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DOCUMENTOS APOYO DOCENTE

Nº 13 – Noviembre 2006

Democracia Contemporánea.
El modelo procedimental de Dahl y la
crítica normativa de Habermas

Thomas Griggs Latuz

Documentos de Apoyo Docente - N º 13 - Noviembre - 2006 1


Los Documentos de Apoyo Docente (DAD) son una Publicación del Departamento de Gobierno y
Gestión Pública del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

Los DAD tienen como objetivo poner a disposición de la comunidad académica la experiencia
docente de los/as profesores/as del Instituto de Asuntos Públicos.

Serie de Documentos de Apoyo Docente:


1. Discusión teórica conceptual sobre la disciplina
2. Revisión bibliográfica y exposición de autores
3. Desarrollo de contenidos de los Programas de las Asignaturas
4. Propuesta de Ejercicios, Análisis de Casos e Instrumentos Metodológicos

Editora
Karina Doña Molina, Académica Instructora
Departamento de Gobierno y Gestión Pública
INAP – UNIVERSIDAD DE CHILE

Comité Editorial
Prof. Verónica Figueroa
Prof. Thomas Griggs
Prof. Ariel Ramírez

Asistente de Publicaciones
Diego Barría Traverso

Se autoriza la reproducción total o parcial del material publicado, previa cita de la fuente.

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DOCUMENTOS DE APOYO DOCENTE

DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA:
MODELO PROCEDIMENTAL DE DAHL Y LA CRÍTICA NORMATIVA DE HABERMAS

Thomas Griggs Latuz1

PALABRAS CLAVES

TEORÍA DEMOCRÁTICA – DEMOCRACIA PROCEDIMENTAL -


ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

1 Profesor Asistente del Departamento de Gobierno y Gestión Pública, Instituto de Asuntos

Públicos, Universidad de Chile.

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Introducción

Cuando se revisan los textos que sientan las bases fundamentales de la


democracia, habitualmente los lectores nos encontramos con definiciones,
principios y propósitos que en buena medida se distancian de los modelos
políticos que actualmente existen bajo esa denominación. Lo que hoy
conocemos por democracia es muy distinto a lo que ese sistema político
suponía en sus orígenes, y es posible observar cómo ella se ha modificado
conforme se han modificado también las sociedades organizadas bajo
este sistema político.

Robert Dahl (1992) salva esta diferencia denominando poliarquía a todos


aquellos sistemas que se encuentran inspirados y siguen los principios
fundamentales de las democracias, pero que, sin embargo, dada la
complejidad de las sociedades, no se constituyen como tal en un sentido
estricto, reservando la palabra democracia para referirse a una
democracia pura y que se constituye puramente en el plano teórico. Esta
poliarquía se conoce también como democracia procedimental, toda vez
que está referida a su puesta en práctica por medio de diversos procesos o
procedimientos.

Es importante tener presente que este modelo procedimental hace alusión


a aquellos sistemas políticos donde el método democrático ha sido
implementado de manera nominal en derechos de participación y se ha
puesto en marcha de manera efectiva bajo formas prácticas.

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En el presente documento, escrito para los alumnos de la carrera de
Administración Pública de la Universidad de Chile, se analiza el modelo
procedimental de democracia que plantea Robert Dahl, primero desde
una perspectiva descriptiva, y luego a la luz de la crítica que formula
Habermas al cuestionar el verdadero sentido de la democracia en el
Estado contemporáneo.

En términos generales, y sólo a modo de introducción a esta discusión, se


puede señalar que Habermas encuentra en la democracia procedimental
una deficiencia fundamental: no entrega una respuesta adecuada a la
pregunta sobre el sentido de la democracia, o dicho de otro modo: no
responde porqué los ciudadanos y los actores que participan del sistema
político están dispuestos a aceptar las normas del juego democrático o
cuáles son sus razones para ello. Obviamente, la pregunta busca
determinar razones que vayan más allá de la existencia de sanciones
aparejadas al incumplimiento de la norma, y tiene que ver con las razones
por las cuales las comunidades anhelan vivir bajo este régimen y están
dispuestas a conservarlo frente a cualquier tipo de crisis. Es evidente que
ello no se puede explicar por el solo temor a las sanciones que establece el
sistema jurídico, sino que se refiere a un convencimiento y a una valoración
de la democracia que no alcanza a ser abordada por esta definición
procedimental. El análisis de estas razones expuestas toma como base a
Habermas (1998, Capítulo VII).

