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Moral Social

PADRE ALBERTO HURTADO, S.J.


TEXTO INÉDITO 1952

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Moral Social
PADRE ALBERTO HURTADO, S.J.
TEXTO INÉDITO 1952

Edición presentacíon y notas de


PATRICIO MIRANDA REBECO

Con la colaboración:
P. Cristián Hodge C.
Gabriela Jorquera R.

E S C R I T O S I N É D I T O S D E L 5PA D R E H U R TA D O , S . J .
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

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Í N D I C E R E S U M I D O

Presentación

I.

1. Introducción

2. Resumen histórico del desarrollo de la Moral Social Cátolica


3. La vida social y las sociedades naturales
4. El desorden social. La cuestión social
5. Sistemas para resolver la cuestión social

II.

1. Presupuestos de la Moral Social Cátolica


2. Principios de la Moral Social Cátolica
3. La vida económica y profesional
4. Reforma Social o Reforma Moral
5. La Vida Sobrenatural

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P R E S E N TA C I O N

El lector tiene en sus manos un libro del P. Hurtado y no sobre


el P. Hurtado. Se trata de su obra póstuma. ¿Cómo es eso posible
transcurridos ya más de cincuenta años de su muerte? Desde
bastante tiempo era conocido que entre los muchos escritos
inéditos del P. Alberto Hurtado –cartas, notas, apuntes, entre
otros- se encontraba un texto al que se solía aludir, cuando se
enlistaban sus obras, como un “texto inédito e inconcluso”. Y
en verdad cumplía las dos condiciones, sólo que estaba en un
nivel de desarrollo mucho mayor del que se pensó en principio.
El mismo P. Hurtado en sendas cartas inéditas del año 1952, le
comparte a unos amigos que se encuentra escribiendo un libro
sobre moral social. En sus palabras:
“Estoy escribiendo un libro que llamaré Moral
Social,1 por no llamarlo Doctrina Social Católica1 ;
y si me da el tiempo quisiera garabatear algo que
tengo muy adentro, “el sentido del pobre”.2
Mucho he agradecido tu carta tan cariñosa. De esas
que revelan toda la felicidad y afecto correspondido
de los antiguos alumnos que luego viene a ser
amigo y compañeros de tareas. Que Dios te lo
pague! Mi salud, mejor - gracias a Dios - y así estoy
escribiendo mi libro Moral Social, que discutiremos
juntos este año.3
Su temprana muerte le impidió llegar a publicar una obra de la
cual había alcanzado incluso a hacer al menos una corrección.
Que él tenía consciencia de estar llegando al término de la
elaboración de su libro, se deja ver en el último acápite de su
obra, en donde se lee: “Al llegar al término de la Moral Social
Católica nos conviene fijar los ojos en la gran realidad que
estimula todos nuestros trabajos.” Si bien esto no demuestra que
el P. Hurtado se encontrara a punto de dar por terminado el
proceso de elaboración de su libro, el lector podrá apreciar por
sí mismo que, no obstante los puntos menores que él no alcanzó
a desarrollar (y que se indican en el texto), estamos en presencia
de una obra desarrollada prácticamente en toda su extensión.
1
El nombre del libro en el original aparece como “Moral Social: Acción Social”.
Sin embargo, el P. Hurtado se refiere a él en su texto como Moral Social.
2
Archivo Padre Hurtado, s71y59.
3
Archivo Padre Hurtado, s62y81.

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La edición de esta obra se enmarca en un proceso de


recuperación, edición y publicación de los escritos inéditos del
P. Hurtado. Fruto de ese proceso es la edición de su libro Moral
Social. El conocimiento de esta obra posibilitará ampliar la
comprensión del pensamiento social del P. Hurtado y su interés
por aportar desde una perspectiva ético social cristiana al análisis
y solución de problemas álgidos de la convivencia social en el
Chile de su época. En este sentido, Moral Social puede iluminar
a su modo las búsquedas del presente, no por cierto desde una
traslación deshistorizada de lo que fue escrito para el Chile de
mediados del siglo XX, sino al modo de un aguijón que urge a
la búsqueda de una comprensión actualizada de las
problemáticas sociales y a la tarea siempre inacabada de
constitución de una sociedad más justa y más humana.
Este libro fue escrito en un contexto eclesial y social que no es
el nuestro. Su lectura y ponderación crítica ha de atenerse
-consiguientemente- a un criterio hermenéutico básico: estamos
en frente de pensamientos sociales que fueron urdidos en y para
un período determinado de la historia de Chile y de la Iglesia
Católica. Ello sin perjuicio que desde su tiempo pueda iluminar
las búsquedas de nuestro presente.
Su Moral Social el P. Hurtado la desarrolla con un oído atento
tanto a la fe y sus implicancias sociales, como a la realidad
social de su tiempo. En el surco de la tradición de pensamiento
social cristiano despliega su argumentación en unión estrecha
con los problemas sociales de su época. El paisaje del Chile de
la primera mitad del siglo XX es el contexto vital desde y para el
cual desarrolla su moral social.
Siguiendo de cerca las observaciones sobre la situación social
de Chile que el P. Hurtado presentara a Pío XII en Octubre de
1947, se pueden perfilar en grandes trazas elementos
contextuales que permiten una mejor comprensión de su
pensamiento y preocupación social. Para el P. Hurtado un
elemento importante al procurar entender los problemas sociales
del Chile de entonces y la actitud de los católicos ante ellos, es
la situación política. La contienda entre conservadores y liberales,
el nacimiento de la Falange Nacional, el despliegue del marxismo
y la lucha social desatada como consecuencia de la toma de
conciencia de las masas obreras,1 configuran un escenario que
interpela de manera nueva a la misma Iglesia, especialmente en
un contexto marcado –según el P. Hurtado- por la pérdida de
confianza en la Jerarquía de parte de muchos. Ella no sólo se
1 Las cursivas corresponden a expresiones del P. Hurtado.

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enfrenta allí al desafío, no bien logrado según el P Hurtado, de
comprensión del momento social, sino a una diversidad de
posturas entre los mismos obispos inseridos en un ambiente
que les hace pensar solamente en el peligro comunista. La
discusión de si apoyar al Partido Conservador y condenar a la
Falange, o asumir que la Iglesia no está ligada a partido político
alguno, permeó las disputas de la época y en las cuales al P.
Hurtado le cupo un rol fundamental. De hecho, en su Moral
Social vuelve sobre la candente cuestión de la participación de
los cristianos en la vida pública.
A nivel de la situación social el P. Hurtado observa la existencia
de profundas desigualdades sociales y económicas (una
diversidad muy grande en las condiciones económicas y
humanas), al punto que la gran mayoría se encuentra en la
condición de un subproletariado. En este contexto de
desigualdades surgen y cobran fuerza movimientos obreros y
estudiantiles, que levantan fuertes demandas al sistema político;
las alianzas políticas cambian, y surgen nuevas formas de
representación de estos movimientos. La distribución urbano-
rural se reorganiza, aumentando de manera creciente la
población urbana, generando enormes bolsones de pobreza, y
por tanto, levantando nuevos contenidos a la llamada “cuestión
social”; una alta mortalidad infantil, una parte importante de la
población analfabeta, las malas condiciones de las viviendas
obreras, y los bajos salarios de los mismos, eran parte del paisaje
social, marcado además por un conflicto social, consecuencia
de una división demasiado marcada entre las diferentes clases
sociales, que aguijonea la permanente preocupación del P.
Hurtado por los problemas sociales y la acción social. Su Moral
Social no es una excepción; en ella profundiza sus reflexiones
sobre los problemas sociales y la acción social.
Por otro lado, en su Moral Social el P. Hurtado sitúa el problema
social en el contexto de un mundo moderno que tiene ideologías,
instituciones, técnicas que le son absolutamente propias, y, a
diferencia de los períodos anteriores, generalizadas a una gran
porción de la humanidad, al punto que parece que hubiera
cambiado más en el último siglo que en todos los miles de años
anteriores. El progreso científico técnico, y su riesgo de esclavizar
a los hombres, nuevos conflictos bélicos, el fantasma de otra
guerra, las dificultades del comercio internacional, un mundo
subalimentado, el despliegue de potentes sistemas ideológicos
modernos –nacional-socialismo, marxismo, liberalismo, entre
otros- van a ser objeto de análisis en su Moral Social.

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En términos de contenidos Moral Social del P. A. Hurtado exhibe


una gran amplitud de registro, la que se deja ver tanto en la
estructura de la obra como en la diversidad de tópicos que
aborda. El libro se organiza en dos grandes partes constituidas
por cinco capítulos cada una.
El capítulo primero tiene un carácter introductorio abocándose
a cuestiones fundamentales como la delimitación de la relación
y diferencia entre la moral individual y la moral social; el sentido
de una moral social católica y el derecho del magisterio de la
Iglesia en el terreno social; las formas del magisterio eclesiástico
y las fuentes de la moral social católica. El capítulo segundo lo
dedica a presentar un desarrollo histórico de la moral social
organizado en torno a tres épocas: época patrística, época de la
Edad Media y época moderna. El capítulo tercero se centra en
una consideración global de la vida del hombre en sociedad. La
tendencia del hombre a vivir en sociedad, la noción, origen y
configuración de la sociedad humana, ocupan la primera parte
de este capítulo. La segunda parte de este capítulo la dedica a
examinar las distintas configuraciones que él distingue en la
sociedad, a saber: la familia, las clases sociales, las profesiones,
la sociedad civil y el Estado y la sociedad internacional. El
capítulo cuarto tiene como tema central la cuestión social.
Comenzando por una elucidación sobre su significado, sus
causas y aspectos, se detiene en el problema social en su época.
En este contexto sus consideraciones recorren una variedad de
problemáticas y fenómenos sociales: el fantasma de una tercera
guerra mundial, la lucha de clases, el fenómeno de la cesantía,
las dificultades del comercio nacional e internacional, el éxodo
del campo a la ciudad y la injusta distribución de las riquezas,
son objeto de sus reflexiones. El capítulo quinto lo dedica a lo
que titula ‘sistemas para resolver la cuestión social’. Entre los
grandes sistemas orientados a resolver el problema social, centra
su análisis en el liberalismo, el capitalismo, el socialismo y el
marxismo y el catolicismo social.
La segunda parte tiene como pórtico un primer capítulo centrado
en examinar los presupuestos de una moral social católica.
Partiendo de la premisa de que los diversos sistemas de moral
social se diversifican por una diferente concepción acerca de
Dios, del hombre y del mundo, el P. Hurtado examina lo que
llama dos grandes principios: Dios y el hombre. El segundo
capítulo lo dedica a examinar los principios fundamentales de
la moral social, a saber justicia, caridad y bien común. Tratando
la justicia como la disposición estable de nuestra voluntad que
nos lleva a respetar el derecho del prójimo, se detiene en las

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diferentes especies de justicia, dedicando especial atención a la
justicia social. De la caridad parte examinando su centralidad
para el cristiano y su intrínseca relación con la justicia y la
equidad social. Sobre el bien común, trata de su noción y vínculo
con la finalidad de la sociedad civil, a la vez que de la relación
entre bien común y bienes individuales. El tercero - el más
extenso de los capítulos de esta parte- lo centra en cuestiones
morales en el campo de la vida económica y laboral. En el ámbito
del trabajo aborda cuestiones múltiples: su sentido, su mística y
su obligación; los diversos regímenes de trabajo; el contrato de
trabajo, el monto del salario y los derechos y deberes de los
trabajadores; el sindicalismo y las corporaciones. Continúa el
capítulo abocándose a la cuestión de la propiedad privada; su
noción, sus formas, las diversas doctrinas sobre ella y la
concepción de la doctrina católica, la intervención del Estado y
la evolución de las formas de propiedad. Finaliza el capítulo
tratando de la vida comercial. Trata allí sobre el precio justo y la
justa ganancia en las relaciones de compra y venta; de la moneda
y los negocios abordando cuestiones de moral bancaria y moral
bursátil; y concluye con un conjunto de consideraciones sobre
el préstamo y el interés. El capítulo cuarto lo dedica a examinar
la relación entre reforma social y reforma moral. Partiendo de la
urgencia de una reforma social, llama la atención sobre el
carácter moral que implica tal reforma, deteniéndose luego a
examinar el aporte de la fe cristiana a estos procesos. A modo
de colofón de su Moral Social concluye en el último capítulo
tratando de la vida sobrenatural. Es la comunión de los santos la
que -nos dice él- estimula todos sus trabajos y lleva a comprender
el aspecto eminentemente social de la Iglesia.
Este extenso campo temático que abarca Moral Social se
desarrolla al interior de una tradición de pensamiento social
cristiano constituida en el mundo moderno en torno de la
cuestión social. Para el P. Hurtado, ella consiste en el hecho que
la sociedad no logra realizar su propio fin, que es el bien común,
de manera que una porción considerable de sus miembros no
participa en forma proporcionada del trabajo común. Si bien la
cuestión social, tanto al nivel conceptual como al nivel de las
profundas mutaciones experimentadas por las sociedades
actuales, reclama nuevos desarrollos reflexivos, la permanencia
–cuando no el aumento- de una porción considerable de sus
miembros [que sigue sin participar] en forma proporcionada del
trabajo común, continúa interpelando a la conciencia de quienes
asumen como imperativo la construcción de un mundo más
justo y solidario. En este sentido la obra que presentamos puede

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constituirse en una cantera desde donde explorar las búsquedas


del presente.
Par finalizar, no quisieramos cerrar esta presentación sin
agredecer a quienes han hecho posible la edicion de esta obra
póstuma. Agradecemos, en primer lugar a la Escuela de Trabajo
Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile que apoyó
decididamente al proyecto DIPUC del cual esta obra es fruto.
Fundamental para la realización del proyecto fue también el
estímulo y apoyo del P. Samuel Fernández y la interlocución
con el experto en moral social, P. Tony Mifsud, S.J., a quines
exprezamos nuestra gratitud. Agradecemos, a su vez, la valiosa
cooperación de ayudantes que dieron su aporte en diversas
etapas del proyecto: Isabel Covarrubias, Rosa Duque, Constanza
Fernández, Francisca Gómez, Beatriz Rahmer y Jorge Reyes.

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1. INTRODUCCIÓN.
1.1 Moral Social y moral individual.
La actividad del hombre tiene dos aspectos: individual y social,
según mire a sí mismo o a los demás independientemente de
toda organización social, o bien como formando parte de alguna
de las múltiples sociedades a que pertenece: familia, nación,
asociación sindical, etc.
Suele decirse que la moral ha sido exclusivamente individual, y
se ha desentendido de los aspectos sociales.
Es cierto que la moral durante mucho tiempo ha dado preferencia
al aspecto individual, y esto por dos motivos. Primero porque la
moral se refiere siempre a la persona tomada en particular: es el
hombre individualmente considerado el que hace el bien o el
mal, el que ha recibido las luces de la razón y de la revelación,
el que tiene un destino personal que cumplir. En este sentido
toda moral es individual, aun en sus aplicaciones sociales.
Hay un segundo motivo por el cual la moral social ha tardado
en formarse como un cuerpo organizado. La moral es
eminentemente concreta: de sus principios generales y eternos
saca conclusiones frente a problemas que están planteados para
el hombre en una época determinada. Ahora bien, el actual
planteamiento social es de época reciente: puede decirse que
coincide con la revolución del descubrimiento de las modernas
maquinarias, con la formación de los grandes núcleos urbanos
y de las grandes industrias, con la formación de las asociaciones
obreras y patronales. En ninguna época faltan en la moral las
enseñanzas sociales, pero la moral social como rama propia es
de origen reciente por los motivos indicados.
La moral individual estudiará los actos humanos de la persona
individualmente considerada. La moral social los tratará en
cuanto el hombre forma parte de una organización social. El
hecho de que una persona esté incorporada en un grupo social
la obliga a trabajar por el bien común de cada una de las
sociedades de que forma parte y a asegurar las conquistas en
estructuras estables que realizan en mejor forma el bien común.
Es, pues, absolutamente necesaria una doctrina moral que señale
los derechos y deberes del hombre en su vida familiar,
económica, política, internacional; que enseñe cómo el hombre

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puede desarrollar su personalidad en el campo económico,


intelectual y moral sin lesionar los derechos de los demás. La
moral social será por tanto el conjunto de preceptos que regulan
las actividades morales del hombre en las diversas sociedades a
que pertenece, señalando sus deberes y derechos en cuanto
miembro de cada una de ellas.

1.2 Moral social católica.


La Iglesia no ha cesado de hacer oír su voz a través de los siglos
sobre todos los problemas que tocan la moral, tanto individual
como social.
Algunos han pretendido negar este derecho de la Iglesia en el
terreno de lo social y confinar su acción únicamente a lo que
toca directamente al altar. Toda la historia de la Iglesia constituye
un franco repudio de este cercenamiento.

1.2.1 Derecho del magisterio de la Iglesia en el terreno


social.
Refiriéndose al problema social dice León XIII:
“Animosos y con derecho claramente nuestro, entramos a tratar
de esta materia: porque cuestión es ésta a la cual no se hallará
solución ninguna aceptable, si no se acude a la Religión y a la
Iglesia. Y como la guarda de la Religión y la administración de
la Iglesia a Nos principalísimamente incumbe, con razón, si
calláramos, se juzgaría que faltábamos a nuestro deber. Verdad
es que cuestión tan grave demanda la cooperación y esfuerzos
de otros, es a saber: de los príncipes y cabezas de los Estados,
de los amos y ricos, y hasta de los mismos proletarios de cuya
suerte se trata; pero, afirmamos sin duda alguna, que serían vanos
cuantos esfuerzos hagan los hombres, si desatienden a la Iglesia”
[RN 13, OSC 33].
“La Iglesia, por lo que a ella le toca, en ningún tiempo y en ninguna
manera consentirá que se eche de menos su acción; y será la
ayuda que preste tanto mayor, cuanto mayor sea la libertad de
acción que se le deje; y esto entiéndanlo particularmente aquellos
cuyo deber es mirar por el bien público” [RN 45, OSC 34].
Pío XI reafirma claramente este derecho:
“Establezcamos como principio, ya antes espléndidamente
probado por León XIII, el derecho y deber que Nos incumbe de

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juzgar con autoridad suprema estas cuestiones sociales y
económicas. Es cierto que a la Iglesia no se le encomendó el
oficio de encaminar a los hombres a una felicidad solamente
caduca y perecedera, sino a la eterna; más aún, “la Iglesia juzga
que no le es permitido, sin razón suficiente, mezclarse en esos
negocios temporales”. Mas renunciar al derecho dado por Dios
a la Iglesia, de intervenir con su autoridad, no en las cosas
técnicas, para las que no tiene medios proporcionados ni misión
alguna, sino en todo aquello que toca a la moral, de ningún
modo lo puede hacer. En lo que a esto se refiere, tanto el orden
social cuanto el orden económico están sometidos y sujetos a
Nuestro supremo juicio, pues Dios Nos confió el depósito de la
verdad, y el gravísimo encargo de publicar toda la ley moral e
interpretarla, y aún urgirla oportuna e importunamente.
Es cierto que la economía y la moral, cada cual en su esfera
peculiar, tienen principios propios, pero es un error afirmar que
el orden económico y el orden moral están tan separados y son
tan ajenos entre sí, que aquél no depende para nada de éste.
Las leyes llamadas económicas, fundadas en la naturaleza misma
de las cosas y en las aptitudes del cuerpo humano y del alma,
pueden fijarnos los fines que en este orden económico quedan
fuera de la actividad humana y cuáles, por el contrario, pueden
conseguirse y con qué medios: y la misma razón natural deduce
manifiestamente de la naturaleza individual y social del hombre
y de las cosas, cuál es el fin impuesto por Dios, al mundo
económico.
Una misma ley moral es la que nos obliga a buscar
derechamente, en el conjunto de nuestras acciones, el fin
supremo y último, y en los diferentes dominios en que se reparte
nuestra actividad los fines particulares que la naturaleza, Dios,
les ha señalado, subordinando armónicamente estos fines
particulares al fin supremo. Si fielmente guardamos la ley moral,
los fines peculiares que se proponen en la vida económica ya
individuales, ya sociales, entrarán convenientemente dentro del
orden universal de los fines, y nosotros, subiendo por ellos como
por grados, conseguiremos el fin último de todas las cosas, que
es Dios, bien sumo e inexhausto para Sí y para nosotros” [QA
14, OSC 39].

Pío XII vuelve sobre la misma Doctrina y dice:


“La Iglesia renegaría de sí misma, dejando de ser madre si se
hiciese sorda a los gritos angustiosos y filiales que todas las clases
de la humanidad hacen llegar a sus oídos. La Iglesia no trata de tomar

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partido por una u otra de las formas particulares y concretas, con las
cuales cada pueblo y Estado tienden a resolver los problemas
gigantescos de orden interior y de colaboración internacional, cuando
respetan la ley divina; pero, por otra parte, la Iglesia, ‘columna y
fundamento de la verdad’ [1 Tm., 3, 15], y custodia, por voluntad de
Dios y por misión de Cristo, del orden natural y sobrenatural, no puede
renunciar a proclamar ante sus hijos y ante el universo entero las normas
fundamentales e inquebrantables, preservándolas de toda clase de
tergiversaciones, obscuridades, impurezas, falsas interpretaciones y
errores; tanto más cuanto que de su observancia, y no meramente del
esfuerzo de una voluntad noble e intrépida depende en último término
la estabilidad de cualquier orden nuevo, nacional e internacional,
invocado con ardoroso anhelo por todos los pueblos” [Mensaje de
Navidad 1942, OSC 42].

En 1946 vuelve Pío XII sobre este tema:


“La Iglesia debe hoy, más que nunca, vivir su misión; debe
rechazar más enfáticamente que nunca, ese concepto falso y
estrecho de su espiritualidad y de su vida interior, que la
confinarían, ciega y muda al cetro de su santuario.
La Iglesia no puede aislarse en la soledad de sus Iglesias y
descuidar así la misión que le ha confiado la Divina Providencia,
de formar hombres completos y de esa manera, colaborar sin
descanso en la construcción de los sólidos cimientos de la
sociedad. Para ella es esencial esta misión” [Consistorio 20 Febr.
de 1946, OSC 43].

1.2.2 Varias formas del Magisterio eclesiástico.


Los Romanos Pontífices afirman claramente su magisterio directo
en las materias directamente reveladas, e indirecto en todo lo
que dice relación con el dogma o la moral cristiana, como ser,
trabajo humano, derecho de asociación, de huelga, justo salario,
especulación, acaparamiento... otros tantos temas vinculados
con la moral y sobre los cuales la Iglesia podrá pronunciarse
con pleno derecho cuando lo juzgue oportuno.
Los asuntos técnicos, en cambio, el mismo Romano Pontífice
declara que están fuera del campo de su magisterio: tales, por
ejemplo la preferencia por un determinado método de
extracción, o de organización de las relaciones económicas. Si
en alguna determinada intervención de la Iglesia no aparece
claro su carácter técnico o moral, es a la Iglesia misma a la que

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corresponde indicar su naturaleza y no puede en esto ser
supeditada a ningún juicio extraño.
La Iglesia interviene para poner en guardia a los fieles contra
determinados errores, o para recordar en forma positiva los
eternos principios de la moral y sacar algunas aplicaciones,
condicionadas ordinariamente por determinadas circunstancias
concretas que mueven al Magisterio a enseñar.
El magisterio de la Iglesia toma un carácter de gravedad
extraordinaria cuando el Concilio o bien el Romano Pontífice
declaran ex cathedra que una verdad forma parte del depósito
de la revelación: negar tal declaración equivaldría al pecado de
herejía. El magisterio ordinario es el que ejecuta el Romano
Pontífice por medio de sus encíclicas, alocuciones, actuaciones
personales suyas o de las Congregaciones Romanas, todo esto
con alcance universal; o bien el que los Obispos en sus diócesis
dirigen a sus respectivos diocesanos. Los actos del magisterio
no están garantizados por la infalibilidad, pero sí forman parte
de la jurisdicción universal del Romano Pontífice, o diocesana
del Obispo, y son de orden doctrinal o disciplinar. Los fieles
deben prestar a estas declaraciones no sólo una sumisión exterior,
sino una adhesión interior de inteligencia y voluntad a la
declaración dada que puede reclamar una actitud intelectual
propiamente dicha, o la simple realización de una orden. Estas
enseñanzas pueden ser reformadas.
No está demás recordar que el Concilio Vaticano2 enseña
expresamente (De fide c. 3) que la enseñanza ordinaria del
Romano Pontífice cuando desea expresamente hacerlo, o la
enseñanza colectiva y uniforme de los Obispos dispersos en el
mundo y concordes con el Romano Pontífice pueden bastar para
darnos a conocer que la doctrina contenida en sus declaraciones
forma parte de la fe católica.
Frente a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia el fiel debe
ser consecuente consigo mismo y acatarlas con espíritu
sobrenatural: es la consecuencia lógica de su pertenencia a la
Iglesia y de su fe en el Espíritu Santo quien rige y gobierna la
Iglesia.
La Iglesia jamás intervendrá con su magisterio si no es cuando
está de por medio la revelación divina hecha por Jesús y los
Profetas y cerrada con la muerte del Redentor. La Iglesia tiene la
promesa de estar asistida por el Espíritu Santo en la enseñanza
de esta revelación. No está ligada la certeza del magisterio
2 Se refiere al Concilio Vaticano I.

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eclesiástico a las razones que puedan alegar el Romano Pontífice


o el Concilio como considerandos a su declaración. Lo único
que pasa a formar parte de nuestra fe es la declaración misma.

1.2.3 Fuentes profanas de la moral social católica.


A más de la revelación, la moral social se funda también en la
razón y en la experiencia. La razón nos presenta los principios
de derecho natural que nos declaran el orden de las cosas
establecido por Dios. La revelación confirma y completa estos
datos y agrega las prescripciones positivas de la ley divina, en
particular de la moral evangélica. La experiencia interviene para
escoger aquellas soluciones inmediatas que parecen más aptas
para la aplicación. Esta experiencia es la historia entera de la
humanidad, y a veces reviste el carácter de una experimentación
conducida técnicamente. Una verdadera ciencia moral católica
evitará los escollos de un apriorismo teórico, o de un
pragmatismo que mira únicamente a los resultados sin
preocuparse de sus fundamentos. La moral social católica no se
contenta con afirmar sólo lo que es lícito e ilícito, sino que mira
más lejos y aspira a fundar nuestras relaciones humanas en la
justicia, la caridad y la equidad.

1.2.3.1 La técnica.
La moral social católica exige que se pongan en práctica los
medios técnicos para la realización de sus principios: sin ellos
las mejores doctrinas quedan sin valor.
Algunos moralistas son excesivamente simplistas. Afirman que
la cuestión social es un problema moral; que basta vivir el
Evangelio, o realizar las encíclicas para solucionarlo, y hacen
con esto un daño inmenso. Lo menos que se les puede echar en
cara es su simplismo.
Los problemas sociales son morales, pero no son sólo morales:
encarnan también problemas técnicos que han de ser resueltos
para poder aplicar normalmente los principios. Si los salarios
no alcanzan para la vida, la moral enseña que hay que hacerlos
tales que alcancen. Pero ¿por qué medios? ¿Produciendo una
deflación, una inflación, para dar más trabajo, abriendo nuevas
industrias, señalando precios a los productos?... Todas estas
medidas deben ser estudiadas bajo el punto de vista técnico y
de eficacia. El Evangelio es indispensable, sin él no hay solución;

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pero jamás enseñó Jesús que quedaban los hombres dispensados
de estudiar las soluciones prudenciales, antes al contrario las
urgió con rara vehemencia y de ellas nos pedirá cuenta en
proporción a la capacidad para descubrirlas. Parece que es
necesario insistir en este punto, pues es frecuente el pecado de
pereza y en todas partes se echa de menos equipos de hombres
bien formados en los principios y no menos preparados en la
técnica que resuelvan los complicados problemas de un mundo
en vías de crecimiento. Pueden los sociólogos católicos
descansar en la seguridad de sus principios y en la ayuda de la
gracia que les dará fuerza para ponerlos por obra; pero ellos
deben colaborar con un esfuerzo de invención y de aplicación
a la altura de su fe.

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2. RESUMEN HISTÓRICO DEL DESARROLLO DE LA
MORAL SOCIAL CATÓLICA.
2.1 Época patrística.
La misión de la Iglesia no es el gobierno temporal de los hombres.
Ella está llamada a continuar la obra de salvación de Jesús. Por
eso nadie puede extrañarse que el Evangelio y la Iglesia no
presenten un plan completo de reforma social, por ejemplo sobre
la esclavitud, sino las doctrinas morales básicas sobre la dignidad
del hombre, la naturaleza de la familia, de la sociedad, etc., y
sobre la acción correspondiente. Jesús nos confió la semilla del
verdadero amor que el tiempo hará germinar.
Esta ley de amor domina el desarrollo de las comunidades cristianas:
San Pablo da consejos sobre la sumisión al poder establecido,
normas para los amos, y los esclavos. Santiago y Juan en sus epístolas,
normas sobre el trato a los pobres y el deber de la limosna. Los
tratados especiales sobre tema social son raros: ordinariamente esta
enseñanza es dada en la predicación y en el comentario de la
Sagrada Escritura, y por tanto reviste un tono oratorio más bien que
didáctico y está orientada hacia la acción inmediata. En estos
documentos hay que mirar más al espíritu que a fórmulas jurídicas
que jamás intentaron dar. Con este criterio hay que leer los sermones
de los Padres de la Iglesia que se referían siempre a problemas
concretos de su auditorio: sería forzar su sentido aplicarlos
literalmente a los problemas de hoy. Lo que importa es ver el espíritu
que domina la enseñanza del conjunto de los Padres de la Iglesia.
Entre los documentos de esta primera época cabe señalar La
Didajé, o Doctrina de los Apóstoles, de fines del siglo I con
pasajes preciosos sobre el amor mutuo. El Pastor de Hermas,
del siglo II que urge la ayuda mutua del rico y del pobre. Los
escritos de Clemente de Alejandría: El Pedagogo; y ¿Qué rico
puede salvarse?, sobre la propiedad y uso de las riquezas. San
Cipriano (s. III) se refiere especialmente a la limosna; Tertuliano
al matrimonio y vida social; San Basilio, a la usura, el hambre y
la embriaguez; San Gregorio, hermano del anterior, a la usura,
al amor de los pobres: tiene preciosos comentarios sobre las
bienaventuranzas. San Juan Crisóstomo ha dejado sermones
enteros sobre estas mismas materias y un tratado sobre la
educación. Tal vez la obra de mayor mérito con relación a nuestra
materia es la Ciudad de Dios, de San Agustín (s. IV) en que se
expone la concepción cristiana de la historia y de la política, el
papel de la religión en la vida ciudadana, las condiciones de la
verdadera paz, etc.

29
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

La doctrina cristiana en esta primera época no se queda en la


pura teoría sino que toma formas de vida. Las primeras
comunidades cristianas de Jerusalén organizan una vida en
común tratando de hacer de los discípulos de Jesús una gran
familia en la que no hay ricos ni pobres. Las dificultades mismas
que encontró esta experiencia la hizo pronto desaparecer y le
impidió generalizarse. El espíritu que la animó sigue [siendo],
sin embargo, el mismo: la predicación insiste en la rigurosa
igualdad entre los cristianos (ante la fe no hay libres ni esclavos),
y esto hizo que los más fervientes cristianos dieran libertad a
sus esclavos e incluso les asignaran medios para poder subsistir
una vez libertos; los que no llegaban a tanto suavizaban su
condición respetando las libertades fundamentales de la persona.
Estos principios influyeron poderosamente en las leyes que
atenuaron los rigores sociales una vez que se hizo sentir la
influencia social del cristianismo después de la conversión de
Constantino.

2.2 Época de la Edad Media.


La ruina del Imperio Romano y las invasiones bárbaras impiden
la actividad intelectual y urgen una acción inmediata que se
realiza a la luz del pensamiento profundamente arraigado del
Evangelio. La Iglesia en esta época se orienta valientemente hacia
los nuevos pueblos bárbaros tratando de suavizar sus costumbres,
de organizarlos jurídicamente y de establecer la paz. Los Obispos
aparecen como los organizadores de la vida cívica, los
“defensores de la nación”. En la anarquía universal ellos son los
únicos que logran imponerse por su cultura, su prestigio espiritual
y su magnanimidad que los lleva a sacrificar hasta los tesoros
de la Iglesia para rescatar a los cautivos. La misión de los Obispos
es secundada por los monjes que son los forjadores de los nuevos
pueblos, extienden la tierra habitada a zonas pantanosas,
conservan la cultura antigua y la transmiten a esas generaciones
bárbaras que bajo su influjo se instruyen, se civilizan y se
pacifican. Los monjes enseñan con su ejemplo la estima del
trabajo manual despreciado por esos guerreros gozadores de la
caza y los banquetes.
En la época carolingia los obispos y monjes, como enviados
imperiales, recorren las comunas, fundan escuelas y urgen la
justicia. El régimen feudal es suavizado por las ligas de paz que
propicia la Iglesia, y el régimen comunal es cristianizado por la
acción de franciscanos y dominicos que apaciguan las discordias
entre la gente humilde y los poderosos. Los nuevos soberanos

30
son amonestados de su deber de administrar justicia a todos y
de imponer la paz. El modelo de ellos es San Luis, accesible a
todos sus súbditos y que sabía imponer la justicia con tanta fuerza
como humildad. A él cabe también el honor de haber codificado
las costumbres que servían de leyes en su época.
Las corporaciones florecen en la Edad Media al amparo de la
Iglesia y por eso cada una de ellas se gloría de estar bajo la
advocación de un santo protector. En las corporaciones
medioevales los trabajadores están organizados armónicamente
en un espíritu, que sirve de inspiración a Pío XI para proponer
las modernas corporaciones como forma de profesión organizada
que suavice el actual conflicto social. El muchacho entra a la
corporación como aprendiz, después de conocido su oficio,
prosigue en ella como obrero, bajo las órdenes del Maestro, y
podrá él, cuando sea suficientemente calificado, ser maestro en
esa u otra corporación. La producción sirve así al consumo y
está regulada por él; se evita la competencia estéril porque las
corporaciones están convenientemente agrupadas y coordinadas,
y hasta el comercio internacional está influenciado, cuando no
controlado, por las corporaciones. Desgraciadamente al terminar
la Edad Media las corporaciones habían decaído en su espíritu.
En los siglos XII y XIII hay un florecimiento intelectual
extraordinariamente interesante cristalizado principalmente en
las Sumas y las Sentencias. Aristóteles llega al Occidente a través
de Santo Tomás, y la enseñanza de los Padres de la Iglesia es
sistematizada por los escolásticos. Éstos, Santo Tomás en especial,
dan una enseñanza de moral social frente a los problemas propios
de su época, cuyos principios iluminan aún nuestros tiempos.
Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (especialmente en
la II-II al explicar las virtudes morales) tiene precisiones sociales
muy interesantes. Igualmente al estudiar la ley, la conciencia;
en sus comentarios de Aristóteles y en el De regimine principum,
que no llegó a terminar. La obra de Santo Tomás entraña una
maravillosa exposición de los principios cristianos y un análisis
muy fino de las condiciones sociales de su época, a la vez normas
eternas en las que los hombres de todos los tiempos buscarán
su inspiración. Santo Tomás llama la atención por su
extraordinaria abertura de espíritu, siempre atento a la realidad
y a la caridad.
El Cisma, la Guerra de cien años, la Peste Negra ejercen penosa
influencia en el dominio intelectual que parece detenerse.

31
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

2.3 Época moderna.


A partir del siglo XVI el mundo se transforma. El Renacimiento y
la Reforma debilitan el espíritu cristiano. Nace el capitalismo;
la burguesía llega al poder estableciendo un muro entre la vida
religiosa que es el dominio privado y la vida pública
absolutamente laica. El descubrimiento del Nuevo Mundo trajo
enormes riquezas a Europa, el de la imprenta contribuyó a la
difusión del saber; nuevas instituciones como los bancos,
prácticas comerciales como las letras de cambio crean problemas
económicos, que los son también morales, por ejemplo la nueva
posición del problema del préstamo a interés, la colonización,
la guerra bajo aspectos antes no considerados.
La moral aparece constituida como disciplina propia, distinta
de la teología dogmática, y toma un carácter más bien casuístico.
Los tratados De Iustitia et Iure pasan en revista todos los
problemas de economía y moral social de su época: entre éstos
se señalan los de los PP. Molina y Lessius, S.J. Diversas
intervenciones de la Iglesia condenan la usura. Benedicto XIV
en 1745 publica su notable encíclica Vix Pervenit. Los padres
Vitoria, O.P. y Suárez, S.J. echan las bases del Derecho
Internacional, y, en materia social enseñan el respeto de los
indígenas, fijan las condiciones de la guerra colonizadora, tan
de actualidad entonces en América.
Obispos y misioneros en América Latina toman la defensa del
aborigen, de su libertad personal, de sus tierras, de su derecho a
recibir instrucción. Sin ellos habrían desaparecido los indios en
América Latina como casi desaparecieron en Estados Unidos.
En Paraguay los jesuitas fundan sus célebres reducciones, ensayo
de vida comunitaria, inspirado por la religión, cuyas ruinas aún
hoy causan admiración. Inmensas regiones trabajaban en común,
bajo la dirección paternal de los misioneros mientras se iban
preparando para una vida autónoma.
En Chile los misioneros predicaron con un valor heroico el
respeto de la propiedad y vidas de los indígenas, llegaron a
indicar a los soldados en campaña que si tales derechos eran
atropellados no podían en conciencia obedecer tales mandatos.
Fray Gil de San Nicolás, O.P., el P. Antonio de San Miguel, O.F.M.
primer obispo de Imperial, Mons. Rodrigo González de
Marmolejo y Fray Diego González de Medellín, organizador de
la Diócesis de Santiago, se distinguen y, junto a ellos otros
muchos cuyos nombres reseñamos en la historia del movimiento
obrero en Chile (Sindicalismo, por Alberto Hurtado Cruchaga,
editorial del Pacífico, Santiago, 1951, p. 193 - 197).

32
Los jesuitas en particular los Padres Luis de Valdivia y Diego
Rosales se empeñan ante la Corte de España y aun ante el Papa
por cambiar la guerra ofensiva en defensiva y por liberar a los
indios del servicio personal. El P. Provincial de los jesuitas en
Chile, P. Torres Boyo, en un documento del año 1608 da la
libertad a todos los indios sometidos al servicio personal de los
Padres y fija las normas, modelo de espíritu social, bajo las cuales
podrán trabajar en sus haciendas: el salario debe ser familiar, tal
que con el jornal del trabajador pueda subsistir toda su familia y
ahorrar para la vejez; establece el seguro de invalidez y de
ancianidad de que gozarán sus trabajadores, la instrucción que
se dará a los aprendices. Este notable documento que está citado
íntegro en la obra arriba aludida, puede ser tomado como un
tratado de ciencia social contemporánea a juicio de D. Domingo
Amunátegui, y es una muestra del grado de madurez a que había
llegado la moral social cristiana en el siglo XVII.

2.3.1 Desde la Revolución Francesa a nuestros días.


La Revolución Francesa trajo consecuencias sociales hondas. El
Derecho Público se inspira en el concepto de soberanía popular
y acepta como principio la libertad absoluta de los ciudadanos.
En lo religioso, se viene operando desde entonces un proceso
de laicización y en lo social, de individualismo al suprimirse las
corporaciones.
En lo económico se intensifica el proceso de industrialización con los
conflictos sociales consiguientes, que describiremos más adelante.
Frente a la escuela liberal dominante se organizan los socialistas desde
Saint Simon, Fourier, Proudhon, hasta Marx y Engels.
En Francia los católicos se dividen en diferentes tendencias: unos,
como De Maistre y Bonald fueron antidemocráticos, otros
abiertamente sociales. Lamennais, que después de hermosos
comienzos tuvo triste fin, fue uno de los iniciadores de este
movimiento de reforma social. Plenamente en la línea estuvieron
siempre Lacordaire y Ozanam cuyos discursos, escritos y acción
marcaron con fuego un grupo de valientes que mantuvieron la
bandera social de la Iglesia en una época de profundo egoísmo
y corrupción 3 . Montalembert como político luchó por la
abolición del trabajo de los niños, y Veuillot por el descanso
dominical. Ozanam y sus compañeros se dedicaban a socorrer

3 En el original la frase siguiente aparece después de dos puntos. El sentido


de la redacción parece quedar mejor reflejado poniendo esta idea entre
paréntesis.

33
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la miseria inmensa cuya solución no podía ser postergada: fue


la admirable obra de las Conferencias de San Vicente de Paul.
Entre los pensadores católicos sociales de esa época no podemos
silenciar a Carlos de Coux, a Villeneuve-Bargemont, a Buchez y
colaboradores del periódico L’Avenir.
Algo posterior Le Play, que funda la escuela de la Paix Sociale
que tanto contribuyó a desarrollar el método de encuestas
realizadas en el terreno4 . La Escuela de ciencia social de Federico
Le Play abrió el terreno a los estudios más científicos. Sus grandes
colaboradores son el abate de Tourville, autor de un método de
clasificación social y Eduardo Demolins precursor de la geografía
humana. En éste donde se formaron los sociólogos José Wilbois
y Pablo Bureau cuya obra L’indiscipline de les moeuars es de
gran valor5 . Su tendencia es de reafirmación de la autoridad
social, y un espíritu paternalista, o de patronato hacia las clases
modestas. La Tour du Pin y Alberto de Mun ejercieron una notable
influencia. Este último fundó los Círculos Obreros, que si bien
fracasaron por no estar suficientemente preparados sus miembros
para la acción, han sido el semillero de nuevas iniciativas. Fundó
también[Alberto]de Mun la Asociación Católica de la Juventud
Francesa, que nunca defraudó el espíritu social de su fundador.
De Mun, diputado, defendió o mejoró en la Cámara cuanto
proyecto social se presentó.
El movimiento Le Sillon tuvo magníficos comienzos y un hermoso
espíritu; desgraciadamente confundió lo político y lo religioso y
debió ser advertido de sus errores por Pío X, advertencias que
los sillonistas recibieron con gran respeto. De este movimiento
salieron los grandes líderes del movimiento cooperativo, social
y los políticos de inspiración cristiana.
Las semanas sociales, presididas por Duthuit, Gonin, y ahora
por Flory han sido verdaderas universidades ambulantes, que
han vulgarizado un cuerpo de doctrina sólido y coherente. Los
Secretariados sociales han realizado la doctrina de las semanas
sociales y no menos la C.F.T.C. en el campo sindical, la JOC y la
A.C.O. en el campo de la acción católica obrera y el M.P.F. en
un terreno más amplio en colaboración con elementos no
católicos.

4 El texto original trae la siguiente nota “Leer, Guillemin, Histoire des


catholiques français au XIX siècle, Genève, Edits. Lumière du Monde.”
5 La secuencia argumental a partir de aquí es hipotética debido a que el P.
Hurtado hizo correcciones manuscritas; a mano alzada trazó líneas para
indicar la secuencia que él pensaba darle al texto. Sin embargo tal secuencia
no resulta del todo clara.

34
La Acción Popular fundada por los Padres de la Compañía de
Jesús ha sido bajo la dirección de los Padres Dubusquis y Vilain,
S.J. durante casi 50 años un laboratorio de pensamientos y acción
social. Economie et Humanisme dirigido por el P. José L. Lebret,
O.P. prepara las bases de una economía humana con prolijos
estudios sobre la coyuntura mundial y nacional.
Acción Popular y Economie et Humanisme han publicado
numerosos libros y revistas entre los que señalaremos Revue de
l’Action Populaire; Cahiers d’Action religieuse et sociale, Dossiers
de L’action Populaire, Economie et Humanisme, Diagnostic. Otras
revistas representativas de otros sectores como Efficacité, Etudes,
La Vie, Intellectuelle, Masses ouvrieres, Chronique social de
France traen un abundante material de investigación económica
y social y de filosofía social.
Dos escuelas sociales católicas se contraponen a fines del siglo
XIX: la de Angers, de tendencia más bien conservadora y anti-
intervencionista: en ella trabajan Mons. Freppel, Périn, C. Jannet;
y la de Lieja, intervencionista, en la que actuaron Mons.
Doutreloux y el canónigo Pottier. En la misma época Mons.
Mermillod en Friburgo de Suiza fundó la Unión de Friburgo, de
la que participaron también sociólogos católicos de otros países,
como Decurtins y León Harmel, industrial del Norte de Francia
cuya fábrica de Val-des-Bois puso al servicio del movimiento
católico social. Su ejemplo arrastró a muchos a la acción social.
La Unión de Friburgo fue la que preparó el terreno a la encíclica
Rerum Novarum. Conversando con Mons. Mermillod, León XIII
le decía: “Dicen de vos que sois socialista; que esperen un poco
ya luego verán mi pensamiento”: éste fue la Rerum Novarum.
Los católicos sociales tuvieron que soportar amargas críticas y
contradicciones aun de los mismos católicos que no se
resignaban a admitir las enseñanzas sociales de la Iglesia: algunos
llegaron hasta oponerse al propio Romano Pontífice, como lo
lamenta Pío XI en Quadragesimo Anno al referirse a la obra de
León XIII (Cfr. QA 2-3, DR 18 y 50, OSC 27 – 30).
España. En los comienzos de esta misma época (1810 - 1848)
en España Jaime Balmes, una de las más grandes cabezas de su
siglo. Su obra El Protestantismo comparado con el catolicismo,
da un sitio importante al problema social. Ortí y Lara, Cepeda,
Vicent, Llovera escriben y realizan el pensamiento social
católico.
Desde fines del siglo pasado y hasta nuestros días Severino Aznar
ha sido un maestro y el abogado incansable del accionariado
obrero. En nuestros tiempos los Obispos de Málaga, de León,

35
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Granada y de Canarias, [Mons.] Herrera Oria, Almanh,


Menendez Raigada y Pildain, encabezan un pujante movimiento
social. El Obispo de Málaga ha abierto la brecha en la formación
científico - social del clero; el [obispo] de León impulsa el
movimiento de cooperativas; el [obispo] de Granada tiene doctos
estudios sobre la propiedad en que reanuda la tradición tomista;
y el [obispo] de Canarias, valientes instrucciones pastorales sobre
el comunismo, el estraperlo, etc. Fomento Social, iniciativa de
los Padres de la Compañía de Jesús, dirigida por el P. Joaquín
Azpiazu está realizando en España y América Latina una obra
seria de formación social. El P. Azpiazu es uno de los hombres
más eruditos y más equilibrados para tratar de los problemas de
moral social, que exista en nuestros tiempos, al mismo tiempo
que conocedor acucioso de la realidad económica de nuestros
días. Los Padres Florentino del Valle, y Brugarola realizan una
labor de orientación social. Igual misión cumplen las
“Conversaciones internacionales católicas de S. Sebastián”.
En Italia el P. Taparelli d’Azeglio, S.J. (1793 - 1862) publica un
ensayo teórico del Derecho Natural apoyado en los hechos, que
es universalmente reconocido como obra de consulta. En tiempos
más modernos Toniolo, cuyo pensamiento aparece inspirando
muchas encíclicas. Revista Internazionale Di Science Sociali
difunde el pensamiento social. En nuestros días don Luigi Sturzo
que aún en su ancianidad continúa dirigiendo el pensamiento
social de los demócratas cristianos italianos de cuyo partido él
fue el fundador antes del advenimiento del fascismo con el
nombre de Partido Popolare: disuelto en la época de Mussolini,
es hoy día el rector de la política italiana y su jefe De Gasperi
por iniciativa propia o de sus colaboradores. La Pira, Fonfani,
Higini, Giordano, etc. están realizando las reformas sociales,
en particular la agraria.
En Alemania Mons. Ketteler es el hombre de la acción eficaz,
no hubo reforma social propuesta entre 1850 y 1877 que el no
defendiera: disminución de las horas de trabajo, feriados legales,
interdicción del trabajo de los niños y los jóvenes. Organizó
sociedades obreras de producción que confió a los propios
obreros. Los PP. Cathrein y Lemhuhl en sus tratados de ética y
moral. El Voksverein. En Austria “los barones cristianos”
Lichtenstein y Vogelsang. En Holanda, Mons. Nolens, ministro
del trabajo impulsó las reformas sociales. El movimiento Sindical
K.A.B. cuenta con 275.000 miembros y con una maravillosa
red de servicios, escuelas sociales y prensa.
En Bélgica Mons. Pottier, y posteriormente hasta nuestros días el
P. Rutten O.P. ha llevado desde la cátedra, la acción y desde el

36
senado del Reino una intensa labor social. Bélgica más que tierra
de escritores es tierra de realizaciones y así puede mostrarse al
mundo como el campo de las más fértiles experiencias sociales.
La Juventud Obrera Cristiana, fundada por Mons. Cardijn agrupa
hoy no sólo en su tierra de origen sino en el mundo varios
millones de jóvenes trabajadores deseosos de unir su destino
cristiano con su vida de obreros. El Sindicalismo cristiano cuenta
ahora en Bélgica con más de medio millón de miembros que
han logrado mejorar su standard de vida e introducir en la
legislación industrial el ensayo más interesante en curso, de
reforma de empresa. En el campo, el Boeren Bond liga a cien
mil familias, les da educación familiar y agrícola para cultivar
sus pequeñas propiedades y mediante una red de cooperativas
y servicios atiende a los pequeños propietarios y a la economía
nacional.
En Inglaterra el Cardenal Manning arbitró numerosos conflictos
sociales.

En Estados Unidos: Ireland, Gibbons, Spalding6 .


En Chile no podemos menos de señalar nombres de Francisco
de Borja Echeverría, Blas Cañas, Abdón Cifuentes, Miguel
Cruchaga Montt, Domingo Fernández Concha, Juan Enrique
Concha Subercaseaux, los Obispos Miguel Claro, Rafael
Edwards, Martin Rucker, el Padre Fernando Vives Solar, entre los
fallecidos, que con sus escritos, sus conferencias y su acción
personal han mantenido siempre vivo el pensamiento social de
la Iglesia. Entre los actuales prelados y sacerdotes y en la joven
generación de seglares son numerosos los que han consagrado
su vida al trabajo social con inmensa abnegación.

2.3.2 La acción de los Soberanos Pontífices.


Entre todos los que han contribuido a formar la ciencia social
católica en la época moderna, son los Romanos Pontífices los
que han hecho la más preciosa contribución.
León XIII se propuso en su largo pontificado dar una enseñanza
directa y positiva sobre las materias que interesan a la sociedad
moderna e impulsar el trabajo de reconstrucción social. Sus
principales documentos sobre materia social son los siguientes:
6 Este párrafo quedó inconcluso. A continuación se lee en original dice: “ver
Pattee”. Hasta ahora no ha sido posible ubicar al autor referido.

37
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Inescrutabili Dei Consilio (1878) sobre los males de la sociedad


humana y sus remedios; Quod Apostolici Muneris (1878) sobre
el socialismo, comunismo y nihilismo; Arcanum (1880) sobre el
matrimonio cristiano; Diuturnum Illud (1881) sobre la autoridad
en el estado; Nobilissima Gallorum Gens (1884) sobre el gobierno
cristiano de la sociedad doméstica y civil; Inmortale Dei (1885)
sobre la constitución cristiana de los estados; In Plurimis (1888)
a los obispos del Brasil, sobre la supresión de la esclavitud;
Libertas (1888) sobre la libertad humana; Sapientiae Christianae
sobre los principales deberes de los ciudadanos cristianos; Rerum
Novarum (15 de Mayo de 1891) ha sido llamada carta magna
de los trabajadores cristianos; es el punto de partida de un intenso
movimiento social en todos los países; Graves de Communi
(1901) sobre la democracia cristiana, motivada por las ardientes
discusiones en Francia y Bélgica. El Papa aleja todo sentido
político y lo asimila a acción popular cristiana. Sobre este tema
vuelve con los documentos Nessuno Ignora (1902); y È noto a
tutti (1903).
Los documentos de León XIII abren brecha en el campo social
moderno, encaran los problemas de la época con una valentía
que escandalizó a unos y orientó y dio ánimo a los apóstoles
sociales.
Pío X nos dejó el Motu Proprio (1903) sobre la acción popular
cristiana. Estas enseñanzas sociales las completa para Italia con
diversos documentos: Notre charge apostolique (1910)
condenación de Le Sillon; Singulari Quadam (1912) al Cardenal
Kopp para zanjar las disputas sobre la participación de los
católicos en asociaciones obreras mixtas.
Benedicto XV (1914-1922) gobernó la Iglesia en la época
dificilísima de la guerra y reciente postguerra, por eso consagró
su principal actividad al fomento y mantenimiento de la paz,
mereciendo ser llamado el Pontífice de la Paz. Sobre materia
social sobresalen los siguientes documentos: Des le debut de
notre pontificat (1917) bases de la paz; Solicoto nos (1920) al
Obispo de Bérgamo, sobre la acción social; Intelleximus (1920)
a los obispos de Venecia, sobre el mismo tema.
Pío XI insistió fuertemente en los deberes sociales de los cristianos
y precisó las bases de una reconstrucción social: Ubi Arcamo
(1931) sobre la paz de Cristo en el reino de Cristo: afirma el
derecho de gentes contra el exagerado nacionalismo y el
modernismo social; Divini I llius Magistri (1929) sobre la
educación cristiana. Este mismo año la Sagrada Congregación
del Concilio, por encargo de S.S. envió al Obispo de Lille una

38
carta para poner fin al conflicto entre patrones y obreros, que
ha sido llamada: la Carta del Sindicalismo. Quadragesimo Anno
(15 de Mayo de 1931) conmemorando el cuadragésimo año de
la publicación de Rerum Novarum pone al día la enseñanza de
León XIII. Es, tal vez, el documento social de mayor importancia
emanado del pontificado. Nova Impendet (1931) a propósito
de la difícil situación económica mundial y crecimiento de los
armamentos; Non Abbiamo Bisogno (1931) sobre la difícil
situación en Italia, y la acción católica; Mit Brennender Sorge
(1937) sobre la situación de la Iglesia en Alemania; Divini
Redemptoris (1937) documento de extraordinaria importancia
sobre el comunismo ateo y la actitud de los católicos en la
reconstrucción social; Nos es muy conocida (1937) a los obispos
de Méjico sobre la situación religiosa y social de su patria; Carta
al Episcopado Filipino, 18 de Enero de 1939.
Pío XII inicia su pontificado con la encíclica Summi Pontificatus
de 20 de Octubre de 1939 sobre las necesidades espirituales,
sociales y políticas de la hora presente. La encíclica sobre el
cuerpo místico recuerda las bases de la actitud social. La doctrina
social la ha expuesto el actual Pontífice especialmente en sus
mensajes de Navidad, alocuciones consistoriales y en sus
discursos dirigidos a grupos especializados de peregrinos: a
patrones, obreros, jocistas, miembros de las asociaciones de
estudios sociales, banqueros, etc. Especial importancia ha tenido
su discurso sobre los deberes políticos y sociales de la mujer
(15 de Noviembre de 1935); Sertun Laetitiae, mensaje a los
católicos de Estados Unidos; discurso conmemorativo de los 50
años de Rerum Novarum (1941) sobre la santidad sacerdotal,
en que insiste principalmente en sus deberes sacerdotales. Los
diversos actos de Pío XII han sido coleccionados en volúmenes,
cada uno de los cuales contiene las alocuciones y mensajes del
año. La A. C. española los ha impreso por materias.

2.3.3 Acción del Episcopado católico.


Junto a la acción de magisterio social del Romano Pontífice,
cabe señalar la de los Obispos repartidos por todo el orbe. Cada
uno en su Diócesis explica, aplica y urge los documentos sociales
de [Su Santidad] y los completa con nuevas enseñanzas que
responden a los problemas de su respectiva jurisdicción. Una
reunión de estos documentos sociales del Episcopado llenaría
muchos gruesos volúmenes. (Los más recientes han sido reunidos
en un segundo volumen, que sigue al de los documentos
pontificios en materia social, con el título El Orden Social

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Cristiano en los documentos de la Jerarquía Católica, por Alberto


Hurtado Cruchaga, S.J. Club de Lectores, Santiago de Chile,
1947).
Hay cartas pastorales colectivas del episcopado de casi todas
las naciones, y cartas de obispos dirigidas a sus diocesanos sobre
cuanto problema se ha discutido en materia social. El recorrido
de estos documentos en alguna compilación nos dará el
verdadero sentir de la Iglesia en materia social. Esta lectura será
al mismo tiempo un fuerte aliento y estímulo para los que deseen
llevar a la práctica estos principios.
Los documentos de la Jerarquía Católica nos permiten distinguir
entre la Acción Católica que será la obra de los seglares actuando
bajo la Jerarquía de la Iglesia para cristianizar las personas y las
instituciones, y la acción social temporal, obra de los seglares
que, conscientes de su fe y en plena armonía con ella, obran
bajo su propia responsabilidad, corriendo todos los riesgos y
peligros de la empresa. Tal es el campo de trabajo de los
sindicatos, de las cooperativas, de los partidos políticos. La acción
de los católicos será así completa: unos se esforzarán por bautizar
este mundo, y los otros por construirlo sano, digno de su
bautismo. Las dos acciones, la religiosa y la temporal contribuyen
a la creación del mundo que reclaman los principios del
Evangelio.

40
41
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

42
3. LA VIDA SOCIAL Y LAS SOCIEDADES NATURALES.

3.0. El hombre y la sociedad.


3.0.1 Tendencia del hombre a vivir en sociedad.
El hombre es un animal eminentemente social. Solo no puede
subsistir, ni menos desarrollarse. Por eso tiende espontáneamente
a vivir en compañía de los demás, y a asociarse a ellos en forma
más o menos estable según se trata de los diferentes tipos de
sociedades. Esto ha sucedido desde que el hombre es hombre:
es por tanto algo que proviene de su naturaleza, algo que le es
“natural”.
León XIII en Rerum Novarum dice: “La experiencia de la
poquedad de las propias fuerzas mueve al hombre y le impele a
juntar a las propias las ajenas. Las Sagradas Escrituras dicen:
‘Mejor es que estén dos juntos que uno solo; porque tiene la
ventaja de su compañía. Si uno cayere lo sostendrá el otro. Ay
del solo que cuando cayere, no tiene quien lo levante’ (Si 4,9 -
10). Y también: ‘El hermano ayudado del hermano, es como
una ciudad fuerte’ (Pr 18,19). Esta propensión natural es la que
mueve al hombre a juntarse con otros y formar la sociedad civil,
y la que del mismo modo le hace desear formar con algunos de
sus conciudadanos otras sociedades pequeñas, es verdad, e
imperfectas, pero verdaderas sociedades” (RN 37, CEP pp. 444).
“No puede dudarse que la sociedad establecida entre los
hombres... existe por voluntad de Dios. Dios es quien creó al
hombre para vivir en sociedad, y quien lo puso entre sus
semejantes para que las exigencias naturales que él no pudiera
satisfacer solo, las viera cumplidas en la sociedad” ( Libertas 26,
CEP pp. 196).
Esta afirmación está repetida muchas veces en las Encíclicas
(Inmortale Dei 4, Diuturnum Illud 11, QA 47; CEP pp. 157, pp.
109, pp. 491) y basta mirar superficialmente al hombre para
darse cuenta que ha necesitado para nacer de la unión de dos
seres inteligentes; para su educación ha necesitado de los otros
que le han enseñado el lenguaje, que le han transmitido los
conocimientos de sus mayores; para su progreso, necesita de la
habitación que otros le han construido, de las industrias que
multitud de seres unidos en un común esfuerzo han logrado
montar y perfeccionar. Nada más clara que la necesidad de la
sociedad. El Código Social de Malinas sintetiza esta doctrina:
“No es verdad que el individuo se baste a sí mismo. Por preciosa

43
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

que sean sus facultades, sin la sociedad en que está llamado a


vivir, no puede conservar su existencia ni alcanzar la perfección
del espíritu y del corazón” (CSM 2).

3.0.2 Noción de sociedad.


La sociedad se define [como] un conjunto de personas unidas
moral y permanentemente en busca de un bien común, bajo
una autoridad permanente.
De aquí que en toda sociedad se requiera:
1) que haya pluralidad de personas.
2) que quieran unirse por un tiempo más o menos largo. Por
faltar la voluntad de unirse no hay sociedad entre los pasajeros
que viajan juntos en su ferrocarril; por faltar lo segundo,
tampoco hay sociedad entre los asistentes a un meeting,
aunque todos quieran el mismo fin.
3) que prosigan un bien común, propio de esa sociedad.
Entendemos por bien común: el conjunto de bienes de orden
material y espiritual que los hombres pueden procurarse en
una sociedad organizada. Cada sociedad tiene su bien común
propio. Esta tendencia de los asociados a procurar todos el
mismo bien común es el vínculo substancial interno que los
une.
4) que estén regidos por una autoridad, que es su vínculo social
externo. La autoridad tiene poder para dar órdenes o leyes
que obliguen racionalmente a los súbditos en lo que dice
relación a su bien común propio.

3.0.3 Origen de la sociedad humana.


Tres principales explicaciones se ofrecen:
1ª) El contrato social. El filósofo de Ginebra, Juan Jacobo
Rousseau ha sido su principal sostenedor. Los hombres
nacieron buenos y llamados a vivir independientemente, pero
resolvieron vivir en común e hicieron un contrato para formar
la sociedad, y dieron a un representante por ellos elegido el
encargo de dirigirlos socialmente.
De tal pacto no hay rastro histórico alguno. Por otra parte no
puede ni concebirse un momento en que el hombre no haya
vivido en sociedad.

44
Rousseau quiso construir una teoría que descartara la idea del
pecado original: todo en el hombre es bueno. Esta tesis va a ser
aprovechada por los fisiócratas y por la escuela liberal cuya
tendencia es fiarse de la naturaleza, en la que todo es bueno. El
mal viene sólo de forzarla por la intervención del hombre.
La mayor importancia doctrinal de Rousseau viene de su
explicación puramente naturalista del origen de la autoridad.
2ª) La evolución. Hay autores numerosos que, descartando
toda interpretación filosófica, acerca del origen último de la
sociedad se contentan con señalar las formas que ésta va
presentando en las diferentes épocas. Algunos pretenden dar
carácter científico a una evolución total a partir de la materia
inorgánica, cuya última etapa sería el hombre, verdadero
inventor de la sociedad. Esta hipótesis, en cuanto sólo concibe
una evolución de tipo materialista, en forma que el hombre
no sea sino materia evolucionada y nada más, es
absolutamente falsa. Que de hecho el hombre ha adoptado
nuevas y nuevas formas sociales durante su historia es
demasiado cierto y propio es de la sociología considerar tales
evoluciones, pero ellas no excluyen el verdadero origen
último de la sociedad que nos es suministrado por la
naturaleza social del hombre7.
3ª) La naturaleza social del hombre. Dios al crear al hombre
le dio una naturaleza que sólo podía desarrollarse y
perfeccionarse en la sociedad. El es, en este sentido la causa
remota de toda sociedad. Cada sociedad, en concreto, ha
encontrado en su origen la voluntad precisa de los que la
formaron: esta voluntad del hombre es la causa inmediata.
La primera sociedad que existió sobre la tierra fue la primera
familia, luego vino la agrupación de familias, el clan, la tribu,
los grupos patriarcales, hasta llegar a formar las naciones, y,
en nuestros días, la sociedad de las naciones, reconocimiento
de las múltiples vinculaciones que nos ligan los unos a los
otros.
“El fin de la sociedad civil es universal, porque no es otro que el
bien común, de que todos y cada uno tienen derecho a participar
proporcionalmente. Y por esto se llama pública, porque por ella
se juntan entre sí los hombres, formando un Estado” (RN 37,
CEP pp. 444).

7 El sentido lógico del parrafo concluía con la frase “naturaleza social del
hombre” (por ello se agregó) con la cual el P. Hurtado denominaba la tercera
de las explicaciones que se ofrecen sobre el origen de la sociedad humana.

45
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.0.4 Agrupaciones sociales que forman la sociedad


humana.
Los sociólogos positivistas han hecho innumerables
clasificaciones de los grupos sociales humanos, tomando cada
uno diferentes puntos de partida. Fieles al principio que es su
naturaleza social la que lleva al hombre a fundar sociedades,
dividiremos éstas en naturales y libres.
Las sociedades naturales están tan íntimamente vinculadas con
la naturaleza del hombre que son universales y espontáneas.
Tales son la familia, y la sociedad civil.
Se discute si forman parte de esta categoría las clases sociales y
las profesiones y la sociedad internacional. Ciertamente en ellas
vive espontáneamente el hombre, pero falta, la delimitación de
su bien común propio y el reconocimiento de una autoridad
que las rija.
La naturaleza social del hombre no es algo estático, sino
dinámico que se va desarrollando junto con su desarrollo y
perfeccionamiento y puede llegar a transformar en auténticas
sociedades lo que hoy es un “medio” o ambiente de vida.
Además de estas sociedades naturales que son necesarias, existen
las sociedades privadas, o libres que el hombre forma para
satisfacer necesidades culturales, económicas, deportivas, etc.
Tales son un sindicato, una federación, una escuela, un team de
football.
El Estado o autoridad pública no tiene poder para prohibir que
existan estas sociedades privadas, enseña León XIII: “Porque el
derecho de formar tales sociedades privadas es derecho natural
al hombre, y la sociedad civil ha sido instituida para defender,
no para aniquilar el derecho natural; y si prohibiera a los
ciudadanos hacer entre sí estas asociaciones se contradiría a sí
propia, porque lo mismo ella que las sociedades privadas nacen
de este único principio, a saber que son los hombres por
naturaleza sociables. Hay algunas circunstancias en que es justo
que se opongan las leyes a esta clase de asociaciones, como es
por ejemplo, cuando de propósito pretenden algo que a la
probidad, a la justicia, al bien del Estado, claramente contradiga.
Y en semejantes casos está en su derecho la autoridad pública
si impide que se formen; usa de su derecho si disuelve las ya
formadas; pero debe tener sumo cuidado de no violar los
derechos de los ciudadanos, ni so pretexto de pública utilidad
establecer algo que sea contra razón. Porque a las leyes en tanto
hay obligación de obedecer en cuanto convienen con la recta

46
razón, y consiguientemente con la sempiterna ley de Dios” [RN
38, OSC 227, CEP pp. 445]. (“La ley humana en tanto tiene
razón de ley en cuanto se conforma con la recta razón, y, según
esto, es manifiesto que se deriva de la ley eterna. Mas en cuanto
se aparta de la razón, se llama ley inicua, y así no tiene ser de
ley, sino más bien de cierta violencia”) (S. Tomás. S. Theol. I-II q.
23 a. 3).
Esta doctrina de León XIII es de eterna actualidad, pues
continuamente se ve en diferentes países, sobre todo en los
estados totalitarios, que el estado se empeña en suprimir las
asociaciones libres que el hombre con perfecto derecho ha
formado. Unas veces son las congregaciones religiosas, otras
son las escuelas confesionales, otras los sindicatos obreros o de
empleados, otras veces se niega a éstos el derecho de federarse
y confederarse y todo esto no por razones de bien común, sino
por intereses ideológicos o económicos de un determinado grupo
social. Así, por ejemplo la prohibición de sindicarse los obreros
campesinos, o el hacer irrisorio este derecho impidiéndoles así
el camino para una mejoría de sus condiciones, es una violación
flagrante del Derecho Natural de estos obreros.

3.0.5 La sociedad sobrenatural.


Las sociedades que hemos analizado están en el plano del
derecho natural. En el orden sobrenatural existe otra sociedad,
la Iglesia. “Tres son las sociedades necesarias, distintas, pero
armónicamente unidas por Dios, en el seno de las cuales nace
el hombre: dos sociedades de orden natural, tales son la familia
y la sociedad civil; la tercera la Iglesia de orden sobrenatural”
(Divini Illius Magistri 9, CEP pp. 643).
El fin supremo de toda vida humana es entrar en posesión de su
fin sobrenatural, esto es poseer personalmente a Dios, conocerlo
y amarlo por una eternidad. Todo lo demás para el hombre no
es sino un puro medio y tiene una importancia secundaria frente
a este fin. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, todo lo
demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). La Iglesia es la
sociedad instituida por Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, para
ayudar al hombre a cumplir su misión. Por eso ella está colocada
por encima de toda otra sociedad, no en el sentido que pueda
substituirse a ellas en lo que es su dominio propio, pero sí en
cuanto es más noble el fin que persigue, los medios que emplea
son superiores, su fundación fue hecha directamente por
Jesucristo en persona, y está permanentemente asistida por el
Espíritu Santo.

47
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.0.6 Armonía de la estructura social.


La concepción social cristiana que acabamos de estudiar nos
ofrece un cuadro perfectamente armónico. El hombre está
orientado por Dios a formar sociedades y encuentra cuadros
diferentes aptos a satisfacer cada una de sus necesidades
fundamentales: la familia, que le da el ser, el alimento, la
educación; la sociedad civil que se preocupa de su bien común
temporal; la Iglesia, que lo orienta a la consecución de su destino
sobrenatural. Y su vida se mueve además en cuadros sociales
naturales, como las clases sociales en que se encuentra un
ambiente cultural y económico y un medio de
perfeccionamiento; las profesiones que, organizadas
debidamente, deben tomar cuidado de su perfeccionamiento
técnico, económico, cultural y de sociabilidad. A estas
sociedades vienen a sumarse las agrupaciones libres tan
numerosas cuantas sean las aspiraciones que el hombre desea
realizar. Y, a medida que el hombre va tomando conciencia de
su fraternidad universal con todos los hombres, se dará más y
más cuenta que forma parte de la sociedad universal a cuyo
bien debe contribuir para formar su propio bien.
El hombre entra a la sociedad civil no inmediatamente en cuanto
individuo, sino mediante la familia de que forma parte; forma
parte de la sociedad internacional, mediante su nación. La
comparación que San Pablo dio para la Iglesia vale para las
sociedades naturales: éstas forman como un gran cuerpo,
constituido de miembros. Cada célula adhiere al cuerpo,
mediante el miembro de que forma parte.
Una concepción diferente tiene el liberalismo y el totalitarismo,
opuestos bajo tantos aspectos, pero concordantes en prescindir
de los derechos de las personas, de sociedades naturales que
no sean el Estado, y no menos de la Iglesia. La sociedad consta
de individuos aislados que deben mirar al Estado como a su
último fin. Esta pretendida liberación del individuo es el mejor
camino para su estancamiento, para su opresión y para la
negación práctica de su personalidad.
El hombre moderno tiene que luchar porque su derecho de
asociación sea respetado por modernos supraestados opresores,
y porque las diversas sociedades ocupen cada uno su sitio
armónico y respeten los derechos de las demás. Entre ellas no
puede haber conflictos, pues, cada una de ellas tiene su campo
propio de atribuciones. Si ese conflicto, imposible en derecho,
se produjese en la práctica por errada intervención de quienes
presiden estas sociedades, prevalecería el derecho claramente

48
establecido de la sociedad de orden superior sobre el de la
sociedad de orden inferior.

3.1 La familia.
3.1.1 Misión y Constitución de la familia. La educación
de los hijos.
3.1.1.1 Misión de la familia.
Aristóteles definió la familia como la convivencia impuesta por
la naturaleza en los actos de la vida cotidiana. Tomando en
cuenta el orden natural y el sobrenatural podría definirse como
la sociedad que tiene como fin la propagación permanente de
la raza humana conforme a las condiciones exigidas por nuestra
naturaleza y por nuestro destino natural y sobrenatural. La familia
es la célula básica de la organización social: El Código Social
de Malinas dice: “La familia es la fuente donde recibimos la
vida, la primera escuela donde aprendemos a pensar, el primer
templo donde aprendemos a orar” (CSM 10). Dios no quiso crear
simultáneamente a los hombres, como creo a los ángeles, sino
mediante el concurso libre del hombre, cuya fuerza de
procreación está bajo el control de su razón y de su voluntad.
El fin de la familia, nos muestra que los hijos son su razón de
ser, y los que determinarán su constitución. Los hijos han de
poder encontrar en la familia todo lo que necesitan para nacer,
para desarrollarse física, intelectual y moralmente, para poder
ellos a su vez, llegados a su madurez formar nuevas familias
que transmitan la vida y la educación. Cuando una familia ha
capacitado a sus hijos para constituir nuevos hogares, puede
decirse que ha cumplido su misión. Otras sociedades pueden
constituirse para finalidades de corta duración: la familia exige
largos años antes de dar por terminado su cometido: formar seres
humanos en todo el sentido de la palabra.
Ninguna otra institución puede reemplazar la misión de la
familia. Ella puede buscar auxiliares, y aun son éstos necesarios
en nuestra complicada civilización; de aquí la intervención de
la Iglesia, del Estado, de la Escuela, pero es la familia la que
debe poner al niño en contacto con estas instituciones, la que
debe coordinar su influencia al menos mientras el hijo está
incapacitado de hacerlo por sí mismo. Todos los esfuerzos
intentados para reemplazar a los padres han fracasado: nadie
tiene su afecto, ni sus condiciones ni su responsabilidad.

49
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.1.1.2 Constitución de la familia.


“La familia, institución directamente emanada de la naturaleza,
tiene por principio y fundamento el matrimonio, libremente
consentido e indisoluble, elevado por Jesucristo a la dignidad
de Sacramento”.
“La familia comprende la sociedad conyugal, que une a los
esposos, y la sociedad paterna, que une cuando el matrimonio
ha sido fecundo, a los padres y a los hijos nacidos del
matrimonio. La familia comprende también, por analogía, a los
hijos adoptivos y a los servidores adscritos a la persona” (CSM
11 y 12).
La ley del instinto y la ley del amor llevan al hombre al
matrimonio. El instinto lleva al hombre y a la mujer a usar de su
facultad de perpetuarse, pero en ellos a diferencia de lo que
sucede en los irracionales, el instinto queda sometido al control
de la razón y de la voluntad. Es fuerte, placentero, pero no
irresistible. Por sobre el instinto y dándole toda su grandeza en
los seres humanos, está el amor, inclinación a la vez física,
sentimental, que responde a la complejidad del ser humano con
sus apetitos, emociones y sentimientos tanto sensibles como
espirituales. En los animales irracionales no hay más que el
instinto que los lleva a reproducir la especie; en el hombre y la
mujer el éxito de su unión estable requiere antes que nada la
profunda fusión de las almas.
El fin primario del matrimonio es la procreación de los hijos en
condiciones que los pongan en camino de obtener su fin. Hay
también fines secundarios, cuales son la satisfacción ordenada
del instinto sexual, y el goce del amor conyugal, el apoyo mutuo
de los esposos en las dificultades de la vida, la realización en
común de obras de bien: todo lo cual trae aneja la alegría de la
vida del hogar.
La sociedad matrimonial tiene, por derecho natural, dos
propiedades esenciales: la unidad y la indisolubilidad.
Corrigiendo las desviaciones que el paganismo y aun los judíos
habían introducido en el matrimonio, Jesucristo proclamó
solemnemente que el matrimonio no podía ser sino entre un
hombre y una mujer, por tanto la poligamia como el divorcio
contradicen la voluntad del Creador. Jesucristo quiso dejar
expresamente establecido que el matrimonio uno e indisoluble
es el que responde al plan divino; es también el único que
responde a los derechos del niño y que le asegura una educación
apropiada hasta el momento de su vida independiente.

50
La unión libre, por más que la revistan de una aureola de
idealismo no es sino la satisfacción sin control del instinto, la
negación del bien común y acarrea males sin cuento para el
individuo y la sociedad. El comunismo soviético es el que ha
ido más lejos en esta idealización del amor libre, pues ha visto
en él la liberación de alienación familiar: sin embargo llevado
de la experiencia de sus tremendos fracasos ha temperado mucho
su primera política sobre esta materia8 . Sin duda la estabilidad
de la unión conyugal acarrea inconvenientes y sacrificios en
casos particulares, que la conciencia cristiana sabe unir a la
pasión redentora de Cristo. La menor excepción en materia de
indisolubilidad del matrimonio acarrearía consecuencias más
funestas para el bien común, que todos los dolores particulares
que acarrea la indisolubilidad.
La Iglesia no tiene el poder de disolver el matrimonio
regularmente celebrado, sino en tres casos particulares: el del
privilegio paulino; el de la profesión solemne de uno de los
cónyuges hecha en un instituto religioso antes de la consumación
del matrimonio, y en caso de fieles que no han consumado aún
el matrimonio si la Santa Sede cree que hay razones de gran
valor para intervenir. Cuando la Santa Sede pronuncia una
sentencia de anulación, no declara divorcio, sino que proclama
simplemente que por haber existido alguno de los graves
impedimentos o haberse violado en lo esencial la forma en la
celebración del matrimonio no hubo nunca matrimonio. Tales
impedimentos están taxativamente enumerados en el Derecho
Canónico, como ser la falta de edad, 16 años en el hombre y 14
en la mujer; falta de consentimiento matrimonial que pueda ser
fehacientemente probada; parentesco en grado muy próximo,
sin previa dispensa; matrimonio válido anterior, y algunas más
de ese orden.
La ley chilena no admite tampoco el divorcio con separación
de vínculo, sino el divorcio que mantiene la unión conyugal y
sólo autoriza una separación externa. Prácticas fraudulentas han
introducido la anulación civil por medio de la mentira. Tal
costumbre ha encontrado por desgracia la complicidad de
numerosos abogados interesados en el dinero, y aun en jueces
sin conciencia. La Iglesia pena con excomunión a quien estando
casado válidamente por la Iglesia y ante la ley anula por medios
fraudulentos su matrimonio, y en esta censura incurren también,

8 La intención del P. Hurtado era ilustrar en nota a pie de página esta


afirmación con datos. En el original señala después de un número de nota
(1) “poner datos”.

51
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la parte que no se opone a dicha anulación, el abogado que la


patrocina y los falsos testigos.
A las propiedades de unidad y de indisolubilidad hay que añadir
la fidelidad recíproca y la concordia. La fidelidad obliga
igualmente a los dos esposos. La moral cristiana ha ignorado la
complacencia de la moral pagana a favor del marido. La Iglesia
insiste en que tan grave es la falta del esposo como la de la
esposa. Los esposos ya no se pertenecen: se han entregado el
uno al otro para realizar los fines del matrimonio. La concordia
introduce jerarquía, hace que el padre sea el jefe natural del
hogar. La madre se halla asociada a esta autoridad y es la llamada
a ejercerla, sin compartirla con nadie, en defecto del padre.
Quien tiene la autoridad la tiene para el bien común de la
sociedad familiar: no es el derecho de mandar despóticamente,
sino la misión de proteger los seres más débiles. La mujer es
para el marido “una ayuda semejante a sí que Dios le ha
preparado”. Es natural que siguiendo la evolución sana de las
costumbres los derechos de la mujer sean más cuidadosamente
considerados.
Quien tiene autoridad en la familia, como gerente del bien
común familiar, “tiene deberes y derechos anteriores y superiores
a toda ley humana. Esos deberes y derechos dimanan del fin
asignado por la naturaleza a la sociedad familiar: unir a los
esposos y, como consecuencia, transmitir, mantener, desarrollar
la vida hasta la perfección moral, perpetuar la especie humana”
(CSM 13).
Antes de terminar este punto conviene recordar que “teniendo
los poderes públicos la obligación de adoptar y consagrar como
única legítima, la ley de transmisión de la vida por la familia,
deben también reprimir todo cuanto ataca a dicha ley: las
propagandas inmorales, la desorganización del trabajo, la mala
distribución de los provechos o de las cargas públicas. La familia
tiene derecho a ser protegida contra los diversos azotes que son
instrumentos de su disolución: la licencia de las calles, de los
espectáculos, de determinada prensa, el alcoholismo, la
tuberculosis, los alojamientos insalubres, el neomaltusianismo”
(CSM 16 y 17).

3.1.1.3 Los derechos del niño.


Muchos son los que sólo hablan de los derechos de los padres y
callan sistemáticamente los derechos del niño. Este, sin embargo,
tiene derechos muy claros. El niño es una persona, con todos

52
los derechos y deberes de tal. Entre los primeros tiene el de
autonomía e independencia respecto a todo otro ser, excepto
Dios. La persona no está al servicio de nadie; persona alguna,
ni aun la familia, puede considerarlo como un medio, ni puede
preferir su bien al bien del niño. La familia es para el niño y no
el niño para la familia.
Mientras el niño es pequeño necesita encontrar junto a sí quienes
lo preparen para ejercer sus derechos y para cumplir sus deberes.
El niño tiene derecho de poder alcanzar la plenitud de su
desarrollo físico. Tiene, por tanto derecho de ser protegido contra
la enfermedad y a recibir los cuidados necesarios para su
alimentación, higiene, vestido y habitación.
“Tiene derecho a la formación física, intelectual, moral y
religiosa” (CSM 19). Derecho a la instrucción, al menos al
minimum requerido para poder ganar su vida y satisfacer sus
futuras obligaciones profesionales y cívicas. Esto supone ciertos
conocimientos de cultura general, la enseñanza primaria, para
poder actuar como hombre culto entre hombres cultos, y de
cultura técnica, apropiada a la profesión prevista para poder
ganar honradamente su vida y fundar honorablemente un nuevo
hogar, tiene derecho a la educación, que sacará de él (es el
sentido de e- ducere = sacar de) y desarrollará sus cualidades
propias, lo habituará a luchar contra sus defectos y a cultivar
sus cualidades, le dará el odio del mal y el amor del bien, y lo
enseñará a convivir como un hombre educado y de carácter.
No podemos contar con una formación que sea pura instrucción
y no educación. Tanto como de las nociones puramente
intelectuales necesita el niño de las normas morales para actuar
en la vida.
Esta formación debe ser completada por la formación
sobrenatural que lo prepara para alcanzar su fin último. La
palabra del Evangelio guarda un valor eterno: “¿Qué le aprovecha
al hombre ganar el mundo entero si su alma viene a sufrir
detrimento?” [Mc 8, 36]. La práctica se ha encargado de
demostrar hasta la saciedad, después de muy tristes experiencias,
que una educación moral es imposible si se la separa de una
educación religiosa. La moral desligada de la religión carece
totalmente de su razón de ser. ¿Qué vale una ley si no tiene o no
se conoce el legislador? Se convierte en un puro imperativo
humano que puede romperse ante la menor dificultad.

53
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.1.1.4 A quienes incumbe la protección de los derechos


del niño.
La familia, la Iglesia, el Estado, y la Profesión están
llamadas a velar por los derechos del niño, especialmente en
materia de educación.

3.1.1.4.1 La Familia y la Educación.


La familia es la primera y más directamente interesada en la
educación del hijo. El derecho de la familia es imprescriptible,
anterior a todo otro derecho, y no puede ceder sino ante el
derecho de la Iglesia, familia espiritual de los cristianos, en el
campo que le es propio. Respecto a las otras sociedades o a los
individuos, la familia tiene el estricto derecho de hacer respetar
su misión de educadora y de gozar de la libertad y de los medios
necesarios para cumplirla. Ninguna otra institución ni persona
posee como la familia el afecto necesario por el niño para cumplir
esta difícil misión educadora. Durante bastante tiempo el niño
es incapaz de discernir lo que le conviene, y deberán sus padres
orientarlo: de aquí una tremenda responsabilidad de que deberán
dar cuenta ante Dios en cada momento y ante su propio hijo
cuando sea éste capaz de discernir.

El Código Social de Malinas resume así los derechos y deberes


de la familia:
“19. El niño tiene derecho a la formación física, intelectual,
moral y religiosa. Incumbe a los padres la obligación de
procurar esta formación. Deben ser protegidos en sus
esfuerzos encaminados al cumplimiento de este deber. Son
culpables cuando no cumplen, o cumplen
insuficientemente su misión de educadores: violan los
derechos del niño, derechos tanto más sagrados cuanto
que el sujeto no se encuentra en condiciones de hacerlos
prevalecer por sí mismo. Una legislación protectora de los
derechos del niño se impone, sin duda, contra los padres
incapaces, negligentes o perversos, pero también contra
los terceros que dificulten la acción eficaz de los padres.
20. Resulta, de hecho, que, con la mayor frecuencia, los
padres no pueden asumir por sí, en todos sus detalles, la
tarea absorbente de llevar a término la educación y la
instrucción del hijo.

54
La escuela tiene por fin completar esta obra educadora de
los padres y suplirlos en la enseñanza en cuanto sea
necesario. El maestro es, pues, por su propia función,
delegado de los padres.
Las asociaciones de maestros, por legítimas que en sí sean,
no pueden invocar en materia de educación pretendidos
derechos que se hallen en oposición con los derechos de
los padres.
21. Los derechos de los padres y los de los maestros que
los suplen no son, con todo, absolutos. Se armonizan con
los derechos de la Iglesia y con los del Estado” (CSM 19,
20 y 21).

3.1.1.4.2 La Iglesia y la educación.


En el mundo sobrenatural la Iglesia tiene la misma misión que
la familia en el orden natural, con esta característica que frente
a ella, en el orden sobrenatural, todos permanecemos siempre
sus hijos necesitados hasta el último instante de su ayuda para
realizar nuestro destino sobrenatural. Padres e hijos están aquí
sobre el mismo plano, y reciben de la Iglesia la instrucción
sobrenatural y los medios de gracia para realizarla y vivirla. Los
padres, en lo que dice relación al orden sobrenatural, no poseen
ningún poder directo sobre el alma del niño.
La actitud normal entre la Iglesia y los padres es la de una estrecha
colaboración. La Iglesia confía a los padres la formación religiosa
y moral del niño, y les inculca su inmensa responsabilidad ya
que de ella dependerá la vida sobrenatural del hijo, el aspecto
más importante su vida. De aquí resulta claro el error, que podría
aún ser un crimen, de los padres que prefiriendo aspectos
secundarios como el estudio de una lengua, la práctica del
deporte, o el contacto con determinadas relaciones sociales,
envían a sus hijos a escuelas neutras o acatólicas con daño
gravísimo de su formación religiosa. Si por imposibilidad
económica u otra razón de grave peso, se ven obligados a veces
los padres a enviar sus hijos a escuelas neutras, tienen ellos la
grave obligación de suplir la falta de enseñanza religiosa.
“22. La Iglesia tiene, en materia de enseñanza, derechos que le
vienen de su Divino Fundador: ‘Id –ha dicho-, enseñad a
todas las naciones, enseñándoles a observar cuanto os he
ordenado’ [Mt 28,19-20].
La Iglesia tiene, pues, el derecho exclusivo de enseñar en

55
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

público todas las verdades religiosas. Tiene también


derecho propio de enseñanza sobre las materias filosóficas,
históricas, sociales, relacionadas con el dogma y la moral.
En cuanto a los demás conocimientos, la Iglesia goza del
derecho que tienen todas las personas -individuos o
asociaciones- de comunicar a los demás lo que es
verdadero, y de fundar con este fin escuelas de todos los
grados, elementales, medias y superiores.
Tiene además la Iglesia el derecho de fundar escuelas en
todos sus grados en virtud de otro título especial, a saber:
las íntimas y necesarias relaciones que existen entre la
enseñanza profana y la religiosa, entre la instrucción
propiamente dicha y la educación moral y religiosa. Así
mismo interesa en gran manera que este derecho sea
consagrado por todas las legislaciones, y que los fieles
generosa y diligentemente, asegurando la concurrencia a
las escuelas católicas y particularmente a las Universidades
católicas, contribuyan a ponerlo en práctica.
Además: en las escuelas frecuentadas por sus fieles, tiene
la Iglesia el derecho de asegurarse de que la enseñanza de
lo concerniente al dogma, a la moral, y aún a las disciplinas
profanas, cuando éstas se enseñan por profesores no
elegidos por Ella, no dañe a las verdades religiosas puestas
a su custodia” (CSM 22).

3.1.1.4.3 El Estado y la educación.


El Estado es la autoridad suprema encargada de administrar la
sociedad civil, constituida por el conjunto de familias agrupadas
políticamente. El Estado es, pues, un medio al servicio de la
sociedad, y no el fin de la sociedad. El Estado es para la sociedad
y no la sociedad para el Estado. Al Estado en materia educacional
le corresponde suplir las deficiencias de los particulares.
Respetará, por tanto, los derechos de la familia y de la Iglesia,
cada una soberana como él en su campo propio, y las apoyará
para cumplir su cometido. Podrá inspeccionar la labor de los
particulares y completarla, cuando sea ineficaz o insuficiente,
aun por medio de escuelas e instituciones que dependen del
mismo Estado. Pero su principal esfuerzo deberá consistir en
sostener la iniciativa privada, para que los padres tengan en todas
partes escuelas a su disposición.

56
“El Estado puede exigir y hacer de manera que todos los
ciudadanos conozcan sus deberes cívicos y nacionales, y que
posean además el minimun de cultura intelectual, moral y física,
que consideradas las condiciones de la época sea realmente
necesario para el bien común. Se excede sin embargo de sus
derechos - y su monopolio de la educación y de la enseñanza
es injusto e ilícito - cuando obliga física o moralmente a las
familias a enviar a sus hijos a las escuelas del Estado, contrariando
los deberes de la conciencia cristiana o aun sus legítimas
preferencias” (CSM 24).
Las ideas totalitarias no están muertas, por de pronto son la
filosofía dominante en todo ese inmenso sector del mundo
dominado por el comunismo. Para el totalitarismo el Estado es
el amo absoluto que dispone del cuerpo y alma de los ciudadanos
y la educación el medio de formar hombres que le estén
enteramente sometidos. En materia de educación es donde más
fácilmente apuntan con frecuencia rebrotes totalitarios bajo la
idea del estado docente; el estado es el único capacitado para
enseñar y el único con misión de hacerlo. En el fondo se oculta
bajo tal nombre la aspiración fanática de acabar con la
enseñanza cristiana, la vieja consigna de la masonería que en
América Latina trata de refugiarse de preferencia en el campo
de la educación. Es notable oír a los campeones del estado
docente alardear de demócratas y libertarios y dar pruebas de
antidemócratas y de antilibertarios en el terreno educacional.
Lo que al Estado le interesa es que las profesiones y las funciones
necesarias para el bien común estén bien representadas y que
florezca en todo el país la cultura física, intelectual y moral,
pero le es indiferente que esta cultura y preparación sea dada
por unos o por otros, con tal que esté bien dada. Tendrá
ciertamente un derecho de inspección y de control, pero no el
de cercenar la libertad educacional de la familia y de la Iglesia.
Si su acción es deficiente súplala y estimúlela, pero jamás
suprímala. Por otra parte el Estado como educador es más
deficiente que los particulares, y lo sería aún mucho más si no
tuviera frente a él el estímulo de una sana competencia.
La fórmula que mejor refleja la equidad es la de la repartición
proporcional del presupuesto escolar nacional entre las escuelas
que reúnan las condiciones requeridas, de manera que las
familias al enviar sus hijos a la escuela de su preferencia no se
vean obligadas a pagar dos veces su educación: una al estado,
por concepto de impuestos educacionales, y otra a la escuela
como pensión.

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

La neutralidad escolar está muy lejos de constituir un ideal. La


educación debe ser integral y dada siempre en función de una
filosofía y de una religión: los conceptos deben completarse y
formar un todo orgánico, o el escepticismo se introduce en la
mente del niño. La neutralidad religiosa, que ignora a Dios y sus
derechos es esencialmente mala y antisocial. La neutralidad
confesional, que acepta la religión natural y prescinde de la
religión en concreto, inconveniente en principio, podrá ser
tolerada en casos de pluralidad religiosa, siempre que en vez de
oponerse a la religión sobrenatural, prepara al alumno a recibirla
por el ministro de su religión. Pero esta tolerancia significa
únicamente que se trata de un mal menor: el ideal es la educación
que integra la religión en la vida y la vida en la religión. El
Código Social de Malinas enseña:
“28. Si una sociedad no posee la unidad de creencia, el
Estado, en los establecimientos de instrucción fundados y
sostenidos por él, velará porque cada escuela no reúna en
lo posible más que niños de una misma confesión. Estos
recibirán la enseñanza religiosa según las modalidades
fijadas de común acuerdo entre la autoridad escolar y la
autoridad eclesiástica.
Si las circunstancias exigen que se reúnan en una misma
escuela niños pertenecientes a diversas confesiones, es
preciso, por lo menos, que la enseñanza religiosa sea dada
separadamente a cada categoría de niños por un maestro
calificado” (CSM 28).
Sobre la intervención del Estado en la educación nada más
completo que la enseñanza de Pío XI en sus encíclicas Divini
Illius Magistri y Mit brennender Sorge.

3.1.1.4.4 La profesión [y la educación].


“25. La profesión, interesada en la formación de sus futuros
miembros, tiene derecho a concurrir, mediante una
enseñanza apropiada, a su preparación técnica y
profesional, de acuerdo con las asociaciones que se
consagren a la educación cristiana de la juventud” (CSM
25).
La armonía entre todos los que contribuyen a la educación.
“26. La armonía entre todos los factores que contribuyen
a la educación: Familia, Escuela, Iglesia, Estado, Profesión,
es la condición primordial del orden social.

58
27. Supone esta armonía que en toda escuela, ya sea fundada
por la familia, ya por la Iglesia, por el Estado o por la
profesión, dentro cada cual de su propia esfera, todos estos
poderes legítimos cumplan sus deberes y ejerciten sus
derechos” (CSM 26 y 27).

3.1.2. Los derechos patrimoniales de la familia.


3.1.2.1 El problema económico.
La familia necesita abundantes recursos para proveer a sus
múltiples necesidades, entre otras a la atención de sus hijos, los
que Dios quiera darles. La moral cristiana rechaza absolutamente
la limitación artificial de nacimientos, que cada día va cundiendo
más por la propaganda de los métodos anticoncepcionales. Es
grave deber del Estado impedir tal propaganda.
S.S. Pío XI en Casti Connubii en la más solemne forma que se
haya usado en las encíclicas dice que la Iglesia Católica “eleva
su voz por nuestros labios y una vez más promulga que cualquier
uso del matrimonio en cuyo ejercicio el acto, de propia industria
queda destituido de su natural fuerza procreativa, va contra la
ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen se
hacen culpables de un grave delito” (Casti Connubii 34, CEP
pp. 711. Ver los números 33 y 34).
La Iglesia no ha cesado de repetir en multitud de documentos la
condenación de la limitación artificial de nacimientos. Esto no
quiere decir que no permita el que los esposos usen
prudencialmente de su derecho a la cohabitación, de modo que
mediante una honesta continencia puedan espaciar los
nacimientos en la forma que estimen compatible con su situación
familiar. Esto no es en forma alguna vedado pues los esposos no
violan las leyes de la naturaleza, sino que ciñiéndose a ellas,
restringen el uso de su derecho. Además, pueden los esposos
usar el método del ritmo, sin faltar a la ley moral, siempre que
haya razones de peso y no de puro egoísmo que los lleven a tal
actitud (Cfr. Discurso de S.S.).
El deber de los padres de usar rectamente del matrimonio trae
aparejado un derecho de la familia, que pone de su parte los
medios necesarios para trabajar seriamente, a disponer de los
recursos necesarios para la educación y mantenimiento de sus
hijos en forma decente, digna de personas humanas. Hablar
únicamente del deber de los padres en el matrimonio y no
solucionar las consecuencias sociales que su actitud acarrea es

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

no enfrentar con seriedad el asunto. Un problema de moral


personal y social debe tener una solución de tipo personal y
social. Desgraciadamente no se ha insistido bastante en buscar
una solución al doble aspecto del problema.

3.1.2.2 El salario familiar.


La primera fuente de recursos con que los padres pueden hacer
frente a sus gastos es el salario. De este tema trataremos más
ampliamente en su sitio, pero desde luego es imprescindible
dejar constancia que la doctrina cristiana es que “hay que trabajar
con todo empeño, a fin de que la sociedad civil, como
sabiamente lo dispuso nuestro predecesor León XIII, establezca
un régimen económico y social en el que los padres de familia
puedan ganar y granjearse lo necesario para alimentarse a sí
mismos, a la esposa y a los hijos, según su clase y condición:
‘pues el que trabaja merece su recompensa’. Negar ésta o
disminuirla más de lo debido es grande injusticia y, según las
Sagradas Escrituras, un grandísimo pecado; como tampoco es
lícito establecer salarios tan mezquinos que atendidas las
circunstancias, no sean suficientes para alimentar a la familia”
(Casti Connubii 72, CEP pp. 736).
En Quadragesimo Anno el mismo Pontífice estableció que “En
primer lugar, hay que dar al obrero una remuneración que sea
suficiente para su propia sustentación y la de su familia.
Justo es, por cierto, que el resto de la familia concurra según sus
fuerzas al sostenimiento común de todos, como pasa entre las
familias sobre todo de labradores, y aun también entre los artesanos
y comerciantes en pequeño; pero es un crimen abusar de la edad
infantil y de la debilidad de la mujer. En casa principalmente o en
sus alrededores, las madres de familias pueden dedicarse a sus
faenas sin dejar las atenciones del hogar. Pero es gravísimo abuso
y con todo empeño ha de ser extirpado, que la madre a causa de
la escasez del salario del padre se vea obligada a ejercitar un arte
lucrativo, dejando abandonados en casa sus peculiares cuidados
y quehaceres, y sobre todo la educación de los niños pequeños.
Ha de ponerse, pues, todo esfuerzo en que los padres de familia
reciban una remuneración suficientemente amplia para que
puedan atender convenientemente a las necesidades domésticas
ordinarias. Si las circunstancias presentes de la vida no siempre
permiten hacerlo así, pide la justicia social que cuanto antes se
introduzcan tales reformas, a cualquier obrero adulto se le asegure
ese salario” (QA 32, OSC 217). Pío XII ha repetido reiteradas
veces esta misma doctrina (Cfr. OSC 224).

60
Pío XI alaba con encomio a quienes han intentado “…diversos
medios para acomodar la remuneración del trabajo a las cargas
de familia, de manera que el aumento de las cargas corresponda
un aumento de salario; y aún si fuere menester, para atender, a
las necesidades extraordinarias” (QA 32, OSC 217). Felizmente
la idea del salario familiar ha entrado en muchas legislaciones
en forma más o menos completa y funciona a base de las cajas
de compensación. En Chile, cada año se fija para los empleados
el sueldo vital y lo que corresponde por carga familiar.
Desgraciadamente no hay legislación alguna que asegure iguales
derechos a los obreros, que carecen de salario vital y de
asignaciones de carácter familiar. Algunas industrias dan
espontáneamente una asignación de carácter familiar, o bien la
han conseguido los sindicatos. Desgraciadamente casi todas
están muy lejos de cubrir el gasto que realmente supone una
carga de familia.
Hacer penetrar la justicia que entraña el salario familiar, y hacerlo
realmente suficiente son consignas de suma urgencia para
salvaguardar la vida de familia.

3.1.2.3 Previsión. Ahorro. Seguros sociales. Enseñanza


doméstica.
El problema más amargo que tiene que enfrentar una familia de
escasos recursos, es su falta de seguridad. Al trazar S.S. Pío XII
el cuadro del mundo contemporáneo (1º Sept.1944) dice “vemos
al número incontable de aquellos que, desprovistos de toda
seguridad directa o indirecta respecto de su vida, no se interesan
ya por los valores reales y más elevados del espíritu, abandonan
su aspiración de una libertad genuina, y se arrojan a los pies de
cualquier partido político, esclavos de cualquiera que les prometa
en alguna forma pan y seguridad” (OSC 8).
La seguridad directa la dan los bienes poseídos, la indirecta, la
previsión social. Refiriéndose a ésta: hay una parte de la previsión
que está asegurada por el estado directamente o valiéndose de
instituciones semifiscales o bien de instituciones privadas. Tal
es el caso en Chile de la previsión de los empleados fiscales,
semifiscales y particulares, tal también la reducida previsión de
los obreros asegurada por la ley 4054, felizmente en vías de
reforma. (Poner en nota, los beneficios que otorgan estas
previsiones).
En cuanto a la previsión privada, hecha por los propios

61
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

interesados hay que recomendarla con máximo encomio. S.S.


Pío XI después de hablar de la necesidad del salario familiar
prosigue: “Hemos de procurar, sin embargo que los cónyuges,
ya mucho tiempo antes de contraer matrimonio, se preocupen
de prevenir o disminuir al menos las dificultades materiales, y
cuiden los doctos de enseñarles el modo de conseguir esto”
(Casti Connubii 72, CEP pp. 736).
El ahorro directo, los seguros sociales de cesantía, vejez,
accidentes del trabajo deben ser instántemente recomendados.
Desgraciadamente diversos factores se conjuran en contra del
ahorro: la escasez de muchos salarios, el hábito de imprevisión
y de derroche del pueblo, y la inflación que reduce a nada lo
economizado con tanto esfuerzo. De ahí es que hay que tratar a
toda costa de orientar el ahorro hacia la posesión del bien raíz.
La enseñanza doméstica es indispensable para disminuir los
gastos del hogar. Innumerables familias de escasos recursos no
saben cocinar, ni conocen el valor nutritivo de los alimentos, ni
cómo preparar su propia ropa, sino que deben comprarla hecha.
Todo esto hace que un presupuesto deficiente se haga más
deficiente todavía. Por otra parte, la enseñanza doméstica
contribuye a que la esposa pueda presentar el hogar agradable
y atrayente, y que sepa educar a sus hijos.
La organización cooperativa, tanto de crédito como de previsión,
de consumo y de construcción es un precioso auxiliar para las
familias de escasos recursos y en muchos casos la única forma
de auxiliarse en las respectivas necesidades. Las cooperativas
son, además, el gran medio de educación obrera en la vida social
y política y la oportunidad de descubrir gente con cualidades
para dirigir y organizar.

3.1.2.4 La vivienda familiar.


La más imperiosa necesidad de una familia es la de una vivienda
adecuada. Esta necesidad es aún más imperiosa que la del
vestido. Hay pueblos primitivos que carecen de ropa, pero no
se conoce alguno que carezca de habitación. El hombre necesita
un sitio privado donde pueda encontrarse libre, independiente,
donde pueda descansar de sus trabajos, donde concentre sus
bienes más inmediatos, donde pueda leer y pensar tranquilo,
donde pueda amar a los suyos. Llegar a su casa es el ideal de
todo hombre de trabajo, y significa tanto como para el barco
llegar a puerto después de la tormenta.

