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Moral Social
PADRE ALBERTO HURTADO, S.J.
TEXTO INÉDITO 1952
Con la colaboración:
P. Cristián Hodge C.
Gabriela Jorquera R.
E S C R I T O S I N É D I T O S D E L 5PA D R E H U R TA D O , S . J .
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Í N D I C E R E S U M I D O
Presentación
I.
1. Introducción
II.
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P R E S E N TA C I O N
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enfrenta allí al desafío, no bien logrado según el P Hurtado, de
comprensión del momento social, sino a una diversidad de
posturas entre los mismos obispos inseridos en un ambiente
que les hace pensar solamente en el peligro comunista. La
discusión de si apoyar al Partido Conservador y condenar a la
Falange, o asumir que la Iglesia no está ligada a partido político
alguno, permeó las disputas de la época y en las cuales al P.
Hurtado le cupo un rol fundamental. De hecho, en su Moral
Social vuelve sobre la candente cuestión de la participación de
los cristianos en la vida pública.
A nivel de la situación social el P. Hurtado observa la existencia
de profundas desigualdades sociales y económicas (una
diversidad muy grande en las condiciones económicas y
humanas), al punto que la gran mayoría se encuentra en la
condición de un subproletariado. En este contexto de
desigualdades surgen y cobran fuerza movimientos obreros y
estudiantiles, que levantan fuertes demandas al sistema político;
las alianzas políticas cambian, y surgen nuevas formas de
representación de estos movimientos. La distribución urbano-
rural se reorganiza, aumentando de manera creciente la
población urbana, generando enormes bolsones de pobreza, y
por tanto, levantando nuevos contenidos a la llamada “cuestión
social”; una alta mortalidad infantil, una parte importante de la
población analfabeta, las malas condiciones de las viviendas
obreras, y los bajos salarios de los mismos, eran parte del paisaje
social, marcado además por un conflicto social, consecuencia
de una división demasiado marcada entre las diferentes clases
sociales, que aguijonea la permanente preocupación del P.
Hurtado por los problemas sociales y la acción social. Su Moral
Social no es una excepción; en ella profundiza sus reflexiones
sobre los problemas sociales y la acción social.
Por otro lado, en su Moral Social el P. Hurtado sitúa el problema
social en el contexto de un mundo moderno que tiene ideologías,
instituciones, técnicas que le son absolutamente propias, y, a
diferencia de los períodos anteriores, generalizadas a una gran
porción de la humanidad, al punto que parece que hubiera
cambiado más en el último siglo que en todos los miles de años
anteriores. El progreso científico técnico, y su riesgo de esclavizar
a los hombres, nuevos conflictos bélicos, el fantasma de otra
guerra, las dificultades del comercio internacional, un mundo
subalimentado, el despliegue de potentes sistemas ideológicos
modernos –nacional-socialismo, marxismo, liberalismo, entre
otros- van a ser objeto de análisis en su Moral Social.
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diferentes especies de justicia, dedicando especial atención a la
justicia social. De la caridad parte examinando su centralidad
para el cristiano y su intrínseca relación con la justicia y la
equidad social. Sobre el bien común, trata de su noción y vínculo
con la finalidad de la sociedad civil, a la vez que de la relación
entre bien común y bienes individuales. El tercero - el más
extenso de los capítulos de esta parte- lo centra en cuestiones
morales en el campo de la vida económica y laboral. En el ámbito
del trabajo aborda cuestiones múltiples: su sentido, su mística y
su obligación; los diversos regímenes de trabajo; el contrato de
trabajo, el monto del salario y los derechos y deberes de los
trabajadores; el sindicalismo y las corporaciones. Continúa el
capítulo abocándose a la cuestión de la propiedad privada; su
noción, sus formas, las diversas doctrinas sobre ella y la
concepción de la doctrina católica, la intervención del Estado y
la evolución de las formas de propiedad. Finaliza el capítulo
tratando de la vida comercial. Trata allí sobre el precio justo y la
justa ganancia en las relaciones de compra y venta; de la moneda
y los negocios abordando cuestiones de moral bancaria y moral
bursátil; y concluye con un conjunto de consideraciones sobre
el préstamo y el interés. El capítulo cuarto lo dedica a examinar
la relación entre reforma social y reforma moral. Partiendo de la
urgencia de una reforma social, llama la atención sobre el
carácter moral que implica tal reforma, deteniéndose luego a
examinar el aporte de la fe cristiana a estos procesos. A modo
de colofón de su Moral Social concluye en el último capítulo
tratando de la vida sobrenatural. Es la comunión de los santos la
que -nos dice él- estimula todos sus trabajos y lleva a comprender
el aspecto eminentemente social de la Iglesia.
Este extenso campo temático que abarca Moral Social se
desarrolla al interior de una tradición de pensamiento social
cristiano constituida en el mundo moderno en torno de la
cuestión social. Para el P. Hurtado, ella consiste en el hecho que
la sociedad no logra realizar su propio fin, que es el bien común,
de manera que una porción considerable de sus miembros no
participa en forma proporcionada del trabajo común. Si bien la
cuestión social, tanto al nivel conceptual como al nivel de las
profundas mutaciones experimentadas por las sociedades
actuales, reclama nuevos desarrollos reflexivos, la permanencia
–cuando no el aumento- de una porción considerable de sus
miembros [que sigue sin participar] en forma proporcionada del
trabajo común, continúa interpelando a la conciencia de quienes
asumen como imperativo la construcción de un mundo más
justo y solidario. En este sentido la obra que presentamos puede
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1. INTRODUCCIÓN.
1.1 Moral Social y moral individual.
La actividad del hombre tiene dos aspectos: individual y social,
según mire a sí mismo o a los demás independientemente de
toda organización social, o bien como formando parte de alguna
de las múltiples sociedades a que pertenece: familia, nación,
asociación sindical, etc.
Suele decirse que la moral ha sido exclusivamente individual, y
se ha desentendido de los aspectos sociales.
Es cierto que la moral durante mucho tiempo ha dado preferencia
al aspecto individual, y esto por dos motivos. Primero porque la
moral se refiere siempre a la persona tomada en particular: es el
hombre individualmente considerado el que hace el bien o el
mal, el que ha recibido las luces de la razón y de la revelación,
el que tiene un destino personal que cumplir. En este sentido
toda moral es individual, aun en sus aplicaciones sociales.
Hay un segundo motivo por el cual la moral social ha tardado
en formarse como un cuerpo organizado. La moral es
eminentemente concreta: de sus principios generales y eternos
saca conclusiones frente a problemas que están planteados para
el hombre en una época determinada. Ahora bien, el actual
planteamiento social es de época reciente: puede decirse que
coincide con la revolución del descubrimiento de las modernas
maquinarias, con la formación de los grandes núcleos urbanos
y de las grandes industrias, con la formación de las asociaciones
obreras y patronales. En ninguna época faltan en la moral las
enseñanzas sociales, pero la moral social como rama propia es
de origen reciente por los motivos indicados.
La moral individual estudiará los actos humanos de la persona
individualmente considerada. La moral social los tratará en
cuanto el hombre forma parte de una organización social. El
hecho de que una persona esté incorporada en un grupo social
la obliga a trabajar por el bien común de cada una de las
sociedades de que forma parte y a asegurar las conquistas en
estructuras estables que realizan en mejor forma el bien común.
Es, pues, absolutamente necesaria una doctrina moral que señale
los derechos y deberes del hombre en su vida familiar,
económica, política, internacional; que enseñe cómo el hombre
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juzgar con autoridad suprema estas cuestiones sociales y
económicas. Es cierto que a la Iglesia no se le encomendó el
oficio de encaminar a los hombres a una felicidad solamente
caduca y perecedera, sino a la eterna; más aún, “la Iglesia juzga
que no le es permitido, sin razón suficiente, mezclarse en esos
negocios temporales”. Mas renunciar al derecho dado por Dios
a la Iglesia, de intervenir con su autoridad, no en las cosas
técnicas, para las que no tiene medios proporcionados ni misión
alguna, sino en todo aquello que toca a la moral, de ningún
modo lo puede hacer. En lo que a esto se refiere, tanto el orden
social cuanto el orden económico están sometidos y sujetos a
Nuestro supremo juicio, pues Dios Nos confió el depósito de la
verdad, y el gravísimo encargo de publicar toda la ley moral e
interpretarla, y aún urgirla oportuna e importunamente.
Es cierto que la economía y la moral, cada cual en su esfera
peculiar, tienen principios propios, pero es un error afirmar que
el orden económico y el orden moral están tan separados y son
tan ajenos entre sí, que aquél no depende para nada de éste.
Las leyes llamadas económicas, fundadas en la naturaleza misma
de las cosas y en las aptitudes del cuerpo humano y del alma,
pueden fijarnos los fines que en este orden económico quedan
fuera de la actividad humana y cuáles, por el contrario, pueden
conseguirse y con qué medios: y la misma razón natural deduce
manifiestamente de la naturaleza individual y social del hombre
y de las cosas, cuál es el fin impuesto por Dios, al mundo
económico.
Una misma ley moral es la que nos obliga a buscar
derechamente, en el conjunto de nuestras acciones, el fin
supremo y último, y en los diferentes dominios en que se reparte
nuestra actividad los fines particulares que la naturaleza, Dios,
les ha señalado, subordinando armónicamente estos fines
particulares al fin supremo. Si fielmente guardamos la ley moral,
los fines peculiares que se proponen en la vida económica ya
individuales, ya sociales, entrarán convenientemente dentro del
orden universal de los fines, y nosotros, subiendo por ellos como
por grados, conseguiremos el fin último de todas las cosas, que
es Dios, bien sumo e inexhausto para Sí y para nosotros” [QA
14, OSC 39].
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partido por una u otra de las formas particulares y concretas, con las
cuales cada pueblo y Estado tienden a resolver los problemas
gigantescos de orden interior y de colaboración internacional, cuando
respetan la ley divina; pero, por otra parte, la Iglesia, ‘columna y
fundamento de la verdad’ [1 Tm., 3, 15], y custodia, por voluntad de
Dios y por misión de Cristo, del orden natural y sobrenatural, no puede
renunciar a proclamar ante sus hijos y ante el universo entero las normas
fundamentales e inquebrantables, preservándolas de toda clase de
tergiversaciones, obscuridades, impurezas, falsas interpretaciones y
errores; tanto más cuanto que de su observancia, y no meramente del
esfuerzo de una voluntad noble e intrépida depende en último término
la estabilidad de cualquier orden nuevo, nacional e internacional,
invocado con ardoroso anhelo por todos los pueblos” [Mensaje de
Navidad 1942, OSC 42].
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corresponde indicar su naturaleza y no puede en esto ser
supeditada a ningún juicio extraño.
La Iglesia interviene para poner en guardia a los fieles contra
determinados errores, o para recordar en forma positiva los
eternos principios de la moral y sacar algunas aplicaciones,
condicionadas ordinariamente por determinadas circunstancias
concretas que mueven al Magisterio a enseñar.
El magisterio de la Iglesia toma un carácter de gravedad
extraordinaria cuando el Concilio o bien el Romano Pontífice
declaran ex cathedra que una verdad forma parte del depósito
de la revelación: negar tal declaración equivaldría al pecado de
herejía. El magisterio ordinario es el que ejecuta el Romano
Pontífice por medio de sus encíclicas, alocuciones, actuaciones
personales suyas o de las Congregaciones Romanas, todo esto
con alcance universal; o bien el que los Obispos en sus diócesis
dirigen a sus respectivos diocesanos. Los actos del magisterio
no están garantizados por la infalibilidad, pero sí forman parte
de la jurisdicción universal del Romano Pontífice, o diocesana
del Obispo, y son de orden doctrinal o disciplinar. Los fieles
deben prestar a estas declaraciones no sólo una sumisión exterior,
sino una adhesión interior de inteligencia y voluntad a la
declaración dada que puede reclamar una actitud intelectual
propiamente dicha, o la simple realización de una orden. Estas
enseñanzas pueden ser reformadas.
No está demás recordar que el Concilio Vaticano2 enseña
expresamente (De fide c. 3) que la enseñanza ordinaria del
Romano Pontífice cuando desea expresamente hacerlo, o la
enseñanza colectiva y uniforme de los Obispos dispersos en el
mundo y concordes con el Romano Pontífice pueden bastar para
darnos a conocer que la doctrina contenida en sus declaraciones
forma parte de la fe católica.
Frente a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia el fiel debe
ser consecuente consigo mismo y acatarlas con espíritu
sobrenatural: es la consecuencia lógica de su pertenencia a la
Iglesia y de su fe en el Espíritu Santo quien rige y gobierna la
Iglesia.
La Iglesia jamás intervendrá con su magisterio si no es cuando
está de por medio la revelación divina hecha por Jesús y los
Profetas y cerrada con la muerte del Redentor. La Iglesia tiene la
promesa de estar asistida por el Espíritu Santo en la enseñanza
de esta revelación. No está ligada la certeza del magisterio
2 Se refiere al Concilio Vaticano I.
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1.2.3.1 La técnica.
La moral social católica exige que se pongan en práctica los
medios técnicos para la realización de sus principios: sin ellos
las mejores doctrinas quedan sin valor.
Algunos moralistas son excesivamente simplistas. Afirman que
la cuestión social es un problema moral; que basta vivir el
Evangelio, o realizar las encíclicas para solucionarlo, y hacen
con esto un daño inmenso. Lo menos que se les puede echar en
cara es su simplismo.
Los problemas sociales son morales, pero no son sólo morales:
encarnan también problemas técnicos que han de ser resueltos
para poder aplicar normalmente los principios. Si los salarios
no alcanzan para la vida, la moral enseña que hay que hacerlos
tales que alcancen. Pero ¿por qué medios? ¿Produciendo una
deflación, una inflación, para dar más trabajo, abriendo nuevas
industrias, señalando precios a los productos?... Todas estas
medidas deben ser estudiadas bajo el punto de vista técnico y
de eficacia. El Evangelio es indispensable, sin él no hay solución;
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pero jamás enseñó Jesús que quedaban los hombres dispensados
de estudiar las soluciones prudenciales, antes al contrario las
urgió con rara vehemencia y de ellas nos pedirá cuenta en
proporción a la capacidad para descubrirlas. Parece que es
necesario insistir en este punto, pues es frecuente el pecado de
pereza y en todas partes se echa de menos equipos de hombres
bien formados en los principios y no menos preparados en la
técnica que resuelvan los complicados problemas de un mundo
en vías de crecimiento. Pueden los sociólogos católicos
descansar en la seguridad de sus principios y en la ayuda de la
gracia que les dará fuerza para ponerlos por obra; pero ellos
deben colaborar con un esfuerzo de invención y de aplicación
a la altura de su fe.
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2. RESUMEN HISTÓRICO DEL DESARROLLO DE LA
MORAL SOCIAL CATÓLICA.
2.1 Época patrística.
La misión de la Iglesia no es el gobierno temporal de los hombres.
Ella está llamada a continuar la obra de salvación de Jesús. Por
eso nadie puede extrañarse que el Evangelio y la Iglesia no
presenten un plan completo de reforma social, por ejemplo sobre
la esclavitud, sino las doctrinas morales básicas sobre la dignidad
del hombre, la naturaleza de la familia, de la sociedad, etc., y
sobre la acción correspondiente. Jesús nos confió la semilla del
verdadero amor que el tiempo hará germinar.
Esta ley de amor domina el desarrollo de las comunidades cristianas:
San Pablo da consejos sobre la sumisión al poder establecido,
normas para los amos, y los esclavos. Santiago y Juan en sus epístolas,
normas sobre el trato a los pobres y el deber de la limosna. Los
tratados especiales sobre tema social son raros: ordinariamente esta
enseñanza es dada en la predicación y en el comentario de la
Sagrada Escritura, y por tanto reviste un tono oratorio más bien que
didáctico y está orientada hacia la acción inmediata. En estos
documentos hay que mirar más al espíritu que a fórmulas jurídicas
que jamás intentaron dar. Con este criterio hay que leer los sermones
de los Padres de la Iglesia que se referían siempre a problemas
concretos de su auditorio: sería forzar su sentido aplicarlos
literalmente a los problemas de hoy. Lo que importa es ver el espíritu
que domina la enseñanza del conjunto de los Padres de la Iglesia.
Entre los documentos de esta primera época cabe señalar La
Didajé, o Doctrina de los Apóstoles, de fines del siglo I con
pasajes preciosos sobre el amor mutuo. El Pastor de Hermas,
del siglo II que urge la ayuda mutua del rico y del pobre. Los
escritos de Clemente de Alejandría: El Pedagogo; y ¿Qué rico
puede salvarse?, sobre la propiedad y uso de las riquezas. San
Cipriano (s. III) se refiere especialmente a la limosna; Tertuliano
al matrimonio y vida social; San Basilio, a la usura, el hambre y
la embriaguez; San Gregorio, hermano del anterior, a la usura,
al amor de los pobres: tiene preciosos comentarios sobre las
bienaventuranzas. San Juan Crisóstomo ha dejado sermones
enteros sobre estas mismas materias y un tratado sobre la
educación. Tal vez la obra de mayor mérito con relación a nuestra
materia es la Ciudad de Dios, de San Agustín (s. IV) en que se
expone la concepción cristiana de la historia y de la política, el
papel de la religión en la vida ciudadana, las condiciones de la
verdadera paz, etc.
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son amonestados de su deber de administrar justicia a todos y
de imponer la paz. El modelo de ellos es San Luis, accesible a
todos sus súbditos y que sabía imponer la justicia con tanta fuerza
como humildad. A él cabe también el honor de haber codificado
las costumbres que servían de leyes en su época.
Las corporaciones florecen en la Edad Media al amparo de la
Iglesia y por eso cada una de ellas se gloría de estar bajo la
advocación de un santo protector. En las corporaciones
medioevales los trabajadores están organizados armónicamente
en un espíritu, que sirve de inspiración a Pío XI para proponer
las modernas corporaciones como forma de profesión organizada
que suavice el actual conflicto social. El muchacho entra a la
corporación como aprendiz, después de conocido su oficio,
prosigue en ella como obrero, bajo las órdenes del Maestro, y
podrá él, cuando sea suficientemente calificado, ser maestro en
esa u otra corporación. La producción sirve así al consumo y
está regulada por él; se evita la competencia estéril porque las
corporaciones están convenientemente agrupadas y coordinadas,
y hasta el comercio internacional está influenciado, cuando no
controlado, por las corporaciones. Desgraciadamente al terminar
la Edad Media las corporaciones habían decaído en su espíritu.
En los siglos XII y XIII hay un florecimiento intelectual
extraordinariamente interesante cristalizado principalmente en
las Sumas y las Sentencias. Aristóteles llega al Occidente a través
de Santo Tomás, y la enseñanza de los Padres de la Iglesia es
sistematizada por los escolásticos. Éstos, Santo Tomás en especial,
dan una enseñanza de moral social frente a los problemas propios
de su época, cuyos principios iluminan aún nuestros tiempos.
Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (especialmente en
la II-II al explicar las virtudes morales) tiene precisiones sociales
muy interesantes. Igualmente al estudiar la ley, la conciencia;
en sus comentarios de Aristóteles y en el De regimine principum,
que no llegó a terminar. La obra de Santo Tomás entraña una
maravillosa exposición de los principios cristianos y un análisis
muy fino de las condiciones sociales de su época, a la vez normas
eternas en las que los hombres de todos los tiempos buscarán
su inspiración. Santo Tomás llama la atención por su
extraordinaria abertura de espíritu, siempre atento a la realidad
y a la caridad.
El Cisma, la Guerra de cien años, la Peste Negra ejercen penosa
influencia en el dominio intelectual que parece detenerse.
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Los jesuitas en particular los Padres Luis de Valdivia y Diego
Rosales se empeñan ante la Corte de España y aun ante el Papa
por cambiar la guerra ofensiva en defensiva y por liberar a los
indios del servicio personal. El P. Provincial de los jesuitas en
Chile, P. Torres Boyo, en un documento del año 1608 da la
libertad a todos los indios sometidos al servicio personal de los
Padres y fija las normas, modelo de espíritu social, bajo las cuales
podrán trabajar en sus haciendas: el salario debe ser familiar, tal
que con el jornal del trabajador pueda subsistir toda su familia y
ahorrar para la vejez; establece el seguro de invalidez y de
ancianidad de que gozarán sus trabajadores, la instrucción que
se dará a los aprendices. Este notable documento que está citado
íntegro en la obra arriba aludida, puede ser tomado como un
tratado de ciencia social contemporánea a juicio de D. Domingo
Amunátegui, y es una muestra del grado de madurez a que había
llegado la moral social cristiana en el siglo XVII.
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La Acción Popular fundada por los Padres de la Compañía de
Jesús ha sido bajo la dirección de los Padres Dubusquis y Vilain,
S.J. durante casi 50 años un laboratorio de pensamientos y acción
social. Economie et Humanisme dirigido por el P. José L. Lebret,
O.P. prepara las bases de una economía humana con prolijos
estudios sobre la coyuntura mundial y nacional.
Acción Popular y Economie et Humanisme han publicado
numerosos libros y revistas entre los que señalaremos Revue de
l’Action Populaire; Cahiers d’Action religieuse et sociale, Dossiers
de L’action Populaire, Economie et Humanisme, Diagnostic. Otras
revistas representativas de otros sectores como Efficacité, Etudes,
La Vie, Intellectuelle, Masses ouvrieres, Chronique social de
France traen un abundante material de investigación económica
y social y de filosofía social.
Dos escuelas sociales católicas se contraponen a fines del siglo
XIX: la de Angers, de tendencia más bien conservadora y anti-
intervencionista: en ella trabajan Mons. Freppel, Périn, C. Jannet;
y la de Lieja, intervencionista, en la que actuaron Mons.
Doutreloux y el canónigo Pottier. En la misma época Mons.
Mermillod en Friburgo de Suiza fundó la Unión de Friburgo, de
la que participaron también sociólogos católicos de otros países,
como Decurtins y León Harmel, industrial del Norte de Francia
cuya fábrica de Val-des-Bois puso al servicio del movimiento
católico social. Su ejemplo arrastró a muchos a la acción social.
La Unión de Friburgo fue la que preparó el terreno a la encíclica
Rerum Novarum. Conversando con Mons. Mermillod, León XIII
le decía: “Dicen de vos que sois socialista; que esperen un poco
ya luego verán mi pensamiento”: éste fue la Rerum Novarum.
Los católicos sociales tuvieron que soportar amargas críticas y
contradicciones aun de los mismos católicos que no se
resignaban a admitir las enseñanzas sociales de la Iglesia: algunos
llegaron hasta oponerse al propio Romano Pontífice, como lo
lamenta Pío XI en Quadragesimo Anno al referirse a la obra de
León XIII (Cfr. QA 2-3, DR 18 y 50, OSC 27 – 30).
España. En los comienzos de esta misma época (1810 - 1848)
en España Jaime Balmes, una de las más grandes cabezas de su
siglo. Su obra El Protestantismo comparado con el catolicismo,
da un sitio importante al problema social. Ortí y Lara, Cepeda,
Vicent, Llovera escriben y realizan el pensamiento social
católico.
Desde fines del siglo pasado y hasta nuestros días Severino Aznar
ha sido un maestro y el abogado incansable del accionariado
obrero. En nuestros tiempos los Obispos de Málaga, de León,
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senado del Reino una intensa labor social. Bélgica más que tierra
de escritores es tierra de realizaciones y así puede mostrarse al
mundo como el campo de las más fértiles experiencias sociales.
La Juventud Obrera Cristiana, fundada por Mons. Cardijn agrupa
hoy no sólo en su tierra de origen sino en el mundo varios
millones de jóvenes trabajadores deseosos de unir su destino
cristiano con su vida de obreros. El Sindicalismo cristiano cuenta
ahora en Bélgica con más de medio millón de miembros que
han logrado mejorar su standard de vida e introducir en la
legislación industrial el ensayo más interesante en curso, de
reforma de empresa. En el campo, el Boeren Bond liga a cien
mil familias, les da educación familiar y agrícola para cultivar
sus pequeñas propiedades y mediante una red de cooperativas
y servicios atiende a los pequeños propietarios y a la economía
nacional.
En Inglaterra el Cardenal Manning arbitró numerosos conflictos
sociales.
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carta para poner fin al conflicto entre patrones y obreros, que
ha sido llamada: la Carta del Sindicalismo. Quadragesimo Anno
(15 de Mayo de 1931) conmemorando el cuadragésimo año de
la publicación de Rerum Novarum pone al día la enseñanza de
León XIII. Es, tal vez, el documento social de mayor importancia
emanado del pontificado. Nova Impendet (1931) a propósito
de la difícil situación económica mundial y crecimiento de los
armamentos; Non Abbiamo Bisogno (1931) sobre la difícil
situación en Italia, y la acción católica; Mit Brennender Sorge
(1937) sobre la situación de la Iglesia en Alemania; Divini
Redemptoris (1937) documento de extraordinaria importancia
sobre el comunismo ateo y la actitud de los católicos en la
reconstrucción social; Nos es muy conocida (1937) a los obispos
de Méjico sobre la situación religiosa y social de su patria; Carta
al Episcopado Filipino, 18 de Enero de 1939.
Pío XII inicia su pontificado con la encíclica Summi Pontificatus
de 20 de Octubre de 1939 sobre las necesidades espirituales,
sociales y políticas de la hora presente. La encíclica sobre el
cuerpo místico recuerda las bases de la actitud social. La doctrina
social la ha expuesto el actual Pontífice especialmente en sus
mensajes de Navidad, alocuciones consistoriales y en sus
discursos dirigidos a grupos especializados de peregrinos: a
patrones, obreros, jocistas, miembros de las asociaciones de
estudios sociales, banqueros, etc. Especial importancia ha tenido
su discurso sobre los deberes políticos y sociales de la mujer
(15 de Noviembre de 1935); Sertun Laetitiae, mensaje a los
católicos de Estados Unidos; discurso conmemorativo de los 50
años de Rerum Novarum (1941) sobre la santidad sacerdotal,
en que insiste principalmente en sus deberes sacerdotales. Los
diversos actos de Pío XII han sido coleccionados en volúmenes,
cada uno de los cuales contiene las alocuciones y mensajes del
año. La A. C. española los ha impreso por materias.
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3. LA VIDA SOCIAL Y LAS SOCIEDADES NATURALES.
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Rousseau quiso construir una teoría que descartara la idea del
pecado original: todo en el hombre es bueno. Esta tesis va a ser
aprovechada por los fisiócratas y por la escuela liberal cuya
tendencia es fiarse de la naturaleza, en la que todo es bueno. El
mal viene sólo de forzarla por la intervención del hombre.
La mayor importancia doctrinal de Rousseau viene de su
explicación puramente naturalista del origen de la autoridad.
2ª) La evolución. Hay autores numerosos que, descartando
toda interpretación filosófica, acerca del origen último de la
sociedad se contentan con señalar las formas que ésta va
presentando en las diferentes épocas. Algunos pretenden dar
carácter científico a una evolución total a partir de la materia
inorgánica, cuya última etapa sería el hombre, verdadero
inventor de la sociedad. Esta hipótesis, en cuanto sólo concibe
una evolución de tipo materialista, en forma que el hombre
no sea sino materia evolucionada y nada más, es
absolutamente falsa. Que de hecho el hombre ha adoptado
nuevas y nuevas formas sociales durante su historia es
demasiado cierto y propio es de la sociología considerar tales
evoluciones, pero ellas no excluyen el verdadero origen
último de la sociedad que nos es suministrado por la
naturaleza social del hombre7.
3ª) La naturaleza social del hombre. Dios al crear al hombre
le dio una naturaleza que sólo podía desarrollarse y
perfeccionarse en la sociedad. El es, en este sentido la causa
remota de toda sociedad. Cada sociedad, en concreto, ha
encontrado en su origen la voluntad precisa de los que la
formaron: esta voluntad del hombre es la causa inmediata.
La primera sociedad que existió sobre la tierra fue la primera
familia, luego vino la agrupación de familias, el clan, la tribu,
los grupos patriarcales, hasta llegar a formar las naciones, y,
en nuestros días, la sociedad de las naciones, reconocimiento
de las múltiples vinculaciones que nos ligan los unos a los
otros.
“El fin de la sociedad civil es universal, porque no es otro que el
bien común, de que todos y cada uno tienen derecho a participar
proporcionalmente. Y por esto se llama pública, porque por ella
se juntan entre sí los hombres, formando un Estado” (RN 37,
CEP pp. 444).
7 El sentido lógico del parrafo concluía con la frase “naturaleza social del
hombre” (por ello se agregó) con la cual el P. Hurtado denominaba la tercera
de las explicaciones que se ofrecen sobre el origen de la sociedad humana.
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razón, y consiguientemente con la sempiterna ley de Dios” [RN
38, OSC 227, CEP pp. 445]. (“La ley humana en tanto tiene
razón de ley en cuanto se conforma con la recta razón, y, según
esto, es manifiesto que se deriva de la ley eterna. Mas en cuanto
se aparta de la razón, se llama ley inicua, y así no tiene ser de
ley, sino más bien de cierta violencia”) (S. Tomás. S. Theol. I-II q.
23 a. 3).
Esta doctrina de León XIII es de eterna actualidad, pues
continuamente se ve en diferentes países, sobre todo en los
estados totalitarios, que el estado se empeña en suprimir las
asociaciones libres que el hombre con perfecto derecho ha
formado. Unas veces son las congregaciones religiosas, otras
son las escuelas confesionales, otras los sindicatos obreros o de
empleados, otras veces se niega a éstos el derecho de federarse
y confederarse y todo esto no por razones de bien común, sino
por intereses ideológicos o económicos de un determinado grupo
social. Así, por ejemplo la prohibición de sindicarse los obreros
campesinos, o el hacer irrisorio este derecho impidiéndoles así
el camino para una mejoría de sus condiciones, es una violación
flagrante del Derecho Natural de estos obreros.
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establecido de la sociedad de orden superior sobre el de la
sociedad de orden inferior.
3.1 La familia.
3.1.1 Misión y Constitución de la familia. La educación
de los hijos.
3.1.1.1 Misión de la familia.
Aristóteles definió la familia como la convivencia impuesta por
la naturaleza en los actos de la vida cotidiana. Tomando en
cuenta el orden natural y el sobrenatural podría definirse como
la sociedad que tiene como fin la propagación permanente de
la raza humana conforme a las condiciones exigidas por nuestra
naturaleza y por nuestro destino natural y sobrenatural. La familia
es la célula básica de la organización social: El Código Social
de Malinas dice: “La familia es la fuente donde recibimos la
vida, la primera escuela donde aprendemos a pensar, el primer
templo donde aprendemos a orar” (CSM 10). Dios no quiso crear
simultáneamente a los hombres, como creo a los ángeles, sino
mediante el concurso libre del hombre, cuya fuerza de
procreación está bajo el control de su razón y de su voluntad.
El fin de la familia, nos muestra que los hijos son su razón de
ser, y los que determinarán su constitución. Los hijos han de
poder encontrar en la familia todo lo que necesitan para nacer,
para desarrollarse física, intelectual y moralmente, para poder
ellos a su vez, llegados a su madurez formar nuevas familias
que transmitan la vida y la educación. Cuando una familia ha
capacitado a sus hijos para constituir nuevos hogares, puede
decirse que ha cumplido su misión. Otras sociedades pueden
constituirse para finalidades de corta duración: la familia exige
largos años antes de dar por terminado su cometido: formar seres
humanos en todo el sentido de la palabra.
Ninguna otra institución puede reemplazar la misión de la
familia. Ella puede buscar auxiliares, y aun son éstos necesarios
en nuestra complicada civilización; de aquí la intervención de
la Iglesia, del Estado, de la Escuela, pero es la familia la que
debe poner al niño en contacto con estas instituciones, la que
debe coordinar su influencia al menos mientras el hijo está
incapacitado de hacerlo por sí mismo. Todos los esfuerzos
intentados para reemplazar a los padres han fracasado: nadie
tiene su afecto, ni sus condiciones ni su responsabilidad.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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La unión libre, por más que la revistan de una aureola de
idealismo no es sino la satisfacción sin control del instinto, la
negación del bien común y acarrea males sin cuento para el
individuo y la sociedad. El comunismo soviético es el que ha
ido más lejos en esta idealización del amor libre, pues ha visto
en él la liberación de alienación familiar: sin embargo llevado
de la experiencia de sus tremendos fracasos ha temperado mucho
su primera política sobre esta materia8 . Sin duda la estabilidad
de la unión conyugal acarrea inconvenientes y sacrificios en
casos particulares, que la conciencia cristiana sabe unir a la
pasión redentora de Cristo. La menor excepción en materia de
indisolubilidad del matrimonio acarrearía consecuencias más
funestas para el bien común, que todos los dolores particulares
que acarrea la indisolubilidad.
La Iglesia no tiene el poder de disolver el matrimonio
regularmente celebrado, sino en tres casos particulares: el del
privilegio paulino; el de la profesión solemne de uno de los
cónyuges hecha en un instituto religioso antes de la consumación
del matrimonio, y en caso de fieles que no han consumado aún
el matrimonio si la Santa Sede cree que hay razones de gran
valor para intervenir. Cuando la Santa Sede pronuncia una
sentencia de anulación, no declara divorcio, sino que proclama
simplemente que por haber existido alguno de los graves
impedimentos o haberse violado en lo esencial la forma en la
celebración del matrimonio no hubo nunca matrimonio. Tales
impedimentos están taxativamente enumerados en el Derecho
Canónico, como ser la falta de edad, 16 años en el hombre y 14
en la mujer; falta de consentimiento matrimonial que pueda ser
fehacientemente probada; parentesco en grado muy próximo,
sin previa dispensa; matrimonio válido anterior, y algunas más
de ese orden.
La ley chilena no admite tampoco el divorcio con separación
de vínculo, sino el divorcio que mantiene la unión conyugal y
sólo autoriza una separación externa. Prácticas fraudulentas han
introducido la anulación civil por medio de la mentira. Tal
costumbre ha encontrado por desgracia la complicidad de
numerosos abogados interesados en el dinero, y aun en jueces
sin conciencia. La Iglesia pena con excomunión a quien estando
casado válidamente por la Iglesia y ante la ley anula por medios
fraudulentos su matrimonio, y en esta censura incurren también,
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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los derechos y deberes de tal. Entre los primeros tiene el de
autonomía e independencia respecto a todo otro ser, excepto
Dios. La persona no está al servicio de nadie; persona alguna,
ni aun la familia, puede considerarlo como un medio, ni puede
preferir su bien al bien del niño. La familia es para el niño y no
el niño para la familia.
Mientras el niño es pequeño necesita encontrar junto a sí quienes
lo preparen para ejercer sus derechos y para cumplir sus deberes.
El niño tiene derecho de poder alcanzar la plenitud de su
desarrollo físico. Tiene, por tanto derecho de ser protegido contra
la enfermedad y a recibir los cuidados necesarios para su
alimentación, higiene, vestido y habitación.
“Tiene derecho a la formación física, intelectual, moral y
religiosa” (CSM 19). Derecho a la instrucción, al menos al
minimum requerido para poder ganar su vida y satisfacer sus
futuras obligaciones profesionales y cívicas. Esto supone ciertos
conocimientos de cultura general, la enseñanza primaria, para
poder actuar como hombre culto entre hombres cultos, y de
cultura técnica, apropiada a la profesión prevista para poder
ganar honradamente su vida y fundar honorablemente un nuevo
hogar, tiene derecho a la educación, que sacará de él (es el
sentido de e- ducere = sacar de) y desarrollará sus cualidades
propias, lo habituará a luchar contra sus defectos y a cultivar
sus cualidades, le dará el odio del mal y el amor del bien, y lo
enseñará a convivir como un hombre educado y de carácter.
No podemos contar con una formación que sea pura instrucción
y no educación. Tanto como de las nociones puramente
intelectuales necesita el niño de las normas morales para actuar
en la vida.
Esta formación debe ser completada por la formación
sobrenatural que lo prepara para alcanzar su fin último. La
palabra del Evangelio guarda un valor eterno: “¿Qué le aprovecha
al hombre ganar el mundo entero si su alma viene a sufrir
detrimento?” [Mc 8, 36]. La práctica se ha encargado de
demostrar hasta la saciedad, después de muy tristes experiencias,
que una educación moral es imposible si se la separa de una
educación religiosa. La moral desligada de la religión carece
totalmente de su razón de ser. ¿Qué vale una ley si no tiene o no
se conoce el legislador? Se convierte en un puro imperativo
humano que puede romperse ante la menor dificultad.
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La escuela tiene por fin completar esta obra educadora de
los padres y suplirlos en la enseñanza en cuanto sea
necesario. El maestro es, pues, por su propia función,
delegado de los padres.
Las asociaciones de maestros, por legítimas que en sí sean,
no pueden invocar en materia de educación pretendidos
derechos que se hallen en oposición con los derechos de
los padres.
21. Los derechos de los padres y los de los maestros que
los suplen no son, con todo, absolutos. Se armonizan con
los derechos de la Iglesia y con los del Estado” (CSM 19,
20 y 21).
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“El Estado puede exigir y hacer de manera que todos los
ciudadanos conozcan sus deberes cívicos y nacionales, y que
posean además el minimun de cultura intelectual, moral y física,
que consideradas las condiciones de la época sea realmente
necesario para el bien común. Se excede sin embargo de sus
derechos - y su monopolio de la educación y de la enseñanza
es injusto e ilícito - cuando obliga física o moralmente a las
familias a enviar a sus hijos a las escuelas del Estado, contrariando
los deberes de la conciencia cristiana o aun sus legítimas
preferencias” (CSM 24).
Las ideas totalitarias no están muertas, por de pronto son la
filosofía dominante en todo ese inmenso sector del mundo
dominado por el comunismo. Para el totalitarismo el Estado es
el amo absoluto que dispone del cuerpo y alma de los ciudadanos
y la educación el medio de formar hombres que le estén
enteramente sometidos. En materia de educación es donde más
fácilmente apuntan con frecuencia rebrotes totalitarios bajo la
idea del estado docente; el estado es el único capacitado para
enseñar y el único con misión de hacerlo. En el fondo se oculta
bajo tal nombre la aspiración fanática de acabar con la
enseñanza cristiana, la vieja consigna de la masonería que en
América Latina trata de refugiarse de preferencia en el campo
de la educación. Es notable oír a los campeones del estado
docente alardear de demócratas y libertarios y dar pruebas de
antidemócratas y de antilibertarios en el terreno educacional.
Lo que al Estado le interesa es que las profesiones y las funciones
necesarias para el bien común estén bien representadas y que
florezca en todo el país la cultura física, intelectual y moral,
pero le es indiferente que esta cultura y preparación sea dada
por unos o por otros, con tal que esté bien dada. Tendrá
ciertamente un derecho de inspección y de control, pero no el
de cercenar la libertad educacional de la familia y de la Iglesia.
Si su acción es deficiente súplala y estimúlela, pero jamás
suprímala. Por otra parte el Estado como educador es más
deficiente que los particulares, y lo sería aún mucho más si no
tuviera frente a él el estímulo de una sana competencia.
La fórmula que mejor refleja la equidad es la de la repartición
proporcional del presupuesto escolar nacional entre las escuelas
que reúnan las condiciones requeridas, de manera que las
familias al enviar sus hijos a la escuela de su preferencia no se
vean obligadas a pagar dos veces su educación: una al estado,
por concepto de impuestos educacionales, y otra a la escuela
como pensión.
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27. Supone esta armonía que en toda escuela, ya sea fundada
por la familia, ya por la Iglesia, por el Estado o por la
profesión, dentro cada cual de su propia esfera, todos estos
poderes legítimos cumplan sus deberes y ejerciten sus
derechos” (CSM 26 y 27).