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Condiciones Mínimas para la democracia: la propuesta de Dahl.

Para efectos de estructurar una teoría de la Democracia, Dahl señala que,


en términos generales, se pueden seguir dos caminos distintos (1992): el
método de maximización, que define los objetivos del sistema político que
es necesario maximizar, como la soberanía popular y la igualdad política o
el establecimiento de una república no tiránica; y el método descriptivo,
que toma a todos los Estados nación que se consideran como
democráticos y determina los rasgos que los caracterizan y diferencian,
estableciendo así las condiciones necesarias y suficientes para asegurar la
existencia de este sistema.

Ciertamente, estos dos métodos no son contradictorios entre sí, por el


contrario, se complementan y concurren de manera conjunta en la
elaboración que Dahl hace de su teoría democrática y la concepción
procedimental.

En primer lugar, y siguiendo las directrices del primer método establecido


(maximización), Dahl sostiene que la democracia busca maximizar tres
características de los sistemas políticos: que al tener que optar por alguna
alternativa de políticas, se ponga en práctica un sistema que permita
recoger las preferencias de los individuos; que en este proceso de elección
siempre se asigne un valor igualitario a las preferencias de los individuos; y
que, finalmente, termine por imponerse aquella alternativa que es
preferida por el mayor número de individuos.

De esta definición se colige que el elemento esencial en los sistemas


democráticos son los eventos o procesos eleccionarios, por cuanto, se
constituyen en la instancia donde se pone en práctica el rasgo de

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igualdad que se le exige a estos sistemas. Lo que se quiere maximizar se
hará precisamente a través del acto electoral, no sólo en ese momento,
sino que en permanente referencia a ese momento. Esta afirmación nos
lleva al segundo método (el descriptivo), pues los objetivos que se busca
maximizar comienzan a estar condicionados por la práctica de los sistemas
y la materialización de los procesos democráticos.

Al transformarse el acto electoral en la esencia de la democracia, se


deducen algunas conductas o condiciones que es imprescindible observar
para la vigencia de este régimen y que se convierten en reglas verificables.

En efecto, Dahl sostiene que en la vida política de una comunidad


democrática se reconocen dos momentos fundamentales: el acto
electoral y el periodo que existe entre una y otra elección. A su vez, el acto
electoral está compuesto por otros tres momentos o periodos: el momento
previo a la votación, el periodo de votación y el periodo posterior a la
votación, existiendo condiciones o requisitos mínimos asociados a cada
momento o periodo, que permitirán asegurar la vigencia de una
democracia.

Así, en el periodo previo a la votación una democracia debe asegurar la


inclusión de las distintas alternativas u opciones que existen en un sistema
social, de manera que tengan la posibilidad de ser preferidas o escogidas
por la ciudadanía. De este modo, se pueden reconocer dos condiciones
básicas: que todos los sujetos tengan la posibilidad de añadir la alternativa
que prefieran a un proceso electoral; y que todos los individuos posean
idéntica información sobre las alternativas que se someten a la elección,
de manera que concurran en condiciones de igualdad a elegir u optar por
alguna de las alternativas establecidas.

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El periodo electoral, que en realidad es bastante reducido y se refiere más
a un acto que a un lapso en el devenir de las comunidades políticas, se
deberían observar otras tres condiciones: debe existir un acto que permita
recoger las preferencias de los individuos y determinar, por medio del voto,
la o las alternativas más deseadas; cada persona debe tener la misma
capacidad de votar que los demás sujetos de la comunidad, es decir, el
voto tiene un idéntico valor entre los sujetos; finalmente, también es
necesario que aquella preferencia con un mayor número de votos sea la
que se imponga a las otras.

