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NUEVAS CIUDADES, NUEVAS PATRIAS.

FUNDACIÓN Y RELOCALIZACIÓN DE CIUDADES


EN MESOAMÉRICA Y EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO
ENTIDADES PATROCINADORAS

Sociedad Española
de Estudios Mayas

ENTIDADES COLABORADORAS
PUBLICACIONES DE LA S.E.E.M. NUM. 8

NUEVAS CIUDADES, NUEVAS PATRIAS.


FUNDACIÓN Y RELOCALIZACIÓN DE CIUDADES
EN MESOAMÉRICA Y EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO

Editores:
M.a Josefa Iglesias Ponce de León
Rogelio Valencia Rivera
Andrés Ciudad Ruiz

Sociedad Española de Estudios Mayas


Sociedad Española de Estudios Mayas
Dep. Historia de América II (Antropología de América)
Facultad de Geografía e Historia
Universidad Complutense
Madrid 28040

Teléfono: (34) 91394-5785. Fax: (34) 91394-5808


Correo-e: seem@ghis.ucm.es
http://www.ucm.es/info/america2/seem.htm

© SOCIEDAD ESPAÑOLA DE ESTUDIOS MAYAS


ISBN: 84-923545-4-2
Depósito legal: M. 41.854-2006
Compuesto e impreso en Fernández Ciudad, S. L. Coto de Doñana, 10. 28320 Pinto (Madrid)
ÍNDICE

Prefacio .................................................................................................................... 7

1. La fundación de las ciudades en el mundo antiguo: revisión de conceptos. Mi-


chael E. Smith................................................................................................... 11

2. El urbanismo maya desde una perspectiva comparativa. George L. Cowgill ...... 25

3. En medio de la nada, en el centro del Universo: perspectivas sobre el desa-


rrollo de las ciudades mayas. Arlen F. Chase y Diane Z. Chase ..................... 39

4. Del arraigo mediante el culto a los ancestros a la reivindicación de un origen


extranjero. Dominique Michelet y Charlotte Arnauld ..................................... 65

5. Una segunda oportunidad: fundación y re-fundación en la ciudad maya de la


época clásica de La Milpa, Belice. Norman Hammond y Gair Tourtellot....... 93

6. Ritos de fundación en una ciudad pluri-étnica: cuevas y lugares sagrados le-


janos en la reivindicación del pasado en Copán. William L. Fash y Barbara
W. Fash ............................................................................................................. 105

7. La política de fundación de una nueva capital dinástica en Aguateca, Guate-


mala. Takeshi Inomata, Daniela Triadan, Erick Ponciano, Markus Eberl, Jef-
frey Buechler .................................................................................................... 131

8. La fundación de Machaquilá, Petén, en el Clásico Tardío maya. Andrés Ciu-


dad Ruiz y Alfonso Lacadena García-Gallo ..................................................... 149

9. Procesos de fundación o reubicación de ciudades mayas: evaluando la evi-


dencia en las Tierras Bajas del Norte. Rafael Cobos....................................... 181

5
6 ÍNDICE

10. Ek’ Balam, un antiguo reino localizado en el oriente de Yucatán. Leticia Var-
gas de la Peña y Víctor Castillo Borges............................................................ 191

11. La fundación de Monte Albán y los orígenes del urbanismo temprano en los
Altos de Oaxaca. Marcus Winter...................................................................... 209

12. Realidades nuevas, ciudades nuevas: consideraciones defensivas en la ur-


banización en Centro de México durante el periodo Epiclásico. Richard
A. Diehl ......................................................................................................... 241

13. La fundación de las capitales de las ciudades-estado aztecas: la recreación


ideológica de Tollan. Michael E. Smith ........................................................... 257

14. Las fundaciones urbanas y rurales en el área maya, siglos XVI-XVII: éxitos y
fracasos de la política colonial. Juan García Targa ......................................... 291

15. Fundación de ciudades en Grecia: colonización arcaica y Helenismo. Adolfo


J. Domínguez Monedero................................................................................... 311

16. La «ciudad nueva»: la fundación de ciudades en el mundo fenicio-púnico. José


Ángel Zamora López ........................................................................................ 331

17. Fundación de colonias y expansión territorial de Roma: una aproximación


histórica. Urbano Espinosa Ruiz ...................................................................... 369

Direcciones electrónicas de los colaboradores del volumen ................................... 403


PREFACIO

Los estudios de la antigüedad han dejado huella de la existencia de sociedades


urbanas que se desarrollaron con gran rapidez, en algunos casos sin precedentes
establecidos de manera previa e, incluso, sin disponer de modelos urbanos sobre
los cuales planificar los centros de nueva creación. Algunas de estas nuevas ciu-
dades se construyeron en ambientes culturales circunscritos, y muestran una es-
trecha coherencia cultural con las poblaciones que habían ocupado tales ambien-
tes con anterioridad; otras, simplemente parecen haber surgido de la nada, sin que
se les puedan asignar unos antecedentes claros. Unas y otras, en cualquier caso,
constituyen un trascendente desafío metodológico y teórico para la interpretación
antropológica, y su estudio tiene interés por las decisiones políticas, económicas,
ideológicas y sociales de aquellos agentes, individuales y colectivos, que intervi-
nieron en tales actos de fundación o relocalización urbana.
Este fenómeno no es idiosincrásico en el área de nuestro interés, las Tierras Ba-
jas mayas, donde disponemos de diferentes ejemplos de esta práctica; es el caso de
la ciudad de Machaquilá, o de otros centros que se emplazan en sus aledaños como
Cancuén, Aguateca o Dos Pilas por sólo citar algunos yacimientos del área maya.
Tampoco lo es del área cultural a la que esta región pertenece, Mesoamérica, en la
que a lo largo de toda su historia ciudades como Monte Albán en el siglo V a.C. o
Tenochtitlan en el siglo XIII de nuestra Era fueron construidas sin unos precedentes
de asentamiento, mientras que otras simplemente fueron trasladadas de lugar, como
el caso peculiar de Tula. Este fenómeno, por otra parte, ha demostrado no tener lí-
mites ni en el tiempo ni en el espacio, de manera que está también presente en otras
áreas culturales del continente americano, por ejemplo en la zona andina, y tiene una
alta representación en diferentes partes del Viejo Mundo, algunas de las cuales han
sido revisadas en el Simposio que, bajo el título: «Fundación, refundación y relo-
calización de las ciudades en las Civilizaciones Maya y Egipcia: una perspectiva
desde la antigüedad», se ha celebrado en la ciudad navarra de Pamplona.

7
8 PREFACIO

No obstante la amplia distribución de eventos de fundación y relocalización de


ciudades en el pasado, lo cierto es que los investigadores del área maya no lo han
estudiado con suficiente detenimiento y desde una perspectiva antropológica
amplia. Este hecho, unido a las condiciones históricas particulares en que se
produjeron estos actos de fundación y relocalización, hace que el acontecimiento
no sea demasiado conocido. En el área de nuestro interés, Mesoamérica, el ejem-
plo más relevante en este sentido ha sido Monte Albán: hacia el 500 a.C. los za-
potecos del valle de Oaxaca decidieron abandonar algunos de sus asentamientos
más dinámicos, como San José Mogote y los poblados que dependían de este cen-
tro, y fundar una ciudad, Monte Albán, que aglutinó económica, social, política e
ideológicamente a los ocupantes de la región, y seguramente les sometió a un nue-
vo orden político y económico. Marcus y Flannery (1996: 140; pero véase Blan-
ton et al. 1999) estiman que, como consecuencia de este acto fundacional, se pro-
dujo una «revolución urbana» en la región, pero en otras zonas su impacto no se
estima tan determinante.
Ha sido, precisamente, la ausencia de perspectiva antropológica en el área
maya referente a estos procesos de fundación y relocalización de ciudades lo que
nos ha animado a analizar este fenómeno desde una perspectiva sincrónica y
desde un enfoque interdisciplinario. Y que lo hagamos desde una atalaya multi-re-
gional, que permita observar e identificar las causas por las que se produjo, las
consecuencias que acarreó, y la metodología que hemos empleado los expertos en
su detección y explicación. Por ello, junto a los casos mayas y mesoamericanos,
se han expuesto otros procedentes del arco Mediterráneo (ciudades de Fenicia,
Grecia y Roma), y de manera especial de Egipto. En el presente volumen se in-
cluyen estas percepciones, a excepción de aquéllos trabajos que hacen referencia
al antiguo Egipto.
Las argumentaciones que se han expuesto en la mencionada reunión dejan cla-
ra la dificultad de determinar las causas por las cuales se produjeron este tipo de
procesos. Sin duda, en ellos estuvieron implicados acontecimientos naturales -re-
localización de asentamientos tras inundaciones, vulcanismo, terremotos-, y cul-
turales —de tipo económico, político o ideológico—. Algunos pudieron ser de ín-
dole interna, otros fueron consecuencia de procesos de expansión imperial y
colonización de territorios. Algunos investigadores han hecho hincapié en la im-
portancia que tienen las decisiones personales e individualizadas de un gober-
nante, o de un grupo elitista de presión, otros prefieren considerar más trascen-
dente la acumulación de procesos de índole muy diversa, como una aventura
social. Unos y otros, en cualquier caso, estiman que siempre se ha tratado de una
empresa costosa, que requiere un fuerte dispendio energético, de la conjunción de
los intereses sociales de la nueva sociedad urbana a crear, y que trajeron cambios
profundos en las sociedades que los capitalizaron. Estas transformaciones, de
tipo demográfico, técnico, económico, político y demás, afectaron fuertemente a
las poblaciones y a las estructuras e instituciones de cada civilización.
PREFACIO 9

Los resultados de la reunión científica han sido múltiples y variados, pero ha-
brán de ser analizados, avalados o discutidos por la comunidad científica intere-
sada en el estudio de la evolución de las sociedades del pasado. La opinión de
nuestros colegas será nuestra respuesta a los generosos esfuerzos realizados por
los patrocinadores del evento: en especial la Fundación Dinastía Vivanco, ha fi-
nanciado de manera desinteresada y altruista el proyecto de la Sociedad Españo-
la de Estudios Mayas; junto a esta institución, la UNESCO, el Planetario de
Pamplona, la Caja Laboral Euskadiko Kutxa, la Asociación Andaluza de Egipto-
logía, la Asociación Navarra de Bibliotecarios y Eusko Ikaskuntza, han colabo-
rado en esta siempre compleja tarea que es la organización de una reunión inter-
nacional. A todos ellos nuestros agradecimiento y reconocimiento por la
importante labor social que desarrollan en beneficio de los avances científicos y
del bienestar de la sociedad.

LOS EDITORES

BIBLIOGRAFIA

BLANTON, Richard E., Gary M. FEINMAN, Stephen A. KOWALEWSKI y Linda M. NICHOLAS.


1999. Ancient Oaxaca: The ancient Monte Alban state. Cambridge University Press.
Cambridge.
MARCUS, Joyce y Kent V. FLANNERY. 1996. Zapotec Civilization: How Urban Society Evol-
ved in Mexico’s Oaxaca Valley. Thames and Hudson. Nueva York.
1
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO
ANTIGUO: REVISIÓN DE CONCEPTOS

Michael E. SMITH
Universidad Estatal de Arizona

El principio, como todo el mundo sabe, es de capital importancia


para todo, y particularmente en la fundación y construcción de una
ciudad
Plutarco, De Fortuna Romanorum 8.321 a-b (Plutarco 1936)

Plutarco hace este comentario al narrar el mito de la fundación de Roma por


Rómulo. Esta bien conocida historia fue un tema importante para la ideología y la
mitología romanas. Posteriores ciudades romanas fueron fundadas oficialmente a
través de actos ceremoniales y de adivinación (Rykwert 1976), y debió parecer
apropiado proclamar que la capital imperial comenzaba a existir solamente a
través de un acto ceremonial formal de fundación. Aún así, los datos arqueológi-
cos y las fuentes escritas no soportan la validez histórica de los mitos para la fun-
dación de Roma. En palabras de T.J. Cornell: «Todo el mundo acepta que la his-
toria de la fundación de Roma, de Aeneas a Rómulo, es legendaria y no puede ser
considerada como una narración histórica» (Cornell 1995: 70). Sin embargo, este
mito proporciona una importante perspectiva acerca de la visión romana sobre el
origen y significación de su ciudad y estado.
¿Hubo realmente un acto formal de fundación para la ciudad de Roma o simple-
mente la ciudad creció en tamaño y poder? ¿Puede el registro arqueológico reconci-
liarse con el testimonio histórico de la Roma temprana? Estas y otras cuestiones acer-
ca de la fundación de las ciudades, que ocupan un largo capítulo en el libro de
Cornell (1995: 38-80), pueden también hacerse en relación a las ciudades mayas.
¿Hasta qué punto las ciudades mayas fueron creadas mediante actos formales de fun-
dación y hasta qué punto crecieron naturalmente? ¿Es posible conciliar las descrip-
ciones jeroglíficas de fundación dinástica y la evidencia arqueológica en relación con
el crecimiento y la transformación urbana? ¿Estuvo la fundación de la ciudad acom-
pañada de un crecimiento significativo de la población? ¿En qué aspectos fueron las
fundaciones de ciudades mayas similares o distintas de la fundación de las ciudades
en otras partes del mundo antiguo? Con el fin de proporcionar algunas perspectivas
acerca de estas y otras cuestiones concernientes a la fundación de las ciudades mayas,
se presentan datos comparativos de otras partes del mundo y se describe una serie de
conceptos que permitirán organizar información sobre este particular.

11
12 MICHAEL E. SMITH

FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL VIEJO MUNDO

A pesar de las numerosas discusiones acerca de la fundación de ciudades in-


dividuales en el Viejo Mundo, son escasos los conjuntos significativos de inves-
tigación comparativa que contemplen este complejo problema. En esta sección se
revisará la investigación acerca de la fundación de las ciudades en dos tradiciones
urbanas: la Grecia Clásica, y la Inglaterra Anglosajona; ambos casos proporcio-
narán claves que permitirán comprender el proceso de la fundación de las ciuda-
des mayas.

Fundación de ciudades en el Mundo Clásico

En la Grecia antigua, este hecho estuvo tan íntimamente asociado con la fun-
dación de entidades políticas que resulta imposible separar ambos procesos. Tanto
es así que, para la mayoría de los autores, las discusiones acerca del origen de ciu-
dades individuales se incluyen en las discusiones de las poleis. Esta situación se
ajusta muy bien a varios estados de la Mesoamérica antigua, los cuales pueden ser
denominados ciudades-estado (Grube 2000; Oudijk 2002b; Smith 2000). Las refe-
rencias explicitas a la fundación de ciudades son más bien raras en las fuentes his-
tóricas nativas de Mesoamerica, aunque la fundación de dinastías y estados son te-
mas comunes. En muchos casos resulta razonable tratar dichos relatos fundacionales
como una descripción de la fundación de las ciudades (ver Smith, en este volumen).
Mogens Hansen (2000: 149-150) describe dos formas en las que se originaron
los estados: crecimiento natural y crecimiento deliberado, sugiriendo que el cre-
cimiento natural es el patrón más común en Hellas, sin embargo, los ejemplos de
fundación deliberada reciben mucha más atención, tanto en las fuentes antiguas
como en los estudios modernos. Denomino a estas alternativas como fundaciones
de ciudades formales e informales.
Hansen (2000) y Demand (1990: 8) dividen a su vez los casos de fundación de-
liberada en dos tipos: colonización y sinoikismo. La colonización en el mundo
griego se refiere a los movimientos desde largas distancias de grupos que fundaron
poleis lejos de su tierra natal1. Aunque este proceso fue poco usual dentro de Hellas
misma, fue muy común en el mundo Mediterráneo y hay un amplio volumen de es-
tudios acerca de este asunto (por ejemplo, Dougherty 1993; Malkin 1994; Papado-
poulos 2002). Domínguez, en este volumen, presenta una útil revisión de estos es-
tudios. La fundación de ciudades y estados mediante colonización fue de gran
1
Stein (2005: 10-11) define colonia como «un asentamiento implantado establecido por una sociedad
en un territorio inhabitado o en el territorio de otra sociedad. El asentamiento implantado se establece
como residencia permanente por toda o parte de la población proveniente de la tierra de origen o metró-
polis, y se puede distinguir tanto espacial como socialmente del resto de comunidades nativas entre las que
se funda».
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 13

interés ideológico para los griegos, y los mitos de fundación jugaron un papel im-
portante en la literatura griega y en la identidad social (Dougherty 1993).
Aunque hay casos de fundación de ciudades mediante colonización delibera-
da en el área maya (Martin y Grube 2000), no está claro que tan común era esa
práctica. Asimismo, varias ciudades aztecas fueron fundadas mediante coloniza-
ción, incluyendo Tenochtitlan, Tenayuca y, quizás, Texcoco (ver Smith, en este
volumen), aunque los procesos de crecimiento natural fueron los más comunes.
El sinoikismo se refiere al proceso mediante el cual varios asentamientos se-
parados se unen y fundan una nueva ciudad o entidad política. Spiro Kostof
(1991: 59) define el sinoikismo como «la unión administrativa de varios poblados
para formar un pueblo», y Harold Carter (1983: 19) lo define como «el proceso
mediante el cual una ubicación central organizadora crece a partir de las nece-
sidades de una población rural dispersa». Hansen y Kostof reconocen dos va-
riaciones en los orígenes de las ciudades creadas a partir de sinoikismo. En la pri-
mera, se selecciona una nueva localización, resultando la creación de una nueva
ciudad donde no existía una previamente; en el otro caso, uno de los asenta-
mientos existentes se selecciona para fundar la nueva ciudad. Discusiones com-
parativas de sinoikismo (Demand 1990; Marcus y Flannery 1996: 139-154) ponen
de manifiesto que es un proceso dirigido con fines políticos, jugando un papel se-
cundario los motivos económicos y ambientales. Marcus y Flannery (1996: 139-
154) argumentan el uso del concepto de sinoikismo para Monte Albán, y sugieren
que éste es un proceso común de formación de ciudades en la antigüedad. Sin em-
bargo, su interpretación de Monte Albán ha sido contestada (ver Winter, en este
volumen), y ciertamente es difícil encontrar casos bien documentados en el Nue-
vo Mundo, probablemente debido a la dificultad de documentar este fenómeno
con datos arqueológicos.
En una revisión acerca de la fundación de ciudades en las culturas griega y ro-
mana, Owens (1991: 8) enumera tres razones importantes para establecer una nue-
va ciudad: colonización, relocalización de ciudades ya existentes y conmemora-
ción de victorias militares mediante la construcción de una nueva ciudad de la
victoria. Owens indica que en la mayoría de los casos, la fundación de la ciudad
fue un acto político deliberado llevado a cabo por los líderes y sus seguidores. La
religión constituyó una parte importante del proceso, incluida la consulta de orá-
culos y la celebración de una gran variedad de ritos y ceremonias. Rykwert
(1976) describe estas ceremonias y su simbolismo para las ciudades romanas
(ver también a Espinosa en este volumen). Un componente de las ceremonias ro-
manas de fundación era la creación de depósitos urbanos de dedicación, y tales
ofrendas han sido identificadas arqueológicamente en la Dorchester romana (Wo-
odward y Woodward 2004). En las ciudades mayas los restos de depósitos de de-
dicación son comunes en edificios públicos (Boteler-Mock 1998; Freidel y Sche-
le 1989), pero las ofrendas de dedicación de ciudades no han sido identificadas.
Chase y Chase (1995), y en este volumen, sugieren que los Grupos E hacen las
14 MICHAEL E. SMITH

veces de los depósitos de dedicación romanos al marcar y consagrar la fundación


de las ciudades.

Origen de las ciudades en la Inglaterra anglosajona

Después del declinar de las urbes romanas en Inglaterra, el periodo Anglosa-


jón fue testigo de un gradual renacimiento de las ciudades y de la cultura urbana.
Tras un periodo de ruralización algunos pueblos romanos sufrieron un renovado
crecimiento, mientras que otros fueron fundados en otras localizaciones. La ma-
yoría de ellos continuaron existiendo hasta el periodo medieval. Los orígenes y el
crecimiento de estos asentamientos han sido objeto de una amplia literatura (p. e.,
Astill 1994; Biddle 1975, 1976; Carver 1994; Dark 2004; Ottaway 1992). Varios
autores argumentan que, después de la retirada romana de Inglaterra, las funciones
urbanas en algunas áreas se dispersaron entre distintos asentamientos. Por ejem-
plo, un área podría haber tenido un mercado en un asentamiento, una fortaleza en
otro, y un asiento eclesiástico en una tercera localización. En la época Anglosa-
jona Tardía —un periodo de expansión urbana— las funciones urbanas se con-
centraron en ciudades multi-funcionales (Aston y Bond 2000: 58-59; Hill 1988).
Thurston (2001: 213-275) presenta un análisis similar para ciudades post-romanas
en Escandinavia.
Aunque existen muy pocas referencias explícitas a la «fundación» de ciudades
en este periodo, dicha literatura es en gran medida relevante para las ciudades ma-
yas. El principal debate acerca del crecimiento de las ciudades en el periodo
medieval temprano se encuentra entre los que ven al comercio como la fuerza di-
rectriz en la creación y crecimiento de las urbes (e.g., Hodges 2000) y aquellos
que piensan que lo son la religión y las fuerzas administrativas, tal y como se ex-
presa en la arquitectura pública urbana (por ejemplo, Carver 1994). Astill (1994)
analiza este debate en comparación con los datos arqueológicos y llega a la si-
guiente conclusión:

«Este análisis señala la importancia suprema que se asocia al rey, la iglesia, y


la aristocracia en el desarrollo de las ciudades en la Inglaterra medieval. Es el
único estimulo urbano que resulta común a las aproximaciones teóricas y no teó-
ricas: las que favorecen la interpretación del urbanismo ven a las ciudades como
declaraciones políticas que reflejan el carácter cambiante de la realeza y el esta-
do; los teóricos de la economía argumentan, en contra, que las elites usan las ciu-
dades como la localización principal para la recolección y el consumo de la ri-
queza que ha sido extraída de la población rural en el curso de una relación de
dominio (Astill 1994: 65).

Carver (1994, 2001) y Astill (1994) atribuyen una gran importancia al esta-
blecimiento de iglesias, y más tarde catedrales, como marcadores de poder polí-
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 15

tico en las ciudades anglosajonas y medievales tempranas. La capital política era


una categoría mayor de asentamiento urbano (emporia, o centros de comercio, fue
otra). James Campbell (1979: 119) señala que el historiador del siglo VII Bede
utilizó el término «metrópolis» para designar las capitales de reinos, pero no
emporia.
En ausencia de un discurso oficial acerca de la fundación de ciudades, los nue-
vos edificios en la Inglaterra anglosajona pueden ser interpretados como marca-
dores arquitectónicos de la fundación de un tipo particular de asentamiento urba-
no, la ciudad cristiana. Los constructores y usuarios de estos ostentosos edificios
estaban realizando una gran variedad de reclamos tanto religiosos como ideoló-
gicos acerca de la sociedad, la religión, el individuo y el estado. Los procesos de
cristianización y urbanización ocurrieron sobre una gran área de Inglaterra, y las
similaridades de estos nuevos edificios construidos en ciudades muy diferentes
también enviaban mensajes acerca de una integración y comunicación cultural re-
gional, por lo menos a nivel de las elites (Butler y Morris 1986). Esta situación
tiene cierto parecido con el desarrollo del urbanismo maya, también un fenómeno
regional basado en una serie de núcleos —quizás hasta un canon— con edificios
monumentales clave que se encuentran en todas, o casi todas, las ciudades (An-
drews 1975). Las urbes mayas fueron asentamientos políticos donde el rey y la re-
ligión estatal eran las instituciones clave. En la terminología de Chase y Chase (en
este volumen), las iglesias, monasterios, y palacios construidos en las ciudades
medievales tempranas señalaban la «fundación ideológica» de los asentamientos,
un proceso análogo a la construcción de los Grupos E y otros edificios públicos en
el área maya.

CONCEPTOS Y MODELOS

En esta sección se combinan observaciones procedentes de la literatura antes


mencionada con resultados de los casos estudiados en este volumen para poder
aislar conceptos clave en el análisis de la fundación de ciudades mayas. Me cen-
traré en cuatro conceptos clave: tipo de ciudad, formalidad, demografía y sobe-
ranía.

Tipo de ciudad

La mayor parte de los investigadores están de acuerdo en que la gran mayoría


de las ciudades mesoamericanas fueron capitales políticas (Hardoy 1973; Marcus
1983; Smith 2001), y esta situación influenció la naturaleza de su fundación. In-
cluso las urbes con importantes roles comerciales —tales como Tenochtitlan,
Teotihuacan, Chichén Itzá o Mayapán— fueron también poderosas capitales po-
16 MICHAEL E. SMITH

líticas. Dada la estrecha relación entre política y religión en las entidades políticas
mesoamericanas, es muy probable que muchas o quizás todas las ciudades de esta
área cultural hubieran experimentado algún tipo de fundación formal, con rituales
asociados y conmemoraciones. Los ensayos en este volumen articulan un gran
conjunto de información acerca de los actos de fundación en las ciudades mayas.
Las capitales de imperios o de poderosos estados territoriales pueden requerir
del uso de ceremonias de fundación más elaboradas y extravagantes que las de las
capitales de las ciudades-estado. Si las fuentes históricas nativas son fiables,
Mayapán fue un ejemplo de una ciudad fundada inicialmente como una poderosa
capital, por lo que uno podría esperar que su establecimiento estuviera acompa-
ñado por grandes ceremoniales formales de fundación. Tenochtitlan, por otra
parte, alcanzó su estatus imperial relativamente tarde en su historia, y de hecho su
fundación formal tuvo lugar mucho después de su ocupación inicial (ver Smith, en
este volumen). Este fue evidentemente un patrón común en las ciudades mayas,
tal y como lo demuestran los casos analizados.
La «capital desagregada» es un tipo distintivo de ciudad cuya fundación en
épocas remotas estuvo probablemente asociada con grandes ceremonias formales.
Las capitales desagregadas son «sitios urbanos fundados ex novo y designados
para suplantar patrones existentes de autoridad y administración» (Joffe 1998:
549). Ejemplos de la antigüedad fueron típicamente fundados por nuevas elites di-
rigidas por un líder carismático y fuerte, quien estaba tratando de superar elites en-
raizadas o instituciones burocráticas atadas a capitales ya existentes. Joffe señala
que estas ciudades fueron a menudo centros para la producción artística e intelec-
tual que promovieron los objetivos ideológicos de sus fundadores, y que varias
fueron efímeras debido a que eran perjudiciales y una carga para su sociedad. La
sugerencia de Richard Blanton (1976) de que Monte Albán fue fundada como una
capital desagregada fue contestada por muchos investigadores (Sanders y Nichols
1988; Willey 1979; para una discusión al respecto ver Winter, en este volumen).

Formalidad

El término formalidad se refiere a la fundación de una ciudad a través de un


acto formal u oficial de naturaleza administrativa o religiosa. Un acto formal se
puede definir como un acto público llevado a cabo de acuerdo con normas cultu-
rales específicas. Los actos formales son usualmente proclamados públicamente
(ya sea de forma oral, por escrito, o mediante una actuación), y aquellos referidos
a la fundación de una ciudad son usualmente realizados por reyes, altos oficiales
o sumos sacerdotes. Dos son los tipos de actos formales relevantes para la fun-
dación de ciudades: actos políticos y actos religiosos. Aunque estas dos categorías
fueron frecuentemente combinadas en la antigua Mesoamérica y en otras partes,
resulta útil separarlas por propósitos de análisis.
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 17

Los actos políticos formales establecen a un gobernante u oficial como res-


ponsable de una ciudad o estado. En el Viejo Mundo, tales actos tomaron, por re-
gla general, la forma de justificación para proclamar que un gobernante específi-
co había fundado o establecido una ciudad en particular (Dougherty 1993). En el
caso maya, los actos políticos formales de fundación fueron expresados en tér-
minos de establecimiento de una dinastía legítima en una ciudad específica; Cha-
se y Chase (en este volumen) se refieren a este tipo de acto como la fundación di-
nástica. La mayoría de los casos históricamente documentados de una fundación
política en el Viejo Mundo estuvieron acompañados de ceremonias religiosas de
algún tipo. Tal y como se ha sugerido antes, muy pocas de esas ceremonias de
fundación han sido documentadas en las ciudades de Mesoamérica. Una variación
de la fundación política formal tenía lugar cuando el asiento o sede de una dinastía
se cambiaba de una ciudad a otra.
La fundación religiosa formal de una ciudad consiste en ceremonias diseñadas
para propiciar a los dioses y/o establecer un poder o protección sobrenatural en un
lugar o lugares dentro de la ciudad (Carver 1994: 19-33; Rykwert 1976). Aunque
los actos religiosos de fundación usualmente acompañaban a las fundaciones
políticas, en muchos casos ambos tipos de fundación se efectuaban por separado.
En muchos contextos arqueológicos, la construcción de edificios clave es vista
como una señal para una fundación religiosa formal. Por ejemplo, Coe (2003:
107) señala que un nuevo rey khmer debía señalar la fundación de una ciudad ca-
pital mediante la construcción de obras hidráulicas ceremoniales, un templo an-
cestral, y un templo estatal. De forma similar, Chase y Chase (en este volumen)
indican que las fundaciones religiosas formales en las ciudades mayas involu-
craron la construcción y uso de los Grupos E (Chase y Chase 1995), y que estos
actos a menudo precedían, hasta en varios siglos, a los actos de fundación políti-
cos o dinásticos. De forma semejante, la fundación legendaria de la Tenochtitlan
azteca fue un acto religioso formal (Sullivan 1971) que ocurrió mucho antes de
que la ciudad se estableciera como capital política.
Nuestro conocimiento de los actos formales de fundación en Mesoamérica
viene de su arquitectura pública (Oudijk 2002a; véase también Smith en este
volumen). Una consideración clave para evaluar esta evidencia, es la naturaleza
propagandística de las afirmaciones de un acto fundacional. Muchas descripciones
de la fundación de una ciudad o una entidad política fueron registradas mucho
después de la fecha proclamada para el acto, de manera que resulta muy difícil
evaluar la validez histórica de tales reclamos. Aún cuando la evidencia sea con-
temporánea al acto, pueden existir numerosas fuentes potenciales de influencia.
Las fundaciones formales a menudo forman parte de justificaciones dinásticas
para legitimar el poder, por lo que los intereses ideológicos del estado o el go-
bernante pueden favorecer la invención de actos pasados de fundación formal
cuando en realidad puede que esos eventos nunca hayan tenido lugar (como en el
caso de Roma, discutido antes). De forma similar, la conmemoración de un acto
18 MICHAEL E. SMITH

formal de fundación de una ciudad mediante la construcción de edificios públicos


(tales como los Grupos E o los templos dinásticos) no garantiza que el acto formal
haya tenido lugar, tampoco que haya ocurrido en la fecha indicada en las fuentes
escritas. Por ejemplo, está muy claro que el establecimiento real del asentamien-
to de Tenochtitlan precedió en mucho al acto formal de fundación de la ciudad
(tal y como se registró después de la conquista española), por lo menos en uno o
dos siglos (Smith, en este volumen).
La planificación urbana puede mostrarnos otro ejemplo de acto formal de fun-
dación. La existencia de diseños urbanos planificados señala acciones formales
deliberadas de un gobernante o de una elite (A.T. Smith 2003; Smith 2006). Po-
dría parecer que el establecimiento de centros urbanos planificados estuvo acom-
pañado de algún tipo de ceremonia formal de fundación. Las ciudades mayas fue-
ron asentamientos claramente planificados (Andrews 1975; Ashmore 1992; Aveni
y Hartung 1987; Smith 2006) y este hecho por si solo señala un cierto grado de
formalidad en su fundación o en su re-fundación. De forma similar, la duplicación
de patrones o características del diseño urbano de ciudades más tempranas puede
sugerir algún tipo de fundación formal. Como ejemplo tenemos a Mayapán usan-
do características de Chichén Itzá, y varios tipos de copia de ciudades antiguas por
parte de los diseñadores urbanos aztecas (Smith, en este volumen).
No todas las ciudades tuvieron actos formales de fundación. En algunos casos
pequeños asentamientos simplemente crecieron en tamaño y complejidad hasta
que en determinado momento se llegaron a considerar ciudades. Como conse-
cuencia de ello, puede resultar imposible, o por lo menos controvertido, determi-
nar la fecha en la que dichos asentamientos se convierten en «urbanos». Utilizo el
termino «fundación informal» para describir a estas ciudades, reconociendo que el
proceso de urbanización puede haber tardado un largo tiempo en desarrollarse. En
muchos contextos arqueológicos, sin embargo, simplemente carecemos de infor-
mación acerca de la existencia de actos de fundación, y es imposible juzgar si es-
tas ciudades fueron creadas de manera formal o informal. Una gran ventaja de po-
seer un registro jeroglífico en las ciudades mayas es que nos proporciona avisos
explícitos, así como de evidencia indirecta, de la fundación de ciudades y dinas-
tías.