62
La habitación de las clases modestas en casi toda América Latina
presenta el más grave de los problemas sociales.
La vivienda del obrero en nuestras ciudades es antes que nada
insuficiente. Los arquitectos vienen repitiendo desde hace varios
años que en Chile faltan 400.000 casas: puede ser que el número
sea discutible, pero no lo es que faltan muchos miles de
habitaciones. El aumento vegetativo de la población de unas
120.000 personas por año exigiría cada año, por lo menos
20.000 nuevas casas para cubrir las necesidades de este aumento.
Estos últimos años se han construido en Chile apenas 6.000 casas,
lo cual indica que este déficit no ha sido cubierto y que la cifra
de arrastre va siendo cada día mayor. El régimen de poblaciones
callampas chileno, o el de las fabelas del Brasil es una vergüenza
para todo país civilizado: hacinamiento de ranchos improvisados
con piso de tierra, techo formado por desechos de latas o
fonolitas, y paredes de madera, de caña y hasta de papel: eso
no puede llamarse habitación. Cada uno de esos tugurios es un
tremendo “Yo acuso” lanzado a la sociedad.
La mayor parte de nuestro pueblo vive en este tipo de casas o en
conventillos, o en un cuarto subarrendado: allí se hacina toda
la familia. El resultado de una inspección sanitaria a 891
conventillos fue el siguiente: 541 en pésimas condiciones, y 232
en regular estado. En el 12% de estos conventillos había 8
personas por pieza, no siendo ninguna mayor de 9 metros
cuadrados. La habitación corriente del obrero no tiene de
ordinario más ventilación que la puerta. Allí se come, se duerme,
se trabaja, a veces se cocina... como lo demuestran las murallas
ennegrecidas por el humo. El patio sirve de basurero. Muchas
casas no tienen servicio higiénicos, ni siquiera un pozo ciego.
Una población de casi 7.000 almas, en Santiago, tiene una llave
de agua para toda la población: la gente ha de hacer cola desde
la 1 y 2 de la mañana para llenar sus tarros. En la mayor parte de
estas poblaciones callampas el piso es de tierra; no tienen luz
eléctrica, debiendo alumbrarse con velas.
En el campo, la habitación obrera es por lo menos casa. En
algunas zonas hay lindas casitas que invitan a la vida de familia.
Pero en otras hay ranchos con techo de totora y piso de tierra. El
descuido con que se tiene el cerco, del que podría vivir toda la
familia si supieran cultivarlo, demuestra una carencia total de
educación familiar.
Más grave aún que el problema de los que tienen mala vivienda
es el de los que no tienen ninguna vivienda. En el campo son
los forasteros que viven como “allegados” en una familia,

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

dejando muchas veces al marcharse un problema moral


insoluble; en la ciudad son los miles de vagos que duermen en
las calles o en alguna hospedería de emergencia que no ofrece
ningún ambiente de hogar. ¿Podemos imaginar la inmensa
amargura de quien no tiene un modesto espacio que pueda
llamar su pieza, una cama que pueda llamar su cama?
La vivienda popular, pues, deficiente en número, antihigiénica,
antifamiliar, inmoral y por tanto anticristiana. Es además
horriblemente cara: consume el 25 a 30% del presupuesto del
obrero, lo que es un exceso. Si hablamos de construcción, hoy
día no puede un obrero tener una casa propia mínima con dos
dormitorios, un comedor, cocina y servicio y un pequeño patio
por menos de $180.000, cifra astronómica para los salarios que
gana la gran mayoría de los obreros.
Se impone, pues, una campaña en pro de la vivienda popular
tan enérgica, como si el país estuviera en pie de guerra: de lo
contrario el problema no se solucionará. Mientras este problema
esté pendiente el estado de guerra interior está latente, pues es
imposible que pueda vivir en paz un pueblo al cual falta la más
indispensable de sus necesidades. Querer reprimir los
movimientos sediciosos con leyes represivas es inútil, mientras
no se reprima la miseria de la habitación.
La solución es posible. Es éste un principio del cual han de
posesionarse bien los legisladores y gobernantes, no menos que
los técnicos: es posible si el país lo ataca con la seriedad con
que repelería la invasión de su territorio. Todas las otras
construcciones deberían postergarse hasta que no se hubiese
construido habitaciones populares: tal fue la política inglesa de
la posguerra frente a las reconstrucciones. En Chile, felizmente,
hay todos los elementos de construcción en el país: lo que falta
es canalizarlos hacia la vivienda popular e intensificar el ritmo
de su producción. El Gobierno central y las municipalidades
deben dar toda clase de facilidades para la realización de estas
construcciones: entrega de sitios eriazos, reducción a un mínimo
de las exigencias urbanísticas, oficinas que faciliten planos y
servicios de inspección, formación de cooperativas de
construcción, exoneración de todo impuesto a la nueva vivienda
popular, sociedades de crédito para la construcción con interés
mínimo y ventajas legales a estas sociedades.

64
3.1.2.4.1 La casa propia.
El problema de la vivienda en relación con la familia no puede
contentarse con solucionar el problema que haya casa, es
necesario avanzar más: que esta casa sea propiedad de la familia.
El anhelo más íntimo de todo hombre y de toda mujer que
quieren formar una familia es el de contar con su casa propia.
¡Cuantos sacrificios por lograrlo, quitándose a veces el pedazo
de pan de la boca para pagar la cuota del terreno!
El derecho de poseer los bienes necesarios para su subsistencia
es natural al hombre; entre estos bienes la habitación es el más
urgente, el más premioso: de ahí que la sociedad deba facilitar
al trabajador la realización de esta su aspiración fundamental9 .
Se ha propuesto en nuestros días la conveniencia de construir
para el pueblo grandes colectivos donde todos los servicios estén
centralizados, y en los que los obreros puedan tener ventajas
que no lograrían alcanzar en la pequeña habitación personal.
Incluso en las grandes ciudades se ha iniciado la construcción
de estos colectivos. La moral católica es uniformemente partidaria
de la casa individual familiar, y esto por varias razones. La
primera, porque es más difícil y menos interesante el régimen
de propiedad privada de un departamento que de una casa,
sobre todo para la mentalidad popular. Luego, porque el colectivo
acarrea necesariamente el hacinamiento de numerosas familias
que deben estar en íntimo contacto a cada momento, y nada
desea tanto el trabajador como poder llegar a un sitio
independiente donde esté tranquilo, a solas con los suyos, donde
los vecinos no se impongan de sus intimidades de hogar. Más
aún: la casa unifamiliar con un terreno anexo es el medio más
preciado de esparcimiento, el solaz después del trabajo, la
invitación permanente a la economía, y al ensanche de lo
edificado a medida que el aumento de la familia y los recursos
lo permiten. La vivienda colectiva no es un ideal, ni siquiera
para las familias pudientes: en esos “lujosos conventillos de los
ricos”, el niño está de más: no hay sitio para que llegue a este
mundo, y los que ya han llegado estorban con su bullicio, y por
tanto es necesario que vayan a la calle y al cine el mayor tiempo
posible.
La enseñanza pontificia es insistente en el sentido de propiciar
el hogar propio familiar: S.S. Pío XII en el mensaje de Navidad
9 En el original, queda inconcluso el párrafo siguiente: “El Ingeniero Francisco
Valsecchi tiene una hermosa página sobre las ventajas individuales y
familiares de la propiedad del propio hogar: la casa propia “constituye... II,
119-128”. No ha sido posible identificar la obra.

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

de 1942 dice: “Quien desea que la estrella de la paz nazca y se


detenga sobre la sociedad... dé a la familia, célula insubstituible
del pueblo, espacio, luz, desahogo, para que pueda atender a la
misión de perpetuar la vida y educar a los hijos en un espíritu
que esté en consonancia con las propias verdaderas convicciones
religiosas; conserve, fortifique y reconstruya, según sus fuerzas,
su peculiar unidad espiritual, moral y jurídica... preocúpese por
procurar a cada familia un hogar en donde la vida familiar, sana
material y moralmente, logre manifestarse en todo su vigor y
valor; procure que el lugar del trabajo y el de la habitación no
estén tan separados que hagan del jefe de la familia y del
educador de los hijos casi un extraño en su propia casa”. Al
conmemorar el quincuagésimo aniversario de la Rerum
Novarum, vuelve a insistir S. S. Pío XII sobre el mismo tema:
“¿Acaso la propiedad privada no debe garantizar al padre de
familia la sana libertad que él necesita para cumplir los deberes
que el Creador le ha impuesto, con respecto al bienestar físico,
espiritual y religioso de la familia?... Si la propiedad ha de
procurar el bien de la familia, todas las normas públicas y
especialmente aquellas con que el Estado regula su posesión,
no sólo deben hacer posible y preservar esta función dentro del
orden natural - bajo ciertos aspectos superior a todas las otras -
sino también perfeccionarla cada vez más” [Pío XII, Junio de
1941; OSC 128].
“De todos los bienes que pueden ser objeto de la propiedad
privada ninguno es más conforme con la naturaleza, de
acuerdo con las enseñanzas de la Rerum Novarum, que la
tierra, de cuya posesión la familia vive, y de cuyos productos
ella obtiene, totalmente o en parte, su subsistencia.
Corresponde al espíritu de la Rerum Novarum el afirmar que,
como regla, solo la estabilidad que arraiga en la posesión
individual hace de la familia la más vigorosa, la más perfecta
y fecunda célula de la sociedad, juntando, de modo brillante,
en su progresiva cohesión, las generaciones presentes con
las futuras. Si hoy día el concepto y la creación de espacios
vitales constituye el centro de las aspiraciones sociales y
políticas ¿por qué nadie piensa, ante todo, en un espacio
vital para la familia, que la emancipe de las cadenas con
que las actuales condiciones le impiden hasta el poder
formular la idea de un hogar propio?” (Pío XII, Junio de 1941;
OSC 128).

66
3.1.2.4.2 Dos sostenes de la vivienda propia.
El Ingeniero Valsecchi, a quien poco antes citábamos, campeón
de la vivienda popular propia unifamiliar, sugiere acertadamente
que “no basta proporcionar…”10

3.1.3 El problema feminista.


Se puede decir que el movimiento feminista es muy reciente. En
Europa nace después de la guerra de 1870 entre Francia y
Alemania, con carácter revolucionario; y un movimiento
feminista de inspiración católico no aparece sino a partir de la
Rerum Novarum.
Muchas causas han influido en el feminismo. La mujer en la
conjuntura moderna ha visto el enorme papel que ella puede
desempeñar en todos los campos, sobre todo en la acción
benéfica. Por otra parte, un buen número de mujeres condenadas
a quedarse solteras por el hecho de ser mayor el número de
hombres que el de mujeres, ha tenido que pensar seriamente en
su porvenir económico, ha debido pensar en hacerse admitir a
las carreras liberales, a los empleos públicos y privados y a las
fábricas. Pronto se dieron cuenta de la preparación inadecuada
que recibían, y de la necesidad de reformar las leyes para que
les dieran un tratamiento de igualdad con los hombres junto a
los cuales trabajaban. Para obtener este fin organizaron
periódicos, ligas, grandes movimientos, revolucionarios en
apariencia, pero en el fondo ajustados a la situación de nuestro
siglo que era necesario reconsiderar.
“Todos los que empañan el brillo de la fidelidad11 y castidad
conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra
también fácilmente la obediencia confiada y honesta que ha
de tener la mujer a su esposo, y muchos de ellos se atreven
todavía a decir, con mayor audacia, que es una indignidad
la servidumbre de un cónyuge para con el otro; que son
iguales los derechos de ambos cónyuges; defendiendo
presuntuosísimamente que por violarse estos derechos, a
causa de la sujeción de un cónyuge al otro, se ha conseguido
o se debe llegar a conseguir una cierta emancipación de la

10 Hasta ahora no ha sido posible ubicar el texto al que se refiere ( “copiar II,
122-23”) por lo cual el párrafo queda incompleto.
11 En la edición de 1946 de la Colección de Encíclicas y Cartas Pontificias,
aparece la palabra “felicidad”; en la edición de 1944, aparece “fidelidad”.
Se ha optado por utilizar la versión de 1944, en atención a la línea
argumental del texto.

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

mujer. Distinguen tres clases de emancipación, según tenga


por objeto el gobierno de la sociedad doméstica, la
administración del patrimonio familiar o la vida de la prole
que hay que evitar o extinguir, llamándolas con el nombre
de emancipación social, económica y fisiológica: fisiológica,
porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres o
que se las libre de cargas conyugales o maternales propias
de una esposa (emancipación ésta que ya dijimos
suficientemente no ser tal, sino un crimen horrendo);
económica, porque pretenden que la mujer pueda, aún sin
saberlo el marido o no queriéndolo, encargarse de sus
asuntos, dirigirlos y administrarlos haciendo caso omiso del
marido, de los hijos y de toda la familia; social, finalmente,
en cuanto apartan a la mujer de los cuidados que en el hogar
requieren su familia o sus hijos, para que pueda entregarse a
sus aficiones, sin preocuparse de aquéllos y dedicarse a
ocupaciones y negocios, aunque sean públicos” (Casti
Connubii 45, CEP pp.717 y 718).

3.1.3.1 La dignificación de la mujer.


Frente a los conceptos paganos que la mujer estaba hecha para
la maternidad, para el placer, o para el trabajo doméstico y que
era inferior al hombre, la Iglesia Católica ha enseñado que la
mujer es tan persona como el hombre, que tiene los mismos
derechos esenciales y un mismo fin sobrenatural. Esto no obsta
a que la psicología del hombre y de la mujer sean diferentes, y
que cada uno de los sexos sea más apto para determinadas
funciones.
Supuesta esta igualdad de naturaleza entre el hombre y la mujer
la Iglesia ha puesto dos restricciones a la mujer: la primera, su
exclusión de las órdenes sagradas, reservadas al hombre; la
segunda, su subordinación al marido en la sociedad familiar,
que debe tener una cabeza. En la sociedad doméstica debe
florecer lo que San Agustín llamaba “la jerarquía del amor” la
cual abraza tanto la primacía del varón sobre la mujer y los
hijos como la diligente sumisión de la mujer y su rendida
obediencia, recomendada por el Apóstol con estas palabras: “Las
casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; por cuanto
el hombre es cabeza de la mujer así como Cristo es cabeza de
la Iglesia” ( Ef 5, 22 -23).
“Tal sumisión no niega ni quita la libertad que en pleno derecho
compete a la mujer, así por su dignidad de persona [humana]
como por sus nobilísimas funciones de esposa, madre y

68
compañera, ni la obliga a dar satisfacción a cualesquiera gustos
del marido, no muy conformes quizás con la razón o la dignidad
de esposa, ni, finalmente, enseña que se haya de equiparar la
esposa con aquellas personas que en derecho se llaman menores
y a las que por falta de madurez de juicio o por desconocimiento
de los asuntos humanos no se les suele conceder el ejercicio de
sus derechos…”
“sino que, al contrario, prohibe aquella exagerada licencia
que no se cuida del bien de la familia, prohibe que en este
cuerpo de la familia se separe el corazón de la cabeza, con
grandísimo detrimento del conjunto y con próximo peligro
de ruina, pues si el varón es la cabeza, la mujer es el corazón,
y como áquel tiene el principado del gobierno, ésta puede y
debe reclamar para sí, como cosa que le pertenece, el
principado del amor.
El grado y el modo de tal sumisión de la mujer al marido
puede ser diverso según las varias condiciones de las
personas, de los lugares y de los tiempos, y más aún si el
marido faltase a sus deberes, debe la mujer hacer sus veces
en la dirección de la familia. Pero tocar o destruir la misma
estructura familiar y su ley fundamental, establecida y
confirmada por Dios, no es lícito en tiempo alguno ni en
ninguna parte.
Sobre el orden que debe guardarse entre el marido y la mujer,
sabiamente enseña nuestro predecesor León XIII, de santa
memoria, en su ya citada encíclica acerca del matrimonio
cristiano: ‘El varón es el jefe de la familia y cabeza de la
mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne
y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido,
no a modo de esclava, sino de compañera, es decir, de tal
modo que a su obediencia no le falte ni honestidad ni
dignidad. En el que preside y en la que obedece, puesto que
el uno representa a Cristo y la otra a la Iglesia, sea siempre la
caridad divina la reguladora de sus obligaciones’.
Están, pues, comprendidas en el beneficio de la fidelidad: la
unidad, la castidad, la caridad y la honesta y noble
obediencia; nombres todos que significan otras tantas
utilidades de los esposos y del matrimonio, con las cuales se
promueven y garantizan la paz, la dignidad y la felicidad
matrimoniales, por lo cual no es extraño que esta fidelidad
haya sido siempre enumerada entre los eximios y peculariares
bienes del matrimonio” (Casti Connubii 19 y 20, CEP pp.
702 y 703).

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Salvo las dos precisiones que acabamos de hacer la Iglesia ha


luchado permanentemente por igualar al hombre y a la mujer:
igual el pecado del hombre y el de la mujer; no hay dos morales
distintas. En las relaciones íntimas matrimoniales tanto derecho
tiene el hombre frente a la mujer como ésta frente al marido. En
la estima de sus santos, eleva sobre los altares al hombre como
a la mujer, y por encima de todos los santos y de los ángeles hay
una mujer, la Virgen María. Es imposible de medir la influencia
de todos estos elementos de juicio vividos cada día en la Iglesia;
ellos han contribuido a hacer substancia del cristianismo el
principio que S. Pablo ponía en su carta a los Gálatas: “No hay
ni hombre ni mujer, ni judío ni gentil, ni esclavo ni libre: vosotros
sois una sola y misma cosa en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).
Por otra parte, la simple observación de la vida cotidiana entre
católicos nos demostrará cuál es el sitio que en ella ocupa la
mujer. Ella actúa no sólo en la vida de hogar como esposa y
como madre, sino también dirigiendo múltiples obras de caridad,
de enseñanza, de apostolado social, incluso en el parlamento y
en el trono. En todas partes la vemos admirada y respetada por
su abnegación, su inteligencia y su valor. Al comparar la estima
de la mujer en la Iglesia Católica, en las iglesias separadas, entre
los judíos y mucho más en los pueblos paganos vemos que sólo
en la primera ocupa el sitio de digna compañera del hombre, al
cual Dios la asoció.

3.1.3.2 La acción social de la mujer.


S.S. Pío XII en Noviembre de 1945 dirigió a las mujeres del
mundo una preciosa alocución en la cual destaca la dignidad
de la mujer y su acción en los tiempos modernos (Cfr. OSC 380-
390). De este documento entresacaremos sus conceptos relativos
a la acción femenina.
La idéntica dignidad del hombre y de la mujer no podrá
conservarse a no ser que cada uno respete y cultive las cualidades
características que a cada uno brindó Dios, atributos físicos y
espirituales que no pueden eliminarse, que no pueden
transformarse sin que la naturaleza restaure su equilibrio. Los
dos sexos son mutuamente complementarios, como se hace ver
en cada fase de la vida humana.
El modo de vida femenina, su innata disposición es la
maternidad. Toda mujer nace para ser madre: madre, en el
sentido físico de la palabra, madre en el sentido más espiritual y
exaltado, y no por eso menos real. La mujer que es

70
verdaderamente mujer contempla los problemas de la vida
siempre a la luz de la familia, y su sensibilidad exquisita advierte
cualquier peligro que amenaza pervertir su misión de madre, o
que se cierne sobre el bien de la familia.

3.1.3.3 Peligros que ofrecen a la mujer el totalitarismo y


el capitalismo.
Desgraciadamente en la situación política y social del presente
se juega el destino de la mujer. “Muchos movimientos políticos
acuden a la mujer para ganarla a su causa; algunos sistemas
totalitarios la lisonjean cortejándola con maravillosas promesas:
igualdad de derechos públicos y otros servicios para librarla de
algunos de sus deberes, quehaceres domésticos: jardines de
infantes y otras instituciones mantenidas y administradas por el
gobierno, para aliviarlas de aquellas obligaciones maternales
que las atan a sus propios hijos”. El Pontífice no niega las ventajas
de tales instituciones, él mismo ha señalado “que la mujer merece
recibir por el mismo monto de trabajo, igual salario que el
hombre”, pero teme que “las concesiones que se han hecho a
la mujer se deban, no el respeto hacia su dignidad y misión,
sino a un intento para fomentar el poderío económico y militar
del Estado totalitario, al cual tiene que someterse
inexorablemente.
Por otra parte, ¿puede una mujer, quizás esperar un genuino
bienestar de un régimen dominado por el capitalismo? No
necesitamos describiros ahora sus síntomas característicos,
vosotras mismas soportáis sus cargas: concentración excesiva
de poblaciones en las ciudades, el aumento constante de las
grandes industrias que todo lo absorben, la condición precaria
y difícil de otros grupos, en especial aquellos de los artesanos y
los agricultores, y el aumento intranquilizador del desempleo.
Restaurar en todo lo posible el honor de la posición de la mujer
y de la madre en el hogar; ese es el clamor que se escucha
desde muchos confines, como grito de alarma conforme el
mundo despierta, horrorizado, ante los frutos de un progreso
material y científico del cual antes se ufanaba.

3.1.3.4 Perniciosas consecuencias del abandono del


hogar por la mujer.
He aquí que una mujer, con el fin de aumentar las entradas de
su marido, se emplea también en una fábrica, dejando

71
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

abandonada su casa durante la ausencia. Aquella casa desaliñada


y reducida quizás, se torna aún más miserable por falta de
cuidado. Los miembros de la familia trabajan separadamente
en los cuatro confines de la ciudad, a horas diversas. Escasamente
llegan a encontrarse juntos para la comida o el descanso después
del trabajo - mucho menos para la oración en común. ¿Qué
queda, entonces de la vida de familia? ¿Qué atractivos puede
ofrecer ese hogar a los hijos?
A estas delicadas consecuencias de la ausencia materna en el
hogar, se añade otra, aún más deplorable. La educación de los
hijos, sobre todo de las hijas, y su preparación para las realidades
de la vida. Acostumbrada como está a ver que su madre siempre
se halla fuera de la casa -una casa ya en sí sombría por el
abandono- la joven no puede encontrar gozo alguno en ella, ni
sentir jamás la menor inclinación hacia los austeros deberes del
ama de casa. No puede esperarse que comprenda la nobleza y
la hermosura de estos deberes, ni que desee consagrarse a ellos
algún día, como esposa y como madre.
Esta verdad se aplica a todos los grados y posiciones de la vida
social. La hija de la mujer mundana, que ve todo el cuidado de
la casa en manos mercenarias, que sabe que su madre dispendia
el tiempo en ocupaciones frívolas y esparcimientos inútiles,
seguirá su ejemplo, querrá emanciparse lo más pronto posible
y, para expresarlo con palabras trágicas, querrá “vivir su propia
vida”. ¿Cómo es posible, entonces, que conciba siquiera el deseo
de ser un día una dama verdadera, como madre de una familia
feliz, digna y próspera?
En cuanto a las clases obreras, una mujer forzada a ganarse el
diario sustento, podría descubrir, si reflexionara cuerdamente,
que con frecuencia el salario extra que ella gana trabajando
fuera de la casa, se consume fácilmente en otros gastos, y aún
en ruinosos desperdicios para el presupuesto de la familia. La
hija que también sale a trabajar en una fábrica u oficina,
ensordecida por el agitado mundo en que ella vive, deslumbrada
por el oropel de un lujo artificioso, enardecida la sed por los
placeres que distraen sin saciar ni dar descanso, en esos salones
de espectáculos o de bailes que brotan por doquier, muchas
veces con propósitos de proselitismo de partidos y que
corrompen a la juventud, acaba por convertirse en una dama
presumida, y desprecia las costumbres de sus abuelos.
¿Cómo es posible, entonces que no sienta repugnancia por su
modesto hogar y sus alrededores, encontrándolo más pobre de
lo que es en realidad? Para que llegue a sentir placer en este

72
ambiente, para desear un día fundar su propia casa entre los
suyos, esta joven tendría que corregir sus impresiones naturales
con una vida seria, intelectual y espiritual, con la fortaleza que
da la educación religiosa, y los ideales sobrenaturales. Pero ¿qué
clase de formación religiosa ha podido recibir en los lugares
que frecuenta?
Y esto no es todo.
Cuando, transcurridos los años, su madre, prematuramente
envejecida, quebrantada por el trabajo que consumió todas sus
energías, por las penas y la ansiedad, espere ansiosa su llegada
a la casa, verá que la hija retorna muy tarde en la noche, no
para brindarle ayuda o socorro sino para que la misma madre
tenga que atender a una mujer incapaz de hacer para ella las
veces de una sirvienta. La suerte del padre no será mejor cuando
la vejez, la enfermedad, su condición caduca y el desempleo,
le haya obligado a depender para su exigua existencia de la
voluntad, mala o buena, de sus hijos. Es que la augusta y santa
autoridad del padre y de la madre ha quedado destronada por
completo” (Pío XII, Deberes de la mujer, Nov. 1945; OSC 384 -
385).
Todos estos males son honradamente deplorables, pero sería
inútil predicar el retorno de la mujer al hogar mientras
permanezcan aquellas condiciones que la obligan a permanecer
lejos de él, pues ordinariamente ha sido sacada de su hogar por
la ansiedad continua acerca del pan cotidiano.

3.1.3.5 La acción [de la] mujer en la vida pública.


En el desorden actual del mundo se juega el destino de la mujer,
el de la familia, el de las relaciones humanas. Cada mujer tiene
pues “la obligación, la estricta obligación en conciencia, lejos
de abstenerse, de participar en la acción en la forma y modo
adecuado a la condición de cada una, de tal manera que
detengan esas corrientes que amenazan el hogar” y logren su
restauración.
Además, la mujer, por su dignidad de mujer debe colaborar con
el hombre en procurar el bien del estado, cada uno según su
aptitud física, intelectual y moral. El hombre por su
temperamento será más inclinado a ocuparse en las cosas, la
mujer tendrá más perspicacia para tratar los delicados problemas
de la vida doméstica, que es la base de toda vida social.

73
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

“Un grupo de mujeres que dispongan del tiempo necesario


deberán dedicarse más directa y enteramente a los problemas
de bien público...
Están especialmente -aunque no exclusivamente- llamadas a esta
acción aquellas mujeres a quienes misteriosas circunstancias
de la vida han brindado una misteriosa vocación, a quienes los
sucesos destinaron a una soledad que no pensaron ni desearon,
y que parecía condenarlas a una vida fútilmente egoísta y sin
meta alguna. Ante la mujer se abre hoy un inmenso campo en
las actividades parroquiales, en los trabajos sociales y morales
de más vasta influencia, en la acción civil y política, en los
trabajos intelectuales o en los eminentemente prácticos.
Urge ahora una participación directa una colaboración efectiva
en la actividad social y política, lo que no cambia en nada la
ocupación normal de la mujer. Asociada al hombre, ella se
dedicaría especialmente a aquellos asuntos que requieren su
tacto femenino antes que una rigidez administrativa.
“Solamente una mujer podrá saber, por ejemplo, cómo atemperar
con la bondad, y sin detrimento de su eficacia, la legislación
promulgada para contener la disolución de las costumbres.
Solamente ella podría encontrar los medios de salvar de la
degradación, y educar en la honradez y en las virtudes religiosas
y cívicas, al joven abandonado. Solamente ella podría tornar
provechosa la obra de protección y rehabilitación de los reos
liberados y de las jóvenes caídas. Solamente ella sería capaz de
acoger en su corazón comprensivo el lamento de las madres a
quienes un Estado totalitario, cualquiera que sea su nombre,
quisiera arrebatar de sus manos la educación de sus propios
hijos” (Pío XII, Deberes de la mujer, Nov. 1945; OSC 388).
La actividad social y política de la mujer influye mucho en la
legislación del estado y en la administración de los cuerpos
locales. “Por tanto, el voto electoral en manos de la mujer católica
constituye un medio importante para cumplir su estricto deber
de conciencia, en especial en los tiempos actuales.
Precisamente, el Estado y la Política tienen por fin la misión de
asegurar a las familias de todas las clases sociales, las condiciones
necesarias para que existan y se desarrollen como unidades
económicas, jurídicas y morales. Entonces, la familia sería
realmente el núcleo vital de los hombres que honradamente se
ganan su bienestar temporal y eterno.
Desde luego, toda mujer sincera lo comprende fácilmente. Lo
que no entiende, lo que no puede comprender es que la política

74
signifique la dominación de una clase sobre las otras, y las
ambiciones que se disputan un imperio económico y nacional
cada día más extenso - no importa cuáles sean los pretendidos
motivos en que se sustenten. Porque ella sabe muy bien que
semejante política prepara el camino a la guerra civil sorda o
abierta, al siempre creciente cúmulo de armamentos, y al
constante peligro de la guerra.
Bien sabe ella, por experiencia, que en todo caso esta política
es nociva para la familia, que debe pagar por culpa de ella un
precio elevado en bienes y en sangre.
En consecuencia, ninguna mujer sabia favorece una política de
lucha de clase o de guerra. Su voto es un voto por la paz. De
aquí que, en el interés y el bien de la familia, se atendrá a esa
norma, y rehusará siempre dar su voto a cualquier tendencia,
venga de dónde viniere, consagrada a los egoístas deseos de
dominación interna o externa, que ponen en peligro la paz de
la nación...
Preciso es que se unan, aún a costa de los más graves sacrificios,
para salvarse a sí mismos y a toda la humanidad. En tal unión de
ánimos y de fuerzas deben naturalmente ser los primeros cuantos
se glorían del nombre cristiano, recordando la gloriosa tradición
de los tiempos apostólicos, cuando la multitud de los creyentes
no tenían sino un solo corazón y un alma sola; pero a ella
concurran asimismo sincera y cordialmente todos los que creen
todavía en Dios, y le adoran, para apartar de la humanidad el
grande peligro que a todos amenaza. Porque el creer en Dios es
el fundamento firmísimo de todo orden social y de toda
responsabilidad en la tierra, por esto cuantos no quieren la
anarquía y el terror deben con toda energía trabajar en que los
enemigos de la religión no consigan el fin que tan enérgicamente
y a las claras se proponen” (Pío XII, Deberes de la mujer, Nov.
1945; OSC 390, 391).

3.2 Las clases sociales.


3.2.1 Lo que las caracteriza.
A más de la familia y de la sociedad civil, sociedades naturales
orgánicas en las que se desarrolla todo individuo, hay dos
agrupaciones inorgánicas, que, más que sociedades, podrían
llamarse medio social: son las clases sociales y las profesiones.
Ambas están llamadas a ejercer inmensa influencia en la
evolución de la persona.

75
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Es inútil desconocer la existencia de las clases sociales. A simple


vista se percibe la realidad de grupos o categorías de personas
que tienen un mismo medio de vida, cultura muy semejante,
trabajos muy similares, reacciones psicológicas muy parecidas.
En la constitución de cada clase social echamos de ver en primer
lugar un elemento económico: sus medios de vida; un elemento
social: el trabajo, actividades, funciones que cada determinado
grupo realiza en la sociedad; un elemento cultural: la semejanza
de formación recibida en la escuela, en el ambiente de trabajo,
en lecturas, en las organizaciones a que grupo pertenece; un
elemento emotivo: las reacciones semejantes en cada grupo ante
los mismos problemas, reacciones que son muy diferentes, a
veces opuestas de grupo a grupo.
Una clase social está constituida por el conjunto de estos
elementos. No basta la simple presencia de uno o dos de ellos
para colocarlo en una determinada categoría social: así por
ejemplo un rico venido a menos, por su aspecto económico, y
en parte por su situación social participa de la clase obrera,
pero él no se sentirá solidario de ella mientras cultural y
emotivamente se encuentre en su nivel. Igualmente, el hijo de
un obrero, educado en la universidad, no se considerará
inmediatamente formando parte de las clases dirigentes, hasta
que junto a su cultura haya unido sus reacciones psicológicas y
una cierta independencia económica.
Una persona forma parte de la clase de la cual se siente solidario,
con la cual se siente unido por una conciencia de clases. Tal
conciencia más o menos explícita existe en nuestros días en
todas las clases sociales, y promueve la formación de
asociaciones de clase: tales son los sindicatos, las uniones
profesionales, artísticas, las sociedades de fomento o defensa
de la producción agrícola, minera; las sociedades de
comerciantes y de empleados: tras cada una de estas
agrupaciones hay ordinariamente una clase, y una conciencia
de clase.
¿Cuántas son las clases sociales? Es imposible precisar número
y en un país de cultura y de industria avanzada se puede decir
que su número tiende al infinito. Con todo podemos hablar de
ciertos grupos más diferenciados:
Las clases dirigentes que algunos llaman impropiamente
superiores, como si en ellas se encontraran las cualidades
superiores del ser humano. En esta clase podríamos agrupar a la
gente que tiene la cultura adquirida por el refinamiento familiar:

76
aristocracia; o por el estudio: profesionales distinguidos, o artistas;
a los elementos de banca e industria, y, en general a la gente de
fortuna; a los altos funcionarios eclesiásticos, civiles, militares.
Las clases medias, formada por los simples profesionales, los
empleados, los pequeños rentistas, los pequeños propietarios.
La clase obrera, o clase popular, formada como su nombre lo
indica por los trabajadores del campo o de la ciudad.

3.2.2 Armonía de clases.


No parece apropiado el apelativo de clases superiores a las
dirigentes, porque estrictamente hablando ninguna de ellas es
superior, como en el cuerpo humano no es superior un miembro
a otro. En una sociedad bien ordenada deben existir miembros
diferentes, diferentes funciones y cada una de ellas es tan
importante para el bien común como las demás, mientras no
hayan sido creadas artificialmente. Por tanto ninguna clase tiene
el derecho de preferirse a otra, ni menos, despreciar a las otras o
considerarlas inferiores. Admirablemente describe esta situación
San Pablo, hablando con los cristianos de Corinto acerca de la
diversidad de dones recibidos por ellos: “Hay diversidad de
dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de
ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de
operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas
en todos” ( 1 Co 12, 1 - 612 ). Lo que a cada uno se otorga se
concede para común utilidad. Todo lo obra el mismo Espíritu
que distribuye a cada uno según quiere. “Porque así como, siendo
el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y todo los miembros
del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también
Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados
en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya
judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo
Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.
“Si dijere el pie: Porque no soy mano no soy del cuerpo, no
por esto deja de ser del cuerpo. Y si dijere la oreja: Porque
no soy ojo no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del
cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿dónde estaría el oído?
Y si todo él fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios ha
dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como
ha querido. Si todos fueran un miembro, ¿dónde estaría el
cuerpo? Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo.

12 Exactamente la cita corresponde a los versículos 4 al 6.

77
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Y no puede el ojo decir a la mano: No tengo necesidad de ti.


Ni tampoco la cabeza a los pies: No necesito de vosotros.
Aún hay más: los miembros del cuerpo que parecen más
débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles
los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por
indecentes los tratamos con mayor decencia, mientras que
los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora
bien: Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que
carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el
cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual
unos de otros. De esta suerte, si padece un miembro, todos
los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado,
todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo
de Cristo, y cada uno en parte, según la disposición de Dios
en la Iglesia, primero apóstoles, luego profetas, luego
doctores, luego el poder de los milagros, las virtudes; después,
las gracias de curación, de asistencia, de gobierno, los géneros
de lenguas” ( 1 Co 12, 12 - 28).
La misma idea la repite en la epístola a los Romanos: “Pues a la
manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y
todos los miembros, no tienen la misma función, así nosotros
siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada
miembro está al servicio de todos los otros miembros” (Rm 12,
4 - 5).
Esta doctrina profusamente repetida en todo el Nuevo Testamento
es básica en la moral cristiana: en el Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia no hay mayores y menores, sino miembros que ejercitan
diferentes funciones. Todas ellas son igualmente respetables, en
cualquiera de ellas un hombre puede ser noble, mientras tenga
la única auténtica nobleza, la del espíritu. A todo trabajo, a toda
categoría de hombre que lo realiza se debe honra y respeto e
igualmente los medios de vida para poder ejercitar aquel trabajo
en forma digna de un hombre. Desgraciadamente la realización
de este principio deja mucho que desear y por eso ocurren las
luchas de clases.
3.2.3 La lucha de clases.
Como es un hecho la existencia de las clases sociales es también
un hecho la lucha de clases. Basta abrir los ojos para comprobar
el conflicto permanente entre los que tienen prepotencia
económica y financiera y los que no tienen sino un modesto
salario.

78
“Reconocer este hecho es reconocer la verdad.
La lucha de clases la achacan algunos inconsideradamente
a sólo el proletariado que quiere sacudir el yugo opresor. La
lucha de clases, en cuanto hecho, es organizada y dirigida
por ambos lados: por el capital y por el trabajo.
Pío XI entre los males sociales que señala deplora ‘en primer
lugar la lucha de clases… que inficiona todo lo que
contribuye a la prosperidad pública y privada. Y este mal se
hace cada vez más pernicioso por la codicia de bienes
materiales de una parte y de la otra, por la tenacidad en
conservarlos, y en ambas por el ansia de riquezas y de
mando’.
El capital lucha por crear ‘enormes poderes y una prepotencia
económica despótica en manos de muy pocos. Estos
potentados son extraordinariamente poderosos, cuando
dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo
distribuyen a su gusto: diríase que distribuyen la sangre de la
cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su
mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que
nadie podría respirar contra su voluntad… La libertad infinita
de los competidores sólo dejó supervivientes a los más
poderosos, que es a menudo lo mismo que decir a los que
luchan más violentamente los que menos cuidan de su
conciencia. A su vez esta concentración de riquezas y de
fuerzas, produce tres clases de conflictos: la lucha primero
se encamina a alcanzar ese potentado económico; luego se
inicia una fiera batalla a fin de obtener el predominio sobre
el poder público y consiguientemente de poder usar de sus
fuerzas e influencias en los conflictos económicos; finalmente
se entabla el conflicto en el campo internacional, en el que
luchan los estados pretendiendo usar de su fuerza y poder
político para favorecer las utilidades económicas de sus
súbditos respectivos o por el contrario, haciendo que las
fuerzas o el poder económico sean los que resuelven las
controversias políticas originadas entre las naciones’. No
cabe, pues, dudar que cuando se habla de lucha de clases,
es el capital uno de los que fomentan dicha lucha.
El obrero, por su parte recuerda el hecho ‘que unos cuantos
hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud
innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de
los esclavos’ y no menos, que en las tierras que llamamos
nuevas (América) ‘el número de los proletarios necesitados,
cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha crecido

79
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

inmensamente. Añádese el ejército ingente de asalariados


del campo, reducidos a las más estrechas condiciones de
vida, y desesperanzados de poder jamás obtener participación
alguna en la propiedad de la tierra y por tanto sujetos para
siempre a la condición de proletarios si no se aplican
remedios oportunos y eficaces’. Recuerda también que, como
lo advierte Pío XII en 1944, ‘por un lado riquezas inmensas
dominan la vida pública y privada, y, con frecuencia, hasta
la vida civil; por el otro hay el número incontable de quienes
están desprovistos de toda seguridad directa o indirecta
respecto a su vida’. El recuerdo de estos agravios y la vista de
su presente deplorable situación crea en varios sectores
asalariados un espíritu de lucha por mejorar su situación.
Estos hechos son innegables.
Ahora bien, ante esta realidad de la lucha de clases podemos
adoptar dos actitudes: o usarla para realizar revoluciones
violentas que conducen a otras injusticias: tal es la actitud
de los marxistas que explotan esa energía de indignación
para conseguir el triunfo del proletariado; es también la
actitud de los fascistas, que alarmados ante lo que llama el
peligro de la demagogia, suprimen la libertad de los órganos
de expresión popular para defender el capitalismo
amenazado. La segunda actitud consiste en luchar por
suprimir la causa de tales luchas: tal es la actitud del
cristianismo social. Reconoce éste la existencia de la lucha
y quiere suprimirla, suprimiendo la causa del conflicto, que
es la injusticia social, la explotación del trabajador. Al mismo
tiempo pide al obrero el cumplimiento consciente de sus
deberes. No puede haber capital sin trabajo, ni trabajo sin
capital: ambos están llamados a entenderse y a colaborar al
amparo de la justicia.
Si los poseedores de las riquezas se niegan a acceder a las
legítimas demandas del trabajador, son los poseedores de
las riquezas los que encienden la lucha social, los verdaderos
revolucionarios. En tal caso los sindicatos tienen el deber de
defender los derechos de los sindicados, pero esto en ningún
momento los autoriza a sobrepasarse en sus exigencias ni a
usar medios que lesionen los intereses justos del capital.
La actitud del cristianismo social ante la lucha de clases es
un reclamo de justicia para los oprimidos. ‘La paz por la que
lucha, no es la paz de los cementerios, ni la armonía de la
resignación de los débiles ante las grandes injusticias de los
fuertes. Esa justicia y esa armonía pide por igual el
cumplimiento de los deberes recíprocos y el respeto de

80
mutuos derechos entre patrones y trabajadores. Cuando esto
se haya cumplido se habrá acabado la causa de la lucha de
clases. Entonces surgirá la colaboración de los diferentes
elementos de la producción con miras a un participación
equitativa de los bienes producidos’.
‘La lucha de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a
poco se transforma en una discusión honesta, fundada en el
amor a la justicia. Ciertamente no es aquella bienaventurada
paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el
principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las
clases’. ‘Los medios para salvar al mundo actual de la triste
ruina en que el liberalismo amoral lo ha hundido, no
consisten en la lucha de clases y en el terror y mucho menos
en el abuso autocrático del poder estatal, sino en la
penetración de la justicia social y del sentimiento de amor
cristiano en el orden económico y social’” (Sindicalismo,
pp. 41-44)13 .

3.3 Las profesiones.


Las clases sociales son la resultante espontánea de la semejanza
de condiciones económicas, sociales, culturales, emotivas en
que viven determinadas categorías de personas. Las profesiones
son el resultado de la función, o del trabajo que determinadas
personas ejercen. Quienes ejercitan un mismo grupo de
actividades destinadas a proveer a la sociedad de los mismos
bienes o servicios forman parte de una misma profesión. Esta
proporcionará a sus miembros los medios económicos para
satisfacer las necesidades de su vida.
De hecho cada profesión, sea ésta un oficio manual o una carrera
liberal crea, por la naturaleza misma de las cosas, una comunidad
de intereses entre los que la ejercen. Lo natural es, por tanto,
que de una misma profesión formen un cuerpo profesional
organizado. “Como, siguiendo el impulso natural, los que están
juntos en un lugar forman una ciudad, así los que se ocupan en
una misma arte o profesión, sea económica, sea de otra especie,
forman asociaciones o cuerpos, hasta el punto que muchos
consideran esas agrupaciones, que gozan de su propio derecho,
si no esenciales a la sociedad, al menos connaturales con ella”
(QA 36, OSC 264).

13 Como el P. Hurtado indica en el original: “Ver Sindicalismo p. 41...” se


optó por integrar el texto referido.

81
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

S.S. Pío XI en Quadragesimo Anno hace de la profesión


organizada uno de los elementos básicos de la reforma social14 .

3.4 La sociedad civil. El Estado.


3.4.1 [Estado y autoridad en la sociedad]
3.4.1.1 Elementos del Estado.
“El Estado implica tres elementos constitutivos: una sociedad,
un territorio, una autoridad”.
“Como sociedad, el Estado se diferencia de las otras agrupaciones
humanas de orden temporal, por su extensión y por su misión
superior. Comprende y en cierto límite rige familias, municipios,
instituciones diversas, nacidas, por ejemplo del ejercicio de una
misma profesión, de la necesidad del mutuo auxilio, del cultivo
en común de las ciencias y de las artes.
El Estado es soberano en su territorio, en el sentido de que en el
orden temporal, no depende de un superestado. Tiene, sin
embargo, con los demás estados relaciones de interdependencia,
cuya reglamentación demanda órdenes jurídicos
supranacionales.
La autoridad del Estado tiene por función la gerencia del bien
común de los mismos que lo componen” (CSM 34-37).

3.4.1.2 Naturaleza del Estado.


El P. Antoine define la sociedad civil: “una sociedad completa,
compuesta de multitud de familias que unen sus esfuerzos en la
prosecución del bien común temporal”.
Analicemos los términos de la definición:
Sociedad completa: esto es, independiente de toda otra sociedad,
en lo que concierne a su esfera de acción propia, y provista de
todos los recursos necesarios para su desarrollo y su actividad;

14 Este punto quedó inconcluso. Entre paréntesis apunta algunas ideas con la
intención de desarrollarlas posteriormente: “(plan: la reforma frente al
individuo. exagerado.(sic) y que ha provocado la reacción del estado
totalitario. Principio que sienta el Papa: que ninguna entidad superior
absorba lo que puede hacer la inferior. OSC 263 [QA 35]. - Fórmense las
órdenes o profesiones, seguir con OSC 264… terminar con CSM 58-68”.
Los textos aludidos tratan directamente de las corporaciones y su lugar e
importancia para la configuración del orden social.

82
Sociedad compuesta de multitud de familias: la sociedad civil
no está compuesta de multitud de individuos, sino que es el
desarrollo normal de la familia, toma a su cargo las necesidades
y aspiraciones que las familias no pueden satisfacer por sí
mismas. Es el desarrollo normal de la familia.
Prosecución del bien común temporal: su fin propio es todo lo
que interesa a la actividad humana en el campo terrestre. Queda
excluido únicamente lo que toca al orden sobrenatural, que
pertenece a la Iglesia. El bien común temporal no incluye sólo
los intereses materiales, sino también los intelectuales y morales:
en una palabra todo lo que constituye la civilización.
La palabra bien común indica que el Estado sólo se preocupa
de los intereses comunes de los miembros de la sociedad civil,
no de los intereses de cada uno de ellos, de sus bienes
particulares. Así, por ejemplo al Estado no le incumbe
directamente procurar habitación o trabajo a cada ciudadano,
es él quien debe procurárselo; en cambio le corresponde asegurar
las condiciones de seguridad, de protección, de educación, de
facilidad de comunicaciones, de aprovisionamiento, de
bienestar, gracias a las cuales la actividad personal podrá adquirir
los bienes que necesita. La felicidad individual dependerá, eso
sí en gran parte de este bienestar general cuyo gerente es el
estado.

3.4.1.3 Personalidad del Estado.


“43. El Estado es perpetuo por naturaleza. De aquí se sigue
que los tratados que celebra y las obligaciones pecuniarias y
de otra clase que asume, le obligan, sean cuales fueren los
cambios que puedan producirse en las personas físicas que
lo encarnen y en las formas políticas que revista.
44. El estado es una persona moral. Se compone, en verdad,
de individuos substancialmente distintos; pero esos individuos
forman un todo unificado por la convergencia de sus
actividades razonables hacia el fin para el cual se han
constituído en agrupación política.
Por lo tanto, como agrupación unificada de individuos que
permanecen substancialmente distintos, el Estado no tiene
ni puede tener más que derechos y deberes humanos, pero
engrandecidos y ampliados. Se halla, pues, sometido a la
misma ley moral y a la misma regla de justicia que los
individuos. En la esfera de sus relaciones con las sociedades

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semejantes a él, es decir, con los otros Estados, no se sustrae


a la obligación de respetar esta ley y estas reglas.
Es indispensable, para que pueda realizarse el fin social, que
el Estado sea jurídicamente sujeto de derechos, al modo de
los individuos, aunque en una esfera más extensa y con
modalidades propias.
Esta personalidad no dimana el derecho positivo, sino de la
misma Naturaleza” (CSM 43 y 44).

3.4.1.4 Origen del Estado.


Se ha discutido desde muy antiguo si la sociedad civil tiene su
origen en la invención lisa y llana del hombre, o tiene un
fundamento de derecho natural anterior a la voluntad del
hombre, interviniendo naturalmente ésta última para darle su
existencia concreta.
Si la sociedad civil es invento humano, el hombre puede darle a
su antojo la forma que quiera, como el artista puede hacerlo
con la obra que está trabajando. Si es de derecho natural, los
hombres deberán acomodarse al orden natural que nos descubre
la razón, que no es otro sino la voluntad del Creador. Esto último
significaría que la sociedad debe en su organización reconocer
una autoridad, cuyo derecho de mandar vendría en último
término de Dios; que sus leyes no pueden ceñirse al capricho,
sino al bien común, etc.
Rousseau en su Discours sur l’inégalité parmi les hommes, y,
sobre todo en su Contrat Social ha sido el campeón del origen
puramente humano de la sociedad civil que no descansa sino
en la voluntad arbitraria de los contratantes. Según Rousseau el
estado primitivo del hombre, el que lo hacía verdaderamente
feliz, es el de independencia total. La única sociedad natural es
la familia, y eso solamente mientras el niño necesita de sus
padres. Pero, desgraciadamente los más fuertes tratan de reducir
los demás a la esclavitud, de aquí que se impuso una convención
para establecer la paz. Todo el problema del Contrato Social es
buscar una forma de asociación que defienda la persona y los
bienes de cada asociado, en tal forma que cada uno al unirse a
los demás, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre después
como antes. Por la asociación se produce un cuerpo moral y
colectivo compuesto de tantos miembros, como votos tiene la
asamblea. La ley es la expresión de esta voluntad general, y es,
por tanto siempre justa, y se impone a la obediencia absoluta

84
de todos. Es la mayoría la que crea la justicia y el derecho.
Fácilmente puede verse a qué abusos puede llevar esta teoría, y
a qué abusos de hecho ha llevado su práctica en el curso de la
historia.
Frente a la Escuela del Contrato Social la moral católica afirma
que la sociedad civil es un hecho natural querido por Dios, como
complemento y expansión de la familia destinado a permitir al
hombre la adquisición de nuevos recursos para obtener la
realización del bien común temporal.
Lo que determina al hombre a unirse con sus semejantes no es
un pacto, del que no hay memoria ni indicio en la historia, sino
el instinto de sociabilidad que lo lleva a completar su
personalidad con la de sus semejantes. Por eso desde que hay
historia nos aparece el hombre unido socialmente a los demás,
y en ningún momento haciendo vida solitaria. Esta asociación
le permite a sus miembros la protección contra los abusos de la
fuerza, la posesión tranquila de su bienestar y la expansión de
sus actividades. Los hombres no pueden consumir sus energías
en el campo restringido de la vida familiar. Para obtener nuevos
y más variados bienes, conocimientos más profundos y
diferenciados, necesita el hombre de sus semejantes. Grandes
trabajos serán realizados, que van mucho más allá de las
posibilidades de la familia: puertos, caminos, canalizaciones,
energía eléctrica, atómica... todo eso requiere una unión de
fuerzas bajo una común autoridad. Todo esto nos hace ver que
la unión que los hombres siempre han profesado no es materia
de un querer arbitrario del hombre, de un mero invento suyo,
sino la consecución de sus inclinaciones más profundas puestas
por Dios en su alma, esto es, la realización de una tendencia
natural.
Como hecho natural la sociedad tiene leyes que no pueden ser
desconocidas, sin negarla: tal es por ejemplo la necesidad de
una autoridad, su orientación al servicio del hombre y de la
familia, cuyas necesidades está llamada a proveer y no a
substituir, ni menos a atropellar.
En la encíclica Mit brennender Sorge S.S. Pío XI defiende contra
el totalitarismo racista que identificaba derecho con lo que es
útil a la nación, el concepto de derecho natural: “el verdadero
concepto de bien común se determina y se conoce mediante la
naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho
personal y vínculo social, como también por el fin de la sociedad
determinado por la misma naturaleza humana. El Creador quiere
la sociedad como medio para el pleno desenvolvimiento de las

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

facultades individuales y sociales. Hasta aquellos valores más


universales y más altos que solamente pueden ser realizados
por la sociedad; no por el individuo, tienen, por voluntad del
Creador, como fin último el hombre natural y sobrenatural... El
que se aparte de este orden conmueve los pilares en que se
asienta la sociedad, y pone en peligro la tranquilidad, la
seguridad y la existencia de la misma” (Mit brennender Sorge
28, CEP pp 369 y 370).

3.4.1.5 La autoridad en la sociedad.


a) No hay sociedad sin autoridad.
Los filósofos han cavilado sobre muchos problemas que dicen
relación con la autoridad en la sociedad. Dejaremos de lado los
puramente especulativos, para no detenernos sino en aquellos
que tienen alcance práctico.
La primera afirmación que hace a este respecto la moral católica
es que ninguna sociedad puede subsistir sin autoridad, cuya
misión es imprimir eficazmente a cada uno de los miembros un
mismo impulso hacia el bien común. La autoridad, lo mismo
que la sociedad, proceden de la naturaleza y, por consiguiente,
del mismo Dios. Consecuencias que emanan directamente de
este principio son, que resistir a la autoridad es resistir al orden
establecido por Dios: El que resiste la autoridad resiste a la
ordenación divina (Rm 13, 2) y, segunda, que el que tiene
autoridad ha sido puesto por Dios para el servicio del pueblo. El
servicio del pueblo es la única razón de su poder y fija sus límites
(CSM 38).

b) Origen divino de la autoridad.


“Aunque la autoridad emana de Dios, no se presenta en forma
de donación a este individuo o a aquella familia. Dios no designa
al que ejerce el poder. No lo ha hecho más que
excepcionalmente en la historia del pueblo judío, por la vocación
especial de este pueblo. Dios no determina tampoco el modo
de designar los gobernantes, ni las formas de la Constitución.
Estas contingencias dependen de hechos humanos” (CSM 39 y
40), por ejemplo de las tradiciones antiguas de cada pueblo, de
una constitución legítimamente aprobada, o incluso de la
aprobación del pueblo a gobernantes que iniciaron su poder en
forma arbitraria.

86
Con lo dicho se entiende qué se afirma al decir que el poder es
de origen divino. Todos los gobernantes son de derecho divino
en el sentido que de Dios y de solo Dios reciben el poder de
mandar, pero ninguno es de derecho divino en el sentido que la
forma de gobierno que cada uno de ellos representa haya sido
preferida y querida por Dios. Deja el Creador a cada nación el
cuidado de elegir su forma de gobierno y de determinar sus
gobernantes, pero una vez hecha la elección es Dios quien da
la autoridad necesaria para ejercer este poder en conformidad a
la constitución de cada estado.

c) Variedad de formas de gobierno.


La legitimidad del poder no está, pues, ligada a ninguna forma
de gobierno: no hay, pues, monarquía, ni aristocracia, ni
democracia de derecho divino. La Iglesia Católica, en sus
relaciones oficiales con los estados, hace abstracción de las
formas que los diferencian. Y así de hecho hay perfecta
convivencia de los católicos en una sociedad monárquica como
la inglesa, en una república democrática, como los Estados
Unidos, bajo el régimen hindú como bajo el mando del
Emperador del Japón. En todos estos regímenes encontramos a
católicos de línea colaborando incluso bajo autoridades paganas
al bien común temporal de su nación. En algunos países, en
Francia principalmente, fue difícil para muchos católicos
desprenderse de la idea que el catolicismo no estaba ligado a la
monarquía, pero los Romanos Pontífices, especialmente León
XIII han insistido firmemente en la doctrina recién expuesta.
“Tales son las reglas trazadas por la Iglesia Católica respecto a
la constitución y gobierno de los estados. Estos decretos y
principios si se juzgan sanamente no reprueban en sí ninguna
de las distintas formas de gobierno, puesto que éstas nada tienen
que repugne a la doctrina católica, y si son aplicadas con
prudencia y justicia, pueden todas garantizar la prosperidad
pública. Más aún, no se reprueba en sí el que el pueblo tenga
participación mayor o menor en el gobierno; en ciertos tiempos
y bajo ciertas condiciones puede llegar a ser eso no sólo una
ventaja, sino un deber para los ciudadanos” (Inmortale Dei 45,
CEP pp. 173).
“En el orden especulativo, los católicos tienen, pues, como todo
ciudadano, plena libertad para preferir una forma de gobierno a
otra, precisamente porque ninguna de estas formas especiales
se opone en sí misma a los dictados de la sana razón, ni a las
máximas de la doctrina cristiana” (CSM 41).

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.4.1.6 Actitud ante el poder establecido.


En materia de autoridad el ciudadano está avocado
frecuentemente a realidades prácticas. “Todos los individuos
deben aceptar los gobiernos establecidos, y no intentar nada
fuera de las vías legales para derribarlos o cambiar su forma.
Reconocer en los individuos la libertad de hacer una oposición
violenta, ya a la forma de gobierno, ya a la persona de sus jefes,
equivaldría a instalar en la sociedad política, con carácter
permanente el desorden y la revolución. Unicamente una tiranía
insoportable, o la violación flagrante de los derechos esenciales
más evidentes de los ciudadanos, justificarían, después del
fracaso de todos los demás medios legales, el derecho de
rebelión” (CSM 41).
Por tanto cuando un gobierno por una revolución triunfante o
por otro camino está instalado en el poder y orienta sus
actividades hacia el bien común es deber de todos los ciudadanos
obedecerlo, pues tiene derecho a mandar: de lo contrario no
podría subsistir la sociedad con la tranquilidad que necesita para
buscar el bien común. Los católicos no pueden prevalecerse de
su religión para derribarlo, a no ser que ocurra el caso arriba
señalado de una tiranía insoportable o la violación flagrante de
los derechos esenciales de la persona humana, no por tanto la
práctica de injusticias menores o de atropellos que, por muy
dolorosos que sean no autorizan el daño inmenso que significa
una revolución. Pueden por los medios pacíficos a su alcance
arrastrar a sus conciudadanos a presionar al gobierno para que
respete el derecho, pero no pueden arrastrar la nación al caos.

3.4.1.7 Teorías sobre el origen inmediato del poder en la


sociedad.
Descartada la doctrina del origen puramente humano de la
sociedad de Rousseau y de Hobbes, los autores católicos tratan
de explicar de dónde viene al que ejerce el poder su derecho de
mandar. El gobernante ¿recibe directamente de Dios su poder, o
por intermedio de la sociedad, para cuyo bien Dios ha
constituido la autoridad?
3.4.1.7.1 Teoría del hecho histórico-jurídico.
Hay una teoría que suele llamarse del “hecho histórico–jurídico”.
Excluye toda idea de convención o pacto entre la nación y el
que ejercita el poder. Basta que en un momento dado se
produzca un hecho que haga necesario que tal individuo ejercite
el poder, o que se establezca tal forma de gobierno, para que el

88
gobernante reciba directamente de Dios la autoridad necesaria
para el gobierno del país, debiéndole -por consecuencia-
obediencia los demás. Si en un momento dado se presenta una
persona que aparece como la única capaz de asegurar el orden,
dadas sus cualidades personales, éste debe asumir el poder que
Dios se lo confiere directamente para el bien común de la
sociedad.
Este sistema erige el hecho en derecho, sin que aparezca un
principio que justifique esta transformación. Si bien las
circunstancias pueden mostrar que una determinada persona o
forma de gobierno debe ser elegida, de ahí no se sigue que esta
persona adquiera por eso sólo el derecho de constituirse en
autoridad y que los demás deban obedecerle.

3.4.1.7.2 Teoría del pacto social.


Es la doctrina del Cardenal Belarmino y del Padre Suárez, ambos
jesuitas, del siglo XVI el primero y XVII el segundo.
Esta teoría exige para la transmisión legítima del poder el
asentimiento de la nación, por un acto explícito o implícito. En
un primer tiempo, por hablar así, Dios concede a la sociedad el
poder de una manera indeterminada, para que ella designe la
autoridad que ha de regirla y las reglas a que ésta ha de ceñirse.
Esto constará en la constitución oral o escrita del país. Luego, la
sociedad se desprende de este poder y lo transmite a esta
autoridad elegida, que será quien tendrá derecho a mandar en
nombre de Dios, y los demás deberán obedecerle. Aun cuando
por una usurpación o acto de violencia se establezca una nueva
forma de gobierno, ésta no será legítima hasta que el país por
una aceptación, al menos tácita, la haya confirmado en su
autoridad. Esta doctrina, a diferencia de la anterior, exige el
consentimiento de la nación para el ejercicio legítimo de la
autoridad. A veces este consentimiento será dado muy a pesar
de los súbditos, sólo para salvar el bien común. Algunos han
introducido una modalidad diferente en esta teoría, proponiendo
la doctrina de la designación: la sociedad no hace más que
designar la autoridad, pero el poder viene a ésta directamente
de Dios, sin pasar por el pueblo.
Esta teoría no tiene nada que ver con la de Rousseau, para el
cual el poder no viene en forma alguna de Dios, sino que es la
pura expresión de la voluntad general, suma de las voluntades
particulares, revocable a voluntad. Los gobernantes no tendrían
autoridad propia, sino que serían los delegados temporales de

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la nación, en cuyas manos permanece el poder en forma


inalienable.
Tampoco esta doctrina se confunde con la condenada en la carta
sobre Le Sillon: lo que allí se condenó es que el pueblo, en cuanto
nación es la fuente primera del poder, independientemente de
Dios; y que el pueblo en cuanto clase especial tiene la posesión
inalienable de este poder, y que es él por tanto el único que
puede conferirlo. En la doctrina de Belarmino y Suárez el poder
viene de Dios, y lo concede no al pueblo en cuanto opuesto a
otras clases, por ejemplo a la aristocracia, sino al pueblo en
cuanto nación que comprende todas las clases.
Al decir que Dios da la autoridad no significa que Dios apruebe
todos los actos del gobernante, el cual deberá dar a Dios cuenta
de ellos, sino que el poder de obligar con miras al bien común
viene de Dios, de quien viene también la tendencia social del
hombre: esto da nobleza a la obediencia.

3.4.1.8 Misión de la autoridad.


Código Social de Malinas sintetiza con extraordinaria nitidez
este punto:
“45. Gerente del bien común, la autoridad debe, en primer
lugar, proteger y garantizar los derechos de los individuos y
de las colectividades que comprende. Porque la violación
de estos derechos tiene una repercusión profunda y nefasta
en el bien común que el Estado tiene a su cargo, mientras
que, por el contrario, el respeto de los derechos de cada uno
favorece el desenvolvimiento del bien de todos. Es preciso,
pues, un poder capaz de prevenir los abusos, obligar a los
recalcitrantes y castigar a los delincuentes.
46. La autoridad del Estado debe emplearse, además, en
favorecer el acrecentamiento de los bienes materiales,
intelectuales y morales, para el conjunto de los miembros
de la sociedad.
47. No quiere esto decir que en todos los dominios de la
actividad humana deba el Estado proveer a todo.
Desde luego, no está encargado de conducir a los hombres
a la felicidad eterna. Esto corresponde a la Iglesia, a quien el
Estado puede y debe ayudar, pero sin suplantarla.
Aún en el dominio temporal, el Estado, como proveedor del
bien común, ha de tener en cuenta la iniciativa privada,

90
individual y colectiva, que también posee una cierta fuerza
para realizar un bien común, ya a varios, ya al conjunto del
cuerpo social.
Cuando esta iniciativa es eficaz, el Estado no debe hacer
nada que pueda embarazar o ahogar la acción espontánea
de los individuos y de los grupos. Pero cuando es insuficiente,
el Estado debe excitarla, ayudarla, coordinarla y, si hace falta,
suplirla y completarla.
Esta manera de proveer al bien común de las sociedades
temporales no es más que una imitación de la acción de
Dios en el gobierno general del mundo. Esta acción hace
concurrir a los designios de su voluntad salvadora todas las
fuerzas, incluso la de las actividades libres.
Igualmente el Estado facilitará la cooperación del poder
central con todas las actividades nacionales, según un plan
de conjunto cuyas grandes líneas debe fijar, confiando en lo
posible la ejecución a los individuos.
48. La persona humana tiene derechos anteriores y superiores
a toda ley positiva.
Nacen estos derechos, sean individuales o colectivos, de la
naturaleza humana, inteligente y libre.
49. La ley debe proteger la libertad de la persona, no sólo
contra los ataques exteriores, sino también contra los extravíos
de la libertad misma.
Todo uso de la libertad es susceptible de degenerar en
licencia. Pertenece, pues, a la ley señalar los límites y regular
el ejercicio de los derechos.
50. Las Constituciones modernas se han preocupado
particularmente de deducir y de proclamar los corolarios,
tanto de la libertad personal como de la igualdad de
naturaleza, comunes a todos los hombres. Lo han hecho con
frecuencia bajo la influencia de los sistemas filosóficos que
exageran la autonomía de la persona humana.
51. En el enunciado y reglamentación jurídica de los
corolarios de la libertad personal, el legislador no debe nunca
perder de vista que la libertad humana puede fallar, y que,
por lo tanto, importa no confundir el uso con el abuso de las
facultades que implica.
Por eso, el uso del derecho de poseer, del derecho de publicar
el pensamiento por medio de la prensa y la enseñanza, del

91
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

derecho a reunirse con semejantes y de asociarse con ellos,


sólo es, en principio, legítimo dentro de los límites del bien.
Pertenece a la autoridad trazar las fronteras más allá de las
cuales el uso del pretendido derecho se convertiría en
licencia. Únicamente en consideración a evitar un mal mayor,
o a obtener o a conservar un mayor bien, el poder público
podría ‘usar de tolerancia con respecto a ciertas cosas,
contrarias a la verdad y a la conciencia’ (León XIII, Encíclica
Libertas).
52. En el enunciado y en la reglamentación jurídica de los
corolarios de la igualdad de naturaleza, como, por ejemplo,
la igualdad ante la ley, ante la justicia, ante el impuesto, ante
las funciones públicas, es necesario que el legislador tenga
en cuenta no sólo la igualdad de naturaleza, sino también
las desigualdades accidentales que pueden hacer a los
individuos más o menos aptos para el ejercicio de esta o
aquella facultad.
Por ejemplo, bajo pretexto de igualdad no podría permitir a
cualquiera, fuera sabio o ignorante, ejercer la profesión
médica” (CSM 45 - 52).
Esta exposición nos permite ver como el estado no es un fin en
sí mismo, sino que está al servicio de la nación, esto es de la
comunidad. Debe por tanto respetar las libertades individuales
y los derechos compatibles con las exigencias del bien común.
Obraría mal el estado, si se hiciera el dispensador de las libertades
personales: éstas son anteriores al estado, permanecen como
algo sagrado frente a él. No puede, pues, restringirlas, sino en la
medida en que es indispensable para el bien de la sociedad. Si
en circunstancias extraordinarias se impone una restricción de
estos derechos, tal situación no puede ser considerada normal,
y hay que tender a la normalidad lo antes posible. Cuando las
libertades civiles están amenazadas, en lo que tienen de
realmente legítimas, pueden ser suspendidas temporalmente
las libertades políticas, por ejemplo como sería en el caso de un
golpe de fuerza que tiende a subvertir el orden público. El estado
no puede nunca ponerse al servicio de una clase o de un partido,
debe gobernar para el bien de todos y debe dejar a los ciudadanos
el maximum de libertades compatibles con el orden público y
el bien general del país. La dignidad del hombre pide que el
adulto sea tratado como adulto y que se le llame a participar en
forma seria en los negocios públicos, al menos en la elección
de sus representantes.

92
Asegurada la tranquilidad el estado debe procurar la prosperidad
pública, colaborar en la obra civilizadora, estimular la iniciativa
privada y coordinar sus esfuerzos. El progreso depende antes
que nada del genio y esfuerzo de los habitantes. El estado no
puede crearlos, pero puede crear un clima apto a su desarrollo
y evitar los obstáculos. Esto supone en los dirigentes del estado
visión clara, espíritu de iniciativa y el cuidado permanente de
no transformarse en burocracia formalista y estéril.
El peligro de absorción estatal es realísimo. El Estado tiende a
substituir a los particulares, a los cuales debe estimular, pero
jamás absorber ni reemplazar. Ordinariamente la iniciativa
privada trabaja en forma más económica y eficiente que el
estado, siempre que no encuentre obstáculos de su parte. En
cambio hay trabajos generales, como ser los de las estaciones
meteorológicas, experimentación de terrenos, informes sobre
regadío, etc. que suponen vastos recursos y que por su mismo
carácter general corresponden más al Estado que a los
particulares. Dígase lo mismo del buen funcionamiento de los
servicios consulares, aduanas, vías públicas en los que la acción
del estado es irreemplazable e indispensable para el bien común.
En los problemas que dicen relación con la vida intelectual y
moral, debe el estado respetar y estimular la iniciativa privada,
ya que los valores más directamente personales del hombre están
interesados. Frente a ellos la intervención de una colectividad
anónima como el estado puede ser desacertada y aun tiránica.
En materia de educación tiene derecho de intervención, pues,
el bien común está en juego, y puede por tanto fijar un minimum
de instrucción obligatoria, pero de ninguna manera puede
justificarse el monopolio educacional. Colabore con la familia,
oblíguela a cumplir su deber, subvencione escuelas, y abra otras
para suplir las deficiencias de la enseñanza privada: este principio
vale para todos los grados de la instrucción, incluso la superior.
En cuanto a la vida moral debe el estado combatir la licencia de
las calles, publicaciones y cines, proteger al niño y a la mujer y
alentar la acción de la Iglesia pues la vida moral es en gran
parte un reflejo de las convicciones superiores.
El estado no puede cumplir su misión de igual manera en todas
partes: Mientras más civilizado es un país más debe alentar la
iniciativa privada y aprovecharse de sus recursos, mientras más
joven sea una nación y más primitiva, como en los países
coloniales, la intervención del estado deberá ser mayor para
activar la civilización y poner al pueblo en situación de
aprovecharse del progreso general.

93
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.4.1.9 Poder legislativo, ejecutivo y judicial.


El poder supremo se ejercita de tres maneras: promulgando
normas generales de lo que hay que hacer y evitar: poder
legislativo; haciendo observar las leyes y velando por su
cumplimiento: poder ejecutivo; reprimiendo eficazmente los
abusos que perturban el orden establecido: poder judicial.
Cualquiera de estos poderes que faltase al estado, su acción
sería insuficiente o ineficaz. En los estados modernos la acción
gubernativa requiere multitud de funcionarios íntegros y
competentes: de su falta de competencia o de honradez se siguen
daños notables.
Bajo el punto de vista de la moral social dos puntos aparecen
de especial importancia: el derecho de castigar, y el valor de las
leyes.

3.4.1.9.1 Las penas. La pena de muerte.


Varias teorías parciales tratan de explicar el derecho de la
autoridad para imponer penas: restablecen el orden violado
mediante el castigo del culpable; defender la sociedad
previniendo la comisión de nuevos delitos ante el temor de la
sanción; rehabilitar al culpable por la expiación de su delito,
por el deseo de una vida mejor y por una educación apropiada.
Ninguno de estos aspectos es completo: pero tomados en
conjunto aparece el fundamento del derecho a imponer castigos.
En cuanto a la pena de muerte, ojalá llegara a ser estimada
innecesaria; no se puede criticar a las legislaciones que la han
suprimido, pero tampoco puede decirse que contradice al
derecho natural su imposición cuando no aparece otra manera
eficaz de defender a la sociedad contra los agresores
incorregibles. Eso sí que su aplicación debe ser hecha con suma
moderación y equidad, pues, los males que acarrea son
irremediables. Es de esperar que la humanidad progrese tanto
que llegue a convencerse que puede subsistir sin una sanción
tan atroz. Mucho se ha discutido sobre la licitud de la tortura
para obtener la confesión del culpable. Aristóteles sostenía su
licitud. Cicerón, Séneca, San Agustín la negaban. En teoría hoy
está abolida pero desgraciadamente la policía la aplica
ilegalmente y en los campos de concentración se ha usado de
ella y se continúa usando como en las épocas más negras de la
historia.

94
El derecho de imponer castigos debe ir acompañado de un
sistema carcelario que sea una escuela de reforma para los
prisioneros y no una nueva escuela de crímenes como
desgraciadamente sucede con demasiada frecuencia. Los
gobernantes tienen la tremenda responsabilidad de la corrupción
creciente de aquellos que debieran regenerarse en la prisión, y
que en cambio se degeneran en ella y conciben odio contra la
sociedad.

3.4.1.9.2 Poder legislativo. Fuerza de la ley.


Nada de parecido entre el concepto ateo de la ley: imposición
de la voluntad de una mayoría, y el concepto cristiano,
respetuoso de la autoridad, pero también del derecho inviolable
de la conciencia.
El fundamento último de la obligatoriedad de la ley reside en la
voluntad de Dios que promulga de una manera imperativa el
orden que quiere ver reinar en el mundo. Este plan providencial
en el que cada criatura recibe su ley, conforme a su naturaleza
está en Dios y es lo que llamamos la ley eterna, fuente de toda
obligación, como de todo derecho.
Para el hombre este plan de Dios es promulgado en nuestra
conciencia por la ley natural bajo la forma de indicaciones
generales de lo que debemos hacer y evitar, y que en cada caso
particular nos ilustra acerca de la moralidad de nuestros actos.
La conciencia humana percibe estos principios morales como
impuestos por una voluntad superior que quiere un orden
objetivo. Si actúa conforme a estos principios o los viola,
experimenta una satisfacción o remordimiento de conciencia.
Todo grupo social necesita prescripciones más detalladas que
estas normas generales: son las leyes positivas, que obligan en
conciencia porque emanan de un poder legítimo querido por
Dios para asegurar el orden en el mundo. La ley, siguiendo a
Santo Tomás, es un precepto de razón, dictado para el bien
común por aquel que dispone de autoridad legítima. Desde el
momento que las órdenes de la autoridad dejan de ser un
precepto de razón pierden su naturaleza propia y dejan de
obligar. La ley promulgada por la autoridad legítima se presume
conforme a la razón: será pues, necesario probar que la
contradice para sentirse autorizado a su incumplimiento. En
nuestros tiempos este problema es de tanto o mayor actualidad
que en los primeros por los continuos atropellos al derecho
natural y a la ley positiva de todos los totalitarismos.

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“La autoridad del Estado está bien lejos de ser ilimitada. Puede
ordenar cuanto sea conforme al bien común de los miembros
de la sociedad, y nada más. La fuerza material es, sin duda un
medio de tal modo indispensable para la autoridad, que sin ella
resulta inepta para el ejercicio mismo de su función. Pero el
empleo de la fuerza está subordinado al fin social que depende,
a su vez, de la razón” (CSM 42).
La conciliación de la autoridad y de la libertad es un problema
bien difícil: la primera asegura un gobierno fuerte, la segunda
garantiza la independencia del individuo. Una combinación de
estos dos elementos es indispensable, aunque difícil al apreciar
en forma concreta las exigencias del bien común.

3.4.1.9.3 Obligación de las leyes injustas.


¿En qué medida obliga una ley injusta, esto es que ofende la
conciencia, vulnera los derechos superiores de Dios o las normas
de la justicia? Tal ley no obliga, porque no es ley. En ciertos
casos podrá el súbdito someterse por evitar un mal mayor,
siempre que no esté en oposición con una ley superior y sólo
vulnere intereses privados, pero si se trata de un precepto
intrínsecamente malo, hay que recordar toda la tradición
cristiana: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres,
como respondieron los Apóstoles, que supieron morir en defensa
de la integridad de su conciencia (Textos. Cfr. Lallement).

S. S. León XIII en Sapientiae Christianae resume la doctrina de la


Iglesia:
“Es impiedad por agradar a los hombres dejar el servicio de
Dios; ilícito quebrantar las leyes de Jesucristo por obedecer
a los magistrados, o, so color de conservar un derecho civil,
infringir los derechos de la Iglesia… Conviene obedecer a
Dios antes que a los hombres, y lo que en otro tiempo San
Pedro y los demás Apóstoles respondían a los magistrados
cuando les mandaban cosas ilícitas, eso mismo en igualdad
de circunstancias se ha de responder sin vacilar. No hay, así
en la paz como en la guerra, quien aventaje al cristiano
solícito de sus deberes; pero todo debe arrostrarse y preferir
hasta la muerte antes que desertar de la causa de Dios y de
la Iglesia.
Por lo cual, desconocen seguramente la naturaleza y alcance
de las leyes los que reprueban semejante constancia en el

96
cumplimiento del deber, tachándola de sediciosa. Hablamos
de cosas sabidas, y Nos mismo las hemos explicado ya otras
veces. Le ley no es otra cosa que el dictamen de la recta
razón promulgado por la potestad legítima para el bien
común. Pero no hay autoridad alguna verdadera y legítima
si no proviene de Dios, soberano y supremo Señor de todos,
a quien únicamente compete dar poder al hombre sobre el
hombre; ni se ha de juzgar recta la razón cuando se aparta
de la verdad y la razón divina, ni verdadero bien el que
repugna al bien sumo e inconmutable, o tuerce las voluntades
de los hombres y las separa del amor de Dios. Sagrado es
para los cristianos el nombre del poder público, en el cual,
aun cuando sea indigno el que lo ejerce, reconocen cierta
imagen y representación de la majestad divina; justa es y
obligatoria la reverencia a las leyes, no por la fuerza o
amenazas, sino por la persuasión de que se cumple con un
deber, porque el Señor no nos ha dado espíritu de temor;
pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición
con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia o
contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad
de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia
es un deber, la obediencia crimen, que por otra parte envuelve
una ofensa a la misma sociedad, puesto que pecar contra la
religión es delinquir también contra el Estado” (Sapientiae
Christianae 10 y 11, CEP pp. 214 y 215).

3.4.1.9.4 Las leyes penales.


Llaman muchos moralistas leyes penales aquellas que el
legislador impone, no con ánimo de obligar en conciencia a su
cumplimiento, sino a la pena si el transgresor es sorprendido.
En la concepción de aquellos que admiten la existencia de las
leyes meramente penales resulta bien difícil determinar cuáles
sean éstas y resultan criticables la mayor parte de los criterios
sugeridos, pero por encima de todo, la idea misma de ley
meramente penal es aún más criticable y se nota en nuestros
tiempos una fuerte corriente que no acepta tal categoría. Porqué
¿cómo puede una ley obligar en conciencia a la aceptación y
cumplimiento de la pena, que es lo accesorio, cuando la parte
determinante de la ley no obliga? Por otra parte ¿puede haber
un legislador que promulgue una ley con intención de no obligar?
¿Qué pensar de un legislador que sólo diera valor al capítulo de
las sanciones? El concepto, pues, de ley meramente penal debe
ser desechado y reemplazado por la doctrina que todas las leyes

97
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

civiles, de aduanas, de impuestos, etc. obligan en conciencia,


siempre que tales leyes sean justas.
Violar en materia grave algunas de estas leyes que algunos llaman
penales, como leyes de aduanas, de impuestos, ¿es por tanto
falta grave?, y si la materia es leve, ¿falta leve? El P. Azpiazu, S.J.
en su Moral Profesional Económica (Madrid, Fax 1940, pp
38-41), resuelve así el problema:
“Ser estrecho en esta materia equivaldría a hacer imposible
la vida; ser laxo valdría tanto como echar por la borda todas
las leyes.
La solución de estas cuestiones ha de hacerse a la luz del
bien común que es la primera finalidad de la ley.
La ley ha de juzgarse en cada caso particular según el bien
común.
Hay casos en que el bien común ordena las cosas de una
manera clara. Valga como ejemplo algunas leyes de
determinación de la propiedad que dicen los moralistas,
como las de prescripción, evicción, posesión con buena fe,
etc. que el bien común claramente exige y determina, para
evitar líos que se multiplicarían de manera asombrosa de no
existir normas claras y concretas en derecho para determinar
la propiedad. Por eso la obligación de atenerse a ellas es
clara.
Pero hay otras en las que el bien común es objeto también
de la ley, pero objeto que en casos particulares queda
obscurecido o disminuído. El caso es claro en las leyes
fiscales, las cuales abarcan en su amplitud muchísimos casos
que en virtud de epiqueya pueden catalogarse en
excepciones.
El bien común es fin de la ley, pero el bien común no puede
estar en oposición al bien particular de muchos, y en
circunstancias no previstas por la ley. Pues aunque el bien
común es superior al bien particular, ello es en circunstancias
verdaderamente graves y supuesto que todos cooperan a
llevar las cargas del mismo bien común que no ha de ir
apoyado solamente en los hombres (sic) de los católicos
sinceros. Véanse estas ideas expuestas en Santo Tomás (II-II,
q. 120, a.1).
Discurramos un poco acerca de la justicia de la ley civil.
Santo Tomás, al enumerar los diversos capítulos por los cuales
ha de juzgarse la justicia de la ley, dice que ‘la ley es también

98
justa según su forma, es deducir, cuando las cargas de la
misma se imponen a los súbditos conforme a cierta igualdad
de proporción en orden al bien común’ (I, 2, q. 96, a.4).
Y efectivamente, la ley positiva es, por su naturaleza, dirigida
a millones de hombres en casos y circunstancias diversísimos
e inestudiables por el legislador; es forzosamente rígida e
imposible de adaptarse a los casos, de tal modo que su
observancia puede ser, en casos particulares, incluso
obstáculo a un bien mayor. En tal caso la observancia de la
ley con excesiva incomodidad no obliga, aun cuando la
transgresión de la ley sea una falta externamente jurídica
que puede penarse por la ley.
Es, pues, indiscutiblemente necesario el recurso a la epiqueya
o a la equidad en las leyes civiles. Y aun cuando hay
indiscutiblemente en ello un fuerte peligro de alucinación,
pues se juzga en causa propia, no es mayor que el peligro de
una mala formación de conciencia; peligro que ha de evitarse
por medio de consejos de varones prudentes u otros análogos.
Concretando: la ley humana no obliga con una incomodidad
proporcionadamente grave a la naturaleza de la ley, y en
presunción razonable de que el caso no hubiera sido tocado
por la ley a haberse conocido por el legislador. Para ello
parece bastar una presunción honrada.
No significa esto aflojar la obligación impuesta por las leyes,
antes al contrario, más bien significa exigir lo que de suyo
debe exigirse en la ley humana.
Tal debilidad de la ley humana es mucho más grande en
toda ley de orden económico, sea de tributación sea de
desbloqueo de moneda o de otro orden, porque los casos
que abarcan estas leyes y que no puede el legislador conocer,
son tan diferentes y casi infinitos que es imposible resumirlos
en una ley obligatoria.
De modo que según Santo Tomás es preciso que el peso de
la ley sea justamente proporcional en cuanto a la carga; como
que de no serlo faltaría a la justicia distributiva y dejaría de
ser justa.
¿Y qué decir del caso en que tal proporcionalidad falta
necesariamente (no de suyo sino accidentalmente, pero falta),
cuando por huir las gentes de conciencia laxa o mala, de
cargas correspondientes a sus fortunas, hacen recaer la carga
toda sobre otras personas de más timorata conciencia que
tienen que pechar con lo suyo y con lo que los otros no

99
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

quisieron cargar? Es el caso de muchísimos impuestos que


necesariamente han de ponerse para la vida económica del
Estado, y que esquivados por gentes de menos conciencia
tienen que recaer con carga más dura en los mejores
ciudadanos. ¿No pueden estos rehuir también algo de su
parte, como si se redimieran de una injusta vejación hecha
por un Estado que lo sabe?
Junto a éste se pueden plantear otros análogos problemas,
que no son de nuestra competencia.
Luego la obligación grave o leve de estas leyes habrá de
medirse en consonancia con las circunstancias de
ajustamiento de la ley a la realidad, según exigencias más o
menos extremadas que la ley humana no sabe ni puede medir,
de los diversos detalles que inducen al particular a la
formación de la conciencia guiada por la luz de las
circunstancias de los casos.
Así, sin caer en las exageraciones de quienes entendían que
la ley penal obligaba a todo, como Fr. Alfonso de Castro, y
en las de quienes de todo hacen ley penal, se puede formar
rectamente la conciencia mediante la epiqueya, aún
prescindiendo de la existencia de las leyes mere (sic) penales
y admitiendo la obligatoriedad de la ley.
De todos modos, haya o no leyes penales, el problema de
conciencia queda resuelto” (Azpiazu, S.J., 1940, pp. 38-41).

3.4.2 La intervención del Estado en los problemas sociales.


3.4.2.1 El derecho de intervención del Estado.
La concepción cristiana de la misión del Estado en la vida social
se aleja del extremo liberal, que rechaza absolutamente la
intervención del extremo socialista que la exagera hasta llegar a
caer en el estado totalitario en que todo es obra de estado (En
este capítulo seguimos de cerca lo expuesto por J. Folliet, en su
Morale Sociale, Chap. IX, La Corporation et l’Etat).
La doctrina cristiana no olvida que el Estado está encargado del
bien común, que incluye la prosperidad económica y la justicia
social. Para asegurarlas se justifica la intervención de la autoridad,
tanto más que entre lo político y lo económico, no hay oposición,
sino subordinación. Las actividades económicas y sociales tienen
por fin el bien común de la sociedad, y se ordenan a él como el
medio al fin.

100
“Deber de intervención no quiere decir estatismo. Francamente
esta palabra es bastante vaga y los liberales las emplean para
desacreditar las iniciativas que les desagradan. Hay que precisarla
por algunos epítetos”. Hay un estatismo de tendencia socialista,
que no es necesariamente totalitario, y un estatismo totalitario,
como lo fue el nacista, y lo es aún más el comunista. El estatismo
de tendencia socialista se traduce por una intromisión creciente
del estado en la vida económica, por una tendencia a retirar la
actividad económica de manos de la familia, empresa, profesión
para confiarla a la gestión directa del Estado. Multiplica las
nacionalizaciones, los monopolios de estado y los reglamentos
administrativos. Esta tendencia es peligrosa por cuanto lleva al
estado a ocuparse de aquello para lo cual no es competente y a
cargarse con un fardo muy pesado, que en ultimo término recae
en los contribuyentes. Por otra parte transforma un número cada
vez mayor de ciudadanos en funcionarios del estado, disminuye
la iniciativa personal, quita influencia a los grupos intermediarios
que garantizan la libertad personal, y se orienta hacia el
totalitarismo.
El estatismo totalitario se basa en una ideología completa: la
plenitud de la existencia sólo la posee el estado. El individuo no
existe sino en el estado y por el estado. Los cuerpos
intermediarios deben ser suprimidos radicalmente, o bien
fuertemente controlados por el estado del cual sacan ellos su
derecho a existir, derecho revocable en cualquier momento.
La moral cristiana rehusa totalmente esta concepción totalitaria.
Si el estado está encargado del bien común, no tiene encargo
alguno del bien particular. Éste está a cargo de los ciudadanos
con la única restricción de subordinarlo al bien general. Si la
consideración del bien común suministra al estado facultades
que sobrepasan en extensión e influencia las de las personas y
las de los cuerpos intermediarios, esa consideración no sólo no
extingue los derechos de los particulares, sino que su defensa
entra en la noción misma del bien común.
El estado no es, pues, en moral cristiana ni el gendarme liberal,
ni la providencia omnipotente del estatismo. La misión del estado
es asegurar a las libertades particulares sus mejores condiciones
de ejercicio y hacerlas converger hacia el bien común, única
razón de sus intervenciones.
Entre los católicos, principalmente franceses y belgas existían a
fines del siglo pasado y principios del presente las dos tendencias
intervencionista y antiintervencionista. La llamada Escuela de
Angers era antiintervencionista, mientras la de Lieja propiciaba

101
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la intervención estatal. Hoy día ningún católico consciente


negara el derecho de intervención del estado en el problema
social: únicamente se discute la multitud de esta intervención.

3.4.2.2 El campo de intervención del Estado.


S.S. León XIII en la Rerum Novarum (RN 25-35, OSC 270-276)
como lo reconoce Pío XI cuarenta años más tarde “sobrepasó
audazmente los límites impuestos por el liberalismo; enseñó sin
vacilaciones que no puede limitarse la autoridad a ser mero
guardián del derecho y el recto orden, sino que “debe trabajar
con todo empeño para que conforme a la naturaleza y a la
institución del Estado, florezca por medio de las leyes y de las
instituciones, la prosperidad, tanto de la comunidad, cuanto de
los particulares” (QA 8, OSC 277).
León XIII reconoce al Estado ante todo un derecho de
intervención directa e inmediata cuando el interés general, el
bien de una persona o de una comunidad están vulnerados o
gravemente amenazados, a fin de restablecer la justicia o prevenir
la injusticia. “Los que gobiernan deben proteger la comunidad
y los individuos que la forman. Deben proteger la comunidad,
porqué a los que gobiernan les ha confiado la naturaleza la
protección de la comunidad... y deben proteger a los individuos,
porque la filosofía, igualmente que la fe cristiana convienen en
que la administración de la cosa pública es, por su naturaleza,
ordenada, no a la utilidad de los que la ejercen, sino a la de
aquellos sobre quienes se ejerce... Si pues se hubiere hecho o
amenazara hacerse algún daño al bien de la comunidad o al de
las clases sociales, y si tal daño no pudiera de otro modo
remediarse o evitarse, menester es que le salga al encuentro la
pública autoridad”. Cita el Papa algunos ejemplos: si en los
talleres peligrase la integridad de las costumbres, u oprimieren
los amos a los obreros con cargas injustas o condiciones
incompatibles con la persona y dignidad humana, si se hiciera
daño a la salud con un trabajo desmedido, o no proporcionado
al sexo ni a la edad. “En todos estos casos, claro es que se debe
aplicar, aunque dentro de ciertos límites, la fuerza y autoridad
de las leyes... No deben éstas abarcar más, ni extenderse a más
de lo que demanda el remedio de estos males o la necesidad de
evitarlos” (RN 28, OSC 272).
La acción del Estado que acabamos de describir podríamos decir
que es negativa. Debe en ciertos casos ejercer una acción positiva
e indirecta. “Los que gobiernan un pueblo deben primero ayudar,

102
en general, y como en globo con todo el complejo de leyes e
instituciones, es decir, haciendo que de la misma conformación
y administración de la cosa pública espontáneamente brote
prosperidad, así de la comunidad como de los particulares.
Porque este es el oficio de la prudencia cívica, éste es el deber
de los que gobiernan. Ahora bien, lo que más eficazmente
contribuye a la prosperidad de un pueblo, es la probidad de las
costumbres, la rectitud y orden de la constitución de la familia,
la observancia de la Religión y la justicia, la moderación en
imponer y la equidad en repartir las cargas públicas, el fomento
de las artes y del comercio, una floreciente agricultura, y si hay
otras cosas semejantes que con cuanto más empeño se
promueven, tanto será mejor y más feliz la vida de los
ciudadanos” (RN 25, OSC 270).
¿Cabe una intervención directa y positiva del Estado en la vida
económica? ¿Es recomendable una economía dirigida? Si por
tal entendemos una organización detallada de las actividades
económicas de los particulares encuadrándolas absolutamente
en los puntos de vista del gobierno, la economía dirigida es el
estatismo con todos sus peligros; si por economía dirigida
entendemos que el Estado, de acuerdo con las organizaciones
profesionales oriente la economía general del país, el movimiento
de cambios nacionales e internacionales, estimula la producción
deficiente, tal dirección está dentro de los límites de lo justo, y
más que economía dirigida merecería llamarse economía
organizada.
La intervención directa y positiva del Estado habría que reservarla
sólo a aquellos servicios que los particulares no pueden realizar
o bien a aquellos que reclama el bien común, como los de
defensa nacional, los de correo, ciertas líneas aéreas, puertos,
etc. (Cfr. discurso S.S. Pío XII sobre empresa?15).
“150. Custodio de lo justo y gerente del bien común, el Estado
tiene que ejercer una acción positiva sobre la vida económica.
151. Sin embargo, sería cometer una injusticia y turbar el
orden social retirar a las autoridades de orden inferior, para
tragarlas al Estado, funciones que ellas pueden cumplir por
sí mismas.
152. Es prudente confiar a los grupos de orden inferior los
negocios y asuntos de menor importancia que pueden ejercer
por sí mismos; porque así el Estado puede ejercitar de una

15 Hasta ahora no ha sido identificado el texto referido.

103
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

manera más perfecta las funciones que a él únicamente


competen: dirigir, velar, estimular, frenar, según lo consientan
las circunstancias o la necesidad lo exija.
153. La acción del Estado concierne, ante todo, a la
protección de la vida humana; a este primer punto se refieren
los leyes llamadas ‘de protección obrera’ sobre la duración
del trabajo diario, la prohibición del trabajo nocturno, el
descanso dominical, la higiene y la seguridad del trabajo.
El Estado adopta igualmente y con justo título los medios
que se hallan a su alcance para asegurar la justicia y la lealtad
de las transacciones. Está en su derecho al combatir la
especulación injusta y toda forma de usura, con medidas, a
la vez, preventivas y represivas. Debe proteger a los
consumidores, especialmente contra el fraude en los artículos
de primera necesidad.
154. La forma de sociedad en la cual los asociados limitan
su riesgo en la cuantía de lo aportado por ellos a la sociedad,
no es en sí ilegítima. Pero la capa de anonimato oculta los
más graves abusos que se cometen en perjuicio de los socios
o del público.
Importa, por tanto, que la autoridad pública ejerza sobre tales
sociedades un severo control, y reforme, si es preciso, su
régimen jurídico.
155. No obstante dejar en principio a los particulares la
propiedad y la dirección de las empresas, el Estado interviene
legítimamente, ya para proteger a esas empresas contra la
concurrencia extranjera (derechos de aduana de carácter
compensador y no prohibitivos), ya para ayudarlas en la
penetración de los mercados exteriores (consultados (sic),
agentes comerciales).
156. Incumbe al Estado imprimir una dirección de conjunto
a la economía nacional, instituyendo a dicho efecto un
Consejo económico-nacional, que permita a los poderes
públicos obrar en relación estrecha con los representantes
calificados y competentes de todos las ramas de la
producción.
157. Razones particulares pueden impulsar al Estado a
incautarse, en forma de gestión directa, de algunas empresas
industriales, comerciales y agrícolas. Pero, en general, deberá
abstenerse de absorber en esta forma la vida económica. Si
la naturaleza del servicio exige que la empresa no sea

104
puramente privada, el Estado deberá practicar, con
preferencia a la gestión directa, lo que se llama gestión
interesada, el arrendamiento, o el régimen de concesión. En
todos estos casos la iniciativa privada participa, como
conviene, con el poder público, y bajo su vigilancia, en la
gestión de servicios o de empresas de interés general, como
los ferrocarriles, por ejemplo.
Conviene, en particular, que el Banco encargado de la
emisión de la moneda fiduciaria no se confunda con el
Estado, aunque actúe bajo su inspección y con su
colaboración.
158. En ningún caso debe el Poder central proceder como si
él sólo fuese el Estado, que es la nación organizada con todas
las fuerzas vivas que la constituyen. Una coordinación del
conjunto de estas fuerzas es particularmente necesaria en
las grandes empresas de interés general que tienden a dar la
mayor eficacia a la riqueza nacional; por ejemplo, utilización
de los ríos, de los canales, de las fuentes petrolíferas, de las
minas, de los bosques.
159. Conviene también que los diversos Estados, solidarios
como son en el orden económico, se comuniquen, por medio
de instituciones apropiadas, su experiencia y sus esfuerzos,
a fin de llegar, de acuerdo con la organización profesional e
interprofesional, a una colaboración económica
internacional” (CSM 150-159).

3.4.2.3 El Estado y los débiles y los indigentes.


El Estado, como responsable de la justicia distributiva, debe
ocuparse de todas las clases sociales, sin excepción y no permitir
que a ninguna de ellas se haga una injusticia, pero debe rodear
de una protección especial a los más débiles, principio que para
muchos pasa inadvertido: “En la protección de los derechos de
los particulares, débese tener en cuenta principalmente los de
la clase ínfima y pobre. Porque la clase de los ricos, como se
puede defender con sus propios recursos, necesita menos del
amparo de la pública autoridad: el pobre pueblo, como carece
de medios propios con qué defenderse, tiene que apoyarse
grandemente en el patrocinio del Estado” (RN 28, OSC 272).
Poco antes en la misma encíclica ha reconocido León XIII en
los proletarios “un mejor derecho” para ser ayudados y declara
que nadie puede tenerlos por entrometidos al reclamarlo (RN
26, OSC 270).

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

“Exige, pues, la equidad que la autoridad pública tenga


cuidado del proletario, haciendo que le toque algo de lo
que él aporte a la utilidad común, que con casa en qué morar,
vestido con qué cubrirse y protección con qué defenderse
de quien atente a su bien, pueda con menos dificultades
soportar la vida. De donde se sigue que se ha de tener cuidado
de fomentar todas aquellas cosas que en algo pueden
aprovechar a la clase obrera.
El cual cuidado, tan lejos está de perjudicar a nadie, que
antes aprovechará a todos; porque importa muchísimo al
Estado que no sean de todo punto desgraciados aquellos, de
quienes provienen esos bienes de que el Estado tanto
necesita” (RN 27, OSC 271).
“Además, el Estado debe poner todo cuidado en crear
aquellas condiciones materiales de vida sin las que no puede
subsistir una sociedad ordenada, y en procurar trabajo
especialmente a los padres de familia y a la juventud. Para
esto, induzca a las clases ricas a que, por la urgente necesidad
del bien común, tomen sobre sí aquellas cargas sin las cuales
la sociedad humana no puede salvarse ni ellas podrían hallar
salvación. Pero las providencias que toma el Estado a este
fin deben ser tales que lleguen efectivamente hasta los que
de hecho tienen en sus manos los mayores capitales y los
van aumentando continuamente con grave daño de los
demás” (DR 75, CEP pp. 554).

3.4.2.4 El Estado y el trabajo.


El Estado debe además proteger la libertad de trabajo y las
libertades sindicales. No tolerará que los gremios injustamente
dañen las empresas, ni que los patrones nieguen a sus obreros
los derechos sindicales.

3.4.2.5 El Estado y la propiedad privada.


Misión del Estado es garantizar la propiedad privada de toda
injusta violación. Mediante reglamentos apropiados puede
defender la propiedad familiar contra las posibles imprudencias
de un padre de familia declarándola inembargable, o contra
una excesiva parcelación que puede llegar a destruirla.
El Estado tiene también deber de controlar la gestión de los bienes
particulares, de manera que sirvan al bien común. En ciertos

106
casos puede expropiar, con indemnización, bienes particulares
y también nacionalizar aquellas empresas cuya naturaleza o
extensión crean especiales peligros, o son necesarias para el
bien común.
Puede el Estado legislar para impedir la acumulación estéril de
bienes, puede imponer especiales impuestos sobre los bienes
superfluos para favorecer los elementos más desposeídos. En la
determinación de los impuestos el estado ha de tener en cuenta
que, pasado cierto límite, los impuestos son injustos y se
destruyen a sí mismos como fuente de ingresos. Cuando los
impuestos son justos los contribuyentes están obligados en
conciencia a pagarlos: son una contribución al bien común,
que aprovecha a todos.
Un impuesto sobre la herencia es en sí legítimo, pero no puede
admitirse que, sobre todo en el caso de la herencia en línea
directa, el impuesto equivalga a una confiscación, como sucede
en los países de influencia socialista. La progresividad de este
impuesto debe establecerse según la importancia de la herencia,
de manera que puedan quedar exoneradas las fortunas pequeñas
y aun medianas.
“Siempre ha de quedar intacto e inviolable el derecho natural
de poseer privadamente y trasmitir los bienes por medio de la
herencia; es derecho que la autoridad pública no puede abolir,
por que ‘el hombre es anterior al Estado’, y también ‘la sociedad
doméstica tiene sobre la sociedad civil prioridad lógica y real’.
He ahí también por qué el sapientísimo Pontífice León XIII
declaraba que el Estado no tiene derecho a agotar la propiedad
privada con un exceso de cargas e impuestos: ‘el derecho o
propiedad individual emana no de las leyes humanas, sino de
la misma naturaleza; la autoridad pública no puede, por tanto
abolirla; sólo puede atemperar su uso y conciliarlo con el bien
común’” [QA 18] (OSC 278)16 .

3.4.2.6 El Estado y el comercio.


La acción más importante del estado en este campo es crear un
clima de seguridad y lealtad para el comercio: represión enérgica
de los actos que violen la justicia conmutativa, las maniobras
de especulación y acaparamiento; vigilancia de los precios de
manera que los precios reales no se aparten del precio justo;
16 En el manuscrito dice: “Copiar OSC 278 pp. 383”. Sin embargo, aquí se ha
transcrito de la página 384 sólo la parte del texto que trata explícitamente
de los impuestos.

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prohibición o control de los productos que sean fácilmente


dañinos, como drogas, bebidas alcohólicas.
“En cuanto al comercio exterior, el estado se guardará de dos
excesos contrarios y nocivos: la autarquía, esto es el replegarse
sobre sí mismo, que puede llegar a suprimir todas las relaciones
comerciales entre las naciones e impediría al comercio de
cumplir su misión providencial como compensador y unificador;
y el imperialismo que procura por la trampa o la violencia las
materias primas y los mercados comerciales. Tendrá un justo
medio entre un libre cambismo opuesto a los intereses
inmediatos de sus productores, y un proteccionismo contrario a
los intereses de la especie humana. Verá en las aduanas un
procedimiento fiscal y una defensa contra la competencia muy
peligrosa, pero no un medio de guerra. Hay que denunciar
abiertamente la tendencia del estado de reservarse el monopolio
del comercio exterior. Esta práctica puede imponerse como un
procedimiento momentáneo, un mal menor que la anarquía,
pero no puede ser considerada como organización normal y
estable de las relaciones comerciales internacionales” (Folliet,
o.c. p. 152-3 ).

3.4.2.7 El Estado y los males sociales.


¿Cuál debe ser la actitud del estado frente a las enfermedades
físicas y morales, tales como el alcoholismo, la prostitución,
enfermedades vergonzosas, mortalidad infantil, tuberculosis,
subalimentación, etc. que amenazan el porvenir de la sociedad?
Nadie niega al estado su derecho de reprimir las manifestaciones
públicas de estas enfermedades, de impedir su propagación, por
ejemplo sancionando a los ebrios, limitando los expendios de
alcohol, prohibiendo espectáculos inmorales, etc. Pero a esta
acción debe unir una labor preventiva y curativa mediante la
educación sanitaria y moral, los exámenes médicos, atención a
la madre y al niño, leyes de seguridad social.
El estado se saldría de sus atribuciones si estableciera medidas
que atropellan los derechos personales, por ejemplo mediante
la llamada “eugenesia” que priva del derecho de la vida a los
no bien constituidos y esterilización de los que se prevé que
van a engendrar seres tarados; o la inseminación artificial para
reproducir los mejores dotados físicamente, la eutanasia para
abreviar la vida de los “inútiles”. En cuanto al modo de realizar
su acción obraría mal el estado si desconociera las iniciativas
privadas en esta materia, que, ordinariamente han sido las

108
primeras en iniciar la lucha contra los males sociales. Debe
respetar sus esfuerzos, alentarlos material y moralmente y suplir
sus diferencias.

3.4.2.8 El Estado ejemplo de prudente y sobria


administración.
“El Estado mismo, acordándose de sus responsabilidades
delante de Dios y de la sociedad, sirva de ejemplo a todos
los demás con una prudente y sobria administración. Hoy
más que nunca, la gravísima crisis mundial exige que los
que dispongan de fondos enormes, fruto del trabajo y del
sudor de millares de ciudadanos, tengan siempre ante los
ojos únicamente el bien común y procuren promoverlo lo
más posible. También los funcionarios del Estado y todos los
empleados cumplan por obligación de conciencia sus
deberes con fidelidad y desinterés, siguiendo los luminosos
ejemplos antiguos y recientes de hombres insignes que en
un trabajo sin descanso sacrificaron toda su vida por el bien
de la patria. Y en el comercio de los pueblos entre sí,
procúrese apartar solícitamente aquellos impedimentos
artificiales de la vida económica que brotan del sentimiento
de desconfianza y de odio, acordándose de que todos los
pueblos de la tierra forman una única familia de Dios” (DR
76, CEP pp. 554).

3.4.2.9 Respetar y apoyar los valores espirituales.


“Pero, al mismo tiempo, el Estado debe dejar a la Iglesia
plena libertad de cumplir su misión divina y espiritual, para
contribuir así poderosamente a salvar a los pueblos de la
terrible tormenta de la hora presente. En todas partes se hace
hoy un angustioso llamamiento a las fuerzas morales y
espirituales; y con razón, porque el mal que se ha de combatir
es, ante todo, considerado en su fuente originaria, un mal de
naturaleza espiritual, y de esta fuente es de donde brotan
con una lógica diabólica todas las monstruosidades del
comunismo. Ahora bien, entre las fuerzas morales y religiosas
sobresale incontestablemente la Iglesia católica, y por eso el
bien mismo de la humanidad exige que no se pongan
impedimentos a su actividad” (DR 77, CEP pp. 554 y 555).