Luego, y dado que estas condiciones previas no son todavía suficientes


para asegurar un sistema democrático –pues se ha hablado de las
condiciones y requisitos de las elecciones, pero no de sus consecuencias –
el periodo pos electoral supone que las alternativas que se sometieron al
escrutinio público y que obtuvieron una mayor votación deben postergar a
las alternativas que obtuvieron un apoyo inferior. Asimismo, es necesario
asegurar que las órdenes que impartan las autoridades o cargos electos se
cumplan.

Pero como se señalara, aun cuando las elecciones tal vez constituyen el
evento más importante en los sistemas democráticos, también es necesario
referirse al periodo que media entre una elección y otra, tiempo durante el
cual es imprescindible observar ciertas conductas o condiciones para
mantener la democracia. Ejemplo de esto es que la democracia requiere
que las decisiones que se adopten en este periodo se subordinen a las
establecidas en la etapa de elección, y que las decisiones o políticas que
se adopten en este periodo estén regidas por las condiciones ya
nombradas, a pesar que las circunstancias institucionales sean distintas.

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Hay que tener presente que en todas estas condiciones y requisitos que
establece Dahl para sostener la existencia de un régimen político
democrático, subyace una idea que es fundamental: el consenso social y
ciudadano sobre estas normas. Es decir, mientras más consensos existan en
una comunidad, más favorables resultarán las condiciones para una
democracia o poliarquía.

En consecuencia, la democracia procedimental que establece Dahl


estrará determinada por la vigencia de las condiciones señaladas en los
momentos o periodos mencionados.

No obstante, estas condiciones no son de por sí suficientes para asegurar o


garantizar una democracia o una poliarquía, y además de las conductas
que deben observarse en torno a las elecciones, también deben
asegurarse otras condiciones que tienen que ver con la libertad y la
igualdad de los sujetos y que en buena medida responden a las
pretensiones originarias de la democracia (Dahl, 1999). Estas condiciones
exigen que todos los miembros de una comunidad política tengan
oportunidades iguales y efectivas para que sus puntos de vista sobre cómo
debe ser la política sean conocidos por los otros miembros de la
comunidad.

Asimismo, la democracia supone que, dentro lo posible, todos los


integrantes de una comunidad tengan la oportunidad de conocer en
detalle las demás propuestas o ideas sobre la política que aparezcan y
que se sometan al escrutinio popular, lo que supone una nueva condición:
todos los sujetos que participan de una comunidad y que cumplen con
ciertos requisitos, como una determinada edad y, por lo tanto, madurez,

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sean incorporados o considerados en todos los actos decisionales, es decir,
en todos aquellos eventos que van en pos de definir el modelo político que
ha de gobernar una comunidad (Dahl; 1999).

Finalmente, Dahl (1999) señala que los miembros de una comunidad


democrática deben tener la oportunidad de decidir qué asuntos deben
ser incorporados a la agenda pública y por medio de qué modo. Esto
hace que el proceso democrático sea permanente, pues las definiciones
sobre la política que una comunidad quiere pueden ser permanentemente
revisadas y modificadas, si los miembros de la comunidad así lo deciden.

Crítica a la definición procedimental de Democracia: la propuesta de


Habermas.

Como se señalara en párrafos anteriores, la propuesta de Dahl resulta muy


útil a la hora de analizar los regímenes políticos contemporáneos y
determinar si estos pueden ser considerados como una democracia o no.
Basta con tomar las condiciones enumeradas por Dahl y comprobar su
efectiva existencia. La dificultad de ese análisis estará dada en el paso
siguiente: ya sabemos cómo debe ser una democracia, sin embargo, la
realidad es mucho más compleja y no siempre se deja ver con claridad
por estas condiciones.