Demografía

Existen al menos dos características demográficas importantes para los pro-


cesos de fundación de ciudades: la magnitud del crecimiento poblacional y el lu-
gar o lugares de origen de la población. Algunas urbes crecieron rápidamente des-
de el principio; el caso más extremo lo constituyen las ciudades fundadas en
una nueva localización: sus poblaciones crecen de la nada en un intervalo de tiem-
po muy corto. Las ciudades fundadas mediante colonización, las ciudades trasla-
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 19

dadas desde un sitio a otro, y las capitales desagregadas, son asimismo ejemplos
de casos que sufren un cambio demográfico muy rápido, tal y como ocurrió con
algunas de las ciudades más tempranas como Uruk y Teotihuacan (Cowgill, en
este volumen). Otras ciudades crecieron de manera más lenta, o experimentaron
periodos alternativos de crecimiento de población rápido y lento. La mayor parte
de las ciudades mayas probablemente se ajusten más a esta segunda categoría
(Culbert y Rice 1990).
Los orígenes geográficos de las poblaciones urbanas influenciaron en la fun-
dación y crecimiento de las ciudades. Una fuente de población fue el incremento
natural de habitantes urbanos; sin embargo, éste no fue sino una de las contribu-
ciones al aumento de la población en las ciudades de la antigüedad. Una alta mor-
talidad y bajos índices de natalidad significaba que las ciudades pre-industriales
no podían mantenerse demográficamente así mismas y debían depender de la in-
migración para mantener sus niveles de población (McNeill 1976; Storey 2006).
En Teotihuacan y Uruk, el rápido crecimiento urbano estuvo acompañado de
una rápida despoblación de su entorno rural (Adams 1981; Sanders et al. 1979), lo
cual sugiere que algunos de los primeros gobernantes forzaron o indujeron a los
campesinos a trasladarse a estas ciudades. El sinoikismo produce un proceso al-
ternativo para el incremento de la población urbana a partir de fuentes locales o
regionales. Las ciudades fundadas mediante colonización atrajeron a su población
desde fuera de su entorno, y esto podría haber tenido un importante impacto en los
recursos alimenticios locales, así como en las relaciones sociales entre los «ur-
banitas» y otros pobladores de la zona (Stein 2005).
La relación entre la formalidad en la fundación de las ciudades y la demogra-
fía ha sido poco tratada en la literatura. Las ciudades fundadas en nuevas locali-
zaciones, ya sea a través de colonización o sinoikismo, sin duda tuvieron un acto
formal de fundación y un gran incremento poblacional. Sin embargo, muchos ac-
tos formales de fundación, parecen no estar relacionados con el tamaño o con los
procesos demográficos de la ciudad. ¿Son estas dimensiones realmente indepen-
dientes, o hay sutiles relaciones esperando a ser descubiertas?

Soberanía

Debido a que casi todas las ciudades de la antigua Mesoamérica fueron capi-
tales políticas, el rango de variación en la soberanía de las urbes recientemente
fundadas es mucho menor que en el mundo antiguo. Las ciudades mayas y algu-
nas otras de Mesoamerica fueron casi siempre fundadas como capitales de pe-
queños estados (Grube 2000). Tal y como se sugiere con anterioridad, aquellas
ciudades que se convirtieron en capitales de grandes imperios o grandes estados
territoriales usualmente crecieron hasta alcanzar ese rol; pocas fueron creadas ini-
cialmente con ese destino en mente (Mayapán puede ser una excepción). Los im-
20 MICHAEL E. SMITH

perios mesoamericanos fueron hegemónicos en carácter, en lugar de territoriales


(o de gobierno-directo) como los imperios de los Andes y de otras partes del Vie-
jo Mundo (Smith y Montiel 2001). Como resultado de ello, hubo muy pocas
ciudades administrativas provinciales prominentes en los imperios mesoameri-
canos. Esto presenta un gran contraste con imperios como el Inca (D’Altroy
2002) o el Romano (Garnsey y Saller 1987), en donde uno de los principales tipos
de ciudad era el centro administrativo provincial, fundado específicamente con
objetivos imperiales.
En algunas situaciones imperiales, las ciudades coloniales recientemente fun-
dadas eran independientes y otras fueron fundadas como entidades dependientes
de su entidad política de origen (Stein 2005). Domínguez (en este volumen) dis-
cute el caso de la expansión colonial griega, el cual se ajusta a la primera cate-
goría. Los imperios europeos más recientes proveen ejemplos de la segunda ca-
tegoría.

Discusión

La discusión anterior sugiere que el tipo de ciudad, la formalidad de su fun-


dación, la demografía y la soberanía son importantes dimensiones a considerar en
el análisis de la fundación de las ciudades en la sociedad maya y en otras de la an-
tigüedad. Una formulación alternativa de estos mismos elementos es sugerida por
A. y D. Chase (en este volumen), quienes identifican tres tipos de fundación de
ciudades y entidades políticas mayas. Definen la «fundación ideológica» de forma
similar a una fundación religiosa formal, pero debido a que la evidencia es ar-
quitectónica y no escrita, la dimensión formal sólo puede ser hipotética. Su cate-
goría de «fundación dinastía,» una proclamación formal del origen legítimo de
una dinastía, es idéntica a la categoría de fundación política formal utilizada
aquí. El concepto de los Chase de «fundación administrativa» es paralelo a la fun-
dación ideológica —una proclama o señal arquitectónica que sugiere un probable
acto formal de fundación— pero con un mayor énfasis en la dimensión política.
Los conceptos delineados antes y la clasificación presentada por Chase y
Chase (en este volumen) ayudan a iluminar la naturaleza de la fundación de las
ciudades entre los mayas antiguos. También ayudan a avanzar en la comprensión
de las similaridades y diferencias entre las ciudades mayas y sus procesos de ur-
banización de aquellos de otras civilizaciones alrededor del mundo.

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2
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA
COMPARATIVA

George L. COWGILL
Escuela de Evolución Humana y Cambio Social
Universidad Estatal de Arizona

Estoy muy agradecido a los organizadores de esta Mesa Redonda por su in-
vitación para dictar la Conferencia Magistral. La tarea es un honor inesperado
pero también resulta algo intimidante, puesto que no he realizado trabajo de
campo en el Área Maya desde 1959, cuando trabajé en el Petén Central durante
varios meses, principalmente con materiales del Posclásico en Flores y sus alre-
dedores. Desde entonces sólo he realizado breves visitas a los sitios de las Tierras
Bajas del Norte en 1964 y 1976, y mi trabajo de campo se ha concentrado en Te-
otihuacan, en las Tierras Altas Centrales de México. Por supuesto, entiendo que
estoy aquí para proporcionar una perspectiva externa y espero poder ofrecer algo
útil, ya que he tratado de mantener una comprensión general acerca de los avan-
ces en la investigación en el Área Maya. Comenzaré, pues, con algunos comen-
tarios acerca de las ciudades mayas para después centrarme principalmente en Te-
otihuacan. Para una perspectiva geográficamente más amplia, les recomiendo
leer mi más reciente artículo en Annual Review of Anthropology (Cowgill 2004).
Quizás lo primero que haya que determinar es la cuestión de si algún sitio
maya puede denominarse como «urbano». Creo que esta ya no es una pregunta
que resulte de interés, ya que depende de lo que uno considere como «urbano»,
pero creo que algunos sitios mayas fueron urbanos, de acuerdo con cualquier de-
finición útil del término. Realmente, las cuestiones más interesantes no radican en
saber si los centros mayas fueron urbanos, si no de que forma lo fueron y porque
lo fueron. En este sentido, no doy ninguna respuesta a estas preguntas, pero espero
que se proponga alguna contestación a lo largo de esta conferencia.
Tengo la impresión de que comparadas con muchas de las ciudades de las Tie-
rras Altas de Mesoamerica, tanto en las Tierras Bajas del golfo de Veracruz
como en la región de las Tierras Bajas Mayas, no estaban quizá mucho menos po-
bladas que ellas, pero tendían a ser espacialmente menos compactas. Esto es ri-
gurosamente cierto en comparación con Teotihuacan, donde quizá 100.000 per-

25
26 GEORGE L. COWGILL

sonas residieron en un área de no más de 20 km2. Mi estimación es considera-


blemente más conservadora que otras estimaciones recientes, que oscilan entre
100.000 y 200.000 habitantes. Hay evidencias muy claras de la existencia de
cerca de 2.300 complejos residenciales multidepartamentales en Teotihuacan, y el
material cerámico indica que la mayoría de estos complejos estuvieron ocupados
simultáneamente durante varios siglos, aunque quizá no siempre ocupados a ple-
na capacidad. Las razones de mis estimaciones a la baja no son debidas a ningu-
na duda importante sobre el número de los complejos residenciales ocupados du-
rante un periodo dado, sino que obedecen a tres aspectos: (a) he recalculado el
número promedio probable de apartamentos por complejo y el número probable
de personas por apartamento; (b) los complejos varían de tamaño y la mayoría son
algo más pequeños que 60 × 60 m2, a menudo considerados como prototípicos; y
(c) el deseo de poner la estimación de restos cerámicos por persona-año más en
consonancia con los del Postclásico Tardío azteca, cuando ya disponemos de
cierta evidencia documental sobre poblaciones locales. Con respecto a este último
punto, los restos cerámicos de períodos tempranos son tan abundantes en super-
ficie en Teotihuacan que no pienso que se deban considerar posibles distorsiones
por la aplicación de la analogía con la ocupación azteca tardía. De hecho, mi ac-
tual estimación para la población teotihuacana incluye un cierto margen debido a
dichas distorsiones.
Incluso mi estimación de 100.000 habitantes es, hasta donde sé, más alta que
el número de personas estimado para un área similar de 20 km2 en el Área Maya.
Si uno tuviera que hacer estimaciones de población para el Área Maya tan con-
servadoras como las mías para Teotihuacan, el contraste sería —casi con seguri-
dad— incluso mayor.
Sin embargo, el tamaño de la población urbana de Teotihuacan tiene que ser
visto como la contraparte de la baja densidad demográfica existente en el área que
rodea inmediatamente la ciudad. Es una exageración pensar que el resto de la
Cuenca de México, cerca de 6.000 km2, estuviera escasamente ocupada. En los
tiempos de Teotihuacan había por lo menos tres centros regionales de considera-
ble entidad: Azcapotzalco y Cuauhtitlan en la parte occidental de la Cuenca, y Ce-
rro Portezuelo en la parte del sudeste, y cada uno de éstos tenía probablemente
una población del orden de varios miles de habitantes. Sin embargo, en la inme-
diata vecindad de Teotihuacan, parece haber habido solamente algunos poblados
y aldeas. Dentro de un radio de 15 km del centro de Teotihuacan, quizá la pobla-
ción no era mucho mayor que a 15 km del centro de Tikal o de algunas otras ciu-
dades mayas importantes.
Si tengo razón en pensar que las comunidades mesoamericanas de las Tierras
Bajas tendieron a ser menos compactas espacialmente que las de las Tierras Altas
¿a qué se debe esto? ¿Puede deberse en parte simplemente a una cuestión de op-
ción cultural, de diversos conceptos de lo que una ciudad debe parecer? ¿En qué
medida fue, en cambio, afectado por diferentes prácticas y usos de la tierra? En
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 27

Teotihuacan, existen alrededor de cien hectáreas de humedal que habrían permi-


tido y probablemente requerido drenaje e intensificación agrícola para poder ser
realmente utilizadas, y la presencia de una aldea grande y compacta adyacente a
este trozo de humedal hacia el 500 antes de nuestra era sugiere que las prácticas
agrícolas intensivas en esta zona del valle de Teotihuacan precedieron al creci-
miento de la ciudad en varios siglos. Justo más allá, río abajo al oeste y al sudo-
este de la ciudad tardía, hay varios miles de hectáreas de tierra de fácil irrigación
a partir de fuentes de agua disponibles durante todo el año, y esta región más
grande también habría permitido una agricultura de alta intensidad desde épocas
tempranas, aunque de clase diferente de la que se puede obtener de la pequeña
zona de campos drenados. Como Drennan (1988) precisa, el mantenimiento de los
sistemas de irrigación por medio de canales implica el trabajo colectivo y espa-
cialmente disperso de grupos de trabajo, no existiendo el mínimo incentivo para
que los habitantes residan cerca de estas zonas de terreno específicas.
Mi impresión es que, por lo menos en el Petén central, y basándome parcial-
mente en mi trabajo realizado durante 1959, las ciudades del Postclásico Tardío
eran más compactas de lo que habían sido las ciudades del período Clásico. Tam-
bién existen asentamientos dispersos y quizás campos de labranza aislados en el
Posclásico Tardío, pero resultará difícil convencerme de que las ciudades más
grandes, tales como Tayasal (la verdadera, en la actual isla de Flores, no el sitio de
los periodos Preclásico y Clásico en tierra firme) no eran tan compactas. ¿Por qué
ocurrió este cambio en el patrón de asentamiento? ¿Era simplemente una opción
entre alternativas igualmente posibles? ¿Refleja la pérdida de algún conocimiento
ecológico del período Clásico en lo que se refiere a prácticas agrícolas intensivas?
¿En qué medida reflejan un mayor énfasis en la defensa, con nuevas tácticas mi-
litares y quizá nuevos objetivos de la guerra? Con densidad demográfica baja y
mayor confianza que antes en la agricultura de roza, ¿eran las ciudades compactas
realmente más viables de lo que lo habían sido durante el período Clásico? O dicho
de otra manera ¿las varias formas de intensificación agrícola adaptadas a las va-
riaciones de los patrones ambientales premiaron la proximidad de la mayoría de la
población a los campos —y por lo tanto asentamiento disperso— durante el perí-
odo Clásico? Ésta es exactamente la explicación propuesta por Drennan (1988) y
encuentro su argumentación muy inteligente y convincente1.
Si los establecimientos compactos son de hecho más compatibles con una den-
sidad demográfica regional baja, uno podría esperar que las aldeas agrícolas más
tempranas de las Tierras Bajas Mayas estuvieran relativamente alejadas entre si
pero fueran más compactas que los asentamientos más tardíos. ¿Hay evidencia
concerniente a esta hipótesis, ya sea a favor o en contra? Barbara Stark y Lynette
Heller (1991) sugieren que éste fue el caso en el valle occidental del bajo Papa-
loapan del centro-sur de Veracruz.
1
Agradezco a mi colega Barbara Stark el hecho de mencionarme el artículo de Drennan.
28 GEORGE L. COWGILL

Otras preguntas serían: ¿por qué eran urbanos los centros políticos mayas?
¿Las sociedades políticamente complejas requieren o favorecen los asentamientos
grandes en los cuales puede ser llevado a cabo un amplio abanico de actividades?
¿Puede la complejidad política existir en ausencia de asentamientos con funciones
múltiples?
Las ciudades más tempranas del Viejo Mundo parecen más bien pequeñas
cuando se las compara con las de Mesoamerica, tanto en población como en es-
pacio ocupado. Este asunto relativo al tamaño comparativo de las ciudades es de
especial interés para mi colega Michael Smith, y quizás tengamos la oportunidad
de discutirlo en este foro.
Está también la cuestión de intervalos o crestas en el desarrollo de la escala socio-
política y su complejidad. ¿Existen ejemplos bien documentados en los cuales el cre-
cimiento fue gradual, y existen ejemplos bien documentados de cambio «puntual»
(en los términos empleados por Eldredge y Gould) por transiciones muy rápi-
das?¿Cómo funciona en casos específicos de la región maya?¿Hasta que punto son
nuestras etiquetas de los distintos periodos meras imposiciones en lo que en realidad
fue un cambio gradual y en qué medida pueden demostrarse con seguridad disconti-
nuidades reales y repentinas en el desarrollo? Si existieran, ¿pueden estas disconti-
nuidades ser bien comprendidas como reformulaciones? Me doy cuenta de que exis-
te una considerable cantidad de literatura acerca de estos temas, pero desconozco si
se ha alcanzado algún tipo de consenso general, y espero que pueda ser materia de
discusión durante esta conferencia. Quiero apuntar que no estoy hablando acerca del
hecho, ya suficientemente bien demostrado, de que varios desarrollos socio-políticos
atribuidos en otro tiempo al periodo Clásico (circa 300-900 d.C.) estuvieron ya
bien establecidos durante varios siglos antes. La cuestión no radica tanto en la fecha
absoluta de los cambios, sino si ellos fueron graduales o repentinos. Planteo la cues-
tión en parte debido a que Emberling (2003) habla de cambios «cuánticos» en la tra-
yectoria del urbanismo en Mesopotamia, mientras que Kirch y Sharp (2005) pre-
sentan para Hawai evidencias de una transición muy brusca.

LA FUNDACIÓN Y REFORMULACIÓN EN TEOTIHUACAN

Vuelvo a los asuntos más destacados en esta Mesa Redonda, argumentando


cómo puede aplicarse lo anterior a Teotihuacan. Me parece que, a excepción de un
episodio de «renovación urbana» postulado por Millon (1974, 1976), las des-
cripciones de Teotihuacan formuladas por mi y por otros investigadores han
mencionado episodios de fundación, reformulación y relocalización, pero sin
suficiente entidad como para destruir una impresión de fuerte continuidad en
general. Aquí, respondiendo al tema de esta Mesa Redonda, haré hincapié en ta-
les acontecimientos, no tanto introduciendo nuevas informaciones como ponien-
do distinto énfasis a los datos existentes.
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 29

Antes que nada, la evidencia indica que Teotihuacan fue fundada alrededor del
150 a.C. y creció repentinamente en un lugar que tenía poca, si es que la tuvo,
ocupación anterior. Con seguridad había al menos dos poblaciones de buen ta-
maño en el valle de Teotihuacan a partir del 300 a.C., y quizás un par de siglos
más temprano, con cerámicas que son una variante local del Complejo Ticomán
encontrado en otros sitios de la Cuenca de México. Estos sitios tenían poblaciones
del orden de mil a tres mil habitantes. Pienso que el hecho de que los hubiera
mencionado en publicaciones previas ha grabado en la mente de muchos lectores
la idea de que uno de estos pueblos fue el núcleo a partir del cual Teotihuacan cre-
ció, a pesar de haberme tomado la molestia de señalar su discontinuidad espacial
(Cowgill 1997, 2000). Hoy por hoy puedo, indicándolo con más rigor, que esto
parece ser un caso de sinoikismo, por el que los habitantes de estos pueblos ante-
riores aparentemente los abandonaron y formaron parte de los primeros contin-
gentes de población del nuevo asentamiento de Teotihuacan. Indudablemente, otra
mucha gente fue atraída también de otras partes de la Cuenca de México (una re-
gión de cerca de 80x60 km bastante bien definida por las montañas de alrededor)
pero no creo que los cambios en estilos cerámicos en esta época (fase cerámica
Patlachique) sean lo suficientemente grandes como para sugerir mucha emigra-
ción de lugares fuera del valle.
El verdadero precursor de Teotihuacan no es la aldea cercana más temprana,
sino Cuicuilco, un sitio mucho más grande a unos 50 km de distancia, en la parte
suroeste de la Cuenca. El sitio de Cuicuilco se conoce mal porque fue cubierto por
la lava de erupciones volcánicas, pero en la fase Ticomán tuvo probablemente una
población del orden de diez mil habitantes antes de que Teotihuacan fuera fun-
dado (Sanders et al. 1979). Es hasta cierto punto dudoso que Teotihuacan fuera
fundado por los refugiados que huían de Cuicuilco, puesto que ahora parece que
Cuicuilco sufrió una serie completa de erupciones, y que coexistió durante una
época con el Teotihuacan temprano. Las erupciones fueron ciertamente una cau-
sa importante del declive de Cuicuilco y del ascenso de Teotihuacan. Si no hu-
biera sido por estos acontecimientos naturales, Cuicuilco podría haber continua-
do prosperando y el valle de Teotihuacan podría haber permanecido como parte
de su entorno rural. Así, el abandono de Cuicuilco se puede explicar por una serie
de acontecimientos naturales, pero, sin embargo, en la fundación de Teotihuacan
estuvo implicado algo más que este hecho.
El examen sistemático de superficie realizado por el Teotihuacan Mapping
Project, dirigido por René Millon en los años 60, indica que parecen haber exis-
tido dos núcleos espaciales en la etapa más temprana de Teotihuacan. Uno de esos
núcleos estaba en las laderas de las colinas orientales a unos tres km al oeste de
donde se construiría más adelante la Pirámide de la Luna, en un área donde había
existido previamente un asentamiento disperso de la fase Ticomán, más allá de la
aldea más compacta de Ticomán cerca de los humedales. El otro núcleo estaba en
una zona apenas a 500 o 1200 m al oeste de la Pirámide de la Luna, en la zona su-
30 GEORGE L. COWGILL

deste de una amplia zona conocida hoy en día como Oztoyahualco. No está del
todo claro porqué los fundadores eligieron este lugar en particular, pero puede es-
tar relacionado con el hecho de que hay numerosas cuevas en la zona, resultado
del flujo de lava ocurrido varios miles de años antes del que destruyó Cuicuilco.
Hay también varios complejos templarios en esta área, al menos lo fue uno de
ellos, Plaza 1, ya tenía cierta arquitectura no residencial en este período temprano.
Es tentador especular que las cuevas eran sagradas (como ocurre en otras partes
de Mesoamerica, incluida el área maya) y que fueron una fuente importante de au-
toridad sobrenatural para los fundadores de Teotihuacan. Pudo también haber
existido una ocupación significativa en esta época temprana en el lugar de la Pi-
rámide del Sol, también asociada a una cueva dentro de la cual hay abundante evi-
dencia de actividad ritual (Millon 1981), pero se encuentra en la periferia sudes-
te del asentamiento temprano y además aún no existía aquí ninguna estructura
grande. La llamada más tarde Calzada de los Muertos se encuentra también al su-
deste del epicentro original y puede no haber constituido un eje principal del asen-
tamiento inicial, aunque el trabajo reciente de Sugiyama y Cabrera (2003) mues-
tra que existió una plataforma pequeña en el sitio donde más tarde estaría la
Pirámide de la Luna. Esta plataforma no se ajustaba al patrón de orientación del
asentamiento de 15,5o hacia el este del norte verdadero, que pronto se volvería un
canon en Teotihuacan.
No más tarde del siglo primero de nuestra era, sin embargo, en la Fase
Tzacualli, comenzó a construirse la inmensa Pirámide del Sol, a unos 750 m al
sur de la Pirámide de la Luna, y parece que la Calzada de los Muertos había
comenzado a asumir su papel como eje central, aunque no sabemos cuántas es-
tructuras cívico-ceremoniales flanquearon sus lados en ese entonces, y, a juzgar
por la densidad de fragmentos cerámicos, el corazón del asentamiento seguía en-
contrándose 1 km al oeste de dicha Calzada. Hay también evidencia de estruc-
turas cívico-ceremoniales en la vecindad de lo que sería más tarde la Ciudadela,
aunque fueron desmanteladas un siglo o dos más tarde, por lo que desconoce-
mos su forma exacta.
Es sólo en las fases Miccaotli y Tlamimilolpa Temprano, alrededor del 125-
250 d.C., que la disposición del centro cívico-ceremonial de Teotihuacan, con cer-
ca de 250 Ha, adoptó claramente la forma general que vemos hoy. La Pirámide de
la Luna fue ampliada enormemente; la Pirámide del Sol (prácticamente comple-
tada en el período anterior) alcanzó su altura máxima; la Calzada de los Muertos
fue definitivamente un eje central; y las estructuras anteriores en la Ciudadela fue-
ron demolidas y reemplazadas por las grandes plataformas que rodeaban la Pirá-
mide de la Serpiente Emplumada, grandes complejos residenciales y una gran pla-
za abierta. Sugiyama (1993) argumenta que todo esto fue la culminación de un
plan maestro ya ideado, pero yo sospecho que había más de un aspecto «paso a
paso» en el desarrollo de este diseño, aunque el resultado fue una disposición es-
pacial que podríamos denominar como «coordinada» más que preconcebida. En
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 31

particular la drástica reorganización del entorno construido en la Ciudadela su-


giere un notable cambio socio-político, posiblemente una sustitución parcial de la
Pirámide del Sol como centro de la máxima autoridad política.
Entonces, probablemente en la fase Tlamimilolpa Tardío (circa 250-350
d.C.), la Pirámide de la Serpiente Emplumada fue severamente profanada y da-
ñada, y fragmentos quemados de ella fueron arrojados en el relleno de una nueva
plataforma escalonada que cubrió la mayor parte del frente de la pirámide ante-
rior. Las áreas residenciales dentro de la Ciudadela parecen no haber sido re-
construidas durante varios siglos, hasta el final de la historia de Teotihuacan. Fue
aproximadamente en esta época cuando el complejo de la Calzada de los Muertos,
un área de unas 12-13 Ha., en su mayor parte rodeada por muros y situada a me-
dio camino entre la Pirámide del Sol y la Ciudadela, fue extensamente recons-
truido2. Hace un tiempo (Cowgill 1983) sugerí que este macro-complejo, con mul-
titud de pirámides, plataformas, patios, complejos habitacionales y otras
estructuras, se me hacía más parecido a una sede política que el Complejo de la
Ciudadela, y por ello sugerí que el gobierno efectivo pudo haberse trasladado al
Complejo de la Calzada de los Muertos, quedando la Ciudadela más como un
centro simbólico. El alcance del daño a la Pirámide de la Serpiente Emplumada
no era conocido en ese momento, y las excavaciones subsiguientes realizadas allí
(Cabrera et al. 1991; Sugiyama 2004) reforzaron esta idea de un notable cambio
espacial, organizativo e ideológico, en el sistema político de Teotihuacan. Pre-
viamente, a juzgar por la escala y la audacia de la construcción monumental en
Teotihuacan, es probable que los gobernantes tuvieran un gran poder que no fue
ampliamente compartido con otras elites. Es en algún momento del periodo com-
prendido entre el 250-350 cuando las instituciones políticas de Teotihuacan pu-
dieron haber cambiado de manera que el poder de los gobernantes se redujera y se
adecuara más a alguna clase de consejo de elites. Esto es lo que Blanton et al.
(1996) tienen en mente cuando caracterizan Teotihuacan como «corporativo»,
pero ese término no hace justicia a los posibles cambios ocurridos durante su his-
toria o a la complejidad de la situación en la que, sospecho, se desarrollaron.
Si tengo razón sobre todo esto, habría sido durante, o un poco después de, este
período cuando el poder de los gobernantes está más limitado, que es cuando exis-
te la mayor evidencia de algún tipo de participación de Teotihuacan en cambios
dinásticos de sitios mayas como Tikal y Copán. La naturaleza de esa intervención
es altamente polémica. Lo más probable es que se involucraran personas quienes,
si no emisarios directos del estado teotihuacano, por lo menos tuvieran una iden-
tificación positiva con él. Sin embargo, aunque es extremadamente especulativo
sugerirlo, no puedo dejar de preguntarme si los disidentes «emigrados», afines al
sistema político anterior, pudieron haber estado implicados.

2
No he visto la evidencia cerámica necesaria para determinar la cronología de esta reedificación, pero
la evidencia arquitectónica sugiere que ocurrió aproximadamente por estas fechas.
32 GEORGE L. COWGILL

Esta transición política propuesta en Teotihuacan puede coincidir a grandes


rasgos con una creciente utilización de cemento y estuco tanto en los suelos de los
complejos de apartamentos de Teotihuacan como revestimiento de sus muros
(compuestos en su mayor parte de cantos rodado, con uso ocasional de adobes).
Existen en Teotihuacan aproximadamente unos 2.300 de estos complejos multi-
departamentales, y pronto alojaron a la mayoría de los habitantes de la ciudad. Es-
tos complejos han sido generalmente interpretados como evidencia de un grado
inusual de preocupación del estado en las vidas de los ciudadanos corrientes, y
también pueden haber sido parte de una reformulación sociopolítica. Ciertas
nuevas formas de cerámica fina, tales como vasos cilíndricos trípodes (a menudo,
pero no siempre, creados con habilidad), comenzaron a ser fabricados en Teo-
tihuacan alrededor de esta época. Pueden ser de inspiración extranjera proveniente
de las Tierras Bajas del Golfo de México, pero los cambios en cerámica utilitaria
son moderados y no sugieren ninguna afluencia importante de nueva gente. La re-
formulación sociopolítica postulada parece haber sido un desarrollo interno.

