesiones sinodales propiamente dichas . Los
elementos más importantes de esta fase preparatoria son la información sobre
el significado y los objetivos del sínodo, la promoción de una amplia partici-
pación y consulta, y la determinacion de las materias que serán debatidas. Con
este fin suelen establecerse comisiones preparatorias para toda la diócesis, o
bien distribuidas en parroquias, asociaciones, etc. Estas comisiones pueden
plantear propuestas relativas al desarrollo de las sesiones sinodales . Una vez
examinadas y aprobadas por el obispo, tales propuestas constituyen proyectos
o documentos básicos para el trabajo sinodal.
La celebración de las sesiones sinodales se desarrolla normalmente du-
rante varios días. Además de las celebraciones litúrgicas adecuadas a la solem-
nidad de la asamblea, la fase sinodal comprende el estudio de los temas plan-
teados y también la propuesta de resoluciones finales o conclusiones . Estas

151. Cfr. ce. 461 y 462 .

269
"'+'

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

actividades se desarrollan principalmente sobre la base del trabajo preparato-


rio y están informadas por el principio de libre discusión de las cuestiones pro-
puestas (cfr. c. 465), de acuerdo con las normas reguladoras del procedimiento
sinodal. Normalmente los debates van acompañados de votaciones sobre los
diversos proyectos hasta llegar a las conclusiones definitivas. La instrucción
de la curia romana de l 9-III-1997 dispone que «Teniendo presente el vínculo
que une la Iglesia particular y su pastor con la Iglesia universal y el romano
pontífice, el obispo tiene el deber de excluir de la discusjón tesis o proposicio-
nes -planteadas quizá con la pretensión de transmitir a la Santa Sede "votos"
al respecto- que sean discordes con la perenne doctrina de la Iglesia o con el
magisterio pontificio o referentes a materias disciplinares reservadas a la auto-
ridad suprema o a otra autoridad eclesiástica» (IV. 4).
Además de la convocatoria, presidencia y aprobación de las cuestiones
propuestas, corresponde también al obispo diocesano pro suo prudenti arbitrio
suspender e incluso disolver el sínodo diocesano. Si la sede episcopal quedara
vacante o impedida, el sínodo se interrumpe de propio derecho hasta que el
nuevo obispo decrete su continuación o lo declare concluido (c. 468).

D. Las conclusiones del sínodo

La última fase del sínodo comprende la aprobación de sus conclusiones y


la clausura por parte del obispo. A partir de ese momento comienza la aplica-
ción del trabajo sinodal a la vida ordinaria de la diócesis.
Como consecuencia de la codificación canónica del siglo XX y de la ca-
pacidad normativa que el derecho vigente reconoce a las conferencias episco-
pales, ha perdido importancia la función normativa que históricamente ha co-
rrespondido a los sínodos diocesanos 152 • Esta función se concretaba en las
llamadas constituciones o decretos del sínodo, formalmente promulgadas por
el obispo diocesano. Actualmente las conclusiones del sínodo revisten diver-
sas denominaciones («propuestas», «objetivos», «recomendaciones», «resolu-
ciones», «estatutos») . No suelen formalizarse como leyes o decretos generales
que puedan determinar conductas concretas, sino más bien como directorios
en los que se reflejan principios y exhortaciones generales.
A pesar de esta situación práctica, conviene tener en cuenta que el dere-
cho común reconoce la capacidad normativa del sínodo, al tiempo que estable-
ce una clara distribución de funciones entre sus miembros. Concretamente, el
obispo diocesano es «el único legislador» del sínodo, mientras que los demás

152 . La codificación suple en buena medida la función de las constituciones sinodales


como repertorio s o vademecum de fórmulas breves para ayuda del clero de la dióce sis , y los de -
cretos de las conferencias episcopales cumplen en parte la función de aplicar el derecho común a
la situación particular diocesana . Si a esto se añade la capacidad legislativa ordinaria del obispo
diocesano, es fácil comprender la afirmación contenida en el texto principal.

270
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

miembros tienen solamente voto consultivo (cfr. c. 466). Esto supone una re-
serva en favor del obispo de la aprobación definitiva y promulgación de las
declaraciones y decretos debatidos y aprobados por la asamblea sinodal 153 • Se
puede decir así que la peculiaridad canónica del sínodo consiste en ser una ins-
titución colegial que incluye un momento consultivo, mediante la participa-
ción de todos los miembros, y otro legislativo, que corresponde solamente al
obispo 154 • Pero esa misma configuración supone una diferencia notable respec-
to de la legislación individual del obispo. En efecto, a pesar de que en otras
épocas haya podido ser así, hoy en día la peculiaridad canónica no consiste en
que el obispo legisle con ocasión del sínodo (cuyos miembros vendrían a ser
de este modo destinatarios de las decisiones legislativas más solemnes del
obispo), sino en que los miembros del sínodo participan corresponsablemente
en un proceso consultivo que forma el acto o los actos que el obispo podrá
sancionar con su potestad legislativa. De este modo, los textos definitivamen-
te sancionados por la potestad legislativa del obispo se pueden llamar propia-
mente «sinodales» y no solamente episcopales.
Hay que recordar también que la legislación sinodal está sometida al
principio de jerarquía normativa, de modo que no puede ser contraria al dere-
cho de rango superior (cfr. c. 135 § 2) . El CIC establece también en el c. 467
que el obispo diocesano debe trasladar el texto de las declaraciones y decretos
del sínodo al metropolitano y a la conferencia episcopal. La instrucción de
1997 añadió que también ha de trasmitirse copia de la documentación sinodal
a la curia romana.

13. EL CONSEJO PRESBITERAL

REGULACIÓN: PO , 7; ES, 1 § 15; Congregación para el Clero, litt. circ.


Presbyteri sacra ordinatione, ll-IV-1970 (AAS, 62, 1970, pp. 459-465);
El, n. 203; CIC de 1983, ce. 495-502; AS, n . 182.

A. Naturaleza y características

El consejo presbiteral es un colegio de sacerdotes que, en representación


del presbiterio, ayuda al obispo en el gobierno diocesano. Entre otros aspectos
de su naturaleza jurídica se pueden destacar: a) su carácter preceptivo, ya que

153. Recordemos que el c. 460 describe el sínodo como una asamblea que ayuda al obis-
po para bien de toda la diócesis. La consideración del obispo como único legislador del sínodo
- ya establecida por el c. 362 del CIC de 1917 y confirmada por el c. 466 actual - es una cons-
tante histórica en el régimen jurídico de esta institución: cfr. J. GAUDEMET , Aspetto sinodale , cit.,
p. 220 .
154. Cfr. J.P. DUR AND, Le s synodes en Fran ce. Droit et institution , en J. PALARD (ed.), L e
gouvernement del ' Église catholique. Synodes et exercice du pouvoir, Paris 1997, p. 117.

271
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

cada diócesis debe tener su consejo presbiteral establecido con carácter per-
manente155; b) su significado represe ntativo de la realidad teológica y canónica
del pre sbiterio diocesano ; c) su función asesora o consultiva para el obispo
(esta función es afirmada con carácter general por el c. 495 § 1, que significa-
tivamente califica al consejo presbiteral como senatus Episcopi).
La figura del consejo presbiteral fue instituida por el Concilio Vaticano II
en PO 7, que se refiere a un «grupo o senado de sacerdotes, representantes del
presbiterio, que con sus consejos pueda ayudar eficazmei:ite al obispo en el go-
bierno de la diócesis». Esta previsión se inscribe en la doctrina eclesiológica
sobre los presbíteros, que tiene un amplio reflejo en los textos del último con-
cilio ecuménico. La diócesis es la porción del Pueblo de Dios confiada al obis-
po para que la apaciente con la cooperación del pre sbiterio (cfr. CD, 11). Los
presbíteros constituyen con el obispo un único presbiterio , en cuanto que son
«cooperadores del orden episcopal» (LG, 28; CD, 27), unidos en comunión je-
rárquica al propio obispo y a los demás presbíteros por los vínculos de la co-
mún consagración y misión recibidas a través del sacramento del orden (cfr.
PO , 7 y 8).
Todos estos elementos doctrinales explican la institución del consejo
presbiteral. Puede decirse que esta figura es la representación canónica cole-
gial de la realidad teológica del presbiterio (aunque no deben confundirse las
nociones de presbiterio y consejo presbiteral, como si este colegio canónico
fuese la única expresión posible del presbiterio). El consejo presbiteral es una
institución que se considera adecuada para organizar de manera permanente la
colaboración de los presbíteros con el obispo en el gobierno de la diócesis,
completando las diversas actividades que los presbíteros desarrollan ordinaria-
mente de manera individual.
El carácter representativo del consejo presbiteral con relación a los sacer-
dotes de la diócesis se concreta mediante las normas que regulan su composi-
ción . Estas normas, como veremos, no sólo se refieren a los presbíteros incardi-
nados en la diócesis, sino que admiten también la participación de sacerdotes
seculares o religiosos no incardinados en ella. El motivo de esta amplitud parti-
cipativa en el consejo presbiteral es la misma catolicidad de la Iglesia particu-
lar, que justifica una identificación del presbiterio más atenta a la tarea pastoral
que se ejerce en la diócesis que a la consideración exclusiva de la incardinación
como título de adscripción al presbiterio diocesano 15 6.
El régimen jurídico de los consejos presbiterales establecido por el CIC
debe ser desarrollado por el derecho particular. Aquí se incluyen, por una par-
te, las disposiciones de las conferencias episcopales sobre el contenido de los

155. Tamb ién en los vicariatos y prefectura s apostólicas debe constituirse un consejo aná-
logo, según lo previsto por el c. 495 § 2 .
156 . Cfr. A. CATTANEO,11presbiterio della Chiesa particolare, en «Ius Ecclesiae » , 5
(1993) , p. 508; A . VJANA, Anotaciones sobre la participaci6n en los consejos presbiterale s, en
«lus Canonicum», 34 (1994), pp. 665 ss.

272
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUASIDIOCESANA

estatutos de los consejos presbiterales, y, por otra parte , las propias normas es-
tatutarias ya establecidas, a las que el ere se remite en diversas ocasiones 157 •

B. Composición

La composición de los consejos presbiterale s está regulada por los ce.


497-499. Es una materia que en buena medida corresponde determinar tam-
bién a los estatutos colegiales aprobados por el obispo. El ere se ocupa de tres
aspectos relativos a la composición de los consejos pre sbiterales : a) los títulos
de participación, b) el modo de elegir algunos miembros y e) los criterios ge-
nerales de representatividad.
a) Los títulos canónicos que justifican la participación en el consejo pres-
biteral están previstos en el e. 497 . Según esta norma la mitad aproximada de
los miembros del consejo presbiteral debe designar se mediante libre elección
por los sacerdotes de la diócesis. Además, otros sacerdotes tienen la condición
de miembros natos del consejo presbiteral; es decir, participan en él en virtud
del oficio que desempeñan en la diócesis. Finalmente, otros miembros pueden
ser nombrados libremente por el obispo.
Son tres, en definitiva, los títulos participativos previstos: la elección ca-
nónica, la titularidad de ciertos oficios eclesiásticos y, por fin, el nombramien -
to episcopal. Hay que tener en cuenta que la designación episcopal de algunos
miembros es sólo una facultad del obispo, que no tiene obligación de ejercer;
en cambio, es siempre necesaria la composición del consejo presbiteral sobre
la base de miembros elegidos y miembros natos o ex officio.
La razón de no establecerse la elección canónica como único título parti-
cipativo es precisamente garantizar en la práctica una mayor representatividad
del consejo presbiteral, ya que, de otro modo, podrían no incluirse determina-
dos oficios , tarea s o zonas de la diócesis de particular importancia en el traba-
jo ordinario de los presbíteros (p. ej. tareas pastorales y zonas de la diócesis
excesiva o escasamente representadas, según los casos, en proporción a su im-
portancia en la pastoral general o dentro del territorio diocesano).
b) Por lo que se refiere a la elección de aquella mitad aproximada de los
miembros que pertenecen al consejo presbiteral en virtud de este título , el c.
498 determina quiénes son titulares del derecho de elección activo (elegir) y
pasivo (ser elegido).
En primer lugar, gozan de este derecho de elección todos los sacerdotes
seculares incardinados en la diócesis. También los sacerdotes seculares no in-
cardinados en ella y los sacerdotes miembros de institutos religiosos o socie-
dades de vida apostólica, siempre que «residan en la diócesis y ejerzan algún

157. Cfr. ce. 496, 497 , 498 § 2, 499, 501 § 1. Las normas publicadas por la Conferencia
Episcopal Española sobre los estatutos de los consejos presbiterales se encuentran en el art. 3 .º
del decreto general de 26-XI- 1983: vid. BOCEE , 1 (1984), p. 100.