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Pío XI alaba con encomio a quienes han intentado “…diversos
medios para acomodar la remuneración del trabajo a las cargas
de familia, de manera que el aumento de las cargas corresponda
un aumento de salario; y aún si fuere menester, para atender, a
las necesidades extraordinarias” (QA 32, OSC 217). Felizmente
la idea del salario familiar ha entrado en muchas legislaciones
en forma más o menos completa y funciona a base de las cajas
de compensación. En Chile, cada año se fija para los empleados
el sueldo vital y lo que corresponde por carga familiar.
Desgraciadamente no hay legislación alguna que asegure iguales
derechos a los obreros, que carecen de salario vital y de
asignaciones de carácter familiar. Algunas industrias dan
espontáneamente una asignación de carácter familiar, o bien la
han conseguido los sindicatos. Desgraciadamente casi todas
están muy lejos de cubrir el gasto que realmente supone una
carga de familia.
Hacer penetrar la justicia que entraña el salario familiar, y hacerlo
realmente suficiente son consignas de suma urgencia para
salvaguardar la vida de familia.
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La habitación de las clases modestas en casi toda América Latina
presenta el más grave de los problemas sociales.
La vivienda del obrero en nuestras ciudades es antes que nada
insuficiente. Los arquitectos vienen repitiendo desde hace varios
años que en Chile faltan 400.000 casas: puede ser que el número
sea discutible, pero no lo es que faltan muchos miles de
habitaciones. El aumento vegetativo de la población de unas
120.000 personas por año exigiría cada año, por lo menos
20.000 nuevas casas para cubrir las necesidades de este aumento.
Estos últimos años se han construido en Chile apenas 6.000 casas,
lo cual indica que este déficit no ha sido cubierto y que la cifra
de arrastre va siendo cada día mayor. El régimen de poblaciones
callampas chileno, o el de las fabelas del Brasil es una vergüenza
para todo país civilizado: hacinamiento de ranchos improvisados
con piso de tierra, techo formado por desechos de latas o
fonolitas, y paredes de madera, de caña y hasta de papel: eso
no puede llamarse habitación. Cada uno de esos tugurios es un
tremendo “Yo acuso” lanzado a la sociedad.
La mayor parte de nuestro pueblo vive en este tipo de casas o en
conventillos, o en un cuarto subarrendado: allí se hacina toda
la familia. El resultado de una inspección sanitaria a 891
conventillos fue el siguiente: 541 en pésimas condiciones, y 232
en regular estado. En el 12% de estos conventillos había 8
personas por pieza, no siendo ninguna mayor de 9 metros
cuadrados. La habitación corriente del obrero no tiene de
ordinario más ventilación que la puerta. Allí se come, se duerme,
se trabaja, a veces se cocina... como lo demuestran las murallas
ennegrecidas por el humo. El patio sirve de basurero. Muchas
casas no tienen servicio higiénicos, ni siquiera un pozo ciego.
Una población de casi 7.000 almas, en Santiago, tiene una llave
de agua para toda la población: la gente ha de hacer cola desde
la 1 y 2 de la mañana para llenar sus tarros. En la mayor parte de
estas poblaciones callampas el piso es de tierra; no tienen luz
eléctrica, debiendo alumbrarse con velas.
En el campo, la habitación obrera es por lo menos casa. En
algunas zonas hay lindas casitas que invitan a la vida de familia.
Pero en otras hay ranchos con techo de totora y piso de tierra. El
descuido con que se tiene el cerco, del que podría vivir toda la
familia si supieran cultivarlo, demuestra una carencia total de
educación familiar.
Más grave aún que el problema de los que tienen mala vivienda
es el de los que no tienen ninguna vivienda. En el campo son
los forasteros que viven como “allegados” en una familia,
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3.1.2.4.1 La casa propia.
El problema de la vivienda en relación con la familia no puede
contentarse con solucionar el problema que haya casa, es
necesario avanzar más: que esta casa sea propiedad de la familia.
El anhelo más íntimo de todo hombre y de toda mujer que
quieren formar una familia es el de contar con su casa propia.
¡Cuantos sacrificios por lograrlo, quitándose a veces el pedazo
de pan de la boca para pagar la cuota del terreno!
El derecho de poseer los bienes necesarios para su subsistencia
es natural al hombre; entre estos bienes la habitación es el más
urgente, el más premioso: de ahí que la sociedad deba facilitar
al trabajador la realización de esta su aspiración fundamental9 .
Se ha propuesto en nuestros días la conveniencia de construir
para el pueblo grandes colectivos donde todos los servicios estén
centralizados, y en los que los obreros puedan tener ventajas
que no lograrían alcanzar en la pequeña habitación personal.
Incluso en las grandes ciudades se ha iniciado la construcción
de estos colectivos. La moral católica es uniformemente partidaria
de la casa individual familiar, y esto por varias razones. La
primera, porque es más difícil y menos interesante el régimen
de propiedad privada de un departamento que de una casa,
sobre todo para la mentalidad popular. Luego, porque el colectivo
acarrea necesariamente el hacinamiento de numerosas familias
que deben estar en íntimo contacto a cada momento, y nada
desea tanto el trabajador como poder llegar a un sitio
independiente donde esté tranquilo, a solas con los suyos, donde
los vecinos no se impongan de sus intimidades de hogar. Más
aún: la casa unifamiliar con un terreno anexo es el medio más
preciado de esparcimiento, el solaz después del trabajo, la
invitación permanente a la economía, y al ensanche de lo
edificado a medida que el aumento de la familia y los recursos
lo permiten. La vivienda colectiva no es un ideal, ni siquiera
para las familias pudientes: en esos “lujosos conventillos de los
ricos”, el niño está de más: no hay sitio para que llegue a este
mundo, y los que ya han llegado estorban con su bullicio, y por
tanto es necesario que vayan a la calle y al cine el mayor tiempo
posible.
La enseñanza pontificia es insistente en el sentido de propiciar
el hogar propio familiar: S.S. Pío XII en el mensaje de Navidad
9 En el original, queda inconcluso el párrafo siguiente: “El Ingeniero Francisco
Valsecchi tiene una hermosa página sobre las ventajas individuales y
familiares de la propiedad del propio hogar: la casa propia “constituye... II,
119-128”. No ha sido posible identificar la obra.
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3.1.2.4.2 Dos sostenes de la vivienda propia.
El Ingeniero Valsecchi, a quien poco antes citábamos, campeón
de la vivienda popular propia unifamiliar, sugiere acertadamente
que “no basta proporcionar…”10
10 Hasta ahora no ha sido posible ubicar el texto al que se refiere ( “copiar II,
122-23”) por lo cual el párrafo queda incompleto.
11 En la edición de 1946 de la Colección de Encíclicas y Cartas Pontificias,
aparece la palabra “felicidad”; en la edición de 1944, aparece “fidelidad”.
Se ha optado por utilizar la versión de 1944, en atención a la línea
argumental del texto.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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compañera, ni la obliga a dar satisfacción a cualesquiera gustos
del marido, no muy conformes quizás con la razón o la dignidad
de esposa, ni, finalmente, enseña que se haya de equiparar la
esposa con aquellas personas que en derecho se llaman menores
y a las que por falta de madurez de juicio o por desconocimiento
de los asuntos humanos no se les suele conceder el ejercicio de
sus derechos…”
“sino que, al contrario, prohibe aquella exagerada licencia
que no se cuida del bien de la familia, prohibe que en este
cuerpo de la familia se separe el corazón de la cabeza, con
grandísimo detrimento del conjunto y con próximo peligro
de ruina, pues si el varón es la cabeza, la mujer es el corazón,
y como áquel tiene el principado del gobierno, ésta puede y
debe reclamar para sí, como cosa que le pertenece, el
principado del amor.
El grado y el modo de tal sumisión de la mujer al marido
puede ser diverso según las varias condiciones de las
personas, de los lugares y de los tiempos, y más aún si el
marido faltase a sus deberes, debe la mujer hacer sus veces
en la dirección de la familia. Pero tocar o destruir la misma
estructura familiar y su ley fundamental, establecida y
confirmada por Dios, no es lícito en tiempo alguno ni en
ninguna parte.
Sobre el orden que debe guardarse entre el marido y la mujer,
sabiamente enseña nuestro predecesor León XIII, de santa
memoria, en su ya citada encíclica acerca del matrimonio
cristiano: ‘El varón es el jefe de la familia y cabeza de la
mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne
y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido,
no a modo de esclava, sino de compañera, es decir, de tal
modo que a su obediencia no le falte ni honestidad ni
dignidad. En el que preside y en la que obedece, puesto que
el uno representa a Cristo y la otra a la Iglesia, sea siempre la
caridad divina la reguladora de sus obligaciones’.
Están, pues, comprendidas en el beneficio de la fidelidad: la
unidad, la castidad, la caridad y la honesta y noble
obediencia; nombres todos que significan otras tantas
utilidades de los esposos y del matrimonio, con las cuales se
promueven y garantizan la paz, la dignidad y la felicidad
matrimoniales, por lo cual no es extraño que esta fidelidad
haya sido siempre enumerada entre los eximios y peculariares
bienes del matrimonio” (Casti Connubii 19 y 20, CEP pp.
702 y 703).
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verdaderamente mujer contempla los problemas de la vida
siempre a la luz de la familia, y su sensibilidad exquisita advierte
cualquier peligro que amenaza pervertir su misión de madre, o
que se cierne sobre el bien de la familia.
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ambiente, para desear un día fundar su propia casa entre los
suyos, esta joven tendría que corregir sus impresiones naturales
con una vida seria, intelectual y espiritual, con la fortaleza que
da la educación religiosa, y los ideales sobrenaturales. Pero ¿qué
clase de formación religiosa ha podido recibir en los lugares
que frecuenta?
Y esto no es todo.
Cuando, transcurridos los años, su madre, prematuramente
envejecida, quebrantada por el trabajo que consumió todas sus
energías, por las penas y la ansiedad, espere ansiosa su llegada
a la casa, verá que la hija retorna muy tarde en la noche, no
para brindarle ayuda o socorro sino para que la misma madre
tenga que atender a una mujer incapaz de hacer para ella las
veces de una sirvienta. La suerte del padre no será mejor cuando
la vejez, la enfermedad, su condición caduca y el desempleo,
le haya obligado a depender para su exigua existencia de la
voluntad, mala o buena, de sus hijos. Es que la augusta y santa
autoridad del padre y de la madre ha quedado destronada por
completo” (Pío XII, Deberes de la mujer, Nov. 1945; OSC 384 -
385).
Todos estos males son honradamente deplorables, pero sería
inútil predicar el retorno de la mujer al hogar mientras
permanezcan aquellas condiciones que la obligan a permanecer
lejos de él, pues ordinariamente ha sido sacada de su hogar por
la ansiedad continua acerca del pan cotidiano.
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signifique la dominación de una clase sobre las otras, y las
ambiciones que se disputan un imperio económico y nacional
cada día más extenso - no importa cuáles sean los pretendidos
motivos en que se sustenten. Porque ella sabe muy bien que
semejante política prepara el camino a la guerra civil sorda o
abierta, al siempre creciente cúmulo de armamentos, y al
constante peligro de la guerra.
Bien sabe ella, por experiencia, que en todo caso esta política
es nociva para la familia, que debe pagar por culpa de ella un
precio elevado en bienes y en sangre.
En consecuencia, ninguna mujer sabia favorece una política de
lucha de clase o de guerra. Su voto es un voto por la paz. De
aquí que, en el interés y el bien de la familia, se atendrá a esa
norma, y rehusará siempre dar su voto a cualquier tendencia,
venga de dónde viniere, consagrada a los egoístas deseos de
dominación interna o externa, que ponen en peligro la paz de
la nación...
Preciso es que se unan, aún a costa de los más graves sacrificios,
para salvarse a sí mismos y a toda la humanidad. En tal unión de
ánimos y de fuerzas deben naturalmente ser los primeros cuantos
se glorían del nombre cristiano, recordando la gloriosa tradición
de los tiempos apostólicos, cuando la multitud de los creyentes
no tenían sino un solo corazón y un alma sola; pero a ella
concurran asimismo sincera y cordialmente todos los que creen
todavía en Dios, y le adoran, para apartar de la humanidad el
grande peligro que a todos amenaza. Porque el creer en Dios es
el fundamento firmísimo de todo orden social y de toda
responsabilidad en la tierra, por esto cuantos no quieren la
anarquía y el terror deben con toda energía trabajar en que los
enemigos de la religión no consigan el fin que tan enérgicamente
y a las claras se proponen” (Pío XII, Deberes de la mujer, Nov.
1945; OSC 390, 391).
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aristocracia; o por el estudio: profesionales distinguidos, o artistas;
a los elementos de banca e industria, y, en general a la gente de
fortuna; a los altos funcionarios eclesiásticos, civiles, militares.
Las clases medias, formada por los simples profesionales, los
empleados, los pequeños rentistas, los pequeños propietarios.
La clase obrera, o clase popular, formada como su nombre lo
indica por los trabajadores del campo o de la ciudad.
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“Reconocer este hecho es reconocer la verdad.
La lucha de clases la achacan algunos inconsideradamente
a sólo el proletariado que quiere sacudir el yugo opresor. La
lucha de clases, en cuanto hecho, es organizada y dirigida
por ambos lados: por el capital y por el trabajo.
Pío XI entre los males sociales que señala deplora ‘en primer
lugar la lucha de clases… que inficiona todo lo que
contribuye a la prosperidad pública y privada. Y este mal se
hace cada vez más pernicioso por la codicia de bienes
materiales de una parte y de la otra, por la tenacidad en
conservarlos, y en ambas por el ansia de riquezas y de
mando’.
El capital lucha por crear ‘enormes poderes y una prepotencia
económica despótica en manos de muy pocos. Estos
potentados son extraordinariamente poderosos, cuando
dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo
distribuyen a su gusto: diríase que distribuyen la sangre de la
cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su
mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que
nadie podría respirar contra su voluntad… La libertad infinita
de los competidores sólo dejó supervivientes a los más
poderosos, que es a menudo lo mismo que decir a los que
luchan más violentamente los que menos cuidan de su
conciencia. A su vez esta concentración de riquezas y de
fuerzas, produce tres clases de conflictos: la lucha primero
se encamina a alcanzar ese potentado económico; luego se
inicia una fiera batalla a fin de obtener el predominio sobre
el poder público y consiguientemente de poder usar de sus
fuerzas e influencias en los conflictos económicos; finalmente
se entabla el conflicto en el campo internacional, en el que
luchan los estados pretendiendo usar de su fuerza y poder
político para favorecer las utilidades económicas de sus
súbditos respectivos o por el contrario, haciendo que las
fuerzas o el poder económico sean los que resuelven las
controversias políticas originadas entre las naciones’. No
cabe, pues, dudar que cuando se habla de lucha de clases,
es el capital uno de los que fomentan dicha lucha.
El obrero, por su parte recuerda el hecho ‘que unos cuantos
hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud
innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de
los esclavos’ y no menos, que en las tierras que llamamos
nuevas (América) ‘el número de los proletarios necesitados,
cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha crecido
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
80
mutuos derechos entre patrones y trabajadores. Cuando esto
se haya cumplido se habrá acabado la causa de la lucha de
clases. Entonces surgirá la colaboración de los diferentes
elementos de la producción con miras a un participación
equitativa de los bienes producidos’.
‘La lucha de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a
poco se transforma en una discusión honesta, fundada en el
amor a la justicia. Ciertamente no es aquella bienaventurada
paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el
principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las
clases’. ‘Los medios para salvar al mundo actual de la triste
ruina en que el liberalismo amoral lo ha hundido, no
consisten en la lucha de clases y en el terror y mucho menos
en el abuso autocrático del poder estatal, sino en la
penetración de la justicia social y del sentimiento de amor
cristiano en el orden económico y social’” (Sindicalismo,
pp. 41-44)13 .
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
14 Este punto quedó inconcluso. Entre paréntesis apunta algunas ideas con la
intención de desarrollarlas posteriormente: “(plan: la reforma frente al
individuo. exagerado.(sic) y que ha provocado la reacción del estado
totalitario. Principio que sienta el Papa: que ninguna entidad superior
absorba lo que puede hacer la inferior. OSC 263 [QA 35]. - Fórmense las
órdenes o profesiones, seguir con OSC 264… terminar con CSM 58-68”.
Los textos aludidos tratan directamente de las corporaciones y su lugar e
importancia para la configuración del orden social.
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Sociedad compuesta de multitud de familias: la sociedad civil
no está compuesta de multitud de individuos, sino que es el
desarrollo normal de la familia, toma a su cargo las necesidades
y aspiraciones que las familias no pueden satisfacer por sí
mismas. Es el desarrollo normal de la familia.
Prosecución del bien común temporal: su fin propio es todo lo
que interesa a la actividad humana en el campo terrestre. Queda
excluido únicamente lo que toca al orden sobrenatural, que
pertenece a la Iglesia. El bien común temporal no incluye sólo
los intereses materiales, sino también los intelectuales y morales:
en una palabra todo lo que constituye la civilización.
La palabra bien común indica que el Estado sólo se preocupa
de los intereses comunes de los miembros de la sociedad civil,
no de los intereses de cada uno de ellos, de sus bienes
particulares. Así, por ejemplo al Estado no le incumbe
directamente procurar habitación o trabajo a cada ciudadano,
es él quien debe procurárselo; en cambio le corresponde asegurar
las condiciones de seguridad, de protección, de educación, de
facilidad de comunicaciones, de aprovisionamiento, de
bienestar, gracias a las cuales la actividad personal podrá adquirir
los bienes que necesita. La felicidad individual dependerá, eso
sí en gran parte de este bienestar general cuyo gerente es el
estado.
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de todos. Es la mayoría la que crea la justicia y el derecho.
Fácilmente puede verse a qué abusos puede llevar esta teoría, y
a qué abusos de hecho ha llevado su práctica en el curso de la
historia.
Frente a la Escuela del Contrato Social la moral católica afirma
que la sociedad civil es un hecho natural querido por Dios, como
complemento y expansión de la familia destinado a permitir al
hombre la adquisición de nuevos recursos para obtener la
realización del bien común temporal.
Lo que determina al hombre a unirse con sus semejantes no es
un pacto, del que no hay memoria ni indicio en la historia, sino
el instinto de sociabilidad que lo lleva a completar su
personalidad con la de sus semejantes. Por eso desde que hay
historia nos aparece el hombre unido socialmente a los demás,
y en ningún momento haciendo vida solitaria. Esta asociación
le permite a sus miembros la protección contra los abusos de la
fuerza, la posesión tranquila de su bienestar y la expansión de
sus actividades. Los hombres no pueden consumir sus energías
en el campo restringido de la vida familiar. Para obtener nuevos
y más variados bienes, conocimientos más profundos y
diferenciados, necesita el hombre de sus semejantes. Grandes
trabajos serán realizados, que van mucho más allá de las
posibilidades de la familia: puertos, caminos, canalizaciones,
energía eléctrica, atómica... todo eso requiere una unión de
fuerzas bajo una común autoridad. Todo esto nos hace ver que
la unión que los hombres siempre han profesado no es materia
de un querer arbitrario del hombre, de un mero invento suyo,
sino la consecución de sus inclinaciones más profundas puestas
por Dios en su alma, esto es, la realización de una tendencia
natural.
Como hecho natural la sociedad tiene leyes que no pueden ser
desconocidas, sin negarla: tal es por ejemplo la necesidad de
una autoridad, su orientación al servicio del hombre y de la
familia, cuyas necesidades está llamada a proveer y no a
substituir, ni menos a atropellar.
En la encíclica Mit brennender Sorge S.S. Pío XI defiende contra
el totalitarismo racista que identificaba derecho con lo que es
útil a la nación, el concepto de derecho natural: “el verdadero
concepto de bien común se determina y se conoce mediante la
naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho
personal y vínculo social, como también por el fin de la sociedad
determinado por la misma naturaleza humana. El Creador quiere
la sociedad como medio para el pleno desenvolvimiento de las
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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Con lo dicho se entiende qué se afirma al decir que el poder es
de origen divino. Todos los gobernantes son de derecho divino
en el sentido que de Dios y de solo Dios reciben el poder de
mandar, pero ninguno es de derecho divino en el sentido que la
forma de gobierno que cada uno de ellos representa haya sido
preferida y querida por Dios. Deja el Creador a cada nación el
cuidado de elegir su forma de gobierno y de determinar sus
gobernantes, pero una vez hecha la elección es Dios quien da
la autoridad necesaria para ejercer este poder en conformidad a
la constitución de cada estado.
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gobernante reciba directamente de Dios la autoridad necesaria
para el gobierno del país, debiéndole -por consecuencia-
obediencia los demás. Si en un momento dado se presenta una
persona que aparece como la única capaz de asegurar el orden,
dadas sus cualidades personales, éste debe asumir el poder que
Dios se lo confiere directamente para el bien común de la
sociedad.
Este sistema erige el hecho en derecho, sin que aparezca un
principio que justifique esta transformación. Si bien las
circunstancias pueden mostrar que una determinada persona o
forma de gobierno debe ser elegida, de ahí no se sigue que esta
persona adquiera por eso sólo el derecho de constituirse en
autoridad y que los demás deban obedecerle.
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individual y colectiva, que también posee una cierta fuerza
para realizar un bien común, ya a varios, ya al conjunto del
cuerpo social.
Cuando esta iniciativa es eficaz, el Estado no debe hacer
nada que pueda embarazar o ahogar la acción espontánea
de los individuos y de los grupos. Pero cuando es insuficiente,
el Estado debe excitarla, ayudarla, coordinarla y, si hace falta,
suplirla y completarla.
Esta manera de proveer al bien común de las sociedades
temporales no es más que una imitación de la acción de
Dios en el gobierno general del mundo. Esta acción hace
concurrir a los designios de su voluntad salvadora todas las
fuerzas, incluso la de las actividades libres.
Igualmente el Estado facilitará la cooperación del poder
central con todas las actividades nacionales, según un plan
de conjunto cuyas grandes líneas debe fijar, confiando en lo
posible la ejecución a los individuos.
48. La persona humana tiene derechos anteriores y superiores
a toda ley positiva.
Nacen estos derechos, sean individuales o colectivos, de la
naturaleza humana, inteligente y libre.
49. La ley debe proteger la libertad de la persona, no sólo
contra los ataques exteriores, sino también contra los extravíos
de la libertad misma.
Todo uso de la libertad es susceptible de degenerar en
licencia. Pertenece, pues, a la ley señalar los límites y regular
el ejercicio de los derechos.
50. Las Constituciones modernas se han preocupado
particularmente de deducir y de proclamar los corolarios,
tanto de la libertad personal como de la igualdad de
naturaleza, comunes a todos los hombres. Lo han hecho con
frecuencia bajo la influencia de los sistemas filosóficos que
exageran la autonomía de la persona humana.
51. En el enunciado y reglamentación jurídica de los
corolarios de la libertad personal, el legislador no debe nunca
perder de vista que la libertad humana puede fallar, y que,
por lo tanto, importa no confundir el uso con el abuso de las
facultades que implica.
Por eso, el uso del derecho de poseer, del derecho de publicar
el pensamiento por medio de la prensa y la enseñanza, del
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Asegurada la tranquilidad el estado debe procurar la prosperidad
pública, colaborar en la obra civilizadora, estimular la iniciativa
privada y coordinar sus esfuerzos. El progreso depende antes
que nada del genio y esfuerzo de los habitantes. El estado no
puede crearlos, pero puede crear un clima apto a su desarrollo
y evitar los obstáculos. Esto supone en los dirigentes del estado
visión clara, espíritu de iniciativa y el cuidado permanente de
no transformarse en burocracia formalista y estéril.
El peligro de absorción estatal es realísimo. El Estado tiende a
substituir a los particulares, a los cuales debe estimular, pero
jamás absorber ni reemplazar. Ordinariamente la iniciativa
privada trabaja en forma más económica y eficiente que el
estado, siempre que no encuentre obstáculos de su parte. En
cambio hay trabajos generales, como ser los de las estaciones
meteorológicas, experimentación de terrenos, informes sobre
regadío, etc. que suponen vastos recursos y que por su mismo
carácter general corresponden más al Estado que a los
particulares. Dígase lo mismo del buen funcionamiento de los
servicios consulares, aduanas, vías públicas en los que la acción
del estado es irreemplazable e indispensable para el bien común.
En los problemas que dicen relación con la vida intelectual y
moral, debe el estado respetar y estimular la iniciativa privada,
ya que los valores más directamente personales del hombre están
interesados. Frente a ellos la intervención de una colectividad
anónima como el estado puede ser desacertada y aun tiránica.
En materia de educación tiene derecho de intervención, pues,
el bien común está en juego, y puede por tanto fijar un minimum
de instrucción obligatoria, pero de ninguna manera puede
justificarse el monopolio educacional. Colabore con la familia,
oblíguela a cumplir su deber, subvencione escuelas, y abra otras
para suplir las deficiencias de la enseñanza privada: este principio
vale para todos los grados de la instrucción, incluso la superior.
En cuanto a la vida moral debe el estado combatir la licencia de
las calles, publicaciones y cines, proteger al niño y a la mujer y
alentar la acción de la Iglesia pues la vida moral es en gran
parte un reflejo de las convicciones superiores.
El estado no puede cumplir su misión de igual manera en todas
partes: Mientras más civilizado es un país más debe alentar la
iniciativa privada y aprovecharse de sus recursos, mientras más
joven sea una nación y más primitiva, como en los países
coloniales, la intervención del estado deberá ser mayor para
activar la civilización y poner al pueblo en situación de
aprovecharse del progreso general.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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El derecho de imponer castigos debe ir acompañado de un
sistema carcelario que sea una escuela de reforma para los
prisioneros y no una nueva escuela de crímenes como
desgraciadamente sucede con demasiada frecuencia. Los
gobernantes tienen la tremenda responsabilidad de la corrupción
creciente de aquellos que debieran regenerarse en la prisión, y
que en cambio se degeneran en ella y conciben odio contra la
sociedad.
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“La autoridad del Estado está bien lejos de ser ilimitada. Puede
ordenar cuanto sea conforme al bien común de los miembros
de la sociedad, y nada más. La fuerza material es, sin duda un
medio de tal modo indispensable para la autoridad, que sin ella
resulta inepta para el ejercicio mismo de su función. Pero el
empleo de la fuerza está subordinado al fin social que depende,
a su vez, de la razón” (CSM 42).
La conciliación de la autoridad y de la libertad es un problema
bien difícil: la primera asegura un gobierno fuerte, la segunda
garantiza la independencia del individuo. Una combinación de
estos dos elementos es indispensable, aunque difícil al apreciar
en forma concreta las exigencias del bien común.
96
cumplimiento del deber, tachándola de sediciosa. Hablamos
de cosas sabidas, y Nos mismo las hemos explicado ya otras
veces. Le ley no es otra cosa que el dictamen de la recta
razón promulgado por la potestad legítima para el bien
común. Pero no hay autoridad alguna verdadera y legítima
si no proviene de Dios, soberano y supremo Señor de todos,
a quien únicamente compete dar poder al hombre sobre el
hombre; ni se ha de juzgar recta la razón cuando se aparta
de la verdad y la razón divina, ni verdadero bien el que
repugna al bien sumo e inconmutable, o tuerce las voluntades
de los hombres y las separa del amor de Dios. Sagrado es
para los cristianos el nombre del poder público, en el cual,
aun cuando sea indigno el que lo ejerce, reconocen cierta
imagen y representación de la majestad divina; justa es y
obligatoria la reverencia a las leyes, no por la fuerza o
amenazas, sino por la persuasión de que se cumple con un
deber, porque el Señor no nos ha dado espíritu de temor;
pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición
con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia o
contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad
de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia
es un deber, la obediencia crimen, que por otra parte envuelve
una ofensa a la misma sociedad, puesto que pecar contra la
religión es delinquir también contra el Estado” (Sapientiae
Christianae 10 y 11, CEP pp. 214 y 215).
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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justa según su forma, es deducir, cuando las cargas de la
misma se imponen a los súbditos conforme a cierta igualdad
de proporción en orden al bien común’ (I, 2, q. 96, a.4).
Y efectivamente, la ley positiva es, por su naturaleza, dirigida
a millones de hombres en casos y circunstancias diversísimos
e inestudiables por el legislador; es forzosamente rígida e
imposible de adaptarse a los casos, de tal modo que su
observancia puede ser, en casos particulares, incluso
obstáculo a un bien mayor. En tal caso la observancia de la
ley con excesiva incomodidad no obliga, aun cuando la
transgresión de la ley sea una falta externamente jurídica
que puede penarse por la ley.
Es, pues, indiscutiblemente necesario el recurso a la epiqueya
o a la equidad en las leyes civiles. Y aun cuando hay
indiscutiblemente en ello un fuerte peligro de alucinación,
pues se juzga en causa propia, no es mayor que el peligro de
una mala formación de conciencia; peligro que ha de evitarse
por medio de consejos de varones prudentes u otros análogos.
Concretando: la ley humana no obliga con una incomodidad
proporcionadamente grave a la naturaleza de la ley, y en
presunción razonable de que el caso no hubiera sido tocado
por la ley a haberse conocido por el legislador. Para ello
parece bastar una presunción honrada.
No significa esto aflojar la obligación impuesta por las leyes,
antes al contrario, más bien significa exigir lo que de suyo
debe exigirse en la ley humana.
Tal debilidad de la ley humana es mucho más grande en
toda ley de orden económico, sea de tributación sea de
desbloqueo de moneda o de otro orden, porque los casos
que abarcan estas leyes y que no puede el legislador conocer,
son tan diferentes y casi infinitos que es imposible resumirlos
en una ley obligatoria.
De modo que según Santo Tomás es preciso que el peso de
la ley sea justamente proporcional en cuanto a la carga; como
que de no serlo faltaría a la justicia distributiva y dejaría de
ser justa.
¿Y qué decir del caso en que tal proporcionalidad falta
necesariamente (no de suyo sino accidentalmente, pero falta),
cuando por huir las gentes de conciencia laxa o mala, de
cargas correspondientes a sus fortunas, hacen recaer la carga
toda sobre otras personas de más timorata conciencia que
tienen que pechar con lo suyo y con lo que los otros no
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“Deber de intervención no quiere decir estatismo. Francamente
esta palabra es bastante vaga y los liberales las emplean para
desacreditar las iniciativas que les desagradan. Hay que precisarla
por algunos epítetos”. Hay un estatismo de tendencia socialista,
que no es necesariamente totalitario, y un estatismo totalitario,
como lo fue el nacista, y lo es aún más el comunista. El estatismo
de tendencia socialista se traduce por una intromisión creciente
del estado en la vida económica, por una tendencia a retirar la
actividad económica de manos de la familia, empresa, profesión
para confiarla a la gestión directa del Estado. Multiplica las
nacionalizaciones, los monopolios de estado y los reglamentos
administrativos. Esta tendencia es peligrosa por cuanto lleva al
estado a ocuparse de aquello para lo cual no es competente y a
cargarse con un fardo muy pesado, que en ultimo término recae
en los contribuyentes. Por otra parte transforma un número cada
vez mayor de ciudadanos en funcionarios del estado, disminuye
la iniciativa personal, quita influencia a los grupos intermediarios
que garantizan la libertad personal, y se orienta hacia el
totalitarismo.
El estatismo totalitario se basa en una ideología completa: la
plenitud de la existencia sólo la posee el estado. El individuo no
existe sino en el estado y por el estado. Los cuerpos
intermediarios deben ser suprimidos radicalmente, o bien
fuertemente controlados por el estado del cual sacan ellos su
derecho a existir, derecho revocable en cualquier momento.
La moral cristiana rehusa totalmente esta concepción totalitaria.
Si el estado está encargado del bien común, no tiene encargo
alguno del bien particular. Éste está a cargo de los ciudadanos
con la única restricción de subordinarlo al bien general. Si la
consideración del bien común suministra al estado facultades
que sobrepasan en extensión e influencia las de las personas y
las de los cuerpos intermediarios, esa consideración no sólo no
extingue los derechos de los particulares, sino que su defensa
entra en la noción misma del bien común.
El estado no es, pues, en moral cristiana ni el gendarme liberal,
ni la providencia omnipotente del estatismo. La misión del estado
es asegurar a las libertades particulares sus mejores condiciones
de ejercicio y hacerlas converger hacia el bien común, única
razón de sus intervenciones.
Entre los católicos, principalmente franceses y belgas existían a
fines del siglo pasado y principios del presente las dos tendencias
intervencionista y antiintervencionista. La llamada Escuela de
Angers era antiintervencionista, mientras la de Lieja propiciaba
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en general, y como en globo con todo el complejo de leyes e
instituciones, es decir, haciendo que de la misma conformación
y administración de la cosa pública espontáneamente brote
prosperidad, así de la comunidad como de los particulares.
Porque este es el oficio de la prudencia cívica, éste es el deber
de los que gobiernan. Ahora bien, lo que más eficazmente
contribuye a la prosperidad de un pueblo, es la probidad de las
costumbres, la rectitud y orden de la constitución de la familia,
la observancia de la Religión y la justicia, la moderación en
imponer y la equidad en repartir las cargas públicas, el fomento
de las artes y del comercio, una floreciente agricultura, y si hay
otras cosas semejantes que con cuanto más empeño se
promueven, tanto será mejor y más feliz la vida de los
ciudadanos” (RN 25, OSC 270).
¿Cabe una intervención directa y positiva del Estado en la vida
económica? ¿Es recomendable una economía dirigida? Si por
tal entendemos una organización detallada de las actividades
económicas de los particulares encuadrándolas absolutamente
en los puntos de vista del gobierno, la economía dirigida es el
estatismo con todos sus peligros; si por economía dirigida
entendemos que el Estado, de acuerdo con las organizaciones
profesionales oriente la economía general del país, el movimiento
de cambios nacionales e internacionales, estimula la producción
deficiente, tal dirección está dentro de los límites de lo justo, y
más que economía dirigida merecería llamarse economía
organizada.
La intervención directa y positiva del Estado habría que reservarla
sólo a aquellos servicios que los particulares no pueden realizar
o bien a aquellos que reclama el bien común, como los de
defensa nacional, los de correo, ciertas líneas aéreas, puertos,
etc. (Cfr. discurso S.S. Pío XII sobre empresa?15).
“150. Custodio de lo justo y gerente del bien común, el Estado
tiene que ejercer una acción positiva sobre la vida económica.
151. Sin embargo, sería cometer una injusticia y turbar el
orden social retirar a las autoridades de orden inferior, para
tragarlas al Estado, funciones que ellas pueden cumplir por
sí mismas.
152. Es prudente confiar a los grupos de orden inferior los
negocios y asuntos de menor importancia que pueden ejercer
por sí mismos; porque así el Estado puede ejercitar de una
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puramente privada, el Estado deberá practicar, con
preferencia a la gestión directa, lo que se llama gestión
interesada, el arrendamiento, o el régimen de concesión. En
todos estos casos la iniciativa privada participa, como
conviene, con el poder público, y bajo su vigilancia, en la
gestión de servicios o de empresas de interés general, como
los ferrocarriles, por ejemplo.
Conviene, en particular, que el Banco encargado de la
emisión de la moneda fiduciaria no se confunda con el
Estado, aunque actúe bajo su inspección y con su
colaboración.
158. En ningún caso debe el Poder central proceder como si
él sólo fuese el Estado, que es la nación organizada con todas
las fuerzas vivas que la constituyen. Una coordinación del
conjunto de estas fuerzas es particularmente necesaria en
las grandes empresas de interés general que tienden a dar la
mayor eficacia a la riqueza nacional; por ejemplo, utilización
de los ríos, de los canales, de las fuentes petrolíferas, de las
minas, de los bosques.
159. Conviene también que los diversos Estados, solidarios
como son en el orden económico, se comuniquen, por medio
de instituciones apropiadas, su experiencia y sus esfuerzos,
a fin de llegar, de acuerdo con la organización profesional e
interprofesional, a una colaboración económica
internacional” (CSM 150-159).
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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casos puede expropiar, con indemnización, bienes particulares
y también nacionalizar aquellas empresas cuya naturaleza o
extensión crean especiales peligros, o son necesarias para el
bien común.
Puede el Estado legislar para impedir la acumulación estéril de
bienes, puede imponer especiales impuestos sobre los bienes
superfluos para favorecer los elementos más desposeídos. En la
determinación de los impuestos el estado ha de tener en cuenta
que, pasado cierto límite, los impuestos son injustos y se
destruyen a sí mismos como fuente de ingresos. Cuando los
impuestos son justos los contribuyentes están obligados en
conciencia a pagarlos: son una contribución al bien común,
que aprovecha a todos.
Un impuesto sobre la herencia es en sí legítimo, pero no puede
admitirse que, sobre todo en el caso de la herencia en línea
directa, el impuesto equivalga a una confiscación, como sucede
en los países de influencia socialista. La progresividad de este
impuesto debe establecerse según la importancia de la herencia,
de manera que puedan quedar exoneradas las fortunas pequeñas
y aun medianas.
“Siempre ha de quedar intacto e inviolable el derecho natural
de poseer privadamente y trasmitir los bienes por medio de la
herencia; es derecho que la autoridad pública no puede abolir,
por que ‘el hombre es anterior al Estado’, y también ‘la sociedad
doméstica tiene sobre la sociedad civil prioridad lógica y real’.
He ahí también por qué el sapientísimo Pontífice León XIII
declaraba que el Estado no tiene derecho a agotar la propiedad
privada con un exceso de cargas e impuestos: ‘el derecho o
propiedad individual emana no de las leyes humanas, sino de
la misma naturaleza; la autoridad pública no puede, por tanto
abolirla; sólo puede atemperar su uso y conciliarlo con el bien
común’” [QA 18] (OSC 278)16 .
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primeras en iniciar la lucha contra los males sociales. Debe
respetar sus esfuerzos, alentarlos material y moralmente y suplir
sus diferencias.
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completo en los tiempos precedentes, que asegura los
derechos sagrados de los obreros, nacidos de su dignidad de
hombres y de cristianos; estas leyes han tomado a su cargo
la protección de los obreros, principalmente de las mujeres
y de los niños; su alma, salud, fuerzas, familia, casa, oficinas,
salarios, accidentes del trabajo, en fin, todo lo que pertenece
a la vida y familia de los asalariados. Si estas disposiciones
no convienen puntualmente, ni en todas partes ni en todas
las cosas, con las amonestaciones de León XIII, no se puede
negar que en ellas se encuentra muchas veces el eco de la
Encíclica Rerum Novarum, a la que debe atribuirse, en parte
bien considerable, que la condición de los obreros haya
mejorado” (QA 8, OSC 277).
“Cuándo el Estado, en el siglo XIX, por causa de una
exaltación exagerada de la libertad, consideraba que su
misión exclusiva era la de salvaguardar la libertad por medio
de la ley, León XIII le advirtió que también tenía el deber de
interesarse por el bienestar social, cuidando del pueblo entero
y de todos sus miembros, especialmente de los débiles y de
los desheredados, por medio de un programa social generoso
y mediante la creación de un Código de Trabajo. Su
llamamiento obtuvo una poderosa respuesta; y hoy es
clarísimo deber de justicia reconocer los progresos que se
han logrado, respecto a las condiciones de los trabajadores,
por la solicitud con que en muchos lugares actuaron las
autoridades civiles. De aquí que sea tan verdadero el decir
que la ‘Rerum Novarum’ se convirtió en la Magna Carta de
la actividad social cristiana” (Pío XII, Junio de 1941;
OSC 297).
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verdad eficaces frente a los grandes como a los pequeños, y
más frente a los grandes, porque su responsabilidad es aún mayor.
Pero al juzgar la anarquía juzguemos sus causas, mirémoslas
con profundo espíritu de justicia y caridad y antes que pedir
cañones tengamos la conciencia de no estar amparando
injusticias.