COLAPSO Y MÁS REFORMULACIÓN

La siguiente transición, que ocurrió en algún momento durante el año 600, es


muy diferente. Muchos de los edificios principales del centro cívico-ceremonial de
Teotihuacan fueron quemados, y al menos algunos complejos residenciales loca-
lizados fuera de dicho centro parece que fueron brevemente abandonados. Un
nuevo complejo cerámico, Coyotlatelco, manifiesta de manera drástica nuevas for-
mas de cerámica utilitaria así como de cerámica decorada, y numerosas evidencias
sugieren una importante afluencia de gente nueva, aunque quizás se mezclaron con
los descendientes de la población original. Evidencia de una limitada ocupación
Coyotlatelco ha sido encontrada muy cerca de la Piramide de la Luna (Carballo
2005) pero, en general, la ocupación en el núcleo cívico-ceremonial antiguo pare-
ce haber sido más bien escasa, y la mayoría de la gente vivió en algunos nuevos
núcleos habitacionales a 500 m o más de distancia de la Calzada de los Muertos.
Diehl (1989) se equivoca al sugerir una continuidad espacial considerable; muchos
usuarios del Complejo Coyotlatelco vivieron dentro de los límites de la ciudad an-
terior, y continuó siendo, o pronto se convirtió en, uno de los asentamientos más
poblados del centro de México, pero la evidencia del Mapping Project demuestra
que los patrones espaciales de la concentración residencial fuera del núcleo cívico-
ceremonial anterior cambiaron notablemente. Dentro de ese núcleo, las bajas den-
sidades de cerámica Coyotlatelco pueden no ser explicadas debido a la desdeñosa
actitud de muchos arqueólogos por los restos post-Teotihuacan. La densidad de los
restos cerámicos Coyotlatelco son generalmente bajas en la superficie de partes no
excavadas del área central, mientras que materiales de todas las fases son extre-
madamente escasos en zonas excavadas, debido a su reconstrucción.
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 33

En interés de la brevedad, omitiré la discusión de subsecuentes episodios de


cambio y reformulación durante los periodos Postclásico, Colonial y más re-
cientes.
Es así, como se sugieren, al menos, cinco episodios de fundación y de refor-
mulación en Teotihuacan: (1) la fundación inicial centrada en un lugar previa-
mente deshabitado varios cientos de metros al oeste del sitio en el que más tarde
se construyó la Pirámide de la Luna, (2) un cambio para dar preponderancia a la
Pirámide del Sol y al segmento norte de la Calzada de los Muertos, (3) al menos
un reemplazo parcial del foco más temprano por uno nuevo en la Ciudadela, (4)
un mayor énfasis en el Complejo de la Calzada de los Muertos, así como en los
—arquitectónicamente considerables— complejos residenciales de apartamentos
fuera del núcleo cívico-ceremonial, y (5) una extensa destrucción dentro del nú-
cleo cívico-ceremonial y notables cambios en los centros de asentamiento fuera de
dicho foco, implicando probablemente una afluencia considerable de recién lle-
gados. El Episodio 1 marca la fundación de la ciudad de Teotihuacan y de su sis-
tema sociopolítico (que debe probablemente mucho a su precursor Cuicuilco); los
Episodios 2, 3 y 4 sugieren cambios dentro de este sistema y dentro de la ciudad;
mientras que el 5.o Episodio indica indudablemente el colapso del estado de Te-
otihuacan y muy probablemente la llegada de gente de identidad étnica diferente.

LA TRAYECTORIA DEMOGRÁFICA DE TEOTIHUACAN


EN CONTRASTE CON LA MAYA

Hace ya algunos años (Cogwill 1979) llamé la atención sobre una marcada di-
ferencia entre la trayectoria demográfica de Teotihuacan y la de sitios en las
Tierras Bajas Mayas. Culbert y Rice (1990) presentan evidencia de una conside-
rable variación entre las regiones mayas en sus trayectorias demográficas, pero un
tema común es la existencia de uno o más máximos de población bien definidos.
Muchos de dichos máximos o picos se relacionan, por supuesto, con los aconte-
cimientos discutidos en otras ponencias en esta Mesa Redonda. Sin embargo, to-
dos ellos muestran notables diferencias con Teotihuacan donde, a pesar de las re-
formulaciones que he postulado en la sección precedente, el perfil demográfico
parece bastante plano, más parecido a una larga plataforma que un pico, una ob-
servación constantemente olvidada en la mayoría de las discusiones acerca de Te-
otihuacan. De todos modos, usando fases cerámicas de uno o dos siglos de dura-
ción, no parece haber habido un cambio importante en por lo menos 350 años en
número de fragmentos cerámicos por siglo, a juzgar por las cantidades de tiestos
en las recolecciones superficiales del Mapping Project, y los restos cerámicos por
siglo son nuestra mejor estimación de personas por siglo. No más tarde del año
200 d.C., Teotihuacan parece haber alcanzado casi su máximo de población, y
también su extensión máxima, manteniéndose así hasta aproximadamente el año
34 GEORGE L. COWGILL

550, cuando su población empezó a declinar considerablemente antes de la des-


trucción de las estructuras cívico-ceremoniales importantes alrededor del 650
d.C. Debo indicar que si la cerámica de periodos previos estuviera seriamente no-
representada en superficie, uno podría esperar que las proporciones de cerámicas
pertenecientes a fases tempranas serían mucho más bajas de lo que son. Muy pro-
bablemente están bien representadas debido a que fueron recicladas en los rellenos
de fases de construcción posteriores.
En discusiones sobre las Tierras Bajas Mayas, creo que hay razones de peso
para sospechar que, en diversos momentos durante el Clásico Tardío, y a pesar de
ingeniosos métodos de intensificación agrícola, las poblaciones locales «exce-
dieron» las limitaciones medioambientales y crearon problemas de subsistencia
que contribuyeron probablemente a problemas políticos y a notables declives de
población en zonas determinadas. El problema que planteé en 1979 es que los te-
otihuacanos no parecían haber experimentado ningún tipo «exceso» similar. ¿A
qué se debe esto? ¿Podrían ser diferencias críticas en el medioambiente? Bien po-
dría ser que el medio ambiente de las Tierras Bajas Mayas fuera más frágil y más
resistente el de la Cuenca de México. Sin embargo, ¿En qué medida pueden haber
contribuido instituciones políticas y circunstancias diferentes? ¿Podría haber ju-
gado un papel primordial la competición y la intensificación de la guerra entre los
centros mayas, mientras que la prolongada ausencia de competidores serios per-
mitió a Teotihuacan perseguir estrategias más prudentes? Los gobernantes mayas
compitiendo entre si quizás no tuvieron ninguna opción y, para sobrevivir a cor-
to plazo, omitieron perseguir prácticas destinadas a ser destructivas a largo plazo.
Creo que hay preguntas que aún merece la pena explorar.
Hay muchos puntos de semejanza entre el panorama que propuse en 1979 y
el recientemente sugerido por Demarest (2004), aunque las ideas de Demarest se
fundamentan en un conjunto mucho más rico de datos. Ambos sugerimos la
competición política como la causa principal de los diversos y regionalmente
variados procesos que marcaron el final del período Clásico maya. No obstante
Demarest, apoyándose con fuerza en el modelo de «estado-teatro» de Geertz
(1980) procedente del sudeste asiático, argumenta que la competición adoptó
principalmente la forma de inversiones excesivas en llamativas muestras ar-
quitectónicas y de otro tipo, con la guerra desempeñando un papel más secun-
dario. No cabe duda que las visibles exhibiciones jugaron un papel, pero me
sigo preguntando si, durante el Clásico Tardío, las elites de algunas entidades
políticas mayas de las Tierras Bajas fueron capaces de desarrollar instituciones
que les permitieran obtener un mayor control de infraestructuras administrativas
y económicas. Sin tales instituciones en el área maya, la hegemonía sobre te-
rritorios de tamaño considerable habría sido siempre frágil e inestable; pero con
ellas, quizá el objetivo de crear estados regionales realmente fuertes y estables
comenzaron a parecer factibles, ofreciendo nuevas metas y un nuevo contexto
para la competición.
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 35

En 1979 sugerí una comparación con la transición en la antigua China entre


los periodos de «Primavera y Otoño» y el de los «Reinos Combatientes», donde
instituciones cada vez más centralizadas (al igual que nuevas tecnologías) facili-
taron la intensificación de la competición que eventualmente condujeron a la
unificación política y a la creación de un gran imperio políticamente centralizado
poco antes del año 200 antes de nuestra era; sin embargo una competición similar
entre las ciudades-estado de la Grecia Clásica les condujo a un grave declive.
Ahora sugeriría, además, una comparación con los estados e imperios de los pe-
riodos Histórico Temprano y Medieval del Sur de Asia (e.g. Sinopoli 2001),
donde el componente teatral fue en términos generales fuerte, pero muchas enti-
dades políticas parecen situarse entre los frágiles «estados-teatro» del sudeste asiá-
tico y las, con frecuencia, grandes entidades políticas centralizadas que repetida-
mente aparecen en China después del año 200 a. C. y que normalmente florecían
durante dos o tres siglos antes de fragmentarse y reformularse. Los datos proce-
dentes del Sur de Asia podrían ampliar provechosamente nuestra perspectiva
comparativa sobre los mayas. Por último, citar asimismo la reciente publicación
de Diamond (2005), un libro que merece una muy seria consideración.

AGRADECIMIENTOS

Además de agradecer a nuestros anfitriones, agradezco a mis colegas Barbara


Stark y Michael Smith por sus valiosos comentarios sobre una versión previa de
este documento. Por supuesto, asumo la responsabilidad de la versión final del
mismo.

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3
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO:
PERSPECTIVAS SOBRE EL DESARROLLO DE LAS
CIUDADES MAYAS

ARLEN F. CHASE y DIANE Z. CHASE


Universidad Central de Florida

Entre los problemas no resueltos de la arqueología maya se encuentra la de-


terminación de cómo y por qué se establecieron, abandonaron y re-establecieron
sitios a lo largo del tiempo. Este trabajo evalúa la fundación y refundación de ciu-
dades en el Área Maya examinando, primero, aspectos teóricos y metodológicos
y, segundo, situando mediante el contexto los datos arqueológicos de tres dife-
rentes sitios para que ilustren tanto varias formas de fundación como el contexto
de sus historias específicas en estos eventos. A través de este ejercicio se pueden
relacionar formas arquitectónicas con interpretaciones específicas y demostrar
cómo las historias encubiertas de estos sitios dificultan la aplicación de modelos
con amplia cobertura previamente generados. Sin embargo, también es posible es-
tablecer una secuencia temporal de eventos de fundación que caracterizan muchos
centros mayas.
La existencia de una variedad de factores confunde a los investigadores y
complica las explicaciones sencillas sobre la fundación de sitios. Entre ellas se en-
cuentra la dificultad de hacer interpretaciones sobre la ocupación de los sitios sin
excavaciones detalladas para determinar tanto su profundidad en el tiempo como
la contemporaneidad del ambiente antiguo construido. Los asentamientos mayas
fueron modificados continuamente a lo largo del tiempo, hasta tal punto que una
ocupación temprana con frecuencia estaba cubierta por actividades constructivas
posteriores. Sin embargo, hay sitios y lugares dentro de un asentamiento que no
fueron continuamente utilizados a través del tiempo. Las fundaciones de sitios
fueron de varios tipos y niveles, y así, tanto el ambiente construido —en forma de
edificios y asentamiento—, como el ambiente social —en forma de dinastías y
unidades políticas—, fueron establecidas y re-establecidas a través del tiempo. Es-
pacios vecinos y sitios pudieron surgir y colapsarse juntos o de manera inversa.
Aún considerándolo de una manera sencilla, hay que contemplar el hecho de
que hubo múltiples lugares funcionales dentro de un solo sitio que se podrían co-

39
40 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

rresponder con el espacio construido que estaba enfocado de forma alternativa a la


ideología, la administración, la economía o la ocupación de la unidad doméstica.
Distintas partes de un sitio pudieron haber sido creadas y usadas de manera dife-
rente; un solo edificio pudo haber sido testigo de cambios espectaculares en el uso
de su espacio interno (por ejemplo, la Estructura A6 de Caracol; D. Chase y A.
Chase 2000). Por lo tanto, por estas y otras razones, una sola ciudad pudo haber
tenido múltiples fundaciones o establecimientos. La información arqueológica,
cuando se combina con la información jeroglífica disponible u otra información
de carácter histórico, puede iluminar patrones detallados relacionados con estas
fundaciones. Además, cuando se pueden ver múltiples sitios de forma compara-
tiva, se revelan tanto sus similitudes como los aspectos distintivos de su historia.
Una parte importante de los debates contemporáneos en la arqueología maya
puede rastrearse directamente en las primeras consideraciones que, sobre la na-
turaleza de la civilización maya y sus ciudades, tuvieron lugar en el siglo XIX y
principios del siglo XX. Dos paradigmas que han competido alternativamente
muestran a los mayas ya sea como «simples» o «complejos» (Becker 1979).
Con la evolución de los paradigmas, la civilización maya fue continuamente re-
categorizada y eventualmente vino a ocupar ambos extremos del espectro teórico,
siendo vista por diferentes investigadores bien como compleja y muy estratifica-
da, o bien como una simple dicotomía de sacerdotes y campesinos (Fox et al.
1996). En relación directa con estas posiciones diversas, las concentraciones de
arquitectura maya llegaron a ser tipificadas de manera similar como ciudades o
como centros ceremoniales (Becker 1979; D. Chase et al. 1990; Haviland 1970;
Houston et al. 2003; Pyburn 1997; Webster 1997). El flujo de investigaciones ar-
queológicas en las Tierras Bajas Mayas del Sur a fines del siglo XX contribuyó,
con abundantes nuevos datos, a entender la civilización maya del período Clásico,
pero la literatura arqueológica ha estado, y aún está hasta cierto punto, dominada
por las viejas posiciones bipolares. Por ello, estos argumentos sobre la categori-
zación de la antigua sociedad maya impiden discusiones serias sobre temas com-
parativos más amplios. Nuestra visión es que una ocupación continuada de asen-
tamientos mayas culminó en lugares urbanos ordenados, cada uno de los cuales
contenía determinados espacios construidos que sirvieron para las variadas nece-
sidades de sus ocupantes.
Los antiguos mayas establecieron y ocuparon un gran número de ciudades.
Muchas de ellas se localizaron en lugares cuyos beneficios no están siempre cla-
ros para los estudiosos modernos. Las ciudades más grandes del período Clásico
(250-900 d.C.) se ubicaron en áreas carentes de grandes cuerpos de agua y fueron,
por lo tanto, completamente dependientes del agua de lluvia para atender a unas
poblaciones de tamaño considerable (Lucero 1999). Quizás estas ubicaciones
reflejan un rechazo consciente contra los cuerpos de agua existentes, los cuales
fueron vistos como entradas potenciales al inframundo (D. Chase y A. Chase
1989). De hecho, se ha argumentado que la ideología debió de haber tenido un
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 41

impacto definitivo en la organización espacial de todas las ciudades mayas que,


según Schele y Mathews (1998: 13-50), se centraron en las «montañas-pirámide»
y las «plazas-mar». Aún cuando estos centros fueron establecidos ideológica-
mente, constituyeron, no obstante, lugares urbanos, ya que sirvieron como nudos
administrativos, económicos y políticos para extensas poblaciones. También sa-
bemos por la arqueología que estos centros urbanos cambiaron a través del tiem-
po, los cuales fueron fundados y pudieron haber sido reorganizados para servir a
funciones diferentes. Algunas ciudades prosperaron y crecieron; otras decayeron
y fueron abandonadas. En otros casos, surgieron ciudades y se colapsaron de ma-
nera cíclica (Marcus 1993), algunas veces reflejando historias interrelacionadas tal
y como aparece en los registros escritos (A. Chase 1991).
Por lo tanto, el dato arqueológico y el análisis espacial de los complejos ar-
quitectónicos y rasgos asociados con las ciudades mayas nos ayudan a compren-
der cómo se conjuntaron estos lugares urbanos, para qué propósito sirvieron, y
proporcionan un acercamiento de cómo tales lugares fueron rediseñados y modi-
ficados a través del tiempo.

APROXIMACIONES AL ESTABLECIMIENTO
DE ASENTAMIENTOS MAYAS

Como en cualquier civilización, existieron múltiples razones para el estable-


cimiento inicial formal y subsecuentes establecimientos de un centro dado, sin
embargo, la mayoría de las fundaciones estuvieron directa o indirectamente co-
rrelacionadas con una función específica, como el control de la población, por
ejemplo. Si bien la forma de este control pudo haber sido ideológica (Ashmore y
Sabloff 2002), con frecuencia se presentó bajo aspectos más mundanos que tu-
vieron que ver con lo económico y político. Aún así, debido al debate paradig-
mático sobre la naturaleza de la civilización maya, no hay respuestas fáciles.
Consideraciones sobre la escala, por ejemplo, dependen del modelo que se utiliza,
y lo mismo sucede con las reflexiones sobre la fundación de las ciudades.
Un ejemplo de los tipos de problemas que entran en este debate paradigmáti-
co en la arqueología maya se puede ver en referencia a la función y propósito de
concentraciones arquitectónicas denominadas como «centros menores» (Bullard
1960; Iannone 2004). Estas unidades arquitectónicas están conceptualizadas en el
modelo simple ya sea como unidades domésticas independientes o como centros
independientes (Conlan y Powis 2004; Driver y Garber 2004; Iannone y Connell
2003), pero en el modelo complejo esas unidades pueden depender de nudos ur-
banos sirviendo a propósitos económicos y administrativos como parte de unida-
des políticas extensas o grandes ciudades (A. Chase 1998, 2004; A. Chase y D.
Chase 2003). El por qué de los centros menores y cómo y para qué se fundaron,
puede ser explicado de muy diferentes formas dependiendo del modelo que se uti-
42 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

lice. Los argumentos sobre contextos económicos y políticos son paradigmas


casi completamente dependientes.
Uno puede preguntarse cómo estas diferencias paradigmáticas pueden ser
arqueológicamente distintas, y es una buena pregunta. La respuesta resulta difícil
y, hasta cierto grado, depende de la metodología empleada para recolectar los da-
tos. Se pueden realizar algunas inferencias amplias a través de la observación de
un conjunto de formas arquitectónicas específicas y viendo su repetición en el es-
pacio, ya sea en uno solo o en varios sitios. Los datos arqueológicos, sin embargo,
son necesarios para confirmar no sólo su datación sino también sus equivalencias.
Al contextualizar tipos de edificios con arquitectura significativa y patrones con
datos arqueológicos detallados, se hace posible no solamente demostrar cuando se
fundó una ciudad sino también cómo creció y cómo cambió espacialmente.
Los mayistas han empleado formas arquitectónicas específicas para inferir
funciones particulares. Los palacios (como sea que se definan) son vistos como
unidades residenciales de elite en los que también se llevaron a cabo funciones ad-
ministrativas (A. Chase y D. Chase 2001a; Inomata y Houston 2001). Los templos
son contemplados como lugares asociados a una amplia gama de propósitos ide-
ológicos (Tate 1992). Las grandes plazas se conceptúan como espacios apropiados
tanto para rituales (Schele y Mathews 1998) como para transacciones económicas
(A. Chase 1998). Las calzadas han sido asociadas con peregrinaciones (Shaw
2001) y con la integración política y económica de comunidades espacialmente
amplias (A. Chase y D. Chase 2001b; Cobos y Winemiller 2001).
La combinación de estas variadas formas arquitectónicas y la manera en la
cual se distribuyen en el paisaje construido —en asociación con datos arqueoló-
gicos y otros de relevancia— permiten en ocasiones otro tipo de inferencias. Sin
embargo, no está resuelto qué tipo de dato es necesario y suficiente para realizar
una especulación válida. Mientras que los planos de sitios arquitectónicos (An-
drews 1975; Ashmore y Sabloff 2002) y la epigrafía (Marcus 1976; Martin y Gru-
be 2000) tienen una larga historia de uso para este propósito, sin el contexto de es-
tos datos los resultados de las interpretaciones resultan sospechosos (e.g., Smith
2003, 2005; A. Chase y D. Chase 1996a, 1998, 2000; D. Chase y A. Chase
2003).

FUNDACIÓN ARQUITECTÓNICA EN LAS TIERRAS BAJAS MAYAS


DEL SUR: GRUPOS E

En las Tierras Bajas Mayas del Sur, se involucraron aspectos ideológicos y


políticos en la fundación de una ciudad. Michael Coe (1981:170) observó que
«aún la misma forma de las ciudades y la razón de su ubicación pueden, en par-
te, ser explicadas a través de la orientación religiosa de los mesoamericanistas».
Los autores de este trabajo hemos argumentado (A. Chase y D. Chase 1995: 99-
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 43

101) que, por lo menos arquitectónicamente, las ciudades mayas de las Tierras
Bajas del Sur fueron formalmente fundadas por medio del uso de los Grupos E
(Ruppert 1940), o «Complejos de Conmemoración Astronómica/Complejos de
Ritual Público» (Laporte y Fialko 1987, 1990). Este arreglo arquitectónico espe-
cializado está entre la arquitectura pública más temprana reconocida en cual-
quier sitio maya (A. Chase 1983, 1985a; Hansen 1992). Los Grupos E probable-
mente aparecieron por primera vez en el Sur de Chiapas, México,
aproximadamente en 900 a.C. (Lowe 1977: 244-246) como una forma arquitec-
tónica, y definen los sectores centrales de construcciones públicas de las primeras
ciudades mayas en las Tierras Bajas del Sur (A. Chase y D. Chase 1996b). La
existencia de un Grupo E en un sitio parece haber servido como «acuerdo» o «li-
cencia», es decir, significa su fundación como un lugar reconocible y precursor
potencialmente de la posterior aparición de jeroglíficos y dinastías en el centro.
La tríada de edificios que por lo general yace al oriente de la plataforma pi-
ramidal de un Grupo E podría estar relacionada cosmológicamente con el naci-
miento de dioses, posteriormente representados por lo general en textos jeroglí-
ficos como una tríada distintiva. La tríada de Palenque se conoce bien por
representar el trío de dioses nacidos con 18 días de diferencia y festejados como
ancestros divinos por la posterior dinastía (Kelley 1976: 96-98; Schele y Miller
1986: 48-50). Referencias con tríadas similares aparecen en Caracol, Naranjo, To-
niná y Tikal, indicando que esta creencia cosmológica estaba ampliamente di-
fundida en las Tierras Bajas del Sur. La fecha de nacimiento asignada a estos dio-
ses antecede la existencia arqueológica de los mayas, colocando claramente a
estas deidades en la mitología y sirviendo como referencia en relación con una
fundación. Estos factores, la asociación de los Grupos E con ofrendas y su ubi-
cación central dentro de las ciudades mayas, refuerzan el papel de estos conjuntos
como representantes de la fundación ideológica de centros mayas.

MODELOS GEOGRÁFICOS

Obviamente, las ciudades no fueron sólo fundadas ideológicamente. Tales fun-


daciones simbólicas cubrieron otras razones paradigmáticas para su aparición
en el paisaje. Ciertos modelos geográficos relacionados con la localización de
ciudades mayas pueden ayudarnos a comprender por qué fueron ubicadas donde
están. En el pasado, esos modelos geográficos se aplicaron en algunas ocasiones
a las Tierras Bajas del Sur, pero sin considerar apropiadamente los datos arqueo-
lógicos, el tamaño del sitio y su escala, o parámetros temporales, de manera que
propiciaron de nuevo la confusión paradigmática.
Los modelos geográficos fueron aquí empleados por primera vez para intentar
delimitar el tamaño de las unidades políticas. En las Tierras Bajas del Sur se asig-
naron dimensiones territoriales a los sitios por medio de los polígonos de Thiessen
44 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

y el análisis del vecino más cercano (Hammond 1974). En este análisis inicial a
todos los sitios les fueron asignados valores iguales, dando como resultado la de-
finición de unidades políticas relativamente pequeñas (Hammond 1974). Los
polígonos de Thiessen también fueron utilizados en conjunción con los glifos em-
blemas mayas para inferir organización política, lo que dio como resultado que se
sugiriera la existencia de cerca de 100 ciudades-estados independientes durante el
período Clásico Tardío (Mathews 1985, 1991). Además, se utilizaron datos jero-
glíficos para sugerir que, durante este mismo periodo, existió una jerarquía re-
gional de cuatro «sitios en lo más alto» (Marcus 1973). Los datos jeroglíficos se
combinaron con los análisis del lugar-central, otro modelo basado en la geografía,
para argumentar a favor de una mayor complejidad: Marcus (1976), de manera es-
pecífica, sugirió que el patrón hexagonal de la teoría del lugar-central podría ser
utilizado para modelar sobre el terreno unidades políticas secundarias definidas a
través de su análisis de glifos emblema.
Los modelos del lugar-central conducen implícitamente a un número de infe-
rencias que son relevantes para los mayas: (1) ciertas ciudades y nudos pudieron
haber sido fundados debido a su ubicación espacial; (2) en el antiguo paisaje maya
podían encontrarse estrategias de control administrativo en los lugares de las
ciudades y arquitectura especializada; (3) la posición tan temprana de algunos
centros exitosos necesariamente condujo al conflicto o a la incorporación, en la
medida que se incrementó el tamaño de la población y la unidad política a través
del tiempo. La aplicación completa de la teoría del lugar-central a los mayas del
período Clásico nunca ha sido totalmente posible por varias razones: (1) la falta
indispensable de mapas (A. Chase y D. Chase 2003); (2) una perspectiva miope
de muchos investigadores con respecto a las relaciones más allá del propio sitio en
el que se encuentran trabajando (D. Chase 2004); (3) las limitaciones auto-im-
puestas de ver solamente «espacio como superficie», sin la necesaria profundidad
histórica proporcionada por las excavaciones arqueológicas (Massey 2001: 16).
Sin embargo, investigadores que han examinado la distribución espacial de los
complejos arquitectónicos mayas sobre el paisaje, han llegado a la conclusión de
que éste es un ejercicio de utilidad, ya que ha permitido un acercamiento a las re-
laciones entre y dentro de los sitios, probando que la escala es la variable más re-
levante. Así, hay complejos arquitectónicos de una forma específica que han
sido hallados formando parte del paisaje de las ciudades. Nudos cuya distancia va-
ría de 3 a 8 km del epicentro de una urbe pueden ser utilizados para explicar el de-
sarrollo secuencial de algunas ciudades, como por ejemplo Caracol (A. Chase y
D. Chase 2001b; A. Chase et al. 2001). Otros centros arquitectónicos se encuen-
tran dentro de un paisaje regional y a una distancia aproximada de 30 km (equi-
valente a un día de camino) y ayudan a explicar el desarrollo de unidades políticas
regionales, como sería el caso de Calakmul (Marcus 1976, 1993: 154-155). La te-
oría militar que estudia las distancias caminadas dictamina que las unidades po-
líticas como las de los antiguos mayas pueden sólo controlar directamente un te-
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 45

rritorio que comprende un radio de 60 km a partir de cualquier centro dado (Has-


sig 1992:85). Estos datos son coherentes tanto con la ubicación de las grandes ca-
pitales mayas del período Clásico como con el registro de conflictos registrados
en los textos jeroglíficos mayas (A. Chase y D. Chase 1998).
Los diferentes modelos sobre cómo y por qué las ciudades fueron fundadas en
el área maya tienden a enfocarse sobre aspectos ideológicos y cosmológicos;
este razonamiento difiere significativamente del empleado en los modelos geo-
gráficos tradicionales que están ampliamente enfocados sobre distancias espa-
ciales en relación con consideraciones económicas y administrativas. Sin embar-
go, en la actualidad, algunos geógrafos están tratando de resolver esta división al
enfocarse en historias específicas que identifican patrones más complejos y en-
cubiertos del uso humano del paisaje (Massey 1999, 2001). El presente trabajo es
más favorable a esta aproximación.
Hay al menos cuatro factores que nos ponen en guardia frente al uso de mo-
delos geográficos tradicionales en las Tierras Bajas Mayas: (1) hay falta de datos
arqueológicos para elaborar consideraciones regionales de la organización maya,
ya que los sitios y los límites de los sitios están con frecuencia sin mapear (A.
Chase 2004; A. Chase y D. Chase 2003. D. Chase y A. Chase 1992); (2) hay dis-
putas paradigmáticas y de escala sobre cómo estaban organizadas las economías
mayas, incluyendo disputas sobre si existieron mercados y el papel de las cele-
braciones en las transacciones económicas (A. Chase 1998; A. Chase y D. Chase
2004; Masson y Freidel 2003); (3) hay visiones divergentes acerca de cómo fue-
ron administradas las regiones políticas mayas y se sugiere que abarcan extensas
hegemonías centralizadas, unos cuantos estados regionales hasta grados de esta-
dos independientes y cientos de unidades políticas descentralizadas (A. Chase y
D. Chase 1996a; Fox et al. 1996; Iannone 2002); (4) confundiendo aún más la si-
tuación están las ubicaciones actuales de los sitios mayas, que con frecuencia no
satisfacen las expectativas simples basadas en la ubicación de recursos (Graham
1987). Debido a estas limitaciones, la mayoría de los modelos mayas para la fun-
dación de los asentamientos y ciudades —y más aún para una organización más
amplia del área maya (Marcus 1976)— enfatizan en la ideología. En cierta me-
dida, este énfasis refleja tanto el desarrollo de la arqueología maya, como el im-
pacto que los jeroglíficos han tenido en nuestro campo.