273
....

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

oficio en bien de la misma». Finalmente, cabe incluso la posibilidad de que los


estatutos de los consejos presbiterales reconozcan expresamente el derecho de
elección en favor de los sacerdotes que simplemente tengan su domicilio o
cuasidomicilio en la diócesis.
Esta normativa supone un amplio reconocimiento del derecho de elección,
que no se limita, como hemos visto, a los sacerdotes incardinados y que puede
extenderse incluso a todos los que tengan domicilio o cuasidomicilio en la dió-
cesis. En este sentido, la exigencia de la titularidad de un o,ficioeclesiástico para
que los sacerdotes no incardinados puedan elegir o ser elegidos debe entenderse
más bien como equivalente a una tarea pastoral estable en la diócesis. Además ,
según revelan los trabajos preparatorios del ere,no es condición necesaria para
la titularidad del derecho de elección que ese oficio -al que se refiere el c. 498
§ 1, 2.º- haya sido provisto personalmente por el obispo diocesano 158 •
Hay que tener en cuenta que todos los miembros del consejo presbiteral ,
con independencia del título de participación, son nombrados para un tiempo
que deberá ser determinado por los estatutos. En cualquier caso , además, todo
el consejo o parte de él deberá renovarse en su composición cada cinco años
(cfr. c. 501 § 1).
e) Finalmente, a propósito de los criterios generales de representatividad,
cabe señalar que corresponde a las normas que puedan publicar las conferen-
cias episcopales y, en última instancia, a los estatutos de los consejos presbite-
rales establecer un justo equilibrio entre los diversos títulos de participación,
de acuerdo con la realidad diocesana. En concreto, los estatutos deben deter-
minar «el modo de elegir a los miembros del consejo presbiteral, de manera
que , en la medida de lo posible, los sacerdotes del presbiterio estén represen-
tados teniendo en cuenta sobre todo los distintos ministerios y las diversas re-
giones de la diócesis» (c. 499). Además de los criterios representativos indica-
dos (ministerios , zonas de la diócesis), pueden establecerse otros en los
estatutos (p.ej., edades y otras situaciones personales de los sacerdotes).

e. Funciones y relación con el obispo diocesano

El ere alude al consejo presbiteral en diversas normas. Así, el consejo


elige dos representantes para participar en los concilios particulares (c. 443 §
5) y todos sus miembros han de ser convocados al sínodo diocesano (c. 463 §
1, 4. 0 ). Tiene también la facultad de designar un grupo de párrocos que inter-
viene en los procesos de remoción y traslado de párrocos (ce. 1742 § 1 y

158. El c . 418 § 1, 2.º del Schema Codici luris Canonici de 1980 se refería a los «sacerdo -
tes saeculares in dioecesi non incardinati, necnon sacerdotes sodales alicuius Instituti vitae con-
sacratae aut Societatis vitae apostolicae , qui in dioecesi officium aliquod ab Episcopo dioecesa-
no collatum exercen t». La expresión subrayada fue suprimida ya en el proyecto de 1982,
idéntico al actual e. 498 § 1, 2 .º.

274
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

1750). Además, el obispo elige a los miembros del colegio de consultores de


la diócesis entre los miembros del consejo presbiteral (c. 502 § 1).
Junto a estas referencias concretas, destaca la configuración general del
consejo presbiteral como senatus Episcopi, es decir, como colegio consultivo,
con la capacidad de emitir juicios sobre las decisiones de gobierno previstas o
ya adoptadas por el obispo antes de que sean jurídicamente eficaces. En este
sentido, el c. 500 § 2 reconoce expresamente la función consultiva general que
corresponde al consejo presbiteral, y precisa que «el obispo diocesano debe
oírlo en los asuntos de mayor importancia, pero necesita de su consentimiento
únicamente en los casos determinados expresamente por el derecho». Hay que
advertir, sin embargo, que el CIC no prevé un solo caso que requiera el con-
sentimiento del consejo presbiteral para que el obispo pueda adoptar válida-
mente la correspondiente medida de gobierno. Por tanto, la previsión del c.
500 § 2 in fine (sobre el posible consentimiento del consejo presbiteral) se re-
fiere a otras leyes universales diversas del CIC que podrán publicarse en el fu-
turo , a posibles normas de las conferencias episcopales o de los mismos esta-
tutos de los consejos presbiterales (cfr. c. 496) y, finalmente, a lo que el obispo
diocesano pueda disponer en las leyes que promulgue.
En cambio, además de los casos en los que el obispo diocesano considere
oportuna la audiencia al consejo presbiteral, el CIC establece algunos supues-
tos en los que el obispo debe oír preceptivamente al consejo. Se trata en tales
casos de una consulta preceptiva, aunque el dictamen o juicio subsiguiente no
será vinculante para el obispo (cfr. c. 127 § 1). La mayoría de estas funciones
se refieren al ámbito parroquial 159 •
El consejo presbiteral está estructuralmente vinculado con el obispo, en
cuanto que representa colegialmente al presbiterio y el obispo es precisamente
cabeza de la diócesis y del presbiterio diocesano . Concretamente, el obispo
aprueba los estatutos del consejo presbiteral, lo convoca, preside y determina
o aprueba el orden del día, y puede designar personalmente algunos de sus
miembros 160• El CIC establece en esta materia determinadas precisiones inspi-
radas por algunas experiencias negativas en el periodo de asentamiento de los
consejos presbiterales , después de su institución por el Concilio Vaticano II.
Así, el c. 500 § 3 advierte que el consejo presbiteral nunca puede proceder sin
el obispo diocesano, a quien corresponde exclusivamente cuidar que se haga
público lo tratado en sus reuniones. Es insólita además -e n cuanto que no tie-

159. El consejo presbiteral debe ser oído antes de que el obispo erija, suprima o cambie
notablemente las parroquias (cfr. c. 515 § 2); cuando el obispo pretenda establecer normas sobre
el destino de las ofrendas de los fieles , con ocasión de funciones parroquiales, y sobre la retribu -
ción de los clérigos que las cumplan (cfr. c . 531); y también cuando el obispo plantee la posible
constitución de un consejo pastoral en cada parroquia (cfr. c. 536 § 1). Además el consejo pres-
biteral debe ser oído antes de que el obispo dé su consentimiento para edificar una iglesia o pre-
tenda reducirla a un uso profano (cfr. ce. 1215 § 2 y 1222 § 2), y también cuando el obispo pre-
tenda imponer un tributo a las personas jurídicas públicas sujetas a su jurisdicción (cfr. c. 1263).
160. Cfr. ce. 496, 500 § 1 y 497.3.º.

275
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN IA IGLESIA

ne parangón con las normas del CIC sobre los entes de la organización ecle-
siástica- la previsión del c. 501 § 3 sobre la disolución del consejo presbite-
ral en el caso de que deje de cumplir su función o abuse gravemente de ella .
Los miembros del consejo presbiteral cesan ipso iure en sus funciones
(que serán desempeñadas entonces por el colegio de consultores) cuando que-
da vacante la sede diocesana. El nuevo obispo deberá constituir de nuevo el
consejo en el plazo de un año a partir de la toma de posesión (cfr. c. 501 § 2).
En tal caso, el obispo podrá optar entre la convocatoria \le nuevas elecciones,
eligiendo, por su parte, a los miembros que le corresponda nombrar personal-
mente, o bien la confirmación del mandato de los miembros que cesaron con
ocasión de la vacación de la sede episcopal.

14. EL COLEGIO
DECONSULTORES

CIC de 1917, ce. 423-428; CIC de 1983, c. 502; AS, n. 183.


REGULACIÓN:

El colegio de consultores es un organismo instituido por el CIC de 1983


en el c. 502 , si bien con un relativo precedente en el grupo de consultores dio-
cesanos previsto por los ce. 423-428 del CIC de 1917. Se trata de un colegio de
sacerdotes nombrados por el obispo entre los miembros del consejo presbiteral,
en número no inferior a seis ni superior a doce, para un periodo de cinco años .
La presidencia de este colegio corresponde al obispo diocesano. En sede impe-
dida o vacante lo preside quien provisionalmente haga las veces del obispo.
El motivo de la institución de este nuevo colegio por el CIC fue, por una
parte, la reforma sufrida por los cabildos catedralicios, ya que buena parte de
sus funciones se atribuyeron a partir del Concilio Vaticano II a los consejos
presbiterales; y, por otra parte, durante los trabajos preparatorios del CIC se
consideró oportuno instituir un nuevo colegio de composición reducida, para
facilitar algunas funciones que teóricamente deberían ser asumidas por el con -
sejo presbiteral' 6 1 •
Si se considera su composición el colegio de consultores está estrecha-
mente relacionado con el consejo presbiteral, ya que de este organismo proce-
den los miembros del colegio de consultores. El CIC dispone incluso expresa-
mente que en sede vacante las funciones del consejo presbiteral se trasladan
ipso iure al colegio de consultores (cfr. c. 501 § 2). Conviene advertir, sin em-
bargo, que se trata de colegios diversos, tanto por su composición (mucho más
amplia y representativa en el caso del consejo presbiteral), como también por
sus respectivas funciones 162 •

161 . Cfr . L. MARTlNEZSISTACH, Consejos presbiterales y colegios de consultores, en Aso·


CIACIÓNESPANOLA DE CANONISTAS,
«Derecho particular de la Iglesia en España . Experiencias de
la aplicación del nuevo Código», Salamanca 1986, pp . 51-53.
162. La diferencia entre ambos colegios fue confirmada por la declaración sobre el c. 502
§ 1 de la entonces denominada Comisión Pontificia para la Interpretación Auténtica del CIC ( 11-

276
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

Precisamente las funciones del colegio de consultores configuran esta


nueva institución como heredera de las competencias jurídicas consultivas que
tradicionalmente desempeñaban los cabildos de canónigos en las diversas dió-
cesis. El c. 502 § 3 admite la posibilidad de que las funciones del colegio de
consultores puedan ser realizadas por los cabildos catedralicios, según el jui-
cio que adopte la conferencia episcopal 163.
Las competencias del colegio de consultores se refieren tanto al régimen
ordinario de la diócesis, como también a la situación de sede impedida y va-
cante. En el primer caso cumple una función asesora al obispo en el ámbito de
la administración patrimonial diocesana. Concretamente, el colegio de consul-
tores debe ser oído (consulta preceptiva, dictamen no vinculante) por el obis-
po cuando se trata de nombrar y remover al ecónomo diocesano, y realizar
ciertos actos de administración patrimonial (cfr. ce . 494 § 2 y 1277). Pero ade-
más, el obispo necesita el consentimiento del colegio de consultores (consulta
preceptiva, dictamen vinculante) para poder realizar válidamente determina-
dos actos considerados de administración extraordinaria y ciertas enajenacio-
nes patrimoniales (cfr. ce. 1277 y 1292).
Pero es sobre todo en los casos de sede impedida o vacante cuando se
manifiesta la importancia de las funciones del colegio de consultores. Le co-
rresponden funciones muy significativas acerca del gobierno de la diócesis en
tales supuestos 164 , la elección del administrador diocesano 165, el procedimiento
de nombramiento y toma de posesión del obispo diocesano y del obispo coad-
jutor 166, y, especialmente, el control jurídico de las decisiones del administra-
dor diocesano 167 .
A la vista de todas estas competencias, el colegio de consultores es una
institución especializada no sólo en el ejercicio de la función consultiva en
sentido estricto Uuicios sobre la oportunidad o legitimidad de determinados
actos de gobierno), sino también en ciertas funciones de control jurídico del

VII -1984 , en AAS, 76, 1984, p. 747). Según aquella declara ción interpretati va un miembro del
colegio de consultore s permanece en su oficio de consultor cuando deja de ser miembro del con-
sejo presbiteral. Además , el obispo no tiene obligación de nombrar un sustituto del consultor que
cese en su oficio durante el quinquenio para el que fue nombrado, salvo que en tal caso no se
completase el número mínimo de seis miembro s requerido por el e . 502 § 1. Sobre la distinción
entre el colegio de consultores y el consejo presbiteral, cfr. J.J. ARRIETA, La configuració n j urídi-
ca del colegio de consultores , en «Ius Canonicum» , 24 (1984), pp. 786 y 787.
163 . Ciertas con ferencias episcopale s (África Septentrional, Canadá, India , Irlanda , Sui-
za) se remiten en esta materia a Jo que cada obispo establezca en su diócesi s . Otras han optado
por la solución del colegio de consultor es (España, Argentina , Bélgica, Colombia, Ecuador , Gha-
na , Italia, Malta , Méjico , Nigeria, Perú , Venezuela , etc.). Algunas han preferido , en cambio , que
sea el cabildo catedral quien ejerza en cada diócesis las funciones que el CIC atribuye al colegio
de consultores (Austria , Luxemburgo, Holanda) . Cfr. los lugares citados en J.T . MARTÍN DE
AGAR,Legislazione de/le conferenze episcopali complementare al CIC , Milano 1990.
164. Cfr. ce. 413 § 2, 419 , 422 , 501 § 2.
165. Cfr. ce. 421 § 1, 833.4. 0 •
166. Cfr. ce. 377 § 3, 382 § 3, 404 §§ 1 y 3.
167. Cfr. ce. 272, 485, 1018 § 1.2.º .

