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Señor Jesús: Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como

somos. "Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres
el Hijo de Dios" (Jn. 6,69). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de
la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres. Siguiéndote a
ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de
Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi
Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt. 17,5). Con esta FE, hecha
de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como
los diversos sectores de la vida familiar y social. Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz,
nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al
saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" .Nuestra esperanza se traduce en
confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre. Queremos sentir
como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el
fin de todo. Aumenta nuestra FE. Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos
comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo. Contigo ya
podemos decir: Padre nuestro… Amén.
PRIMERA ESTACIÓN DE LA PROCESIÓN EUCARÍSTICA. LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN DEL
AMOR DE DIOS.
Hagamos nuestras las palabras del Papa Francisco: “Hemos escuchado: en la [Última] Cena
Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial
de su sacrificio de amor infinito. …Ante esta realidad nunca acaba el asombro de la Iglesia.
Un asombro que alimenta siempre la contemplación, la adoración, y la memoria. Nos lo
demuestra un texto muy bonito de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura
del Oficio de lecturas, que dice así: «Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz;
reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo
de Cristo, tomad y bebed su sangre. Sois ya miembros de Cristo. Comed el vínculo que os
mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea
que os depreciéis». Roguemos en la fe para que la Eucaristía Pan de Vida, expresión amor
misericordioso que Dios nos ofrece, nos una cada vez más, como lo acabamos de
escuchar, para que nunca nos disgreguemos y para que no se pierda jamás la mutua
estima que nos hace hermanos en una fraternidad conseguida con el precio glorioso de la
vida de Jesús entregada por todos. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo
Sacramento del Altar. R. Sea para siempre bendito y alabado.
SEGUNDA ESTACIÓN DE LA PROCESIÓN EUCARÍSTICA. La Eucaristía alimento de las
familias.
En la Exhortación Apostólica la alegría en el amor, en el número 186, el papa Francisco nos
enseña: La Eucaristía reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al
Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo
provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. …No hay que
olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social»[207]. Cuando quienes
comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o
consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es
recibida indignamente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía con
adecuada disposición refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su
compromiso con los necesitados.
Pidamos ahora que nuestra fe se convierta en compromiso que haga vivo el amor de Dios
y que, nutrida nuestra vida con el Pan de la Verdad, seamos testigos de la Misericordia en
nuestras familias y en nuestra sociedad.

TERCERA ESTACIÓN DE LA PROCESIÓN EUCARÍSTICA LA EUCARISTÍA, CENTRO DEL MUNDO.

En la Encíclica Laudato Sii, en el número 2364 , el papa Francisco nos invita a mirar en el
misterio del amor de Dios que hoy celebramos el centro mismo de todo lo creado: “En la
Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación… La Eucaristía une el cielo y la tierra,
abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en
feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la
divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Por eso, la
Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el
ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado”. Pidamos que nuestra fe,
alimentada en el Banquete Eucarístico se haga obra de paz, de justicia, de verdad y centre
todo lo creado en la alabanza al amor de Dios, en el reconocimiento de este amor que nos
edifica y nos recuerda que el centro es Dios y que todo lo creado ha de glorificarle
siempre.
CUARTA ESTACIÓN DE LA PROCESIÓN EUCARÍSTICA EL AÑO DE LA MISERICORDIA

En la bula de convocación del año de la Misericordia, el Papa Francisco nos dice: Jesucristo
es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su
síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de
Nazaret. El Padre, « rico en misericordia » (Efesios 2,4), después de haber revelado su
nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en
amor y fidelidad » (Éxodo 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en
tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Galatas
4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de
la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre
(cfr Juan 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona
revela la misericordia de Dios. En nuestra marcha de fe, sigamos pidiendo al Señor,
nuestro compañero de camino, que nuestra vida sea una vida eucarística, una vida que
revele a todos el amor misericordioso de Dios, el amor entregado que nos une y nos
propone hacer evidente en nuestras acciones el amor de Dios.
ESTACIÓN FINAL EN EL LUGAR EN EL QUE CONCLUYE LA PROCESIÓN.

Estamos finalmente aquí, en la meta de nuestra marcha. Jesús, como hace muchos años
en la tarde de la Pascua, hace ademán de seguir su camino, pero nosotros, tomando las
palabras con las que el San Juan Pablo II inauguró el año de la Eucaristía en 2004, decimos:
Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: ¡quédate con
nosotros! Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro
corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche. Ampáranos en el cansancio,
perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien. Bendice a los niños,
a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los
sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad. En la Eucaristía te
has hecho "remedio de inmortalidad": danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a
caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la
meta de la vida sin fin. ¡Quédate con nosotros, Señor! Quédate con nosotros! Amén.

LETANIAS
Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús. Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la Incomparable Madre de Dios la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su casto esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Oremos: Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el
memorial de Tú pasión; Te pedimos nos concedas venerar de tal modo los
sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre, que experimentemos
constantemente en nosotros el fruto de Tu redención.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

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