EL IMPACTO DE LOS JEROGLÍFOS

Cuando se consideró que los glifos no sólo eran marcadores históricos de


tiempo, se enfatizó la religión e ideología (Thompson 1950, 1970); cuando se re-
conoció que los jeroglíficos eran registros de historias dinásticas (Proskouriakoff
1960), las dinastías estaban aún atadas a la ideología familiar y la cosmología
(Kelley 1976; Schele y Mathews 1998). Con esto, las ciudades mayas fueron vis-
46 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

tas como fundadas en o como lugares sagrados, o alternativamente, en relación a


rasgos específicos del paisaje relacionados con la cosmología (Ashmore 2004;
Brady y Ashmore 1999). Aunque reconocido, no se enfatizaba en el uso de la ide-
ología para servir a amplios propósitos políticos o económicos.
Recientemente, ha habido una incursión en el tema de las «cortes» mayas que
forman el núcleo central administrativo de los sitios mayas del Clásico (Inomata
y Houston 2001). Sin embargo, esta propuesta ha tenido que adoptar un marco de
referencia singular en donde sólo hubo una única corte por sitio y en la cual se
asume que los aspectos económicos debieron haber sido controlados por la corte
y haber tenido lugar en ella. La corte y la dinastía tienden a ser vistas como una
misma cosa dentro de una rudimentaria cubierta de complejidad. La posibilidad de
que existieran grupos múltiples competitivos de la elite no ha sido completamente
adoptada por este modelo; ni tampoco han sido analizados los planos espaciales
de sitios (o cortes) para obtener información económica. En cierta medida, la vi-
sión de las cortes corresponde a una lectura literal de la epigrafía y sus dinastías.
La falta de claridad con respecto a la economía refleja de nuevo la ausencia total
de este tipo de datos dentro del registro jeroglífico, cuando se le compara con la
abundancia de datos económicos y de unidades domésticas que pueden obtenerse
de los contextos arqueológicos.
Los glifos sugieren que los edificios y palacios dentro de una ciudad pueden
ser «fundados» y conmemorados. Hasta pequeños espacios, tales como las tum-
bas, pudieron haber sido fundadas o consagradas (D. Chase y A. Chase 2003). El
punto en el tiempo de estas fundaciones se relaciona algunas veces con lapsos de
vida individual, como por ejemplo Yaxchilán (Tate 1997), y en otras ocasiones se
relaciona con rituales calendáricos (A. Chase y D. Chase s.f.; Rice 2004); en al-
gunos casos, los calendarios y rituales individuales llegaron a fusionarse (D.
Chase y A. Chase 2004). Si bien los mayas intentaron unir dinastías con funda-
ciones, como se puede ver especialmente a través de las cuentas dinásticas que se
conservaron (Jones 1977), está claro que los asentamientos iniciales de las ciu-
dades de las Tierras Bajas del Sur fueron independientes de cualquier fundación
dinástica. Quizás en el caso de Dos Pilas coincidieron una ciudad y la fundación
dinástica (Houston 1993). Como la mayoría de los otros centros en las Tierras Ba-
jas del Sur, las ciudades de Tikal y Caracol ya existían desde hacía siglos cuando
sus dinastías del período Clásico fueron «fundadas» en el 90/190 d.C. (Martin y
Grube 2000: 27) y en 331 d.C. (A. Chase et al. 1991). Aún en lugares donde las
dinastías fueron fundadas relativamente tarde, como en Naranjo (Petén), donde el
primer soberano reconocido fue denominado como el «noveno sucesor», existie-
ron otros cálculos mitológicos los cuales se llevaban al mismo tiempo y la deidad
fundadora se coloca como el «trigésimo quinto sucesor» (Martin y Grube 2000:
70). En Copán se conocen también referencias similares con eventos mitológicos,
supuestamente útiles políticamente para el reinado de la dinastía (Martin y Grube
2000: 193).
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 47

Si bien el orden espacial de las ciudades mayas en relación a la cosmología e


ideología ha sido objeto de una extensa revisión (Freidel et al. 1993; Schele y
Mathews 1998; ver también Ashmore 2004:184), el tema ha sido objeto de un tan
serio, como no resuelto, debate (Ashmore y Sabloff 2002, 2003; Smith 2003,
2005; Spajck 2005). Mientras que los mayistas tienden a ver cosmología e ideo-
logía en la mayoría de las cosas, otros mesoamericanistas muestran que no es así.
Parte de la disputa puede atribuirse a diferentes aproximaciones arqueológicas, o
lo que en alguna ocasión se llamó coloquialmente como la gente «visceral» versus
la gente «con cabeza». Los mayistas han tendido a descansar más en la ideología
y la cosmología para las explicaciones causales que en realidades materialistas
que se orientarían hacia la economía y la administración. Por lo tanto, mientras se
invoquen los principios cosmológicos para explicar la organización espacial de las
ciudades mayas, será muy raro relacionar los aspectos económicos y administra-
tivos al espacio del paisaje. Y la realidad es que son necesarias ambas aproxima-
ciones.

LA FUNDACIÓN DE CIUDADES MAYAS: CASOS ESPECÍFICOS

A continuación se presentan datos arqueológicos relevantes relacionados con


la fundación y refundación de tres ciudades mayas: Tayasal en Guatemala y
Santa Rita Corozal y Caracol en Belice. A nuestro entender, cada uno de estos si-
tios contribuye con conocimiento específico al entendimiento de cómo un centro
maya se fundó y cambió a través del tiempo. Algunos de estos cambios fueron
acumulativos en tanto que otros fueron repentinos; todos se reflejan tanto en el re-
gistro arqueológico como en la distribución espacial de rasgos arquitectónicos so-
bre el paisaje de estos sitios. Por lo menos se distinguen cuatro tipos diferentes de
establecimientos o fundaciones y, arqueológicamente, pueden ser ordenados en el
tiempo. El asentamiento inicial constituye el primer establecimiento, y a este le si-
guió —en algunas ocasiones— la fundación formal misma que se correlaciona
con la arquitectura monumental o los textos jeroglíficos. Estas fundaciones for-
males —de las cuales reconocemos tres tipos básicos (Fig. 1)— constituyen el ob-
jetivo del resto de este trabajo.
El primer tipo de dichas fundaciones se refiere aquí a la «fundación ideológi-
ca» de una ciudad, por lo general, a través del acuerdo del plan específico de una
plaza denominada Grupo E. Este tipo de fundación es evidente tanto en Caracol
como en Tayasal. El segundo tipo de fundación sería la referencia a la «fundación
dinástica». En algunos casos, como en Caracol (A. Chase y D. Chase 1987) y en
Tikal (Laporte y Fialko 1995), esta fundación dinástica se logró por la colocación
de un muerto importante en los complejos arquitectónicos que formaron el núcleo
original de la ciudad —los Grupos E más tempranos. En otros casos, tales como
en Santa Rita Corozal, la fundación dinástica se asoció con una pirámide situada
48

Fig. 1.—Tipos básicos de las fundaciones formales de una ciudad maya: ideológica, dinástica y administrativa.
ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 49

al Norte que soportaba un templo con múltiples cuartos. Siguiendo a la fundación


dinástica, si la ciudad tenía un Grupo E con plaza, la plaza focal de la ciudad se
cambió con frecuencia en conjunción con una fundación administrativa centrada
en un gran palacio (y en los grandes templos en los centros primarios). Una fun-
dación administrativa tenía lugar, por lo general, después de la fundación dinástica
de la ciudad. La reciente controversia sobre los ejes direccionales en las ciudades
mayas (Ashmore y Sabloff 2002; Smith 2003) muestra el hecho de que la repeti-
ción arquitectónica, la topografía y las historias específicas de cada lugar produ-
jeron la configuración espacial final de cualquier sitio. Dado que una sola ciudad
maya experimentó múltiples fundaciones, debería ser obvio que ambos ejes, tan-
to Norte-Sur como Este-Oeste, fueron importantes en cualquier centro maya de
gran tamaño. El dato y contexto de los patrones de fundación son, por lo tanto,
importantes en el establecimiento de una interpretación encubierta de la estructura
y función de los sitios mayas.

Tayasal, Petén, Guatemala

El sitio de Tayasal se localiza en la parte occidental de una elevación de la pe-


nínsula que separa dos brazos del Lago Petén Itzá. El mapa original del sitio, re-
alizado por Morley (1937-1938), cubrió sólo la parte Oeste de Tayasal, en donde
se hallaron monumentos esculpidos. En 1971, un proyecto de la Universidad de
Pennsylvania realizó un nuevo y más amplio levantamiento de Tayasal, regis-
trando 399 estructuras (A. Chase 1983, 1985b: 187) y excavando 99 de ellas por
medio de una combinación de pozos de prueba, calas de aproximación y excava-
ciones en área (A. Chase 1985a, 1990: 163). Las investigaciones revelaron que la
historia del sitio se inició en el período Preclásico Medio (antes de 300 a.C.), sin
embargo, lo que nos interesa en esta ocasión son la serie de fundaciones finales
llevadas a cabo en el sitio y datadas para el período Clásico. Aunque la arquitec-
tura principal del período Clásico del sitio estaba en la parte del centro original-
mente mapeado por Morley, la siguiente investigación también mostró que Ta-
yasal durante el Clásico Tardío siguió un desarrollo arquitectónico regularizado
más bien hacia el oriente y occidente de una Acrópolis Central. No fue evidente
un eje Norte-Sur (Fig. 2).
Quizás el evento más significativo en términos de la fundación del período
Clásico Tardío de Tayasal fue la desarticulación de un pequeño Grupo E por una
Acrópolis Norte al inicio de esta etapa. La plataforma Este del Grupo E fue el
centro asociado con los monumentos del período Clásico Temprano de Tayasal.
Lo que en alguna ocasión constituyó una pirámide occidental se aplanó, presu-
miblemente al inicio del período Posclásico. Como con otros centros mayas en las
Tierras Bajas del Sur, los Grupos E formaron el conjunto arquitectónico original
en la fundación de Tayasal como su propia ciudad. Los monumentos esculpidos
50 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

Fig. 2.—Mapas de Tayasal, Guatemala: a) asentamiento del sitio; b) epicentro de Tayasal en el Clásico Tar-
dío; c) reconstrucción del desarrollo del epicentro del Clásico Tardío.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 51

asociados con los Grupos E indican que éste se asoció probablemente con una di-
nastía fundadora.
Basados en la excavación de la Estructura T103, el edificio más importante de
la Acrópolis Central de Tayasal, este complejo arquitectónico se fundó al final del
período Clásico. Al mismo tiempo, un individuo importante fue enterrado en el
grupo más temprano orientado al Este (de una serie de cuatro) que vinieron a de-
finir el eje oriental de la ciudad en el Clásico Tardío. El dato arqueológico mues-
tra un movimiento progresivo hacia el Este por medio de la ubicación de una se-
rie de tumbas a través del tiempo, y que posiblemente indican que estos depósitos
se ubicaron de acuerdo con un ciclo de rueda calendárica similar a lo documen-
tado en grupos de unidades domésticas en Caracol (D. Chase y A. Chase 2004).
Mientras que las tumbas del oriente probablemente albergaron a individuos mas-
culinos, los grupos hacia el occidente de la Acrópolis Central de Tayasal inclu-
yeron un extenso número de entierros de mujeres e infantes, que pueden fecharse
para el Clásico Tardío (A. Chase 1983, 1985c). Por lo tanto, la Acrópolis Central
de Tayasal, que es en realidad un conjunto palaciego, parece haber formado el
epicentro del sitio a lo largo del Clásico Tardío. Ninguno de los otros grupos ha-
cia el oriente u occidente rivalizaron con este palacio ni en tamaño ni en altura.
Como se manifiesta por el arreglo espacial, y la aparición secuencial de determi-
nadas tumbas en los altares del lado oriental, las estructuras de los grupos al
Este del palacio central sirvieron para funciones públicas y rituales, presuntamente
asociadas con un grupo de segundo nivel de la elite, quienes manejaron Tayasal
como un centro administrativo. Los verdaderos grupos residenciales se ubicaron
hacia el Oeste del palacio central.
El plano del sitio de Tayasal durante el Clásico Tardío representa una versión
secuencial aumentada de grupos de estructuras ubicados lateralmente y cerca de
un palacio central que surgió con una fundación administrativa del sitio a final del
período Clásico Temprano. Arqueológicamente, sin embargo, el sitio contiene
toda una gama de eventos de fundación formales. El Grupo E significa que el si-
tio tuvo un centro ideológico. Los monumentos del Clásico Temprano son indi-
cadores de una dinastía fundadora que se relacionó con el Grupo E, sin embargo,
al final de este período, el palacio central de Tayasal se convirtió en el punto fo-
cal de la ciudad, representando su papel como un centro administrativo dentro de
una unidad política mayor. No hay un aparente centro de atención hacia los tem-
plos dentro del centro de Tayasal, y este hecho ubica especialmente al sitio como
un centro de segundo nivel.

Santa Rita Corozal, Belice

Santa Rita Corozal se localiza en el Norte de Belice y tiene la apariencia de


una isla situada tierra adentro, al estar sobre un farallón entre dos ríos mirando ha-
52 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

cia la Bahía de Corozal. Este centro fue más pequeño que Tayasal y Caracol du-
rante el Clásico Tardío y muestra una historia arqueológica diferente. El sitio pre-
senta algunos de los materiales arqueológicos más tempranos que se conocen para
el Norte de Belice (D. Chase 1981; D. Chase y A. Chase s.f.) y fue también una
gran ciudad capital maya durante el período Posclásico (D. Chase 1982; D. Cha-
se y A. Chase 1988). Sin embargo, su historia arqueológica siempre está relacio-
nada con las fortunas políticas de otros sitios del área, particularmente de Cerros,
ubicado al otro lado de la Bahía de Corozal y para el cual existen excelentes datos
arqueológicos (Freidel 1978; Walter 1998).
Santa Rita Corozal fue investigado por el Corozal Postclassic Project du-
rante cuatro temporadas de campo efectuadas entre 1979 y 1985 (D. Chase y A.
Chase 1988). Se trabajaron un total de 43 estructuras por medio de calas de
aproximación y excavaciones en área. Sin embargo, en su mayoría los edificios
investigados fueron seleccionados con el fin de contestar preguntas específicas re-
lacionadas con su ocupación durante el Posclásico Tardío del sitio (D. Chase
1982, 1985, 1986). El mapa del sitio de Santa Rita Corozal (Fig. 3) muestra una
serie de plataformas largas y estructuras aisladas distribuidas a lo largo de la par-
te superior de la aparente isla de tierra adentro; sin embargo, las excavaciones
también indicaron que, por lo menos un igual número de estructuras, existieron en
el «terreno vacío» y no eran visibles en la superficie del terreno (D. Chase 1990),
esto dificultó cualquier intento de ver el espacio como solamente una superficie.
Si bien se halló cerámica y artefactos del período Posclásico en todos los edi-
ficios excavados, sólo el 20% de estas estructuras proporcionaron restos arqueo-
lógicos del Clásico Temprano, y sólo el 30% de los edificios evidenciaron una
ocupación en el Clásico Tardío. Si existió en Santa Rita un foco central durante el
Clásico, éste debió de haber sido la Estructura 7, una pirámide de 12 metros de al-
tura que fue tempranamente investigada (1898) y registrada por primera vez por
Thomas Gann (1900). Como resultado de las excavaciones del Corozal Post-
classic Project en esta estructura, fue evidente que la pirámide más alta del sitio
fue completamente construida y utilizada durante el Clásico Temprano, data-
ción confirmada por la presencia de tres elaborados entierros y dos ofrendas (D.
Chase y A. Chase 2005).
La arqueología de Cerros, permite situar a Santa Rita Corozal dentro de eventos
políticos más amplios. Cerros fue virtualmente abandonado al inicio del Clásico
Temprano (Freidel 1978; Walter 1998) y fue entonces cuando, aparentemente,
Santa Rita tomó ventaja de la situación al fundar su propia dinastía. No hay, sin em-
bargo, evidencia de una fundación ideológica formal del sitio; más bien hubo una
fundación dinástica utilizando una estructura al Norte, en la cual se colocaron an-
cestros importantes con múltiples símbolos de autoridad de elite, incluyendo vasi-
jas de piedra, una barra ceremonial, una máscara de jadeita, un símbolo ideológico
de renacimiento (A. Chase 1992; D. Chase y A. Chase 1989). Por lo tanto, Santa
Rita experimentó una fundación durante el Clásico Temprano a través del entierro
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 53

Fig. 3.—Mapa del asentamiento prehispánico de Santa Rita Corozal, Belice; todos los montículos están al
oeste de la moderna ciudad de Corozal.

formal de sus ancestros en varias versiones de un templo al Norte que fue, y conti-
nuó siendo, la arquitectura más masiva jamás construida en el sitio.
Sin embargo, parece que esa dinastía sucumbió, ya que no existen templos da-
tados para el Clásico Tardío ni tampoco tumbas ancestrales fechadas para el
mismo período. De hecho, aunque el sitio estuvo ocupado durante el Clásico
54 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

Tardío, nunca existió un centro arquitectónico focal real. La ausencia de tales res-
tos arqueológicos puede ser el resultado de más de un siglo de expansión urbana
de la moderna ciudad de Corozal, la tercera más grande de Belice, aunque no hay
indicación de la existencia de tales edificios en el mapa de 1898 realizado por
Gann, que fue hecho antes del crecimiento urbano moderno. Ante esto, veríamos
a Santa Rita Corozal como un fallido centro urbanizado durante el Clásico Tardío,
presumiblemente excluido de jugar cualquier papel político o económico signifi-
cativo. Debe indicarse, sin embargo, que cuando Santa Rita Corozal llegó a ser un
gran centro urbano durante el Posclásico, la Estructura 7 fue nuevamente re-
consagrada: primero, por el enterramiento de un individuo de alto estatus del Pos-
clásico en la escalinata más temprana de la estructura, y segundo, por el uso re-
petido de esta escalinata para rituales asociados con incensarios posclásicos.

Caracol, Belice

De los tres sitios discutidos en este trabajo, es de Caracol del que se posee más
información arqueológica en relación a los eventos de fundación. Si bien han sido
halladas construcciones públicas tempranas en varias áreas del epicentro de Ca-
racol (A. Chase y D. Chase s.f.), el Grupo A del sitio posee la apariencia de ser un
complejo arquitectónico Grupo E con su alta pirámide de 25 metros en el Oeste y
su plataforma Este elevada soportando múltiples edificios. Las excavaciones han
demostrado que tanto la pirámide del Oeste, Estructura A2, y el edificio más gran-
de sobre la plataforma Este, Estructura A6, fueron edificados y alcanzaron su ma-
yor altura durante el período Preclásico Tardío (A. Chase y D. Chase 1995).
De singular importancia fue el hallazgo de cuatro ofrendas en el núcleo de la
Estructura 6, dos de ellas selladas dentro de la —muy bien cubierta— Estructura
A6-2 (segunda) y otras dos asimismo selladas en el núcleo de la Estructura A6-1
(primera). Estas ofrendas de Caracol contienen abundantes artefactos y contradi-
cen la caracterización actual de que todas las ofrendas del Preclásico son «muy es-
casas» porque contienen «pocos objetos» y exhiben «poca variedad» (Krejci y
Culbert 1995: 11). Más impresionante que el contenido de las ofrendas de la
Estructura A6 es su datación y, por extensión, la datación de la fundación de este
Grupo E. Se recuperaron restos de carbón en las dos ofrendas selladas de la Es-
tructura A6-1, así como también de los restos quemados de pisos sellados locali-
zados directamente encima de las ofrendas; además, también fueron fechadas dos
vigas de madera situadas sobre el acceso de una puerta en el interior de la Es-
tructura A6-1. Estas seis muestras de carbón produjeron resultados consistentes y
pueden ser usadas para fechar la Estructura A6-1 entre 10 d.C. y 60 d.C.
¿Qué significado tiene el lapso de fechas en relación a la fundación de este
complejo arquitectónico? La argumentación es que el Grupo E de Caracol fue
fundado en relación al alineamiento con dos ciclos calendáricos (A. Chase y D.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 55

Chase s.f.), celebrando específicamente tanto la llegada del Baktun 8 (8.0.0.0.0


Katun 9 Ahau) y su inicio de un ciclo de 400 años en 41 d.C., como el principio
del u kahlay katunob o ciclo de 256 años de la Cuenta Corta (ver Puleston 1979),
fechado 20 años antes, en el Katún 11 Ahau que concluyó en 21 d.C. Este fue el
alineamiento más cercano de estas importantes cuentas temporales desde que
coincidieron como Baktun 6 –Katun 11 Ahau en 747 a.C. Por lo tanto, el argu-
mento que puede plantearse es que la fundación ideológica de Caracol está tem-
poralmente relacionada con actividades que se realizaron en el centro del sitio, y
con el inicio del ciclo 8 en el año 41 d.C. La relación entre estos ciclos tempora-
les y el complejo arquitectónico del Grupo A de Caracol pueden emplearse para
apoyar la extensión del modelo Posclásico may de Rice (2004) sobre la organi-
zación política de centros mayas en un período más temprano.
Caracol también tiene descrita en glifos una reconocida fundación dinástica
que se fecha en 8.14.13.10.4, o 331 d.C. Esta fecha se registra en el Marcador 3
del juego de pelota en relación al fundador del sitio, Te’ K’ab’ Chaak; el sobera-
no reinante, K’inich Joy K’awiil, se reconoce en 798 d.C. como el vigésimo sép-
timo gobernante desde el fundador (A. Chase et al. 1991). Resulta importante in-
dicar que la fundación dinástica de Caracol existe solamente en el registro
jeroglífico y es 300 años después de la fundación ideológica. No se pueden aso-
ciar construcciones específicas con la «fundación dinástica». Por el contrario, y
como se encuentra en otros sitios como Tikal (Laporte y Fialko 1995), algunos de
los entierros dinásticos más tempranos del sitio fueron colocados aquí en relación
al Grupo E (A. Chase y D. Chase 1995; Satterthwaite 1954), aunque también se
colocaron otros entierros en la Acrópolis Sur del sitio.
La fundación administrativa de Caracol no se realizó en el Grupo A, más bien
se enfatizó la construcción al Norte en el Grupo B, al que ahora nos referimos
como «Caana» o «Lugar del Cielo». Durante el Clásico Tardío, la parte superior
de Caana fue el palacio del gobernante, estando repleta de edificios abovedados
con múltiples cámaras, cuartos para almacenar y templos (A. Chase y D. Chase
2001a). Caana había sido construido a finales del período Preclásico, alcanzando
ya una altura de por lo menos 38 metros (A. Chase y D. Chase s.f.), de manera
que esta «montaña» también antecede de forma clara la fundación dinástica. En
algún momento después del exitoso evento militar de Caracol contra Tikal, en 562
d.C. —un proyecto que le aseguró a Caracol su independencia dinástica de Tikal,
(A. Chase 1991; Martin y Grube 2000)— el complejo arquitectónico Caana al-
canzó su actual altura de 43,50 metros. Entre los primeros edificios de la parte su-
perior de Caana que fueron modificados se encuentra un templo ancestral en el
Este, el cual fue ampliamente removido y reemplazado con un nuevo edificio, que
contuvo tres nuevas tumbas construidas previamente en su núcleo y cuidadosa-
mente edificadas sobre una tumba más temprana fechada en 537 d.C. La primera
de las tumbas preconstruidas se ocupó en 577 d.C. Al mismo tiempo que el edi-
ficio Este era restaurado, la edificación Norte se convirtió en el centro de una
56 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

intensa actividad ritual con ofrendas y fue cubierta también por un nuevo inmue-
ble. La reconstrucción simultánea de los dos templos de Caana —presumible-
mente en concierto con los palacios de la parte superior— fue un trabajo signifi-
cativo, que anunció el poder político que Caracol mantendría al inicio del Clásico
Tardío y supuso la reorganización espacial del sitio.
Al mismo tiempo que Caana estaba siendo reconstruido, Caracol también re-
planteó su paisaje económico y su paisaje interno a través de la colocación in-
tencional de nuevas grandes plazas (Fig. 4) que sirvieron como mercados dentro
del ambiente urbano (A. Chase 1998; A. Chase y D. Chase 1996a, 2004).

Fig. 4.—Mapa de Caracol, Belice, mostrando el asentamiento y las calzadas del sitio; el anillo del 3 km. in-
cluye nuevas grandes plazas que sirvieron como mercados; el anillo del 6 km. indica sitios tempranos que
fueron independientes, pero que quedaron integrados al área metropolitana de Caracol en el Clásico Tardío.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 57

Los grupos del extrarradio, localizados entre 5 y 8 km de distancia, que antes


del Clásico Tardío estuvieron unidos con el epicentro de Caracol por medio de
calzadas, fueron integrados al área metropolitana en dicho periodo. Al inicio del
Clásico Tardío, un nuevo conjunto de calzadas y grupos terminales fueron cons-
truidos en un anillo alrededor del epicentro de Caracol y a una distancia aproxi-
mada de entre 3 y 3,5 km (A. Chase y D. Chase 1996a, 2001b; A. Chase et al.
2001). La similitud en los planos de estas grandes plazas de los grupos terminales,
su conexión directa con el epicentro del sitio y su colocación regular dentro del
sistema de asentamiento, las hacen ser puntos ideales para las interacciones ad-
ministrativa y económica, con una población rápidamente creciente que excedió
los 115.000 habitantes para 650 d.C. La fundación administrativa de Caracol, que
tuvo lugar después de 562 d.C., implicó no sólo reconstruir el conjunto palaciego
del epicentro sino también edificar un sistema económico y administrativo com-
pletamente nuevo que sirvió como marco para la ciudad.

CONCLUSIÓN

Los sitios mayas fueron ocupados y re-ocupados, fundados y re-fundados.


Hasta hace poco tiempo, los mayistas han puesto gran énfasis en la colocación y
relación entre sitios en vez de la creación y re-creación de espacios dentro de las
mismas ciudades. No solamente las nuevas ciudades definidas tuvieron cambios
internos específicos, sino que a su vez estos arreglos fueron modificados por
subsecuentes revitalizaciones, re-organizaciones y crecimiento. Cómo y por qué
los sitios fueron fundados inicialmente, re-fundados, renovados o abandonados,
aún quedan en el aire como algunas de las más intrigantes preguntas en los estu-
dios sobre la Cultura Maya.
En este trabajo se han identificado tres tipos formales de fundación asociados
con los sitios de Tayasal, Santa Rita Corozal y Caracol siguiendo sus ocupaciones
y asentamientos iniciales. Estas fundaciones de las Tierras Bajas del Sur siguen
por lo general un orden temporal específico: primero establecieron un centro
ideológico, luego se enfocaron en los aspectos dinásticos y finalmente fueron re-
ordenadas siguiendo un foco administrativo. La fundación ideológica de Tayasal
y Caracol entre los períodos Preclásico Tardío y Clásico Temprano se asocia con
un tipo específico de arquitectura monumental referida coloquialmente como
«Grupos E». Esta arquitectura monumental no estaba originalmente asociada
con entierros ancestrales sino más bien con ofrendas y, presumiblemente, con un
centro mitológico. Por lo menos en Caracol, la creación y fundación de este lugar
maya estaba relacionado al ritual calendárico y con el establecimiento del octavo
Baktun. La fundación dinástica está directamente indicada en los textos jeroglí-
ficos que hacen referencia al establecimiento de una línea reinante. Estos son por
lo general textos históricos que se refieren atrás en el tiempo a un punto en los pe-
58 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE

ríodos Preclásico o Clásico Temprano. Las fundaciones dinásticas están tam-


bién indirectamente indicadas en la colocación de entierros ancestrales de la elite
en la arquitectura monumental. Esta forma arqueológica se relaciona con el tem-
prano Grupo E de Caracol y probablemente el de Tayasal, aunque también está
planteada en el templo Norte de Santa Rita Corozal. La fundación administrativa
corresponde con la construcción de palacios. Estas fundaciones se fechan espe-
cialmente para el final del Clásico Temprano o el inicio del Clásico Tardío.
Mientras que en Tayasal la escala y el orden espacial visto en la fundación ad-
ministrativa es apropiada para un centro de segundo orden, en Caracol la funda-
ción administrativa se corresponde con amplios eventos políticos, y con un cre-
cimiento poblacional masivo que necesitaba mecanismos arquitectónicos para
integrar una enorme área metropolitana. En contraste, Santa Rita Corozal desa-
pareció del paisaje político en el período Clásico Tardío y nunca fue establecida
una fundación administrativa durante este periodo.
Cualquier sitio pudo haber tenido determinadas fundaciones visibles en sus
formas construidas. El espacio de los sitios mayas no es una simple superficie, es
más bien la cubierta de una profunda construcción que ha sido creada, modifica-
da, fundada y re-fundada de acuerdo con el contexto y las necesidades del mo-
mento. La exploración de patrones específicos de fundación es, por consiguiente,
de gran utilidad en el examen y comparación de las trayectorias del antiguo
asentamiento, cultura e historia mayas.

Agradecimientos: Tayasal, Guatemala, fue excavado con fondos procedentes


del University Museum de la Universidad de Pennsylvania y de la Ford Founda-
tion. Las investigaciones en Santa Rita Corozal, Belice, fueron patrocinadas por la
United States National Science Foundation (BNS-8318531; BNS-8509304), el
University Museum de la Universidad de Pennsylvania, y fuentes privadas. Las
excavaciones llevadas a cabo en Caracol, Belice (ver http://www.caracol.org)
han sido realizadas con ayuda de las siguientes instituciones: donaciones privadas
a la Universidad de Florida Central, fondos procedentes de Ahau Foundation,
Stans Foundation, Harry Frank Guggenheim Foundation, Dart Foundation, Foun-
dation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc., United States Na-
cional Science Foundation (DBI-0115837; SBR-9708637; SBR-9311773; BNS-
8619996), United States Agency for International Development, y del Gobierno
de Belice (especialmente el Instituto de Arqueología). Rafael Cobos es respon-
sable de haber traducido el texto del inglés al español. Sobre todo queremos dar
las gracias a los doctores Andrés Ciudad Ruiz y M.a Josefa Iglesias Ponce de
León, nuestros anfitriones tan generosos y atentos en Pamplona.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 59

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4
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS
A LA REIVINDICACIÓN DE UN ORIGEN EXTRANJERO

Dominique MICHELET y Charlotte ARNAULD


UMR «Archéologie des Amériques», CNRS

Durante el periodo Clásico, la organización socio-política maya puso un én-


fasis especial en el carácter autóctono de la autoridad (ya sea familiar o real), la
cual se ejerció en el lugar donde vivieron, dirigieron los asuntos del grupo y
fueron sepultados los ancestros. Esta propuesta cuenta con numerosos elementos
a favor, tanto en la iconografía del poder como en la configuración espacial de las
ciudades clásicas. En realidad, las ciudades fueron, en su gran mayoría, extraor-
dinariamente estables durante varios siglos. Sin embargo, autoctonía y estabilidad
no significan permanencia estricta en un mismo punto: de hecho, ciertos asenta-
mientos manifiestan movimientos interiores de sus edificios principales, de am-
plitud variable, los cuales coincidieron, o no, con cambios de orden dinástico; y
por otra parte, existen algunos sitios de fundación tardía y/o de corta trayectoria.
Estos diferentes puntos pueden ser ilustrados a partir de numerosos ejemplos, en-
tre ellos, algunos sitios trabajados por los autores en los últimos veinte años
(zona del Puuc occidental, Balamkú, La Joyanca, Río Bec…). Así pues, parece ser
que la ciudad maya clásica agrupaba a varias unidades de población, cada una con
arraigo ancestral y, entre ellas, las casas reales y nobles se disputaban el poder.
El Clásico Terminal habría marcado la transición hacia una nueva organiza-
ción de los centros, en la que la autoridad parece fundamentarse en otras bases.
Uxmal probablemente mantuvo la antigua tradición, pero Chichén habría sido la
primera ciudad en promover un «poder alóctono» de acuerdo con un concepto, no
sin antecedentes, que se desarrolló más vigorosamente durante el Postclásico. Éste
se encuentra claramente expresado en distintos textos del siglo XVI a través del
mito de la migración desde Tula. Si en estos mismos textos aún se percibe algo
del antiguo concepto de la autoctonía, las más importantes ciudades postclásicas,
tanto del norte de Yucatán como de Guatemala, se fundaron, abandonaron y re-
fundaron de tal manera que, al parecer, el arraigo ancestral ya no tenía tanto
peso como antes.