Las revoluciones más que con fusiles se combaten con una justa
renovación. En un país de gente contenta no se concibe el
comunismo. La mejor manera de acabar con las huelgas es
acabar con la miseria y con los prejuicios que mantienen el
clima de agitación social. Acabar con la miseria es imposible,
pero luchar contra ella es deber sagrado. Que el país vea que
sus políticos no buscan intereses personales, sino los de la nación
y que ponen todas sus energías para dar bienestar no a un grupo
sino a la masa de sus conciudadanos; que si no se obtiene todo
lo que se desea es porque la pobreza de la nación, la falta de
medios humanos y técnicos no permiten llegar más lejos. Eso
convence. Más eficaz que la victoria por la violencia es la victoria
por el convencimiento de la razón. Por la razón primero; la fuerza
viene después en nuestro escudo” (Humanismo Social, p. 281
– 282).
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“Fiel a este concepto ‘la Acción Católica, sin hacer ella misma
política, en el sentido estricto de la palabra, prepara a sus
militantes para hacer una buena política’, es decir, una política
que se inspira en todo en los principios del cristianismo, los
únicos que pueden traer a los pueblos la prosperidad y la
114
paz; eliminará así el hecho que a pesar de ser monstruoso
no es raro, de que hombres que hacen profesión de
catolicismo tengan una conciencia en su vida privada y otra
en su vida pública” (Carta al Cardenal Patriarca de Lisboa)
(Puntos de Educación, pp. 243).
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Para salvaguardiar hasta el fin esta separación de la A. C. con
la política de un determinado partido, cualquiera que éste
sea, que es lo que pretende dejar bien en claro la Santa Sede,
ordena que, ‘si pareciere oportuno proporcionar a la juventud
una especial y más alta instrucción en materia política,
diferente de aquella formación general de la conciencia
ciudadana, ella deberá ser dada, no en las sedes o reuniones
de los socios de la A. C. sino en otro lugar, y por hombres
que se distingan por la probidad de sus costumbres y por la
integral y firme profesión de la doctrina; quedando además
a salvo y claramente establecido el principio de que en ningún
modo es oportuno que la misma Jerarquía de la Iglesia forme
e instruya asociaciones políticas de jóvenes, y sobre todo
que ella dirija a los jóvenes católicos de tal suerte, que éstos
se inclinen a uno más que a otro de los partidos políticos,
que den suficientes garantías para la conveniente defensa de
la causa y derechos de la Iglesia’ (Carta de S. E. el Cardenal
Pacelli).
La Acción Católica debe abrir sus puertas a todos los católicos.
Una vez sentado claramente este principio de la
independencia de la A. C. respecto a la política de un
determinado partido y después de haber establecido, no en
virtud de un principio dogmático, sino de un principio
prudencial que los dirigentes políticos sean a la vez dirigentes
de la A. C., procura la Iglesia evitar otro escollo. Es éste el de
separar de tal manera la política de partidos de la Acción
Católica que parezca algo incompatible el ser dirigente y
aún simple miembro de un partido político y a la vez de la
A. C.
Este principio lo sienta claramente la carta del Cardenal
Pacelli al Episcopado chileno cuando afirma que ‘los jóvenes
inscritos en las asociaciones de la A. C. pueden, como privados
ciudadanos adherirse a los partidos políticos, que den
garantías suficientes para la salvaguardia de los intereses
religiosos. Traten, sin embargo, de cumplir siempre sus
deberes de católicos, y no antepongan las conveniencias del
partido a los superiores intereses y santos mandamientos de
Dios y de la Iglesia’.
Esta misma doctrina ha sido ampliamente expuesta en carta
autógrafa, del Excmo. Sr. Arzobispo de Santiago, de 14 de
Noviembre de 1941, que contiene normas dadas al Consejo
Arquidiocesano de la Juventud Católica de Santiago.
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por lo menos, mientras no haya llegado un joven a la edad
que la ley le confiere el derecho de sufragio, sería, como
norma general, más conveniente, que se dedicase
preferentemente, a las actividades de la Acción Católica sin
mezclarse en forma habitual en las luchas partidistas.
Este principio, como bien se comprenderá, vale
especialmente para los alumnos de la enseñanza secundaria,
los cuales, por desgracia, se ven arrastrados desde muy
temprano a la política de partidos, gastando en esta actividad
la mayor parte de las energías que debieran consagrar a su
formación sobrenatural, intelectual, social y cívica” (Puntos
de Educación, pp. 253).
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representa la fuerza al servicio del derecho. Un país incapaz de
defenderse será juguete de los países, o de las facciones
interiores, menos escrupulosas, y esto hace necesario la
existencia de un ejército. Eso sí, que éste no ha de ser más
numeroso ni más fuerte que lo que reclaman las circunstancias.
El ejército no está autorizado para decidir ni siquiera para
presionar soluciones políticas de tipo militarista; y el gobierno
por su parte no puede utilizarlo para intimidar a los débiles en
el ejercicio de sus justos derechos. Estos errores,
desgraciadamente frecuentes, son los que han desprestigiado
las fuerzas armadas en muchos países.
El deber del servicio militar y el de reconocer cuartel en caso de
guerra hacen interesante el problema tan agitado en nuestros
días de la objeción de conciencia.
121
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122
3.5.2 Hacia una sociedad de las naciones.
Entre los países está sucediendo algo semejante a lo que ha
ocurrido entre las regiones que hoy forman un mismo Estado.
Muchas de ellas tenían costumbres, dialectos y aun lenguas
diferentes, pero un poder central ha ido acentuándose que les
ha dado unidad y les ha asegurado a todas el beneficio de una
misma justicia. Esto significó sacrificios, compensados por los
frutos de la unión. Algo semejante se inicia entre las naciones.
Los países pueden asociarse en dos formas diferentes: por la
constitución de una especie de estado supranacional, con
facultad de imponer sus decisiones a los estados cuya soberanía
quedaría limitada; o bien bajo una forma contractual, que deja
a cada Estado su plena soberanía, obligándose éstos al
cumplimiento de determinadas convenciones.
Por iniciativa del Presidente Wilson se insertó en el tratado de
Versalles, 1920, un pacto creando la Sociedad de las Naciones,
en el que prevaleció la idea de crear una institución colocada no
sobre los estados, sino al lado de ellos, a pesar de algunas
intervenciones realizadas posteriormente con cierto carácter
autoritario. (Si conviene describir la Soc. de las Nacs., Cavallera,
380 –385. Buscar datos sobre la nueva forma de la N.U., sus
intervenciones. Y sobre los otros organismos internacionales, tipo
UNESCO, B.I.T., Bureaud Int. de Education, Fao, Iro, Cepal, etc.)
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El tratado de paz debe ser conforme a la justicia, por consiguiente
su fin no es el aniquilamiento del vencido, sino su castigo en la
medida en que lo reclama la reparación del derecho violado, y
la seguridad del porvenir. Al determinar las reparaciones los
cristianos han de tener en cuenta la justicia y la caridad. Normas
claras sobre este punto dio Benedicto XV en su alocución a los
jefes de estado, de 1º Agosto 1917, y en su carta sobre la paz de
23 de Mayo de 1920 (CEP p. 299).
3.5.4 Vivir en paz.
La paz, según el hermoso pensamiento de San Agustín es “la
tranquilidad en el orden”. Es indispensable para que los hombres
puedan trabajar y gozar de los beneficios que Dios les ha
concedido. Significa una posesión no perturbada de lo propio,
que cada uno ocupa su sitio, que no se temen ataques y
violencias; que hay relaciones sinceras y justas entre los pueblos
como entre los individuos.
“Toda organización jurídica de las relaciones internacionales
tiene por fin el bien común internacional, y, por consiguiente,
la paz.
Las bases de una paz justa y durable son las siguientes:
a) disminución simultánea y recíproca de los armamentos,
según reglas y garantías que se establezcan, en la medida
necesaria para el mantenimiento del orden público en
cada estado;
b) institución de arbitraje según reglas que se acuerden y
sanciones que se determinen contra el Estado que se
negase, ya a someter las cuestiones internacionales a un
arbitraje, ya a aceptar sus decisiones (Benedicto XV, nota
del lº Ag. 1917)” (CSM 175).
En el Pacto de la Sociedad de las Naciones se reconoce
explícitamente la solidaridad de las naciones. Cada uno de los
estados que lo firmaron tiene derecho a dirigirse a la Asamblea
o al Consejo sobre cuanto pueda afectar la paz en las relaciones
internacionales. El mismo pacto establece el procedimiento en
caso de tales denuncias. Además del Consejo, funciona,
reconocida por la Sociedad de Naciones, la Corte Internacional
de la Haya, que ha debido intervenir continuamente para dar su
fallo sobre interpretación de tratados y demás puntos
concernientes al Derecho Internacional.
En Agosto de 1928 se firmó en París el pacto Kellog-Briand
condenando la guerra como medio de resolver las dificultades
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4. EL DESORDEN SOCIAL. LA CUESTIÓN SOCIAL.
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comunidad: ideología cristiana, liberal, capitalista, nacionalista,
comunista, fascista. Tan cierto es este hecho, que la última guerra
mundial pudo llamarse una guerra de ideologías. En último
término las ideologías influyen al proponer valores y por tanto
fines hacia los cuales tender. Así el homo-oeconomicus, como
representativo de la ideología individualista-capitalista indica
un camino dominado por el motivo del interés; la idea de la
soberanía nacional, determina el esquema de las relaciones
internacionales en el período liberal; las necesidades de la
comunidad, son el eslogan de los sistemas totalitarios.
En la medida en que las fuerzas ideológicas subyacentes en cada
sistema tienden hacia fines que se desvían del verdadero bien
de la naturaleza humana, el proceso social resultará opuesto al
bien común, y por tanto en daño de muchos miembros de la
colectividad. El factor ideológico es selectivo de los fines que
determinan el proceso social, y por tanto una de las causas
primarias de la cuestión social.
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4.5 El problema social en nuestros días.
El mundo moderno tiene ideologías, instituciones, técnicas que
le son absolutamente propias, y, a diferencia de los períodos
anteriores, generalizadas a una gran porción de la humanidad.
Parece que hubiera cambiado más en el último siglo que en
todos los miles de años anteriores. (Un agricultor francés
octogenario hoy día cuenta la sorpresa que tuvo al leer Hesiódo,
pues encontraba en las descripciones de las costumbres
campesinas de aquella época las mismas costumbres y
tradiciones campesinas de su infancia).
El P. Lebret, O. P. en un interesante ciclo de conferencias resumía
las características de nuestro problema social:
El hombre ha hecho un inmenso esfuerzo por conocer la
naturaleza, pero no ha llegado a dominar sus descubrimientos.
Ante el progreso científico rapidísimo ha surgido una actividad
técnica desproporcionada a la naturaleza humana. El hombre
se siente hoy prisionero de ella, como lo describe Georgin en
La hora 25. El se puede comunicar instantáneamente con
hombres que viven a miles de kilómetros de distancia, pero a
pesar de todo se siente esclavo. Las ideologías de nuestra época
empujan al hombre a mayor saber y mayor poder, pero no se
dan cuenta que al no darle compensaciones liberatrices al mismo
tiempo lo van encadenando más.
El progreso técnico no se puede realizar sino por un gigantesco
esfuerzo de producción movido por el interés del lucro. El
trabajador aspira al salario más alto, el capitalista, al interés más
alto, el mayor capital, al negocio más productivo... La ideología
moderna no está dominada por las palabras “servicio”, “interés
de la comunidad”, sino por las de interés, ganancia, lucro.
Los estados por obtener prosperidad inmediata comprometen
su porvenir: grandes empréstitos, nuevas emisiones, inflación,
que van a pesar fuertemente en el mundo de mañana.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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En el mundo actual masas inmensas están gobernadas por pocos
amos y al servicio de estos amos hay técnicas de un poder
inexpresable que les da una autoridad sin ejemplos en la historia.
Un gran sabio americano, premio Nobel, decía: “Os escribo
para daros miedo, yo mismo tengo miedo. Todos los sabios que
conozco tienen miedo” y otro dice: “La ciencia nos ha convertido
en dioses antes que merezcamos ser hombres. Aprenderemos a
liberar la energía intratómica, viajaremos a los astros,
prolongaremos la vida, curaremos la tuberculosis, pero no se
encontrará tal vez jamás el secreto de hacerse gobernar por los
menos indignos”.
En una humanidad, con espíritu evangélico no puede menos de
aplaudirse sin reserva toda conquista científica. Un solo grano
de uranio será más eficaz que 10 toneladas de carbón; tendremos
poder para regar los desiertos, transformar las estaciones, cambiar
la agricultura, escapar a la atracción de la tierra... pero “ciencia
sin conciencia no es sino la ruina del alma” y no se trata aquí de
un alma sino de la conciencia humana y de la ruina universal.
Hay que equilibrar la ciencia y la conciencia. Los triunfos
científicos del mundo moderno reclaman una conciencia más y
más vigorosa.
135
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continuar trabajando deben endeudarse, de lo contrario deberán
renunciar a la tierra y dirigirse a las grandes ciudades. La industria
mientras más produce debe encontrar salida para sus
mercaderías, pero cuando los campesinos están empobrecidos
no tienen poder comprador. Este conflicto, aún sin solución, se
complica con un conflicto de comercio internacional. Los
grandes pueblos productores como Estados Unidos, hoy día,
antes también Inglaterra, Alemania, Japón, no encuentran en
los otros países capacidad de compra en proporción al volumen
de su producción. Si los otros países no tienen dólares, ¿qué va
a ser de la producción americana? ¿Vendrá la cesantía de nuevo?
Para ordenar las negociaciones exteriores algunos países
pretenden controlar y aun monopolizar el comercio exterior a
fin de saber en qué se invierten los escasos dólares de qué
disponen. La acumulación excesiva de riqueza en un pueblo es
un peligro para ese mismo pueblo.
En un mundo subalimentado estamos asistiendo a un esfuerzo
por restringir aun la producción a fin de mantener los precios.
El espectáculo no puede ser más dramático. Millones de hombres
enfermos de hambre y frente a ellos un trabajo sistemático por
producir menos, o por perder los productos, antes de disminuir
el precio. Los productores alarmados forman coaliciones que
les aseguren un precio remunerativo. En el caso del algodón los
grandes productores firmaron un contrato de destrucción de las
plantaciones. Los que representaban el 73% de la superficie
plantada de algodón se comprometieron a destruir 1/3 de sus
cultivos. Se recogen 13.000.000 de fardos en lugar de
17.000.000 del año anterior y el precio que en 1932 fue de
6,53 centavos, pasó a 9,72 centavos. Los agricultores recibieron
además una prima de indemnización por las plantaciones
destruidas. El caso de los cerdos: Había en EE.UU. en 1932,
46.500.000 cabezas. Previsión para 1933, 47.500.000, y mayor
número aún para el 34. Resolución: liquidar 8.500.000 cabezas,
esto es 443.000.000 de libras de carne de cerdo fueron
destruidas, y en partes dadas a los cesantes. El precio que en
1932-1933 era de 3,36 dólares, pasa en 1934-1935 a 6,82.
En el caso del trigo se ha llegado a pagar una prima a la no-
producción. El dinero para pagar esta prima se obtenía a base
de un descuento hecho sobre el total del precio de la producción.
137
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corresponde a un aumento de poder de compra, a un mejor
estándar de vida21.
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supervivientes a los más poderosos, que es a menudo lo mismo
que decir los que luchan más violentamente, los que menos
cuidan de su conciencia.
A su vez esta concentración de riquezas y de fuerzas, produce
tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina a alcanzar
ese potentado económico; luego se inicia una fiera batalla a fin
de obtener el predominio sobre el poder público, y
consiguientemente de poder abusar de sus fuerzas e influencias
en los conflictos económicos; finalmente se entabla el combate
en el campo internacional, en el que luchan los estados
pretendiendo usar de su fuerza y poder político para favorecer
las utilidades económicas de sus respectivos súbditos o, por el
contrario, haciendo que las fuerzas y el poder económico sean
los que resuelvan las controversias políticas originadas entre las
naciones” (QA 39, OSC 3).
¿Quién no comprende al escuchar estas palabras del Papa
multitud de hechos de nuestra organización económica
contemporánea, quién no ve en ellas la historia íntima de tantas
tragedias políticas que han llegado hasta la sangre en nuestros
países de América y en el mundo entero, quién no descubre en
sus tristes advertencias la clave de los últimos conflictos
internacionales? Sin salir aún de Quadragesimo Anno
encontramos en la encíclica una condenación severa de la
historia del régimen capitalista actualmente imperante en el
mundo: “Por largo tiempo el capital logró aprovecharse
excesivamente. El capital reclamaba para sí todo el rendimiento,
todos los productos y al obrero apenas se le dejaba lo suficiente
para reparar y reconstituir sus fuerzas” (QA 23, OSC 71).
El primero de Septiembre de 1944, Pío XII traza el cuadro del
desorden social contemporáneo, sus palabras son tan sombrías
como las de Pío XI y aun como las de León XIII pronunciadas
hacía ya cincuenta años: “Por un lado vemos riquezas inmensas
que dominan la vida económica, pública y privada, y con
frecuencia hasta la vida civil, por el otro, al número incontable
de aquellos que desprovistos de toda seguridad directa o indirecta
respecto de su vida, no se interesan ya por los valores reales y
más elevados del espíritu, abandonan su aspiración de una
libertad genuina y se arrojan a los pies de cualquier partido
político, esclavos de cualquiera que les prometa en alguna forma
pan y seguridad” (OSC 8).
En América Latina la situación del proletariado angustia al
Romano Pontífice. Así al hablar Pío XI en Quadragesimo Anno
de los benéficos efectos del Rerum Novarum señala con dolor
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trabajan separadamente en los cuatro confines de la ciudad a
horas diversas. Escasamente llegan a encontrarse juntos para la
comida y el descanso después del trabajo. Mucho menos para
la oración en común. ¿Qué queda entonces para la vida en
familia? ¿Qué atractivo puede ofrecer ese hogar a los hijos?”
(OSC 11).
“De hecho, una mujer deja su hogar no sólo impelida por su
llamada emancipación, sino también por las necesidades de la
vida, por la ansiedad continua acerca del pan cotidiano. Inútil
sería predicar el retorno al hogar mientras prevalezcan aquellas
condiciones que la obliguen a permanecer lejos de él” (OSC 76).
Alejamiento religioso de las masas. Esta inicua distribución de
los bienes, ha alejado de Dios “aquellas inmensas multitudes
de hermanos en el trabajo, que exacerbados por no haber sido
comprendidos y tratados con la dignidad a que tenían derechos
se han alejado de Dios.” (DR 70, OSC 19). Es notable el motivo
que señala Pío XI en Divini Redemptoris a este alejamiento de
Dios: La exacerbación por no haber sido comprendidos los
obreros o tratados con la dignidad a que tenían derecho.
Las proporciones de este conflicto religioso son pavorosas. En
Quadragesimo Anno dice Pío XI: “Como en otras épocas de la
historia de la Iglesia, hemos de enfrentarnos con un mundo que
en gran parte ha recaído casi en el paganismo” (QA 58, OSC
20). En Divini Redemptoris, afirma “asistimos a una lucha
fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo
lo que es divino” [DR 22, OSC 21].
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5. SISTEMAS PARA RESOLVER LA CUESTIÓN SOCIAL.
5.1. Liberalismo.
Hay que comenzar por distinguir los diversos sentidos de la
palabra liberal. La liberalidad es uno de los atributos de Dios y
caracteriza su inclinación a comunicar sus bienes a los seres
por El creados.
De una manera general se designa con el nombre de liberalismo
todo sistema que afirma la libertad como el bien supremo del
hombre y que establece como el punto central de todo programa
y de toda organización religiosa, política, económica, social, el
trabajar por asegurar al maximum el uso de esta libertad que
constituye el fin de tales organizaciones. El fin de la ley es
favorecer el desarrollo de tales libertades.
Bajo esta designación general de liberalismo distinguiremos un
liberalismo absoluto, un liberalismo mitigado de alcances
sociales, un liberalismo económico. Los dos primeros están
detenidamente estudiados en la encíclica Libertas de León XIII,
y al segundo se refieren principalmente Quadragesimo Anno y
Divini Redemptoris de Pío XI.
147
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bastante a contener por sí sola los apetitos de las
muchedumbres. De lo cual es suficiente testimonio la casi
diaria lucha contra los socialistas y otras turbas de sediciosos,
que tan porfiadamente maquinan por conmover hasta sus
cimientos las naciones. Vean, pues, y decidan, los que bien
juzgan, si tales doctrinas sirven de provecho a la libertad
verdadera y digna del hombre, o sólo sirven para pervertirla
y corromperla del todo” (Libertas 17 - 19, CEP pp. 192 -
194).
Este sistema liberal absoluto establece, pues en el plano de la
tesis, esto es, del orden ideal la libertad absoluta de conciencia,
y el deber del Estado de oponerse a toda tentativa que restrinja
en algo esta absoluta libertad de conciencia. El estado liberal
será, por tanto, en principio un estado arreligioso, prácticamente
un estado ateo, y además - paradoja curiosa para un sistema de
la libertad - un estado perseguidor de la Iglesia Católica, porque
no admite ella el principio de la libertad absoluta de conciencia.
Toda religión digna de este nombre, es una atadura de la
conciencia a su Dios, a sus dogmas, a su moral.
De aquí se siguen la libertad de pensamiento, libertad de prensa,
de propaganda, de enseñanza, salvo si se trata de la enseñanza
católica que debe ser prohibida por ser contraria a la libertad
absoluta. Toda doctrina debe poder expresarse libremente, pues,
no hay verdad absoluta; el error de hoy pueda ser la verdad de
mañana. Naturalmente este sistema está condenado por la
Iglesia.
Este sistema arranca de Rousseau y de su doctrina del contrato
social, fue difundido por los enciclopedistas franceses, llegó a
nosotros en América Latina y tomó la forma de lo que Alberto
Edwards24 llamó “la religión liberal”, tan de moda en el siglo
XIX.
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La prensa no tiene el derecho de propagar el error a sabiendas,
y si la ley restringe su libertad cuando se trata del honor de un
tercero, con igual motivo debe impedir la propagación del error
que va a dañar la verdad y a las personas que por falta de
preparación no son capaces de defenderse interiormente. Si se
reconoce que hay verdades, la instrucción en principio no puede
hacer abstracción de estas verdades, aunque algunos las
nieguen25 .
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152
traspasan toda moderación y llegan hasta parecer que no
dan más a la honestidad y la verdad que a la falsedad y a la
torpeza. En cambio, a la Iglesia, columna y firmamento de la
verdad, maestra incorrupta de las costumbres, porque, en
cumplimiento de su deber, siempre ha rechazado y niega
que sea lícito semejante género de tolerancia, tan licencioso
y tan perverso, la acriminan de falta de paciencia y
mansedumbre; sin reparar, cuando lo hacen, que achacan a
vicio lo que es digno de alabanza. Pero en medio de tanta
ostentación de tolerancia, son con frecuencia estrictos y duros
contra todo lo que es católico y los que dan con profusión
libertad a todos rehusan a cada paso dejar en libertad a la
Iglesia” (Libertas 41 - 43, CEP pp 202 -204).
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154
intermediario entre el laissez faire manchesteriano y el
colectivismo totalitario y comunista. Este tendría cuatro
principios fundamentales: rechazo de la creencia en una
evolución necesaria hacia la sociedad colectivista; beneficios
del individualismo; necesidad de la desigualdad de las
condiciones humanas con ciertos correctivos; necesaria
intervención del Estado para mantener el juego del Estado y el
mercado libre.
No aceptan los neo liberales que sean el maquinismo y la técnica
capitalista las que han provocado la concentración industrial,
sino la pasividad del estado. Si los hombres han aceptado los
regímenes de planificación ha sido para encontrar una cierta
seguridad, que el laissez faire no les daba. No existe, pues, una
evolución necesaria hacia el colectivismo, sino en la medida en
que el estado no interviene en forma debida.
Para obviar la despersonalización que produce el colectivismo,
los neo liberales quieren centrar la economía sobre las
necesidades del individuo. El productor que busca un justo
interés personal recobrará su sitio en la producción y será un
ser moralmente superior.
La desigualdad de condiciones es la condición ineludible de un
régimen individualista, pero esta desigualdad debe ser atenuada
por un minimum de seguridad social, correctivo indispensable
de las desigualdades.
En cuanto a la intervención del estado la admiten en el orden
jurídico para crear las leyes que permitan el funcionamiento del
mercado libre. Deberá pues el estado reglamentar la propiedad,
los contratos, los sistemas bancarios, la moneda, etc. todo lo
que constituye los cuadros del mercado; si este régimen se
muestra insuficiente deberá nuevamente adaptarlo. En cuanto a
la intervención económica debe limitarse a amortiguar los
desequilibrios demasiados violentos de la libre concurrencia.
Se evitará intervenir directamente en la fijación de precios,
mediante decretos, y solo se aceptaría una intervención indirecta,
por ejemplo mediante tarifas aduaneras moderadas. Se aceptaría
los sindicatos libres, pero no los obligatorios.
Como puede verse el neoliberalismo rechaza la pasividad del
estado, los monopolios, el poderío financiero, la indiferencia
frente a las consecuencias sociales de los desequilibrios
económicos. Agrega el intervencionismo, la justicia social y la
idea que la utilidad máxima es un bien social, pero no
necesariamente el único que hay que buscar. Pero conserva todos
los caracteres fundamentales del liberalismo clásico: el
155
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156
sacrificarse los otros. La libertad económica es un bien pero su
realización debe ser buscada en el interior de un orden que es
el orden de la persona... La libertad económica está subordinada
a la libertad más general de la persona humana indisolublemente
ligada al respeto de su dignidad, al ejercicio de las
responsabilidades que son necesarias a su desarrollo completo”
(Ib. 178).
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158
capricho y avaricia, el precio de las mercancías para echar por
tierra con sus frecuentes alternativas las previsiones de los
fabricantes prudentes. Las disposiciones jurídicas destinadas a
favorecer la colaboración de los capitales, dividiendo y limitando
los riesgos, han sido muchas veces la ocasión de excesos más
reprensibles; vemos, en efecto, las responsabilidades disminuidas
hasta el punto de no impresionar sino ligeramente a las almas;
bajo capa de una designación colectiva se cometen las injusticias
y fraudes más condenables; los que gobiernan los grupos
económicos, despreciando sus compromisos, traicionan los
derechos de aquellos que les confiaron la administración de sus
ahorros. Finalmente hay que señalar a estos hombres astutos
que, despreciando las utilidades honestas de su propia profesión,
no temen poner acicates a los caprichos de sus clientes y, después
de excitados, aprovecharlos para su propio lucro.
Corregir estos gravísimos inconvenientes y aún prevenirlos, era
propio de una severa disciplina de las costumbres, mantenida
firmemente por la autoridad pública; pero desgraciadamente
faltó muchísimas veces. Los gérmenes del nuevo régimen
económico aparecieron por primera vez cuando los errores
racionalistas entraban y arraigaban en los entendimientos, y con
ellos pronto nació una ciencia económica distanciada de la
verdadera ley moral, y que por lo mismo dejaba libre paso a las
concupiscencias humanas” (QA 54, OSC 72).
El régimen liberal preparó el terreno al comunismo.
“Y para explicar cómo ha conseguido el comunismo que las masas
obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que
éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral en
el que las había dejado la economía liberal. Con los turnos de
trabajo, incluso el domingo, no se les daba tiempo ni siquiera
para satisfacer a los más graves deberes religiosos de los días
festivos; no se pensaba en construir iglesias junto a las fábricas ni
en facilitar el trabajo del sacerdote; al contrario, se continuaba
promoviendo positivamente el laicismo. Ahora, pues, se recogen
los frutos de errores tantas veces denunciados por Nuestros
Predecesores y por Nos mismos, y no hay que maravillarse de
que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde
el error comunista” (DR 16, OSC 73).
El liberalismo amoral ha hundido al mundo en triste ruina.
“En nuestra misma Encíclica hemos demostrado que los medios
para salvar al mundo actual de la triste ruina en que el liberalismo
amoral lo ha hundido, no consisten en la lucha de clases y en el
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5.2. El Capitalismo.
Hemos analizado los sistemas que pretenden explicar y orientar
la vida económica: liberalismo, socialismo, marxismo,
catolicismo.27 El capitalismo no figura entre ellos porque no es
un sistema teórico, sino un régimen práctico. En Quadragesimo
Anno nunca se habla de capitalismo como sistema, sino siempre
como régimen.
160
Mirando bajo otros aspectos podemos caracterizar el régimen
capitalista también por los siguientes elementos:
inmenso predominio del capital sobre el trabajo. El capital es el
amo, el dueño de la empresa; el trabajo humano, un servicio
arrendado;
la orientación del régimen está caracterizada por el lucro:
producir para ganar, no para servir;
la filosofía dominante es el individualismo liberal;
el instrumento principal de su extensión, el crédito;
la organización típica, su creación: la sociedad anónima, y luego
las concentraciones de sociedades que centralizan el poder en
pocas manos, y limitan al máximo el poder de los demás;
su fuerza: en lo industrial es la racionalización; en lo comercial,
la rigurosa contabilidad, para prever los costos y para
controlarlos.
vive en un régimen de economía privada;
reclama amplia independencia para las empresas, y un tráfico
abierto.
En su actuación el capitalismo es técnico, científico, de
aplicaciones revolucionarias.
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La actuación de los accionistas en las S.A. está demasiado
restringida: asistencia a la asamblea general, aprobación o
rechazo del balance, elección del nuevo directorio. Su actuación
debería ser mayor, porque son ellos los dueños, los responsables
de la marcha de la sociedad.
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Los consorcios y los konzerne dos formas muy similares de unión
de muchas empresas para tener una administración común,
servicios técnicos y económicos comunes. Con frecuencia en
los consorcios hay participación de acciones de una sociedad
en las otras del consorcio, como también delegación de
consejeros de una sociedad en las otras. Una estadística alemana
bastante antigua (1930) consigna el hecho que de 12.000
sociedades anónimas con 18.000.000.000 marcos había 2.016
agrupadas en konzerne y controlaban 11.000.000.000 mc., esto
es el 62% del total. El konzerne de la Standar Oil comprendía el
año 30 unas 500 sociedades en casi todos los países del globo.
Los holdings. Son el control de una o varias sociedades anónimas
por otra que llega a poseer en su cartera las acciones suficientes
para tener mayoría en la asamblea de accionistas: la mitad más
uno de las acciones representadas en la asamblea. Los bancos,
u otras sociedades, logran obtener la representación de los
accionistas o hacerse de acciones al portador y así llegan a
controlar la sociedad.
Las sociedades en cadena: formadas por una sociedad que
controla la mayoría de las acciones de la segunda, ésta de la
tercera, por ella formada, y así sucesivamente. Quien controla
la primera controla todas las filiales.
Agrupación de sociedades complementarias: una empresa como
la Ford Motor Cº produce automóviles, y también adquiere minas
de fierro, de carbón, empresas de transportes, etc. todo lo que
necesita para su producción. En 1945 contaba la Ford con más
de 300.000 operarios.
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dividendos, para recomprarlas y emplear tales dividendos a su
amaño.
Al tratar de evitar la competencia: si tiene frente a sí un
competidor tan fuerte como él, tratará de llegar a un
entendimiento que sea ventajoso para ambos, mediante
unificación de tarifas, o de un determinado descuento, aunque
no sea esto conveniente para el público. Si tiene un competidor
más débil tratará de hundirlo por toda clase de procedimientos,
por ejemplo vendiendo más barato, aun por bajo el costo, para
después poder determinar el precio a su antojo y resarcirse con
largueza de la baratura anterior. En un momento dado debido al
acaparamiento de productos pueden - si les conviene sacar los
productos del país - y llevarlos a otro de precios más altos,
dejando de abastecer las necesidades nacionales. En el otro país,
por el dumping, pueden hundir a sus competidores y quedar
dueños de los precios.
Al apoderarse de otras empresas pueden una vez controlado el
número suficiente de acciones, dejar a las demás el valor que
deseen, y aun suprimir la empresa misma con daño inmenso de
los que poseen el resto de las acciones. Un banco puede prestar
a una empresa, urgir el cobro en momento difícil, llevar a la
liquidación y reiniciar el mismo trabajo una vez adquiridos los
medios de producción a un costo mínimo. Todo estos medios,
como se ve, son profundamente inmorales.
Estas grandes concentraciones de capitales y de poder serán
morales si son morales cada uno de los actos que realizan; serán
convenientes si aparecen justificadas por razones suficientes y
si tienen en cuenta el bien común y su obrar es correcto; serán
inconvenientes si fallan estas normas. Lo que no puede olvidarse
es que mientras más poderes tienen, encierran también mayores
peligros y constituyen una tentación al abuso. Bienes reales han
operado en el campo económico, y junto a ellos, males morales
sin cuento.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
168
gravísimos reproches de la moral que los Papas, Obispos y
particulares no han cesado de reprocharle.
Los principales reproches que le han dirigido los Pontífices
son los siguientes (Mensaje,1. Ver Papas, Fernández, 78
Obispo, 76).
El régimen capitalista tal como hasta ahora ha vivido no puede
ser una solución admisible para el católico. Los juicios de
los Papas y Prelados constituyen un verdadero plebiscito que
lo condena. Los católicos, por tanto han de buscar otro
régimen que evite esos errores, o han de depurar el régimen
capitalista de sus vicios.
Si el capitalismo quiere sobrevivir debe evitar la
concentración de poder con su consiguiente
deshumanización; debe terminar con el dominio del trabajo,
que es inmensamente más noble, es algo humano-divino a
pesar de sus humildes apariencias. Respeto, medios de vida
abundantes, participación cada día mayor en los frutos, en
la gestión y aun en el dominio de la empresa (Remitir al
capitalismo OSC pp. 378 - 379).
5.3. Socialismo.
5.3.1 Diversidad de tendencias.
Es muy difícil definir el socialismo porqué hay doctrinas
socialistas muy diferentes. Sería más correcto hablar de tal y
cual socialismo en particular: el de Saint Simon, el de Fourier, el
de Proudhon, etc. No es fácil captar la esencia del sistema
socialista, precisamente porque no es un sistema, sino un
conjunto de deseos confusos y de sentimientos poderosos que
se mezclan a análisis económicos y opiniones políticas.
Durkheim decía que el socialismo no es una ciencia, ni una
sociología, es un grito de dolor y a veces de cólera lanzado por
quienes sienten vivamente nuestro malestar colectivo. Según
Blumm el socialismo es una especie de moral y casi una religión
como también una doctrina. Es la aplicación exacta al estado
presente de la sociedad de estos sentimientos generales
universales sobre los cuales se han fundado siempre las morales
y las religiones. Los socialistas están de acuerdo en pensar que
su doctrina no es solamente económica sino política y filosófica.
Uno de ellos afirma que a diferencia del laicismo democrático
que combate el misticismo en nombre de la razón, el socialismo
combate una fe en nombre de otra fe.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
170
En las nacionalizaciones las industrias son regidas por
cooperativas autónomas, especie de servicios semipúblicos que
reemplazan a las sociedades anónimas y a sus consejos de
administración.
En los comités directivos tripartitos figuran por terceras partes
los consumidores, los sindicatos de trabajadores incluidos los
técnicos, y los representantes del estado, especies de árbitros
encargados, en caso de dificultad, de hacer prevalecer el interés
general. En el caso de la escuela la estatización significaría el
monopolio, mientras que la nacionalización hace de la
enseñanza un servicio semipúblico que admite una cierta
libertad, reemplaza en el comité directivo a los consumidores
por los padres de familia. Se puede, pues, decir de una manera
general que un sistema es socialista cuando vincula las funciones
económicas a la sociedad en lugar de dejarlas difusas, y esto
por dos razones: primera moral: favorecer el pleno desarrollo
del individuo; y una segunda, económica: el interés general no
nace espontáneamente de la suma de los intereses individuales
como pretenden los liberales, sino de una voluntad común
fuertemente organizada. Las crisis periódicas de la sociedad
capitalista demuestran este aserto. Al orientar la economía habrá
que encauzarla, no a lo que más rinde, sino a lo más necesario.
Hay tres problemas fundamentales acerca de los cuales todo
socialista reacciona en igual forma:
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
172
¿Por qué un estado popular no sería tan imperialista como un
estado burgués? ¿Por qué no nacería en él una nueva oligarquía
burocrática que aprovechara la revolución social para su bien
personal?
5.3.7.2 Humanismo.
El socialismo actual expresa una doble aspiración de
universalismo y de espiritualismo.
173
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
5.3.7.3 Liberalismo.
El socialismo contemporáneo pretende ser liberal en el sentido
en que afirma que no hay verdadero desarrollo de la persona
humana, sin un minimum de libertad económica, política,
espiritual y religiosa. ¿Cómo conciliar las exigencias del
174
socialismo y de la libertad? Los modernos socialistas no lo han
aún declarado.
Las modernas tendencias del socialismo humanista que hemos
expuesto están en gestación, encierran aún grandes lagunas y
sus partidarios están dispersos y son tímidos. El catolicismo social
no puede menos de mirar con simpatía sus esfuerzos por conciliar
la justicia social con los derechos de la persona humana.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
176
humana fundándose en los principios cristianos. Porque con
razón se habla de que cierta categoría de bienes ha de reservarse
al Estado, pues llevan consigo un poder económico tal, que no
es posible permitir a los particulares sin daño del Estado.
Estos deseos y postulados justos ya nada contienen contrario a
la verdad cristiana y mucho menos son propios del socialismo.
Por tanto, quienes solamente pretenden eso, no tienen por qué
agregarse al socialismo” (QA 44 y 45, OSC 92).
5.4. Marxismo.
Al hablar de marxismo, conviene desde la partida, distinguir
ciertos términos usados como sinónimos, y que no lo son. Bajo
la palabra “marxismo” señalamos la filosofía social materialista
y dialéctica elaborada por Marx y Engels, que luego
analizaremos. Comunista es el nombre que han tomado los
partidos adheridos a la tercera internacional. El leninismo agrega
el aporte doctrinal de Lenin en la maduración de la filosofía de
Marx y Engels, y en particular, su plan estratégico para la
realización de la revolución proletaria. El stalinismo alude a las
doctrinas del actual dirigente máximo del comunismo tendientes
a consolidar la revolución en Rusia y a su extensión posterior a
los otros países. La consolidación del comunismo en Rusia y el
apoyo a su política es, según Stalin, el primer deber de los
comunistas del mundo.
177
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
A) Aspecto materialista.
Para comprender la sociedad en un momento dado hay que
partir de la producción de bienes materiales y de la infraestructura
económica. La infraestructura económica está determinada por
las fuerzas productivas: factores naturales, maquinaria, vías de
comunicación, etc. El conjunto de fuerzas productivas existentes
en un momento dado determina el modo de producción:
agrícola, artesanal, industrial, etc. Los modos de producción
determinan las relaciones sociales, que son fruto de las relaciones
económicas. Tenemos entonces una clase explotada, y una clase
explotadora que en la época feudal logró su engrandecimiento
mediante la tierra, ahora mediante el dinero. Esta clase
explotadora hace trabajar las otras clases para su provecho, dirige
la producción y reparte las riquezas.
La infraestructura económica determina a su vez una
superestructura social doble: jurídica y política, primer plano; y
religiosa, ideológica, científica, artística, etc. segundo plano.
La superestructura política y jurídica no es sino el reflejo de la
infraestructura económica y social. Llegada al poder una clase
mediante su posición económicamente ventajosa se aprovechará
de la organización política y jurídica para consolidar y mantener
su posición económica: “La legislación tanto civil como política
no hace sino pronunciar, verbalizar la determinante de las
relaciones económicas” (Marx). “El Estado es, por regla general,
el Estado de la clase más poderosa, de la que tiene el dominio
económico, la cual por su medio se convierte en la clase
políticamente dominante y adquiere así nuevos medios de
dominar y de explotar a la clase oprimida” (Engels).
La superestructura ideológica, científica, artística está
determinada por la infraestructura económica y por la
superestructura jurídica y política: “Los pensamientos de las
clases dominantes son en todas las épocas los pensamientos
dominantes... Los pensamientos dominantes no son nada más
que la expresión ideológica de las relaciones materiales
dominantes concebidos bajo la forma de pensamientos, por
consiguiente, las relaciones que hacen de la clase una clase
dominante, por consiguiente los pensamientos de su
dominación” (Marx).
