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ESCUELA SECUNDARIA N° 341

EXAMEN DE RECUPERACIÓN DE MATEMÁTICAS 1


PROFA. LIZBETH BRAULIO LEYVA

Los números mágicos

La influencia de los números en la vida de los pueblos prehispánicos de México es muy destacada, pues cada uno
estaba impregnado de la magia y del simbolismo que los hacían importantes, venerados o temidos. Los números
acompañaban al hombre desde su nacimiento hasta la muerte y aún más allá: hasta los cielos e infiernos estaban
numerados. Los calendarios, la adivinación y el pensamiento diario de la gente estuvieron imbuidos de signos, de ritos,
donde ellos jugaron un papel vital. El uno, como unidad base de numeración asociado al nombre de un día o un año,
adquiría un significado especial: 1 tochtli, 1 conejo. Generalmente, fue interpretado como de “mal agüero”, porque
pronosticaba los desastres.

El número dos se asoció a la pareja creadora Omecihuatl (dos mujer o señora doble) y su compañero Ometeuchtli
(dos señor o señor doble). Ambos tenían su morada en el cielo doble, Omeyocan, y fueron los dioses creadores de la
humanidad. El dos representó para los nahuas fecundidad, preponderancia. La mitología de Quetzalcóatl lo presenta como
dios de los fenómenos dobles, de la dualidad, por el hecho de ser gemelo de Xólotl.

Los días pertenecientes al número tres se consideraron como buenos y sin ningún maleficio. Entre los mayas, el
número tres fue femenino por excelencia, porque a los tres meses de edad una niña era llevada a la ceremonia del
betz’mec, especie de bautizo. Además, tres eran las piedras colocadas en forma de triángulo que sostienen el fuego de la
cocina, lugar donde la mujer debía permanecer el mayor tiempo de su vida.

Duplicando dos tenemos cuatro, número regente por excelencia de las deidades y de los destinos indígenas. La
expresión más alta es la reunión de la doble pareja materializada con sus dioses representativos en los cuatro elementos:
aire, fuego, agua y tierra. Estos cuatro elementos fueron el tema de cada una de las grandes eras cosmogónicas indígenas,
conocidas como los cinco soles.

En Michoacán, los chichimecas, pobladores de Pátzcuaro, adoraban a cuatro deidades principales, a las que
hicieron estatuas de piedra labrada y eran Ziratacherengue, Vacusecha, Tingarata y Miecue Ageva. En la organización
política, durante la época del rey Tzitzispandácuare, el reino estaba dividido en cuatro provincias; cada una resguardada
por señores principales. La importancia que las cuatro partes del mundo tuvo entre los michoaques fue tal, que en todas
las oraciones se les invocó como a dioses principales.

Cinco es el número que indica la situación del hombre en la tierra, como centro del universo y a su alrededor los
cuatro puntos cardinales. Este número está relacionado con el planeta Venus porque los años de este astro se contaban
en grupos de cinco. En las ceremonias de Michoacán, cinco era el número más empleado: en la fiesta de Hiripati
intervenían cinco sacrificadores y cinco sacerdotes. Las oraciones se repetían cinco veces, los sacerdotes ayunaban cinco
días antes de una fiesta y, algunas veces, en los cinco días posteriores se emborrachaban, como acontecía después de la
fiesta dedicada a la diosa Cueravaperi, encargada de enviar las nubes para que lloviera.

Como se puede ver, el uso de los números entre los indígenas fue esencialmente religioso y astronómico, los
cuales, al pasar a las clases de menor cultura, conservaron el simbolismo, ya fuera de dicha o de infelicidad, según
estuvieran ligados a planetas, signos o acontecimientos favorables o adversos.

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