65
66 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

Si todo asentamiento fue fundado en algún momento antes de desarrollarse,


cualquiera que haya sido la forma que logró tener, uno de los puntos más im-
pactantes que enseña la arqueología de los centros mayas clásicos es la larga du-
ración de su ocupación. En las Tierras Bajas Centrales en particular, ya sea que
se trate de las aglomeraciones que alcanzaron el mayor tamaño, el mayor nú-
mero de habitantes o el máximo poder político (Tikal, Calakmul), o bien de
asentamientos mucho más modestos (Balamkú, por ejemplo), es muy común
que las excavaciones hayan revelado ocupaciones continuadas de entre 10 y
18 siglos. La estabilidad espacial global de los sitios, salvo por supuesto algunas
excepciones, sería pues un hecho característico en la ocupación del espacio
por parte de los mayas antiguos, al menos hasta el final del Clásico. Por lo tan-
to, los acontecimientos que las palabras «refundación» y «relocalización» tra-
ducen, no remitirían —a primera vista— más que a epifenómenos, reducidos
cuantitativa y cualitativamente.
Si la continuidad a la cual nos referimos es acertada, uno tiene que preguntarse
a qué causa se debe. En realidad, a partir de los conocimientos acumulados, es-
pecialmente aquellos relativos a los modos de crecimiento de los asentamientos
(tanto a nivel de las unidades residenciales como de las comunidades enteras), es
lógico suponer que los mayas compartieron, durante mucho tiempo, un ideal so-
bre la manera de asentarse en un lugar y se apegaron a él. En una sociedad bási-
camente agrícola como la maya, la posición de primer ocupante es lo que esta-
blece la posesión de un territorio, de allí la importancia que se reconoce, en
todos los estamentos sociales, a los fundadores y/o a los antecesores, puesto que
de ellos deriva toda clase de poder, económico y político en particular. Dicha im-
portancia se manifiesta generalmente por el entierro in situ de sus restos óseos
como confirmación del derecho para ocupar un terreno y, por lo menos a partir de
cierto momento, se habría concretado en un culto o una veneración más o menos
sistemática de los ancestros. En paralelo a este proceso se habría impuesto tam-
bién una ideología de la autoctonía. Estos principios, traducidos en hechos, cons-
tituirían en definitiva el fundamento de la fuerte estabilidad espacial de los sitios.
Ahora bien, si antigüedad en la ocupación, «ancestralidad» y autoctonía se com-
binaron en un paradigma que aparentemente imperó durante el Clásico, existen
excepciones al modelo o variaciones en torno a él que merecen ser analizadas.
En realidad, esta visión de la sociedad maya clásica y de los sitios arqueoló-
gicos que ella nos dejó, reencuentra algunas de las ideas adelantadas por Patri-
cia McAnany (1995) en el estudio que ella consagró al papel alcanzado por la re-
lación con los ancestros en el mundo maya (véase asimismo la investigación de
Arnauld y Michelet 2004). Sin embargo, al interrogarnos aquí sobre la estabilidad
de los asentamientos y sus motivaciones, no podemos dejar de preguntarnos
también acerca de la permanencia, o no, del modelo que aparentemente prevale-
ció durante el Clásico, y aun acerca de su exclusividad. En efecto, los trastornos
que afectaron a una gran parte del área maya en el Clásico Terminal y las nume-
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 67

rosas novedades que se notan en los asentamientos del Postclásico, bien podrían
representar, si no el reemplazo completo de un modelo por otro distinto, al menos
su transformación parcial: si la veneración de los ancestros perdura —algo que el
registro arqueológico debería normalmente poder confirmar—, parece ser que el
arraigo espacial asegurado anteriormente por ella habría sido complementado, o
aun en parte suplantado, por otra vía de acceso al poder: la reivindicación de un
origen extranjero prestigioso.
En las líneas siguientes, a través de unos ejemplos seleccionados, se tratará de
ilustrar —y al tiempo comprobar— la existencia del paradigma clásico en el
modo de asentarse, de discutir también algunas de sus variantes o aun excepcio-
nes, y posteriormente de precisar cómo este paradigma se fue transformando, tal
vez, a partir del Clásico Terminal.

EL «PARADIGMA CLÁSICO»

En una sociedad agraria la tierra es, sin duda, el bien más preciado. Cuando un
agricultor se asienta en un sector de nadie, es de suponer que se apodera del es-
pacio que necesita para su supervivencia y bienestar, y normalmente transmite sus
propiedades a sus descendientes. Estos últimos tenderán a vivir en el mismo lugar
o muy cerca, con el fin de captar los recursos heredados de su antecesor, el primer
asentado, es decir, cultivar a su vez las mismas tierras, y eso se mantendrá mien-
tras el grupo no rebase el número de personas que el terreno poseído puede nutrir.
En un sistema de este género la propiedad de la tierra es tanto más indiscutible
cuanto que la ocupación es antigua: el arraigo es entonces determinante, lo que
puede lograr desembocar en, o confundirse con, una ideología que exalta la au-
toctonía. Por supuesto, la herencia entre un fundador y sus seguidores, cualquie-
ra que sean las reglas de transmisión —unilineal o no—, suele beneficiarse de va-
rios medios: tradición oral, manejo de las genealogías e incluso el culto de los
ancestros. Este comportamiento, que acabamos de resumir en sus grandes líneas,
puede finalmente dejar huellas materiales susceptibles de ser investigadas en un
contexto arqueológico, muy particularmente en el ámbito de los patrones de
asentamiento. Desde al menos la transición Preclásico Medio-Tardío, los mayas
de las Tierras Bajas habrían experimentado este sistema de ocupación hasta for-
malizar la veneración de los ancestros, es, por ejemplo, lo que asevera McAnany
(1995) a partir de los datos de K’axob donde, hacia el final del Preclásico Tardío,
aparece un adoratorio con restos funerarios que habrían recibido un tratamiento
específico.
Para McAnany (ibidem), los ancestros en los que se fundamentaban la tenen-
cia de la tierra y/o el poder serían, por un lado, aquellos correspondientes a lo que
ella califica de «linajes», y, por el otro, aunque más tarde, los de las dinastías re-
ales (véase McAnany 2001). Ahora bien, para la población en general existen se-
68 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

ñales de que el modelo descrito pudo haberse aplicado aun a niveles inferiores a
los linajes, específicamente a las familias extensas. Wilk (1988) recuerda que la
arqueología maya documenta una gran variedad de organización de las residen-
cias, desde casas aisladas hasta grupos de edificios que corresponden a unidades
multifamiliares complejas. Sin que suponga una sorpresa, los conjuntos más
grandes —pero no forzosamente los más elaborados— resultan ser, cuando se ex-
cavan, los de ocupación más larga; y la comparación que el mismo Wilk propone
con el Japón feudal de los siglos XVII y XVIII, sugiere que el tamaño de los grupos
residenciales tal vez esté relacionado con la cantidad de tierras que cada uno tenía
a su disposición. Los trabajos sistemáticos de W. Haviland en unos conjuntos ha-
bitacionales de Tikal, muy particularmente en 2G-1 (Haviland 1988), ejemplifican
perfectamente el paradigma que nos ocupa, y eso en un rango entre los más bajos
de la jerarquía social, ya que, como hace notar Haviland, las casas del conjunto
2G-1 no requirieron mucha inversión, y las pertenencias de sus habitantes apenas
superaban la media común de las herramientas cotidianas, todas elaboradas en
materias primas locales salvo las piedras de moler, las manos y los objetos de ob-
sidiana. En 2G-1 la historia empieza con una primera casa a la cual poco a poco
fueron anexionadas cuatro construcciones más (Fig. 1). Las transformaciones-
agrandamientos del grupo habrían ocurrido cada 25-35 años, y coincidido al pa-
recer con la muerte de una o varias personas. El primer edificio construido destaca
por su arquitectura de calidad ligeramente superior, por estar asociado con un mo-
biliario un poco más esmerado y, sobre todo, por albergar, debajo de sus pisos, a
un máximo de entierros. Así pues, la casa 2G-59, lugar de habitación del fundador
y probablemente de los jefes subsecuentes de la familia, se volvió igualmente la
residencia de los antepasados, punto focal del grupo en todos sus sentidos. Fi-
nalmente cabe recordar que la ocupación de 2G-1 abarca un mínimo de seis ge-
neraciones y cubre un intervalo de más de 200 años (600 ?-800 d.C.), lo que no es
nada desdeñable en cuanto a duración y, por ende, estabilidad, tratándose de un
hábitat popular.
En el otro extremo de la escala social, y siempre en Tikal, sabemos ahora bas-
tante de la sucesión de treinta y tres gobernantes durante aproximadamente ocho
siglos (Jones 1991; Martin y Grube 2000). El primer personaje conocido epigrá-
ficamente, Yax Ehb’ Xook, habría vivido en el primer siglo de nuestra era y el En-
tierro 85, en medio de la Acrópolis Norte, podría haber sido su morada mortuoria.
Si entre los soberanos posteriores, no hubo culto a un ancestro único, no faltan sin
embargo, en las inscripciones, referencias a antecesores, notablemente cuando és-
tos se distinguieron de una manera o de otra. Por otra parte, no se puede omitir re-
cordar aquí que la primera estela con fecha de Cuenta Larga de todas las Tierras
Bajas Mayas (8.12.14.13.15, 292 d.C.), la Estela 29 de Tikal precisamente, re-
presenta a un rey de pie y, sobre él —en el cielo—, la imagen de su probable pa-
dre. Este tipo de representación de padre o antecesor supervisando a un sucesor,
inventado tiempo atrás por los olmecas, será repetido en numerosos centros mayas
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 69

Fig. 1.—Tikal, Grupo residencial 2G-1, reconstrucción tentativa de sus ocupantes y ubicación de las se-
pulturas en dos momentos distintos (según Haviland 1988).

clásicos. A falta de un culto a un solo fundador, Tikal reveló varias tumbas reales,
las cuales pueden relacionarse a menudo con individuos específicos; a este res-
pecto llama la atención la concentración espacial de muchas de ellas en la Acró-
polis Norte, la cual se convirtió así en una verdadera «Montaña Sagrada», y en sus
inmediatos alrededores, teniendo como posible excepción la inhumación de los
personajes más importantes en Mundo Perdido entre 250 y 378 d.C. (Laporte y
Fialko 1995) (véase Fig. 2). La estabilidad espacial relativa de los lugares de en-
terramiento de los gobernantes, en realidad no fue comprometida ni por el famo-
so cambio dinástico del año 378, el cual involucró no obstante a extranjeros. De
hecho, la tumba del primer representante de la nueva familia real (Yax Nuun
70

Fig. 2.—El centro de Tikal con la localización de algunas de las sepulturas reales (mapa adaptado de Martín y Grube 2000).
DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 71

Ayiin I, Entierro 10) se encuentra debajo del Templo 34, y la de su sucesor (Siyaj
Chan K’awiil II, Entierro 48) debajo del Templo 33, estando ambas construccio-
nes ubicadas en la Acrópolis Norte. Otro detalle, ya señalado (véase en particular
Martin y Grube 2000: 34), merece ser retomado: la bien conocida Estela 31, fe-
chada para 445 d.C., obra de Siyaj Chan K’awiil II, copia deliberadamente en su
cara anterior la ya mencionada Estela 29, de 150 años antes y… correspondiente
a otra dinastía.
En última instancia, la permanencia de los reyes de Tikal en un mismo punto
no concierne solamente a sus sepulturas sino también, al menos en parte, a sus re-
sidencias o palacios. Si bien está establecido que la Acrópolis Central fue el lugar
para habitar y administrar, favorecido por los soberanos del Clásico Tardío (Ha-
rrison 1999), Juan Antonio Valdés (2001) advierte que, en este conjunto, la Es-
tructura 5D-46 podría haber sido construida por Chak Tok Ich’aak I, es decir poco
después de 360 d.C., y que luego este edificio apenas fue modificado; agrega
(ibid.: 147) que, por no haber sido recubierto por otra construcción, este palacio
debía representar un símbolo de la trascendencia de la dinastía, misma que justa-
mente iba a cambiar con la muerte de quien lo edificó (!). La cercanía mutua de
los lugares de vida y de muerte es, a fin de cuentas, un aspecto más de la estabi-
lidad que los individuos que ejercieron el poder supremo en esta ciudad quisieron
manifestar, y esto a pesar de las crisis.
Sin lugar a dudas Copán es, hoy en día, un ejemplo aún más paradigmático
que Tikal del modelo de ocupación del espacio y del arraigo por medio de an-
cestros, al menos en lo que se refiere a sus gobernantes, los que componen la
dinastía que comienza con Yax K’uk’ Mo’ en 426 d.C. y se desvanece con
Yax Pasaj a principios del siglo IX, tal y como ha sido demostrado por los tra-
bajos efectuados en el marco de las excavaciones realizadas bajo la Acrópolis
(Andrews y Fash 2005; Fash 1991; Sharer et al. 1999). En Copán efectivamente
la historia dinástica se desarrolló en un solo y mismo locus, el sector de la
Acrópolis y zonas aledañas, o sea una superficie máxima del orden de 5 has.
Prototípica en este conjunto es la presencia de un auténtico templo-pirámide di-
nástico (Templo 16), obra, en su última versión, de Yax Pasaj con el Altar Q
frente a su base. Ahora bien, dicho Templo 16 recubre la posible «casa» del
fundador (Estructura Hunal) y, en ella, su sepultura; encima de esta primera
construcción hay también, entre otros edificios, el templo en que la esposa
del fundador fue enterrada (Yenal-Margarita), además de una ambiciosa es-
tructura del décimo soberano (Rosalila), seguramente dedicada al culto del
mismo ancestro-fundador. Así, durante casi cuatro siglos, el mismo lugar pero
varias veces reacomodado, sirvió para la veneración de una misma persona,
fuente, en última instancia, de todo poder. En las inmediaciones de este punto,
las excavaciones pudieron también comprobar la existencia de palacios suce-
sivos, los cuales fueron ocupados, es razonable suponerlo, por los soberanos
mismos y parte de su eventual corte (Sharer et al. 1999; Traxler 2001). Aun en
72 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

el caso de que Yax K’uk’ Mo’ hubiera sido un «llegado de fuera»1, lo que resalta
claramente de la secuencia arquitectónica de la Acrópolis de Copán es la vo-
luntad de un arraigo local firme, el cual determinó una asombrosa estabilidad
espacial.
En definitiva, situándonos cerca de algunas de las ideas expresadas por Mar-
tin y Grube (1994), podríamos decir, basándonos en los ejemplos de Tikal y Co-
pán, que la esencia del poder real maya clásico fue su carácter autóctono (ellos ha-
blan de un «place-specific system», ibid.: 23). El estudio del glifo-emblema lleva
por su parte a pensar que el rey era verdaderamente rey en su ciudad, centro del
mundo, sede de su poder y espacio sagrado de sus ancestros.

EXCEPCIONES AL MODELO Y/O VARIACIONES EN TORNO A ÉL

Vale la pena ahora salir de los casos más típicos que acabamos de ver, para
evaluar la validez del modelo en otros sitios donde esta última aparece menos evi-
dente, o aun allí donde se registraron datos contradictorios.

La Joyanca ¿un arraigo comunitario que fracasó?

La Joyanca (Arnauld et al. 2004) es un sitio de rango medio situado en el No-


roeste del Petén, que hoy en día contiene un máximo de 630 estructuras en una su-
perficie total de 160 has, pero que comenzó en la segunda parte del Preclásico
Medio como una pequeña aldea. Hacia el Preclásico Tardío ya existían una serie
de construcciones en la futura Plaza Principal y, sobre todo, unos pequeños con-
juntos de habitación en la orilla sur de la meseta donde se encuentra el sitio
(Fig. 3). En el más importante de ellos (Grupo Guacamaya), una pequeña estruc-
tura ritual (6F-22 Sub2) estuvo tempranamente asociada con una sepultura, tal vez
dedicatoria. Ahí mismo, durante el Clásico Temprano, se depositó otro entierro,
éste de estatus definitivamente real, en una cámara abovedada ubicada entre 6F-
22 Sub1 y una estela que lleva en sus costados la fecha 485 d.C., así como la men-
ción de un lugar y de un nombre de familia. Ello sugiere que, para aquel entonces,
el Grupo Guacamaya albergaba a la familia dirigente. Este mismo grupo siguió
evolucionando y creciendo, y su ocupación ininterrumpida durante más de un mi-
lenio atestigua un apego fuerte al, quizás, primer lugar de residencia sin que este
1
Numerosos indicios señalan que Yak K’uk’ Mo’ vino de fuera (¿de Tikal?) y tenía conexiones, pro-
bablemente indirectas, con Teotihuacan, pero no hay que descartar la idea según la cual su casamiento con
una mujer copaneca, probablemente de prestigio, pudo haber fortalecido mucho su poder. Por otra parte, el
disco Motmot, esculpido aparentemente a petición de su hijo y sucesor, lo representa como un príncipe muy
maya, y ello puede ser tomado como un posible testimonio de un deseo de asimilación por parte de los nue-
vos señores.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS...

Fig. 3.—La Joyanca, Petén, detalle del plano con el Grupo Guacamaya y la Plaza Principal (cuadrícula de 400 m de lado) (Arnauld et al. 2004).
73
74 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

último haya anexado el espacio religioso y político de la comunidad, a diferencia


de lo que ocurrió en numerosos centros mayas donde los edificios político-reli-
giosos lindan con el palacio. En efecto, a partir de 600 d.C. en La Joyanca se
construyeron las estructuras rituales más importantes del sitio en la Plaza Princi-
pal: primero, 6E-12 Sub y, luego, los dos templos-pirámides 6E-12 y 6E-6, así
como un edificio político-administrativo, 6E-13, con una sola banqueta-trono en
su centro. Pero ni 6E-12 Sub, ni los basamentos piramidales posteriores parecen
haber estado asociados con sepulturas reales (sólo bajo el templo 6E-12 se halló
una cámara abovedada que nunca fue utilizada). Por otra parte, 6E-13 sufrió
transformaciones, que parecen traducir la aparición de un sistema de poder co-
lectivo en detrimento de la soberanía ejercida por un solo individuo. Efectiva-
mente, durante el mismo intervalo se desarrollaron, en diferentes partes del asen-
tamiento, grupos residenciales monumentales, los cuales bien podrían
corresponder a las viviendas de jefes de linajes o de Casas nobles. La antigua fa-
milia de Guacamaya, que había gozado en un tiempo de un poder de índole real,
no habría logrado imponerse de manera duradera a nivel de la comunidad entera.

Balamkú, una probable falsa excepción: el asunto de los desplazamientos


limitados de los centros

Este sitio, de rango igualmente medio, ha sido parcialmente estudiado, y


comprende un mínimo de cuatro grupos monumentales (Fig. 4a). Si bien se ha ex-
cavado detalladamente el Grupo Sur, localizado y fechado el Grupo Suroeste
(Becquelin et al. 2005), y Ramón Carrasco ha explorado y consolidado una por-
ción del Grupo Central (Boucher y Dzul 2001), se conoce poco del Grupo Norte,
el cual contiene sin embargo 3 o 4 templos-pirámides. A pesar de esta limitación,
algo se puede comentar sobre la historia del sitio que tiene relevancia para el tema
aquí tratado.
El Grupo Suroeste, descubierto durante la prospección de 1996, es induda-
blemente un Grupo o Complejo E. El material cerámico recuperado en sondeos
indica tal vez que fue utilizado hasta el Clásico Tardío, pero su construcción se re-
monta al final del Preclásico, o sea que se trata del conjunto monumental apa-
rentemente más temprano del asentamiento. Este dato coincide bastante bien
tanto con los apuntes ofrecidos por Arlen y Diane Chase (en este volumen) como
por Juan Pedro Laporte (Laporte y Fialko 1995), y relativos a la precocidad tem-
poral de este tipo de conjunto (véase también al respecto Clark y Hansen 2001).
Por su parte, el Grupo Sur (Fig. 4b) conoció un primer apogeo en el Clásico
Temprano con un templo-pirámide funerario y una residencia «real» modesta
(D5-10). Hacemos notar que la única sepultura hallada intacta en el basamento pi-
ramidal era la de un personaje masculino de edad madura acompañado por un
ajuar de calidad y por unos fragmentos de bóveda craneana de otro individuo (¿un
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 75

Fig. 4.—Balamkú, Campeche: a) croquis de los cuatro grupos monumentales; b) plano del Grupo Sur: c) fa-
chada principal —norte— de la residencia D5-2.
76 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

antecesor en el poder?). Alrededor de 500 d.C., el templo-pirámide del grupo fue


«anulado» —recubierto por un relleno— y el techo del pequeño palacio, aban-
donado, pronto se colapsó. En este momento, el Grupo Sur dejó de tener un papel
importante, pero eso fue justo cuando el Edificio del friso de estuco, que se en-
contró al noroeste del Grupo Central bajo una pirámide posterior, se edificó y fue
ocupado. Sin la menor duda, su iconografía y su morfología lo designan como un
palacio real. En resumidas cuentas, aun si la historia general del sitio todavía se
nos escapa en parte, es más que probable que hacia 500/550, el centro de poder en
Balamkú fuera trasladado 200-300 m y pasara del Grupo Sur al Grupo Central.
No conocemos el motivo de este desplazamiento (se puede pensar en el reemplazo
de la familia reinante), pero el cambio observado es de amplitud físicamente re-
ducida. Por otra parte, cabe decir que al final del Clásico Tardío y durante el Clá-
sico Terminal, la Plaza D del Grupo Sur se rodeó de tres estructuras residenciales
de arquitectura y decoración influenciadas por el estilo Río Bec. La Estructura
D5-2 al sur (Fig. 4c) presenta, alrededor de su puerta central, una iconografía de
mascarones en los que el motivo pop está presente; eso significa seguramente que
quien vivía en D52 era un personaje de cierta importancia y con poder político.
Esta nueva instalación en el Grupo Sur, cerca de un antiguo santuario donde al-
gunos ancestros habían sido venerados, no puede ser arbitraria, aun si no hubo re-
lación de parentesco entre los ocupantes tardíos y los dirigentes del sitio 300 años
antes. Así pues, estos diferentes episodios en la ocupación abogan aquí igualmente
por un ideal de permanencia en el espacio, que se materializa con la presencia de
ancestros.

Entidades multicentradas y movilidad de los grupos dirigentes

Hace algunos años se empezó a tratar de aplicar el concepto de corte a las fa-
milias de la elite maya clásica, familias reales y familias nobles cercanas a las pri-
meras. En otros contextos históricos, es bien conocido que numerosas cortes pa-
saban su tiempo moviéndose de un lugar a otro, acompañando generalmente al
soberano. En un nuevo análisis de los sitios de Buenavista y Cahal Pech2, distan-
tes de 5 km entre sí, Ball y Taschek (2001) detallan las características de los dos
asentamientos y especialmente de sus respectivos palacios. Sus historias son en
buena parte paralelas y coetáneas, aun si los autores evocan aspectos que dan la
impresión, como ellos mismos lo reconocen, de haberse sucedido entre ambos lu-
gares: el depósito de las sepulturas más ricas o la construcción y utilización de las
canchas de juego de pelota. Aunque la poca información epigráfica disponible en
estos sitios sólo permite estar seguro de que los dirigentes eran de mismo nivel en

2
Este análisis en realidad concierne a la pequeña zona comprendida entre los ríos Mopán y Macal en el
noroeste de Belice, zona que debería incluir también el centro de Xunantunich.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 77

los dos lados, Ball y Taschek, apoyándose principalmente en lo que llaman la


«identidad complementaria» de sus palacios (Ibíd.: 176), aseveran que estos últi-
mos fueron ocupados por la misma gente, al menos en el siglo VIII y principios
del siglo IX. Es decir que estaríamos frente a una única y misma corte, que habría
utilizado alternativamente dos palacios. La motivación que se supone da origen a
estos cambios estacionales de residencia es de estricta comodidad, aprovechando
micro-diferencias climáticas. Aun si éstas existen de verdad, lo que no queda muy
claro en la exposición de Ball y Taschek es el porqué de su rechazo de la idea de
que cada sitio hubiera podido ser la sede de un poder específico. Ciertamente, tal
hipótesis supone una atomización elevada en la organización política, pero vere-
mos enseguida que fue precisamente de esta manera que se interpretó otra zona
muy comparable del área maya. Ahora bien, si hubo cortes entre los mayas clá-
sicos, éstas bien podrían haberse desplazado al igual que las de otras partes del
mundo y, si no fue el caso, como lo señalan Ball y Taschek, esto constituiría una
excepción, la excepción maya.

Sitios puuc en la región de Xculoc

El estudio que se llevó a cabo en esta región (Michelet et al. 2000) abarcó tres
sitios más o menos equiparables, modestos en sus dimensiones y composición, así
como los espacios que los separan. La distancia entre Xculoc y Chunhuhub, los
dos asentamientos investigados más alejados entre sí, es exactamente la misma
que la que hay entre Buenavista y Cahal Pech (cf. supra); sin embargo, al existir
aquí otro sitio (Xcochkax) en posición intermedia, los asentamientos puuc resul-
tan bastante más cercanos uno del otro (Fig. 5). A pesar de esta gran proximidad,
Xculoc, Xcochkax y Chunhuhub se analizaron como centros, si no totalmente au-
tónomos, por lo menos distintos, y dotados, cada uno, de un poder político propio.
La determinación de un sistema tan fragmentado se hizo fundamentalmente sobre
la base de la identificación, en cada lugar, de lo que se llamó «edificios sede de
poder». Éstos se reconocen por su morfología (número de habitaciones, dimen-
siones, presencia de una sala de audiencia con posible antesala, etc.) y por su ico-
nografía, e, inclusive, por algunos leves indicios epigráficos. Son entonces pe-
queños palacios de señores quienes, a pesar de la modestia de su poder, no
dudaron en pretender ser reyes. Las fechas de ocupación de los tres centros no
fueron íntegramente verificadas por programas extensivos de excavación3, pero de
3
Sin embargo, un conjunto residencial de tamaño medio fue objeto de una excavación sistemática en
Xcochkax (véanse Arnauld 1999 y Michelet et al. 2000). Ésta permitió descubrir que su ocupación —ex-
pansión se había desarrollado en cinco etapas (Fig. 6) y a lo largo de tal vez siglo y medio. Notemos tam-
bién que, hacia el final de su historia, este conjunto se dotó de una estructura abovedada ritual propia (E4-
11 en la Figura 6). Aunque fue la única que no se excavó, todo indica que sirvió como adoratorio local, de
carácter probablemente familiar.
78 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

Fig. 5.—Mapa de localización de sitios (Proyecto Xculoc, Campeche).

todas formas cubren un lapso total de tiempo relativamente corto: Xculoc y


Xcochkax fueron habitados en los periodos Puuc Temprano y Puuc Clásico lato
sensu (es decir integrando el llamado «subestilo mosaico»), o sea, como máximo,
entre el 730 y 1000 d.C., y Chunhuhub hacia el final del Puuc Clásico (900-
1000 d.C.). Es decir que los tres asentamientos coexistieron en el último siglo del
intervalo, aunque Chunhuhub apareció en el escenario más tarde que los demás.
Un traslape sólo parcial en los tiempos de edificación y uso de los respectivos pa-
lacios no es una buena condición como para suponer que hayan sido utilizados por
los mismos dirigentes. Sus decoraciones, con semejanzas entre los palacios Puuc
Temprano de Xculoc (D6-15) y de Xcochkax (C4-6), pero diferencias marcadas
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 79

Fig. 6.—Las cinco etapas de crecimiento del conjunto residencial C-14 en Xcochkax (Proyecto Xculoc,
Campeche).
80 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

en el caso de E3-1 de Chunhuhub (Fig. 7), tampoco ofrecen argumento a favor de


la postura que consistiría en ver en ellos residencias ocupadas alternativamente
por una misma gente. Finalmente, no se percibe aquí cuál podría haber sido el

Fig. 7.—Puertas principales de los edificios-sede de poder: a) Xculoc (D6-15) (según Pollock); b) Xcoch-
kax (C4-6) (según Pollock); c) Chunhuhub (E3-1 (según G.F. Andrews). Proyecto Xculoc, Campeche.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 81

motivo para que unos mismos gobernantes hayan construido en la zona un palacio
cada dos kilómetros. En estas circunstancias, la hipótesis según la cual cada uno
de los tres centros habría tenido su propio gobernante, sigue siendo la mejor y, no
obstante la corta ocupación de la región, el modelo clásico del arraigo post-fun-
dación podría haber funcionado allí también.
Evidentemente, lo que falta en esta región son las sepulturas de los fundado-
res; pero en realidad, la ausencia o, mejor dicho, la poca presencia de entierros es
un fenómeno general en todo el sector puuc, y no afecta solamente a los difuntos
más importantes (candidatos al estatuto de ancestros) sino a toda la población. Por
otra parte, si la interpretación que se propuso acerca de los modos de fundación de
los sitios en la región es válida (véase Michelet y Becquelin 2001, en particular
pp. 241-242 en lo referente al pequeño grupo arquitectónico llamado «Chumbeek-
este»), los basamentos piramidales, aun si (ya) no eran monumentos estricta-
mente funerarios, habrían conservado un papel esencial en los procesos de crea-
ción de los asentamientos, sirviendo aún tal vez para cultos al espíritu de los
ancestros, a falta de sus restos óseos4.