277
....

ORGANIZACIÓN DEL GOBIER NO EN LA IGLESIA

gobierno diocesano, tanto en sede plena como también y sobre todo en sede
vacante.

15. EL CABILDO
DECANÓNIGOS

REGULACIÓN: ere de 1917, ce. 391-422; CD, 27; El , n. 205; CIC de


1983, cc.503-510;A.S,nn. 185-187.

Dentro del grupo de los colegios que expresan en mayor o menor medida
la cooperación del presbiterio diocesano con el obispo se cuentan también,
además del consejo presbiteral y del colegio de consultores, los cabildos o ca-
pítulos de canónigos. Son colegios vinculados a determinadas iglesias: si se
trata de la iglesia catedral (lugar de la sede o cátedra del obispo) se denominan
cabildos catedralicios; si la iglesia de adscripción no es catedral, se llaman ca-
bildos de colegiatas. La diferencia canónica más importante entre unos y otros
-aparte, claro está , del especial significado de la iglesia catedral en la vida
diocesana- consiste en la reserva a la Santa Sede de la erección, innovación
y supresión de los cabildos catedralicios (cfr. c. 504).
Los cabildos son instituciones de tradición multisecular que histórica-
mente han desempeñado tres funciones principales: el servicio al culto públi -
co más solemne en las iglesias , el asesoramiento al obispo en el gobierno ordi-
nario de la diócesis, y el gobierno de la diócesis en sede vacante, con
capacidad de elegir un vicario capitular.
Actualmente , sin embargo, el derecho común sólo contempla expresa -
mente y con carácter general la primera de las funciones aludidas. El c. 503
expresa que corresponde al cabildo «celebrar las funciones litúrgicas más so-
lemnes en la iglesia catedral o en la colegiata». En la base de esta limitación se
encuentra un amplio proceso de reforma de los cabildos, que fue abierto a par-
tir sobre todo de la celebración del Concilio Vaticano Il 168 • Esta reforma fue
anunciada por CD 27 que, al referirse a los cabildos y otros entes previstos por
el CIC de 1917, estableció que «estas instituciones, especialmente los cabildos
catedrales , deben someterse a una nueva ordenación , en cuanto sea necesario,
acomodada a las circunstancias». La reforma obedecía a dos razones funda -
mentales: en primer lugar, el mismo Concilio había determinado el estableci-
miento de los consejos presbiterales, que se consideraban más adecuados que
los cabildos para expresar la representación del presbiterio diocesano y la co-
laboración de los presbíteros en el gobierno de la diócesis 169 • La segunda razón

168. Cfr. R. GARCfA LóPEZ , Cabildos catedralicios, en «Derecho particular de la Iglesia


en España», cit. , p. 126.
169. Cfr. PO 7. Es significativo que la nota 41 de este texto conciliar - dedicado a los con-
sejos presbiterales- volviera a sostener la necesidad de una reforma de los cabildos. Tal aspecto
fue valorado desde el comienzo de los trabajos de reforma del CIC de 1917 (cfr. p. ej. Communi-

278
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

que provocó una importante reforma práctica de los cabildos fue el proceso de
supresión del sistema beneficia! como instrumento para la retribución del cle-
ro (cfr. PO, 20 y c. 1272), que justificaba la participación de los canónigos en
determinadas rentas y fondos comunes.
La mencionada limitación básica de las actividades capitulares a las fun-
ciones litúrgicas más solemnes es matizada en el ere por algunas precisiones:
así, el c. 503 contempla la posibilidad de que el derecho o el obispo encomien-
den al cabildo otras funciones. Además, la conferencia episcopal puede esta-
blecer que el cabildo sea titular de las funciones atribuidas en principio al co-
legio de consultores 11º. Por otra parte, el ere determina la participación de
algunos miembros del cabildo en la encuesta informativa previa al nombra
miento de un obispo diocesano o coadjutor, en los concilios provinciales y en
los sínodos diocesanos 171•
Aparte de estas funciones que corresponden o pueden corresponder al ca-
bildo como institución, y después de establecer que todo cabildo debe tener sus
estatutos aprobados por el obispo (cfr. c. 505) , el CIC se limita a indicar los di-
versos aspectos que deben ser objeto de regulación en tales normas estatutarias;
sobre todo por lo que se refiere a los miembros, los diversos oficios o canonjí-
as, la organización interna del cabildo y las retribuciones de los canónigos .
Finalmente cabe destacar la figura del canónigo penitenciario, tanto de la
iglesia catedral como de la colegiata, que tiene en virtud del oficio la facultad
ordinaria, no delegable, de absolver en el fuero sacramental las censuras latae
sententiae no declaradas ni reservadas a la Santa Sede (c. 508 § 1), y recordar
también el criterio general de distinción entre cabildos y parroquias contenido
en el c. 510 .

16. EL CONSEJO PASTORAL

REGULACIÓN: CD, 27; AG , 30; ES, I § 16, 1 y III § 20; Congregación


para el Clero, Carta circular Omnes christifideles, 25-1-1973, en «Enchi-
ridion Vaticanum» , IV, Bologna 1978, pp. 1196-1211; El, n. 204; CIC de
1983, ce. 511-514; AS , n. 184.

A. Naturaleza y características

El consejo pastoral diocesano fue instituido por el Concilio Vaticano II en


CD 27. Se trata de un colegio compuesto por clérigos, religiosos y laicos con

cationes, 5, 1973, p. 232), aunque finalmente el CIC de 1983 haya optado con más claridad por el
colegio de consultores -e n lugar del con sejo presbiteral - como sustituto natural de las funcio -
nes consultivas y de gobierno en sede vacante que tradicionalmente correspondían al cabildo.
170. Cfr. c. 502 § 3. Vid. supra , en este cap., nota 163.
171. Cfr., respectivamente, ce. 377 § 3, 443 § 5 y 463 § l, 3.0 • Este último canon se refie-
re a los canónigos (en principio todos ellos) de la iglesia catedral.

279
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

la función de estudiar y proponer al obispo sugerencias sobre las actividades


pastorales en la diócesis . Entre otros aspectos del consejo pastoral destacan su
carácter facultativo y a la vez participativo .
En efecto, a diferencia de otros entes pluripersonales previstos por el de-
recho común, el consejo pastora l no es de constitución preceptiva en la dióce-
sis. El Concilio Vaticano II subrayó la oportunidad de constituirlo 112, aunque el
c. 5 11 del CIC matizó posteriormente esta razón de conveniencia refiriéndola
a los casos en que «lo aconsejen las circunstancias pastorales». Esta formula-
ción debe entenderse como exhortación dirigida al obispo para que valore, de-
bidamente asesorado, sí se dan o no en la diócesis las condiciones que puedan
aconsejar el establec imiento del consejo pastoral.
Cuando se constituye el consejo pastoral queda integrado en la estructura
orgánica de la diócesis de manera permanente. Por eso, sí bien el c. 513 § 1 es-
tablece que «el consejo pastoral se constituye para un tiempo determinado, de
acuerdo con lo que prescriban los estatutos dados por el obispo» , esta disposi-
ción no debe entenderse referida al consejo como tal, sino al mandato de sus
miembros (que es temporal) y también a las actividades del consejo, que son
ocasionales (debe ser convocado al menos una vez al año, dispone el c. 514 §
2) 173. Sin embargo, en una interpretación literal del c . 513 § 1 es canónicamen-
te posible que, una vez cumplido el mandato temporal de los miembros, el
obispo decida no renovar las vacantes; sobre todo para que su sucesor en el
gobierno de la diócesis pueda decidir con libertad los nuevos nombramientos,
a la vista del carácter facultativo y no preceptivo del consejo pastoral. Convie-
ne tener en cuenta aquí que el consejo pastora l cesa siempre en sede vacante
(cfr. c. 513 § 2).
Por su parte, el carácter participativo del consejo pastoral se explica ante
todo como consecuencia de los principios eclesiológicos que están en la base
de esta institución canónica 174 • En efecto , así como el consejo presbiteral vie-
ne a ser, según decíamos, expresión de la natural cooperación del presbiterio
con el obispo en la Iglesia particular, el consejo pastoral se justifica en buena
medida como un instrumento para realizar la corresponsabilidad y participa-

172. «Valde optandum est ut in unaquaque dioecesi peculiare instituatur Consilium pasto-
rale» (CD, 27). Por su parte,AG 30 dispuso lo siguiente: «Ad meliorem coordinationem, Episco-
pus constituat in quantum fieri potest Consilium pastorale».
173. Esta es la conclusión que se deduce del análi sis de la legislación posterior al Conci-
lio Vaticano II sobre el consejo pastoral. Así , ES, I § 16, 2 reconocía que el consejo pastoral -
una vez constituido- es institurum permanens, aunque sus miembros tengan un mandato tempo-
ral y su actividad sea ocasional. Vid. también el n. 7 de la Carta Circular de la Congregación para
el Clero de 25-1-1973. Marzoa considera, sin embargo, a la luz de los trabajos preparatorios del
CIC, que la renovación del mandato temporal de los miembros lleva consigo un nuevo acto
constitutivo del consejo pasatoral: cfr. A. MARZOA, Los consejos pastorales diocesanos e infra-
diocesanos, en «Derecho particular de la Iglesia en España }>, cit., p. 84, nota 51 .
174. Cfr. J.M .ª DlAZMORENO, Los consejos pastorales y su regulación canónica, en «Re-
vista Española de Derecho Canónicm>, 41 (1985) , pp . 177 y 178.

280
ORGANI7ACIÓN DIOCESANA Y CUASIDIOCESANA

ción de todos los fieles en la misión de la Iglesia, que es un principio amplia-


mente reflejado en los textos del Concilio Vaticano Il 175• Este principio gene-
ral justifica la capacidad de los fieles de manifestar su parecer sobre aquello
que se refiere al bien de la Iglesia (cfr. LG, 37), que puede desarrollarse a tra-
vés de la participación en instituciones colegiales. Todo ello explica que el
consejo pastoral se componga de clérigos, miembros de institutos de vida
consagrada 176 y praesertim, especialmente, de fieles laicos (c. 512 § 1).
La participación de los fieles en el consejo pastoral está sujeta a determi-
nadas condiciones, que, en realidad, coinciden con los requisitos generales para
la titularidad de cargos eclesiásticos. Se exige que sean fieles en plena comu-
nión con la Iglesia católica y que destaquen por su fe, buenas costumbres y pru-
dencia, entre otras condiciones de idoneidad . Corresponde al obispo diocesano
determinar concretamente , a través de normas generales o de los propios esta-
tutos del consejo pastoral que él aprueba, el sistema de selección y designación
de los miembros del consejo: elecciones , libre colación realizada personalmen-
te por el obispo, adscripción al consejo pastoral en virtud del cargo que se ejer-
za en la diócesis, etc. En todo caso es necesario promover a través de estas dis-
posiciones una eficaz representatividad del consejo pastoral, de manera que
exprese la realidad diocesana «teniendo en cuenta sus distintas regiones, condi-
ciones sociales y profesiones, así como también la parte que (los fieles) tienen
en el apostolado , tanto personalmente como asociados con otros» (c. 512 § 2) .

B. Funciones

Las funciones del consejo pastoral son descritas en general por el c. 511
en los siguientes términos: «estudiar y valorar lo que se refiere a las activida-
des pastorales en la diócesis, y sugerir conclusiones prácticas sobre ellas» .
Esta disposición, unida a la que se contiene en el c. 514 § 1 cuando establece
que el consejo pastoral goza de «voto consultivo», remite claramente esta ins-
titución al ejercicio colegial de la función consultiva como ayuda y bajo la au-
toridad del obispo.
A diferencia del consejo presbiteral, que asiste ordinariamente al obispo en
el gobierno de la diócesis (c. 495 § 1), el consejo pastoral interviene más bien en
la fase informativa previa a las decisiones de gobierno . Proporciona al obispo
los datos e informaciones necesarias para que éste pueda conocer ampliamente
la realidad de la diócesis y las necesidades de los fieles, sin que sea necesario en
sentido estricto que esas informaciones se formalicen en concretas propuestas
para el gobierno episcopal. Estas funciones del consejo pastoral pueden realizar-

175. Cfr. p. ej. LG 30 y 33; CD 16;AG ll ; AA3 .


176. El c. 512 § 1 se refiere genéricamente a los miembros de instituto s de vida consagra-
da , a diferencia del Concilio Vaticano II y de los documentos posconciliares que aludían concre -
tamente a los religiosos: cfr. CD 27; AG 30; ES , I § 16, 3; El, n. 204.