Por ejemplo, Dahl establece que una condición esencial, y a todas luces
obvia, es que en las elecciones triunfen aquellas propuestas que obtengan
más votos, y se impongan sobre aquellas menos votadas. Pero si se revisa el
sistema político chileno, se puede concluir que esa condición no siempre
se cumple, pues el sistema electoral vigente (binominal) no es capaz de
garantizar esa máxima. No obstante, no parece argumento suficiente

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como para sostener que en Chile no existe una democracia, dada la
vigencia de las demás condiciones, y de la mencionada en un buen
grado.

Este es sólo un ejemplo de cómo una definición procedimental de


democracia proporciona con un alto grado de lucidez aproximaciones al
concepto que facilitan su entendimiento y permiten a los ciudadanos tener
más o menos claro aquello que deben exigir a sus sistemas políticos para
que aseguren en mayor o menor medida la democracia. Sin embargo,
esta definición no aborda el porqué los ciudadanos habrían de pretender
y desear un sistema democrático, qué los hace creer en él, porqué
aceptan entrar en el juego de la democracia.

Al respecto, Haberlas (1998) señala que una definición procedimental de


democracia es incapaz de abordar una problemática esencial: las razones
que tienen los ciudadanos racionales para respetar las reglas del juego
democrático. En este sentido, sostiene que una teoría sobre la democracia
no puede eliminar el sentido normativo que implica una comprensión
intuitiva de la democracia, y prefiere recurrir a una definición normativa
(teórica) de democracia para comprobar si las concepciones de la
sociedad ofrecen puntos de conexión entre ese modelo normativo y la
realidad.

Así, para Habermas una definición de democracia debería demostrar que


los participantes tienen buenas razones para atenerse a las normas del
juego, más allá de la sanción que supone el incumplimiento de la norma.
En especial, señala, importa conocer las razones que tienen los partidos
que ostentan y ejercen diversas cuotas de poder.

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Al respecto, cobra especial sentido considerar a la democracia como una
competencia entre partidos, los cuales encuentran legitimidad en el voto
mayoritario que se expresa en elecciones libres, iguales y secretas. Esta
consideración toma como punto de partida una noción de igualdad, es
decir, las normas serán válidas en la medida que la voluntad de los sujetos
esté orientada a aceptarlas. Así, los individuos, por medio del asentimiento,
son los que producen la validez de la norma, y se impone la idea que es
derecho sólo aquello que el legislador elegido establece como tal.

Cuando los ciudadanos votan o eligen a un partido político, o las


propuestas de éste hacia la ciudadanía, es probable que ellos hayan
votado por estas colectividades no tanto por las razones que exponen o
por las ventajas racionales de las políticas que proponen (lo que los aleja
de una verdad objetiva), sino que han votado por ellos por razones más
bien emotivas, que se explican a partir de los lazos emocionales que los
mismos partidos han establecido con la población.

Por lo tanto, ya no son exclusivamente las razones de los sujetos las que
explican la conveniencia de la democracia, sino que también ella
dependerá de las emociones, lazos afectivos o compromisos ideológicos
de los sujetos con los partidos y sus dirigentes.

Para Habermas una pieza central del proceso democrático es la política


deliberativa. Sostiene que la teoría del discurso toma elementos de la
concepción liberal del Estado y de la concepción Republicana, y los
integra en el concepto de un procedimiento ideal para la deliberación y
toma de decisiones. De este modo, si existe un suministro suficiente de
información que tenga relación con los problemas que se están tratando

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en el debate se consiguen resultados racionales, y las reglas del discurso y
argumentación terminan por darle validez al juego democrático.

La política y la democracia adquieren validez por el proceso de


convencimiento, antes que por otros motivos, como puede ser la alusión a
la protección de los Derechos Humanos y las garantías constitucionales,
que es el argumento del liberalismo para defender la democracia, o la
alusión a una eticidad concreta, que es el argumento del republicanismo.