La moral y la religión no escapan a esta determinación, ya que
no son sino medios usados por la clase dominante para asegurar
su dominio. La religión católica, en forma especial, es la forma
de religión que corresponde a la economía capitalista, ya que
como ella es internacional y universal. Además, al predicar a
178
los trabajadores la resignación en este mundo para obtener la
felicidad de una vida futura, atenúa los antagonismos de clase,
aniquila el poder revolucionario del proletariado, es el “opio
del pueblo”. La destrucción de la religión es, pues, una condición
indispensable para la emancipación del proletariado, que debe
caer cada vez más en la cuenta de la explotación de que es
víctima. Para Marx los grandes fundamentos de la Religión: la
existencia de Dios, de un alma espiritual e inmortal no tienen
valor alguno.
La familia es también una superestructura que debe desaparecer
con la economía capitalista, para dejar paso al amor libre, escribe
Engels en 1884.
B) Aspecto dialéctico.
La filosofía contemplativa no interesa al marxista, más aún la
rechaza de plano. Al marxismo le corresponde superar la filosofía
y resolver en la práctica los problemas que ella plantea en teoría.
Lo que interesa al marxista es seguir el curso de la historia en su
gran línea de liberación del hombre. Esta línea histórica no se
funda en dogmas ni en teorías, es más bien un método, un análisis
de la realidad y una manera de actuar sobre ella. De aquí que la
objetividad pura no le interesa: un conocimiento vale en la
medida en que sirve para transformar la realidad. Si analiza el
estado social presente es para construir el futuro. Para Marx la
crítica no es una pasión de la cabeza sino la cabeza de la pasión.
Describir utópicamente la sociedad futura no tiene interés para
los marxistas y les parece imposible tal descripción que debería
ser hecha partiendo de los elementos del mundo presente
llamado a desaparecer. En cambio, fieles a Marx que analizó la
noción del capitalismo y predijo su fin, sus discípulos analizan
la situación histórica en la que viven y se esfuerzan por seguir el
movimiento de liberación que le va a dar desenlace: “Llamamos
comunismo, dice Marx, el movimiento efectivo que suprimirá
la situación presente”.
La contradicción es el motor del progreso. Tanto la sociedad
como las instituciones avanzan por esta lucha interna o
dialéctica, que Marx tomó de Hegel, variando eso sí su sentido.
En Hegel servía para explicar un mundo idealista. En Marx un
mundo materialista.
La nobleza produjo un tiempo la burguesía que estuvo a su
servicio y fue por ella reemplazada. La burguesía capitalista ha
producido el proletariado que será su sepulturero. La clase
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
180
suprema para juzgar del valor moral de las acciones. El acto
moral es el más progresista. De aquí se sigue que el fin justifica
los medios, al menos los medios que son inmanentes al fin.
Consecuente con estos principios en los conflictos
internacionales el marxista dará razón al estado más progresista,
y en los conflictos internos la razón estará siempre del lado del
proletariado.
181
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
182
5.4.1.5 Mística comunista.
El comunista encuentra gran parte de su mística en la conciencia
que adquiere de que su partido es el único capaz de guiar la
revolución proletaria. El comunista no es el que admira a Marx,
sino el que ha comprendido adónde lleva la dialéctica histórica
y participa en su movimiento liberador del proletariado, el que
a cada instante precisa la situación para ver hacia donde se
orienta y lo que permite a la acción humana para regenerar al
hombre. El camino de la liberación es duro, sembrado de
exigencias y en él no se progresa sino codo a codo con la
humanidad entera. El partido en esta lucha no es uno de tantos
partidos políticos: es un verdadero orden, un absoluto. A él hay
que sacrificarlo todo, no solamente la vida, sino hasta el honor
y aún la verdad. El conflicto de la verdad no existe sino para los
no marxistas que tienen acerca de ella, como acerca del honor,
una idea absoluta sin referencias históricas. No hay verdad fuera
del partido. El partido solo es el único que puede conducir a la
revolución, la revolución es necesaria. ¿Cómo podríamos
oponerle una opinión individual? La única libertad que conoce
el comunista es la libertad de adherir al partido, en el cual
piensan ellos que reside la verdad y la historia. El partido es el
único valor. El partido frente a los comunistas está siempre en el
poder: lo ejerce en nombre de la clase obrera y al llegar a la
autoridad política solo consigue un nuevo campo de acción
revolucionaria. El atentado individual no gusta al comunista
porque sustrae a su autor a la tutela del partido. El militante
frente a su partido hace un renunciamiento total que produce
admiración y espanto. El marxismo más que un sistema objetivo
de explicación del universo es una voluntad feroz de crear un
mundo nuevo.
El marxista experimenta un desprecio total por el hombre
degradado del mundo burgués, de este mundo que no es más
que la prehistoria de la humanidad en que el hombre ha luchado
contra el hombre.
Frente a este mundo el marxista vive en un permanente combate,
en estado de guerra total con la sociedad presente.
Dialécticamente, el proletariado es la negación de la burguesía
y esta negación no es sólo intelectual sino viva. Negar la
burguesía es excluirla; la lucha es implacable.
Ningún contacto debe mantener el proletariado con los
capitalistas para no debilitar su espíritu de lucha. Mantener
relaciones de hombre a hombre, respetar los derechos inherentes
a la persona humana, todo esto es ajeno a la conciencia
183
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
184
5.4.2 Marxismo contemporáneo.
Las ideas que anteriormente hemos expuesto parecen quedar
en plano puramente ideal y en la práctica estas proposiciones
de una lógica coherente son reemplazadas por la obediencia
ciega al partido que los marxistas admiten lógicamente.
Las teorías económicas de la plusvalía y la explicación marxista
de las crisis son bastante dejadas de lado.
El marxismo contemporáneo nos aparece dividido en muchos
grupos, algunos que se presentan como desviaciones de
izquierda tales el Socialismo Trotskista representado por la Cuarta
Internacional, y la Izquierda Comunista Internacional. Estas dos
tendencias se reclaman del marxismo integral y hacen suyas
todas las posiciones doctrinales de Marx, Engels y Lenin. Su
desacuerdo doctrinal con Stalin versa sobre la teoría de la
revolución permanente. Ellos afirman la imposibilidad de
instaurar el socialismo en un solo país si está rodeado de países
capitalistas que lo obligarán a frenar sus aspiraciones
revolucionarias. Por esto Lenin quería llevar el combate
revolucionario simultáneamente en su país y en los países
extranjeros. Stalin al contrario ha creído posible limitar el sentido
revolucionario a fin de salvar el Estado Soviético. Con este motivo
ha pactado con los países capitalistas y asegura reiteradas veces
que es posible la convivencia de los regímenes comunista y
capitalista. Los marxistas de izquierda acusan a Stalin de haber
traicionado a la clase obrera y a la revolución.
Trotskistas e Izquierda Comunista están también de acuerdo en
rechazar toda colaboración con los partidos burgueses en el
plano político; quieren el combate revolucionario tanto en el
terreno nacional como en el internacional; luchan contra todas
las Iglesias, luchan contra todos los imperialismos. Los Trotskistas
piensan que si Rusia fuera atacada por los países capitalistas
ellos deben ayudarla, porque el Estado Soviético representa un
innegable progreso sobre los estados capitalistas. La Izquierda
Comunista Internacional por el contrario piensa que el
imperialismo stalinista no vale más que los imperialismos
burgueses. Para ella los trotskistas son también reaccionarios.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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antagonismos de raza, de las divisiones y oposiciones de diversos
sistemas políticos, y hasta de la desorientación en el campo de
la ciencia sin Dios, para infiltrarse en las Universidades y
corroborar con argumentos pseudo-científicos de principios de
su doctrina.
Y para explicar cómo ha conseguido el comunismo que las masas
obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que
éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral
en el que las había dejado la economía liberal” (DR 16, OSC
106).
Una feroz propaganda de prensa, una conspiración del silencio
de la prensa no católica ante los primeros atentados del
comunismo le permitieron extender su influencia. A acrecentar
esta influencia contribuyó “la incuria de los que parecen
despreciar estos inminentes peligros, y con cierta pasiva desidia
permiten que se propaguen por todas partes doctrinas que
destrozarán, por la violencia y por la muerte, toda la sociedad.
Mayor condenación merece aún la negligencia de quienes
descuidan la supresión o reforma del estado de cosas, que lleva
a los pueblos a la exasperación y prepara el camino a la
revolución o ruina de la sociedad” (QA 43, OSC 91).
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Suprime a Dios. Concibe la civilización como fruto de
una evolución ciega.
“¿Qué sería, pues, la sociedad humana, basada sobre tales
fundamentos materialistas? Sería una colectividad sin más
jerarquía que la del sistema económico. Tendría como única
misión la de producir bienes por medio del trabajo colectivo, y
como fin el goce de los bienes de la tierra en un paraíso en el
que cada cual ‘daría según sus fuerzas y recibiría según sus
necesidades’. El comunismo reconoce a la colectividad el
derecho, o más bien, el arbitrio ilimitado de obligar a los
individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar
particular, aun contra su voluntad, y hasta con la violencia. En
esa sociedad tanto la moral como el orden jurídico no serían
más que una emanación del sistema económico contemporáneo,
es decir de origen terreno, mudable y caduco. En una palabra,
se pretende introducir una nueva época y una nueva civilización,
fruto exclusivo de una evolución ciega: ‘una humanidad sin
Dios’” (DR 12, OSC 104).
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Amo... y en sus todopoderosas policías secretas. En Rusia se
vive en la incertidumbre, bajo el pánico, bajo el temor de la
delación y de la traición convertidas en sistemas.
El régimen soviético predica la paz y practica la guerra, la
opresión de estados ayer independientes y anexados hoy a su
órbita imperialista y es uno de los mayores causantes de la carrera
armamentista en que está lanzada la humanidad. Se olvidan
por el momento todas las auténticas reivindicaciones proletarias,
se posterga todo lo que pudiera dignificar su vida, para gastar
esos billones de pesos en armas.
Lo que hace más desgraciada esta situación es la imposibilidad
de celebrar relaciones contractuales con Rusia por la inseguridad
de poder fiarse de su palabra. Según los principios comunistas
la verdad y la moral se identifican con el triunfo del Partido: lo
que a esto conduce es moral y verdadero. Ante tal doctrina no
puede haber valores, ni siquiera conceptos comunes que hagan
posible un pacto. Por esto el mundo vive en permanente angustia
y desconfianza ante las promesas marxistas.
El Comunismo debe llevar cada día a los cristianos a examinar
con sinceridad y realismo si viven la doctrina del amor fraternal,
distintivo de un discípulo de Cristo y si están dispuestos a realizar
todos los sacrificios para hacer un mundo digno de los hijos de
Dios.
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1. PRESUPUESTOS DE LA MORAL SOCIAL CATÓLICA.
1.1 Dios.
En épocas anteriores los hombres se dividían en sus opiniones
filosóficas y religiosas, por su diversa idea de la divinidad, por
el diferente mensaje que creían haber recibido de Dios, por el
diferente culto que le tributaban, pero todos, moralmente
hablando, creían en Dios. Nuestro siglo ha tenido el triste
privilegio de saber que millones de hombres se dicen ateos, y
viven esclavizados por sistemas teórica o prácticamente ateos,
mientras filósofos, economistas y sociólogos aplican a sus
197
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1.2. El hombre.
El hombre es el centro de la moral social. La dignidad de la
persona humana es el fundamento de sus derechos: por eso es
necesario comprenderla adecuadamente.
El hombre es un intermediario entre el puro espíritu y el ser
puramente material. Su cuerpo sensible está vivificado por un
alma espiritual, libre e inmortal, creada a imagen y semejanza
de Dios. El hombre es una persona, un ser con un destino propio
que debe realizar por el uso de su libertad; es un sujeto de
deberes y derechos sagrados que se imponen al respeto de todos.
Sobre él no tiene dominio directo, nada ni nadie más que Dios.
Ni la familia, ni el estado ni sociedad alguna puede en ninguna
circunstancia creerse autorizada para atropellar sus legítimos
derechos.
Esta grandeza del hombre mirada a la sola luz de la razón natural
se acrece inmensamente si la miramos ante la revelación
cristiana. Dios creó al hombre para hacerlo su amigo, su hijo
adoptivo, para hacerle participar su propia naturaleza, para darle
una felicidad eterna que fuera participación de la que El goza,
que es El mismo: para que lo conociera como Dios se conoce a
sí mismo, para que lo amara como El se ama a sí mismo. Esta
elevación del hombre al plano sobrenatural fue destruida por el
pecado de nuestros primeros Padres, que nos privó – por culpa
de ellos – del don gratuito de Dios: su gracia santificante. Pero
roto el primer camino de elevación a la vida sobrenatural, el
amor infinito de Dios no se dejó vencer por la pequeñez humana
y escogió un segundo camino aún más maravilloso para elevar
a todos los hombres, de todos los tiempos a la participación de
la vida divina. Tan pronto nuestros Padres habían pecado les
anunció el Señor que vendría su Hijo a la tierra y pisotearía la
cabeza del espíritu del mal. Llegada la plenitud de los tiempos
el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros para que
pudiéramos llamarnos hijos de Dios y serlo de verdad. Quienes
desde los albores de la creación (No pertenece a la materia de
este libro explicar largamente como pueden salvarse los que
nacieron antes de Cristo, o los que no lo han conocido
expresamente. La teología se encarga de ello: sólo queremos
indicar que al hombre que hace cuanto está de su parte por
seguir la verdad, tal cual la conoce a través de su conciencia,
Dios no le niega su Gracia. La Verdad no es más que una y
Cristo dijo de Sí, “Yo soy la Verdad” (Jn 14, 6) han creído y
esperado en El, a la manera que esto les era posible según la luz
recibida han pasado a ser de verdad hijos auténticos de Dios. Es
imposible pensar en un don de mayores proporciones.
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Nada se opone más al cristianismo que el individualismo. Cada
uno forma parte de un gran todo: somos piedras de un mismo
edificio, ramas de un mismo árbol, miembros de un mismo
cuerpo y herederos de un mismo destino. La rama que se desgaja,
sécase y sólo sirve para el fuego. Una piedra caída del edificio
compromete la estabilidad del conjunto. Entre todos nosotros
hay un intercambio de servicios comparable a la circulación de
la sangre en nuestro cuerpo. San Pablo resume esta maravillosa
doctrina cuando enseña que nosotros que somos muchos, no
formamos sino un solo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, y
nosotros somos los miembros. Si un miembro padece, todos
sufren con él; si un miembro es glorificado, todos se regocijan
con él (Cfr. Rm 12, 4,5; 1 Co 12, 4-6; 12-25; Col 1,18, 24; Ef 5,
29,30).
Quien comprende esta doctrina entenderá qué significa la
solidaridad social: ese vínculo íntimo que une los unos con los
otros para ayudarlos a obtener los beneficios que puede darles
la sociedad;
El sentido social: esa actitud espontánea para reaccionar
fraternalmente frente a los demás, que lo hace ponerse en su punto
de vista ajeno como si fuese el propio; que no tolera el abuso
frente al indefenso; que se indigna cuando la justicia es violada;
La responsabilidad social: que dice bien claro que no puede
uno contentarse con no hacer el mal, sino que está obligado a
hacer el bien y a trabajar por un mundo mejor.
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202
conciencia cristiana será el fermento que hará levantar la masa.
Lo que no llegue a realizar la justicia social, lo hará la caridad
cristiana que verá en sus prójimos al Dador de todo bien.
203
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204
Dios le concedió desde el principio; opóngase a la aglomeración
de los hombres, a manera de masas sin alma; a su inconsistencia
económica, social, política, intelectual y moral; a su falta de
principios sólidos de profundas convicciones; a su
sobreabundancia de excitaciones instintivas y sensibles, y a su
volubilidad; favorezca, con todos los medios lícitos, en todos
los campos de la vida, aquellas formas sociales, en las que
encuentre posibilidad y garantía una plena responsabilidad
personal, tanto en el orden terrenal, como en el eterno; apoye el
respeto y la actuación práctica de los siguientes derechos
fundamentales de la persona: el derecho a mantener y desarrollar
la vida corporal, intelectual y moral, y particularmente el derecho
a una formación y educación religiosa; el derecho al culto de
Dios, privado y público, incluida la acción caritativa religiosa;
el derecho, en principio, al matrimonio y a la consecución de
su objeto, el derecho a la sociedad conyugal y doméstica; el
derecho a trabajar como medio indispensable para el
mantenimiento de la vida familiar; el derecho a la libre elección
de estado, y por consiguiente, aun del estado sacerdotal y
religioso; el derecho a un uso de los bienes materiales, consciente
de sus deberes y de las limitaciones sociales”.
Más adelante prosigue: “Todo trabajo posee una dignidad
inalienable y al mismo tiempo un estrecho lazo con el
perfeccionamiento de la persona... La Iglesia no titubea en
deducir las consecuencias prácticas que se derivan de la nobleza
moral del trabajo y en apoyarlas con todo el nombre de su
autoridad. Estas exigencias comprenden, además de un salario
justo, suficiente para las necesidades del trabajador y de la
familia, la conservación y el perfeccionamiento de un orden
social que haga posible una segura aunque modesta propiedad
privada a todas las clases del pueblo, que favorezca una
formación superior para los hijos de las clases obreras
particularmente dotados de inteligencia y buena voluntad, y
promueve en el barrio, en el pueblo, en la provincia, en la nación,
el cuidado y la actividad práctica del espíritu social, que
mitigando los contrastes de intereses y de clase, quita a los
obreros el sentimiento de la segregación, con la experiencia
confortante de una solidaridad genuinamente humana y
cristianamente fraterna” (OSC 124).
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2. PRINCIPIOS DE LA MORAL SOCIAL CATÓLICA.
2.1 Justicia.
La justicia es la disposición estable de nuestra voluntad que nos
lleva a respetar el derecho del prójimo. El derecho es un poder
moral de obrar o de poseer: es una manifestación de la
personalidad. Sólo una persona es capaz de derechos y de
obligaciones. Cuando decimos poder moral, señalamos su
diferencia de la capacidad física. Un derecho no se pierde porque
no se puede ejercitar.
Los derechos son recíprocos: si los demás deben respetar mi
derecho, yo debo respetar el suyo. La justicia consiste, pues, en
esta disposición estable a respetar el derecho de los demás en
todas sus manifestaciones: bienes corporales y espirituales: salud,
honor, riqueza, libertad, asociación, etc. El derecho de los demás
crea en nosotros una obligación correspondiente. El que ha sido
lesionado en sus derechos puede reclamarlo y exigir – hasta
donde es posible dada la imperfección humana – una reparación
correspondiente al daño causado.
La justicia es una virtud fundamental, pero impopular. Carece
de brillo porque sus exigencias son a primera vista muy modestas,
y por eso no despierta entusiasmo, ni su cumplimiento acarrea
gloria. Uno podrá gloriarse de sus limosnas, pero no de no haber
matado a alguien: es lo que tenía que hacer y nada más. Y sin
embargo es una virtud muy difícil y exige una gran dosis de
rectitud. Hay muchos que están dispuestos a hacer la caridad,
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
210
males que los que puede remediar la caridad” (Humanismo
Social 138 – 1939).
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212
justicia social el exigir de los individuos cuanto es necesario
al bien común. Pero así como en el organismo viviente no se
provee al todo, si no se da a cada miembro cuanto necesita
para ejercer sus funciones, así tampoco se puede proveer al
organismo social y al bien de toda la sociedad si no se da a
cada parte y a cada miembro, es decir, a los hombres dotados
de la dignidad de persona cuanto necesitan para cumplir sus
funciones sociales. El cumplimiento de los deberes de la
justicia social tendrá como fruto una intensa actividad de
toda la vida económica desarrollada en la tranquilidad y en
el orden, y se demostrará así la salud del cuerpo social, del
mismo modo que la salud del cuerpo humano se reconoce
en la actividad inalterada y al mismo tiempo plena y fructuosa
de todo el organismo.
Pero no se puede decir que se haya satisfecho a la justicia
social si los obreros no tienen asegurado su propio sustento
y el de sus familias con un salario proporcionado a este fin;
si no se les facilita la ocasión de adquirir alguna modesta
fortuna, previniendo así la plaga del pauperismo universal;
si no se toman precauciones en su favor, con seguros públicos
y privados, para el tiempo de vejez, de la enfermedad o del
paro. En una palabra, para repetir lo que dijimos en Nuestra
Encíclica Quadragesimo Anno: ‘La economía social estará
sólidamente constituida y alcanzará sus fines, sólo cuando a
todos y a cada uno se provea de todos los bienes que las
riquezas y subsidios naturales, la técnica y la constitución
social de la economía pueden producir. Esos bienes deben
ser suficientemente abundantes para satisfacer las
necesidades y honestas comodidades, y elevar a los hombres
a aquella condición de vida más feliz, que, administrada
prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la
favorece en gran manera’.
Además, si, como sucede cada vez más frecuentemente en
el asalariado, la justicia no puede ser practicada por los
particulares, sino a condición de que todos convengan en
practicarla conjuntamente mediante instituciones que unan
entre sí a los patronos, para evitar entre ellos una concurrencia
incompatible con la justicia debida a los trabajadores, el
deber de los empresarios y patronos es de sostener y promover
estas instituciones necesarias, que son el medio normal para
poder cumplir los deberes de justicia. Pero también los
trabajadores deben acordarse de sus obligaciones de caridad
y de justicia para con los patronos, y estén persuadidos de
que así pondrán mejor a salvo sus propios intereses.
213
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
214
La cuestión delicada es la siguiente: ¿Y a restitución no
obligaría? De suyo, no. Como no puede decirse que en
general en la justicia social aparezca la igualdad entre lo
debido por ese derecho y lo quebrantado por su
conculcación, no puede obligarse a restitución estricta al
mero quebrantador de la justicia social.
Pero nótese que es rasgo característico de la justicia social
su obligatoriedad ineludible. De modo que sigue al hombre
aun en la soledad, obligándole siempre a consumir su vida y
bienes útilmente a la sociedad.
Al mismo tiempo la función social, que es hija de la justicia
social, lleva consigo la obligación de reparar los daños
cometidos de la mala administración del capital recibido de
Dios. De modo que a pesar de la imprecisión y vaguedad de
la justicia social y de la indeterminación del sujeto de la
obligación y de la cuantía de los deberes, queda la obligación
de reparar de algún modo los daños causados.
En algunos casos, parece que la justicia social podrá también
obligar a restitución, no quizá por sí misma sino por la
anexión a ella de un contrato o cuasi-contrato.
Un contrato de suyo da origen a una obligación de justicia
conmutativa, de tal modo que sin injuria propiamente dicha
no puede el contrato, por voluntad o arbitrio, rescindirse o
quebrantarse.
De análogo modo nace el cuasi-contrato, el cual, a su vez,
se origina de un oficio asumido o de un cargo tomado; como
es, por ejemplo, el cargo de tutor con respecto a su pupilo. Y
en tales casos la obligación de restituir se impone también
del mismo modo, siempre que el tutor quebrante
voluntariamente su oficio dañando al pupilo.
Es decir, que un acto de injusticia social puede, a la vez,
quebrantar también la justicia conmutativa si tal acto está
ligado a contrato o cuasi-contrato.
Obsérvese un caso análogo tratándose de la justicia
distributiva. El distribuir cargos en la sociedad eclesiástica o
civil es cosa que atañe a la justicia distributiva y, sin embargo,
como el que distribuye esos cargos está ligado por un cuasi-
contrato para con la sociedad, a no conferirlos a un indigno;
quien obra mal en este asunto está obligado a reparar los
daños que previó, por lo menos confusamente se podían dar
por tales indignos nombrados o a la comunidad como tal, o
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
2.2. Caridad.
Los que no comprenden el espíritu cristiano desconocen el valor
de la caridad y todo lo reducen a la práctica de la justicia. Un
cristiano sabe que justicia sin caridad es insuficiente, “pues nunca
podrá unir los corazones y enlazar los ánimos” (QA 56, OSC
178). Pero la caridad nunca será verdadera caridad si no tiene
en cuenta la justicia. “Una caridad que prive al obrero del salario
al que tiene estricto derecho, no es caridad, sino un vano nombre
y una vacía apariencia de caridad. Ni el obrero...
…tiene necesidad de recibir como limosna lo que le
corresponde por justicia; ni puede pretender nadie eximirse
con pequeñas dádivas de misericordia de los grandes deberes
impuestos por la justicia. La Caridad y la Justicia imponen
deberes, con frecuencia acerca del mismo objeto, pero bajo
diversos aspectos; y los obreros, por razón de su propia
dignidad, son justamente muy sensibles a estos deberes de
los demás que dicen relación a ellos” (DR 49, OSC 179).
La caridad no se confunde con la pura limosna ni con la simple
filantropía. Es algo mucho más grande: es el amor al prójimo
que emana del amor de Dios. La caridad es un efecto directo de
la gracia santificante. “Psicológicamente la caridad es el amor
efectivo de nuestros hermanos que vemos, muestra clara del
amor de Dios a quien no vemos. Socialmente la caridad es la
causa eficiente de la paz. La justicia suprime los obstáculos para
la paz, las causas de lucha, como el demoledor que limpia el
sitio; la caridad efectiva, edifica la paz, como el albañil que
construye la catedral. Porque si la necesidad de justicia acerca
a los hombres y los hace aceptar las instituciones sociales, es la
caridad la que los une. En ella y por ella se sienten hermanos,
hijos de una misma ciudad humana y de una misma ciudad de
Dios” (Folliet. o.c., p. 35).
Justicia y caridad se complementan. Una caridad que no tiene
la fuerza de movernos a dar a nuestros hermanos lo que les
debemos no es verdadera caridad. Y justicia no animada de
216
caridad es, en la práctica una palabra vana. ¿Cómo podemos
esperar que el hombre caído salga de sí mismo y dé a su hermano
lo que le debe si no está animado por el fuego de la caridad y el
poder de la gracia? Para hacer plenamente justicia a los demás
hay que ponerse en su sitio, comprender sus razones y sus
necesidades. Esto es: comprender las dos máximas del Evangelio:
“No hagas a los demás lo que no quisieres que te hicieran a ti;
haz a los otros lo que tú quisieras que hicieran contigo”. [Tb
4,15; Lc 6.31].
Apreciar si una obligación es de justicia o de caridad es fácil en
doctrina, pero en la práctica es difícil apreciar si mis obligaciones
con el prójimo se fundan en un derecho o en el amor. Como
norma de acción siempre que nos sintamos obligados
elevémonos al motivo de amor, y obraremos por la más alta de
las virtudes que es la caridad.
Ha sido la caridad la que ha hecho progresar la justicia. Hoy día
todos consideran actos de justicia no matar a los prisioneros, no
reducirlos a la esclavitud, dar una pensión a los ancianos. Hace
siglos no se hubiera pensado así. La caridad hizo poco a poco
pasar estos actos al dominio de la equidad y luego al de la justicia.
Actos que aún hoy día se estiman de caridad, mañana pasarán a
ser considerados de justicia porque la caridad nos introducirá
en una mayor comprensión de la naturaleza humana y de sus
exigencias. Esto no quiere decir que con el tiempo pueda
pensarse que la caridad llegue a ser inútil. Por más que se avance
en las instituciones de justicia quedará inalterable el sitio y el
primado de la caridad.
2.2.1 La equidad.
Para Santo Tomás la equidad social es una virtud que, aun en
ausencia de toda ley escrita nos impele a hallar y cumplir lo
que la ley natural ordena en orden al bien común (II-II, q.120 in
c). La equidad es la justicia social templada por la caridad social;
es la virtud que nos inclina a usar de nuestros derechos de un
modo humano. Quien practica la equidad sabe comprender sus
derechos con amplitud, y con severidad sus deberes; no llegará
hasta el límite de lo que puede exigir; no apelará sólo a la ley
escrita, sino que tendrá en cuenta las circunstancias morales.
Así obrará el acreedor que concede facilidades al deudor en
apuros; el patrón que concede una participación en los beneficios
extraordinarios a sus colaboradores. Es una hermosa virtud que
llena la vida de comprensión y mantiene vivo en el mundo el
recuerdo de la fraternidad humana.
217
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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de los trabajadores en la religión de Jesucristo. No querían
aquéllos comprender que la caridad cristiana exige el
reconocimiento de ciertos derechos debidos al obrero y que
la Iglesia le ha reconocido explícitamente. ¿Cómo juzgar de
la conducta de los patronos católicos que en algunas partes
consiguieron impedir la lectura de Nuestra Encíclica
Quadragesimo Anno en sus iglesias patronales? ¿O la de
aquellos industriales católicos que se han mostrado hasta
hoy enemigos de un movimiento obrero recomendado por
Nos mismo? ¿Y no es de lamentar que el derecho de
propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido usado algunas
veces para defraudar al obrero de su justo salario y de sus
derechos sociales?” (DR 50, OSC 29).
219
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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Hay con todo un sacrificio que ni el bien común de la sociedad,
ni el de la comunidad internacional de los hombres puede exigir
y es el sacrificio de la persona humana.
En la ética cristiana la sociedad se subordina a la persona. El
hombre, como persona es un ser libre y razonable, constituye
un fin en sí mismo, más digno que todos los otros fines
intermediarios. En la sociedad es una parte en el todo, pero no
un medio frente a un fin. La sociedad es medio para él; pero no
él para la sociedad. El bien de la sociedad está en el plano
temporal, el del hombre en el plano eterno.
El hombre, que es persona, es también individuo, esto es tiene
elemento material, espacial: en este sentido está subordinado al
bien de la sociedad que puede pedirle sacrificios, hasta el de su
vida temporal; pero como persona, tiene un elemento espiritual
que no puede ser sacrificado en forma alguna a la sociedad.
Ésta por el contrario ha sido creada para permitirle el desarrollo
de todo su ser y ayudarlo a conseguir su destino eterno. Si la
sociedad exige del hombre una acción que constituya pecado,
aunque sea venial, no puede ser obedecida, y en ello la sociedad
se deshonra. El orden es inseparable de la persona, y la persona
del orden.
La moral cristiana concede un gran valor a las instituciones,
conoce su influencia sobre el desarrollo de la persona, pero - a
diferencia de los marxistas – sabe perfectamente que la reforma
social no se conseguirá con la sola reforma de las instituciones,
si no va a acompañada de una reforma de conciencias. Ni la
una ni la otra separadamente serán suficientes. Ambas se
complementan.
221
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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3. LA VIDA ECONÓMICA Y PROFESIONAL.
3.1.0 El trabajo.
3.1.0.1 Sentido del trabajo.
El primer elemento de la vida económica es el trabajo.
Hermosamente reconoce Pío XI el valor del trabajo cuando dice
en Quadragesimo Anno: “¿No vemos acaso con nuestros propios
ojos cómo los inmensos bienes que forman la riqueza de los
hombres salen y brotan de las manos de los obreros, ya
directamente, ya por medio de máquinas e instrumentos que
aumentan su eficacia de manera tan admirable? No hay nadie
que desconozca que los pueblos han labrado su fortuna y han
subido de la pobreza a la cumbre de la riqueza sino por medio
del trabajo acumulado de todos los ciudadanos, trabajo de los
directores y trabajo de los operarios” (QA 27, CEP pp. 21).
La palabra “trabajo” nos sugiere no sólo un medio para ganar la
vida, sino una colaboración social. El trabajo puede ser definido
[como]: “el esfuerzo que se pone al servicio de la humanidad,
personal en su origen, fraternal en sus fines, santificador en sus
efectos”.
El trabajo es un esfuerzo personal pues por él el hombre da lo
mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que su dinero.
Con razón los trabajadores se ofenden ante quienes consideran
su tarea como algo sin valor, desprecian su esfuerzo no obstante
que se aprovechan de sus resultados. Igualmente sienten cuan
injusto es que pretendan hacerlos sentir que ellos viven porque
la sociedad bondadosamente les procura un empleo. Más cierto
es decir que la sociedad vive por el trabajo de sus ciudadanos.
Este esfuerzo personal es, por lo demás, bello, desarrolla el
cuerpo y el espíritu y lo aleja de los vicios, que son el derivativo
de la ociosidad. La sed de energías que brotan de un cuerpo y
de una mente sanas encontrarán su expansión normal en el
trabajo, que si bien es duro, es también gozoso y alegre.
El trabajo es un esfuerzo fraternal, es la mejor manera de probar
el amor por los hermanos, responde a las exigencias de la justicia
social y de la caridad. Una parte importante de la educación
debería consistir en descubrir el sentido social de cada trabajo,
pues el conocimiento de la finalidad del esfuerzo hará más
interesante el trabajo mismo.
225
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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3.1.0.3 Obligación personal del trabajo.
¿Está el hombre obligado a trabajar? Hay que distinguir una
obligación moral y una obligación jurídica.
Moralmente todos están obligados al trabajo, a menos que la
edad o la salud se lo impidan. El trabajo será el medio por el
cual proveerá a sus necesidades, de lo contrario se convertirá
en un parásito; y también el medio de cumplir con las
obligaciones de caridad consigo mismo, evitando los peligros
de la pereza, y desarrollando sus facultades, y de la caridad con
el prójimo al cual ayudará con su esfuerzo que tiene siempre
una finalidad social. Por esto S. Pablo dice: “El que no trabaja
que no coma” (2 Ts 3, 10).
Esta obligación de trabajar comprende también al rico, por que
también para él valen las razones dadas. Si no tiene una profesión
lucrativa, que emplee su tiempo en forma seriamente útil para
los demás.
La obligación del trabajo va acompañada del derecho que tiene
cada uno de escoger su trabajo, o su profesión, dentro del marco
de las posibilidades reales del ambiente en que vive. Los padres
pueden aconsejar, pero no imponer una determinada profesión,
si bien deben ayudar la inexperiencia del hijo, deberían siempre
respetar su dignidad y su vocación personal. Esto vale en forma
especialísima cuando se trata de una vocación sobrenatural a la
vida de perfección cristiana.
Así como el hombre tiene una obligación personal de trabajar,
ningún otro hombre – su igual – puede nunca obligarlo
jurídicamente al trabajo: si existiera este derecho tendríamos de
nuevo la esclavitud. La única obligación jurídica al trabajo nace
de un contrato bilateral por el cual uno se compromete a ejecutar
determinado contrato, bajo pena de sanciones si no lo ejecuta.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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El trabajo servil fue el régimen siguiente que imperó para los
obreros agrícolas en la Edad Media. El trabajador no era esclavo,
era considerado persona, tenía derecho a formar una familia,
pero estaba ligado a la gleba, esto es a la tierra que trabajaba,
de modo que si el señor vendía la tierra, la vendía con sus
servidores. El trabajador recibía en cambio protección, tan
necesaria en esa época de bandolerismo, y los medios necesarios
para subsistir. Al irse emancipando estos trabajadores pasaron
después a ser arrendatarios y luego propietarios de las tierras
que trabajaban.
El artesanado era en la Edad Media el régimen imperante en las
ciudades. El artesano era libre, pero estaba vinculado a los demás
artesanos de su mismo oficio en las corporaciones o guildas.
Normalmente el obrero heredaba de su padre su oficio y ocupaba
un puesto junto a él en la misma corporación, primero como
aprendiz, luego como obrero y le quedaba la puerta abierta para
llegar a ser maestro. En la corporación encontraba el trabajador
educación moral y profesional y los medios económicos para
desarrollar su vida.
La encomienda, régimen imperante en los sectores rurales de
las colonias españolas. La Corona distribuía como señal de
agradecimiento a los militares más distinguidos indios libres que
les eran “encomendados” y debían pagarles un tributo personal:
así pensaban asegurarse recursos y estabilizar la sociedad. En
Chile, por fuerza de las circunstancias, en particular por la tenaz
resistencia de los aborígenes, el tributo fue reemplazado por
trabajos que debían realizar los indios, lo que se llamó el
“servicio personal”. La intención de los soberanos no fue imponer
el servicio personal, pero la ambición de los encomenderos, la
rudeza de carácter de los militares, unida a la pereza para el
trabajo y al valor para la guerra de los indios fueron causa de
esta institución contra la cual lucharon valientemente los
misioneros durante la Colonia. (Ver Antecedentes históricos del
problema obrero en Chile, en Sindicalismo, pp. 190 – 209, por
Alberto Hurtado, Santiago, 1950, Edit. Pacífico).
El inquilinaje es un vestigio del régimen de encomiendas. Rige
aún hoy en los campos. El patrón que necesita tener trabajadores
estables “obligados” da a sus inquilinos habitación, un cerco
para hortaliza, talaje para animales, en algunas partes ración
alimenticia, un pedazo de tierra para sembrarlo ordinariamente
en medias, un salario en metálico los días que trabaja, que
constituye la menor parte de su remuneración. El en cambio
debe trabajar personalmente en las tareas del fundo, o bien
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
230
gran deber de los padres no es mantenerlos en la menor edad,
sino prepararlos a su emancipación.
La autoridad y consiguiente responsabilidad del patrón será
mayor si tiene a sus órdenes a jóvenes aprendices, y también
frente a los que comen y duermen bajo su techo; menor ante los
afuerinos que sólo vienen a trabajar durante algunas horas. En
cuanto al servicio doméstico éste tiende en los diferentes países
a hacerse más restringido. Las máquinas para el lavado y el aseo
facilitan la tarea de la dueña de casa.
La autoridad patronal está determinada por el contrato de trabajo
y termina en la puerta de la empresa. El patrón y el director no
tienen, en justicia, ninguna autoridad sobre la vida privada, ni
sobre la vida cívica de sus trabajadores. La caridad puede
obligarlos a velar por sus intereses, pero a condición de que
queden bien en salvo los derechos de ambos.
El servicio doméstico32
El salariado es el régimen que domina en el mundo
principalmente estos dos últimos siglos, e incluye las últimas
modalidades de trabajo que hemos señalado. El salariado supone
que el capital y el trabajo están en diferentes manos. Los
capitalistas poseen los medios de producción; los obreros, su
trabajo que entregan contra un determinado salario. El
descubrimiento de las modernas máquinas, la formación de
grandes capitales fruto del comercio exterior y la abolición de
los antiguos gremios trajeron este régimen.
El salario puede ser pagado por años, por meses, por días, por
hora de trabajo; o bien por la realización de determinada obra
lo que suele llamarse trabajo a trato o por piezas.
El régimen de salariado en sí no es injusto con tal que el salario
cumpla con las condiciones que más abajo se establecerá, pero
no es el mejor régimen y el catolicismo social tiende a superarlo.
En este sistema el operario está subordinado al capital, su
habilidad técnica está ligada a la máquina de la cual pasa a ser
como un accesorio. Por otra parte difícilmente podrá recobrar
su autonomía, pues, los grandes trabajos industriales han
reducido a un mínimo los pequeños trabajos artesanales, casi
los únicos en que aún se puede ser independiente.
231
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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de los países, y muy especialmente en América Latina que las
condiciones de vida del trabajador son con frecuencia
inhumanas especialmente en las minas, en los campos, en el
trabajo femenino, a domicilio, y en general del obrero no
especializado. Su habitación es ordinariamente muy deficiente,
su salario escaso, las posibilidades de cultura y ascensión social
difíciles.
Esto es lo que ha venido a llamarse “proletariado” (El nombre
deriva de proles: hijos), aludiendo a aquellos hombres tan pobres
que en el Imperio Romano, no podían dar otra cosa al Estado
que sus hijos. En nuestros días llamamos proletario al asalariado
que goza de una libertad abstracta, sin medios de reivindicarla
efectivamente, esto es al trabajador que no posee sino su trabajo
sin propiedad ni esperanza de llegar jamás a poseerla. En teoría,
este hombre puede llegar a ser millonario y presidente de la
República, pero un cálculo real de probabilidades reduce sus
esperanzas a cero.