281
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

se a iniciativa del obispo, que somete determinadas cuestiones a la considera-


ción del consejo, o bien sobre la base de lo planteado por sus miembros
A la vista de que el derecho común establece de forma muy genérica las
competencias del consejo pastoral 177 , es muy conveniente una mayor precisión
mediante el derecho particular. Esto puede hacerse a través de las normas epis-
copales constitutivas del consejo, o bien mediante sus estatutos, que deben ser
aprobados por el obispo 178 • De lo contrario, podrían producirse dos fenómenos
igualmente reprobables: por una parte, un excesivo interv,encionismo del con-
sejo pastoral en la organización del apostolado diocesano (con el peligro de
condicionar las competencias de otros oficios ya establecidos y de perjudicar
el derecho de petición y la libertad de expresión -cfr. c. 212 §§ 2 y 3- que
corresponden a todos los fieles, pertenezcan o no al consejo pastoral); por otra
parte y en el otro extremo, la indeterminación de las competencias del consejo
pastoral podría provocar su ineficacia práctica, hasta el punto de convertirse
en un colegio formalmente constituido, pero irrelevante de hecho en la activi-
dad diocesana.

C. Relaciones con el obispo y con otros colegios

El consejo pastoral actúa «sub auctoritate Episcopi» (c. 511). Correspon-


de concretamente al obispo: decidir sobre la posible constítucion del consejo
pastoral, aprobar sus estatutos, determinar el modo de elegir a sus miembros,
convocarlo, presidirlo y hacer público lo tratado en sus reuniones 179 •
Mayores interrogantes plantea la debida coordinación entre el consejo
pastoral y otros colegios consultivos establecidos en la diócesis, especialmen-
te el consejo presbiteral. Resulta claro que se trata de colegios diferentes: tan-
to por su fundamento , como también por su composición y funciones . A pro-
pósito de este último aspecto ya hemos recordado que el consejo presbiteral

177. La Carta Circular de la Congregación para el Clero, ya citada , ejemplificaba en su n.


9 algunos aspectos de esa labor de estudio y propuesta que c01Tespondeal consejo pastoral: su-
gerencias sobre iniciativas misioneras, catequéticas y apostólicas en el ámbito diocesano; promo-
ción de la formación doctrinal y vida sacramental de los fieles; ayudas a la acción pastoral de los
clérigos en sectores o ámbitos sociales de la diócesis; sensibilizar a la opinión pública sobre pro-
blemas que conciernen al bien de la Iglesia ; intercambio de experiencias; propuestas de acción
pastoral , etc. Precisaba también el mismo n. 9 del documento romano que excede el ámbito de
competencias de los consejos pastorales -que son diocesano s- tratar las cuestiones generales
sobre la fe, la ortodoxia, los principio s morales y las leyes de la Iglesia universal. Señalaba asi-
mismo que tras la constitución del consejo pastoral permanece intacto el derecho de todos los
fiele s de la diócesis de manifestar libremente sus deseos y necesidades a los pastores, de manera
que el consejo pastoral no es instrumento necesario para el ejercicio de aquel derecho ,
178. Cfr. c. 513 § 1. En los trabajos preparatorios de este canon se preveía también que las
conferencias episcopales pudieran publicar normas orientadoras de los estatutos de los consejos
pastorales , al estilo de lo previsto en el c. 496 para los estatutos de los consejos presbiterales. Sin
embargo, aquella previsión no está recogida en el texto definitivo del c . 513 § 1.
179. Cfr.cc . 511,512§ 1,514§ l.

282
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

participa consultivamente en el gobierno de la diócesis, con la capacidad in-


cluso de emitir dictámenes vinculantes para el obispo (cfr. c. 500 § 2); en cam-
bio, la función general del consejo pastoral es más bien de estudio e informa-
ción. Sin embargo, es evidente que del estudio y valoración realizados por el
consejo pastoral fácilmente puede deducirse la oportunidad de una concreta
decisión de gobierno sobre el problema planteado, que puede incluso ser res-
paldada por el voto unánime del consejo pastoral. En tales casos es muy con-
veniente que el obispo traslade las propuestas del consejo pastoral a los órga-
nos de gobierno de la diócesis , sin excluir al consejo presbiteral. Puede
suceder que esta posible información o intercambio de propuestas esté previs-
ta en las normas reguladoras del consejo pastoral 180•
Hay que tener en cuenta también la posible relación del consejo pastoral
de la diócesis con los consejos pastorales establecidos en las diversas parro-
quias, que se constituyen si el obispo lo considera oportuno tras haber oído al
consejo presbiteral (cfr. c. 536 § 1). Esta relación es posible, pero no necesaria;
ya que puede existir el consejo pastoral diocesano sin consejos parroquiales
instituidos y también viceversa, en virtud del carácter facultativo de aquél y de
éstos. Si, en cambio, existieran consejos pastorales en ambos niveles -dioce-
sano y parroquial - sería oportuno establecer algunos instrumentos de relación
permanente (p. ej. determinando que una parte o la totalidad de los miembros
del consejo pastoral diocesano sean elegidos o provengan de los consejos pas-
torales parroquiales; reconociendo facultades de propuesta a los consejos pas-
torales parroquiales, etc.). Esta estructura de coordinación no debe llevar consi-
go la centralización de todas las actividades de promoción y desarrollo de la
pastoral diocesana, que debe manifestar de suyo una natural diversidad sobre la
base de la iniciativa y libertad de los fieles, solos o asociados con otros.
Finalmente cabe recordar también que el consejo pastoral tiene la facul-
tad de elegir dos representantes para que asistan al concilio provincial y a fie-
les laicos como miembros del sínodo diocesano 181•

17. EL ARCIPRESTE (VICARIO FORÁNEO) Y EL ARCIPRESTAZGO

REGULACIÓN: ere de 1917, ce. 445-450; CD , 30; ES, l § 19; El, nn. 184-
188; CIC de 1983, ce. 553-555; AS , nn. 217-219.

El territorio de las diócesis se divide en diversas circunscripciones que,


para ser distinguidas de la diócesis misma en cuanto circunscripción «mayor»,

180. La Conferencia Episcopal Española en su decreto de 26-XI-1983, ya citado, estable-


ció en su art. 3 § 4, 2 lo siguiente: «Caso de existir en la diócesis el Consejo pastoral, correspon-
de al Consejo presbiteral deliberar acerca de las medidas adecuada s de gobierno que se deduzcan
del estudio , valoración y sugerencias hechas por el Consejo pastoral según el c. 511, de acuerdo
con lo que esta blezcan los estatutos y disponga el obispo de la diócesi s».
181. Cfr., respecti vamente, ce. 443 § 5 y 463 § 1, 5.0 •

283
......

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

se denominan a veces divisiones o circunscripciones «menores» 182• Entre estas


divisiones diocesanas destacan las parroquias y los arciprestazgos.
Básicamente los arciprestazgos son agrupaciones territoriales de parro-
quias vecinas, pero sin que esa agrupación suponga personalidad jurídica pro-
pia, ni tampoco fusión de las parroquias agrupadas, que conservan , en cambio,
su propia autonomía y subjetividad institucional. Hay que tener en cuenta que
los arciprestazgos, a diferencia de las parroquias, no son comunidades de fie-
les presididas por el arcipreste como pastor propio. Por,eso, el sentido de los
arciprestazgos no es tanto el gobierno parroquial, cuanto la coordinación de la
actividad pastoral común y el ejercicio de concretas funciones, que enseguida
estudiaremos, en determinadas zonas de la diócesis.
Tratamos ahora de los arciprestazgos y arciprestes por motivos didácti-
cos, a causa de su ámbito territorial más amplio que el parroquial. Sin embar -
go, el CIC expresa la prioridad pastoral de las parroquias sobre los arciprestaz-
gos de dos maneras: en primer lugar, determinando que - a diferencia de lo
previsto por el c. 217 del CIC de 1917- los arciprestazgos no son divisiones
territoriales necesarias, mientras que sí lo son las parroquias (c. 374) 183; en se-
gundo lugar, desde el punto de vista sistemático, la normativa del CIC sobre
los arciprestes se sitúa después de los cánones dedicados a las parroquias, dan-
do a entender así que los arciprestazgos se justifican en función de las parro-
quias y no a la inversa.
Es característica importante de la normativa del CIC sobre los arciprestes
la relevancia complementaria del derecho particular en la configuración del
oficio. La propia terminología es variada según las diócesis y los países: en
España el oficio se denomina arcipreste; en otros países, decano. El nombre de
vicario foráneo, que también se aplica al arcipreste, evoca su original función
como representante del obispo en las zonas rurales.
Además, el derecho particular incide en el modo de selección y nombra-
miento del titular del oficio (cfr. ce. 553 § 2 y 554): la idoneidad del candidato
debe valorarse en función de las condiciones de lugar y tiempo; el arcipreste
es nombrado por el obispo diocesano «a no ser que el derecho particular esta-
blezca otra cosa» (admitiéndose, por tanto, otros sistemas de provisión diver-
sos de la libre colación, como son p.ej. la elección o presentación por parte de
los párrocos interesados); el nombramiento es temporal, de acuerdo con lo que
establezca el derecho particular.
Además de los aspectos en los que se remite al derecho particular, el CIC
establece en los ce. citados que el obispo podrá oír para el nombramiento del
arcipreste a los sacerdotes de la zona. También dispone el CIC que el oficio de

182. Cfr. en tal sentido el comentario de M . CABREROS DE ANTA.en «Código de Derecho


Canónico y legislación complementaria», 10.ª ed., Madrid 1976, p. 92.
183. El c. 463 § 1, 8 otorga cierta relevancia específica al arciprestazgo cuando determina
que debe ser convocado al sínodo diocesano al menos un presbítero de cada arciprestazgo, elegi -
do por los que tienen en él cura de almas.

284
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

arcipreste no está ligado con el de párroco de una parroquia determinada, y


que el obispo puede remover al arcipreste con justa causa.
El derecho particular es relevante no sólo en lo que se refiere a las condi-
ciones y nombramiento del titular del oficio, sino también respecto de sus fun-
ciones, como reconoce expresamente el e. 555 § 1 ( <<praeterfaculta tes iure
particulari ei legitime tributas»). Todos estos aspectos de la normativa del CIC
sobre el arcipreste, unidos a las peculiaridades de las diversas diócesis, pueden
justificar la publicación de normas diocesanas que regulen los perfiles genera-
les de los arciprestes y de los arciprestazgos' 84•
El c. 555 regula con detalle las funciones que corresponden al arcipreste
por derecho común. Alcanzan básicamente al arciprestazgo como división te-
rritorial, a todos los clérigos y párrocos del territorio y, finalmente , a las parro-
quias e iglesias. El contenido de las funciones enumeradas consiste en la asis-
tencia espiritual y material a los párrocos del distrito; la ayuda y vigilancia
sobre la vida, formación del clero y ejercicio de las funciones parroquiales
(particularmente lo que se refiere a la sagrada liturgia); finalmente, el desarro-
llo de una oportuna coordinación pastoral y fomento de las actividades comu-
nes en el arciprestazgo. Para realizar esas importantes funciones el arcipreste
tiene el derecho y el deber de visitar las parroquias de la zona, según la mane-
ra determinada por el obispo diocesano. El obispo diocesano debe ser oportu-
namente informado sobre todas esas actividades, tal como preveía expresa-
mente el c. 449 del CIC de 1917, ya que todas las funciones del arcipreste
como vicario del obispo 185 son, al mismo tiempo, deberes propios de la función
pastoral del obispo diocesano. Debe tenerse en cuenta que en la práctica de di-
versas diócesis estas funciones de los arciprestes han sido encomendadas en
buena medida a los vicarios episcopales, que pueden ser nombrados para ám-
bitos territoriales concretos dentro de la diócesis y tienen además la considera-
ción canónica de ordinarios del lugar (cfr. ce. 476 y 134 § 2).
Cabe decir finalmente que el obispo debe oír al arcipreste para juzgar so-
bre la idoneidad de los candidatos al oficio parroquial (c. 524). En cambio,
esta audiencia es facultativa para el obispo cuando se trata del nombramiento
de vicarios parroquiales (c. 547).