La política deliberativa entonces, entrega un argumento distinto para la


democracia, y básicamente pone en el centro de la democracia el
proceso de formación de la opinión y la voluntad política, por lo que el
desarrollo de una política deliberativa depende no tanto de una
ciudadanía capaz de actuar democráticamente, sino, de la
institucionalización de los procedimientos y presupuestos comunicativos, y
de la interacción de las deliberaciones que se dan institucionalmente con
opiniones públicas desarrolladas informalmente. Para Habermas los
procedimientos democráticos generan procesos de entendimiento
superior, y el flujo de comunicación de la opinión pública más los
resultados electorales y más las resoluciones legislativas garantizan que el
poder generado comunicativamente se transformará en un poder que se
podrá utilizar de manera más concreta o administrativa, es decir, se podrá
emplear para poner en práctica las propuestas contenidas en las políticas
comunicadas.

La democracia debe enfrentar la dificultad que un conjunto de cambios


sociales tienden a alejar al sistema político de la ciudadanía y, por lo tanto,
esta última puede perder su valor o proximidad por la democracia. En
efecto, Habermas, valiéndose de algunos escritos de Bobbio, sostiene que

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la influencia y poder político pasa a actores colectivos, los que se alejan
cada vez más de los ciudadanos y tienen menos oportunidades de
adquirirlos. Además, los grupos de interés se multiplican, lo que dificulta la
formación de una voluntad imparcial, las burocracias estatales crecen y
con ellas el dominio de los expertos, y finalmente, esto redunda en una
masa que se aleja de las élites políticas, instalándose una especie de
oligarquía autónoma que trata a los ciudadanos de un modo paternal.

Frente a esto, Habermas considera que la democracia se puede entender


como un conjunto de reglas que establecen quien está autorizado a tomar
decisiones y con qué procedimientos, lo que corresponde a la democracia
procedimental que propone Dahl.

Sin embargo, esta definición, en la perspectiva de Habermas, comete un


error: no logra establecer una conexión convincente y retroalimentativa
entre los argumentos normativos que justifican el proceso democrático y
los análisis empíricos de su implementación.

Señala que en Dahl las sociedades han de considerarse como sistemas


que solucionan problemas, midiéndose sus éxitos o fracasos por criterios de
racionalidad, no obstante, los sistemas sociales operan de múltiples formas,
entre otras, según los procedimientos democráticos. El problema que ve
Habermas es que este procedimiento hace que el tratamiento
presuntamente racional de los problemas, que coincide con el modo en
que se han tratado inconscientemente desde siempre, genere un derecho
legítimo.

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Comentarios finales:
De vuelta sobre los fundamentos de la Democracia: la respuesta de Dahl

Estas dudas e interrogantes que plantea Habermas (1998) sobre la


incapacidad de la democracia procedimental de explicar las razones por
las que los miembros de una comunidad habrían de optar por la
democracia, son recogidas por Dahl (1999), y aunque no se hace cargo
expresamente de la crítica o de las observaciones de Habermas,
complementa su teoría de la democracia procedimental con la
estructuración de argumentos y motivos por los cuales los sujetos están
dispuestos a vivir en democracia.

Estos argumentos, que se exponen a continuación, dan algunas luces


sobre las razones que explican la incorporación de la democracia como
un valor inherente a la cultura política de las sociedades occidentales
contemporáneas, y permiten entender los motivos de los ciudadanos para
dejarse gobernar voluntariamente por otros. Tal vez el problema que
persiste en esta respuesta de Dahl radica en que todavía no consigue
explicar cuál es el puente que debería existir entre estos motivos para
aceptar la democracia y los procedimientos por medio de los cuales se
pone en práctica. Por ejemplo, Dahl deja en claro que la pretensión por la
igualdad explica, entre otros argumentos, la proximidad valórica con la
democracia, sin embargo, no es claro que este régimen político sea capaz
de garantizarla.

