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8 de octubre de 2018
Nota
América Latina es una región con una historia trazada por la desigualdad, la
inequidad y la pobreza. Este conjunto de fenómenos tiene su génesis tal vez en
la colonización sufrida por los distintos países, mediante la cual se padeció el
despojo, la usurpación y el sometimiento. Producto de esto, y después de los
procesos de independencia se sedimentó una herencia cargada de corrupción,
conflictos internos como en el caso colombiano, burocracia y empobrecimiento
de buena parte de la población, mientras una minoría goza de la riqueza.
Debido a todo esto, América Latina es una de las regiones del mundo más
inequitativas y esto se ve reflejado en las brechas económicas, sociales y
especialmente en la educación. Al ser esta última impulsora de desarrollo y
mejoramiento de la calidad de vida, se repite el círculo de la pobreza, porque
son los pobres los que precisamente no poseen oportunidades para acceder,
permanecer y terminar sus ciclos de formación.
Ahora, el tema de la equidad supone, dicen Blanco y Cusato (2018) dar más
a quien lo necesita y tener la posibilidad de optar y decidir. Es decir, la equidad
implica mirar las necesidades de cada quien para en ese mismo orden abrir
alternativas y posibilidades de desarrollo. Entonces, la equidad exige reconocer
que todos los seres humanos, sin distingo, poseen demandas para vivir
plenamente, ser productivos y participar. En este sentido, el favorecimiento de
la equidad y la igualdad es una tarea ineludible de la escuela, como escenario
para formar en ciudadanía, respeto a la diferencia, participación e inclusión. No
obstante, estos procesos muchas veces, son oscurecidos debido a la
imposición de currículos estandarizados, al uso de la lengua de las mayorías, a
las prácticas religiosas y culturales dominantes, situación que pone de relieve al
lado de la pobreza y la marginación, la exclusión educativa.
Con respecto a lo anterior, se puede ver cómo aunque se han reducido los
porcentajes de analfabetismo absoluto, todavía hay 36 millones de personas
analfabetas en la región, de las cuales el 56% son mujeres (Unesco, 2004;
citado por Blanco y Cusato, 2018). Estas personas excluidas por el sistema, se
ven abocadas a sustentar su subsistencia con trabajos mal remunerados,
adquieren límites para aportar al desarrollo productivo del país y escasean de
motivaciones para educar a sus hijos. Muchas veces, estos últimos son
víctimas de la desesperanza y la resignación de sus padres, quienes ven en la
educación sólo una oportunidad para una clase privilegiada. Derivado de esto,
todavía hay un gran porcentaje de personas entre 15 y 24 años con primaria
incompleta, que en algunos países supera el 30% de la población (Blanco y
Cusato, 2018). Todo ello, pese a los esfuerzos de los países por establecer la
obligatoriedad de la educación básica y secundaria. La obligatoriedad no
alcanza a sobrepasar el déficit, la escasez o la ignorancia de las personas,
víctimas de un sistema excluyente e inequitativo.
La inequidad y la desigualdad en países como Colombia también se ponen
en claro a través de la calidad de la educación que reciben los niños de la
escuela pública y la privada, en el acceso a la información y la tecnología.
Producto de ello, es la escasa permanencia y el acceso a la educación
superior, lo que se constituye en un privilegio para unos pocos. Con respecto a
todo, Blanco y Cusato (2018) anotan que en muchos países hay altas tasas de
repetición y abandono de la escuela, sobre todo en la población con más
desventajas económicas y culturales. Estas desventajas en los distintos países
se han tratado de superar a partir de variadas políticas y subvenciones para los
menos favorecidos, pero es tal el problema, que apenas son pañitos de agua
tibia. Ejemplo de ello, es el programa “ser pilo paga” que en Colombia, se ha
dirigido a favorecer el ingreso a la universidad de los jóvenes destacados en las
pruebas SABER y que provienen de sectores pobres. Aunque es meritorio este
esfuerzo del gobierno, es un porcentaje muy bajo el que logra alcanzar a
disfrutar de dicho programa.
“Ya han sido superadas en países como Cuba, en donde los aprendizajes son
adquiridos de igual manera en zonas rurales y urbanas. Es decir, un solo país de la
región, aparece como el que entrega no sólo la mayor cobertura, sino también la mejor
calidad y de manera más equitativa” (Llece-Unesco, 1997; citados por Blanco y Cusato,
2018).
De otro lado, las autoras del texto, demuestran que sí es posible que en
condiciones de pobreza y adversidad, la escuela latinoamericana transforme las
condiciones de inequidad y desigualdad en torno a la calidad de los
aprendizajes. De esta manera, afirman que las investigaciones desvelan un
conjunto de factores que han hecho posible el alcance de resultados notables y
eficaces, algunos estos, según Blanco y Cusato (2018) son: Cambios en la
organización, permanencia de los maestros, trabajo en equipo, articulación de
programas en coherencia con las realidades, planeación efectiva, cambio en los
roles autoritarios del maestro, prueba de varios métodos y el compromiso de los
maestros. Es decir, todas estas variables trabajadas intencionalmente ponen en
claro que los cambios en educación provienen de la escuela y principalmente
de la iniciativa de los maestros. Estos sujetos, como “luchadores cotidianos” de
la causa formativa son los que al fin y al cabo concretan las buenas prácticas
independientemente de lo que el sistema instituye.
Para finalizar, Blanco y Cusato, ratifican en todo el texto que América Latina
es una región donde campean las desigualdades sociales, económicas y
culturales, acompañadas de la inequidad a todo nivel. Estas circunstancias,
tocan de frente la realidad educativa y amplían la brecha entre ricos y pobres, lo
que se determina principalmente por la región geográfica donde se habita, el
estrato socioeconómico, el origen mayoritario o étnico… De igual modo, las
autoras explicitan que la escuela se convierte en un escenario para exacerbar
aún más la desigualdad y la inequidad, pues la calidad de la formación y de la
educación recibida, abanica o achica las posibilidades de desarrollo,
participación y vinculación al mundo productivo y a las dinámicas culturales del
presente siglo. Esto, debido a que en esta época la educación y el
conocimiento son el capital fundamental para visibilizarse como sujetos
participativos dentro de las nuevas lógicas.