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3.4.2.10 Frutos de la doctrina católica sobre la


intervención del Estado.
“Por lo que atañe al Poder civil, León XIII sobrepasó
audazmente los límites impuestos por el liberalismo; el
Pontífice enseñó sin vacilaciones que no puede limitarse la
autoridad civil a ser mero guardián del derecho y el recto
orden, sino que debe trabajar con todo empeño para que
‘conforme a la naturaleza y a la institución del Estado, florezca
por medio de las leyes y de las instituciones la prosperidad,
tanto de la comunidad cuanto de los particulares’.
Ciertamente, no debe faltar a las familias ni a los individuos
una justa libertad de acción, pero con tal que quede a salvo
el bien común y se evite cualquier injusticia. A los
gobernantes toca defender a la comunidad y a todas sus
partes; pero al proteger los derechos de los particulares, deben
tener principal cuenta de los débiles y de los desamparados.
“Porque la clase de los ricos, se defiende por sus propios
medios y necesita menos de la tutela pública; mas el pueblo
miserable, falto de riquezas que le aseguren, está
peculiarmente confiado a la defensa del Estado. Por tanto, el
Estado debe abrazar con cuidado y providencia peculiares a
los asalariados, que forman parte de la clase pobre en general.
Ciertamente no hemos de negar que algunos de los
gobernantes, aún antes de la Encíclica de León XIII, hayan
provisto a las más urgentes injusticias que se cometían con
ellos. Pero resonó la voz apostólica desde la Cátedra de San
Pedro en el mundo entero, y entonces, finalmente, los
gobernantes, más conscientes del deber, se prepararon a
promover una más activa política social.
En realidad, la Encíclica Rerum Novarum, mientras vacilaban
los principios liberales que hacía tiempo impedían toda obra
eficaz de gobierno, obligó a los pueblos mismos a favorecer
con más verdad y más intensidad la política social; animó a
algunos excelentes católicos a colaborar útilmente en esta
materia con los gobernantes, siendo frecuentemente ellos
los promotores más ilustres de esa nueva política en los
parlamentos; más aún, sacerdotes de la Iglesia empapados
totalmente en la doctrina de León XIII, fueron quienes en no
pocos casos propusieron al voto de los diputados las mismas
leyes sociales recientemente promulgadas y quienes
decididamente exigieron y promovieron su cumplimiento.
El fruto de este trabajo ininterrumpido e incansable es la
formación de una nueva legislación, desconocida por

110
completo en los tiempos precedentes, que asegura los
derechos sagrados de los obreros, nacidos de su dignidad de
hombres y de cristianos; estas leyes han tomado a su cargo
la protección de los obreros, principalmente de las mujeres
y de los niños; su alma, salud, fuerzas, familia, casa, oficinas,
salarios, accidentes del trabajo, en fin, todo lo que pertenece
a la vida y familia de los asalariados. Si estas disposiciones
no convienen puntualmente, ni en todas partes ni en todas
las cosas, con las amonestaciones de León XIII, no se puede
negar que en ellas se encuentra muchas veces el eco de la
Encíclica Rerum Novarum, a la que debe atribuirse, en parte
bien considerable, que la condición de los obreros haya
mejorado” (QA 8, OSC 277).
“Cuándo el Estado, en el siglo XIX, por causa de una
exaltación exagerada de la libertad, consideraba que su
misión exclusiva era la de salvaguardar la libertad por medio
de la ley, León XIII le advirtió que también tenía el deber de
interesarse por el bienestar social, cuidando del pueblo entero
y de todos sus miembros, especialmente de los débiles y de
los desheredados, por medio de un programa social generoso
y mediante la creación de un Código de Trabajo. Su
llamamiento obtuvo una poderosa respuesta; y hoy es
clarísimo deber de justicia reconocer los progresos que se
han logrado, respecto a las condiciones de los trabajadores,
por la solicitud con que en muchos lugares actuaron las
autoridades civiles. De aquí que sea tan verdadero el decir
que la ‘Rerum Novarum’ se convirtió en la Magna Carta de
la actividad social cristiana” (Pío XII, Junio de 1941;
OSC 297).

3.4.3 Deberes cívicos.


3.4.3.1 El patriotismo.
El ciudadano debe considerar su país como su patria, la
prolongación de la familia, y debe sentir por ella algo de lo que
siente por sus padres.
La patria aparece como una persona moral, encarnación de
sentimientos de veneración, de afecto, de entrega. Ella evoca
toda una historia familiar de hechos gloriosos y tristes en los
que participaron nuestros mayores; un sentimiento de solidaridad
que une a los compatriotas con vínculos cuasi familiares, mucho
más íntimos que con los ciudadanos de los demás países; un
sentido de obligación, de trabajar por ella, de engrandecerla,

111
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

de hacer que todos los bienes que ella encierra actual o


potencialmente hagan la felicidad de los ciudadanos.
El patriotismo más que un sentimiento emotivo debe despertar
en los ciudadanos la conciencia de gratitud por los bienes
recibidos y el sentido del deber y del honor frente a la patria.
El patriotismo no ha de ser belicoso con otros países. La nación
más que por sus fronteras se define por la misión que tiene que
cumplir. Querer que la patria crezca no significa tanto un
aumento de sus fronteras cuanto la realización de su misión.
¿Cuál es la misión de mi Patria? ¿Cómo puede realizarla? ¿Cómo
puedo colaborar a ella? Esto reclama de todos un hondo sentido
social, uno de los que más falta en nuestros días.
Los problemas nacionales tan cargados de pasión deberían poder
resolverse por vía pacífica. Esto sería posible si los que tienen
cedieran parte de sus privilegios, para que los que no tienen
posean algo. Los profesionales y la juventud estudiosa deberían
acercarse al pueblo para conocer sus problemas, organizar
cruzadas de educación y cultura, estudiar cómo abaratar la vida,
cómo crear nuevas riquezas, cómo servir con más eficiencia y
menos costo, pensando que una profesión más que un medio
de lucro es un servicio.
El concepto de patria, como el de familia bien entendido, exige
sacrificios para que haya entre todos los miembros de la familia
nacional, si no la igualdad que es imposible, al menos una vida
digna de hombres para todos. De lo contrario ¿qué puede
significar la patria para esos parias que nada han recibido de
ella? ¿Cómo podrán amarla y respetarla, cuando ven que en
ella se descuidan y atropellan los derechos humanos
fundamentales? Tantos movimientos revolucionarios han
encontrado su raíz y después su caldo de cultivo en la miseria y
en la falta de respeto a su dignidad de hombres.
“Ante los peligros de la anarquía social y política tan generalizado
en nuestros días es muy fácil que surja el deseo de una política
de fuerza. El respeto a las instituciones puede llegar a parecer
fuera de lugar. Una actitud de violencia puede parecer más eficaz
que la educación de las conciencias; en lugar de la caridad que
transforma las almas, el sable que corta las discusiones; en lugar
del apostolado humilde la fuerza y el castigo. Y algunos pueden
aspirar a reemplazar la democracia por el totalitarismo.
La autoridad es absolutamente necesaria; hay una inmensa falta
de respeto al poder establecido que es necesario afirmar. Las
sanciones eficaces son indispensables y hace falta que sean en

112
verdad eficaces frente a los grandes como a los pequeños, y
más frente a los grandes, porque su responsabilidad es aún mayor.
Pero al juzgar la anarquía juzguemos sus causas, mirémoslas
con profundo espíritu de justicia y caridad y antes que pedir
cañones tengamos la conciencia de no estar amparando
injusticias.
Las revoluciones más que con fusiles se combaten con una justa
renovación. En un país de gente contenta no se concibe el
comunismo. La mejor manera de acabar con las huelgas es
acabar con la miseria y con los prejuicios que mantienen el
clima de agitación social. Acabar con la miseria es imposible,
pero luchar contra ella es deber sagrado. Que el país vea que
sus políticos no buscan intereses personales, sino los de la nación
y que ponen todas sus energías para dar bienestar no a un grupo
sino a la masa de sus conciudadanos; que si no se obtiene todo
lo que se desea es porque la pobreza de la nación, la falta de
medios humanos y técnicos no permiten llegar más lejos. Eso
convence. Más eficaz que la victoria por la violencia es la victoria
por el convencimiento de la razón. Por la razón primero; la fuerza
viene después en nuestro escudo” (Humanismo Social, p. 281
– 282).

3.4.3.2 Participación en la vida pública.


El ciudadano no puede desentenderse de los deberes cívicos.
La política está destinada a crear las instituciones de justicia
social que miran al bien común. La educación, el bienestar, la
libertad, el respeto de la conciencia, la organización de la vida
económica, la defensa de la patria, dependen de las leyes. A
nadie, pues le es lícito desentenderse de una causa en que se
juegan intereses tan importantes.
Al hablar de política es necesario distinguir la gran política, o
política del bien común, y la política de partidos, grupos de
hombres con sus dirigentes, sus programas, sus métodos de
acción en que se dividen los ciudadanos para tratar de realizar
en forma concreta el bien común temporal.
La participación en esta gran política “es un deber de justicia y
caridad cristiana” y es un deber de la gente honesta cooperar al
bien público, ya en la administración, ya en el gobierno del
Estado. Para un católico “su carácter mismo de católico le exige
que haga el mejor uso de sus derechos y deberes de ciudadano
para el bien de la Religión, inseparable del bien de la Patria”
(Carta Paterna de Pío XI a los Obispos de Méjico). “El campo de

113
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la política, por mirar a los intereses de la sociedad entera es el


campo de la más amplia caridad, de la caridad política, del
cual se puede decir que no tiene otro superior si no es el de la
Religión” (Pío XI a la Federación Universitaria Católica Italiana).
De aquí se deduce que contradice el sentir católico la escuela
apolítica. “No cabe duda que debe ser reprobado el
abstencionismo absoluto en cuanto que la participación en la
política constituye para los fieles, en el sentido ya expuesto, un
deber verdadero y propio, fundado en la justicia legal y en la
caridad” (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli al Episcopado chileno).
Los ciudadanos tienen la obligación grave de inscribirse en los
registros electorales y de dar su voto en conciencia. “Faltarían
gravemente a su deber si en la medida de sus posibilidades no
contribuyesen a dirigir la política de su ciudad, de su provincia,
de su nación, pues, si permanecen ociosos las riendas del
gobierno caerán en manos de los que no ofrecen sino débiles
perspectivas de salvación” (Peculiari quadam).

3.4.3.3 Los partidos políticos.


Es legítimo que en la patria haya partidos, pero no grupos
irreconciliables, que significan la quiebra de la gran familia
nacional. Los políticos han de pensar que antes de servir a un
partido deben servir a la Patria, y, por eso, cuando el bien de la
Patria lo reclama han de saber deponer sus prejuicios partidistas
y unirse en torno al bien común. Los políticos en sus luchas
electorales no deben recurrir al fraude, a la violencia, a la
promesa mentirosa ni al cohecho, vicios que deberían ser
desterrados. La caridad cristiana rige aun para los adversarios.
Todo cuanto pueda hacerse por purificar los procedimientos
electorales y hacer que reflejen realmente el sentir de la nación
debe ser mirado con simpatía, sin temor de que perjudique la
causa que uno sustenta, pues una causa justa no puede
defenderse con medios injustos. “Guarda la verdad y la verdad
te hará libre” [Jn 8, 32] decía Cristo, y esa debería ser una
consigna no sólo para la vida privada, sino también para la
política.

“Fiel a este concepto ‘la Acción Católica, sin hacer ella misma
política, en el sentido estricto de la palabra, prepara a sus
militantes para hacer una buena política’, es decir, una política
que se inspira en todo en los principios del cristianismo, los
únicos que pueden traer a los pueblos la prosperidad y la

114
paz; eliminará así el hecho que a pesar de ser monstruoso
no es raro, de que hombres que hacen profesión de
catolicismo tengan una conciencia en su vida privada y otra
en su vida pública” (Carta al Cardenal Patriarca de Lisboa)
(Puntos de Educación, pp. 243).

“Frente a la gran política hay que situar la política de partidos


“…es decir, la tendencia al bien común tal como la conciben
diferentes ‘agrupaciones de ciudadanos que se proponen
resolver las cuestiones económicas, políticas y sociales, según
sus propias escuelas e ideologías, las cuales, aunque no se
aparten de la doctrina católica, pueden llegar a diferentes
conclusiones’ (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli). ‘Es natural
que la Acción Católica, lo mismo que la Iglesia esté por
encima y fuera de todos los partidos políticos, ya que ella ha
sido establecida no para defender los intereses particulares
de tal o cual grupo, sino para procurar el verdadero bien de
las almas extendiendo lo más posible el Reino de Nuestro
Señor Jesucristo en los individuos, las familias, la sociedad;
y para reunir bajo sus estandartes pacíficos en una concordia
perfecta y disciplinada, a todos los fieles deseosos de
contribuir a una obra tan santa y tan amplia de apostolado’
(Discurso Pío XI Fed. Cat. Univ. Italiana).
Nunca insistiremos bastante en que la A. C. ‘no debe ser una
esclava en las querellas políticas ni encerrarse en las estrechas
fronteras de un partido, cualquiera que éste sea’ (Carta Quae
Nobis). En otras palabras, un partido político, aunque se
proponga inspirarse en la doctrina de la Iglesia y defender
sus derechos, no puede arrogarse la representación de todos
los fieles, ya que su programa completo no podrá tener nunca
un valor absoluto para todos, y sus actuaciones prácticas
están sujetas al error. Es evidente que la Iglesia no podría
vincularse a la actividad de un partido político sin
comprometer su carácter sobrenatural y la universalidad de
su misión’ (Carta de S. E. el Cardenal Pacelli).
‘Sólo en momentos de grave peligro tienen los obispos el
derecho y el deber de intervenir, es decir, cuando sea
necesario, hacer un llamado a la ‘unión’ de todos los
católicos, para que, puesta a un lado toda divergencia política
se levanten en defensa de los derechos amenazados de la
Iglesia. Pero es evidente que en tal hipótesis no harían ellos

115
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

política de partidos’ (Carta de S. E. Cardenal Pacelli).


Respecto a los partidos políticos la Santa Sede inculca a los
obispos y sacerdotes que se abstengan de hacer propaganda
en favor de un determinado partido político. Desea la Iglesia
que se inculque a los ciudadanos, ‘la gravísima obligación
que les incumbe de trabajar siempre y en todas partes,
también en la cosa pública, según el dictado de la conciencia,
ante Dios, por el mayor bien de la Religión y de la Patria;
pero de tal manera que, declarada la obligación general, el
sacerdote no aparezca defendiendo a un partido más que a
otro, a menos que alguno de ellos sea abiertamente contrario
a la religión.
‘Debe dejarse a los fieles la libertad que les compete como
ciudadanos, de constituir particulares agrupaciones políticas,
y militar en ellas, siempre que éstas den suficientes garantías
de respeto a los derchos de la Iglesia y de las almas.
‘Es sin embargo obligación de todos los fieles, aunque militen
en distintos partidos, no sólo observar siempre, hacia todos,
y especialmente hacia sus hermanos en la fe, aquella caridad,
que es como el distintivo de los cristianos, sino también
anteponer siempre los supremos intereses de la religión a los
del partido, y estar siempre prontos a obedecer a sus pastores,
cuando, en circunstancias especiales, los llamen a unirse
para la defensa de los principios superiores’” (Carta de S. E.
Cardenal Pacelli al Episcopado chileno) (Puntos de Educación,
pp. 244-246).
Las obras de la Iglesia, como la Acción Católica, por
ejemplo están fuera y por encima de los partidos políticos.
“Este mismo principio lo inculca claramente nuestro Santo
Padre Pío XII en su carta como Secretario de Estado al
Episcopado chileno: ‘Siendo participación del apostolado de
la Iglesia y dependiendo directamente de la Jerarquía
eclesiástica, la A. C. debe mantenerse absolutamente ajena
a las luchas de los partidos políticos aún de aquellos que
estén formados por católicos. Por consiguiente, las
asociaciones de jóvenes católicos, ni deben ser partidos
políticos ni deben afiliarse a partidos políticos y convendrá
además, que los dirigentes de dichas asociaciones no sean,
al mismo tiempo, dirigentes de partidos o de asambleas
políticas, para que no se mezclen faltando al orden debido,
cosas muy diferentes las unas de las otras’.

116
Para salvaguardiar hasta el fin esta separación de la A. C. con
la política de un determinado partido, cualquiera que éste
sea, que es lo que pretende dejar bien en claro la Santa Sede,
ordena que, ‘si pareciere oportuno proporcionar a la juventud
una especial y más alta instrucción en materia política,
diferente de aquella formación general de la conciencia
ciudadana, ella deberá ser dada, no en las sedes o reuniones
de los socios de la A. C. sino en otro lugar, y por hombres
que se distingan por la probidad de sus costumbres y por la
integral y firme profesión de la doctrina; quedando además
a salvo y claramente establecido el principio de que en ningún
modo es oportuno que la misma Jerarquía de la Iglesia forme
e instruya asociaciones políticas de jóvenes, y sobre todo
que ella dirija a los jóvenes católicos de tal suerte, que éstos
se inclinen a uno más que a otro de los partidos políticos,
que den suficientes garantías para la conveniente defensa de
la causa y derechos de la Iglesia’ (Carta de S. E. el Cardenal
Pacelli).
La Acción Católica debe abrir sus puertas a todos los católicos.
Una vez sentado claramente este principio de la
independencia de la A. C. respecto a la política de un
determinado partido y después de haber establecido, no en
virtud de un principio dogmático, sino de un principio
prudencial que los dirigentes políticos sean a la vez dirigentes
de la A. C., procura la Iglesia evitar otro escollo. Es éste el de
separar de tal manera la política de partidos de la Acción
Católica que parezca algo incompatible el ser dirigente y
aún simple miembro de un partido político y a la vez de la
A. C.
Este principio lo sienta claramente la carta del Cardenal
Pacelli al Episcopado chileno cuando afirma que ‘los jóvenes
inscritos en las asociaciones de la A. C. pueden, como privados
ciudadanos adherirse a los partidos políticos, que den
garantías suficientes para la salvaguardia de los intereses
religiosos. Traten, sin embargo, de cumplir siempre sus
deberes de católicos, y no antepongan las conveniencias del
partido a los superiores intereses y santos mandamientos de
Dios y de la Iglesia’.
Esta misma doctrina ha sido ampliamente expuesta en carta
autógrafa, del Excmo. Sr. Arzobispo de Santiago, de 14 de
Noviembre de 1941, que contiene normas dadas al Consejo
Arquidiocesano de la Juventud Católica de Santiago.

117
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

‘Debe enseñarse a los jóvenes que no hay oposición alguna


entre ser militante de la A. C. y ser militante, y aún dirigente
de un partido político al cual, según las normas dadas por la
Santa Sede, puedan pertenecer los católicos. Únicamente se
ha declarado que, en general, no conviene que los dirigentes
de la A. C. sean a la vez dirigentes de partidos políticos. Y si
pueden ser militantes, pueden actuar como tales en las
asambleas de A. C. y de Juventud Católica y aun hablar en
ellas, siempre que no sea de política de partidos, sin que
esto signifique en forma alguna que la Acción Católica esté
unida o se confunda con la política de partidos, como un
dirigente de sociedad comercial, podría hablar como
militante de juventud o de Acción Católica, sin que por eso
se tuviera la sociedad comercial que dirige como unida con
la Acción Católica, que a la vez lo fuera de un partido político,
sólo significaría solidaridad con las opiniones políticas y las
odiosidades de partidos en el espíritu de aquellos que se
empeñan en encontrar lo que no hay en tal actuación. La
Acción Católica debe ser la casa común, como lo es la misma
Iglesia Católica, de todos los católicos, cualquiera que sean
sus opiniones sobre materias discutibles o contingentes. No
se ha de pretender cerrar en la A. C. las puertas a los que no
se las cierra la Santa Iglesia’” (Puntos de Educación, pp. 247-
249).

3.4.3.4 Los jóvenes y la política.


“Participación de los jóvenes en la política activa.
Un último problema se plantea en las relaciones de la Acción
Católica y la política: es el de la participación de los jóvenes
y especialmente de los alumnos de la enseñanza secundaria
en la política activa.
El derecho de los jóvenes de intervenir en la política activa
está ampliamente reconocido en la carta de S. E. el Cardenal
Pacelli, no menos que en otros documentos pontificios
similares. Con todo, no podemos menos de recordar la
conveniencia de que los jóvenes retarden su incorporación a
la política activa hasta tanto no tengan un criterio plenamente
formado. La política fácilmente enardece los ánimos,
apasiona, divide, y necesita la juventud para esos torneos
llevar un caudal amplio de formación espiritual, de vida
sobrenatural, de caridad cristiana, de prudencia, que no son
fáciles de encontrar en esa edad. Por eso estimamos que,

118
por lo menos, mientras no haya llegado un joven a la edad
que la ley le confiere el derecho de sufragio, sería, como
norma general, más conveniente, que se dedicase
preferentemente, a las actividades de la Acción Católica sin
mezclarse en forma habitual en las luchas partidistas.
Este principio, como bien se comprenderá, vale
especialmente para los alumnos de la enseñanza secundaria,
los cuales, por desgracia, se ven arrastrados desde muy
temprano a la política de partidos, gastando en esta actividad
la mayor parte de las energías que debieran consagrar a su
formación sobrenatural, intelectual, social y cívica” (Puntos
de Educación, pp. 253).

3.4.3.5 Impuestos. Servicio militar.


Los impuestos son el medio ordinario de que dispone el gobierno
para procurarse los recursos que necesita para el bien común.
Los particulares que aprovechan de las ventajas que resultan de
la gestión del bien común no pueden sustraerse a sus cargas.
Este principio determina la razón de ser de los impuestos y al
mismo tiempo señalar los límites de esta obligación. El Estado
no puede obrar arbitrariamente: sólo puede pedir lo que necesita,
ha de evitar el despilfarro en la administración pública y la
destrucción de las fortunas particulares que son fuente de riqueza
nacional.
Cuando el impuesto es justo no es lícito evadirlo, pues, sería
resistir las justas disposiciones de la autoridad. La doctrina que
estima que las contribuciones caen en el campo de las leyes
meramente penales ha sido discutida en el capítulo [3.4.1.9.4
Las leyes penales ].
“143. Las leyes fiscales justas y justamente aplicados obligan
en conciencia.
El esfuerzo de los católicos sociales debe tender a corregir la
opinión extraviada en esta materia, y a procurar, en nombre
de la justicia social, una leal participación de las personas
honradas en las cargas del Estado.
144. El impuesto, es decir, la contribución a las cargas
públicas, sin ventajas inmediatas para quienes lo pagan, es
una obligación no real, sino personal, de los ciudadanos, en
el sentido de que pesa, no inmediatamente sobre los bienes,
sino sobre su poseedor.

119
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

145. En cuanto el bien común lo permita, la justicia


distributiva pide que el impuesto sea, no proporcional a las
rentas, sino progresivo; pero no según una razón constante,
sino según una progresión que se contiene y modera para
acercarse en la cúspide al impuesto proporcional. Llamamos
a este impuesto ‘progresional’.
146. Como ideal, es preferible el impuesto único y
progresional sobre la renta. De hecho, parte de los recursos
fiscales hay que pedirlos a los impuestos indirectos, porque
se soporten más fácilmente y porque su exacción no se presta
a tantas vejaciones.
147 .El impuesto directo tiene, sin embargo, la ventaja de
solicitar de los ciudadanos un sacrificio consciente que
despierte su interés por la cosa pública.
148. En la elección de los impuestos el legislador observará
estas tres reglas:
a) Evitará los impuestos cuyos efectos son manifiestamente
nocivos, y los que se presten al fraude; estos últimos
favorecen a los hábitos de ocultación.
b) Al establecer nuevos impuestos, gravará con preferencia
las fuentes de renta más bien que gastos económicamente
estériles, aunque parezcan razonables. Sin embargo, los
impuestos ya antiguos resultan generalmente corregidos
por incidencias o repercusiones que realizan poco a poco
una distribución equitativa de esas cargas públicas.
c) Son recomendables los impuestos suntuarios que afectan
al lujo o a las prodigalidades poco dignas de alabanza.
Aunque su acción fuera poco eficaz, la lección moral
que contienen ilustra y robustece la conciencia pública,
y sirve, por lo menos, de este modo al bien común.
“143.Aunque justificados en circunstancias excepcionales,
los impuestos demasiado elevados sobre sucesión hereditaria
quebrantan el principio de la propiedad, apenas se distinguen
de las confiscaciones y contrarían la formación de reservas
nacionales” (CSM 143 - 149).
Otra contribución que debe el ciudadano al Estado es su servicio
personal bajo la forma de “servicio del trabajo”, o de servicio
militar. Es muy de desear y hay que trabajar por acelerar el
momento en que la justicia internacional eficaz haga
innecesarios los ejércitos permanentes y baste con la intervención
de la policía, pero mientras llega ese momento el ejército

120
representa la fuerza al servicio del derecho. Un país incapaz de
defenderse será juguete de los países, o de las facciones
interiores, menos escrupulosas, y esto hace necesario la
existencia de un ejército. Eso sí, que éste no ha de ser más
numeroso ni más fuerte que lo que reclaman las circunstancias.
El ejército no está autorizado para decidir ni siquiera para
presionar soluciones políticas de tipo militarista; y el gobierno
por su parte no puede utilizarlo para intimidar a los débiles en
el ejercicio de sus justos derechos. Estos errores,
desgraciadamente frecuentes, son los que han desprestigiado
las fuerzas armadas en muchos países.
El deber del servicio militar y el de reconocer cuartel en caso de
guerra hacen interesante el problema tan agitado en nuestros
días de la objeción de conciencia.

3.4.3.6 La objeción de conciencia17 .


3.4.3.7 El derecho de rebelión18.

3.5 La sociedad internacional.


3.5.1 Existencia de una sociedad internacional.
“171. La interdependencia de las naciones se manifiesta por
los hechos siguientes, cuyo desenvolvimiento es conforme a
la Naturaleza:
Existencia del comercio internacional;
Existencia de uniones para el bien común internacional, como
la Unión Postal, la Unión para la protección literaria,
industrial y artística;
Existencia de Compañías privadas y de Uniones profesionales
internacionales;
Asambleas y Congresos internacionales; y, sobre todo,
Por encima de todo: tratados internacionales.
Estos hechos demuestran la existencia de una sociedad natural
entre las naciones, y, por lo tanto, de un derecho internacional
anterior y superior a todo convenio” (CSM 171).

17 Este párrafo quedó inconcluso. En el original se señala “ver hojas, Lyon”.


18 Este párrafo quedó inconcluso. En el original se señala “Ver Lallement, y
carta a los mejics. Cfr. Cavallera, p. 348”

121
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Las últimas guerras han puesto más fuertemente en evidencia la


interdependencia entre las naciones, fundada en la identidad
de naturaleza y de fin sobrenatural entre los hombres. Esta
comunidad es mucho mayor entre los cristianos, miembros de
un mismo Cuerpo Místico, la Iglesia, animados por la misma
gracia, y llamados a una misma vocación sobrenatural.
Los intereses de los hombres son los mismos donde quiera que
se encuentren. El mundo a medida que avanzan los inventos se
hace cada día más uno y todos pueden darse cuenta que sus
problemas no son personales, ni familiares, ni nacionales, sino
humanos. La literatura, el arte, los progresos de la civilización,
el comercio, la economía toda se desarrollan hoy día a una escala
internacional.
Al reconocimiento de estos nuevos vínculos debe corresponder
una actitud de espíritu verdaderamente internacional. Todas las
tentativas que se hagan por favorecer la comprensión
internacional, por la creación de un derecho e instituciones
internacionales deben encontrar en nosotros aliento y aprobación.
El odio contra otros países, la suspicacia convertida en sistema.
La prédica “anti”, los prejuicios raciales, el orgullo de
superioridad nacional, todo esto ha de ser eliminado, pues se
opone a la fraternidad internacional. El amor a la patria más
qué al ensanche de su fronteras se ha de dirigir al cumplimiento
de su misión.
La fraternidad internacional exige que entre las naciones impere
un criterio de justicia: respecto del derecho de los demás, protesta
por sus violaciones, en vez del silencio cómplice, sobre todo
cuando ese atropello está hecho por las naciones fuertes.
Felizmente la existencia de la Sociedad de las Naciones permite
a todos los países hacer llegar su voz ante un tribunal, que si
bien no es suficientemente fuerte, ni desapasionado, es, por lo
menos, una tribuna para hacer oír la voz de la justicia. Las
injusticias económicas, vejaciones sufridas por los pueblos en
estado colonial o semicolonial han de ser denunciadas.
Además de la justicia hay una caridad internacional que establece,
más allá del derecho, una atmósfera de cordial simpatía. Y nos
hace ver lo que beneficia a los otros países. Si tales medidas son
conducentes un cristiano no podrá negarse a ellas.
Nunca podrá haber oposición entre el amor a la patria y el amor
al género humano. Los principios católicos presentan franca
resistencia a toda desviación de exagerado nacionalismo o
internacionalismo.

122
3.5.2 Hacia una sociedad de las naciones.
Entre los países está sucediendo algo semejante a lo que ha
ocurrido entre las regiones que hoy forman un mismo Estado.
Muchas de ellas tenían costumbres, dialectos y aun lenguas
diferentes, pero un poder central ha ido acentuándose que les
ha dado unidad y les ha asegurado a todas el beneficio de una
misma justicia. Esto significó sacrificios, compensados por los
frutos de la unión. Algo semejante se inicia entre las naciones.
Los países pueden asociarse en dos formas diferentes: por la
constitución de una especie de estado supranacional, con
facultad de imponer sus decisiones a los estados cuya soberanía
quedaría limitada; o bien bajo una forma contractual, que deja
a cada Estado su plena soberanía, obligándose éstos al
cumplimiento de determinadas convenciones.
Por iniciativa del Presidente Wilson se insertó en el tratado de
Versalles, 1920, un pacto creando la Sociedad de las Naciones,
en el que prevaleció la idea de crear una institución colocada no
sobre los estados, sino al lado de ellos, a pesar de algunas
intervenciones realizadas posteriormente con cierto carácter
autoritario. (Si conviene describir la Soc. de las Nacs., Cavallera,
380 –385. Buscar datos sobre la nueva forma de la N.U., sus
intervenciones. Y sobre los otros organismos internacionales, tipo
UNESCO, B.I.T., Bureaud Int. de Education, Fao, Iro, Cepal, etc.)

3.5.3 El problema de la guerra19.


Nadie discute la tremenda gravedad de la guerra que estos
últimos años se ha acentuado inmensamente. Ya no son ejércitos
mercenarios los que combaten, sino la nación entera es
movilizada hacia la defensa del país. Las modernas armas,
especialmente las atómicas causan daños incalculables y algunos
aun imprevisibles. El odio entre los pueblos y consecuencias
económicas, morales, religiosas quedan como triste herencia
de la guerra. Es de esperar que la introducción de hábitos más
humanos y la vigorización de una verdadera sociedad
internacional la hagan desaparecer de la tierra, como ha sucedido
con la esclavitud y con otras instituciones bárbaras.
Si embargo en el estado actual de cosas hay desgraciadamente
circunstancias en que la guerra parece el único medio eficaz
para asegurar la reparación del derecho violado o la defensa

19 En el original seguidamente aparece la indicación “ver Lallement”.

123
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

contra un agresor injusto. Esta guerra es defensiva, aunque la


iniciativa de hacer la guerra pueda partir de la nación ofendida.
Para que una guerra defensiva pueda ser justa se requiere: que
haya una agresión cierta, que los otros medios para asegurar la
reparación del daño causado sean o aparezcan insuficientes y
que la guerra en cambio sea eficaz para obtener el
restablecimiento del orden violado. Las operaciones bélicas
deben ser conducidas con moderación.
El fin de la guerra es, por tanto, la reparación del daño causado,
la restitución del derecho y la obtención de un estado en que el
enemigo quede imposibilitado de volver a dañar. Esto no
autoriza, en forma alguna a usar la guerra para fines de venganza,
que está tan prohibida a las naciones como a los particulares.
La guerra debe hacerse sin odio para el culpable, sino con el
solo fin de restablecer el orden violado.
Esta concepción de la guerra determina el modo como puede
ser hecha. El país combatiente no tiene derecho de destruir y a
saquear inhumanamente, sino únicamente en la medida en que
sea necesario para poner fuera de combate al enemigo. Nunca
es un medio justo el acelerar el fin de la guerra por el pavor y la
destrucción inconsiderada. El Derecho Internacional ha ido
precisando y haciendo entrar en convenciones ciertos principios
como el respeto de los no beligerantes, de los prisioneros que
en ninguna forma pueden ser utilizados como carne de cañón
en la primera fila a fin de que sean muertos los primeros, el
respeto de los edificios civiles, especialmente de los hospitales,
cruz roja. La guerra no autoriza al uso del perjurio, del fraude,
de instrumentos de destrucción en masa como los gases
venenosos y los bombardeos de ciudades abiertas.
Hay ciertos medios de guerra especialmente peligrosos que han
comenzado a ser empleados y que es de temer que sean en
forma aún más grave en las guerras sucesivas: tales los
bombardeos dirigidos que destruyen ciudades enteras, y más
aún el arma atómica. Esta última no arranca su malicia de ser
atómica, pues, si va dirigida y restringida su acción contra un
objetivo bélico, por ejemplo un portaaviones es un arma no
más ilícita que cualquiera. En cambio no debe ser empleada en
las ciudades, por hacer imposible la supervivencia de sus
habitantes indiscriminadamente y por los efectos radioactivos
posteriores. Esto lleva a pensar que su uso es inmoral y debe ser
absolutamente proscrito. Sobre esta materia no hay un criterio
uniforme (Poner los datos. Reacción del Vatic. ante las primeras
[bombas] atómicas, Arzobispos de Fr. Llamado de Stokolmo).

124
El tratado de paz debe ser conforme a la justicia, por consiguiente
su fin no es el aniquilamiento del vencido, sino su castigo en la
medida en que lo reclama la reparación del derecho violado, y
la seguridad del porvenir. Al determinar las reparaciones los
cristianos han de tener en cuenta la justicia y la caridad. Normas
claras sobre este punto dio Benedicto XV en su alocución a los
jefes de estado, de 1º Agosto 1917, y en su carta sobre la paz de
23 de Mayo de 1920 (CEP p. 299).
3.5.4 Vivir en paz.
La paz, según el hermoso pensamiento de San Agustín es “la
tranquilidad en el orden”. Es indispensable para que los hombres
puedan trabajar y gozar de los beneficios que Dios les ha
concedido. Significa una posesión no perturbada de lo propio,
que cada uno ocupa su sitio, que no se temen ataques y
violencias; que hay relaciones sinceras y justas entre los pueblos
como entre los individuos.
“Toda organización jurídica de las relaciones internacionales
tiene por fin el bien común internacional, y, por consiguiente,
la paz.
Las bases de una paz justa y durable son las siguientes:
a) disminución simultánea y recíproca de los armamentos,
según reglas y garantías que se establezcan, en la medida
necesaria para el mantenimiento del orden público en
cada estado;
b) institución de arbitraje según reglas que se acuerden y
sanciones que se determinen contra el Estado que se
negase, ya a someter las cuestiones internacionales a un
arbitraje, ya a aceptar sus decisiones (Benedicto XV, nota
del lº Ag. 1917)” (CSM 175).
En el Pacto de la Sociedad de las Naciones se reconoce
explícitamente la solidaridad de las naciones. Cada uno de los
estados que lo firmaron tiene derecho a dirigirse a la Asamblea
o al Consejo sobre cuanto pueda afectar la paz en las relaciones
internacionales. El mismo pacto establece el procedimiento en
caso de tales denuncias. Además del Consejo, funciona,
reconocida por la Sociedad de Naciones, la Corte Internacional
de la Haya, que ha debido intervenir continuamente para dar su
fallo sobre interpretación de tratados y demás puntos
concernientes al Derecho Internacional.
En Agosto de 1928 se firmó en París el pacto Kellog-Briand
condenando la guerra como medio de resolver las dificultades

125
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

entre naciones, y proponiendo la conciliación y el arbitraje. Estos


esfuerzos demuestran que lenta, pero seguramente, va
penetrando las conciencias una actitud más respetuosa del
derecho. (Ver las instituciones nacidas de la última guerra, aludir
al estado de perturbación actual. Causas. Remedios que ha dado
Pío XII en sus mensajes internacionales).

126
127
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

128
4. EL DESORDEN SOCIAL. LA CUESTIÓN SOCIAL.

4.1 En que consiste la cuestión social.


La expresión “cuestión social” es moderna, pero su realidad tan
antigua como el hombre, aunque no ha aparecido como un
problema específico, sino cuando se ha alcanzado suficiente
luz acerca del orden social. Platón en la República y Tomás
Moro en Utopía expusieron su orden social ideal, pero estas
concepciones lo contenían aún muy en pañales. La denuncia
de los males sociales es antiquísima y la encontramos ya en los
profetas del pueblo de Israel y se ha repetido en cada período
de la historia.
El planteamiento actual del problema social parte del siglo
pasado que llamó a cuentas al orden social entonces en vigor,
el capitalista, al hacerse cargo de los graves defectos que lo
debilitaban.
Cuando comenzó a usarse el término “cuestión social” era
equivalente al del problema obrero, o problemas de trabajo.
Este sentido es exacto pero no completo pues no es sólo el mal
de una clase social, sino que todos los desórdenes en el
funcionamiento del actual sistema social. La cuestión social
consiste en el hecho que la sociedad no logra realizar su propio
fin, que es el bien común, de manera que una porción
considerable de sus miembros no participan en forma
proporcionada del trabajo común.

4.2 ¿Es posible un orden social perfecto?


Los individualistas y los colectivistas afirman que sí. Los primeros
dicen que el orden social se obtendrá mediante la libertad de
los factores sociales; los segundos creen que la armonía social
será el fruto del planeamiento general con la ayuda de la ciencia
y de la tecnología. El cristianismo, realista, y conocedor de la
verdadera naturaleza del hombre, afirma que el orden social
que puede obtenerse es sólo aproximativo. Esto significa que
ningún orden social dejará de entrar en cuestión social. Las
debilidades consecuentes al pecado original afectan la mente
que no es capaz de plena lucidez y la voluntad que es débil en
su tendencia al bien y por tanto en conocer y establecer los
medios adecuados para una perfecta cooperación social. Desde
la ruptura del estado de gracia en que Dios creó a nuestros

129
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

primeros Padres, la tierra entregará sus frutos con trabajo y


producirá espinas y abrojos.
Como la perfecta sociedad es imposible, cada sociedad tendrá
su propia cuestión social, de acuerdo con sus líneas
características de esa sociedad. En una sociedad el bien y el
mal viven juntos, y la experiencia nos muestra que las fuerzas
que se desvían del bien actúan desgraciadamente con mayor
fuerza. La doctrina del pecado original no enseña en ningún
momento que el orden social está fundamentalmente pervertido,
como no enseña tampoco que el hombre es incapaz de conseguir
su propia finalidad y perfección, pero sí que el cuerpo social
tiene una tendencia hacia la enfermedad y el orden hacia el
desorden y que por eso son absolutamente necesarios el esfuerzo
y la vigilancia ininterrumpidos para reducir estas fallas a un
mínimo. La doctrina cristiana rechaza, pues, por una parte el
optimismo ingenuo basado en una concepción errónea de la
naturaleza humana, y por otra el pesimismo derrotista. Es
profundamente realista y nos urge a una acción cuyos frutos
estamos seguros de obtener con las influencias regenadoras de
la Redención depositadas en la Iglesia, cuya acción es
indispensable para resolver en su raíz el problema social.

4.3 Causas generales de la cuestión social.


La primera causa, como acabamos de ver es la debilidad humana
y la insuficiencia de los medios de producción. Luego vienen
motivos ideológicos.

4.3.1 Influencias ideológicas.


La teoría marxista, no admite como substratum último de todo
problema social, sino el poder de producción material y las
relaciones económicas que son las que determinan la conciencia
humana. El marxismo al reducir el problema social a los factores
económicos reduce arbitrariamente las influencias que lo
producen. Los factores ideológicos tienen un valor propio, unas
veces frenando y otras alterando los cambios en el modo de
vida, y por eso para introducir una conquista social es necesario
comenzar por ganar la opinión de un sector al menos de la
sociedad. Esto lo conoce bien la moderna técnica de la
propaganda, formidable instrumento de cambio social. Las
ideologías influyen luego por el cariz doctrinario con que
pretenden resolver el problema social. En cada sistema social
hay multitud de ideologías que se disputan la orientación de la

130
comunidad: ideología cristiana, liberal, capitalista, nacionalista,
comunista, fascista. Tan cierto es este hecho, que la última guerra
mundial pudo llamarse una guerra de ideologías. En último
término las ideologías influyen al proponer valores y por tanto
fines hacia los cuales tender. Así el homo-oeconomicus, como
representativo de la ideología individualista-capitalista indica
un camino dominado por el motivo del interés; la idea de la
soberanía nacional, determina el esquema de las relaciones
internacionales en el período liberal; las necesidades de la
comunidad, son el eslogan de los sistemas totalitarios.
En la medida en que las fuerzas ideológicas subyacentes en cada
sistema tienden hacia fines que se desvían del verdadero bien
de la naturaleza humana, el proceso social resultará opuesto al
bien común, y por tanto en daño de muchos miembros de la
colectividad. El factor ideológico es selectivo de los fines que
determinan el proceso social, y por tanto una de las causas
primarias de la cuestión social.

4.3.2 Influencias nacidas de las instituciones.


En tercer lugar influyen en la cuestión social las instituciones
ordenadas para servir la sociedad en el orden político,
educacional, económico, técnico, etc. por diversos motivos.
Primero por su natural proceso de decadencia y de inadaptación
frente a las nuevas necesidades que surgen, de modo que
instituciones aptas para el desarrollo social en un período pueden
convertirse en antisociales en una época posterior. Luego, por
el mal uso de tales instituciones, que orientan hacia el bien
privado lo que fue creado para el bien público, por ejemplo el
sistema de bancos y crédito que dominan hoy dictatorialmente
y que “de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma
de la vida económica, que nadie podría respirar contra su
voluntad” (QA 38, OSC 3).
Instituciones que fueron creadas para ayudar al hombre en su
desarrollo, absorben y esclavizan al hombre. Así por ejemplo la
técnica en la moderna sociedad más que un servicio al trabajador
ha llegado a ser su sepultura: lo hacen parte de un mecanismo
al cual debe sacrificarse como el esclavo atado a la cadena. La
“edad técnica”, de la que tanto se esperaba ha llegado a consumir
las mejores energías humanas y a convertir al hombre en una
pieza de la máquina.
Instituciones que fueron creadas para servicio del hombre
pueden convertirse en inútiles y aun nocivas por su

131
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

supercomplicación, como las instituciones jurídicas por ejemplo


inaccesibles al simple ciudadano si no es mediante la ayuda de
un abogado; las complicadas tramitaciones en las oficinas
públicas que desalientan al que pretende usarlas, y hasta pueden
llegar a anular los derechos creados por las leyes por lo
complicado de sus exigencias.
El excesivo poder que dan determinadas instituciones a sus
administradores, es otro factor de desorden social, y puede llegar
a poner la sociedad bajo el dominio de los gerentes. Las
instituciones establecidas para el bien común acaban por servir
el bien particular, escapan al control del poder público y terminan
por imponer sus leyes a todos los ciudadanos, leyes de finanzas,
de técnica, de créditos. J. Burnham explica admirablemente este
peligro en The Managerial Revolution.

4.4 Aspectos de la cuestión social.


Cada sistema social actúa en determinadas circunstancias,
diferentes de los de otros países, y de otras épocas, por su peculiar
ideología, sus medios económicos y sus instituciones propias.
La bancarrota del bien común en cada uno de estos sistemas
será distinta en cada caso y en vano se buscará un esquema de
cuestión social aplicable a las diferentes épocas y países. Así
por ejemplo en Roma el rasgo particular de la cuestión social
hacia el fin de la República fue la despoblación de los campos,
debido al reclutamiento de ejércitos, al sistema tributario, a la
explotación de los pequeños propietarios por los usureros de
las ciudades, con la consiguiente formación de los latifundios,
del aumento del proletariado urbano, del número de esclavos y
de la importancia creciente de sus funciones. La Edad Media
conoció su peculiar problema social y al final de este período
se agudizó por el aumento extraordinario de poder comercial
marítimo de italianos e ingleses. Cuando entonces los poderosos
comerciantes de las ciudades se protegieron contra la
competencia de las corporaciones fue imposible para los obreros
y aprendices llegar a maestros, no podían casarse, llegó a haber
hasta un 11% de cesantes20 , y constituyeron el proletariado
medioeval que provocó las violentas insurrecciones que señala
la historia.

20 En el original se agrega “2(2)”. No es posible saber a qué se refiere.

132
4.5 El problema social en nuestros días.
El mundo moderno tiene ideologías, instituciones, técnicas que
le son absolutamente propias, y, a diferencia de los períodos
anteriores, generalizadas a una gran porción de la humanidad.
Parece que hubiera cambiado más en el último siglo que en
todos los miles de años anteriores. (Un agricultor francés
octogenario hoy día cuenta la sorpresa que tuvo al leer Hesiódo,
pues encontraba en las descripciones de las costumbres
campesinas de aquella época las mismas costumbres y
tradiciones campesinas de su infancia).
El P. Lebret, O. P. en un interesante ciclo de conferencias resumía
las características de nuestro problema social:
El hombre ha hecho un inmenso esfuerzo por conocer la
naturaleza, pero no ha llegado a dominar sus descubrimientos.
Ante el progreso científico rapidísimo ha surgido una actividad
técnica desproporcionada a la naturaleza humana. El hombre
se siente hoy prisionero de ella, como lo describe Georgin en
La hora 25. El se puede comunicar instantáneamente con
hombres que viven a miles de kilómetros de distancia, pero a
pesar de todo se siente esclavo. Las ideologías de nuestra época
empujan al hombre a mayor saber y mayor poder, pero no se
dan cuenta que al no darle compensaciones liberatrices al mismo
tiempo lo van encadenando más.
El progreso técnico no se puede realizar sino por un gigantesco
esfuerzo de producción movido por el interés del lucro. El
trabajador aspira al salario más alto, el capitalista, al interés más
alto, el mayor capital, al negocio más productivo... La ideología
moderna no está dominada por las palabras “servicio”, “interés
de la comunidad”, sino por las de interés, ganancia, lucro.
Los estados por obtener prosperidad inmediata comprometen
su porvenir: grandes empréstitos, nuevas emisiones, inflación,
que van a pesar fuertemente en el mundo de mañana.

4.5.1 Conflictos bélicos.


Se puede decir que todo este siglo lo hemos vivido bajo la
amenaza de guerras a punto de estallar a cada momento. Y en
las horas que vivimos estamos todos bajo la ansiedad de saber
cuándo estallará la tercera guerra mundial, la más cruel que
habrá conocido la humanidad. La guerra de 1914 - 1918 costó
según el economista sueco Gunnar Silverstolpe (citado por

133
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Lebret) 186.000.000.000 de dólares; la de 1939-1944,


666.000.000.000 de dólares; y las destrucciones son estimadas
en 200.000.000.000 de dólares; y las pérdidas totales en los
hombres llegaron a 13 millones en la del 14, y a 25 en la última.
El mismo economista sueco agrega: “si se calcula que una vida
humana representa un capital productivo de 10.000 dólares, el
mundo al perder 25.000.000 de hombres ha perdido
250.000.000.000 de dólares en mercaderías y servicios. Es
probable que la humanidad sufrirá durante decenas de años,
quizás durante siglos la repercusión de estas muertes y
destrucciones”. Y lo que el economista no señala, la humanidad
está sufriendo la bancarrota de la caridad, del amor fraternal, y
un espíritu de sospechas, de desconfianzas y aun de odios
domina la tierra.
Si leemos los presupuestos nacionales de los diferentes países
vemos que la gran mayoría consume la parte más importante de
él en gastos militares para poder afrontar la emergencia de una
nueva guerra.
Ante el parlamento americano continuamente se presentan
nuevos proyectos pidiendo miles de millones de dólares para la
defensa militar directa o indirecta. Si toda esta inmensa suma
de dinero se gastara en atender las necesidades primordiales
del pueblo: habitación, educación, vestuario, salud, no habría
el horrendo problema social contemporáneo.

4.5.2 El fantasma de otra guerra.


Ante el progreso científico los sabios tiemblan. Uno de ellos
dice: A principios de 1939 Joliot-Curie estableció la realidad de
una reacción explosiva en serie, en cadena en el núcleo del
uranium. Los proyectiles del bombardeo nuclear (los famosos
neutrones) crecen en progresión geométrica, el fenómeno se
propaga como un incendio o una epidemia. Un kilo de uranio
desintegrado equivale a 20.000 toneladas de trinitro tolueno en
su poder explosivo. Una sola bomba de uranium tiene un efecto
de ruptura 2.000 veces superior a una bomba de 10 toneladas.
Una sola bomba atómica lanzada tiene el mismo efecto que un
bombardeo organizado por 12.000 aviones. Este sabio escribía
recién terminada la guerra y no había todavía oído hablar de las
bombas de hidrógeno cuyos resultados son inmensamente más
nocivos que las de uranio o de plutonio. Tres meses después del
estallido de la primera bomba atómica, Einstein declaraba en
una revista norteamericana que un próximo conflicto las dos
terceras partes de la especie humana serían aniquiladas.

134
En el mundo actual masas inmensas están gobernadas por pocos
amos y al servicio de estos amos hay técnicas de un poder
inexpresable que les da una autoridad sin ejemplos en la historia.
Un gran sabio americano, premio Nobel, decía: “Os escribo
para daros miedo, yo mismo tengo miedo. Todos los sabios que
conozco tienen miedo” y otro dice: “La ciencia nos ha convertido
en dioses antes que merezcamos ser hombres. Aprenderemos a
liberar la energía intratómica, viajaremos a los astros,
prolongaremos la vida, curaremos la tuberculosis, pero no se
encontrará tal vez jamás el secreto de hacerse gobernar por los
menos indignos”.
En una humanidad, con espíritu evangélico no puede menos de
aplaudirse sin reserva toda conquista científica. Un solo grano
de uranio será más eficaz que 10 toneladas de carbón; tendremos
poder para regar los desiertos, transformar las estaciones, cambiar
la agricultura, escapar a la atracción de la tierra... pero “ciencia
sin conciencia no es sino la ruina del alma” y no se trata aquí de
un alma sino de la conciencia humana y de la ruina universal.
Hay que equilibrar la ciencia y la conciencia. Los triunfos
científicos del mundo moderno reclaman una conciencia más y
más vigorosa.

4.5.3 Lucha de clases.


En cada pueblo hay otra lucha: la lucha de clases. En cada país
hay un proletariado insatisfecho, y sufriendo aun más un
subproletariado, demasiado generalizado en Asia y en la mayoría
de los países de América Latina: gentes sin oficio, ni instrucción
ni posibilidades de surgir. Llegados a las grandes ciudades,
atraídos por la esperanza de un mejor nivel de vida, de mayor
cultura, mejor porvenir, más amplias distracciones, quedan al
cabo de algún tiempo convertidos en harapos humanos. Las
“fabelas” en Brasil, “las poblaciones callampas” en Chile, y con
distinto nombre las mismas realidades en todas nuestras ciudades
de Latino América constituyen un doloroso escándalo: la miseria
más negra, la tremenda inseguridad para el mañana: ¿tendremos
trabajo? ¿por cuánto tiempo?, en la vejez ¿qué haremos al quedar
inválido? ¿cómo subsistir? Estos millones de seres no tienen
propiedad alguna, ni garantía social para sus días de cesantía,
de vejez, o de enfermedad. Esta atroz miseria se enfrenta con el
lujo y el despilfarro, y el contraste la hace más dolorosa. “Pero
cuando vemos por un lado una muchedumbre de indigentes
que, por causas ajena a su voluntad, están realmente oprimidos
por la miseria; y por otro lado, junto a ellos, tantos que se

135
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

divierten inconsideradamente y gastan enormes sumas en cosas


inútiles, no podemos menos de reconocer con dolor que no
sólo no es bien observada la justicia, sino que tampoco se han
profundizado lo suficiente en el precepto de la caridad cristiana,
ni se vive conforme a él en la práctica cotidiana” (DR 47, OSC
16).

4.5.4 Cesantía y huelgas.


La cesantía ha llegado a ser un fenómeno crónico y cíclico de
nuestra civilización capitalista. Un auge extraordinario de
producción va seguido de una época de baja. Gran Bretaña llegó
a tener en 1932 hasta el 22% de su población obrera cesante,
Alemania en 1935, el 11,6%; Canadá en 1938 el 15,1%. Estados
Unidos en 1940 tuvo 7.298.000.
La inestabilidad de la situación de la clase trabajadora es causa
de continuas huelgas. Las huelgas del 46 en Estados Unidos, del
47 y 48 en Francia han puesto en peligro la estabilidad de la
nación; y en nuestros países además de los varios intentos de
huelga general, las huelgas continuas de distintos sectores de
trabajadores son un índice del malestar general. A veces
comprometen el bienestar de la Nación entera.
La atmósfera de inseguridad constante que grava al proletariado
se traduce en una tensión permanente entre las diversas clases
sociales. Las fuerzas comunistas [se] aprovechan de esta situación
para azuzar las justas reivindicaciones con fines políticos
revolucionarios a fin de acelerar la revolución mundial.
Cesantía. “¿Cómo puede haber paz - decía Pío XII en 1939-
cuando (…) centenares de miles y millones carecen de trabajo?
¿Quién no ve esta horrible crisis de desocupación esas inmensas
multitudes dejadas por su falta de trabajo cuya triste condición
se ve aumentada por el amargo contraste que ofrecen otros
viviendo en el placer y en el lujo desinteresados de las
necesidades de los pobres?” (OSC 9).

4.5.5 Dificultades del comercio nacional e internacional.


El P. Lebret, O. P. señala entre los síntomas graves del conflicto
social contemporáneo el problema aún no resuelto del
intercambio entre las grandes categorías de productores, en
particular entre la industria y la agricultura, como también entre
la extracción y la transformación. Los campesinos para poder

136
continuar trabajando deben endeudarse, de lo contrario deberán
renunciar a la tierra y dirigirse a las grandes ciudades. La industria
mientras más produce debe encontrar salida para sus
mercaderías, pero cuando los campesinos están empobrecidos
no tienen poder comprador. Este conflicto, aún sin solución, se
complica con un conflicto de comercio internacional. Los
grandes pueblos productores como Estados Unidos, hoy día,
antes también Inglaterra, Alemania, Japón, no encuentran en
los otros países capacidad de compra en proporción al volumen
de su producción. Si los otros países no tienen dólares, ¿qué va
a ser de la producción americana? ¿Vendrá la cesantía de nuevo?
Para ordenar las negociaciones exteriores algunos países
pretenden controlar y aun monopolizar el comercio exterior a
fin de saber en qué se invierten los escasos dólares de qué
disponen. La acumulación excesiva de riqueza en un pueblo es
un peligro para ese mismo pueblo.
En un mundo subalimentado estamos asistiendo a un esfuerzo
por restringir aun la producción a fin de mantener los precios.
El espectáculo no puede ser más dramático. Millones de hombres
enfermos de hambre y frente a ellos un trabajo sistemático por
producir menos, o por perder los productos, antes de disminuir
el precio. Los productores alarmados forman coaliciones que
les aseguren un precio remunerativo. En el caso del algodón los
grandes productores firmaron un contrato de destrucción de las
plantaciones. Los que representaban el 73% de la superficie
plantada de algodón se comprometieron a destruir 1/3 de sus
cultivos. Se recogen 13.000.000 de fardos en lugar de
17.000.000 del año anterior y el precio que en 1932 fue de
6,53 centavos, pasó a 9,72 centavos. Los agricultores recibieron
además una prima de indemnización por las plantaciones
destruidas. El caso de los cerdos: Había en EE.UU. en 1932,
46.500.000 cabezas. Previsión para 1933, 47.500.000, y mayor
número aún para el 34. Resolución: liquidar 8.500.000 cabezas,
esto es 443.000.000 de libras de carne de cerdo fueron
destruidas, y en partes dadas a los cesantes. El precio que en
1932-1933 era de 3,36 dólares, pasa en 1934-1935 a 6,82.
En el caso del trigo se ha llegado a pagar una prima a la no-
producción. El dinero para pagar esta prima se obtenía a base
de un descuento hecho sobre el total del precio de la producción.

137
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

4.5.6 Inflación de los presupuestos estatales.


No sólo las naciones menores, sino aun los grandes países tienen
presupuestos horriblemente inflados y con un fuerte déficit anual.
El déficit del presupuesto inglés en 1945 fue de 2.200.000.000
de libras.
El Ministerio de Hacienda francés presentó en 1946 una exposición
sobre la difícil situación del país y explica sus causas: el aumento
del burocratismo: el Estado Francés tenía en 1914, 469.000
empleados civiles; 697.000 en 1936; y 1.070.000 en 1946.
La supresión de los organismos autónomos hace caer sobre el
estado el resultado de la gestión de la mayor parte de las
actividades productivas y comerciales. El Estado transporta,
produce energía, distribuye carburantes, construye barcos y
objetos mecánicos, es compañía de seguro y banquero. 80% de
los grandes trabajos son hechos por él.
A aumentar esta inflación han venido las cargas militares
excesivas, en vista de una posible guerra; las cargas sociales,
muy justificadas, pero que pesan sobre el presupuesto nacional;
las subvenciones económicas, para abaratar la vida, que hacen
cargar al estado con gastos que benefician al consumidor. El
Estado ha sobrepasado su capacidad normal y si continua por
ese camino puede caer en la tentación totalitaria.

4.5.7 Desorden y parasitismo de la distribución.


Hay ya exceso de hombres no productivos en la administración
nacional; hay también exceso de improductivos en la
distribución, lo que aumenta extraordinariamente el costo de la
vida.
En 1896 había en Francia 8 comerciantes por cada 100 personas
activas; en 1936 había 20,2 por cada 100 productores. El
comercio de detalle inmoviliza una parte muy importante de la
población. El comercio de alimentos, sin comprender hoteles,
cafés y restaurantes inmovilizaba en Francia 500.000 personas
en 1900; y 820.000 en 1937.

4.5.8 Frecuente disminución del poder de compra del


salario.
Es indiscutible que los salarios tomados numéricamente en pesos
aumentan frecuentemente, pero este aumento no siempre

138
corresponde a un aumento de poder de compra, a un mejor
estándar de vida21.

4.5.9 Intervención de la seguridad social.


La desproporción entre el salario y el costo de la vida, la cesantía
que golpea a diario diferentes grupos de obreros, la falta de
bienes propios para los malos días, la enfermedad, los accidentes
todo esto hace que la seguridad social deba intervenir
permanentemente en la vida del asalariado contemporáneo para
suministrarle lo que él no puede proporcionarse con sus recursos
ordinarios.
El esfuerzo que cuesta a la nación la seguridad social es
considerable y el resultado obtenido es deficiente. Mientras no
se vea otra solución mejor no puede pensarse en abandonar
estos medios que dan cierta seguridad indirecta al trabajador,
pero ¿no sería interesante investigar si las actuales estructuras
sociales no deberán ser reparadas para tener una mejor solución?
Pío XII dijo el 13 de Junio de 1943: “…es toda la sociedad, en
su estructura compleja, la que necesita ser reparada y mejorada,
porque cimbran sus mismos cimientos” (OSC 7).

4.5.10 Éxodo de los campos y peligros de la ciudad.


Al lado de estos grandes rubros del problema social habría que
entrar en una descripción de los mil desórdenes de la vida
cotidiana. Exodo de los campesinos a las grandes ciudades, por
la imposibilidad de retenerlos económica y culturalmente. Las
grandes ciudades tienen una influencia perniciosa para la
mayoría de sus habitantes: esteriliza las poblaciones, por la
disminución de la natalidad y aumento de la mortalidad: en
Francia la tasa de reemplazo de las mujeres en las grandes
ciudades es de un 50%. En las grandes ciudades los campesinos
encuentran un aumento de tuberculosis, alcoholismo, cáncer y
sífilis, prostitución, niños vagabundos y delincuentes, vida
promiscua en conventillos y poblaciones improvisadas. El
porvenir de un país está amenazado en cada uno de estos peligros
que apenas hemos mencionado, aunque merecerían largo
comentario para hacer comprender su gravedad22 .

21 El P. Hurtado pensaba integrar aquí estadísticas.En el original dice: “Copiar


estadísticas, Lebret, 8 y 9”.
22 El P. Hurtado pensaba integrar aquí estadísticas.En el original dice: “Exponer
datos de vagancia, mortalidad…”

139
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4.5.11 Injusta distribución de las riquezas.


Para juzgar este delicado punto recorramos los textos con que
los Romanos Pontífices analizan la distribución de riquezas en
el mundo moderno. Ya en 1891 León XIII decía: “…los hombres
de la ínfima clase, sin merecerlo se hallan la mayor parte de
ellos en una condición desgraciada o inmerecida... La
producción y el comercio de todas las cosas está casi toda en
manos de pocos, de tal suerte que unos cuantos hombres
opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud innumerable
de proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos” (RN
1, OSC 1).
Cuarenta años más tarde, Pío XI repetía este pensamiento en
Quadragesimo Anno: “…la muchedumbre enorme de proletarios
por una parte y los enormes recursos de unos cuantos ricos por
otra, son argumento perentorio de que las riquezas multiplicadas
tan abundantemente en nuestra época, llamada del
individualismo, están mal repartidas e injustamente aplicadas a
las distintas clases por lo cual con todo empeño y todo esfuerzo
se ha de procurar que al menos para el futuro, las riquezas
adquiridas vayan con más justa medida a las manos de los ricos,
y se distribuyan con bastante profusión entre los obreros” (QA
26 y 27, OSC 2).
En la misma encíclica Pío XI no trepida en hablar de la
inmerecida indigencia de los proletarios a la que pretendían
poner remedio quienes “…no podían persuadirse en manera
alguna que tan grande y tan inicua diferencia en la distribución
de los bienes temporales pudiera en realidad ajustarse a los
consejos del Creador Sapientísimo” (QA 2, OSC 4).
En la misma encíclica al señalar Pío XI los caracteres del régimen
capitalista actual dice:
“Primeramente salta a la vista que en nuestro tiempo no se
acumulan solamente riquezas, sino se crean enormes poderes y
una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos...
Estos potentados son extraordinariamente poderosos, cuando
dueños absolutos del dinero gobiernan el crédito y lo distribuyen
a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda
la economía y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo
así el alma de la vida económica, que nadie podría respirar
contra su voluntad.
Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi originaria
de la economía modernísima, es el fruto que naturalmente
produjo la libertad infinita de los competidores que sólo dejó

140
supervivientes a los más poderosos, que es a menudo lo mismo
que decir los que luchan más violentamente, los que menos
cuidan de su conciencia.
A su vez esta concentración de riquezas y de fuerzas, produce
tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina a alcanzar
ese potentado económico; luego se inicia una fiera batalla a fin
de obtener el predominio sobre el poder público, y
consiguientemente de poder abusar de sus fuerzas e influencias
en los conflictos económicos; finalmente se entabla el combate
en el campo internacional, en el que luchan los estados
pretendiendo usar de su fuerza y poder político para favorecer
las utilidades económicas de sus respectivos súbditos o, por el
contrario, haciendo que las fuerzas y el poder económico sean
los que resuelvan las controversias políticas originadas entre las
naciones” (QA 39, OSC 3).
¿Quién no comprende al escuchar estas palabras del Papa
multitud de hechos de nuestra organización económica
contemporánea, quién no ve en ellas la historia íntima de tantas
tragedias políticas que han llegado hasta la sangre en nuestros
países de América y en el mundo entero, quién no descubre en
sus tristes advertencias la clave de los últimos conflictos
internacionales? Sin salir aún de Quadragesimo Anno
encontramos en la encíclica una condenación severa de la
historia del régimen capitalista actualmente imperante en el
mundo: “Por largo tiempo el capital logró aprovecharse
excesivamente. El capital reclamaba para sí todo el rendimiento,
todos los productos y al obrero apenas se le dejaba lo suficiente
para reparar y reconstituir sus fuerzas” (QA 23, OSC 71).
El primero de Septiembre de 1944, Pío XII traza el cuadro del
desorden social contemporáneo, sus palabras son tan sombrías
como las de Pío XI y aun como las de León XIII pronunciadas
hacía ya cincuenta años: “Por un lado vemos riquezas inmensas
que dominan la vida económica, pública y privada, y con
frecuencia hasta la vida civil, por el otro, al número incontable
de aquellos que desprovistos de toda seguridad directa o indirecta
respecto de su vida, no se interesan ya por los valores reales y
más elevados del espíritu, abandonan su aspiración de una
libertad genuina y se arrojan a los pies de cualquier partido
político, esclavos de cualquiera que les prometa en alguna forma
pan y seguridad” (OSC 8).
En América Latina la situación del proletariado angustia al
Romano Pontífice. Así al hablar Pío XI en Quadragesimo Anno
de los benéficos efectos del Rerum Novarum señala con dolor

141
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

las “…tierras que llamamos nuevas (América), donde el número


de los proletarios necesitados cuyo gemido sube desde la tierra
hasta el cielo ha crecido inmensamente. Añádase el ejército
ingente de asalariados del campo reducidos a las más estrechas
condiciones de vida y desesperanzados de poder jamás obtener
participación alguna de la propiedad de la tierra; y por tanto
sujetos para siempre a la condición de proletarios si no se aplican
remedios oportunos y eficaces” (QA 26, OSC 2).
Las palabras de Pío XI encierran una amarga verdad que invitan
a la meditación y que ojalá invitaran también a una consideración
de la realidad en que están distribuidos los bienes en nuestros
países Americanos. Por falta de tiempo no hacemos este análisis
cuyos resultados son pavorosos. Un escaso número de personas
poseen la gran mayoría de la tierra (En uno de nuestros países el
60% de la tierra agrícola está poseído por 1.400 propietarios,
mientras 129.000 pequeños propietarios de predios de menos
de 20 hectáreas poseen el 2,5% de esos terrenos cultivables; y
mientras los predios de menos de 5 hectáreas no pasan del 0,6%
del terreno de tierras de cultivo de dicho país). Refiriéndose a
Norte América el Padre Bigo (Travaux de L’Action Populaire.
Octubre de 1949 pág. 567) cita el caso de 326 familias
americanas con una renta anual superior a 500.000 dólares
mientras 2.143.432 familias tenían una renta inferior a US$ 250.-
Las rentas globales de estos dos grupos de familias, 326 de una
parte, 2.143.432 de otra son iguales. La diferencia de la renta
de los unos con respecto a los otros es de 2.000 frente a 1. Estas
consideraciones apenas apuntadas nos invitan a analizar la
situación en nuestro propio país. ¿Cuál es ella en realidad? ¿cuál
la desproporción en que el capitalista, el proletariado, y ese
inmenso sub-proletariado, con condiciones de vida totalmente
infrahumana que son reproche permanente al incumplimiento
en que hemos dejado los preceptos del Evangelio? Este examen
de conciencia tiene que abordarlo cada país con profunda
seriedad, sin miedo a las consecuencias por más aplastantes
que ellas parezcan. Con respecto a Chile lo ha abordado el autor
de estas líneas en un libro que provocó muy opuestas reacciones
cuyo título mismo: “¿Es Chile un país católico?”, indica
suficientemente su contenido.
Abandono del hogar por la mujer. En su alocución a las mujeres
de 1934, Pío XII describe “…una mujer (…) con el fin de
aumentar las entradas de su marido se emplea también en una
fábrica, dejando abandonada su casa durante su ausencia.
Aquella casa, desaliñada y reducida quizás, se torna aún más
miserable por falta de cuidado. Los miembros de la familia

142
trabajan separadamente en los cuatro confines de la ciudad a
horas diversas. Escasamente llegan a encontrarse juntos para la
comida y el descanso después del trabajo. Mucho menos para
la oración en común. ¿Qué queda entonces para la vida en
familia? ¿Qué atractivo puede ofrecer ese hogar a los hijos?”
(OSC 11).
“De hecho, una mujer deja su hogar no sólo impelida por su
llamada emancipación, sino también por las necesidades de la
vida, por la ansiedad continua acerca del pan cotidiano. Inútil
sería predicar el retorno al hogar mientras prevalezcan aquellas
condiciones que la obliguen a permanecer lejos de él” (OSC 76).
Alejamiento religioso de las masas. Esta inicua distribución de
los bienes, ha alejado de Dios “aquellas inmensas multitudes
de hermanos en el trabajo, que exacerbados por no haber sido
comprendidos y tratados con la dignidad a que tenían derechos
se han alejado de Dios.” (DR 70, OSC 19). Es notable el motivo
que señala Pío XI en Divini Redemptoris a este alejamiento de
Dios: La exacerbación por no haber sido comprendidos los
obreros o tratados con la dignidad a que tenían derecho.
Las proporciones de este conflicto religioso son pavorosas. En
Quadragesimo Anno dice Pío XI: “Como en otras épocas de la
historia de la Iglesia, hemos de enfrentarnos con un mundo que
en gran parte ha recaído casi en el paganismo” (QA 58, OSC
20). En Divini Redemptoris, afirma “asistimos a una lucha
fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo
lo que es divino” [DR 22, OSC 21].

4.5.12 Desorientación social.


Después de haber echado esta rápida mirada al problema social
contemporáneo llama extraordinariamente la atención el hecho
de ver tantos hombres, incluso católicos, que parecen ignorar
esta horrenda tragedia, y lo que es peor que una vez conocida
permanecen indiferentes ante ella, la creen un hecho
absolutamente irreformable, critican como utópicas o aun como
malintencionadas las denuncias de nuestros males y confunden
todo movimiento de reforma social con el comunismo haciendo
así el más injusto de los elogios al marxismo y la más atroz
acusación al catolicismo23 .

23 A continuación en punto aparte deja un párrafo inconcluso. En el original


aparece: “Con gran franqueza (Copiar ib.12. Decadencia del hombre.
Traducir Lebret 10, 11, 12)”.

143
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144
145
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146
5. SISTEMAS PARA RESOLVER LA CUESTIÓN SOCIAL.

Entre los grandes sistemas escogitados para resolver el problema


social sólo analizaremos el liberalismo, el capitalismo, el
socialismo, el comunismo y el catolicismo social.

5.1. Liberalismo.
Hay que comenzar por distinguir los diversos sentidos de la
palabra liberal. La liberalidad es uno de los atributos de Dios y
caracteriza su inclinación a comunicar sus bienes a los seres
por El creados.
De una manera general se designa con el nombre de liberalismo
todo sistema que afirma la libertad como el bien supremo del
hombre y que establece como el punto central de todo programa
y de toda organización religiosa, política, económica, social, el
trabajar por asegurar al maximum el uso de esta libertad que
constituye el fin de tales organizaciones. El fin de la ley es
favorecer el desarrollo de tales libertades.
Bajo esta designación general de liberalismo distinguiremos un
liberalismo absoluto, un liberalismo mitigado de alcances
sociales, un liberalismo económico. Los dos primeros están
detenidamente estudiados en la encíclica Libertas de León XIII,
y al segundo se refieren principalmente Quadragesimo Anno y
Divini Redemptoris de Pío XI.

5.1.1 Liberalismo absoluto.

El liberalismo absoluto o radical afirma como su primer


principio “la soberanía de la razón humana, “…que negando
a la divina y eterna la obediencia debida y declarándose a sí
misma sui juris, se hace a sí propia sumo principio y fuente y
juez de la verdad. Así también los sectarios del liberalismo,
de quienes hablamos, pretenden que en el ejercicio de la
vida ninguna potestad divina hay a que obedecer, sino que
cada uno es ley para sí, de todo eso nace esa moral que
llaman independiente, que, apartando a la voluntad, bajo
pretexto de libertad, de la observancia de los preceptos
divinos, suele conceder al hombre una licencia sin límites.
Fácil es adivinar adonde conduce todo esto, especialmente

147
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

al hombre que vive en sociedad. Porque una vez establecido


y persuadido que nadie tiene autoridad sobre el hombre,
síguese no estar fuera de él y sobre él la causa eficiente de la
comunión y sociedad civil, sino en la libre voluntad de los
individuos; tener la potestad pública su primer origen en la
multitud y además, como en cada uno la propia razón es
único guía y norma de las acciones privadas, debe serlo
también la de todos para todos en lo tocante a las cosas
públicas. De aquí que el poder sea proporcional al número,
y la mayoría del pueblo sea la autora de todo derecho y
obligación.
Pero bien claramente resulta de lo dicho cuán repugnante
sea todo esto a la razón: repugna, en efecto, sobre manera,
no sólo a la naturaleza del hombre, sino a la de todas las
cosas criadas, el querer que no intervenga vínculo alguno
entre el hombre o la sociedad civil y Dios, Criador, y, por
tanto, Legislador Supremo y Universal, porque todo lo hecho
tiene forzosamente algún lazo para que lo una con la causa
que lo hizo, y es cosa conveniente a todas las naturalezas, y
aun pertenece a la perfección de cada una de ellas el
contenerse en el lugar y grado que pide el orden natural,
esto es, que lo inferior se someta y deje gobernar por lo que
es superior.
Es además esta doctrina perniciosísima, no menos a las
naciones que a los particulares. Y, en efecto, dejando el juicio
de lo bueno y verdadero a la razón humana sola y única,
desaparece la distinción propia del bien y del mal; lo torpe y
lo honesto no se diferenciarán en la realidad, sino según la
opinión y juicio de cada uno; será lícito cuanto agrade, y
establecida una moral, sin fuerza casi para contener y calmar
los perturbados movimientos del alma, quedará,
naturalmente, abierta la puerta a toda corrupción. En cuanto
a la cosa pública, la facultad de mandar se separa del
verdadero y natural principio, de donde toma toda su virtud
para obrar el bien común, y la ley que establece lo que se ha
de hacer y omitir se deja al arbitrio de la multitud más
numerosa, lo cual es una pendiente que conduce a la tiranía.
Rechazado el señorío de Dios en el hombre y en la sociedad,
es consiguiente que no hay públicamente religión alguna, y
se seguirá la mayor incuria en todo lo que se refiera a la
Religión. Y asimismo, armada la multitud con la creencia de
su propia soberanía, se precipitará fácilmente a promover
turbulencias y sediciones; y quitados los frenos del deber y
de la conciencia, sólo quedará la fuerza, que nunca es

148
bastante a contener por sí sola los apetitos de las
muchedumbres. De lo cual es suficiente testimonio la casi
diaria lucha contra los socialistas y otras turbas de sediciosos,
que tan porfiadamente maquinan por conmover hasta sus
cimientos las naciones. Vean, pues, y decidan, los que bien
juzgan, si tales doctrinas sirven de provecho a la libertad
verdadera y digna del hombre, o sólo sirven para pervertirla
y corromperla del todo” (Libertas 17 - 19, CEP pp. 192 -
194).
Este sistema liberal absoluto establece, pues en el plano de la
tesis, esto es, del orden ideal la libertad absoluta de conciencia,
y el deber del Estado de oponerse a toda tentativa que restrinja
en algo esta absoluta libertad de conciencia. El estado liberal
será, por tanto, en principio un estado arreligioso, prácticamente
un estado ateo, y además - paradoja curiosa para un sistema de
la libertad - un estado perseguidor de la Iglesia Católica, porque
no admite ella el principio de la libertad absoluta de conciencia.
Toda religión digna de este nombre, es una atadura de la
conciencia a su Dios, a sus dogmas, a su moral.
De aquí se siguen la libertad de pensamiento, libertad de prensa,
de propaganda, de enseñanza, salvo si se trata de la enseñanza
católica que debe ser prohibida por ser contraria a la libertad
absoluta. Toda doctrina debe poder expresarse libremente, pues,
no hay verdad absoluta; el error de hoy pueda ser la verdad de
mañana. Naturalmente este sistema está condenado por la
Iglesia.
Este sistema arranca de Rousseau y de su doctrina del contrato
social, fue difundido por los enciclopedistas franceses, llegó a
nosotros en América Latina y tomó la forma de lo que Alberto
Edwards24 llamó “la religión liberal”, tan de moda en el siglo
XIX.

5.1.2 Liberalismo mitigado.


Sus partidarios admiten “que la libertad degenera en vicio... que
debe ser regida y gobernada por la recta razón y sujeta por tanto
al derecho natural y a la eterna ley divina. Más juzgando que no
se ha de pasar más adelante, niegan que esta sujeción del hombre
libre a las leyes que Dios quiere imponerle, haya de hacerse por
otra vía que la de la razón natural” (Libertas 20, CEP pp. 194).

24 Nota inconclusa. En el original aparece “(1)”.

149
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Esta restricción de la obediencia es una inconsecuencia al negar


acatamiento a la revelación. “Aparentará reverencia a las leyes
divinas, pero no la tendrá de hecho, y su propio juicio prevalecerá
sobre la autoridad y providencia de Dios” (Ib). Es, pues, necesario
que la norma sea el acatamiento no sólo de la ley natural, sino
de todas y cada una de las leyes que Dios ha dado. Estas “tienen
el mismo principio y el mismo autor, concuerdan del todo con
la razón, perfeccionan el derecho natural” (Ib).
León XIII señala un liberalismo aún más moderado. “Algo más
moderados son, pero no más consecuentes consigo mismos, los
que dicen que se han de regir por las leyes divinas la vida y
costumbres particulares, pero no las del estado. Porque en las
cosas públicas es permitido apartarse de los preceptos de Dios
y no tenerlos en cuenta al establecer las leyes. De donde sale
aquella perniciosa consecuencia: que es necesario separar la
Iglesia del estado” (Ib. 22). Olvidan que el estado como los
individuos deben conformarse a las leyes de Dios y, facilitar su
observancia y obrar de acuerdo con la Iglesia, porque aunque
estado e Iglesia tengan dos fines inmediatos distintos, ambas
tienen los mismos súbditos y tratan con frecuencia de los mismos
asuntos aunque bajo aspectos diferentes. Por tanto “es preciso
algún modo y orden con que, apartadas las causas de porfías y
rivalidades, haya conformidad en las cosas que han de hacerse”
(Ib. 23).
Las afirmaciones de estos sistemas liberales absoluto y mitigado
son opuestas al bien público y a la verdad en sí misma
considerada. La experiencia cotidiana nos muestra, en efecto,
que ante la necesidad de la defensa de bienes superiores en la
familia y en el estado quienes tienen la autoridad deben imponer
ciertas restricciones exigidas por el bien público. En
circunstancias anormales, como el caso de guerra estas
restricciones suelen ser considerables.
Pero aun mirando la naturaleza de la verdad en sí misma
considerada, es claro que el hombre no es moralmente libre de
abrazarla o no. Toda la verdad una vez conocida requiere nuestra
adhesión; y si se trata de una verdad religiosa, hay además el
motivo supremo de la voluntad de Dios: no podemos pues
considerarnos indiferentes moralmente al hecho de abrazarla o
no. Una libertad de conciencia entendida en ese sentido no
existe. Esto no quiere decir que uno éste obligado a admitir una
verdad que no conoce o que no ve ser verdad, no significa
tampoco que se obligue a nadie a negar sus convicciones ni
que se le impida seguirlas en el fuero de su conciencia.

150
La prensa no tiene el derecho de propagar el error a sabiendas,
y si la ley restringe su libertad cuando se trata del honor de un
tercero, con igual motivo debe impedir la propagación del error
que va a dañar la verdad y a las personas que por falta de
preparación no son capaces de defenderse interiormente. Si se
reconoce que hay verdades, la instrucción en principio no puede
hacer abstracción de estas verdades, aunque algunos las
nieguen25 .

5.1.3 La tolerancia de la Iglesia.


Al hablar de tolerancia del error conviene distinguir dos especies
de tolerancia: dogmática y civil.
Llamamos tolerancia dogmática la que se funda en el principio
que toda idea, todo culto tiene igual derecho a ser respetado.
En el fondo esta tolerancia desconoce la diferencia entre la
verdad y el error y niega por tanto los derechos exclusivos de la
verdad. Esta tolerancia nunca puede ser aceptada.
La tolerancia civil, o práctica, reconoce los derechos de la verdad,
pero atempera su urgencia en la práctica según sean las
circunstancias concretas: la disposición de los hombres para
recibir la verdad, el error invencible en que muchos se
encuentran, las luchas que acarrearía el urgir una determinada
conducta. La tolerancia civil es lícita y en aplicación está regida
por la virtud de la prudencia.
A este respecto dice León XIII: “Muchísimo desearía la Iglesia
que en todos los órdenes de la sociedad penetraran de hecho
y se pusieran en práctica estos documentos cristianos... A
pesar de todo, la Iglesia se hace cargo. “A pesar de todo, la
Iglesia se hace cargo maternalmente del grave peso de la
humana flaqueza, y no ignora el curso de los ánimos y de
los sucesos, por donde va pasando nuestro siglo. Por esta
causa, y sin conceder el menor derecho sino sólo a lo
verdadero y honesto, no rehuye que la autoridad pública
soporte algunas cosas ajenas de verdad y justicia, con motivo
de evitar un mal mayor o de adquirir o conservar un mayor
bien. Aun el mismo providentísimo Dios, con ser de infinita

25 En el texto original aparece “Poner en nota los párrafos más importantes


del 24 al 39 de Libertas pp 196 – 202”. Se refiere a la encíclica de León XIII
sobre la libertad humana Libertas (20 de Junio, 1888). En consideración a
la extensión de los números referidos, y a que no es posible reconstruir a
qué llama el P. Hurtado “párrafos más importantes”, es que se ha optado
por no incluirlo en nota.

151
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

bondad y todopoderoso, permite que haya males en el


mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes, en
parte para que no se sigan mayores males. Justo es imitar en
el gobierno de la sociedad al que gobierna el mundo; y aun
por lo mismo que la autoridad humana no puede impedir
todos los males, debe conceder y dejar impunes muchas
cosas, que han de ser, sin embargo, castigadas por la divina
Providencia y con justicia.
Pero en tales circunstancias, si por causa del bien común, y
sólo por él, puede y aún debe la ley humana tolerar el mal,
no puede, sin embargo, no debe aprobarlo ni quererlo en sí
mismo; porque, como el mal en sí mismo es privación de
bien, repugna al bien común, que debe querer el legislador
y defenderlo cuanto mejor pueda. También en esto debe la
ley humana proponerse imitar a Dios, que al permitir que
haya males en el mundo, ni quiere que los males se hagan, ni
quiere que no se hagan, sino quiere permitir que los haya, los
cual es bueno. Sentencia del Doctor Angélico, que
brevísimamente encierra toda la doctrina de la tolerancia de
los males. Pero ha de confesarse, para juzgar con acierto,
que cuanto es mayor el mal que ha de tolerarse en la sociedad,
otro tanto dista del mejor este género de sociedad; y además,
como la tolerancia de los males es cosa tocante a la prudencia
política, ha de estrecharse absolutamente a los límites que
pide la causa de esta tolerancia, esto es, al público bienestar.
De modo que si daña a éste y ocasiona mayores males a la
sociedad, es consiguiente que ya no es lícita, por faltar en
tales circunstancias la razón de bien. Pero si por las
circunstancias particulares de un Estado acaece no reclamar
la Iglesia contra alguna de estas libertades modernas, no
porque las prefiera en sí mismas, sino porque juzga
conveniente que se permitan, mejorados los tiempos haría
uso de su libertad, y persuadiendo, exhortando, suplicando,
procuraría, como debe, cumplir el encargo que Dios le ha
encomendado, que es mirar por la salvación eterna de los
hombres. Pero siempre es verdad que libertad semejante,
concedida indistintamente a todos y para todo, nunca, como
hemos repetido varias veces, se ha de buscar por sí misma,
por ser repugnante a la razón que lo verdadero y lo falso
tengan igual derecho.
Y en lo tocante a tolerancia causa extrañeza cuánto distan
de la prudencia y equidad de la Iglesia los que profesan el
liberalismo. Porque con esa licencia sin límites que a todos
conceden acerca de las cosas que hemos enumerado,

152
traspasan toda moderación y llegan hasta parecer que no
dan más a la honestidad y la verdad que a la falsedad y a la
torpeza. En cambio, a la Iglesia, columna y firmamento de la
verdad, maestra incorrupta de las costumbres, porque, en
cumplimiento de su deber, siempre ha rechazado y niega
que sea lícito semejante género de tolerancia, tan licencioso
y tan perverso, la acriminan de falta de paciencia y
mansedumbre; sin reparar, cuando lo hacen, que achacan a
vicio lo que es digno de alabanza. Pero en medio de tanta
ostentación de tolerancia, son con frecuencia estrictos y duros
contra todo lo que es católico y los que dan con profusión
libertad a todos rehusan a cada paso dejar en libertad a la
Iglesia” (Libertas 41 - 43, CEP pp 202 -204).

5.1.4 Liberalismo económico.26


No tiene éste de común con el liberalismo que acabamos de
tratar sino el nombre y una cierta preferencia concedida a la
libertad. Se refiere al dominio de la producción, repartición y
transformación de las riquezas.
El liberalismo económico propicia la libertad y el interés como
los medios de bienestar económico. Su máxima es de los
economistas del siglo XVIII de la Escuela de Manchester: “Dejad
hacer, dejad pasar”. Hay que hacer confianza a la libertad porque
ella curará por su ejercicio los abusos que ella engendra, y por
tanto hay que reducir a un minimum la intervención del Estado
y de las otras asociaciones que perturbarían el ejercicio de la
libertad. El productor y el consumidor llegarán a darse cuenta,
muy pronto que en lugar de combatirse deben entenderse y se
obtendrá espontáneamente el equilibrio social. Sus autores
clásicos son Bastian, Stuart Mill, Say, Rossi, Adam Smith, Ricardo
y Malthus. Los principios del liberalismo económico, como se
ve, no tienen nada que ver con los del liberalismo filosófico que
acabamos de ver. Los economistas liberales están atentos
únicamente a las leyes que rigen los fenómenos económicos y
en este campo reclaman para sí una competencia exclusiva. La
Economía Política es ciencia autónoma e independiente de la
moral.
Al plantear así su posición los economistas liberales se han
encontrado con la oposición de los moralistas católicos quienes
les echaban en cara, junto a grandes ventajas materiales, los
grandes desórdenes materiales y morales en el nuevo mundo
26 En el original dice a continuación “Ver folleto P. Aldunate”.

153
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

industrial que ha nacido al amparo de su doctrinas. Es necesario


que los principios morales rijan también el mundo de la
economía, que el Estado intervenga para salvar al débil, que los
obreros puedan asociarse y defender sus intereses. Un conflicto
entre la economía y la moral ha dominado el mundo de la
industria y el comercio durante el último siglo.

5.1.5 El neoliberalismo económico.


A partir de 1938 se habla de “neoliberalismo”. Ese año
connotados economistas y sociólogos liberales celebraron en
Francia lo que se ha llamado el “Coloquio Walter Lippmann”,
cuyas conclusiones formuladas en una “Agenda” contienen los
principios esenciales de renovación de lo que se ha llamado el
neoliberalismo. Este movimiento se ha desarrollado. Otras
tendencias van también en el mismo sentido. Las ideas esenciales
son las siguientes.
En primer lugar los neoliberales hacen la revisión del sistema
liberal y analizan las causas de su decadencia. Estas no serían
internas sino externas al sistema: la libertad jurídica no ha bastado
para mantener el estado de libre competencia.
El error, dicen de los liberales clásicos, ha sido creer que el
equilibrio espontáneo que nace del libre juego de las leyes
económicas se mantendría por sí mismo. “Laisser faire, laisser
passer” fue interpretado no como una palabra revolucionaria,
sino como una consigna de la pasividad del Estado. Esto permitió
la concentración de capitales y los monopolios que han matado
la competencia. Además el sistema de sociedades anónimas,
que ha permitido grandes realizaciones, facilitó el dominio de
la economía por la finanza. La disociación de la propiedad del
capital y la gestión de la empresa ha permitido a los accionistas,
a los banqueros, a los financistas buscar la rentabilidad con
detrimento de la producción, el lucro más que la satisfacción
de las necesidades. Trusts y monopolios se han formado porque
el Estado dejó hacer, cuando debió oponerse a su creación
porque destruían la concurrencia. La pasividad del estado ha
permitido el sistema de Manchester que no es el verdadero
liberalismo. Lejos de abstenerse, la autoridad pública debió velar
por el mantenimiento de la libertad efectiva mediante una
legislación apropiada. El liberalismo decae por culpa de la
conducta antiliberal del Estado.
Las doctrinas positivas esenciales del neoliberalismo, dejando
de lado muchos matices son las siguientes. Buscar un camino

154
intermediario entre el laissez faire manchesteriano y el
colectivismo totalitario y comunista. Este tendría cuatro
principios fundamentales: rechazo de la creencia en una
evolución necesaria hacia la sociedad colectivista; beneficios
del individualismo; necesidad de la desigualdad de las
condiciones humanas con ciertos correctivos; necesaria
intervención del Estado para mantener el juego del Estado y el
mercado libre.
No aceptan los neo liberales que sean el maquinismo y la técnica
capitalista las que han provocado la concentración industrial,
sino la pasividad del estado. Si los hombres han aceptado los
regímenes de planificación ha sido para encontrar una cierta
seguridad, que el laissez faire no les daba. No existe, pues, una
evolución necesaria hacia el colectivismo, sino en la medida en
que el estado no interviene en forma debida.
Para obviar la despersonalización que produce el colectivismo,
los neo liberales quieren centrar la economía sobre las
necesidades del individuo. El productor que busca un justo
interés personal recobrará su sitio en la producción y será un
ser moralmente superior.
La desigualdad de condiciones es la condición ineludible de un
régimen individualista, pero esta desigualdad debe ser atenuada
por un minimum de seguridad social, correctivo indispensable
de las desigualdades.
En cuanto a la intervención del estado la admiten en el orden
jurídico para crear las leyes que permitan el funcionamiento del
mercado libre. Deberá pues el estado reglamentar la propiedad,
los contratos, los sistemas bancarios, la moneda, etc. todo lo
que constituye los cuadros del mercado; si este régimen se
muestra insuficiente deberá nuevamente adaptarlo. En cuanto a
la intervención económica debe limitarse a amortiguar los
desequilibrios demasiados violentos de la libre concurrencia.
Se evitará intervenir directamente en la fijación de precios,
mediante decretos, y solo se aceptaría una intervención indirecta,
por ejemplo mediante tarifas aduaneras moderadas. Se aceptaría
los sindicatos libres, pero no los obligatorios.
Como puede verse el neoliberalismo rechaza la pasividad del
estado, los monopolios, el poderío financiero, la indiferencia
frente a las consecuencias sociales de los desequilibrios
económicos. Agrega el intervencionismo, la justicia social y la
idea que la utilidad máxima es un bien social, pero no
necesariamente el único que hay que buscar. Pero conserva todos
los caracteres fundamentales del liberalismo clásico: el

155
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

fundamento individualista y la búsqueda de la mayor utilidad


monetaria por el mercado libre. Su espíritu sigue siendo
capitalista. Este sistema se distingue en la práctica difícilmente
del dirigismo, aunque en teoría la distinción es clara, pues en el
neoliberalismo la finalidad es individualista, la intensidad
moderada, la aplicación indirecta; en el dirigismo la intención
es colectivista, la intensidad fuerte, la aplicación directa sobre
el mismo precio.
Estos son los principios. Su aplicación en la sociedad
contemporánea saldría del fin de este libro. (La exposición del
neoliberalismo ha sido tomada en gran parte del curso de Alain
Barrère. Los aspectos actuales del Liberalismo. Semaines Sociales
de France, 1947).
El neoliberalismo reclama tres reservas de orden económico,
social y moral.
La crítica que hace el neoliberalismo al estado al no haber
intervenido oportunamente parece olvidar la terrible fuerza
capitalista que ha llegado a dominar a los mismos estados. Para
que esta intervención jurídica del estado sea posible, es necesaria
una reforma en la estructura misma del Estado, acompañada de
una profunda reforma moral. Ahora bien las reformas de
estructura que aceptan los neoliberales no parecen suficientes.
En su aspecto social el neoliberalismo tiene una orientación que
recuerda aun demasiado al capitalismo como históricamente se
ha desarrollado para aceptar una superación del régimen del
salariado y una integración de los trabajadores en la vida
económica. Si se reclama una legislación sobre la propiedad
privada es sólo para permitir el libre juego de la concurrencia,
no para facilitar una accesión general de los individuos a la
propiedad privada. No se vislumbra tampoco una reforma de la
empresa para permitir en ella una participación económica y
social de los trabajadores. Entre las clases opuestas: asalariados
y empresarios no dan sitio a las profesiones organizadas que
solucionan los problemas del trabajo.
En su aspecto moral la principal reserva al neoliberalismo es su
amoralidad. La ciencia económica pura puede llamarse amoral,
pero no cuando se la aplica al hombre: lo económico cuando
toca lo humano no puede ser amoral. La reacción contra una
civilización de masas es justa, pero no lo es su descuido de las
masas para contentarse con obtener la eclosión de algunas
personalidades fuertes que surjan en la lucha, suavizando
únicamente los efectos perniciosos de esta lucha. “La libertad
económica es un bien, pero no el supremo al cual deban

156
sacrificarse los otros. La libertad económica es un bien pero su
realización debe ser buscada en el interior de un orden que es
el orden de la persona... La libertad económica está subordinada
a la libertad más general de la persona humana indisolublemente
ligada al respeto de su dignidad, al ejercicio de las
responsabilidades que son necesarias a su desarrollo completo”
(Ib. 178).

5.1.6 Juicios de los Papas sobre el liberalismo económico.


Los últimos Pontífices se han pronunciado directa e
indirectamente sobre el liberalismo económico. He aquí algunos
testimonios.
El liberalismo engendró está economía capitalista, que aspira
al predominio mundial.
“Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi originaria
de la economía modernísima, es el fruto que naturalmente
produjo la libertad infinita de los competidores, que sólo
dejó supervivientes a los más poderosos, que es a menudo
lo mismo que decir, los que luchan más violentamente, los
que menos cuidan de su conciencia.
A su vez esta concentración de riquezas y de fuerzas produce
tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina a
alcanzar ese potentado económico; luego se inicia una fiera
batalla a fin de obtener el predominio sobre el poder público,
y consiguientemente el poder abusa de sus fuerzas e
influencia en los conflictos económicos; finalmente se entabla
el combate en el campo internacional, en el que luchan los
Estados pretendiendo usar de su fuerza y poder político para
favorecer las utilidades económicas de sus respectivos
súbditos o, por el contrario, haciendo que las fuerzas y el
poder económico sean los que resuelvan las controversias
políticas originadas entre las naciones.
Las últimas consecuencias del espíritu individualista en el
campo económico, vosotros mismos, Venerables Hermanos
y amados Hijos, estáis viendo y deplorando: la libre
concurrencia se ha destrozado a sí misma; la prepotencia
económica se ha suplantado al mercado libre; al deseo de
lucro ha sucedido la ambición desenfrenada de poder; toda
la economía se ha hecho extremadamente dura, cruel,
implacable. Añádanse los daños gravísimos que han nacido
de la confusión y mezcla lamentable de las atribuciones de
la autoridad pública y de la economía; y valga como ejemplo

157
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

uno de los más graves, la caída del prestigio del Estado; el


cual, libre de todo partidismo y teniendo como único fin el
bien común y la justicia, debería estar erigido en soberano y
supremo árbitro de las ambiciones y concupiscencias de los
hombres. Por lo que toca a las naciones en sus relaciones
mutuas, se ven dos corrientes que manan de la misma fuente;
por un lado fluye el nacionalismo o también el imperialismo
económico, y por otro el no menos funesto y detestable
internacionalismo del capital, o sea, del imperialismo
internacional, para el cual la patria está donde se está bien”
(QA 39 y 40, OSC 69 y 70).
Los principios liberales llevaron a la violación de la justicia y
suscitando enorme oposición.
“Por largo tiempo el capital logró aprovecharse excesivamente.
El capital reclamaba para sí todo el rendimiento, todos los
productos, y al obrero apenas se le dejaba lo suficiente para
reparar y para reconstituir sus fuerzas. Se decía que, por una ley
económica completamente incontrastable, toda la acumulación
de capital cedía en provecho de los afortunados y que, por la
misma ley, los obreros estaban condenados a pobreza perpetua
o reducidos a un bienestar escasísimo. Es cierto que la práctica
no siempre ni en todas partes se conformaba con este principio
de la escuela liberal, vulgarmente llamada manchestariana; mas,
tampoco se puede negar que las instituciones económico-
sociales se inclinaban constantemente a ese proceder. Así que
ninguno debe admirarse de que esas falsas opiniones y falaces
postulados fueran atacados duramente, y no sólo por aquellos
que con tales teorías se veían privados de su derecho natural a
mejorar su fortuna” (QA 23, OSC 71).
El ansia de riquezas ya no tuvo limites: atropelló todos los
escrúpulos y llegó hasta constituir una verdadera ciencia
económica distanciada de la ley moral. La fe y la moral de los
obreros sufrieron horriblemente en las fábricas dominadas por
la mentalidad capitalista.
“En algunos se han embotado los estímulos de la conciencia
hasta llegar a la persuasión de que le es lícito aumentar sus
ganancias de cualquier manera y defender por todos los medios
las riquezas acumuladas con tanto esfuerzo y trabajo contra los
repentinos reveses de la fortuna. Las fáciles ganancias que la
anarquía del mercado ofrece a todos, incitan a muchos el cambio
de las mercancías con el único anhelo de llegar rápidamente a
la fortuna con la menor fatiga: su desenfrenada especulación
hace aumentar y disminuir incesantemente, a la medida de su

158
capricho y avaricia, el precio de las mercancías para echar por
tierra con sus frecuentes alternativas las previsiones de los
fabricantes prudentes. Las disposiciones jurídicas destinadas a
favorecer la colaboración de los capitales, dividiendo y limitando
los riesgos, han sido muchas veces la ocasión de excesos más
reprensibles; vemos, en efecto, las responsabilidades disminuidas
hasta el punto de no impresionar sino ligeramente a las almas;
bajo capa de una designación colectiva se cometen las injusticias
y fraudes más condenables; los que gobiernan los grupos
económicos, despreciando sus compromisos, traicionan los
derechos de aquellos que les confiaron la administración de sus
ahorros. Finalmente hay que señalar a estos hombres astutos
que, despreciando las utilidades honestas de su propia profesión,
no temen poner acicates a los caprichos de sus clientes y, después
de excitados, aprovecharlos para su propio lucro.
Corregir estos gravísimos inconvenientes y aún prevenirlos, era
propio de una severa disciplina de las costumbres, mantenida
firmemente por la autoridad pública; pero desgraciadamente
faltó muchísimas veces. Los gérmenes del nuevo régimen
económico aparecieron por primera vez cuando los errores
racionalistas entraban y arraigaban en los entendimientos, y con
ellos pronto nació una ciencia económica distanciada de la
verdadera ley moral, y que por lo mismo dejaba libre paso a las
concupiscencias humanas” (QA 54, OSC 72).
El régimen liberal preparó el terreno al comunismo.
“Y para explicar cómo ha conseguido el comunismo que las masas
obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que
éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral en
el que las había dejado la economía liberal. Con los turnos de
trabajo, incluso el domingo, no se les daba tiempo ni siquiera
para satisfacer a los más graves deberes religiosos de los días
festivos; no se pensaba en construir iglesias junto a las fábricas ni
en facilitar el trabajo del sacerdote; al contrario, se continuaba
promoviendo positivamente el laicismo. Ahora, pues, se recogen
los frutos de errores tantas veces denunciados por Nuestros
Predecesores y por Nos mismos, y no hay que maravillarse de
que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde
el error comunista” (DR 16, OSC 73).
El liberalismo amoral ha hundido al mundo en triste ruina.
“En nuestra misma Encíclica hemos demostrado que los medios
para salvar al mundo actual de la triste ruina en que el liberalismo
amoral lo ha hundido, no consisten en la lucha de clases y en el

159
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

terror, y mucho menos en el abuso autocrático del poder estatal,


sino en la penetración de la justicia social y del sentimiento de
amor cristiano en el orden económico y social” (DR 32, OSC 74).

5.2. El Capitalismo.
Hemos analizado los sistemas que pretenden explicar y orientar
la vida económica: liberalismo, socialismo, marxismo,
catolicismo.27 El capitalismo no figura entre ellos porque no es
un sistema teórico, sino un régimen práctico. En Quadragesimo
Anno nunca se habla de capitalismo como sistema, sino siempre
como régimen.

5.2.1 En qué consiste el capitalismo.


Capitalismo dice Perrou es una palabra explosiva; desde su
definición se acumulan los adversarios.
Según Pío XI en Quadragesimo Anno “el régimen capitalista es
aquella manera de proceder en el mundo económico, por la
cual unos ponen el capital y otros el trabajo” (QA 38, OSC 66).
Por tanto la primera característica de este régimen es la
separación en dos bandos del capital y del trabajo; otras
características según el Pontífice son las siguientes:
Enorme extensión del régimen en la época contemporánea, al
extenderse el industrialismo;
Acumulación no sólo de riquezas sino de enorme poder y
prepotencia económica en manos de muy pocos, que muchas
veces ni siquiera son dueños, sino sólo depositarios que rigen el
capital a su voluntad y arbitrio;
Lucha por alcanzar el potentado económico. Luego fiera batalla
a fin de obtener el predominio sobre el poder público, y
consiguientemente poder abusar de sus fuerzas o influencias en
los conflictos económicos. Combate final en el campo
internacional (QA 38 – 39, OSC 68).
“Por largo tiempo el capital logró aprovecharse excesivamente.
El capital reclamaba para sí todo el rendimiento, todos los
productos, y al obrero apenas se le dejaba lo suficiente para
reparar sus fuerzas” (QA 23, OSC 71).

27 En el original el P. Hurtado sigue la siguiente ordenación: liberalismo,


capitalismo, socialismo, marxismo y catolicismo.

160
Mirando bajo otros aspectos podemos caracterizar el régimen
capitalista también por los siguientes elementos:
inmenso predominio del capital sobre el trabajo. El capital es el
amo, el dueño de la empresa; el trabajo humano, un servicio
arrendado;
la orientación del régimen está caracterizada por el lucro:
producir para ganar, no para servir;
la filosofía dominante es el individualismo liberal;
el instrumento principal de su extensión, el crédito;
la organización típica, su creación: la sociedad anónima, y luego
las concentraciones de sociedades que centralizan el poder en
pocas manos, y limitan al máximo el poder de los demás;
su fuerza: en lo industrial es la racionalización; en lo comercial,
la rigurosa contabilidad, para prever los costos y para
controlarlos.
vive en un régimen de economía privada;
reclama amplia independencia para las empresas, y un tráfico
abierto.
En su actuación el capitalismo es técnico, científico, de
aplicaciones revolucionarias.

5.2.2 La creación capitalista: la sociedad anónima.


Una sociedad anónima es una sociedad de responsabilidad
limitada, con capital formado por acciones que son la expresión
del dinero u otros bienes aportados por los socios.
La dirección de la sociedad anónima se realiza por un directorio
elegido en asamblea de socios, cada uno de los cuales tiene
tantos votos cuantas acciones. Los que obtienen la mitad más
uno de los votos resultan elegidos.
En la elección del directorio reside uno de los mayores peligros
de abuso de la sociedad anónima. En apariencia el sistema es
democrático, pero en el fondo nada pueden las minorías, dado
que muchos socios no se interesan por asistir a las reuniones, el
que controla el 40% de las acciones, controla en realidad la
sociedad. Hay acciones nominativas y acciones al portador. Bien
frecuente es el caso que representantes de firmas comerciales,
de bancos en particular, obtienen para la fecha de las elecciones
una abundante cartera de acciones al portador de clientes

161
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

bancarios, o bien dadas en garantías en el sistema llamado réport


(de que hablamos en las operaciones bursátiles) y logran elegir
el directorio que desean, despreciando totalmente los intereses
de la minoría. Esta nueva mayoría puede imprimir un nuevo
rumbo a la sociedad, hacerla girar hacia los intereses de una
sociedad más fuerte que pasa a controlarla, y aun puede llevarla
a la liquidación.

5.2.2.1 Peligros de la sociedad anónima.


A más del anteriormente indicado que es un mal para los
accionistas, hay otros para la sociedad en general. El interés
privado de la sociedad dominado por la idea de lucro y no del
bien común es la razón de ser de la misma. Este peligro es tanto
mayor cuánto las actividades de las sociedades anónimas se
han extendido a todos los dominios de la vida nacional.
Las relaciones de la sociedad anónima con sus trabajadores son
tan anónimas como la sociedad misma. Los verdaderos dueños
que son los accionistas no tienen nada que ver con ellos. Los
directores están preocupados principalísimamente en los
negocios de la sociedad y en dar un buen dividendo. El bienestar
queda entregado a un departamento de este nombre, a una
visitadora social, donde la hay, pues muchas empresas estiman
que el bienestar es un gasto no reproductivo. De aquí los
frecuentes abusos en el salario, en las condiciones de aceptación
y despidos, y total ignorancia de los problemas individuales.
En la marcha de la sociedad los asalariados no tienen ninguna
representación: son meros trabajadores que arriendan sus
servicios. A lo más tienen un representante ante la dirección
para hacer conocer sus quejas en cuanto a salarios y bienestar.
La administración de la S.A. está en manos de consejeros
nombrados por la mayoría de los accionistas, muchas veces por
una mayoría ocasional interesada en controlar la sociedad.
Cuando la sociedad está controlada por un grupo responsable
designa consejeros a personas también plenamente responsables,
pero no es raro el caso de consejeros representantes de los bancos
o de otras entidades que controlan una buena parte del capital,
que son a la vez consejeros de diez, quince o más sociedades y
moralmente no pueden interesarse en la buena marcha de la
sociedad, mucho menos en los problemas humanos de sus
subordinados. Debería existir una prohibición para ser consejero
de más de cuatro o cinco sociedades anónimas.