No es difícil encontrar en los análisis políticos la interrogante sobre porqué


las comunidades contemporáneas apoyan la democracia, siendo que se
trata de un régimen de gobierno que está lejos de su concepto originario y
que no siempre es capaz de asegurar que sus principios esenciales, como

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la participación y la igualdad, sean efectivamente alcanzados. Más aún,
incluso si se implementara el principio en virtud del cual ha de gobernar la
mayoría es muy probable que quienes ejerzan el poder no siempre tengan
las competencias necesarias para ello.

Las razones para la vigencia y popularidad de la democracia pueden


clasificarse en dos grandes tipos: aquellas que aluden al compromiso de
los individuos con el sistema, las que generalmente encuentran su razón de
ser en los beneficios individuales que obtienen por vivir bajo este régimen; y
aquellas que se refieren a los beneficios que obtiene una comunidad,
como totalidad.

Dentro de las razones de carácter individual por las cuales los sujetos
deberían anhelar la democracia, está la capacidad que ella presenta
para evitar los gobiernos autocráticos, impidiendo que líderes políticos,
civiles o militares, exploten las capacidades del Estado para la coerción y
la violencia con el objeto de ponerlas al servicio de sus propios fines. En
este sentido, ante la amenaza de un gobierno tiránico, la democracia
permite que las personas que están siendo gobernadas gobiernen y, por lo
tanto, se puedan proteger de los eventuales excesos que un mandatario
pueda cometer en el ejercicio del poder. Sin embargo, esta razón no deja
de ser cuestionable, pues para algunos la democracia significa la tiranía
de las mayorías, pues las minorías que se mantienen en esa posición
sistemáticamente, no tienen ninguna posibilidad de llegar al poder y sus
postulados no tienen cabida igual a como sucedería en un gobierno
tiránico. Aún así las democracias son mucho menos tiránicas que los
gobiernos no democráticos y, por lo tanto, los crímenes o faltas que se
cometan en su nombre serán menores a los que se cometan en un
gobierno autoritario, aunque no por eso sean aceptables. Entonces las

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democracias deben ser capaces de buscar mecanismos de inclusión y
participación para evitar esas postergaciones y exclusiones.

Por otra parte, Dahl sostiene que la democracia es también aceptable


porque garantiza a los ciudadanos la vigencia de un conjunto de
derechos que los gobiernos no autoritarios son incapaces de garantizar. En
este sentido, la democracia no es sólo un procedimiento de gobierno, sino,
que también se entiende como un sistema de derechos. Cualquier
definición de democracia parte de la base que tiene que existir una
condición previa: la protección y vigencia de ciertos derechos
fundamentales. Ni la participación ni la inclusión en el gobierno son
argumentos suficientes para definir la democracia si no existe la obligación
de defender y proteger los derechos de los miembros de la comunidad
política. Más aún, esos criterios solo pueden ser logrados en la medida que
existan derechos previos que permitan su logro. Este rasgo permite
diferenciar con mayor precisión un gobierno democrático de uno que no
lo es, pues aquellos autoritarismos que se autoproclaman como
democracias pueden implementar algunos procesos eleccionarios
tendientes a legitimar sus decisiones, pero si no se protegen y garantizan los
derechos a la información, al voto secreto o a la participación, entonces
todo ese juego de acciones no será suficiente para garantizar la vigencia
de la democracia.

Lo interesante de esto es que estos derechos se transforman en una


muestra material y tangible de la vigencia de la democracia. Otros
elementos de la definición son mas bien reflexiones jurídicas, filosóficas y
políticas, pero en la medida que se traduce en un conjunto de derechos
identificables y que deben respetarse en un contexto, entonces la
democracia y sus beneficios se hace mucho más concreta.

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Estos derechos que la democracia garantiza se traducen luego en un
conjunto de libertades personales que ningún otro régimen político puede
lograr. En efecto, en una democracia las libertades personales son más
extensas, pues se reconocen algunas libertades que, dadas las
características de la democracia, son buenas en sí mismas. En este sentido,
las libertades políticas tienen una traducción y un efecto inmediato sobre
los sujetos, y se traducen en libertades personales. Si bien se podría pensar
que el Estado se puede transformar en un agente que por medio de la
imposición del voto o la voluntad mayoritaria termine por coartar las
libertades individuales, en especial de las minorías, esta eventual coerción
será mucho menor a que si la ejerciera un gobierno tiránico o uno
anárquico, donde no es sólo el Estado el que coartaría esa libertad, sino
que también el gobernante o la comunidad en total.