184. Sirva como ejemplo el volumen de legislación particular de la archidiócesis de Va-


lencia sobre el arcipreste y el arciprestazgo (Valencia 1994), que contiene el «estatuto diocesano
del arcipreste», el «directorio diocesano del arciprestazgo» y, finalmente, los «estatutos de los
consejos para la coordinación pastoral del arciprestazgo». Durante los trabajos preparatorios del
CIC se planteó la posibilidad de una cierta normativa sobre la organización de los arciprestazgos.
La Secretaría de la Comisión preparatoria del CIC afirmó en tal contexto un principio que , en ge-
neral, debe ser siempre tenido en cuenta: non sunt multiplicanda entia sine necessitate: vid.,
Communicationes, 14 (1982), p. 229.
185. Cfr. Communicationes, 13 (1981),p. 303. Vid. también P. URso,Ivicariforanei,en
VV. AA. , «La parrochia e Je sue strutture», Bologna 1987, p. 160. En este estudio se ofrece infor-
mación sobre los trabajos preparatorios del CIC en la materia de los arciprestes.

285
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

18. LA PARROQUIA Y EL PÁRROCO

REGULACIÓN: CIC de 1917, ce. 451-478; AA, 10 y 18; CD, 18, 23, 30-32;
SC, 42; ES, 1 §§ 20-22; El, nn. 174-183 y 206; CIC de 1983, ce. 515-
552; AS, nn. 210-216.

A. Principios informadores del derecho parroquial

La parroquia es una comunidad de fieles constituida establemente en la


diócesis, cuya atención pastoral se encomienda al párroco, bajo la autoridad
del obispo diocesano (cfr. c. 515 § 1). Es una institución básica para la organi-
zación ordinaria de la cura de almas, entendida no sólo como función, sino
también como relación jurídica entre el pastor que ha recibido la misión canó-
nica y el grupo de fieles a los que sirve con el ministerio de la Palabra de Dios
y de los sacramentos.
En la evolución histórica de esta comunidad de fieles que hoy denomina-
mos parroquia 186 pueden destacarse diversos aspectos; entre otros:
- la parroquia como instrumento de evangelización y expansión misio-
nera en los ámbitos rurales, a partir de la originaria concentración de
la cura de almas en la ciudad episcopal;
- la parroquia como institución normal para el ejercicio de la cura de al-
mas. En la edad media este aspecto admitió incluso una nota de exclu-
sividad , porque los fieles debían cumplir determinadas obligaciones
de su vida cristiana (confesión anual, comunión pascual, misa domini-
cal) ante el párroco o sacerdos proprius que les fuera asignado;
- la parroquia como vehículo para las contribuciones económicas de los
fieles (ofrendas, diezmos, estipendios) y para la organización general
del sistema beneficia}, con las correspondientes dotes y rentas para la
sustentación del clero;
- la parroquia como unidad administrativa para la localización de los
fieles (domicilio y cuasidomicilio parroquial) y el registro de los mo-
mentos de la vida cristiana que inciden en el estado de las personas
(libros de bautismos, de matrimonios, etc.).
Casi todos estos aspectos o funciones que históricamente han cumplido
las parroquias siguen teniendo hoy relevancia, pero otras han perdido signifi-

186. Históricamente la terminología fue variada, tanto en la denominación del párroco


(sacerdos proprius , plebanus, parochus, etc.) , como también de la misma parroquia, ya que en
determinadas épocas el término paroecia designaba Ja diócesis. cfr. J . GAUDEMET , Le gouveme -
ment del' Église a l' époque classique, ll. Le gouvernement local , Paris 1979, p. 245. Para los da-
tos que resumimos en el texto , cfr . p. ej. E.F. REGATILLO, Dere cho parroquial , Santander 1965,
pp. 14-19; A.M . Ro uco V ARELA, La parroquia en la Iglesia. Evoluci 6n hist6r ica, momento ac-
tual, perspectivas de futuro , en ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CANONISTAS, «La parroquia desde el
nuevo derecho canónico », Salamanca 1991, pp . 20-25.

286
ORGANIZACIÓN DJOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

cación. Así p. ej. , en lo que concierne a la antigua unión entre parroquias y be-
neficios, con motivo de la supresión del sistema beneficia! decretada por el
nuevo derecho (cfr. c . 1272). Además el vínculo que une a los fieles con las
parroquias ha conocido una notable flexibilización 187 que , desde luego, hace
impensable la consideración de la parroquia como ámbito exclusivo para el
cumplimiento de las obligaciones cristianas. Aquel vínculo es hoy compatible
con la libertad responsable de los fieles para desarrollar su participación en la
vida de la Iglesia a través de comunidades no parroquiales. La misma organi-
zación pastoral ordinaria admite además instituciones complementarias de las
parroquias para el desarrollo de la cura de almas (capellanías, rectores de igle-
sias, etc .) .
Además de los ya señalados, es principio inspirador del derecho vigente
la consideración de la parroquia como comunidad formada por el párroco y los
demás fieles, que expresa visible y localmente la unidad y diversidad del pue-
blo cristiano. Esta dimensión comunitaria de la parroquia ha sido ampliamente
afirmada en los textos del Concilio Vaticano 11, donde viene descrita como
«célula de la diócesis» y expresión particular del apostolado comunitario (AA,
10), manifestación visible de la catolicidad (SC, 42) .
También puede destacarse hoy una mayor apertura de la institución pa-
rroquial hacia diversas formas de participación y corresponsabilidad de los
fieles con el párroco en la vida de la parroquia. Este criterio tiene un significa-
do general , pero se manifiesta además concretamente en la previsión de diver-
sas formas de colaboración en la función pastoral del párroco, en la participa-
ción de varias personas en el procedimiento de su designación , y también en la
actividad de los consejos parroquiales 188 • Los fieles no son solamente destina-
tarios de la función pastoral del párroco, sino también miembros activos de la
comunidad parroquial, según su propia condición.

B. Aspectos estructurales de la parroquia

En la definición de la parroquia 189 que ofrece el c. 515 § 1 destacan los


elementos personales de esta concreta comunidad de fieles: la autoridad del
obispo, el párroco como pastor propio y el pueblo vinculado con la parroquia.
Otros aspectos como son la forma de delimitación de la comunidad o la iglesia
propia parroquial no integran la definición de la parroquia; sin embargo, al es-
tablecer el canon citado que la comunidad parroquial es «certa» y «stabiliter
constituta» en la Iglesia particular, alude ya a la importancia de los aspectos

187. Cfr. J . ÜTADUY GUERfN, El vínculo parroquial del fiel . Los contenidos de la cura pas -
toral ordinaria, en «Fideliurn Iura», 2 (1992), pp . 293 ss.
188. Cfr. ce. 517 § 2, 545 SS., 524, 536 y 537.
189. Cfr. A. MARZOA , El concepto de parroquia y el nombramiento de párroco (cuestio -
nes en torno a los ce. 515 y 522), en «Ius Canonicum», 29 (1989), pp. 453-458 , especialmente .

287
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

formales de la parroquia, que la identifican como una comunidad organizada


para la ordinaria cura de almas.
En efecto, la división de la dióce sis en parroquias está prevista en el or-
denamiento canónico con carácter necesario, a diferencia de otras divisiones
territoriales como son p . ej. los arciprestazgos. Con todo, en circunstancias pe-
culiares (p.ej., falta de recursos económicos) el obispo puede constituir cuasi-
parroquias (e. 516 § 1) para algunos lugares de la diócesi s, cuando provisio-
nalmente no sea posible la solución parroquial190 • La~ cuasiparroquias se
equiparan canónicamente con las parroquias y los sacerdotes que las rigen tie-
nen los poderes de los párrocos, a no ser que el derecho establezca otra cosa 191 •
Es competencia exclusiva del obispo diocesano la erección, supresión o
cambio de las parroquias, tras haber oído al consejo presbiteral. Cuando lapa-
rroquia ha sido legítimamente erigida tiene ipso iure personalidad jurídica 192• El
decreto de erección contiene ordinariamente los límites del territorio delimitador
(en el caso de que se trate de una parroquia territorial) o bien el título de adscrip-
ción a la parroquia (si se trata de una parroquia personal) , así como la identifica-
ción de la sede o templo parroquial y el nombramiento del primer párroco .
Según la delimitación de la comunidad de fieles que la constituye, lapa-
rroquia puede ser territorial o personal. En el primer caso comprende a todos los
fieles de un territorio determinado. Si se trata , en cambio, de una parroquia per-
sonal los fieles se agrupan en virtud de un elemento común con relevancia so-
cial, como pueden ser el rito, la lengua, la nacionalidad u otra razón análoga. La
constitución de parroquias personales es admitida por el derecho vigente con
carácter ordinario, «ubi expediat» (c. 518), a diferencia de lo establecido por el
c. 216 § 4 del CIC de 1917, que exigía autorización de la Santa Sede para que el
obispo pudiera erigirlas. En ciertos casos es la solución más adecuada para ga-
rantizar la cura pastoral ordinaria de grupos de fieles que, de otro modo, queda-
rían desatendidos casi por completo 193. Con todo , la parroquia territorial es más
adecuada para acoger a los fieles en sus diversas condiciones de vida y para de-
limitar con certeza el ámbito de actuación del párroco. La residencia en el terri-
torio de una parroquia, unida a los demás requisitos previstos por el derecho,
permite adquirir el domicilio y cuasidomicilío parroquiale s, por los que a cada
persona le corresponde su propio párroco y parroquia (cfr. ce. 102 y 107).

C. Provisión, cese y vacación del oficio de párroco

El titular del oficio parroquial recibe a través del nombramiento la misión


canónica que le habilita para ser pastor propio de la parroquia y ejercer en ella

190 . Cfr. F. COCCOPALMERIO, De paroecia, Roma 1991, p. 55.


191 . El e. 2 16 § 3 del CIC de 1917 relacionaba las cuasiparroquias con las circunscripcio-
nes de misión. Hoy la solución es apta para cualquier «Iglesia particular» (cfr. c. 516 § 1).
192. Cfr . para todos estos aspectos constitutivos los ce . 374 y 515 §§ 2 y 3.
193. Cfr. en este sentido lo dispuesto en CD 18 y 23 y en los ce. 383 § 2 y 813.

288
ORGANIZACTÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

la cura de almas, bajo la autoridad del obispo. El candidato al oficio parroquial


debe ser: a) una persona física, b) presbítero y c) con las necesarias condicio-
nes de idoneidad.
El primer requisito señalado viene exigido por el c. 520 § 1 de manera
negativa: «no sea párroco una persona jurídica » . Esta determinación exige po-
sitivamente la identificación concreta del pre sbítero (o presbíteros en el caso
de las parroquias in solidum, de las que luego trataremos) que asume la cura
pastoral de la parroquia 194 • Sin embargo, no impide que el obispo pueda confiar
la parroquia , incluso a perpetuidad, a un instituto religioso cleric al o a una so-
ciedad clerical de vida apostólica, siempre que se cumpla la condición indica-
da. En tales casos es necesario además un convenio escrito entre el obispo dio-
cesano y el superior competente del instituto o sociedad. De acuerdo con el
criterio expresado por el c. 520 § 1, el c. 510 establece la separación entre pa-
rroquias y cabildos de canónigos.
Por su parte , la exig encia del presbiterado es consustancial al oficio de
párroco, que es «curado», con plena cura de almas, dedicado al ejercicio esta-
ble de las funciones propias del orden sacerdotal . La exigencia del presbitera-
do en el candidato es condición de validez del nombramiento de párroco 195.
La formulación del tercer requisito indicado, relativo a las condiciones de
idoneidad del candidato, es más amplia que los anteriores y en su determina -
ción incide especialmente el derecho particular (cfr. c. 521 § 2). Conviene no-
tar que la idoneidad debe ser concreta y cierta, en el sentido de que se refiere a
la parroquia que debe ser provista, con todas sus peculiares circunstancias, y
además debe constar claramente , según lo establecido por el obispo diocesano,
sin excl uir un examen del candidato o de los candidatos ( c. 521 §§ 2 y 3). El
obispo debe evitar cualquier acepción de personas al juzgar sobre la idonei-
dad ; por eso debe oír al arcipreste del territorio parroquial e incluso realizar
una encuesta informativa (c. 524).
La provisión del oficio parroquial corresponde personalmente al obispo
dioce sano, mediante el sistema de libre colación (c. 523). Sin embargo es po-
sible , en virtud de derechos adquirido s, privilegio s, costu mbres, etc., que el
oficio sea provi sto a través del sistema de presentación o de elección. Ade-
más , cuando el candidato al cargo parroquial es un religioso , el nombramien -
to es realizado por el obispo diocesano previa presentación o consentimiento
del superior religioso competente (cfr. c. 682 § 1 en relación con el c. 523). El
administrador diocesano sólo puede nombrar párrocos después de haber trans-
currido un año desde que la sede diocesana quedó impedida o vacante (c.
525).