162
La actuación de los accionistas en las S.A. está demasiado
restringida: asistencia a la asamblea general, aprobación o
rechazo del balance, elección del nuevo directorio. Su actuación
debería ser mayor, porque son ellos los dueños, los responsables
de la marcha de la sociedad.

5.2.2.2 Remedios a la actual organización de las


sociedades anónimas.
Ha sido ideada una teoría llamada de la Institución, defendida
principalmente por el P. Rénard, O.P., por su discípulo Hauriou
y por Emilio Gaillard. (George Renard, la théorie de l’Institution,
Essai d’ontologie juridique, Recueil Sirey, 1930.- La philosophie
de l’Institution, Paris Recueil Sirey, 1930.- E. Gaillard, La société
anonyme de demain. Ed. Recueil Sirey).
La teoría de la Institución quiere dar a la sociedad anónima un
carácter más estable y permanente que el que puedan
simplemente contratar las partes, pues, la sociedad anónima es
una persona moral con normas que son independientes de la
aprobación o rechazo de una simple mayoría. Es una institución
corporativa jurídica, jerarquizada cuya razón de ser es la
realización de un determinado aspecto del bien común, el cual
ha quedado establecido en el acta de fundación y no puede ser
cambiado sino por la voluntad de sus mismos fundadores. Los
accionistas están ligados a la S.A. no sólo por la posesión material
de un paquete de acciones, que pueden estar en su poder por
simple depósito, sino por la vinculación al bien común de la
sociedad que ellos deben procurar. Hay pues una autoridad para
orientar la sociedad al bien común, la cual no cambia por simples
actos de mayoría, sino cuando deja de realizar el fin de la
sociedad. Los accionistas tienen obligación de votar, y su voto
depende de su vinculación con la sociedad, del número de años
que está ligado a ella, pues piensan que mucho más afecto a la
sociedad tiene el que la fundó, el que guarda sus acciones
durante 40 años, que el que acaba de comprarlas en una
especulación. El voto jamás podrá darlo el accionista o el
consejero cuando se debata algo que vaya en provecho propio
y daño de la sociedad, a fin de eliminar los negociados que
pueden proponerse por los consejeros representantes de otra
sociedad. Los matices que han pretendido darles sus progenitores
a esta teoría van muy lejos: todos ellos se orientan a substraerla
del espíritu de arbitrariedad, del influjo de mayorías ocasionales,
de la falta de continuidad con el fin propuesto inicialmente, del
juego de intereses sucios que pueden actuar en ella. El espíritu

163
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

que preside estas reformas es muy justo. El problema está en


traducirlo en instituciones jurídicas capaces de resistir a los mil
recursos que inventa el espíritu de lucro.

5.2.3 La concentración de poder, fruto del capitalismo.


En Quadragesimo Anno dice Pío XI: “Primeramente salta a la
vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente
riquezas, sino se crean enormes poderes y una prepotencia
económica despótica, en manos de muy pocos. Muchas veces
no son éstos, ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y
administradores que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.
Estos potentados son extraordinariamente poderosos, cuando
dueños absolutos del dinero gobiernan el crédito y lo distribuyen
a su gusto: diríase que administran la sangre de la cual vive toda
la economía y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo
así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar
contra su voluntad” (QA 39, OSC 68).
Lo más característico de esta fase del capitalismo no es tanto la
concentración de capitales, que existe, cuanto la concentración
de poder en pocas manos. Los accionistas de bancos y demás
sociedades anónimas son millones, la dirección de ellas está en
muy pocas manos que usa a su arbitrio de los enormes capitales
y de la gran influencia que ellos acarrean en la vida económica
y política, nacional e internacional. Mucho más puede hoy día
un consejero de sociedades con escaso capital propio, que un
dueño de valiosas propiedades, pero sin gestión económica.
A está acumulación de poder se ha llegado por grandes
acumulaciones de capital mediante las siguientes formas:
Los trusts: o sea fusión de empresas análogas en una nueva
empresa por ejemplo de los fósforos formado por el sueco Ivo
Kreuger, que llegó a controlar la casi totalidad de la producción
de fósforos del mundo. En 1932 se suicidó y se acabó la obra.
Los kartells: o pactos para monopolizar en un país o
internacionalmente determinados productos. A este pacto central
siguen cláusulas para el reparto de los mercados, para organizar
la venta de los productos, etc. Hay grandes kartells
internacionales del acero, del petróleo, de las ampolletas
eléctricas, del caucho, etc. Algunos controlan la casi totalidad
de la producción mundial.

164
Los consorcios y los konzerne dos formas muy similares de unión
de muchas empresas para tener una administración común,
servicios técnicos y económicos comunes. Con frecuencia en
los consorcios hay participación de acciones de una sociedad
en las otras del consorcio, como también delegación de
consejeros de una sociedad en las otras. Una estadística alemana
bastante antigua (1930) consigna el hecho que de 12.000
sociedades anónimas con 18.000.000.000 marcos había 2.016
agrupadas en konzerne y controlaban 11.000.000.000 mc., esto
es el 62% del total. El konzerne de la Standar Oil comprendía el
año 30 unas 500 sociedades en casi todos los países del globo.
Los holdings. Son el control de una o varias sociedades anónimas
por otra que llega a poseer en su cartera las acciones suficientes
para tener mayoría en la asamblea de accionistas: la mitad más
uno de las acciones representadas en la asamblea. Los bancos,
u otras sociedades, logran obtener la representación de los
accionistas o hacerse de acciones al portador y así llegan a
controlar la sociedad.
Las sociedades en cadena: formadas por una sociedad que
controla la mayoría de las acciones de la segunda, ésta de la
tercera, por ella formada, y así sucesivamente. Quien controla
la primera controla todas las filiales.
Agrupación de sociedades complementarias: una empresa como
la Ford Motor Cº produce automóviles, y también adquiere minas
de fierro, de carbón, empresas de transportes, etc. todo lo que
necesita para su producción. En 1945 contaba la Ford con más
de 300.000 operarios.

5.2.4 Ventajas e inconvenientes de estas grandes


concentraciones.
Esta enorme concentración de capitales ha sido ocasionada por
las necesidades de la técnica moderna que los reclama para
adquirir las costosas maquinarias, para disminuir los gastos
generales, para abaratar la propaganda, para disminuir la
competencia, para conseguir un abaratamiento de los productos
y una generalización de su uso, razones muy dignas de ser
tomadas en cuenta. La producción es así más fácilmente
adaptada al consumo; las relaciones comerciales entre industrias
similares, la búsqueda de nuevos mercados, el aprovechamiento
de los nuevos descubrimientos, son otras tantas razones que
han impulsado a la formación de estos grandes consorcios, y

165
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

por eso algunos países tienden incluso a hacer obligatorios los


kartells en determinadas circunstancias económicas.
Pero al lado de estas ventajas tales concentraciones encierran el
gran peligro que señala el Pontífice Pío XI: un exagerado
acrecentamiento del poder personal en el campo económico,
que tratará de hacerse extensivo al de la política nacional y aun
de la internacional. Las fieras luchas por apoderarse del poder
político y aun las guerras internacionales encierran con
demasiada frecuencia razones de orden de imperialismo
económico.
Frente a los trabajadores tales concentraciones, sobre todo donde
los obreros no están férreamente organizados, los dejan
indefensos y constituyen una fuerza demasiado desigual. En estos
regímenes imperados por el poder de unos cuantos
superpoderosos no hay que pensar que los obreros sean otra
cosa que simples asalariados, sin esperanza de ver suavizado su
contrato de salario por el de sociedad. La distancia que separa a
empleadores y empleados es cada día mayor mientras más se
aleja una empresa de la medida del hombre. En estas inmensas
concentraciones la dirección ha perdido totalmente de vista las
necesidades de los operarios, con los cuales todo contacto
humano es tan imposible como con los habitantes de otro
planeta, si los hay.
Frente al bien común tales concentraciones creadas por la sola
razón del lucro, aparece que la moral queda subordinada al
interés y las necesidades de la producción a las necesidades del
consumidor: no se produce lo que se necesita más urgentemente
sino lo que rinde más; incluso llegan a inventarse productos
que son introducidos en el público a base de propaganda por la
sola razón que rendirán económicamente, aunque sean nocivos:
bebidas, cosméticos, objetos de lujo.
Frente a las otras sociedades que una más fuerte llega a controlar
los procedimientos empleados son con harta frecuencia
francamente inmorales: al determinar una fusión de empresas,
la determinante puede fácilmente hacer un balance que
perjudique a la sociedad fusionada, y por tanto a los accionistas
que no aprobaron, sino que sufrieron la medida de la fusión.
Una empresa dominante puede comprar los productos que
necesita, de la empresa dominada con perdida de ésta, y por
tanto de la minoría de los accionistas. El consejo de una sociedad
puede especular con las reservas de la misma y emplearlas, no
en repartir el dividendo que esperan los socios necesitados, sino
en provocar una baja de acciones en vista de que no dan

166
dividendos, para recomprarlas y emplear tales dividendos a su
amaño.
Al tratar de evitar la competencia: si tiene frente a sí un
competidor tan fuerte como él, tratará de llegar a un
entendimiento que sea ventajoso para ambos, mediante
unificación de tarifas, o de un determinado descuento, aunque
no sea esto conveniente para el público. Si tiene un competidor
más débil tratará de hundirlo por toda clase de procedimientos,
por ejemplo vendiendo más barato, aun por bajo el costo, para
después poder determinar el precio a su antojo y resarcirse con
largueza de la baratura anterior. En un momento dado debido al
acaparamiento de productos pueden - si les conviene sacar los
productos del país - y llevarlos a otro de precios más altos,
dejando de abastecer las necesidades nacionales. En el otro país,
por el dumping, pueden hundir a sus competidores y quedar
dueños de los precios.
Al apoderarse de otras empresas pueden una vez controlado el
número suficiente de acciones, dejar a las demás el valor que
deseen, y aun suprimir la empresa misma con daño inmenso de
los que poseen el resto de las acciones. Un banco puede prestar
a una empresa, urgir el cobro en momento difícil, llevar a la
liquidación y reiniciar el mismo trabajo una vez adquiridos los
medios de producción a un costo mínimo. Todo estos medios,
como se ve, son profundamente inmorales.
Estas grandes concentraciones de capitales y de poder serán
morales si son morales cada uno de los actos que realizan; serán
convenientes si aparecen justificadas por razones suficientes y
si tienen en cuenta el bien común y su obrar es correcto; serán
inconvenientes si fallan estas normas. Lo que no puede olvidarse
es que mientras más poderes tienen, encierran también mayores
peligros y constituyen una tentación al abuso. Bienes reales han
operado en el campo económico, y junto a ellos, males morales
sin cuento.

5.2.5 Juicio sobre el capitalismo.


Pocos temas como éste han apasionado tanto a los
contemporáneos y se han escrito libros y más libros en alabanza
y en censura del régimen. Algunos sostienen que está condenado
por la Iglesia, otros que no, más aún algunos lo consideran el
único sistema católico frente al marxismo.
Estas disputas nacen primero, de no haberse puesto de acuerdo
en los términos de la discusión. Al hablar de capitalismo, los

167
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

disputantes suelen tener ante sus ojos definiciones totalmente


distintas. Luego interviene la pasión y el interés tanto de quienes
atacan cuanto de quienes defienden.
1º) El capitalismo en cuanto tal, no está condenado en sí. El
capitalismo, tal como lo definía Pío XI por la separación del
capital y del trabajo en diferentes manos, que trae consigo el
asalariado por el contrato de arrendamiento de servicios no
ha sido nunca condenado en sí mismo, en virtud de sus
elementos constitutivos, por la Iglesia. Dice Pío XI:
“Grandes cambios han sufrido desde los tiempos de León
XIII tanto la organización económica, como el socialismo.
En primer lugar, es manifiesto que las condiciones
económicas han sufrido profunda mudanza. Ya sabéis,
Venerables Hermanos y amados Hijos, que Nuestro
Predecesor, de feliz memoria, dirigió sus miradas en su
Encíclica, principalmente al régimen capitalista, o sea,
hacia aquella manera de proceder en el mundo
económico, por la cual unos ponen el capital y otros el
trabajo, como el mismo Pontífice definía con una
expresión feliz: ‘No puede existir capital sin trabajo, ni
trabajo sin capital’” (QA 38, OSC 66).
“León XIII puso todo empeño en ajustar esa organización
económica a las normas de la justicia: de donde se deduce
que no puede condenarse por sí misma. Y, en realidad,
no es por su naturaleza viciosa, pero viola el recto orden
de la justicia cuando el capital esclaviza a los obreros o a
la clase proletaria con tal fin y tal forma, que los negocios
y, por tanto, todo el capital sirvan a su voluntad y a su
utilidad, despreciando la dignidad humana de los obreros,
la índole social de la economía, y la misma justicia social
y bien común” (QA 38, OSC 67).
2º) El capitalismo lleva en sí un grave peligro: de indiferente que
es en sí, tornarse vicioso e injusto. El poder y la riqueza,
como tanto lo han advertido los moralistas y los grandes
santos, encierran en sí el tremendo peligro de querer seguir
siempre en aumento. En este peligro no todos los industriales
y comerciantes de tipo capitalista han caído. Muchos han
realizado en su vida de negocios su recta conciencia privada.

3º) El conjunto de actuaciones del régimen capitalista, tal como


históricamente se ha desarrollado en el mundo ha merecido

168
gravísimos reproches de la moral que los Papas, Obispos y
particulares no han cesado de reprocharle.
Los principales reproches que le han dirigido los Pontífices
son los siguientes (Mensaje,1. Ver Papas, Fernández, 78
Obispo, 76).
El régimen capitalista tal como hasta ahora ha vivido no puede
ser una solución admisible para el católico. Los juicios de
los Papas y Prelados constituyen un verdadero plebiscito que
lo condena. Los católicos, por tanto han de buscar otro
régimen que evite esos errores, o han de depurar el régimen
capitalista de sus vicios.
Si el capitalismo quiere sobrevivir debe evitar la
concentración de poder con su consiguiente
deshumanización; debe terminar con el dominio del trabajo,
que es inmensamente más noble, es algo humano-divino a
pesar de sus humildes apariencias. Respeto, medios de vida
abundantes, participación cada día mayor en los frutos, en
la gestión y aun en el dominio de la empresa (Remitir al
capitalismo OSC pp. 378 - 379).

5.3. Socialismo.
5.3.1 Diversidad de tendencias.
Es muy difícil definir el socialismo porqué hay doctrinas
socialistas muy diferentes. Sería más correcto hablar de tal y
cual socialismo en particular: el de Saint Simon, el de Fourier, el
de Proudhon, etc. No es fácil captar la esencia del sistema
socialista, precisamente porque no es un sistema, sino un
conjunto de deseos confusos y de sentimientos poderosos que
se mezclan a análisis económicos y opiniones políticas.
Durkheim decía que el socialismo no es una ciencia, ni una
sociología, es un grito de dolor y a veces de cólera lanzado por
quienes sienten vivamente nuestro malestar colectivo. Según
Blumm el socialismo es una especie de moral y casi una religión
como también una doctrina. Es la aplicación exacta al estado
presente de la sociedad de estos sentimientos generales
universales sobre los cuales se han fundado siempre las morales
y las religiones. Los socialistas están de acuerdo en pensar que
su doctrina no es solamente económica sino política y filosófica.
Uno de ellos afirma que a diferencia del laicismo democrático
que combate el misticismo en nombre de la razón, el socialismo
combate una fe en nombre de otra fe.

169
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Junto a estas declaraciones que dan al socialismo un carácter


marcadamente filosófico y antirreligioso, otros como André Philip
declaran (Populaire de 5 de Diciembre de 1944): “En el partido
socialista no hay ninguna dificultad para admitir en su seno a los
protestantes o a los católicos, no menos que a los libre pensadores.
El socialismo, en efecto, no es una fe o un sistema filosófico
particular sino una técnica institucional. Pretende mediante la
socialización de las industrias principales, dirigir la economía
nacional, realizar la ascensión de los trabajadores a la gestión de
los negocios, realizar efectivamente el ideal democrático”. ¿Qué
hay de verdad en estas afirmaciones opuestas?

5.3.2 El hombre, centro.


Hay en los comienzos una fe socialista en el hombre, que en
muchos no excluye la fe en Dios. Si fue haciéndose más tarde
antirreligioso y aún ateo se debió, al menos en Francia, a la
influencia de los filósofos del siglo XVIII. Esta actitud no es común
a todos los socialistas. Enrique de Man afirma que el movimiento
socialista es a la vez defensor de la democracia abandonada
por la burguesía y realizador del ideal cristiano traicionado por
la Iglesia. Puede decirse, sin embargo, que si bien el socialismo
apareció como no opuesto a la fe religiosa, su tendencia interna
lo llevó a ocuparse en forma exclusiva del hombre, como sobre
el objeto central de sus preocupaciones.

5.3.3 Primacía de la sociedad sobre el individuo.


A más de esta fe en el hombre el socialismo es tal vez una
doctrina económica y social nacida en reacción contra el
liberalismo. Mientras los liberales hacen un llamado frecuente
a la iniciativa personal, los socialistas ponen su confianza en el
estado. El socialismo es por tanto una doctrina que afirma la
primacía de la sociedad sobre el individuo y la subordinación
de éste a aquella. En una palabra es una doctrina que hace de la
sociedad el fin y del individuo el medio. Durkheim definía el
socialismo como la doctrina que vincula todas las funciones
económicas, o al menos buena parte de ellas, a los centros
directores y conscientes de la sociedad. Al decir sociedad la
mayor parte de los socialistas no piensan en el estado. Por eso
han abandonado ellos lo que podríamos llamar “la estatización”
(monopolio) por las nacionalizaciones. De la acción del estado,
al igual que los liberales dicen: “el bien que hace el estado, lo
hace mal; y el mal que hace, lo hace bien”.

170
En las nacionalizaciones las industrias son regidas por
cooperativas autónomas, especie de servicios semipúblicos que
reemplazan a las sociedades anónimas y a sus consejos de
administración.
En los comités directivos tripartitos figuran por terceras partes
los consumidores, los sindicatos de trabajadores incluidos los
técnicos, y los representantes del estado, especies de árbitros
encargados, en caso de dificultad, de hacer prevalecer el interés
general. En el caso de la escuela la estatización significaría el
monopolio, mientras que la nacionalización hace de la
enseñanza un servicio semipúblico que admite una cierta
libertad, reemplaza en el comité directivo a los consumidores
por los padres de familia. Se puede, pues, decir de una manera
general que un sistema es socialista cuando vincula las funciones
económicas a la sociedad en lugar de dejarlas difusas, y esto
por dos razones: primera moral: favorecer el pleno desarrollo
del individuo; y una segunda, económica: el interés general no
nace espontáneamente de la suma de los intereses individuales
como pretenden los liberales, sino de una voluntad común
fuertemente organizada. Las crisis periódicas de la sociedad
capitalista demuestran este aserto. Al orientar la economía habrá
que encauzarla, no a lo que más rinde, sino a lo más necesario.
Hay tres problemas fundamentales acerca de los cuales todo
socialista reacciona en igual forma:

5.3.4 Problema de la propiedad.


Todo socialista rechaza la concepción capitalista de la propiedad;
piensa que la propiedad privada como existe ahora corresponde
al estadio de la producción privada, esto es al artesanado; ahora
bien, la producción ha pasado de la forma privada a la forma
colectiva mientras que el régimen jurídico no se ha modificado.
Hay por tanto contradicción entre un modo de producción que
es ahora colectivo y un modo de propiedad que permanece
individual y privado. A la producción colectiva debe
corresponder la propiedad colectiva. Piden los socialistas que
los instrumentos de producción pasen a ser propiedad de todos
porque sirven al trabajo de todos. Refiriéndonos al problema de
la propiedad se puede llamar socialista a todo sistema que ataca,
disminuye o restringe la propiedad privada. De la propiedad
privada no reconoce sino una fuente: el trabajo; la propiedad
sin el trabajo es un robo. Un socialista contemporáneo afirma:
Donde coinciden propiedad y trabajo el socialismo no ha

171
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

preconizado jamás la expropiación. El socialismo no es el


enemigo de la propiedad fruto del trabajo sino de la propiedad
capitalista. El ideal socialista es nacionalizar los instrumentos
de producción y dejar al individuo y a la familia tan sólo la
propiedad de los objetos de consumo.

5.3.5 Problema de la organización.


Un sistema socialista no se fía del juego de los intereses dejados
a sí mismo y cree necesario imponerles una cierta organización
autoritativa. El socialismo marca la substitución de la economía
libre por la economía dirigida. Perrou señala como signos de
socialización: primero: a la gestión libre de los bienes de
producción se sustituye la gestión colectiva según un plan
deliberado e imperado por el conjunto humano correspondiente;
segundo: el fin del sistema no es la mayor ganancia monetaria
sino la satisfacción directa y más completa de las necesidades
de todos los individuos que constituyen el grupo humano en
cuestión.
El socialismo tiende idealmente a una cierta organización
internacionalista, pero en el hecho cuando llega al dominio de
las realizaciones se queda en organización nacional.
Los socialistas comprenden que una revolución política que no
vaya acompañada de una revolución económica es ineficaz y
comprenden que es imposible modificar las estructuras
económicas sin transformar el estado, pues esto conduciría a
dar más fuerza a un estado nacionalista de tipo imperialista, y
reforzaría la influencia de la oligarquía en la dirección del país.
La alta burguesía cuando no posee el poder político hace sentir
su ausencia de lo político agravando el malestar social hasta
que logra volver a unir su influencia política a su poder
económico. Si el socialismo quiere instaurarse necesita por tanto
quitar el poder económico a la burguesía mediante reformas de
estructuras serias.
Muchas llamadas nacionalizaciones dejaron en pie las mismas
influencias que bajo la economía capitalista privada. Por eso
los modernos socialistas no hablan de nacionalización sino de
“socialización” que supone la expropiación de la oligarquía y
la entrega de los bienes expropiados a las comunidades de los
trabajadores.
Todas estas medidas sucesivas no logran sin embargo despejar
las incógnitas siguientes:

172
¿Por qué un estado popular no sería tan imperialista como un
estado burgués? ¿Por qué no nacería en él una nueva oligarquía
burocrática que aprovechara la revolución social para su bien
personal?

5.3.6 Problema de la igualdad.


Los socialistas miran su sistema como una concepción general
del mundo que tiende a hacer a los hombres iguales. Estas
aspiraciones igualitarias están en el alma socialista. Por eso, no
sin dolor muchos de los más auténticos socialistas han constatado
que al fin de la guerra del 44 las diferencias de retribuciones de
jornales era de 1 a 10 en Rusia soviética, mientras en Inglaterra
no era sino de 1 a 6. El socialismo quisiera que las condiciones
de vida y la jerarquía de las funciones resulten menos del
nacimiento y de la riqueza heredada, que del trabajo y de la
capacidad individual. El socialismo quisiera que en la carrera
de la vida todos partan del mismo punto. De aquí que podamos
decir que psicológicamente un socialista está profundamente
herido por las desigualdades sociales que ve a su alrededor y
que desea un mundo en que reine más justicia igualitaria y que
busca los medios técnicos y científicos para realizarla.
Estas son las orientaciones tradicionales del socialismo que,
como lo indicábamos al partir son bastante vagas porque no
forman parte de un sistema uniforme. Después de la guerra del
39 - 44 aparecen nuevas aspiraciones en ciertos sectores del
socialismo.

5.3.7 Orientaciones actuales del socialismo.


5.3.7.1 Laborismo.
Esto es reconocimiento de la importancia primordial del trabajo.
El trabajador no debe permanecer extraño a la dirección de la
empresa. Los medios para llegar allí no son los del marxismo,
de la estatización de la producción, sino la asociación de los
trabajadores y la federación de estas asociaciones, que dirigirían
las empresas “socializadas”.

5.3.7.2 Humanismo.
El socialismo actual expresa una doble aspiración de
universalismo y de espiritualismo.

173
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Preocupación universalista en el sentido que no excluye ninguna


clase y quiere sobrepasar el carácter estrictamente proletario
del marxismo. Quiere ofrecer a todos los hombres el desarrollo
total de su personalidad, reivindicarle su derecho a la cultura
del cuerpo, de la inteligencia, de la razón. Por esta aspiración
de cultura para todos el socialismo humanista pretende formar
hombres. La promoción del trabajo no podrá realizarse
completamente sino cuando la clase obrera pueda participar a
la cultura integral.
La preocupación espiritualista se echa de ver por la aceptación
de los valores morales de la cultura, por el deseo de sobrepasar
el materialismo marxista integrando su doctrina en una
concepción espiritualista del hombre y del mundo. Esta es la
tendencia de León Blumm en su obra A l’échelle humaine.
Blumm adhiere al análisis de la sociedad capitalista de Marx,
pero no a su materialismo dialéctico. Admite que el espíritu no
es un simple reflejo de la materia y que la libertad humana no
consiste en someterse a la necesidad física que domina al mundo.
Al salvar así la libertad, Blumm justifica la democracia sin la
cual el socialismo es impotente. Blumm escapa también al
marxismo cuando afirma que el fin de la revolución social no es
sólo liberar al hombre de la explotación económica y de todas
sus servidumbres accesorias, sino también de asegurarle en la
sociedad colectiva la plenitud de sus derechos fundamentales y
de su vocación. Según los marxistas todos los problemas se
encontrarían resueltos por la ascensión del proletariado y por la
aceleración del progreso técnico. Blumm exige además que la
revolución sea hecha para el hombre y no se contenta con plegar
al hombre, ni siquiera momentáneamente, a las necesidades de
la revolución. El mismo Blumm afirma: “Nada de lo que ha sido
establecido por la violencia y mantenido por la fuerza, nada de
lo que degrada al hombre y reposa sobre el desprecio de la
persona humana, puede ser duradero”. Finalmente corrige
Blumm a Marx cuando afirma que la fórmula “lucha de clases”
debe ser entendida en el sentido de “acción de clases”, esto es
liberación de los trabajadores por los trabajadores.

5.3.7.3 Liberalismo.
El socialismo contemporáneo pretende ser liberal en el sentido
en que afirma que no hay verdadero desarrollo de la persona
humana, sin un minimum de libertad económica, política,
espiritual y religiosa. ¿Cómo conciliar las exigencias del

174
socialismo y de la libertad? Los modernos socialistas no lo han
aún declarado.
Las modernas tendencias del socialismo humanista que hemos
expuesto están en gestación, encierran aún grandes lagunas y
sus partidarios están dispersos y son tímidos. El catolicismo social
no puede menos de mirar con simpatía sus esfuerzos por conciliar
la justicia social con los derechos de la persona humana.

5.3.8 Juicio de la Iglesia sobre el socialismo.


León XIII designa en 1878 en Quod Apostolici Muneris bajo el
nombre de socialistas “aquella secta de hombres que, bajo
diversos y casi bárbaros nombres de socialistas, comunistas o
nihilistas... se empeñan… en trastornar los fundamentos de toda
sociedad civil... y no sólo una vez, en breve tiempo han vuelto
sus armas contra los mismos príncipes” [QAM 2, OSC 80]. Alude
aquí el Pontífice a los varios atentados contra la vida de los
monarcas; y detalla en esta encíclica sus cargos contra las
doctrinas socialistas sobre la autoridad civil cuyo fundamento
de derecho divino desconoce, sobre la sociedad doméstica
desprovista de todo carácter religioso y de verdadera autoridad,
sobre la propiedad privada que desean reemplazar por la
colectiva (Cfr. QAM 1-31 y RN 3, OSC 80 - 86).
Pío XI en Quadragesimo Anno señala “las profundas
transformaciones que desde León XIII ha sufrido el socialismo...
Entonces podía considerarse todavía sensiblemente único, con
doctrina definida y bien trabada; pero luego se ha dividido
principalmente en dos partes, las más veces contrarias entre sí y
llenas de odio mutuo, sin que ninguna de las dos reniegue del
fundamento propio del socialismo y contrario a la fe cristiana.
Una parte del socialismo sufrió un cambio semejante al que
indicábamos antes respecto a la economía capitalista, y dio en
el comunismo” (QA 42, OSC 91).
1.- Este sector del socialismo merece las mismas condenaciones
que el comunismo, del cual difiere casi únicamente en los
métodos de acción, menos violentos y más reformistas, pero no
de sus doctrinas materialistas, ateas y de odio de clases.
2.- Hay otro sector socialista mitigado, pero que sigue siendo
verdaderamente socialista y por tanto incompatible con los
dogmas de la Iglesia Católica, por su manera de concebir la
sociedad. El fin del hombre y de la sociedad es el puro bienestar

175
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

“y deben entregarse totalmente a la sociedad en orden a la


producción de los bienes”. Ante la satisfacción de las
comodidades de esta vida “deben ceder y aún inmolarse los
bienes más elevados del hombre, sin exceptuar la libertad... Una
sociedad cual la ve el socialismo, por una parte no puede existir
ni concebirse sin grande violencia, y por otra entroniza una falsa
licencia, puesto que en ella no existe verdadera autoridad social”,
esta, en efecto, no puede basarse en las ventajas temporales,
sino que procede de Dios, Creador y último fin de todos las
cosas.
Si acaso el socialismo, como todos los errores, tiene una parte
de verdad... el concepto de la sociedad que le es característico
y sobre el cual descansa es inconciliable con el verdadero
cristianismo. Socialismo religioso y socialismo cristiano son
términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen
católico y socialista verdadero” (Cfr QA 45 – 48, OSC 93).
3.- Entre los que se llaman socialistas hay una tendencia
moderada, que no debería llamarse socialista. Sus postulados
nada contienen contrario a la verdad cristiana.
Hay un tercer sector “que no sólo confiesa que debe abstenerse
de toda violencia, sino que aun sin rechazar la lucha de clases y
la abolición de la propiedad privada, la suaviza y modera de
alguna manera. Diríase que aterrado por los principios y
consecuencias que se siguen del comunismo, el socialismo se
inclina y en cierto modo avanza hacia las verdades que la
tradición cristiana ha enseñado siempre solemnemente; pues
no se puede negar que sus peticiones se acercan mucho, a veces,
a las de quienes desean reformar la sociedad conforme a los
principios cristianos.
La lucha de clases, sin enemistades y odios mutuos, poco a poco
se transforma en una como discusión honesta, fundada en el
amor a la justicia; ciertamente, no es aquella bienaventurada
paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el
principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las
clases. La misma guerra al dominio privado, restringida más y
más, se atempera de suerte que en definitiva no es la posesión
misma de los medios de producción lo que se ataca, sino el
predominio social que contra todo derecho ha tomado y
usurpado la propiedad. Y de hecho, un poder semejante no
pertenece a los que poseen sino a la potestad pública. De este
modo se puede llegar insensiblemente hasta el punto de que
estos postulados del socialismo moderado no difieren de los
anhelos y peticiones de los que desean reformar la sociedad

176
humana fundándose en los principios cristianos. Porque con
razón se habla de que cierta categoría de bienes ha de reservarse
al Estado, pues llevan consigo un poder económico tal, que no
es posible permitir a los particulares sin daño del Estado.
Estos deseos y postulados justos ya nada contienen contrario a
la verdad cristiana y mucho menos son propios del socialismo.
Por tanto, quienes solamente pretenden eso, no tienen por qué
agregarse al socialismo” (QA 44 y 45, OSC 92).

5.4. Marxismo.
Al hablar de marxismo, conviene desde la partida, distinguir
ciertos términos usados como sinónimos, y que no lo son. Bajo
la palabra “marxismo” señalamos la filosofía social materialista
y dialéctica elaborada por Marx y Engels, que luego
analizaremos. Comunista es el nombre que han tomado los
partidos adheridos a la tercera internacional. El leninismo agrega
el aporte doctrinal de Lenin en la maduración de la filosofía de
Marx y Engels, y en particular, su plan estratégico para la
realización de la revolución proletaria. El stalinismo alude a las
doctrinas del actual dirigente máximo del comunismo tendientes
a consolidar la revolución en Rusia y a su extensión posterior a
los otros países. La consolidación del comunismo en Rusia y el
apoyo a su política es, según Stalin, el primer deber de los
comunistas del mundo.

5.4.1 El sistema de Marx.


Los temas esenciales del comunismo están principalmente en
las voluminosas obras de Marx y Engels, en especial El Capital
(1867), El Manifiesto publicado en 1847 contiene en resumen
las principales tesis marxistas. Para mayor claridad,
distinguiremos en el marxismo las posiciones filosóficas, las
económicas y las políticas, y agregaremos las grandes líneas del
tipo de hombre que Marx pretende formar. (Nos hemos servido
de muchas reflexiones de Jean Lacroix: El hombre marxista, Sem.
Social Francesa, 1947 pp. 127 – 135).

5.4.1.1 Posiciones filosóficas.


Son las del materialismo histórico, o materialismo dialéctico.

177
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

A) Aspecto materialista.
Para comprender la sociedad en un momento dado hay que
partir de la producción de bienes materiales y de la infraestructura
económica. La infraestructura económica está determinada por
las fuerzas productivas: factores naturales, maquinaria, vías de
comunicación, etc. El conjunto de fuerzas productivas existentes
en un momento dado determina el modo de producción:
agrícola, artesanal, industrial, etc. Los modos de producción
determinan las relaciones sociales, que son fruto de las relaciones
económicas. Tenemos entonces una clase explotada, y una clase
explotadora que en la época feudal logró su engrandecimiento
mediante la tierra, ahora mediante el dinero. Esta clase
explotadora hace trabajar las otras clases para su provecho, dirige
la producción y reparte las riquezas.
La infraestructura económica determina a su vez una
superestructura social doble: jurídica y política, primer plano; y
religiosa, ideológica, científica, artística, etc. segundo plano.
La superestructura política y jurídica no es sino el reflejo de la
infraestructura económica y social. Llegada al poder una clase
mediante su posición económicamente ventajosa se aprovechará
de la organización política y jurídica para consolidar y mantener
su posición económica: “La legislación tanto civil como política
no hace sino pronunciar, verbalizar la determinante de las
relaciones económicas” (Marx). “El Estado es, por regla general,
el Estado de la clase más poderosa, de la que tiene el dominio
económico, la cual por su medio se convierte en la clase
políticamente dominante y adquiere así nuevos medios de
dominar y de explotar a la clase oprimida” (Engels).
La superestructura ideológica, científica, artística está
determinada por la infraestructura económica y por la
superestructura jurídica y política: “Los pensamientos de las
clases dominantes son en todas las épocas los pensamientos
dominantes... Los pensamientos dominantes no son nada más
que la expresión ideológica de las relaciones materiales
dominantes concebidos bajo la forma de pensamientos, por
consiguiente, las relaciones que hacen de la clase una clase
dominante, por consiguiente los pensamientos de su
dominación” (Marx).
La moral y la religión no escapan a esta determinación, ya que
no son sino medios usados por la clase dominante para asegurar
su dominio. La religión católica, en forma especial, es la forma
de religión que corresponde a la economía capitalista, ya que
como ella es internacional y universal. Además, al predicar a

178
los trabajadores la resignación en este mundo para obtener la
felicidad de una vida futura, atenúa los antagonismos de clase,
aniquila el poder revolucionario del proletariado, es el “opio
del pueblo”. La destrucción de la religión es, pues, una condición
indispensable para la emancipación del proletariado, que debe
caer cada vez más en la cuenta de la explotación de que es
víctima. Para Marx los grandes fundamentos de la Religión: la
existencia de Dios, de un alma espiritual e inmortal no tienen
valor alguno.
La familia es también una superestructura que debe desaparecer
con la economía capitalista, para dejar paso al amor libre, escribe
Engels en 1884.

B) Aspecto dialéctico.
La filosofía contemplativa no interesa al marxista, más aún la
rechaza de plano. Al marxismo le corresponde superar la filosofía
y resolver en la práctica los problemas que ella plantea en teoría.
Lo que interesa al marxista es seguir el curso de la historia en su
gran línea de liberación del hombre. Esta línea histórica no se
funda en dogmas ni en teorías, es más bien un método, un análisis
de la realidad y una manera de actuar sobre ella. De aquí que la
objetividad pura no le interesa: un conocimiento vale en la
medida en que sirve para transformar la realidad. Si analiza el
estado social presente es para construir el futuro. Para Marx la
crítica no es una pasión de la cabeza sino la cabeza de la pasión.
Describir utópicamente la sociedad futura no tiene interés para
los marxistas y les parece imposible tal descripción que debería
ser hecha partiendo de los elementos del mundo presente
llamado a desaparecer. En cambio, fieles a Marx que analizó la
noción del capitalismo y predijo su fin, sus discípulos analizan
la situación histórica en la que viven y se esfuerzan por seguir el
movimiento de liberación que le va a dar desenlace: “Llamamos
comunismo, dice Marx, el movimiento efectivo que suprimirá
la situación presente”.
La contradicción es el motor del progreso. Tanto la sociedad
como las instituciones avanzan por esta lucha interna o
dialéctica, que Marx tomó de Hegel, variando eso sí su sentido.
En Hegel servía para explicar un mundo idealista. En Marx un
mundo materialista.
La nobleza produjo un tiempo la burguesía que estuvo a su
servicio y fue por ella reemplazada. La burguesía capitalista ha
producido el proletariado que será su sepulturero. La clase

179
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

inferior es muy pronto la clase triunfante y esta es suplantada a


su vez. Marx confía sin embargo que estas catástrofes sucesivas
que van dando a luz nuevos tipos de sociedades, tendrán, sin
embargo, un término porque las contradicciones se concentran
y se estrechan. La masa de los explotados es cada día mayor
frente a un número de explotadores cada día menor y vinculados
en forma más y más abstracta con las instituciones de que forman
parte. Marx predice que antes de llegar a la etapa final ocurrirá
la dictadura del proletariado que destruirá los vestigios del
sistema capitalista y construirá el socialismo. Este estado
proletario se destruirá poco a poco en cuanto a estado y en
cuanto a proletario y dará lugar la sociedad sin clases.

C) Los valores marxistas.


¿Cuáles son los valores que guían al comunista en su acción? En
primer lugar no reconoce ningún valor trascendente que pueda
juzgar al hombre desde el exterior y desde lo alto. Toda referencia
a lo eterno le parece una hipocresía, el pretexto para escapar de
la lucha inmediata o una traición a la clase proletaria. Para el
marxista lo importante es seguir el curso de la historia que
desembocará en la liberación del proletariado. La clase que sube
y conquista representa los más altos valores de su tiempo,
mientras que las otras clases encarnan la servidumbre y la
perversión social. El instrumento de ascensión social es la ciencia
unida a la técnica y a la intransigencia racionalista. Las clases
que han ocupado posición dominante se han servido de la razón,
pero desde que se han instalado en el poder han abandonado
su racionalismo, han invocado una justificación trascendente,
han abandonado la razón por la fe, según afirma Marx. Para
refutar estas ideologías que han ido sucediéndose, el marxismo
no combate directamente cada sistema, sino que demuestra que
son el producto de una época decadente, que debe ser superada
por la ascensión al poder del proletariado que lleva en sí los
más altos valores. Al luchar contra el capitalismo el marxista
cree luchar por el hombre.
La moral y la revolución se identifican en el sistema marxista.
Los más decididos negadores de Dios habían reconocido un
ideal que lo reemplazara, por ejemplo la justicia. Los marxistas
en cambio han llevado hasta sus últimas consecuencias la
negación del trascendente. El acto humano nada tiene que ver
con Dios, sólo se refiere a la historia que es su único juez. Acto
bueno es el que va en el sentido de la historia. Acto malo el que
se le opone. El progreso de la humanidad, es, por tanto, la norma

180
suprema para juzgar del valor moral de las acciones. El acto
moral es el más progresista. De aquí se sigue que el fin justifica
los medios, al menos los medios que son inmanentes al fin.
Consecuente con estos principios en los conflictos
internacionales el marxista dará razón al estado más progresista,
y en los conflictos internos la razón estará siempre del lado del
proletariado.

5.4.1.2 Posiciones económicas.


Para comprender el capitalismo del siglo XIX Marx parte de la
teoría del valor trabajo y muestra como la ganancia del patrón,
la plusvalía, es obtenida a expensas del trabajador. La búsqueda
de esta plusvalía por parte de los capitalistas los precipitará en
la catástrofe final. El capitalismo está fundado sobre una
contradicción que se irá agravando, contradicción entre el
mundo de los capitalistas que poseen los medios de producción
y se apropian de la mayor parte de los beneficios, y el mundo
de los proletarios que realizan el trabajo y no perciben su utilidad.
La búsqueda de la plusvalía conduce a la concentración creciente
de las masas, cada día. Consiguientemente la lucha de clases
no puede menos de agravarse. Además la concentración conduce
a la superproducción y a las crisis que hacen aún más grave la
situación del proletariado, que los llevará a desposeer a la ínfima
minoría de ricos. La dictadura del proletariado precederá al
comunismo integral.

5.4.1.3 Posiciones políticas.


No hay ninguna ruptura entre las posiciones económicas y las
posiciones políticas del marxismo. Ya que el proletariado es la
clase designada por la historia para derrocar al capitalismo y al
estado burgués, ya que el progreso no puede obtenerse sino por
la lucha de clases y por la revolución, corresponderá al
proletariado, guiado por su grupo dirigente el partido comunista,
acentuar por todos los medios la lucha de clases, para acelerar
el advenimiento de la dictadura del proletariado.
El manifiesto del Partido Comunista consecuente con este
principio declara que: el comunismo es la conciencia del
proletariado. Ser comunista significa para Marx conocer a fondo
la condición proletaria y esforzarse por destruirla aniquilando
el capitalismo. El proletariado, verdadero crucificado del mundo
moderno es el único capaz de destruir las actuales

181
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

contradicciones sociales, el único que puede redimir al hombre


porque es el que sufre más. Los proletarios son la inquietud del
mundo porque son su dolor. La conciencia proletaria es la
conciencia desgraciada, es la conciencia inquieta, es la “pérdida
del hombre”. Marx espera que el proletariado tome conciencia
de esta pérdida y se revuelva contra ella.
Lacroix a quién estamos siguiendo en este comentario del
marxismo piensa que el mesianismo de Marx no es sino la
conciencia del papel necesario atribuido a la clase obrera en la
obra revolucionaria. Al revés del burgués que se desinteresa de
cuanto le rodea, el proletario desprovisto de todo capta la
inhumanidad esencial de nuestra sociedad. El proletariado más
que una clase particular es el resultado de la descomposición
total de la sociedad, el producto de sus íntimas contradicciones,
su revolución tendrá, por tanto, carácter universal porque luchará
contra el error absoluto.

5.4.1.4 Táctica marxista.


Siendo las masas las que más sufren brota espontáneamente en
ellas un movimiento revolucionario que los burgueses se
empeñan en atribuir a los agitadores pero que Marx señala como
la obra espontánea de las masas. El comunista es el que cree en
las espontaneidad de las masas.
El movimiento espontáneo de las masas permanece ciego e
ineficaz. La misión del comunista es tomar conciencia del
pensamiento de las masas para encaminarlo y dirigirlo. En este
sentido el comunismo es la conciencia del proletariado.
Así como el comunismo es la conciencia de la masa, los jefes
son la conciencia del comunismo. Su misión es radicalizar a las
masas. No deben ellos infundir a los proletarios sus ideas
personales sino hacerlos tomar conciencia de lo que piensan y
radicalizar sus pensamientos. La masa sin jefe será anárquica y
quedará a merced de los explotadores. El jefe que no traduce el
pensamiento de la masa, que se aísla en sus propios conceptos
subjetivos se vuelve un revolucionarista y un renegado. Así
pensaba Marx pero la práctica del comunismo contemporáneo
indica claramente que la acción va por otro lado y que son los
jefes los que llevan a las masas donde ellos quieren sin
preocuparse de lo que espontáneamente harían las masas. Tal
vez en esta desviación de la intuición marxista se esconde una
de las causas de decadencia interna del comunismo.

182
5.4.1.5 Mística comunista.
El comunista encuentra gran parte de su mística en la conciencia
que adquiere de que su partido es el único capaz de guiar la
revolución proletaria. El comunista no es el que admira a Marx,
sino el que ha comprendido adónde lleva la dialéctica histórica
y participa en su movimiento liberador del proletariado, el que
a cada instante precisa la situación para ver hacia donde se
orienta y lo que permite a la acción humana para regenerar al
hombre. El camino de la liberación es duro, sembrado de
exigencias y en él no se progresa sino codo a codo con la
humanidad entera. El partido en esta lucha no es uno de tantos
partidos políticos: es un verdadero orden, un absoluto. A él hay
que sacrificarlo todo, no solamente la vida, sino hasta el honor
y aún la verdad. El conflicto de la verdad no existe sino para los
no marxistas que tienen acerca de ella, como acerca del honor,
una idea absoluta sin referencias históricas. No hay verdad fuera
del partido. El partido solo es el único que puede conducir a la
revolución, la revolución es necesaria. ¿Cómo podríamos
oponerle una opinión individual? La única libertad que conoce
el comunista es la libertad de adherir al partido, en el cual
piensan ellos que reside la verdad y la historia. El partido es el
único valor. El partido frente a los comunistas está siempre en el
poder: lo ejerce en nombre de la clase obrera y al llegar a la
autoridad política solo consigue un nuevo campo de acción
revolucionaria. El atentado individual no gusta al comunista
porque sustrae a su autor a la tutela del partido. El militante
frente a su partido hace un renunciamiento total que produce
admiración y espanto. El marxismo más que un sistema objetivo
de explicación del universo es una voluntad feroz de crear un
mundo nuevo.
El marxista experimenta un desprecio total por el hombre
degradado del mundo burgués, de este mundo que no es más
que la prehistoria de la humanidad en que el hombre ha luchado
contra el hombre.
Frente a este mundo el marxista vive en un permanente combate,
en estado de guerra total con la sociedad presente.
Dialécticamente, el proletariado es la negación de la burguesía
y esta negación no es sólo intelectual sino viva. Negar la
burguesía es excluirla; la lucha es implacable.
Ningún contacto debe mantener el proletariado con los
capitalistas para no debilitar su espíritu de lucha. Mantener
relaciones de hombre a hombre, respetar los derechos inherentes
a la persona humana, todo esto es ajeno a la conciencia

183
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

comunista. Las buenas intenciones de nada sirven. Lo que


importa en política son los resultados. Esto, como se comprende,
lleva a consecuencias profundamente inhumanas.
La reforma de la sociedad no puede operarse reformando las
conciencias sino reformando las condiciones de vida, ya que la
conciencia humana no es sino un reflejo de sus relaciones
sociales. La reforma interior e individual es ineficaz. Buscar entre
la burguesía y el proletariado un común denominador humano
es enervar la conciencia obrera y favorecer el capitalismo.
Psicológicamente el comunista es el que desespera del mundo
capitalista, el que no tiene con él otras relaciones sino la que lo
mueven a combatirlo y a aniquilarlo.
Este espíritu de lucha tonifica la mística comunista pues da al
combatiente la sensación de luchar por una reconciliación del
hombre, por el término de las alienaciones que lo esclavizan,
por una causa por la cual bien se puede morir.
No pierde ocasión el partido de señalar a sus militantes la
decadencia de la burguesía: su cine abyecto, la liviandad de sus
costumbres, el alcoholismo, la morfinomanía, la descomposición
de la conciencia humana, su pobreza ideológica y su total falta
de fe en el hombre.
Una mística de posesión de la naturaleza, de la conquista del
mundo, de la resolución de los grandes problemas que hagan
avanzar a la humanidad anima la propaganda marxista. El
marxismo es una doble lucha: lucha del hombre con el hombre,
que se llama lucha de clases; lucha del hombre con la naturaleza
que se llama trabajo. Esta lucha terminará en una reconciliación
del hombre con los hombres en la sociedad sin clases que
constituirá “la gran tarde” de la historia y en una reconciliación
del hombre con el mundo por el dominio de la naturaleza. Antes
de llegar a este período de liberación total habrá que pasar por
el de dictadura del proletariado en el que se aplicará la fórmula
“a cada uno según sus obras”. En la etapa final se dará “a cada
uno según sus necesidades”.
Esta última etapa coincidirá con el desaparecimiento del estado,
al acabarse las clases que son su fundamento. En el régimen
ideal marxista no existirá la dualidad entre lo social y lo político,
ni existirá la distinción entre el hombre privado y el ciudadano,
pues el estado será absorbido por la sociedad.

184
5.4.2 Marxismo contemporáneo.
Las ideas que anteriormente hemos expuesto parecen quedar
en plano puramente ideal y en la práctica estas proposiciones
de una lógica coherente son reemplazadas por la obediencia
ciega al partido que los marxistas admiten lógicamente.
Las teorías económicas de la plusvalía y la explicación marxista
de las crisis son bastante dejadas de lado.
El marxismo contemporáneo nos aparece dividido en muchos
grupos, algunos que se presentan como desviaciones de
izquierda tales el Socialismo Trotskista representado por la Cuarta
Internacional, y la Izquierda Comunista Internacional. Estas dos
tendencias se reclaman del marxismo integral y hacen suyas
todas las posiciones doctrinales de Marx, Engels y Lenin. Su
desacuerdo doctrinal con Stalin versa sobre la teoría de la
revolución permanente. Ellos afirman la imposibilidad de
instaurar el socialismo en un solo país si está rodeado de países
capitalistas que lo obligarán a frenar sus aspiraciones
revolucionarias. Por esto Lenin quería llevar el combate
revolucionario simultáneamente en su país y en los países
extranjeros. Stalin al contrario ha creído posible limitar el sentido
revolucionario a fin de salvar el Estado Soviético. Con este motivo
ha pactado con los países capitalistas y asegura reiteradas veces
que es posible la convivencia de los regímenes comunista y
capitalista. Los marxistas de izquierda acusan a Stalin de haber
traicionado a la clase obrera y a la revolución.
Trotskistas e Izquierda Comunista están también de acuerdo en
rechazar toda colaboración con los partidos burgueses en el
plano político; quieren el combate revolucionario tanto en el
terreno nacional como en el internacional; luchan contra todas
las Iglesias, luchan contra todos los imperialismos. Los Trotskistas
piensan que si Rusia fuera atacada por los países capitalistas
ellos deben ayudarla, porque el Estado Soviético representa un
innegable progreso sobre los estados capitalistas. La Izquierda
Comunista Internacional por el contrario piensa que el
imperialismo stalinista no vale más que los imperialismos
burgueses. Para ella los trotskistas son también reaccionarios.

5.4.3 Juicio de la Iglesia sobre el comunismo ateo.


Muy clara y decidida es la posición de la Iglesia sobre el
“comunismo bolchevique y ateo que tiende a derrumbar el orden
social” (DR 2, OSC 98).

185
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

En 1846 lo condenó Pío IX y confirmó esta declaración en el


Syllabus; León XIII en Quod Apostolici Muneris; Pío XI en
Quadragesimo Anno, Miserentissimus Redemptor, Charitate
Christi, Acerba Animi, Dilectissima Nobis y especialmente en
Divini Redemptoris, encíclica consagrada enteramente a este
tema. Pío XII ha aludido al comunismo en centenares de
documentos y declaró excomulgados a todos los...28
Los documentos del Episcopado y los de teólogos y filósofos
católicos son aplastantes en número y uniformidad de doctrina.
Resumamos la doctrina oficial sobre este punto.

5.4.3.1 Cómo ha logrado penetrar el comunismo.


“Un pseudo-ideal de justicia, de igualdad, y de fraternidad en el
trabajo penetra toda su doctrina y toda su actividad de cierto
misticismo que comunica a las masas halagadas por falaces
promesas un ímpetu y entusiasmo contagiosos, especialmente
en un tiempo como el nuestro, en el que de la defectuosa
distribución de los bienes de este mundo se ha seguido una
miseria casi desconocida. Mas aún, se hace gala de este pseudo-
ideal, como si él hubiera sido el iniciador de cierto progreso
económico, el cual, cuando es real, se explica por causas bien
distintas: como son, la intensificación de la producción industrial
en países que casi carecían de ella, valiéndose de enormes
riquezas naturales, y el uso de métodos inhumanos para efectuar
grandes trabajos con poco gasto” (DR 8, OSC 100).
“Bajo pretexto de querer tan sólo mejorar la suerte de las clases
trabajadoras, quitar abusos reales causados por la economía
liberal y obtener una más justa distribución de los bienes terrenos
(fines, sin duda, del todo legítimos), y aprovechándose de la
crisis económica mundial, se consigue atraer a la zona de
influencia del comunismo aun a aquellos grupos sociales que,
por principio, rechazan todo materialismo y terrorismo. Y como
todo error contiene siempre una parte de verdad, este aspecto
verdadero al que hemos hecho alusión, puesto astutamente ante
los ojos, en tiempo y lugar apto para cubrir, cuando conviene,
la crudeza repugnante e inhumana de los principios y métodos
del comunismo bolchevique seduce aun a espíritus no vulgares
hasta llegar a convertirlos en apóstoles de jóvenes inteligencias
poco preparadas aún para advertir sus errores intrínsecos. Los
pregoneros del comunismo saben también aprovecharse de los

28 La frase quedó incompleta.

186
antagonismos de raza, de las divisiones y oposiciones de diversos
sistemas políticos, y hasta de la desorientación en el campo de
la ciencia sin Dios, para infiltrarse en las Universidades y
corroborar con argumentos pseudo-científicos de principios de
su doctrina.
Y para explicar cómo ha conseguido el comunismo que las masas
obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que
éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral
en el que las había dejado la economía liberal” (DR 16, OSC
106).
Una feroz propaganda de prensa, una conspiración del silencio
de la prensa no católica ante los primeros atentados del
comunismo le permitieron extender su influencia. A acrecentar
esta influencia contribuyó “la incuria de los que parecen
despreciar estos inminentes peligros, y con cierta pasiva desidia
permiten que se propaguen por todas partes doctrinas que
destrozarán, por la violencia y por la muerte, toda la sociedad.
Mayor condenación merece aún la negligencia de quienes
descuidan la supresión o reforma del estado de cosas, que lleva
a los pueblos a la exasperación y prepara el camino a la
revolución o ruina de la sociedad” (QA 43, OSC 91).

5.4.3.2 Principales oposiciones al Catolicismo.


En su esencia es materialismo dialéctico e histórico.
“En sustancia, la doctrina que el comunismo oculta bajo
apariencias a veces tan seductoras, se funda hoy sobre los
principios del materialismo dialéctico e histórico... Esta doctrina
enseña que no existe más que una sola realidad, la materia con
sus fuerzas ciegas, la cual por evolución, llega a ser planta,
animal, hombre. La misma sociedad humana no es más que
una apariencia y una forma de la materia que evoluciona del
modo dicho, y que por ineluctable necesidad tiende en un
perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad
sin clases. Es evidente que en semejante doctrina no hay lugar
para la idea de Dios, no existe diferencia entre espíritu y materia,
ni entre cuerpo y alma; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por
consiguiente puede haber esperanza alguna en una vida futura.
Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los
comunistas sostienen que los hombres pueden acelerar el
conflicto que ha de conducir al mundo hacia la síntesis final.
De ahí sus esfuerzos por hacer más agudos los antagonismos
que surgen entre las diversas clases de la sociedad; la lucha de

187
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

clases, con sus odios y destrucciones, toma el aspecto de una


cruzada por el progreso de la humanidad. En cambio, todas las
fuerzas, sean las que fueren, que resistan a esas violencias
sistemáticas, deben ser aniquiladas como enemigas del género
humano” (DR 9, OSC 101). De aquí la negación total de la
caridad.
Despoja al hombre de los derechos inherentes a su
personalidad.
“El comunismo además despoja al hombre de su libertad,
principio espiritual de su conducta moral, quita toda dignidad a
la persona humana y todo freno moral contra el asalto de los
estímulos ciegos. No reconoce al individuo, frente a la
colectividad, ningún derecho natural de la persona humana,
por ser ésta en la teoría comunista simple rueda del engranaje
del sistema. En las relaciones de los hombres entre sí sostiene el
principio de la absoluta igualdad, rechazando toda jerarquía y
autoridad establecida por Dios, incluso la de los padres; todo
eso que los hombres llaman autoridad y subordinación se deriva
de la colectividad como de su primera y única fuente. Ni concede
a los individuos derecho alguno de propiedad sobre los bienes
naturales y sobre los medios de producción, porque siendo ellos
fuente de otros bienes, su posesión conduciría al predominio
de un hombre sobre los demás. Por esto precisamente, por ser
fuente originaria de toda esclavitud económica, deberá ser
destruido radicalmente este género de propiedad privada.
Naturalmente esta doctrina, al negar a la vida humana todo
carácter sagrado y espiritual, hace del matrimonio y de la familia
una institución puramente artificial y civil, o sea fruto de un
determinado sistema económico; niega la existencia de un
vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por
encima del arbitrio de los individuos y de la colectividad, y
consiguientemente niega también su indisolubilidad. En
particular, no existe para el comunismo nada que ligue a la mujer
con la familia y la casa. Al proclamar el principio de
emancipación de la mujer, la separa de la vida doméstica y del
cuidado de los hijos para arrastrarla a la vida pública y a la
producción colectiva en la misma medida que al hombre,
dejando a la colectividad el cuidado del hogar y de la prole.
Niega, finalmente, a los padres el derecho a la educación, porque
éste es considerado como un derecho exclusivo de la comunidad,
y sólo en su nombre y por mandato suyo lo pueden ejercer los
padres” (DR 10 - 11, OSC 102 - 103).

188
Suprime a Dios. Concibe la civilización como fruto de
una evolución ciega.
“¿Qué sería, pues, la sociedad humana, basada sobre tales
fundamentos materialistas? Sería una colectividad sin más
jerarquía que la del sistema económico. Tendría como única
misión la de producir bienes por medio del trabajo colectivo, y
como fin el goce de los bienes de la tierra en un paraíso en el
que cada cual ‘daría según sus fuerzas y recibiría según sus
necesidades’. El comunismo reconoce a la colectividad el
derecho, o más bien, el arbitrio ilimitado de obligar a los
individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar
particular, aun contra su voluntad, y hasta con la violencia. En
esa sociedad tanto la moral como el orden jurídico no serían
más que una emanación del sistema económico contemporáneo,
es decir de origen terreno, mudable y caduco. En una palabra,
se pretende introducir una nueva época y una nueva civilización,
fruto exclusivo de una evolución ciega: ‘una humanidad sin
Dios’” (DR 12, OSC 104).

5.4.3.3 Actitud de los Católicos frente al Comunismo.


Con gran astucia los comunistas “pérfidamente procuran
infiltrarse hasta en asociaciones abiertamente católicas y
religiosas. Así en otras partes, sin renunciar en lo más mínimo a
sus perversos principios, invitan a los católicos a colaborar con
ellos en el campo llamado humanitario y caritativo, proponiendo
a veces cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a
la doctrina de la Iglesia. En otras partes llevan su hipocresía
hasta hacer creer que el comunismo en países de mayor fe y
cultura tomara un aspecto más suave, y no impedirá el culto
religioso y respetará la libertad de las conciencias. Y hasta hay
quienes, refiriéndose a ciertos cambios introducidos
recientemente en la legislación soviética, deducen que el
comunismo está para abandonar su programa de lucha contra
Dios” [DR 57, OSC 109].

El comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede


colaborar con él en ningún terreno.
“Procurad, Venerables Hermanos, que los fieles no se dejen
engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso y no se
puede admitir que colaboren con él en ningún terreno los que
quieren salvar la civilización cristiana. Y si algunos, introducidos

189
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al error, cooperasen a la victoria del comunismo en sus países,


serían los primeros en ser víctimas de su error; y cuando las
regiones, donde el comunismo consigue penetrar, más se
distingan por la antigüedad y la grandeza de su civilización
cristiana, tanto más devastador se manifestará allí el odio de los
‘sin – Dios’” (DR 58, OSC 110).
Al condenar el comunismo ha declarado, reiteradas veces el
Santo Padre, que sus condenaciones son para el régimen
materialista y ateo, pero no para el Pueblo Ruso, que sufre en
carne propia la triste experiencia.

5.4.4 El juicio de los hechos.


Las hermosas declaraciones de justicia, de elevación proletaria
han inflamado muchos espíritus generosos, pero las realizaciones
han desengañado profundamente a los hombres sinceros que
han logrado conocer la auténtica realidad de los hechos.
Esta realidad es bien difícilmente conocida porque los
gobernantes soviéticos han puesto un exquisito cuidado en
ocultarla tras telones de hierro su paraíso. ¿Por qué? ¿Por qué
impiden a sus ciudadanos viajar al extranjero?
Es indiscutible en primer lugar que el régimen soviético ha
realizado mejora en la vida de los trabajadores que estaban en
un estado de sumo retraso, han realizado grandes construcciones
materiales que exhiben en una estridente propaganda. Para ello
han dispuesto de los recursos todos de un inmenso y rico país
cuya economía controla totalmente el estado. ¿Hasta donde
llegan estas conquistas materiales? Rusia es tal vez el único país
del mundo en que resulta difícil apreciarlo con seguridad, porque
el extranjero no puede controlarlo y hay sobrados antecedentes
para no fiarse de las fuentes de información soviética.
Los que han logrado evadirse del régimen soviético y muchos
que han entrado a él como amigos y han salido sus decididos
adversarios, hablan de miseria, de construcciones obreras
deficientísimas, de salarios de hambre, de gran ignorancia y de
odio al régimen.29
El terrorismo impera y en los tiempos modernos quizás jamás
en la historia se ha conocido otro gobierno más despótico,
dictatorial, totalitario, que concentra todos los poderes en el

29 En el texto original, a continuación aparece “Consúltense obras como las


de...”.

190
Amo... y en sus todopoderosas policías secretas. En Rusia se
vive en la incertidumbre, bajo el pánico, bajo el temor de la
delación y de la traición convertidas en sistemas.
El régimen soviético predica la paz y practica la guerra, la
opresión de estados ayer independientes y anexados hoy a su
órbita imperialista y es uno de los mayores causantes de la carrera
armamentista en que está lanzada la humanidad. Se olvidan
por el momento todas las auténticas reivindicaciones proletarias,
se posterga todo lo que pudiera dignificar su vida, para gastar
esos billones de pesos en armas.
Lo que hace más desgraciada esta situación es la imposibilidad
de celebrar relaciones contractuales con Rusia por la inseguridad
de poder fiarse de su palabra. Según los principios comunistas
la verdad y la moral se identifican con el triunfo del Partido: lo
que a esto conduce es moral y verdadero. Ante tal doctrina no
puede haber valores, ni siquiera conceptos comunes que hagan
posible un pacto. Por esto el mundo vive en permanente angustia
y desconfianza ante las promesas marxistas.
El Comunismo debe llevar cada día a los cristianos a examinar
con sinceridad y realismo si viven la doctrina del amor fraternal,
distintivo de un discípulo de Cristo y si están dispuestos a realizar
todos los sacrificios para hacer un mundo digno de los hijos de
Dios.

191
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196
1. PRESUPUESTOS DE LA MORAL SOCIAL CATÓLICA.

Los diversos sistemas de moral social que se enfrentan hoy día


se diversifican y se oponen más que por una apreciación diferente
del uso de los medios económicos, por una diferente filosofía
acerca de Dios, del hombre, del mundo. Una visión materialista
y una espiritualista tendrán desde la partida concepciones
totalmente opuestas del hombre, de la libertad y de las riquezas,
que habrán de repercutir en los problemas sociales, económicos
y hasta en los técnicos.
S.S. Pío XII en la encíclica Summi Pontificatus dice: “Porque, si es
verdad que los males que aquejan a la humanidad actual
provienen, en parte, del desequilibrio económico y de la lucha
de intereses por una distribución más justa de los bienes que Dios
ha concedido a los hombres, como medios de sustento y de
progreso, no es menos verdad que su raíz es más profunda e
interna, pues toca a las creencias religiosas y a las convicciones
morales, pervertidas con el progresivo separarse de los pueblos
de la unidad de doctrina y de fe, de costumbres y de moral, en
otro tiempo promovida por la labor infatigable y benéfica de la
Iglesia. La reeducación de la humanidad, si se quiere que sea
efectiva, tiene que ser ante todo espiritual y religiosa: por tanto,
debe partir de Cristo como de su fundamento indispensable, tener
la justicia como su ejecutora y por corona la caridad” (SP 29,
OSC 116). “Las energías que deben renovar la faz de la tierra
tienen que proceder del interior del espíritu” (SP 29, OSC 117).
La Moral Social presupone, por tanto algunos conceptos
fundamentales, que son materia de otros tratados, pero que no
podemos menos de insinuar porque revisten la mayor
importancia. En ningún momento el pensamiento o la acción
puede olvidar estos grandes principios.

1.1 Dios.
En épocas anteriores los hombres se dividían en sus opiniones
filosóficas y religiosas, por su diversa idea de la divinidad, por
el diferente mensaje que creían haber recibido de Dios, por el
diferente culto que le tributaban, pero todos, moralmente
hablando, creían en Dios. Nuestro siglo ha tenido el triste
privilegio de saber que millones de hombres se dicen ateos, y
viven esclavizados por sistemas teórica o prácticamente ateos,
mientras filósofos, economistas y sociólogos aplican a sus

197
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

respectivos campos las consecuencias de su ateísmo. Todo juicio


de moral social está condicionado por una actitud íntima frente
al problema Dios. Si esta actitud es teórica o prácticamente atea,
la moral social cristiana le aparecerá desposeída de todo
fundamento, de su fuerza y sentido. Si un grupo de universitarios,
o de sindicalistas quieren seguir un curso de moral social,
pónganse bien claramente de acuerdo sobre este punto de partida
antes de seguir adelante: si no todo su estudio carecerá de base.
S.S. Pío XI, en Divini Redemptoris, después de haber expuesto
los errores del comunismo ateo, opone la verdadera noción de
la “Civitas humana” e indica que “por encima de toda otra
realidad está el sumo, único supremo Ser, Dios, Creador
omnipotente de todas las cosas, Juez sapientísimo y justísimo
de todos los hombres... No porque los hombres así lo crean,
Dios existe: sino porque El existe, creen en El y elevan a El sus
súplicas cuantos no cierran voluntariamente los ojos a la verdad”
(DR 26, OSC 113).
Dios crea de la nada todos los seres materiales y espirituales, les
conserva el ser, la vida, organiza y mantiene el mundo que de El
salió. Entre estas criaturas se encuentran seres inteligentes y libres,
a los cuales da una ley moral que los orienta en el ejercicio de
su libertad, hacia el mismo Dios. Dios es a la vez creador,
legislador, dueño de todo y fin supremo de cuanto existe.
El mundo y las cosas todas del universo nos han sido entregadas
por el Creador como un instrumento al servicio del hombre para
que sirviéndose de ellas realice su destino. Está en el plan de
Dios que el hombre se enseñoree cada día más y más de las
fuerzas ocultas en el mundo. Nos narra el Génesis que al crear
Dios a nuestros primeros Padres los bendijo diciéndoles:
“Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y
dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre
los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”
(Gn 1,28-29). Al servirse ordenadamente del mundo el hombre
lo hace realizar su fin último, que es la gloria de Dios. S. Pablo
dice al hombre: “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, y Cristo
de Dios” (1 Co 3,33).

198
1.2. El hombre.
El hombre es el centro de la moral social. La dignidad de la
persona humana es el fundamento de sus derechos: por eso es
necesario comprenderla adecuadamente.
El hombre es un intermediario entre el puro espíritu y el ser
puramente material. Su cuerpo sensible está vivificado por un
alma espiritual, libre e inmortal, creada a imagen y semejanza
de Dios. El hombre es una persona, un ser con un destino propio
que debe realizar por el uso de su libertad; es un sujeto de
deberes y derechos sagrados que se imponen al respeto de todos.
Sobre él no tiene dominio directo, nada ni nadie más que Dios.
Ni la familia, ni el estado ni sociedad alguna puede en ninguna
circunstancia creerse autorizada para atropellar sus legítimos
derechos.
Esta grandeza del hombre mirada a la sola luz de la razón natural
se acrece inmensamente si la miramos ante la revelación
cristiana. Dios creó al hombre para hacerlo su amigo, su hijo
adoptivo, para hacerle participar su propia naturaleza, para darle
una felicidad eterna que fuera participación de la que El goza,
que es El mismo: para que lo conociera como Dios se conoce a
sí mismo, para que lo amara como El se ama a sí mismo. Esta
elevación del hombre al plano sobrenatural fue destruida por el
pecado de nuestros primeros Padres, que nos privó – por culpa
de ellos – del don gratuito de Dios: su gracia santificante. Pero
roto el primer camino de elevación a la vida sobrenatural, el
amor infinito de Dios no se dejó vencer por la pequeñez humana
y escogió un segundo camino aún más maravilloso para elevar
a todos los hombres, de todos los tiempos a la participación de
la vida divina. Tan pronto nuestros Padres habían pecado les
anunció el Señor que vendría su Hijo a la tierra y pisotearía la
cabeza del espíritu del mal. Llegada la plenitud de los tiempos
el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros para que
pudiéramos llamarnos hijos de Dios y serlo de verdad. Quienes
desde los albores de la creación (No pertenece a la materia de
este libro explicar largamente como pueden salvarse los que
nacieron antes de Cristo, o los que no lo han conocido
expresamente. La teología se encarga de ello: sólo queremos
indicar que al hombre que hace cuanto está de su parte por
seguir la verdad, tal cual la conoce a través de su conciencia,
Dios no le niega su Gracia. La Verdad no es más que una y
Cristo dijo de Sí, “Yo soy la Verdad” (Jn 14, 6) han creído y
esperado en El, a la manera que esto les era posible según la luz
recibida han pasado a ser de verdad hijos auténticos de Dios. Es
imposible pensar en un don de mayores proporciones.

199
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Por la Redención podemos con absoluta verdad ser auténticos


hijos de Dios, hermanos del Verbo, templos del Espíritu Santo:
podemos llamar a Dios con toda certeza Padre nuestro.
El Hijo de Dios al unirse [a] una naturaleza humana elevó en
ella a todo el género humano. Cristo es el primogénito de una
multitud de hermanos con quienes comparte su propia vida
divina. Cristo es la cabeza de un cuerpo, el Cuerpo Místico,
cuyos miembros somos o estamos llamados a serlo nosotros, sin
limitación alguna de razas, de fortuna, ni de otra alguna
consideración. Basta ser hombre para poder ser miembro del
Cuerpo Místico de Cristo, esto es para poder ser Cristo. Sólo los
condenados quedan excluídos de la posibilidad de esta unión.
El que acepta la Encarnación la ha de aceptar con todas sus
consecuencias y extender su don, no sólo a Jesucristo, sino
también a su Cuerpo Místico. Desamparar al menor de nuestros
hermanos es desamparar a Cristo; aliviar a cualquiera de ellos
es aliviar a Cristo en persona. Tocar a uno de los hombres es
tocar a Cristo. Por esto nos dijo Jesús que todo el bien o el mal
que hiciéremos al más pequeño de nuestros hermanos, a El lo
hacíamos. El núcleo fundamental de la revelación de Jesús, “la
buena nueva” es la unión de todos los hombres con Cristo.
Cristo se ha hecho nuestro prójimo, preso en los encarcelados,
toma la forma de obrero o de patrón, de herido en un hospital,
o de mendigo en las calles. Si no vemos a Cristo en el hombre
que codeamos a cada momento es porque nuestra fe es tibia y
nuestro amor imperfecto. Por esto S. Juan nos dice: “si no amamos
al prójimo a quien vemos ¿cómo podremos amar a Dios a quien
no vemos?” [1 Jn. 4, 20].
La comunión de los santos, dogma básico de nuestra fe, es una
de las primeras realidades que de ella se desprende: todos los
hombres somos solidarios. Todos recibimos la Redención de
Cristo y sus frutos maravillosos. La comunión de los santos nos
hace entender que hay entre quienes formamos “la familia de
Dios” vínculos mucho más íntimos que los de la camaradería,
la amistad, la clase social. La fe nos enseña que somos uno en
Cristo: americanos y rusos, japoneses y chinos, proletarios e
industriales, que todos participamos de los bienes de todos y
sufrimos las consecuencias -al menos negativamente- de nuestros
males. Estamos asistidos por plegarias invisibles, rodeados de
gracias que no hemos merecido, sino que otros nos han
alcanzado. ¿Cómo no amar a quiénes con toda verdad podemos
llamar nuestros invisibles bienhechores?

200
Nada se opone más al cristianismo que el individualismo. Cada
uno forma parte de un gran todo: somos piedras de un mismo
edificio, ramas de un mismo árbol, miembros de un mismo
cuerpo y herederos de un mismo destino. La rama que se desgaja,
sécase y sólo sirve para el fuego. Una piedra caída del edificio
compromete la estabilidad del conjunto. Entre todos nosotros
hay un intercambio de servicios comparable a la circulación de
la sangre en nuestro cuerpo. San Pablo resume esta maravillosa
doctrina cuando enseña que nosotros que somos muchos, no
formamos sino un solo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, y
nosotros somos los miembros. Si un miembro padece, todos
sufren con él; si un miembro es glorificado, todos se regocijan
con él (Cfr. Rm 12, 4,5; 1 Co 12, 4-6; 12-25; Col 1,18, 24; Ef 5,
29,30).
Quien comprende esta doctrina entenderá qué significa la
solidaridad social: ese vínculo íntimo que une los unos con los
otros para ayudarlos a obtener los beneficios que puede darles
la sociedad;
El sentido social: esa actitud espontánea para reaccionar
fraternalmente frente a los demás, que lo hace ponerse en su punto
de vista ajeno como si fuese el propio; que no tolera el abuso
frente al indefenso; que se indigna cuando la justicia es violada;
La responsabilidad social: que dice bien claro que no puede
uno contentarse con no hacer el mal, sino que está obligado a
hacer el bien y a trabajar por un mundo mejor.

1.2.1 Consecuencias de la dignidad de la persona


humana.
1.2.1.1 Primacía del hombre sobre la materia.
Las riquezas están al servicio del hombre y no el hombre al
servicio de las riquezas, decía S. Antonino de Florencia.
Por tanto toda organización social que subordine el hombre a
la materia, que lo haga instrumento para la adquisición de la
riqueza, sin consideración a su personalidad, debe ser reformada.
A esta luz hemos de juzgar el pensamiento de los antiguos
filósofos: Aristóteles decía que el esclavo era “un instrumento
viviente”, y Cicerón, “un arado que habla”. Con este criterio
hemos de juzgar la organización industrial de tipo capitalista o
de tipo comunista en las que hombres, mujeres y niños han sido
sacrificados a la intensidad de la producción, sin cuidado alguno
de sus necesidades materiales y morales.

201
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

1.2.1.2 La propiedad al servicio del hombre.


Los bienes han sido dados por el Creador para todas sus creaturas,
por el Padre para todos sus hijos, para que todos ellos puedan
vivir en forma conveniente y adecuada a su naturaleza humana,
para que puedan desarrollar sus potencialidades físicas, formar
una familia y procrear hijos, desarrollar su mente y tener el
minimum de bienes para practicar las virtudes que corresponden
a un hijo de Dios. Esta es la primera finalidad de los bienes de la
tierra. A su luz aparece la igualdad de derecho de los hombres
todos, sin distinción de razas, de talento, ni de cualidades
secundarias. Al derecho positivo corresponde determinar la forma
en que han de ser divididos los bienes de la tierra para cumplir
el plan providencial. En la medida en que las leyes se oponen a
este plan violan el bien común, y lesionan la justicia social.
El derecho de propiedad privada está llamado a garantizar la
libertad que necesita cada hombre a asegurar su independencia
y la posibilidad de dedicarse a trabajos de orden superior, a
darle un reposo tranquilo en su ancianidad y la posibilidad de
educar y colocar a sus hijos.
En la posesión de los bienes habrá siempre desigualdades debidas
a las diferencias de talento, de esfuerzo, etc. Un igualitarismo
total resulta absurdo, pero por otra parte no puede aceptarse tal
acumulación de bienes que al concentrarse en pocas manos
dejen imposibilitados a los más para obtener con un justo
esfuerzo la parte que necesitan. Lo que nunca se puede permitir
es que la cantidad de bienes que es indispensable para garantizar
la dignidad de la persona humana quede sacrificada a la
satisfacción de necesidades secundarias y con mucho mayor
razón, se inviertan en el confort y lujo de las personas más
afortunadas.
Este criterio en la distribución de los bienes no vale tan sólo
para un determinado país, sino también para los habitantes del
gran país que es el mundo, patria de los hijos de Dios. A la luz
de la justicia social no puede, pues, consolidarse un orden
jurídico que permita países de alto standard de vida, a costa del
bajo standard de vida de otros menos afortunados: a éstos habrá
que capacitarlos por la cultura e instrucción técnica para que
puedan obtener al menos el minimum de bienes que requiere la
dignidad de la persona humana.
La manera concreta de realizar estos principios deberá ser
iluminada por la virtud de la prudencia, que empleará los medios
que las circunstancias exijan, y que para su aplicación integral
supone la formación de una mentalidad social universal. La

202
conciencia cristiana será el fermento que hará levantar la masa.
Lo que no llegue a realizar la justicia social, lo hará la caridad
cristiana que verá en sus prójimos al Dador de todo bien.

1.2.1.3 Respeto de la autonomía de la persona humana


y de su orientación última.
El hombre no es un medio, sino un fin en sí; fin no último sino
subordinado a Dios. Por tanto la organización social debe facilitar
que el hombre se cultive intelectualmente, que cumpla sus
deberes morales, religiosos, familiares, cívicos y profesionales.
Por eso jamás el cristiano podrá aceptar los principios laicistas
del liberalismo y del marxismo que desconocen esta finalidad
sobrenatural del hombre.

1.2.1.4 Igualdad substancial de la naturaleza humana, y


necesaria desigualdad de condiciones.
Los hombres todos tienen un mismo origen, una misma
naturaleza, y por tanto las mismas necesidades fundamentales,
un mismo destino sobrenatural, y por tanto son acreedores al
respeto de sus derechos.
Al mismo tiempo, en el mundo – tal como Dios lo ha establecido
– existe una desigualdad de talentos, de condiciones, de fuerzas
para el trabajo, de espíritu para surgir que introducirá
necesariamente una cierta desigualdad en la posesión de los
bienes espirituales, intelectuales, económicos. Un igualitarismo
total es antinatural. Además en toda sociedad habrá funciones
diferentes: unos deberán mandar y otros obedecer, unos realizar
trabajos intelectuales y otros manuales. Estas desigualdades no
deben ser acentuadas, sino al contrario suavizadas, pero nunca
podrán dejar de existir. Si no hay autoridad, no hay sociedad.

1.2.1.5 Deber de perfeccionamiento de la propia


personalidad.
La conciencia de nuestra riqueza interior y del instrumento
precioso de que disponemos, la libertad, nos moverá a
perfeccionar y enriquecer nuestra propia persona, por la
observancia de la ley moral. Esto supone lucha contra nuestros
apetitos desordenados, de los cuales cada uno tiene excesiva
conciencia, pero en esa lucha encontraremos nuestra nobleza y
nuestra independencia.

203
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

La moral cristiana, yendo más allá de la simple moral natural


nos aconseja la práctica de los consejos evangélicos: el despego
afectivo y si posible, efectivo, de los bienes de este mundo, la
aceptación del dolor, de la persecución por la justicia, la práctica
de la mansedumbre, de la pureza y del renunciamiento. Mientras
que el liberalismo y el socialismo sólo enseñan al gozo y la
posesión de los bienes y rechazan como males absolutos la
pobreza, la enfermedad, el sufrimiento, la moral cristiana enseña
a enfrentar estas realidades con criterio superior. Ante el mal no
predica la resignación sino la lucha mientras ésta es posible,
pero al mismo tiempo enseña la austeridad para consigo mismo,
la aceptación de lo inevitable como venido de mano de Dios y
su aprovechamiento sobrenatural para crecimiento de todo el
Cuerpo Místico de Cristo.

1.2.2 Enseñanza pontificia sobre las consecuencias de


la persona humana.
Pío XI dice del hombre que “es un pequeño mundo, que excede
con mucho en valor a todo el inmenso mundo inanimado...
Dios lo ha dotado con muchas y variadas prerrogativas: derecho
a la vida, a la integridad del cuerpo, a los medios necesarios
para la existencia; derecho de asociación, de propiedad y del
uso de la propiedad” (DR 27, OSC 118).
“El cristianismo fue el primero en proclamar en una forma y con
una convicción desconocidas en los siglos precedentes la
verdadera y universal fraternidad de todos los hombres de
cualquier condición y estirpe, contribuyendo así poderosamente
a la abolición de la esclavitud no con revoluciones sangrientas,
sino por la fuerza interna de su doctrina, que a la soberbia patricia
romana hacía ver en su esclava una hermana en Cristo... hecho
hombre por amor a los hombres y convertido en ‘Hijo del
artesano’, más aún, ‘artesano’. Fue el cristianismo el que elevó
el trabajo manual, antes tan despreciado, a su verdadera
dignidad…” (DR 36, OSC 122).
Reconoce el mismo Pío XI que inmensas multitudes de obreros
se han alejado de Dios “exacerbados por no haber sido
comprendidos o tratados con la dignidad a que tenían derecho”
(DR 75, OSC 123).
En su mensaje de Navidad de 1942, Pío XII tratando de las
condiciones que harán posible la paz dice: “Quien desea que la
estrella de la paz nazca y se detenga sobre la sociedad, concurra
por su parte a devolver a la persona humana la dignidad que

204
Dios le concedió desde el principio; opóngase a la aglomeración
de los hombres, a manera de masas sin alma; a su inconsistencia
económica, social, política, intelectual y moral; a su falta de
principios sólidos de profundas convicciones; a su
sobreabundancia de excitaciones instintivas y sensibles, y a su
volubilidad; favorezca, con todos los medios lícitos, en todos
los campos de la vida, aquellas formas sociales, en las que
encuentre posibilidad y garantía una plena responsabilidad
personal, tanto en el orden terrenal, como en el eterno; apoye el
respeto y la actuación práctica de los siguientes derechos
fundamentales de la persona: el derecho a mantener y desarrollar
la vida corporal, intelectual y moral, y particularmente el derecho
a una formación y educación religiosa; el derecho al culto de
Dios, privado y público, incluida la acción caritativa religiosa;
el derecho, en principio, al matrimonio y a la consecución de
su objeto, el derecho a la sociedad conyugal y doméstica; el
derecho a trabajar como medio indispensable para el
mantenimiento de la vida familiar; el derecho a la libre elección
de estado, y por consiguiente, aun del estado sacerdotal y
religioso; el derecho a un uso de los bienes materiales, consciente
de sus deberes y de las limitaciones sociales”.
Más adelante prosigue: “Todo trabajo posee una dignidad
inalienable y al mismo tiempo un estrecho lazo con el
perfeccionamiento de la persona... La Iglesia no titubea en
deducir las consecuencias prácticas que se derivan de la nobleza
moral del trabajo y en apoyarlas con todo el nombre de su
autoridad. Estas exigencias comprenden, además de un salario
justo, suficiente para las necesidades del trabajador y de la
familia, la conservación y el perfeccionamiento de un orden
social que haga posible una segura aunque modesta propiedad
privada a todas las clases del pueblo, que favorezca una
formación superior para los hijos de las clases obreras
particularmente dotados de inteligencia y buena voluntad, y
promueve en el barrio, en el pueblo, en la provincia, en la nación,
el cuidado y la actividad práctica del espíritu social, que
mitigando los contrastes de intereses y de clase, quita a los
obreros el sentimiento de la segregación, con la experiencia
confortante de una solidaridad genuinamente humana y
cristianamente fraterna” (OSC 124).

205
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

206
207
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

208
2. PRINCIPIOS DE LA MORAL SOCIAL CATÓLICA.

Tres pilares fundamentales tiene la moral social: justicia, caridad,


bien común. La justicia y la caridad pertenecen a la categoría
de las virtudes.
En el hombre hay virtudes naturales y sobrenaturales. Las naturales
no suponen en quien las practica el don de la gracia santificante,
sino la realización de una obra conforme a la naturaleza, por
ejemplo el pago de una deuda, el socorro de un pobre, la piedad
filial. Pero cuando quien práctica el acto de virtud natural está en
estado de gracia santificante, la acción tiene un valor
inmensamente superior porque procede de quien está penetrado
de la vida divina y produce actos meritorios para la vida eterna.
Al hablar de justicia hablamos de derechos; al hablar de caridad,
hablamos de amor, obligatorio sí, pero no exigible en derecho.

2.1 Justicia.
La justicia es la disposición estable de nuestra voluntad que nos
lleva a respetar el derecho del prójimo. El derecho es un poder
moral de obrar o de poseer: es una manifestación de la
personalidad. Sólo una persona es capaz de derechos y de
obligaciones. Cuando decimos poder moral, señalamos su
diferencia de la capacidad física. Un derecho no se pierde porque
no se puede ejercitar.
Los derechos son recíprocos: si los demás deben respetar mi
derecho, yo debo respetar el suyo. La justicia consiste, pues, en
esta disposición estable a respetar el derecho de los demás en
todas sus manifestaciones: bienes corporales y espirituales: salud,
honor, riqueza, libertad, asociación, etc. El derecho de los demás
crea en nosotros una obligación correspondiente. El que ha sido
lesionado en sus derechos puede reclamarlo y exigir – hasta
donde es posible dada la imperfección humana – una reparación
correspondiente al daño causado.
La justicia es una virtud fundamental, pero impopular. Carece
de brillo porque sus exigencias son a primera vista muy modestas,
y por eso no despierta entusiasmo, ni su cumplimiento acarrea
gloria. Uno podrá gloriarse de sus limosnas, pero no de no haber
matado a alguien: es lo que tenía que hacer y nada más. Y sin
embargo es una virtud muy difícil y exige una gran dosis de
rectitud. Hay muchos que están dispuestos a hacer la caridad,

209
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

pero no se resignan a cumplir con la justicia; están dispuestos a


dar limosnas, pero no a pagar el salario justo. Aunque parezca
extraño es más fácil ser caritativo (claro que sólo en apariencia)
que justo. Tal pretendida caridad no lo es, porque la verdadera
caridad comienza donde termina la justicia. Caridad sin justicia
no salvará los abismos sociales, sino que creará un profundo
resentimiento. La injusticia causa enormemente más males de
los que puede reparar la caridad.
La inversión de valores en la práctica de estas dos virtudes
obedece a un errado sentimiento de vanidad. Al que se siente
superior le halaga tomar una actitud de proteccionismo que lo
coloca sobre el protegido; en cambio la justicia coloca a todos
los hombres en un pie de absoluta igualdad. Pero el hombre,
cualquiera sea su situación, no quiere benevolencia sino justicia,
ningún otro substitutivo puede satisfacerle. “Estamos [felizmente]
en una época que clama por la justicia. Después de larga
opresión los hombres no piensan satisfacerse con nada menos
que con la justicia y aspiran a obtenerla, aun cuando en la
tentativa hubiera de saltar hecho trizas el edificio social.
“La pasión por la justicia estalla con fuerza desvastadora. En
muchos casos la pasión es ciega y recurre a medios que están
destinados a resultar desastrosos. Es triste, como lo deplora
Pío XI, que el clamor por el pan, que es de toda justicia, vaya
acompañado con frecuencia con sentimientos de odio que
nunca pueden ser justificados.
El marxismo y el totalitarismo en medio de sus exageraciones
han hecho un llamado a las masas para reparar la justicia
violada por la economía liberal, y si han encontrado en ellas
un eco profundo ha sido más, que por sus errores, por el
alma de verdad que encierran, por su clamor en pro de la
justicia. Si tantos obreros se han alejado en nuestros días de
la fe, muchas veces ha sido porque ellos alimentan la idea
equivocada que la Iglesia no está incondicionalmente al lado
de la justicia, sirviéndoles de pretexto las actuaciones aisladas
de muchos católicos desprovistos de sentido social.
A este desorden debemos oponer el orden de la justicia, sin
temor de trastornos, ni de catástrofes. Los hombres son muy
comprensivos para saber esperar la aplicación gradual de lo
que no puede obtenerse de repente, pero lo que no están
dispuestos a seguir tolerando es que se les niegue la justicia
y se les otorgue con aparente misericordia en nombre de la
caridad lo que les corresponde por derecho propio. Debemos
ser justos antes de ser generosos. La injusticia causa más

210
males que los que puede remediar la caridad” (Humanismo
Social 138 – 1939).

2.1.1 Diferentes especies de justicia.


Se divide la justicia en particular, que puede ser conmutativa y
distributiva; y justicia general, que se llama también legal o social.
La justicia conmutativa (del latín conmutare = cambiar) vela por
el cumplimiento de las relaciones contractuales, regidas por el
viejo adagio latino “do ut des”. He comprado una casa, debo
pagar su precio; tomo un billete de ferrocarril debo pagar su
valor. La justicia conmutativa es la más precisa, la más
determinada porque se funda sobre cierta igualdad, se puede
ventilar ante los tribunales. Es la única que comprenden los
espíritus simplistas, que desprecian por imprecisas y etéreas los
otros tipos de justicia.
La justicia distributiva o proporcional crea el derecho de que
cada uno sea tratado por la autoridad social conforme a sus
aptitudes, a sus necesidades, a su dignidad particular, en cuanto
a la distribución de las cargas y de los beneficios sociales. Así
por ejemplo las familias numerosas tienen derecho a menores
impuestos o a mayores subsidios porque tienen cargas más
numerosas. La justicia distributiva debe aplicarla el padre en la
familia teniendo en cuenta las aptitudes de cada uno al señalarle
el trabajo, su grado de responsabilidad al indicar el castigo. Debe
aplicarse en la profesión, porque al señalar el salario hay que
considerar además del estricto trabajo, su calidad, la preparación
del obrero, su edad, sus obligaciones o cargas de familia, su
antigüedad en la empresa, sus iniciativas.
El vicio más opuesto a la justicia distributiva es lo que puede
llamarse “la acepción de personas”, o el favoritismo, nepotismo,
espíritu de casta o partidismo político, esto es, la repartición de
las cargas o de los beneficios por consideraciones extrañas al
bien común y que sólo nacen de un bien particular: su parentesco
con el agraciado, la pertenencia al mismo partido político, etc.
Los moralistas discuten si la violación de la justicia distributiva
concede al ofendido un derecho puramente moral no susceptible
de acción legal, o bien si concede esta acción legal. Parece más
probable la última opinión, y en virtud de ella cuando la justicia
distributiva ha sido violada conscientemente hay derecho a
reclamar una compensación. Según esta doctrina la restitución
hecha para reparar una lesión de la justicia distributiva es un
acto de la justicia conmutativa: “la distributiva impone la

211
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

restitución y la conmutativa la ejecuta” (Cfr. Folliet, o.c., p.30).


Esta restitución, como todos los actos de la justicia distributiva
son difíciles de apreciar. No es tarea fácil establecer la dignidad
de cada ciudadano, sus méritos, la parte de bien común a que
tiene derecho: todo esto se hará por aproximación, como ocurre
incluso muchas veces en la justicia conmutativa.
En vista de estas dificultades muchos pretenden reemplazar la
justicia distributiva por un igualitarismo total: no, a cada uno
según sus necesidades; sino, a todos por igual: a todos la misma
casa, el mismo vestido, el mismo trabajo... Esta solución es
absurda, pues nos llevará a un imposible igualitarismo por lo
alto o a un deprimente igualitarismo por lo bajo. El pretendido
igualitarismo ha conducido en la realidad a un favoritismo
desenfrenado que no se funda sino en el capricho. La noción de
justicia distributiva guarda, pues, todo su valor.

2.1.2 La justicia general, legal o social.


La justicia conmutativa y la distributiva tienden a dar su bien a
una persona privada, física o moral. La justicia general determina
el bien que corresponde a una sociedad en cuanto tal.
A la justicia general hoy se la llama comúnmente justicia social,
aunque esta designación se ha prestado a multitud de
interpretaciones que omitimos (Consultar este punto en Azpiazu
Moral Prof. Ec. 17 – 29; Cavallera 65 – 67). Aquí usaremos30 las
tres palabras como sinónimas: justicia general, legal, social. La
designación de justicia general responde a la idea que debiendo
orientar todas nuestras acciones hacia el bien común de la
sociedad, ella se sobrepone a los actos de todas las virtudes. La
designación de justicia legal, porque se ejercita en el marco de
las leyes que tienen por objeto el bien común, y porque se
impone particularmente a los legisladores, a los gobernantes y
a los magistrados. La justicia social, dice Santo Tomás, tiene por
función promover el bien común (Cfr. II-II, q.58 a.6).
Pío XI en Divini Redemptoris señala el campo de la justicia social:
“En efecto, además de la justicia conmutativa, existe la justicia
social, que impone también deberes a los que ni patronos ni
obreros se pueden sustraer. Y precisamente es propio de la

30 En el texto original aparece la palabra “usaremos”; sobre ella, en lápiz


grafito, aparece una corrección manuscrita que dice “seguiremos”. No
obstante se mantuvo la palabra ‘usaremos’ considerando que hace más
sentido al tenor de la frase.

212
justicia social el exigir de los individuos cuanto es necesario
al bien común. Pero así como en el organismo viviente no se
provee al todo, si no se da a cada miembro cuanto necesita
para ejercer sus funciones, así tampoco se puede proveer al
organismo social y al bien de toda la sociedad si no se da a
cada parte y a cada miembro, es decir, a los hombres dotados
de la dignidad de persona cuanto necesitan para cumplir sus
funciones sociales. El cumplimiento de los deberes de la
justicia social tendrá como fruto una intensa actividad de
toda la vida económica desarrollada en la tranquilidad y en
el orden, y se demostrará así la salud del cuerpo social, del
mismo modo que la salud del cuerpo humano se reconoce
en la actividad inalterada y al mismo tiempo plena y fructuosa
de todo el organismo.
Pero no se puede decir que se haya satisfecho a la justicia
social si los obreros no tienen asegurado su propio sustento
y el de sus familias con un salario proporcionado a este fin;
si no se les facilita la ocasión de adquirir alguna modesta
fortuna, previniendo así la plaga del pauperismo universal;
si no se toman precauciones en su favor, con seguros públicos
y privados, para el tiempo de vejez, de la enfermedad o del
paro. En una palabra, para repetir lo que dijimos en Nuestra
Encíclica Quadragesimo Anno: ‘La economía social estará
sólidamente constituida y alcanzará sus fines, sólo cuando a
todos y a cada uno se provea de todos los bienes que las
riquezas y subsidios naturales, la técnica y la constitución
social de la economía pueden producir. Esos bienes deben
ser suficientemente abundantes para satisfacer las
necesidades y honestas comodidades, y elevar a los hombres
a aquella condición de vida más feliz, que, administrada
prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la
favorece en gran manera’.
Además, si, como sucede cada vez más frecuentemente en
el asalariado, la justicia no puede ser practicada por los
particulares, sino a condición de que todos convengan en
practicarla conjuntamente mediante instituciones que unan
entre sí a los patronos, para evitar entre ellos una concurrencia
incompatible con la justicia debida a los trabajadores, el
deber de los empresarios y patronos es de sostener y promover
estas instituciones necesarias, que son el medio normal para
poder cumplir los deberes de justicia. Pero también los
trabajadores deben acordarse de sus obligaciones de caridad
y de justicia para con los patronos, y estén persuadidos de
que así pondrán mejor a salvo sus propios intereses.

213
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Si se considera, pues, el conjunto de la vida económica -


como lo notamos ya en Nuestra Encíclica Quadragesimo
Anno- no se conseguirá que en las relaciones económico-
sociales reine la mutua colaboración de la justicia y de la
caridad, sino por medio de un conjunto de instituciones
profesionales e interprofesionales sobre bases sólidamente
cristianas, unidas entre sí y que constituyan, bajo diversas
formas adaptadas a lugares y circunstancias, lo que se llamaba
la Corporación” (DR 51 y 52, OSC 164).
A continuación expone el Papa en detalle las aplicaciones de la
justicia social al campo del salario, extensión de la propiedad,
seguros sociales, etc. y termina proponiendo asociaciones
profesionales e interprofesionales que velen por el cumplimiento
de esta justicia social.
El P. Isidro Gandía, S.J. (Razón y Fe 1938, pp. 60) opina que la
justicia social es aquella virtud por la que la sociedad, por sí o
por sus miembros satisface el derecho de todo hombre a lo que
le es debido por su dignidad de persona humana. Es esta dignidad
de la persona la que fundamenta la justicia social.
La justicia social se traduce en dos sentidos que hacen falta en
el mundo moderno: sentido social, el primero que nos hará
sentirnos servidores del bien común, nos hará comprender las
inmensas repercusiones de nuestras actividades y de nuestras
omisiones para bien o mal de muchos, nos llevará a servir nuestra
Patria y lo que Santo Tomás, siglos antes de la fundación de la
Sociedad de las Naciones llamaba: la comunidad de todos bajo
las órdenes de Dios. Y el segundo, sentido de responsabilidad
que tiene tanto sabor evangélico en la parábola de los talentos,
de aquí una conciencia profesional bien desarrollada;
cumplimiento del deber a conciencia, no por pura rutina,
suministro de mercaderías de buena cualidad, adquisición de
una verdadera competencia, lealtad en el servicio de los clientes,
etc. La justicia social reclama que los ricos no se cierren en la
posesión egoísta de sus riquezas, que los pobres no se dejen
carcomer por la envidia o el odio; que la miseria sea suprimida;
que la propiedad sea accesible a todos, etc.
La justicia social se impone a todos, súbditos y gobernantes,
pero sobre todo a aquellos que tienen una misión dirigente en
el campo del pensamiento, de la influencia, del gobierno.
¿A qué obliga la justicia social? El P. Azpiazu (M. S. 28) responde:
“En general obligará bajo pecado grave o leve, según la
materia transgredida; pero quizá a nada más.

214
La cuestión delicada es la siguiente: ¿Y a restitución no
obligaría? De suyo, no. Como no puede decirse que en
general en la justicia social aparezca la igualdad entre lo
debido por ese derecho y lo quebrantado por su
conculcación, no puede obligarse a restitución estricta al
mero quebrantador de la justicia social.
Pero nótese que es rasgo característico de la justicia social
su obligatoriedad ineludible. De modo que sigue al hombre
aun en la soledad, obligándole siempre a consumir su vida y
bienes útilmente a la sociedad.
Al mismo tiempo la función social, que es hija de la justicia
social, lleva consigo la obligación de reparar los daños
cometidos de la mala administración del capital recibido de
Dios. De modo que a pesar de la imprecisión y vaguedad de
la justicia social y de la indeterminación del sujeto de la
obligación y de la cuantía de los deberes, queda la obligación
de reparar de algún modo los daños causados.
En algunos casos, parece que la justicia social podrá también
obligar a restitución, no quizá por sí misma sino por la
anexión a ella de un contrato o cuasi-contrato.
Un contrato de suyo da origen a una obligación de justicia
conmutativa, de tal modo que sin injuria propiamente dicha
no puede el contrato, por voluntad o arbitrio, rescindirse o
quebrantarse.
De análogo modo nace el cuasi-contrato, el cual, a su vez,
se origina de un oficio asumido o de un cargo tomado; como
es, por ejemplo, el cargo de tutor con respecto a su pupilo. Y
en tales casos la obligación de restituir se impone también
del mismo modo, siempre que el tutor quebrante
voluntariamente su oficio dañando al pupilo.
Es decir, que un acto de injusticia social puede, a la vez,
quebrantar también la justicia conmutativa si tal acto está
ligado a contrato o cuasi-contrato.
Obsérvese un caso análogo tratándose de la justicia
distributiva. El distribuir cargos en la sociedad eclesiástica o
civil es cosa que atañe a la justicia distributiva y, sin embargo,
como el que distribuye esos cargos está ligado por un cuasi-
contrato para con la sociedad, a no conferirlos a un indigno;
quien obra mal en este asunto está obligado a reparar los
daños que previó, por lo menos confusamente se podían dar
por tales indignos nombrados o a la comunidad como tal, o

215
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

aún a los individuos particulares cuyos negocios tienen que


asumir tales indignos por virtud del oficio recibido.
De modo que la justicia social, no quizá por sí misma, pero
sí por virtud de los contratos o cuasi-contratos a los cuales
aparecerá ligada, acarreará consigo la obligación de
restitución” (Azpiazu, 28 –29).

2.2. Caridad.
Los que no comprenden el espíritu cristiano desconocen el valor
de la caridad y todo lo reducen a la práctica de la justicia. Un
cristiano sabe que justicia sin caridad es insuficiente, “pues nunca
podrá unir los corazones y enlazar los ánimos” (QA 56, OSC
178). Pero la caridad nunca será verdadera caridad si no tiene
en cuenta la justicia. “Una caridad que prive al obrero del salario
al que tiene estricto derecho, no es caridad, sino un vano nombre
y una vacía apariencia de caridad. Ni el obrero...
…tiene necesidad de recibir como limosna lo que le
corresponde por justicia; ni puede pretender nadie eximirse
con pequeñas dádivas de misericordia de los grandes deberes
impuestos por la justicia. La Caridad y la Justicia imponen
deberes, con frecuencia acerca del mismo objeto, pero bajo
diversos aspectos; y los obreros, por razón de su propia
dignidad, son justamente muy sensibles a estos deberes de
los demás que dicen relación a ellos” (DR 49, OSC 179).
La caridad no se confunde con la pura limosna ni con la simple
filantropía. Es algo mucho más grande: es el amor al prójimo
que emana del amor de Dios. La caridad es un efecto directo de
la gracia santificante. “Psicológicamente la caridad es el amor
efectivo de nuestros hermanos que vemos, muestra clara del
amor de Dios a quien no vemos. Socialmente la caridad es la
causa eficiente de la paz. La justicia suprime los obstáculos para
la paz, las causas de lucha, como el demoledor que limpia el
sitio; la caridad efectiva, edifica la paz, como el albañil que
construye la catedral. Porque si la necesidad de justicia acerca
a los hombres y los hace aceptar las instituciones sociales, es la
caridad la que los une. En ella y por ella se sienten hermanos,
hijos de una misma ciudad humana y de una misma ciudad de
Dios” (Folliet. o.c., p. 35).
Justicia y caridad se complementan. Una caridad que no tiene
la fuerza de movernos a dar a nuestros hermanos lo que les
debemos no es verdadera caridad. Y justicia no animada de

216
caridad es, en la práctica una palabra vana. ¿Cómo podemos
esperar que el hombre caído salga de sí mismo y dé a su hermano
lo que le debe si no está animado por el fuego de la caridad y el
poder de la gracia? Para hacer plenamente justicia a los demás
hay que ponerse en su sitio, comprender sus razones y sus
necesidades. Esto es: comprender las dos máximas del Evangelio:
“No hagas a los demás lo que no quisieres que te hicieran a ti;
haz a los otros lo que tú quisieras que hicieran contigo”. [Tb
4,15; Lc 6.31].
Apreciar si una obligación es de justicia o de caridad es fácil en
doctrina, pero en la práctica es difícil apreciar si mis obligaciones
con el prójimo se fundan en un derecho o en el amor. Como
norma de acción siempre que nos sintamos obligados
elevémonos al motivo de amor, y obraremos por la más alta de
las virtudes que es la caridad.
Ha sido la caridad la que ha hecho progresar la justicia. Hoy día
todos consideran actos de justicia no matar a los prisioneros, no
reducirlos a la esclavitud, dar una pensión a los ancianos. Hace
siglos no se hubiera pensado así. La caridad hizo poco a poco
pasar estos actos al dominio de la equidad y luego al de la justicia.
Actos que aún hoy día se estiman de caridad, mañana pasarán a
ser considerados de justicia porque la caridad nos introducirá
en una mayor comprensión de la naturaleza humana y de sus
exigencias. Esto no quiere decir que con el tiempo pueda
pensarse que la caridad llegue a ser inútil. Por más que se avance
en las instituciones de justicia quedará inalterable el sitio y el
primado de la caridad.

2.2.1 La equidad.
Para Santo Tomás la equidad social es una virtud que, aun en
ausencia de toda ley escrita nos impele a hallar y cumplir lo
que la ley natural ordena en orden al bien común (II-II, q.120 in
c). La equidad es la justicia social templada por la caridad social;
es la virtud que nos inclina a usar de nuestros derechos de un
modo humano. Quien practica la equidad sabe comprender sus
derechos con amplitud, y con severidad sus deberes; no llegará
hasta el límite de lo que puede exigir; no apelará sólo a la ley
escrita, sino que tendrá en cuenta las circunstancias morales.
Así obrará el acreedor que concede facilidades al deudor en
apuros; el patrón que concede una participación en los beneficios
extraordinarios a sus colaboradores. Es una hermosa virtud que
llena la vida de comprensión y mantiene vivo en el mundo el
recuerdo de la fraternidad humana.