Regresando brevemente a Tikal y Copán

Hemos aludido más arriba al origen extranjero de Yak K’uk’ Mo. De igual ma-
nera, la dinastía que empezó a reinar en Tikal en 378 d.C. fue «instalada» por un
personaje ligado con Teotihuacan, y su primer representante, Yax Nuun Ayiin I,
era hijo de un príncipe originario del centro de México. Fuera de estos dos casos
bien conocidos, en particular gracias a las inscripciones, acontecimientos del
mismo género podrían haberse dado en otros sitios sin haber dejado muchas
huellas, y eso especialmente durante el Clásico Temprano, tiempo de máxima ex-
pansión de Teotihuacan. Histórica y antropológicamente, la elección de jefes
entre familias foráneas poderosas es un fenómeno bien documentado en distintos
contextos culturales. ¿Habría sido la aloctonía un elemento de revalorización
durante el Clásico en las Tierras Bajas Mayas, y en especial para las elites go-
bernantes? También hemos mencionado que, tanto en Tikal como en Copán, los
sucesores inmediatos de los fundadores de las nuevas dinastías parecen haber to-
mado medidas para aparecer como mayas y aun para «mayanizar» de cierta ma-
nera a sus padres. Esto al menos parece confirmar que la autoctonía contaba
4
El déficit de entierros también se constata en la zona de Río Bec. Sin embargo allí hay algo sor-
prendente: en las torres (falsas pirámides) que realzan las fachadas de algunos edificios importantes de la re-
gión, se han hallado, en varias ocasiones (por ejemplo en la torre norte del Edificio B1 o 6N1 del sitio de
Río Bec mismo, véase Peña 1998), cámaras abovedadas adecuadas para convertirse en tumbas, lo que nun-
ca llegaron a ser. El simulacro sería pues más completo que lo admitido tradicionalmente, ya que también
la función funeraria de las pirámides, al ser evocada por las mencionadas cámaras, habría sido simbólica-
mente conservada.
82 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

más que el origen extranjero en las herramientas de justificación del poder político
en aquel tiempo.
Ahora bien, sabemos que en los dos sitios contemplados, descendientes tardíos
de ambas dinastías, volvieron a referirse en una forma explícita, y a veces casi tea-
tral, a sus raíces extranjeras. Así Jasaw Chan K’awiil I en Tikal (682-734 d.C.)
más de una vez insistió en la conexión que había entre su reino y lo que, en aquel
entonces, ya no era más que un pasado brillante, el de Teotihuacan. En Copán por
otro lado, de manera repetitiva encontramos en la historia referencias a la «as-
cendencia» teotihuacana de la familia real, y así la renovación del Templo 26 y la
erección de la Estela M por K’ak’ Yipyaj Chan K’awiil en 756 d.C., fueron oca-
siones de insistir más en ello (véase William y Barbara Fash en este volumen).
Pero, cabe observar, tanto en un centro como en el otro, que el recuerdo, mediante
imágenes y/o textos, del origen —gloriosamente— foráneo de los reyes, tuvo apa-
rentemente importancia sobre todo en tiempos de turbulencias político-militares o
justo después. Jasaw Chan K’awiil I fue precisamente quien se sacudió el bloqueo
que Calakmul había impuesto a sus cinco antecesores, mientras que K’ak’ Yipyaj
Chan K’awiil sucedió al rey que había sido derrotado y ejecutado por Quiriguá.
Así pues, la reafirmación periódica de los nexos entre los gobernantes de estos dos
centros y la ciudad más prestigiosa de Mesoamérica tendría en definitiva poco que
ver con el peso de la aloctonía para justificar su posición en el poder; se trataría,
más bien, de la movilización ideológica de este origen para ayudar a superar si-
tuaciones de crisis.

¿Han ido los sistemas de poder aristocráticos a la par de una menor


estabilidad espacial?

A la cabeza de las entidades político-territoriales más comunes en el Clásico


maya, las ciudades-estado (Grube 2000), se encontraban familias reales o su-
puestamente tales. Su poder, como vimos, estaba anclado en una ideología de la
autoctonía y apoyado —periódicamente renovado— por simples referencias o un
verdadero culto al fundador (o a unos ancestros), cuyos restos mortuorios se ha-
llaban enterrados en los basamentos piramidales del centro de la comunidad,
cerca de las residencias de sus descendientes. Pero la realeza sagrada, con su ide-
al de permanencia en el mismo lugar, no fue el único sistema que existió. Apun-
tamos más arriba que en un sitio como La Joyanca la familia poderosa más anti-
guamente instalada no había logrado imponerse a las demás «casas nobles» del
sector de manera duradera. En Río Bec, según los datos hoy en día disponibles
(Michelet et al. 2005; Nondédéo y Michelet 2005), parece ser que entre 600 y
800 d.C. el territorio estuvo dividido entre un gran número de familias de elite
más o menos equiparables. Entre los 71 grupos arquitectónicos monumentales
hasta ahora registrados en una superficie de 10 km2 y separados entre sí por una
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 83

distancia promedio de 384 m (Fig. 8), no destaca(n) —de forma innegable— uno
(o varios) centro(s) rector(es). En otro sitio (del Puuc occidental esta vez), donde
también trabajamos, Xcalumkín (Becquelin y Michelet 2003), durante las fases
Xcalumkín Temprano (circa 650-725 d.C.) y Puuc Temprano (725-800 d.C.) el
poder político habría sido compartido entre varias familias o personajes. En Xca-
lumkín Temprano en efecto, no existen en el centro del sitio más que siete salones
—como mínimo— muy semejantes entre sí y que fueron interpretados como sa-

Fig. 8.—Microregión de Río Bec (10 km2) con la localización de los 71 grupos arquitectónicos monu-
mentales registrados en el marco del Proyecto Río Bec (2002-2007).
84 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

las de reunión de linajes (Michelet 2002: 82, figura 4); durante el Puuc Temprano,
es decir en un máximo de tres generaciones, las inscripciones del lugar citan al
menos a catorce individuos, entre ellos cuatro con el título de sahal, el más im-
portante entre los que aparecen.
Así pues hubo en ciertas partes del mundo maya, y desde el Clásico Tardío,
formas de organización y gobierno que pueden ser calificadas de «aristocráticas».
La pregunta ahora es, ¿estos sistemas donde no se reconoce la preeminencia de
una familia o un personaje descendiente del primer asentado, fueron espacial-
mente menos estables que el monárquico? Como hemos mencionado, en Río
Bec o en Xcalumkín no se han localizado —por el momento— tumbas de ances-
tros, pero eso puede deberse a unos tratamientos mortuorios locales especiales, y
no al tipo de organización política. De hecho, no hay razón para pensar que las
«casas nobles» mayas no veneraran a sus fundadores o miembros de excepción.
Pero falta mucho para determinar si las sociedades aristocráticas, al igual que el
poder monárquico, estuvieron atentas a fomentar su propia estabilidad espacial o
si, al contrario, propiciaron un movimiento bronweiano de desplazamientos y fun-
daciones continuas5…

EL DESARROLLO DE UN PARADIGMA ALTERNATIVO

Mientras que durante el Clásico Terminal casi todas las ciudades reales de las
Tierras Bajas Mayas Centrales y Meridionales se estaban colapsando, las ciudades
del norte sobrevivieron, y algunas de ellas desarrollaron las tendencias aristocrá-
ticas de las cuales hablamos y que habían surgido durante el Clásico Tardío. Por
ejemplo, entre el 800 y 900 d.C., los gobernantes de los sitios del Puuc seguían
utilizando conceptos ligados a la realeza clásica, pero al mismo tiempo experi-
mentaban formas de poder compartido (Grube 1994; Carmean et al. 2004): testi-
monio de ello, las estelas de tradición clásica que mostraban sólo a la persona del
rey, ahora, en ocasiones, son sustituidas por estelas de «estilo panel» las cuales re-
presentan a varios personajes juntos. Sin embargo, todavía hacia el 915 d.C. en
Uxmal reinaba el gobernante Chaak aliado de varias familias poderosas de Chi-
chén Itzá; pero esto no impidió que se abandonara Uxmal hacia el año 950. A Ux-
mal le sucedió Chichén Itzá y a ésta, Mayapán. Cualquiera que sea el modelo cro-
nológico adoptado (Andrews et al. 2003), Chichén fue contemporánea de
ciudades como Uxmal, Ek Balam, Dzibilchaltún y Cobá, aunque alcanzó su apo-
geo después del ocaso de todas ellas (Cobos 2004: 539-541). En pocas palabras,
el Clásico Terminal inaugura una época de marcada inestabilidad en las formas
urbanas de la civilización maya. La sucesión de ciudades que, en toda el área

5
En Río Bec en particular la respuesta a esta pregunta implicaría ante todo conocer muy precisamen-
te la secuencia constructiva de los diferentes grupos monumentales a lo largo de los dos siglos de apogeo.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 85

maya, se fundan y luego se abandonan, llama poderosamente la atención, y debe


ser explicada.
Paralelamente a la transición política a que nos acabamos de referir, las ciu-
dades mayas del norte integran elementos «mexicanos» en la arquitectura de sus
centros políticos. De hecho, influencias mexicanas estuvieron presentes desde el
final del Clásico Tardío en Oxkintok y en Uxmal (sin olvidar que el estilo Puuc en
sí es ecléctico). Ahora bien, la expresión máxima de esta tendencia fue, sin lugar
a dudas, Chichén Itzá en la fase Sotuta Tardío (después del año 900): representa
un tipo nuevo de hegemonía posiblemente fundado en cierto cosmopolitismo
mesoamericano. En Mesoamérica, después de la caída de Teotihuacan hacia 550
y a partir del colapso de las ciudades mayas del suroeste desde 760 d.C. (Dos Pi-
las) y sobre todo después del 810-820, ciertos grupos que emanaban de las elites
socio-políticas debieron emigrar de una ciudad a otra. Estos movimientos de po-
blación, ciertamente no perceptibles en la demografía, ni en los vestigios arque-
ológicos, no obstante pudieron tener cierto impacto cultural (Arnauld y Michelet
1991): en aquella época, y a causa de este proceso de «migraciones», uno puede
pensar que se fue formando poco a poco una ideología cosmopolita, compartida
por numerosas entidades políticas y étnicas diferentes, y en virtud de la cual la so-
beranía suprema, lejana y nominal correspondía a «Tollán», Tulán o «Tula».
Recientemente, varios autores han formulado diferentes versiones de esta ideo-
logía, las cuales al menos comparten la referencia a Tula así como a Quetzalcoatl
(López Austin y López Luján 1999; Ringle et al. 1998; véase también Arnauld
1996a: 255-258). Los rasgos «mexicanos» que presenta tan profusamente la ciu-
dad de Chichén Itzá, por lo demás de tradición cultural claramente maya, se deben
de interpretar en esta perspectiva: entre muchos otros elementos, las escalinatas
con cabezas de serpiente, las galerías de columnas cuya iconografía ilustra sacri-
ficios y rituales de cofradías militares (Baudez 2002: 281-292) indican que esta-
ba emergiendo una síntesis político-religiosa novedosa. Tal vez Chichén haya te-
nido un papel pan-mesoamericano durante un tiempo; al menos en el ámbito
maya de los siglos X y XI, esta ciudad habría representado una verdadera «Tula».
Ahora bien, los dos modelos (realeza sagrada y arraigo local del Clásico,
fuerza creciente de las «casas nobles» y reivindicación de un origen extranjero a
partir del Clásico Tardío-Terminal) se fueron imbricando. La ideología del origen
foráneo regía la formación de las alianzas políticas entre familias nobles, como un
cemento indispensable de la nueva unidad, la que el personaje del rey ya no podía
(o no debía) encarnar. Esto vale para todas las ciudades mayas a partir del Clási-
co Terminal6, y queda plasmado de manera insistente en muchos de los textos ma-
yas tardíos de Guatemala. Estos «títulos», «relatos históricos y míticos», crónicas
y «dramas» (desde el Popol Vuh hasta el Rabinal Achi) transmitían en escritura al-

6
Andrea Stone (1989) presentó un argumento análogo para ciudades clásicas en tiempos de Teo-
tihuacan.
86 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

fabética las historias locales de los reinos de las Tierras Altas, aunque moldeadas
en la mitología político-religiosa de Yucatán (Arnauld 1996a, 1996b). Aun así,
quedan por hacerse muchos análisis etnohistóricos para restituir a las literaturas
mayas la unidad verdadera que tenían en tiempos postclásicos, desde el sur hasta
el norte (véase Edmonson 1979). De acuerdo con el Popol Vuh, la Historia Qui-
ché de Don Juan de Torres o el Título de Totonicapán, los Anales de los Cak-
chiqueles, las autoridades políticas de nivel regional se referían a Tula (Carmack
1968: 55), y al soberano del oriente, Nacxit, nombre tolteca de Quetzalcoatl-
Kukulcan. Pero las formas tradicionales de legitimación no habían desaparecido
por completo y, por lo tanto, estas autoridades debían hacer alarde también de su
origen local, de su arraigo ancestral, es decir afirmar su carácter nativo; afirma-
ción también necesaria para subordinar a los poderes locales. Así es como las re-
ferencias a una soberanía lejana se amparaban en la reivindicación de un origen
autóctono.
Algunos textos organizan estas referencias en una secuencia histórica: primero
los ancestros emigran desde Tula hasta Guatemala, enseguida ocupan la Sierra, en
«lugares del alba» donde se levantó el sol, abriendo entonces el tiempo de la con-
quista de los valles; en fin, los jefes superiores vuelven a Tula para conseguir la
investidura del gran rey Nacxit. Estos dos mitos combinados en una misma se-
cuencia, más bien dicho estas dos «mitohistorias» (Tedlock 1985), la de Tula en
cuanto al origen y a la investidura, la de la Sierra en cuanto al alba del poder y a la
conquista, en realidad manejan dos procesos de integración política (Arnauld
1996a: 247-250). La primera «mitohistoria» establece que la unidad de los reinos
se fundamentaba en el origen tolteca de sus elites y en la investidura de Nacxit-
Quetzalcoatl, soberano superior quien reinaba en Tula. La segunda recuerda que
cada reino en particular tuvo su origen en lugares concretos de la Sierra en las Tie-
rras Altas, a partir de los cuales los ancestros conquistaron los valles y las cuen-
cas: es una teoría de la formación autóctona de cada entidad local. El Popol Vuh
en particular insiste en esto: que la estancia en la Sierra fue un periodo de división
y, al mismo tiempo, de distribución del poder. Obviamente, el mito de la migra-
ción desde Tula proporciona una retórica de unidad en provecho de los más altos
linajes k‘iche’ de Q’umarkaaj-Utatlán, mientras que el mito de la Sierra da cuen-
ta de la formación de múltiples entidades independientes —como la de Rabinal—
o que pretendían ser independientes usando la vieja metáfora clásica del sol na-
ciente (Arnauld 1993, 1996a, 1996b). Dicha retórica de unidad, que buscaba
romper las autonomías locales, afirmaba la soberanía superior de la nueva ciudad
k’iché, Q’umarkaaj-Utatlán, bajo la tutela formal de Tula y de Nacxit. Los kaq-
chikel usaron la misma retórica después de haberse secesionado para fundar su
propia ciudad, Iximché, en el siglo XIV (en los Anales). También la encontramos
entre los linajes más poderosos de Yucatán cuando se referían a Zuyua y a Tulán
(Roys 1972:. 59; véanse también López Austin y López Luján 1999: 101-126, y
Stone 1989: 167). En cuanto a la metáfora solar del viejo poder real está presen-
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 87

te en Chichén Itzá, en donde el título político más reiterado de las inscripciones es


el del sol naciente (Grube 1994: 329-330). Hasta la «mitohistoria» de la Sierra y
de la conquista de las llanuras estaría presente en uno de los Chilam Balam, de
acuerdo con López Austin y López Luján (1999: 113). La repetición de estos mo-
tivos míticos se explica por el hecho de que, juntos, resolvían la contradicción ins-
crita profundamente en los sistemas políticos tardíos, aristocráticos pero de tra-
dición monárquica: no sólo la unidad en la diversidad (de las distintas Casas), sino
también la jerarquía política impuesta por el rey por encima de la igualdad de los
nobles, la imposible «paridad» del primus inter pares.

VIDA Y MUERTE DE LAS CIUDADES MAYAS TARDÍAS

De alguna manera, la misma contradicción es patente en casi todas las ciu-


dades mayas importantes a partir del Clásico Terminal: son sitios de plazas múl-
tiples sin unidad integrada, compuestos de grupos monumentales estandardiza-
dos, equivalentes pero no iguales. Como lo pensó en su tiempo Tatiana
Proskouriakoff al analizar los grupos que conforman Mayapán, cada uno re-
presentaba un grupo de parentesco potente, el cual hizo alianza con otros para
fundar la ciudad (Ximénez describe claramente el proceso para la capital de las
Tierras Altas en Guatemala; véase Arnauld 2001: 390-391). Los «temple as-
semblages» y «basic ceremonial groups» de Proskouriakoff (1962: 91) existie-
ron en realidad antes del Postclásico Tardío: se trata de configuraciones políti-
co-religiosas que asociaban dos edificios rituales más o menos elevados con una
«casa larga» y baja; estas últimas derivaban de los conjuntos palaciegos clásicos
a través de transformaciones complejas (Arnauld 2001). Para el Postclásico
Tardío, estas configuraciones han sido estudiadas y comparadas, no sólo en Ma-
yapán, Q’umarkaaj y Kawinal, sino en Topoxte y otros sitios tardíos del Petén,
también en Iximché, Mixco Viejo, o los grandes centros de Rabinal y de Saca-
pulas (Arnauld 1996b; Bullard 1970; Fox 1987; Guillemin 1977; Hill y Mo-
naghan 1987; Rice 1986, 1988; Wallace y Carmack 1977). Vale observar, de
paso, la notable similitud que muestran los grupos de Kawinal y Mayapán (Ar-
nauld 1997; Ichon et al. 1980), datos arqueológicos que confirman las relaciones
etnohistóricas entre las Tierras Altas y Yucatán en el Postclásico; lo mismo vale
para los grupos de sitios tardíos del Petén Central (e.g. Bullard 1970: 302,
1973: 232-233, 237; Rice 1986: 314-316, 1988: 238-243).
En todos estos centros tardíos, el agrupamiento de conjuntos semejantes re-
flejaba un sistema político de alianzas entre linajes nobles, formadas en el mo-
mento de la fundación de la ciudad. Claro está, la alianza y la fundación se de-
bieron de hacer bajo la supremacía formal de un linaje (o de dos). En realidad, los
centros muestran que había una jerarquía entre los grupos: se distingue un con-
junto más importante que los demás, confirmando que el sistema de alianzas
88 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD

conserva también un carácter «monárquico», y los salones más largos se localizan


en los grupos más grandes (Ximénez menciona estos rasgos, cf. arriba). Además,
con excepción de Mayapán y de los sitios insulares del Petén, se puede ver que los
grupos están separados entre sí por divisiones defensivas, naturales o construidas,
indicio probable de que las alianzas entre linajes gobernantes no prohibían con-
flictos internos (véase Guillemin 1977: 235, en Iximché; alude también a ello Xi-
ménez). Las famosas rebeliones ocurridas en Mayapán y en Q’umarkaaj entre
1450 y 1470 confirman que fue efectivamente el caso, y cuando se rompen las
alianzas, se abandona la ciudad. Chichén, que agrupaba probablemente varias «ca-
sas» mayores en el momento de su apogeo, durante la fase Sotuta Tardío que co-
rresponde a la Gran Explanada y a los 13 juegos de pelota (posibles símbolos de
alianzas: véanse Wren 1991; Wren y Schmidt 1991), fue así abandonada entre
1050-1100, o en el 1250. Una vez conformadas nuevas alianzas, se fundó una
nueva ciudad capital, Mayapán, para agrupar a las «casas» aliadas, pero esta
ciudad fue a su vez abandonada después de la rebelión de 1450. En estos dos ca-
sos, Chichén y Mayapán, el abandono marcó probablemente el fracaso de dos in-
tentos ambiciosos de construir una gran entidad político-territorial en las Tierras
Bajas. Poco después, Q’umarkaaj-Utatlán (que sucedía a otro centro anterior,
Izmachí) conoció una grave crisis, aunque no fue abandonada. Sin embargo la se-
cesión de los kaqchikel hizo que se fundara Iximché, provocando una división que
resultó fatal para los mayas en el momento de la conquista española. Estas crisis
encierran algunos rasgos estructurales semejantes: son revueltas de jefes nobles en
contra del rey y de sus favoritos (Carrasco 1988: 6).
La ideología alóctona permitió en definitiva, junto con el sistema aristocráti-
co experimentado primero durante el Clásico Tardío-Terminal, construir organi-
zaciones político-territoriales más amplias que las del periodo Clásico. En cambio,
las realezas sagradas del Clásico fueron capaces de mantener vigentes y podero-
sas ciudades milenarias como Tikal y Calakmul así como, a una escala temporal
menor, un sinnúmero de otros centros más modestos. El sistema aristocrático tuvo
importantes logros, pero desembocó en una fuerte inestabilidad de las ciudades,
que contribuyó a fundar, desde el siglo X hasta el final del siglo XVII, si contamos
Tayasal en la secuencia de las ciudades mayas tardías. En este caso, no obstante,
el fracaso final se debió en realidad a otra soberanía, ésta si, totalmente foránea.

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5
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN
Y RE-FUNDACIÓN EN LA CIUDAD MAYA DE LA ÉPOCA
CLÁSICA DE LA MILPA, BELICE

Norman HAMMOND y Gair TOURTELLOT


Universidad de Boston

INTRODUCCIÓN

El día 30 de Marzo de 1938, el ilustre arqueólogo J. Eric S. Thompson llegó a


unas ruinas cubiertas por la selva en la esquina noroeste de Honduras Británica,
cerca del límite con México y Guatemala. El sitio había sido reportado por un chi-
clero —un recolector de chicle que lo cosechaba de los árboles de chicozapote de
los cuales la selva era rica—, y, según decían, tenía al menos catorce estelas es-
culpidas. La Carnegie Institution de Washington, en la cual Thompson trabajaba
para la División de Investigación Histórica, tenía interés desde hacía mucho
tiempo por acumular cuantos más monumentos con fechas inscritas fuera posible,
aún cuando en 1930 no eran conocidas ni la naturaleza histórica, ni la estructura
fonética de los textos mayas. En esa época con frecuencia se descubrían nuevos
sitios, y el noroeste de Honduras Británica, ahora Belice, era una región inexplo-
rada.
Thompson llamó a las ruinas «La Milpa», campo de maíz, porque el campa-
mento chiclero más cercano —uno de los pocos rasgos humanos en la densa
selva tropical— tenía una pequeña milpa para abastecer de maíz fresco a los
hombres durante la temporada de recolección de la resina de los árboles. Las no-
tas de campo de aquella visita incluyen un croquis de la que ahora se conoce
como la Gran Plaza, o bien Plaza A, en la cual marcó la posición de doce estelas1
(Fig. 1).
El investigador reportó jeroglíficos en varias de ellas, pero muchos estaban
erosionados. Sólo un monumento, la Estela 7, tenía una fecha legible, 9.17.10.0.0.

1
Las Estelas 1-12 fueron halladas por Thompson en 1938, mientras que las Estelas 13-18 se descu-
brieron en las temporadas de campo 1990-93. La Estela 19 se localizó en el pequeño sitio periférico de La
Milpa Este, y la Estela 20 fue hallada entre escombros de saqueadores frente a la Estructura 1 en 2000.

93
94 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT

Fig. 1.—Localización de La Milpa en el Área Maya (imagen insertada) y plano de la Gran Plaza, donde
se muestran las principales estructuras y estelas (ver nota 1).

12 Ahau 8 Pax en la Cuenta Larga, equivalente al día 28 de Noviembre de 780


d.C. Otros tenían un estilo similar y pareció claro que los gobernantes de La
Milpa florecieron en la parte final del siglo VIII y en el siglo IX (Hammond 1991).
La Milpa no era tan importante, por tamaño y monumentos, como para justi-
ficar los costos de una expedición de exploración científica en la selva, y después
de tan sólo dos días, durante los cuales tuvo que aguantar problemas intestinales
causados por el agua de la vecina aguada, Thompson se marchó. Esta fue su últi-
ma exploración de un sitio maya desconocido: durante las siguientes cuatro dé-
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 95

cadas de su vida trabajó en descifrar jeroglíficos mayas e integrar la información


etnohistórica y etnográfica de los mayas históricos, mediante lo cual podía reali-
zar deducciones sobre sus predecesores prehispánicos.
La Milpa permaneció así, sin ser investigada, hasta finales de los años 80,
cuando se abrió un nuevo camino en la selva, desde el asentamiento menonita de
Blue Creek hasta el viejo campamento chiclero de Gallon Jug, el cual se iba a re-
habilitar para el cultivo. En esa época se había informado al Comisario de Ar-
queología de Belice sobre casos de saqueo en esa región, y se reportaban grandes
campos de marihuana. Poco después el área fue comprada por el Programme for
Belize, (PFB) una organización no gubernamental fundada por la Audubon Society
de Massachussets y por beliceños preocupados por la pérdida de hábitat de selva
tropical en Centro América y la consiguiente desaparición de especies silvestres.
La PFB descubrió que en sus trescientos mil acres de selva se encontraba esta
gran ciudad maya (y muchos otros sitios, que fueron estudiados por un proyecto
de la Universidad de Texas dirigido por el profesor Fred Valdez, Jr.), y encargó
un informe sobre su extensión y probable importancia: fue en este momento
cuando la Universidad de Boston entró en el asunto. Según informes y mapas pre-
liminares de Anabel Ford (1988) y Thomas Guderjan (1991), propusimos un
programa de investigación que contemplaba el levantamiento topográfico 1 km2
del centro de La Milpa con un EDM (Estación Total Electrónica), para extender-
se posteriormente a los cuatro puntos cardinales con brechas que atravesarían las
áreas habitacionales, así como los variados terrenos que esta área abarcaba, esta-
bleciendo asimismo los límites urbanos. Se proponían también excavaciones en el
centro y la periferia para construir la historia de la comunidad y establecer el po-
tencial de algunos edificios para ser restaurados con fines turísticos.
Todo esto se iba a hacer bajo una única condición: La Milpa está inmersa en
una reserva biológica y no se podía cortar la selva para descubrir los edificios ni
crear las largas líneas de visualización que nuestras brechas requerían. Se podían
cortar los arbustos, pero cada tronco de más de 15 cm. de diámetro requería un
permiso especial. Esto impedía también remover el escombro de los edificios para
descubrir su arquitectura y establecer su potencial para restauración, pero se tenía
una vía alternativa.
Los saqueadores habían atacado La Milpa con dureza entre 1970 y 1981, exca-
vando amplias trincheras en cada una de las estructuras principales del sitio y en las
áreas habitacionales en su búsqueda de tumbas con jade y vasijas policromas: el
Museum of Fine Arts de Boston tiene una gran colección de objetos semejantes «sin
procedencia», incluyendo al menos una vasija policroma probablemente de La
Milpa (Kerr 1989: 57, No. 1082). Así que una de nuestras tácticas principales fue
limpiar y documentar estas trincheras de saqueo, lo cual nos dio el perfil de la ar-
quitectura de muchos edificios y nos permitió fecharlos; junto a ello, la realización
de una serie de pozos de sondeo localizados estratégicamente, nos permitió en-
samblar la historia de los orígenes, ascenso y caída del centro cívico de La Milpa.
96 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT

El centro resultó ser la parte primeramente ocupada durante la mitad del Pre-
clásico Tardío, alrededor del comienzo de nuestra era. Sobre una alta loma (180 m
s.n.m.) y debajo de la Gran Plaza, un denso estrato de desechos del Preclásico
Tardío yace en la base de casi todos los sondeos, aunque si salimos de la Plaza A
éstos apenas llegan a ser unos pocos tiestos. La primera «La Milpa» parece haber
sido una pequeña aldea, una de las muchas en la región, de acuerdo con la pre-
sencia de desechos del Preclásico Tardío en el área habitacional. Sin embargo este
lugar permaneció como un «lugar persistente» (Schlanger 1992).
La aldea preclásica fue enterrada en el lado este de la Gran Plaza por edificios
del Clásico Temprano más bien modestos, bajas plataformas de bloques tallados
cubiertos de estuco. La primera fase de la pequeña Estructura 5 fue una de ellas,
que guarda relación con una serie de vasijas colocadas como ofrenda dedicatoria
en el eje normativo, y que aparecieron enterradas en el suelo de una nueva plaza.
Otro edificio temprano probablemente se encuentre debajo de la gran pirámide,
Estructura 3, ya que la Estela 10, que aún se erige frente a ella, tenía ofrendas de-
dicatorias de los siglos III y IV. La compleja secuencia constructiva visible en la
trinchera de saqueo en la Estructura 1 sugiere una vez más una fundación tem-
prana, pero el peligro de derrumbes impidió continuar las investigaciones en
este edificio, así como en la vecina Estructura 2, en la que ya se había colapsado
la entrada de un túnel.
Los gobernantes del Clásico Temprano dedicaron varias estelas talladas pero,
a excepción de la Estela 10, ninguna estaba in situ, y aparte de la Estela 15, que se
encontraba fuera del centro cívico y conmemoraba un gobernante temprano que
podemos llamar «Pájaro-Jaguar», todas son fragmentarias y yacen en la superficie
de la Gran Plaza. No se tiene idea de donde pudieron estar erigidas originalmen-
te, ni se encontraron sus partes faltantes. Aun sin tener textos legibles en ninguna
de ellas, nuestro epigrafista, Nikolai Grube (1994), considera que las Estelas 1 y
16 se pueden fechar para el 317 y 514 d.C. (8.14.0.0.0 y 9.4.0.0.0), y la Estela 15
puede colocarse dentro de este mismo lapso de tiempo. Lo mismo se puede decir
de la Estela 20, encontrada en fragmentos en el relleno de una trinchera de saqueo
de la Estructura 1, que parece fecharse entre el 450 y 500 d.C.
Tanto la Estela 2, que conmemora un gobernante posiblemente llamado K’i-
nich K’uk Mo (Señor Quetzal Macaw— también es el nombre del fundador de la
dinastía de Copán en 426 d. C.), como la Estela 6 son tempranas, pero están tan
erosionadas que no hay detalles de su fecha. Las Estelas 1 a 6 se encontraban co-
locadas en línea frente a la Estructura 1 pero, como se verá más adelante, este no
fue su lugar original.
Otra manifestación de la cultura de elite del Clásico Temprano fue una tumba
que se encontró en la Gran Plaza. Al buscar (sin éxito) la espiga de la Estela 1, se
halló un depósito de lajas de caliza alternando con desechos de pedernal: estos de-
pósitos (usualmente son de obsidiana importada en lugar de pedernal local) fueron
comunes en el cierre ceremonial de tumbas reales, como por ejemplo en Tikal
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 97