Todo proletario es una asalariado, pero no todo asalariado es
un proletario, pues muchos, especialmente los obreros
especializados logran escapar de esta condición. El verdadero
proletario, en cambio no puede en la realidad escapar a su suerte,
y de ella participarán también sus hijos que serán
probabilísimamente lo que han sido sus padres: infierno
económico sin esperanza. La inseguridad es el otro azote del
proletario. ¿Tendrá trabajo mañana? En caso de accidente, de
cesantía, de vejez ¿qué será de él y de su familia? Vendrán a
aumentar esa última etapa social, el subproletariado en que se
vive ya en forma totalmente infrahumana, y este subproletariado
es por desgracia demasiado frecuente en nuestros días, verdadero
estigma de nuestra pretendida civilización y marca de su falta
de cristianismo.
El proletariado tiene esta significación paradójica: es el fruto de
la liberación teórica del hombre, realizada por el liberalismo
filosófico, y de la esclavitud práctica al capital, obra del
liberalismo económico. La proletarización no cesa de aumentar,
pues, si bien numerosos trabajadores logran escapar de ella por
ascensión, los obreros campesinos son atraídos a la ciudad por
las esperanzas de un trabajo más fácil, y en países nuevos toda
la masa de los económicamente débiles son arrastrados a la
industria, con el inmenso peligro de quedar repentinamente
cesantes. La inflación económica ha sumido también en la
categoría de proletarios a las clases medias, a los pequeños
rentistas.
233
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
234
equipos, contrato de reparto de economías entre el que encarga
el trabajo y los que lo realizan, etc. Las condiciones del trabajo
deben especificarse claramente tanto las que se refieren a la
duración o cantidad del trabajo, períodos de descanso,
vacaciones, a sus garantías de higiene y seguridad, estabilidad,
ascenso, condiciones sociales, cívicas, morales y religiosas; y el
pago y manera de hacerlo y su complemento en asignaciones
familiares, participación, seguros sociales.
El contrato colectivo entre el empleador y el sindicato ha
terminado por imponerse con gran ventaja para proteger la
debilidad de quien debía pactar aisladamente.
La justicia conmutativa rige el contrato de trabajo. Implica un
intercambio de servicios, y en caso que una de las partes no
cumpla su compromiso deben compensarse los perjuicios. Las
cláusulas del contrato deben ser conocidas de ambas partes,
bajo pena de nulidad. El temor que disminuye la libertad hace
que la parte lesionada pueda pedir la rescisión del contrato.
La justicia distributiva rige también el contrato de trabajo, y hay
por tanto normas superiores a las escritas, de derecho natural,
de las cuales ni empleador ni empleado pueden prescindir, y
que anulan cuanto a ellas se opone. Así por ejemplo un obrero
que acepta por miseria un trabajo remunerado en forma
inhumana no está obligado a cumplir su trabajo.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
236
Lo que sí desea el Papa y pide el sentido común, es que las
especulaciones de las reformas por las que es lícito luchar no
alejen a los trabajadores de la conquista que puede mejorar su
situación presente. La construcción de un mundo mejor debe,
para ser verdadera y durable, apoyarse en las realidades del
mundo de hoy.
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238
comprende la subsistencia del trabajador y su familia, el
seguro de accidentes, enfermedad, vejez y paro, es el salario
mínimo debido en justicia por el patrono” (CSM 136).
La noción de salario vital ha evolucionado: al principio se
entendía solamente lo que era necesario para la subsistencia de
un obrero sobrio y honesto, y todos los autores están de acuerdo,
en que tal cantidad era debida al obrero en justicia conmutativa,
de modo que de no pagarse quedaba el empleador obligado a
restituir su deuda. Hoy muchos autores, como lo hace el Código
Social de Malinas incluyen en el concepto de salario vital
también lo que se debe para alimentar la familia. Ningún
moralista católico discute que el salario familiar se debe
absolutamente al obrero. Las razones son varias: en primer lugar
porque el trabajador tiene el derecho natural primario de
constituir una familia y por tanto el derecho de recibir los medios
necesarios para alimentarla y mantenerla en forma humana. El
salario familiar no se funda en el derecho de la familia de ser
alimentada, sino en el derecho del trabajador como jefe de
familia. Es justo que los demás miembros de la familia concurran
según sus fuerzas al mantenimiento del hogar. La madre
normalmente concurrirá ocupándose de los oficios domésticos,
que ya suponen harto trabajo y los menores adquiriendo una
formación adecuada. Es una desgracia que la madre y los
menores deban abandonar sus primeros deberes para salir a
buscar un salario complementario por las deficiencias del salario
del padre. Cuando los menores vayan creciendo podrán hacer
algo más, mientras no llega a su vez el momento en que ellos
deban pensar en formar otro hogar. Una segunda razón: que el
salario familiar es el bien común social: la sociedad no puede
subsistir sin una familia bien constituida y sin salario familiar no
puede ésta subsistir. Además el mismo bien común mirado bajo
un aspecto económico exige un salario familiar para que las
familias puedan tener confiadamente el número de hijos que la
industria va a reclamar, pueda tenerlos sanos y fuertes. La patria
entera ganará al contar con hogares que pueden realizar una
ascensión social.
El salario familiar puede considerarse como absoluto y relativo.
Llamaríamos salario familiar absoluto el que basta para las
necesidades de una familia corriente, de cinco o seis personas.
Salario familiar relativo, el que cubre las necesidades reales de
todos los miembros de la familia que de hecho existen. El salario
familiar tanto el absoluto como el relativo se debe al obrero por
las razones arriba indicadas, y debe ser tal que pueda cubrir las
necesidades tanto ordinarias como extraordinarias de la familia.
239
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240
“137. Con la noción arriba dada de salario vital se relacionan
dos conclusiones.
a) La institución llamada de ‘Subsidios familiares’ ha tomado
en estos últimos tiempos felices desenvolvimientos. Es
muy conveniente que tales subsidios familiares sean
incorporados a todos los contratos, así individuales como
colectivos, entre patronos y obreros;
b) El régimen legal de seguros sociales tiende así mismo a
implantarse. Es necesario que se generalice, y muy
conveniente instituir de preferencia Cajas profesionales
de seguros, es decir, Cajas alimentadas y dirigidas
conjuntamente por los patronos y obreros de cada
profesión, bajo el control y con el apoyo de los Poderes
Públicos.
Cuando el Estado impone la afiliación a Cajas de subsidios familiares
o de seguros sociales, o cuando las subvenciona, debe al mismo
tiempo establecer una distinción entre las familias en las que la
madre queda en casa y entre aquellas en que trabaja fuera, y prever
en favor de aquéllas un baremo más ventajoso” (CSM 137).
241
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242
Para la sociedad, no es indiferente la determinación de cualquier
cuantía de salario, porque ella – como organismo social
destinado a procurar el bien común de todos sus miembros –
tiene derechos propios que trascienden de los derechos
individuales del trabajador y del empleador y que deben ser
respetados; de ahí que la sociedad esté interesada en que los
salarios respondan a la justicia social.
Por eso, S.S. Pío XI advierte que “la justicia social impone deberes
a los que ni patrones ni obreros se puedan sustraer” ya que “es
propio de la justicia social el exigir de los individuos cuanto es
necesario al bien común”.
Se ve, claramente que la cuantía del salario no se determina en
su justa medida, si no se respeta la justicia social, es decir, si no
se tiene en cuenta las exigencias del bien común.
Pero, ¿cuáles son estas exigencias del bien común y cuál es su
influencia en la fijación del monto del justo salario? La doctrina
católica, por boca de S.S. Pío XI, afirma que tales exigencias
son tres:
- el bien común exige que los trabajadores puedan formarse
poco a poco un modesto patrimonio, para llegar así a la
pequeña propiedad; la justicia social, pues, pide que los
salarios sean lo suficientemente altos para permitir a los
trabajadores ahorrar una parte de su monto, después de
cubiertos los gastos necesarios;
- el bien común exige que el mayor número posible de
trabajadores encuentre trabajo, de modo que todos puedan
obtener los bienes necesarios para sustentar su vida y la de
sus familias: por tanto, la justicia social demanda que, con
el común sentir y querer, los salarios no sean ni demasiado
reducidos ni extraordinariamente elevados, porque en
ambos casos se tendría como consecuencia el paro forzoso
de los trabajadores; es menester, en cambio que los salarios
se regulen de tal manera que el mayor número de
trabajadores pueda emplear su actividad productiva.
- el bien común exige que exista cierto equilibrio entre las
varias profesiones de la sociedad, de modo que todas se
aúnen y combinen para formar un solo cuerpo; pues el bien,
para obtener este equilibrio, la justicia social pide que se
guarden las convenientes proporciones:
- entre los salarios de las varias categorías profesionales
(industria, agricultura etc.);
243
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
244
3.1.0.9.4 Cómo determinar en la práctica el justo salario.
El principio de aplicación de las normas anteriormente expuestas
será el de la estimación común de los interesados que en la
práctica se refleja en las comisiones mixtas de patrones y obreros
presidida por una persona neutral. El resultado de tales reuniones
da por lo menos una estimación prudente para el momento,
aunque no siempre responde a la plenitud de las exigencias de
los principios arriba expuestos. Si existieran las corporaciones
que representaran los intereses profesionales, tales instituciones
serían las llamadas a dar esa estimación común.
El Estado ordinariamente no debe intervenir en la fijación del
monto del salario, lo que corresponde a las partes interesadas,
pero excepcionalmente puede dictar el salario mínimo a fin de
asegurar al trabajador y su familia el punto de partida de un
salario justo. León XIII refiriéndose a la determinación de la
cuantía del salario dijo que: “para que no se entrometa en esto
demasiado la autoridad, lo mejor será reservar la decisión a las
corporaciones acudiendo el Estado, si la cosa lo demandare con
su amparo y auxilio” [RN 34, OSC 275].
En Estados Unidos Ford inspiró una política de altos salarios
que consiste en dar a los obreros la mayor retribución posible a
fin de aumentar su poder de compra y activar así la vida
económica nacional. Este método, donde es posible aplicarlo
es en sí beneficioso a los trabajadores y a los mismos empresarios
y mantiene un alto nivel de empleo y producción.
245
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
246
sus derechos tomará ante sus jefes la actitud de obediencia a
sus órdenes razonables, de deferencia y de amor que
corresponden a un cristiano, rechazará las imputaciones
calumniosas que se les hacen, la sospecha sistemática de sus
intenciones y todo cuanto pueda lesionar sus intereses: más aún
sus jefes deben poder contar con ellos como colaboradores de
una obra común. La lucha de clases nunca puede ser un objetivo
en la conducta de un cristiano.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
248
obligados a abandonar estos trabajos por el hecho de no
interrumpirse en los domingos, pero a la sociedad le corresponde
reducirlos a un minimum, y a los empleadores facilitar hasta
donde sea posible el cumplimiento de los deberes religiosos.
La que hoy día se llama “semana inglesa”, esto es, que deja
libre la tarde del Sábado se practicaba ya en la Edad Media,
para facilitar en forma efectiva el descanso dominical anticipando
los quehaceres del Domingo al Sábado en la tarde.
Las vacaciones pagadas para los obreros han sido felizmente
introducidas en muchas legislaciones, y corresponden a una
verdadera necesidad física y espiritual, tanto más cuanto que la
vida urbana desgasta horrorosamente los nervios.
El subsidio proporcional al número de años de servicio a un
determinado patrón, comienza felizmente a introducirse. Está
plenamente justificado por el hecho que un obrero necesita al
retirarse de un empleo una cierta cantidad de dinero para
asegurar sus últimos años, o para emplearse independientemente
en un trabajo más de acuerdo con su edad. Es normal, por lo
demás, a menos que la industria o el Estado provea mediante
un adecuado subsidio de vejez, que la empresa en la cual un
hombre ha gastado su vida provea en proporción al número de
años de servicio a asegurarle su vejez al trabajador. Es triste y
denigrante para un padre de familia llegar al fin de su vida y
resignarse a ser carga para sus hijos. Desgraciadamente el monto
de los salarios suele ser tal frente al costo de la vida que un
obrero esforzado no puede hacer economías serias para sus
últimos años.
El descubrimiento de maquinarias más y más perfectas, al mismo
tiempo que las necesidades de la higiene han llevado a disminuir
las horas de trabajo diario. De doce, catorce y hasta dieciséis
horas de trabajo diario a principios del siglo pasado hemos
llegado a la jornada de 48, 40 y aun 36 horas. Es de prever aun
ulteriores disminuciones. Algunos espíritus se inquietan y
protestan por estas disminuciones. No parecen justificadas tales
protestas siempre que pueda mantenerse la producción al ritmo
de las necesidades, y que se dé educación y oportunidades para
aprovechar honestamente los tiempos más largos de reposo. En
cuanto a las necesidades de la producción recuérdese que el
número de brazos no ocupados es enorme en la era maquinista
por el fenómeno crónico de la cesantía.
La higiene moral de los sitios de trabajo debe ser cuidada
celosamente por los propios trabajadores, los más directamente
interesados. Mientras ellos no tomen este asunto en sus manos
249
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
250
desviación, que haría del obrero un autómata y le despojaría
prácticamente del ejercicio de sus facultades humanas.
Taylor se propuso estudiar cada gesto del obrero para reducir al
minimum las pérdidas de tiempo y de esfuerzo. Su principio es:
el maximum de eficiencia en el minimum de tiempo. En cuanto
técnica del trabajo, el taylorismo escapa a la moral, pero sus
repercusiones humanas no escapan. Reducir las fatigas inútiles
es loable, pero si bien se logra a veces reducir la fatiga física,
fácilmente se aumenta la fatiga nerviosa. Si esto acontece habría
que reducir la jornada. Igualmente habría que aumentar el jornal
si se obtiene un rendimiento en realidad extraordinario mediante
esta racionalización. En todo caso hay que recordar que el
rendimiento es para bien del hombre, y no el hombre para bien
del rendimiento.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
252
completada con la observación cuidadosa del mismo por sus
padres, inspectores y maestros, y completada –si fuere posible –
con experiencias más científicas como los tests que sirven para
descubrir las cualidades del niño, y sus deficiencias. No puede
el que los aplica fiarse ciegamente de ellos, pero dan un buen
indicio que sirve para completar las declaraciones del propio
niño y la observación sistemática de sus maestros.
La mejor manera de levantar un pueblo reside en la educación
apropiada de los menores. Con las personas de cierta edad es
difícil actuar para hacerlas adquirir nuevos hábitos de pensar,
de trabajo, de vida, pero todas las posibilidades están abiertas
en la niñez. Una experiencia bien comprobada, aun entre los
muchachos vagabundos, demuestra la influencia inmensa del
ambiente, mayor ordinariamente que la de la herencia, para
formar o deformar la niñez. En países nuevos como los nuestros,
donde hay una raza inteligente, todo está en germen en la niñez
y nada debe perdonarse, no sólo por instruirla, sino por educarla.
Esta educación si se quiere que dé frutos duraderos, no puede
ser laica, pues sustrae al muchacho toda la fuerza de los
profundos motivos de querer, sino seriamente religiosa. Los
legisladores deben orientar el presupuesto nacional en forma
cada día más intensa a la educación en todo sus grados. La
educación profesional está, por desgracia, muy abandonada y
es casi imposible para la inmensa mayoría de los niños obreros
poder tener una instrucción especializada41 .
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254
patrón o su representante. Para estar en un pie de menor
desigualdad necesitan presentar colectivamente sus peticiones.
Los dirigentes sindicales, para merecer la plena confianza de
los asalariados, han de ser escogidos por ellos mismos entre
quienes conocen las condiciones del trabajo en su estructura
compleja y han podido experimentar la justicia de las
reclamaciones que presentan.
El sindicato debe, además, promover una labor de
perfeccionamiento entre sus miembros. Perfeccionamiento
técnico mediante cursos de capacitación, escuelas para
aprendices; perfeccionamiento económico promoviendo el
ahorro, la formación de cooperativas, la difusión de la propiedad
individual para sus asociados, el cumplimiento y mejoramiento
de las leyes de seguridad social, etc.; perfeccionamiento moral
acentuando y defendiendo la dignidad de la persona humana,
el respeto a su libertad, etc. En cuanto al perfeccionamiento
religioso, no incumbe directamente al sindicato aconfesional,
como es el que tenemos en Chile, pero debe dar toda clase de
facilidades para que sus miembros puedan realizarlo, pues lo
reclama la conciencia de los sindicatos, es un deber de todo ser
racional y la base de su formación moral. En las asociaciones
confesionales los asociados, encuentran también en el sindicato
medios para promover su vida religiosa.
Estas finalidades no agotan sin embargo la misión del sindicato;
sus dirigentes no pueden detenerse sólo en conquistas
inmediatas. Con la vista fija en un mundo nuevo que encarne la
idea de orden, que es el equilibrio interior, los dirigentes
encaminarán su acción a sustituir las actuales estructuras
capitalistas inspiradas en la economía liberal por estructuras
orientadas al bien común y basadas en una economía humana:
“Es toda la sociedad la que necesita ser reparada y mejorada,
porque cimbran sus cimientos” (Pío XII, 13 de Junio de 1943).
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
256
liberalismo favorecían poco a las asociaciones de obreros, por
no decir que abiertamente las contradecían: reconocían y
acogían con favor y privilegio asociaciones semejantes para las
demás clases: y sólo se negaban con gravísima injusticia el
derecho innato de asociación, a los que más estaban necesitados
de ella para defenderse de los atropellos de los poderosos; y
aún en algunos ambientes católicos había quienes miraban con
malos ojos los intentos de los obreros de formar tales
asociaciones, como si tuvieran resabio socialista o
revolucionario.
Las normas de León XIII, selladas con toda su autoridad,
consiguieron romper esas opiniones y deshacer esos prejuicios,
y merecen por tanto, el mayor encomio” (QA 9 y 10; OSC 249).
Fiel a los principios expuestos, cada vez que ha sido del caso la
Santa Sede, ha reafirmado el derecho de Organización sindical
de los asalariados. Un consorcio patronal francés acusó ante la
Santa Sede a obreros cristianos por el hecho de haberse
sindicado, y la respuesta de la Sagrada Congregación del Concilio
por encargo especial del Romano Pontífice no deja lugar a dudas
sobre el derecho de sindicación.
“Para comenzar por los sindicatos obreros, no puede ser negado
a los obreros cristianos el derecho de constituirse en sindicatos
independientes, distintos de los sindicatos de patrones y sin que
incluso constituyan una antítesis de ellos. Y esto tanto más
particularmente cuanto que, como en el caso que nos ocupa,
tales sindicatos son queridos por la Autoridad Eclesiástica y
reciben de ella estímulos como norma de la regla de la moral
social católica, cuya observancia es impuesta a las afiliados en
sus Estatutos y en su actividad sindical, que debe ser inspirada,
sobre todo por la Encíclica “Rerum Novarum”. Por otra parte es
evidente que la constitución de tales sindicatos, distintos de los
sindicatos patronales no es en modo alguno incompatible con
la paz social, puesto, que mientras por una parte repudian, por
principio, la lucha de clases y el colectivismo en todas sus formas,
admiten, por otra parte, los contratos colectivos para establecer
pacíficas relaciones entre capital y trabajo” (SCC, OSC 240).
El consorcio patronal había estimado que las actividades de los
sindicatos no concordaban con el espíritu cristiano y estaban
impregnadas de marxismo. “La Sagrada Congregación estima
que es deber suyo declarar, amparada por irrecusables
documentos y por los testimonios recogidos, que algunos de los
motivos son exagerados, que los otros, los más graves, aquellos
que atribuyen a los sindicatos un espíritu marxista y un socialismo
257
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258
3.1.2.1.1.2 El sindicalismo y la paz social.
La Iglesia quiere que los sindicatos sean instrumentos de
concordia y de paz social.
“Aquellos que se precian de ser cristianos, sea aisladamente o
reunidos en asociaciones, no deben, si tienen conciencia de
sus deberes, mantener entre las clases sociales enemistades y
rivalidades sino la paz y la recíproca caridad” (SQ , OSC 138).
“Que los derechos y los deberes de los patrones sean
perfectamente conciliados con los de los obreros. Con el fin de
proveer a las eventuales reclamaciones que pueden levantarse
por parte y a propósito de derechos lesionados, será muy
deseable que los estatutos mismos den el encargo de regular los
conflictos, como árbitros a hombres prudentes e íntegros
escogidos en el seno de las dos partes” (RN, OSC 138).
Estas mismas ideas las reitera la Santa Sede, años después por
medio de la Sagrada Congregación del Concilio, en el conflicto
entre los sindicatos católicos y el Consorcio Patronal de Roubaix-
Tourcoing a que ya aludimos:
“Las Asociaciones católicas deben no sólo evitar sino también
combatir la lucha de clases como esencialmente contraria a los
principios del cristianismo y continuar mientras esto es
prácticamente posible la fundación simultánea y distinta de
uniones patronales y uniones obreras” (RN, OSC 138). “La
Sagrada Congregación vería con placer que estableciesen, entre
los sindicatos, relaciones regulares, por medio de una comisión
mixta permanente. Esta comisión tendría por objeto el tratar, en
reuniones periódicas, de los intereses comunes y conseguir que
las organizaciones profesionales, sean no organismos de lucha,
y antagonismo, sino tales como deben ser, según el concepto
cristiano, es decir, medios de recíproca comprensión, de
benévola discusión y de paz” (RN, OSC 139).
Pero, nótese, como dice Pío XI en Quadragesimo Anno “La lucha
de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a poco se
transforma en una como discusión honesta, fundada en el amor
a la justicia; ciertamente, no es aquella bienaventurada paz social
que todos deseamos, pero puede y debe ser el principio de donde
se llegue a la mutua cooperación de las clases” (QA, OSC 92).
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260
los que practican un mismo oficio. Estos gremios desarrollan la
enseñanza técnica, organizan la producción y distribuyen los
productos. Los gremios no fueron una creación artificial, sino
que nacieron de las necesidades de la época y fueron fruto del
genio cristiano que inspiraba a sus miembros. En los campos,
los siervos trabajaban la propiedad común además de su cerco
familiar, lo que dio origen a un principio de democracia
campesina. En las ciudades el taller corporativo era la célula de
toda actividad económica. Los talleres de un mismo oficio
formaban la corporación, que tenía su casa central y estaba
puesta bajo el patrocinio de un santo. El gremio satisfacía
íntegramente las necesidades de sus asociados, tanto las
materiales, como las espirituales y hacía de los trabajadores una
gran familia, en un ambiente de auténtica democracia
económica.
La constitución interna de los gremios era muy simple. Tres
categorías formaban sus elementos básicos: los aprendices, los
obreros o compañeros y los maestros o patrones.
Los aprendices, necesitaban un período hasta de doce años para
iniciarse en el oficio y poder desempeñarse como obreros. Sus
patrones tenían la obligación de proporcionarles: pan, techo y
abrigo.
Los compañeros u obreros, recibían un salario determinado por
un jurado. No podían ocuparse en oficios extraños a los de su
gremio. La duración de su trabajo estaba reglamentada según la
clase de oficio y según la época del año. El descanso dominical
y aún a veces el de la tarde del sábado (nuestro actual sábado
inglés), era rigurosamente guardado. La situación económica
de los obreros de la época, era muy superior a la de la mayoría
de los obreros actuales. En los tiempos en que floreció el
auténtico espíritu gremial, los obreros tenían la garantía de poder
ascender a maestros, una vez que conocieran cabalmente el
oficio, lo que acreditaban haciendo una “obra maestra”, “un
chef d’oeuvre”; debían además, pagar una contribución y prestar
juramento de fidelidad a los estatutos del gremio.
El maestro, establecía su propio taller, que era a la vez local de
ventas y en él trabajaba rodeado de sus obreros y aprendices
bajo la inspección de los delegados del gremio. Cada maestro
para garantía de los consumidores debía colocar su distintivo
en los objetos que fabricaba y debía responder de su calidad.
Rara vez en la historia, el respeto de los derechos estuvo mejor
controlado que en aquel período de florecimiento de los gremios.
261
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262
organizada dentro del propio país y también tenía sus delegados
con atribuciones consulares en las diferentes naciones. La
preocupación permanente del bien común armonizaba los
intereses de las diversas comunidades profesionales y
económicas.
La decadencia de los gremios fue un hecho desgraciado que
tuvo su primer origen en la tendencia del poder político de
arrebatar sus privilegios a las corporaciones para eliminar
intermediarios entre el poder central y los súbditos. La política
intervino en el interior de los gremios y los soberanos
condicionaron la colación del grado de maestro al pago de
derechos exorbitantes con fines bélicos; luego designaron
inspectores ajenos al gremio y terminaron por vender sus
funciones. Todas estas actuaciones fueron desvirtuando el
primitivo espíritu de los gremios. Al llegar el renacimiento, los
gremios olvidaron más y más el espíritu de fraternidad cristiana
y en vez de considerarse servidores del bien común, buscaron
de preferencia los bienes individuales. En muchos gremios se
impidió al obrero su ascenso a maestro, se difirió durante mucho
tiempo el examen de promoción y hasta llegó a reservarse el
título de maestro sólo a los hijos de los maestros. Poco a poco
fue perdiéndose el primitivo espíritu democrático y se formó
una oligarquía profesional cuidadosa de sus propios beneficios.
Los obreros se vieron forzados a unirse en defensa de sus
derechos contra los maestros y se inició una lucha social tan
enconada como la de nuestros días.
La abolición de los gremios preparada por los abusos que hemos
señalado fue consumada por las ideas liberales del Siglo XVIII.
Ya en 1776, Turgot, pretendió extinguirlos pretextando que “la
libertad equilibra la oferta y la demanda”. Los gremios se
defendieron: hicieron ver cómo su abolición arruinaría a los
artesanos, dañaría a los consumidores, alentaría a los judíos que
abusarían del público. El peligro fue momentáneamente eludido,
pero la Revolución triunfante de 1789 debía acabar con ellos.
La Ley Chapellier en 1791 prohibe formalmente establecer toda
corporación de la misma profesión, pues estas corporaciones
dañaban a la libertad que la revolución venía a establecer. Y,
cosa curiosa, estas ideas prendieron de tal manera en el ambiente
que aún los mismos artesanos creyeron encontrar en ellas una
liberación de los abusos de los gremios. Olvidaron para su mal
que, “entre el fuerte y el débil es la libertad la que oprime y la
ley la que protege”, como diría después Lacordaire.
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264
llamarse tales al igual que los de los países detrás de la cortina
de hierro porque en ellos el sindicalismo es meramente nominal:
es un marco para agrupar las fuerzas obreras y recibir y realizar
las consignas del Estado que es el único patrón.
La Confederación Internacional de Sindicatos Libres promovida
principalmente por las Trade Union británicas, la C.I.O. y a la
A.F.L., las dos principales organizaciones americanas reúne unos
50.000.000 de trabajadores de 34 países.
La Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos C.I.S.C.
agrupa actualmente unos 4.000.000 de miembros en su mayoría
católicos, pero hay también federaciones protestantes y aún
mahometanas.
Los anarquistas han formado una Asociación Internacional con
sede en Berlín.
En América Latina dos Asociaciones Internacionales se disputan
el predominio: la C.T.A.L. adherida a la Federación Sindical
Mundial Comunista y la C.I.T. adherida a la Confederación
Internacional de Sindicatos Libres.
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266
propios obreros, acción directamente ejercida por los propios
interesados. Por la acción directa los obreros, crean la lucha
que los ha de liberar y en ella no confían en otros sino sólo en
las fuerzas de la clase trabajadora: La lucha debe ser cada día y
debe crecer hasta llegar a transformarse en conflagración social:
“la huelga general” que será la revolución social. El sindicato,
afirma un revolucionario, “es un grupo de lucha integral que
aspira a romper la legalidad que nos ahoga para dar a luz un
nuevo derecho”.
Antes de la huelga general hay otros procedimientos que entran
también dentro del plan de “acción directa”: la huelga parcial,
el boicot a todos los productos no autorizados por el sindicato
para herir al capitalismo en la “caja”, el sabotaje. Estas medidas,
en el plan revolucionario, sirven para despertar la masa y
conmover la opinión pública. La huelga, principal medio del
sindicalismo revolucionario, educa, moviliza, crea.
La solución final, piensa Marx saldrá de un exceso de miseria.
Algunos menos intransigentes afirman, sin embargo, que las
reformas sucesivas hacen desear otras nuevas y preparan así la
revolución. Los revolucionarios integrales no sólo no luchan por
mejoras, más aún, llegan a rechazarlas, como sucedió en Francia
donde se opusieron a las leyes sobre los sindicatos, que ellos
acusaban de querer romper el brío revolucionario de la clase
obrera, acomodándola a un régimen de propiedad. La
personalidad jurídica de los sindicatos y su capacidad de contraer
derechos y obligaciones aparecen a los revolucionarios como
un medio insidioso que atrae al sindicato a quienes buscan el
lucro y aleja a los que lo consideran únicamente como organismo
de resistencia. La organización de una caja sindical, sirve de
pretexto para que el estado fiscalice la vida del sindicato y da a
los sindicatos una mentalidad burguesa y capitalista.
El sindicalismo revolucionario está representado hoy por el
anarquismo y por el comunismo. Al hablar de comunismo habría
que hacer notar la diferencia entre Marxismo, Leninismo y
Stalinismo, que son orientaciones diferentes y progresivas de lo
que llamamos comunismo.
Bajo el término de marxismo, señalamos la filosofía social,
materialista y dialéctica, elaborada por Marx y Engels. Para ellos
el régimen capitalista ha sido una etapa necesaria en el desarrollo
económico, pero debe desaparecer, víctima de sus propias
contradicciones para dar lugar a una nueva sociedad sin clases,
preparada por un período de dictadura del proletariado.
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Sorel reclama antes que nada, la educación del proletariado
para hacerlo ascender a un nivel más alto.
¿Cuál es la misión del sindicalismo en esta obra de educación?
La de reforzar los valores morales de la clase obrera, la única
que aún permanece sana, pues la burguesía y los intelectuales
han desertado de su misión. Los primeros capitalistas que
organizaron la industria, fueron hombres de esfuerzo. Sus
sucesores se han aburguesado. De los burgueses y de los
intelectuales nada de bueno puede salir; por tanto Sorel –
intelectual él mismo – pone en guardia a los obreros contra los
intelectuales. El movimiento obrero, les repite, ha de ser
netamente obrero.
Este ardiente revolucionario tiene, sin embargo, un alma
pesimista. Para él, la liberación de la clase obrera “es un sueño
o un error”. La victoria del proletariado es irrealizable, pues
supone un conjunto de condiciones casi imposible de reunir.
Sin embargo, la acción sindical no debe abandonar su actitud
irreductiblemente revolucionaria, porque ella mantiene a la clase
obrera en su voluntad de acción, excita y estimula las energías,
tiene un valor educativo y moral en sí misma.
La huelga general, piensa Sorel, sin valor en sus aspectos
externos, más aún, violenta, brutal e inútil, es fecunda en sus
efectos internos: mantiene la voluntad tendida hacia el fin, suscita
actos de valor y de abnegación. Más que la violencia en sí misma
hay que mantener el sentimiento de violencia. Los actos de
violencia habrá que realizarlos de vez en cuando para recordar
a los militantes el estado de guerra y de lucha entre las clases.
Para Sorel, la huelga general es una organización de imágenes
que llegue a evocar instintivamente todos los sentimientos de la
guerra contra la sociedad moderna. Tiene el valor de un mito.
Un “mito”, según Sorel, “es la expresión de las convicciones de
un grupo en lenguaje de movimiento”; “es lo que lleva a los
hombres a prepararse al combate para destruir lo que existe”. El
mito no tiene carácter lógico, cerebral, sino que es una fuerza
que arrastra la voluntad. Por tanto es inútil ensayar una refutación.
La “utopía” en cambio, fruto de una concepción intelectual,
lleva a los espíritus a la obtención de reformas.
La huelga general, concebida como mito, será la bandera de la
clase obrera, le evitará caer en las tentaciones de un reformismo
muelle, y salvará al proletariado de las seducciones de la
burguesía decadente.
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En cambio, los totalitarios, como Mussolini, Hitler, Rosenberg
se aprovecharon del concepto de mito de Sorel. Hitler lo canalizó
hacia la raza, Rosenberg declaró: “La misión de nuestro siglo es
hacer surgir de un nuevo mito un nuevo concepto de vida”.
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272
3.1.2.1.4.5 Sindicalismo oportunista.
Podemos considerar un tercer grupo formado por los que
podríamos llamar “oportunistas”, pues, si bien, por sus principios
se declaran revolucionarios, su conducta los acerca a los
reformistas. (Jouhaux, Secretario General de la C.G.T. Francesa
expone esta doctrina en su folleto “Le syndicalisme, ce qu´il est,
ce qu´il doit étre”, Flammarion, París, 1937).
Siguen empleando el vocabulario revolucionario, su ideología,
su tendencia a improvisar, pero su acción tiene sólo finalidades
inmediatas.
La práctica sindical está tiranteada por tentaciones
contradictorias. En la base los militantes conservan la nostalgia
de las fórmulas del sindicalismo revolucionario al que piden un
rejuvenecimiento de su espíritu. Todos los elementos de
oposición al régimen político o al gobierno en ejercicio adulan
esta tendencia. Pero cuando los dirigentes sindicalistas se sienten
asociados a la responsabilidad del poder en cualquier forma
que sea, se deslizan insensiblemente hacia tendencias análogas
a las del sindicalismo soviético: Esto ha ocurrido en la República
de Weimar, en la Francia liberada de 1945 o en Gran Bretaña
laborista de Attlee y de Bevin. El sindicalismo intenta entonces
disciplinar las reacciones espontáneas de las masas.
El fracaso de la huelga de 1920 llevó a Jouhaux a declarar que
la huelga general no puede ser sino la manifestación decisiva
de un proletariado apto para reconstruir el mundo. Otro de los
dirigentes cegetistas afirma “que carece de todo valor la huelga
general mientras no esté acabada la educación popular”. Como
se ve estas actitudes concuerdan más con el pensamiento
reformista que con el revolucionario primitivo.
La acción directa concebida al principio como una ruptura con
los métodos y con los hombres del parlamentarismo, como la
multiplicación de las huelgas industriales para preparar la huelga
general, ha venido a significar, según Jouhaux, que los obreros
se resuelven a arreglar sus asuntos por sus propias fuerzas,
aunque sea mediante alianzas políticas. Ante esta nueva
concepción de la acción directa cesa toda oposición entre ella
y la acción política. Por el contrario el sindicalismo
revolucionario, ha tratado de tener representación parlamentaria
y sus dirigentes han ocupado puestos de gobierno, aún como
ministros de estado. Para poder influir desde el poder el
sindicalismo revolucionario aspira, no a ser un núcleo de
fervientes, sino a contar con una masa lo más numerosa posible
a fin de tener votos.
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movimientos nacidos dentro de la inspiración católica
elaborarán, por su cuenta y bajo su responsabilidad, los
programas más detallados para realizar las exigencias del Orden
Social Cristiano. La Iglesia no intervendrá en ellos si no es para
recordarles las exigencias del dogma y la moral, para señalarles
una conquista que reclama el bien común, o para coordinar sus
fuerzas en vista de una acción urgente. El programa que
señalamos en el capítulo siguiente es generalmente aceptado
por los movimientos sindicales de inspiración cristiana.
El sindicalismo realista que propiciamos, si bien va mucho más
lejos que el sindicalismo reformista, por cuanto propicia un
nuevo orden, un cambio de estructuras sociales, coincide
plenamente con él, en el criterio de luchar por toda reforma
que mejore la condición del asalariado, que la haga más humana.
Los técnicos tienen una importancia decisiva en el sindicalismo
realista, pues son ellos los llamados a buscar los métodos más
aptos para elevar al proletariado de su posición subordinada.
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Toda actuación sindical ha de buscar la justicia, sea que ésta
favorezca al trabajador, sea que ésta favorezca al patrón. La
justicia no tiene partidos, se inclina ante el derecho sea de quien
sea.
Un orden social justo no puede ser creado cometiendo
injusticias. Fiel a este principio, el sindicato nunca se dejará
llevar por pasiones ciegas. Hay que reaccionar con igual valor
ante la injusticia que oprime y ante la demagogia que destruye.
A veces se requiere una personalidad de temple heroico para
oponerse a resoluciones que son populares pero injustas.
El orden social es un equilibrio interior en que se da a cada cual
lo que corresponde. No es “orden” la mera conservación de lo
que tenemos. Lo que ahora llamamos “orden económico”
implica gravísimo desorden. No es revolucionario el que grita
contra el desorden existente; revolucionario es el que defiende
el desorden, aunque éste dure hace ya muchos años.
La balanza económica durante los últimos siglos ha estado
demasiado inclinada al lado del patrón, por el peso de su poder
financiero. Es preciso devolverle el equilibrio y para ello habrá
que hacer reclamaciones y hacerlas con energía, con tanto más
energía cuanto que los derechos que se reclaman son más
importantes. Ellos se refieren a veces a las condiciones
indispensables para que el hombre pueda vivir como hombre,
pueda organizar una familia según el plan de Dios.
Callar, en estos casos, no es virtud sino cobardía. La resignación
ante el dolor que uno puede y debe remediar es tremenda traición
al plan de Dios, a la dignidad del hombre, a la familia, a la
sociedad, cuando el bien común ha sido conculcado. Sólo
tenemos derecho a resignarnos después que hemos gastado el
último cartucho en defensa de la verdad y de la justicia. Una
vez que hemos agotado nuestras posibilidades es insensato
resolverse estérilmente. Un cristiano une su dolor al dolor
redentor de Cristo porque venga al mundo el reino de la verdad
y de la justicia.
277
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
país pueden irse desvirtuando por medidas legales que las hagan
ineficaces o por una aplicación fraudulenta. Además, existe un
gran sector asalariado que desconoce completamente las
medidas sociales que lo favorecen o que se retrae por timidez
de acudir a los organismos que pueden favorecerlo.
Al sindicato corresponde conocer perfectamente las leyes
sociales y la jurisprudencia que se ha establecido en su
aplicación. Ha de estar vinculado con servicios jurídicos que
puedan acudir en su defensa y en defensa de todos sus sindicatos;
ha de divulgar las leyes sociales para que todos puedan
aprovecharlas, y, finalmente, ha de preparar todas las
indicaciones que sugiera su aplicación para remediar sus defectos
y ampliar sus beneficios.
Los obreros no pueden olvidar que si ellos no urgen la aplicación
y extensión de la legislación social, ésta quedará letra muerta
en lo ya establecido y no dará un paso adelante. Sin el
sindicalismo la legislación social estaría reducida a un minimum.
Por otra parte hay que guardarse de pensar que la legislación
social va a remediar todos los males. Ella constituye apenas un
marco jurídico que puede quedar sin eficacia por múltiples
factores, por ejemplo: por la inflación monetaria: los subsidios
que eran suficientes hace 10 años, son ahora irrisorios y no
satisfacen en ninguna forma las necesidades que pretendieron
cubrir.
Igual cosa se diga de las ventajas obtenidas en un contrato
colectivo o por un fallo arbitral. Al cabo de poco tiempo sus
resultados pueden ser nulos por el aumento del costo de la vida
superior a las alzas obtenidas. Por eso al discutir ventajas
económicas, más que al número de pesos de aumento hay que
mirar al mejoramiento real y no tan sólo aparente que producen.
278
Pío XI entre los males sociales que señala deplora “en primer
lugar la lucha de clases... que inficiona todo lo que contribuye a
la prosperidad pública y privada. Y este mal se hace cada vez
más pernicioso por la codicia de bienes materiales de una parte
y de la otra, por la tenacidad en conservarlos, y en ambas por el
ansia de riquezas y de mando” (Ubi Arcano Dei 7, OSC 5).
El capital lucha por crear “enormes poderes y una prepotencia
económica despótica en manos de muy pocos. Estos potentados
son extraordinariamente poderosos, cuando dueños absolutos
del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase
que distribuyen la sangre de la cual vive toda la economía, y
que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de
la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad...