217
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

2.2.2 Justicia. Caridad. Equidad.


El mal del mundo, la violación de estas virtudes.
“Angustiados por Nuestra paternal solicitud, estamos
examinando e investigando los motivos que los han llevado
tan lejos, y Nos parece oír lo que muchos de ellos responden
en son de excusa: que la Iglesia y los que se dicen adictos a
la Iglesia favorecen a los ricos, desprecian a los obreros, no
tienen cuidado ninguno de ellos; y que por eso tuvieron que
pasarse a las filas de los socialistas y alistarse en ellas para
poder mirar por sí.
Es, en verdad, lamentable, Venerables Hermanos, que haya
habido y aún ahora haya quienes, llamándose católicos,
apenas se acuerdan de la sublime ley de la justicia y de la
caridad, en virtud de la cual nos está mandado no sólo dar a
cada uno lo que le pertenece, sino también socorrer a nuestros
hermanos necesitados, como Cristo mismo; esos tales, y esto
es más grave, no temen oprimir a los obreros por espíritu de
lucro. Hay, además, quienes abusan de la misma religión y
se cubren con su nombre, en sus exacciones injustas, para
defenderse de las reclamaciones completamente justas de
los obreros. No cesaremos nunca de condenar semejante
conducta; esos hombres son la causa de que la Iglesia,
inmerecidamente, haya podido tener la apariencia de ser
acusada de inclinarse de parte de los ricos, sin conmoverse
ante las necesidades y estrecheses de quienes se encontraban
como desheredados de su parte de bienestar en esta vida. La
historia entera de la Iglesia claramente prueba que esa
apariencia y esa acusación es inmerecida e injusta; la misma
Encíclica, cuyo aniversario celebramos, es un testimonio
elocuente de la suma injusticia con que tales calumnias y
contumelias se han lanzado contra la Iglesia y su doctrina”
(QA 50, OSC 15).
“Pero cuando vemos por un lado una muchedumbre de
indigentes que, por causas ajenas a su voluntad, están
realmente oprimidos por la miseria; y por otro lado, junto a
ellos, tantos que se divierten inconsideradamente y gastan
enormes sumas en cosas inútiles, no podemos menos de
reconocer con dolor que no sólo no es bien observada la
justicia, sino que tampoco se han profundizado lo suficiente
en el precepto de la caridad cristiana, ni se vive conforme a
él en la práctica cotidiana” (DR 47, OSC 16).
“Es, por desgracia, verdad que el modo de obrar de ciertos
medios católicos ha contribuido a quebrantar la confianza

218
de los trabajadores en la religión de Jesucristo. No querían
aquéllos comprender que la caridad cristiana exige el
reconocimiento de ciertos derechos debidos al obrero y que
la Iglesia le ha reconocido explícitamente. ¿Cómo juzgar de
la conducta de los patronos católicos que en algunas partes
consiguieron impedir la lectura de Nuestra Encíclica
Quadragesimo Anno en sus iglesias patronales? ¿O la de
aquellos industriales católicos que se han mostrado hasta
hoy enemigos de un movimiento obrero recomendado por
Nos mismo? ¿Y no es de lamentar que el derecho de
propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido usado algunas
veces para defraudar al obrero de su justo salario y de sus
derechos sociales?” (DR 50, OSC 29).

2.3. Bien común.


Muchas veces tratando de la sociedad se ha hecho alusión al bien
común, ya que cada sociedad tiende a él como a su vínculo
substancial. Una sociedad se funda en razón de bienes que deben
ser amados y buscados en común. San Agustín decía: “Un pueblo
es la unión de una multitud de seres racionales asociados por la
comunión de los corazones en el amor de los mismos bienes. Para
conocer cada pueblo hay que considerar lo que él ama. Es tanto
mejor en cuanto se ponga de acuerdo en la prosecución de bienes
mejores” (Ciudad de Dios XIX, 24).
Un bien es todo lo que es capaz de saciar un deseo. Hay bienes
que sacian los deseos sensibles: el agua y el vino, la sed; la unión
íntima del hombre y la mujer, el apetito sexual; un hermoso
panorama, el deseo artístico. Estos bienes sensibles y toda otra clase
de bien sólo puede llamarse bien moral cuando colman un deseo
que merece llamarse “humano”, digno del hombre, conforme al
plan de Dios sobre él y a su fin sobrenatural de hijo de Dios. Los
bienes que no se conforman a la verdadera naturaleza del hombre,
en el plano moral son falsos bienes, o mejor dicho, males morales.
Bien común es lo que es deseado en común por un grupo. Los
grupos como los individuos pueden desear falsos bienes. El
verdadero bien común de una sociedad humana es lo que debe
ser deseado en común por esa sociedad para cumplir su auténtica
finalidad.
Cada sociedad tiene su bien común propio. El de la familia
comprende los bienes materiales que se posee, y los bienes
morales: armonía de los esposos, buena educación de los hijos,
etc. Un sindicato tiene como su bien común propio el desarrollo

219
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

intelectual y moral de los sindicados, la defensa de sus derechos


económicos, la preparación de un orden social más justo.
En general cuando se habla de bien común se entiende el de la
sociedad civil. Se entiende por tal el conjunto de bienes de orden
espiritual y material que los hombres pueden procurarse en la
sociedad. El bien común se define por el conjunto de los bienes
que pueden procurarse en la sociedad, y no por la suma de los
bienes particulares. Así hay bienes que ni siquiera son
adicionales, por ejemplo la honradez de los magistrados, la
probidad de costumbres, el gusto artístico, una equitativa
distribución de la sociedad. El bien común de un estado consistirá
pues en ese conjunto de relaciones sociales bien ordenadas bajo
una sabia autoridad, mantenidas en la justicia, promovidas en
la amistad y en la caridad social, coordinadas en la unión de los
esfuerzos por una útil, virtuosa, alegre y pacífica cooperación
de orden económico, intelectual y moral. Si se obtiene esta buena
vida social, aunque sea de una manera relativa, tendremos la
felicidad pública.
El bien común exige la presencia de tres categorías de bienes:
honestos, útiles, y deleitables.
Entendemos por bienes honestos los que el hombre puede buscar
moralmente porque constituyen un fin intermediario en su vida.
Tales son la ciencia, el conocimiento moral, las virtudes, la paz
social, etc. Los bienes útiles, no constituyen un fin, sino un medio
para alcanzar otros fines superiores: la riqueza, conocimientos
técnicos, formas de gobierno, sistemas administrativos que
deberán adaptarse al fin que con ellos se pretende alcanzar. Los
bienes deleitables, se refieren a las bellas artes, los monumentos,
las tradiciones artísticas del país, etc.

2.3.1 El bien común y los bienes individuales.


El bien común es superior al bien de los particulares y al de las
comunidades privadas. El interés público es superior al interés
particular. En esta materia la moral católica es decididamente
comunitaria y no individualista. Si la sociedad pide al ciudadano
el sacrificio parcial o total de sus bienes, y la petición no es injusta,
el ciudadano debe someterse. En momentos de extrema gravedad
puede pedirle hasta que exponga su vida, y el individuo sacrificará
lo material que hay en él al bien de la comunidad. Asimismo la
sociedad internacional de los hombres puede pedir a una sociedad
particular sacrificios para obtener un bien superior, y con la misma
lógica, si la petición es justa, no puede ser negada.

220
Hay con todo un sacrificio que ni el bien común de la sociedad,
ni el de la comunidad internacional de los hombres puede exigir
y es el sacrificio de la persona humana.
En la ética cristiana la sociedad se subordina a la persona. El
hombre, como persona es un ser libre y razonable, constituye
un fin en sí mismo, más digno que todos los otros fines
intermediarios. En la sociedad es una parte en el todo, pero no
un medio frente a un fin. La sociedad es medio para él; pero no
él para la sociedad. El bien de la sociedad está en el plano
temporal, el del hombre en el plano eterno.
El hombre, que es persona, es también individuo, esto es tiene
elemento material, espacial: en este sentido está subordinado al
bien de la sociedad que puede pedirle sacrificios, hasta el de su
vida temporal; pero como persona, tiene un elemento espiritual
que no puede ser sacrificado en forma alguna a la sociedad.
Ésta por el contrario ha sido creada para permitirle el desarrollo
de todo su ser y ayudarlo a conseguir su destino eterno. Si la
sociedad exige del hombre una acción que constituya pecado,
aunque sea venial, no puede ser obedecida, y en ello la sociedad
se deshonra. El orden es inseparable de la persona, y la persona
del orden.
La moral cristiana concede un gran valor a las instituciones,
conoce su influencia sobre el desarrollo de la persona, pero - a
diferencia de los marxistas – sabe perfectamente que la reforma
social no se conseguirá con la sola reforma de las instituciones,
si no va a acompañada de una reforma de conciencias. Ni la
una ni la otra separadamente serán suficientes. Ambas se
complementan.

2.3.2 Los pecados contra el bien común31.

31 Párrafo no desarrollado. En el original indica: “Ver Lallement 101 – 102”.

221
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

222
223
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224
3. LA VIDA ECONÓMICA Y PROFESIONAL.

3.1.0 El trabajo.
3.1.0.1 Sentido del trabajo.
El primer elemento de la vida económica es el trabajo.
Hermosamente reconoce Pío XI el valor del trabajo cuando dice
en Quadragesimo Anno: “¿No vemos acaso con nuestros propios
ojos cómo los inmensos bienes que forman la riqueza de los
hombres salen y brotan de las manos de los obreros, ya
directamente, ya por medio de máquinas e instrumentos que
aumentan su eficacia de manera tan admirable? No hay nadie
que desconozca que los pueblos han labrado su fortuna y han
subido de la pobreza a la cumbre de la riqueza sino por medio
del trabajo acumulado de todos los ciudadanos, trabajo de los
directores y trabajo de los operarios” (QA 27, CEP pp. 21).
La palabra “trabajo” nos sugiere no sólo un medio para ganar la
vida, sino una colaboración social. El trabajo puede ser definido
[como]: “el esfuerzo que se pone al servicio de la humanidad,
personal en su origen, fraternal en sus fines, santificador en sus
efectos”.
El trabajo es un esfuerzo personal pues por él el hombre da lo
mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que su dinero.
Con razón los trabajadores se ofenden ante quienes consideran
su tarea como algo sin valor, desprecian su esfuerzo no obstante
que se aprovechan de sus resultados. Igualmente sienten cuan
injusto es que pretendan hacerlos sentir que ellos viven porque
la sociedad bondadosamente les procura un empleo. Más cierto
es decir que la sociedad vive por el trabajo de sus ciudadanos.
Este esfuerzo personal es, por lo demás, bello, desarrolla el
cuerpo y el espíritu y lo aleja de los vicios, que son el derivativo
de la ociosidad. La sed de energías que brotan de un cuerpo y
de una mente sanas encontrarán su expansión normal en el
trabajo, que si bien es duro, es también gozoso y alegre.
El trabajo es un esfuerzo fraternal, es la mejor manera de probar
el amor por los hermanos, responde a las exigencias de la justicia
social y de la caridad. Una parte importante de la educación
debería consistir en descubrir el sentido social de cada trabajo,
pues el conocimiento de la finalidad del esfuerzo hará más
interesante el trabajo mismo.

225
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

El trabajo es santificador en sus resultados, pues, por el trabajo


el hombre colabora al plan de Dios, humaniza la tierra, la penetra
de pensamiento, de amor, la espiritualiza y diviniza. Por el trabajo
el hombre contribuye al bien común temporal y espiritual de
las familias, de la nación, de la humanidad entera. Por el trabajo
descubre el hombre los vínculos que lo unen a todos los demás
hombres, siente la alegría de darles algo y de recibir mucho en
cambio. El trabajo es santificador porque tiene un valor de
redención, valor de purificación y de sacrificio y está siempre a
la mano de todos. El trabajo es una expiación y transforma todos
los sufrimientos físicos y morales en merecimientos de valor
divino al estar unidos con los sufrimientos y méritos de Cristo.
Durante siglos se despreció el trabajo, sobre todo el trabajo
manual, propio de los esclavos. Los filósofos llegaron a alabar
el trabajo del espíritu, pero no así el corporal. El cristianismo
dio al mundo la gran lección del valor del trabajo: Cristo, el
Hijo de Dios, se hizo obrero manual, escogió para sus
colaboradores a simples pescadores, Pablo se gloría de no
abandonar el trabajo de sus manos para no ser gravoso a nadie,
los monjes han hecho del trabajo intelectual y aun del manual
una razón de ser de su existencia religiosa. Todo trabajo, tanto
el intelectual como el manual aparece reivindicado en el
cristianismo. El trabajo intelectual y el manual valen más o menos
no por ser tales, sino por la intención más o menos pura con
que cada uno cumple con su deber. El cristianismo “rechaza el
prejuicio de las manos blancas, y también el de las manos negras”
(E. Mounier). “No hay virtud más eminente que hacer
sencillamente lo que tenemos que hacer” (Peman).

3.1.0.2 Mística del trabajo.


Estos últimos años han visto desarrollarse una mística del trabajo.
La guerra contribuyó mucho a crearla. Los jefes militares
reforzaron la idea que el trabajo del obrero es tan necesario
cómo la acción de los generales; los jefes civiles deben enseñar
igualmente que para el progreso humano en la paz, el trabajo
es tan necesario como en la guerra. Como hay condecoraciones
para los que realizan hazañas bélicas o gestiones diplomáticas
debería haber condecoraciones para los héroes del trabajo,
héroes ocultos sin los cuales no se podría vivir. Un humanismo
del trabajo debería reemplazar al humanismo decadente que se
gloría casi únicamente de las hazañas militares y de los valores
artísticos. Este humanismo del trabajo encuentra su mayor
grandeza en el Dios obrero.

226
3.1.0.3 Obligación personal del trabajo.
¿Está el hombre obligado a trabajar? Hay que distinguir una
obligación moral y una obligación jurídica.
Moralmente todos están obligados al trabajo, a menos que la
edad o la salud se lo impidan. El trabajo será el medio por el
cual proveerá a sus necesidades, de lo contrario se convertirá
en un parásito; y también el medio de cumplir con las
obligaciones de caridad consigo mismo, evitando los peligros
de la pereza, y desarrollando sus facultades, y de la caridad con
el prójimo al cual ayudará con su esfuerzo que tiene siempre
una finalidad social. Por esto S. Pablo dice: “El que no trabaja
que no coma” (2 Ts 3, 10).
Esta obligación de trabajar comprende también al rico, por que
también para él valen las razones dadas. Si no tiene una profesión
lucrativa, que emplee su tiempo en forma seriamente útil para
los demás.
La obligación del trabajo va acompañada del derecho que tiene
cada uno de escoger su trabajo, o su profesión, dentro del marco
de las posibilidades reales del ambiente en que vive. Los padres
pueden aconsejar, pero no imponer una determinada profesión,
si bien deben ayudar la inexperiencia del hijo, deberían siempre
respetar su dignidad y su vocación personal. Esto vale en forma
especialísima cuando se trata de una vocación sobrenatural a la
vida de perfección cristiana.
Así como el hombre tiene una obligación personal de trabajar,
ningún otro hombre – su igual – puede nunca obligarlo
jurídicamente al trabajo: si existiera este derecho tendríamos de
nuevo la esclavitud. La única obligación jurídica al trabajo nace
de un contrato bilateral por el cual uno se compromete a ejecutar
determinado contrato, bajo pena de sanciones si no lo ejecuta.

3.1.0.4 El Estado y el trabajo obligatorio.


La autoridad pública puede imponer determinados trabajos
forzados, como pena por determinados delitos, con tal que se
realicen en un ambiente que ayude a la regeneración de los
penados. Puede además el Estado reprimir el parasitismo social
sancionando la vagancia, reglamentando la mendicidad, siempre
que honradamente pueda decirse que hay trabajo al alcance de
los que lo buscan.

227
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Puede también imponer un período de trabajo civil, como


impone un período de servicio militar, y para muchos sería más
útil; puede en caso de una situación extraordinaria, como sería
una guerra, una epidemia, un terremoto, exigir un trabajo de
todos para proveer a una exigencia del bien común; puede pedir
sus impuestos en dinero o en servicios. Pero en ninguna forma
puede aceptarse el derecho del Estado de obligar en forma
permanente a los ciudadanos a su servicio: eso sería una nueva
forma de esclavitud.
Cuando el Estado impone temporalmente trabajos debe
compensarlos, al menos si se trata de quienes no tienen otro
medio de vida.

3.1.0.5 Regímenes de trabajo.


El trabajo ha sido considerado en forma diferente durante los
diversos períodos de la historia y en las varias civilizaciones
que se han ido sucediendo. Recorreremos los principales
regímenes jurídicos que han encuadrado la vida de los
trabajadores.
La esclavitud es el régimen más antiguamente conocido, el más
humillante para el trabajador. El esclavo no existe para sí sino
para su amo, el cual dispone de él como de un puro objeto, o
como una bestia de carga. Su amo podía venderlo, arrendarlo.
A su lado convivían sus amos que tenían el privilegio de no
trabajar, eran hombres “libres”.
El cristianismo desde su aparición actuó como un fermento para
aliviar la esclavitud y hacer madurar las conciencias hasta que
ella desapareciera. De hecho tan pronto los paganos pudientes
se convertían al cristianismo cambiaba la actitud con sus esclavos
y si su conversión era profunda los liberaban. En ciertos
momentos algunos autores católicos aceptaron una esclavitud
suavizada, en la que el esclavo aunque pertenecía a un amo
guardaba los derechos humanos fundamentales. León XIII dio
la encíclica In Plurimis en la cual condena toda forma de
esclavitud.
Hoy hay todavía veinte millones de esclavos en el mundo en
Asia y en Africa. En algunos países el régimen de peonaje está
rodeado de tales circunstancias que en la práctica equivale a la
pérdida de la libertad. En Asia hay la costumbre de vender a las
hijas como empleadas, todos estos son vestigios de la esclavitud
que deben forzosamente desaparecer.

228
El trabajo servil fue el régimen siguiente que imperó para los
obreros agrícolas en la Edad Media. El trabajador no era esclavo,
era considerado persona, tenía derecho a formar una familia,
pero estaba ligado a la gleba, esto es a la tierra que trabajaba,
de modo que si el señor vendía la tierra, la vendía con sus
servidores. El trabajador recibía en cambio protección, tan
necesaria en esa época de bandolerismo, y los medios necesarios
para subsistir. Al irse emancipando estos trabajadores pasaron
después a ser arrendatarios y luego propietarios de las tierras
que trabajaban.
El artesanado era en la Edad Media el régimen imperante en las
ciudades. El artesano era libre, pero estaba vinculado a los demás
artesanos de su mismo oficio en las corporaciones o guildas.
Normalmente el obrero heredaba de su padre su oficio y ocupaba
un puesto junto a él en la misma corporación, primero como
aprendiz, luego como obrero y le quedaba la puerta abierta para
llegar a ser maestro. En la corporación encontraba el trabajador
educación moral y profesional y los medios económicos para
desarrollar su vida.
La encomienda, régimen imperante en los sectores rurales de
las colonias españolas. La Corona distribuía como señal de
agradecimiento a los militares más distinguidos indios libres que
les eran “encomendados” y debían pagarles un tributo personal:
así pensaban asegurarse recursos y estabilizar la sociedad. En
Chile, por fuerza de las circunstancias, en particular por la tenaz
resistencia de los aborígenes, el tributo fue reemplazado por
trabajos que debían realizar los indios, lo que se llamó el
“servicio personal”. La intención de los soberanos no fue imponer
el servicio personal, pero la ambición de los encomenderos, la
rudeza de carácter de los militares, unida a la pereza para el
trabajo y al valor para la guerra de los indios fueron causa de
esta institución contra la cual lucharon valientemente los
misioneros durante la Colonia. (Ver Antecedentes históricos del
problema obrero en Chile, en Sindicalismo, pp. 190 – 209, por
Alberto Hurtado, Santiago, 1950, Edit. Pacífico).
El inquilinaje es un vestigio del régimen de encomiendas. Rige
aún hoy en los campos. El patrón que necesita tener trabajadores
estables “obligados” da a sus inquilinos habitación, un cerco
para hortaliza, talaje para animales, en algunas partes ración
alimenticia, un pedazo de tierra para sembrarlo ordinariamente
en medias, un salario en metálico los días que trabaja, que
constituye la menor parte de su remuneración. El en cambio
debe trabajar personalmente en las tareas del fundo, o bien

229
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

“echar peón”, esto es poner otro trabajador por su cuenta al


servicio del fundo. La situación de los inquilinos depende mucho
del patrón, en algunos fundos hay buenas habitaciones y con el
conjunto de “garantías” logra el trabajador obtener una buena
retribución, sobre todo si es culto y hacendoso, pero en la mayor
parte de los casos las condiciones culturales y económicas son
deplorables y se ven privados los trabajadores por falta de
instrucción y de hábitos de ahorro y de cultura aun de poder
pensar en la posibilidad de una ascensión social. Mucha
responsabilidad de este estado de cosas recae en la falta absoluta
de esfuerzo serio de los patrones por capacitar a sus inquilinos
para una vida independiente.
El régimen “paternalista” ha imperado no sólo en los campos
sino también y principalmente en el servicio doméstico y aún
en determinadas industrias. La sociedad de trabajo está calcada
sobre la sociedad familiar, en la que la autoridad del padre
gobierna a niños menores y como son incapaces de gobernarse
por sí mismos debe velar por sus intereses. Al patrón (de pater:
padre) corresponde fijar el salario y los reglamentos de trabajo,
proponer a los obreros las obras sociales que mejorarán su
condición, desarrollar las iniciativas para sus entretenimientos.
La misión del patrón va más allá del régimen de trabajo y sigue
a los obreros en su vida privada, y aun en su vida moral y
religiosa. Y lo que es aún más grave el patrón ha llegado no sólo
a aconsejar su conducta política, sino a disponer como propios
de los sufragios de sus trabajadores.
En términos generales esta concepción sólo puede ser concebida
para un régimen de transición, cuando los obreros están
incapacitados para velar por sí mismos, esto es, cuando
realmente son menores y en este caso no deberían tener derecho
a sufragio por no ser capaces de él, pero en ningún caso se
justifica el disponer de su trabajador y ordenar su voluntad como
si fuera una cosa: esto es atropellar lo más sagrado de la
personalidad. Si en un momento de transición tal régimen es
tolerable es deber del patrón preparar rápidamente a sus obreros
para un régimen de hombres mayores que tienen derecho a
conversar de igual a igual con su patrón, con los ojos puestos en
los ojos y no con la actitud del siervo. La sociedad de trabajo
debe reglamentarse más bien que bajo el tipo de la sociedad
familiar, bajo el de la sociedad civil. No es una familia
ensanchada, sino una sociedad reducida. Y no valen para esto
las excusas del mal uso que podrían hacer de su libertad: Dios
la respeta y llegado un momento nos da la autonomía, y aun en
el hogar llega un momento en que los hijos son mayores. El

230
gran deber de los padres no es mantenerlos en la menor edad,
sino prepararlos a su emancipación.
La autoridad y consiguiente responsabilidad del patrón será
mayor si tiene a sus órdenes a jóvenes aprendices, y también
frente a los que comen y duermen bajo su techo; menor ante los
afuerinos que sólo vienen a trabajar durante algunas horas. En
cuanto al servicio doméstico éste tiende en los diferentes países
a hacerse más restringido. Las máquinas para el lavado y el aseo
facilitan la tarea de la dueña de casa.
La autoridad patronal está determinada por el contrato de trabajo
y termina en la puerta de la empresa. El patrón y el director no
tienen, en justicia, ninguna autoridad sobre la vida privada, ni
sobre la vida cívica de sus trabajadores. La caridad puede
obligarlos a velar por sus intereses, pero a condición de que
queden bien en salvo los derechos de ambos.
El servicio doméstico32
El salariado es el régimen que domina en el mundo
principalmente estos dos últimos siglos, e incluye las últimas
modalidades de trabajo que hemos señalado. El salariado supone
que el capital y el trabajo están en diferentes manos. Los
capitalistas poseen los medios de producción; los obreros, su
trabajo que entregan contra un determinado salario. El
descubrimiento de las modernas máquinas, la formación de
grandes capitales fruto del comercio exterior y la abolición de
los antiguos gremios trajeron este régimen.
El salario puede ser pagado por años, por meses, por días, por
hora de trabajo; o bien por la realización de determinada obra
lo que suele llamarse trabajo a trato o por piezas.
El régimen de salariado en sí no es injusto con tal que el salario
cumpla con las condiciones que más abajo se establecerá, pero
no es el mejor régimen y el catolicismo social tiende a superarlo.
En este sistema el operario está subordinado al capital, su
habilidad técnica está ligada a la máquina de la cual pasa a ser
como un accesorio. Por otra parte difícilmente podrá recobrar
su autonomía, pues, los grandes trabajos industriales han
reducido a un mínimo los pequeños trabajos artesanales, casi
los únicos en que aún se puede ser independiente.

32 Este párrafo no está desarrollado. En el original, después del título sólo


aparece la frase “ver Piñera”.

231
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

En el régimen de salariado el trabajo se convierte en una simple


mercadería sujeta a la ley de la oferta y la demanda, dominada
ésta por el afán de lucro, suprema aspiración de la economía
contemporánea. En ella más que la moral domina el interés,
más que a servir está orientada a ganar, más que a producir lo
necesario, tiende a producir lo que más da, aunque sufra el
consumidor.
El salariado, no por su naturaleza intrínseca, pero por la forma
como de hecho se ha realizado ha traído consigo el desprecio
del trabajo, catalogado como cosa que se compra o se arrienda,
y condiciones de vida miserables. León XIII en Rerum Novarum
decía refiriéndose a su tiempo: “la producción y el comercio de
todas las cosas está casi todo en manos de pocos, de tal suerte,
que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto
sobre la multitud innumerable de proletarios un yugo que difiere
poco del de los esclavos” (RN 2, OSC 1).
Pío XI cuarenta años después escribe: “No se puede decir que
aquellos preceptos han perdido su fuerza y su sabiduría en
nuestra época, por haber disminuido el ‘pauperismo’, que en
tiempos de León XIII se veía con todos sus horrores. Es verdad
que la condición de los obreros se ha elevado a un estado mejor
y más equitativo, principalmente en las ciudades más prósperas
y cultas, en las que mal se diría que todos los obreros en general
están afligidos por la miseria y padecen las escaseces de la vida.
Pero es igualmente cierto que, desde que las artes mecánicas y
las industrias del hombre se han extendido rápidamente e
invadido innumerables regiones, tanto las tierras que llamamos
nuevas, cuanto los reinos del Extremo Oriente famosos por su
antiquísima cultura, el número de los proletarios necesitados,
cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha crecido
inmensamente. Añádase el ejército ingente de asalariados del
campo, reducidos a la más estrechas condiciones de vida, y
desesperanzados de poder jamás obtener ‘participación alguna
en la propiedad de la tierra’; y por tanto, sujetos para siempre a
la condición de proletarios, si no se aplican remedios oportunos
y eficaces.
La muchedumbre enorme de proletarios por una parte, y los
enormes recursos de unos cuantos ricos, por otra, son argumento
perentorio de que las riquezas multiplicadas tan abundantemente
en nuestra época, llamada del individualismo, están mal
repartidas e injustamente aplicadas a las distintas clases” (QA
26, OSC 2).
De hecho todavía hoy vemos por todas partes, en la mayor parte

232
de los países, y muy especialmente en América Latina que las
condiciones de vida del trabajador son con frecuencia
inhumanas especialmente en las minas, en los campos, en el
trabajo femenino, a domicilio, y en general del obrero no
especializado. Su habitación es ordinariamente muy deficiente,
su salario escaso, las posibilidades de cultura y ascensión social
difíciles.
Esto es lo que ha venido a llamarse “proletariado” (El nombre
deriva de proles: hijos), aludiendo a aquellos hombres tan pobres
que en el Imperio Romano, no podían dar otra cosa al Estado
que sus hijos. En nuestros días llamamos proletario al asalariado
que goza de una libertad abstracta, sin medios de reivindicarla
efectivamente, esto es al trabajador que no posee sino su trabajo
sin propiedad ni esperanza de llegar jamás a poseerla. En teoría,
este hombre puede llegar a ser millonario y presidente de la
República, pero un cálculo real de probabilidades reduce sus
esperanzas a cero.
Todo proletario es una asalariado, pero no todo asalariado es
un proletario, pues muchos, especialmente los obreros
especializados logran escapar de esta condición. El verdadero
proletario, en cambio no puede en la realidad escapar a su suerte,
y de ella participarán también sus hijos que serán
probabilísimamente lo que han sido sus padres: infierno
económico sin esperanza. La inseguridad es el otro azote del
proletario. ¿Tendrá trabajo mañana? En caso de accidente, de
cesantía, de vejez ¿qué será de él y de su familia? Vendrán a
aumentar esa última etapa social, el subproletariado en que se
vive ya en forma totalmente infrahumana, y este subproletariado
es por desgracia demasiado frecuente en nuestros días, verdadero
estigma de nuestra pretendida civilización y marca de su falta
de cristianismo.
El proletariado tiene esta significación paradójica: es el fruto de
la liberación teórica del hombre, realizada por el liberalismo
filosófico, y de la esclavitud práctica al capital, obra del
liberalismo económico. La proletarización no cesa de aumentar,
pues, si bien numerosos trabajadores logran escapar de ella por
ascensión, los obreros campesinos son atraídos a la ciudad por
las esperanzas de un trabajo más fácil, y en países nuevos toda
la masa de los económicamente débiles son arrastrados a la
industria, con el inmenso peligro de quedar repentinamente
cesantes. La inflación económica ha sumido también en la
categoría de proletarios a las clases medias, a los pequeños
rentistas.

233
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

El proletariado constituye el más tremendo peligro para la


estabilidad de un país, el caldo de cultivo más apropiado para
todo estallido revolucionario y para absorber las ideas marxistas.
La vida espiritual llega a hacerse imposible en el proletariado,
como lo reconoce Pío XII: “Por un lado vemos riquezas inmensas
que dominan la vida económica pública y privada, y, con
frecuencia, hasta a la vida civil; por el otro, al número incontable
de aquellos que, desprovistos de toda seguridad directa o
indirecta respecto de su vida, no se interesan ya por los valores
reales y más elevados del espíritu, abandonan su aspiración de
una libertad genuina, y se arrojan a los pies de cualquier partido
político, esclavos de cualquiera que les prometa en alguna forma
pan y seguridad” (Discurso 1º Sept. 1944, OSC 8).
La abolición del proletariado es una de las primeras consignas
de la moral social, pero requiere la realización de varias etapas:
defensa de las clases medias, y del artesanado y del pequeño
comercio; lucha contra la inflación y el alza de la vida para
asegurar a los pequeños rentistas; educación profesional para el
asalariado y sistemas de seguridad social que les permitan el
acceso a la pequeña propiedad y garanticen sus días difíciles; y
el medio más a fondo, la transformación de la empresa capitalista
en comunidad de trabajo. Estas medidas requieren una voluntad
enérgica de desproletarizar las masas, gran inteligencia jurídica,
capacidad técnica superior y el tiempo necesario. Esta cruzada
reclama la voluntad decidida de los cristianos dispuestos a
jugarse enteros por la justicia.

3.1.0.6 El contrato de trabajo.


El ingreso a la sociedad de trabajo se realiza mediante el contrato
de trabajo. Este es explícito cuando las dos partes establecen un
convenio, que ordinariamente es firmado. Así lo exige
ordinariamente la legislación contemporánea. Es tácito cuando
el trabajador se incorpora en un determinado trabajo, lo que
supone que acepta las condiciones allí establecidas.
El contrato de trabajo puede ser de arrendamiento de servicios:
determinados servicios u horas de trabajo, contra determinados
beneficios; contrato de repartición de los beneficios que se
obtengan entre el empleador y sus obreros; contrato a trato o
por suma alzada, cuando el empresario encarga un trabajo a un
obrero quien se encarga de realizarlo por su cuenta y bajo sus
riesgos, mediante una determinada paga. Hay muchas otras
variedades del contrato de trabajo: por administración, por

234
equipos, contrato de reparto de economías entre el que encarga
el trabajo y los que lo realizan, etc. Las condiciones del trabajo
deben especificarse claramente tanto las que se refieren a la
duración o cantidad del trabajo, períodos de descanso,
vacaciones, a sus garantías de higiene y seguridad, estabilidad,
ascenso, condiciones sociales, cívicas, morales y religiosas; y el
pago y manera de hacerlo y su complemento en asignaciones
familiares, participación, seguros sociales.
El contrato colectivo entre el empleador y el sindicato ha
terminado por imponerse con gran ventaja para proteger la
debilidad de quien debía pactar aisladamente.
La justicia conmutativa rige el contrato de trabajo. Implica un
intercambio de servicios, y en caso que una de las partes no
cumpla su compromiso deben compensarse los perjuicios. Las
cláusulas del contrato deben ser conocidas de ambas partes,
bajo pena de nulidad. El temor que disminuye la libertad hace
que la parte lesionada pueda pedir la rescisión del contrato.
La justicia distributiva rige también el contrato de trabajo, y hay
por tanto normas superiores a las escritas, de derecho natural,
de las cuales ni empleador ni empleado pueden prescindir, y
que anulan cuanto a ellas se opone. Así por ejemplo un obrero
que acepta por miseria un trabajo remunerado en forma
inhumana no está obligado a cumplir su trabajo.

3.1.0.7 ¿Arrendamiento de servicio o asociación?


Mucho se ha disputado entre juristas y sociólogos sobre la
naturaleza del contrato de trabajo. Muchos han sostenido que
por su naturaleza es sólo un simple arrendamiento de servicios,
mientras otros hacen del obrero un asociado del patrón con
todas sus consecuencias.
Los partidarios del contrato de arrendamiento sostienen que la
empresa es propiedad del dueño del capital y, por tanto no tiene
parte alguna en ella el obrero, el cual no expone nada en la
empresa mientras el capitalista lo arriesga todo. El trabajo está
pues suficientemente compensado con el salario que recibirá el
obrero cualquiera que sea la situación de la empresa. Esto último
no es del todo exacto, pues, la mala situación de la empresa
influye en el despido de los obreros que quedan cesantes y en
disminución de sus retribuciones, lo cual es un riesgo tan real
como el del patrón.

235
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Si las condiciones de salario y demás son justas no puede decirse


que el contrato de arrendamiento de servicios sea inmoral de
suyo, como lo dejó establecido Pío XI:
“En primer lugar, los que condenan el contrato de trabajo como
injusto por naturaleza, y tratan de sustituirlo por el contrato de
sociedad, hablan un lenguaje insostenible e injurian gravemente
a Nuestro Predecesor, cuya Encíclica no sólo admite el salario,
sino aún se extiende largamente explicando las normas de justicia
que han de regirlo.
Pero juzgamos que, atendidas las condiciones modernas de la
asociación humana, sería más oportuno que el contrato de
trabajo algún tanto se suavizara en cuanto fuese posible por
medio del contrato de sociedad, como ya se ha comenzado a
hacer en diversas formas con provecho no escaso de los mismos
obreros y aún patronos. De esta suerte los obreros y empleados
participan en cierta manera, ya en el dominio, ya en la dirección
del trabajo, ya en las ganancias obtenidas” (QA 29, OSC 215).
Los argumentos contra el régimen de salarios emanados de la
teoría marxista de la plusvalía, según el cual el patrón se roba lo
que el obrero ha hecho valer al objeto con su trabajo, son falsos.
En el actual régimen, el capital tiene derecho a una amortización,
y a un interés y también los técnicos tienen derecho a un mayor
salario por el sobreprecio que logran dar al objeto con su técnica
que da al trabajo manual un mayor precio, como lo ha
reconocido incluso el régimen comunista que sobrepaga a los
técnicos.
El salariado no es un régimen definitivo. Otros ha habido antes
que éste, y otros vendrán después. Sería singular presunción
detener el curso de la historia en un régimen que está lejos de
ser el más perfecto, incluso entre los que han existido, y que
tiene el formidable defecto de separar al trabajador de sus
instrumentos de trabajo y de fomentar la lucha de clases.33
¿Qué forma de contrato de trabajo va a reemplazar al salariado?
Este es un punto de vista técnico y no de moral social. El contrato
de sociedad es, sin duda, más conforme a la dignidad del obrero,
y con el bien común. Pío XI en el pasaje recién citado y Pío XII
en numerosas ocasiones han aconsejado temperar el contrato
de trabajo con las formas del contrato de sociedad34.

33 Al margen de este párrafo, el P. Hurtado puso la anotación “Buscar texto de


Pío XII”. El texto aludido no es legible.
34 En el original aparece a continuación: “Ver Asp. y textos en Fern. Pr
(Kath. Tag)”.

236
Lo que sí desea el Papa y pide el sentido común, es que las
especulaciones de las reformas por las que es lícito luchar no
alejen a los trabajadores de la conquista que puede mejorar su
situación presente. La construcción de un mundo mejor debe,
para ser verdadera y durable, apoyarse en las realidades del
mundo de hoy.

3.1.0.8 Proyectos de reforma de empresa35.


3.1.0.9 El monto del salario.
Notemos en primer lugar que al hablar de salario no hacemos
distinción entre lo que vulgarmente se llama salario, aplicable
más bien al obrero; sueldo, al empleado, y hasta donde es posible
extender esta doctrina, también al honorario, que se paga al
profesional. Entendido en esta forma llamaríamos salario a la
retribución convenida, que el obrero recibe de su empleador
por el trabajo que ha ejecutado para él.
Antes de determinar el monto del salario es necesario distinguir
el salario nominal, que es la suma de dinero recibida por el
trabajo; y el salario real, que corresponde a los bienes y servicios
que el obrero puede adquirir con dicho dinero. El salario real
determina el poder de compra del trabajador.
Sobre la cuantía del salario hay diversas teorías: la liberal de
Adam Smith y Ricardo sostiene que el salario es una simple
mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda: cuando dos
patrones corren tras un obrero, el salario crece; pero cuando
dos obreros persiguen a un patrón éste tiene que bajar. Malthus,
liberal también, defiende que el monto del salario depende del
capital circulante destinado a pagar el trabajo y del numero de
trabajadores que van a ser pagados con él. Para aumentar el
salario debe aumentar el capital circulante o disminuir el número
de operarios. Lassalle, socialista, cree haber descubierto la
llamada ley de bronce de los salarios, según la cual estos están
determinados por el gasto indispensable para reponer las fuerzas
del obrero: éste es el costo del trabajo. La ley de la oferta y la
demanda lo determinará, pero sin alejarse mucho de este costo.
Carlos Marx, pretende que al obrero se debe todo el valor
producido por el trabajo, ya que una mercadería no vale sino
por el trabajo que contiene. La diferencia entre este mayor valor

35 Este párrafo queda sólo enunciado. En el original aparece a continuación


del título “Fernández Pradel 130 – 133 Pol. y Esp. Abril 51”.

237
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

de la mercadería y el salario real pagado, es lo que el capitalista


roba al obrero36.
León XIII fundándose en el doble aspecto del trabajo: personal,
por ser la obra de un hombre, y necesario, por ser para el
asalariado su único medio de subsistencia, concluye que por
ser personal, el trabajo humano no es una simple mercadería,
sino algo inherente a la persona y no puede por tanto estar sujeto
a la ley de la oferta y la demanda como si fuera una cosa material;
por ser necesario ha de servir para sustentar la vida…
“Efectivamente; sustentar la vida es deber común a todos y a
cada uno, y faltar a este deber es un crimen. De aquí
necesariamente nace el derecho de procurarse aquellas cosas
que son menester para sustentar la vida, y estas cosas no las
hallan los pobres sino ganando un jornal con su trabajo.
Luego, aun concediendo que el obrero y su amo libremente
convienen en algo y particularmente en la cantidad del
salario, queda, sin embargo, siempre una cosa que dimana
de la justicia natural, y que es de más peso y anterior a la
libre voluntad de los que hacen el contrato, y es ésta: que el
salario no debe ser insuficiente para la sustentación de un
obrero que sea frugal y de buenas costumbres. Y si acaeciere
alguna vez que el obrero, obligado por la necesidad o movido
del miedo de un mal mayor, aceptase una condición más
dura, y aunque no lo quisiera, la tuviere que aceptar por
imponérsela absolutamente el amo o el contratista, sería eso
hacerle violencia, y contra esta violencia reclama la justicia”
(RN 34, CEP pp. 442).
“Para estimar el trabajo en su justo valor el trabajo y darle
una exacta remuneración, hay que tomar en consideración
el carácter a la vez individual y social del mismo. La tasa
justa del salario se deduce, por consiguiente, no de una sola,
sino de varias consideraciones” (CSM 135).

3.1.0.9.1 Primer punto para considerar el salario: la


subsistencia del obrero y su familia.
“136. El primer punto que hay que tomar en consideración
es el sustento del trabajador y su familia. El salario vital, que
36 A continuación en el original, el P. Hurtado indica: “(Copiar CSM p57 – 8
Sería erróneo…”. Si bien se indica el inicio de la frase desde donde copiar
“Sería erróneo…”, en la página 57 del Código Social de Malinas no aparece
dicha expresión. Sin embargo hay que decir que desde la página 55 hasta
la 57 el Código Social de Malinas trata, entre otros, la cuestión de los salarios.
Ver Código Social de Malinas nº 134-142.

238
comprende la subsistencia del trabajador y su familia, el
seguro de accidentes, enfermedad, vejez y paro, es el salario
mínimo debido en justicia por el patrono” (CSM 136).
La noción de salario vital ha evolucionado: al principio se
entendía solamente lo que era necesario para la subsistencia de
un obrero sobrio y honesto, y todos los autores están de acuerdo,
en que tal cantidad era debida al obrero en justicia conmutativa,
de modo que de no pagarse quedaba el empleador obligado a
restituir su deuda. Hoy muchos autores, como lo hace el Código
Social de Malinas incluyen en el concepto de salario vital
también lo que se debe para alimentar la familia. Ningún
moralista católico discute que el salario familiar se debe
absolutamente al obrero. Las razones son varias: en primer lugar
porque el trabajador tiene el derecho natural primario de
constituir una familia y por tanto el derecho de recibir los medios
necesarios para alimentarla y mantenerla en forma humana. El
salario familiar no se funda en el derecho de la familia de ser
alimentada, sino en el derecho del trabajador como jefe de
familia. Es justo que los demás miembros de la familia concurran
según sus fuerzas al mantenimiento del hogar. La madre
normalmente concurrirá ocupándose de los oficios domésticos,
que ya suponen harto trabajo y los menores adquiriendo una
formación adecuada. Es una desgracia que la madre y los
menores deban abandonar sus primeros deberes para salir a
buscar un salario complementario por las deficiencias del salario
del padre. Cuando los menores vayan creciendo podrán hacer
algo más, mientras no llega a su vez el momento en que ellos
deban pensar en formar otro hogar. Una segunda razón: que el
salario familiar es el bien común social: la sociedad no puede
subsistir sin una familia bien constituida y sin salario familiar no
puede ésta subsistir. Además el mismo bien común mirado bajo
un aspecto económico exige un salario familiar para que las
familias puedan tener confiadamente el número de hijos que la
industria va a reclamar, pueda tenerlos sanos y fuertes. La patria
entera ganará al contar con hogares que pueden realizar una
ascensión social.
El salario familiar puede considerarse como absoluto y relativo.
Llamaríamos salario familiar absoluto el que basta para las
necesidades de una familia corriente, de cinco o seis personas.
Salario familiar relativo, el que cubre las necesidades reales de
todos los miembros de la familia que de hecho existen. El salario
familiar tanto el absoluto como el relativo se debe al obrero por
las razones arriba indicadas, y debe ser tal que pueda cubrir las
necesidades tanto ordinarias como extraordinarias de la familia.

239
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Llamamos necesidades ordinarias, sus gastos corrientes siguiendo


las fluctuaciones del costo de la vida; y necesidades
extraordinarias las que provienen de gastos de maternidad,
accidentes, enfermedad, vejez y cesantía.
El salario familiar absoluto se debe a todo obrero adulto, tanto
soltero como casado. Si aún no tiene familia tiene derecho a
formarla, y a prepararse economizando los años que preceden
al matrimonio para establecer su hogar. No se puede en
conciencia pagar un salario más bajo del salario familiar
absoluto. Tal obligación discuten los moralistas si es de justicia
social o de justicia conmutativa, pero ninguno después de las
enseñanzas de Pío XI en Divini Redemptoris y Casti connubii
niega que tal obligación sea de justicia. El salario familiar relativo,
se debe en justicia social.
La forma de pagarse el salario familiar que va introduciéndose
en muchas partes es la siguiente: los gastos ordinarios del
trabajador los paga el empleador semanal o mensualmente; los
gastos extraordinarios por conceptos de enfermedad, vejez,
accidentes, etc. mediante los seguros sociales; los gastos por
concepto de cada nuevo miembro de la familia a cargo del
obrero, por las cajas de compensación. Estas primitivamente
funcionaban en cada empresa y se hacía una imposición
proporcional al número de trabajadores que ocupaba cada
empresa, y se distribuía el total a los trabajadores a prorrata del
número de sus hijos. Hoy día suele hacerse mediante
imposiciones patronales a oficinas públicas, encargadas de los
seguros sociales, los cuales pagan una determinada asignación
por cada carga familiar, igual para los distintos asegurados
cualquiera que sea su oficio. Esta última fórmula tiene el
inconveniente que lo que el obrero viene a recibir del patrón
suele ser solamente su salario vital personal, haciéndose una
injusticia a los obreros solteros que tendrían derecho a recibir
como salario vital el familiar absoluto a fin de poder prepararse
a formar su hogar.
Desgraciadamente los subsidios familiares y los seguros sociales
son inexistentes para muchas categorías de trabajadores, o bien
existen en una fórmula puramente simbólica, pues las
prestaciones que dan son irrisorias. Por esto el Código Social de
Malinas urge que ambas instituciones se generalicen:

240
“137. Con la noción arriba dada de salario vital se relacionan
dos conclusiones.
a) La institución llamada de ‘Subsidios familiares’ ha tomado
en estos últimos tiempos felices desenvolvimientos. Es
muy conveniente que tales subsidios familiares sean
incorporados a todos los contratos, así individuales como
colectivos, entre patronos y obreros;
b) El régimen legal de seguros sociales tiende así mismo a
implantarse. Es necesario que se generalice, y muy
conveniente instituir de preferencia Cajas profesionales
de seguros, es decir, Cajas alimentadas y dirigidas
conjuntamente por los patronos y obreros de cada
profesión, bajo el control y con el apoyo de los Poderes
Públicos.
Cuando el Estado impone la afiliación a Cajas de subsidios familiares
o de seguros sociales, o cuando las subvenciona, debe al mismo
tiempo establecer una distinción entre las familias en las que la
madre queda en casa y entre aquellas en que trabaja fuera, y prever
en favor de aquéllas un baremo más ventajoso” (CSM 137).

3.1.0.9.2 Segundo punto: La situación de la empresa.


En la empresa de tipo capitalista actual el salario es la forma
normal de participación del trabajo en los frutos obtenidos por
la empresa que van también en buena parte al capital y a la
dirección de la misma. Es natural, por tanto, que el salario guarde
relación con la situación de la empresa. Las necesidades de la
vida del trabajador y su familia constituyen el límite mínimo del
justo salario. Las posibilidades de la empresa, constituyen el
límite máximo.
Cuando la situación de la empresa es próspera, los salarios deben
aumentar en proporción a las utilidades de la empresa. Este
aumento, que corresponde a la participación en los beneficios,
se establecerá al fin de cada año.
La participación puede darse en forma simple de un tanto por
ciento de las utilidades anuales o bien acciones de trabajo, que
colocan a los obreros en la categoría de accionistas.
Si la situación de la empresa es desfavorable, esto es, no llega a
obtener beneficios o bien sufre pérdidas, el salario disminuirá
hasta el límite del salario vital familiar, para evitar la ruina de la
empresa.

241
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Incluso puede concebirse el caso que la situación de la empresa


sea tal que no pueda llegar a pagar el salario vital familiar. Si
esta situación se debe a culpa de la empresa, tendrán derecho
los obreros a exigir que tal estado cese. Otras veces puede esto
suceder por circunstancias extraordinarias fuera de toda posible
previsión.
Si la empresa no llega a pagar el salario vital familiar, tienen
derecho los obreros a pedir que el empresario capitalista
sacrifique previamente los intereses del capital y los beneficios
de empresario. Si esta situación perdura llegará el momento de
deliberar acerca del cierre de la empresa.

3.1.0.9.3 Tercer punto: el bien común y sus exigencias.


“El tercer punto que debe considerarse es el bien común y sus
exigencias.
Interesa al bien común que el trabajador pueda no solamente
vivir de su salario, sino ahorrar y constituirse una modesta fortuna.
Por otra parte, un nivel demasiado bajo o exageradamente
elevado de los salarios produce el paro, mal deplorable. La
justicia social reclama una política de los salarios que ofrezca
al mayor número posible de trabajadores, el medio de ser
contratados y de proveer, merced a ello, a su subsistencia.
Importa que mediante una armoniosa coordinación de las
diversas ramas de la actividad económica, tales como la
agricultura, la industria y otras, se establezca un equilibrio
razonable, tanto entre los salarios y los precios de las
mercaderías, como entre los precios diversos de las mercaderías”
(CSM 139 - 140).
La doctrina católica es esencialmente anti-individualista: ella
considera a los hombres, no como individuos aislados, sino como
seres viviendo en sociedad y, por lo tanto, constituyendo un
cuerpo, en el que un estrecho lazo de solidaridad une a todos
sus miembros, de tal manera que no hay fenómeno humano
que no tenga su repercusión en la sociedad.37
De ahí que el salario no deba reputarse tan sólo como una
manifestación circunscrita al contrato de trabajo entre empleador
y trabajador, sino que ha de ser considerado también en sus
más amplias proyecciones sociales.

37 Al margen de este párrafo en manuscrito aparece “Valsechi”.

242
Para la sociedad, no es indiferente la determinación de cualquier
cuantía de salario, porque ella – como organismo social
destinado a procurar el bien común de todos sus miembros –
tiene derechos propios que trascienden de los derechos
individuales del trabajador y del empleador y que deben ser
respetados; de ahí que la sociedad esté interesada en que los
salarios respondan a la justicia social.
Por eso, S.S. Pío XI advierte que “la justicia social impone deberes
a los que ni patrones ni obreros se puedan sustraer” ya que “es
propio de la justicia social el exigir de los individuos cuanto es
necesario al bien común”.
Se ve, claramente que la cuantía del salario no se determina en
su justa medida, si no se respeta la justicia social, es decir, si no
se tiene en cuenta las exigencias del bien común.
Pero, ¿cuáles son estas exigencias del bien común y cuál es su
influencia en la fijación del monto del justo salario? La doctrina
católica, por boca de S.S. Pío XI, afirma que tales exigencias
son tres:
- el bien común exige que los trabajadores puedan formarse
poco a poco un modesto patrimonio, para llegar así a la
pequeña propiedad; la justicia social, pues, pide que los
salarios sean lo suficientemente altos para permitir a los
trabajadores ahorrar una parte de su monto, después de
cubiertos los gastos necesarios;
- el bien común exige que el mayor número posible de
trabajadores encuentre trabajo, de modo que todos puedan
obtener los bienes necesarios para sustentar su vida y la de
sus familias: por tanto, la justicia social demanda que, con
el común sentir y querer, los salarios no sean ni demasiado
reducidos ni extraordinariamente elevados, porque en
ambos casos se tendría como consecuencia el paro forzoso
de los trabajadores; es menester, en cambio que los salarios
se regulen de tal manera que el mayor número de
trabajadores pueda emplear su actividad productiva.
- el bien común exige que exista cierto equilibrio entre las
varias profesiones de la sociedad, de modo que todas se
aúnen y combinen para formar un solo cuerpo; pues el bien,
para obtener este equilibrio, la justicia social pide que se
guarden las convenientes proporciones:
- entre los salarios de las varias categorías profesionales
(industria, agricultura etc.);

243
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

- entre los precios de los productos y servicios de las distintas


ramas productivas;
- entre los salarios y los precios de las diferentes actividades
económicas.
Estas exigencias del bien común imponen una sabia política de
los salarios que tenga en cuenta los elementos solidarios de la
sociedad. No ha de olvidarse que el salario es uno de los mayores
canales por los que se distribuye la riqueza: por tanto, en su
determinación, deben respetarse las normas de la justicia social,
a fin de que todos los miembros de la sociedad participen de los
bienes producidos.
Pío XI sintetiza admirablemente este concepto solidario de la
economía: “La economía social – afirma – estará sólidamente
constituida sólo cuando a todos y cada uno se provea de todos
los bienes que las riquezas y subsidios naturales, la técnica y la
constitución social de la economía pueden producir. Esos bienes
deben ser suficientemente abundantes para satisfacer las
necesidades y comodidades honestas y elevar a los hombres a
aquélla condición de vida más feliz que, administrada
prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la favorece
en gran manera” [QA 34, OSC 158].
Es así como, al tomar en consideración las exigencias del bien
común, el justo salario será un salario social.
Resumiendo; el salario será justo si reúne estas condiciones38 :
• Que baste a las necesidades del obrero y su familia;
• Que responda al valor técnico del trabajo;
• Que refleje la situación económica del momento;
• Que guarde proporción con el estado de la empresa;
• Que tenga en cuenta las exigencias del bien común.
La retribución del trabajo debe tener como límite mínimo las
necesidades del trabajador y su familia; como limite máximo
las posibilidades económicas de la empresa; como regla que lo
regule las exigencias del bien común; como alternativas de
fluctuación la preparación técnica del trabajador y las
condiciones económicas del momento.

38 Da la impresión que este resumen debiera ir después de los cinco puntos


que aborda para tratar la cuestión del justo salario.

244
3.1.0.9.4 Cómo determinar en la práctica el justo salario.
El principio de aplicación de las normas anteriormente expuestas
será el de la estimación común de los interesados que en la
práctica se refleja en las comisiones mixtas de patrones y obreros
presidida por una persona neutral. El resultado de tales reuniones
da por lo menos una estimación prudente para el momento,
aunque no siempre responde a la plenitud de las exigencias de
los principios arriba expuestos. Si existieran las corporaciones
que representaran los intereses profesionales, tales instituciones
serían las llamadas a dar esa estimación común.
El Estado ordinariamente no debe intervenir en la fijación del
monto del salario, lo que corresponde a las partes interesadas,
pero excepcionalmente puede dictar el salario mínimo a fin de
asegurar al trabajador y su familia el punto de partida de un
salario justo. León XIII refiriéndose a la determinación de la
cuantía del salario dijo que: “para que no se entrometa en esto
demasiado la autoridad, lo mejor será reservar la decisión a las
corporaciones acudiendo el Estado, si la cosa lo demandare con
su amparo y auxilio” [RN 34, OSC 275].
En Estados Unidos Ford inspiró una política de altos salarios
que consiste en dar a los obreros la mayor retribución posible a
fin de aumentar su poder de compra y activar así la vida
económica nacional. Este método, donde es posible aplicarlo
es en sí beneficioso a los trabajadores y a los mismos empresarios
y mantiene un alto nivel de empleo y producción.

3.1.0.9.5 Cuarto Punto: Las modalidades del trabajo.


A estos tres puntos que señala el Código Social de Malinas como
básicos para atender a la fijación del salario, podemos añadir
otros dos. En primer lugar hay que atender a las modalidades
del trabajo, en tal forma que al obrero que realiza un trabajo de
mejor calidad se le debe en estricta justicia un salario mayor.
Este mayor salario compensa el aprendizaje previo, los estudios
profesionales, la mejor categoría del producto elaborado. Al
hablar de modalidades del trabajo entendemos también la
antigüedad del empleo, la mayor fatiga que suponen ciertas
labores, los riesgos, la insalubridad del ambiente, etc.

3.1.0.9.6 Quinto Punto. Las condiciones del mercado.


La ley de la oferta y la demanda no puede ser la norma en la

245
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

determinación del salario, pero dentro de ciertos límites es


indiscutible que influye, y tal influencia es legítima si se mantiene
dentro de los límites mínimo y máximo del justo salario. A esto
alude Pío XI cuando dice: “La libre concurrencia cuando está
encerrada dentro de ciertos límites es justa y sin duda útil”.

3.1.1. Derechos y deberes de los trabajadores.


3.1.1.1 Deberes de los obreros.
León XIII y Pío X precisaron los derechos y deberes de los
trabajadores.
En el Motu proprio sobre la Acción Popular resume Pío X las
obligaciones de justicia del obrero:
“Las obligaciones de justicia, en cuanto al proletario y al
obrero, son éstas: Ejecutar íntegra y fielmente el trabajo que
libre y equitativamente se ha pactado; no causar daño a los
bienes, ni ofensa a la persona de los patrones; y en la defensa
misma de los propios derechos, abstenerse de actos violentos
y no convertirla en motín” (OSC 176, VII).
Hace poco nos referíamos a la mística del trabajo que todas las
profesiones deben despertar: al obrero le ayudará enormemente
recordar que está sirviendo al país, creando riqueza, elevando
el nivel de vida de sus hermanos. Es muy distinto el espíritu que
se propone un trabajador en una obra cuando piensa que está
pegando ladrillos, que cuando ha descubierto que construye
una catedral.
Sentido de responsabilidad y conciencia profesional elevarán
al trabajador y lo harán digno de mayor respeto. La conciencia
profesional excluye el trabajo hecho con negligencia, las
ausencias injustificables, las falsas enfermedades y falsos
accidentes, el trabajo lento, el honorario abusivo, el fraude de
materiales, etc. Excluye también la “coima”, el favoritismo
injusto, las sustracciones aunque sean pequeñas de los bienes
de la empresa, y el cerrar los ojos sobre las injusticias de los que
uno tiene a su cargo.
El respeto a los superiores exige no sólo el no lesionarlo sino la
obediencia a sus órdenes razonables, la deferencia y más aún,
el amor fraternal que debe ser tanto mayor cuanto está más
próximo a cada uno. El obrero cristiano debe recordar que el
supremo mandamiento de la caridad no excluye a nadie del
imperativo del amor. Junto con defender valientemente el obrero

246
sus derechos tomará ante sus jefes la actitud de obediencia a
sus órdenes razonables, de deferencia y de amor que
corresponden a un cristiano, rechazará las imputaciones
calumniosas que se les hacen, la sospecha sistemática de sus
intenciones y todo cuanto pueda lesionar sus intereses: más aún
sus jefes deben poder contar con ellos como colaboradores de
una obra común. La lucha de clases nunca puede ser un objetivo
en la conducta de un cristiano.

3.1.1.2 Deberes de los patrones.


“Las obligaciones de justicia por parte de los capitalistas y
patrones, son éstas: Pagar el justo salario a los obreros; no
perjudicar sus justos ahorros ni con violencia, ni con fraude,
ni con usuras manifiestas o paliadas; darles libertad para
cumplir sus deberes religiosos; no exponerlos a seducciones
corruptoras ni a peligros de escándalo; no alejarlos del espíritu
de familia y del amor a la economía; no imponerles trabajos
desproporcionados con sus fuerzas o que no convenga a su
edad o a su sexo.
Es obligación de caridad de parte de los ricos y de los que
tienen, socorrer a los pobres e indigentes, según el precepto
del Evangelio; precepto que obliga tan gravemente, que en
el día del juicio se dará cuenta de un modo especial, según
lo dijo el mismo Cristo (Mt 25), si se cumplió con él” (OSC
176, VIII y IX).

3.1.1.3 Derechos de los trabajadores.


Todo trabajador puede pedir que se le permita cumplir su trabajo
en una atmósfera corporal y moralmente humana. Pueden exigir
del patrón que vele por la higiene del taller: que haya luz,
limpieza, comedores, servicios higiénicos y vestuarios dignos y
con la debida separación para hombres y mujeres, protección
contra los accidentes y contra las enfermedades profesionales,
asientos para poder reposar en su tarea, y salas cunas para que
las madres puedan atender a sus hijos. En los oficios peligrosos
o expuestos a enfermedades profesionales, como la cirrosis, por
ejemplo, deben exigir las medidas de protección para impedir
la pronta destrucción de su salud. Al mismo tiempo los sindicatos
deben emprender una acción educativa para prevenir a los
jóvenes obreros contra estos peligros a que los expone su
ignorancia.

247
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

En las grandes industrias alejadas de los centros públicos de


población, especialmente en las ciudades cerradas constituidas
por ciertas compañías en las que todo es de su propiedad, no
sólo la fábrica sino las habitaciones, el comercio, y hasta los
sitios de esparcimiento, tienen pleno derecho los obreros a exigir
que sus habitaciones sean amplias para llenar las exigencias
normales de una familia, con la debida independencia para
poder mantener la intimidad familiar, con servicios higiénicos
propios de cada casa. Los almacenes o pulperías si son de la
compañía no pueden esquilmarlos con sus altos precios. En
cuanto a la práctica de ciertas compañías de disminuir los salarios
y compensarlos con productos vendidos a muy bajo precio, sería
más normal que el precio fuera el corriente en las mercaderías y
también en los salarios: esto es más educativo para el obrero,
menos expuesto al peligro de paternalismo que mantiene al
trabajador como en menor edad y también evitará al obrero
esas situaciones de esperas interminables para obtener los
artículos racionados, que se le hace creer son una concesión
extraordinaria, cuando en realidad los pagan con la diferencia
de salario.
Los obreros necesitan reposo. Se ha llegado a comprender que
las máquinas no pueden marchar ininterrumpidamente, cuanto
más los hombres. Los sindicatos deben insistir en que haya en
las industrias de trabajo ininterrumpido suficientes obreros para
poder atender los tres turnos, pues, para las compañías resulta
más económico disminuir el número de obreros y tentarlos a un
número de horas extraordinario a lo que el obrero fácilmente
accede por el interés del sobresalario, pero con detrimento
indiscutible de su salud. No puede, normalmente hablando, en
forma prolongada un obrero tomar sobre sí un trabajo mayor
que el ordinariamente fijado en las industrias.
Las fiestas de precepto que ha establecido la Iglesia, y que antes
eran más en número que ahora obedecían en buena parte a
facilitar al trabajador el reposo necesario. La parte social del
Tratado de Versalles estableció que el reposo semanal coincida
hasta donde es posible con el descanso dominical. Este ha sido
establecido por la Iglesia para que todo hombre pueda descansar
de sus cuidados terrenos y cultivar su vida espiritual y no menos
su vida familiar. Es un escándalo ver la facilidad con que se
atropella el precepto del Señor de reposo y santificación de las
fiestas.
La vida moderna ha hecho necesario ciertos trabajos
ininterrumpidos, como por ejemplo los servicios de
movilización, distracción, etc. y tales trabajadores no están

248
obligados a abandonar estos trabajos por el hecho de no
interrumpirse en los domingos, pero a la sociedad le corresponde
reducirlos a un minimum, y a los empleadores facilitar hasta
donde sea posible el cumplimiento de los deberes religiosos.
La que hoy día se llama “semana inglesa”, esto es, que deja
libre la tarde del Sábado se practicaba ya en la Edad Media,
para facilitar en forma efectiva el descanso dominical anticipando
los quehaceres del Domingo al Sábado en la tarde.
Las vacaciones pagadas para los obreros han sido felizmente
introducidas en muchas legislaciones, y corresponden a una
verdadera necesidad física y espiritual, tanto más cuanto que la
vida urbana desgasta horrorosamente los nervios.
El subsidio proporcional al número de años de servicio a un
determinado patrón, comienza felizmente a introducirse. Está
plenamente justificado por el hecho que un obrero necesita al
retirarse de un empleo una cierta cantidad de dinero para
asegurar sus últimos años, o para emplearse independientemente
en un trabajo más de acuerdo con su edad. Es normal, por lo
demás, a menos que la industria o el Estado provea mediante
un adecuado subsidio de vejez, que la empresa en la cual un
hombre ha gastado su vida provea en proporción al número de
años de servicio a asegurarle su vejez al trabajador. Es triste y
denigrante para un padre de familia llegar al fin de su vida y
resignarse a ser carga para sus hijos. Desgraciadamente el monto
de los salarios suele ser tal frente al costo de la vida que un
obrero esforzado no puede hacer economías serias para sus
últimos años.
El descubrimiento de maquinarias más y más perfectas, al mismo
tiempo que las necesidades de la higiene han llevado a disminuir
las horas de trabajo diario. De doce, catorce y hasta dieciséis
horas de trabajo diario a principios del siglo pasado hemos
llegado a la jornada de 48, 40 y aun 36 horas. Es de prever aun
ulteriores disminuciones. Algunos espíritus se inquietan y
protestan por estas disminuciones. No parecen justificadas tales
protestas siempre que pueda mantenerse la producción al ritmo
de las necesidades, y que se dé educación y oportunidades para
aprovechar honestamente los tiempos más largos de reposo. En
cuanto a las necesidades de la producción recuérdese que el
número de brazos no ocupados es enorme en la era maquinista
por el fenómeno crónico de la cesantía.
La higiene moral de los sitios de trabajo debe ser cuidada
celosamente por los propios trabajadores, los más directamente
interesados. Mientras ellos no tomen este asunto en sus manos

249
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

nadie podrá reemplazarlos con éxito. Las mujeres y los


adolescentes deben ser especialmente atendidos, pues en ambos
se juega el porvenir de un pueblo.

3.1.1.4 Respeto a la dignidad obrera.


El patrón y el obrero se deben mutuo respeto, y esto supone
aplicándolo al obrero, que no se le apliquen castigos corporales,
ni aunque sean aprendices, que se les hable con deferencia,
que al darles alguna orden les den también las explicaciones
necesarias y ojalá la razón de lo que se hace. Ciertos jefes
intermediarios se hacen odiosos a sus súbditos, no porque les
tengan mala voluntad o sean injustos, sino porque los hieren sin
darse ellos cuenta.
Hiere también al obrero la intromisión de un extraño en su vida
privada. Si quiere alguien ejercer una buena influencia sólo
puede hacerlo por su ejemplo o por su autoridad personal: los
obreros en general desconfían de todo aquello que pueda
encadenarlos más.
La dignidad obrera reclama que se tome en cuenta las iniciativas
del propio obrero, que se vea interesado en su trabajo, que se
reciban sus sugerencias: en algunas fábricas se coloca un buzón
para las sugerencias y se premia las que resultan interesantes.
Las conferencias educativas, los filmes de carácter técnico, todo
aquello que haga comprender al obrero el sentido completo de
su labor debe ser estimulado. Igualmente debe tenderse a que
los obreros participen en la forma más amplia posible en la
aplicación de las leyes sociales, en la disciplina del trabajo, en
la representación ante el patrón de las necesidades y deficiencias
del propio personal. En una palabra habría que tender a remediar
lo que tanto lamenta Pío XI: “el trabajo corporal que estaba
destinado por Dios, aun después del pecado original, a labrar el
bienestar material y espiritual del hombre, se convierte a cada
paso en instrumento de perversión: la materia inerte sale de la
fábrica ennoblecida, mientras los hombres en ella se corrompen
y degradan” (QA 54, OSC 72).
El Código Social de Malinas nos pone en guardia principalmente
contra ciertos excesos de racionalización del trabajo, por muy
recomendables que sean, bajo cierto aspecto, los procedimientos
llamados de “taylorización”, que tienden, por diversos medios,
en especial por la introducción de un ritmo metódico, a aumentar
el rendimiento del trabajo, hay que precaverse contra toda

250
desviación, que haría del obrero un autómata y le despojaría
prácticamente del ejercicio de sus facultades humanas.
Taylor se propuso estudiar cada gesto del obrero para reducir al
minimum las pérdidas de tiempo y de esfuerzo. Su principio es:
el maximum de eficiencia en el minimum de tiempo. En cuanto
técnica del trabajo, el taylorismo escapa a la moral, pero sus
repercusiones humanas no escapan. Reducir las fatigas inútiles
es loable, pero si bien se logra a veces reducir la fatiga física,
fácilmente se aumenta la fatiga nerviosa. Si esto acontece habría
que reducir la jornada. Igualmente habría que aumentar el jornal
si se obtiene un rendimiento en realidad extraordinario mediante
esta racionalización. En todo caso hay que recordar que el
rendimiento es para bien del hombre, y no el hombre para bien
del rendimiento.

3.1.1.5 El trabajo de la mujer.


No puede erigirse en principio que una mujer no puede trabajar
como obrera: una mujer soltera o viuda puede perfectamente
hacerlo, siempre que se guarden con ellas las debidas
consideraciones. En primer lugar que el trabajo no sea peligroso
para su salud física, ni moral. Algunas jóvenes comprometen su
futura maternidad con el género de trabajo que se ven obligadas
a realizar. En cuanto al respeto de su vida moral, sería
ordinariamente conveniente que las mujeres trabajaran entre sí
y a las órdenes de personal femenino, pues, la autoridad ejercida
sobre ella se presta frecuentemente a presiones inmorales. El
salario que se debe a una mujer por un trabajo debe ser igual al
que se pagaría a un hombre por igual tarea: “a trabajo igual,
salario igual”. Todos los principios establecidos al determinar el
salario mínimo valen también para la mujer, y deberían ser los
obreros los primeros en protestar por esta competencia inhumana
que se les hace ocupando mujeres que son pagadas en forma
miserable.
No podemos, pues, en nuestros días repetir simplemente el
eslogan: la mujer en el hogar. Muchas necesitan trabajar, y
muchas lo desean porque desean cubrir sus propias necesidades,
ayudar a sus familias, o bien por el ambiente de acción social,
apostólica, cívica que desearían realizar. Testimonios
concordantes de obreras demuestran que han encontrado un
trabajo que les satisface.
El trabajo de la mujer casada, sobre todo si es madre de familia,
trae muchos inconvenientes: hace peligrar sus deberes, descuida

251
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

el hogar, contribuye a aumentar indebidamente la cesantía, y le


crea fuertes peligros morales que terminan muchas veces con la
ruina del matrimonio. A más de esto la salud puede resistir
difícilmente el peso de sus obligaciones domésticas y de trabajo.
Sin embargo de estos inconvenientes la mujer casada se ve
obligada al trabajo ante la insuficiencia del salario de su marido.
El remedio está en la reforma del actual régimen, comenzando
por que los salarios sean realmente vitales familiares, que las
alocaciones por hijos sean efectivas y no meramente nominales.
El salario femenino debería ser tal que la industria perdiera interés
de tomar[la].
Habría también que completar estas medidas con otras de
carácter educativo que den a la mujer el gusto del hogar, que le
enseñen a ser dueña de casa y buena madre de sus hijos. Muchas
van hoy día a la fábrica en busca de un cambio que les haga
olvidar la tristeza de un hogar miserable.

3.1.1.6 El trabajo de los menores.


Al comienzo del maquinismo el trabajo de los niños fue una de
las lacras más vergonzosas del régimen. Niños aún menores de
doce años sometidos a trabajos pesados y a prolongadas faenas
agotaban su salud y comprometían definitivamente su porvenir.
Las legislaciones de muchos países han reglamentado el trabajo
de los menores para prevenir estos inconvenientes39 . Sin embargo
todavía, debido a la escasez de los salarios, los padres se ven
obligados a servirse del trabajo de sus hijos, lo que debe ser
combatido poniendo ante todo remedio a la causa del mal40 .
Todo niño debe recibir su educación primaria completa, y luego
debería seguirse una educación preprofesional, que completara
los estudios generales y preparara técnicamente al niño para
una profesión. Sin ella no alcanzará nunca un nivel de vida
verdaderamente humano. El obrero no especializado está
condenado a salarios que están por debajo del nivel vital.
Una orientación profesional seria debería ser dada a los menores
comenzando desde la escuela, a base de la manifestación por
parte del mismo niño de sus intereses y gustos espontáneos,

39 En el original, seguidamente aparece entre paréntesis “ver chilena”, lo que


sugiere que el P. Hurtado pensaba incorporar antecedentes pertinentes de
la legislación chilena.
40 El P. Hurtado pensaba incorporar al texto estadísticas sobre el trabajo infantil.
En el original, seguidamente aparece entre paréntesis “Estadísticas?”.

252
completada con la observación cuidadosa del mismo por sus
padres, inspectores y maestros, y completada –si fuere posible –
con experiencias más científicas como los tests que sirven para
descubrir las cualidades del niño, y sus deficiencias. No puede
el que los aplica fiarse ciegamente de ellos, pero dan un buen
indicio que sirve para completar las declaraciones del propio
niño y la observación sistemática de sus maestros.
La mejor manera de levantar un pueblo reside en la educación
apropiada de los menores. Con las personas de cierta edad es
difícil actuar para hacerlas adquirir nuevos hábitos de pensar,
de trabajo, de vida, pero todas las posibilidades están abiertas
en la niñez. Una experiencia bien comprobada, aun entre los
muchachos vagabundos, demuestra la influencia inmensa del
ambiente, mayor ordinariamente que la de la herencia, para
formar o deformar la niñez. En países nuevos como los nuestros,
donde hay una raza inteligente, todo está en germen en la niñez
y nada debe perdonarse, no sólo por instruirla, sino por educarla.
Esta educación si se quiere que dé frutos duraderos, no puede
ser laica, pues sustrae al muchacho toda la fuerza de los
profundos motivos de querer, sino seriamente religiosa. Los
legisladores deben orientar el presupuesto nacional en forma
cada día más intensa a la educación en todo sus grados. La
educación profesional está, por desgracia, muy abandonada y
es casi imposible para la inmensa mayoría de los niños obreros
poder tener una instrucción especializada41 .

3.1.2. La profesión organizada. El Sindicalismo. Las


Corporaciones.
La redención del proletario sólo puede realizarla el proletario.
No puede esperarla de la iniciativa espontánea de sus patrones
que miran principalmente a sus propios intereses, ni del Estado
sin vender su libertad. La Iglesia, por más que desea la redención
del proletariado y la urge a los cristianos, carece de medios
adecuados, pues su misión es ante todo espiritual y no tiene
competencia en el campo técnico, indispensable para solucionar
los problemas económicos. La mayor parte de los partidos
políticos antes de cada elección, ofrecerán solucionar todos los
problemas pendientes, pero luego sus intereses electorales
prevalecerán sobre la gran causa de la redención proletaria.

41 El P. Hurtado pensaba incorporar al texto estadísticas. En el Original,


seguidamente aparece la expresión “datos chilenos”.

253
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

El proletariado llegado a su mayor edad, ha de organizarse


férreamente en torno a sus intereses gremiales, sin mezcla de
otras consideraciones. Los trabajadores viven junto a la industria:
allí pasan la mayor parte de su tiempo, allí forman sus principales
amistades, allí encuentran sus medios de vida. La agrupación,
pues ha de realizarse en torno a sus intereses de trabajo: esto es
el Sindicato.
Masa y pueblo son dos palabras que distingue claramente Pío
XII. El triunfo [no] será de la masa amorfa, sino del pueblo
organizado. En un auténtico sindicato los obreros dejan de ser
masa indefensa de individuos disgregados, para constituirse en
grupos bien organizados que marchan como cuadros militares
a la defensa de sus auténticos intereses.

3.1.2.1 [El sindicalismo]


3.1.2.1.1 ¿Qué es un Sindicato?
El sindicato es una asociación estable de quienes pertenecen a
la misma industria o a la misma profesión; “trabajan en la misma
empresa o faena, o que ejercen un mismo oficio, profesión, u
oficios o profesiones similares o conexas, sean de carácter
intelectual o manual” (Art. 362 del Código del Trabajo de Chile).
Los sindicatos están unidos bajo la dirección de jefes que ellos
mismos han escogido libremente entre los asociados.
Decimos que el sindicato es una asociación estable, por tanto
destinada a durar. No se trata de un grupo organizado
ocasionalmente para algunas semanas o meses. Los que forman
parte de él son personas ligadas por el vínculo de un trabajo
común. Puede haber sindicatos de patrones y sindicato de
asalariados. Aquí nos referiremos principalmente a los de los
obreros y empleados. Entendemos por tales los que viven
principalmente de un salario fijado de antemano y ejecutan su
tarea bajo las órdenes y la vigilancia de su patrón.
La finalidad primera del sindicato es estudiar, promover y, en
caso necesario, defender los intereses comunes de los asociados
en todo lo que concierne al contrato de trabajo: duración, salario,
garantías sociales, etc. El sindicato representa a sus miembros
en las discusiones con los patrones y con los poderes públicos
en todo lo que concierne a las condiciones de su trabajo. Es
muy difícil para los asalariados discutir las condiciones de su
trabajo si cada uno individualmente ha de entenderse con el

254
patrón o su representante. Para estar en un pie de menor
desigualdad necesitan presentar colectivamente sus peticiones.
Los dirigentes sindicales, para merecer la plena confianza de
los asalariados, han de ser escogidos por ellos mismos entre
quienes conocen las condiciones del trabajo en su estructura
compleja y han podido experimentar la justicia de las
reclamaciones que presentan.
El sindicato debe, además, promover una labor de
perfeccionamiento entre sus miembros. Perfeccionamiento
técnico mediante cursos de capacitación, escuelas para
aprendices; perfeccionamiento económico promoviendo el
ahorro, la formación de cooperativas, la difusión de la propiedad
individual para sus asociados, el cumplimiento y mejoramiento
de las leyes de seguridad social, etc.; perfeccionamiento moral
acentuando y defendiendo la dignidad de la persona humana,
el respeto a su libertad, etc. En cuanto al perfeccionamiento
religioso, no incumbe directamente al sindicato aconfesional,
como es el que tenemos en Chile, pero debe dar toda clase de
facilidades para que sus miembros puedan realizarlo, pues lo
reclama la conciencia de los sindicatos, es un deber de todo ser
racional y la base de su formación moral. En las asociaciones
confesionales los asociados, encuentran también en el sindicato
medios para promover su vida religiosa.
Estas finalidades no agotan sin embargo la misión del sindicato;
sus dirigentes no pueden detenerse sólo en conquistas
inmediatas. Con la vista fija en un mundo nuevo que encarne la
idea de orden, que es el equilibrio interior, los dirigentes
encaminarán su acción a sustituir las actuales estructuras
capitalistas inspiradas en la economía liberal por estructuras
orientadas al bien común y basadas en una economía humana:
“Es toda la sociedad la que necesita ser reparada y mejorada,
porque cimbran sus cimientos” (Pío XII, 13 de Junio de 1943).

3.1.2.1.1.1 Derecho de sindicarse.


León XIII escribía en 1895: “Cuando se trata de reunirse en
asociaciones es preciso guardarse mucho de no caer en error. Y
aquí nos referimos particularmente a los obreros, los cuales
tienen sin duda el derecho de asociarse, con el fin de proveer a
su interés; la Iglesia lo consiente y la naturaleza no se opone”
(León XIII, Longinqua Oceani, 6 de Enero de 1895).

255
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Para la solución del problema social, “el puesto principal


pertenece a las corporaciones obreras. Los progresos de la
cultura, las nuevas costumbres, las necesidades crecientes de la
vida exigen que estas corporaciones se adapten a las condiciones
presentes. Vemos con placer formarse en todas partes
asociaciones semejantes, sea de los obreros, sea mixtas de
obreros y patrones, y es deseable que esas crezcan en número y
laboriosidad” (OSC 235).
Pío X exhortaba al Conde de Medolago Albani en carta del 19
de Marzo de 1904, en estos términos: “Continuad, pues, amado
hijo, como habéis hecho hasta ahora, promoviendo y dirigiendo,
no solamente instituciones de carácter puramente económico,
sino también otras afines, las uniones profesionales obreras,
patronales, que tiendan entre sí a la concordia; los secretariados
del pueblo, que darán consejos de orden legal y administrativo.
No os faltarán los alientos más confortadores” (OSC 235).
Y a los directores de la “Unión Económica Italiana” dirigió estas
palabras: “¿Qué instituciones deberéis con preferencia promover
en vuestra Unión? Vuestra industriosa caridad lo decidirá. En
cuanto a Nos, aquéllas que se llaman sindicatos nos parecen
muy oportunas” (OSC 235).
Benedicto XV, el 7 de Mayo de 1919 escribía al canónigo Murry,
de Autun, por intermedio del Cardenal Secretario de Estado,
que él “desea ver facilitar la formación de los sindicatos
verdaderamente profesionales y extenderse sobre el territorio
francés poderosos sindicatos animados del espíritu cristiano, que
reúnan en vastas organizaciones generales, fraternalmente
asociados, a obreros y obreras de las distintas profesiones” (OSC
235).
El Papa Pío XI, hacía escribir el 31 de Diciembre de 1922 por
intermedio del Cardenal Secretario de Estado al señor Zirnheld,
Presidente de la Confederación Francesa de Trabajadores
Cristianos: “Con el más vivo placer se ha enterado el Santo Padre
del progreso de este grupo, que trata de obtener el mejoramiento
de las clases obreras con la práctica de los principios del
Evangelio, los cuales ha aplicado siempre la Iglesia a la solución
de las cuestiones sociales” (OSC 235).
El mismo Pontífice en su encíclica Quadragesimo Anno, afirma
la influencia que de hecho tuvieron las enseñanzas de León XIII
en el desarrollo del sindicalismo: “Estas enseñanzas vieron luz
en el momento más oportuno; pues en aquella época los
gobernantes de ciertas naciones, entregados completamente al

256
liberalismo favorecían poco a las asociaciones de obreros, por
no decir que abiertamente las contradecían: reconocían y
acogían con favor y privilegio asociaciones semejantes para las
demás clases: y sólo se negaban con gravísima injusticia el
derecho innato de asociación, a los que más estaban necesitados
de ella para defenderse de los atropellos de los poderosos; y
aún en algunos ambientes católicos había quienes miraban con
malos ojos los intentos de los obreros de formar tales
asociaciones, como si tuvieran resabio socialista o
revolucionario.
Las normas de León XIII, selladas con toda su autoridad,
consiguieron romper esas opiniones y deshacer esos prejuicios,
y merecen por tanto, el mayor encomio” (QA 9 y 10; OSC 249).
Fiel a los principios expuestos, cada vez que ha sido del caso la
Santa Sede, ha reafirmado el derecho de Organización sindical
de los asalariados. Un consorcio patronal francés acusó ante la
Santa Sede a obreros cristianos por el hecho de haberse
sindicado, y la respuesta de la Sagrada Congregación del Concilio
por encargo especial del Romano Pontífice no deja lugar a dudas
sobre el derecho de sindicación.
“Para comenzar por los sindicatos obreros, no puede ser negado
a los obreros cristianos el derecho de constituirse en sindicatos
independientes, distintos de los sindicatos de patrones y sin que
incluso constituyan una antítesis de ellos. Y esto tanto más
particularmente cuanto que, como en el caso que nos ocupa,
tales sindicatos son queridos por la Autoridad Eclesiástica y
reciben de ella estímulos como norma de la regla de la moral
social católica, cuya observancia es impuesta a las afiliados en
sus Estatutos y en su actividad sindical, que debe ser inspirada,
sobre todo por la Encíclica “Rerum Novarum”. Por otra parte es
evidente que la constitución de tales sindicatos, distintos de los
sindicatos patronales no es en modo alguno incompatible con
la paz social, puesto, que mientras por una parte repudian, por
principio, la lucha de clases y el colectivismo en todas sus formas,
admiten, por otra parte, los contratos colectivos para establecer
pacíficas relaciones entre capital y trabajo” (SCC, OSC 240).
El consorcio patronal había estimado que las actividades de los
sindicatos no concordaban con el espíritu cristiano y estaban
impregnadas de marxismo. “La Sagrada Congregación estima
que es deber suyo declarar, amparada por irrecusables
documentos y por los testimonios recogidos, que algunos de los
motivos son exagerados, que los otros, los más graves, aquellos
que atribuyen a los sindicatos un espíritu marxista y un socialismo

257
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

de estado carecen enteramente de fundamento y son injustos”


(SCC, OSC 241).
El Episcopado chileno en pastoral colectiva de 1º de Enero de
1947 reafirma claramente la legitimidad de la organización
sindical. “La Iglesia fiel a su historia y doctrina, ve en las
asociaciones gremiales, un medio eficaz para la solución de la
cuestión social, y, aún más “en el actual estado de cosas, estima
necesaria la constitución de tales asociaciones sindicales.
“Los patrones y obreros, tienen derecho a constituir asociaciones
y sindicatos, ya separados, ya mixtos”.
“La Iglesia quiere que las asociaciones sindicales, sean
establecidas y regidas, por los principios de la fe y de la moral
cristiana”.
“La Iglesia ama y bendice la sindicalización obrera, cuando por
ella se busca el perfeccionamiento espiritual y material de los
asociados, su redención económica y la paz social”.
“El sindicato debe ser un organismo de defensa de legítimos
derechos, de perfeccionamiento integral y de armonía social,
con el carácter de libre dentro de la profesión organizada”.
“Por tanto, a los que dentro de estos principios y con las
finalidades indicadas, promueven la sindicalización sea obrera
o gremial, los aprobamos. Por las mismas razones, señalamos
los peligros y daños del sindicato, empleado como arma de lucha
de clases, de penetración política o de agitación social” (Llamado
del Episcopado Chileno a los fieles, 1º de Enero de 1947, OSC t.
II 60).
El mismo derecho que los Pontífices reconocen a los obreros de
unirse sindicalmente, lo reconocen igualmente a los patrones;
pero con dolor constata Pío XI que tales asociaciones patronales
“son aún escasas; más eso no sólo debe atribuirse a la voluntad
de los hombres, sino a las dificultades mayores que se oponen a
tales agrupaciones, y que Nos conocemos muy bien y pondremos
en su justo peso. Pero tenemos esperanzas fundadas de que en
breve desaparecerán esos impedimentos, y aún ahora con íntimo
gozo de nuestro corazón saludamos ciertos ensayos no vanos,
cuyos abundantes frutos, prometen para lo futuro una recolección
más copiosa” (QA 12, OSC 253).

258
3.1.2.1.1.2 El sindicalismo y la paz social.
La Iglesia quiere que los sindicatos sean instrumentos de
concordia y de paz social.
“Aquellos que se precian de ser cristianos, sea aisladamente o
reunidos en asociaciones, no deben, si tienen conciencia de
sus deberes, mantener entre las clases sociales enemistades y
rivalidades sino la paz y la recíproca caridad” (SQ , OSC 138).
“Que los derechos y los deberes de los patrones sean
perfectamente conciliados con los de los obreros. Con el fin de
proveer a las eventuales reclamaciones que pueden levantarse
por parte y a propósito de derechos lesionados, será muy
deseable que los estatutos mismos den el encargo de regular los
conflictos, como árbitros a hombres prudentes e íntegros
escogidos en el seno de las dos partes” (RN, OSC 138).
Estas mismas ideas las reitera la Santa Sede, años después por
medio de la Sagrada Congregación del Concilio, en el conflicto
entre los sindicatos católicos y el Consorcio Patronal de Roubaix-
Tourcoing a que ya aludimos:
“Las Asociaciones católicas deben no sólo evitar sino también
combatir la lucha de clases como esencialmente contraria a los
principios del cristianismo y continuar mientras esto es
prácticamente posible la fundación simultánea y distinta de
uniones patronales y uniones obreras” (RN, OSC 138). “La
Sagrada Congregación vería con placer que estableciesen, entre
los sindicatos, relaciones regulares, por medio de una comisión
mixta permanente. Esta comisión tendría por objeto el tratar, en
reuniones periódicas, de los intereses comunes y conseguir que
las organizaciones profesionales, sean no organismos de lucha,
y antagonismo, sino tales como deben ser, según el concepto
cristiano, es decir, medios de recíproca comprensión, de
benévola discusión y de paz” (RN, OSC 139).
Pero, nótese, como dice Pío XI en Quadragesimo Anno “La lucha
de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a poco se
transforma en una como discusión honesta, fundada en el amor
a la justicia; ciertamente, no es aquella bienaventurada paz social
que todos deseamos, pero puede y debe ser el principio de donde
se llegue a la mutua cooperación de las clases” (QA, OSC 92).

259
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.1.2.1.1.3 Confesionalidad de los sindicatos.


“Los católicos deben asociarse preferentemente con los católicos,
a menos que la necesidad les obligue a obrar de modo diverso.
Es este un punto importante para la salvaguardia de la fe” (SCC,
OSC 238).

3.1.2.1.3 Historia del movimiento sindical.


3.1.2.1.3.1 Las primeras corporaciones.
En la historia de los antiguos pueblos, especialmente del egipcio,
del hebreo, del griego y del romano, hay hechos que ponen de
relieve el despertar del espíritu gremial. En todos ellos aparecen
esfuerzos mancomunados dirigidos a la defensa de los derechos
de los obreros y artesanos.
Ya en el Antiguo Testamento se alude a una corporación de
orfebres y a una corporación de perfumadores, que existieron
en Jerusalén 500 años antes de J. C. (Ne 3, 8).
Entre los romanos desde el tiempo de Pablo Servilio, existía un
“colegio de comerciantes”. En tiempo de Tiberio se nos habla
del “colegio de marineros”. En general, en Roma a los gremios
se los llamaba “Collegia opificum”. Estas asociaciones requerían
para establecerse la aprobación del Emperador o del Senado;
tenían carácter mutualista y su vida fue lánguida debido al
desprecio con que los romanos miraban el trabajo manual,
considerado propio de los esclavos.

3.1.2.1.3.2 Los gremios medioevales.


En la Edad Media los gremios alcanzan su esplendor. Inician su
desarrollo en el siglo VIII, pero su apogeo se manifiesta en el
siglo XIII. Las corporaciones llevan a una vida intensa y reúnen
en su seno a los mejores obreros y artistas. Pertenecer al gremio
en aquella época era realizar un ideal muy apreciado aún por
aquellos que desempeñaban cargos administrativos en las
ciudades.
Para apreciar el cuadro de vida medioeval, es necesario recordar
los destrozos de los bárbaros en los países dominados por los
romanos. Obispos, clérigos y monjes inician su reconstrucción
material y espiritual. En torno a las iglesias se forman escuelas,
luego las cofradías, las que pronto toman un carácter también
económico y constituyen los gremios o “guildes” agrupando a

260
los que practican un mismo oficio. Estos gremios desarrollan la
enseñanza técnica, organizan la producción y distribuyen los
productos. Los gremios no fueron una creación artificial, sino
que nacieron de las necesidades de la época y fueron fruto del
genio cristiano que inspiraba a sus miembros. En los campos,
los siervos trabajaban la propiedad común además de su cerco
familiar, lo que dio origen a un principio de democracia
campesina. En las ciudades el taller corporativo era la célula de
toda actividad económica. Los talleres de un mismo oficio
formaban la corporación, que tenía su casa central y estaba
puesta bajo el patrocinio de un santo. El gremio satisfacía
íntegramente las necesidades de sus asociados, tanto las
materiales, como las espirituales y hacía de los trabajadores una
gran familia, en un ambiente de auténtica democracia
económica.
La constitución interna de los gremios era muy simple. Tres
categorías formaban sus elementos básicos: los aprendices, los
obreros o compañeros y los maestros o patrones.
Los aprendices, necesitaban un período hasta de doce años para
iniciarse en el oficio y poder desempeñarse como obreros. Sus
patrones tenían la obligación de proporcionarles: pan, techo y
abrigo.
Los compañeros u obreros, recibían un salario determinado por
un jurado. No podían ocuparse en oficios extraños a los de su
gremio. La duración de su trabajo estaba reglamentada según la
clase de oficio y según la época del año. El descanso dominical
y aún a veces el de la tarde del sábado (nuestro actual sábado
inglés), era rigurosamente guardado. La situación económica
de los obreros de la época, era muy superior a la de la mayoría
de los obreros actuales. En los tiempos en que floreció el
auténtico espíritu gremial, los obreros tenían la garantía de poder
ascender a maestros, una vez que conocieran cabalmente el
oficio, lo que acreditaban haciendo una “obra maestra”, “un
chef d’oeuvre”; debían además, pagar una contribución y prestar
juramento de fidelidad a los estatutos del gremio.
El maestro, establecía su propio taller, que era a la vez local de
ventas y en él trabajaba rodeado de sus obreros y aprendices
bajo la inspección de los delegados del gremio. Cada maestro
para garantía de los consumidores debía colocar su distintivo
en los objetos que fabricaba y debía responder de su calidad.
Rara vez en la historia, el respeto de los derechos estuvo mejor
controlado que en aquel período de florecimiento de los gremios.

261
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

A la cabeza de los gremios, había un cuerpo de jurados, u


hombres prudentes que eran elegidos cada año. A ellos les
correspondía velar por el cumplimiento de los estatutos del
gremio y representar a la corporación en las transacciones
comerciales o de orden administrativo. Constituían un tribunal
sin apelación en todos los conflictos del trabajo entre patrones,
obreros y aprendices, un anticipo de nuestras comisiones
arbitrales. Los jurados eran elegidos por el cuerpo gremial, al
cual debían dar cuenta de su mandato. Los gremios tenían a su
cargo la compra de materias primas y su distribución entre los
patrones. Regulaban los precios y la producción para evitar los
abusos y la cesantía de sus operarios. Buen número de las
conquistas sociales contemporáneas, estaban incorporadas a la
vida de los gremios medioevales. Las corporaciones no sólo
atendían a los intereses económicos, sino que se preocupaban
de la creación y desarrollo de las escuelas primarias y
profesionales, de la asistencia a los enfermos, a los huérfanos, a
las viudas, a los ancianos, a los inválidos.
El grado de perfección técnica a que llegaron los operarios dentro
de este régimen, puede observarse aún ahora al contemplar las
obras maravillosas de arquitectura, pintura, bordado, tejido,
orfebrería, muchas de ellas jamás igualadas a pesar de la
perfección técnica contemporánea. Los gremios medioevales
estaban inspirados por una mística que elevaba y dignificaba el
trabajo de las manos valorando la significación espiritual del
esfuerzo humano y creando entre los trabajadores una fraternidad
inspirada por el amor cristiano.
Los grandes postulados del catolicismo social, que lucha por
una economía humana, habían sido comprendidos por los
gremios medioevales. En ellos la producción estaba subordinada
al consumo, impidiéndose así la usura y la especulación, tan
comunes en la economía actual. Esto valía tanto para la
producción de artículos terminados como también, para las
materias primas.
El lucro estaba subordinado a la moral y no la moral al interés
como en la economía liberal. En suma se propendía a poner la
economía al servicio del hombre y no al hombre al servicio de
los intereses económicos.
Para regular la producción y los precios, los gremios formaban
Consejos Generales, llamados “Universidades de Comerciantes”,
que relacionaban a los distintos gremios e hicieron posible una
política de sana intervención, en manos de los propios
productores. Las corporaciones llegaron a constituir una fuerza

262
organizada dentro del propio país y también tenía sus delegados
con atribuciones consulares en las diferentes naciones. La
preocupación permanente del bien común armonizaba los
intereses de las diversas comunidades profesionales y
económicas.
La decadencia de los gremios fue un hecho desgraciado que
tuvo su primer origen en la tendencia del poder político de
arrebatar sus privilegios a las corporaciones para eliminar
intermediarios entre el poder central y los súbditos. La política
intervino en el interior de los gremios y los soberanos
condicionaron la colación del grado de maestro al pago de
derechos exorbitantes con fines bélicos; luego designaron
inspectores ajenos al gremio y terminaron por vender sus
funciones. Todas estas actuaciones fueron desvirtuando el
primitivo espíritu de los gremios. Al llegar el renacimiento, los
gremios olvidaron más y más el espíritu de fraternidad cristiana
y en vez de considerarse servidores del bien común, buscaron
de preferencia los bienes individuales. En muchos gremios se
impidió al obrero su ascenso a maestro, se difirió durante mucho
tiempo el examen de promoción y hasta llegó a reservarse el
título de maestro sólo a los hijos de los maestros. Poco a poco
fue perdiéndose el primitivo espíritu democrático y se formó
una oligarquía profesional cuidadosa de sus propios beneficios.
Los obreros se vieron forzados a unirse en defensa de sus
derechos contra los maestros y se inició una lucha social tan
enconada como la de nuestros días.
La abolición de los gremios preparada por los abusos que hemos
señalado fue consumada por las ideas liberales del Siglo XVIII.
Ya en 1776, Turgot, pretendió extinguirlos pretextando que “la
libertad equilibra la oferta y la demanda”. Los gremios se
defendieron: hicieron ver cómo su abolición arruinaría a los
artesanos, dañaría a los consumidores, alentaría a los judíos que
abusarían del público. El peligro fue momentáneamente eludido,
pero la Revolución triunfante de 1789 debía acabar con ellos.
La Ley Chapellier en 1791 prohibe formalmente establecer toda
corporación de la misma profesión, pues estas corporaciones
dañaban a la libertad que la revolución venía a establecer. Y,
cosa curiosa, estas ideas prendieron de tal manera en el ambiente
que aún los mismos artesanos creyeron encontrar en ellas una
liberación de los abusos de los gremios. Olvidaron para su mal
que, “entre el fuerte y el débil es la libertad la que oprime y la
ley la que protege”, como diría después Lacordaire.

263
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.1.2.1.3.3 Abolición de los gremios.


En 1891, cien años después de la Ley Chapellier, León XIII decía
tristemente: “Destruidos en el pasado siglo los gremios de obreros
y no habiéndoseles dado en su lugar ninguna defensa, por
haberse apartado las instituciones y las leyes públicas de la
Religión de nuestros padres poco a poco ha sucedido hallarse
los obreros solos e indefensos por la condición de los tiempos,
entregados a la inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada
codicia de sus competidores... Júntase a esto, que la producción
y el comercio de todas las cosas, está casi todo en manos de
pocos de tal suerte que unos cuantos hombres opulentos y
riquísimos han puesto sobre la multitud innumerable de
proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos” (RN 2,
OSC 1).
El ejemplo francés fue muy pronto seguido por otros países. Los
obreros indefensos, guiados por el instinto natural de unirse para
la defensa de sus derechos esbozan tímidos pasos para formar
nuevas asociaciones que darán origen a los sindicatos.

3.1.2.1.3.4 El sindicalismo en la época moderna.


En todas partes el sindicalismo pasa por una evolución en la
que podemos distinguir tres fases: 1ª) coalición del estado y del
capital para poner fuera de la ley a los sindicatos; 2ª) el estado
toma una actividad pasiva y el capitalismo hace concesiones al
sindicalismo; 3ª) el estado se decide a intervenir a favor de los
sindicatos, los reconoce legalmente y reglamenta su existencia.
No hay país civilizado contemporáneo, salvo los totalitarios,
cuyo más perfecto exponente es Rusia en que el sindicalismo
no constituya una formidable fuerza organizada, tal vez la
principal fuerza de cada país.
En el libro Sindicalismo (ver Alberto Hurtado, Sindicalismo,
historia-teoría-práctica). En él aparecen la historia y balance de
fuerzas de los movimientos sindicales de los países más
importantes del mundo.
Una mirada a la fuerza de las grandes asociaciones
internacionales actualmente existentes nos permitirá apreciar
los efectivos sindicales en el momento presente. La Federación
Sindical Mundial controlada por los comunistas declaraba en
1949 que constaba de 40 centrales nacionales que agrupan
71.580.890 miembros. En esta enorme cifra figuran como
sindicados todos los obreros rusos que en realidad no pueden

264
llamarse tales al igual que los de los países detrás de la cortina
de hierro porque en ellos el sindicalismo es meramente nominal:
es un marco para agrupar las fuerzas obreras y recibir y realizar
las consignas del Estado que es el único patrón.
La Confederación Internacional de Sindicatos Libres promovida
principalmente por las Trade Union británicas, la C.I.O. y a la
A.F.L., las dos principales organizaciones americanas reúne unos
50.000.000 de trabajadores de 34 países.
La Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos C.I.S.C.
agrupa actualmente unos 4.000.000 de miembros en su mayoría
católicos, pero hay también federaciones protestantes y aún
mahometanas.
Los anarquistas han formado una Asociación Internacional con
sede en Berlín.
En América Latina dos Asociaciones Internacionales se disputan
el predominio: la C.T.A.L. adherida a la Federación Sindical
Mundial Comunista y la C.I.T. adherida a la Confederación
Internacional de Sindicatos Libres.

3.1.2.1.4 Misión del sindicalismo según las diferentes


escuelas sociales.
La misión del sindicalismo según las diferentes escuelas sociales.
La misión propia del sindicalismo ha sido concebida
diferentemente por las distintas escuelas sociales. Los puntos
principales de divergencia se refieren al fin de la acción sindical
y a los medios que debe emplear, a sus relaciones con los partidos
políticos, a la acción parlamentaria, al empleo de la huelga, del
sabotaje y otros medios de acción directa.
A cuatro pueden reducirse las principales concepciones
antagónicas, según preconicen un sindicalismo: a)
revolucionario; b) reformista; c) oportunista; d) realista.

3.1.2.1.4.1 Sindicalismo revolucionario.


No hay una doctrina simple ni homogénea que señale los
principios de esta tendencia. El sindicalismo puede decirse que
nació revolucionario, por el hecho de que los primeros sindicatos
fueron violentamente perseguidos por los poderes públicos, lo
que los obligó a constituirse en la ilegalidad y facilitó la creación
de una doctrina que justificara la violencia. Después influyeron,

265
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

por una parte, la necesidad de afirmar posiciones que significaron


el rechazo de las componendas puramente reformistas de los
socialistas, y por otra los escritos de los intelectuales
revolucionarios, como Sorel, que pretendieron hacer una filosofía
de la revolución y de la violencia.
En términos generales, podemos decir que el fin del sindicalismo
revolucionario, es destruir el capitalismo, el régimen patronal,
el salariado y el estado político.
En vez de estado político existiría el estado económico, esto es
un gobierno de productores. Los sindicatos serán los únicos
organismos políticos y administrativos de esta sociedad futura.
En la base los sindicatos, en su segundo escalón las federaciones,
y, en la cumbre la asociación nacional que reúne todas las
federaciones. ¿Cómo estará constituido este nuevo mundo? Los
militantes obreros no se han preocupado mayormente de
describirlo: sólo saben que será una sociedad libre, y el trabajo
también será libre.
El sindicado será libre en el sindicato; el sindicato libre en la
federación y la federación libre en la asociación nacional. El
trabajo cesará de ser una obligación y pasará a ser un recreo.
Cada uno trabajará donde le plazca; bastará un trabajo de pocas
horas para cubrir las necesidades primordiales. El mercado
capitalista con su régimen de precios desaparecerá y será
mantenido solamente para los objetos de lujo. Los sindicalistas
revolucionarios están seguros de obtener estos resultados, porque
creen que la modificación del medio social traerá consigo,
infaliblemente, una modificación de la psicología individual.
Pensar que en tal sociedad uno pudiera no trabajar es para los
revolucionarios una “blasfemia”, fruto de nuestras ideas taradas
por la miseria y por la ruda lucha por la vida. Algunos, aún
entre los más teñidos revolucionarios, no comparten tanto
optimismo, y piensan que la única libertad que podría dejarse a
los sindicados es la de escoger su trabajo, pero el trabajo sería
obligatorio.
El medio para llegar a esta nueva sociedad no es otro que la
acción directa revolucionaria de los propios asalariados.
Rechazan la acción política y parlamentaria en forma absoluta,
pues ella desuniría a los obreros y esterilizaría sus esfuerzos.
Llevados por este mismo temor rechazan toda reforma inmediata
y sólo aceptan la huelga general, la única que puede darles
inmediatamente el fin apetecido: “la gran tarde” de la nueva
sociedad. Nada por la acción parlamentaria; todo por la acción
directa del sindicato. Acción directa quiere decir, acción de los

266
propios obreros, acción directamente ejercida por los propios
interesados. Por la acción directa los obreros, crean la lucha
que los ha de liberar y en ella no confían en otros sino sólo en
las fuerzas de la clase trabajadora: La lucha debe ser cada día y
debe crecer hasta llegar a transformarse en conflagración social:
“la huelga general” que será la revolución social. El sindicato,
afirma un revolucionario, “es un grupo de lucha integral que
aspira a romper la legalidad que nos ahoga para dar a luz un
nuevo derecho”.
Antes de la huelga general hay otros procedimientos que entran
también dentro del plan de “acción directa”: la huelga parcial,
el boicot a todos los productos no autorizados por el sindicato
para herir al capitalismo en la “caja”, el sabotaje. Estas medidas,
en el plan revolucionario, sirven para despertar la masa y
conmover la opinión pública. La huelga, principal medio del
sindicalismo revolucionario, educa, moviliza, crea.
La solución final, piensa Marx saldrá de un exceso de miseria.
Algunos menos intransigentes afirman, sin embargo, que las
reformas sucesivas hacen desear otras nuevas y preparan así la
revolución. Los revolucionarios integrales no sólo no luchan por
mejoras, más aún, llegan a rechazarlas, como sucedió en Francia
donde se opusieron a las leyes sobre los sindicatos, que ellos
acusaban de querer romper el brío revolucionario de la clase
obrera, acomodándola a un régimen de propiedad. La
personalidad jurídica de los sindicatos y su capacidad de contraer
derechos y obligaciones aparecen a los revolucionarios como
un medio insidioso que atrae al sindicato a quienes buscan el
lucro y aleja a los que lo consideran únicamente como organismo
de resistencia. La organización de una caja sindical, sirve de
pretexto para que el estado fiscalice la vida del sindicato y da a
los sindicatos una mentalidad burguesa y capitalista.
El sindicalismo revolucionario está representado hoy por el
anarquismo y por el comunismo. Al hablar de comunismo habría
que hacer notar la diferencia entre Marxismo, Leninismo y
Stalinismo, que son orientaciones diferentes y progresivas de lo
que llamamos comunismo.
Bajo el término de marxismo, señalamos la filosofía social,
materialista y dialéctica, elaborada por Marx y Engels. Para ellos
el régimen capitalista ha sido una etapa necesaria en el desarrollo
económico, pero debe desaparecer, víctima de sus propias
contradicciones para dar lugar a una nueva sociedad sin clases,
preparada por un período de dictadura del proletariado.