194. En cambio , el c. 451 § 1 del CIC de 1917 disponía: «Parochus est sacerdo s vel per-
sona moralis cui paroecia collata est in titulum cum cura animarum sub Ordinarii loci auctorita-
te exercenda».
195. Cfr. ce. 150, 52 1 § 1 y la previsión contenida en el c. 517 § 2 sobre la participación
en la cura pastoral de la parroquia por parte de fieles que no hayan recibido el presbiterado .

289
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

El bien espiritual de los fieles de la parroquia pide una razonable estabi-


lidad del párroco en su oficio. Actualmente, tras una evolución histórica relati-
vamente compleja de esta cuestión 196 , el legislador establece el principio gene-
ral de que el párroco debe ser nombrado por tiempo indefinido, con el fin de
garantizar la necesaria estabilidad en el cargo; sin embargo, las conferencias
episcopales pueden establecer mediante decreto la posibilidad de un nombra-
miento temporal197 • Cabe recordar aquí que, según las normas generales del
CIC sobre los oficios eclesiásticos, el nombramiento por tiempo indefinido se
distingue por sus efectos del que se hace por tiempo discrecional, ya que en el
primer caso el titular sólo puede ser removido del oficio contra su voluntad
por causas graves y observando el procedimiento establecido por el derecho;
mientras que, tratándose de un nombramiento para un tiempo que queda a la
prudente discreción de la autoridad, basta para la remoción una causa justa,
valorada exclusivamente por la autoridad (cfr. c. 193 §§ 1 y 3).
Una vez realizado el nombramiento y en el plazo establecido por el ordi-
nario del lugar, el párroco debe hacer la profesión de fe y tomar posesión de la
parroquia ante el ordinario del lugar o un delegado suyo (ce. 833. 6.0 y 527).
La toma de posesión constituye la fase final del procedimiento de provisión
del oficio parroquial y a partir de ese momento el párroco asume plenamente
las funciones y obligaciones del oficio.
Por lo que se refiere a las causas que motivan la cesación del párroco en
su oficio, el c. 538 establece las siguientes: a) remoción , b) traslado, e) renun-
cia, d) transcurso del tiempo de nombramiento y d) cumplimiento de la edad
de setenta y cinco años. Tanto la remoción como el traslado corresponden al
obispo diocesano «ad normam iuris». Los ce. 1740 ss. y 1748 ss. regulan res-
pectivamente los procedimientos para la remoción y traslado de párrocos, que
sólo se observarán en todas sus fases en el caso de que el párroco se oponga a
la remoción o el traslado pretendidos por el obispo diocesano 198 • Por su parte,
la renuncia voluntaria del párroco al oficio requiere justa causa y presentación
de la renuncia ante el obispo, y debe ser aceptada por éste para que resulte efi-
caz. Asimismo, el transcurso del tiempo del nombramiento (cuando el párroco
no haya sido nombrado por tiempo indefinido) es causa de cesación en el car-
go parroquial , y también el cumplimiento de los setenta y cinco años de edad .
Sin embargo, en uno y otro caso, el cese no es automático, ya que se requiere

196. Cfr. F.X. WERNZ, Ius Decretalium , vol.U, Romae 1899, pp. 1046 ss; J.C. PERISSET,
Laparoisse,Paris 1989,pp . 71-74 .
197. Cfr. c. 522. La Conferencia Episcopal Española estableció en su decreto de 26-XI -
1983, art . 4, que «a tenor del c . 522 puede el obispo diocesano nombrar párrocos para un tiempo
determinado, generalm ente no inferior a seis años, renovables si así lo exige el bien de las al-
mas»: BOCEE, 1 (1984), pp. 95-104.
198. Si el párroco fuese miembro de un instituto religioso o incardinado en una sociedad
de vida apostólica , puede ser removido ad nutum , discrecionalmente , tanto por el obispo dioce-
sano como también por el superior religioso , en uno y otro caso con recíproca comunicación de
la decisión de remover (cfr. c. 538 § 2 en relación con el c. 682 § 2).

290
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

la notificación escrita por parte del obispo diocesano, en aplicación de lo pre-


visto en general por el c . 186. Al cumplir la edad de setenta y cinco años, el
párroco es invitado a presentar la renuncia y el obispo diocesano decidirá si
debe aceptarla o diferirla.
Todas las causas enumeradas por el c. 538, además de la muerte del pá-
rroco como evento natural, producen, cuando son eficaces, la vacación del ofi-
cio parroquial. En tal caso, cuando la parroquia queda vacante o también im-
pedida (según las causas previstas por el c. 539), el obispo diocesano debe
nombrar cuanto antes un administrador parroquial, que supla al párroco en sus
funciones (cfr. ce. 539-541). El administrador parroquial tiene los mismos de-
beres y derechos que el párroco, salvo que el obispo diocesano establezca otra
cosa. Mientras no sea nombrado el administrador parroquial , asume el régi-
men interino de la parroquia el vicario parroquial (o el más antiguo por nom-
bramiento , si son varios), o, en su defecto, el párroco que determine el derecho
particular (c. 541 § 1).

D . Funcione s del párroco como pastor propio de la parroquia

El párroco es constituido pastor propio de la parroquia como consecuen -


cia de la misión canónica de cura de almas que recibe a través del nombra -
miento. Esta calificación del párroco como pastor propio (ce. 515 § 1 y 519)
hunde sus raíces en la figura medieval del sacerdos proprius atribuido a cada
fiel para el cumplimiento de sus obligaciones cristianas. Indica al mismo tiem-
po la posición capital del párroco al frente de la comunidad que se le ha con-
fiado199. En efecto, el párroco preside la parroquia en nombre propio y no
como oficio auxiliar de otro cargo , aunque en sentido amplio y canónicamente
impropio pueda ser llamado representante o vicario del obispo (cfr. SC, 42) ,
puesto que la función de presidencia del párroco sobre la parroquia viene a ser
una prolongación parcial del ministerio episcopal sobre toda la diócesis, y ade-
más el párroco gobierna su comunidad bajo la autoridad del obispo.
Las funciones que el derecho común vincula con el oficio parroquial pue-
den ser clasificadas en tres grupos : a) funciones generales de enseñar, santifi-
car y gobernar la parroquia; b) funciones especialmente atribuidas al oficio pa-
rroquial; c) funciones concretas para el gobierno de los fieles y administración
de la parroquia como institución . Veamos brevemente cada uno de estos gru-
pos de funciones y facultades del párroco.
a) En primer lugar, el derecho común atribuye al oficio de párroco y cla-
sifica el triple munus de enseñar, santificar y gobernar la parroquia. Estas fun-
ciones se indican de manera muy genérica y con expresiones exhortativas en

199. Cfr . J . ÜT ADUY G UERÍN , El vínculo parroquial, cit., p. 278; A. VIANA, El párroco,
pastor propio de la parroqu ia, en «Ius Canonicum », 29 (1989) , pp. 469 ss.

291
ORGAN IZA CIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

los ce. 528 § 1 (ministerio de la palabra), 528 § 2 (ministerio litúrgico-sacra-


mental) y 529 (función de gobierno). Por lo que se refiere a esta última fun-
ción, su presentación general incluye facultades de vigilancia, corrección y
promoción de actividades: en una palabra, la dirección de la vida parroquial.
b) En segundo lugar , el c. 530 enumera siete funciones que el ere de
1917 en su e . 462 consideraba reservadas al párroco y que actualmente, con
mejor criterio , se consideran specialiter parocho commissae, encomendadas
de manera especial al titular del oficio parroquial , pero sin que se excluya su
ejercicio por otros sacerdotes en los casos previstos por el derecho o con pre-
via habilitación del párroco 200•
e) Finalmente están previstas en diversos lugares del ere concretas facul-
tades que se incluyen en la función de gobierno del párroco. Por referirnos so-
lamente al fuero externo, tales facultades comprenden nombramientos (cfr. ce.
536 , 537, 874 § 1, 1.0 ) , licencias o autorizaciones (ce. 558, 911 § 2, 1115, 1118
§ 1), dispensa s (ce. 874 § 1, 2. 0 , 1079 § 2, 1196. 1.0 , 1245), delegaciones (ce .
1105 § 2 , 1108 § 1, 1111), registros y certificaciones (ce. 535 , 878 , 895, 958 §
1, 1122 § 2, 1307 § 2), la administración de los bienes parroquiales (c. 532) y la
representación de la parroquia en todos los negocios jurídicos (c. 532) .
A la vista de todo s estos datos contenidos en la legislación positiva se
puede afirmar que el párroco es titular, en virtud del oficio , de una función ge-
nera] de gobierno y administración de la parroquia y de los fieles miembros de
ella. Sin embargo, afirmar su función de gobierno no equivale a reconocer en
favor del párroco una potestad de régimen o jurisdicción de alcance general.
El munus regendi - ]a dirección de la vida social de la parroquia , en este
caso- no se identifica de suyo con la potestad de juri sdicción, que implica la
capacidad jurídica de vincular la conducta de los fieles con mandatos o deci -
sione s legislativas, administrativas o judiciales 2º1• Es palmario que al párroco
no le corre sponde la potestad legislativa ni judicial; pero incluso la potestad
administrativa de jurisdicción corresponde por oficio y con carácter general a
los ordinarios de la diócesis , es decir , al obispo dioce sano y a los vicarios ge-
nerales y episcopales (cfr. c. 134) . En cambio, corresponden al párroco , como
titular de un oficio que forma parte de lo que podría denominarse «administra-
ción eclesiástica», aspecto s de la función pública administrativa que se consi-
deran necesarios para la ordenación de la vida parroquia] y que en ciertos ca-

200 . «Son funciones que se encomiendan especialmente al párr oco las siguientes: 1.0 la
adminis tración del bauti smo; 2.0 la administración del sacramento de la confirm ación a quienes
se encuentr en en peligro de muerte conforme a la norma del c. 883, 3 .º; 3 .º la admini stración del
Viático y de la unción de los enfermos sin perjuicio de Jo que prescribe el c . 1003 §§ 2 y 3; asi-
mismo, impartir la bendición apostólica ; 4 .º la asistencia a los matrimonios y bendición nupci al;
5.0 la celebración de funerales ; 6.0 la bendición de la pila bautismal en tiempo pascual, la presi-
dencia de las procesiones fuera de la iglesia y las bendicion es solemnes fuera de la iglesia; 7 .º la
celebración eucarística más solemne los domingos y fiestas de precepto» (c. 530).
201. Vid . supra, cap . II , § 2.

292
ORGANIZACIÓN DIOCESANA Y CUAS/DIOCESANA

sos, como algunos de los señalados más arriba, podrían considerarse como
manifestaciones concretas de la potestad de régimen o jurisdicción 2º2 •
Además de las funciones que el derecho vincula con el oficio parroquial
y que constituyen propiamente deberes que el párroco debe cumplir al servicio
de los fieles y de la parroquia, existen tradicionalmente algunas obligaciones
típicas del párroco: sobre todo, la aplicación de la Misa pro populo y la obliga-
ción de residencia. El párroco debe aplicar la Misa por el pueblo a él confiado
todos los domingos y fiestas que sean de precepto en la diócesis. Si está al
frente de varias parroquia s basta que aplique una sola Misa por todo el pueblo
que se le confía (c. 534 §§ 1 y 2) . La segunda obligación aludida consiste en
que el párroco debe residir en la casa parroquial , cerca de la iglesia propia,
aunque el ordinario del lugar puede dispensarle de esta obligación. Además, el
párroco puede ausentarse de la parroquia para sus vacaciones durante un mes
como máximo; y para ausentarse más de una semana tiene obligación de co-
municarlo al ordinario del lugar (c. 533 §§ 1 y 2).
Otra obligación que el párroco debe cumplir diligentemente es la anota-
ción y custodia de los libros parroquiales, según lo previsto por el c. 535.