La libertad infinita de los competidores sólo dejó supervivientes
a los más poderosos, que es a menudo lo mismo que decir a los
que luchan más violentamente, los que menos cuidan de su
conciencia. A su vez esta concentración de riquezas y de fuerzas,
produce tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina
a alcanzar ese potentado económico; luego se inicia una fiera
batalla a fin de obtener el predominio sobre el poder público y
consiguientemente de poder usar de sus fuerzas e influencias
en los conflictos económicos; finalmente se entabla el conflicto
en el campo internacional, en el que luchan los estados
pretendiendo usar de su fuerza y poder político para favorecer
las utilidades económicas de sus súbditos respectivos o por el
contrario, haciendo que las fuerzas o el poder económico sean
los que resuelven las controversias políticas originadas entre las
naciones” (QA 39, OSC 3).
No cabe, pues, dudar que cuando se habla de lucha de clases,
es el capital uno de los que fomentan dicha lucha.
El obrero, por su parte recuerda el hecho “que unos cuantos
hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud
innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de los
esclavos” (RN, 2, OSC 1) y no menos, que en las tierras que
llamamos nuevas (América) el número de los proletarios
necesitados, cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha
crecido inmensamente. Añádase el ejército ingente de
asalariados del campo, reducidos a las más estrechas condiciones
de vida, y desesperanzados de poder jamás obtener participación
alguna en la propiedad de la tierra y por tanto sujetos para
siempre a la condición de proletarios si no se aplican remedios
oportunos y eficaces” (QA 26, OSC 2).
279
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280
“La lucha de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a
poco se transforma en una discusión honesta, fundada en el
amor a la justicia. Ciertamente no es aquella bienaventurada
paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el
principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las
clases” (QA 45, OSC 92).
“Los medios para salvar al mundo actual de la triste ruina en
que el liberalismo amoral lo ha hundido, no consisten en la
lucha de clases y en el terror y mucho menos en el abuso
autocrático del poder estatal, sino en la penetración de la justicia
social y del sentimiento de amor cristiano en el orden económico
y social” (DR 32, OSC 163).
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Los intereses legítimos del pueblo exigen que las organizaciones
conserven siempre la libertad para criticar y exigir un cambio
de conducta en un gobierno que acaso pudiera estar sometido a
la influencia de las potencias económicas. Con toda valentía
deben los dirigentes sindicales vencer la tentación de entregarse
en manos del estado a cambio de su apoyo. “Más que el favor
del Estado es el corazón de la ciudadanía y del pueblo el que ha
de servir de base a la organizaciones sindicales” (Nuñez, o.c.,
p. 67).
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materiales que hagan posible el mantenimiento y realización
de los valores morales y religiosos dignos de la persona humana.
El movimiento sindical tiende a crear un mundo mejor donde el
espíritu viva más holgadamente” (Nuñez, o.c., p. 72).
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286
para evitar la fuerza de los grandes sindicatos profesionales y en
la esperanza de que el contacto personal del patrón con sus
trabajadores atenuara la fuerza gremial.
La mayor parte de los países democráticos han preferido la
fórmula de libertad sindical: Estados Unidos, Canadá, Suiza,
Holanda, Inglaterra, Alemania antes de la guerra, Francia y
Bélgica antes y después de la ocupación alemana.
f) La experiencia de la vida sindical chilena ha demostrado
demasiado claramente que la mayor parte de las energías
de nuestros sindicatos ha sido consumida en luchas de
predominio político, y que en demasiadas ocasiones,
presiones incontroladas de los más audaces, han impuesto
consignas rechazadas en su fuero íntimo por la mayoría de
los trabajadores, incapaces desgraciadamente de defender
sus puntos de vista por falta de la debida preparación, o por
carecer de la experiencia política necesaria que otros poseen
en alto grado. El sindicato único está siempre expuesto a
permanentes manejos e intervenciones de la derecha, de la
izquierda o del gobierno con desmedro de los intereses
gremiales, de la dignidad del trabajador o de su libertad de
conciencia. Una legislación que reconozca la pluralidad
sindical, aún en el caso de no formarse múltiples sindicatos
deja siempre una puerta abierta a una mayor comprensión
ante el temor de un cisma que pueda dividir las fuerzas.
g) La necesidad de multiplicar las posibilidades de formación
de auténticos jefes gremiales se obtiene mejor en el
sindicalismo múltiple que ofrece oportunidades a un número
mayor de trabajadores de tener contacto más directo con
los problemas de la industria y les permite adquirir
experiencia directiva. Las verdaderas reformas de la empresa
que desproletarizarán al obrero no serán posibles sino
cuando se cuente con un numeroso grupo de trabajadores
capaces por su preparación de participar en la gestión de la
empresa.
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288
nacionales, afiliarse a organizaciones internacionales, sin
tener que sufrir o tener la intervención de los poderes
públicos?
7.- ¿Hasta qué punto pueden las organizaciones profesionales
o sindicales discutir en plena libertad con los empleadores
de los obreros que ellas representan, concertar convenios
colectivos y tomar parte en su preparación?
8.- ¿Hasta qué punto se reconoce y se protege el derecho de
huelga de los trabajadores y de sus organizaciones?
9.- ¿Hasta qué punto los asalariados y sus sindicatos son libres
de recurrir al arbitraje voluntario para resolver un conflicto
del trabajo, sin temor que los poderes públicos influencien
o dicten la solución?
10.- ¿Hasta qué punto tienen derecho los trabajadores y sus
organizaciones a pedir al Gobierno que tome medidas
legislativas o administrativas en su interés?
La Oficina Internacional del Trabajo, por mandato del Consejo
Económico Social de las Naciones Unidas planteó en la
Conferencia de Ginebra de 1947 el problema de la libertad
sindical, llegando a acuerdos que fueron resumidos en el
siguiente voto aprobado por la Asamblea General de las
Naciones Unidas reunida en Nueva York en Noviembre de 1947,
por 45 votos contra 6 y 2 abstenciones:
“La Asamblea General considera que la libertad sindical es
derecho inalienable así como otras garantías sociales y esenciales
para la mejora de la vida de los trabajadores y para el bienestar
económico”.
En la Conferencia Internacional del Trabajo reunida en San
Francisco el año 1948 completó esta declaración con los
siguientes acuerdos:
Art. 2 del Convenio sobre Libertad sindical.
“Los trabajadores y los empleadores sin ninguna distinción y sin
autorización previa, tienen el derecho a constituir organizaciones
de su elección, así como el de afiliarse a estas organizaciones
con la sola condición de conformarse al estatuto de las mismas”.
Alcance del convenio: 1º los Estados que lo ratifiquen deben
abstenerse de discutir este derecho de los trabajadores, sea
directa o indirectamente; 2º no puede hacerse ninguna
discriminación en materia sindical; 3º autoriza para constituir y
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La Oficina Internacional del Trabajo está encargada de velar
porque estos acuerdos sean ratificados por medio de una ley
por todos los Estados asociados.
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292
aniquilar el derecho natural y si prohibiera a los ciudadanos
hacer entre sí estas asociaciones se contradiría a sí propia porque
lo mismo ella que las sociedades privadas nacen de este único
principio, a saber: que los hombres son por naturaleza sociables”.
Pío XI en Quadragesimo Anno [OSC 227] al hablar de las
corporaciones reitera una vez más derecho de formar sindicatos
libres: “Ahora bien, como los habitantes de un municipio suelen
formar asociaciones con fines muy diversos, en las cuales es
completamente libre inscribirse, así también los que ejercitan
la misma profesión formarán unos con otros sociedades
igualmente libres para alcanzar fines que en alguna manera están
unidos con el ejercicio de la misma profesión... El hombre tiene
facultad libre no sólo para formar asociaciones de orden y de
derecho privado, sino también para escoger libremente el estatuto
y las leyes que mejor conduzcan al fin que se proponen. Debe
proclamarse la misma libertad para fundar asociaciones que
excedan los límites de cada profesión” [QA 36, OSC 265]. Al
criticar Pío XI el corporativismo italiano señala el peligro de
que “en esa organización el Estado se sustituya a la libre actividad
en lugar de limitarse a la necesaria y suficiente asistencia y ayuda”
[QA 37, OSC 267].
Finalmente el Episcopado Chileno, en carta colectiva del 12 de
Enero de 1947 sostiene que “el sindicato debe ser un organismo
de defensa de legítimos derechos de perfeccionamiento integral
y de armonía social, con el carácter de libre dentro de la profesión
organizada”.
293
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294
organizaciones que no son de su agrado, ni imponiéndoles a
veces por fuerza y con actos de matonaje determinadas
consignas: esa unión es una tiranía tan grave y a veces peor que
la que pretenden sacudir y lastima penosamente la dignidad del
trabajador.
Para asegurar las conquistas de la clase trabajadora, hay que
obtener su unidad de acción mientras la pluralidad de
organización asegura la libertad del individuo. Que la clase
trabajadora luche unida, pero que los trabajadores queden en
libertad para escoger la forma de organización que sea más de
su agrado.
La C. G. T. francesa que ha marchado muy unida en campañas
nacionales con la C. F. T. C. (Confederación Francesa de
Trabajadores Cristianos) considerando la gran semejanza de sus
programas de acción inmediata, ha propuesto varias veces a los
sindicatos católicos la fusión. Ellos han respondido siempre:
unidad sí, uniformidad no. Para conseguir esa unidad han
organizado comités de enlace. Puede también pensarse en formar
confederaciones que respeten la independencia interna de las
asociaciones.
295
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296
colectivas, pues, en épocas de depresión económica o de fuerte
concurrencia no dejan al patrón el fácil expediente de reducir
el precio de venta de sus artículos bajando los salarios. Como
éstos están fijos de antemano, tendrá el capitalista que buscar
otros medios de reducir el costo sin tocar los salarios, lo que es
una gran ventaja social.
Los patrones de mentalidad liberal ven con muy malos ojos las
convenciones colectivas porque disminuyen su dominio absoluto
en la empresa. Echan de menos los antiguos tiempos en que
podían disponer a su antojo de lo que era “exclusivamente suyo”.
Los obreros revolucionarios ven igualmente con malos ojos estas
convenciones que debilitan el espíritu de lucha total contra el
régimen capitalista y llega a hacerlo aparecer aceptable a los
obreros.
Es un hecho que los violentos conflictos en épocas normales
disminuyen fuertemente mediante las convenciones colectivas.
En épocas anormales, como durante la gran depresión
económica que siguió a la guerra de 1914, casi no pudo hablarse
de convenciones colectivas durables, porque la brusca variación
de condiciones hacía que cada día surgieran luchas y críticas
respecto a lo pactado. Pero en general significan un paso hacia
la armonía social; y si contienen cláusulas que vayan preparando
una renovación de las estructuras sociales, significan un arma
de progreso bien efectiva.
Otro medio pacífico que debe ensayar el sindicalismo para
realizar la redención proletaria es su intervención, consultiva al
menos, en los organismos oficiales del trabajo y económicos.
El sindicalismo revolucionario puro rechazaba tal intervención
y quería mantenerse lejos no sólo de toda política sino de todo
acercamiento al gobierno para no debilitar el ardor
revolucionario, y para impedir la absorción del sindicalismo en
los cuadros y fórmulas establecidas. Los revolucionarios no
querían acomodarse a las fórmulas existentes sino romperlas.
Sin embargo, después, a pesar de las declaraciones, han aceptado
los puestos que se les han ofrecido en la política y en el gobierno;
más aún, los han buscado y se han aferrado a las posiciones
conquistadas.
En todo organismo en que se discute la suerte de los trabajadores,
en que se estudian planes legislativos que les conciernen o se
analizan problemas económicos de alcance nacional, el trabajo
organizado debe hacer oír su voz por delegados elegidos por
los propios obreros, en forma que representen las fuerzas vivas
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298
capitalista mismo. Esto hace que los actos de violencia
disminuyan, pero en cambio contribuye a que las huelgas
fácilmente degeneren en políticas.
Las modernas huelgas son complejas. Frente a la organización
obrera se ha formado una fuerte organización patronal. En el
siglo pasado no era raro que un industrial se alegrara de una
huelga que hacía difícil la situación de su competidor; hoy día
la clase patronal se da cuenta de que en una huelga está toda
ella en juego y por eso los patrones tienden a unirse en fuertes
asociaciones: de agricultores, de industriales, de mineros, que
disponen en caso de huelgas de reservas económicas y en caso
extremo llegan al lock-out. Este procedimiento consiste en
responder a la huelga escalonada que toma secciones de una o
algunas industrias, por el cierre total que deja automáticamente
sin trabajo a todos los obreros de esa u otras industrias. Los
obreros esperaban ganar una batalla en una sección, para iniciar
la pelea en otra. El patrón se defiende cortando la posibilidad
de esa guerra por el cierre total.
De las diferentes formas que toman las huelgas, la más simple
es la de una industria aislada que paraliza sus trabajos. Las
huelgas de solidaridad, tienen como motivo no el reclamo de
mejoras, sino el apoyo a los compañeros en huelga. La huelga
escalonada se caracteriza por la presentación sucesiva de sus
peticiones primero en una sección o en una industria, para que
los huelguistas puedan ser sostenidos económicamente por los
compañeros que trabajan: una vez obtenida una victoria,
prosigue la lucha en otra sección, sin que falten los recursos. La
huelga del trabajo lento, consiste como su nombre lo indica, no
en la cesación del trabajo sino en la reducción de su ritmo para
obligar al patrón a aceptar sus condiciones. Finalmente la forma
más intensa de huelga es la que va acompañada de ocupación
de la fábrica. Se declara cuando los obreros han acudido al
trabajo. Se paraliza éste; nadie abandona su puesto; se impide
la entrada de operarios no sindicados que recomiencen el
trabajo. En Italia, antes del régimen fascista, en Francia en 1936
y aún recientemente se han declarado varias huelgas de este
tipo. Ordinariamente los patrones recurren al gobierno pidiendo
la ayuda de la fuerza para romper la huelga.
Los daños de una huelga son grandes, grandes en salarios
perdidos, en menor producción para el país, en miseria y a veces
hambre para tantos hogares, pero sobre todo en el clima de
amarguras y rencores que fácilmente dejan tras de sí. La
confianza entre patrones y obreros disminuye; la disciplina del
trabajo se relaja; si la huelga se pierde la ascensión de la clase
299
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300
Lo que se ha dicho de la huelga vale también para el lock-out.
Que los patrones mediten estos principios antes de declarar tan
grave mal como es el cierre de la industria.
De real interés son las declaraciones del Episcopado francés
con motivo de las grandes huelgas de 1947 y las particulares
del Cardenal Suhard sobre la misma materia. Son la mejor
ilustración acerca del derecho de huelga. Cuando el país estaba
en extrema agitación fueron leídas en el parlamento de Francia
y escuchadas con el mayor respeto por todos los parlamentarios
(París, 24 de Noviembre de 1947).
“En presencia de los acontecimientos graves y amenazadores
para la vida de la Nación, que se desarrollan en la hora actual,
el Arzobispo de París estima un deber suyo hacer oír su voz.
Desde hace algunos días, las huelgas siguen multiplicándose,
especialmente en la región parisiense. Su amplitud pone en juego
la vida misma de la Nación: para cada hogar la existencia llega
a ser aún más difícil y la masa obrera se pregunta cómo va a
comer el día de mañana.
La huelga es un derecho real reconocido por nuestra
Constitución. Cien años de historia nos han enseñado que ella
ha sido la única arma eficaz de los trabajadores para hacer
triunfar sus justas reivindicaciones. En una hora en que tantos
salarios son claramente insuficientes para hacer vivir una familia,
no hay por qué extrañarse de que las categorías más diversas
del mundo del trabajo recurren a la huelga. En particular, el
Arzobispado de París quiere y debe decir abiertamente que
estima legítimas las reivindicaciones de los que reclaman el
salario mínimo vital, debajo del cual no es posible a un hombre
alimentar a su mujer y a sus hijos. Sin embargo, no es permitido,
debemos recordarlo, utilizar el derecho de huelga con injusticia
o inconsideración, porque la huelga es un arma peligrosa. Por
eso no debe emplearse más que en última instancia, y es
conveniente dejar a los trabajadores mismos el cuidado de
apreciar su necesidad con plena libertad.
Nos preguntamos con inquietud si en los presentes conflictos
siempre se verifica esto.
De todo corazón deseamos que cesen rápidamente estas huelgas
que constituyen nuevos impactos contra nuestra economía
nacional y terribles obstáculos al camino del restablecimiento.
Pero deseamos con la misma fuerza, que sean oídas las justas
reivindicaciones de los trabajadores, y pedimos ardientemente,
301
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
302
Hoy día basta mirar el campo profesional para darse cuenta que
está totalmente desorganizado, carece de una autoridad
competente, de un marco legislativo para orientar las actividades
al bien común. Pío XI en Quadragesimo Anno hizo de la
corporación uno de los pilares fundamentales del nuevo orden
social.
Los sindicatos podrían ser los primeros elementos de que pudiera
echarse mano para la organización corporativa. En efecto son
organizaciones de intereses comunes, aunque parciales y ofrecen
la ventaja de encuadrar los diferentes elementos que formarían
parte de la corporación. En ella los sindicatos paralelos podrían
coordinarse bajo una autoridad superior para procurar el bien
común de la profesión.
44
El párrafo siguiente, en el orden del archivo, aparece colocado
inmediatamente después del título “Misión del Sindicato”, lugar al cual
evidentemente no corresponde. Al revisar el capítulo dedicado a las
corporaciones, es posible observar no sólo la concordancia temática sino
también la concordancia tipográfica.
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En Italia la corporación no era una entidad autónoma sino
directamente sometida al Estado, como también el sindicato que
le servía de fundamento. Refiriéndose a la Corporación Italiana
dijo Pío XI que, “vemos que hay quien teme que el Estado se
sustituye a la libre actividad, en lugar de limitarse a la necesaria
y suficiente asistencia y ayuda, que la nueva organización
sindical y corporativa tenga carácter excesivamente burocrático
y político y que, no obstante las ventajas generales señaladas,
pueda servir a intentos políticos particulares, más bien que a la
facilitación y comienzo de un estado social mejor” (QA 37, OSC
267).
El Corporativismo Portugués se basa en las asociaciones
sindicales patronales y obreras y tiene mayor libertad que el
régimen italiano fenecido.
En algunos otros países hay ensayos corporativos en elaboración
y algunos desaparecidos, como los inventados en Austria y
Polonia.
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306
del bien común.
Las combinaciones de estos diferentes tipos de propiedad dan a
cada régimen su carácter original, según sean las modalidades
que predominen. Estas están en estrecha relación con la
evolución de las técnicas de producción y de circulación, con
los regímenes del trabajo y con el concepto de la vida que
prevalece en un grupo en un momento dado.
“De lo expuesto se desprende el carácter relativo y analógico
del concepto de propiedad según las circunstancias históricas y
geográficas. Este concepto no es unívoco, ni equívoco, sino
análogo. Contiene elementos permanentes y esenciales,
principalmente el poder de gestión y de disposición, pero reviste
matices diferentes según el contexto social en que se encuentra.
El concepto abstracto y general de propiedad es aplicado a
realidades tan diferentes que puede provocar malentendidos,
que no han faltado. Hay que considerar, pues, este concepto
como un instrumento necesario, pero cuyo uso para no ser
peligroso requiere precauciones y, sobre todo precisiones” (Notes
doctrinales à l’usage des prêtes du Ministère, redactadas por el
Comité Sacerdotal del Arzobispado de Lyon, 1951 N 23, p.190).
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308
confiado la tierra no a tal o cual persona, sino a los hombres
todos. En esta perspectiva el propietario no aparece como un
amo absoluto que puede realizar su capricho en sus bienes,
sino como un intendente, un ecónomo de Dios, encargado de
administrar para bien de todos lo que Dios le ha confiado. Por
esto los Padres de la Iglesia han insistido con vehemencia en los
deberes de la propiedad privada y han denunciado con fuerza
el empleo egoísta de los bienes de la tierra. Pío XI hace suya
esta doctrina cuando dice: “Los ricos no deben poner su felicidad
en los bienes de la tierra, ni enderezar sus mejores esfuerzos a
conseguirlos, sino que considerándose sólo como
administradores que saben que tienen que dar cuenta al supremo
Dueño, se sirvan de ellos como de preciosos medios que Dios
les otorga para hacer el bien” (DR 44).
Los escolásticos que han comentado el pensamiento de los Padres
y lo han integrado en sus síntesis filosóficas se dividen en dos
tendencias. Para la escuela franciscana, la propiedad deriva del
pecado original: una vez herida la naturaleza humana de dureza
y egoísmo ha sido necesario admitir el derecho de propiedad
para obtener una buena administración de los bienes, pero esto
ha ocurrido “propter duritiam cordis”, por el endurecimiento
del corazón humano. La doctrina de Santo Tomás es más social
y más humanista. Se funda en la distinción entre la
administración de los bienes y su uso: administración privada,
uso común ( S. Th. II-II, q. 66)42 .
“La administración privada de los bienes es la mejor condición
del bien común, porque la coincidencia entre el derecho, el
deber y el interés, asegura una buena administración de las
riquezas, y, al estabilizar la sociedad, asegura también la paz
social. El uso de la riqueza restablece la necesaria comunidad
al hacer que de nuevo entren los bienes en el circuito universal
por los cambios comerciales, por la liberalidad, virtud de gran
señor, y por la limosna. La limosna es una obligación de caridad:
es un deber imperioso de todo propietario volcar sus riquezas
en el seno de los pobres una vez que se encuentran satisfechas
sus necesidades legítimas tanto las vitales, como las que le
corresponden en la determinada situación en que se encuentra:
necessarium vitae, et necesarium personae.
Para los que siguen a Santo Tomás la propiedad se vincula no al
derecho natural propiamente dicho, sino al ius gentium, derecho
natural derivado, esto es a los grandes principios del derecho
natural completados, precisados y aplicados por el
razonamiento, por la experiencia social y por el derecho positivo.
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que la tal finca no es más que aquel salario bajo otra forma;
y, por lo tanto, la finca, que el obrero así compró, debe ser
tan suya propia como lo era el salario, que, con su trabajo,
ganó. Ahora bien; en esto precisamente consiste, como
fácilmente se deja entender, el dominio de los bienes muebles
e inmuebles.
Luego, al empeñarse los socialistas en que los bienes de los
particulares pasen a la comunidad, empeoran la condición
de los obreros, porque, quitándoles la libertad de disponer
libremente de su salario, les quitan hasta la esperanza de
poder aumentar sus bienes propios, y sacar de ellos otras
utilidades.
Pero, y esto es aún más grave; el remedio que proponen,
pugna abiertamente con la justicia; porque poseer algo propio
y con exclusión de los demás, es un derecho que dio la
naturaleza a todo hombre. Y a la verdad, aún en esto hay
grandísima diferencia entre el hombre y los demás animales.
Porque éstos no son dueños de sus actos, sino que se
gobiernan por un doble instinto natural que mantienen en
ellos despierta la facultad de obrar, y a su tiempo, les
desenvuelve las fuerzas y determina cada uno de sus
movimientos. Muéveles uno de estos instintos a defender su
vida, y el otro, a conservar su especie. Y, entre ambas cosas,
fácilmente las alcanzan con sólo usar de lo que tienen
presente; ni pueden, en manera alguna, mirar más adelante,
porque los mueve sólo el sentido y las cosas singulares que
con los sentidos perciben. Pero muy distinta es la naturaleza
del hombre. Existe en él toda entera y perfecta, la naturaleza
animal, y por eso, no menos que a los otros animales, se ha
concedido al hombre, por razón de ésta su naturaleza animal,
la facultad de gozar del bien que hay en las cosas corpóreas.
Pero esta naturaleza animal, aunque sea en el hombre
perfecta, dista tanto de ser ella sola toda la naturaleza
humana, que es muy inferior a ésta y destinada a sujetarse a
ella y obedecerla. Lo que en nosotros domina y sobresale, lo
que nos diferencia específicamente de las bestias, es el
entendimiento o la razón. Y por esto, por ser el hombre el
solo animal dotado de razón, hay que concederles,
necesariamente, la facultad no sólo de usar las cosas como
los demás animales, sino también de poseerlas con el derecho
estable y perpetuo, tanto aquellas que con el uso se
consumen, como las que no.
311
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312
Dedúcese de aquí también que la propiedad privada es
claramente conforme a la naturaleza. Porque las cosas que
para conservar la vida, y más aún, las que para perfeccionarla
son necesarias, prodúcelas la tierra, es verdad, con grande
abundancia, más sin el cultivo y cuidado de los hombres no
las podría producir.
Ahora bien: cuando en preparar estos bienes naturales gasta
el hombre la industria de su inteligencia y las fuerzas de su
cuerpo, por el mismo hecho se aplica a sí aquella parte de la
naturaleza material que cultivó, y en la que dejó impresa
una como huella o figura de su propia persona; de modo
que no puede menos de ser conforme a la razón, que aquella
parte la posea el hombre como suya, y a nadie, en manera
ninguna, le sea lícito violar su derecho.
Tan clara es la fuerza de estos argumentos, que causa
admiración ver que algunos que piensan de otro modo,
resucitando envejecidas opiniones, las cuales conceden, es
verdad, al hombre, aún como particular, el uso de la tierra y
de los frutos varios que ella, con el cultivo, produce; pero,
abiertamente le niegan el derecho de poseer como señor y
dueño el solar sobre el que levantó un edificio, o la hacienda
que cultivó. Y no ven que, al negar este derecho al hombre,
le quitan cosas adquiridas con su trabajo. Pues, un campo,
cuando lo cultiva la mano y lo trabaja la industria del hombre,
cambia muchísimo de condición; hácese de silvestre,
fructuoso y de estéril, feraz. Y estas mejoras de tal modo se
adhieren y confunden con el terreno, que muchas de ellas
son de él inseparables.
Ahora bien: que venga alguien a apoderarse y disfrutar del
pedazo de tierra en que depositó otro su propio sudor, ¿lo
permitirá la justicia? Como los efectos siguen la causa de
que son efectos, así el fruto del trabajo es justo que pertenezca
a los que trabajaron.
Con razón, pues, la totalidad del género humano, haciendo
poco caso de las opiniones discordes de unos pocos, y
estudiando diligentemente la naturaleza, halla el fundamento
de la división de bienes y de la propiedad privada en la misma
ley natural; tanto que, como muy conformes y convenientes
a la paz y tranquilidad de la vida, las ha consagrado con el
uso de todos los siglos. Este derecho, de que hablamos, lo
confirman, y hasta con la fuerza lo defienden las leyes civiles,
que, cuando son justas, derivan su eficacia de la misma ley
natural.
313
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
314
deberes de aquella son anteriores y más inmediatamente
naturales que los de ésta.
Y si los ciudadanos, si las familias al formar parte de una
comunidad y sociedad humana hallasen, en vez de auxilio,
estorbo, y en vez de defensa, disminución de su derecho,
sería más bien de aborrecer que de desear la sociedad civil.
Querer, pues, que se entrometa el poder civil hasta lo íntimo
del hogar, es un grande y pernicioso error. Cierto que si alguna
familia se hallase en extrema necesidad, y no pudiera valerse
ni salir por sí de ella en manera alguna, justo sería que la
autoridad pública remediase esta necesidad extrema, por ser
cada una de las familias, una parte de la sociedad.
Y del mismo modo, si dentro del hogar doméstico surgiere
una perturbación grave de los derechos mutuos, interpóngase
la autoridad pública para dar a cada uno lo suyo; pues, no es
esto usurpar los derechos de los ciudadanos, sino protegerlos
y asegurarlos con una justa y debida tutela. Pero es menester
que aquí se detengan los que tienen el cargo de la cosa
pública; pasar estos límites no lo permite la naturaleza.
Porque es tal la patria potestad, que no puede ser ni extinguida
ni absorbida por el Estado, puesto que su principio es igual e
idéntico al de la vida misma de los hombres. Los hijos son
algo del padre y como una amplificación de la persona del
padre; y si queremos hablar con propiedad, no por sí mismos,
sino por la comunidad doméstica, en que fueron
engendrados, entran a formar parte de la sociedad civil. Y
por esta misma razón, porque los hijos son naturalmente algo
del padre, antes de que lleguen a tener uso de su libre albedrío,
están sujetos al cuidado de sus padres. Cuando pues, los
socialistas, descuidada la providencia de los padres,
introducen en su lugar la del Estado, obran contra la justicia
natural, y disuelven la trabazón del hogar doméstico.
Y fuera de esta injusticia, véase demasiado claro cuál sería
en todas las clases el trastorno y perturbación, a que se
seguiría una dura y odiosa esclavitud de los ciudadanos.
Abriríase la puerta a mutuos odios, murmuraciones y
discordias; quitado al ingenio y diligencia de cada uno, todo
estímulo, secaríanse necesariamente, las fuentes mismas de
la riqueza, y esa igualdad que en su pensamiento se forjan,
no sería, en hecho de verdad, otra cosa que un estado tan
triste como innoble de todos los hombres sin distinción
alguna. De todo lo cual, se ve que aquel dictamen de los
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
316
la sociedad humana, obligadas a participar en un conflicto
cada vez más difícil, y sin esperanza de éxito.
Al defender, por tanto, el principio de la propiedad privada,
la Iglesia persigue un elevado propósito ético-social. No
piensa defender absoluta y simplemente el estado actual de
cosas como si viera en él la expresión de la voluntad de
Dios, ni tampoco defender como cuestión de principios al
rico y al plutócrata contra el pobre y el indigente. ¡Muy lejos
de ello!
La Iglesia defensora del oprimido
“Desde el mismo comienzo de ella, ha sido defensora del
oprimido contra la tiranía del poderoso, y siempre ha apoyado
todas las justas reclamaciones de todas las clases trabajadoras
contra cualquier injusticia.
Pero la Iglesia aspira más bien a lograr que la institución de
la propiedad privada sea como debe ser, conforme a los
designios de la sabiduría de Dios y a las disposiciones de la
naturaleza: un elemento de orden social -una presuposición
necesaria a la iniciativa humana-, un incentivo para trabajar
en bien de la finalidad de la vida, aquí y después, y por lo
tanto, de la Libertad y de la Dignidad del hombre, creado a
semejanza de Dios, quien, desde un comienzo le concedió
para su beneficio el dominio sobre las cosas materiales.
Quitadle al trabajador la esperanza de adquirir algo como
propiedad privada, y ¿qué otro incentivo natural podéis
ofrecerle para hacerle trabajar, para que ahorre, para que
viva con sobriedad, cuando no pocos hombres y pueblos
han perdido hoy todo, y no les queda sino su capacidad de
trabajar?
¿O quizás los hombres desean perpetrar esas condiciones
económicas de tiempo de guerra, en virtud de las cuales en
algunos países la autoridad pública fiscaliza todos los medios
de producción y provee de todo y para todos, pero con látigo
de severa disciplina? ¿O quizá quieran inclinarse ante la
dictadura de un grupo político, que -como la clase
gobernante- dispone de los medios de producción y, al mismo
tiempo, del pan de cada día, y, en consecuencia, de la
voluntad de trabajo de los individuos?
La política social y económica del futuro -el poder fiscalizador
del Estado- de organizaciones locales, de instituciones
profesionales, no puede lograr su finalidad en forma
permanente, que es la genuina productividad de la vida social
317
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
318
La propiedad privada está pues fundada en el Derecho Natural
en el sentido arriba indicado; es socialmente útil; está reconocida
por la ley divina. He aquí porque la moral social católica la
defiende con ahínco.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
Este uso común de los bienes consiste en poner los bienes propios
a disposición de los que carecen de ellos para que puedan
satisfacer sus necesidades. El uso común afecta a los bienes
superfluos. Llamamos bienes necesarios los indispensables para
mantener la vida física y moral del propietario y su familia dentro
de un nivel de vida conforme a su situación social: estos bienes
puede usarlos el propietario en forma exclusiva para sí y los
suyos, salvo el caso de extrema necesidad de un particular o de
la sociedad. Llamamos bienes superfluos, los restantes una vez
satisfechas las necesidades vitales y convenientes del propietario
y sus familiares: estos bienes pertenecen al propietario, no por
derecho natural, porque no le son indispensables, sino por
conveniencia social. Su dueño debe conducirse como simple
administrador de estos bienes para servicio de sus hermanos.
Estas ideas las encontramos desarrolladas ampliamente por León
XIII, Pío XI y Pío XII en varios documentos entre los cuales
señalamos: [Quadragosino Anno 15-17 y Rerum Novarum 18 y
19] (OSC 195, 196, 190).
320
para subsistir o poder educar sus hijos cuando ellos quieren y
pueden trabajar. En una sociedad bien construida la limosna
sólo se concibe como algo totalmente extraordinario para seres
en desgracia por sus deficiencias físicas o morales. Estos siempre
existirán, y aunque el estado llegara a tomar sobre sí todos los
males sociales -lo que parece bien improbable- todavía quedaría
la posibilidad de la limosna, del afecto respetuoso, del consuelo
dado al triste, del aliento al cansado de la vida. La limosna oficial,
en la práctica al menos, es más humillante por la falta de tacto
y discernimiento con que suele ser hecha. Siempre debe ser
completada con lo que no puede imponerse por ley: por un
verdadero amor.
La limosna en la moral cristiana es obligatoria para todo el que
tiene bienes superfluos. La delimitación entre los bienes
superfluos y necesarios no es fácil, pero debe hacerse con
honradez cristiana. El Papa Inocencio XI condenó esta
proposición: “Apenas hallarás en los seglares, aun en los reyes,
cosa superfluas a su estado. Y así apenas hay quien está obligado
a la limosna por el solo título de lo superfluo al estado” (Azpiazu,
p. 145). En el mundo de hoy basta abrir los ojos para ver la
inmensa cantidad de bienes puramente superfluos que coexisten
con una inmensa miseria.
En circunstancias extraordinarias de miseria la obligación de la
limosna puede llegar a comprender los bienes necesarios al
decoro y mantenimiento del rico, pero en las circunstancias
ordinarias los moralistas obligan a dar de los bienes, no
simplemente, si no relativamente superfluos. A cuánto se extienda
esta obligación discuten largamente los moralistas: el P.
Vermeersh establece una escala en que considera las sumas
ascendentes del superávit de la renta y las cargas familiares,
poniendo una tasa que llega al 40% en los que no tienen tales
cargas y a porcentajes mucho menores para los que tienen varios
hijos. El P. Azpiazu estima como límite mínimo de obligatoriedad
en las actuales circunstancias un 10% de las rentas libres tomadas
con alguna amplitud, y este porcentaje ha de subir progresiva o
progresionalmente conforme suban las cantidades de renta libre
y conforme aumenten las necesidades de las gentes (Azpiazu,
p. 148).
Ojalá que los cristianos no se preguntaran a cuánto están
obligados en materia de limosna, sino que se planteara el
problema de hasta dónde podrán llegar sin detrimento de sus
otras obligaciones. La limosna, fruto del amor, lleva a la donación
321
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
322
deba contribuir cada cual, y es lo que de hecho se hace en los
impuestos, especialmente en los progresivos (Cfr. [QA 18], OSC
197).
“La perfección cristiana44 pide que quien da la limosna, vaya
más allá de la obligación y llegue lo más lejos posible, siempre
que no viole otras obligaciones. Por eso, no ya por deber, sino
por una aspiración sincera a la perfección da todo lo superfluo
y con santa ingeniosidad restringe sus gastos personales
necesarios para poder dar más. Esta es la tradición cristiana que
remonta al Antiguo Testamento, como se ve por ejemplo en el
consejo de Tobías a su hijo: ‘Da limosna de tus bienes...; si tienes
mucho reparte con abundancia; si tienes poco, da de lo poco,
pero con agrado y voluntad... Así atesoras un porvenir para el
día de tu necesidad’ [To 4, 7-9]. Este es el ejemplo que nos dejó
Cristo que no tenía donde reclinar su cabeza, es el ejemplo de
los santos que han tenido la sublime ambición de dar y han
pensado que es cierto el pensamiento del Maestro, que dijo:
Más feliz es el que da que el que recibe [Hch 20, 35].
323
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
324
no se puede exigir por vía jurídica. Así que sin razón afirman
algunos que el dominio y su uso honesto tienen unos mismos
límites; pero aún está más lejos de la verdad, al decir que por el
abuso y por el simple no uso de las cosas, perece o se pierde el
derecho de propiedad” (QA 17, OSC 195).
El Estado tiene varios medios para inducir al propietario a hacer
uso correcto de sus bienes, sin llegar a la supresión del derecho,
por ejemplo los impuestos. Sólo en caso de exigirlo con evidencia
el interés público tiene el derecho de expropiar las propiedades
de quien no usa o abusa de sus bienes, previo pago de justa
indemnización.
43
Esta frase en el original no queda claro si va antes o después de la cita del
Código Social de Malinas. Puesta al principio, el texto gana en coherencia.
325
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
326
educación para los niños de la clase trabajadora, que estén
dotados especialmente de inteligencia y de buena voluntad;
que cultivará el cuidado y la práctica de una espíritu social en
la vecindad inmediata de cada uno, extendido al distrito, a la
provincia, al pueblo y a la nación; espíritu que, atenuando las
asperezas que originan los privilegios y los intereses de las
clases, libre a los trabajadores, ante la tranquila experiencia
de una solidaridad genuinamente humana y fraternalmente
cristiana, del sentido de aislamiento” (OSC 207).
3º) para procurar aquellas condiciones materiales en que la vida
individual de los ciudadanos logre su completo desarrollo:
“La economía nacional, como resultado del trabajo de los
hombres que juntos trabajan en la comunidad del Estado,
no tiene más fin que asegurar sin interrupción aquellas
condiciones materiales en que la vida individual de los
ciudadanos logra su completo desarrollo. Donde esto se
garantiza en forma permanente el pueblo es, en sentido
verdadero, económicamente rico, porque el bienestar
general, y consiguientemente el derecho personal de todos
al uso de los bienes de este mundo, se realiza así conforme
al propósito querido por el Creador” ([Pío XII, Junio de 1941],
OSC 210).
4º) para expropiar cuando la utilidad pública lo reclame los
bienes particulares, mediante pago de indemnización.
5º) para nacionalizar algunas empresas de utilidad pública.
“103. Se entiende por nacionalización la atribución de una
empresa a la colectividad nacional representada por el poder
político. Puede limitarse a la apropiación, o extenderse a la
gestión y a los provechos. En principio, no puede ser
condenada en nombre de la moral cristiana.
104. Si se trata de empresas ya explotadas por particulares,
la expropiación se halla subordinada a una justa y previa
indemnización.
105. La nacionalización, tomada en el sentido más extenso,
y aplicada a la totalidad o a la mayoría de las empresas,
conduce, por la fuerza de las cosas, al colectivismo,
condenado por las Encíclicas Rerum Novarum y
Quadragesimo Anno.
106. La nacionalización, aun limitada a sólo la apropiación
o la gestión, conduce fácilmente al mismo resultado cuando
recibe una aplicación generalizada.
327
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
328
102. Es de desear que desgrave lo más posible, y hasta que
exima de derechos fiscales, las sucesiones en línea directa.
Es de d esear, además, que sea reconocido al jefe de la familia
un derecho de testar suficiente para asegurar la transmisión
íntegra de las pequeñas explotaciones en la familia” (CSM
101-102).
7º) para determinar la capacidad máxima de posesión agrícola.
Hay que notar que la excesiva parcelación, lejos de aumentar la
producción la disminuye. Hay límites máximos, como también
límites mínimos de la propiedad. La pequeña propiedad requiere
además una organización cooperativa que venga en su subsidio
(Cfr. CSM 98).
Los Papas lucharon valientemente en sus propios estados por
acabar con el abuso de latifundios incultos. Clemente IV, en el
siglo XIII autorizó a todo extraño para cultivar hasta la tercera
parte del dominio inculto. Sixto IV decretó46 :
8º) Además de estas atribuciones precisas corresponde al Estado
el control de las actividades económicas y públicas y que reclame
el bien común, como ser la fijación legal de precios de algunas
mercaderías, sobre todo cuando hay especial peligro de
especulación, pero siempre tendiendo a reducir a un mínimo
estas intervenciones para no quitar al comercio su carácter
privado.