En este mismo sentido, Dahl señala que la democracia permite a las


personas proteger de mejor manera sus intereses fundamentales, pues le
permite controlar de mejor manera los factores que condicionan la
posibilidad de satisfacer estos deseos. Lo que aquí está presente es la
capacidad de los hombres de defender por sí mismos su libertad y su
propia seguridad. Si los individuos tienen la posibilidad de gobernar, en ese
gobierno se preocuparán de proteger sus intereses y asegurarse que sus
necesidades y deseos puedan ser satisfechos. Por lo tanto, la democracia,
en la medida que permite que todos los sujetos puedan gobernar,
garantizará que los miembros de una comunidad puedan proteger su
libertad y apoyar políticas o decisiones que vayan en ese sentido.

Por otra parte, la democracia entrega a los individuos y a las agrupaciones


una autonomía moral del Estado, pudiendo promover la existencia de

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leyes que resulten acordes con los ideales políticos o sociales de los sujetos.
Esto mismo hace que los sujetos sean moralmente responsables por las
decisiones que adoptan y por las acciones que en general emprenden al
interior del sistema político. El proceso democrático maximiza las
posibilidades de vivir bajo leyes que sean de nuestra propia elección, lo
que finalmente deriva en que la democracia también nos permite actuar
como personas moralmente responsables por las acciones que
emprendemos.

Las razones que se han expuesto permiten justificar la existencia de un


sistema democrático desde una perspectiva particularmente individualista,
es decir, se resaltan beneficios que conseguirían los individuos por el hecho
de vivir en un régimen democrático, los que, como se ha visto, superan
largamente a si vivieran bajo un régimen que no lo es. Sin embargo, aún
estos fundamentos son parciales e insuficientes, pues no toman en cuenta
que la vida política es esencialmente comunitaria, y si bien es el individuo
el que concurre con sus propias razones a ese medio, el ámbito social tiene
una configuración propia, que es más que la suma de quienes lo
componen y, por lo tanto, debería tener sus propias razones para querer
vivir bajo una democracia.

Dicho de otro modo, la democracia no se puede explicar exclusivamente


por las razones de los individuos que viven bajo su mandato, sino que la
comunidad también ha de tener razones para pretenderla, es necesario
resaltar las razones que permitan sostener que las comunidades están
mejor cuando viven bajo una democracia que aquellas comunidades que
viven bajo las influencias de los totalitarismos, autoritarismos, anarquías, etc.

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Dahl se hace cargo de la insuficiencia de estos argumentos y propone
algunas razones por las cuales las comunidades preferirían vivir en una
democracia. La primera de ellas tiene que ver con que los regímenes
democráticos presentan niveles de desarrollo humano más altos que los
demás regímenes. Ciertamente este ya no es un argumento teórico como
los otros, sino que es una aseveración empírica que presenta dos desafíos:
por una parte definir qué se entenderá por desarrollo humano, y por otra
parte, medirlo efectivamente en regímenes democráticos.

Respecto de lo primero, el desarrollo humano puede definirse, muy a


grandes rasgos, como la posibilidad que tienen las comunidades de
escoger los rumbos de acción que más se ajustan a los contextos y
realidades de ellas, y que esta definición sea el resultado de discusiones
libres e informadas entre los sujetos. En definitiva, el desarrollo humano
tiene que ver con que cada comunidad pueda desarrollar las cualidades
que considera más adecuadas y que reflejan de mejor forma su cultura
política.

Y esta afirmación nos lleva a lo segundo: sólo la democracia proporciona


las condiciones para el desarrollo de estas condiciones. Los demás
regímenes reducen a menudo los márgenes dentro de los cuales pueden
actuar y optar por estas definiciones.