(Harrison 1999: 143). El depósito incluía 17.000 lascas de pedernal, que llenaban
un pozo realizado en la roca natural, donde una tosca cámara abovedada protegía
un solo entierro en posición supina. Julie y Frank Saul identificaron el individuo
como un varón de 35 a 50 años, quien había perdido todos sus dientes antes de su
muerte (el hueso estaba calcificado dejándole sólo sus encías para mascar), y con
una fractura en el cuello que pudo ser causada durante la guerra o bien en el jue-
go de pelota.
A pesar de lo elaborado de la tumba, sus ofrendas funerarias fueron pocas y
extrañas, destacando cinco elementos de cerámica: una tapadera cuya vasija trí-
pode faltaba, una vasija trípode demasiado grande para que le encajara la tapa-
dera, un plato y un cuenco muy ordinarios y, por último, un plato policromo con
vertedera idéntico a ejemplares de las tumbas del Clásico Medio de Tikal y Co-
pán. Las vasijas habían sido puestas debajo de una litera de madera, que obvia-
mente se desintegró, y el cuerpo se encontró sobre ellas girado un poco a la de-
recha, como si ese lado de la litera se hubiera descompuesto primero.
Junto a las vasijas, al lado de los pies (una en un cuenco de jícara pintado),
se hallaron dos orejeras de obsidiana de alta calidad pero estilo diferente; los or-
namentos que vestía eran de jade hechos de un mosaico de lajitas y cuentas que-
bradas. Una única concha de Spondylus colgaba de su cintura, y en su cuello ha-
bía cuentas del mismo material, sin embargo las de concha roja, las más
valiosas, estaban sólo en los lados y el resto de las cuentas eran de la clase blan-
ca, más corriente. Así pues, al igual que las ofrendas cerámicas, éstas eran
también de segunda categoría. Un solo elemento era de la calidad que se podría
esperar en una tumba real: a lo largo de su pecho se encontraba un espléndido
collar de cuentas de jade talladas y de color uniforme, con un pendiente en for-
ma de cabeza de zopilote. Los mayas usaban esta cabeza en sus inscripciones
como sinónimo de ahaw o señor, gobernante. En La Milpa el señor lucía su es-
tatus en el pecho.
El pozo cerrado no había sido marcado con ningún montículo o monumento,
por ello escapó a los saqueadores; esta circunstancia, así como las empobrecidas
ofrendas, sugieren un entierro apresurado, pero respetando los ritos apropiados
para un hombre de su posición social.
El fechamiento exacto de este evento es un problema ya que una fecha AMS,
obtenida a partir del colágeno de los huesos, sugiere que su muerte fue tan tem-
prana como el año 220 al 250 d.C., pero el estilo de las vasijas es de al menos un
siglo después, cuando La Milpa aparentemente (según el análisis cerámico de
Kerry Sagabiel 2005) estaba casi completamente abandonada; dada la falta de ra-
zones claras en la historia local para este acontecimiento, propusimos que había
estado ligada a la larga pugna entre Tikal y Calakmul, que duró de la mitad del si-
glo VI hasta fines del siglo VII. La victoria de Tikal en 695 d.C. fue seguida por un
ascenso muy repentino, algo que también se ve en La Milpa —de hecho, una re-
fundación.
98 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT

Los siglos VIII y IX fueron los de mayor prosperidad en La Milpa, y la mayor


parte de la arquitectura y las colecciones cerámicas se fechan para esta época, en
la cual la población pudo alcanzar los 50.000 habitantes. En la Gran Plaza se ve
este renacimiento de forma muy clara, ya que se dedicaron muchos monumentos
como es el caso de las Estelas 7, 8, 11 y 12, que aún están en su posición original
en el lado este de la plaza. La Estela 12 es la más meridional, y de estilo más tem-
prano, aun sin tener fecha. El único signo legible, afortunadamente, es el glifo em-
blema de la entidad política de La Milpa. La Estela 8 está demasiado erosionada
como para poder determinar cualquier detalle, aun así el tocado del gobernante
puede verse en los lados y en la parte trasera del monumento. Nikolai Grube la fe-
cha para el Clásico Terminal, después del 800 d.C.
La Estela 7 es la única con texto completamente legible: el gobernante Ukay la
dedicó en Noviembre de 780 d.C. durante la luna nueva, y el lugar sobrenatural de
la creación na ho chan está involucrado en alguna forma. Según el contexto ar-
queológico la Estela 7 es muy importante: se erige frente a la Estructura 5, y se se-
lló con un suelo que es el mismo que sella la estructura de dos cámaras que
Ukay construyó sobre otro edificio del Clásico Temprano. La trinchera de saqueo
que penetró el núcleo de la Estructura 5 mostraba núcleos de pedernal y cantos
toscos de caliza. Esta misma técnica puede verse en otros edificios del centro de
La Milpa, lo cual sugiere que todos fueron construidos a finales del siglo VIII o
principios del siglo IX (Fig. 2).
Otro ejemplo de innovación fue el uso de color rojo especular para pintar sue-
los, muros y bancas; a diferencia de la hematita normal, la variedad especular bri-
lla a la luz y debe haber causado un efecto impresionante en el interior de los edi-
ficios de La Milpa. En la Gran Plaza se conoce sólo por los escombros dejados
por los saqueadores, y se usó probablemente en las fases anteriores de la Estruc-
tura 1 y la 4 al norte de ella. Sin embargo, en la Acrópolis Sur la hematita espe-
cular aparece en muchos lugares de los cortes norte y central, usualmente debajo
de construcción tardía. Debido a que se encuentra en la Estructura 65, uno de los
edificios de Audiencia «separados» —interpretado como residencia real— que
flanqueaban la Acrópolis y también fueron enterrados deliberadamente, parece
probable que este horizonte se feche en una fase temprana del ascenso de La Mil-
pa, tal vez durante el reinado de Ukay (aunque esté ausente en la Estructura 5).
La Gran Plaza se estaba convirtiendo en un lugar impresionante con 18.000
m2, una de las más grandes. En paralelo a la línea de pirámides al este (Estructu-
ras 1, 2 y 3), con estelas enfrente de ellas, una cuarta pirámide —la Estructura
10— se elevaba en el centro de la plaza dividiéndola en dos. Parece haberse
abierto hacia el sur, hacia el eje de la Estructura 8, una estructura alargada que cie-
rra el lado sur de la plaza. Si bien este edificio, así como la Estructura 10, per-
manecen sin investigar, del aspecto de su superficie se deduce que tenía 13 cuar-
tos: el número trece era de buen augurio para los mayas simbolizando los trece
dioses del cielo; la Estructura 8 pudo haber tenido algo más que una simple fun-
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 99

Fig. 2.—Núcleo central del sitio de La Milpa, con el área de la Gran Plaza al norte, la Acrópolis Sur en
la zona meridional y los grupos Audiencia flanqueándola al este y el oeste.
100 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT

ción residencial o administrativa. Los dos edificios pudieron representar un con-


junto palacio-templo en eje norte-sur, equivalentes a la correlación este-oeste
de la Estructura 2 y la 9, el largo edificio que cierra la parte sur del lado oeste de
la plaza. Los ejes de estos edificios se cruzan en el lugar donde se talló un chultún
en la roca, potencialmente una entrada al inframundo, que se encuentra en medio
de este espacio abierto (ver Fig. 2).
Si este conjunto tuvo algún significado —aún no se tiene la certeza— que su-
giriera un diseño uniforme para la arquitectura de la Gran Plaza, los edificios pos-
teriores estarían representando una muestra acumulativa de contexto ritual. Tam-
bién se observó una línea diagonal entre el eje de la Estructura 5 y la esquina
suroeste de la plaza, la cual podría dividir este espacio en dos mitades comple-
mentarias, cada una con su complejo de pirámides (Estructuras 1 y 10, 2 y 3), dos
estructuras de palacio (Estructuras 9 y 8) y un juego de pelota (Estructuras 6 y 7,
11 y12). Un análisis realizado hace tiempo por Norman Hammond (1981) y por
Wendy Ashmore (1991) sugiere que existe algún patrón detrás de tan aparente-
mente aleatoria acumulación de edificios a través de los siglos, sin embargo, a pe-
sar de que lo podemos observar, no lo podemos explicar.
Un patrón que sí nos sorprendió fue el que se evidenció en el levantamiento
del área que rodea el núcleo urbano de La Milpa. Como se anotaba antes, 1 km2
del centro del sitio se topografió en detalle, junto a sendas largas brechas al este y
sur y una más corta al norte; se seleccionaron de manera aleatoria unos quince
cuadrantes de 250 m y se muestrearon mediante recolección de superficie y ex-
cavación de pozos (Rose 2000). Este procedimiento nos proporcionó una muestra
estadísticamente sólida de la topografía, el asentamiento y el manejo del territorio,
como para afirmar que las brechas Este y Sur son ejemplos representativos del
paisaje urbano y suburbano de La Milpa. Durante el muestreo de la Brecha Este
realizado por Gloria Everson (2003), se encontró un centro menor localizado en
una loma a 3,5 km de la Gran Plaza, que se designó como La Milpa Este. Allí,
una pequeña pirámide al este y una estela (Estela 19) erigida frente a ella, eran, se-
gún el análisis de visualización de áreas realizado por Francisco Estrada-Belli
(Tourtellot et al. 2000), directamente visibles desde las pirámides mayores de la
Gran Plaza (Estructuras 1 y 10, y tal vez 2), y podían observar desde ella los acon-
tecimientos que tuvieran lugar en la parte superior de éstas.
Aun si esto pudiera parecer una coincidencia, un grupo similar —La Milpa
Sur— se halló en la Brecha Sur a 3,5 km de distancia y, de forma parecida al an-
terior, era visible desde las pirámides de la Gran Plaza. Una laja, posiblemente
una estela, yacía en su plaza. A partir de ese momento se buscaron grupos seme-
jantes en el norte y oeste y, efectivamente, se hallaron muy cerca de la posición
prevista (Tourtellot et al. 2000): La Milpa Oeste era una copia simétrica de La
Milpa Este, con una pequeña pirámide al oeste mirando hacia la Gran Plaza, y la
Milpa Norte era un grupo tipo palacio. La búsqueda de otros grupos parecidos a
éstos en otras 61 lomas no tuvo éxito alguno.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 101

Proponemos por ello que estos cuatro centros, situados a 3,5 km de la Gran
Plaza en los cuatro rumbos (Fig. 3), marcaron el eje primario este-oeste de la cos-
mología maya del camino del sol en el cielo, y el otro, secundario, de norte a sur

Fig. 3.—El cosmograma de La Milpa, con cuatro grupos menores (La Milpa Norte, Este, Sur y Oeste) a 3,5
km de distancia de la Gran Plaza, los cuales tenían visibilidad de los eventos que ocurrieran en los templos
principales de ésta. Los ejes cruzados dentro de la Gran Plaza (Estructura 2-Estructura 9, Estructura10-Es-
tructura 8) y el grupo de pirámides gemelas con su trazado tipo «pesas de halterofilia» («barbell») del nú-
cleo central (ver Figura 2). Es interesante enfatizar el hecho de que los tres cosmogramas están anidados
uno dentro del otro.
102 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT

(el «cielo-inframundo», según Coggins 1980). También podían marcar puntos sa-
grados en un circuito ritual similar al que se describe en el mundo de los mayas
del Altiplano como en Zinacantan (Vogt 1969); este concepto circular del uni-
verso de una comunidad también recuerda los mapas circulares, como el de Maní
(Morley 1946: Plate 20), redactado por comunidades de la época colonial en
Yucatán para documentar sus derechos de tierras frente a la administración espa-
ñola.
La visibilidad necesaria para realizar este modelo requería de un paisaje libre
de vegetación; la densidad del asentamiento y las obras de ingeniería agrícola del
Clásico Tardío —alrededor del 800 d.C.— sugieren que esto pudo ser así. El ca-
rácter incompleto de La Milpa Oeste, la cerámica tardía asociada a la Estela 19 de
La Milpa Este y la falta de desechos de ocupación en La Milpa Sur (aunque
esta zona debe ser más investigada), sugieren que este concepto de un conjunto
cósmico a gran escala sólo vio la luz cuando La Milpa llegaba a su inesperado y
repentino fin.
Evidencia de esto aparece en otras partes del sitio: los lados noroeste y norte
de la Gran Plaza no tienen edificios, sólo montículos alargados y bajos que deli-
mitan el espacio. Parece incompleta, como si algo más estuviera por suceder; y en
otras partes de La Milpa esto se observa claramente. Así, en la quinta pirámide,
Estructura 21 en la Plaza B (ver Figura 2), falta la fachada de mampostería, la es-
calinata y una superestructura; el sector sur de la Acrópolis estaba aún en cons-
trucción, con unas plataformas sin terminar, otras necesitando apenas unos días
para añadirle más relleno, y otras casi apenas empezadas; y entre las plazas A y B
había una cantera con bloques recién cortados y amontonados para su uso. Sin
duda, estaba en proceso un esfuerzo constructivo mayor cuando, repentinamente
y sin causas obvias, el trabajo fue abandonado y la ciudad despoblada.
La Milpa desapareció violenta, pero silenciosamente: no tenemos evidencia de
invasión, destrucción u otra explicación del por qué se desvaneció en medio de un
programa constructivo real, que abarcaba el palacio, el templo y otras estructuras
en el centro, y un diseño cósmico a gran escala.
Pero no hay duda de que hubo un decaimiento entre el 830 y 850 d.C. según la
evidencia cerámica. En la Gran Plaza se construyó una casa larga y angosta en la
esquina suroeste parecida a las unidades habitacionales en el área suburbana de
Nohmul, 40 millas al norte por la ruta del Río Hondo. Eso demuestra que el
centro cívico ya había dejado de funcionar como tal. Un altar sobrepuesto en la
Estructura 5 pudo haber sido colocado por sus habitantes.
La Milpa estuvo durante muchos siglos en silencio, pero su memoria no dejó
de existir. La Gran Plaza siguió siendo un lugar sagrado y las estelas, piedras sa-
gradas. Mucho después de su abandono, cuando la Estructura 1 ya se había trans-
formado en una colina cubierta de selva, la gente regresó y volvió a levantar los
fragmentos de estelas sobre sus bases, metiéndolas apenas en el suelo. Las Este-
las 3 y 6 se encontraron así, las Estelas 1 y 2 acostadas frente a la pirámide
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 103

como si estuvieran esperando su turno. La Estela 7, aún de pie en su lugar, se ve-


neró con incienso y los fragmentos del incensario se encontraron en la base. La
Estela 12 tenía otro fragmento de incensario, una tosca cabeza humana levantada
del cuerpo de una vasija con dos soportes, y que pudo fecharse para el 1500-1650
d.C., comparándola con los ejemplares de la larga y bien documentada secuencia
de Lamanai, unas 25 millas al este de la Laguna del New River.
Lamanai fue una de las comunidades que todavía prosperaban cuando en
1544 los españoles llegaron al sur desde Yucatán, y fundaron una misión donde la
primera iglesia fue un templo maya reconvertido y la segunda una iglesia de
nueva construcción. ¿Tal vez la actividad ritual de La Milpa puede leerse como
parte de un movimiento de revitalización, buscando fuera de su comunidad y en el
pasado ayuda frente a este nuevo e incomparable reto? Tenemos algunas huellas
—unas puntas de flecha— de gentes que estuvieron en la vecindad de La Milpa,
pero queda aún por descubrir dónde y cómo vivieron.
El acto final en este drama tuvo lugar frente a la Estela 12 unos dos siglos des-
pués. En ese entonces, los madereros británicos y los taladores de caoba habían
establecido una colonia en Belice y sus relaciones con los mayas incluían el in-
tercambio de licor y de armas. Tiempo después, alrededor del 1800, alguien
rompió una botella frente a la estela, que aún seguía en pie (Hammond y Bobo
1994: 30-31). La botella probablemente contenía ron o aguardiente, un licor aún
usado por los mayas para hacer ofrendas a las deidades del campo y la selva. La
imagen de la estela, o la estela misma, aún se consideraban dignas de ser venera-
das más de un milenio después de su dedicación, nueve siglos después de que La
Milpa hubiera cesado de existir como comunidad, y apenas un siglo antes de que
Eric Thompson iniciara la era de la exploración moderna.

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6
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA:
CUEVAS Y LUGARES SAGRADOS LEJANOS
EN LA REIVINDICACIÓN DEL PASADO EN COPÁN

William L. FASH y Barbara W. FASH


Museo Peabody, Universidad de Harvard

INTRODUCCIÓN

En la literatura arqueológica americana se considera a Copán como un canon


de la civilización maya clásica debido a la abundancia de inscripciones jeroglífi-
cas y a la gran calidad de su escultura en piedra. Desde la visita de García de Pa-
lacio en 1576, Copán ha sido contemplada por la cultura occidental como una ciu-
dad situada en la cumbre de la cultura y la expresividad artística y literaria. El arte
y los textos jeroglíficos de Copán señalan que el éxito y la historia de esa urbe
mesoamericana estuvieron fuertemente ligados al fundador de la dinastía real, la
cual rigió Copán durante cuatro siglos, desde el año 427 al 820 d.C. Ese personaje
histórico llegó a ser la personificación del poder real, hasta tal extremo que po-
demos hablar de un culto en su honor. Dicho culto enfatizó, en un principio, su
papel como fundador de un reino maya clásico —con una tradición artística y li-
teraria muy distinguida—, en un lugar donde los pobladores no eran del mismo
grupo étnico. Los textos, edificios y el simbolismo iconográfico indican que los
gobernantes de la ciudad pluri-étnica de Copán legitimaron su reino por medio de
la reivindicación de un poder sagrado adquirido en lugares lejanos. Pero la iden-
tidad presente en esta ciudad —y hasta la del fundador de la dinastía real— varió
con los tiempos, los habitantes, los contextos comerciales y los ambientes políti-
cos.
En relación a los orígenes y la «fundación» de Copán, obviamente tenemos
que remontarnos a los primeros investigadores, que fueron quienes reconocieron
la «invasión» por parte de los jerarcas del Petén Central, al Valle de Copán, alre-
dedor de la fecha 9.0.0.0.0 de la Cuenta Larga, o sea en el año 435 de nuestra era.
En su obra monumental The Inscriptions at Copán, Sylvanus Morley (1920) fue
el primero en hacer esta aseveración y, con el tiempo, tanto las inscripciones
como la arqueología han demostrado de forma contundente que estaba en lo

105
106 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

cierto. Tatiana Proskouriakoff, en su Study of Classic Maya Sculpture (1950)


coincidió con Morley y, más tarde, el arqueólogo ceramista John Longyear
(1952) llegaría a la misma conclusión, basándose en la clara evidencia de la lle-
gada de las tradiciones alfareras del Petén en el mismo momento, o sea en el
9.0.0.0.0 de la Cuenta Larga.
Pero antes de la llegada de los mayas del Petén, las tradiciones fueron otras,
tal y como lo señaló Longyear en su estudio de la cerámica, la cual indica clara-
mente que las raíces étnicas de Copán proceden del sudeste mesoamericano, no de
las Tierras Bajas Mayas del Sur. La arqueología nos permite demostrar que en el
Valle de Copán hubo dos milenios de ocupaciones anteriores a la dinastía maya
clásica, sin la más mínima participación en las corrientes culturales de las Tierras
Bajas Mayas, de ciudades tan imponentes en el Preclásico como Nakbe, El Mi-
rador, Calakmul y Tikal (Fash 2001; Viel 1993, 1999). En este capítulo quisiéra-
mos examinar los orígenes pre-dinásticos de Copán, y vislumbrar el contexto cul-
tural y étnico de los primeros pobladores y cacicazgos de la región. Consideramos
que esos orígenes son de una importancia fundamental para poder comprender la
naturaleza de las «fundaciones» de Copán las cuales, según las inscripciones, se
celebraron en dos ocasiones (Schele 1986; Schele y Freidel 1989; Stuart 1986,
1992, 2004). Los datos arqueológicos pertenecientes al tiempo de la segunda
fundación son también claves, ya que demuestran que el fin de período 9.0.0.0.0
sí fue, como había adivinado Morley, de suma importancia en la fundación de Co-
pán como centro dinástico (Fash et al. 1992; Fash et al. 2004). Además los bienes
importados y estilos arquitectónicos asociados con el fundador de la dinastía
(Reents et al. 2004; Sharer 2004; Sharer et al. 1999), son de una categoría tras-
cendental para comprender el trasfondo del cambio ideológico que tuvo lugar dos
siglos después, cuando el 12.o gobernante comenzó un programa de renovación de
la arquitectura y el simbolismo teotihuacano en Copán.
Nuestros colegas epigrafistas David Stuart y Linda Schele descubrieron que,
durante el Clásico Tardío, hay varias referencias en las inscripciones de Copán
sobre los eventos de «fundación» de Copán, ocurridos siglos atrás. El 13.o go-
bernante cita el rito de fin de período, 9.0.0.0.0, en uno de sus primeros monu-
mentos, y el 16.o y último rey hace referencias a la «llegada» a Copán del funda-
dor, con las insignias del poder conseguidas en otro lugar lejano, a escasos diez
años antes del rito del final del baktun. Pero las referencias no terminan allí, ya
que tanto el 12.o gobernante como su hijo y sucesor, el 13.o rey, hacen mención a
una especie de «fundación» anterior a la llegada del fundador dinástico a Copán
en 8.19.11.0.13 (9 febrero 427 d.C.). Según dos inscripciones tardías, un evento
de la «fundación» original tuvo lugar casi tres siglos antes de la llegada del fun-
dador dinástico (Schele 1986; Stuart 1986, 2004), el 13 de julio del 160 d.C.
Estas referencias, por cierto muy tardías, siguen siendo un tema de debate en
los estudios arqueológicos y epigráficos del lugar. De no ser por las evidencias
claras de textos y edificios claramente ligadas a los ritos de fin de período, uno
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 107

podría descartar los textos tardíos como propaganda política. Pero existen evi-
dencias contemporáneas que van a ser analizadas a continuación, para compren-
der mejor los ritos de fundación en Copán. Al evento más antiguo, del 150 d.C., lo
vamos a llamar la fundación sagrada o «ideológica» (Chase y Chase en este vo-
lumen) de Copán. Como veremos, las cuevas y las esculturas en bulto o «barri-
gones» nos pueden proporcionar mucha información sobre los orígenes de Copán
como lugar sagrado y centro de poder. El segundo y mejor conocido de estos
eventos tuvo lugar cuando Copán fue establecido como un reino maya clásico, es
decir, al estilo de las Tierras Bajas, en el año 427 d.C. A este evento lo vamos a
designar la fundación dinástica. Los textos jeroglíficos —grabados siglos después
de los eventos mencionados— dicen que los dos eventos de «fundación» requi-
rieron de ritos en lugares distantes, en donde los protagonistas recibieron símbo-
los o aspectos sobrenaturales, para luego viajar a Copán y establecer un nuevo or-
den político (Stuart 2004).
Cabe destacar otro tipo de evidencia, aparte de los textos jeroglíficos y la ce-
rámica, y es la examinada por el miembro del equipo de la Carnegie Institution
Francis Richardson (1940), que escribió un importante artículo titulado «Non-
Maya Monumental Sculpture of Central America», donde hizo hincapié en la
presencia de una tradición escultórica en muchos sitios de Guatemala y Hon-
duras, la cual incluye los famosos pot-belly sculptures o «barrigones», efigies de
jaguar y esculturas de bulto redondo (boulder sculptures). Entre los ejemplos ci-
tados por Richardson hay dos procedentes de Copán, asociados con las ofrendas
colocadas bajo la Estela 4 (Fig. 1) y la Estela 5. Richardson apuntó que esta tra-
dición era distinta a la maya clásica, y tanto él como Samuel Lothrop pensaron
que podría fecharse para el período «Arcaico», es decir, el Preclásico. De igual
forma, Longyear (1969) supo más tarde que la cerámica de los entierros descu-
biertos a finales del siglo XIX en las conocidas como «Cavernas de Copán» de la
Quebrada Sesesmil (Gordon 1896), estaba asociada con ancestros mucho más
antiguos, que actualmente fechamos alrededor del 1000 a.C. Las cuevas y los
barrigones iluminan los orígenes y las fuentes sobrenaturales de Copán, mos-
trándolo como un lugar sagrado y como un centro de poder en la época de la
primera fundación en el 160 d.C.
Actualmente contamos con otra fuente de información muy relevante y, fe-
lizmente, bastante abundante sobre el tema que tocamos en esta ocasión. Nos re-
ferimos a la arquitectura de las épocas relevantes, la cual ha sido investigada por
varios proyectos arqueológicos en Copán durante los últimos treinta años. Las in-
vestigaciones de la Acrópolis de Copán, llevadas a cabo por el Proyecto Arqueo-
lógico Acrópolis de Copán bajo la dirección general de William L. Fash, han des-
cubierto muchos edificios y monumentos esculpidos que fueron erigidos durante
los años de la fundación dinástica. Además, las investigaciones realizadas bajo su
responsabilidad en el Valle de Copán, en el sitio conocido actualmente como el
Cerro Chino, nos proporcionan evidencia de cómo era la arquitectura durante la
108 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

época pre-dinástica, cuando se habilitaron las esculturas de los barrigones, y se


«fundó» Copán como un centro sagrado de poder y de ancestros poderosos.
Más tarde se analizará el culto al fundador, K’inich Yax K’uk’ Mo’, para co-
nocer cómo fue visto y representado en su propia época, la primera mitad del si-
glo IV d.C., y en generaciones posteriores. No cabe duda que los monumentos pú-
blicos, tanto contemporáneos como posteriores, enfatizan su origen extranjero.
Pero cabe recordar la observación de Iglesias (2003), de que el simbolismo ex-
tranjero no significa que una ciudad esté fuertemente involucrada en el inter-
cambio de bienes con el exterior. Aparte de las apariencias y el simbolismo, es
muy importante ver los hechos, los cuales pueden ser observados directamente en
los restos conservados en el registro arqueológico. Las evidencias arqueológicas
de Copán como un centro comercial y político ligado con los Altos de Guatema-
la, y con el Altiplano Central de México, se perciben con mayor claridad en la
época del fundador (Fash 1998; Fash y Fash 2000; Reents et al. 2004; Sharer
2003a, 2003b, 2004). Pero hubo un cambio de rumbo simbólico e ideológico muy
fuerte durante el reinado del hijo y sucesor del fundador. A partir de esa fecha, y
durante los siguientes 250 años, el mensaje de los monumentos estuvo muy claro:
Copán fue definido como un centro maya clásico al estilo de los de Petén, no
como un sitio derivado del Altiplano. Este énfasis en la cultura puramente maya
empieza a cambiar un siglo después de que se colapsara la gran urbe de Teo-
tihuacan, cuando el 12.o rey de Copán empezó a usar simbolismo teotihuacano en
sus monumentos. Pero no fue hasta después del conflicto del 13.o rey con otro
centro maya, el de Quiriguá, que Copán y su fundador fueron reconocidos como
reino y rey afiliados a Teotihuacan (Fash 2002). En ese momento empieza una
verdadera obsesión con el arte y con el simbolismo «clásico» de Teotihuacan (B.
Fash 1992). Se trata de un caso muy explícito de lo que Michelet y Arnauld (en
este volumen) llaman «la reivindicación de un origen extranjero».

ANTECEDENTES: ASENTAMIENTOS Y MONUMENTOS DE LA


ÉPOCA PRE-DINÁSTICA

Desde nuestro punto de vista, consideramos que la evidencia indica que la pri-
mera fundación de Copán está asociada con cuatro fenómenos:

1. Los orígenes de la población del Valle de Copán en el Preclásico Temprano y


Medio, fuertemente relacionados con los grupos que vivían en la Costa del
Pacífico y con los adyacentes Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador.
2. Las esculturas en bulto redondo incluyendo las de los barrigones, como
emblemas de los ancestros que vivieron y gobernaron en esa época.
3. El murciélago y, por lo tanto, las cuevas del Valle de Copán, como símbolo
de esas raíces en los Altos.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 109

4. Un acto conmemorativo que según inscripciones jeroglíficas grabadas si-


glos después, tuvo lugar alrededor de 160 d.C., después del fin del período
8.6.0.0.0, el cual fue registrado en dos monumentos, por dos gobernantes,
en la Gran Plaza de la ciudad.

Los antepasados y las cavernas de Copán

En relación a los momentos más antiguos de este lugar, actualmente se cree


que las primeras ocupaciones del Valle de Copán por parte de cultivadores del
maíz se remontan, según recientes estudios palinológicos de David Rue (Rue et al.
2002), a unos 2300 años a.C. En las vegas del río se ha encontrado cerámica que
puede fecharse alrededor del 1800 a.C. (Viel 1999), pero fue el descubrimiento de
los entierros en las Cavernas de Copán, por George Gordon en 1893, el que de-
mostró que las cuevas fueron un lugar sagrado donde se enterraba a los ancestros.
Pero no todas las cuevas fueron utilizadas como camposanto, y así el arqueólogo
hondureño Jesús Núñez Chinchilla (1967) descubrió importantes ofrendas de
jade e incensarios con textos jeroglíficos, asociados a dos cuevas en otras partes
del valle. Estos hallazgos indican que también dichas cuevas fueron veneradas
como lugares sagrados, donde la gente hacía ofrendas. Algunas de ellas deben re-
lacionarse con el Dios de la Lluvia debido a la asociación del jade con el agua a
nivel pan-mesoamericano, y al hecho de que se creía que Chac o, mejor dicho, los
cuatro Chac, vivían en las cuevas. Una de éstas, donde Núñez encontró los de-
pósitos de jade, se localiza al lado de una laguna, por lo que es obvio el paralelo
existente con las ricas ofrendas de jade descubiertas en el Cenote Sagrado de Chi-
chen Itzá, el cual está asimismo relacionado con Chac.
La cerámica del Formativo Temprano asociada a los entierros de las cuevas de
Copán tiene su correspondencia en el cementerio de la misma época que descu-
brimos profundamente enterrado debajo de un conjunto arquitectónico en las
vegas, al este del Grupo Principal (Fash 2001). La cerámica de este complejo ha
sido nombrada «Gordon», e incluye varios diseños incisos que demuestran que los
residentes del Valle de Copán participaron en las redes de intercambio del primer
«horizonte» artístico e ideológico de Mesoamérica (Flannery y Marcus 1994). No
obstante, estos no fueron los primeros pobladores del valle, ya que debajo de la
gran plataforma donde se enterró a los difuntos, se descubrieron los restos de una
casa de material perecedero, con cerámica que claramente pertenecía a la tradición
Ocós. Este hallazgo indica, de una forma clara y contundente, que las raíces de
Copán y sus primeros pobladores se encuentran en el área sur de la región maya,
es decir en la costa del Pacífico y en los Altos de Guatemala, Chiapas y El Sal-
vador.
110 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

El Sudeste de Mesoamérica, los Altos de Guatemala y del Occidente


de El Salvador

Para el Preclásico Tardío, el complejo cerámico Chabij también muestra fuer-


tes lazos con la parte sudeste del área Maya, el centro y oeste de los Altos de Gua-
temala y del occidente de El Salvador (Andrews 1976, 1990; Longyear 1952;
Sharer 1978; Viel 1983, 1994, 1999). La tradición cerámica Usulután tiene sus
orígenes y su mayor expresión en este área, y la falta de diagnósticos de Petén,
como el tipo Sierra Rojo, indica que no hubo intercambio con esa región durante
el Preclásico Tardío. Según los análisis de René Viel (1993, 1998, 1999), para el
Protoclásico hay ya indicaciones de nuevas oleadas de bienes e ideas de los Altos
de Guatemala en la cerámica. El complejo cerámico Bijac de Copán, fechado en-
tre 150-400 d.C., incluye varios tipos compartidos con Kaminaljuyú. Este dato es
de suma importancia, porque también la tradición escultórica de los barrigones se
encuentra en Kaminaljuyú y en otras partes de las Tierras Altas, tanto de Guate-
mala como de El Salvador. De nuevo, faltan evidencias de intercambio con Petén
tanto en la cerámica como en la arquitectura descubierta en varios sectores del Va-
lle: al oeste del Grupo Principal, en el área conocida como el «Bosque», investi-
gada por René Viel y su colega Jay Hall, y en el Cerro Chino un kilómetro al no-
roeste del Grupo Principal, investigado por David Carballo (1997) bajo la
dirección de William L. Fash. No hay arquitectura monumental de mampostería
en Cerro Chino, ni mucho menos con molduras y decorados estucados, como
existía en el Petén desde medio milenio antes. En cambio, tiene una gran similitud
al patrón del sitio Los Achiotes, investigado por Marcelo Canuto (2003), que tam-
bién fue construido en el Protoclásico y que carece de las características de las
Tierras Bajas Mayas.