Estas y otras formas de intervención…47
La misión del Estado es fomentar la evolución progresiva.
“No es por la revolución sino por la evolución y la concordia,
que se obtienen la salvación y la justicia. La violencia no ha
servido nunca sino para destruir, jamás para construir; no
calma, sino que exalta las pasiones; no reconcilia entre sí a
los grupos adversarios, sino que acumula odio y destrucción.
La violencia lleva a los hombres y a los partidos de afrontar
la difícil tarea de reconstruir lentamente, después de
tristísimas experiencias, sobre las ruinas de la discordia.
Solamente por medio de una evolución progresiva y prudente,
con todo valor y de acuerdo con la naturaleza, iluminada y
guiada por las leyes cristianas y de equidad, puede lograrse el
cumplimiento de los deseos y de las necesidades de los obreros.
No destruirlos, sino consolidarlos.
329
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
330
los pequeños, en todas las clases del pueblo” ([Pío XII, Junio
de 1943], OSC 211).
3.2.7.2 El trabajo.
Unido a la ocupación el trabajo o especificación funda un
derecho sobre los bienes que por labor propia han sido
transformados: un tronco convertido en estatua, piedras
transformadas en edificios, campo eriazo que ha sido
transformado en agrícola. En el caso del trabajo se realiza en
cierto sentido la incorporación del bien trabajado al propio ser
del trabajador.
“Ahora bien: cuando en preparar estos bienes naturales gasta
el hombre la industria de su inteligencia y las fuerzas de su
cuerpo, por el mismo hecho se aplica a sí aquella parte de la
naturaleza material que cultivó, y en la que dejó impresa
una como huella o figura de su propia persona; de modo
331
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3.2.7.3 La prescripción.
Título derivado de dominio es la prescripción por la que una
persona adquiere derecho de dominio sobre un bien económico
prácticamente abandonado por su primer dueño. Requiere la
posesión material sobre ese bien durante un número de años
que cada legislación establece y el ánimo de dominio sobre el
mismo. El abandono del bien por el primer poseedor hace
presumir su ánimo de desposeerse de él. La equidad pide que al
que de buena fe lo ocupa y trabaja como propio durante un
largo período no se le desposea del fruto de su trabajo. Es, por
lo demás, la única forma de terminar con litigios sin cuento.
3.2.7.4 La herencia.
Consiste en la transmisión del dominio de determinados bienes
de una persona a otra por muerte de la primera. La voluntad del
testador puede manifestarse expresamente por el testamento; o
tácitamente, por el curso de las prescripciones en caso de morir
intestado el causante.
La herencia es la consecuencia legítima del derecho de
propiedad: un hombre no trabaja sólo para sí, sino también para
su mujer y sus hijos, o para aquellas personas o instituciones a
las cuales desea entregar el fruto legítimo de sus trabajos. Las
formas de herencia más respetables son las que ocurren por
332
línea directa, en que los hijos, y a ellos asimilado el cónyuge,
reciben el esfuerzo del testador; y luego las manifestaciones
testamentarias expresas. Cuando el testador no interviene, se ve
menos claro el derecho de los parientes lejanos.
Los contratos de compraventa, donación, permuta suponen la
voluntad concorde de las partes, y son de uso cotidiano.
333
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
334
absoluto, debe combinarse con el derecho de los
trabajadores, derecho de los que suministran fondos, derecho
de las organizaciones profesionales, derechos del Estado, al
control y armonía de las actividades particulares con miras
al bien común. La noción liberal del ‘patrón de derecho
divino’ único amo en su empresa después de Dios no puede
ser sostenida ante los hechos ni ante el derecho.
c) En la gran empresa industrial de tipo capitalista la noción
de propiedad desaparece. Teóricamente la propiedad
pertenece a una multitud de tenedores de acciones. De
hecho estos accionistas se desinteresan de sus derechos y el
verdadero poder económico recae de facto en individuos o
en grupos de personas que no tienen un verdadero mandato.
Hay aquí un problema difícil, con frecuencia insoluble que
reclama un cambio de estructura jurídica. “Jurídicamente la
propiedad pertenece a los accionistas y la autoridad se
ejercita por los delegados de la asamblea general. El jefe de
la empresa, llamado el director, no es sino un asalariado, a
veces en ninguna manera interesado en los beneficios. Esta
concepción de la propiedad alimenta paradojas curiosas:
supongamos una empresa de la región de París, un accionista
residente en Chicago es el copropietario, mientras que un
obrero que trabaja en ella desde hace veinticinco años no
tiene sobre ella ningún derecho de propiedad. El director
técnico que es un hombre especializado, tiene que inclinarse
ante las decisiones de algunos financistas que no
comprenden sino el interés pecuniario. Es en este caso, sobre
todo, en el que hay que rectificar las desviaciones del
capitalismo contemporáneo y transformar el contrato de
trabajo en contrato de asociación. La ciudad económica no
debe continuar siendo la propiedad exclusiva del capital
que gobierna como amo absoluto e irresponsable, sino de
todos los factores de la empresa jerarquizados: dirección,
trabajo y capital” ( I. Folliet. Morale sociale, p 105).
d) Algo parecido ocurre a las empresas nacionalizadas, cuyo
propietario en rigor no es el Estado. En ellas se verifica la
coexistencia de varios derechos sobre un mismo objeto,
derechos que suponen responsabilidades reales y efectivas.
Los poderes públicos tienen el derecho de nacionalizar las
empresas cuando por sus dimensiones y su importancia
pueden impedir al Estado la promoción del bien común. Se
trata en este caso de una operación política. Estas
nacionalizaciones pueden también realizarse cuando la
335
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
336
estables, ya que corresponden a las exigencias de la
naturaleza humana y de la revelación divina, pero las
aplicaciones hechas en relación a determinadas
circunstancias históricas son hoy día puestas en duda.
3ª).- El moralista debe recordar con energía el ideal cristiano,
en particular debe insistir sobre las exigencias de la justicia
social, de la equidad y de la caridad. La moral cristiana
debe ser presentada a los fieles como una moral del amor
más bien que como una casuística estática o un juridismo
demasiado mecánico.
El moralista evitará confundir la noción cristiana de propiedad,
que en su fondo es muy simple y conforme al sentido común,
con tal o cual forma histórica de la propiedad. Evitará hacer de
la propiedad el mito que llevó a ciertos cristianos del siglo pasado
a ponerla en el mismo plan que la familia y la patria, mito que
cubrió muchas hipocresías y opresiones.
Todos hemos sido contaminados más o menos por la noción
liberal de propiedad. Tenemos que liberarnos de sus secuencias
molestas, y luchar por la concepción cristiana de la propiedad
que garantiza la persona, sirve al bien común y nos
responsabiliza ante Dios, autor de todas las riquezas de las cuales
no somos más que los ecónomos y los distribuidores. (Estas
reflexiones se han inspirado muy de cerca en la nota sobre la
propiedad, Nº 23 del Comité Sacerdotal de Lyon).
337
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harina para hacerla absorber más agua y dar mayor peso al pan,
pero que produce trastornos intestinales; mezcla de peróxidos
de cobre al papel de fumar hecho con toda clase de trapos viejos,
a fin de quitarle el sabor, en estas mezclas pueden en cierta
cantidad mínima estar autorizadas, pero en dosis mayores harán
al comerciante responsable de la vida de los consumidores.
En materia de mentiras comerciales, hay algunas inofensivas,
porque de hecho nadie las cree y todo el mundo sabe que son
propias del oficio del vendedor. En cambio hay otras que son
graves: por ejemplo la adulteración de los libros para vender un
negocio, el falsear los daños de un siniestro para cobrar una
indemnización de seguros exagerada. Estos fraudes van contra
la justicia conmutativa y obligan a la restitución.
Un alza de precios injustificada, hecha sólo para obtener una
mayor ganancia acarrea un gran mal social, sobre todo si se
efectúa con materias de primera necesidad, pues contribuye a
un encarecimiento del costo de la vida. Esta medida es muy de
temer que sea imitada por otros con grave daño de la justicia
social. En la medida en que el nuevo precio es francamente
injusto hay obligación de restitución.
En la compraventa hay desgraciadamente una serie de prácticas
que, por lo menos, hacen los negocios sucios, con mucha
frecuencia ofenden a la justicia social, y en no pocos casos a la
conmutativa. El sistema de coimas o comisiones bajo muchas
formas: al vender un inmueble en $500.000 se exige factura por
$600.000; o bien no se tramita un asunto, o no se da el voto
favorable en un consejo, sino mediante comisión. Todos estos
sobreprecios, al tratarse de artículos de reventa para el público,
los paga el consumidor al cual se le cargan todos estos gastos.
El que exige tal comisión viola abiertamente los intereses que le
han sido confiados, otra cosa es el que simplemente acepte sin
exigirla como “propina” tal comisión, sobre todo si su situación
económica es muy deficiente. Lo más triste del caso es que,
personas honradas que de ningún modo quisieran usar
procedimientos dolosos, se ven coaccionados por las prácticas
a usar el sistema de coimas para poder ejercer su justo derecho
de vender pues de lo contrario no podrían hacerlo. Los Padres
Müller y Azpiazu, lamentando tales prácticas, no se atreven a
decir que ante grave daño no pueda emplearlas un vendedor
(Cfr. Azpiazu, 268).
Al tratar las leyes llamadas “meramente penales” tocamos el
punto de la burla de los impuestos y demás gravámenes fiscales,
y se estableció una norma al respecto.
338
El P. Azpiazu con excelente criterio señala el remedio de fondo
a estas corruptelas: el mejoramiento de la conciencia profesional:
“La doctrina es clara, pero la práctica es peligrosa. La avaricia
fácilmente puede conducir, para librarse de gabelas estatales,
al uso de procedimientos injustos y entonces ya se cae de
lleno en lo ilícito.
Las razones externas –de que otros hacen lo mismo- nada
valen; las otras –de que son siempre los buenos los que pagan
y están en peor condición que los malos que usan toda clase
de medios- valen algo más, porque para algo se supone que
el Estado quiere, ante todo, la justicia distributiva exacta;
pero tampoco son, en general muy fuertes; las razones de
que todo aquello se filtra, acompaña algo más a la justicia y
a la realidad.
En general, hoy se advierte una tendencia enorme a decir
que la conciencia profesional está relajada, sobre todo, en
el cumplimiento de los deberes para con el Estado; y
paralelamente una enorme tendencia también a defraudar
por todos los medios posibles, justos o injustos, al Estado. Es
una antinomia característica de los tiempos.
Pero nótese que el sistema de las leyes penales deja más
cauce abierto al fraude que el que niega su existencia y trata
de interpretar las leyes fiscales con el criterio que hemos
hecho, introduciéndolas dentro del concepto corriente de la
ley verdadera.
El lector ha supuesto que hablamos en este capítulo siempre
y solamente de los industriales y comerciantes particulares,
no de los funcionarios del Estado que o enseñan los medios
de defraudación a los particulares o se dejan sobornar para
examinar cuentas y balances. Estos son reos de injusticia
conmutativa para con el Estado y tienen, en general,
obligación de restituir cuanto así robaron o por tales medios
trataron de que se defraudara al Estado en lo que era de
justicia” (Azpiazu, pp. 272-273).
339
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
340
riesgo en el hombre es fundamento de indemnización, así
también el riesgo del capital justifica la utilidad. De aquí se
sigue que en los negocios en que no hay riesgo alguno, ni
tampoco acercamiento de los productos al consumidor, no hay
ningún título que justifique la utilidad. Esta podrá moralmente
ser mayor o menor según mayor sea el servicio que presta al
cliente y el riesgo que corra. Hay ocasiones, como el tiempo de
guerra, en que las circunstancias de peligro son extraordinarias,
y también el de la ganancia extraordinaria que aparece
justificada. Bajo el punto de vista de riesgo mucho mayor es el
que corre un accionista de una compañía, que el simple
prestamista de la misma porque estos están asegurados de ser
pagados en primer lugar que los accionistas.
Al determinar la utilidad que tiene derecho a percibir el productor
hay que determinar varias utilidades particulares previas: la
ganancia que corresponde al empresario. Si éste es capitalista y
director a la vez, le corresponderá el justo interés de su capital
invertido y el correspondiente a su trabajo de dirección. Si no es
capitalista sino simple director, le corresponderá el jornal por
su trabajo que debe considerar, a más de la compensación de
las horas empleadas, la amortización de su preparación más o
menos larga y costosa, la responsabilidad de una empresa más
o menos complicada, los riesgos de una obra en que se aventura
un fracaso, la necesidad de estar procurando nuevos capitales y
préstamos bancarios, etc. El monto de la utilidad legítima de tal
empresario no puede determinarse matemáticamente, sino por
la apreciación de una conciencia honrada.
Junto al empresario están sus colaboradores, empleados y obreros,
a los cuales se debe un justo salario según las normas
anteriormente dadas. Entre los factores del salario entran el riesgo
que corren su vida, su salud, su estabilidad en el trabajo, etc., su
responsabilidad, su mayor formación técnica. Las ganancias
extraordinarias de la empresa, que en el régimen capitalista van
sólo al capital y al director en forma de gratificación deben
repartirse también entre todos los colaboradores de la producción.
El interés del capital invertido en acciones, cuya tasa no es fija.
(Hoy día en Chile los bancos cobran el 10 y el 12%). Hay que
tomar en cuenta la depreciación de la moneda, porque si a quien
presta mil pesos en un año le van a devolver mil pesos
depreciados en un 15 o 20%, esto es, mil pesos con los cuales
podrá comprar 15 o 20% menos de valores que un año antes,
esa depreciación puede legítimamente entrar en la consideración
del interés exigido. A más del justo interés el productor tiene
derecho a un dividendo que tiene como justificación el riesgo
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
342
comprador, no por eso podrá aumentar indebidamente su precio
el vendedor: eso sería extorsión. El precio convencional
únicamente es justo, en cuanto puramente convencional, cuando
las partes estipulan lo que estiman justo con riesgo para ambas.
A la gente que tiene que hacer operaciones ordinarias le basta,
pues, para estimar el justo precio atenerse a la común estimación,
determinada hoy por lo que hacen los comerciantes honrados y
prudentes del ramo. Cuando se trata de grandes operaciones
que pueden modificar en forma importante la economía nacional
hay que buscar, además, el bien común nacional. Si éste es
dañado sólo podrá ser aceptable dicha operación beneficiosa a
un particular cuando de no hacerla se le seguiría un daño tan
grave como el que va a hacer correr a la economía nacional.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
Por esto frente a este sistema hay que estar siempre sobre aviso.
Pero ¿qué incentivo hay que pueda aplicarse en un mundo
bastante generalizado que reemplace al interés de la ganancia?
En comunidades pequeñas, armónicas, de unidad espiritual, no
es éste el estimulante que actúa, pero en el gran mundo del
trabajo y del comercio todavía no se ha encontrado otro
estimulante. El día que aparezca uno mejor y sea aceptado lo
saludaremos con alborozo.
La competencia es también una necesidad del comercio: tiene
las mismas ventajas que señalábamos hablando del sistema de
utilidad individual; es por otra parte inevitable. Si se lograra
suprimirla en el interior del estado, subsistiría entre naciones en
forma aún más viva y violenta.
El hecho de que no pueda ser suprimida no quiere decir que no
pueda ser racionalizada y moralizada. La justicia impedirá la
competencia desleal: engaños sobre la calidad de las
mercaderías, plagios, usurpación de secretos técnicos, ventas a
pérdida para hundir a un competidor y dominar luego sin rival
el mercado, calumnias y noticias falsas echadas a correr para
aumentar un precio o para depreciar otro. La caridad recordará
también a los comerciantes que si bien están en competencia
son hermanos y tienen intereses comunes que los han de llevar
a la mutua ayuda.
Para encauzar la competencia hacen falta nuevas instituciones,
tales como las corporaciones que abarquen a todos los que
forman parte de una misma profesión y reglamenten sus intereses
profesionales conjugados con el bien común.
La competencia encauzada es una buena fórmula, porque
estimula la iniciativa particular, avivada por el interés, lo que
permitirá nuevas formulas de progreso que eviten la rutina. La
competencia debe ser humanizada, para impedir que ésta se
convierta en un campo de intrigas con miras al enriquecimiento
de unos pocos, aunque sea al precio de la miseria de los más.
La lucha es estimulante y sana, siempre que esté subordinada al
bien común.
344
La venta a plazo por cuotas tan empleada hoy día para vender
sitios, muebles, radios, etc. El precio total, incluidos los intereses
es muy superior al que hubieran debido pagar al contado. En la
situación actual este sistema, desgraciadamente es el único al
cual pueden recurrir muchos, especialmente los matrimonios
jóvenes para poder vestirse y adquirir ciertos bienes: si el total
del precio se mantiene dentro de lo justo, no habría nada que
criticar, salvo el hecho que en caso de no poder pagar el
comprador pierde el objeto y sus pagos anteriores, lo que es
injusto. Ojalá pudiera reemplazarse por un sistema de crédito
personal que permitiera, mediante una amortización e interés
razonable la adquisición de determinados objetos, con exclusión
de los de lujo.
Venta con regalo de cupones. Cada compra da derecho a cierto
número de cupones para poder retirar con ello determinados
productos. Este sistema fascina a muchos compradores, creyendo
poder adquirir gratuitamente ciertos productos, cuando en
realidad los tales productos los pagan todos los consumidores,
pues está incluido su valor en el precio de venta. Hay, pues, una
especie de engaño, y de competencia desleal para los que no
pueden emplear tal procedimiento.
Los grandes almacenes en que se vende todo desde libros a
sándwichs, conejos y amueblados de comedor.
Los grandes almacenes con sucursales en todos los pueblos y
barrios. Ambos sistemas dependen de un capitalismo fuerte
central y tienen el inconveniente de estimular artificialmente el
deseo de adquisición, de tener con frecuencia un personal mal
pagado para su servicio, y además realizan una competencia
ruinosa al pequeño comercio, principal medio de vida de las
clases medias, que tan necesarias son en la vida de un país.
La reclame como medio de venta. La propaganda comercial lo
llena todo. Se realiza mediante afiches, telones, letreros
luminosos o de humo en el aire, prensa, y folletos. Ha llegado a
ser un medio de vida para miles de hombres. La paga íntegra el
consumidor de los productos.
El sistema de propaganda merece varias observaciones de orden
moral: primera, nunca puede un hombre de conciencia poner
su arte, o entregar sus prensas para propagandas inmorales:
películas, venta de anticoncepcionales, anuncio de casas de
citas, etc.; segundo, debería ser controlada la propaganda de
productos que si no hacen mal no hacen bien: productos
farmacéuticos que no tienen más valor que el envase y el falso
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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con otros medios de cambio: los certificados de oro y papel
moneda respaldados por oro, y luego billetes garantizados no
directamente por depósitos de oro sino por la riqueza nacional.
Las complicaciones de cambio han hecho que una moneda tenga
dos valores: uno en el país, y puede tal moneda no estar
respaldada por oro, y otra fuera del país, que depende de cuál
sea el régimen del país con el cual se negoció. Si en éste rige
régimen de oro, los billetes valdrán en proporción al oro que los
respalda; si rige régimen de papel valdrá por su valor adquisitivo
real.
En los tiempos modernos sólo los estados acuñan moneda: antes
podían también hacerlo los príncipes y las corporaciones
importantes.
Al acuñar moneda se puede realizar una verdadera expoliación
de los particulares si se emite mayor cantidad que la que
corresponde a la reserva en oro. Este procedimiento, que,
desgraciadamente muchas veces ha sido usado subrepticiamente
equivale a un verdadero despojo de las economías de los
particulares porque baja su poder adquisitivo, y constituye
además un elemento desquiciador de la armonía económica
nacional: destruye el crédito del Estado, engaña a los asalariados
y a todos los que han entregado su tiempo, su dinero, sus
productos en cambio de un valor convenido. Este procedimiento
es lo que se llama inflación: excesiva abundancia de medios de
pago con respecto a las mercaderías que pueden comprarse, lo
que se traduce en una disminución del poder de compra del
dinero. La devaluación consiste en hacer variar oficialmente la
proporción entre la reserva oro y el billete que la representa.
Inglaterra, Italia, Francia y Rusia repetidas veces, han devaluado
su moneda. Este procedimiento aparece algunas veces como
recurso extremo, como un sacrificio pedido al conjunto del
pueblo, pero en forma alguna se puede aprobar sino en casos
extremos. La moneda para tener valor en los cambios nacionales
e internacionales requiere un minimum de estabilidad y de
seguridad. El mejor régimen en cuanto a la cantidad de la
moneda en circulación es que sea igual al volumen de
mercaderías puestas en el comercio, multiplicado por la
velocidad de circulación de la moneda, según la teoría
cuantitativa de la moneda del profesor americano Irving Fisher.
Esta teoría es bastante aceptada, como indicadora de la tendencia
existente entre el valor de la moneda y el precio de los bienes: a
precios altos corresponde poco valor en la moneda; a precios
bajos, valor alto de la moneda.
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La concesión de créditos bancarios influye enormemente en un
proceso de inflación comercial si se dan con facilidad, en una
deflación si se restringen sobre todo bruscamente, con el
consiguiente cortejo de quiebras y paralización de trabajo. Estas
medidas tienen por tanto que ser sumamente ponderadas.
Misión de impulsar la vida económica: al banco le incumbe una
grave responsabilidad en el uso de los bienes de que dispone
que pueden servir para impulsar negocios de verdadero valor
para la vida del país, negocios que pueden hundirse si se les
niegan los créditos, o ni siquiera llegar a montarse por la misma
razón. En cambio hay otros negocios más lucrativos para el
industrial, pero que no responden a ninguna necesidad y que
pueden encontrar créditos por razones de amistad, por “cuñas”.
Un banco consciente de su misión no puede proceder con
arbitrariedad en estos asuntos que miran al bien común.
Las confidencias que recibe un gerente de banco de los
comerciantes o industriales que le confían sus proyectos o sus
apuros lo obligan gravísimamente al secreto profesional.
Intervención del banco en otras sociedades. Cada vez va siendo
mayor la influencia bancaria en la vida económica toda del país,
ya que todas las industrias y comercio necesitan del crédito, y
de esta manera se convierte muchas veces en amo de la vida y
de la muerte. Los bancos suelen también invertir sus fondos en
acciones de compañías las cuales tratan de controlar. Para eso a
más de sus acciones propias, logran obtener poder de sus clientes
para representarlos en las acciones de las sociedades de
accionistas, con lo que llegan a veces a dominarlas. Y tenemos
el contrasentido que una institución con relativamente pocas
acciones, gracias a poderes dados indiscriminadamente, hace
en tal institución política propia, designa consejeros e influye
fundamentalmente en sus negocios, que pasan a ser los del
banco.
Consejerías. Hay la gran ambición de entrar a los consejos de
los bancos por las dietas que se perciben y por el enorme poder
que confieren tales cargos. Así hay personas que son consejeros
de diez y hasta de veinte consejos diferentes, pues, el banco
tiene influencia en muchas instituciones que controla,
supervigila, o de las que es fuerte accionista. Son los consejeros
del banco los que ordinariamente nombran los consejeros de
estas otras instituciones que ellos controlan. Puede en esto
llegarse a la inmoralidad por varias razones: primero por el
enorme poder económico concentrado en pocas instituciones y
personas; luego, por la acumulación de cargos en pocas manos,
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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“ Ningún remedio es eficaz se puede poner a tan lamentable
ruina de las almas; y, mientras perdure ésta, será inútil todo
afán de regeneración social, si no vuelven los hombres franca
y sinceramente a la doctrina evangélica, es decir, a los
preceptos de Aquel que sólo tiene palabras de vida eterna,
palabra que nunca han de pasar, aunque pasen al cielo y la
tierra. Los verdaderos conocedores de la ciencia social piden
insistentemente una reforma asentada en normas racionales
que conduzcan a la vida económica a un régimen sano y
recto. Pero ese régimen, que también Nos deseamos con
vehemencia y favorecemos intensamente, será incompleto e
imperfecto si todas las formas de la actividad humana no se
ponen de acuerdo para imitar y realizar, en cuanto es posible
a los hombres, la admirable unidad del plan divino. Ese
régimen perfecto, que con fuerza y energía proclaman la
Iglesia y la misma recta razón humana, exige que todas las
cosas vayan dirigidas a Dios como primero y supremo término
de la actividad de toda criatura y que los bienes creados,
cualesquiera que sean, se consideren como meros
instrumentos dependientes de Dios, que tanto deben usarse,
en cuanto conducen al logro de ese supremo fin. Lejos de
nosotros tener en menos las profesiones lucrativas o
considerarlas como menos conformes con la dignidad
humana; al contrario, la verdad nos enseña a reconocer en
ellas con veneración la voluntad clara del divino Hacedor,
que puso al hombre en la tierra para que la trabajara e hiciera
servir a sus múltiples necesidades. Tampoco está prohibido
a los que se dedican a la producción de bienes aumentar su
fortuna justamente; antes es equitativo que el que sirve a la
comunidad, aumenta su riqueza, se aproveche asimismo del
crecimiento del bien común conforme a su condición, con
tal que se guarde el respeto debido a las leyes de Dios, queden
ilesos los derechos de los demás, y en el uso de los bienes se
sigan las normas de la fe y de la recta razón. Si todos, en
todas partes y siempre, observaran esta ley, pronto volverían
a los límites de la equidad y de la justa distribución, no sólo
la producción y adquisición de las cosas, sino también el
consumo de las riquezas, que hoy, con frecuencia tan
desordenada, se nos ofrece; al egoísmo, que es la mancha y
el gran pecado de nuestros días, sustituiría, en la práctica y
en los hechos, la ley suavísima, pero a la vez eficacísima de
la moderación cristiana, que manda al hombre buscar
primero el reino de Dios y su justicia, porque sabe
ciertamente, por la segura promesa de la liberalidad divina,
que los bienes temporales le serán dados por añadidura en
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
352
sus títulos no hay mayor problema, pero en las especulaciones
hay varios peligros.
El primero el de la alteración fraudulenta de los precios
valiéndose de noticias falsas, usando dolosamente de noticias
secretas, segundo, convertir la especulación en un género de
vida, pues, equivaldría a vivir del juego, con todas sus desastrosas
consecuencias para el patrimonio familiar, a veces de los valores
que le han sido confiados y que no puede restituir, y de los
sobresaltos que hace realizar a la economía nacional, a la
estabilidad de las empresas. El especulador de oficio, como el
jugador, suele terminar siempre perdiendo. Las fáciles ganancias
excitan el deseo de la gente sencilla de hacer dinero de esta
forma y arriesgan en una jugada, que creen segura, la economía
de años de trabajo. En la práctica de la especulación, no
hablamos de casos aislados, sino en su generalización el fraude
y el engaño son hechos corrientes para alterar el justo precio.
Deber del Estado será pues tutelar el orden bursátil y reglamentar
seriamente las operaciones para dar garantías al cliente y a la
economía general.
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
354
mismo tema. ¿Cuáles son estas resoluciones, y cuáles los
argumentos en que las fundan?
Benedicto XIV dice: “La especie de pecado que se llama usura,
se basa en el contrato de préstamo mutuo. Consiste en que un
prestamista autorizándose del mismo préstamo cuya naturaleza
requiere la igualdad entre lo que se recibe y lo que se devuelve,
exige más de lo que ha entregado y sostiene en consecuencia
que tiene derecho, a más del capital, a una utilidad en razón del
préstamo mismo. Por este motivo toda utilidad de esta suerte
que excede al capital es ilícita y usuraria” (Folliet p. 97).
Inocencio XI condenó como proposición escandalosa la
siguiente: “Siendo el dinero actual de mayor valor que el futuro,
puede el acreedor exigir por tal título algo del deudor y quedar
así libre de usura” (Azpiazu, p. 96).
Estas declaraciones parten de una condenación del préstamo a
base de un contrato de mutuo. El contrato de mutuo es aquel
por el cual un bien que se consume al primer uso se entrega a
otro con la obligación de devolver otro bien equivalente al
consumido.
Al entregar a otro un dinero en mutuo, yo se lo doy, ya que él no
puede usarlo sin esta transferencia de propiedad. El dinero no
es más del prestamista. Si por el trabajo de su nuevo propietario
produce frutos, yo no puedo reclamar una parte de ellos, porque
él trabajó con lo suyo: res fructificat domino. De la misma manera
si la cosa perece en su poder, si le roban el dinero por ejemplo
perece para él, que es su dueño, y yo conservo mi crédito para
obtener el equivalente de lo prestado.
Por el simple contrato de mutuo la Iglesia prohibe pedir intereses,
por las razones arriba indicadas. El mutuo no es arrendamiento,
porque en el arrendamiento hay que devolver el mismo bien
que se prestó, y en el mutuo al haberse consumido lo prestado
sólo se devuelve su equivalente. No es tampoco un depósito,
porque hay un traslado de propiedad.
La proposición condenado por Inocencio XI tenía el sentido que
el simple transcurso de tiempo no cambia el valor del dinero
que ha de ser devuelto, pero los comentaristas más severos de
aquella época estaban de acuerdo, en que podría pedirse algo
si además de este transcurso hubiera una razón extrínseca, como
el daño para el prestamista.
Estas resoluciones hay que interpretarlas en el sentido estricto
de lo condenado como arriba se ha expuesto, y en el contexto
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
356
rincón de su casa, pero ordinariamente está en acciones de
compañías, en bonos, en máquinas, en edificios o títulos de
sociedades urbanas, está siempre invertido en algo productivo:
el dinero en cuanto a dinero improductivo es un fenómeno que
ha desaparecido de la economía moderna. Esta transformación
de la naturaleza del dinero es un hecho típico de nuestra
economía y hace que el dinero sea algo que se pueda arrendar,
porque se arrienda transformado en bienes comprados, hace
que se pueda afirmar que es un bien productivo no consumible
por el primer uso y que por tanto se puede arrendar como se
arrienda una casa. El dinero sólo es improductivo mientras no
se cambia en los valores que representa, pero en el momento
en que se cambia por cualquier valor se convierte en capital y
unido al trabajo produce. El préstamo a la producción se hace
para que sea transformado en máquinas, en tierras y produzca.
Si el prestamista no presta hará él una inversión análoga. El título
del lucro cesante, raro en la antigüedad, ha pasado a ser
connatural con la economía moderna, y su estado normal.
A más de este título de la fecundidad del capital, propio de una
economía capitalista, y de los extrínsecos de daño emergente,
lucro cesante y peligro en la devolución, hay otros admitidos
por Benedicto XIV: el contrato de asociación. E l propietario del
dinero no entrega su dominio, lo conserva, y mientras otros
aportan su trabajo, su competencia técnica, la dirección, él
aporta el dinero, y participa en los riesgos de la empresa, lo que
le da derecho a una parte de los beneficios. Benedicto XIV admite
también la legitimidad del contrato de renta, otra forma del
contrato de asociación: el prestamista entrega el dinero a otro
para que compre un bien, de cuyos frutos él participará como
asociado con todos los riesgos del caso.
Esta justificación del derecho de percibir un interés en la
economía capitalista no significa una aprobación de los
procedimientos de esta economía, alejada por tantos motivos
del espíritu cristiano. Hoy en ella el capital financiero dispone
como amo del capital industrial, el capital industrial se impone
a la técnica y al trabajo. Al hacer el balance las compañías
asignan un interés al capital, su remuneración automática, y un
dividendo como participación en los beneficios con él obtenidos,
participación de beneficios que niegan al principal factor de la
producción que es el trabajo. Y como estas observaciones, otras
que recordamos al referirnos al capitalismo, pero todos estos
daños no obstan a que en esta economía, que en sí no es
estrictamente injusta, sea lícito el percibir interés, es también
para los cristianos buscar otro régimen económico más justo.
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4. REFORMA SOCIAL O REFORMA MORAL.
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4.2.1 La vida evangélica.
“Como en todos los períodos más borrascosos de la historia
de la Iglesia, así hoy todavía el remedio fundamental está en
una sincera renovación de la vida privada y pública según
los principios del Evangelio en todos aquellos que se glorían
de pertenecer al redil de Cristo, para que sean
verdaderamente la sal de la tierra que preserva la sociedad
humana de una corrupción total.
Con ánimo profundamente agradecido al Padre de la luces,
de quien desciende ‘toda dádiva buena y todo don perfecto’;
vemos en todas partes signos consoladores de esta renovación
espiritual, no sólo en tantas almas singularmente elegidas
que en estos últimos años se han elevado a la cumbre de la
más sublime santidad, y en tantas otras cada vez más
numerosas que generosamente caminan hacia la misma
luminosa meta; sino también en una piedad sentida y vivida
que reflorece en todas las clases de la sociedad, aun en las
más cultas, como lo hemos hecho notar en nuestro reciente
Motu proprio In multis solaciis, del 28 de Octubre pasado,
con ocasión de la reorganización de la Academia Pontificia
de Ciencias” (DR 41 y 42, OSC 311).
La renovación de la vida según los principios del Evangelio es
una transformación de los individuos, tomados uno a uno, según
los principios de Cristo para mirar la vida con sus ojos, juzgarla
con su criterio, para hacer en la tierra lo que El haría si estuviese
en nuestro lugar. Este ideal es altísimo, es la más pura santidad,
pero nada menos que con ese tipo de hombres de cualquier
estado y condición social puede pensarse en realizar una reforma
social. El cristianismo vivido íntegramente por un grupo
numeroso de cristianos será la levadura que hará levantar la
masa y transformará también las instituciones públicas.
El mundo, casi sin darse cuenta de ello, está ansioso de encontrar
tales hombres, resueltos a realizar un ideal absoluto, cuando
los encuentre serán muchos los que lo seguirán. El alma humana
es “naturaliter christiana”.
“…procuremos ayudar con todas nuestras fuerzas a aquellas
miserables almas alejadas de Dios, y enseñémoslas a
separarse de los excesivos cuidados temporales y aspirar
confiadamente hacia las cosas eternas. A veces se obtendrá
esto más fácilmente de lo que a primera vista pudiera
esperarse. Puesto que, si en el fondo aún del hombre más
perdido se esconden, como brasas debajo de la ceniza,
fuerzas espirituales admirables, testimonios indudables del
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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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No es evidente a qué parte del texto se refiere.
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sola, aun observada puntualmente, puede, es verdad, hacer
desaparecer la causa de las luchas sociales, pero nunca unir
los corazones y enlazar los ánimos. Ahora bien, todas las
instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la
colaboración social, por bien concebidas que parezcan,
reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que
une a los miembros entre sí; cuando falta ese lazo de unión,
la experiencia demuestra que las fórmulas más perfectas no
tienen éxito alguno. La verdadera unión de todos en aras del
bien común sólo se alcanza cuando todas las partes de la
sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran
familia e hijos del mismo Padre celestial, más aún, un sólo
cuerpo en Cristo, “siendo todos recíprocamente miembros
los unos de los otros” por donde“ si un miembro padece,
todos los miembros se compadecen” [1Co 12,26]. Entonces
los ricos y demás directores cambiarán su indiferencia
habitual hacia los hermanos más pobres en un amor solícito
y activo, recibirán con corazón abierto sus peticiones justas,
y perdonarán de corazón sus posibles culpas y errores. Por
su parte los obreros depondrán sinceramente ese sentimiento
de odio y envidia, de que tan hábilmente abusan los
propagadores de la lucha social, y aceptarán sin molestia el
puesto que les ha señalado la divina Providencia en la
sociedad humana, o mejor dicho lo estimarán mucho, bien
persuadidos de que colaboran útil y honrosamente al bien
común cada uno según su propio grado y oficio, y que siguen
así de cerca las huellas de Aquel que, siendo Dios, quiso ser
entre los hombres obrero, y aparecer como hijo de obrero”
(QA 56, OSC 309).
365
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
366
quebrantar la confianza de los trabajadores en la religión de
Jesucristo. No querían aquellos comprender que la caridad
cristiana exige el reconocimiento de ciertos derechos debidos
al obrero y que la Iglesia le ha reconocido explícitamente.
¿Cómo juzgar de la conducta de los patronos católicos que
en algunas partes consiguieron impedir la lectura de Nuestra
Encíclica Quadragesimo Anno en sus iglesias personales?
¿o la de aquellos industriales católicos que se han mostrado
hasta hoy enemigos de un movimiento obrero recomendado
por Nos mismo? ¿y no es de lamentar que el derecho de
propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido usado algunas
veces para defraudar al obrero de su justo salario y de sus
derechos sociales” [DR 50] (OSC 317).
“El alma de la paz, digna de ese nombre, y su espíritu
vivificador, sólo podrá ser una: una justicia que, en forma
imparcial, dé a cada uno lo que le corresponda, y obtenga
de cada uno lo que debe, una justicia que no dé todas las
cosas a todos, pero que a todos dé amor y no haga daño...
una justicia que sea hija de la verdad, y madre de una sana
libertad y de segura grandeza” (Pío XII, 1 de septiembre de
1944, OSC 185).
“…las reglas, aún las mejores que puedan establecerse, jamás
serán perfectas y serán condenadas al fracaso si los que
gobiernan los destinos de los pueblos y esos mismos pueblos
no se impregnan con un espíritu de buena voluntad, de
hambre y sed de justicia, y de amor universal, que es el
objetivo final del idealismo cristiano” (Pío XII, Navidad de
1940; OSC 183).
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368
vista de las desdichas que han de sobreveniros. Podridos están
vuestros bienes; y vuestras ropas han sido roídas por la polilla.
El oro y la plata vuestra se han enmohecido; y el orín de
estos metales dará testimonio contra vosotros, y devorará
vuestras carnes como un fuego. Os habéis atesorado ira para
los últimos días’” [St 5,1-3] (DR 44, OSC 313).
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para su trabajo. Dejad, pues, que estos materiales se
conviertan en perenne recuerdo de la Mano Creadora de
Dios, y dejad que por este medio vuestras almas se eleven
a El, Legislador Supremo, Cuyos preceptos deben observarse
hasta en la vida de las fábricas” (Pío XII, Junio de 1943;
OSC 322).
54
En el texto original, a continuación aparece “Óigase lo que bien responde
Mons. Pildain, Obispo de Canarias:” El párrafo queda inconcluso.
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Puesto que, con el auxilio de la gracia divina, en nuestras
manos está la suerte de la familia humana.
No permitamos, Venerables Hermanos y amados Hijos, que
los hijos de este siglo entre sí parezcan más prudentes que
nosotros, que por la divina bondad somos hijos de la luz.
Los hemos visto escogiendo con suma sagacidad activos
adeptos, y formándolos para esparcir sus errores de día en
día más extensamente entre todas las clases y en todos los
puntos de la tierra.
Siempre que tratan de atacar con más vehemencia a la Iglesia
de Cristo, los vemos acallar sus internas diferencias, formar
en la mayor concordia un solo frente de batalla, y trabajar
con todas sus fuerzas unidas para alcanzar el fin común”
(QA 58, OSC 332).
“Confiamos en que nuestros fieles hijos e hijas del mundo
católico, heraldos de la idea social-cristiana, contribuirán -
aún al precio de considerables sacrificios- al progreso hacia
esa justicia social, en busca de la cual todos los discípulos
verdaderos de Cristo deben sufrir hambre y sed” (Pío XII, 1º
de septiembre de 1944, OSC 339).
373
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el solo que puede garantizar una sincera colaboración entre
las clases. De otra parte, tales doctrinas comunistas, fundadas
en el puro materialismo y en el deseo desenfrenado de los
bienes terrenos, como si ellos fuesen capaces de satisfacer
plenamente al hombre, y porque prescinden en absoluto de
su fin ultraterreno, se han mostrado en la práctica llenas de
ilusiones e incapaces de dar al trabajador un verdadero y
durable bienestar material y espiritual” (Pío XI al Episcopado
Filipino, OSC 334).