Por otra parte, las democracias también se presentan como regímenes


que fomentan un alto grado de igualdad política, pues todos los sujetos
son considerados como iguales, lo que es positivo en buena medida por
las razones que ya se han mencionado, esto es, porque pueden imponer
sus propios términos en la vida política y pueden alcanzar sus propios
objetivos y anhelos. Y si no lo hacen al menos tienen la posibilidad,

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posibilidad que es muy superior a la que puedan asegurar o garantizar
otros regímenes.

Además, las democracias suelen ser menos bélicas que los demás
regímenes políticos, pues, por una parte, sus principios o postulados están
orientados primeramente a garantizar la paz y estabilidad de sus
ciudadanos, lo que desincentiva las acciones de guerra, además que las
comunidades políticas son más responsables de sus acciones y están
entrenadas para la negociación y el compromiso con sus resultados, por lo
que el emprendimiento de acciones bélicas les resulta más ajeno.

Y por otra parte, porque empíricamente así ha quedado demostrado. Dahl


(Dahl, 1999, p. 69) señala que de 34 guerras internacionales que se
desataron entre 1945 y 1989, ninguna fue entre países democráticos, y en
todas participó algún Estado que tenía un régimen autoritario o uno
totalitario.

Ciertamente esto no significa que los países democráticos no puedan estar


en guerra, de hecho los últimos fenómenos bélicos han sido iniciados por
países democráticos que se oponen a regímenes que no lo son, y que
incluso han terminado por debilitarlos o derrocar a los gobernantes.

Finalmente, Dahl sostiene que los países democráticos tienden a ser más
prósperos, por cuanto, suelen implementar economías de mercado, con
distintos grados de regulación y control estatal, pero donde existe libertad
para que los trabajadores se muevan entre un lugar de trabajo y otro
según su voluntad y se generen relaciones comerciales que terminen por
beneficiar al país en su generalidad. Además, las democracias son
también más prósperas porque promueven la educación de sus miembros,

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lo que se traduce en que esa fuerza de trabajo instruida podrá colaborar
en la innovación y el crecimiento económico, los acuerdos o contratos se
hacen respetar más eficazmente, casi no hay barreras a la comunicación,
lo que facilita el ejercicio de las libertades públicas, etc. Todo esto, sin
perjuicio que la economía también representa un costo para la
democracia, pues crea ciertas desigualdades, lo que atenta contra uno
de los principios fundamentales de la democracia: la posibilidad de
alcanzar la igualdad política.

De este modo, Dahl termina por estructurar sus argumentos en torno a la


democracia procedimental, presentando no sólo los elementos y
condiciones que la caracterizan, sino que explorando las razones por las
que los individuos y las comunidades optan por ellas.

Como se señalara en párrafos precedentes, Dahl entrega algunas ideas


que permitirían responder de manera más o menos precisa las
observaciones o aprehensiones de Habermas en torno a este modo de
entender la democracia y su falta de argumentos sobre las razones por las
que los sujetos y comunidades se inclinarían por este régimen. Sin
embargo, todavía quedan algunas preocupaciones: cómo las condiciones
de la democracia efectivamente garantizan que estas expectativas y
motivos por los cuales se valora y aprecia la democracia, sean
efectivamente cumplidos o puestos en práctica. Las expectativas
ciudadanas siguen teniendo algo de ideal o utópico que no es logrado ni
asegurado de manera plena por los regímenes democráticos, a pesar de
ello, sigue siendo el régimen más valorado y pretendido, no obstante estas
expectativas no sean plenamente cubiertas.

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Referencias

Dahl, R. (1992). “La Poliarquía”, en Albert Battle (Ed), Diez Textos Básicos de
Ciencia Política, Barcelona: Ariel.
Dahl, R. (1999). La Democracia. Una guía para los ciudadanos, Buenos
Aires: Taurus,
Habermas, J. (1998). Facticidad y Validez, Valladolid: Editorial Trotta.

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