E. Las parroquias con varios titulares (in solidum)

Uno de los principios tradicionales del derecho parroquial es que el pá-


rroco sea único y esté al frente de una sola parroquia (cfr. c. 526). Este criterio
general ha conocido, sin embargo, determinadas excepciones 203 , previstas ac-
tualmente por el ere. Por una parte, es claro que «por escasez de sacerdotes u
otras circuns tancia s» un mismo párroco puede ser titular de varias parroquias
cercanas (c. 526 § 1); pero además, por otra parte, es posible que la titularidad
del oficio parroquial sea compartida por varios sacerdotes: es el supuesto de
las parroquias «in solidum» o «en equipo », de las que trata el c . 517 § 1.
En tales casos , cuando así lo aconsejen las circunstancias, el obispo dioce-
sano confía la cura pastoral de una o varias parroquias a la vez a varios sacerdo-
tes, para que las atiendan «solidariamente». Uno de los miembros del equipo sa-
cerdotal -nombrado ad hoc por el obispo (cfr. c. 544) - debe dirigir la
actividad conjunta y responder de ella ante el obispo (c. 517 § 1). Entre las cir-
cunstancias que pueden aconsejar esta solución solidaria puede pensarse p. ej. en
la escasez de clero , que pueda paliarse con un grupo reducido de párrocos al ser-

202. WERNZ prefería, en cambio, caracterizar así la potestad del párroco: «Potestas paro-
chorum , licet vera perfectaque iurisdictio fori externi non sit, tamen est potestas quaedam oeco-
nomica vel domesticam in parochiam ut societatem imperfectam, quae praeter iurisdictionem
fori poenitentiali s administrationem quoque vere externam habet adnexam»: lu s Decretalium ,
cit. , pp . 1040 y 1041.
203. Cfr. J . M IRAS Pa uso, El ministerio parroquial confiado «in solidum» a varios sacer-
dotes, en «La parroquia desde el nuevo derecho canónico» , cit., pp. 98 ss.

293
""+'

ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

vicio de diversas parroquias; la oportunidad de fomentar la colaboración e inclu-


so la vida en común del clero; la extensión o amplitud de las parroquias, etc .
Esta parroquia o parroquias se pueden denominar de titularidad compar-
tida porque se diferencian claramente del supuesto normal del párroco único
que gobierna una o varias parroquias , con el auxilio, en su caso, de los vicarios
parroquiales. En el supuesto de las parroquias de las que ahora tratamos el ofi-
cio parroquial es único, pero no así su titular. Cada uno de los miembro s del
equipo sacerdota l es párroco en el sentido propio del término, y no un mero vi-
cario colaborador del director del grupo. Así se explica que los ce. 542 ss. apli-
quen a cada uno de los sacerdotes del grupo las obligaciones y funciones pro-
pias de los párrocos (condiciones y forma del nombramiento, toma de
posesión, funciones parroquiales, obligación de residencia , Misa pro populo,
etc.). Por un motivo de coordinación interna y de relación externa con el obis-
po se establece la figura del moderador o director del grupo de párroco s, que
es primus inter pares 204 y no un superior jerárquico de los demás sacerdotes.
Únicamente el moderador o director representa a la parroquia o parroquias en
todos los negocios jurídico s , dirige la actividad conjunta y responde de ella
ante el obispo (cfr. ce. 543 § 2, 3.0 y 517 § 1).
El CIC no resuelve el problema de la forma de actuación de las parroquias
de titularidad compartida ; de ahí que correspo nda al derecho particular estable-
cer las necesarias determinaciones. El c. 543 § 1 alude a una distribución interna
de las funciones parroquiales entre los miembros del grupo sacerdotal, que no
debe causar , sin embargo, perjuicios a los fieles de la parroquia, ya que en prin-
cipio éstos pueden solicitar la atención pastoral de cualquiera de los párrocos del
grupo. De todas formas , a partir de las disposiciones del CIC , y a pesar de la ex-
presión «in solidum» contenida en los ce. 517 § 1 y 543 § 2, no resulta posible
deducir si el equipo sacerdotal debe actuar conforme a las reglas de la solidari-
dad o de la colegialidad. Es patente , por una parte , que el equipo de sacerdotes
no siempre constituirá un verdadero colegio de párrocos , entre otros motivos
porque es posible que integren el equipo solamente dos sacerdotes, que , obvia-
mente, no serían suficientes para constituir un colegio205• Por otra parte, la actua-
ción solidaria en sentido jurídico estricto exigiría la unanimidad 206 de los miem-
bros del equipo para adoptar las decisione s relativas a la parroquia o parroquias
encomendadas , y esto no dejaría de plantear dificultades prácticas. La solución
más oportuna puede ser el régimen de mayoría s en las cuestiones comune s o de

204 . Cfr. ibid., p . 114.


205. De los trab ajos preparatori os del CIC en esta materia se dedu ce adem ás que no se
trataría de un colegio con personalidad jurídica : «Talis sacerdotum coetu s non ut persona mora-
lis seu iuridic a curarn animarum ( ... ) habet. Ceterum talis coe tus non est per sona iuridi ca. Sunt
ergo singuli sacerdotes qui autem insimul seu coniuncti eandem curam assumunt»: Communi ca-
tiones , 8 (1976), pp. 29 y 30. Cfr. adem ás el c. 520 § I , que prohíbe que una persona jur ídica sea
párroco .
206 . Cfr . D. G ARC!A HE RVÁS, Régimen jurídico de la colegialidad en el Código de Dere-
cho Canónico , cit., p. 35.

294
ORGANIZACIÓN DIOCESA NA Y CUAS/DIOCESANA

mayor importancia para la parroquia, y la actuación autónoma de cada uno de


los miembros del equipo en las materias distribuidas de común acuerdo.

F. El vicario parroquial

El CIC trata del vicario parroquial en los ce. 545-552. El vicario parro -
quial es un presbítero (condición de validez establecida por el c. 546) que par-
ticipa en la cura parroquial bajo la autoridad del párroco. Es un oficio de cons-
titución no preceptiva, ya que se establece en la parroquia cuando resulte
necesario u oportuno, a juicio del obispo diocesano. Es el obispo diocesano
quien nombra al vicario parroquial por libre colación, tras haber oído , si lo
juzga oportuno , al párroco o párrocos interesados y también al arcipreste . Co-
rresponde además al obispo la remoción del vicario parroquial , para la que
basta justa causa, y la determinación de sus derechos y obligaciones , de acuer-
do con las normas universales y particulares.
Cada parroquia puede tener uno o varios vicarios parroquiales. Según el
derecho común, el derecho particular y el mandato del párroco (cfr. c. 548 §
1), la competencia del vicario puede referirse a todo el ministerio parroquial
en una sola parroquia (en toda la parroquia, para una zona de la misma o en fa-
vor de un grupo de fieles), o bien a un ministerio o función específica que
deba cumplirse en varias parroquias. Aunque el c. 545 § 2 no prevea expresa-
mente este supuesto, puede nombrarse también un vicario parroquial para un
ministerio específico en una sola parroquia 2º1 , sobre todo en el caso de las pa-
rroquias más grandes. El c. 548 § 2 establece la presunción iuris tantum (a no
ser que el obispo diocesano decida otra cosa) de que el vicario parroquial tie-
ne en virtud del oficio la obligación de ayudar al párroco en todo el ministerio
parroquial -excluida la Misa pro populo - y de suplirle, si se diera el caso .
Cuando la parroquia queda vacante o impedida, y a no ser que el obispo dioce-
sano determine otra cosa, el vicario suple al párroco en el régimen de la parro-
quia, mientras no se constituya el administrador parroquial.
Corresponde al vicario parroquial el deber de informar al párroco sobre
sus proyectos e iniciativas, y de actuar en armonía con éste . También se le
aplica la obligación de residencia en la parroquia, que es dispensable por el or-
dinario del lugar.

G . Los consejos parr oquiales


Según indicamos más arriba, uno de los principios informadores del nue-
vo derecho parroquial es la mayor apertura hacia la participación de los fieles
en la vida de la parroquia, que es sustancialmente comunidad constituida no

207. Cfr . J.L. S ANTOS, en J . M ANZANARES-A . MOS TAZA-J .L. SANTOS, Nuevo derecho pa-
rroquial , Madrid 1988, p. 66 .

295
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

sólo por el párroco, sino también por el pueblo. Esta participación correspon -
sable de los fieles tiene diversas manifestaciones: desde la promoción de apos-
tolados individuales o asociados que redunden en beneficio de la parroquia,
hasta la ayuda directa a las actividades del párroco, la participación en las ins-
tituciones de la parroquia , etc .208 •
El ere menciona brevemente dos colegios consultivos del párroco: uno
de carácter preceptivo (el consejo de asuntos económicos: c. 537), y otro fa-
cultativo (el consejo pastoral: c. 536). El consejo de asuntos económicos debe
constituirse en cada parroquia, según las normas establecidas por el obispo
diocesano . Su finalidad es sobre todo ayudar al párroco en la administración
de los bienes parroquiales, sin perjuicio de los derechos y deberes del párroco
como representante de la parroquia y administrador de los bienes parroquiales .
En cambio, el consejo pastoral de la parroquia se constituye si el obispo
diocesano lo considera oportuno, oído el consejo presbiteral de la diócesis. En
tal caso el obispo publicará las normas reguladoras de tales consejos, con la
posibilidad de establecerlos obligatoriamente en todas las parroquias de la dió-
cesis, o sólo en algunas, o bien decretando su institución ad experimentum. El
párroco preside el consejo pastoral, del que forman parte también todos los
que participan por oficio en la cura pastoral de la parroquia (vicarios parro-
quiales, otros presbíteros y diáconos) y otros fieles. La misión general del con-
sejo es fomentar la actividad pastoral en la parroquia.
Aunque se trate de colegios diversos por la obligatoriedad de su existen-
cia y por sus funciones , puede ser aconsejable en muchos casos -por un mo-
tivo de coordinación y de economía organizativa- agrupar el consejo econó-
mico y el pastoral en un solo colegio consultivo del párroco con funciones
pastorales y económicas. Bastaría para ello ampliar las funciones del consejo
económico, que es preceptivo, sin constituir específicamente un consejo pas-
toral parroquial.

19. RECTORES DE IGLESIAS Y CAPELLANES

REG ULACIÓN: ere de 1917, ce. 479-486 y 451 § 3, 529, 698; CD, 18;
CIC de 1983, ce. 556-572.

El ere de 1983 dedica un capítulo específico a los rectores de iglesias y


capellanes. Se trata de oficios complementarios - no sustitutivos- de los pá-
rrocos en lo que se refiere al culto divino y a la atención pastoral de determi-
nados grupos de fieles.
El rector de iglesia es concretamente un sacerdote a quien se confía la
atención de una iglesia no parroquial, ni capitular, ni tampoco aneja a la casa

208. Cfr. en general las expresiones contenidas en los ce . 519 y 529 § 2. especialmente.

296
ORGANf'ZACIÓN DIOC ESANA Y CUAS/DIOCES ANA

de una comunidad religiosa o de una sociedad de vida apostólica (c. 556) . Por
tanto, no cualquier sacerdote que rige una iglesia debe ser considerado rector ,
ya que puede tratar se de una filial de la iglesia parroquial regida por un vica-
rio del párroco. En cambio , los rectores comprendidos en los ce . 556 ss. del
CIC están al frente de iglesias no dependientes del párroco (al menos por lo
que se refiere a las funciones no parroquiales) , aunque se encuentren dentro
del territorio de la parroquia 209 •
El rector es nombrado por el obispo diocesano mediante el sistema de li-
bre colación . En el caso de que corresponda a otros el derecho de presentar o
elegir al rector, es competencia del obispo diocesano la institución del presen-
tado o confirmación del elegido, también en el supuesto de que la iglesia per-
tenezca a un instituto religioso clerical de derecho pontificio. Una peculiaridad
notable en el régimen jurídico de este oficio -ya prevista por el c. 486 del
CIC de 1917- es que con justa causa el rector puede ser removido pro suo
prudenti arbitrio por el ordinario del lugar (c. 563) .
Corresponde al rector (cfr. ce. 559-562) la atención del culto divino y el
régimen de la iglesia que se le ha encomendado : celebración de funciones sa-
gradas - también con carácter solemne, siempre que, ajuicio del ordinario lo-
cal , no perjudiquen al ministerio parroquial - ; velar por el cumplimiento de
las cargas anejas; administrar y conservar los bienes , objetos y edificios pro-
pios de la iglesia; otorgar licencias para celebrar funciones sagradas en la igle-
sia, etc . El rector cumple todas estas funciones bajo la autoridad del ordinario
del lugar, que puede determinar incluso que se celebren en la iglesia funciones
parroquiale s y otras funciones litúrgicas para grupos concreto s de fieles. Si el
ordinario local no establece lo contrario , es principio general contenido en el
c. 558 que el rector no puede realizar en la iglesia encomendada las funciones
parroquiales enumeradas en el c. 530 , nn. l .º-6.º , a no ser con el consenti-
miento o la delegación del párroco 210•
A diferencia del rector de iglesia (que , en principio y salvo disposición
contraria del ordinario local , no tiene asignado pueblo propio), el oficio de ca-
p ellán se constituye precisamente para la atención pastoral de concretas comu-
nidade s o grupo s de fiele s; sobre todo de aquellos que por su género de vida
no pueden gozar del la atención parroquial ordinaria : emigrantes , desterrados ,
prófugo s, nómadas, marino s ... 2 11 • Otra clara diferencia con el oficio de rector
de iglesia es que el capellán no siempre ni necesariamente tiene asignada una
iglesia propia. Sin embargo, el c. 570 establece como principio general que si
existiera una iglesia no parroquial aneja a la sede de una comunidad o de un

209. Cfr. E.F. R EGATILLO, Derecho parro quial , cit., p. 565.


210. Conviene tener en cuenta que el rector del seminario diocesano es también rector de
la iglesia anej a, salvo que el obispo haya establecid o otra cosa (cfr. c. 557 § 3). Ademá s, el rec-
tor del seminario o un delegado suyo cumple las funciones del párroco para todos los que están
en el seminario , salvo lo que se refiere al matrimonio (cfr. c. 262) .
211. Cfr. ce. 564 y 568.