267
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Comunista es el nombre que han tomado los partidos adheridos


a la tercera internacional.
El Leninismo señala el aporte doctrinal de Lenin en la maduración
de la filosofía de Marx y Engels y sobre todo su plan estratégico
de la revolución proletaria. Lenin es el gran estratega del
Marxismo.
Stalin añade a sus antecesores las doctrinas tendientes a
consolidar la revolución en Rusia y a extenderla desde allí al
proletariado universal. La consolidación del comunismo en Rusia
y el apoyo a su política es según Stalin, el gran paso que ha de
preceder a la implantación del comunismo en el mundo.
Los marxistas para obtener su fin de substituir a la propiedad
privada de los medios de producción, la propiedad colectiva de
los mismos, usan activamente del movimiento sindical: se
infiltran mañosamente en todos los sindicatos, forman sus células,
preparan tropas de choque. Emplearán el boicot, sabotaje,
huelgas, manifestaciones de violencia hasta que logren tener
fuerza bastante para apoderarse del poder y expulsar a los
burgueses.
El marxismo, una vez llegado al poder, como es el caso en Rusia,
deja de considerar el sindicalismo como un medio de
reivindicación y pasa a servirse de él como un marco que
encuadra las masas trabajadoras, las disciplina y las orienta hacia
una más intensa producción. Su sindicalismo en nada difiere
entonces del de los países totalitarios.
El anarquismo lucha por la independencia y la libertad integral
del individuo y es enemigo jurado de la autoridad, en particular
del estado.

3.1.2.1.4.2 El movimiento revolucionario de los


intelectuales.
Berth, Lagardelle y, sobre todo, Jorge Sorel, han creado una
doctrina del sindicalismo revolucionario “una metafísica del
sindicalismo”.
Sorel tiene una línea ideológica curiosa: primero sindicalista
revolucionario, luego monárquico comprometido en el
Movimiento de la Acción Francesa y, finalmente, comunista. Su
obra más importante es “Reflexiones sobre la violencia”
conciliación de las doctrinas de Marx y Proudhon.

268
Sorel reclama antes que nada, la educación del proletariado
para hacerlo ascender a un nivel más alto.
¿Cuál es la misión del sindicalismo en esta obra de educación?
La de reforzar los valores morales de la clase obrera, la única
que aún permanece sana, pues la burguesía y los intelectuales
han desertado de su misión. Los primeros capitalistas que
organizaron la industria, fueron hombres de esfuerzo. Sus
sucesores se han aburguesado. De los burgueses y de los
intelectuales nada de bueno puede salir; por tanto Sorel –
intelectual él mismo – pone en guardia a los obreros contra los
intelectuales. El movimiento obrero, les repite, ha de ser
netamente obrero.
Este ardiente revolucionario tiene, sin embargo, un alma
pesimista. Para él, la liberación de la clase obrera “es un sueño
o un error”. La victoria del proletariado es irrealizable, pues
supone un conjunto de condiciones casi imposible de reunir.
Sin embargo, la acción sindical no debe abandonar su actitud
irreductiblemente revolucionaria, porque ella mantiene a la clase
obrera en su voluntad de acción, excita y estimula las energías,
tiene un valor educativo y moral en sí misma.
La huelga general, piensa Sorel, sin valor en sus aspectos
externos, más aún, violenta, brutal e inútil, es fecunda en sus
efectos internos: mantiene la voluntad tendida hacia el fin, suscita
actos de valor y de abnegación. Más que la violencia en sí misma
hay que mantener el sentimiento de violencia. Los actos de
violencia habrá que realizarlos de vez en cuando para recordar
a los militantes el estado de guerra y de lucha entre las clases.
Para Sorel, la huelga general es una organización de imágenes
que llegue a evocar instintivamente todos los sentimientos de la
guerra contra la sociedad moderna. Tiene el valor de un mito.
Un “mito”, según Sorel, “es la expresión de las convicciones de
un grupo en lenguaje de movimiento”; “es lo que lleva a los
hombres a prepararse al combate para destruir lo que existe”. El
mito no tiene carácter lógico, cerebral, sino que es una fuerza
que arrastra la voluntad. Por tanto es inútil ensayar una refutación.
La “utopía” en cambio, fruto de una concepción intelectual,
lleva a los espíritus a la obtención de reformas.
La huelga general, concebida como mito, será la bandera de la
clase obrera, le evitará caer en las tentaciones de un reformismo
muelle, y salvará al proletariado de las seducciones de la
burguesía decadente.

269
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

A la luz de estos principios hay que juzgar la actitud de Sorel


frente al sabotaje: lo condena porque no lo cree apto para orientar
al trabajador en el camino de su emancipación, mata su
conciencia profesional. La sociedad futura sacará sus derechos
de las buenas prácticas del taller... de un taller que marche con
orden, sin pérdidas de tiempo, sin caprichos. “Hay que conducir
a las gentes a amar su trabajo, a considerar todo lo que hacen
como una obra de arte que nunca será bastante cuidada, hay
que hacerlos conscientes, artistas, sabios en todo lo que
concierne a la producción”, Jaurés tiene la misma concepción
de Sorel respecto al sabotaje: repugna al valor técnico del obrero,
humilla su valor profesional. Como es de suponerlo, estas
concepciones no son admitidas por los obreros revolucionarios.
Uno de sus representantes declara que “éstas son afirmaciones
sentimentales inspiradas en la moral de los explotadores”.
Sorel, es antipatriota y antimilitarista, pero no porque estime
mala la guerra; al contrario piensa que la guerra es un elemento
de progreso moral. Es antipatriota y antimilitarista, porque su
actitud frente a la patria y al ejército hará comprender a la clase
obrera la necesidad que tiene permanentemente de luchar contra
las clases dominantes y contra el estado. Es una manera clara de
afirmar la solidaridad internacional de la clase obrera y la
ausencia de solidaridad entre las diferentes clases de una misma
nación.
La doctrina de Sorel, afirma en síntesis que el sindicalismo debe
mantener al proletariado en un estado de sana violencia, que
no es la ferocidad ni la brutalidad, sino que es un paroxismo de
exaltación, de heroísmo, de sacrificio.
El fin de la violencia, según Sorel, no es destruir la burguesía
sino regenerarla. La violencia obligará al capitalismo a recobrar
sus virtudes bélicas para defenderse y se regenerará. La doctrina
de Sorel no va dirigida a conseguir mejoras inmediatas para el
proletariado sino “a salvar al mundo de la barbarie” a evitar la
decadencia moral y económica. Sorel es un revolucionario que
no quiere la revolución.
Si los obreros tomaran en serio la doctrina de Sorel se verían en
la necesidad de renunciar a todo mejoramiento inmediato de su
situación y a sacrificarse indefinidamente por un fin que el mismo
Sorel declara irrealizable; pero nunca la han tomado en serio.
Los sindicalistas luchan por fines más tangibles y en un orden
de realidades más inmediatas.

270
En cambio, los totalitarios, como Mussolini, Hitler, Rosenberg
se aprovecharon del concepto de mito de Sorel. Hitler lo canalizó
hacia la raza, Rosenberg declaró: “La misión de nuestro siglo es
hacer surgir de un nuevo mito un nuevo concepto de vida”.

3.1.2.1.4.3 Sindicalismo reformista.


Para los revolucionarios el sindicalismo es el medio para destruir
la sociedad actual; para los reformistas es un medio para
mejorarla, es una política más bien que una doctrina. No tiene
las líneas cortantes del sindicalismo revolucionario, mira más
bien a lo inmediato, sin inquietarse por las transformaciones
que requieren largo tiempo. No tiene místicas, ni dogmas,
pretende ser antes que nada, realista, inmediatista; desea
permanecer en la legalidad.
La acción reformista se ve con frecuencia paralizada por la
resistencia de los patrones a dejarse aprisionar en obligaciones
contractuales demasiado estrechas, por la resistencia del estado
que confunde el orden con la inmovilidad y no se impresiona
sino cuando las reivindicaciones obreras, llegan al desorden.
Además en las numerosas industrias nacionalizadas, el estado
es a la vez juez y parte interesada, pues en ellas actúa como
patrón. Como vana ilusión rechazan los reformistas la sociedad
nueva en que sueñan los revolucionarios. El corazón y el cerebro
del hombre no se transforman, lo mismo que sus pasiones y
vicios, en un abrir y cerrar de ojos. Sería infantil pensar que
todo esto va a cambiarse, porque ha cambiado el régimen
económico de la sociedad. Se requiere previamente, una
transformación del hombre, una labor de educación, adquirir
competencias técnicas que no pueden improvisarse.
Los medios empleados por los revolucionarios, les parecen
contradictorios, equivocados y que no envuelven sino una
ilusión. Contradictorios, porque si cualquier mejora de
condiciones hace menos luchadora a la clase obrera, no habría
más camino que desinteresarse de obtener cualquier alivio a su
condición aun por medio de la lucha directa; más aún habría
que agravar la miseria del obrero para hacerlo más luchador.
¿Puede esto afirmarse honradamente ante el hecho de una clase
obrera que agoniza? Equivocado, porque la acción directa o
fracasa o tiene éxito. Si fracasa sólo producirá represiones
sangrientas y agravará la situación del obrero. Si tiene éxito, es
sin duda, porque el movimiento obrero estaba maduro, era lo
suficientemente fuerte para imponerse sin medios brutales e

271
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

ilegales. Ilusión hay en pensar que se puede edificar como sobre


una tabla rasa una sociedad enteramente nueva y transformar
súbitamente el régimen capitalista. Error funesto es creer que
todos los abusos, toda la propiedad individual pueden ser
suprimidos por una revolución y no menos erróneo es creer que
un movimiento revolucionario aunque triunfante
momentáneamente, pueda resolver el problema social y
transformar de un golpe las condiciones económicas nacionales
sin tener en cuenta las fuerzas y las influencias internacionales,
en una palabra instaurar una sociedad nueva dirigida por grupos
federativos de sindicatos. Anarquistas y marxistas revolucionarios
son víctimas de la misma ilusión: Creer en la fuerza creadora de
la destrucción. Así piensan los principales reformistas.

3.1.2.1.4.4 Aspecto positivo del sindicalismo reformista.


Los reformistas aceptan en principio, el orden existente, el estado
político y el actual régimen económico que debe ser mejorado.
No son ni antimilitaristas, ni antipatriotas. El antimilitarismo les
parece una nueva fuente de desunión de la clase obrera entre
patriotas y antipatriotas; lamentan, sí, que el ejército sea usado
contra los obreros en los conflictos sociales.
El sindicalismo reformista busca un entendimiento con los
patrones para mejorar la condición proletaria, pretende
humanizar el régimen existente, de una manera constante,
positiva, dejando al porvenir el cuidado de realizar la renovación
social.
Los medios violentos: boicot, sabotaje son formalmente excluidos
y la huelga sólo es admitida en última instancia, con tal que no
sea general sino reducida a un sector industrial. La huelga la
consideran los reformistas como medio para obligar a los
patrones a tratar con los sindicatos y al estado a servir de árbitro
en el conflicto.
Las reformas legales, son su gran aspiración, sin que esto
signifique que busquen la alianza del sindicalismo con un partido
político, pero tampoco se cierra las puertas para usar sus servicios
en el parlamento. Es intervencionista, primero en lo social y
luego en lo económico.
Los reformistas aceptan, y aún solicitan, cargos de
responsabilidad en los consejos del trabajo para influir desde
ellos.

272
3.1.2.1.4.5 Sindicalismo oportunista.
Podemos considerar un tercer grupo formado por los que
podríamos llamar “oportunistas”, pues, si bien, por sus principios
se declaran revolucionarios, su conducta los acerca a los
reformistas. (Jouhaux, Secretario General de la C.G.T. Francesa
expone esta doctrina en su folleto “Le syndicalisme, ce qu´il est,
ce qu´il doit étre”, Flammarion, París, 1937).
Siguen empleando el vocabulario revolucionario, su ideología,
su tendencia a improvisar, pero su acción tiene sólo finalidades
inmediatas.
La práctica sindical está tiranteada por tentaciones
contradictorias. En la base los militantes conservan la nostalgia
de las fórmulas del sindicalismo revolucionario al que piden un
rejuvenecimiento de su espíritu. Todos los elementos de
oposición al régimen político o al gobierno en ejercicio adulan
esta tendencia. Pero cuando los dirigentes sindicalistas se sienten
asociados a la responsabilidad del poder en cualquier forma
que sea, se deslizan insensiblemente hacia tendencias análogas
a las del sindicalismo soviético: Esto ha ocurrido en la República
de Weimar, en la Francia liberada de 1945 o en Gran Bretaña
laborista de Attlee y de Bevin. El sindicalismo intenta entonces
disciplinar las reacciones espontáneas de las masas.
El fracaso de la huelga de 1920 llevó a Jouhaux a declarar que
la huelga general no puede ser sino la manifestación decisiva
de un proletariado apto para reconstruir el mundo. Otro de los
dirigentes cegetistas afirma “que carece de todo valor la huelga
general mientras no esté acabada la educación popular”. Como
se ve estas actitudes concuerdan más con el pensamiento
reformista que con el revolucionario primitivo.
La acción directa concebida al principio como una ruptura con
los métodos y con los hombres del parlamentarismo, como la
multiplicación de las huelgas industriales para preparar la huelga
general, ha venido a significar, según Jouhaux, que los obreros
se resuelven a arreglar sus asuntos por sus propias fuerzas,
aunque sea mediante alianzas políticas. Ante esta nueva
concepción de la acción directa cesa toda oposición entre ella
y la acción política. Por el contrario el sindicalismo
revolucionario, ha tratado de tener representación parlamentaria
y sus dirigentes han ocupado puestos de gobierno, aún como
ministros de estado. Para poder influir desde el poder el
sindicalismo revolucionario aspira, no a ser un núcleo de
fervientes, sino a contar con una masa lo más numerosa posible
a fin de tener votos.

273
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Los técnicos de la industria, sus directores, excluidos al principio


como elementos no obreros, son ahora invitados al movimiento
sindical. “Su sitio está entre nosotros, no un sitio secundario y
accesorio... sino un sitio semejante al de los otros elementos y
en proporción a la misión social que tienen que desempeñar
entre nosotros”.
De vez en cuando, los antiguos principios vuelven a aparecer y
se preconiza la huelga general y aún se intenta organizarla, como
en Noviembre de 1947 a Enero de 1948 en Francia, y en el
mismo año, en Italia y Chile, pero los reiterados fracasos los
llevan de nuevo a una actitud más oportunista que aunque guarda
fidelidad al fin último de su acción, en el empleo de los medios
está muy cerca del reformismo.
La moral del marxismo justifica plenamente esta conducta, más
aún, la reclama. Para el marxismo, todo aquello que lleva a la
liberación del proletariado, a la abolición del capitalismo, es
bueno; los medios son indiferentes: lo importante es que
conduzcan al fin buscado. No se puede decir que el marxismo
no tenga moral, tiene la del oportunismo. Moral inmoral, moral
basada en un principio que no puede ser la norma última de la
moral, pero que da a sus adherentes un punto de vista para
todas sus actuaciones.

3.1.2.1.4.6 Sindicalismo realista.


Hay una cuarta orientación del movimiento sindical, diferente
de las tendencias revolucionarias, reformista y oportunista, y,
que podríamos llamar “realista” porque, si bien es radical en
sus exigencias de un mundo nuevo, condiciona sus exigencias
inmediatas a las posibilidades reales, sin que esto signifique una
claudicación oportunista de sus principios. No se contenta con
una simple reforma social, sino que aspira a un cambio de
estructuras que creen un orden nuevo, pero concibe éste en
forma diferente del sindicalismo revolucionario, diferente en el
fin mismo que se trata de conseguir y diferente en los medios de
acción.
Esta tendencia realista puede tener muchas formas. Vamos a
exponer una que calza con la ideología católica, que se inspira
en los principios de lo que podemos llamar “Orden Social
Cristiano”. La Iglesia Católica no tiene un programa técnico de
doctrina sindical, pues está fuera de su línea de acción. Se
contenta con defender el movimiento sindical y con darle los
principios básicos que han de inspirar su acción. Los

274
movimientos nacidos dentro de la inspiración católica
elaborarán, por su cuenta y bajo su responsabilidad, los
programas más detallados para realizar las exigencias del Orden
Social Cristiano. La Iglesia no intervendrá en ellos si no es para
recordarles las exigencias del dogma y la moral, para señalarles
una conquista que reclama el bien común, o para coordinar sus
fuerzas en vista de una acción urgente. El programa que
señalamos en el capítulo siguiente es generalmente aceptado
por los movimientos sindicales de inspiración cristiana.
El sindicalismo realista que propiciamos, si bien va mucho más
lejos que el sindicalismo reformista, por cuanto propicia un
nuevo orden, un cambio de estructuras sociales, coincide
plenamente con él, en el criterio de luchar por toda reforma
que mejore la condición del asalariado, que la haga más humana.
Los técnicos tienen una importancia decisiva en el sindicalismo
realista, pues son ellos los llamados a buscar los métodos más
aptos para elevar al proletariado de su posición subordinada.

3.1.2.1.5 Los grandes principios del sindicalismo realista.


3.1.2.1.5.1 Al servicio del hombre.
La suprema aspiración de la actividad sindical es conseguir y
asegurar el respeto de la persona y su pleno desarrollo espiritual,
intelectual, físico y económico: en una palabra el
perfeccionamiento del hombre en sí mismo y en su vida familiar
y social.
Es el hombre y no la clase el fin del sindicato. Error es, por
tanto, subordinar el bien del hombre al bien de una clase
cualquiera que sea. Así lo hace el sindicalismo marxista que
sacrifica el hombre al engrandecimiento de la clase proletaria.
El hombre tiene dignidad y derechos sagrados que nadie, ni el
capital, ni el Estado, ni la clase trabajadora pueden sacrificar.
Es el hombre y no el estado el fin del sindicato. El estado ha sido
creado para el hombre y no el hombre para el estado. El fascismo
y todos los totalitarismos subordinan el sindicato al estado, al
cual conciben como omnipotente: las personas de los sindicados
son simples engranajes para la grandeza del estado.
El capitalismo cometió el grave crimen de poner como la primera
de sus aspiraciones la producción y el lucro, despreocupándose
de la persona del trabajador. El sindicalismo puede cometer igual
error y centrar sus aspiraciones en la clase trabajadora o en el

275
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

estado. Su meta ha de ser redimir, engrandecer, perfeccionar al


hombre para que desarrolle la plenitud de sus capacidades y
obtenga el maximum de satisfacciones.

3.1.2.1.5.2 En una auténtica democracia.


Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el
pueblo. En ella no hay clases privilegiadas. No hay otro título
de superioridad que el mérito personal.
La sociedad actual reconoce al hombre igualdad de derechos
políticos, pero le niega, con frecuencia, su libertad espiritual,
base de toda democracia, y más aún lo que constituye la
democracia económica, esto es las oportunidades para que
pueda prepararse, educarse, actuar como hombre libre y
responsable. Sin un minimum de bienestar material la práctica
de las virtudes es imposible, enseñaba Santo Tomás. La
democracia política es una mera quimera cuando no hay un
minimum de bienestar material.
Para llegar a esta democracia plena, el pueblo ha de decidirse a
pensar por sí mismo. Por no hacerlo, ha visto violadas sus
libertades y perdida su independencia económica. “El sindicato
debe ser fundamentalmente un grupo de hombres decididos a
tomar parte inteligente y consciente en la elaboración de mejores
condiciones de vida para la persona humana y consagrados a la
creación de mejores tiempos para mejores hombres” (Nuñez,
o.c. cit., p. 59).
El sindicato así concebido educa para la democracia.

3.1.2.1.5.3 Fiel a la justicia.


Sin justicia social no puede existir democracia integral. El
sindicato está llamado a luchar por un orden de justicia social.
Habrá justicia social cuando sea el bien común y no el interés
particular el que regule la distribución de los bienes. El mundo
económico no puede regularse ni por la libre concurrencia, ni
por la prepotencia económica, sino por la justicia y por la caridad
social. “Por tanto, las instituciones públicas y toda la vida social
de los pueblos han de ser informadas por esa justicia, y para
que sea verdaderamente eficaz, o sea para que dé vida a todo
orden jurídico y social, la economía ha de quedar como
empapada en ella” (QA 37, OSC 160).

276
Toda actuación sindical ha de buscar la justicia, sea que ésta
favorezca al trabajador, sea que ésta favorezca al patrón. La
justicia no tiene partidos, se inclina ante el derecho sea de quien
sea.
Un orden social justo no puede ser creado cometiendo
injusticias. Fiel a este principio, el sindicato nunca se dejará
llevar por pasiones ciegas. Hay que reaccionar con igual valor
ante la injusticia que oprime y ante la demagogia que destruye.
A veces se requiere una personalidad de temple heroico para
oponerse a resoluciones que son populares pero injustas.
El orden social es un equilibrio interior en que se da a cada cual
lo que corresponde. No es “orden” la mera conservación de lo
que tenemos. Lo que ahora llamamos “orden económico”
implica gravísimo desorden. No es revolucionario el que grita
contra el desorden existente; revolucionario es el que defiende
el desorden, aunque éste dure hace ya muchos años.
La balanza económica durante los últimos siglos ha estado
demasiado inclinada al lado del patrón, por el peso de su poder
financiero. Es preciso devolverle el equilibrio y para ello habrá
que hacer reclamaciones y hacerlas con energía, con tanto más
energía cuanto que los derechos que se reclaman son más
importantes. Ellos se refieren a veces a las condiciones
indispensables para que el hombre pueda vivir como hombre,
pueda organizar una familia según el plan de Dios.
Callar, en estos casos, no es virtud sino cobardía. La resignación
ante el dolor que uno puede y debe remediar es tremenda traición
al plan de Dios, a la dignidad del hombre, a la familia, a la
sociedad, cuando el bien común ha sido conculcado. Sólo
tenemos derecho a resignarnos después que hemos gastado el
último cartucho en defensa de la verdad y de la justicia. Una
vez que hemos agotado nuestras posibilidades es insensato
resolverse estérilmente. Un cristiano une su dolor al dolor
redentor de Cristo porque venga al mundo el reino de la verdad
y de la justicia.

3.1.2.1.5.4 Incansable en la defensa de los derechos


adquiridos.
Las conquistas sociales de los trabajadores han ido codificándose
en el Código del Trabajo y en las leyes sociales complementarias.
Desgraciadamente muchas de estas conquistas concedidas al
pueblo en víspera de elecciones o en momentos difíciles para el

277
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

país pueden irse desvirtuando por medidas legales que las hagan
ineficaces o por una aplicación fraudulenta. Además, existe un
gran sector asalariado que desconoce completamente las
medidas sociales que lo favorecen o que se retrae por timidez
de acudir a los organismos que pueden favorecerlo.
Al sindicato corresponde conocer perfectamente las leyes
sociales y la jurisprudencia que se ha establecido en su
aplicación. Ha de estar vinculado con servicios jurídicos que
puedan acudir en su defensa y en defensa de todos sus sindicatos;
ha de divulgar las leyes sociales para que todos puedan
aprovecharlas, y, finalmente, ha de preparar todas las
indicaciones que sugiera su aplicación para remediar sus defectos
y ampliar sus beneficios.
Los obreros no pueden olvidar que si ellos no urgen la aplicación
y extensión de la legislación social, ésta quedará letra muerta
en lo ya establecido y no dará un paso adelante. Sin el
sindicalismo la legislación social estaría reducida a un minimum.
Por otra parte hay que guardarse de pensar que la legislación
social va a remediar todos los males. Ella constituye apenas un
marco jurídico que puede quedar sin eficacia por múltiples
factores, por ejemplo: por la inflación monetaria: los subsidios
que eran suficientes hace 10 años, son ahora irrisorios y no
satisfacen en ninguna forma las necesidades que pretendieron
cubrir.
Igual cosa se diga de las ventajas obtenidas en un contrato
colectivo o por un fallo arbitral. Al cabo de poco tiempo sus
resultados pueden ser nulos por el aumento del costo de la vida
superior a las alzas obtenidas. Por eso al discutir ventajas
económicas, más que al número de pesos de aumento hay que
mirar al mejoramiento real y no tan sólo aparente que producen.

3.1.2.1.5.6 Suprimir la causa de la lucha de clases: el


mal social; no exacerbarla.
La lucha de clases es un hecho: basta abrir los ojos para
comprobar el conflicto permanente entre los que tienen
prepotencia económica y financiera y los que no tienen sino un
modesto salario. Reconocer este hecho, es reconocer una verdad.
La lucha de clases la achacan algunos inconsideradamente a
sólo el proletariado que quiere sacudir el yugo opresor. La lucha
de clases, en cuanto hecho, es organizada y dirigida por ambos
lados: por el capital y por el trabajo.

278
Pío XI entre los males sociales que señala deplora “en primer
lugar la lucha de clases... que inficiona todo lo que contribuye a
la prosperidad pública y privada. Y este mal se hace cada vez
más pernicioso por la codicia de bienes materiales de una parte
y de la otra, por la tenacidad en conservarlos, y en ambas por el
ansia de riquezas y de mando” (Ubi Arcano Dei 7, OSC 5).
El capital lucha por crear “enormes poderes y una prepotencia
económica despótica en manos de muy pocos. Estos potentados
son extraordinariamente poderosos, cuando dueños absolutos
del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase
que distribuyen la sangre de la cual vive toda la economía, y
que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de
la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad...
La libertad infinita de los competidores sólo dejó supervivientes
a los más poderosos, que es a menudo lo mismo que decir a los
que luchan más violentamente, los que menos cuidan de su
conciencia. A su vez esta concentración de riquezas y de fuerzas,
produce tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina
a alcanzar ese potentado económico; luego se inicia una fiera
batalla a fin de obtener el predominio sobre el poder público y
consiguientemente de poder usar de sus fuerzas e influencias
en los conflictos económicos; finalmente se entabla el conflicto
en el campo internacional, en el que luchan los estados
pretendiendo usar de su fuerza y poder político para favorecer
las utilidades económicas de sus súbditos respectivos o por el
contrario, haciendo que las fuerzas o el poder económico sean
los que resuelven las controversias políticas originadas entre las
naciones” (QA 39, OSC 3).
No cabe, pues, dudar que cuando se habla de lucha de clases,
es el capital uno de los que fomentan dicha lucha.
El obrero, por su parte recuerda el hecho “que unos cuantos
hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud
innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de los
esclavos” (RN, 2, OSC 1) y no menos, que en las tierras que
llamamos nuevas (América) el número de los proletarios
necesitados, cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha
crecido inmensamente. Añádase el ejército ingente de
asalariados del campo, reducidos a las más estrechas condiciones
de vida, y desesperanzados de poder jamás obtener participación
alguna en la propiedad de la tierra y por tanto sujetos para
siempre a la condición de proletarios si no se aplican remedios
oportunos y eficaces” (QA 26, OSC 2).

279
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Recuerda también que, como lo advierte Pío XII en 1944, “por


un lado riquezas inmensas dominan la vida pública y privada,
y, con frecuencia, hasta la vida civil; por el otro hay el número
incontable de quienes están desprovistos de toda seguridad
directa o indirecta respecto a su vida” (Pío XII, 1º de Septiembre
de 1944, OSC 8). El recuerdo de estos agravios y la vista de su
presente deplorable situación crea en varios sectores asalariados
un espíritu de lucha por mejorar su situación. Estos hechos son
innegables.
Ahora bien, ante esta realidad de la lucha de clases podemos
adoptar dos actitudes: o usarla para realizar revoluciones
violentas que conducen a otras injusticias, tal es la actitud de
los marxistas que explotan esa energía de indignación para
conseguir el triunfo del proletariado; es también la actitud de
los fascistas, que alarmados ante lo que llama el peligro de la
demagogia, suprimen la libertad de los órganos de expresión
popular para defender el capitalismo amenazado. La segunda
actitud consiste en luchar por suprimir la causa de tales luchas:
tal es la actitud del cristianismo social. Reconoce éste la
existencia de la lucha y quiere suprimirla, suprimiendo la causa
del conflicto, que es la injusticia social, la explotación del
trabajador. Al mismo tiempo pide al obrero el cumplimiento
consciente de sus deberes. No puede haber capital sin trabajo,
ni trabajo sin capital: ambos están llamados a entenderse y a
colaborar al amparo de la justicia.
Si los poseedores de las riquezas se niegan a acceder a las
legítimas demandas del trabajador, son los poseedores de las
riquezas los que encienden la lucha social, los verdaderos
revolucionarios. En tal caso los sindicatos tienen el deber de
defender los derechos de los sindicados; pero esto en ningún
momento los autoriza a sobrepasarse en sus exigencias ni a usar
medios que lesionen los intereses justos del capital.
La actitud del cristianismo social ante la lucha de clases es un
reclamo de justicia para los oprimidos. “La paz por la que lucha,
no es la paz de los cementerios, ni la armonía de la resignación
de los débiles ante las grandes injusticias de los fuertes. Esa
justicia y esa armonía pide por igual el cumplimiento de los
deberes recíprocos y el respeto de mutuos derechos entre
patrones y trabajadores. Cuando esto se haya cumplido se habrá
acabado la causa de la lucha de clases. Entonces surgirá la
colaboración de los diferentes elementos de la producción con
miras a una participación equitativa de los bienes producidos”
(Nuñez, o.c., p. 79).

280
“La lucha de clases sin enemistades y odios mutuos, poco a
poco se transforma en una discusión honesta, fundada en el
amor a la justicia. Ciertamente no es aquella bienaventurada
paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el
principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las
clases” (QA 45, OSC 92).
“Los medios para salvar al mundo actual de la triste ruina en
que el liberalismo amoral lo ha hundido, no consisten en la
lucha de clases y en el terror y mucho menos en el abuso
autocrático del poder estatal, sino en la penetración de la justicia
social y del sentimiento de amor cristiano en el orden económico
y social” (DR 32, OSC 163).

3.1.2.1.5.7 Realizar el bien común y buscar la grandeza


nacional.
El sindicato no es instrumento para una dictadura de clases: su
finalidad es el bien común, la justicia para todas las clases
sociales, para todas las naciones de la tierra. Ante esta finalidad
la acción del sindicato cobra nueva nobleza y adquiere un motivo
más para el sacrificio de sus dirigentes y socios: contribuir a
crear un mundo nuevo, no sólo para los obreros sino para toda
la sociedad.
El sindicato se abstendrá por tanto de actuaciones que
perjudiquen el desarrollo normal de la vida nacional. Un alza
de salarios que pueda producir la quiebra de una empresa, será
un daño de la vida nacional, a menos que pueda remediarse
dicho mal por otro medio.
El bienestar del trabajador es la primera preocupación del
sindicato, pero no debe buscarlo prescindiendo del cuadro
nacional de que forma parte. Las miras de un sindicalismo sano
no han de detenerse en las fronteras nacionales, sino que han
de alcanzar a la reconstrucción del mundo entero. La miseria
en cualquier parte del mundo pone en peligro la estabilidad de
todas las naciones. El problema social, tal como ésta planteado
hoy día, es un problema internacional. No bastarán por tanto
las soluciones nacionales para remediarlo. Deben existir
asociaciones internacionales encaminadas a obtener para todos
los asalariados del mundo el bienestar que reclama la dignidad
humana. Para este fin se impone la colaboración sindical en el
plano internacional, comenzando por aquellos países más
vinculados al propio o que tienen condiciones de vida más
semejantes.

281
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Esta colaboración internacional no puede ser en ningún caso


una amenaza para la vida e independencia de cada nación. Los
sindicatos no pueden ser traidores a su patria: deben ayudar a la
redención del proletariado del mundo, pero salvaguardando la
independencia nacional. Es de condenar en forma enérgica la
actitud de aquellos agentes sindicalistas que no vacilan en
destruir la industria nacional para crear un clima de perturbación
que facilite la revuelta y el predominio marxista en su nación.
Antes de apoyar un movimiento internacional hay que conocer
la ideología de sus dirigentes.
Para facilitar esta unión internacional apoyará las actividades
de la Organización Internacional del Trabajo, que pretende
alcanzar en los países adheridos condiciones de vida humana
para los trabajadores.
Los sindicatos han de procurar eficazmente que sus
representantes sean capaces de hacer conocer el punto de vista
y la realidad de los trabajadores de su país ante la Oficina
Internacional.

3.1.2.1.6 Relaciones del Sindicato con otras sociedades.


Un sindicato está llamado a tener una actitud bien definida con
el estado, con la política, con la Iglesia, con los movimientos
internacionales.

3.1.2.1.6.1 El sindicato y el estado.


El estado y el movimiento sindical están llamados a colaborar
para el bien común, respetando cada uno la libertad del otro. El
derecho de sindicación nace en último término no de la voluntad
del estado, sino del derecho natural que tienen los hombres de
asociarse. Este derecho, pues, no puede ser desconocido por el
estado, ni restringido en forma que lo haga ilusorio. Tiene el
estado el derecho de reglamentarlo, para hacer más expedito su
ejercicio, de vigilar sus actuaciones para evitar abusos que
pongan en peligro el bien público, de castigar sus actuaciones
delictuosas, pero en ningún caso puede absorber los sindicatos
y hacerlos instrumentos de su política o dejar sobrevivir
únicamente los que se plieguen a sus intereses, como sucede en
los regímenes totalitarios.

282
Los intereses legítimos del pueblo exigen que las organizaciones
conserven siempre la libertad para criticar y exigir un cambio
de conducta en un gobierno que acaso pudiera estar sometido a
la influencia de las potencias económicas. Con toda valentía
deben los dirigentes sindicales vencer la tentación de entregarse
en manos del estado a cambio de su apoyo. “Más que el favor
del Estado es el corazón de la ciudadanía y del pueblo el que ha
de servir de base a la organizaciones sindicales” (Nuñez, o.c.,
p. 67).

3.1.2.1.6.2 El sindicato y la política.


De la función estrictamente económico-social de los sindicatos
se desprende una característica esencial de los mismos: su
apoliticismo. Consiste esta característica en la completa
independencia que han de guardar los sindicatos con relación
a los partidos políticos y a la gestión de la política electoral.
Desde el momento que un sindicato se ata a un partido político
pierde su carácter técnico dentro de las relaciones económicas,
para constituirse en una agrupación de trabajadores que
persiguen el triunfo de un partido en el que creen encontrar
apoyo para sus intereses. Desde este momento tiene que afrontar
el sindicato esta alternativa: conseguir la adhesión voluntaria
de todos sus afiliados al partido apadrinado o defraudar los
intereses de aquellos trabajadores que no quieren plegarse al
partido político.
Ante la imposibilidad de conseguir lo primero, queda abierto el
camino de la traición a las clases trabajadoras en aras de intereses
partidistas. Gran número de trabajadores preferirían quedarse
sin las ventajas que ofrece el sindicato antes que servir para
cubrir los errores y componendas que suelen ser parte necesaria
del malabarismo político.
Los grandes revolucionarios sindicalistas comprendieron
perfectamente que la politización del sindicalismo haría perder
la unidad de la clase proletaria. Aún los reformistas que han
estado más cerca del elemento político no han simpatizado
plenamente con la unión del sindicato y la política. Sólo el
marxismo y el fascismo, en una palabra los totalitarismos,
cualquiera que sea su color, han querido unir sindicalismo y
política, porque para ellos el sindicalismo no es más que un
instrumento para la conquista del poder político.

283
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Una justa armonía de las aspiraciones sindicales y de la política


podría obtenerse a base de los siguientes principios adoptados
por la Asociación Sindical Chilena (A. SI. CH.).

I.- El movimiento respeta la ideología política de todos sus


miembros y jamás podrá tomar medidas de carácter político
o electoral.
II.- Los dirigentes superiores del movimiento no deben ser a la
vez dirigentes de un partido político, con el fin de señalar
más claramente la independencia de los dos movimientos.
III.- En las campañas de redención proletaria que realice la A.
SI. CH. pedirá el apoyo de todas las fuerzas vivas del país,
incluso las políticas que quieran sumarse a sus campañas,
sin que esto signifique compromiso alguno del movimiento.

3.1.2.1.6.3 El sindicato y la religión.


El Pbro. D. Nuñez en el ABC del Sindicalismo, expone este punto:
“Característica esencial que se desprende de la función
estrictamente económico-social de los sindicatos es la ausencia
de exclusivismos religiosos en el movimiento sindical”.
“El sindicato existe para el trabajador sin distingos de carácter
religioso. Todo trabajador, sea cual fuere su posición religiosa,
tiene una serie de problemas y necesidades que es necesario
resolver y satisfacer. Es un ser humano que tiene que vivir. De
esta verdad se sigue que el sindicato debe estar abierto para
todo hombre que tenga una apelación ante el tribunal de la
justicia social. No puede servir como instrumento de propaganda
religiosa ni para realizar actividades de orden meramente
religioso”.
“Esto no quiere decir que los sindicatos se vuelvan materialistas,
concibiendo al hombre como un animal que es preciso cebar.
Tampoco quiere decir que el movimiento sindical puede
prescindir del factor religioso como parte integrante del
desarrollo armonioso de la persona humana. En el concepto de
bienestar social deben entrar los valores religiosos y morales
que han servido de base para la civilización cristiana. La
aplicación y robustecimiento de los valores morales y religiosos
pueden y deben ser una preocupación propia del movimiento
sindical. En realidad, lo que ese movimiento hace, al promover
el bienestar del trabajador, no es otra cosa sino crear condiciones

284
materiales que hagan posible el mantenimiento y realización
de los valores morales y religiosos dignos de la persona humana.
El movimiento sindical tiende a crear un mundo mejor donde el
espíritu viva más holgadamente” (Nuñez, o.c., p. 72).

3.1.2.1.7 Tres problemas básicos: Libertad de crear varios


sindicatos; libertad de los sindicatos para
federarse; libertad u obligatoriedad de la
sindicación.
Una vez reconocido el derecho de los trabajadores de asociarse
en sindicatos se plantean los tres siguientes problemas,
íntimamente ligados entre sí.
1º) ¿Reconoce la ley las ventajas legales acordadas a los
sindicatos a una sola asociación, que podríamos llamar
privilegiada o única, o bien reconoce igualdad de derechos
a los diferentes sindicatos que se formen en el interior de la
misma profesión o profesiones similares?
En otros términos ¿los trabajadores que quieran gozar de las
ventajas de la organización sindical deben necesariamente
incorporarse a una sola asociación cualquiera que sea su
ideología dominante o el carácter de sus actividades o bien
pueden fundar varias asociaciones con igualdad de derechos?
2º) Estas asociaciones ¿pueden federarse dentro de la misma
industria y profesión y confederarse con los demás grupos
organizados de trabajadores, tanto dentro del país como con
los demás países?
3º) Los trabajadores ¿son libres de incorporarse al sindicato o
deben necesariamente formar parte de él? ¿La sindicación
es libre u obligatoria?
La defensa de los intereses gremiales exige una respuesta
coordinada de estas tres preguntas.

3.1.2.1.7.1 Unidad o pluralidad sindical.


Frente al primero de los tres problemas planteados estimamos,
en doctrina, preferible la fórmula de la pluralidad sindical por
las siguientes razones:
a) Porque respeta más ampliamente el derecho de asociación
que reconoce al obrero, como a todo ser humano, el derecho

285
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

de formar parte de cualquier asociación que no contradiga


al bien común;
b) Porque cuadra más con los principios de una sana
democracia respetuosa de las libertades fundamentales del
ser humano. Por este motivo la declaración de Derechos
del Hombre propuesta por las Naciones Unidas, reconoce
en su artículo 23, IV: “Toda persona tiene el derecho de
fundar, con otras personas, sindicatos y de afiliarse a los
sindicatos para la defensa de sus intereses”.
c) Porque nadie puede ser obligado a entrar a una asociación
privada cuyos principios o actuación le parecen
inconvenientes, ni menos puede ser compelido a participar
con su acción o con sus cuotas en actividades que su
conciencia rechaza;
d) Mirando el problema bajo el punto de vista de los intereses
económico-sociales de la clase trabajadora, el sindicato
múltiple los resguarda más ampliamente: en una asociación
única las energías de los componentes se dirigen primaria,
y a veces únicamente a obtener el predominio político o
personal y descuidan las actividades propiamente gremiales.
Por otra parte la competencia de diferentes organizaciones en
el campo gremial, obliga a éstas a superar sus esfuerzos en
beneficio del trabajador, lo que no sucede cuando no existe
sino un solo sindicato con la plenitud de derechos.
Los gremios ganan en fuerza cuando sus elementos son
homogéneos, cuando están unidos por una mística común y no
se ven obligados a consumir buena parte de sus energías en
controversias internas de tipo ideológico.
e) El sindicato único es la fórmula adoptada por todos los países
totalitarios o de gobiernos fuertemente centralizados; tal es
o fue el caso de Rusia, Italia fascista, Alemania nacista,
España. Así sucedió en Francia y Bélgica, bajo la ocupación
alemana. El sindicato en tales casos no es un órgano de
libre expresión del obrero, ni un instrumento de legítima
defensa de sus intereses económicos sociales, sino el marco
en el cual están encuadradas las fuerzas trabajadoras para
recibir las directivas del estado en orden a una mayor
producción y a obtener una ideología común. En estos países
está prohibido el pliego de peticiones y mucho más el
empleo de la huelga.
En algunos países de América Latina, como el nuestro, la unidad
sindical fue adoptada a petición de los representantes patronales

286
para evitar la fuerza de los grandes sindicatos profesionales y en
la esperanza de que el contacto personal del patrón con sus
trabajadores atenuara la fuerza gremial.
La mayor parte de los países democráticos han preferido la
fórmula de libertad sindical: Estados Unidos, Canadá, Suiza,
Holanda, Inglaterra, Alemania antes de la guerra, Francia y
Bélgica antes y después de la ocupación alemana.
f) La experiencia de la vida sindical chilena ha demostrado
demasiado claramente que la mayor parte de las energías
de nuestros sindicatos ha sido consumida en luchas de
predominio político, y que en demasiadas ocasiones,
presiones incontroladas de los más audaces, han impuesto
consignas rechazadas en su fuero íntimo por la mayoría de
los trabajadores, incapaces desgraciadamente de defender
sus puntos de vista por falta de la debida preparación, o por
carecer de la experiencia política necesaria que otros poseen
en alto grado. El sindicato único está siempre expuesto a
permanentes manejos e intervenciones de la derecha, de la
izquierda o del gobierno con desmedro de los intereses
gremiales, de la dignidad del trabajador o de su libertad de
conciencia. Una legislación que reconozca la pluralidad
sindical, aún en el caso de no formarse múltiples sindicatos
deja siempre una puerta abierta a una mayor comprensión
ante el temor de un cisma que pueda dividir las fuerzas.
g) La necesidad de multiplicar las posibilidades de formación
de auténticos jefes gremiales se obtiene mejor en el
sindicalismo múltiple que ofrece oportunidades a un número
mayor de trabajadores de tener contacto más directo con
los problemas de la industria y les permite adquirir
experiencia directiva. Las verdaderas reformas de la empresa
que desproletarizarán al obrero no serán posibles sino
cuando se cuente con un numeroso grupo de trabajadores
capaces por su preparación de participar en la gestión de la
empresa.

3.1.2.1.7.2 Legislación internacional sobre el sindicalismo


libre.
Las Conferencias Internacionales del Trabajo de 1947 y 1948,
la Oficina Internacional del Trabajo y el Consejo Económico
Social de las Naciones Unidas han colaborado para dictar una
interesante legislación internacional reconociendo el
sindicalismo libre y el derecho de los sindicatos a federarse.

287
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Esta legislación fue promovida por la Federación Sindical


Mundial F. S. M. que propuso el siguiente proyecto de
convención:
1.- El Derecho Sindical ha sido reconocido como derecho
inviolable de los trabajadores asalariados para la defensa
de sus intereses profesionales y sociales.
2.- Las Organizaciones Sindicales tienen derecho a
administrarse, deliberar y decidir libremente sobre
cuestiones de su competencia, conforme a las leyes y a sus
estatutos, sin ingerencia en su funcionamiento de los
órganos gubernamentales y administrativos.
3.- Nada debe impedir a las organizaciones sindicales federarse
con fines profesionales e interprofesionales, en forma local,
regional, nacional o internacional.
4.- Toda legislación restrictiva de los principios que quedan
enunciados es contraria a la cooperación económica social
definida por la Carta de las Naciones Unidas.
A su vez la Federación Americana del Trabajo propuso al Consejo
Económico Social de las N.U. el siguiente cuestionario:
1.- ¿Hasta qué punto tienen los sindicatos derecho a constituir
organizaciones profesionales o sindicales, a asociarse o
sindicarse con toda libertad, sin intervención ni coerción
gubernamental?
2.- ¿Hasta qué punto tienen los sindicatos libertad para llevar
a cabo las decisiones tomadas por sus miembros en la esfera
nacional, regional o local, sin intervención de los poderes
públicos?
3.- ¿Hasta qué punto tienen libertad los trabajadores para
escoger, elegir o designar representantes en sus propios
sindicatos?
4.- ¿Hasta qué punto tienen libertad los sindicatos, sin tener que
someterse a la intervención gubernamental, para recaudar
fondos y disponer de ellos en conformidad con sus estatutos
o según acuerdo expreso de sus miembros?
5.- ¿Hasta qué punto tienen libertad los trabajadores o sus
agrupaciones para consultar con otros trabajadores u otras
agrupaciones en sus propios países o en el extranjero?
6.- ¿Hasta qué punto pueden los trabajadores sindicados
pertenecientes a organizaciones locales, regionales o

288
nacionales, afiliarse a organizaciones internacionales, sin
tener que sufrir o tener la intervención de los poderes
públicos?
7.- ¿Hasta qué punto pueden las organizaciones profesionales
o sindicales discutir en plena libertad con los empleadores
de los obreros que ellas representan, concertar convenios
colectivos y tomar parte en su preparación?
8.- ¿Hasta qué punto se reconoce y se protege el derecho de
huelga de los trabajadores y de sus organizaciones?
9.- ¿Hasta qué punto los asalariados y sus sindicatos son libres
de recurrir al arbitraje voluntario para resolver un conflicto
del trabajo, sin temor que los poderes públicos influencien
o dicten la solución?
10.- ¿Hasta qué punto tienen derecho los trabajadores y sus
organizaciones a pedir al Gobierno que tome medidas
legislativas o administrativas en su interés?
La Oficina Internacional del Trabajo, por mandato del Consejo
Económico Social de las Naciones Unidas planteó en la
Conferencia de Ginebra de 1947 el problema de la libertad
sindical, llegando a acuerdos que fueron resumidos en el
siguiente voto aprobado por la Asamblea General de las
Naciones Unidas reunida en Nueva York en Noviembre de 1947,
por 45 votos contra 6 y 2 abstenciones:
“La Asamblea General considera que la libertad sindical es
derecho inalienable así como otras garantías sociales y esenciales
para la mejora de la vida de los trabajadores y para el bienestar
económico”.
En la Conferencia Internacional del Trabajo reunida en San
Francisco el año 1948 completó esta declaración con los
siguientes acuerdos:
Art. 2 del Convenio sobre Libertad sindical.
“Los trabajadores y los empleadores sin ninguna distinción y sin
autorización previa, tienen el derecho a constituir organizaciones
de su elección, así como el de afiliarse a estas organizaciones
con la sola condición de conformarse al estatuto de las mismas”.
Alcance del convenio: 1º los Estados que lo ratifiquen deben
abstenerse de discutir este derecho de los trabajadores, sea
directa o indirectamente; 2º no puede hacerse ninguna
discriminación en materia sindical; 3º autoriza para constituir y

289
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

pertenecer a sindicatos que pudieran formarse por razones de


orden profesional o político.
Art. 3 del Convenio sobre libertad sindical:
“Las organizaciones de trabajadores y de empleados tienen
derecho a redactar sus estatutos y reglamentos administrativos,
de elegir libremente a sus representantes, de organizar su
administración y sus actividades y de formular su programa de
acción”.
“Las autoridades públicas deben abstenerse de toda intervención
que tienda a limitar este derecho a impedir su ejercicio legal”.
“Las organizaciones de trabajadores y de empleadores no están
sujetas a disolución o supexenciones por vía administrativa”.
“Ello no excluye por supuesto el procedimiento judicial”.
“Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el
derecho a constituir federaciones y confederaciones, así como
a afiliarse a las mismas, y toda organización, federación o
confederación, tiene derecho a afiliarse a organizaciones
internacionales”.
“La adquisición de la personalidad jurídica por las
organizaciones de trabajadores y de empleadores, sus
federaciones y confederaciones no puede estar subordinada a
condiciones de naturaleza que limitan la aplicación de los arts.
2, 3 y 4 de este Convenio”.
“No se está obligando a los Estados a conferir a estas
organizaciones, la personalidad jurídica, sino que se les impide
poner condiciones tales que burlen la libertad sindical”.
“Considerando que el principio de igualdad ante la ley implica
que, como toda persona o colectividad organizadas, los
trabajadores, los empleadores y sus organizaciones respectivas,
están, en el ejercicio de su derecho de organización sindical,
en la obligación de respetar la legalidad”.
“La legislación nacional no menoscabará ni será aplicada de
manera que menoscabe las garantías previstas en el presente
convenio”.
“Todo (Estado) miembro de la Organización Internacional del
Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio, se
compromete a tomar todas las medidas necesarias y apropiadas
para asegurar a los trabajadores y a los empleadores el libre
ejercicio del derecho sindical”.

290
La Oficina Internacional del Trabajo está encargada de velar
porque estos acuerdos sean ratificados por medio de una ley
por todos los Estados asociados.

3.1.2.1.7.3 Actitud de la Iglesia frente a la pluralidad


sindical.
La Iglesia Católica ha repetido reiteradas veces que el problema
social “es antes que nada una cuestión moral y religiosa”
(Singulari Quadam) que el fin del sindicato “es conseguir un
aumento de los bienes del cuerpo, del alma y de la fortuna, más
es clarísimo que a la perfección de la piedad y las costumbres,
hay que atender como a fin principal, y que éste debe ser, ante
todo, el que rija íntimamente el organismo social” (RN 42). Esta
misma norma ha sido repetida por la Sagrada Congregación del
Concilio en la controversia de Roubaix-Tourcoing, por León XIII
en Graves de Communi, por Pío X en Singulari Quadam y por
Pío XI en Quadragesimo Anno [9 y 10], como puede leerse en
los números 230, 236 y 249 de “El Orden Social Cristiano”.
“Este es precisamente el motivo por el cual no hemos nunca
exhortado a los católicos a entrar en asociaciones destinadas al
mejoramiento de condiciones del pueblo, ni a emprender
iniciativas análogas sin advertirles previamente que tales
instituciones deberán tener a la religión como inspiradora,
compañera y sostén. En todo caso aún en el orden de las cosas
temporales el cristianismo no tiene derecho a descuidar los
intereses sobrenaturales; más todavía, los preceptos de la
Doctrina Cristiana le imponen el deber de orientar hacia el
Supremo Bien y hacia el último fin toda su obra” [SCC, OSC
236].
A pesar de que las circunstancias han cambiado tanto desde
que en 1891 León XIII escribió Rerum Novarum, parece que el
párrafo siguiente hubiera sido escrito en 1950: “Cierto es que
hay ahora un número mayor que jamás hubo de asociaciones
diversísimas, especialmente de obreros. No es éste lugar de
examinar de dónde muchas de ellas nacen, qué quieren y por
qué camino van. Créese, sin embargo, y muy fundadamente,
que las gobiernan por lo común ocultos jefes que les dan una
organización que no dice bien con el nombre de cristianos y el
bienestar de los estados, y que, acaparando todas las industrias
obligan a los que no se quieren asociar con ellos a pagar su
resistencia con la miseria. Siendo esto así, preciso es que los
obreros cristianos elijan una de dos cosas: o dar su nombre a
sociedades en que se ponga a riesgo su religión o formar ellos

291
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

entre sí sus propias asociaciones y juntar sus fuerzas de modo


que puedan valerosamente libertarse de aquella injusta e
intolerable opresión. Y que se deba optar absolutamente por
esto último ¿quién habrá que lo dude si no es el que quiera
poner en inminentísimo peligro el sumo bien del hombre?” (RN
40, OSC 229).
Fiel a estos principios Pío X escribiendo a los Obispos del Brasil
el 6 de Enero de 1911 exhorta “a constituir entre los católicos
estas sociedades para salvaguardar los intereses en el campo
social”. Y la Sagrada Congregación del Concilio en 1929 reitera
que “los católicos deben asociarse preferentemente con los
católicos a menos que la necesidad les obligue a obrar de modo
diverso”.
Pío X da normas a los católicos alemanes “tolerando” su
presencia en los sindicatos no confesionales siempre que “se
abstengan de todo lo que en la teoría o en la práctica no se
conforme con la doctrina y leyes de la Iglesia o con su legítima
autoridad espiritual, y que en este punto nada se observe en
ellos ni de palabra, ni por escrito, ni en sus hechos, menos digno
de aprobación” (OSC 259).
Donde los católicos no pueden constituir sindicatos
confesionales “por impedirlo el Estado o determinadas prácticas
de la vida económica, o esa lamentable discordia de ánimos y
voluntades tan profunda en la sociedad moderna, así como la
urgente necesidad de resistir con la unión de fuerzas y voluntades
a las apretadas falanges de los que maquinan novedades, los
católicos se ven como obligados a inscribirse en los sindicatos
neutros, siempre que se propongan respetar la justicia y la
equidad y dejen a los socios católicos plena libertad para mirar
su conciencia y obedecer a los mandatos de la Iglesia”. Si los
Obispos reconocen que esas asociaciones son impuestas por
las circunstancias y no presentan peligro para la religión, pueden
aprobar que los obreros católicos adhieran a ellas, siempre que
junto a estos sindicatos existan otras agrupaciones que den a
sus miembros una seria formación religiosa y moral.
De lo anteriormente dicho fluye con claridad la preferencia de
la Iglesia por el sindicalismo libre, que mejor respeta el derecho
natural de la asociación y la libertad de conciencia del
ciudadano. Por eso León XIII afirma en Rerum Novarum que el
estado o la autoridad pública no tienen derecho para prohibir la
existencia de los sindicatos que libremente se formen: “el
derecho de formar tales sociedades privadas es natural al hombre
y la sociedad civil ha sido constituida para defender, no para

292
aniquilar el derecho natural y si prohibiera a los ciudadanos
hacer entre sí estas asociaciones se contradiría a sí propia porque
lo mismo ella que las sociedades privadas nacen de este único
principio, a saber: que los hombres son por naturaleza sociables”.
Pío XI en Quadragesimo Anno [OSC 227] al hablar de las
corporaciones reitera una vez más derecho de formar sindicatos
libres: “Ahora bien, como los habitantes de un municipio suelen
formar asociaciones con fines muy diversos, en las cuales es
completamente libre inscribirse, así también los que ejercitan
la misma profesión formarán unos con otros sociedades
igualmente libres para alcanzar fines que en alguna manera están
unidos con el ejercicio de la misma profesión... El hombre tiene
facultad libre no sólo para formar asociaciones de orden y de
derecho privado, sino también para escoger libremente el estatuto
y las leyes que mejor conduzcan al fin que se proponen. Debe
proclamarse la misma libertad para fundar asociaciones que
excedan los límites de cada profesión” [QA 36, OSC 265]. Al
criticar Pío XI el corporativismo italiano señala el peligro de
que “en esa organización el Estado se sustituya a la libre actividad
en lugar de limitarse a la necesaria y suficiente asistencia y ayuda”
[QA 37, OSC 267].
Finalmente el Episcopado Chileno, en carta colectiva del 12 de
Enero de 1947 sostiene que “el sindicato debe ser un organismo
de defensa de legítimos derechos de perfeccionamiento integral
y de armonía social, con el carácter de libre dentro de la profesión
organizada”.

3.1.2.1.7.4 Libertad de los sindicatos para formar


federaciones.
Al comienzo de este capítulo señalábamos junto al derecho de
los ciudadanos de formar varios sindicatos, la facultad que éstos
tienen a su vez de formar federaciones dentro de los límites de
la profesión o industria, como también confederaciones de
carácter nacional y aún internacional. Este derecho no puede
ser negado por quienes aceptan el principio de la libertad de
asociación pues su fundamento es el mismo.
La clase trabajadora ha visto, sin embargo, que se le niega en
muchos casos el derecho a federarse por quiénes temen la fuerza
de tales federaciones. La libertad sindical que hemos defendido
anteriormente sería un mito si los sindicatos no pudieran
federarse en el más amplio sentido de la palabra. La multiplicidad
de sindicatos, aislados unos de otros expondría a la clase
trabajadora al juego de maniobras divisionistas que aniquilarían

293
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

su poder, dividirían íntimamente a quienes, no por el hecho de


tener concepciones ideológicas diferentes, desean estar
íntimamente unidos en la defensa de sus intereses económico
sociales. La Iglesia, en Quadragesimo Anno, afirma claramente
como lo acabamos de ver, el derecho de formar tales
federaciones.

3.1.2.1.7.5 Libertad u obligatoriedad de la sindicación.


El tercer problema que nos habíamos propuesto al principio de
este capítulo es el de la libertad u obligatoriedad de la
sindicación. Es indudable que de suyo, a no mediar
circunstancias especiales, no debería el ciudadano ser obligado
a sindicarse, pero tales circunstancias de hecho existen y si no
fuera obligatoria la sindicación es muy de temer que peligraran
todas las conquistas obtenidas por los gremios. La presión
patronal ha impedido en muchos casos el que los obreros puedan
sindicarse y en otros ha amenazado con represalias a los
sindicatos si no se disuelven.
Resumiendo el triple problema propuesto en este capítulo
afirmamos que los derechos de la clase trabajadora quedan más
garantizados en un sindicalismo libre, siempre que los sindicatos
puedan formar federaciones y confederaciones tan amplias como
parezca necesario y que los trabajadores todos tengan como
garantía de su derecho a sindicarse, la obligación de hacerlo en
el sindicato de su elección.
Las desconfianzas que se notan a veces en la clase trabajadora
chilena frente al sindicalismo múltiple nacen del temor de que
tal multiplicidad no acompañada del derecho de federación y
de la sindicalización obligatoria, sólo sirva para disminuir el
poder sindical y para dividir la clase trabajadora. El sindicalismo
libre con las garantías antes indicadas no ofrece tales peligros,
sino que es por el contrario, poderoso elemento de unidad en la
diversidad que no puede menos de existir en quienes quieren
hacer uso de sus libertades fundamentales.

3.1.2.1.7.6 La unidad de la clase trabajadora.


Cualquiera que sea la forma de organización sindical el
proletariado nunca puede perder de vista la necesidad que tiene
de atender a la unidad de la clase trabajadora.
Esta no se puede obtener presionando las conciencias y la
libertad de los sindicados para obligarlos a entrar en

294
organizaciones que no son de su agrado, ni imponiéndoles a
veces por fuerza y con actos de matonaje determinadas
consignas: esa unión es una tiranía tan grave y a veces peor que
la que pretenden sacudir y lastima penosamente la dignidad del
trabajador.
Para asegurar las conquistas de la clase trabajadora, hay que
obtener su unidad de acción mientras la pluralidad de
organización asegura la libertad del individuo. Que la clase
trabajadora luche unida, pero que los trabajadores queden en
libertad para escoger la forma de organización que sea más de
su agrado.
La C. G. T. francesa que ha marchado muy unida en campañas
nacionales con la C. F. T. C. (Confederación Francesa de
Trabajadores Cristianos) considerando la gran semejanza de sus
programas de acción inmediata, ha propuesto varias veces a los
sindicatos católicos la fusión. Ellos han respondido siempre:
unidad sí, uniformidad no. Para conseguir esa unidad han
organizado comités de enlace. Puede también pensarse en formar
confederaciones que respeten la independencia interna de las
asociaciones.

3.1.2.1.8 Medios de acción sindical.


La acción sindical está llamada a traducirse en un mejoramiento
de las condiciones del asalariado y aún en una reforma de las
estructuras sociales. ¿De qué medios dispondrá para llevar
adelante sus propósitos? Puede emplear medios pacíficos y
medios violentos: de los primeros el principal es la convención
colectiva; de los segundos, el más fuerte es la huelga.

3.1.2.1.8.1 Medios pacíficos.


Las convenciones colectivas son el resultado del entendimiento
del asalariado y del capital organizados acerca de las principales
condiciones del contrato de trabajo.
Las convenciones colectivas se originaron en las discusiones
entre patrones y obreros para terminar las huelgas. Ambos grupos
se dieron cuenta de que era mejor tratar de entenderse antes de
iniciar la huelga, dejando este último recurso para el caso en
que las conversaciones fracasaran.
La industrialización, que centraliza fuertes poblaciones obreras,
y el auge de la sindicación, han multiplicado las convenciones

295
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

colectivas. El valor de estas convenciones depende de la fuerza


de las agrupaciones profesionales contratantes y de su disciplina.
La influencia de las convenciones colectivas en la transformación
del régimen capitalista es grande: en primer lugar suprimen el
hecho doloroso de obreros aislados que tratan indefensos con
el capital; modifican luego el funcionamiento mismo de la
empresa capitalista sometida antes únicamente a la voluntad
del patrón para quedar ahora bajo el control de agrupaciones
de trabajadores celosos del cumplimiento de los pactos. Las
convenciones colectivas han llevado a los capitalistas a unir sus
fuerzas para presentar frente único ante el trabajo organizado.
Algunos han puesto una gran esperanza en las convenciones
colectivas, como si ellas solas bastasen para corregir los defectos
del régimen capitalista: a la inseguridad del obrero, a su
desigualdad frente al patrón, al antagonismo de clases, las
convenciones colectivas generalizadas, traerían como
consecuencia: la seguridad, la igualdad, la armonía.
Tales esperanzas no son ilusorias, pero sí exageradas. Un trabajo
sin contrato, o con un contrato renovable cada semana o cada
mes, expone al obrero a ser despedido y al patrón a carecer de
operarios. El contrato colectivo, en cambio, concluido por
períodos mayores: seis meses o un año da mayor estabilidad al
empleo. Su defecto está en su falta de elasticidad para poder
modificar las condiciones de trabajo, que en períodos de
perturbación económica exigen un reajuste permanente. El
salario justo hoy puede ser insuficiente en tres meses más. En
períodos de depresión las condiciones establecidas favorecen
principalmente al obrero porque mantienen relativamente alto
un salario que tiende a descender; al contrario en tiempos de
prosperidad, privan al trabajador del alza constante en los
jornales por haber estipulado un salario en época de menor
prosperidad. Tal vez este defecto podría evitarse mediante
reajustes más frecuentes. En todo caso parece claro que un
acuerdo convenido libremente entre las partes es más eficaz
que una medida legal general, que suele carecer del necesario
realismo.
La convención colectiva atenúa la desigualdad del obrero que
trata solo frente al patrón, el cual aún aislado constituye “una
coalición natural”; defiende además al obrero contra su propia
debilidad que lo tienta a aceptar cualquier condición con tal de
no morir de hambre.
La búsqueda de mejores medios de producción, de una mayor
racionalización del trabajo está estimulada por las convenciones

296
colectivas, pues, en épocas de depresión económica o de fuerte
concurrencia no dejan al patrón el fácil expediente de reducir
el precio de venta de sus artículos bajando los salarios. Como
éstos están fijos de antemano, tendrá el capitalista que buscar
otros medios de reducir el costo sin tocar los salarios, lo que es
una gran ventaja social.
Los patrones de mentalidad liberal ven con muy malos ojos las
convenciones colectivas porque disminuyen su dominio absoluto
en la empresa. Echan de menos los antiguos tiempos en que
podían disponer a su antojo de lo que era “exclusivamente suyo”.
Los obreros revolucionarios ven igualmente con malos ojos estas
convenciones que debilitan el espíritu de lucha total contra el
régimen capitalista y llega a hacerlo aparecer aceptable a los
obreros.
Es un hecho que los violentos conflictos en épocas normales
disminuyen fuertemente mediante las convenciones colectivas.
En épocas anormales, como durante la gran depresión
económica que siguió a la guerra de 1914, casi no pudo hablarse
de convenciones colectivas durables, porque la brusca variación
de condiciones hacía que cada día surgieran luchas y críticas
respecto a lo pactado. Pero en general significan un paso hacia
la armonía social; y si contienen cláusulas que vayan preparando
una renovación de las estructuras sociales, significan un arma
de progreso bien efectiva.
Otro medio pacífico que debe ensayar el sindicalismo para
realizar la redención proletaria es su intervención, consultiva al
menos, en los organismos oficiales del trabajo y económicos.
El sindicalismo revolucionario puro rechazaba tal intervención
y quería mantenerse lejos no sólo de toda política sino de todo
acercamiento al gobierno para no debilitar el ardor
revolucionario, y para impedir la absorción del sindicalismo en
los cuadros y fórmulas establecidas. Los revolucionarios no
querían acomodarse a las fórmulas existentes sino romperlas.
Sin embargo, después, a pesar de las declaraciones, han aceptado
los puestos que se les han ofrecido en la política y en el gobierno;
más aún, los han buscado y se han aferrado a las posiciones
conquistadas.
En todo organismo en que se discute la suerte de los trabajadores,
en que se estudian planes legislativos que les conciernen o se
analizan problemas económicos de alcance nacional, el trabajo
organizado debe hacer oír su voz por delegados elegidos por
los propios obreros, en forma que representen las fuerzas vivas

297
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

del país y no por personas designadas por el Poder Ejecutivo de


la República que “se supone” representan a los obreros: esto
produce situaciones tan absurdas, como que una misma persona
ha sido nombrada en una oportunidad como representante de
los obreros y en el período siguiente como representante
patronal.

3.1.2.1.8.2 Medios violentos.


El principal es la huelga, verdadero acto de guerra entre el capital
y el trabajo. Supone para tener éxito una declaración violenta,
una organización compleja, una táctica especial: con frecuencia
se recurre a procedimientos extralegales, a veces a la violencia;
para cesar intervienen mediadores. El parecido entre la huelga
y la guerra es extremo.
Las huelgas revisten carácter político, o bien gremial. Su causa
suele ser duración excesiva del trabajo, escasos salarios,
disciplina demasiado estricta, etc. La técnica de las huelgas ha
cambiado radicalmente. Las primeras fueron movimientos
espontáneos provocados por la situación miserable de los obreros
de una determinada industria. La falta de sindicatos hacía difícil
el entendimiento entre los huelguistas. La espontaneidad de los
movimientos fácilmente acarreaba actos de violencia contra las
personas y contra los bienes. Ordinariamente estaban dirigidas
por los más exaltados predicadores del extremismo.
En las antiguas huelgas eran frecuente el sabotaje, la destrucción
de las máquinas, culpadas de ser responsables de la cesantía,
los actos de violencia contra los técnicos acusados de
“amarillos”.
El sindicalismo ha cambiado mucho el carácter de las huelgas.
Estas no son ahora espontáneas, sino minuciosamente
organizadas por el sindicato, el cual estudia una táctica detallada
para lanzarla, extenderla, detenerla; el sindicato subvenciona a
los huelguistas y organiza los piquetes para hacer ejecutar sus
órdenes y mantener la disciplina y defenderse de los “rompe
huelgas”. Por estos motivos las huelgas son menos violentas.
Con frecuencia parecen una protesta silenciosa, acompañada
de desfiles, declaraciones, discursos, esfuerzos por mover la
opinión pública, interesar al gobierno, hacer ver su repercusión
social.
Por otra parte se va generalizando la persuasión de que los
verdaderos responsables de la situación obrera no son tal o cual
capitalista, ni el invento de tal o cual máquina, sino el régimen

298
capitalista mismo. Esto hace que los actos de violencia
disminuyan, pero en cambio contribuye a que las huelgas
fácilmente degeneren en políticas.
Las modernas huelgas son complejas. Frente a la organización
obrera se ha formado una fuerte organización patronal. En el
siglo pasado no era raro que un industrial se alegrara de una
huelga que hacía difícil la situación de su competidor; hoy día
la clase patronal se da cuenta de que en una huelga está toda
ella en juego y por eso los patrones tienden a unirse en fuertes
asociaciones: de agricultores, de industriales, de mineros, que
disponen en caso de huelgas de reservas económicas y en caso
extremo llegan al lock-out. Este procedimiento consiste en
responder a la huelga escalonada que toma secciones de una o
algunas industrias, por el cierre total que deja automáticamente
sin trabajo a todos los obreros de esa u otras industrias. Los
obreros esperaban ganar una batalla en una sección, para iniciar
la pelea en otra. El patrón se defiende cortando la posibilidad
de esa guerra por el cierre total.
De las diferentes formas que toman las huelgas, la más simple
es la de una industria aislada que paraliza sus trabajos. Las
huelgas de solidaridad, tienen como motivo no el reclamo de
mejoras, sino el apoyo a los compañeros en huelga. La huelga
escalonada se caracteriza por la presentación sucesiva de sus
peticiones primero en una sección o en una industria, para que
los huelguistas puedan ser sostenidos económicamente por los
compañeros que trabajan: una vez obtenida una victoria,
prosigue la lucha en otra sección, sin que falten los recursos. La
huelga del trabajo lento, consiste como su nombre lo indica, no
en la cesación del trabajo sino en la reducción de su ritmo para
obligar al patrón a aceptar sus condiciones. Finalmente la forma
más intensa de huelga es la que va acompañada de ocupación
de la fábrica. Se declara cuando los obreros han acudido al
trabajo. Se paraliza éste; nadie abandona su puesto; se impide
la entrada de operarios no sindicados que recomiencen el
trabajo. En Italia, antes del régimen fascista, en Francia en 1936
y aún recientemente se han declarado varias huelgas de este
tipo. Ordinariamente los patrones recurren al gobierno pidiendo
la ayuda de la fuerza para romper la huelga.
Los daños de una huelga son grandes, grandes en salarios
perdidos, en menor producción para el país, en miseria y a veces
hambre para tantos hogares, pero sobre todo en el clima de
amarguras y rencores que fácilmente dejan tras de sí. La
confianza entre patrones y obreros disminuye; la disciplina del
trabajo se relaja; si la huelga se pierde la ascensión de la clase

299
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

obrera queda retardada. Los actos de sabotaje y violencia son


posibles por ambas partes. A pesar de todo hay veces en que no
se ve otro recurso para obtener justicia.

3.1.2.1.8.3 ¿La huelga es legítima?


En sí misma la huelga no es intrínsecamente mala. Es un medio
de presión que puede ser legítimo.
Los dirigentes sindicales han de examinar en primer lugar si la
huelga está prohibida por una ley justa, como sería en tiempo
de guerra o por el grave daño que acarrea al bien común o por
un acto previo libremente establecido por las partes, por ejemplo:
mediante un convenio colectivo que esté en vigencia.
Si tal prohibición no existe, piensen bien los promotores los bienes
ciertos o seriamente probables que pueden obtener de la huelga.
Recuerden que no es lícito provocar un daño grave por motivos
fútiles y sin valor; y comparen estos bienes que pueden conseguir
con los daños reales que la huelga va a acarrear. Así no sería lícita
una huelga que pusiera en peligro la seguridad de la nación, o
que llevara al país al caos. Mediten luego si existe una probabilidad
seria de éxito, pues sería criminal llevar el hambre a muchos
hogares, para dejarlos después en situación más miserable. Tengan
conciencia de haber puesto en juego todos los medios pacíficos
antes de llegar a la huelga. Si todas estas circunstancias se reúnen,
la huelga es legítima. En tal caso el trabajador puede y en algunas
circunstancias debe ir a ella a luchar por una vida más digna para
sí o para sus compañeros de trabajo.
Los medios empleados durante la huelga deben revelar de parte
de los obreros conciencia y responsabilidad. Se debe evitar toda
acusación injusta o falsa, aún toda exageración que se aparte
de la estricta verdad; toda provocación al odio, a la venganza.
Se debe recomendar a los huelguistas el respeto a la autoridad y
a sus oficiales. Si éstos no son correctos, señálense los defectos
a sus superiores, pero no se proceda por la violencia.
Los sindicatos deben tener sumo cuidado al elegir el comité de
huelga: que lo formen hombres prudentes, de experiencia, fuertes
de voluntad, de prestigio real ante los obreros, invendibles. Que
sean capaces de considerar la situación de la industria y que en
sus peticiones no se dejen llevar de la demagogia, del deseo del
aplauso sino del bien común; que en sus discursos se expresen
sin odios, con dignidad, de manera que quede más en claro la
justicia de su causa y conquisten el apoyo de la opinión pública.

300
Lo que se ha dicho de la huelga vale también para el lock-out.
Que los patrones mediten estos principios antes de declarar tan
grave mal como es el cierre de la industria.
De real interés son las declaraciones del Episcopado francés
con motivo de las grandes huelgas de 1947 y las particulares
del Cardenal Suhard sobre la misma materia. Son la mejor
ilustración acerca del derecho de huelga. Cuando el país estaba
en extrema agitación fueron leídas en el parlamento de Francia
y escuchadas con el mayor respeto por todos los parlamentarios
(París, 24 de Noviembre de 1947).
“En presencia de los acontecimientos graves y amenazadores
para la vida de la Nación, que se desarrollan en la hora actual,
el Arzobispo de París estima un deber suyo hacer oír su voz.
Desde hace algunos días, las huelgas siguen multiplicándose,
especialmente en la región parisiense. Su amplitud pone en juego
la vida misma de la Nación: para cada hogar la existencia llega
a ser aún más difícil y la masa obrera se pregunta cómo va a
comer el día de mañana.
La huelga es un derecho real reconocido por nuestra
Constitución. Cien años de historia nos han enseñado que ella
ha sido la única arma eficaz de los trabajadores para hacer
triunfar sus justas reivindicaciones. En una hora en que tantos
salarios son claramente insuficientes para hacer vivir una familia,
no hay por qué extrañarse de que las categorías más diversas
del mundo del trabajo recurren a la huelga. En particular, el
Arzobispado de París quiere y debe decir abiertamente que
estima legítimas las reivindicaciones de los que reclaman el
salario mínimo vital, debajo del cual no es posible a un hombre
alimentar a su mujer y a sus hijos. Sin embargo, no es permitido,
debemos recordarlo, utilizar el derecho de huelga con injusticia
o inconsideración, porque la huelga es un arma peligrosa. Por
eso no debe emplearse más que en última instancia, y es
conveniente dejar a los trabajadores mismos el cuidado de
apreciar su necesidad con plena libertad.
Nos preguntamos con inquietud si en los presentes conflictos
siempre se verifica esto.
De todo corazón deseamos que cesen rápidamente estas huelgas
que constituyen nuevos impactos contra nuestra economía
nacional y terribles obstáculos al camino del restablecimiento.
Pero deseamos con la misma fuerza, que sean oídas las justas
reivindicaciones de los trabajadores, y pedimos ardientemente,

301
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

a los responsables, que no se descuide ningún esfuerzo para


darles satisfacción.
El Arzobispo de París hace un llamado al buen sentido y al espíritu
de solidaridad de todos, sean creyentes o no, a los católicos, les
recuerda que deben ser los primeros en comprender la urgencia
de los problemas sociales y en intentarlo todo para resolverlos.
Ellos sabrán para esto, aceptar, con corazón generoso, los
sacrificios exigidos por la justicia social y el interés general. Que
mediten la consigna de San Pablo: “Ayudáos los unos a los otros
a llevar vuestra carga, y así habréis cumplido la Ley de Cristo
[ga 6,2] (Manuel, Cardenal Suhard Arzobispo de París)”.
Posteriormente a esta declaración la Asamblea de los Cardenales
y Arzobispos de Francia declaraba:
“En los momentos de las huelgas de Noviembre pasado, los
Obispos de Francia fueron unánimes en expresar sus simpatías
a los trabajadores desorientados y heridos por las pasiones
desencadenadas en esa ocasión. Sabiendo cuál es el sufrimiento
diario de las clases trabajadoras en una economía dirigida, han
afirmado que es un derecho para toda familia el encontrar en la
remuneración de su trabajo con qué asegurar decentemente su
alimentación y su vida” (4 de Marzo de 1948).

3.1.2.1.8.4 La conciliación y arbitraje.


Son medios excelentes para resolver los conflictos, siempre que
los árbitros merezcan y tengan la confianza de las dos partes.
Las tentativas de conciliación comenzarán antes que se haya
declarado la huelga y se reiniciarán desde que se vea la esperanza
de éxito. El arbitraje no tiene otra sanción que la de la opinión
pública que desaprueba a quien no se somete a él. Es muy difícil
sancionar en forma efectiva a quien lo viola. Se puede estipular
un arbitraje obligatorio cuyo incumplimiento acarrearía una
denuncia ante el público, pero no se ve cómo pueda llegarse
más allá.

3.1.2.2 Las Corporaciones.


La profesión es una sociedad natural formada por todas las
personas que ejercen una serie coherente de actividades dirigidas
a satisfacer necesidades estables de la comunidad. En una misma
profesión figuran los patrones, los técnicos, los empleados, los
obreros.

302
Hoy día basta mirar el campo profesional para darse cuenta que
está totalmente desorganizado, carece de una autoridad
competente, de un marco legislativo para orientar las actividades
al bien común. Pío XI en Quadragesimo Anno hizo de la
corporación uno de los pilares fundamentales del nuevo orden
social.
Los sindicatos podrían ser los primeros elementos de que pudiera
echarse mano para la organización corporativa. En efecto son
organizaciones de intereses comunes, aunque parciales y ofrecen
la ventaja de encuadrar los diferentes elementos que formarían
parte de la corporación. En ella los sindicatos paralelos podrían
coordinarse bajo una autoridad superior para procurar el bien
común de la profesión.

3.1.2.2.1 Carácteres de las Corporaciones.


La Corporación es una sociedad profesional unitaria, esto es
integrada por todos cuantos participan en una misma profesión
o actividad sea cual fuere la clase social a que pertenecen. Es
autoritaria, en cuanto es obligatoria y exclusiva para todos los
de la profesión.
Es de derecho público respecto al Estado y autónoma en todo
cuanto se refiere a la profesión.
Su fin es el bien común de la profesión y por tanto está llamada
a coordinar los intereses de clase dentro de la profesión; a
disciplinar las relaciones económicas en la misma y a tutelar los
derechos de la profesión en la sociedad.
En cuanto a su autoridad ésta estaría constituida por
representantes de los diferentes grupos que de ella forman
parte42 . La autoridad dentro de la profesión está representada
por un consejo paritario que representa los intereses de las
respectivas clases sociales y que refleja las distintas tendencias
de los varios sindicatos de cada sector. Este Consejo es presidido
por una persona neutral respecto a los intereses de las partes. El
consejo de la corporación dictará los reglamentos, impondrá
las sanciones, administrará el patrimonio corporativo e impondrá
contribuciones obligatorias a los miembros de la profesión,

44
El párrafo siguiente, en el orden del archivo, aparece colocado
inmediatamente después del título “Misión del Sindicato”, lugar al cual
evidentemente no corresponde. Al revisar el capítulo dedicado a las
corporaciones, es posible observar no sólo la concordancia temática sino
también la concordancia tipográfica.

303
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arbitrará en los conflictos del trabajo; y representará los intereses


de la profesión frente a las otras profesiones y frente al Estado.
Habrá tantas corporaciones cuantas son las ramas de la actividad
económica existentes en determinado país.
El pluralismo ideológico reflejado en los sindicatos paralelos
tendrá su representación en la corporación, proporcional al
número de miembros que cada uno de estos sindicatos agrupa.
Esta es la consecuencia de la fórmula católica: el Sindicato libre
es la profesión organizada.

3.1.2.2.2 Misión de la Corporación.


La Corporación está llamada a ejercer una función social de
armonía de los distintos intereses de clase que trabajan en la
profesión. Además del contacto entre patrones y obreros que
suaviza las muchas dificultades, la Corporación prestará los
servicios sociales que sean necesarios, la reglamentación de las
condiciones de trabajo, la solución de los conflictos y la
prestación de los servicios sociales inherentes a la profesión,
tales como los de Seguridad y Asistencia Social, Enseñanza
Profesional, etc.
Una función económica que consiste en la ordenación de la
producción y los cambios y regulación de los precios. La libre
competencia y la hegemonía capitalista quedarían así sometidas
a una norma superior basada en la justicia y la caridad. El Estado
se descargaría así de funciones en las cuales interviene
peligrosamente. La función política de las corporaciones
consistiría en representar los derechos de la profesión en la
sociedad y concurra al gobierno del Estado.
La triple misión de la Corporación que acabamos de reseñar ha
de ser reconocida legalmente por el estado que defenderá sus
derechos y coordinara sus actividades.
La Corporación no podrá realizar su misión si no está empapada
de un profundo sentido moral que pone la dignidad de la persona
humana en primer lugar y pone a su servicio la justicia y la
caridad sociales. La corporación no puede contentarse con
realizaciones inmediatas de orden temporal, mientras no haya
transformado el sentido de la profesión y restablecido en ella la
solidaridad social.
En la época moderna ha habido ensayos corporativos en Italia y
Portugal, bajo regímenes de fuerte centralización administrativa.

304
En Italia la corporación no era una entidad autónoma sino
directamente sometida al Estado, como también el sindicato que
le servía de fundamento. Refiriéndose a la Corporación Italiana
dijo Pío XI que, “vemos que hay quien teme que el Estado se
sustituye a la libre actividad, en lugar de limitarse a la necesaria
y suficiente asistencia y ayuda, que la nueva organización
sindical y corporativa tenga carácter excesivamente burocrático
y político y que, no obstante las ventajas generales señaladas,
pueda servir a intentos políticos particulares, más bien que a la
facilitación y comienzo de un estado social mejor” (QA 37, OSC
267).
El Corporativismo Portugués se basa en las asociaciones
sindicales patronales y obreras y tiene mayor libertad que el
régimen italiano fenecido.
En algunos otros países hay ensayos corporativos en elaboración
y algunos desaparecidos, como los inventados en Austria y
Polonia.

3.2. La Propiedad privada.


3.2.1 Noción de la propiedad privada.
Las doctrinas sociales llegan al punto máximo de su antagonismo
cuando tratan el problema de la propiedad privada.
Comencemos por sentar una definición del derecho de propiedad
en consonancia con la tesis cristiana que luego vamos a
desarrollar: es el derecho de usar, usufructuar y consumir
conforme a razón algún bien económico. Llamamos bienes
económicos o riquezas las cosas materiales útiles limitadas; para
distinguirlas de los bienes no económicos o ilimitados como el
aire, el espacio.
El Derecho Romano hablaba de ius utendi et abutendi.
Ordinariamente se ha entendido mal la palabra abutendi, como
sinónima de abuso, y en realidad es el sentido que de hecho
han querido darle los partidarios de una propiedad ilimitada.
Con todo, la palabra abutendi significa consumo total, que es lo
que ocurre con los bienes de consumo, por ejemplo los
comestibles.

3.2.2 Diversas formas de propiedad.


El estudio de las instituciones sociales y legislaciones hace
aparecer la multiplicidad y complejidad de formas de la

305
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

propiedad. Como lo afirma Pío XI: “La historia demuestra que el


dominio no es una cosa del todo inmutable, como tampoco lo
son otros elementos sociales... Distintas han sido las formas de
los pueblos salvajes, de las que aún hoy quedan muestras en
algunas regiones, hasta las que revistió en la época patriarcal, y
más tarde en las diversas formas tiránicas (usamos esta palabra
en su sentido clásico), y así sucesivamente en las formas feudales,
monárquicas y en todas las demás que se han sucedido hasta
los tiempos modernos” (QA 18, OSC 197). El Derecho quiritario
de los Romanos, o el establecido por el Código de Napoleón
asignaba a la propiedad un carácter muy individual. La propiedad
feudal se caracterizaba por la coexistencia y limitación recíproca
de los derechos de los señores y de los vasallos. La noción de
propiedad está disminuida en las sociedades anónimas en las
que se esfuma la gestión y la responsabilidad frente a lo poseído
y sólo se acentúa la disponibilidad del bien, y el consumo de
los frutos. La propiedad privada coexiste con la propiedad
pública, como ocurría en tiempo de los incas o en el colectivismo
egipcio, o bien en las nacionalizaciones modernas.
En nuestra actual civilización coexisten diferentes formas de
propiedad: la propiedad agrícola, que en algunas partes es bien
familiar, en otras bien individual, la empresa artesanal, y la
empresa capitalista; el monopolio de Estado, la propiedad del
Estado; la propiedad nacionalizada, de la que se ha llegado a
decir paradójicamente que es una empresa sin dueño; la
propiedad de una servidumbre, la propiedad literaria o artística,
etc.
De aquí se deduce la permanencia en todas las épocas de varias
grandes formas de propiedad: 0
Propiedad privada y personal;
Propiedad privada y familiar, que permanece indivisa entre los
miembros de una misma familia;
Propiedad privada y colectiva o comunitaria, como la de una
comunidad religiosa o de una comunidad de trabajo;
Propiedad pública, que puede ser, según los casos, municipal,
nacional o del estado.
A estos diferentes regímenes hay que agregar lo que los teólogos
juristas del siglo XVI llamaban la “propiedad política” del estado,
es decir el derecho de control ejercido por los poderes públicos
sobre la gestión y el uso de las propiedades privadas, en vista
0 El destacado, del original.

306
del bien común.
Las combinaciones de estos diferentes tipos de propiedad dan a
cada régimen su carácter original, según sean las modalidades
que predominen. Estas están en estrecha relación con la
evolución de las técnicas de producción y de circulación, con
los regímenes del trabajo y con el concepto de la vida que
prevalece en un grupo en un momento dado.
“De lo expuesto se desprende el carácter relativo y analógico
del concepto de propiedad según las circunstancias históricas y
geográficas. Este concepto no es unívoco, ni equívoco, sino
análogo. Contiene elementos permanentes y esenciales,
principalmente el poder de gestión y de disposición, pero reviste
matices diferentes según el contexto social en que se encuentra.
El concepto abstracto y general de propiedad es aplicado a
realidades tan diferentes que puede provocar malentendidos,
que no han faltado. Hay que considerar, pues, este concepto
como un instrumento necesario, pero cuyo uso para no ser
peligroso requiere precauciones y, sobre todo precisiones” (Notes
doctrinales à l’usage des prêtes du Ministère, redactadas por el
Comité Sacerdotal del Arzobispado de Lyon, 1951 N 23, p.190).

3.2.3 Doctrinas sobre la propiedad.


Al hablar de las doctrinas sociales se ha indicado el punto de
vista de las diferentes escuelas sobre el problema social, que
incide en buena parte en el concepto de la propiedad. Aquí
resumiremos brevemente esas ideas.
La doctrina individualista ve en la propiedad un derecho de
alcance exclusiva o muy predominantemente individual. El
propietario puede usar de los bienes a su antojo y en su exclusivo
beneficio. No hay que tener en cuenta normas morales en cuanto
al uso de los bienes. La intervención del estado ha de reducirse
al minimum y casi se concreta a las leyes generales de policía.
La propiedad colectiva y la del estado sólo son admitidas en los
casos mínimos de estricta necesidad. Esta doctrina, muy en boga
desde la Revolución Francesa, ha sido el alma del capitalismo
moderno; es en buena parte responsable de la excesiva
concentración de riquezas, del pauperismo y de la lucha de
clases.
La doctrina colectivista va al extremo opuesto de la anterior,
pues no ve en la propiedad sino su función social y no la
individual. Los bienes deben estar atribuidos a la comunidad:

307
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

sólo así se evitará la injusticia, la desigualdad, la existencia de


clases sociales que deben ser abolidas.
Dejando a un lado los sistemas puramente teóricos, utópicos
como los de Platón, Moro, Campanella, Saint Simón, en la época
contemporánea ha tomado el colectivismo numerosas
expresiones: los anarquistas como Bakunin y Krotpokin quieren
que todos los medios de producción sean de propiedad colectiva,
no del estado que debe desaparecer, sino de las asociaciones
locales municipales o libres; los comunistas marxistas con
diferentes matices en las doctrinas de Marx y Engels, en las de
Lenin, Trotzki, y Stalin, quieren que los medios de producción
sean propiedad colectiva del estado, único organizador de la
producción y distribuidor de los bienes producidos. Los bienes
de consumo quedan entregados a la propiedad privada. El
socialismo, en muchas de sus formas, aspira – no a la
colectivización general – sino a la nacionalización de las
empresas más poderosas y a la gestión pública de las principales
actividades sociales. El socialismo agrario, defendido por Henry
George quiere que la tierra pase a ser propiedad colectiva,
mediante expropiación o sea confiscada por fuertes impuestos.

3.2.4 La doctrina católica sobre la propiedad.


La doctrina católica sobre la propiedad tiene una gran riqueza
de matices y concilia las exigencias de la función individual y
social, sin que pueda decirse que sea una doctrina conciliatoria
entre los extremos. Tiene caracteres muy propios y se funda en
la naturaleza misma de los bienes económicos, y de la persona
humana, de la sociedad, en la noción de bien personal, y de
bien común. Analizaremos su fundamento teórico, sus títulos
inmediatos, sus características y limitaciones.

3.2.4.1 Fundamento del derecho de propiedad.


El derecho positivo funda su autoridad en el derecho natural.
Hay que ir más allá de la historia y de la sociología para encontrar
los principios del derecho natural y de la moral. Una vez hallados
estos principios cobran toda su claridad a la luz del Evangelio.
Los Padres de la Iglesia al recordar el derecho natural de
propiedad y la prohibición del robo, han insistido en el hecho,
que, en sentido estricto de la palabra, no hay sino un solo
propietario: Dios creador y gobernador del mundo, que ha

308
confiado la tierra no a tal o cual persona, sino a los hombres
todos. En esta perspectiva el propietario no aparece como un
amo absoluto que puede realizar su capricho en sus bienes,
sino como un intendente, un ecónomo de Dios, encargado de
administrar para bien de todos lo que Dios le ha confiado. Por
esto los Padres de la Iglesia han insistido con vehemencia en los
deberes de la propiedad privada y han denunciado con fuerza
el empleo egoísta de los bienes de la tierra. Pío XI hace suya
esta doctrina cuando dice: “Los ricos no deben poner su felicidad
en los bienes de la tierra, ni enderezar sus mejores esfuerzos a
conseguirlos, sino que considerándose sólo como
administradores que saben que tienen que dar cuenta al supremo
Dueño, se sirvan de ellos como de preciosos medios que Dios
les otorga para hacer el bien” (DR 44).
Los escolásticos que han comentado el pensamiento de los Padres
y lo han integrado en sus síntesis filosóficas se dividen en dos
tendencias. Para la escuela franciscana, la propiedad deriva del
pecado original: una vez herida la naturaleza humana de dureza
y egoísmo ha sido necesario admitir el derecho de propiedad
para obtener una buena administración de los bienes, pero esto
ha ocurrido “propter duritiam cordis”, por el endurecimiento
del corazón humano. La doctrina de Santo Tomás es más social
y más humanista. Se funda en la distinción entre la
administración de los bienes y su uso: administración privada,
uso común ( S. Th. II-II, q. 66)42 .
“La administración privada de los bienes es la mejor condición
del bien común, porque la coincidencia entre el derecho, el
deber y el interés, asegura una buena administración de las
riquezas, y, al estabilizar la sociedad, asegura también la paz
social. El uso de la riqueza restablece la necesaria comunidad
al hacer que de nuevo entren los bienes en el circuito universal
por los cambios comerciales, por la liberalidad, virtud de gran
señor, y por la limosna. La limosna es una obligación de caridad:
es un deber imperioso de todo propietario volcar sus riquezas
en el seno de los pobres una vez que se encuentran satisfechas
sus necesidades legítimas tanto las vitales, como las que le
corresponden en la determinada situación en que se encuentra:
necessarium vitae, et necesarium personae.
Para los que siguen a Santo Tomás la propiedad se vincula no al
derecho natural propiamente dicho, sino al ius gentium, derecho
natural derivado, esto es a los grandes principios del derecho
natural completados, precisados y aplicados por el
razonamiento, por la experiencia social y por el derecho positivo.

309
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Esto quiere decir que si es respetable, como todos los derechos,


no tiene nada de particularmente sagrado y que en caso de
concurso debe inclinarse ante derechos anteriores y superiores,
comenzando por el derecho a la vida, sobre el cual se funda,
porque la propiedad no es, después de todo, sino un medio
para garantizar las personas y los grupos. Esto es lo que aparece
claramente en el caso de extrema necesidad, previsto por toda
la tradición teológica; aquí el derecho de propiedad se borra
ante el derecho a la vida” (Comité Sac. de Lyon, ib.).
La argumentación tomista tomó su punto de partida de una
sociedad agrícola y artesanal en que no existían ni el
maquinismo, ni la concentración de capitales, por eso se aplica
con bastante dificultad a ciertas realidades contemporáneas, por
ejemplo a la gran industria, que plantean cuestiones nuevas.
Los últimos Papas en sus encíclicas y mensajes han agregado
importantes complementos al pensamiento tradicional. León XIII
en la encíclica Rerum Novarum funda el derecho de propiedad
sobre la consideración de la persona humana. La propiedad
privada es legítima porque emana de la persona, la cual por su
trabajo pone su huella sobre la riqueza. Luego agrega, la
propiedad privada es también legítima porque existe para la
persona. De una parte deriva del carácter inteligente y libre de
la persona que debe prevenir a sus necesidades, lo que obtiene
por el trabajo y el ahorro que desembocan en la propiedad.
Además garantiza la libertad de la persona, rodeándola de una
zona de seguridad que la protege contra los abusos de otras
personas, de los grupos o del estado. La propiedad privada
garantiza además la libertad y seguridad de la familia,
satisfaciendo así los deseos más íntimos del padre.
He aquí algunos textos de los Romanos Pontífices en que
proponen estos argumentos:
“A la verdad, todos fácilmente entienden que la causa
principal de emplear su trabajo, los que se ocupan en algún
arte lucrativo, y el fin a que próximamente mira el operario,
son éstos: procurarse alguna cosa, y poseerla como propia
suya con derecho propio y personal. Porque si el obrero presta
a otros sus fuerzas y su industria, las presta con el fin de
alcanzar lo necesario para vivir y sustentarse, y por esto, con
el trabajo que, de su parte pone, adquiere un derecho
verdadero y perfecto, no sólo para exigir su salario, sino para
hacer de éste el uso que quisiere. Luego, si gastando poco
de este salario, ahorra algo, y para tener más seguro este
ahorro, fruto de su economía, lo emplea en una finca, síguese

310
que la tal finca no es más que aquel salario bajo otra forma;
y, por lo tanto, la finca, que el obrero así compró, debe ser
tan suya propia como lo era el salario, que, con su trabajo,
ganó. Ahora bien; en esto precisamente consiste, como
fácilmente se deja entender, el dominio de los bienes muebles
e inmuebles.
Luego, al empeñarse los socialistas en que los bienes de los
particulares pasen a la comunidad, empeoran la condición
de los obreros, porque, quitándoles la libertad de disponer
libremente de su salario, les quitan hasta la esperanza de
poder aumentar sus bienes propios, y sacar de ellos otras
utilidades.
Pero, y esto es aún más grave; el remedio que proponen,
pugna abiertamente con la justicia; porque poseer algo propio
y con exclusión de los demás, es un derecho que dio la
naturaleza a todo hombre. Y a la verdad, aún en esto hay
grandísima diferencia entre el hombre y los demás animales.
Porque éstos no son dueños de sus actos, sino que se
gobiernan por un doble instinto natural que mantienen en
ellos despierta la facultad de obrar, y a su tiempo, les
desenvuelve las fuerzas y determina cada uno de sus
movimientos. Muéveles uno de estos instintos a defender su
vida, y el otro, a conservar su especie. Y, entre ambas cosas,
fácilmente las alcanzan con sólo usar de lo que tienen
presente; ni pueden, en manera alguna, mirar más adelante,
porque los mueve sólo el sentido y las cosas singulares que
con los sentidos perciben. Pero muy distinta es la naturaleza
del hombre. Existe en él toda entera y perfecta, la naturaleza
animal, y por eso, no menos que a los otros animales, se ha
concedido al hombre, por razón de ésta su naturaleza animal,
la facultad de gozar del bien que hay en las cosas corpóreas.
Pero esta naturaleza animal, aunque sea en el hombre
perfecta, dista tanto de ser ella sola toda la naturaleza
humana, que es muy inferior a ésta y destinada a sujetarse a
ella y obedecerla. Lo que en nosotros domina y sobresale, lo
que nos diferencia específicamente de las bestias, es el
entendimiento o la razón. Y por esto, por ser el hombre el
solo animal dotado de razón, hay que concederles,
necesariamente, la facultad no sólo de usar las cosas como
los demás animales, sino también de poseerlas con el derecho
estable y perpetuo, tanto aquellas que con el uso se
consumen, como las que no.

311
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Lo cual se ve aún más claro si se estudia en sí y más


íntimamente la naturaleza del hombre. Este, porque con la
inteligencia abarca cosas innumerables y a las presentes, junta
y enlaza las futuras, y porque, además, es dueño de sus
acciones, por esto, sujeto a la ley eterna y a la potestad de
Dios, que todo lo gobierna con providencia de que es capaz
su razón, y por esto también tiene libertad de elegir aquellas
cosas que juzgue más a propósito para su propio bien, no
sólo en el tiempo presente, sino también en el futuro. De
donde se sigue que debe el hombre tener dominio, no sólo
de los frutos de la tierra, sino, además, de la tierra misma,
porque de la tierra ve que se producen, para ponerse a su
servicio, las cosas de que él ha de necesitar en lo porvenir.
Las necesidades de todo hombre están sujetas a perpetuas
vueltas, y así, satisfechas hoy, vuelven mañana a ejercer su
imperio. Debe, pues, la naturaleza haber dado al hombre
algo estable y que perpetuamente dure, para que, de ello,
perpetuamente pueda esperar el alivio de sus necesidades. Y
esta perpetuidad nadie sino la tierra, con su inextinguible
fecundidad, puede darla.
Ni hay para qué se entrometa en esto el cuidado y providencia
del Estado, porque más antiguo que el Estado es el hombre,
y por esto, antes que se formase Estado ninguno, debió recibir
el hombre de la naturaleza el derecho de cuidar de su vida
y de su cuerpo. Mas, el haber dado Dios la tierra a todo el
linaje humano, para que use de ella y la disfrute, no se opone,
en manera alguna, a la existencia de propiedades privadas.
Porque decir que Dios ha dado la tierra en común a todo el
linaje humano, no es decir que todos los hombres
indistintamente sean señores de toda ella, sino que no señaló
Dios a ninguno en particular, la parte que había de poseer,
dejando a la industria del hombre y a las leyes de los pueblos
la determinación de lo que cada una en particular había de
poseer.
Por lo demás, aún después de poseer, entre personas
particulares, no cesa la tierra de servir a la utilidad común,
pues no hay mortal ninguno que no se sustente de lo que
produce la tierra. Los que carecen de capital lo suplen con
su trabajo; de suerte que con verdad, se puede afirmar que
todo el arte de adquirir lo necesario para la vida y
mantenimiento, se funda en el trabajo, que o se emplea en
una finca, o en una industria lucrativa, cuyo salario en último
término, de los frutos de la tierra se saca o con ellos se
permuta.

312
Dedúcese de aquí también que la propiedad privada es
claramente conforme a la naturaleza. Porque las cosas que
para conservar la vida, y más aún, las que para perfeccionarla
son necesarias, prodúcelas la tierra, es verdad, con grande
abundancia, más sin el cultivo y cuidado de los hombres no
las podría producir.
Ahora bien: cuando en preparar estos bienes naturales gasta
el hombre la industria de su inteligencia y las fuerzas de su
cuerpo, por el mismo hecho se aplica a sí aquella parte de la
naturaleza material que cultivó, y en la que dejó impresa
una como huella o figura de su propia persona; de modo
que no puede menos de ser conforme a la razón, que aquella
parte la posea el hombre como suya, y a nadie, en manera
ninguna, le sea lícito violar su derecho.
Tan clara es la fuerza de estos argumentos, que causa
admiración ver que algunos que piensan de otro modo,
resucitando envejecidas opiniones, las cuales conceden, es
verdad, al hombre, aún como particular, el uso de la tierra y
de los frutos varios que ella, con el cultivo, produce; pero,
abiertamente le niegan el derecho de poseer como señor y
dueño el solar sobre el que levantó un edificio, o la hacienda
que cultivó. Y no ven que, al negar este derecho al hombre,
le quitan cosas adquiridas con su trabajo. Pues, un campo,
cuando lo cultiva la mano y lo trabaja la industria del hombre,
cambia muchísimo de condición; hácese de silvestre,
fructuoso y de estéril, feraz. Y estas mejoras de tal modo se
adhieren y confunden con el terreno, que muchas de ellas
son de él inseparables.
Ahora bien: que venga alguien a apoderarse y disfrutar del
pedazo de tierra en que depositó otro su propio sudor, ¿lo
permitirá la justicia? Como los efectos siguen la causa de
que son efectos, así el fruto del trabajo es justo que pertenezca
a los que trabajaron.
Con razón, pues, la totalidad del género humano, haciendo
poco caso de las opiniones discordes de unos pocos, y
estudiando diligentemente la naturaleza, halla el fundamento
de la división de bienes y de la propiedad privada en la misma
ley natural; tanto que, como muy conformes y convenientes
a la paz y tranquilidad de la vida, las ha consagrado con el
uso de todos los siglos. Este derecho, de que hablamos, lo
confirman, y hasta con la fuerza lo defienden las leyes civiles,
que, cuando son justas, derivan su eficacia de la misma ley
natural.