Su principal medio de acción ha de ser su vida pobre y
desinteresada,
“Pero, el medio más eficaz de apostolado entre las
muchedumbres de los pobres y de los humildes es el ejemplo
del sacerdote, el ejemplo de todas las virtudes sacerdotales,
cual las hemos descrito en Nuestra Encíclica Ad catholici
sacerdotii; pero en el presente caso de un modo especial es
necesario un luminoso ejemplo de vida humilde, pobre,
desinteresada, copia fiel del Divino Maestro que podía
proclamar con divina franqueza: ‘Las raposas tienen
madrigueras y las aves del cielo nido; mas el Hijo del hombre
no tiene sobre qué reclinar la cabeza’ [Lc 9, 58]. Un sacerdote
verdadera y evangélicamente pobre y desinteresado hace
milagros de bien en medio del pueblo, como un San Vicente
de Paul, un Cura de Ars, un Cottolengo, un Don Bosco y
tantos otros; mientras un sacerdote avaro e interesado, como
lo hemos recordado ya en la citada Encíclica, aunque no
caiga como Judas en el abismo de la traición, será por lo
menos un vano ‘bronce que resuena’ y un inútil ‘címbalo
que retiñe’ y, demasiadas veces, un estorbo más que un
instrumento de la gracia en medio del pueblo. Y si el sacerdote
secular o regular tiene que administrar bienes temporales
por deber de oficio, recuerde que no sólo ha de observar
escrupulosamente cuanto prescriben la caridad y la justicia,
sino que de manera especial debe mostrarse verdadero padre
de los pobres” (DR 73, OSC 350).
Especiales cualidades de carácter y preparación requieren tales
sacerdotes:
“A los sacerdotes les aguarda un delicado oficio: que se
preparen, pues con un estudio profundo de la cuestión social,
los que forman la esperanza de la Iglesia. Mas aquellos a
quienes especialmente vais a confiar este oficio, es del todo
necesario que revelen ciertas cualidades: que tengan tan
exquisito sentido de la justicia, que se opongan con
375
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
376
fe. En primer lugar estimen mucho y apliquen frecuentemente
para bien de sus alumnos aquel instrumento preciosísimo de
renovación privada y social, que son los Ejercicios
espirituales, como dijimos en nuestra Encíclica Mens Nostra.
En ella hemos recordado explícitamente y recomendado con
insistencia, además de los ejercicios para todos los seglares,
los Retiros de especial utilidad para los obreros. En esa
escuela del espíritu no sólo se forman óptimos cristianos,
sino también verdaderos apóstoles para todas las condiciones
de la vida, inflamados en el fuego del Corazón de Cristo. De
esa escuela saldrán como los Apóstoles del Cenáculo de
Jerusalén, fortísimos en la fe, armados de una constancia
invencible en medio de las persecuciones, abrasados en el
celo, sin otro ideal que propagar por doquiera el Reino de
Cristo” (QA 58, OSC 347).
Atender a las necesidades espirituales del obrero, en particular
por los ejercicios especializados, y no menos a sus necesidades
materiales mediante instituciones económico-sociales (cfr. Carta
de Pío XI al Episcopado Filipino, OSC 334)55 .
“Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo porque
su condición se asemeja, más que ninguna otra, a la del
Divino Maestro), debéis prestarle asistencia material y
religiosa. Asistencia material, procurando que se cumpla en
su favor, no sólo la justicia conmutativa, sino también la
justicia social, es decir, todas aquellas providencias que miran
a mejorar la condición del proletario; y asistencia religiosa,
prestándole los auxilios de la religión, sin los cuales vivirá
hundido en un materialismo que lo embrutece y lo degrada.
No es menos grave ni menos urgente ese otro deber, el de la
asistencia religiosa y económica a los campesinos, y en
general a aquella no pequeña parte de mexicanos, hijos
Vuestros, en su mayor parte agricultores, que forman la
población indígena: son millones de almas redimidas por
Cristo, confiadas por El a Vuestros cuidados, y de las cuales
un día os pedirá cuenta; son millones de seres humanos que
frecuentemente viven en condición tan triste y miserable que
no gozan ni siquiera de aquel mínimo de bienestar
indispensable para conservar la dignidad humana. Os
conjuramos, Venerables Hermanos, por las entrañas de
Jesucristo, que tengáis cuidado particular de estos hijos, que
exhortéis a Vuestro Clero para que se dedique a su cuidado
377
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
378
de la insidia comunista.
Además de este apostolado individual, muchas veces oculto,
pero utilísimo y eficaz, es también propio de la Acción
Católica difundir ampliamente por medio de la propaganda
oral y escrita los principios fundamentales que han de servir
a la construcción de un orden social cristiano, como se
desprenden de los documentos Pontificios.
Y si por haberse transformado las condiciones de la vida
económica y social, el Estado se ha creído en el deber de
intervenir hasta el punto de asistir y regular directamente
tales instituciones con particulares disposiciones legislativas,
salvo el respeto debido a la libertad y a las iniciativas privadas;
ni en esas circunstancias puede la Acción Católica apartarse
de la realidad, sino que debe con prudencia prestar su
contribución intelectual, estudiando los nuevos problemas a
la luz de la doctrina católica y demostrar su actividad con la
participación leal y gustosa de sus adherentes a las nuevas
formas e instituciones, llevando a ellas el espíritu cristiano,
que es siempre principio de orden y de mutua y fraterna
colaboración.
Alrededor de la Acción Católica se alínean las organizaciones
que muchas veces hemos recomendado como auxiliares de la
misma. Con paterno afecto exhortamos también a estas
organizaciones tan útiles a consagrarse a la gran misión de que
tratamos y que actualmente supera a todas las demás por su
vital importancia” (DR 64, 65, 66, 67 y 69, OSC 362 - 363) 56 .
A los obreros en forma especial pide el Papa un apostolado entre
los de su propio medio: “Los primeros e inmediatos apóstoles
de los obreros han de ser obreros. Los apóstoles del mundo
industrial y comercial, industriales y comerciantes” (QA 58, OSC
346. Cfr también [OSC] 365 y 334).
La labor social dice Pío XI a la Acción Católica está entre sus
encargos “más particularmente urgentes por responder a
necesidades más extensas y más sentidas... asistencia no
solamente espiritual, que debe ocupar siempre el primer lugar,
sino también material, mediante aquellas instituciones que tienen
por fin específico llevar a la práctica los principios de justicia
social y de caridad evangélica... Hoy la Iglesia con muy especial
solicitud va en busca de la muchedumbre de los más humildes
trabajadores, no solamente para que éstos puedan gozar de
56
En el original dice: “ojo – intercalar como está señalado el 269”.
379
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
380
4.2.12Acción política. (cfr cap. anterior al tratar deber
cívico) .
El deber cívico es gravísimo y ningún católico puede descuidar
(cfr. FC 34, OSC 378) de realizarlo en conciencia. La ley de la
caridad social obliga a procurar que la vida de la República esté
regulada por los principios cristianos.
Los Pontífices desde León XIII junto con recordar la gravedad de
este deber han dejado documentos innumerables para señalar
que la Iglesia y la Acción Católica son enteramente ajenos a los
partidos políticos y no se los puede encerrar en los angostos
confines de las facciones. Lo cual no impide “que cada uno de
los católicos pueda pertenecer a organizaciones de carácter
político cuando éstas dan en su programa y en su actividad las
debidas garantías para tutelar los derechos de Dios y de las
conciencias. Es preciso más bien añadir que el participar de la
vida política responde a un deber de caridad social, por cuanto
todo ciudadano debe contribuir según sus posibilidades al
bienestar de la propia nación” (Pío XI, Ex officiosis Litteris 7,
OSC 376. Cfr. también OSC 371 – 375, otros documentos sobre
el mismo tema. Cfr. Carta de S. E. Cardenal Pacelli al Episcopado
Chileno en Boletín A. C. Chilena...).
La actitud de los católicos en la reivindicación de los derechos
y libertades cívicas queda precisada en el valiente documento
de Pío XI al Episcopado Mejicano.
“Por lo demás, una vez establecida esta gradación de valores
y actividades, hay que admitir que la vida cristiana necesita
apoyarse, para su desenvolvimiento, en medios externos y
sensibles; que la Iglesia, por ser una sociedad de hombres,
no puede existir ni desarrollarse si no goza de libertad de
acción, y que sus hijos tienen derecho a encontrar en la
sociedad civil posibilidades de vivir en conformidad con los
dictámenes de sus conciencias.
Por consiguiente, es muy natural que, cuando se atacan aún
las más elementales libertades religiosas y cívicas, los
ciudadanos católicos no se resignen pasivamente a renunciar
a tales libertades. Aunque la reivindicación de estos derechos
y libertades puede ser, según las circunstancias, más o menos
oportuna, más o menos enérgica.
Vosotros habéis recordado a vuestros hijos más de una vez
que la Iglesia fomenta la paz y el orden, aún a costa de graves
sacrificios, y que condena toda insurrección violenta, que
sea injusta, contra los poderes constituídos. Por otra parte,
381
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
382
4.2.13 Acción conjunta de todos los hombres de buena
voluntad.
Ante la gravedad inmensa de los problemas contemporáneos
en que se dirime la cuestión fundamental del universo ¡Por Dios
o contra Dios!, ante esta
“…disyuntiva que debe decidir otra vez la suerte de toda la
humanidad; en política, en hacienda, en la moralidad, en la
ciencias, en las artes, en el Estado, en la sociedad civil y
doméstica, en Oriente y Occidente, por todas partes asoma
este problema como decisivo, por las consecuencias que de
él se derivan. Por eso los mismos representantes de la
concepción materialista del mundo ven siempre comparecer
de nuevo la cuestión de la existencia de Dios, que ellos creían
suprimida para siempre, y vénse forzados a comenzar otra
vez su discusión.
Nos, por tanto, os conjuramos en el Señor, tanto a los
particulares, como a las naciones, a deponer ante tales
problemas y en tiempos de tan rabiosas luchas vitales para
la humanidad, el individualismo mezquino y el bajo egoísmo
que ciega las mentes más perspicaces, y esteriliza las más
nobles iniciativas, por poco que éstas se salgan de los límites
del estrechísimo círculo de pequeños y particulares intereses.
Preciso es que se unan, aún a costa de los más graves
sacrificios, para salvarse a sí mismos y a toda la humanidad.
En tal unión de ánimos y de fuerzas deben naturalmente ser
los primeros cuantos se glorían del nombre cristiano,
recordando la gloriosa tradición de los tiempos apostólicos,
cuando la multitud de los creyentes no tenían sino un solo
corazón y una alma sola; pero a ella concurran asimismo
sincera y cordialmente todos los que creen todavía en Dios,
y le adoran, para apartar de la humanidad el grande peligro
que a todos amenaza. Porque el creer en Dios es el
fundamento firmísimo de todo orden social y de toda
responsabilidad en la tierra, por esto cuantos no quieren la
anarquía y el terror deben con toda energía trabajar en que
los enemigos de la religión no consigan el fin que tan
enérgicamente y a las claras proponen” (CCC 9, OSC 391).
“Pero a esta lucha empeñada por el poder de las tinieblas
contra la idea misma de la Divinidad, queremos esperar que
además de todos los que se glorían del nombre de Cristo, se
opongan también cuantos creen en Dios y lo adoran, que
son aún la inmensa mayoría de los hombres. Renovamos por
tanto el llamamiento que hace cinco años lanzamos en
383
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
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5. LA VIDA SOBRENATURAL.
5.1 La Iglesia.
La Iglesia es una sociedad espiritual, fundada por Jesucristo para
conducir al hombre a su destino eterno. El habría podido ayudar
directamente a cada alma a realizar este fin y no establecer sino
relaciones individuales entre los hombres y Dios, pero ha querido
que el hombre realice su vida sobrenatural socialmente, esto es,
por medio de una institución visible que es la Iglesia. Así como
en el orden natural el hombre no alcanza su desarrollo y progreso
sino mediante la familia, la profesión, el estado, así en el orden
sobrenatural Dios ha puesto una sociedad que ofrezca al hombre
los medios para su salvación y perfeccionamiento.
Esta sociedad ha querido su Divino Fundador que sea universal.
Para formar parte de ella basta ser hombre, sin considerar raza,
nacionalidad, ni clase social. En Cristo no hay ni judío, ni gentil,
ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, sino uno solo Jesucristo,
todo en todos [Cj. ga 3, 28].
En ninguna otra sociedad como en la Iglesia se realizan en forma
tan perfecta la igualdad y la fraternidad, que son la consecuencia
de la identidad de naturaleza y de la identidad de vocación
sobrenatural, para ser hijo de Dios en Cristo Jesús. Dios llama a
todos los hombres sin excepción y les ofrece su gracia para
configurar su vida con la vida de Jesús.
Este llamamiento es universal. Dios no negará su gracia a ningún
hombre que haga lo que está de su parte por seguir la verdad y
el bien manifestados por el testimonio de su conciencia. Forman
parte de la Iglesia los bautizados. A más de los que han recibido
en forma aparente el bautismo, que constituyen lo que se suele
llamar el cuerpo visible de la Iglesia, forman también parte de
la Iglesia los que a ella han adherido en forma invisible a nuestros
ojos, pero conocida de Dios. Se dice que forman parte del alma
de la Iglesia, por el carácter invisible de su adhesión. En esta
categoría están las almas rectas, que han seguido honradamente
su conciencia y, sin culpa de ellas, no han podido conocer la
verdad revelada. Dios en su infinita misericordia, no les negará
las gracias necesarias para conocer lo que es necesario creer y
hacer lo que es necesario observar.
387
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
388
en la comunión de los santos, comunidad de vida sobrenatural
que nos une en un mismo cuerpo, hace circular entre nosotros
la misma gracia divina que nos mereció la sangre redentora de
Cristo para hacernos participar de la vida misma de Dios
“consortes de la naturaleza divina [2 Po. 1, 4] ”. Es la realización
de esa misteriosa unión entre nosotros y Cristo revelada por Jesús
y explicada por San Juan y San Pablo: Cristo es la cabeza que
vivifica todo el cuerpo y le comunica gracia, y nosotros multitud
de miembros cada uno con su función propia coordinados entre
nosotros y subordinados a Cristo, fuente de nuestra gracia.
El primer Adán arrastró en su caída a toda la raza humana por
su comunidad de naturaleza con ella; Cristo, segundo Adán
repara superabundantemente la obra del primero, ofrece al Padre
en nombre de la raza humana un sacrificio de valor infinito, y
nos ofrece a cada uno de nosotros la redención efectiva y la
adopción divina si quiere adherir voluntariamente a su Cuerpo
Místico. Por nuestra unión con Cristo disponemos de todos los
tesoros de la gracia divina.
La comunión de los santos nos hace comprender el aspecto
eminentemente social de la Iglesia. En su realidad ella abarca a
los hombres todos que actualmente luchan en su seno, y a los
hombres cuya vida ha sido ya fijada en Dios, sea que estén en la
gloria o purifiquen aún temporalmente sus faltas. Los que forman
parte de esta inmensa comunidad están ligados por vínculos no
sólo morales sino físicos, la gracia santificante, participación
creada del ser divino que nos viene de Cristo como de su fuente.
La gracia establece entre los que de ella participan lazos muy
superiores a los de la sangre y comunica a todos los bienes
espirituales de todos.
La Iglesia que sufre, las almas del purgatorio, reciben la ayuda
de nuestras plegarias, y nosotros el auxilio de su intercesión.
Los méritos infinitos de Cristo, los méritos de la Virgen y de los
santos nos son aplicados en la medida que Dios determina
asegurándonos cada día una mayor unión con Cristo. Cada uno
aprovecha del bien de todos. No hay acción alguna de un
cristiano en estado de gracia, que no aproveche a sus hermanos
que luchan y que sufren, y a su vez él está permanentemente
ayudado por la acción de hermanos desconocidos que lo hacen
participante de sus méritos. Por los sacramentos, por las
indulgencias, por las obras realizadas en estado de gracia, la
Iglesia mantiene siempre activa y fecunda la circulación de la
vida sobrenatural en el mundo. De aquí la necesidad de vivir en
estado de gracia, sin la cual nuestras acciones no tienen valor
sobrenatural alguno. Los que han partido de este mundo
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INDICE EXTENDIDO
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ÍNDICE DE MATERIAS
393
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Estado, 61, 62, 100, 146; obliga al Estado a ejercer una acción
positiva en la actividad económica, 62,225,226,229; en función
de él podría ser necesaria una expropiación, 65; los impuestos
contribuyen a su realización, 65,72,74,75; bien común
internacional, 76,79; límite a la intervención del Estado respecto
de la propiedad individual, 65; deber de los que disponen de
grandes recursos, 67; delimita la libertad de acción, 67; fin de
la vida política, 70; dos conceptos de política, 70;
responsabilidad de los políticos, 70; diversidad de opciones de
los cristianos en la política de partidos, 71; relativo al verdadero
bien de la naturaleza humana, 82; se realiza (o no) según la
diversidad de circunstancias, 83; limita a la facultad de mandar,
93; por causa de él la ley puede tolerar el mal, 95,96; peligro de
su descuido en las sociedades anónimas, 103,104; riesgo de
subordinarlo al interés y necesidades de la producción, 107;
criterio de moralidad de las concentraciones de capital, 108;
criterio para la división de los bienes de la tierra; 131; uno de
los pilares fundamentales de la moral social, 133; la acepción
de personas se opone a él, 136; regla de orientación de las
acciones en la sociedad, 136; su relación con la justicia legal y
social, 136,137,138,158,184; su relación con la equidad social,
140; fin de la sociedad, 142; su noción, 142; bien propio de
cada sociedad, 142; relativo a la sociedad civil, 142; lo propio
del bien común de un estado, 142; categorías de bienes que
exige, 143; su relación con los bienes individuales, 143; en su
nombre no se puede exigir el sacrificio de la persona humana,
143; los pecados contra él (sólo enunciado), 144; por el trabajo
el hombre contribuye a él, 145; su relación con el contrato de
sociedad, 153; su relación con el salario familiar,
155,157,158,159; orientación del cambio de estructuras, 167;
su relación con las corporaciones y los gremios,
173,204,207,236; razón de ser de la intervención de la Iglesia
en el sindicalismo, 182; obliga a no callar cuando es conculcado,
184; finalidad del sindicato, 187; llama a colaborar al estado y
al movimiento sindical, 188; limita el derecho de asociación,
191; delimita la legitimidad de la huelga, 202; su relación con
el derecho de propiedad, 208,209; limita el derecho de
propiedad, 215, 217, 219, 220, 221, 224, 229; delimita los
derechos de sucesión hereditaria, 224; en función de él el Estado
puede nacionalizar empresas, 230; es criterio de legitimación
de la propiedad, 230; relativo a la concepción cristiana de la
propiedad, 231; define el criterio de intervención de la ética en
los hechos económicos, 233; criterio para determinar la utilidad
en la empresa, 235; criterio de las grandes operaciones
económicas en las naciones, 235; es criterio de la competencia,
394
237; la cooperativa como auxiliar del bien común, 238; delimita
los criterios de actuación de la banca, 240,243; delimita la
concentración de riquezas, 245,251; condición para alcanzarlo,
253,254; deber del clero y de la Acción Católica de preparar a
los católicos en el caso de una legítima insurrección, 268
Caridad: relación justicia y caridad, 139; diferenciación de la
limosna, 140; complemento entre caridad y justicia, 140; caridad
social y equidad, 140; males del mundo y violación de las
virtudes, 141; como aspiración y pilar de la moral social católica,
5, 133, 231; a la cual Santo Tomás está siempre atento, 8; divina
que regula las obligaciones entre el marido y la mujer, 35; como
espacio de acción de la mujer, 35; reemplazada por el uso de la
violencia, 69; a partir de la cual es posible juzgar las causas de
la anarquía, 69; y política, 69-72, 74, 266; internacional, 77;
como criterio para determinar las reparaciones en un tratado de
paz, 79; la humanidad está sufriendo su bancarrota, 84; no se
profundiza ni se vive conforme a ella en la práctica cotidiana,
85, 254; rehusada por ciertas doctrinas, 123, 261; como base
de la reeducación de la humanidad, 127; en la distribución de
los bienes, 131; como virtud, 133-134, 253, 259-260; falsa y
sin justicia, 134-135, 254-255; como obligación de los
trabajadores, 137; en mutua colaboración con la justicia en las
relaciones económico-sociales, 137; como parte del bien común
de un estado, 142; a cuyas exigencias responde el trabajo, 144-
145; en la relación patrón-obrero, 148, 161; que obliga a quienes
tienen a socorrer a pobres e indigentes, 161; y sindicalismo,
168, 170; como reguladora del mundo económico, 184, 205;
en la Corporación, 205; que introduce la obligación de la
limosna, 209, 219; en la vida comercial, 236, 250; primera virtud
que reclama la reforma social, 253-254; exige el reconocimiento
de ciertos derechos debidos al obrero, 255; que remediará
eficazmente los males que afligen a la humanidad, 255; que
debe ser inculcada a otros, 259; como criterio de la acción del
sacerdote, 262; y Acción Católica, 265, 266; y deber cívico,
266; y organizaciones sociales, 271; de la Iglesia Católica, 272.
Clases sociales: características, 40; su existencia, 40; elementos
constitutivos, 40; conciencia de clase, 40; su número, 40; su
diversidad, 41; armonía de clases, 41; lucha de clases, 42;
actitudes ante la lucha de clases, 43; actitud del cristianismo
social, 44; cooperación de las clases, 44; apelación a la justicia
social, 44; y sociedades naturales, 17; como cuadros sociales
naturales del hombre, 18; protegidas por la pública autoridad,
61, 64; en tensión permanente por la inseguridad constante del
proletariado, 86; entre las que se debe mantener la paz y la
395
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s
396
los padres por el comunismo, 124, de la humanidad debe ser
ante todo espiritual y religiosa, 127; religiosa como derecho del
hombre, 133; como bien moral de la familia, 142; parte de ella
debiera consistir en descubrir el sentido social de cada trabajo,
144; encontrada por el trabajador en la corporación de artesanos
durante la Edad Media, 147; profesional entregada al asalariado
para permitir su acceso a la pequeña propiedad, apuntando a la
abolición del proletariado, 151; educación para aprovechar
honestamente los tiempos más largos de reposo en el trabajo,
163; a la cual debe ser orientado de forma más intensa el
presupuesto nacional, 166; del proletariado, 178; la misión del
sindicalismo en torno a ella, 178, 180, 181; y propiedad privada,
223.
Equidad: noción de Santo Tomás, 140; como aspiración de la
moral social católica, 5, 231; en la educación, 26; en la
aplicación de la pena de muerte, 55; a la cual deben recurrir las
leyes civiles, 58; en la repartición de las cargas públicas es lo
que más eficazmente contribuye a la prosperidad de un pueblo,
62; que establece exigencias a la autoridad pública respecto al
proletario, 64; distan de ella los que profesan el liberalismo, 96;
como dominio que recibe actos de la caridad, 140; que debe
ser respetada por los sindicatos neutros, 196; en la distribución
de los bienes, 222, 245, 251; que debe guiar una evolución
progresiva fomentada por el Estado, 225; en la prescripción de
algún bien, 227; a la cual debe atender el precio de interés,
250; y como criterio de la acción del sacerdote, 262-263; que
establece ciertos bienes a que tienen derecho los más humildes
trabajadores, 265.
Estado: elementos constitutivos, 45; su naturaleza, 45-46; su
personalidad, 46-47; su origen, 47-48; origen divino de la
autoridad, 49; variedad de formas de gobierno, 49; Iglesia y
formas de gobierno de los estados, 49; responsabilidad por el
bien común, 52; al servicio del acrecentamiento de los bienes
materiales, intelectuales y morales, 52; límite de su intervención,
52; ha de favorecer la cooperación del poder central con todas
las actividades nacionales, 52; no un fin en sí mismo, 53; al
servicio de las libertades, no por sobre ellas, 53; deber de
procurar la prosperidad pública, 54; riesgo de absorción estatal,
54; mayor eficiencia de la iniciativa privada, 54; riesgo de tiranía,
54; responsabilidad ante la vida moral en la sociedad, 54;
diversidad en su forma de intervención, 54; necesidad de los
tres poderes, 55; su autoridad no es ilimitada, 56; leyes del Estado
y ley de Dios, 57; evasión de impuestos, 59; e intervención
sobre el problema social, 2, 60-68; e Iglesia, 3; como tema de
397
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398
Católica, 265; como medio del hombre para alcanzar desarrollo
y progreso en el orden natural, 269.
Estructuras: deber de trabajar por formas estables, 1; necesidad
de interrogarse sobre ellas, 88; visión de los socialistas, 111; los
sindicatos deben tender a su transformación, 167,182,198;
apelación a la renovación de las estructuras sociales, 199;
valoración de las cooperativas como formas de estructuras, 238
Familia: familia como sociedad natural: 17, 18, 19, 269; misión
de la familia: 19, 20; constitución de la familia: 20, 21, 22; fin
de la familia: 20; propiedades de la familia: 20, 21; autoridad
en la familia: 22, 214; familia y derechos del niño: 22, protección
de la familia: 21, 22, 39; familia y educación: 23, 24, 27;
derechos y deberes de la familia: 23, 24, 27, 213, 214, 222;
colaboración Iglesia y familia: 24, 25; colaboración Estado y
familia: 25, 26, 39, 54, 62, 64, 65, 67, 94, 162, 163, 214, 226,
229; derechos patrimoniales de la familia: 27, 111, 133, 207,
210, 216, 217, 224, 225, 231; problema económico en la familia:
27, 28, 29, 90, 203; salario familiar: 28, 29, 133, 154, 155,
156, 157,158, 159, 217, 220; falta de seguridad de la familia:
29; necesidad de enseñanza doméstica de la familia: 29, 30;
necesidad de vivienda familiar adecuada: 30, 31, 32, 33, 161,
162; efectos del feminismo en la familia: 33, 34, 35, 36, 37, 91;
familia y sociedad: 46, 47, 48, 269; la patria como una extensión
de la familia: 68, 69, 71; efectos del socialismo en la familia:
110, 111; efectos del marxismo en la familia: 117, 124; el
Hombre y la familia: 128, 129, 130, 131; justicia distributiva en
la familia: 135, 136; justicia social y familia: 137, 157, 158,
159, 184, 222; familia y bien común: 142, 158, 159; sociedad
del trabajo y sociedad familiar: 148; derechos de los trabajadores
con respecto a la familia: 161 ; efectos del trabajo de la mujer
en la familia: 164, 165.
Justo salario: como materia del magisterio de los Romanos
Pontífices, 4; derecho de propiedad, reconocido por la Iglesia,
usado algunas veces para defraudar al obrero de su justo salario,
142, 255; que tiene como límite mínimo las necesidades de la
vida del trabajador y su familia, 156; la fijación de su monto es
influenciado por las exigencias del bien común, 158; será un
salario social al tomar en consideración las exigencias del bien
común, 159; como determinarlo en la práctica, 159; e influencia
de la ley de la oferta y la demanda, 160; pagar el justo salario a
los obreros como obligación de justicia por parte de capitalistas
y patrones, 161; como exigencia de la Iglesia, 222; que se debe
a colaboradores, empleados y obreros, 234.
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virtud, 133; al hablar de ella, hablamos de derechos, 134;
conmutativa, 135, 151, 219, 221, 231-232, 253, 263; distributiva
o proporcional, 135-136, 232, 241; general, legal o social, 136;
sin caridad es insuficiente, 139-140, 253-254; y caridad se
complementan, 140; como dominio que recibe actos de la
caridad, 140; olvidada, 141; como parte del bien común de un
estado, 142; en la relación patrón-obrero, 148, 161; compromiso
de los cristianos, 151; que rige el contrato de trabajo, 151-152 ;
en el monto del salario, 154-155, 160; y obligaciones del obrero,
160; y deberes de los patrones, 161; toda actuación sindical ha
de buscarla, 184; no tiene partidos, 184; como fin del sindicato,
187; que debe ser respetada por los sindicatos neutros, 196;
hay veces en que no se ve otro recurso distinto de los actos de
sabotaje y violencia para obtenerla, 201; y huelga, 202; como
reguladora del mundo económico, 205; que entra en pugna con
el remedio propuesto por los socialistas, 210; y frutos del trabajo,
212; y limosna, 218; ella se obtiene no por la revolución sino
por la evolución y la concordia, 225; en la vida comercial, 232-
233, 246; a sus normas debe ceñirse la empresa, 236; impedirá
la competencia desleal, 236; que, en forma imparcial, dé a cada
uno lo que le corresponda, y obtenga de cada uno lo que debe,
255; hambre y sed de ella, 254-255; como criterio de la acción
del sacerdote, 262-263; que establece ciertos bienes a que tienen
derecho los más humildes trabajadores, 265; y Acción Católica,
266; y reivindicaciones sociales, 267; y organismos sociales,
270-271;
Justicia Social: relación con la justicia legal, 136; concepto en
Pío XI, 137; la dignidad de la persona humana como su
fundamento, 138; dos sentidos para el mundo moderno, 138; a
qué obliga, 138-139.
Liberalismo: y concepción de la estructura social, 19; amoral
que ha hundido al mundo actual en una triste ruina, 44, 100,
187; cuyos límites fueron sobrepasados por S.S. León XIII, 61,
67, 168; como sistema para resolver el problema social, 91;
sentido general, 92; absoluto, 92; sectarios del liberalismo, 92;
liberalismo mitigado, 94; en lo tocante a tolerancia causa
extrañeza cuánto distan de la prudencia y equidad de la Iglesia
los que profesan el liberalismo, 96; económico, 96-97;
neoliberalismo económico, 97; que decae por culpa de la
conducta antiliberal del Estado, 98; doctrinas positivas esenciales
del neo liberalismo, 98; el neo liberalismo conserva todos los
caracteres fundamentales del liberalismo clásico, 98; crítica del
neoliberalismo el estado, 99; en su aspecto social el
neoliberalismo tiene una orientación que recuerda aun
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socialista, 113-114; que conoce el comunista es la de adherir al
partido, 120; despojada al hombre por el comunismo, 120; de
las conciencias en el comunismo, 124; concebida de forma
distinta según los diversos sistemas de moral social, 127;
orientada por una ley moral que proviene de Dios, 128; que
debe ser usada por el hombre para realizar su destino propio,
128, 211; permitida por el derecho de propiedad, 131, 210,
215, 217, 230; como instrumento precioso que posee el hombre
y del cual debe tener conciencia, 132; como derecho del hombre
que debe ser respetado por justicia, 134; perdida en el régimen
de peonaje, 147; del proletario y su reivindicación, 150, 166;
disminuida por el temor, en el contrato de trabajo, 151; a los
obreros para cumplir con sus deberes religiosos, como deber de
los patrones, 161; defendida por el sindicato, 167; ocupada como
excusa para la abolición de los gremios, 173-174; en el
sindicalismo revolucionario, 176; integral del individuo como
lucha del anarquismo, 177; espiritual negada al hombre por la
sociedad, 183; violada ante la indecisión del hombre de pensar
por sí mismo, 183; del estado y el movimiento sindical que
debe ser mutuamente respetada, 188; de las organizaciones para
criticar y exigir un cambio de conducta en un gobierno, 188; de
crear varios sindicatos, 190-192, 196; de los sindicatos para
federarse, 190, 197; u obligatoriedad de la sindicación, 190,
197; sindical, 192-195, 198; de los trabajadores para escoger
su forma de organización, 198; de los trabajadores y huelga,
203; del Corporativismo Portugués, 206; de disponer libremente
del salario, 210; de la familia para la cual son necesarios derechos
iguales, por lo menos, a los de la sociedad civil, 213; privada
por la esclavitud de los capitales privados o por el poder del
Estado, 216; contractual que debe ser protegida en procesos de
concesión a favor de organismos privados, 224; como base de
un régimen que supera al de la esclavitud, 236; hija de la justicia,
255; 265; cívica reivindicada por los católicos, 267.
Marxismo: al reducir el problema social a los factores
económicos reduce arbitrariamente las influencias que lo
producen, 81; injustamente elogiado al confundirse todo
movimiento de reforma social con el comunismo, 91; como
sistema que pretende explicar y orientar la vida económica, 102;
y capitalismo como alternativa, 108; y laborismo en la
perspectiva socialista, 112; que tiene un carácter estrictamente
proletario, 113; en la perspectiva de Blumm, 113; sentido, 115,
177; le corresponde superar la filosofía y resolver en la práctica
los problemas que ella plantea en teoría, 117; y sus valores,
118; no hay ninguna ruptura entre sus posiciones económicas y
sus posiciones políticas, 118; comentado por Lacroix, 119; más
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Moro, 80; capitalista del siglo XIX, 80; perfecto, 80-81; según
los individualistas, 81; según los colectivistas, 81; que puede
obtenerse es sólo aproximativo, 81; y doctrina del pecado
original, 81; derrumbado por el comunismo bolchevique y ateo,
122; al cual aspira la moral social católica, 133, 222; más justo
al cual apuestan los sindicatos y que constituye parte de su bien
común, 142; cristiano y sindicalismo, 182, 184; justo no puede
ser creado cometiendo injusticias, 184; es un equilibrio interior
en que se da a cada cual lo que corresponde, 184; que tiene a la
corporación como uno de sus pilares fundamentales, 204; y
derecho a la propiedad, 215, 222; y limosna, 218; y el rol del
banquero, 243; y Acción Católica, 265;
Pobreza: normas y documentos sobre el tema en la época
patrística, 6; en el hogar abandonado por la mujer, 37; el Estado
debe dar especial protección a los de esta clase, 64, 67, 219; de
la nación que impide llega rmás lejos en la búsqueda del
bienestar nacional, 70; y cesantía, 86; a la cual están condenados
los obreros bajo una perspectiva liberal, 100; ideológica de la
burguesía según el marxismo, 121; rechazada como mal absoluto
por el liberalismo y el socialismo, 132; y virtudes naturales, 134;
y justicia social, 138; que es superada por medio del trabajo
acumulado de todos los ciudadanos, 144; y proletariado, 150;
que impide a las personas hallar aquellas cosas que son menester
para sustentar la vida sino ganando un jornal de trabajo, 154;
que debe ser socorrida por parte de los ricos y de los que tienen
como obligación de caridad, 161, 209, 219; que debe ser
respetada en el acto de la limosna, 218; que constituye una
clase de ciudadanos 222; e inversión de fondos, 240; y amor
cristiano, 254; espíritu de 256; a la cual el Evangelio promete la
felicidad no es la miseria, 256; es necesario que los hombres
tengan el valor de abrazarla, 256; ir a ella, 260; en la vida del
sacerdote, 260-262.
Política social: promovida por el Estado con fruto de la doctrina
católica, 67; favorecida por la Encíclica Rerun Movarum, 68; y
salvaguardia de la propiedad privada, 216
Problema social: según el magisterio de la Iglesia, 2; como tema
de la moral social católica en España durante el siglo XIX, 11; e
intervención estatal, 61; origen de su planteamiento actual, 80;
y acción de la Iglesia, 81; en la teoría marxista, 81; reducido a
los factores económicos, 81; e influencias ideológicas, 81; en la
Edad Media, 83; en el mundo moderno, 83; características, 83;
y conflictos bélicos, 84; en los campos y ciudad, 88; ignorado
por los hombres, 91; sistemas para su resolución, 91, 180; y
sistemas de moral social, 127; para su solución el puesto principal
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apela al cambio de estructuras, 182; su urgencia, 250; el
cristianismo vivido, condición para su realización, 252; la
caridad, primera virtud que reclama, 253.
Renovación social: en el sindicalismo reformista, 180.
Responsabilidad social: conceptualización, 130.
Sentido social: y patriotismo, 69; conceptualización, 130;
católicos desprovistos de él, 135; como traducción de la justicia
social, 138; su descubrimiento en cada trabajo debiera ser una
parte importante de la educación, 144.
Socialismo: como tema de los escritos de León XIII, 12; como
sistema para resolver el problema social, 91; como sistema que
pretende explicar y orientar la vida económica, 102; que ha
sufrido grandes cambios desde la época de León XIII, 108, 113;
diversidad de tendencias sobre el socialismo, 109; cuya
tendencia interna lo llevó a ocuparse en forma exclusiva del
hombre, 110; como doctrina económica y social nacida en
reacción contra el liberalismo, 110; como doctrina que afirma
la primacía de la sociedad sobre el individuo y la subordinación
de éste a aquella, 110; no es el enemigo de la propiedad fruto
del trabajo sino de la propiedad capitalista, 111; marca la
substitución de la economía libre por la economía dirigida, 111;
y el problema de la organización, 111; y el problema de la
igualdad, 112; orientaciones actuales del socialismo, 112; y
humanismo, 112; actual expresa una doble aspiración de
universalismo y de espiritualismo, 112; humanista pretende
formar hombres, 113; y rasgos liberales, 113; juicio de la Iglesia
sobre el socialismo, 113; dividido, 114; que dio en el
comunismo, 114; mitigado, 114; de tendencia moderada, 114-
115; construido por la dictadura del proletariado, 117; Trotskista,
121; sólo enseña al gozo y la posesión de los bienes y rechaza
como males absolutos la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento,
132; de estado atribuido a los sindicatos, 169; que aspira a la
nacionalización de las empresas más poderosas y a la gestión
pública de las principales actividades sociales, 208; socialismo
agrario, 208; que tienden a suprimir toda propiedad privada de
los instrumentos de producción, 228.
Solidaridad: sentimiento que une a los compatriotas con vínculos
cuasi familiares, 68,69; ; con las opiniones políticas y las
odiosidades de partidos, 74; reconocida en el Pacto de la
Sociedad de las Naciones, 80; social, conceptualización, 130;
genuinamente humana y cristianamente fraterna, 133, 223; como
base de una doctrina católica anti-individualista, 157;
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completamente sino cuando la clase obrera pueda participar a
la cultura integral, 113; teoría del valor, 118; proletarios que lo
realizan y no perciben su utilidad, 118; como lucha del hombre
con la naturaleza, 121; fraternidad en él, como pseudo-ideal,
122; colectivo, 124; de orden superior que el hombre debe ser
libre de efectuar, garantizado por la propiedad privada, 131; y
fuerzas desiguales para ejercerlo, 132; diferenciado en la
sociedad, 132; todo tipo posee una dignidad inalienable y al
mismo tiempo un estrecho lazo con el perfeccionamiento de la
persona, 133; consecuencias prácticas que se derivan de su
nobleza moral y que la Iglesia no titubea en apoyar, 133, 222;
señalado por el padre de familia, según la justicia distributiva,
135; y salario, 135, 153-160, 236; sentido del, 144-145; mística
del, 145, 160; obligación personal del, 145; obligatorio y Estado,
146; regímenes de, 146-151; contrato de, 151-153; y deberes
del obrero, 160; y deberes de los patrones, 161; y derechos de
los trabajadores, 161-162; y dignidad obrera, 163; que se
convierte en un instrumento de perversión, 163; excesos de
racionalización del, 164; taylorismo como una de sus técnicas,
164; de la mujer, 164-165; de los menores, 165-166; y
sindicalismo, ver capítulo El Sindicalismo, 166-206; y formas de
propiedad, 207; y propiedad, 210, 212, 214, 216, 226-230; y
limosna, 218; magnificencia y justicia social, 220; y progresos
técnicos, 226; e intervención estatal, 222-223; y justo precio,
233; y justa ganancia, 234-235; paralización de, 240; realizado
que es superado por los honorarios recibidos, 242-243; que no
es la justificación de la ganancia del juego y la especulación,
246; y préstamo, 248; acumulado convertido en bien inmaterial
(dinero), 249; y contrato de asociación, 249; sobre el cual se
impone el capital industrial, 250; en equilibrio con el descanso,
257; y oración, 257-258; Divino Precepto del, 258; convertido
en himno de alabanzas a Dios por el obrero cristiano, 258; de
la Acción Católica, 264.
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