297
ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO EN LA IGLESIA

grupo (p . ej. determinadas comunidades de religiosas), el oficio de capellán


correspondería al rector de la iglesia, salvo que la atención de la comunidad o
de la iglesia exigieran otra cosa.
Las normas sobre los capellanes fueron elaboradas ex officio en la última
fase preparatoria del CIC de 19832 12 • Estas normas encuentran su complemen-
to en la abundante legislación especial publicada por la Santa Sede a lo largo
del siglo XX, a propósito sobre todo de los capellanes militares, de emigrantes
y de navegantes 213•
No es necesario subrayar la importancia histórica y variedad de los cape-
llanes y capellanías 2 14 • Según la normativa vigente, el de capellán no es un ofi-
cio que deba constituirse solamente en circunstancias extraordinarias; es moti-
vo suficiente para nombrar capellanes la mejor atención pastoral de grupos
peculiares de fieles, como son p. ej . ciertas asociaciones, comunidades de reli-
giosas, estudiantes, etc. Sin embargo, la constitución de capellanes es particu-
larmente urgida por la legislación cuando se trata de fieles que no pueden reci-
bir la atención parroquial ordinaria (cfr. c. 568).
El capellán debe ser sacerdote. A diferencia de lo previsto para el nom-
bramiento de rectores de iglesias, el capellán es nombrado por libre colación
del ordinario local; o bien es instituido o confirmado por él, cuando el libre
nombramiento, la institución o la confirmación no correspondan a otras auto-
ridades o el derecho no establezca otra cosa215 • El propio c. 567 § 1 reconoce el
derecho de presentación que corresponde al superior de un instituto religioso
laical , que es previo al nombramiento por parte del ordinario local del capellán
de una casa del instituto .
Por lo que se refiere a la remoción del capellán, el c. 572 se remite a lo
dispuesto para la remoción de rectores de iglesias. Según esto, bastaría causa
justa y el prudente arbitrio del ordinario local para remover al capellán, inclu-
so aunque hubiera sido elegido o presentado por otros . Pero, a la luz del c. 565
in initio 216 es lógico concluir que la remoción corresponde al ordinario o auto-
ridad que nombró, instituyó o confirmó al capellán .
El capellán tiene siempre, en virtud del cargo , las siguientes facultades
(cfr. c. 566 § 1): a) oír las confe siones de los fieles que se le han encomenda-
do, b) predicarles la Palabra de Dios , c) administrarles el viático y la unción de
enfermos y d) administrar el sacramento de la confirmación a los que estén en
peligro de muerte. Además de estas facultades que le corresponden por oficio,

212. Vid. Communicationes, 14 (1982) , p. 230 .


213. Vid . los correspondientes document os en J .-C . PÉRISSET,La paroisse, cit ., pp . 260 y
261.
214 . Cfr. A. CRESPI LLO ENGUIX, Los capellanes, en «Excerp ta e dissertationibus in iure
canonico », 5 (Pamplona, 1987) , pp. 399 ss.
215. Pién sese p.ej. en el caso de los capellanes militare s - mencionad os por el c. 569-
que se rigen por una legislación especial y son nombrados siempr e por el ordinario castrense .
216. «Nisi iure aliud caveatur aut cuidam specialia iura leg itime competant. . .».

298
ORGANIZAC IÓN DIO CESANA Y CUAS/DIOCES ANA

el capellán «debe estar provisto de todas las facultades que requiere el buen
cuidado pastoral» (c. 566 § 1), tanto por derecho particular como por delega-
ción . En hospitales , cárceles y viajes marítimo s el capellán tiene la facultad lo-
cal de absolver de censuras latae sententiae no reservada s ni declarada s.
Finalmente, a propósito del ejercicio de estas y otras funciones , debe te-
nerse en cuenta el principio establecido por el c . 571 : «el capellán debe guar-
dar la debida unión con el párroco en el desempeño de su función pastoral».

299
BIBLIOGRAFÍA

CAPÍTULO1: LAORGANIZACIÓN
ECLESIÁSTICA

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und Glaube », 25 (1933), pp. 590-604.

314
INSTITUTO MARTÍ N DE AZPILC UETA *
FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO
UNIVERSIDAD DE NAVARRA

1. M ANUALES DEL INSTITUTO MART ÍN DE AZPILC UETA

Esta Colec ció n se propone , ante todo, ofrecer a los alumnos de los curso s de Licenciatura
en Derecho canónico un instrumento básico para preparar específicamente el programa de
las distintas di sciplina s que la integran.
2010 A . VIAN A Organizaci6n del gobierno en la Iglesia (3." ed.) [EU NSA]
2009 T. RI NCÓN-P ÉREZ El orden de los clérigos o mini stros sagrados [E uNSA ]
2007 T. RI NCÓN-P ÉREZ La liturgia y los sacramentos en el Derecho de la Iglesia (3."
ed.) [EUNSA ]
2005 J . ÜRLAND!S Historia de las instituciones de la iglesia cat6lica. Cuestiones
fundamentales (2.' ed.) [EUNSA]
2003 C DE D IEGO-L ORA, Lecciones de derecho pro cesal can6nico . Parte genera l
R. RODRÍGUEZ- ÜCA !'1A [E UNSA]
200 l J. MIRAS,J. CANOSA, E. BAURA Compendio de Der echo Administrativo Canónico (2.ª ed .)
[E UNSA]
2001 T. RIN CÓN- PÉ REZ La vida consagrada en la lglesia Latina. Estatuto teológico-ca-
nónico [EUNSA]

2. TRA TADOS Y M ANUALES

2009 J. EscR IVÁ I vARS El proceso contencios o declarativo de nulidad de matrimonio ca-
n6nico [EUNSA ]
2007 J .-P . SCHOUPPE Derecho patrimonial can6nico [EUNSA)
2007 J. H ERVADA Introducciónal estudio del Derecho canónico [E UNSA]
2006 A. Vl ANA Introducción al estudio de las p relaturas [EUNSA]
200 6 P. BIAN CHI ¿Cuándo es nulo el matrimonio? (2.' ed.) [E UNSA]
2006 J.M." GONZÁ LEZ DEL VALLE Derecho canónico matrimonial (11 .ª ed.) [EUNSA]
2006 J. FERRER (coo rd.) Derecho eclesiástico del Estado espariol (6.' ed. [EUNSA]
J. F ORNÉS,
J.M. ª GONZÁLEZ VALLE ,
P . LOMBARD fA, M . LóPEZ
ALARCÓN, R . NAVARRO
V ALLS, P.J. VILADRICH
200 1 J. HE RVADA Elementos de Derecho constitucional can6nico (2.' ed.) [NAVARRA
GRÁFICA EDICIO NES]

* La información comp leta sobre las publicacione s del Instituto puede consultarse en la dirección web: http://
www.unav.es/ima
,4 J. DE ÜTADUY (coord.) Tratado de Derecho eclesiástico [EUNSA]
,3 E. LABANDEIRA Tratado de Derecho administrativo canónico (2.3 ed.) [EUNSA ]
,¡ J. CALVO (coord.) Manual de Derecho canónico (2.3 ed.) [EUNSA]
7 J. HERVADA Elementos de Derecho constituc ional canónico [EUN SA] (agota-
do)
o G. FELIC!ANI Elementos de Derecho canónico [EU NSA]
(traduc. E. MOLANO)
5 CATEDRÁTICOS DE DERECHO Derecho canónico (2.3 ed .) [EuNSA]
CANÓNICODE UNIVERSIDADES
ESPAÑOLAS
0/73 J. HERVADA-P. LOMBARDI A El Derecho del Pueblo de Dio s.
I. Introducción. La constitución de la Iglesia [EU NSA]
III. Derecho matrimonial [EUNSA]
4 V. DEL G!UDICE Nociones de Derecho canón ico
(traduc. P. LOMBARDIA)

fEXTOSLEGISLATNOS
Y COMENTARIOS

- Código de Derecho Canónico. Edición anotada (7.ª ed. 2007) .


Se han publicado ediciones en inglés , francés , italiano, portugué s y catalán. También
fas ediciones castellanas en México y Colombia.
- Comentario Exegético al Código de Derecho Canónico (3.ª edición, 2002), obra
tgida y coordinada por los Profs ÁNGEL MARZOA, JORGE MIRASy RAFAELRODRÍG UEZ-
AÑA,5 volúmenes (8 tomos). Publicado por EuNSA.

~EVISTAS

lus Canonicum
Revista de investigación, semestral (unas 800 páginas por año) que se edita desde el
> 1961. En ella publican sus artículos científicos, además de Profesores de la Facultad
Derecho Canónico y miembro s del Instituto Martín de Azpilcueta, numeroso s especia-
as de otras Facultades nacionales y extranjeros.

Fidelium Jura
Anuario dedicado a la publicación de estudios relacionados con los derecho s y deberes
damentales del fiel. Comenzó a publicarse en 1991.

Cuadernos Doctorales (Derecho canónico. Derecho eclesiástico del Estado)


Desde 1983 han aparecido volúmenes que recogen extractos de tesis doctorales defen-
as en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra. La cabecera de
'.ldernosDoctorale s se adopta a partir del vol. 1O, 1992 (los nueve primeros volúmenes
1recieron bajo el título Excerpta e Dissertat ionibus in Jure Canonico) .
Cada revista dispone de una base de datos para la consulta de sus contenidos. Se encuen-
en la dirección web: http://www. unav.es/ima
5. COLECCIÓN CANÓNICA

La Coleccióncanónica,comenzada en el año 1959, está integrada por monografías sobre


temas de Derecho canónico y eclesiástico. Últimos títulos publicados:
2009 E. BAURA (ed.) Estudiossobre la prelatura del Opus Dei. A los veinticincoaños de la
Constituciónapostólica Ut sil [EUNSA]
2008 D. ZALBIDEA El control de las enajenaciones de bienes eclesiásticos. El patrimo -
nio estable [EVNSA]
2008 J. M. MVRGOITO Igualdad religiosa y diversidad de trato de la Iglesia Católica
[EUNSA]
2008 E. TEJERO Sacramenta, communio et ius. Datos históricos permanentes
[E UNSA]
2008 J. OrADUY; D . ZALBIDEA (eds.) El sostenimiento económico de la Iglesia Católica en España.
Nuevo modelo. Actas del V// Simposio Internacional del Instituto
Martín de Azpilcueta (Pamplona , 24 al 26 de octubre de 2007)
[E UNSA]
2008 J. HERVADA El ordenamiento canónico. Aspectos centrales de la construcción
del concepto [EUNSA]
2007 T. RrNCÓN-PÉREZ El matrimonio cristiano: sacramento de la Creación y de fa
Redención (2.' ed.) [EUNSA]
2007 E. T EJERO ¿Imposibilidad de cumplir o incapacidad de asumir (as obli-
gaciones esenciales del matrimonio? Historia, jur ispruden cia,
doctrina, normativa, magisterio, interdisciplinariedad y psico-
patologfa incidentes en la cuestión (2 ." ed .) [E UNSA]
2007 R. RODRfGUEZ-ÜCAJ\IA Procesos de nulidad matrimonial . La lnstl: «Dignitas
J . SEDANO (eds.) connubii» Actas del XXIV Curso de Actualización en Derecho
Canónico de la Facultad de Derecho Canónico (2ª ed.) [EU NSA]
2006 M. DELGADO El domicilio canónico [EVNSA]
2006 J.l. R UBIO La primera de (as libertades. La libertad religiosa en los EE.UU.
durante la Corte Rehnquist ( 1986-2005): una libertad en tensión
[EUNSA]
2005 J.M ª V ÁZQUEZ El pase regio. Esplendor y decadencia de una regalía
M.Á. MORALES (NAVARRAGRÁFICA EDICIONES]
2005 J. HERVADA Vetera et nova. Cuestiones de Derecho canónico y afines
( 1958-2004). Segunda edición remodelada [NAVARRA GRÁFICA
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