313
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Y este mismo derecho sancionaron con su autoridad las


divinas leyes, que aún el desear lo ajeno severamente
prohiben. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni
campo, ni sierva, ni buey, ni asno, ni cosa algunas de las que
son suyas. [DE 5,21].
Estos derechos, que a los hombres, aún separados, competen,
se ve que son aún más fuertes si se los considera trabados y
unidos con los deberes que los mismos hombres tienen
cuando viven en familia. En cuanto al elegir el género de
vida, no hay duda que puede cada uno a su arbitrio escoger
una de dos cosas: o seguir el consejo de Jesucristo guardando
virginidad, o ligarse con los vínculos del matrimonio.
Ninguna ley humana puede quitar al hombre el derecho
natural y primario que tiene a contraer matrimonio, ni puede
tampoco ley ninguna humana poner, en modo alguno, límites
a la causa principal del matrimonio, cual la estableció la
autoridad de Dios, en el principio: Creced y multiplicaos.
He aquí la familia o la sociedad doméstica, pequeña, a la
verdad, pero verdadera sociedad y anterior a todo Estado, y
que, por lo tanto, debe tener derechos y deberes suyos
propios, y que, de ninguna manera, dependen del Estado. Es
menester, pues, traspasar al hombre, como cabeza de familia,
aquel derecho de propiedad, que hemos demostrado que la
naturaleza dio a cada uno en particular; más aún, el derecho
éste es tanto mayor y más fuerte, cuanto son más las cosas
que en la sociedad doméstica abarca la persona del hombre.
Es ley santísima de la naturaleza que deba el padre de familia
defender, alimentar, y con todo género de cuidados, atender
a los hijos que engendró; y de la misma naturaleza se deduce
que a los hijos, los cuales, en cierto modo, reproducen y
perpetúan la persona del padre, debe éste querer adquirirles
y prepararles los medios, con que, honradamente, puedan
en la peligrosa carrera de la vida, defenderse de la desgracia.
Y esto no lo puede hacer sino poseyendo bienes útiles, que
pueda, en herencia, transmitir a sus hijos.
Lo mismo que el Estado, es la familia, como antes hemos
dicho, una verdadera sociedad, regida por un poder que le
es propio, a saber: el paterno. Por esto, dentro de los límites
de su fin próximo le prescribe, tiene la familia en el procurar
y aplicar los medios que, para su bienestar y justa libertad,
son necesarios derechos iguales, por lo menos, a los de la
sociedad civil. Iguales, por lo menos, hemos dicho, porque,
como la familia o sociedad doméstica se concibe y de hecho
existe antes que la sociedad civil, síguese que los derechos y

314
deberes de aquella son anteriores y más inmediatamente
naturales que los de ésta.
Y si los ciudadanos, si las familias al formar parte de una
comunidad y sociedad humana hallasen, en vez de auxilio,
estorbo, y en vez de defensa, disminución de su derecho,
sería más bien de aborrecer que de desear la sociedad civil.
Querer, pues, que se entrometa el poder civil hasta lo íntimo
del hogar, es un grande y pernicioso error. Cierto que si alguna
familia se hallase en extrema necesidad, y no pudiera valerse
ni salir por sí de ella en manera alguna, justo sería que la
autoridad pública remediase esta necesidad extrema, por ser
cada una de las familias, una parte de la sociedad.
Y del mismo modo, si dentro del hogar doméstico surgiere
una perturbación grave de los derechos mutuos, interpóngase
la autoridad pública para dar a cada uno lo suyo; pues, no es
esto usurpar los derechos de los ciudadanos, sino protegerlos
y asegurarlos con una justa y debida tutela. Pero es menester
que aquí se detengan los que tienen el cargo de la cosa
pública; pasar estos límites no lo permite la naturaleza.
Porque es tal la patria potestad, que no puede ser ni extinguida
ni absorbida por el Estado, puesto que su principio es igual e
idéntico al de la vida misma de los hombres. Los hijos son
algo del padre y como una amplificación de la persona del
padre; y si queremos hablar con propiedad, no por sí mismos,
sino por la comunidad doméstica, en que fueron
engendrados, entran a formar parte de la sociedad civil. Y
por esta misma razón, porque los hijos son naturalmente algo
del padre, antes de que lleguen a tener uso de su libre albedrío,
están sujetos al cuidado de sus padres. Cuando pues, los
socialistas, descuidada la providencia de los padres,
introducen en su lugar la del Estado, obran contra la justicia
natural, y disuelven la trabazón del hogar doméstico.
Y fuera de esta injusticia, véase demasiado claro cuál sería
en todas las clases el trastorno y perturbación, a que se
seguiría una dura y odiosa esclavitud de los ciudadanos.
Abriríase la puerta a mutuos odios, murmuraciones y
discordias; quitado al ingenio y diligencia de cada uno, todo
estímulo, secaríanse necesariamente, las fuentes mismas de
la riqueza, y esa igualdad que en su pensamiento se forjan,
no sería, en hecho de verdad, otra cosa que un estado tan
triste como innoble de todos los hombres sin distinción
alguna. De todo lo cual, se ve que aquel dictamen de los

315
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

socialistas, a saber, que toda propiedad ha de ser común,


debe absolutamente rechazarse, porque daña a los mismos
a quienes se trata de socorrer; pugna con los derechos
naturales de los individuos, y perturba los deberes del Estado
y la tranquilidad común. Quede, pues, sentado que cuando
se busca el modo de aliviar a los pueblos lo que
principalmente y como fundamento de todo se ha de tener,
es esto: que se deba guardar intacta la propiedad privada.
Esto probado, vamos a declarar donde hay que ir a buscar el
remedio que se desea” (RN 4-12, OSC 188 - 189).
‘“Nuestro inmortal predecesor León XIII, en su famosa
Encíclica Rerum Novarum, ya había establecido el principio
de que para todo órden económico y social legítimo, ‘debe
establecerse como fundamento básico el derecho a la
propiedad privada’. Si es cierto que la Iglesia siempre ha
reconocido el derecho natural a la propiedad (y a su
transmisión de padres a hijos), no es menos cierto que esta
propiedad privada es en cierto modo especial: es el fruto
natural del trabajo, producto de una intensa actividad de
parte del hombre que la adquiere mediante su enérgica
voluntad de asegurar y mejorar, por sus propias fuerzas, las
condiciones de vida propias y de su familia, de crear para sí
y para sus seres queridos un campo en que puedan gozar
como deben, no sólo de Libertad económica, sino también
de Libertad política, cultural y religiosa.
La Conciencia Cristiana no puede admitir como justo un
orden social que niega en principio, o hace imposible o
negatorio en la práctica, el derecho natural a la propiedad,
ya sea sobre artículos de consumo o sobre medios de
producción. Pero tampoco puede aceptar esos sistemas que
reconocen el derecho a la propiedad según un concepto
completamente falso del mismo, y que por lo tanto, se oponen
a un orden social sano y verdadero.
En consecuencia, cuando el Capitalismo se basa en tales
conceptos falsos, y se arroga el derecho ilimitado de
propiedad, sin consideración alguna por el bien común, la
Iglesia lo condena como contrario al bien común.
Vemos, en verdad, filas siempre crecientes de trabajadores,
enfrentadas a esta concentración excesiva de bienes
económicos en unos pocos, que contrariamente a lo que
deberían hacer en pro del orden social, colocan al trabajador
en la imposibilidad virtual de adquirir su propiedad. Vemos
a las clases modestas y media disminuir y perder su valor en

316
la sociedad humana, obligadas a participar en un conflicto
cada vez más difícil, y sin esperanza de éxito.
Al defender, por tanto, el principio de la propiedad privada,
la Iglesia persigue un elevado propósito ético-social. No
piensa defender absoluta y simplemente el estado actual de
cosas como si viera en él la expresión de la voluntad de
Dios, ni tampoco defender como cuestión de principios al
rico y al plutócrata contra el pobre y el indigente. ¡Muy lejos
de ello!
La Iglesia defensora del oprimido
“Desde el mismo comienzo de ella, ha sido defensora del
oprimido contra la tiranía del poderoso, y siempre ha apoyado
todas las justas reclamaciones de todas las clases trabajadoras
contra cualquier injusticia.
Pero la Iglesia aspira más bien a lograr que la institución de
la propiedad privada sea como debe ser, conforme a los
designios de la sabiduría de Dios y a las disposiciones de la
naturaleza: un elemento de orden social -una presuposición
necesaria a la iniciativa humana-, un incentivo para trabajar
en bien de la finalidad de la vida, aquí y después, y por lo
tanto, de la Libertad y de la Dignidad del hombre, creado a
semejanza de Dios, quien, desde un comienzo le concedió
para su beneficio el dominio sobre las cosas materiales.
Quitadle al trabajador la esperanza de adquirir algo como
propiedad privada, y ¿qué otro incentivo natural podéis
ofrecerle para hacerle trabajar, para que ahorre, para que
viva con sobriedad, cuando no pocos hombres y pueblos
han perdido hoy todo, y no les queda sino su capacidad de
trabajar?
¿O quizás los hombres desean perpetrar esas condiciones
económicas de tiempo de guerra, en virtud de las cuales en
algunos países la autoridad pública fiscaliza todos los medios
de producción y provee de todo y para todos, pero con látigo
de severa disciplina? ¿O quizá quieran inclinarse ante la
dictadura de un grupo político, que -como la clase
gobernante- dispone de los medios de producción y, al mismo
tiempo, del pan de cada día, y, en consecuencia, de la
voluntad de trabajo de los individuos?
La política social y económica del futuro -el poder fiscalizador
del Estado- de organizaciones locales, de instituciones
profesionales, no puede lograr su finalidad en forma
permanente, que es la genuina productividad de la vida social

317
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

y el retorno normal a la economía nacional, excepto mediante


el respeto y la salvaguardia de la función vital de la propiedad
privada en sus valores personal y social. Cuando la
distribución de la propiedad es un obstáculo para ese fin -
que no es, necesariamente ni siempre, el desenlace de la
extensión de la herencia privada-, el Estado puede, teniendo
en vista el interés del público, y, si no puede evitarlo, llegar
hasta decretar la expropiación de la propiedad, pagando una
adecuada indemnización” (OSC 205) [Pío XII, 1 de
Septiembre de 1944] 43 .
Qué requiere la dignidad de la persona humana en materia
de propiedad.
Por lo tanto, la dignidad de la persona humana requiere
normalmente como fundamento natural de la vida, el derecho
a usar de los bienes de la tierra. A este derecho corresponde
la obligación fundamental de otorgar la propiedad privada,
si es posible, a todos. Una legislación positiva que regule la
propiedad privada, puede cambiar y restringir más o menos
su uso. Mas si la legislación ha de jugar su parte en la
pacificación de la comunidad, debe librar al trabajador, que
es, o será, padre de familia, de la condena a una dependencia
económica y a una esclavitud irreconciliable con sus
derechos como persona.
Proceda la esclavitud de la explotación de los capitales
privados, o del poder del Estado, las consecuencias son las
mismas. Ciertamente, bajo la opresión de un Estado que
domina todo y controla por completo el ámbito de la vida
pública y privada, llegando aún hasta los dominios de las
ideas, de las creencias y de la conciencia, esta privación de
la libertad puede tener las más serias consecuencias, tal como
lo manifiesta y prueba la experiencia” (Pío XII, Mensaje de
Navidad de 1942).

3.2.4.2 La sanción divina.


La propiedad privada, dentro de los límites que la constituyen
tal es inviolable, porque está sancionada por la ley de Dios, que
nos prohibe hurtar y aun codiciar los bienes ajenos.

43 En el Original el P. Hurtado indica copiar del número 205 de OSC las


páginas 276, 277 y 278. De esta última indica copiar “lo marcado”. Como
no se tiene a la vista su texto de trabajo es que se optó por integrar la página
278 completa.

318
La propiedad privada está pues fundada en el Derecho Natural
en el sentido arriba indicado; es socialmente útil; está reconocida
por la ley divina. He aquí porque la moral social católica la
defiende con ahínco.

3.2.4.3 Funciones de la propiedad privada.


Defender la propiedad privada no significa en forma alguna
afirmar que “el Sumo Pontífice y aun la misma Iglesia se han
puesto y continúan aun de parte de los ricos y en contra de los
proletarios” (QA 15, OSC 195), esto significaría no comprender
plenamente el carácter completo de la propiedad privada y su
misión.
Claramente ha enseñado Pío XI y ya antes de él León XIII y
Santo Tomás que la propiedad tiene dos funciones: una individual
y otra social.
La propiedad por su función individual debe servir al desarrollo
de la persona del propietario y de los miembros de su familia, a
fin de permitirles la satisfacción de sus necesidades inmediatas
y la constitución de un patrimonio familiar que provea a la
libertad y estabilidad familiar. Para que esta función se cumpla
el propietario debe administrar sus bienes con prudencia,
gastarlos con templanza y sobriedad, y distribuirlos
equitativamente entre los miembros de su familia según sus
necesidades.
Por su función social la propiedad debe servir al bien común, lo
que realiza en primer lugar por su institución misma que aporta
beneficios sociales al asegurar la libertad de las personas, la
autonomía de las familias y una mayor productividad e interés
en la vida económica y social, pero además debe servir en forma
directa al bien común.
Este servicio al bien común se realiza, según Santo Tomás,
cuando el propietario usa como comunes los bienes que posee
como propios: “Respecto a los bienes exteriores dos cosas
competen al hombre: una es el poder de administrar los bienes
y disponer de ellos, y en cuanto a esto es lícito que el hombre
posea bienes propios; otra es el uso de los bienes, y en cuanto a
esto el hombre no debe considerar los bienes exteriores como
propios, sino como comunes, de tal manera que fácilmente los
comunique a quienes tengan necesidad”.

43 En el original no queda claro de qué texto es la cita y dónde concluye.

319
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Este uso común de los bienes consiste en poner los bienes propios
a disposición de los que carecen de ellos para que puedan
satisfacer sus necesidades. El uso común afecta a los bienes
superfluos. Llamamos bienes necesarios los indispensables para
mantener la vida física y moral del propietario y su familia dentro
de un nivel de vida conforme a su situación social: estos bienes
puede usarlos el propietario en forma exclusiva para sí y los
suyos, salvo el caso de extrema necesidad de un particular o de
la sociedad. Llamamos bienes superfluos, los restantes una vez
satisfechas las necesidades vitales y convenientes del propietario
y sus familiares: estos bienes pertenecen al propietario, no por
derecho natural, porque no le son indispensables, sino por
conveniencia social. Su dueño debe conducirse como simple
administrador de estos bienes para servicio de sus hermanos.
Estas ideas las encontramos desarrolladas ampliamente por León
XIII, Pío XI y Pío XII en varios documentos entre los cuales
señalamos: [Quadragosino Anno 15-17 y Rerum Novarum 18 y
19] (OSC 195, 196, 190).

3.2.4.4 Formas concretas de realizar la función social


de la propiedad.
3.2.4.4.1 La limosna.
Las formas concretas de realizar esta función social son varias:
la limosna, siempre que sea hecha con respeto al pobre y en
forma proporcionada a las necesidades del que recibe y a la
capacidad del que da. La verdadera limosna es un don a un
hermano en el que un cristiano ve la imagen viviente de Cristo:
si se hace en este espíritu no rebaja al que la recibe ni al que la
da. Hecha con espíritu de fe la limosna debería darse de rodillas,
que se tenga al menos la actitud de darla en un plano de igualdad,
alegrándose que el que la recibe se mantenga en un espíritu no
servil sino de sana dignidad. La limosna puede ser también moral:
los que ponen al servicio de los demás su inteligencia, su energía,
su saber dan una preciosa limosna; no menos que los que buscan
trabajo a un cesante, los que previenen a un niño de delinquir;
los que trabajan por sustituir al orden social injusto, uno basado
en la justicia, hacen una gran limosna social.
La limosna jamás puede aceptarse como un paliativo del
cumplimiento de los deberes de justicia. Cuando ella debe
multiplicarse quiere decir que la máquina social no marcha. Es
anormal e inmoral que centenares y a veces millares y decenas
de millares de hombres y mujeres sanas deban tender la mano

320
para subsistir o poder educar sus hijos cuando ellos quieren y
pueden trabajar. En una sociedad bien construida la limosna
sólo se concibe como algo totalmente extraordinario para seres
en desgracia por sus deficiencias físicas o morales. Estos siempre
existirán, y aunque el estado llegara a tomar sobre sí todos los
males sociales -lo que parece bien improbable- todavía quedaría
la posibilidad de la limosna, del afecto respetuoso, del consuelo
dado al triste, del aliento al cansado de la vida. La limosna oficial,
en la práctica al menos, es más humillante por la falta de tacto
y discernimiento con que suele ser hecha. Siempre debe ser
completada con lo que no puede imponerse por ley: por un
verdadero amor.
La limosna en la moral cristiana es obligatoria para todo el que
tiene bienes superfluos. La delimitación entre los bienes
superfluos y necesarios no es fácil, pero debe hacerse con
honradez cristiana. El Papa Inocencio XI condenó esta
proposición: “Apenas hallarás en los seglares, aun en los reyes,
cosa superfluas a su estado. Y así apenas hay quien está obligado
a la limosna por el solo título de lo superfluo al estado” (Azpiazu,
p. 145). En el mundo de hoy basta abrir los ojos para ver la
inmensa cantidad de bienes puramente superfluos que coexisten
con una inmensa miseria.
En circunstancias extraordinarias de miseria la obligación de la
limosna puede llegar a comprender los bienes necesarios al
decoro y mantenimiento del rico, pero en las circunstancias
ordinarias los moralistas obligan a dar de los bienes, no
simplemente, si no relativamente superfluos. A cuánto se extienda
esta obligación discuten largamente los moralistas: el P.
Vermeersh establece una escala en que considera las sumas
ascendentes del superávit de la renta y las cargas familiares,
poniendo una tasa que llega al 40% en los que no tienen tales
cargas y a porcentajes mucho menores para los que tienen varios
hijos. El P. Azpiazu estima como límite mínimo de obligatoriedad
en las actuales circunstancias un 10% de las rentas libres tomadas
con alguna amplitud, y este porcentaje ha de subir progresiva o
progresionalmente conforme suban las cantidades de renta libre
y conforme aumenten las necesidades de las gentes (Azpiazu,
p. 148).
Ojalá que los cristianos no se preguntaran a cuánto están
obligados en materia de limosna, sino que se planteara el
problema de hasta dónde podrán llegar sin detrimento de sus
otras obligaciones. La limosna, fruto del amor, lleva a la donación

321
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

con sacrificio, incluso a la donación total. Ahora bien el sacrificio


en una persona es tanto menor cuanto mayor renta tiene, porque
el dinero no vale estimativamente lo mismo en las distintas
situaciones, sino que vale tanto menos cuanto más bienes tiene
la persona. Para considerar la obligación de la limosna hay que
considerar también la situación de los que hay que atender: la
obligación de hacer limosna al necesitado que se muere de
hambre es gravísima; y es mucho mayor que en tiempos normales
en circunstancias de cesantía, terremotos, etc. Quienes viven
en países pobres, siendo ellos ricos tienen en iguales
circunstancias mayor obligación que quienes viven en países
de mayor riqueza y bienestar.
La obligación de dar limosna pertenece al campo de la caridad
y en cierto sentido a la justicia social, en cuanto el rico está
obligado a devolver a la sociedad el bienestar y progreso que
poseemos y que debemos a ella en buena parte. Al hablar que
la limosna pertenece al campo de la caridad y de la justicia
social no se afirma en forma alguna que sea un puro consejo
del Señor y no un precepto estricto. Los moralistas están de
acuerdo en afirmar la obligación, el precepto grave de la limosna,
si bien no obliga a tal determinado caso particular, salvo
condiciones extraordinarias. “La Sagrada Escritura y los Santos
Padres constantemente declaran con clarísimas palabras que los
ricos están gravísimamente obligados por el precepto de ejercitar
la limosna, la beneficencia y la magnificencia” (QA 19, OSC
198). Santo Tomás dice: “Los bienes que algunos tienen
sobreabundantemente son debidos por derecho natural para la
sustentación de los pobres” (II-II, q. 67, a. 7). El conocido
moralista clásico Cardenal Cayetano afirma “El rico que no da
lo superfluo, sino que lo acumula para comprarse más y más
bienes, por la sola ansia de subir y crecer... peca mortalmente
ocupando y teniendo lo superfluo que se debe a los pobres, por
lo mismo que es superfluo”. (Commentaria in S. Thomam, II-II,
q.118 a. 4, Edit Antuerpiae, 1567, tomo 2º, p 409 – citado por
Azpiazu p.163). No se puede hablar de una obligación de justicia
conmutativa, y en este sentido es impropia la expresión que
nuestros bienes superfluos pertenecen a los pobres: si así fuera
estaríamos obligados a restituirles lo superfluo, cosa que ningún
moralista ha afirmado. El deber de la limosna no constituye un
derecho de los pobres en los bienes mismos, sino una obligación
personal del rico.
Si las aportaciones no fueren suficientes para atender las
necesidades de los pobres, el estado puede, como gerente del
bien común, imponer la cuantía de bienes superfluos con que

322
deba contribuir cada cual, y es lo que de hecho se hace en los
impuestos, especialmente en los progresivos (Cfr. [QA 18], OSC
197).
“La perfección cristiana44 pide que quien da la limosna, vaya
más allá de la obligación y llegue lo más lejos posible, siempre
que no viole otras obligaciones. Por eso, no ya por deber, sino
por una aspiración sincera a la perfección da todo lo superfluo
y con santa ingeniosidad restringe sus gastos personales
necesarios para poder dar más. Esta es la tradición cristiana que
remonta al Antiguo Testamento, como se ve por ejemplo en el
consejo de Tobías a su hijo: ‘Da limosna de tus bienes...; si tienes
mucho reparte con abundancia; si tienes poco, da de lo poco,
pero con agrado y voluntad... Así atesoras un porvenir para el
día de tu necesidad’ [To 4, 7-9]. Este es el ejemplo que nos dejó
Cristo que no tenía donde reclinar su cabeza, es el ejemplo de
los santos que han tenido la sublime ambición de dar y han
pensado que es cierto el pensamiento del Maestro, que dijo:
Más feliz es el que da que el que recibe [Hch 20, 35].

3.2.4.4.2 La magnificencia y la justicia social.


Además de la limosna la propiedad cumple con su función social
mediante la virtud de la magnificencia, virtud propia de almas
nobles y emplea sus bienes en grandes obras de utilidad pública:
en los templos, misiones, asilos, escuelas y universidades,
trabajos de vialidad, descubrimientos científicos. Estos tales abren
así la fuente de trabajo, y hacen aprovechar a los demás de los
frutos de tales obras una vez realizadas.
Todo cuanto contribuya al bien común, a la realización de la
justicia social mediante una más equitativa distribución de las
rentas, un mejor standard de vida para el pueblo, la construcción
de habitaciones populares, cajas de compensación para
establecer salario familiar, etc. Todo esto es la realización de la
función social de la propiedad.
“El que emplea grandes cantidades en obras que proporcionan
mayor oportunidad de trabajo, con tal que se trate de obras
verdaderamente útiles, practica de una manera magnífica y muy
acomodada a las necesidades de nuestros tiempos la virtud de
la magnificencia, como se colige sacando las consecuencias de
los principios puestos por el Doctor Angélico” (QA 19, OSC
198).

44 En el original no queda claro de que texto es la cita y dónde concluye.

323
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Estas palabras del Papa no pueden servir de excusa para quienes


piensan que satisfacen sus obligaciones sociales con el solo
hecho de dar trabajo. Si tienen rentas superfluas les sigue
obligando la limosna. Piensen además que no hay magnificencia
si se ordenan trabajos útiles para sí mismo y no para el pueblo.
En tal caso habrá utilitarismo y nada más. Error común es pensar
que la virtud de la magnificencia se cumple mediante la
organización de suntuosas fiestas, que no tienen en el fondo
otra justificación que la satisfacción de la vanidad personal y la
exhibición de riquezas y son un eco de otros tiempos en que la
desigualdad social ofendía menos. Tales fiestas son
continuamente desaconsejadas en los documentos pontificios
que claman por una vida más sobria. La ostentación social no
debe llamarse virtud; por consiguiente no realizan la virtud de
la magnificencia. (El Observatore Romano protestó por él
escándalo que constituyó el festival de Venecia...)

3.2.5 Intervención del estado en la propiedad privada.


“96. En la medida, que la necesidad lo reclama, la autoridad
pública tiene el derecho, inspirándose en el bien común, de
determinar, a la luz de la ley natural y divina, el uso que los
propietarios pueden o no hacer de sus bienes” (CSM 96).
El derecho de intervención del estado en materia de propiedad
privada fluye de su gerencia del bien común y resulta beneficiosa
para el mismo dominio privado o impide su propia ruina y lo
fortalece.
El campo de intervención del estado debe evitar ciertos extremos:
1º) al determinar el régimen de propiedad, lo que es de su
incumbencia, no puede lesionar el derecho natural de propiedad
y el de legar los bienes por vía de herencia: “éstos son derechos
que la autoridad pública no puede abolir. Tampoco tiene el
derecho a agotar la propiedad privada por medio de cargas e
impuestos excesivos” (CSM 97; Cfr. RN 35, OSC 192).
2º) No confundir el derecho de propiedad con su uso, ni hacerlo
depender de él. Pío XI lo advirtió claramente cuando dijo: “El
derecho de propiedad se distingue de su uso. Respetar
santamente la división de los bienes y no invadir el derecho
ajeno, traspasando los límites del dominio propio, son mandatos
de la justicia que se llama conmutativa; no usar los propietarios
de sus propias cosas si no honestamente, no pertenece a esta
justicia, sino a otras virtudes el cumplimiento de cuyos deberes

324
no se puede exigir por vía jurídica. Así que sin razón afirman
algunos que el dominio y su uso honesto tienen unos mismos
límites; pero aún está más lejos de la verdad, al decir que por el
abuso y por el simple no uso de las cosas, perece o se pierde el
derecho de propiedad” (QA 17, OSC 195).
El Estado tiene varios medios para inducir al propietario a hacer
uso correcto de sus bienes, sin llegar a la supresión del derecho,
por ejemplo los impuestos. Sólo en caso de exigirlo con evidencia
el interés público tiene el derecho de expropiar las propiedades
de quien no usa o abusa de sus bienes, previo pago de justa
indemnización.

3.2.6 Diversas intervenciones del estado.


El estado puede intervenir:
1º) para obtener que las riquezas incesantemente aumentadas
por el incremento económico social se distribuyan en forma
que quede a salvo la utilidad común de todos. La justicia social
prohibe que una clase excluya a otra de la participación de los
beneficios.
“Violan esta ley no sólo la clase de los ricos, que, libres de
cuidados en la abundancia de su fortuna, piensan que el
justo orden de las cosas está en que todo rinda para ellos y
nada llegue al obrero, sino también la clase de los proletarios
que, vehementemente enfurecidos por la violación de la
justicia y excesivamente dispuestos a reclamar por cualquier
medio el único derecho que ellos reconocen, el suyo, todo
lo quieren para sí, por ser otra causa, impugnan y pretenden
abolir, dominio, intereses o productos adquiridos mediante
el trabajo, sin reparar a qué especie pertenecen o qué oficio
desempeñan en la convivencia humana” (QA, OSC 200).
(Pío XII en su discurso de 1º de Sept. 1944 refuerza estas ideas y
las aplica a los desórdenes introducidos por el capitalismo Cfr.
OSC 205).
2º) para multiplicar el número de propietarios.
“…las leyes deben favorecer la propiedad privada, y, en
cuanto fuere posible, procurar que sean muchísimos en el
pueblo los propietarios. De esto han de resultar notables

43
Esta frase en el original no queda claro si va antes o después de la cita del
Código Social de Malinas. Puesta al principio, el texto gana en coherencia.

325
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

provechos; y, en primer lugar, será más conforme a equidad


la distribución de bienes. Porque la violencia de las
revoluciones ha dividido los pueblos en dos clases de
ciudadanos, poniendo entre ellas una distancia inmensa: Una
poderosísima, porque riquísima, que teniendo en su mano
ella sola todas las empresas productoras y todo el comercio,
atrae a sí para su propia utilidad y provecho todos los
manantiales de riqueza, y tiene no escaso poder aún en la
misma administración de las cosas públicas. La otra, es la
muchedumbre pobre y débil, con el ánimo llagado y
dispuesta siempre a turbulencias. Ahora bien: si se fomenta
el trabajo de esta muchedumbre con la esperanza de poseer
algo estable, poco a poco se acercará una clase que ahora
son riquísimos y los que son pobrísimos.
Además, se hará producir a la tierra mayor copia de frutos.
Porque el hombre, cuando trabaja en terreno que sabe que
es suyo, lo hace con un afán y un esmero mucho mayores; y
aún llega a cobrar un grande amor a la tierra que con sus
manos cultiva, prometiéndose sacar de ella, no sólo el
alimento, sino aún cierta holgura o comodidad para sí y para
los suyos. Y este afán de la voluntad nadie hay que no vea
cuánto contribuye a la abundancia de las cosechas y al
aumento de las riquezas de los pueblos. De donde se seguirá
en tercer lugar este otro provecho: que se mantendrán
fácilmente los hombres en la nación que los dio a luz y que
los recibió en su seno; porque nadie trocaría su patria con
una región extraña si en su patria hallara medios para pasar
la vida tolerablemente.
Mas, estas ventajas no se pueden obtener sino con esta
condición: que no se abrume la propiedad privada con
enormes tributos e impuestos.” ([RN 35], OSC 191).
Esta misma idea la repite Pío XII en su mensaje de Navidad de
1942:
“Quienes se han familiarizado con las grandes Encíclicas
de nuestros Predecesores, y con los mensajes anteriores que
Nos enviamos, saben muy bien que la Iglesia no vacila en
proclamar las conclusiones prácticas que se derivan de la
nobleza moral del trabajo, y darles todo el apoyo de su
autoridad. Estas exigencias incluyen, además del justo salario
que cubra las necesidades del trabajador y su familia, la
conservación y perfección de un orden social que hará
posible una segura, aunque modesta propiedad privada para
todas las clases de la sociedad, que promoverá una mejor

326
educación para los niños de la clase trabajadora, que estén
dotados especialmente de inteligencia y de buena voluntad;
que cultivará el cuidado y la práctica de una espíritu social en
la vecindad inmediata de cada uno, extendido al distrito, a la
provincia, al pueblo y a la nación; espíritu que, atenuando las
asperezas que originan los privilegios y los intereses de las
clases, libre a los trabajadores, ante la tranquila experiencia
de una solidaridad genuinamente humana y fraternalmente
cristiana, del sentido de aislamiento” (OSC 207).
3º) para procurar aquellas condiciones materiales en que la vida
individual de los ciudadanos logre su completo desarrollo:
“La economía nacional, como resultado del trabajo de los
hombres que juntos trabajan en la comunidad del Estado,
no tiene más fin que asegurar sin interrupción aquellas
condiciones materiales en que la vida individual de los
ciudadanos logra su completo desarrollo. Donde esto se
garantiza en forma permanente el pueblo es, en sentido
verdadero, económicamente rico, porque el bienestar
general, y consiguientemente el derecho personal de todos
al uso de los bienes de este mundo, se realiza así conforme
al propósito querido por el Creador” ([Pío XII, Junio de 1941],
OSC 210).
4º) para expropiar cuando la utilidad pública lo reclame los
bienes particulares, mediante pago de indemnización.
5º) para nacionalizar algunas empresas de utilidad pública.
“103. Se entiende por nacionalización la atribución de una
empresa a la colectividad nacional representada por el poder
político. Puede limitarse a la apropiación, o extenderse a la
gestión y a los provechos. En principio, no puede ser
condenada en nombre de la moral cristiana.
104. Si se trata de empresas ya explotadas por particulares,
la expropiación se halla subordinada a una justa y previa
indemnización.
105. La nacionalización, tomada en el sentido más extenso,
y aplicada a la totalidad o a la mayoría de las empresas,
conduce, por la fuerza de las cosas, al colectivismo,
condenado por las Encíclicas Rerum Novarum y
Quadragesimo Anno.
106. La nacionalización, aun limitada a sólo la apropiación
o la gestión, conduce fácilmente al mismo resultado cuando
recibe una aplicación generalizada.

327
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

107. Incluso el régimen de explotaciones públicas más o


menos autónomas, no parece aceptable cuando se extiende
a la mayoría de las empresas.
La iniciativa privada, ya individual, ya asociada, no puede
ser limitada más que en la medida en que lo exija con toda
evidencia el bien común. Importa, en efecto, conservar los
dos grandes estimulantes de la producción que son la
perspectiva del acceso a la propiedad y la concurrencia
legítima.
108. Consideraciones de interés general pueden imponer o
aconsejar, en casos particulares, la gestión pública nacional,
provincial o municipal. En este caso, la constitución de
organismos autónomos, que lleven la gestión industrial bajo
la inspección de los poderes públicos, y en provecho de la
colectividad, puede ser recomendada con preferencia a la
administración propiamente dicha.
109. Se sobreentiende que el derecho de inspección del
Estado debe poder ejercerse en los casos en que los
organismos privados sean encargados de asegurar un servicio
público, y siempre que el interés lo exija.
110. En las empresas que hayan dado ocasión a concesiones
en favor de organismos privados, es de desear que el pliego
de condiciones contenga cláusulas que protejan la libertad
contractual y la justa remuneración de los trabajadores, con
asignación de subsidios familiares.
111. En caso de guerra, o de escasez, o de abusos graves y
manifiestos el Estado tiene, no sólo el derecho, sino el deber
de instaurar un régimen especial que tenga por fin impedir
los acaparamientos y las especulaciones usurarias sobre
artículos de consumo indispensables” (CSM 103-111).
6º) para reglamentar los derechos de sucesión hereditaria, que
por más legítima que sea, está sujeta al bien común,45
“101. El Estado, sin atentar gravemente contra el interés social
y sin quebrantar los derechos inviolables de la familia, no
puede suprimir, directa o indirectamente, la herencia.
Sin embargo, tiene el derecho de acomodar el número de
los grados sucesorios a la organización actual de la familia.

45 Esta frase en el original no queda claro si va antes o después de la cita del


Código Social de Malinas. Puesta al principio, el texto gana en coherencia.

328
102. Es de desear que desgrave lo más posible, y hasta que
exima de derechos fiscales, las sucesiones en línea directa.
Es de d esear, además, que sea reconocido al jefe de la familia
un derecho de testar suficiente para asegurar la transmisión
íntegra de las pequeñas explotaciones en la familia” (CSM
101-102).
7º) para determinar la capacidad máxima de posesión agrícola.
Hay que notar que la excesiva parcelación, lejos de aumentar la
producción la disminuye. Hay límites máximos, como también
límites mínimos de la propiedad. La pequeña propiedad requiere
además una organización cooperativa que venga en su subsidio
(Cfr. CSM 98).
Los Papas lucharon valientemente en sus propios estados por
acabar con el abuso de latifundios incultos. Clemente IV, en el
siglo XIII autorizó a todo extraño para cultivar hasta la tercera
parte del dominio inculto. Sixto IV decretó46 :
8º) Además de estas atribuciones precisas corresponde al Estado
el control de las actividades económicas y públicas y que reclame
el bien común, como ser la fijación legal de precios de algunas
mercaderías, sobre todo cuando hay especial peligro de
especulación, pero siempre tendiendo a reducir a un mínimo
estas intervenciones para no quitar al comercio su carácter
privado.
Estas y otras formas de intervención…47
La misión del Estado es fomentar la evolución progresiva.
“No es por la revolución sino por la evolución y la concordia,
que se obtienen la salvación y la justicia. La violencia no ha
servido nunca sino para destruir, jamás para construir; no
calma, sino que exalta las pasiones; no reconcilia entre sí a
los grupos adversarios, sino que acumula odio y destrucción.
La violencia lleva a los hombres y a los partidos de afrontar
la difícil tarea de reconstruir lentamente, después de
tristísimas experiencias, sobre las ruinas de la discordia.
Solamente por medio de una evolución progresiva y prudente,
con todo valor y de acuerdo con la naturaleza, iluminada y
guiada por las leyes cristianas y de equidad, puede lograrse el
cumplimiento de los deseos y de las necesidades de los obreros.
No destruirlos, sino consolidarlos.

44 En el original a continuación dice: “Copiar Vals. 88 – 89”.


45 En el original a continuación dice: “Copiar Vals. 93”.

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

No abolir la propiedad privada, fundamento de la estabilidad


familiar, sino trabajar por su extensión como premio a las
fatigas de todo trabajador, hombre y mujer, de tal modo que,
poco a poco, pueda disminuirse la masa de seres
descontentos y agresivos que, algunas veces, unos por
desesperación taciturna, y otros a través del instinto grosero,
se dejan llevar de falsas doctrinas, o por las astutas patrañas
de agitadores carentes de todo sentido moral.
No disipar el capital privado, sino promover su
reglamentación, bajo cuidadosa vigilancia, como medio y
auxilio que favorece el logro y el aumento del bienestar
genuino de todo el pueblo.
No obstaculizar, pero tampoco conceder exclusiva
preferencia a la industria, procurando en cambio su
armoniosa vinculación a los pequeños oficios y a la
agricultura, que es la que explota la múltiple y necesaria
producción de las tierras nacionales.
No sólo buscar, con el uso de los progresos técnicos, el
máximo de ganancias, sino valerse de las ventajas que éstos
proporcionan, para mejorar las condiciones personales de
los trabajadores, haciendo que su trabajo sea menos arduo y
difícil, y consolidando los lazos que unen a su familia, en el
hogar que habitan, y en tal trabajo por el cual vive.
No aspirar a que las vidas de los individuos dependan,
totalmente, de los caprichos del Estado, sino procurar, mas
bien, que el Estado, que tiene el deber de procurar el bien
común, pueda, por medio de instituciones sociales, como
las del seguro y las de seguridad social, proporcionar el auxilio
y complementar todo lo que ayuda a fortalecer las
asociaciones de los obreros y, de modo especial, a los padres
y a las madres de familia, que trabajan para ganar la
subsistencia propia, y la de los que de ellos dependen.
Quizás vosotros diréis que se trata de una bella visión del
verdadero estado de cosas, mas ¿cómo puede, todo esto,
llegar a ser una realidad y un hecho en la vida diaria?
Ante todo, se necesita una gran rectitud en la voluntad y de
lealtad perfecta en el fin y en la acción, para el desarrollo y
la reglamentación de la vida pública, tanto por parte de los
ciudadanos como de las autoridades que los gobiernan.
Necesitamos que un espíritu de verdadera concordia y
fraternidad anime a todos -a los superiores y a los súbditos, a
los dadores de trabajo y a los trabajadores, a los grandes y a

330
los pequeños, en todas las clases del pueblo” ([Pío XII, Junio
de 1943], OSC 211).

3.2.7 Los títulos jurídicos de adquisición de la propiedad.


El derecho abstracto de propiedad para convertirse en un derecho
concreto sobre tal propiedad requiere un título jurídico. Los
títulos jurídicos pueden ser originarios cuando confieren la
propiedad de algo por nadie antes poseído: tales son la
ocupación y el trabajo; o bien derivados, que transmiten la
propiedad de un dueño a otro: tales son la prescripción, la
herencia, el contrato.
3.2.7.1 La ocupación.
La ocupación consiste en la toma de posesión visible de un
bien económico que no pertenece a nadie con ánimo de hacerlo
suyo. Así han comenzado todas las propiedades, como puede
aún observarse en un país nuevo en que los emigrantes se instalan
y delimitan su terreno. El acto de toma de posesión tiene que
constar exteriormente sea por signos visibles, o por una
inscripción en el registro de propiedades. Supone además una
cierta permanencia y actividad, al menos la que se manifiesta
por la guardia y por la vigilancia a un minimum de trabajo
ejecutado por el ocupante o por sus dependientes. La ocupación
efectiva no es el fundamento de la propiedad: ésta se basa en la
naturaleza del hombre y de más argumentos recientemente
expuestos, sino el título concreto que puede ostentar un
determinado derecho frente a los demás.

3.2.7.2 El trabajo.
Unido a la ocupación el trabajo o especificación funda un
derecho sobre los bienes que por labor propia han sido
transformados: un tronco convertido en estatua, piedras
transformadas en edificios, campo eriazo que ha sido
transformado en agrícola. En el caso del trabajo se realiza en
cierto sentido la incorporación del bien trabajado al propio ser
del trabajador.
“Ahora bien: cuando en preparar estos bienes naturales gasta
el hombre la industria de su inteligencia y las fuerzas de su
cuerpo, por el mismo hecho se aplica a sí aquella parte de la
naturaleza material que cultivó, y en la que dejó impresa
una como huella o figura de su propia persona; de modo

331
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

que no puede menos de ser conforme a la razón, que aquella


parte la posea el hombre como suya, y a nadie, en manera
ninguna, le sea lícito violar su derecho.
Tan clara es la fuerza de estos argumentos, que causa
admiración ver que hay algunos que piensan de otro modo,
resucitando envejecidas opiniones, las cuales conceden, es
verdad, al hombre, aún como particular, el uso de la tierra y
de los frutos varios que ella, con el cultivo, produce; pero,
abiertamente le niegan el derecho de poseer como señor y
dueño el solar sobre que levantó un edificio, o la hacienda
que cultivó. Y no ven que, al negar este derecho al hombre,
le quitan cosas adquiridas con su trabajo. Pues, un campo,
cuando lo cultiva la mano y lo trabaja la industria del hombre,
cambia muchísimo de condición; hácese de silvestre,
fructuoso y de estéril, feraz. Y estas mejoras de tal modo se
adhieren y confunden con el terreno, que muchas de ellas
son de él inseparables” (RN, 7,8; OSC 188).

3.2.7.3 La prescripción.
Título derivado de dominio es la prescripción por la que una
persona adquiere derecho de dominio sobre un bien económico
prácticamente abandonado por su primer dueño. Requiere la
posesión material sobre ese bien durante un número de años
que cada legislación establece y el ánimo de dominio sobre el
mismo. El abandono del bien por el primer poseedor hace
presumir su ánimo de desposeerse de él. La equidad pide que al
que de buena fe lo ocupa y trabaja como propio durante un
largo período no se le desposea del fruto de su trabajo. Es, por
lo demás, la única forma de terminar con litigios sin cuento.

3.2.7.4 La herencia.
Consiste en la transmisión del dominio de determinados bienes
de una persona a otra por muerte de la primera. La voluntad del
testador puede manifestarse expresamente por el testamento; o
tácitamente, por el curso de las prescripciones en caso de morir
intestado el causante.
La herencia es la consecuencia legítima del derecho de
propiedad: un hombre no trabaja sólo para sí, sino también para
su mujer y sus hijos, o para aquellas personas o instituciones a
las cuales desea entregar el fruto legítimo de sus trabajos. Las
formas de herencia más respetables son las que ocurren por

332
línea directa, en que los hijos, y a ellos asimilado el cónyuge,
reciben el esfuerzo del testador; y luego las manifestaciones
testamentarias expresas. Cuando el testador no interviene, se ve
menos claro el derecho de los parientes lejanos.
Los contratos de compraventa, donación, permuta suponen la
voluntad concorde de las partes, y son de uso cotidiano.

3.2.7.3 Evolución contemporánea de las formas de


propiedad y juicio sobre las mismas.
“La evolución económica social 48 de nuestros días juzga
severamente la noción capitalista y liberal de la propiedad,
demasiado exclusivista y que ha dejado en la sombra casi
totalmente su aspecto social.
Ahora bien, la dirección o por lo menos el control de la economía
por el Estado, la planificación, la organización sindical y
profesional limitan por todas partes el ejercicio del derecho de
propiedad. Los impuestos, los sistemas de seguridad social o de
asignaciones familiares van tras una redistribución de las rentas
nacionales. Una separación se acentúa cada día más entre las
nociones y las realidades de la propiedad.
Nuevas formas de propiedad aparecen, la mayor parte colectivas,
ya sean de propiedad pública, como las empresas estatizadas, o
de propiedad privada como las grandes empresas capitalistas o
las empresas comunitarias; o bien en una propiedad a medio
camino entre lo privado y lo público, todavía mal explorada en
derecho, como las empresas nacionalizadas. Los diversos
socialismos tienden a suprimir bruscamente como en Rusia, o
progresivamente en otros países, toda propiedad privada de los
instrumentos de producción, lo que lleva a muchos espíritus a
negar la legitimidad de tal propiedad privada.
Esta evolución se funda, por una parte, en las necesidades de la
técnica moderna. El costo de ciertos instrumentos de producción,
por ejemplo de una central eléctrica, sobrepasa los medios de
todo propietario individual y aún de toda colectividad privada.
Además su importancia económica confiere tal poder a sus
poseedores que estos pueden obstruir la acción de los poderes
públicos. El número y la importancia de las grandes propiedades
aumenta constantemente con la consiguiente disminución de
la importancia de la pequeña propiedad privada personal y

48 En el original no queda claro de qué texto es la cita y dónde concluye

333
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

también de la responsabilidad individual que aparece diluida


en lo colectivo.
La comparación de los principios y de los hechos nos muestra
algunas conclusiones prácticas inmediatas:
1º) La propiedad privada de los bienes de consumo no es negada
seriamente por nadie, ni aún por los socialistas. Es legítima en
la medida en que estos bienes son el producto del trabajo o de
la herencia y permanece sometida a los deberes tradicionales
de la propiedad privada que hemos señalado más arriba.
El Estado posee un derecho de control sobre los bienes de
consumo y tiene autoridad para hacer una repartición más
equitativa en caso de grave necesidad, como de guerra, crisis,
hambre, o bien ante la existencia de un número grande de
necesitados. Tiene también derecho de percibir por los impuestos
lo que es necesario al bien común.
El Estado no debe suprimir toda posibilidad de ahorro personal
o familiar, antes al contrario debe favorecer y garantizar este
género de economías.
En cuanto a las herencias el Estado tiene derecho a impedir la
formación de tal cúmulo de bienes que pudiera acarrear
consecuencias sociales perjudiciales, pero no puede suprimir
el derecho de herencia, sobre todo cuando se trata de cónyuges
o de los descendientes en línea directa.
2ª) En cuanto a la propiedad de los bienes de producción hay
que distinguir según los casos:
a) Las formas de propiedad que realizan una coincidencia casi
absoluta entre la persona, la familia, el trabajo y la propiedad,
por ejemplo, la empresa artesanal, la explotación familiar
agrícola, el pequeño comercio: si estas empresas nos colocan
frente a problemas técnicos y económicos, no ofrecen en
cambio problemas morales. La noción tradicional de
propiedad se encuentra plenamente justificada. Esto no
impide que el estado ejerza sobre estas empresas su derecho
de vigilancia y de control en la medida en que lo pida el
bien común.
b) Las formas de propiedad en que ocurre una coincidencia
parcial entre la propiedad y el trabajo, como ser empresas
que disponen de capital personal y familiar, aparecen
igualmente legítimas y propicias a la realización del bien
común. Sin embargo el derecho del propietario no es

334
absoluto, debe combinarse con el derecho de los
trabajadores, derecho de los que suministran fondos, derecho
de las organizaciones profesionales, derechos del Estado, al
control y armonía de las actividades particulares con miras
al bien común. La noción liberal del ‘patrón de derecho
divino’ único amo en su empresa después de Dios no puede
ser sostenida ante los hechos ni ante el derecho.
c) En la gran empresa industrial de tipo capitalista la noción
de propiedad desaparece. Teóricamente la propiedad
pertenece a una multitud de tenedores de acciones. De
hecho estos accionistas se desinteresan de sus derechos y el
verdadero poder económico recae de facto en individuos o
en grupos de personas que no tienen un verdadero mandato.
Hay aquí un problema difícil, con frecuencia insoluble que
reclama un cambio de estructura jurídica. “Jurídicamente la
propiedad pertenece a los accionistas y la autoridad se
ejercita por los delegados de la asamblea general. El jefe de
la empresa, llamado el director, no es sino un asalariado, a
veces en ninguna manera interesado en los beneficios. Esta
concepción de la propiedad alimenta paradojas curiosas:
supongamos una empresa de la región de París, un accionista
residente en Chicago es el copropietario, mientras que un
obrero que trabaja en ella desde hace veinticinco años no
tiene sobre ella ningún derecho de propiedad. El director
técnico que es un hombre especializado, tiene que inclinarse
ante las decisiones de algunos financistas que no
comprenden sino el interés pecuniario. Es en este caso, sobre
todo, en el que hay que rectificar las desviaciones del
capitalismo contemporáneo y transformar el contrato de
trabajo en contrato de asociación. La ciudad económica no
debe continuar siendo la propiedad exclusiva del capital
que gobierna como amo absoluto e irresponsable, sino de
todos los factores de la empresa jerarquizados: dirección,
trabajo y capital” ( I. Folliet. Morale sociale, p 105).
d) Algo parecido ocurre a las empresas nacionalizadas, cuyo
propietario en rigor no es el Estado. En ellas se verifica la
coexistencia de varios derechos sobre un mismo objeto,
derechos que suponen responsabilidades reales y efectivas.
Los poderes públicos tienen el derecho de nacionalizar las
empresas cuando por sus dimensiones y su importancia
pueden impedir al Estado la promoción del bien común. Se
trata en este caso de una operación política. Estas
nacionalizaciones pueden también realizarse cuando la

335
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

iniciativa privada no es capaz de asegurar el bien común.


Se trata entonces de una decisión social. En ambos casos la
nacionalización no es un castigo y debe ir acompañada del
pago de las justas indemnizaciones a los legítimos
propietarios. Hay que notar que la nacionalización no
resuelve los problemas de estructura en el interior de las
empresas y que deja pendientes no menos problemas que
los que resuelve. No se la puede pues considerar como una
panacea.
e) La empresa estatizada, el estado es a la vez el propietario y
el jefe de la empresa y tiene por tanto los deberes de todo
propietario y de todo gerente. La estatización de las empresas
no aparece como conveniente si no cuando interesa
directamente a la función del estado, como es el caso por
ejemplo en la defensa nacional.
3.2.9 Conclusiones generales.
1ª).- La propiedad se legitima por la doble consideración de la
persona y del bien común. No es un fin sino un medio al
servicio de la una y del otro. El mejor régimen de propiedad
será por tanto aquel que en un momento dado y en un
lugar determinado garantice lo más eficazmente posible
la libertad de la persona y los intereses del bien común. El
mundo de hoy busca este régimen. Podemos prever todos
los inconvenientes que se seguirán al poner los poderosos
medios de la producción actual en manos de individuos
egoístas y anárquicos, o de colectividades privadas que
pueden ser más egoístas y más estrechos que los
individuos, o bien al entregarlos a administraciones
rutinarias e irresponsables, o a un estado omnipresente,
tiránico y monstruoso. La salud moral y social reside en
un equilibrio entre los diferentes derechos y los diferentes
poderes. Los cristianos deben estar en primera fila entre
los buscadores y constructores de este nuevo equilibrio.
2ª).- Toda propiedad se caracteriza por una cierta exclusividad
sobre su objetivo, pero el liberalismo transformaba esta
exclusividad en algo absoluto. Parece que sea necesario
evolucionar hacia una concepción más completa de la
propiedad, que coordine diferentes derechos que se
ejercitan sobre un mismo objeto y se limitan unos a otros:
derechos del trabajo, derechos del capital, derechos de
los consumidores, derechos del estado. Esta agilidad
jurídica permitirá instaurar instituciones que tiendan a un
nuevo equilibrio social. Los principios permanecen

336
estables, ya que corresponden a las exigencias de la
naturaleza humana y de la revelación divina, pero las
aplicaciones hechas en relación a determinadas
circunstancias históricas son hoy día puestas en duda.
3ª).- El moralista debe recordar con energía el ideal cristiano,
en particular debe insistir sobre las exigencias de la justicia
social, de la equidad y de la caridad. La moral cristiana
debe ser presentada a los fieles como una moral del amor
más bien que como una casuística estática o un juridismo
demasiado mecánico.
El moralista evitará confundir la noción cristiana de propiedad,
que en su fondo es muy simple y conforme al sentido común,
con tal o cual forma histórica de la propiedad. Evitará hacer de
la propiedad el mito que llevó a ciertos cristianos del siglo pasado
a ponerla en el mismo plan que la familia y la patria, mito que
cubrió muchas hipocresías y opresiones.
Todos hemos sido contaminados más o menos por la noción
liberal de propiedad. Tenemos que liberarnos de sus secuencias
molestas, y luchar por la concepción cristiana de la propiedad
que garantiza la persona, sirve al bien común y nos
responsabiliza ante Dios, autor de todas las riquezas de las cuales
no somos más que los ecónomos y los distribuidores. (Estas
reflexiones se han inspirado muy de cerca en la nota sobre la
propiedad, Nº 23 del Comité Sacerdotal de Lyon).

3.3. La vida comercial.


3.3.1 Compra y venta.
La compraventa consiste en la transferencia de propiedad de un
objeto, mediante su pago equivalente en dinero. La justicia
conmutativa normaliza estas operaciones, y tiende a establecer
un precio aproximativo del objeto. Este precio no podrá ser más
que aproximativo, porque las variaciones de la moneda, de la
mercadería disponible y del costo de producción hacen
imposible la fijación de un precio absoluto.
La compraventa supone buena fe de parte de ambos contratantes
y excluye, naturalmente el fraude tanto de palabra como de
hecho: si existe hay obligación de restitución.
En el caso de falsificación de materias alimenticias hay que
distinguir lo pecaminoso y lo criminal. Aceites adulterados que
pueden envenenar una población, productos mezclados a la

337
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

harina para hacerla absorber más agua y dar mayor peso al pan,
pero que produce trastornos intestinales; mezcla de peróxidos
de cobre al papel de fumar hecho con toda clase de trapos viejos,
a fin de quitarle el sabor, en estas mezclas pueden en cierta
cantidad mínima estar autorizadas, pero en dosis mayores harán
al comerciante responsable de la vida de los consumidores.
En materia de mentiras comerciales, hay algunas inofensivas,
porque de hecho nadie las cree y todo el mundo sabe que son
propias del oficio del vendedor. En cambio hay otras que son
graves: por ejemplo la adulteración de los libros para vender un
negocio, el falsear los daños de un siniestro para cobrar una
indemnización de seguros exagerada. Estos fraudes van contra
la justicia conmutativa y obligan a la restitución.
Un alza de precios injustificada, hecha sólo para obtener una
mayor ganancia acarrea un gran mal social, sobre todo si se
efectúa con materias de primera necesidad, pues contribuye a
un encarecimiento del costo de la vida. Esta medida es muy de
temer que sea imitada por otros con grave daño de la justicia
social. En la medida en que el nuevo precio es francamente
injusto hay obligación de restitución.
En la compraventa hay desgraciadamente una serie de prácticas
que, por lo menos, hacen los negocios sucios, con mucha
frecuencia ofenden a la justicia social, y en no pocos casos a la
conmutativa. El sistema de coimas o comisiones bajo muchas
formas: al vender un inmueble en $500.000 se exige factura por
$600.000; o bien no se tramita un asunto, o no se da el voto
favorable en un consejo, sino mediante comisión. Todos estos
sobreprecios, al tratarse de artículos de reventa para el público,
los paga el consumidor al cual se le cargan todos estos gastos.
El que exige tal comisión viola abiertamente los intereses que le
han sido confiados, otra cosa es el que simplemente acepte sin
exigirla como “propina” tal comisión, sobre todo si su situación
económica es muy deficiente. Lo más triste del caso es que,
personas honradas que de ningún modo quisieran usar
procedimientos dolosos, se ven coaccionados por las prácticas
a usar el sistema de coimas para poder ejercer su justo derecho
de vender pues de lo contrario no podrían hacerlo. Los Padres
Müller y Azpiazu, lamentando tales prácticas, no se atreven a
decir que ante grave daño no pueda emplearlas un vendedor
(Cfr. Azpiazu, 268).
Al tratar las leyes llamadas “meramente penales” tocamos el
punto de la burla de los impuestos y demás gravámenes fiscales,
y se estableció una norma al respecto.

338
El P. Azpiazu con excelente criterio señala el remedio de fondo
a estas corruptelas: el mejoramiento de la conciencia profesional:
“La doctrina es clara, pero la práctica es peligrosa. La avaricia
fácilmente puede conducir, para librarse de gabelas estatales,
al uso de procedimientos injustos y entonces ya se cae de
lleno en lo ilícito.
Las razones externas –de que otros hacen lo mismo- nada
valen; las otras –de que son siempre los buenos los que pagan
y están en peor condición que los malos que usan toda clase
de medios- valen algo más, porque para algo se supone que
el Estado quiere, ante todo, la justicia distributiva exacta;
pero tampoco son, en general muy fuertes; las razones de
que todo aquello se filtra, acompaña algo más a la justicia y
a la realidad.
En general, hoy se advierte una tendencia enorme a decir
que la conciencia profesional está relajada, sobre todo, en
el cumplimiento de los deberes para con el Estado; y
paralelamente una enorme tendencia también a defraudar
por todos los medios posibles, justos o injustos, al Estado. Es
una antinomia característica de los tiempos.
Pero nótese que el sistema de las leyes penales deja más
cauce abierto al fraude que el que niega su existencia y trata
de interpretar las leyes fiscales con el criterio que hemos
hecho, introduciéndolas dentro del concepto corriente de la
ley verdadera.
El lector ha supuesto que hablamos en este capítulo siempre
y solamente de los industriales y comerciantes particulares,
no de los funcionarios del Estado que o enseñan los medios
de defraudación a los particulares o se dejan sobornar para
examinar cuentas y balances. Estos son reos de injusticia
conmutativa para con el Estado y tienen, en general,
obligación de restituir cuanto así robaron o por tales medios
trataron de que se defraudara al Estado en lo que era de
justicia” (Azpiazu, pp. 272-273).

3.3.1.1 El precio justo.


En todo contrato de compraventa el precio de lo vendido debe
ser justo. Pero ¿cuál es el justo precio?
Los economistas liberales no se preocupan de determinar un
precio justo, primero porque es casi imposible hacerlo por la

339
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

imprecisión de los elementos que intervienen, y, luego porque


todo precio que resulte determinado por el juego de la oferta y
la demanda es justo. Pero tal doctrina moralmente es falsa,
porque la ética debe intervenir en la fijación del precio como
en los demás hechos económicos que afectan al bien común, y
luego económicamente también falsa porque frecuentemente
no existe el precio libre, ya que la acción combinada de Trusts y
Kartells señalan precios arbitrariamente, cuando no lo hace el
estado. La oferta y la demanda influyen en el precio, sin
determinarlo; ¡cuánto menos determinan el justo precio!
En la concepción marxista el justo precio se confunde con la
cantidad de trabajo puesta en la ejecución de una obra. Esta
concepción es simplista pues deja de tomar en cuenta otros
valores, como ser la calidad del operario o del artista: no vale lo
mismo un cuadro de Miguel Angel que el de un principiante
aunque ambos hayan gastado veinte horas en hacerlo, ni valen
igual las ocho horas de trabajo de un peón que las de un obrero
especializado o de un técnico.
El justo precio comprende el precio de costo, esto es: justa
retribución del trabajo y del capital, costo de las materias primas,
gastos generales de la empresa, amortización del material, en
una palabra todos los gastos necesarios para la producción.
Supone además el beneficio justo, o justa ganancia, esto es la
utilidad que el vendedor tiene derecho a agregar al precio de
costo como recompensa de su actividad, del servicio prestado y
de los riesgos corridos. A medida que una mercadería circula
instaura como una cascada de precios justos, cada uno de los
cuales repercute sobre el siguiente, pues sobre él se basa y le
agrega su justa utilidad.

3.3.1.2 La justa ganancia.


Tiene un doble fundamento el derecho a la utilidad: primero, el
hecho de que el productor acerca al cliente los bienes de que
éste necesita: la uva de una región lejana se la acerca a su mesa,
o aún más se la acerca transformada en vino; la tierra arcillosa,
se la acerca transformada en ladrillos que empleará en la
construcción. Este servicio merece una recompensa. El segundo
fundamento es el riesgo que corre el productor: riesgos del mal
año agrícola, o del hundimiento de su barco, o de perder su
capital a manos de tramposos, el riesgo de accidente de los
operarios de que debe responder el patrón. La prueba de que el
riesgo vale es que las compañías de seguros lo aprecian y lo
cobran al tomarlo sobre sí para cubrir al asegurado. Como el

340
riesgo en el hombre es fundamento de indemnización, así
también el riesgo del capital justifica la utilidad. De aquí se
sigue que en los negocios en que no hay riesgo alguno, ni
tampoco acercamiento de los productos al consumidor, no hay
ningún título que justifique la utilidad. Esta podrá moralmente
ser mayor o menor según mayor sea el servicio que presta al
cliente y el riesgo que corra. Hay ocasiones, como el tiempo de
guerra, en que las circunstancias de peligro son extraordinarias,
y también el de la ganancia extraordinaria que aparece
justificada. Bajo el punto de vista de riesgo mucho mayor es el
que corre un accionista de una compañía, que el simple
prestamista de la misma porque estos están asegurados de ser
pagados en primer lugar que los accionistas.
Al determinar la utilidad que tiene derecho a percibir el productor
hay que determinar varias utilidades particulares previas: la
ganancia que corresponde al empresario. Si éste es capitalista y
director a la vez, le corresponderá el justo interés de su capital
invertido y el correspondiente a su trabajo de dirección. Si no es
capitalista sino simple director, le corresponderá el jornal por
su trabajo que debe considerar, a más de la compensación de
las horas empleadas, la amortización de su preparación más o
menos larga y costosa, la responsabilidad de una empresa más
o menos complicada, los riesgos de una obra en que se aventura
un fracaso, la necesidad de estar procurando nuevos capitales y
préstamos bancarios, etc. El monto de la utilidad legítima de tal
empresario no puede determinarse matemáticamente, sino por
la apreciación de una conciencia honrada.
Junto al empresario están sus colaboradores, empleados y obreros,
a los cuales se debe un justo salario según las normas
anteriormente dadas. Entre los factores del salario entran el riesgo
que corren su vida, su salud, su estabilidad en el trabajo, etc., su
responsabilidad, su mayor formación técnica. Las ganancias
extraordinarias de la empresa, que en el régimen capitalista van
sólo al capital y al director en forma de gratificación deben
repartirse también entre todos los colaboradores de la producción.
El interés del capital invertido en acciones, cuya tasa no es fija.
(Hoy día en Chile los bancos cobran el 10 y el 12%). Hay que
tomar en cuenta la depreciación de la moneda, porque si a quien
presta mil pesos en un año le van a devolver mil pesos
depreciados en un 15 o 20%, esto es, mil pesos con los cuales
podrá comprar 15 o 20% menos de valores que un año antes,
esa depreciación puede legítimamente entrar en la consideración
del interés exigido. A más del justo interés el productor tiene
derecho a un dividendo que tiene como justificación el riesgo

341
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

que corre el capital-acciones, siempre que se hayan cumplido


fielmente las obligaciones de justicia social con los trabajadores
y con el consumidor. ¿Cuál haya de ser el tope de este dividendo?
El economista alemán Rodolfo Wagner establecía que no podía
tacharse de beneficio exagerado el que representara el doble de
interés legal del préstamo según la legislación y uso corriente.
En Francia al discutirse los beneficios hechos por el comercio
en tiempo de guerra estimaron que los superiores al 15% se
debían considerar abusivos. El P. Vermeersh habla de un interés
de un 10 a 12%, el P. Prümmer, O.P. no estima injusto un
beneficio del 30%. Como se ve para determinar la utilidad hay
que volver a las causas que la justifican: el peligro corrido por el
capital, peligro mucho mayor en tiempos de inflación que no
permite reponer el mismo valor de bienes; el servicio prestado
al particular y al bien común, a la sociedad. No es lícito exponer
capitales, ni servir a particulares, si es con daño de la nación,
por ejemplo introduciendo drogas nocivas, estupefacientes, etc.
La fijación del precio del producto es otro de los elementos que
ha de intervenir para fijar el justo beneficio. En multitud de
artículos los precios están hoy determinados nacional e
internacionalmente, sobre todo cuando en ellos influyen grandes
empresas que los controlan, pero en muchos casos hay anarquía
sobre todo cuando se trata de productos nuevos, raros, de
recientes inventos, etc. Los moralistas antiguos decían que el
precio justo lo fijaba la común estimación y tenía variaciones:
precios máximos y mínimos y admitían que hubiese un margen
entre ambos que comúnmente estimaban en un 10%, y que el
Cardenal Toledo hacía llegar hasta un 25%. El precio situado
dentro de esos márgenes era estimado justo.
El precio de los productos en la vida moderna sufre tremendas
oscilaciones entre los períodos de crisis económicas y los de
prosperidad pasajera, que falsean todo cálculo. En industrias de
lujo los beneficios que parecen excesivos pueden ser normales,
dada la inmensidad de riesgos que corre el productor. Por tanto
para fijar el precio del producto habría que atenerse a la
estimación de los que en el cuerpo profesional tienen reputación
de prudencia y honradez.
El precio convencional. El hecho de que un precio sea pactado
por ambos no significa que sea justo, pues, puede ser fruto de la
extorsión: así un obrero sin trabajo puede aceptar cualquier
salario, aunque sea de hambre y no por eso será justo; un enfermo
podrá aceptar cualquier precio por una medicina que necesita,
y no por eso será justo. Si un objeto va a traer gran utilidad al

342
comprador, no por eso podrá aumentar indebidamente su precio
el vendedor: eso sería extorsión. El precio convencional
únicamente es justo, en cuanto puramente convencional, cuando
las partes estipulan lo que estiman justo con riesgo para ambas.
A la gente que tiene que hacer operaciones ordinarias le basta,
pues, para estimar el justo precio atenerse a la común estimación,
determinada hoy por lo que hacen los comerciantes honrados y
prudentes del ramo. Cuando se trata de grandes operaciones
que pueden modificar en forma importante la economía nacional
hay que buscar, además, el bien común nacional. Si éste es
dañado sólo podrá ser aceptable dicha operación beneficiosa a
un particular cuando de no hacerla se le seguiría un daño tan
grave como el que va a hacer correr a la economía nacional.

3.3.1.3 Consecuencias sobre la licitud del “provecho


individual” y de la competencia.
Algunos no consideran admisible un régimen en que se admita
la ganancia individual. Ciertamente que tal régimen no es el
mejor que puede concebirse, y que ha de ser rechazado
totalmente si concede la primacía a la ganancia sobre la moral,
pero si se ajusta a ésta, deber es del moralista examinarlo y
determinar sus normas, más bien que rechazarlo cerradamente.
El sociólogo busca los sistemas sociales que convienen a una
época, el moralista solamente los juzga.
Bajo el punto de vista moral la ganancia personal de un patrón
y la utilidad colectiva de una empresa serán aceptables si
reconocen su parte en ella a todos los colaboradores que la
produjeron y si no gravan indebidamente al consumidor.
La utilidad que cada empresa pueda obtener, una vez que ella
se ha ceñido a las normas de la justicia, será un estímulo para
una mejor organización técnica y comercial, para una mejor
atención de los clientes, para un espíritu mayor de trabajo y de
sano riesgo, absolutamente necesario para que progrese la
ciencia y la economía.
Entre dos sistemas sociales, uno fundado en el interés personal
y otro en el temor como en el sistema ruso, el primero es
inmensamente superior al segundo, como el régimen de libertad
supera al de la esclavitud. Es indiscutible que el sistema de
ganancia tiene un gran peligro: la competencia amarga y a veces
desleal entre productores y comerciantes y la tendencia a
disminuir los costos disminuyendo la remuneración del trabajo.

343
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Por esto frente a este sistema hay que estar siempre sobre aviso.
Pero ¿qué incentivo hay que pueda aplicarse en un mundo
bastante generalizado que reemplace al interés de la ganancia?
En comunidades pequeñas, armónicas, de unidad espiritual, no
es éste el estimulante que actúa, pero en el gran mundo del
trabajo y del comercio todavía no se ha encontrado otro
estimulante. El día que aparezca uno mejor y sea aceptado lo
saludaremos con alborozo.
La competencia es también una necesidad del comercio: tiene
las mismas ventajas que señalábamos hablando del sistema de
utilidad individual; es por otra parte inevitable. Si se lograra
suprimirla en el interior del estado, subsistiría entre naciones en
forma aún más viva y violenta.
El hecho de que no pueda ser suprimida no quiere decir que no
pueda ser racionalizada y moralizada. La justicia impedirá la
competencia desleal: engaños sobre la calidad de las
mercaderías, plagios, usurpación de secretos técnicos, ventas a
pérdida para hundir a un competidor y dominar luego sin rival
el mercado, calumnias y noticias falsas echadas a correr para
aumentar un precio o para depreciar otro. La caridad recordará
también a los comerciantes que si bien están en competencia
son hermanos y tienen intereses comunes que los han de llevar
a la mutua ayuda.
Para encauzar la competencia hacen falta nuevas instituciones,
tales como las corporaciones que abarquen a todos los que
forman parte de una misma profesión y reglamenten sus intereses
profesionales conjugados con el bien común.
La competencia encauzada es una buena fórmula, porque
estimula la iniciativa particular, avivada por el interés, lo que
permitirá nuevas formulas de progreso que eviten la rutina. La
competencia debe ser humanizada, para impedir que ésta se
convierta en un campo de intrigas con miras al enriquecimiento
de unos pocos, aunque sea al precio de la miseria de los más.
La lucha es estimulante y sana, siempre que esté subordinada al
bien común.

3.3.1.4 Algunos procedimientos de venta que se usan


en nuestros días.
El ingenio de los comerciantes se ha agudizado para hacer
nuevos clientes y ha descubierto varios nuevos sistemas de
atraerlos.

344
La venta a plazo por cuotas tan empleada hoy día para vender
sitios, muebles, radios, etc. El precio total, incluidos los intereses
es muy superior al que hubieran debido pagar al contado. En la
situación actual este sistema, desgraciadamente es el único al
cual pueden recurrir muchos, especialmente los matrimonios
jóvenes para poder vestirse y adquirir ciertos bienes: si el total
del precio se mantiene dentro de lo justo, no habría nada que
criticar, salvo el hecho que en caso de no poder pagar el
comprador pierde el objeto y sus pagos anteriores, lo que es
injusto. Ojalá pudiera reemplazarse por un sistema de crédito
personal que permitiera, mediante una amortización e interés
razonable la adquisición de determinados objetos, con exclusión
de los de lujo.
Venta con regalo de cupones. Cada compra da derecho a cierto
número de cupones para poder retirar con ello determinados
productos. Este sistema fascina a muchos compradores, creyendo
poder adquirir gratuitamente ciertos productos, cuando en
realidad los tales productos los pagan todos los consumidores,
pues está incluido su valor en el precio de venta. Hay, pues, una
especie de engaño, y de competencia desleal para los que no
pueden emplear tal procedimiento.
Los grandes almacenes en que se vende todo desde libros a
sándwichs, conejos y amueblados de comedor.
Los grandes almacenes con sucursales en todos los pueblos y
barrios. Ambos sistemas dependen de un capitalismo fuerte
central y tienen el inconveniente de estimular artificialmente el
deseo de adquisición, de tener con frecuencia un personal mal
pagado para su servicio, y además realizan una competencia
ruinosa al pequeño comercio, principal medio de vida de las
clases medias, que tan necesarias son en la vida de un país.
La reclame como medio de venta. La propaganda comercial lo
llena todo. Se realiza mediante afiches, telones, letreros
luminosos o de humo en el aire, prensa, y folletos. Ha llegado a
ser un medio de vida para miles de hombres. La paga íntegra el
consumidor de los productos.
El sistema de propaganda merece varias observaciones de orden
moral: primera, nunca puede un hombre de conciencia poner
su arte, o entregar sus prensas para propagandas inmorales:
películas, venta de anticoncepcionales, anuncio de casas de
citas, etc.; segundo, debería ser controlada la propaganda de
productos que si no hacen mal no hacen bien: productos
farmacéuticos que no tienen más valor que el envase y el falso

345
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

prestigio; bebidas de alto precio, porque en ese precio va incluida


la formidable propaganda que las hace penetrar. La propaganda
debería estar sometida a un control juicioso dentro de un
organismo corporativo que la mantuviera dentro de los límites
de lo justo y razonable.
Un sistema que debe ser favorecido: las cooperativas de
consumo.
Las cooperativas de consumo tienen un funcionamiento bien
simple: varios futuros compradores se asocian, ponen un capital
inicial por acciones para facilitar las instalaciones y hacen las
primeras compras. Ellos designan un gerente o administrador
encargado de las ventas, a sueldo, o a participación en los
beneficios. Los interesados escogen un consejo que lo asesora y
sigue la marcha de la cooperativa. Las compras las hacen los
accionistas o bien al precio de costo más los gastos de
funcionamiento del almacén, o bien al precio del mercado y se
reparten las utilidades a prorrata de las acciones, o a prorrata de
las compras hechas.
Este sistema para marchar adecuadamente requiere la formación
de un espíritu cooperativo que se adquiere mediante una seria
formación. Sin él es peligroso instaurarlas.
La cooperativa es un precioso auxiliar al bien común, porque
además de beneficiar a los cooperados con un menor precio,
beneficia a la sociedad sirviendo como testimonio del justo
precio, e introduce en la sociedad un elemento de ayuda mutua
diferente del simple utilitarismo. En países como Suecia,
Dinamarca, Inglaterra, Canadá las cooperativas de consumo, y
otras formas de cooperativas constituyen preciosas estructuras
que preparan un orden nuevo.

3.3.2. La moneda y los negocios.


3.3.2.1 La moneda.
La moneda nació como complemento de la vida económica,
como complemento del trueque. Hacía falta una medida de valor
de los objetos, un instrumento de cambio y eso fue la moneda.
Desde el principio se tendió a que fuera metálica, de poco peso
y mucho valor y fácilmente divisible. El oro fue desde luego
reconocido como la más importante, luego la plata, el cobre y
níquel como monedas divisionarias.
A partir del siglo pasado el oro fue completado como moneda

346
con otros medios de cambio: los certificados de oro y papel
moneda respaldados por oro, y luego billetes garantizados no
directamente por depósitos de oro sino por la riqueza nacional.
Las complicaciones de cambio han hecho que una moneda tenga
dos valores: uno en el país, y puede tal moneda no estar
respaldada por oro, y otra fuera del país, que depende de cuál
sea el régimen del país con el cual se negoció. Si en éste rige
régimen de oro, los billetes valdrán en proporción al oro que los
respalda; si rige régimen de papel valdrá por su valor adquisitivo
real.
En los tiempos modernos sólo los estados acuñan moneda: antes
podían también hacerlo los príncipes y las corporaciones
importantes.
Al acuñar moneda se puede realizar una verdadera expoliación
de los particulares si se emite mayor cantidad que la que
corresponde a la reserva en oro. Este procedimiento, que,
desgraciadamente muchas veces ha sido usado subrepticiamente
equivale a un verdadero despojo de las economías de los
particulares porque baja su poder adquisitivo, y constituye
además un elemento desquiciador de la armonía económica
nacional: destruye el crédito del Estado, engaña a los asalariados
y a todos los que han entregado su tiempo, su dinero, sus
productos en cambio de un valor convenido. Este procedimiento
es lo que se llama inflación: excesiva abundancia de medios de
pago con respecto a las mercaderías que pueden comprarse, lo
que se traduce en una disminución del poder de compra del
dinero. La devaluación consiste en hacer variar oficialmente la
proporción entre la reserva oro y el billete que la representa.
Inglaterra, Italia, Francia y Rusia repetidas veces, han devaluado
su moneda. Este procedimiento aparece algunas veces como
recurso extremo, como un sacrificio pedido al conjunto del
pueblo, pero en forma alguna se puede aprobar sino en casos
extremos. La moneda para tener valor en los cambios nacionales
e internacionales requiere un minimum de estabilidad y de
seguridad. El mejor régimen en cuanto a la cantidad de la
moneda en circulación es que sea igual al volumen de
mercaderías puestas en el comercio, multiplicado por la
velocidad de circulación de la moneda, según la teoría
cuantitativa de la moneda del profesor americano Irving Fisher.
Esta teoría es bastante aceptada, como indicadora de la tendencia
existente entre el valor de la moneda y el precio de los bienes: a
precios altos corresponde poco valor en la moneda; a precios
bajos, valor alto de la moneda.

347
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

La moneda circulante, el crédito nacional e internacional, el


sistema bancario, la confianza pública, la tranquilidad social e
internacional influyen hoy día más de lo que pueden determinar
las voluntades aisladas en la fijación de los precios y en el estado
general de la economía. La amplitud de estos problemas superan
la capacidad corriente de la mayor parte de los hombres de
negocios y aun de grandes financistas que se han demostrado
impotentes para resolver los problemas económicos en el mundo
de postguerra.
Desde la última guerra los problemas de cambio internacional
se han agravado. La especulación se ha mezclado y ofensivas
concertadas49 han hecho subir o bajar artificialmente divisas
nacionales. El primer deber del Estado es asegurar la estabilidad
de su moneda. Luego podría pensarse en una acción
internacional para crear una moneda internacional que facilitara
y regularizara los cambios, aunque por el momento no parece
que nadie piense seriamente en tal medida.

3.3.2.2 La moral bancaria.


El banco en la vida económica moderna tiene un oficio múltiple:
su principal misión es recibir los depósitos de los clientes,
administrarlos prudentemente, facilitar el crédito.
Desgraciadamente la tendencia a convertirse en comerciante
ha dominado la banca moderna. Algunos países, como Estados
Unidos, han tratado de luchar contra la tendencia de los bancos
de depósitos de convertirse también en bancos de negocios, y
de ahí en directores de la economía.
Dejando a un lado los numerosos aspectos técnicos ligados a la
vida bancaria apuntemos únicamente algunas consideraciones
sobre puntos que ofrecen contactos con la moral:
La inversión de los fondos depositados por los clientes, parece
equitativo, al menos, que se inviertan en favorecer los intereses,
o el giro de sus depositantes: por ejemplo favoreciendo el
comercio o la industria si sus clientes son comerciales o
industriales. Esto toca especialmente a instituciones más
especializadas como las cajas de ahorros, creadas para favorecer
la economía de las clases pobres. Es un contrasentido que tales
fondos se destinen a edificios de lujo, de rentas de departamentos
o se presten a instituciones que nada tienen que ver con el
bienestar de las clases menesterosas.

49 Palabra dudosa. (Ver foto 256)

348
La concesión de créditos bancarios influye enormemente en un
proceso de inflación comercial si se dan con facilidad, en una
deflación si se restringen sobre todo bruscamente, con el
consiguiente cortejo de quiebras y paralización de trabajo. Estas
medidas tienen por tanto que ser sumamente ponderadas.
Misión de impulsar la vida económica: al banco le incumbe una
grave responsabilidad en el uso de los bienes de que dispone
que pueden servir para impulsar negocios de verdadero valor
para la vida del país, negocios que pueden hundirse si se les
niegan los créditos, o ni siquiera llegar a montarse por la misma
razón. En cambio hay otros negocios más lucrativos para el
industrial, pero que no responden a ninguna necesidad y que
pueden encontrar créditos por razones de amistad, por “cuñas”.
Un banco consciente de su misión no puede proceder con
arbitrariedad en estos asuntos que miran al bien común.
Las confidencias que recibe un gerente de banco de los
comerciantes o industriales que le confían sus proyectos o sus
apuros lo obligan gravísimamente al secreto profesional.
Intervención del banco en otras sociedades. Cada vez va siendo
mayor la influencia bancaria en la vida económica toda del país,
ya que todas las industrias y comercio necesitan del crédito, y
de esta manera se convierte muchas veces en amo de la vida y
de la muerte. Los bancos suelen también invertir sus fondos en
acciones de compañías las cuales tratan de controlar. Para eso a
más de sus acciones propias, logran obtener poder de sus clientes
para representarlos en las acciones de las sociedades de
accionistas, con lo que llegan a veces a dominarlas. Y tenemos
el contrasentido que una institución con relativamente pocas
acciones, gracias a poderes dados indiscriminadamente, hace
en tal institución política propia, designa consejeros e influye
fundamentalmente en sus negocios, que pasan a ser los del
banco.
Consejerías. Hay la gran ambición de entrar a los consejos de
los bancos por las dietas que se perciben y por el enorme poder
que confieren tales cargos. Así hay personas que son consejeros
de diez y hasta de veinte consejos diferentes, pues, el banco
tiene influencia en muchas instituciones que controla,
supervigila, o de las que es fuerte accionista. Son los consejeros
del banco los que ordinariamente nombran los consejeros de
estas otras instituciones que ellos controlan. Puede en esto
llegarse a la inmoralidad por varias razones: primero por el
enorme poder económico concentrado en pocas instituciones y
personas; luego, por la acumulación de cargos en pocas manos,

349
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

lo que va contra la justicia distributiva; tercero, por la poca o


ninguna atención seria que puede prestarse a tal variedad de
cargos que deben afrontar graves problemas económicos
nacionales e internacionales, a más de los problemas de la propia
institución. Para muchos consejeros la asistencia a estos consejos
es puramente pasiva en lo cual pueden faltar moralmente en
forma muy grave y hacerse cómplices por su omisión de todas
las injusticias que tal vez se cometan y que él ni siquiera se
interesa en conocer.
Todo esto pareció tener en mente Pío XI cuando escribió:
“Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no
se acumulan solamente riquezas, sino se crean enormes
poderes y una prepotencia económica despótica, en manos
de muy pocos. Muchas veces no son estos ni dueños siquiera,
sino sólo depositarios y administradores que rigen el capital
a su voluntad y arbitrio.
Estos potentados son extraordinariamente poderosos, cuando
dueños absolutos del dinero gobiernan el crédito y lo
distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de
la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en
su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que
nadie podría respirar contra su voluntad.
Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi originaria
de la economía modernísima, es el fruto que naturalmente
produjo la libertad infinita de los competidores, que sólo
dejó supervivientes a los más poderosos, que es a menudo
lo mismo que decir, los que luchan más violentamente, los
que menos cuidan de su conciencia.
A su vez esta concentración de riquezas y fuerzas produce
tres clases de conflictos: la lucha primero se encamina a
alcanzar ese potentado económico; luego se inicia una fiera
batalla a fin de obtener el predominio sobre el poder público,
y consiguientemente, de poder abusar de sus fuerzas e
influencia en los conflictos económicos; finalmente se entabla
el combate en el campo internacional, en el que luchan los
Estados pretendiendo usar de su fuerza y poder político para
favorecer las utilidades económicas de sus respectivos
súbditos o, por el contrario, haciendo que las fuerzas y el
poder económico sean los que resuelvan las controversias
políticas originadas entre las naciones” (QA 38, OSC 3).

350
“ Ningún remedio es eficaz se puede poner a tan lamentable
ruina de las almas; y, mientras perdure ésta, será inútil todo
afán de regeneración social, si no vuelven los hombres franca
y sinceramente a la doctrina evangélica, es decir, a los
preceptos de Aquel que sólo tiene palabras de vida eterna,
palabra que nunca han de pasar, aunque pasen al cielo y la
tierra. Los verdaderos conocedores de la ciencia social piden
insistentemente una reforma asentada en normas racionales
que conduzcan a la vida económica a un régimen sano y
recto. Pero ese régimen, que también Nos deseamos con
vehemencia y favorecemos intensamente, será incompleto e
imperfecto si todas las formas de la actividad humana no se
ponen de acuerdo para imitar y realizar, en cuanto es posible
a los hombres, la admirable unidad del plan divino. Ese
régimen perfecto, que con fuerza y energía proclaman la
Iglesia y la misma recta razón humana, exige que todas las
cosas vayan dirigidas a Dios como primero y supremo término
de la actividad de toda criatura y que los bienes creados,
cualesquiera que sean, se consideren como meros
instrumentos dependientes de Dios, que tanto deben usarse,
en cuanto conducen al logro de ese supremo fin. Lejos de
nosotros tener en menos las profesiones lucrativas o
considerarlas como menos conformes con la dignidad
humana; al contrario, la verdad nos enseña a reconocer en
ellas con veneración la voluntad clara del divino Hacedor,
que puso al hombre en la tierra para que la trabajara e hiciera
servir a sus múltiples necesidades. Tampoco está prohibido
a los que se dedican a la producción de bienes aumentar su
fortuna justamente; antes es equitativo que el que sirve a la
comunidad, aumenta su riqueza, se aproveche asimismo del
crecimiento del bien común conforme a su condición, con
tal que se guarde el respeto debido a las leyes de Dios, queden
ilesos los derechos de los demás, y en el uso de los bienes se
sigan las normas de la fe y de la recta razón. Si todos, en
todas partes y siempre, observaran esta ley, pronto volverían
a los límites de la equidad y de la justa distribución, no sólo
la producción y adquisición de las cosas, sino también el
consumo de las riquezas, que hoy, con frecuencia tan
desordenada, se nos ofrece; al egoísmo, que es la mancha y
el gran pecado de nuestros días, sustituiría, en la práctica y
en los hechos, la ley suavísima, pero a la vez eficacísima de
la moderación cristiana, que manda al hombre buscar
primero el reino de Dios y su justicia, porque sabe
ciertamente, por la segura promesa de la liberalidad divina,
que los bienes temporales le serán dados por añadidura en

351
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

la medida que le hiciera falta’ (Quadragesimo Anno 55)”


(Azpiazu, 1940, pp 301-307).

3.3.2.3 Algunos aspectos de la moral bursátil.


Las bolsas, tienen como misión regularizar y facilitar las
operaciones comerciales y dar mayor seriedad a las operaciones
y reflejar la situación real de la economía nacional, ventajas
éstas bien reales. Las bolsas sean de valores o de productos, son
el mercado de tales valores. Las operaciones de compra y venta
son realizadas por los corredores. Hay en ellas operaciones al
contado y a plazo. Además de las operaciones motivadas por la
simple inversión de capitales o por la necesidad de reducir a
dinero dichos valores hay otras motivadas por la especulación,
pero es por la esperanza de ganar diferencias. Hay quienes juegan
al alza, tratando de comprar a término valores, esperando que
suban y ganar la diferencia; o bien juegan a la baja, vendiendo
valores con la esperanza de ganar la diferencia. Las liquidaciones
tienen fecha fija. Estas operaciones se complican con otras que
se llaman réport y déport. El réport es una operación de crédito
bancario solicitado por quienes juegan al alza garantizada por
los mismos títulos comprados. Este crédito se le suministra
mediante el pago de intereses y comisiones. El déport, por el
contrario, es ordinariamente el recurso de quien juega a la baja
y pide en préstamo títulos que devolverá más el pago de intereses.
Las operaciones a plazo fácilmente son de simple especulación
con ánimo de lucro. Fácilmente se juega al descubierto, sin
dinero ni valores, intentando solamente pagar las diferencias.
Estas operaciones se prestan al peligro que los especuladores de
acuerdo con terceros hagan subir o bajar artificialmente los
precios con grave daño de la justicia. El precio de un papel
debe estar determinado por la situación de la empresa. Hacerlo
variar artificialmente haciendo circular noticias de buenos o
malos negocios es absolutamente ilícito. Esto no impide que
quienes con verdadero conocimiento de los negocios preven
(sic) su buen o mal rumbo puedan aprovecharse de sus noticias
para comprar o vender. En este último caso la operación es lícita.
Los negocios que se tramitan en la bolsa son complicadísimos y
muy variados, pero en cuanto a la moral, el problema central se
reduce al del justo precio de lo comprado y vendido: la bolsa
no es más que un mercado de compra-venta.
En la mayoría de las operaciones al contado entre particulares
que de buena fe quieren colocar sus capitales o reducir a dinero

352
sus títulos no hay mayor problema, pero en las especulaciones
hay varios peligros.
El primero el de la alteración fraudulenta de los precios
valiéndose de noticias falsas, usando dolosamente de noticias
secretas, segundo, convertir la especulación en un género de
vida, pues, equivaldría a vivir del juego, con todas sus desastrosas
consecuencias para el patrimonio familiar, a veces de los valores
que le han sido confiados y que no puede restituir, y de los
sobresaltos que hace realizar a la economía nacional, a la
estabilidad de las empresas. El especulador de oficio, como el
jugador, suele terminar siempre perdiendo. Las fáciles ganancias
excitan el deseo de la gente sencilla de hacer dinero de esta
forma y arriesgan en una jugada, que creen segura, la economía
de años de trabajo. En la práctica de la especulación, no
hablamos de casos aislados, sino en su generalización el fraude
y el engaño son hechos corrientes para alterar el justo precio.
Deber del Estado será pues tutelar el orden bursátil y reglamentar
seriamente las operaciones para dar garantías al cliente y a la
economía general.

3.3.2.4 El juego y la especulación.


El juego y la especulación consisten esencialmente en una
ganancia no justificada por un trabajo ni por un servicio. El juego
es efecto del azar. Cuando se arriesgan en él pequeñas cantidades
no puede condenársele sin caer en rigorismo. A partir de un
cierto nivel se convierte en inmoral y el Estado no debería tolerar
tal invitación a la pereza y al desorden.
En la especulación el azar y la previsión se mezclan en
proporciones variables. La especulación se realiza sobre todo
en los negocios de bolsa en los mercados de materias primas.
En el estado actual de la economía no se puede prohibir toda
especulación como moralmente ilícita. Por lo demás sería
imposible dado que en toda venta a plazo hay una cierta
especulación como en toda colocación de capital en acciones.
La moral no permite ni las maniobras que falsean las relaciones
de oferta y demanda, como falsas noticias, acaparamientos, ni
ciertos mercados ficticios para obtener únicamente copiosas
diferencias. En materia de especulación hace falta una acción
de conjunto de los comerciantes honrados.

353
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.3.3. El préstamo a interés.


3.3.3.1 Frecuencia actual del préstamo a interés.
El gran instrumento del mundo capitalista para poder llevar
adelante sus empresas es el crédito. El precio de este crédito es
el interés que por él se paga. En la vida económica moderna por
el servicio de disponer temporalmente de dineros ajenos se paga
un precio, como por cualquier otro servicio, por ir a un teatro,
por un asiento en el ferrocarril.
¿Es justificada esta práctica? ¿Cómo ha sido considerada en las
diferentes épocas?

3.3.3.2 Concepción y uso del dinero en la época


precapitalista.
Hasta el siglo XIX el dinero tenía casi exclusivamente el valor
de moneda de cambio: servía para comprar los bienes de
consumo, o para hacer las inversiones agrícolas o de pequeñas
industrias, cuyo desenvolvimiento no necesitaba del crédito. Sólo
producía interés el capital invertido en el campo o en las
industrias artesanales. El resto del dinero permanecía inactivo,
guardado e improductivo.
El crédito funcionaba en pequeña escala. Consecuentes con este
hecho los moralistas no concebían que el dinero que de suyo
permanecía inactivo pudiera de suyo producir frutos o intereses.
Desde Aristóteles se venía afirmando que el dinero era estéril.
La cabra engendra un cabro, pero el dinero no engendra dinero.
El préstamo corriente en esa época era para necesidades de
consumo y ordinariamente a personas necesitadas, conocidas o
amigas a las cuales estaba uno ligado por vínculos de parentesco
o amistad.
Existían – eso sí – los usureros, hombres dedicados a sacar de
apuros en sus necesidades sobre todo a los reyes y a quienes
armaban ejércitos y se hacían pagar muy caros sus servicios. Su
actitud chocaba fuertemente con el espíritu cristiano de la época,
y por eso los moralistas fueron llevados a proponerse el problema
si se podía cobrar interés por el dinero dado en préstamo.
Diferentes actos oficiales de la Iglesia se refieren a este problema.
El Concilio de Viena, los concilios Lateranenses 3º, 4º y 5º
prohiben la usura; Inocencio XI en 1679, y sobre todo Benedicto
XIV en la constitución Vix pervenit de 1745 vuelven sobre el

354
mismo tema. ¿Cuáles son estas resoluciones, y cuáles los
argumentos en que las fundan?
Benedicto XIV dice: “La especie de pecado que se llama usura,
se basa en el contrato de préstamo mutuo. Consiste en que un
prestamista autorizándose del mismo préstamo cuya naturaleza
requiere la igualdad entre lo que se recibe y lo que se devuelve,
exige más de lo que ha entregado y sostiene en consecuencia
que tiene derecho, a más del capital, a una utilidad en razón del
préstamo mismo. Por este motivo toda utilidad de esta suerte
que excede al capital es ilícita y usuraria” (Folliet p. 97).
Inocencio XI condenó como proposición escandalosa la
siguiente: “Siendo el dinero actual de mayor valor que el futuro,
puede el acreedor exigir por tal título algo del deudor y quedar
así libre de usura” (Azpiazu, p. 96).
Estas declaraciones parten de una condenación del préstamo a
base de un contrato de mutuo. El contrato de mutuo es aquel
por el cual un bien que se consume al primer uso se entrega a
otro con la obligación de devolver otro bien equivalente al
consumido.
Al entregar a otro un dinero en mutuo, yo se lo doy, ya que él no
puede usarlo sin esta transferencia de propiedad. El dinero no
es más del prestamista. Si por el trabajo de su nuevo propietario
produce frutos, yo no puedo reclamar una parte de ellos, porque
él trabajó con lo suyo: res fructificat domino. De la misma manera
si la cosa perece en su poder, si le roban el dinero por ejemplo
perece para él, que es su dueño, y yo conservo mi crédito para
obtener el equivalente de lo prestado.
Por el simple contrato de mutuo la Iglesia prohibe pedir intereses,
por las razones arriba indicadas. El mutuo no es arrendamiento,
porque en el arrendamiento hay que devolver el mismo bien
que se prestó, y en el mutuo al haberse consumido lo prestado
sólo se devuelve su equivalente. No es tampoco un depósito,
porque hay un traslado de propiedad.
La proposición condenado por Inocencio XI tenía el sentido que
el simple transcurso de tiempo no cambia el valor del dinero
que ha de ser devuelto, pero los comentaristas más severos de
aquella época estaban de acuerdo, en que podría pedirse algo
si además de este transcurso hubiera una razón extrínseca, como
el daño para el prestamista.
Estas resoluciones hay que interpretarlas en el sentido estricto
de lo condenado como arriba se ha expuesto, y en el contexto

355
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

económico de la época en que el dinero era realmente


improductivo, simple instrumento de cambio, consumible por
el primer uso.
Aun en esta época admitían, sin embargo, los moralistas desde
Santo Tomás, la licitud de los intereses cuando intervenían títulos
extrínsecos al contrato mismo de mutuo, y reducían estos títulos
principalmente a tres: el daño emergente, esto es las pérdidas
sufridas por el prestamista al prestar; el lucro cesante, lo que
deja de ganar por tal motivo; el peligro en la devolución de lo
prestado. Estos motivos cuando ocurren, justifican un interés
según los grandes moralistas de la época precapitalista, por
ejemplo Lugo y Lessio en sus tratados De Iustitia et Iure.

3.3.3.3 El préstamo a interés en la época capitalista.


Las condiciones externas son totalmente diferentes. La expansión
de la gran industria reclama instántemente (sic) el crédito, y una
demanda inmensa de capitales lleva a la formación de bancos
que lo ofrecen para ser inmediatamente transformado en
maquinarias, tierras, materias primas. Hoy no se concibe el
capital ocioso.
La orientación del préstamo en la época actual es también
diferente: no va principalmente al consumo sino a la producción.
La naturaleza misma del dinero ha cambiado en la época actual
no porque su materialidad haya cambiado, sino por las nuevas
circunstancias económicas. En la antigüedad no tenía más valor
que el de instrumento de cambio, cosa que se consumía al primer
uso, pero hoy se advierte que el dinero es un capital
representativo de cualquier otro capital: se puede transformar
inmediatamente en máquinas, tierras, barcos....
De aquí los moralistas modernos llegan a la conclusión que en
una economía como la nuestra en que la propiedad de los
elementos de producción pertenece a los particulares (distinto
sería en el caso de una economía marxista en que la producción
estuviera reservada al estado), el dinero ha dejado de ser
improductivo. Es eminentemente productivo: porque no es sino
trabajo acumulado convertido en bien inmaterial, por ejemplo
en una maquinaria, y porque con él el hombre puede producir
mucho más que sin él. El dinero en sí, mientras es puro dinero,
mientras no ha sido cambiado es un puro instrumento de cambio,
pero en cuanto ha sido cambiado se convierte en todo lo que es
capaz de hacer producir. Y el dinero en cuanto dinero nadie lo
guarda hoy sino en mínimas cantidades; algún raro avaro en un

356
rincón de su casa, pero ordinariamente está en acciones de
compañías, en bonos, en máquinas, en edificios o títulos de
sociedades urbanas, está siempre invertido en algo productivo:
el dinero en cuanto a dinero improductivo es un fenómeno que
ha desaparecido de la economía moderna. Esta transformación
de la naturaleza del dinero es un hecho típico de nuestra
economía y hace que el dinero sea algo que se pueda arrendar,
porque se arrienda transformado en bienes comprados, hace
que se pueda afirmar que es un bien productivo no consumible
por el primer uso y que por tanto se puede arrendar como se
arrienda una casa. El dinero sólo es improductivo mientras no
se cambia en los valores que representa, pero en el momento
en que se cambia por cualquier valor se convierte en capital y
unido al trabajo produce. El préstamo a la producción se hace
para que sea transformado en máquinas, en tierras y produzca.
Si el prestamista no presta hará él una inversión análoga. El título
del lucro cesante, raro en la antigüedad, ha pasado a ser
connatural con la economía moderna, y su estado normal.
A más de este título de la fecundidad del capital, propio de una
economía capitalista, y de los extrínsecos de daño emergente,
lucro cesante y peligro en la devolución, hay otros admitidos
por Benedicto XIV: el contrato de asociación. E l propietario del
dinero no entrega su dominio, lo conserva, y mientras otros
aportan su trabajo, su competencia técnica, la dirección, él
aporta el dinero, y participa en los riesgos de la empresa, lo que
le da derecho a una parte de los beneficios. Benedicto XIV admite
también la legitimidad del contrato de renta, otra forma del
contrato de asociación: el prestamista entrega el dinero a otro
para que compre un bien, de cuyos frutos él participará como
asociado con todos los riesgos del caso.
Esta justificación del derecho de percibir un interés en la
economía capitalista no significa una aprobación de los
procedimientos de esta economía, alejada por tantos motivos
del espíritu cristiano. Hoy en ella el capital financiero dispone
como amo del capital industrial, el capital industrial se impone
a la técnica y al trabajo. Al hacer el balance las compañías
asignan un interés al capital, su remuneración automática, y un
dividendo como participación en los beneficios con él obtenidos,
participación de beneficios que niegan al principal factor de la
producción que es el trabajo. Y como estas observaciones, otras
que recordamos al referirnos al capitalismo, pero todos estos
daños no obstan a que en esta economía, que en sí no es
estrictamente injusta, sea lícito el percibir interés, es también
para los cristianos buscar otro régimen económico más justo.

357
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

3.3.3.4 La tasa del interés.


Ha de acomodarse al valor del servicio prestado. El precio del
interés, como todo precio, debe ser ante todo justo, y debe
también atender a la equidad y a la caridad. La cuantía del interés
dependerá pues del servicio que presta el dinero a la producción.
En el interés en el préstamo al consumo se justifica un interés en
economía capitalista por el beneficio de que se priva el
prestamista, que normalmente habría obtenido con su dinero,
pero la tasa en esta clase de préstamos debe atender con especial
cuidado a la equidad y caridad. Lo lícito puede, con frecuencia,
ser injusto, y opuesto a equidad y a la caridad.
La tasa legal o la corriente, siempre que no se pruebe que es
injusta, puede servir como norma del interés que pueda cobrarse.
El Derecho Canónico50 en su canon 1543 recuerda que si se
facilita el dinero en forma de mutuo no se puede pedir nada en
virtud del mismo contrato, pero que se puede solicitar por los
títulos extrínsecos y en proporción a ellos51 .

50 El P. Hurtado se refiere aquí al Código de Derecho Canónico vigente en ese


momento, el de 1917. El código actualmente vigente es el de 1983.
En el original, a continuación aparece: “copiarlo – pq. no es clara la
citación”.

358
359
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

360
4. REFORMA SOCIAL O REFORMA MORAL.

4.1 Urgencia de una reforma social.


El cotejo de los principios de moral social con la realidad
cotidiana en medio de la cual vivimos nos hace ver cuán lejos
estamos de vivir dominados por los principios. La necesidad de
una reforma social es urgente.
“Una gran parte de la humanidad y, no pocos que se llaman
cristianos, tienen su parte en la responsabilidad colectiva por el
aumento del error y de la maldad, y la falta de fibra moral en la
sociedad presente” (Pío XII, Mensaje de Navidad de 1942, OSC
337).
“Estas condiciones de seguridad social deben realizarse si es
que queremos que la sociedad no se vea sacudida, cada
momento, por fermentos de turbulencias, y por peligrosas
rebeliones, sino que se tranquilice y progrese en armonía, en
paz y en amor mutuo” (Pío XII, Junio de 1943, OSC 338).

4.2 Reforma moral y religiosa.


“En opinión de algunos la llamada cuestión social es solamente
económica, siendo por el contrario ciertísimo, que es
principalmente moral y religiosa, y por esto ha de resolverse en
conformidad con las leyes de la moral y de la religión... Alejad
del alma los sentimientos que infiltró la educación cristiana;
quitad la previsión, modestia, paciencia y las demás virtudes
morales e inútilmente se obtendrá la prosperidad, aunque con
grandes esfuerzos se pretenda” (León XIII, Graves de communi,
OSC 300). “Por esto, si remedio ha de tener el mal que ahora
padece la sociedad, este remedio no puede ser otro que la
restauración de la vida e instituciones cristianas” (RN 22, OSC
301).

Pío XI nos repite con insistencia las mismas ideas:


“…a esta restauración social tan deseada debe preceder la
renovación profunda del espíritu cristiano, del cual se han
apartado desgraciadamente tantos hombres dedicados a la
economía; de lo contrario, todos los esfuerzos serán estériles
y el edificio se asentará no sobre roca, sino sobre arena
movediza” (QA 52, OSC 307).

361
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

“Los verdaderos conocedores de la ciencia social piden


insistentemente una reforma asentada en normas racionales,
que reconduzcan la vida económica a un régimen sano y
recto. Pero ese régimen, que también Nos deseamos con
vehemencia y favorecemos intensamente, será incompleto
si todas las formas de la actividad humana no se ponen de
acuerdo para imitar y realizar, en cuanto es posible a los
hombres, la admirable unidad del divino consejo. Ese régimen
perfecto, que con fuerza y energía proclaman la Iglesia y la
misma recta razón humana, exige que todas las cosas vayan
dirigidas a Dios, como a primero y supremo término de la
actividad de toda criatura, y que los bienes creados,
cualesquiera que sean, se consideren como meros
instrumentos dependientes de Dios, que en tanto deben
usarse, en cuanto conducen al logro de ese supremo fin.
Lejos de nosotros tener en menos las profesiones lucrativas o
considerarlas como menos conformes con la dignidad
humana; al contrario, la verdad nos enseña a reconocer en
ellas, con veneración, la voluntad clara del divino Hacedor,
que puso al hombre en la tierra para que la trabajara e hiciera
servir a sus múltiples necesidades. Tampoco está prohibido
a los que se dedican a la producción de bienes aumentar su
fortuna justamente; antes es equitativo que el que sirve a la
comunidad y aumenta su riqueza, se aproveche asimismo
del crecimiento del bien común conforme a su condición,
con tal que se guarde el respeto debido a las leyes de Dios,
queden ilesos los derechos de los demás, y en el uso de los
bienes se sigan las normas de la fe y de la recta razón. Si
todos, en todas partes y siempre observaran esta ley, pronto
volverían a los límites de la equidad y de la justa distribución
no sólo la producción y adquisición de las cosas, sino también
el consumo de las riquezas, que hoy con frecuencia tan
desordenado se nos ofrece; al egoísmo, que es la mancha y
el gran pecado de nuestros días, sustituiría en la práctica y
en los hechos la ley suavísima, pero, a la vez, efícasísima de
la moderación cristiana, que manda al hombre buscar
primero el reino de Dios y su justicia, porque sabe ciertamente
por la segura promesa de la liberalidad divina que los bienes
temporales le serán dados por añadidura, en la medida que
le hiciere falta” (QA 55, OSC 308).

362
4.2.1 La vida evangélica.
“Como en todos los períodos más borrascosos de la historia
de la Iglesia, así hoy todavía el remedio fundamental está en
una sincera renovación de la vida privada y pública según
los principios del Evangelio en todos aquellos que se glorían
de pertenecer al redil de Cristo, para que sean
verdaderamente la sal de la tierra que preserva la sociedad
humana de una corrupción total.
Con ánimo profundamente agradecido al Padre de la luces,
de quien desciende ‘toda dádiva buena y todo don perfecto’;
vemos en todas partes signos consoladores de esta renovación
espiritual, no sólo en tantas almas singularmente elegidas
que en estos últimos años se han elevado a la cumbre de la
más sublime santidad, y en tantas otras cada vez más
numerosas que generosamente caminan hacia la misma
luminosa meta; sino también en una piedad sentida y vivida
que reflorece en todas las clases de la sociedad, aun en las
más cultas, como lo hemos hecho notar en nuestro reciente
Motu proprio In multis solaciis, del 28 de Octubre pasado,
con ocasión de la reorganización de la Academia Pontificia
de Ciencias” (DR 41 y 42, OSC 311).
La renovación de la vida según los principios del Evangelio es
una transformación de los individuos, tomados uno a uno, según
los principios de Cristo para mirar la vida con sus ojos, juzgarla
con su criterio, para hacer en la tierra lo que El haría si estuviese
en nuestro lugar. Este ideal es altísimo, es la más pura santidad,
pero nada menos que con ese tipo de hombres de cualquier
estado y condición social puede pensarse en realizar una reforma
social. El cristianismo vivido íntegramente por un grupo
numeroso de cristianos será la levadura que hará levantar la
masa y transformará también las instituciones públicas.
El mundo, casi sin darse cuenta de ello, está ansioso de encontrar
tales hombres, resueltos a realizar un ideal absoluto, cuando
los encuentre serán muchos los que lo seguirán. El alma humana
es “naturaliter christiana”.
“…procuremos ayudar con todas nuestras fuerzas a aquellas
miserables almas alejadas de Dios, y enseñémoslas a
separarse de los excesivos cuidados temporales y aspirar
confiadamente hacia las cosas eternas. A veces se obtendrá
esto más fácilmente de lo que a primera vista pudiera
esperarse. Puesto que, si en el fondo aún del hombre más
perdido se esconden, como brasas debajo de la ceniza,
fuerzas espirituales admirables, testimonios indudables del

363
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

alma naturalmente cristiana, ¡cuánto más en los corazones


de aquellos, y son los más, que han ido al error más bien por
ignorancia o por las circunstancias exteriores!” (QA 57, OSC
330).
La vida según los preceptos del Evangelio supone la práctica de
todas las virtudes: sólo nos detendremos en aquellas que tienen
un carácter más eminentemente social, aunque en verdad todas
lo realizan, aun aquellas que despectivamente llaman algunos
“pasivas” como la mortificación, la oración, la pureza, la
obediencia. Sin ellas no se concibe un apóstol cristiano, y su
ausencia constituye la raíz de los males que lamentamos.

4.2.2 El amor cristiano.


El cristianismo se resume entero en el mensaje del amor: (textos
Humanismo Social.)52
Esta preeminencia de la caridad en la mente de Cristo y en la de
quienes fueron los depositarios inmediatos de su doctrina hace
que la primera virtud que reclama la reforma social, es la caridad.
León XIII pide a los Obispos que con la autoridad y con el
ejemplo inculquen ante nada
“…la caridad, señora y reina de todas las virtudes. Porque la
salud que se desea, principalmente se ha de esperar de una
grande efusión de caridad; es decir, de caridad cristiana, en
que se compendia la ley de todo el Evangelio, y, que dispuesta
siempre a sacrificarse a si propia por el bien de los demás, es
al hombre contra la arrogancia del siglo y el desmedido
amor de sí, antídoto ciertísimo, virtud cuyos oficios y divinos
caracteres describió el apóstol Pablo con estas palabras: La
caridad es paciente, es benigna; no busca su provecho; todo
lo sobrelleva; todo lo soporta” [1 Co 13, 6 y 7] (RN 45, OSC
304).
“¡Como se engañan los reformadores incautos, que
desprecian soberbiamente la ley de la caridad, porque sólo
se cuidan de hacer observar la justicia conmutativa!
Ciertamente, la caridad no debe considerarse como una
sustitución de los deberes de justicia que injustamente dejan
de cumplirse. Pero, aún suponiendo que cada uno de los
hombres obtenga todo aquello a que tiene derecho, siempre
queda para la caridad un campo dilatadísimo. La justicia

52
No es evidente a qué parte del texto se refiere.

364
sola, aun observada puntualmente, puede, es verdad, hacer
desaparecer la causa de las luchas sociales, pero nunca unir
los corazones y enlazar los ánimos. Ahora bien, todas las
instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la
colaboración social, por bien concebidas que parezcan,
reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que
une a los miembros entre sí; cuando falta ese lazo de unión,
la experiencia demuestra que las fórmulas más perfectas no
tienen éxito alguno. La verdadera unión de todos en aras del
bien común sólo se alcanza cuando todas las partes de la
sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran
familia e hijos del mismo Padre celestial, más aún, un sólo
cuerpo en Cristo, “siendo todos recíprocamente miembros
los unos de los otros” por donde“ si un miembro padece,
todos los miembros se compadecen” [1Co 12,26]. Entonces
los ricos y demás directores cambiarán su indiferencia
habitual hacia los hermanos más pobres en un amor solícito
y activo, recibirán con corazón abierto sus peticiones justas,
y perdonarán de corazón sus posibles culpas y errores. Por
su parte los obreros depondrán sinceramente ese sentimiento
de odio y envidia, de que tan hábilmente abusan los
propagadores de la lucha social, y aceptarán sin molestia el
puesto que les ha señalado la divina Providencia en la
sociedad humana, o mejor dicho lo estimarán mucho, bien
persuadidos de que colaboran útil y honrosamente al bien
común cada uno según su propio grado y oficio, y que siguen
así de cerca las huellas de Aquel que, siendo Dios, quiso ser
entre los hombres obrero, y aparecer como hijo de obrero”
(QA 56, OSC 309).

“Pero cuando vemos por un lado una muchedumbre de


indigentes que, por causas ajenas a su voluntad, están
realmente oprimidos por la miseria; y por otro lado, junto a
ellos, tantos que se divierten inconsideradamente y gastan
enormes sumas en cosas inútiles, no podemos menos de
reconocer con dolor que no sólo no es bien observada la
justicia, sino que tampoco se ha profundizado lo suficiente
en el precepto de la caridad cristiana, ni se vive conforme a
él en la práctica cotidiana. Deseamos, pues, Venerables
Hermanos, que sea más y más explicado de palabra y por
escrito este divino precepto, precioso distintivo dejado por
Cristo a sus verdaderos discípulos; este precepto que nos
enseña a ver en los que sufren a Jesús mismo y nos obliga a
amar a nuestros hermanos como el divino Salvador nos ha

365
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

amado, es decir, hasta el sacrificio de nosotros mismos, y si


es necesario, aun de la propia vida. Mediten todos a menudo
aquellas palabras, consoladoras por una parte, pero terribles
por otra, de la sentencia final, que pronunciará el día del
Juicio final: ‘Venid, benditos de mi Padre... porque tuve
hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber...
En verdad os digo: siempre que los hicisteis con alguno de
estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis’. Y
por el contrario: ‘Apartaos de Mí, malditos al fuego eterno...:
porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no
me disteis de beber... En verdad os digo: siempre que dejasteis
de hacerlo con alguno de estos mis pequeños hermanos,
dejasteis de hacerlo conmigo’ (Mt 25, 44-45)” (DR 47, OSC
315).

4.2.3 Hambre y sed de justicia.


“Pero la caridad nunca será verdadera caridad sino tiene
siempre en cuenta la justicia. El Apóstol enseña que ‘quien
ama al prójimo, ha cumplido la ley’; y da la razón: ‘porque
el No fornicar, No matar, No robar... y cualquier otro mandato,
se resume en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. [Rm 13, 8-9] si pues, según el Apóstol, todos los
deberes se reducen al único precepto de la verdadera caridad,
también se reducirán a él los que son de estricta justicia,
como el no matar y el no robar; una caridad que prive al
obrero del salario al que tiene estricto derecho, no es caridad,
sino un vano nombre y una vacía apariencia de caridad. Ni
el obrero tiene necesidad de recibir como limosna lo que le
corresponde por justicia; ni puede pretender nadie eximirse
con pequeñas dádivas de misericordia de los grandes deberes
impuestos por la justicia. La Caridad y la Justicia imponen
deberes, con frecuencia acerca del mismo objeto, pero bajo
diversos aspectos; y los obreros, por razón de su propia
dignidad, son justamente muy sensibles a estos deberes de
los demás que dicen relación a ellos” (DR 49, OSC 179).
“Por esto nos dirigimos de modo particular a vosotros,
patrones e industriales cristianos, cuya tarea es a menudo
tan difícil porque vosotros padecéis la pesada herencia de
los errores de un régimen económico inicuo que ha ejercitado
su ruinoso influjo durante varias generaciones; acordaos de
vuestra responsabilidad. Es, por desgracia, verdad que el
modo de obrar de ciertos medios católicos ha contribuido a

366
quebrantar la confianza de los trabajadores en la religión de
Jesucristo. No querían aquellos comprender que la caridad
cristiana exige el reconocimiento de ciertos derechos debidos
al obrero y que la Iglesia le ha reconocido explícitamente.
¿Cómo juzgar de la conducta de los patronos católicos que
en algunas partes consiguieron impedir la lectura de Nuestra
Encíclica Quadragesimo Anno en sus iglesias personales?
¿o la de aquellos industriales católicos que se han mostrado
hasta hoy enemigos de un movimiento obrero recomendado
por Nos mismo? ¿y no es de lamentar que el derecho de
propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido usado algunas
veces para defraudar al obrero de su justo salario y de sus
derechos sociales” [DR 50] (OSC 317).
“El alma de la paz, digna de ese nombre, y su espíritu
vivificador, sólo podrá ser una: una justicia que, en forma
imparcial, dé a cada uno lo que le corresponda, y obtenga
de cada uno lo que debe, una justicia que no dé todas las
cosas a todos, pero que a todos dé amor y no haga daño...
una justicia que sea hija de la verdad, y madre de una sana
libertad y de segura grandeza” (Pío XII, 1 de septiembre de
1944, OSC 185).
“…las reglas, aún las mejores que puedan establecerse, jamás
serán perfectas y serán condenadas al fracaso si los que
gobiernan los destinos de los pueblos y esos mismos pueblos
no se impregnan con un espíritu de buena voluntad, de
hambre y sed de justicia, y de amor universal, que es el
objetivo final del idealismo cristiano” (Pío XII, Navidad de
1940; OSC 183).

4.2.4 Sobriedad de vida. (Cfr. Humanismo Social ).


En la encíclica sobre el comunismo ateo exhorta el Papa a
“…una vida más modesta; renunciar a los placeres, muchas
veces hasta pecaminosos, que el mundo ofrece hoy en tanta
abundancia; olvidarse de sí mismo, por el amor del prójimo.
Hay una divina fuerza regeneradora en este ‘precepto nuevo’
(como lo llamaba Jesús) de la caridad cristiana, cuya fiel
observancia infundirá en los corazones una paz interna que
no conoce el mundo, y remediará eficazmente los males que
afligen a la humanidad” [DR 48] (OSC 316).

367
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Daños del lujo53 .


4.2.5 Espíritu de pobreza.
La pobreza a la cual el Evangelio promete la felicidad no es la
miseria, ni la mendicidad, ni la condición proletaria, sino saberse
reducir a lo necesario, despojarse de lo superfluo, despego de
los bienes terrenos. El pobre de hecho, que acepta con corazón
generoso su pobreza, la inseguridad y la dependencia será feliz
en el otro mundo y aun en éste pues goza de la verdadera paz
que se asienta en el alma. El que todo lo renuncia, todo lo posee,
y pasa por la vida con una mirada libre, pura y desposeída.
El rico si quiere ser feliz, el Señor se lo dice, tiene que hacerse
pobre. Que posea sus riquezas como quien no es dueño sino
simple administrador. No podrá servir dos señores: el servicio
de Dios es incompatible con el servicio de las riquezas. No
alcanzará el espíritu de pobreza sino el rico que acepta un
minimum de pobreza efectiva, que se reducirá a lo necesario y
depositará lo superfluo en el seno de los pobres.
En nuestros tiempos de alta cultura y de elevado standard de
vida es necesario que los hombres tengan el valor de abrazar la
pobreza, para que otros puedan escapar de la miseria. Si el reino
de la abundancia llega alguna vez a instaurarse, los hombres
necesitarán como nunca la pobreza y el espíritu de sacrificio si
quieren seguir permaneciendo hombres libres y no esclavos.
Esta es la verdad que nos inculca Pío XI cuando dice:
“Todos los cristianos, ricos y pobres, deben tener siempre
fija la mirada en el cielo, recordando que ‘no tenemos aquí
ciudad permanente, sino que vamos tras de la futura’ [Hb
13,14]. Los ricos no deben poner su felicidad en las cosas de
la tierra, ni enderezar sus mejores esfuerzos a conseguirlas;
sino que, considerándose sólo como administradores que
saben tienen que dar cuenta al Supremo Dueño, se sirvan de
ellas como de preciosos medios que Dios les otorga para
hacer el bien; y no dejen de distribuir a los pobres lo
superfluo, según el precepto evangélico. De lo contrario se
verificará en ellos y en sus riquezas la severa sentencia de
Santiago Apóstol: ‘Ea, pues, ricos, llorad, levantad el grito en

53 Esta idea queda inconclusa. Al parecer el P. Hurtado delinea el plan de su


redacción en los siguientes fragmentos:
“Hums. soc. Al hablar de la actual vida social.
Austeridad en todas las clases sociales. Lo que el pueblo despilfarra carreras,
vino, estadísticas. Chile pc. Tro Poblete Troncoso.” [Ver Humanismo Social
pp. 209 – 237]

368
vista de las desdichas que han de sobreveniros. Podridos están
vuestros bienes; y vuestras ropas han sido roídas por la polilla.
El oro y la plata vuestra se han enmohecido; y el orín de
estos metales dará testimonio contra vosotros, y devorará
vuestras carnes como un fuego. Os habéis atesorado ira para
los últimos días’” [St 5,1-3] (DR 44, OSC 313).

4.2.6 Oración y penitencia.


Pío XI como poderosísimo medio nos recomienda
“…el espíritu de oración unido a la penitencia cristiana.
Cuando los Apóstoles preguntaron al Salvador por qué no
habían podido librar del espíritu maligno a un endemoniado,
les respondió el Señor ‘tales demonios no se lanzan más que
con la oración y el ayuno’ [Mc 9,29]. Tampoco podrá ser
vencido el mal que hoy atormenta a la humanidad sino con
una santa cruzada universal de oración y de penitencia; y
recomendamos singularmente a las Órdenes contemplativas,
masculinas y femeninas, que redoblen sus súplicas y sacrificios
para impetrar del Cielo una poderosa ayuda a la Iglesia en las
luchas presentes, con la potente intercesión de la Virgen
Inmaculada, la cual, así como un día aplastó la cabeza de la
antigua serpiente, así también es hoy segura defensa e
invencible ‘Auxilio de los cristianos’” (DR 59, OSC 318).
El mismo Pontífice señala un fruto especial de la oración:
“La oración quitará, además, la misma causa de las
dificultades de la hora presente, que arriba hemos señalado,
esto es, la insaciable codicia de bienes terrenos. El hombre
que ora, mira hacia arriba, o sea, a los bienes del cielo, que
medita y desea; todo su ser se inmerge en la contemplación
del admirable orden puesto por Dios, que no conoce la manía
de los éxitos, y no se pierde en fútiles competencias de
siempre mayores velocidades; y así casi por sí mismo se
restablecerá el equilibrio entre el trabajo y el descanso, que
con grave daño para la vida física, económica y moral, falta
por completo en la actual sociedad. Porque si los que, por
causa de excesiva producción fabril, han caído en la
desocupación y en la miseria, quisieran dar el tiempo
conveniente a la oración, conseguirían con ello que el trabajo
y la producción volvieran muy pronto a los límites razonables;
y la lucha que ahora divide la humanidad en dos grandes
campos de batalla, en que se disputan intereses meramente
pasajeros, quedaría absorbida en la noble y pacífica

369
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

contienda por la adquisición de los bienes celestes y eternos.


De esta manera se abriría también camino a la tan suspirada
paz, como bellamente insinúa San Pablo, cuando el precepto
de la oración con los santos deseos de la paz y de la salvación
de todos los hombres: “Os recomiendo, pues, ante todas cosas
que se hagan súplicas, oraciones, rogativas, acciones de
gracia por todos los hombres; por los reyes y por todos los
constituídos en alto puesto, a fin de que tengamos una vida
quieta y tranquila en el ejercicio de toda piedad y honestidad.
Porque esta es una cosa buena y agradable a los ojos de
Dios, Salvador nuestro; el cual quiere que todos los hombres
se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tm 2, 1-
4)” (CCC 13 y 14, OSC 320).
“Dejad que vuestros pensamientos y los sentimientos de
vuestro corazón estimulen vuestra fe, obreros y obreras
cristianos, renovando la vida de vuestra fe, fortaleciéndola
con la plegaria cuotidiana. Dejad que con oraciones
comiencen y terminen vuestros días de trabajo. Dejad que
vuestros pensamientos y los sentimientos de vuestro corazón
iluminen y enardezcan vuestras almas, especialmente durante
el descanso dominical y en las fiestas de guardar, haciendo
que ellos os acompañen y guíen al asistir a la Santa Misa.
Nuestro Salvador, Obrero como vosotros, en Su vida terrenal
fue obediente al Padre, hasta la muerte, y ahora, en el altar,
Calvario incruento, renueva perpetuamente Su mismo
Sacrificio, para el bien del mundo, completando así la obra
de redención y convirtiéndose en el Dador de la Gracia y el
Pan de Vida, para aquellas almas que Lo aman y que, en sus
debilidades, se vuelven a Él buscando remedio.
Que todo obrero cristiano renueve, ante el altar de la Iglesia,
su promesa de trabajar obediente al Divino Precepto del
trabajo, sea éste el que fuere, intelectual o manual, para ganar
con sus fatigas y sacrificios, el pan que alimenta a los que
ama, siempre recordando el fin moral de la vida terrenal y la
vida eterna, conformando sus intenciones con las del Salvador
y convirtiendo su trabajo en himno de alabanzas a Dios.
En toda circunstancia y ocasión, amados hijos e hijas,
sostened y defended vuestra dignidad personal. Los
materiales con que trabajáis fueron creados por Dios desde
el principio del mundo y, en los laboratorios de los siglos,
fueron moldeados por El, sobre la tierra y en sus profundas
entrañas, por cataclismos, evolución natural, erupciones y
transformaciones, para preparar una morada al hombre, y

370
para su trabajo. Dejad, pues, que estos materiales se
conviertan en perenne recuerdo de la Mano Creadora de
Dios, y dejad que por este medio vuestras almas se eleven
a El, Legislador Supremo, Cuyos preceptos deben observarse
hasta en la vida de las fábricas” (Pío XII, Junio de 1943;
OSC 322).

4.2.7 Formación social. (Cfr. Humanismo Social capítulo


sobre la formación social).
“Para dar a esta acción una eficacia mayor, es muy necesario
promover el estudio de los problemas sociales a la luz de la
doctrina de la Iglesia y difundir sus enseñanzas bajo la
dirección de la Autoridad de Dios constituída en la Iglesia
misma. Si el modo de proceder de algunos católicos ha
dejado que desear en el campo económico-social, ello se
debe con frecuencia a que no han conocido suficientemente
ni meditado las enseñanzas de los Sumos Pontífices en la
materia. Por esto es sumamente necesario que en todas las
clases de la sociedad se promueva una más intensa formación
social correspondiente al diverso grado de cultura intelectual,
y se procure con toda solicitud e industria la más amplia
difusión de las enseñanzas de la Iglesia aún entre la clase
obrera. Ilumínense las mentes con la segura luz de la doctrina
católica, muévanse las voluntades a seguirla y aplicarla como
norma de una vida recta, por el cumplimiento concienzudo
de los múltiples deberes sociales. Y así se evitará esa
incoherencia y discontinuidad en la vida cristiana de la que
varias veces Nos hemos lamentado, y que hace que algunos,
mientras son aparentemente fieles al cumplimiento de sus
deberes religiosos, luego en el campo del trabajo, o de la
industria, o de la profesión, o en el comercio, o en el empleo,
por un deplorable desdoblamiento de conciencia, llevan una
vida demasiado disconforme con las claras normas de la
justicia y de la caridad cristiana, dando así grave escándalo
a los débiles y ofreciendo a los malos fácil pretexto para
desacreditar a la Iglesia misma” (DR 55, OSC 323).
Nótese que el Papa desea que la formación en el conocimiento
de los derechos y deberes sociales se dé a todas las clases
sociales, incluso a los obreros. Algunos piensan que es
imprudente54.

54
En el texto original, a continuación aparece “Óigase lo que bien responde
Mons. Pildain, Obispo de Canarias:” El párrafo queda inconcluso.

371
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

4.2.8 Acción social.


Suma urgencia reclamaba León XIII para la acción social:
“Aplíquese cada uno a la parte que le toca, y
prontísimamente; no sea que con el retraso de la medicina
se haga incurable el mal, que es ya grande. Den leyes y
ordenanzas previsoras los que gobiernan los Estados; tengan
presentes sus deberes los ricos y los amos; esfuércense, como
es razón, los proletarios, suya es la causa; y puesto que la
Religión, como al principio dijimos, es la única que puede
arrancar de raíz el mal, pongan todos la mira principalmente
en restaurar las costumbres cristianas, sin las cuales esas
mismas armas de la prudencia, que se piensa son muy
idóneas, valdrán muy poco para alcanzar el bien deseado.
La Iglesia, por lo que a ella le toca, en ningún tiempo y en
ninguna manera consentirá que se eche de menos su acción;
y será la ayuda que preste tanto mayor, cuanto mayor sea la
libertad de acción que se le deje; y esto entiéndanlo
particularmente aquellos cuyo deber es mirar por el bien
público.
Apliquen todas las fuerzas de su ánimo y toda su industria
los sagrados ministros y precediéndoles vosotros Venerables
Hermanos, con la autoridad y con el ejemplo, no cesen de
inculcar a los hombres de todas las clases las enseñanzas de
la vida, tomadas del Evangelio: con cuantos medios puedan,
trabajen en bien de los pueblos, y especialmente procuren
conservar en sí, y excitar en los otros, lo mismo en los de las
clases más altas, que en los de las más bajas, la caridad,
señora y reina de todas las virtudes. Porque la salud que se
desea, principalmente se ha de esperar de una grande efusión
de caridad; es decir, de caridad cristiana, en que se
compendia la ley de todo el Evangelio, y, que dispuesta
siempre a sacrificarse a sí propia por el bien de los demás, es
al hombre contra la arrogancia del siglo y el desmedido amor
de sí, antídoto ciertísimo, virtud cuyos oficios y divinos
caracteres describió el Apóstol Pablo con estas palabras: La
Caridad es paciente, es benigna; no busca su provecho; todo
lo sobrelleva; todo lo soporta” (RN 45, OSC 328).
Esta urgencia la han venido renovando los últimos Papas ante el
crecimiento de los males cada vez mayores.
“Nada debe quedar por hacer para apartar a la sociedad de
tan graves males; tiendan a eso nuestros trabajos, nuestros
esfuerzos, nuestras continuas y fervientes oraciones a Dios.

372
Puesto que, con el auxilio de la gracia divina, en nuestras
manos está la suerte de la familia humana.
No permitamos, Venerables Hermanos y amados Hijos, que
los hijos de este siglo entre sí parezcan más prudentes que
nosotros, que por la divina bondad somos hijos de la luz.
Los hemos visto escogiendo con suma sagacidad activos
adeptos, y formándolos para esparcir sus errores de día en
día más extensamente entre todas las clases y en todos los
puntos de la tierra.
Siempre que tratan de atacar con más vehemencia a la Iglesia
de Cristo, los vemos acallar sus internas diferencias, formar
en la mayor concordia un solo frente de batalla, y trabajar
con todas sus fuerzas unidas para alcanzar el fin común”
(QA 58, OSC 332).
“Confiamos en que nuestros fieles hijos e hijas del mundo
católico, heraldos de la idea social-cristiana, contribuirán -
aún al precio de considerables sacrificios- al progreso hacia
esa justicia social, en busca de la cual todos los discípulos
verdaderos de Cristo deben sufrir hambre y sed” (Pío XII, 1º
de septiembre de 1944, OSC 339).

4.2.9 Acción del sacerdote.


En primer lugar, a los sacerdotes, encargados de tener encendida
la luz de la fe, pide el Papa que vayan al pueblo.
“De modo particular recordamos a los sacerdotes la
exhortación tantas veces repetida por Nuestro Predecesor
León XIII de ir al obrero; exhortación que Nos hacemos
Nuestra completándola: ´id al obrero, especialmente al obrero
pobre, y en general, id a los pobres`, siguiendo en esto las
enseñanzas de Jesús y de su Iglesia. Los pobres, en efecto,
son los que están más expuestos a las insidias de los
agitadores, que explotan su mísera condición para encender
la envidia contra los ricos y excitarlos a tomar por la fuerza
lo que les parece que la fortuna les ha negado injustamente;
y si el sacerdote no va a los obreros, a los pobres, a prevenirlos
o a desengañarlos de los prejuicios y falsas teorías, llegaran
a ser fácil presa de los apóstoles del comunismo” (DR 61,
OSC 348).
“No podemos negar que se ha hecho ya mucho en este
sentido, especialmente después de las Encíclicas Rerum
Novarum y Quadragesimo Anno; y saludamos con paterna

373
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

complacencia el industrioso celo pastoral de tantos Obispos


y Sacerdotes, que con las debidas prudentes cautelas, van
excogitando y probando nuevos métodos de apostolado que
corresponden mejor a las exigencias modernas. Pero todo
esto es aún demasiado poco para las presentes necesidades.
Así como cuando la Patria está en peligro, todo lo que no es
estrictamente necesario o no está directamente ordenado a
la urgente necesidad de la defensa común, pasa a segunda
línea; así también en nuestro caso, toda otra obra, por más
hermosa y buena que sea, debe ceder el puesto a la vital
necesidad de salvar las bases mismas de la fe y de la
civilización cristiana. Por consiguiente los sacerdotes en sus
parroquias, dedicándose naturalmente cuanto sea necesario
al cuidado ordinario de los fieles, reserven la mejor y la mayor
parte de sus fuerzas y de su actividad para volver a ganar las
masas trabajadoras a Cristo y a su Iglesia y para hacer penetrar
el espíritu cristiano en los medios que le son más ajenos. En
las masas populares hallarán una inesperada correspondencia
y abundancia de frutos, que les compensarán del duro trabajo
de la primera roturación, como lo hemos visto y lo vemos en
Roma y en otras metrópolis, donde en las nuevas iglesias
que van surgiendo en los barrios periféricos se van reuniendo
celosas comunidades parroquiales y se operan verdaderos
milagros de conversión en poblaciones que eran hostiles a
la religión, sólo porque no la conocían” (DR 62, OSC 349).
Esta es la misma doctrina que repite al episcopado filipino:
“Vuestra solicitud paternal deberá cuidar con singular
atención, tanto de los obreros industriales, como de los
campesinos: son ellos los predilectos de nuestro corazón,
porque se hallan en la situación social que Nuestro Señor
escogió para Sí durante su vida terrena, y porque las
condiciones de su vida material los sujetan a mayores
sufrimientos, puesto que a menudo se ven privados de los
medios suficientes para la vida digna de un cristiano y de
aquella tranquilidad de espíritu que nace de la seguridad del
porvenir. En su mayoría, carecen, desgraciadamente, de
aquellas confortaciones espirituales y morales que podrían
sostenerlos en sus angustias. Además, su misma situación
los expone a ser más fácilmente penetrables por aquellas
doctrinas que se dicen, es cierto, inspiradas en el bien del
obrero y de los humildes en general, pero que están llenas
de errores funestos, puesto que combaten la fe cristiana, que
asegura las bases del derecho y de la justicia social, y rehusan
el espíritu de fraternidad y caridad inculcado por el Evangelio,

374
el solo que puede garantizar una sincera colaboración entre
las clases. De otra parte, tales doctrinas comunistas, fundadas
en el puro materialismo y en el deseo desenfrenado de los
bienes terrenos, como si ellos fuesen capaces de satisfacer
plenamente al hombre, y porque prescinden en absoluto de
su fin ultraterreno, se han mostrado en la práctica llenas de
ilusiones e incapaces de dar al trabajador un verdadero y
durable bienestar material y espiritual” (Pío XI al Episcopado
Filipino, OSC 334).
Su principal medio de acción ha de ser su vida pobre y
desinteresada,
“Pero, el medio más eficaz de apostolado entre las
muchedumbres de los pobres y de los humildes es el ejemplo
del sacerdote, el ejemplo de todas las virtudes sacerdotales,
cual las hemos descrito en Nuestra Encíclica Ad catholici
sacerdotii; pero en el presente caso de un modo especial es
necesario un luminoso ejemplo de vida humilde, pobre,
desinteresada, copia fiel del Divino Maestro que podía
proclamar con divina franqueza: ‘Las raposas tienen
madrigueras y las aves del cielo nido; mas el Hijo del hombre
no tiene sobre qué reclinar la cabeza’ [Lc 9, 58]. Un sacerdote
verdadera y evangélicamente pobre y desinteresado hace
milagros de bien en medio del pueblo, como un San Vicente
de Paul, un Cura de Ars, un Cottolengo, un Don Bosco y
tantos otros; mientras un sacerdote avaro e interesado, como
lo hemos recordado ya en la citada Encíclica, aunque no
caiga como Judas en el abismo de la traición, será por lo
menos un vano ‘bronce que resuena’ y un inútil ‘címbalo
que retiñe’ y, demasiadas veces, un estorbo más que un
instrumento de la gracia en medio del pueblo. Y si el sacerdote
secular o regular tiene que administrar bienes temporales
por deber de oficio, recuerde que no sólo ha de observar
escrupulosamente cuanto prescriben la caridad y la justicia,
sino que de manera especial debe mostrarse verdadero padre
de los pobres” (DR 73, OSC 350).
Especiales cualidades de carácter y preparación requieren tales
sacerdotes:
“A los sacerdotes les aguarda un delicado oficio: que se
preparen, pues con un estudio profundo de la cuestión social,
los que forman la esperanza de la Iglesia. Mas aquellos a
quienes especialmente vais a confiar este oficio, es del todo
necesario que revelen ciertas cualidades: que tengan tan
exquisito sentido de la justicia, que se opongan con

375
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

constancia completamente varonil a las peticiones


exorbitantes y a las injusticias, de dondequiera que vengan;
que se distingan por su discreción y prudencia, alejada de
cualquier exageración; y que sobretodo estén íntimamente
penetrados de la caridad de Cristo, porque es la única que
puede reducir con suavidad y fortaleza las voluntades y
corazones de los hombres a las leyes de la justicia y de la
equidad. No dudemos en marchar con todo ardor por este
camino, más de una vez comprobado por el éxito feliz” (QA
58, OSC 346).
Al exponer la doctrina el sacerdote recordará el daño inmenso
que a las almas y a la civilización trae el marxismo,
“Pero la Iglesia no puede ignorar o tolerar el hecho de que el
trabajador, en sus esfuerzos por mejorar su condición, se
estrella ante una maquinaria que está no sólo en
contradicción con la naturaleza, sino también en oposición
con el plan de Dios, y con los propósitos que El tuvo al crear
los bienes de la tierra. A pesar del hecho de que los caminos
que ellos siguieron eran y son falsos y condenables ¿qué
hombre, y en especial, qué sacerdote y qué cristiano, podrá
permanecer sordo ante el clamor que se levanta desde lo
profundo y clama por la justicia y el espíritu de la fraternal
colaboración, en un mundo regido por un Dios justo? Un
silencio tal sería culpable, y no hallaría excusa ante Dios; y
se opondría además a las enseñanzas del Apóstol, quien, al
mismo tiempo que inculca la necesidad de la resolución en
la lucha contra el error, reconoce también que nosotros
debemos estar llenos de compasión para los que yerran, y
abiertos a la comprensión de sus aspiraciones, esperanza y
motivos” (Pío XII, Navidad de 1942; OSC 336).
“En algunas circunstancias, para proteger la dignidad de la
persona humana, puede hacer falta el denunciar con entereza
las condiciones de vida injusta e indigna, pero al mismo
tiempo será necesario evitar, tanto el legitimar la violencia
que se escuda con el pretexto de poner remedio a los males
de las masas, como el de admitir y favorecer cambios de
manera de ser, seculares en la economía social; hechos sin
tener en cuenta la equidad y la moderación, de manera que
vengan a causar resultados más funestos que el mal mismo
al cual se quería poner remedio” (OSC 351).
Formar hombres, es la misión sacerdotal, educarlos,
“…enseñar a los jóvenes, instituir asociaciones cristianas,
fundar círculos de estudios conforme a las enseñanzas de la

376
fe. En primer lugar estimen mucho y apliquen frecuentemente
para bien de sus alumnos aquel instrumento preciosísimo de
renovación privada y social, que son los Ejercicios
espirituales, como dijimos en nuestra Encíclica Mens Nostra.
En ella hemos recordado explícitamente y recomendado con
insistencia, además de los ejercicios para todos los seglares,
los Retiros de especial utilidad para los obreros. En esa
escuela del espíritu no sólo se forman óptimos cristianos,
sino también verdaderos apóstoles para todas las condiciones
de la vida, inflamados en el fuego del Corazón de Cristo. De
esa escuela saldrán como los Apóstoles del Cenáculo de
Jerusalén, fortísimos en la fe, armados de una constancia
invencible en medio de las persecuciones, abrasados en el
celo, sin otro ideal que propagar por doquiera el Reino de
Cristo” (QA 58, OSC 347).
Atender a las necesidades espirituales del obrero, en particular
por los ejercicios especializados, y no menos a sus necesidades
materiales mediante instituciones económico-sociales (cfr. Carta
de Pío XI al Episcopado Filipino, OSC 334)55 .
“Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo porque
su condición se asemeja, más que ninguna otra, a la del
Divino Maestro), debéis prestarle asistencia material y
religiosa. Asistencia material, procurando que se cumpla en
su favor, no sólo la justicia conmutativa, sino también la
justicia social, es decir, todas aquellas providencias que miran
a mejorar la condición del proletario; y asistencia religiosa,
prestándole los auxilios de la religión, sin los cuales vivirá
hundido en un materialismo que lo embrutece y lo degrada.
No es menos grave ni menos urgente ese otro deber, el de la
asistencia religiosa y económica a los campesinos, y en
general a aquella no pequeña parte de mexicanos, hijos
Vuestros, en su mayor parte agricultores, que forman la
población indígena: son millones de almas redimidas por
Cristo, confiadas por El a Vuestros cuidados, y de las cuales
un día os pedirá cuenta; son millones de seres humanos que
frecuentemente viven en condición tan triste y miserable que
no gozan ni siquiera de aquel mínimo de bienestar
indispensable para conservar la dignidad humana. Os
conjuramos, Venerables Hermanos, por las entrañas de
Jesucristo, que tengáis cuidado particular de estos hijos, que
exhortéis a Vuestro Clero para que se dedique a su cuidado

55 Acontinuación indica copiar un texto de la carta referida, desde “A vosotros


compete el encargo... hasta: a la aplicación de la justicia social.”.

377
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

con celo siempre más ardiente, y que hagáis que toda la


Acción Católica Mexicana se interese por esta obra de
redención moral y material” (Pío XI, FC 19 y 20; OSC 352).

4.2.10 Labor de la Acción Católica.


Ya Pío X (en Il fermo propósito, n.19, OSC 357) había establecido
que “tal es la índole, objeto y condiciones de la Acción Católica,
mirada respecto a su punto más importante” que la solución de
la cuestión social es el punto más importante de la Acción
Católica, como fluye de su índole y condiciones, y que a él se
han de aplicar con grandísimo denuedo las fuerzas católicas.
Pío XI, a sus amados hijos inscritos en la Acción Católica y que
comparten con él el cuidado de la cuestión social los exhorta
“…una y otra vez en el Señor, a que no perdonen trabajos, ni
se dejen vencer por dificultades algunas, sino que cada día
se hagan más esforzados y robustos. Ciertamente, es muy
arduo el trabajo que les proponemos; conocemos muy bien
los muchos obstáculos e impedimentos que se oponen por
ambas partes, en las clases superiores y en las inferiores de
la sociedad, y que hay que vencer. Pero no se desalienten:
de cristianos es afrontar ásperas batallas; de quienes como
buenos soldados de Cristo le siguen más de cerca, aguantar
los más pesados trabajos” (QA 57, OSC 330).
La labor social de la Acción Católica debe estar precedida de un
“…trabajo formativo más urgente y necesario que nunca, y
que debe preceder a la acción directa y efectiva, servirán
ciertamente los círculos de estudio, las semanas sociales, los
cursos orgánicos de conferencias y todas aquellas iniciativas
aptas para dar a conocer la solución de los problemas sociales
en sentido cristiano.
Los soldados de la Acción Católica tan bien preparados y
adiestrados, serán los primeros e inmediatos apóstoles de
sus compañeros de trabajo y los preciosos auxiliares del
sacerdote para llevar la luz de la verdad y para aliviar las
graves miserias materiales y espirituales en innumerables
zonas refractarias a la acción del ministro de Dios, por
inveterados prejuicios contra el clero o por deplorable apatía
religiosa. Así bajo la guía de sacerdotes particularmente
expertos, se cooperará a aquella asistencia religiosa a las
clases trabajadoras, que está tan en nuestro corazón, como
el medio más apto para preservar a esos amados hijos nuestros

378
de la insidia comunista.
Además de este apostolado individual, muchas veces oculto,
pero utilísimo y eficaz, es también propio de la Acción
Católica difundir ampliamente por medio de la propaganda
oral y escrita los principios fundamentales que han de servir
a la construcción de un orden social cristiano, como se
desprenden de los documentos Pontificios.
Y si por haberse transformado las condiciones de la vida
económica y social, el Estado se ha creído en el deber de
intervenir hasta el punto de asistir y regular directamente
tales instituciones con particulares disposiciones legislativas,
salvo el respeto debido a la libertad y a las iniciativas privadas;
ni en esas circunstancias puede la Acción Católica apartarse
de la realidad, sino que debe con prudencia prestar su
contribución intelectual, estudiando los nuevos problemas a
la luz de la doctrina católica y demostrar su actividad con la
participación leal y gustosa de sus adherentes a las nuevas
formas e instituciones, llevando a ellas el espíritu cristiano,
que es siempre principio de orden y de mutua y fraterna
colaboración.
Alrededor de la Acción Católica se alínean las organizaciones
que muchas veces hemos recomendado como auxiliares de la
misma. Con paterno afecto exhortamos también a estas
organizaciones tan útiles a consagrarse a la gran misión de que
tratamos y que actualmente supera a todas las demás por su
vital importancia” (DR 64, 65, 66, 67 y 69, OSC 362 - 363) 56 .
A los obreros en forma especial pide el Papa un apostolado entre
los de su propio medio: “Los primeros e inmediatos apóstoles
de los obreros han de ser obreros. Los apóstoles del mundo
industrial y comercial, industriales y comerciantes” (QA 58, OSC
346. Cfr también [OSC] 365 y 334).
La labor social dice Pío XI a la Acción Católica está entre sus
encargos “más particularmente urgentes por responder a
necesidades más extensas y más sentidas... asistencia no
solamente espiritual, que debe ocupar siempre el primer lugar,
sino también material, mediante aquellas instituciones que tienen
por fin específico llevar a la práctica los principios de justicia
social y de caridad evangélica... Hoy la Iglesia con muy especial
solicitud va en busca de la muchedumbre de los más humildes
trabajadores, no solamente para que éstos puedan gozar de

56
En el original dice: “ojo – intercalar como está señalado el 269”.

379
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

aquellos bienes a que tienen derecho según la justicia y la


equidad, sino también para sustraerlos a la obra perniciosísima
del comunismo... “Por esto la Iglesia invita a todos sus hijos, lo
mismo sacerdotes que laicos, y especialmente los que militan
en la Acción Católica, a ayudarla en esta empresa urgentísima
de salvaguardar ante tan terrible amenaza los beneficios
espirituales y materiales que la redención de Cristo ha producido
a toda la humanidad y especialmente a las clases humildes”
[Pío XI. Ex officiosis liutters 8 y 9] (OSC 369).

4.2.11 Acción económico–social.


“…no caen fuera de la actividad de la Acción Católica las
llamadas obras sociales, en cuanto miran a la actuación de
los principios de la justicia y de la caridad, y en cuanto son
medios para ganar a las muchedumbres, pues muchas veces
no se llega a las almas sino a través del alivio de las miserias
corporales y de las necesidades de orden económico, por lo
que Nos mismo, así como también Nuestro Predecesor de
santa memoria, León XIII, las hemos recomendado muchas
veces. Pero, aún cuando la Acción Católica, tiene el deber
de preparar personas aptas para dirigir tales obras, de señalar
los principios que deben orientarlas, y de dar normas
directivas, sacándolas de las genuinas enseñanzas de Nuestras
Encíclicas; sin embargo, no debe tomar la responsabilidad
en la parte puramente técnica, financiera o económica, que
está fuera de su incumbencia y finalidad” (FC 16, OSC 367).
En Quadragesimo Anno deja constancia nuevamente Pío XI que
“la Acción Católica no pretende desarrollar actividad
estrictamente sindical o política”, sino que influye en estas
actividades a través de los católicos que actúan con la formación
recibida de la Iglesia (QA 37, OSC 358). El Papa en varios
documentos reitera la idea de que “las instituciones económico-
sociales no pertenecen a la Acción Católica propiamente dicha,
porque desenvuelven sus actividades directamente en el campo
económico y profesional. Por lo mismo, ellas solas tienen la
responsabilidad de sus iniciativas en las cuestiones puramente
económicas... debiendo ellas inspirarse en los principios de
caridad y justicia enseñados por la Iglesia y seguir las directivas
trazadas por la autoridad eclesiástica en materia tan delicada”
(Pío XI al Episcopado Filipino, OSC 334).

380
4.2.12Acción política. (cfr cap. anterior al tratar deber
cívico) .
El deber cívico es gravísimo y ningún católico puede descuidar
(cfr. FC 34, OSC 378) de realizarlo en conciencia. La ley de la
caridad social obliga a procurar que la vida de la República esté
regulada por los principios cristianos.
Los Pontífices desde León XIII junto con recordar la gravedad de
este deber han dejado documentos innumerables para señalar
que la Iglesia y la Acción Católica son enteramente ajenos a los
partidos políticos y no se los puede encerrar en los angostos
confines de las facciones. Lo cual no impide “que cada uno de
los católicos pueda pertenecer a organizaciones de carácter
político cuando éstas dan en su programa y en su actividad las
debidas garantías para tutelar los derechos de Dios y de las
conciencias. Es preciso más bien añadir que el participar de la
vida política responde a un deber de caridad social, por cuanto
todo ciudadano debe contribuir según sus posibilidades al
bienestar de la propia nación” (Pío XI, Ex officiosis Litteris 7,
OSC 376. Cfr. también OSC 371 – 375, otros documentos sobre
el mismo tema. Cfr. Carta de S. E. Cardenal Pacelli al Episcopado
Chileno en Boletín A. C. Chilena...).
La actitud de los católicos en la reivindicación de los derechos
y libertades cívicas queda precisada en el valiente documento
de Pío XI al Episcopado Mejicano.
“Por lo demás, una vez establecida esta gradación de valores
y actividades, hay que admitir que la vida cristiana necesita
apoyarse, para su desenvolvimiento, en medios externos y
sensibles; que la Iglesia, por ser una sociedad de hombres,
no puede existir ni desarrollarse si no goza de libertad de
acción, y que sus hijos tienen derecho a encontrar en la
sociedad civil posibilidades de vivir en conformidad con los
dictámenes de sus conciencias.
Por consiguiente, es muy natural que, cuando se atacan aún
las más elementales libertades religiosas y cívicas, los
ciudadanos católicos no se resignen pasivamente a renunciar
a tales libertades. Aunque la reivindicación de estos derechos
y libertades puede ser, según las circunstancias, más o menos
oportuna, más o menos enérgica.
Vosotros habéis recordado a vuestros hijos más de una vez
que la Iglesia fomenta la paz y el orden, aún a costa de graves
sacrificios, y que condena toda insurrección violenta, que
sea injusta, contra los poderes constituídos. Por otra parte,

381
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

también vosotros habéis afirmado que, cuando llegara el caso


de que esos poderes constituídos se levantasen contra la
justicia y la verdad hasta destruir aún los fundamentos mismos
de la autoridad, no se ve cómo se podría entonces condenar
el que los ciudadanos se unieran para defender a la nación y
defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados
contra los que se valen del poder público para arrastrarla a
la ruina.
Si bien es verdad que la solución práctica depende de las
circunstancias concretas, con todo, es deber nuestro
recordaros algunos principios generales que hay que tener
siempre presentes, y son:
1º Que estas reivindicaciones tienen razón de medio o de
fin relativo, no de fin último y absoluto;
2º Que, en su razón de medio, deben ser acciones lícitas y
no intrínsecamente malas;
3º Que si han de ser medios proporcionados al fin, hay que
usar de ellos solamente en la medida en que sirven para
conseguirlo o hacerlo posible en todo o en parte, y en tal
modo, que no proporcionen a la comunidad daños
mayores que aquellos que se quieren reparar;
4º Que el uso de tales medios y el ejercicio de los derechos
cívicos y políticos en toda su amplitud, incluyendo
también los problemas de orden puramente material y
técnico o de defensa violenta, no es en manera ninguna
de la incumbencia del clero ni de la Acción Católica como
tales instituciones; aunque, también, por otra parte, a uno
y otra pertenece el preparar a los católicos para hacer
uso de sus derechos y defenderlos con todos los medios
legítimos, según lo exige el bien común;
5º El clero y la Acción Católica, estando, por su misión, de
paz y de amor, consagrados a unir a todos los hombres
“in vinculo pacis”, deben contribuir a la prosperidad de
la nación, principalmente fomentando la unión de los
ciudadanos y de las clases sociales y colaborando a todas
aquellas iniciativas sociales que no se opongan al dogma
o a las leyes de la moral cristiana” (FC 28, 29 y 30, OSC
377).

382
4.2.13 Acción conjunta de todos los hombres de buena
voluntad.
Ante la gravedad inmensa de los problemas contemporáneos
en que se dirime la cuestión fundamental del universo ¡Por Dios
o contra Dios!, ante esta
“…disyuntiva que debe decidir otra vez la suerte de toda la
humanidad; en política, en hacienda, en la moralidad, en la
ciencias, en las artes, en el Estado, en la sociedad civil y
doméstica, en Oriente y Occidente, por todas partes asoma
este problema como decisivo, por las consecuencias que de
él se derivan. Por eso los mismos representantes de la
concepción materialista del mundo ven siempre comparecer
de nuevo la cuestión de la existencia de Dios, que ellos creían
suprimida para siempre, y vénse forzados a comenzar otra
vez su discusión.
Nos, por tanto, os conjuramos en el Señor, tanto a los
particulares, como a las naciones, a deponer ante tales
problemas y en tiempos de tan rabiosas luchas vitales para
la humanidad, el individualismo mezquino y el bajo egoísmo
que ciega las mentes más perspicaces, y esteriliza las más
nobles iniciativas, por poco que éstas se salgan de los límites
del estrechísimo círculo de pequeños y particulares intereses.
Preciso es que se unan, aún a costa de los más graves
sacrificios, para salvarse a sí mismos y a toda la humanidad.
En tal unión de ánimos y de fuerzas deben naturalmente ser
los primeros cuantos se glorían del nombre cristiano,
recordando la gloriosa tradición de los tiempos apostólicos,
cuando la multitud de los creyentes no tenían sino un solo
corazón y una alma sola; pero a ella concurran asimismo
sincera y cordialmente todos los que creen todavía en Dios,
y le adoran, para apartar de la humanidad el grande peligro
que a todos amenaza. Porque el creer en Dios es el
fundamento firmísimo de todo orden social y de toda
responsabilidad en la tierra, por esto cuantos no quieren la
anarquía y el terror deben con toda energía trabajar en que
los enemigos de la religión no consigan el fin que tan
enérgicamente y a las claras proponen” (CCC 9, OSC 391).
“Pero a esta lucha empeñada por el poder de las tinieblas
contra la idea misma de la Divinidad, queremos esperar que
además de todos los que se glorían del nombre de Cristo, se
opongan también cuantos creen en Dios y lo adoran, que
son aún la inmensa mayoría de los hombres. Renovamos por
tanto el llamamiento que hace cinco años lanzamos en

383
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Nuestra Encíclica Caritate Christi, a fin de que ellos también


concurran leal y cordialmente por su parte “a alejar de la
humanidad el gran peligro que amenaza a todos”. Puesto
que, -como entonces decíamos- “el creer en Dios es el
fundamento indestructible de todo orden social y de toda
responsabilidad sobre la tierra, todos los que no quieren la
anarquía ni el terror deben trabajar enérgicamente para que
los enemigos de la religión no alcancen el fin tan abiertamente
por ellos proclamado” (DR 72, OSC 392).
“La claridad de visión, de unción, el genio inventivo y el
sentido del amor fraterno en todos los hombres justos y
honestos, determinarán en que el pensamiento cristiano
logrará mantener y apoyar la gigantesca obra de restauración
en la vida social, económica e internacional, mediante un
plan que no se halle en conflicto con el contenido religioso
y moral de la Civilización Cristiana.
De conformidad con eso hacemos a todos nuestros hijos e
hijas en todo el vasto mundo, así como aquellos que si bien
no pertenecen a la Iglesia se sienten unidos a nosotros en
esta hora de decisiones quizás irrevocables, el urgente
llamamiento para que pesen la extraordinaria gravedad del
momento y consideren que, por encima y más allá de toda
cooperación con otras diversas tendencias ideológicas y
fuerzas sociales, como quizá pueda sugerirse por motivos
puramente contingentes -la fidelidad al patrimonio de la
Civilización Cristiana, y su esforzada defensa contra
tendencias ateas y anticristianas- nunca debe ser la piedra
angular que pueda sacrificarse por una ventaja transitoria o
por cualquiera combinación de emergencia” (Pío XII en el
quinto aniversario de la guerra 1944, OSC 393).

384
385
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

386
5. LA VIDA SOBRENATURAL.

5.1 La Iglesia.
La Iglesia es una sociedad espiritual, fundada por Jesucristo para
conducir al hombre a su destino eterno. El habría podido ayudar
directamente a cada alma a realizar este fin y no establecer sino
relaciones individuales entre los hombres y Dios, pero ha querido
que el hombre realice su vida sobrenatural socialmente, esto es,
por medio de una institución visible que es la Iglesia. Así como
en el orden natural el hombre no alcanza su desarrollo y progreso
sino mediante la familia, la profesión, el estado, así en el orden
sobrenatural Dios ha puesto una sociedad que ofrezca al hombre
los medios para su salvación y perfeccionamiento.
Esta sociedad ha querido su Divino Fundador que sea universal.
Para formar parte de ella basta ser hombre, sin considerar raza,
nacionalidad, ni clase social. En Cristo no hay ni judío, ni gentil,
ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, sino uno solo Jesucristo,
todo en todos [Cj. ga 3, 28].
En ninguna otra sociedad como en la Iglesia se realizan en forma
tan perfecta la igualdad y la fraternidad, que son la consecuencia
de la identidad de naturaleza y de la identidad de vocación
sobrenatural, para ser hijo de Dios en Cristo Jesús. Dios llama a
todos los hombres sin excepción y les ofrece su gracia para
configurar su vida con la vida de Jesús.
Este llamamiento es universal. Dios no negará su gracia a ningún
hombre que haga lo que está de su parte por seguir la verdad y
el bien manifestados por el testimonio de su conciencia. Forman
parte de la Iglesia los bautizados. A más de los que han recibido
en forma aparente el bautismo, que constituyen lo que se suele
llamar el cuerpo visible de la Iglesia, forman también parte de
la Iglesia los que a ella han adherido en forma invisible a nuestros
ojos, pero conocida de Dios. Se dice que forman parte del alma
de la Iglesia, por el carácter invisible de su adhesión. En esta
categoría están las almas rectas, que han seguido honradamente
su conciencia y, sin culpa de ellas, no han podido conocer la
verdad revelada. Dios en su infinita misericordia, no les negará
las gracias necesarias para conocer lo que es necesario creer y
hacer lo que es necesario observar.

387
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

5.2 La naturaleza íntima de la Iglesia.


Mirada en su esencia la Iglesia Católica es una sociedad perfecta,
esto es que tiene por donación divina, todos los medios
necesarios para conducir al hombre a su fin sobrenatural, como
el Estado tiene por voluntad del Creador todos los medios
necesarios para proporcionar al hombre el bien común temporal.
“Pero el catolicismo no se limita a la santificación de los
individuos, de las conciencias individuales: abraza también,
en un orden sobrenatural y divino, los cuadros sociales y las
instituciones públicas.
Lo que se llama con frecuencia el reinado social de Jesucristo
no consiste en la inscripción de su Nombre Sagrado al frente
de la Constitución de un país, o en la colocación de la imagen
del Sagrado Corazón en la bandera nacional. Estos actos
exteriores, excelentes en sí apetecibles, son hoy, sobretodo,
más una resultante que una causa, y el mundo no cambiaría,
ciertamente, el día en que una mano fuerte viniese a realizar
autoritariamente esos grandes actos. La indiferencia y la
irreligión no disminuirán apenas por ello.
El verdadero reinado social de Jesucristo existe cuando su
Ley santa, de justicia y de amor, penetra en todos los
organismos sociales. El trabajo, el buen trabajo, consiste
precisamente en nuestros días en hacerla penetrar en ellos
por los medios más dignos y también más adaptados al estado
de los espíritus, a su flaqueza y a sus posibilidades.
No hay en eso ambición, ni rivalidad, ni intromisión, sino el
cumplimiento de una misión, que respeta la autonomía y la
función legítima de los demás organismos, y que sólo aspira
a impregnarlos, cada vez más, del espíritu de justicia y de
caridad” (CSM 176).

5.3 La comunión de los santos.


Al llegar al término de la Moral Social Católica nos conviene
fijar los ojos en la gran realidad que estimula todos nuestros
trabajos.
La palabra comunión de los santos tiene un doble significado:
la unión de todos los miembros de la Iglesia, a los cuales la
tradición cristiana desde San Pablo llama “santos”, y también la
participación en los mismos beneficios sobrenaturales, en las
mismas cosas “santas”. Las dos realidades están comprendidas

388
en la comunión de los santos, comunidad de vida sobrenatural
que nos une en un mismo cuerpo, hace circular entre nosotros
la misma gracia divina que nos mereció la sangre redentora de
Cristo para hacernos participar de la vida misma de Dios
“consortes de la naturaleza divina [2 Po. 1, 4] ”. Es la realización
de esa misteriosa unión entre nosotros y Cristo revelada por Jesús
y explicada por San Juan y San Pablo: Cristo es la cabeza que
vivifica todo el cuerpo y le comunica gracia, y nosotros multitud
de miembros cada uno con su función propia coordinados entre
nosotros y subordinados a Cristo, fuente de nuestra gracia.
El primer Adán arrastró en su caída a toda la raza humana por
su comunidad de naturaleza con ella; Cristo, segundo Adán
repara superabundantemente la obra del primero, ofrece al Padre
en nombre de la raza humana un sacrificio de valor infinito, y
nos ofrece a cada uno de nosotros la redención efectiva y la
adopción divina si quiere adherir voluntariamente a su Cuerpo
Místico. Por nuestra unión con Cristo disponemos de todos los
tesoros de la gracia divina.
La comunión de los santos nos hace comprender el aspecto
eminentemente social de la Iglesia. En su realidad ella abarca a
los hombres todos que actualmente luchan en su seno, y a los
hombres cuya vida ha sido ya fijada en Dios, sea que estén en la
gloria o purifiquen aún temporalmente sus faltas. Los que forman
parte de esta inmensa comunidad están ligados por vínculos no
sólo morales sino físicos, la gracia santificante, participación
creada del ser divino que nos viene de Cristo como de su fuente.
La gracia establece entre los que de ella participan lazos muy
superiores a los de la sangre y comunica a todos los bienes
espirituales de todos.
La Iglesia que sufre, las almas del purgatorio, reciben la ayuda
de nuestras plegarias, y nosotros el auxilio de su intercesión.
Los méritos infinitos de Cristo, los méritos de la Virgen y de los
santos nos son aplicados en la medida que Dios determina
asegurándonos cada día una mayor unión con Cristo. Cada uno
aprovecha del bien de todos. No hay acción alguna de un
cristiano en estado de gracia, que no aproveche a sus hermanos
que luchan y que sufren, y a su vez él está permanentemente
ayudado por la acción de hermanos desconocidos que lo hacen
participante de sus méritos. Por los sacramentos, por las
indulgencias, por las obras realizadas en estado de gracia, la
Iglesia mantiene siempre activa y fecunda la circulación de la
vida sobrenatural en el mundo. De aquí la necesidad de vivir en
estado de gracia, sin la cual nuestras acciones no tienen valor
sobrenatural alguno. Los que han partido de este mundo

389
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

continúan igualmente unidos a nosotros e interesándose por


nuestro bien y obteniéndonos favores cuya fuente nosotros
ignoramos.
Pero a su vez la comunión de los santos nos acarrea un inmenso
deber: la suerte de la Iglesia está en nuestras manos. La Iglesia
no es sólo Cristo, sino El y los fieles. Nosotros somos responsables
de la Iglesia, colaboradores de Dios en la gran edificación del
Cuerpo del Señor, en la redención y santificación de la
humanidad.
“Maravillosamente expone esta idea Karl Adam cuando dice:
‘El ser esencial de la Iglesia debe realizarse y expresarse no
sin los fieles, sino por ellos. En sus miembros y por ellos
debe afirmarse y perfeccionarse el Cuerpo de Cristo. Para los
fieles, la Iglesia no es únicamente un don, es también un
deber. Tienen ellos que preparar y cultivar la tierra buena en
la que la semilla del Reino de Dios pueda germinar y
prosperar. En otros términos: la vida de la Iglesia, el desarrollo
de su fe y de su caridad, la elaboración de su dogma, de su
moral, de su culto y de su derecho, todo esto está en estrecha
dependencia de la fe y de la caridad personal de los miembros
del Cuerpo de Cristo. Por la elevación y el abatimiento de su
Iglesia en la tierra, Dios recompensa el mérito o castiga el
demérito de los fieles. Puede decirse con san Pablo (Ef 2, 21-
22), que la Iglesia, fundada por Cristo, es edificada también
por la obra común de los fieles. Trabajemos siempre en
edificar el templo de Dios y precisamente aquí abajo,
trabajemos en su casa, es decir, en la Iglesia, dice San Agustín
con profundidad. Dios ha querido una Iglesia cuyo pleno
desenvolvimiento y perfección fuesen fruto de la vida
sobrenatural, personal de los fieles, de su oración y de su
caridad, de su fidelidad, de su penitencia, de su abnegación.
Por eso no la ha establecido como institución acabada,
perfecta desde el comienzo, sino como algo incompleto que
deja siempre lugar e invita siempre a un trabajo de
perfección’” (Humanismo Social p. 278).

390
INDICE EXTENDIDO

391
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392
ÍNDICE DE MATERIAS

Acción social: su urgencia en León XII, 259; urgencia renovada


ante el crecimiento de los males, 260; aporte de la Acción
Popular de los Padres de la Compañía de Jesús, 10; el aporte de
la Unión de Friburgo, 11; documento de Benedicto XV, 13;
responsabilidad de los seglares, 14; de la mujer, 36, 164.
Asistencia social: como parte de la misión de la Corporación,
205.
Capitalismo: surgimiento en el siglo XVI, 8; que ofrece peligros
a la mujer, 36; defendido por los fascistas en el contexto de la
lucha de clases, 43, 186; como sistema para resolver el problema
social, 91; que recuerda al neoliberalismo en su aspecto social,
99; que no es un sistema teórico, sino un régimen práctico,
102; en qué consiste, 102; en su actuación, él es técnico,
científico, de aplicaciones revolucionarias, 103; que tiene como
fruto la concentración del poder, 105; juicio sobre el capitalismo,
108; desacuerdos sobre el término, 108; en cuanto tal, no está
condenado en sí, 108; lleva el grave peligro de tornarse vicioso
e injusto, 108; que, para sobrevivir, debe evitar la concentración
de poder y terminar con el dominio del trabajo, 109; analizado
por Marx, 117, 118; contra el cual lucha el marxismo, 118; está
fundado sobre una contradicción que se irá agravando, según
Marx, 118; que debe ser derrocado por el proletariado, según
la visión marxista, 118-119; psicológicamente el comunista es
el que desespera de este mundo, 120; hace concesiones al
sindicalismo, en una segunda etapa de su evolución, 174; cuya
destrucción aparece como fin del sindicalismo revolucionario,
175-176; que, según Sorel, será obligado por la violencia a
recobrar sus virtudes bélicas para defenderse y se regenerará,
179; para el marxismo, todo aquello que lleva a su abolición,
es bueno, 182; cometió el grave crimen de poner como la
primera de sus aspiraciones la producción y el lucro,
despreocupándose de la persona del trabajador, 183; moderno
que tiene como alma la doctrina individualista, 208; y derecho
ilimitado de propiedad, 215; y discursos de Pío XII, 222;
desviaciones del capitalismo contemporáneo y contrato de
trabajo, 230; fuerte central del cual dependen los grandes
almacenes y aquellos con sucursales en todos los pueblos y
barrios, 237; y préstamo a interés, 250.
Bien común: encargo del Estado, 60, 64, 270; fin de las
actividades económicas y sociales, 60,80; rechazo de su
concepción totalitaria, 60; razón de ser de la intervención del

393
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Estado, 61, 62, 100, 146; obliga al Estado a ejercer una acción
positiva en la actividad económica, 62,225,226,229; en función
de él podría ser necesaria una expropiación, 65; los impuestos
contribuyen a su realización, 65,72,74,75; bien común
internacional, 76,79; límite a la intervención del Estado respecto
de la propiedad individual, 65; deber de los que disponen de
grandes recursos, 67; delimita la libertad de acción, 67; fin de
la vida política, 70; dos conceptos de política, 70;
responsabilidad de los políticos, 70; diversidad de opciones de
los cristianos en la política de partidos, 71; relativo al verdadero
bien de la naturaleza humana, 82; se realiza (o no) según la
diversidad de circunstancias, 83; limita a la facultad de mandar,
93; por causa de él la ley puede tolerar el mal, 95,96; peligro de
su descuido en las sociedades anónimas, 103,104; riesgo de
subordinarlo al interés y necesidades de la producción, 107;
criterio de moralidad de las concentraciones de capital, 108;
criterio para la división de los bienes de la tierra; 131; uno de
los pilares fundamentales de la moral social, 133; la acepción
de personas se opone a él, 136; regla de orientación de las
acciones en la sociedad, 136; su relación con la justicia legal y
social, 136,137,138,158,184; su relación con la equidad social,
140; fin de la sociedad, 142; su noción, 142; bien propio de
cada sociedad, 142; relativo a la sociedad civil, 142; lo propio
del bien común de un estado, 142; categorías de bienes que
exige, 143; su relación con los bienes individuales, 143; en su
nombre no se puede exigir el sacrificio de la persona humana,
143; los pecados contra él (sólo enunciado), 144; por el trabajo
el hombre contribuye a él, 145; su relación con el contrato de
sociedad, 153; su relación con el salario familiar,
155,157,158,159; orientación del cambio de estructuras, 167;
su relación con las corporaciones y los gremios,
173,204,207,236; razón de ser de la intervención de la Iglesia
en el sindicalismo, 182; obliga a no callar cuando es conculcado,
184; finalidad del sindicato, 187; llama a colaborar al estado y
al movimiento sindical, 188; limita el derecho de asociación,
191; delimita la legitimidad de la huelga, 202; su relación con
el derecho de propiedad, 208,209; limita el derecho de
propiedad, 215, 217, 219, 220, 221, 224, 229; delimita los
derechos de sucesión hereditaria, 224; en función de él el Estado
puede nacionalizar empresas, 230; es criterio de legitimación
de la propiedad, 230; relativo a la concepción cristiana de la
propiedad, 231; define el criterio de intervención de la ética en
los hechos económicos, 233; criterio para determinar la utilidad
en la empresa, 235; criterio de las grandes operaciones
económicas en las naciones, 235; es criterio de la competencia,

394
237; la cooperativa como auxiliar del bien común, 238; delimita
los criterios de actuación de la banca, 240,243; delimita la
concentración de riquezas, 245,251; condición para alcanzarlo,
253,254; deber del clero y de la Acción Católica de preparar a
los católicos en el caso de una legítima insurrección, 268
Caridad: relación justicia y caridad, 139; diferenciación de la
limosna, 140; complemento entre caridad y justicia, 140; caridad
social y equidad, 140; males del mundo y violación de las
virtudes, 141; como aspiración y pilar de la moral social católica,
5, 133, 231; a la cual Santo Tomás está siempre atento, 8; divina
que regula las obligaciones entre el marido y la mujer, 35; como
espacio de acción de la mujer, 35; reemplazada por el uso de la
violencia, 69; a partir de la cual es posible juzgar las causas de
la anarquía, 69; y política, 69-72, 74, 266; internacional, 77;
como criterio para determinar las reparaciones en un tratado de
paz, 79; la humanidad está sufriendo su bancarrota, 84; no se
profundiza ni se vive conforme a ella en la práctica cotidiana,
85, 254; rehusada por ciertas doctrinas, 123, 261; como base
de la reeducación de la humanidad, 127; en la distribución de
los bienes, 131; como virtud, 133-134, 253, 259-260; falsa y
sin justicia, 134-135, 254-255; como obligación de los
trabajadores, 137; en mutua colaboración con la justicia en las
relaciones económico-sociales, 137; como parte del bien común
de un estado, 142; a cuyas exigencias responde el trabajo, 144-
145; en la relación patrón-obrero, 148, 161; que obliga a quienes
tienen a socorrer a pobres e indigentes, 161; y sindicalismo,
168, 170; como reguladora del mundo económico, 184, 205;
en la Corporación, 205; que introduce la obligación de la
limosna, 209, 219; en la vida comercial, 236, 250; primera virtud
que reclama la reforma social, 253-254; exige el reconocimiento
de ciertos derechos debidos al obrero, 255; que remediará
eficazmente los males que afligen a la humanidad, 255; que
debe ser inculcada a otros, 259; como criterio de la acción del
sacerdote, 262; y Acción Católica, 265, 266; y deber cívico,
266; y organizaciones sociales, 271; de la Iglesia Católica, 272.
Clases sociales: características, 40; su existencia, 40; elementos
constitutivos, 40; conciencia de clase, 40; su número, 40; su
diversidad, 41; armonía de clases, 41; lucha de clases, 42;
actitudes ante la lucha de clases, 43; actitud del cristianismo
social, 44; cooperación de las clases, 44; apelación a la justicia
social, 44; y sociedades naturales, 17; como cuadros sociales
naturales del hombre, 18; protegidas por la pública autoridad,
61, 64; en tensión permanente por la inseguridad constante del
proletariado, 86; entre las que se debe mantener la paz y la

395
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

recíproca caridad, 170; que obtienen justicia a través de la acción


del sindicato, 187; representadas en el consejo de las
corporaciones, 205; abolidas por la doctrina colectivista, 208;
que en su totalidad reciben formación en el conocimiento de
los derechos y deberes sociales, 259; cuya unión debe ser
fomentada por el clero y la Acción Católica, 268.
Cuestión social: en qué consiste, 80; orden social y cuestión
social, 81; no es sólo un problema moral sino también técnico,
5; propia de cada sociedad, 81; causas generales, 81-82; y las
influencias institucionales, 82; sistemas para su resolución, 91;
asociaciones gremiales como medio eficaz para su resolución,
169; de carácter principalmente moral y religiosa, 251; que debe
ser estudiada profundamente por los sacerdotes, 262; cuya
solución es el punto más importante de la Acción Católica, 264.
Democracia: cristiana como tema de los escritos de León XIII,
13; y legitimidad del poder, 49; reemplazada por el totalitarismo,
69; y socialismo, 110, 113; forma de democracia campesina en
el medioevo, 172; económica en los gremios medioevales, 172;
y sindicalismo realista, 183; conceptualización, 183; que tiene
a la base la libertad espiritual, 183; económica, 183; política y
bienestar material, 183; plena, 183; y justicia social, 184; y
pluralidad sindical, 191.
Derechos humanos: deber de respetarlos, 69; maduración en
su toma de conciencia, 147; derechos del niño, 21-22;
protección de los derechos del niño, 23; declaración de Naciones
Unidas, 191;
Doctrina social: intervenciones de Pío XII, 13
Educación: como tema de documentos escritos por los Padres
de la Iglesia y Soberanos Pontífices, 6, 13; para la cual el hombre
necesita de los otros, 15; entregada por la familia, 18-21, 23-
24, 28, 37, 39, 124, 142; de los niños, 21-23, 165, 223; moral
que es imposible de ser separada de una de carácter religioso,
23; e Iglesia, 24-25; y Estado, 25-26, 39, 46, 54, 66; e ideas
totalitarias, 25-26, 39; y repartición proporcional del presupuesto
escolar nacional como fórmula de equidad, 26; integral y en
función de una filosofía y de una religión, 26, 166; y la profesión,
27; factores que contribuyen a ella, 27; y salario familiar
insuficiente, 28; cooperativas como el gran medio de educación
obrera en la vida social y política, 30; que incide en la vivienda
familiar, 31; afectada por la ausencia materna en el hogar, 37;
sanitaria y moral para enfrentar los males sociales, 66; de las
conciencias, 66, 69; depende de las leyes, 70; como necesidad
primordial del pueblo, 84; de los hijos es un derecho negado a

396
los padres por el comunismo, 124, de la humanidad debe ser
ante todo espiritual y religiosa, 127; religiosa como derecho del
hombre, 133; como bien moral de la familia, 142; parte de ella
debiera consistir en descubrir el sentido social de cada trabajo,
144; encontrada por el trabajador en la corporación de artesanos
durante la Edad Media, 147; profesional entregada al asalariado
para permitir su acceso a la pequeña propiedad, apuntando a la
abolición del proletariado, 151; educación para aprovechar
honestamente los tiempos más largos de reposo en el trabajo,
163; a la cual debe ser orientado de forma más intensa el
presupuesto nacional, 166; del proletariado, 178; la misión del
sindicalismo en torno a ella, 178, 180, 181; y propiedad privada,
223.
Equidad: noción de Santo Tomás, 140; como aspiración de la
moral social católica, 5, 231; en la educación, 26; en la
aplicación de la pena de muerte, 55; a la cual deben recurrir las
leyes civiles, 58; en la repartición de las cargas públicas es lo
que más eficazmente contribuye a la prosperidad de un pueblo,
62; que establece exigencias a la autoridad pública respecto al
proletario, 64; distan de ella los que profesan el liberalismo, 96;
como dominio que recibe actos de la caridad, 140; que debe
ser respetada por los sindicatos neutros, 196; en la distribución
de los bienes, 222, 245, 251; que debe guiar una evolución
progresiva fomentada por el Estado, 225; en la prescripción de
algún bien, 227; a la cual debe atender el precio de interés,
250; y como criterio de la acción del sacerdote, 262-263; que
establece ciertos bienes a que tienen derecho los más humildes
trabajadores, 265.
Estado: elementos constitutivos, 45; su naturaleza, 45-46; su
personalidad, 46-47; su origen, 47-48; origen divino de la
autoridad, 49; variedad de formas de gobierno, 49; Iglesia y
formas de gobierno de los estados, 49; responsabilidad por el
bien común, 52; al servicio del acrecentamiento de los bienes
materiales, intelectuales y morales, 52; límite de su intervención,
52; ha de favorecer la cooperación del poder central con todas
las actividades nacionales, 52; no un fin en sí mismo, 53; al
servicio de las libertades, no por sobre ellas, 53; deber de
procurar la prosperidad pública, 54; riesgo de absorción estatal,
54; mayor eficiencia de la iniciativa privada, 54; riesgo de tiranía,
54; responsabilidad ante la vida moral en la sociedad, 54;
diversidad en su forma de intervención, 54; necesidad de los
tres poderes, 55; su autoridad no es ilimitada, 56; leyes del Estado
y ley de Dios, 57; evasión de impuestos, 59; e intervención
sobre el problema social, 2, 60-68; e Iglesia, 3; como tema de

397
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

documento de los Soberanos Pontífices, 3; en torno al cual se


unen de los hombres, 17; no tiene poder para prohibir que existan
estas sociedades privadas, 17; totalitario, 18, 25, 36, 39; como
último fin de los individuos, 19; opresor y hombre moderno,
19; como auxiliar de la familia, 20; llamado a velar por los
derechos del niño, 23-24; y la educación, 25-27; es la autoridad
suprema encargada de administrar la sociedad civil, 25; debe
impedir la propaganda de los métodos anticoncepcionales, 27;
y previsión social, 29; y propiedad privada, 32, 64, 210-211,
214, 216, 221-226, 228-230; cuyo bien debe ser procurado por
el hombre y la mujer, 38; y acción de la mujer, 39; tiene por fin
la misión de asegurar a las familias de todas las clases sociales,
39; y poder económico, 42, 89, 186, 241, 244, 246; elementos
constitutivos, 45; proveedor del bien común, 46, 52, 60, 142,
219, 230, 270; es perpetuo por naturaleza, 46; es una persona
moral, 46; origen, 47; y formas de gobierno, 49; no debe proveer
a todo, 52; no es un fin en sí mismo, 53; no puede nunca ponerse
al servicio de una clase o de un partido, 53; e iniciativa particular,
54, 61; y vida moral, 54, 61; poderes del, 54-55; su autoridad
es limitada, 56; en abierta oposición con el derecho divino, 57;
e intervención en la vida económica, 62-63, 205, 239; como
responsable de la justicia distributiva, 64; y el trabajo, 64; y el
comercio, 65; y los males sociales, 66; ejemplo de prudente y
sobria administración, 66; debe respetar y apoyar los valores
espirituales, 67; y participación en la vida pública, 70; e
impuestos, 74-75, 219; y contribución del ciudadano a través
del servicio militar, 76; y sociedad internacional, 78; bases de
una paz justa y durable, 79; por obtener prosperidad inmediata
comprometen su porvenir, 84; como gestor de la mayor parte
de las actividades productivas y comerciales, 87; liberal, 93-
101; socialista, 110-115, 169; marxista, 115-126, 208, 249; no
puede creerse autorizado para atropellar los legítimos derechos
del hombre, 128; y trabajo obligatorio, 146; y salario familiar,
156; y fijación del justo salario, 159; y derechos de los
trabajadores, 163; y redención del proletario, 166; y fases del
sindicalismo, 174; como único patrón en el sindicalismo
nominal, 175; en el sindicalismo revolucionario, 175; y
sindicalismo marxista, 176-177; y sindicalismo reformista, 179-
180; no como un fin de la actividad del sindicato, 183; y
sindicato, 188, 191; y libertad sindical, 194-195; y sindicatos
confesionales, 196; y corporaciones, 204-206; y formas de
propiedad, 207-208; deberes y derechos familiares que son
anteriores y no dependen de él, 213-214; y limosna, 218; y
defraudación, 232-233; y determinación del precio justo, 233;
y juego y especulación, 246; y acción social, 259; y Acción

398
Católica, 265; como medio del hombre para alcanzar desarrollo
y progreso en el orden natural, 269.
Estructuras: deber de trabajar por formas estables, 1; necesidad
de interrogarse sobre ellas, 88; visión de los socialistas, 111; los
sindicatos deben tender a su transformación, 167,182,198;
apelación a la renovación de las estructuras sociales, 199;
valoración de las cooperativas como formas de estructuras, 238
Familia: familia como sociedad natural: 17, 18, 19, 269; misión
de la familia: 19, 20; constitución de la familia: 20, 21, 22; fin
de la familia: 20; propiedades de la familia: 20, 21; autoridad
en la familia: 22, 214; familia y derechos del niño: 22, protección
de la familia: 21, 22, 39; familia y educación: 23, 24, 27;
derechos y deberes de la familia: 23, 24, 27, 213, 214, 222;
colaboración Iglesia y familia: 24, 25; colaboración Estado y
familia: 25, 26, 39, 54, 62, 64, 65, 67, 94, 162, 163, 214, 226,
229; derechos patrimoniales de la familia: 27, 111, 133, 207,
210, 216, 217, 224, 225, 231; problema económico en la familia:
27, 28, 29, 90, 203; salario familiar: 28, 29, 133, 154, 155,
156, 157,158, 159, 217, 220; falta de seguridad de la familia:
29; necesidad de enseñanza doméstica de la familia: 29, 30;
necesidad de vivienda familiar adecuada: 30, 31, 32, 33, 161,
162; efectos del feminismo en la familia: 33, 34, 35, 36, 37, 91;
familia y sociedad: 46, 47, 48, 269; la patria como una extensión
de la familia: 68, 69, 71; efectos del socialismo en la familia:
110, 111; efectos del marxismo en la familia: 117, 124; el
Hombre y la familia: 128, 129, 130, 131; justicia distributiva en
la familia: 135, 136; justicia social y familia: 137, 157, 158,
159, 184, 222; familia y bien común: 142, 158, 159; sociedad
del trabajo y sociedad familiar: 148; derechos de los trabajadores
con respecto a la familia: 161 ; efectos del trabajo de la mujer
en la familia: 164, 165.
Justo salario: como materia del magisterio de los Romanos
Pontífices, 4; derecho de propiedad, reconocido por la Iglesia,
usado algunas veces para defraudar al obrero de su justo salario,
142, 255; que tiene como límite mínimo las necesidades de la
vida del trabajador y su familia, 156; la fijación de su monto es
influenciado por las exigencias del bien común, 158; será un
salario social al tomar en consideración las exigencias del bien
común, 159; como determinarlo en la práctica, 159; e influencia
de la ley de la oferta y la demanda, 160; pagar el justo salario a
los obreros como obligación de justicia por parte de capitalistas
y patrones, 161; como exigencia de la Iglesia, 222; que se debe
a colaboradores, empleados y obreros, 234.

399
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

Ideología: del estatismo totalitario, 60; de las agrupaciones de


ciudadanos que pueden llegar a diferentes conclusiones de las
de la doctrina católica, 71; que influye en la cuestión social, 81;
que se disputan la orientación de la comunidad, 81; que propone
valores y por tanto fines hacia los cuales tender, 81; que
determina el actuar de cada sistema social, 83; en el mundo
moderno, 83; nuestra época que empuja al hombre a mayor
saber y mayor poder, 83; y marxismo, 118; en el sindicalismo
oportunista, 181; católica y sindicalismo realista, 182; de los
dirigentes que debe ser conocida antes de apoyar un movimiento
internacional, 188; política de los miembros respetada por la
Asociación Sindical Chilena, 189; y sindicalismo, 188-191;
común y sindicato único, 191.
Justicia: noción, 134; virtud fundamental e impopular, 134; su
relación con la caridad, 134; diferentes especies de justicia, 135;
justicia conmutativa, 135; justicia distributiva, 135; justicia legal
y su igualdad con la justicia social, 136; como aspiración de la
moral social católica, 5, 132-133, 231; urgida por obispos y
monjes en la época carolingia, 7; y sociedades privadas, 17; de
Dios, 18, 245, 252; que entraña el salario familiar, 29; trabajo y
capital están llamados a entenderse y a colaborar al amparo de
ella, 43, 187; para los oprimidos como actitud del cristianismo
social ante la lucha de clases, 44, 187; que pide por igual el
cumplimiento de los deberes recíprocos y el respeto de mutuos
derechos entre patrones y trabajadores, 44, 187; sobre la cual
puede ser fundada la lucha de clases, 44, 115, 172, 187; regla a
la cual se haya sometido el Estado, 46; creada por la mayoría,
47; y distintas formas de gobierno, 49; igualdad ante ella, 53;
de la ley civil, 58-59; cuyo reestablecimiento justifica la
intervención del Estado, 61-62, 65, 221; como uno de los
elementos que más eficazmente contribuye a la prosperidad de
un pueblo, 62; distributiva, responsabilidad del Estado, 64; a
partir de la cual es posible juzgar las causas de la anarquía, 69;
y deber de participar en la política del bien común, 70; e
impuesto, 75; internacional eficaz que logre hacer innecesarios
los ejércitos permanentes, 76; como criterio que se exige impere
entre las naciones a partir de la fraternidad internacional, 77-
78; como base para el tratado de paz, 79; no se profundiza ni se
vive conforme a ella en la práctica cotidiana, 85, 141, 254, 259;
y tolerancia de la Iglesia, 95; único fin que debiera tener el Estado,
100; organización económica ajustada a sus normas, 108; y
socialismo, 112; y marxismo, 118, 125; pseudo-ideal en el
trabajo que penetra la doctrina del comunismo, 122; como
ejecutora de la reeducación de la humanidad, 127; su violación
provoca la actitud espontánea del sentido social, 130; como

400
virtud, 133; al hablar de ella, hablamos de derechos, 134;
conmutativa, 135, 151, 219, 221, 231-232, 253, 263; distributiva
o proporcional, 135-136, 232, 241; general, legal o social, 136;
sin caridad es insuficiente, 139-140, 253-254; y caridad se
complementan, 140; como dominio que recibe actos de la
caridad, 140; olvidada, 141; como parte del bien común de un
estado, 142; en la relación patrón-obrero, 148, 161; compromiso
de los cristianos, 151; que rige el contrato de trabajo, 151-152 ;
en el monto del salario, 154-155, 160; y obligaciones del obrero,
160; y deberes de los patrones, 161; toda actuación sindical ha
de buscarla, 184; no tiene partidos, 184; como fin del sindicato,
187; que debe ser respetada por los sindicatos neutros, 196;
hay veces en que no se ve otro recurso distinto de los actos de
sabotaje y violencia para obtenerla, 201; y huelga, 202; como
reguladora del mundo económico, 205; que entra en pugna con
el remedio propuesto por los socialistas, 210; y frutos del trabajo,
212; y limosna, 218; ella se obtiene no por la revolución sino
por la evolución y la concordia, 225; en la vida comercial, 232-
233, 246; a sus normas debe ceñirse la empresa, 236; impedirá
la competencia desleal, 236; que, en forma imparcial, dé a cada
uno lo que le corresponda, y obtenga de cada uno lo que debe,
255; hambre y sed de ella, 254-255; como criterio de la acción
del sacerdote, 262-263; que establece ciertos bienes a que tienen
derecho los más humildes trabajadores, 265; y Acción Católica,
266; y reivindicaciones sociales, 267; y organismos sociales,
270-271;
Justicia Social: relación con la justicia legal, 136; concepto en
Pío XI, 137; la dignidad de la persona humana como su
fundamento, 138; dos sentidos para el mundo moderno, 138; a
qué obliga, 138-139.
Liberalismo: y concepción de la estructura social, 19; amoral
que ha hundido al mundo actual en una triste ruina, 44, 100,
187; cuyos límites fueron sobrepasados por S.S. León XIII, 61,
67, 168; como sistema para resolver el problema social, 91;
sentido general, 92; absoluto, 92; sectarios del liberalismo, 92;
liberalismo mitigado, 94; en lo tocante a tolerancia causa
extrañeza cuánto distan de la prudencia y equidad de la Iglesia
los que profesan el liberalismo, 96; económico, 96-97;
neoliberalismo económico, 97; que decae por culpa de la
conducta antiliberal del Estado, 98; doctrinas positivas esenciales
del neo liberalismo, 98; el neo liberalismo conserva todos los
caracteres fundamentales del liberalismo clásico, 98; crítica del
neoliberalismo el estado, 99; en su aspecto social el
neoliberalismo tiene una orientación que recuerda aun

401
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

demasiado al capitalismo, 99; en su aspecto moral la principal


reserva al neoliberalismo es su amoralidad, 99; Juicios de los
Papas sobre el liberalismo económico, 99; engendró está
economía capitalista, que aspira al predominio mundial, 99;
como sistema que pretende explicar y orientar la vida económica,
102; el socialismo es tal vez una doctrina económica y social
nacida en reacción contra el liberalismo, 110; y socialismo, 113;
jamás el cristiano podrá aceptar sus principios laicistas, 131;
sólo enseña al gozo y la posesión de los bienes y rechaza como
males absolutos la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento, 132;
filosófico que realiza la liberación teórica del hombre, 150;
económico que genera la esclavitud práctica al capital del
proletariado, 150; transformaba la exclusividad sobre su objetivo
característica de la propiedad en algo absoluto, 230.
Libertad: de acción de la Iglesia, 2, 259, 267; a los esclavos en
la época patrística, 6; del aborigen defendida por obispos y
misioneros en América Latina durante la época moderna, 8; a
los indios sometidos en América en el siglo XVII, 9; absoluta de
los ciudadanos aceptado por el Derecho Público a raíz de la
Revolución Francesa, 9; como tema de documentos de los
Soberanos Pontífices, 12; de la familia para desarrollar su misión
educadora, 23; de la familia y de la Iglesia que el Estado no
tiene derecho de cercenar, 26; abandonada como aspiración
por algunos que se arrojan a los pies de cualquier partido político,
29, 90, 151; necesitada por el padre de familia para cumplir
con sus deberes, 32; que compete a la mujer, 34; infinita de los
competidores sólo dejó supervivientes a los más poderosos, 43,
89, 186, 241, 244; de los órganos de expresión popular suprimida
por los fascistas, 43, 186; de los católicos para preferir una forma
de gobierno a otra, 49; de hacer una oposición violenta, 50;
protegida por la ley, 52; susceptible de degenerar en licencia,
52; en las Constituciones modernas, 53; debe ser asegurada por
el Estado, 53, 61; civil amenazada, 53; y conciliación con la
autoridad, 56; personal y Estado socialista, 60; de trabajo y
sindical, protegida por el Estado, 64; de la Iglesia para cumplir
su misión, 67; de acción que no debe faltar a familias e
individuos, 67; salvaguardada por el Estado por medio de la ley,
durante el siglo XIX, 68; que depende de las leyes, 70; que debe
dejarse a los fieles de constituir y participar en agrupaciones
políticas, 72; de los factores sociales para obtener un orden social
perfecto según los individualistas, 81; como bien supremo del
hombre según el liberalismo, 92; a la base del liberalismo, ver
capítulo El Liberalismo 92-101; admitida en la enseñanza a partir
de la nacionalización, 110; humana no consiste en someterse a
la necesidad física que domina al mundo, 113; y perspectiva

402
socialista, 113-114; que conoce el comunista es la de adherir al
partido, 120; despojada al hombre por el comunismo, 120; de
las conciencias en el comunismo, 124; concebida de forma
distinta según los diversos sistemas de moral social, 127;
orientada por una ley moral que proviene de Dios, 128; que
debe ser usada por el hombre para realizar su destino propio,
128, 211; permitida por el derecho de propiedad, 131, 210,
215, 217, 230; como instrumento precioso que posee el hombre
y del cual debe tener conciencia, 132; como derecho del hombre
que debe ser respetado por justicia, 134; perdida en el régimen
de peonaje, 147; del proletario y su reivindicación, 150, 166;
disminuida por el temor, en el contrato de trabajo, 151; a los
obreros para cumplir con sus deberes religiosos, como deber de
los patrones, 161; defendida por el sindicato, 167; ocupada como
excusa para la abolición de los gremios, 173-174; en el
sindicalismo revolucionario, 176; integral del individuo como
lucha del anarquismo, 177; espiritual negada al hombre por la
sociedad, 183; violada ante la indecisión del hombre de pensar
por sí mismo, 183; del estado y el movimiento sindical que
debe ser mutuamente respetada, 188; de las organizaciones para
criticar y exigir un cambio de conducta en un gobierno, 188; de
crear varios sindicatos, 190-192, 196; de los sindicatos para
federarse, 190, 197; u obligatoriedad de la sindicación, 190,
197; sindical, 192-195, 198; de los trabajadores para escoger
su forma de organización, 198; de los trabajadores y huelga,
203; del Corporativismo Portugués, 206; de disponer libremente
del salario, 210; de la familia para la cual son necesarios derechos
iguales, por lo menos, a los de la sociedad civil, 213; privada
por la esclavitud de los capitales privados o por el poder del
Estado, 216; contractual que debe ser protegida en procesos de
concesión a favor de organismos privados, 224; como base de
un régimen que supera al de la esclavitud, 236; hija de la justicia,
255; 265; cívica reivindicada por los católicos, 267.
Marxismo: al reducir el problema social a los factores
económicos reduce arbitrariamente las influencias que lo
producen, 81; injustamente elogiado al confundirse todo
movimiento de reforma social con el comunismo, 91; como
sistema que pretende explicar y orientar la vida económica, 102;
y capitalismo como alternativa, 108; y laborismo en la
perspectiva socialista, 112; que tiene un carácter estrictamente
proletario, 113; en la perspectiva de Blumm, 113; sentido, 115,
177; le corresponde superar la filosofía y resolver en la práctica
los problemas que ella plantea en teoría, 117; y sus valores,
118; no hay ninguna ruptura entre sus posiciones económicas y
sus posiciones políticas, 118; comentado por Lacroix, 119; más

403
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

que un sistema objetivo de explicación del universo es una


voluntad feroz de crear un mundo nuevo, 120; como una lucha
del hombre con el hombre y una lucha del hombre con la
naturaleza, 121; contemporáneo, 121; jamás el cristiano podrá
aceptar sus principios laicistas, 131; y justicia, 135; y
sindicalismo, 169, 177, 189; distinto del Leninismo y Stalinismo,
177; que tiene como gran estratega a Lenin, 177; que tiene una
moral oportunista, 182; al exponer la doctrina el sacerdote
recordará el daño inmenso que a las almas y a la civilización
trae este sistema, 262.
Mercado: necesaria intervención del Estado, 98; autodestrucción
de la libre concurrencia, 100; anarquía del mercado, 101;
condiciones del mercado, 160; mercado capitalista, 176;
racionalización y moralización de la competencia, 236;
cooperativas, 238; mercado de los valores, 245; la bolsa, 246.
Moral social: motivo de la tardanza en su conformación como
cuerpo organizado, 1; su diferencia con la moral individual, 1;
su noción, 1; sus fuentes, 5; su aspiración, 5; su relación con los
medios técnicos, 5; resumen histórico, 6; el aporte de Santo
Tomás, 7; el aporte de los tratados de De Iustitia et Iure, 8; en el
siglo XVII chileno, 9; valoración del aporte de Aspiazu, 11;
derecho de castigar y valor de las leyes, 55; sus presupuestos,
127; la actitud frente al problema de Dios condiciona todo juicio
moral, 127; el hombre su centro, 128; sus pilares fundamentales,
133; abolición del proletariado, una de sus primeras consignas,
151; no tiene competencia en la delimitación de la forma del
contrato, 153; su observancia es norma para los obreros
cristianos, 169; defiende la propiedad privada, 217; distancia
entre sus principios y la realidad, 250; su inspiración en la
comunión de los santos, 271.
Movimiento social: encabezado por miembros de la Iglesia
española durante el siglo XX, 11; que nace a partir de la Rerum
Novarum, 13.
Neoliberalismo: neoliberalismo económico, 97; desde 1937 se
habla de él, 97; crítica de los neo liberales al sistema liberal,
97; sus doctrinas positivas esenciales, 97; contraste con el
liberalismo clásico, 98; crítica de orden económico, social y
moral al neoliberalismo, 98-99.
Orden social: sometido y sujeto al supremo juicio de la Iglesia,
2; tiene como condición primordial la armonía entre todos los
factores que contribuyen a la educación, 27; que tiene como
fundamento la creencia en Dios, 38, 268-269; desorden social,
80, 82, 90; y cuestión social, 80-81; ideal de Platón y Tomás

404
Moro, 80; capitalista del siglo XIX, 80; perfecto, 80-81; según
los individualistas, 81; según los colectivistas, 81; que puede
obtenerse es sólo aproximativo, 81; y doctrina del pecado
original, 81; derrumbado por el comunismo bolchevique y ateo,
122; al cual aspira la moral social católica, 133, 222; más justo
al cual apuestan los sindicatos y que constituye parte de su bien
común, 142; cristiano y sindicalismo, 182, 184; justo no puede
ser creado cometiendo injusticias, 184; es un equilibrio interior
en que se da a cada cual lo que corresponde, 184; que tiene a la
corporación como uno de sus pilares fundamentales, 204; y
derecho a la propiedad, 215, 222; y limosna, 218; y el rol del
banquero, 243; y Acción Católica, 265;
Pobreza: normas y documentos sobre el tema en la época
patrística, 6; en el hogar abandonado por la mujer, 37; el Estado
debe dar especial protección a los de esta clase, 64, 67, 219; de
la nación que impide llega rmás lejos en la búsqueda del
bienestar nacional, 70; y cesantía, 86; a la cual están condenados
los obreros bajo una perspectiva liberal, 100; ideológica de la
burguesía según el marxismo, 121; rechazada como mal absoluto
por el liberalismo y el socialismo, 132; y virtudes naturales, 134;
y justicia social, 138; que es superada por medio del trabajo
acumulado de todos los ciudadanos, 144; y proletariado, 150;
que impide a las personas hallar aquellas cosas que son menester
para sustentar la vida sino ganando un jornal de trabajo, 154;
que debe ser socorrida por parte de los ricos y de los que tienen
como obligación de caridad, 161, 209, 219; que debe ser
respetada en el acto de la limosna, 218; que constituye una
clase de ciudadanos 222; e inversión de fondos, 240; y amor
cristiano, 254; espíritu de 256; a la cual el Evangelio promete la
felicidad no es la miseria, 256; es necesario que los hombres
tengan el valor de abrazarla, 256; ir a ella, 260; en la vida del
sacerdote, 260-262.
Política social: promovida por el Estado con fruto de la doctrina
católica, 67; favorecida por la Encíclica Rerun Movarum, 68; y
salvaguardia de la propiedad privada, 216
Problema social: según el magisterio de la Iglesia, 2; como tema
de la moral social católica en España durante el siglo XIX, 11; e
intervención estatal, 61; origen de su planteamiento actual, 80;
y acción de la Iglesia, 81; en la teoría marxista, 81; reducido a
los factores económicos, 81; e influencias ideológicas, 81; en la
Edad Media, 83; en el mundo moderno, 83; características, 83;
y conflictos bélicos, 84; en los campos y ciudad, 88; ignorado
por los hombres, 91; sistemas para su resolución, 91, 180; y
sistemas de moral social, 127; para su solución el puesto principal

405
M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

pertenece a las corporaciones obreras, 168; y movimiento


revolucionario, 180; como problema internacional, 186,187;
es antes que nada una cuestión moral y religiosa, 195; y
propiedad, 208.
Propiedad: tema tratado por Clemente de Alejandría, 6; en Chile
los misioneros predicaron con un valor heroico su respeto, 8; el
[obispo] de Granada tiene doctos estudios sobre ella, 11; que la
vivienda sea propiedad de la familia., 31; una de las razones de
porque la moral católica es uniformemente partidaria de la casa
individual familiar, 32,33; acceso a la propiedad de la tierra,
43,90,150,186; en relación a las leyes penales, 58; deber del
Estado respecto de ella 64,98,225; límite a la intervención del
Estado, 65,221,222,224,225; su relación con los impuestos, 75;
en relación a la vejez, 85; sobre la disociación entre la propiedad
del capital y la gestión de la empresa, 97; sentido de una
legislación sobre la propiedad privada, 99; concepción socialista
de la propiedad privada, 111,114,115,214; concepción
comunista de la propiedad privada, 124; al servicio del hombre,
130; el derecho de propiedad privada, ,132; su necesaria
extensión a todos, 133,138,223; abuso en su derecho, 142;
imposibilidad (y necesidad) de los trabajadores de obtenerla,
150,151,158; deber del sindicato, 167; su forma en los gremios,
172; los marxistas ante ella, 177; noción de propiedad privada,
206; punto de antagonismo en las doctrina sociales, 206; sus
diversas formas, 206,207; doctrinas sobre ella, 208; doctrina
católica sobre la propiedad, 208; fundamento sobre su derecho,
209,210,212,213,214,215,217; prioridad del derecho a la vida,
210; crítica a la concepción capitalista, 215; deber de la política
social y económica de su salvaguardia, 216; legitimidad de la
expropiación, 216; relativa a la dignidad de la persona humana,
216; funciones de la propiedad privada, 217; formas de realizar
su función social, 218,220; intervención del estado en la
propiedad privada, 221; títulos jurídicos de adquisición, 226,227;
su relación con la herencia, 228; evolución contemporánea de
las formas de propiedad, 228,229,230; propiedad de los bienes
de producción, 229; criterio de legitimidad, 230; riesgo de
confundir la concepción cristiana con la concepción liberal de
propiedad, 231; la compraventa, 231; su relación con el
préstamo, 248;
Reforma social: la iglesia no presenta un plan completo sobre
ella, 6; iniciadores del movimiento de reforma, 9; el aporte de
Von Ketteler, 11; Pïo XI hace de la profesión organizada uno de
sus elementos básicos, 45; confusión de la reforma social con el
comunismo, 91; necesaria reforma de las conciencias, 143;

406
apela al cambio de estructuras, 182; su urgencia, 250; el
cristianismo vivido, condición para su realización, 252; la
caridad, primera virtud que reclama, 253.
Renovación social: en el sindicalismo reformista, 180.
Responsabilidad social: conceptualización, 130.
Sentido social: y patriotismo, 69; conceptualización, 130;
católicos desprovistos de él, 135; como traducción de la justicia
social, 138; su descubrimiento en cada trabajo debiera ser una
parte importante de la educación, 144.
Socialismo: como tema de los escritos de León XIII, 12; como
sistema para resolver el problema social, 91; como sistema que
pretende explicar y orientar la vida económica, 102; que ha
sufrido grandes cambios desde la época de León XIII, 108, 113;
diversidad de tendencias sobre el socialismo, 109; cuya
tendencia interna lo llevó a ocuparse en forma exclusiva del
hombre, 110; como doctrina económica y social nacida en
reacción contra el liberalismo, 110; como doctrina que afirma
la primacía de la sociedad sobre el individuo y la subordinación
de éste a aquella, 110; no es el enemigo de la propiedad fruto
del trabajo sino de la propiedad capitalista, 111; marca la
substitución de la economía libre por la economía dirigida, 111;
y el problema de la organización, 111; y el problema de la
igualdad, 112; orientaciones actuales del socialismo, 112; y
humanismo, 112; actual expresa una doble aspiración de
universalismo y de espiritualismo, 112; humanista pretende
formar hombres, 113; y rasgos liberales, 113; juicio de la Iglesia
sobre el socialismo, 113; dividido, 114; que dio en el
comunismo, 114; mitigado, 114; de tendencia moderada, 114-
115; construido por la dictadura del proletariado, 117; Trotskista,
121; sólo enseña al gozo y la posesión de los bienes y rechaza
como males absolutos la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento,
132; de estado atribuido a los sindicatos, 169; que aspira a la
nacionalización de las empresas más poderosas y a la gestión
pública de las principales actividades sociales, 208; socialismo
agrario, 208; que tienden a suprimir toda propiedad privada de
los instrumentos de producción, 228.
Solidaridad: sentimiento que une a los compatriotas con vínculos
cuasi familiares, 68,69; ; con las opiniones políticas y las
odiosidades de partidos, 74; reconocida en el Pacto de la
Sociedad de las Naciones, 80; social, conceptualización, 130;
genuinamente humana y cristianamente fraterna, 133, 223; como
base de una doctrina católica anti-individualista, 157;

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M O R A L S O C I A L A . H U R TA D O , Te x t o s I n é d i t o s

internacional de la clase obrera, 179; ausencia de ella entre las


diferentes clases de una misma nación, 179; huelgas de, 201;
espíritu de 203; social, reestablecida en la Corporación, 205.
Trabajo: primer elemento de la vida económica, 144; no sólo
un medio para ganar la vida, sino una colaboración social, 144;
es un esfuerzo personal, 144; del trabajo de sus ciudadanos vive
la sociedad, 144; tiene un sentido social, 144,145; es santificador,
145; durante siglos se despreció, 145; el cristianismo dio al
mundo la gran lección del valor del trabajo, 145; mística y
humanismo del trabajo, 145; obligación moral de trabajar, 145;
derecho a escoger el trabajo a realizar, 146; la obligación moral
no implica obligación jurídica, 146; criterio para la imposición
de trabajos forzados por parte de la autoridad pública, 146;
regímenes jurídicos en la historia(esclavitud, trabajo servil,
artesanado, encomienda, inquilinaje, salariado), 146; como
materia del magisterio de los Romanos Pontífices, 4; manual
despreciado y luego elevado por el cristianismo, 7, 133, 145;
de los niños durante el siglo XIX, 9; como tema de reforma social
en el siglo XIX, 11; desorganizado, como atacante de la ley de
transmisión de la vida por la familia, 22; y remuneración familiar,
28; y previsión social, 29; y vivienda, 30, 32; doméstico y
dignificación de la mujer, 34; y remuneración de la mujer, 36;
que consume las energías de la madre, 38; social e intelectual
de la mujer, 38; de las clases sociales percibidos a simple vista
como similares, 40; como elemento social de las clases sociales,
40; a todo tipo y a toda categoría de hombre que lo realiza se
debe honra y respeto, 42; a toda categoría de hombre que lo
realiza se le deben los medios de vida para poder ejercitarlo en
forma digna de él, 42; que junto al capital, dirige la lucha de
clases, 42; no puede existir sin capital y viceversa, 43, 108; que
resulta en las profesiones, 44; que no debe ser procurado
directamente por el Estado, 46; desmedido, o no proporcionado
al sexo ni a la edad que provoca la intervención del Estado, 61;
y leyes de protección obrera, 62, 68; que debe procurar el Estado
especialmente a los padres de familia y a la juventud, 64; libertad
protegida por el Estado, 64; Código de, 68; servicio del, 76;
como problemática que inicialmente dio origen al término
“cuestión social”, 80; e inseguridad, 85; y cesantía, 86; del
Estado, 87; y neoliberalismo, 99; los días domingo en el régimen
comunista, 101; separado y bajo el dominio del capital en la
perspectiva capitalista, 102, 108-109; como fuente de la
propiedad privada en la perspectiva socialista, 111; que resulta
en las condiciones de vida y la jerarquía de las funciones de los
hombres, 112; y reconocimiento de su importancia primordial
en el laborismo, 112; su promoción no podrá realizarse

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completamente sino cuando la clase obrera pueda participar a
la cultura integral, 113; teoría del valor, 118; proletarios que lo
realizan y no perciben su utilidad, 118; como lucha del hombre
con la naturaleza, 121; fraternidad en él, como pseudo-ideal,
122; colectivo, 124; de orden superior que el hombre debe ser
libre de efectuar, garantizado por la propiedad privada, 131; y
fuerzas desiguales para ejercerlo, 132; diferenciado en la
sociedad, 132; todo tipo posee una dignidad inalienable y al
mismo tiempo un estrecho lazo con el perfeccionamiento de la
persona, 133; consecuencias prácticas que se derivan de su
nobleza moral y que la Iglesia no titubea en apoyar, 133, 222;
señalado por el padre de familia, según la justicia distributiva,
135; y salario, 135, 153-160, 236; sentido del, 144-145; mística
del, 145, 160; obligación personal del, 145; obligatorio y Estado,
146; regímenes de, 146-151; contrato de, 151-153; y deberes
del obrero, 160; y deberes de los patrones, 161; y derechos de
los trabajadores, 161-162; y dignidad obrera, 163; que se
convierte en un instrumento de perversión, 163; excesos de
racionalización del, 164; taylorismo como una de sus técnicas,
164; de la mujer, 164-165; de los menores, 165-166; y
sindicalismo, ver capítulo El Sindicalismo, 166-206; y formas de
propiedad, 207; y propiedad, 210, 212, 214, 216, 226-230; y
limosna, 218; magnificencia y justicia social, 220; y progresos
técnicos, 226; e intervención estatal, 222-223; y justo precio,
233; y justa ganancia, 234-235; paralización de, 240; realizado
que es superado por los honorarios recibidos, 242-243; que no
es la justificación de la ganancia del juego y la especulación,
246; y préstamo, 248; acumulado convertido en bien inmaterial
(dinero), 249; y contrato de asociación, 249; sobre el cual se
impone el capital industrial, 250; en equilibrio con el descanso,
257; y oración, 257-258; Divino Precepto del, 258; convertido
en himno de alabanzas a Dios por el obrero cristiano, 258; de
la Acción Católica, 264.

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