Las esculturas en bulto redondo y los «barrigones»

El Preclásico Tardío corresponde a un momento en que, tanto en Copán


como en muchos otros sitios de la región sur del área Maya, fueron esculpidas es-
culturas en bulto redondo, entre ellas los «barrigones». Diversas esculturas des-
cubiertas en Monte Alto, Kaminaljuyú, El Baúl, una tosca muestra hallada en
Chalchuapa, y seis ejemplos encontrados en Santa Leticia, ambos lugares en El
Salvador (Demarest 1986), fueron fechados entre el 500 a.C. y el 100 d.C. por Lee
Parsons, la persona que realizó más investigaciones sobre este tema. Parsons
(1986: 40) llegó a la conclusión de que este género de esculturas, más los jagua-
res que a veces se encuentran en asociación, por ejemplo en Kaminaljuyú y San-
ta Leticia, son del Preclásico Tardío. También se han encontrado un ejemplo, de
cada uno, en contextos Preclásicos en Tikal (Marcus 1976) y San Bartolo (Craig
2004).
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 111

Los ejemplos de este tipo de escultura hallados en Copán, parecen ser deri-
vados estilísticamente y, por lo tanto, más tardíos que las versiones «puras» y pro-
bablemente más antiguas, de Monte Alto, Kaminaljuyú y El Salvador. Lamenta-
blemente no tenemos fechas fiables para los ejemplos descubiertos en Copán, ya
que fueron encontrados en contextos reutilizados. Así, el Barrigón analizado por
Richardson proviene de la ofrenda colocada bajo la Estela 4 de la Gran Plaza,
obra del 13.o gobernante (Figs. 1 y 2), y otro ejemplo citado por él procede de la
ofrenda dedicatoria bajo la Estela 5, obra del 12.o gobernante, situada al noroeste
del Grupo Principal, al pie del Cerro Chino. En su descripción de las ofrendas co-
locadas bajo las estelas, Gustav Stromsvik (1941) las considera «monkey-like,»

Fig. 1.—«Barrigón» descubierto en la ofrenda dedicatoria por debajo de la Estela de 4 de Copán.


112 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

Fig. 2.—Estela 4 y escultura del Barrigón a un lado.

pero Parsons señala que el ejemplo de la Estela 4 es de un ser humano, y el de la


Estela 5 un jaguar sentado. Ambos fueron decapitados en tiempos antiguos, antes
de que fuesen introducidos a las ofrendas bajo las estelas.

La fundación ideológica en el Protoclásico, en los textos y la arqueología

Para propósitos comparativos, es sumamente importante hacer notar que la


fundación ideológica de Copán no fue consagrada con un conjunto arquitectóni-
co de tipo Grupo E, al estilo de Petén, como sucedió en Caracol y otros lugares
descritos en este volumen. Las evidencias arqueológicas señalan claramente que
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 113

tuvo que ver con las tradiciones autóctonas de la parte sur del área Maya y la pe-
riferia sudeste de Mesoamérica, y no con las Tierras Bajas Mayas. Los textos pos-
teriores que mencionan los ritos de la fundación están asociados con esculturas de
barrigones, y las cuevas y murciélagos que se relacionan con los antepasados y el
territorio de Copán.
Cabe enfatizar la asociación de Copán como un lugar de murciélagos que re-
aliza el primer texto que describe la fundación sagrada, del 160 d.C., en la Estela
I de la Gran Plaza. Remitimos al lector al excelente y reciente estudio de Stuart
(2004) sobre estos textos, y a la referencia que hace al pueblo de Copán, con su
cabeza de murciélago, no sólo como un lugar sino como una sede de poder so-
brenatural, o sea, trata de la fundación ideológica de Copán. Esta estela, obra del
12.o rey y fechada en 695 d.C., tuvo hasta 24 fragmentos de estalactitas en su
ofrenda dedicatoria. Las estalactitas implican una visita de parte del rey y sus sa-
cerdotes a una de las cuevas de los antepasados para los ritos asociados a la acti-
vación de este monumento. Es notable que el gobernante sea representado como
Chac, quien reside en las cuevas, cuando éste practica los ritos citados en el
monumento y hace referencia a la fundación sagrada de la ciudad. Obviamente las
estalactitas también guardan relación con los murciélagos quienes, al igual que los
antepasados y los Chac, residen en las cuevas.
Igualmente interesante es el hecho de que, aún hoy en día, hay pueblos en los
Altos de Guatemala y Chiapas que son asociados con los murciélagos, como
Panajachel y Zinacantán. Aparte de todas estas relaciones simbólicas e ideológi-
cas, hay evidencia arqueológica de las relaciones con los Altos y los murciélagos,
como en el caso de las vasijas Chamá del período Clásico, donde los murciélagos
son un tema constante, siendo ésta una zona con numerosas cuevas. En la tumba
Hunal, considerada por arqueólogos y epigrafistas como la tumba del fundador di-
nástico K’inich Yax K’uk’ Mo’, hay dos vasijas de la región de Chamá, las cuales
presentan evidencia de lazos con esa zona (Reents et al. 2004); en la misma
tumba hay asimismo otras vasijas procedentes de la zona de Kaminaljuyú (ibi-
dem).
Además de estos datos arqueológicos asociados y relevantes al primer texto
que hace referencia a la fundación ideológica, la misma inscripción proporciona
datos relevantes a dicho evento. Según Stuart (2004: 216-219), el texto de la Es-
tela I indica que 208 días antes del evento de «fundación» en Copán, se practicó
un rito importante en el fin de período 8.6.0.0.0 10 Ajaw 8 Ch’en (18 de di-
ciembre de 159 d.C.). Tal ceremonia tiene lugar en un sitio lejano, «Bent Kawak»
(«Kawak Curvado»), que obviamente no es Copán, ya que éste aparece en el tex-
to como el lugar del murciélago. El lugar lejano donde se practica este evento de
Fin de Período también es mencionado en textos jeroglíficos de Tikal (Stuart
2004: 219), dato que a Stuart le hace pensar que la ceremonia señalada en los tex-
tos de Copán tuvo lugar en el Petén. O sea, se trata de un rito de consagración que
los copanecos fueron a practicar en otro lugar, foráneo, para poder traer el poder
114 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

sagrado a Copán. La ubicación de este lugar está por definir; el signo kawak po-
dría relacionarse con un lugar rocoso, incluso una cueva, de las cuales existen mu-
chísimas en la zona maya. Pero el hecho de que hubo que ir al exterior para
conseguir el poder sagrado es un «tropo» que se repite varias generaciones des-
pués cuando se hace referencia a la fundación dinástica, en el texto del Altar Q.
El otro texto que relata los ritos de la fundación dinástica también tiene una
ofrenda dedicatoria reveladora. Queremos destacar la asociación entre la Estela 4
y la otra escultura protoclásica citada, la cual tiene más similitudes con los barri-
gones de los Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador. Obra del 13.o gober-
nante, la Estela 4 aporta una de las menciones más específicas de la primera
«fundación» de Copán, en el 8.6.0.10.8 de la Cuenta Larga, o sea en el 160 de
nuestra era (Stuart 1986, 2003). ¿Será una casualidad que el barrigón fuera ente-
rrado bajo un monumento en el que se cita este evento? Creemos que no, sobre
todo cuando se tiene en cuenta el otro caso, el de la Estela I, con sus ofrendas re-
lacionadas a las cuevas y los ancestros.
En 1999 descubrimos otro ejemplo de este tipo de escultura de bulto redondo
en la superficie de la Plataforma Noroeste, al oeste de la Gran Plaza de Copán.
Este ejemplo lleva también adornos, como el de la Estela 4, sólo que en este caso
de cuentas de un collar y no de plumas. La escultura preclásica de la Plataforma
Noroeste también fue decapitada, como el barrigón de la Estela 4. Debajo de la
escultura, su descubridor, James Fitzsimmons, encontró dos vasijas del Clásico
Terminal, aparentemente ofrendadas después del abandono de Copán como re-
cinto dinástico. Consideramos que la Plataforma Noroeste es el lugar más indi-
cado, dentro del Grupo Principal, para un asentamiento de importancia en el
Preclásico Terminal y Protoclásico, ya que hay evidencias claras de ocupaciones
del Preclásico al oeste y al norte de la Plataforma (Fash et al. 2003; Viel 1999).
También hay que hacer notar la curiosa forma de esta plataforma, que no obede-
ce a los patrones del resto del sitio donde siempre hay edificios a los tres, si no a
los cuatro lados, de cualquier espacio constructivo. Hay cierta similitud en el ta-
maño y la forma de esta plataforma y el sitio protoclásico del Cerro Chino. La
asociación de las esculturas de la tradición Preclásica, de los Altos del área
Maya, con estas construcciones es notable.

LA FUNDACIÓN DINÁSTICA EN EL CLÁSICO TEMPRANO:


REIVINDICACIÓN DE UN ORIGEN EXTRANJERO EN LAS OBRAS
DEL FUNDADOR Y SU HIJO/SUCESOR

En las inscripciones de Copán hay muchísimas referencias a un individuo his-


tórico el cual cambió la historia, y el destino, de ese lugar. Nos referimos a K’i-
nich Yax K’uk’ Mo’, el hombre que estableció una dinastía de la tradición maya
clásica de las Tierras Bajas del Sur, en la primera mitad del siglo V de nuestra era.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 115

Todos sus sucesores fueron muy claros en mencionar que se consideraban los su-
cesores del orden político que él estableció en, o posiblemente antes, del año 427
d.C (Schele y Freidel 1989; Stuart 1992; Stuart y Schele 1986). Hay cierta ambi-
güedad entre las referencias a los sucesos históricos en la vida de este señor, como
señala David Stuart (2004) en su consideración de los textos relevantes contem-
poráneos, y también los textos posteriores, que hacen mención de este individuo.
Se ha escrito mucho referente al tema de sus orígenes e identidad, así que vamos
a sintetizar los puntos principales acerca de los cuales hay consenso en las últimas
publicaciones que han salido sobre el tema (Andrews y Fash 2005; Bell et al.
2004):

1. El fundador estableció un nuevo orden, el cual se refleja en edificios, pla-


zas, monumentos y textos jeroglíficos, posiblemente por medio de la fuer-
za, y de «Tikal y sus mentores en Teotihuacan».
2. El fundador y su hijo/sucesor obtuvieron y utilizaron la arquitectura, el
simbolismo en el arte monumental, y objetos de arte portátil derivados de
muchas regiones, entre ellas Teotihuacan, Petén, Kaminaljuyú y el mismo
Valle de Copán.
3. El fundador y su hijo celebran el fin de baktun 9.0.0.0.0 en un monumen-
to contemporáneo, que es el Disco Marcador del edificio Motmot.
4. Posteriormente el fundador fue enterrado en un edificio con talud y table-
ro, decorado con pinturas murales.
5. Muy parecido al caso de Kaminaljuyú, Copán repentinamente dejó de
usar simbolismos y estilos teotihuacanos en su arte y escultura, comen-
zando con el hijo del fundador y durante dos siglos más.

Después del descubrimiento del nombre, y de la antigüedad, del fundador de la


dinastía maya clásica de Copán en el Altar Q (Stuart 1992; Stuart y Schele 1986),
hubo mucha discusión e incertidumbre referente a la realidad histórica de esas re-
ferencias. Influidos por el caso de la «re-escritura de la historia» efectuado por los
culhua-mexica de México-Tenochtitlan, algunos arqueólogos dudaron abierta-
mente de la existencia de este individuo y de toda la historia del Clásico Temprano
en Copán (Webster y Freter 1990). Las investigaciones del Proyecto Arqueológico
Acrópolis Copán revelaron claras evidencias no solamente de la existencia del
fundador dinástico, sino de las obras que él y cada uno de sus sucesores constru-
yeron en la sede real que fue el centro del clásico Copán (Fash 1998; Fash y Sharer
1991; Sharer et al. 1999). Ahora no puede existir la menor duda: se trata de una his-
toria con fundamentos atestiguados ampliamente en la arqueología, la osteología, la
arquitectura monumental, la cerámica y otros medios de arte portátil. Todas esas
evidencias directas y contemporáneas recibieron un fuerte eco en la epigrafía y la
iconografía de los últimos monumentos dinásticos esculpidos de la ciudad, como en
la Escalinata Jeroglífica de la Estructura 26 y el Altar Q.
116 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

Dicho eso, cabe enfatizar que las comparaciones con los mexicas sí pueden
ayudarnos a comprender aspectos de la fundación de Copán. Nos referimos sobre
todo al fenómeno del establecimiento de una dinastía, en un centro real nuevo. Se-
gún las historias del siglo XVI —tanto de los culhua-mexica como de sus rivales—
los seguidores de Huitzilopochtli carecían de suficiente prestigio como para poder
establecer un centro dinástico en el Valle de México. Para tal efecto, fue necesa-
rio obtener un príncipe de sangre real, que en esa época correspondía a un noble
de descendencia tolteca, preferiblemente de Culhuacán, lugar donde supuesta-
mente se establecieron los descendientes de los toltecas que huyeron de Tula, Hi-
dalgo, después de su quema y abandono. Negociaron para que el príncipe Aca-
mapichtli, de Culhuacán, se estableciera en México-Tenochtitlan casándose con
una princesa mexica, dando así herederos de sangre tolteca y mexica. Este fenó-
meno del «outsider king» (el rey extranjero) se da en todas las monarquías a nivel
mundial, y es el tema de Michelet y Arnauld en este volumen. Aquí nos limita-
remos a decir que esto también sucedió en el caso de Chichen Itzá, donde se men-
ciona muy frecuentemente a Kukulcán como el rey que vino de fuera y estableció
un nuevo orden en la ciudad (Tozzer 1941). En las crónicas mexicas también se
establecen numerosas asociaciones entre Topiltzin-Quetzalcoatl, el cual fundó la
ciudad de Tula según las crónicas del siglo XVI, y Acamapichtli.
En este contexto vale la pena señalar lo distinto que es el fenómeno de Copán,
donde el fundador del nuevo orden es considerado el primero de su género y línea
por quienes lo sucedieron en el trono, del caso de Tikal, como señala Martin
(2003). En dicha gran urbe, la llegada de los usurpadores en 378 d.C., probable-
mente procedentes de Teotihuacan, no señaló el fin de la dinastía maya nativa y
original. Todo lo contrario, los sucesores del «rey extranjero» siguieron nom-
brándose con la secuencia de línea dinástica original de Tikal, presumiblemente
por los lazos de parentesco por la descendencia materna (Martin 2003: 17). De
nuevo el registro arqueológico tiene mucho que ofrecer en este sentido, ya que
hay evidencia clara de que las relaciones entre Tikal y Teotihuacan comenzaron
mucho antes de los sucesos del 378 d.C (Laporte 1987, 1998; Laporte y Fialko
1990, 1995). Cabe la posibilidad de que hubieran alianzas matrimoniales que
unieran las dos ciudades por varias generaciones antes de la llegada de Siyak’
K’ak’.
En Copán, por contraste, tenemos muchas referencias a K’inich Yax K’uk’ Mo’
como el primero en su dinastía, hechas por sus sucesores en el trono real. Según el
texto más explícito, la fundación de ese nuevo orden tuvo lugar después de que
el fundador fuera a un templo teotihuacano (o de estilo teotihuacano), y agarrara el
símbolo del poder real, el k’awil (Stuart 2000). Cabe notar la observación de David
Stuart (2004) de que antes de tomar ese símbolo no aparecía el título Yax en su
nombre. Después de esa toma, Stuart sugiere que el título Yax posiblemente se re-
fiere al sentido de «nuevo,» y no de «verde-azul», como referencia al nuevo orden
establecido.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 117

El fin del baktun 9.0.0.0.0

Establecido el nuevo orden, el gobernante procede a construir espacios dignos


para su nuevo centro dinástico, religioso y comercial. Para tal efecto, construye
varios edificios en lo que sería su lugar de residencia, el cual se convierte en su
mausoleo después de su muerte. Las edificaciones de la parte más elevada de su
centro se conocen ahora como la Acrópolis, e incluyeron edificios en varios esti-
los y hechos de diversos materiales, de tradiciones arquitectónicas que reflejaron
las regiones de las que el fundador derivó su poder y legitimidad: el Altiplano
Central de México, los Altos de Guatemala, y las Tierras Bajas Centrales (Sedat
y López 2004; Sharer 2003a, 2003b, 2004; Traxler 2004).
En lo que se refiere a la parte más baja y pública del recinto real, el fundador
y su hijo y sucesor construyeron una cancha de Juego de Pelota, un templo di-
nástico ligado a las ceremonias que los dos celebraban en el fin de baktun
9.0.0.0.0, una casa de linaje en la sede del Templo 11 y otro edificio que marcaba
el extremo norte del conjunto (Cheek 1983; Fash 1998; Fash et al. 2004; Traxler
2001, 2004). El Juego de Pelota es adornado con cuatro enormes pájaros mitoló-
gicos mencionados en el texto del Disco Marcador (Fig. 3) que consagra todo el

Fig. 3.—Disco marcador de Motmot, con el fundador dinástico a la izquierda y su hijo y sucesor a la de-
recha (dibujo de Barbara W. Fash).
118 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

conjunto (Fash 1998; Fash et al. 2004). Estos enormes pájaros también represen-
tan una mezcla de estilos y de simbolismo teotihuacano y maya. Se ve la guaca-
maya del Popol Vuh con el brazo arrancado de Hunapu como trofeo, pero en este
caso el brazo se encuentra en el área de los genitales del pájaro, en la boca abier-
ta de una cabeza de serpiente emplumada, al más puro estilo del Templo de
Quetzalcoatl de Teotihuacan. Desde el principio, el campo de pelota es muy in-
ternacional, una tradición duradera, y seguramente centro de atracción, que fue se-
guido (como veremos) en generaciones posteriores en Copán.
Se ha debatido el significado de la presencia de los dos primeros reyes como
protagonistas del texto y de la dedicación del monumento jeroglífico del Marca-
dor Motmot (ver Figura 3), en la fecha 9.0.0.0.0. A nuestra manera de ver, la ex-
plicación de este hecho poco usual en el arte de Copán, es obvia. Fue muy im-
portante señalar para futuras generaciones que el nuevo orden logró sobrevivir,
que se había logrado la sucesión dinástica de manera exitosa. Tanto es así, que el
siguiente monumento que menciona el mismo evento, la Estela 63, también hizo
hincapié en la participación de los dos, padre fundador e hijo sucesor, en los even-
tos tan históricos del cumplimiento del baktun.
El establecimiento de una dinastía no siempre significa su éxito a largo plazo;
un ejemplo notorio del fracaso de una dinastía poderosa fue el del primer imperio
chino. El gran rey guerrero Shih Huang Ti superó la etapa de los Estados Gue-
rreros con su propia instalación como el primer Emperador en 216 a.C. Sin em-
bargo su «dinastía» (la Xin, de la que se deriva el nombre de China) no sobrevivió
su reinado, pues él no logró una sucesión ordenada y, en seguida, comenzó la nue-
va dinastía, la Han. Volviendo al caso de Copán, el 13.o gobernante no vio la ne-
cesidad de mencionar la sucesión del fundador a su hijo en el texto de la Estela J,
donde mencionó el evento de 9.0.0.0.0. Para esa época, tres siglos después de la
fundación dinástica la sucesión era un hecho, algo ya incuestionable, y el papel
del hijo fue considerado tan secundario al del fundador que ni lo mencionan.

El papel del hijo/sucesor del fundador en la institucionalización


el reino «maya» en Copán

Lo irónico de este caso es que el hijo y sucesor, quien desaparece en el relato


del 13.o como si nunca existiera, fue quien estableció todos los cánones de la tra-
dición de las Tierras Bajas, en Copán. El fundador había construido varios edifi-
cios en el área pública y su recinto residencial, como son Arco Iris y Yax debajo
de la Estructura 26, y Hunal y varias otras en lo que llegaría a ser la Acrópolis.
Sin embargo, ninguno de los edificios del fundador son del estilo de las Tierras
Bajas, y ninguno ostentaba ni decorados estucados ni tampoco inscripciones je-
roglíficas. Tal pareciera que al fundador le importaba mucho más el talud y ta-
blero de su residencia Hunal que los símbolos de la tradición dinástica del Petén.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 119

Es únicamente con la llegada del noveno baktun que él y su hijo renuevan el área
pública del recinto real, para ostentar símbolos, edificios y escritura de la tradición
maya clásica de las Tierras Bajas del Sur. Es el hijo quien construye la tumba del
fundador en la tradición de la bóveda maya dentro de la plataforma de talud y ta-
blero. De esta forma, el fundador dinástico termina como hombre vinculado tan-
to a los Altos como a las Tierras Bajas. Las piezas que se llevó a la tumba reflejan
todo un muestrario de intercambio y de contactos en el mundo mesoamericano de
su época (Reents et al. 2004; Sharer 2003 a, 2004).
El hijo y sucesor enseguida abandona toda mención o sugerencia de «los
mentores de Teotihuacan,» en frase de Martin (2003). Sus sucesores hicieron lo
mismo, a tal extremo que durante 250 años no hay referencias al estilo ni la ide-
ología de Teotihuacan en los monumentos públicos de Copán. Para decirlo di-
rectamente, en esos momentos no hubo «mercado» para los bienes, ni para la ide-
ología, de la gran urbe. Es muy importante notar las observaciones tanto de
Iglesias (2003) como de Cowgill (2003), de que después de 450 d.C. ya no hay
bienes traídos de Teotihuacan, en Tikal. Como señalan Dorie Reents, Ellen Bell y
Ronald Bishop (Reents et al. 2004), tampoco hay evidencia de objetos teotihua-
canos en Copán después de esa fecha. Pero sí existe una diferencia importante en-
tre Tikal y Copán: en Tikal siguieron utilizando la iconografía y el simbolismo te-
otihuacano en los monumentos dinásticos, mientras que en Copán, no. ¿Será
que el lazo con Teotihuacan fue algo que utilizó Calakmul para conseguir aliados
en su lucha férrea contra Tikal?
En Copán, el hijo y sucesor del fundador hace todo lo posible por señalar su
afiliación con la cultura maya clásica del Petén Central. Esto se nota tanto en el
Disco Marcador de Motmot y en la Estela 63, como en la arquitectura con espec-
taculares molduras estilo petenero. Obras maestras de arquitectura y de escultura
como son los edificios Motmot, Yehnal, Margarita, Ante y las versiones enterradas
del Templo 11, todas obedecieron en su estilo a la moda contemporánea (o, a ve-
ces, ya pasada; cf. Proskouriakoff 1950) de los centros del Petén Central. La
única excepción que conocemos es la del Marcador Central del Juego de Pelota
IIA, que muestra a dos rivales usando el «yugo» del juego de Veracruz y los Al-
tos de Guatemala, en lugar de los protectores altos que usan los jugadores mayas
clásicos. El jugador del lado izquierdo lleva un pájaro en el tocado (tal como el
personaje izquierdo en el Disco Marcador de Motmot), y parece representar al
fundador. Parece que en el juego de pelota se mantenía viva la tradición teo-
tihuacana y de los Altos. Aparte de este caso, todo es maya, maya y más maya, lo
cual resulta irónico porque tampoco hay muchos bienes procedentes del Petén en
Copán. Los pocos que hay, se encuentran casi exclusivamente en contextos reales,
no entre la gente común.
No obstante, el mensaje ideológico de «hombres del Petén» y la separación
que permitió establecer los jerarcas de esa tradición cultural, aparentemente tuvo
buenos resultados en Copán durante varios siglos. La codiciada «estabilidad» que
120 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

enfatizan Michelet y Arnauld (en este volumen), como parte del culto de los an-
cestros reales, se hacía en Copán por medio de la escritura y, sobre todo, se lo-
graba por medio de la ubicación cronológica de cada gobernante en la línea di-
nástica establecida por K’inich Yax K’uk’ Mo’ (segundo en la secuencia, tercero
en la secuencia, etc.). Tal parece ser el caso que, al igual que hoy en día, en la an-
tigua Copán, «lo maya» se vendía como pan —o tortilla— caliente.

LA REIVINDICACIÓN DE OTRO ORIGEN EXTRANJERO EN EL


CLÁSICO TARDÍO: EL RENACIMIENTO DE LA IDEOLOGÍA E
IDENTIDAD TEOTIHUACANA

En lo que llamamos el «renacimiento» del simbolismo teotihuacano en el


arte público de Copán, queremos hacer hincapié en tres puntos principales:

1. El 12.o gobernante de Copán renueva el simbolismo teotihuacano en la Es-


tela 6 correspondiente al 682 d.C., y es el primero en asociar las anteojeras
Tlaloc con el personaje de K’inich Yax K’uk’ Mo’ en el 695 d.C.
2. El 13.o gobernante usa la forma del talud-tablero en el Templo 22 y el Jue-
go de Pelota III, y se auto-retrata como jugador del juego de pelota con yu-
gos en el Disco Marcador Central del Juego de Pelota IIB.
3. Para la época del 15.o y 16.o (y último) gobernantes, la asociación del
fundador con Teotihuacan es llamativa y muy explícita, y en los textos se
establece un lazo fundamental de Copán con Teotihuacan, como el centro
que dio el poder sagrado a las dinastías mesoamericanas.

El estilo maya clásico predomina por diez dinastas y por diez katunes en
Copán, antes de que el 12.o gobernante tuviera a bien renovar el estilo y la he-
rencia teotihuacana en la tierra de K’inich Yax K’uk’ Mo’. Por razones descono-
cidas hasta el momento, parece ser que durante dos siglos, en términos políticos
no convenía mencionar a Teotihuacan. El camino fácil y seguro era hacer de la di-
nastía copaneca «hombres del Petén» y no de Teotihuacan. De esa forma, todavía
podían ostentar ser «de afuera» y estar «por encima» de la población local, la cual
no era ni de las Tierras Bajas ni mucho menos de Teotihuacan, sino profunda-
mente del sudeste mesoamericano. Según las fechas arqueomagnéticas y de ra-
diocarbono obtenidas en nuestras investigaciones del palacio de Xalla en Teo-
tihuacan (López et al. 2003), alrededor del 550 d.C. la ciudad de Teotihuacan fue
quemada. Aunque hubo ocupaciones posteriores, dicha ciudad nunca volvió a po-
seer el poderío político y económico que sustentó durante su apogeo. Aunque
Sharer (2004) enfatiza el papel de Calakmul en la destrucción de los monumentos
esculpidos de Copán alrededor de 564 d.C., cabe preguntarse si la debilidad de Ti-
kal y sus aliados en ese momento no se debía en parte a la destrucción de Teo-
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 121

tihuacan, de manera parecida al modelo propuesto por Willey hace treinta años
(Willey 1974). Pasado más de un siglo, la memoria de Teotihuacan fue revivida
en muchas ciudades mayas, donde los gobernantes hicieron recordatorios de la
gran ciudad. En algunos casos, hacen referencias directas a su propia llegada del
«antiguo Tollan,» o sea Teotihuacan (Martin y Grube 2000; Stuart 2000; Taube
2000). Copán fue una de las primeras ciudades mayas en hacerlo.
En la Estela 6 (Fig. 4), de 682 d.C., el 12.o gobernante se autorepresenta
como seguidor de Tlaloc, o como quiera que los antiguos teotihuacanos hayan lla-

Fig. 4.—Estela 6 de Copán (dibujo de Barbara W. Fash).


122 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

mado a su deidad del relámpago y de las tormentas. Además hace referencia ex-
plícita en el texto a las «18 imágenes de K’awil,» que según Karl Taube (2000) es
una referencia directa al Templo de la Serpiente Emplumada en Teotihuacan. Es
interesante que la Estela 6, con sus referencias a un culto de la antigüedad, se en-
cuentre a escasos 60 metros de la Estela 5, donde —como ya señalamos— este
mismo gobernante enterró una escultura preclásica de piedra en bulto redondo
como ofrenda dedicatoria. Parece que el rey quiso referirse a los dos lugares sa-
grados lejanos donde Copán logró obtener el poder sobrenatural, al del «Bent Ka-
wak» («Kawak Curvado») en 180 d.C. y al teotihuacano, en 427 d.C.
Posteriormente, este mismo gobernante erige otro par de monumentos en el
área de la Gran Plaza. En la Estela I menciona la primera fundación (la sagrada, o
ideológica), y hace ofrendas de estalactitas tomadas de las cuevas de los antepa-
sados. Mientras que en la Estela E, menciona al protagonista de la segunda fun-
dación, la dinástica. Luego, ya en el momento de su propia muerte, es él quien lle-
va a la tumba la primera imagen del fundador de la dinastía, K’inich Yax K’uk’
Mo’, con las anteojeras de Tlaloc, en forma de una tapadera de incensario (Fash
2001). En las representaciones escultóricas antiguas del fundador que habían so-
brevivido (el Disco Marcador Motmot, el Disco Marcador del Campo de Pelota
IIB, y la Estela P), el primer rey había sido representado con indumentaria maya,
no teotihuacana. Pero en esta efigie de barro, que se encontraba en el lado oeste de
la tumba mirando hacia el oeste —tal y como uno esperaría de un «Señor del Oes-
te» (Fash y Fash 2000; Stuart 2004)—, el fundador dinástico de Copán lleva las
anteojeras de Tlaloc, en el primer registro conocido hasta ahora. Parece ser que el
12.o gobernante de Copán era una especie de «Rey Historiador» al estilo de Ne-
zahualcoyotl en la gran urbe de Texcoco, ya que es el primero en hacer referencia
a las dos fundaciones en pares de monumentos.
Su hijo y sucesor, el 13.o gobernante, toma como nombre real la misma refe-
rencia a Teotihuacan, «18 son las imágenes del Dios K’awil» (Taube 2000). En su
primera renovación del Juego de Pelota, conocido como el IIB, se autorretrata
como el Patrono de las Fiestas (quien toma el nombre de Macuilxochitl entre las
culturas posteriores del Altiplano Central), y con el «yugo» de la versión mexi-
cana del juego de pelota. Su rival y opositor, se viste como jugador maya. De nue-
vo celebra el sentido «internacional» de los juegos de pelota en Copán, pero es
muy explícito en señalar sus propias preferencias sobre las reglas e indumentarias
«mexicanas». En la siguiente renovación que hace a la cancha, sus arquitectos po-
nen el estilo talud y tablero al basamento del edificio este, elemento que también
utilizaron en el basamento frontal del Templo 22 de este mismo gobernante.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 123

Crisis y culminación: La Escalinata Jeroglífica y su templo;


el Templo 16 y el Altar Q

Pero es en los reinados de los últimos dos reyes de Copán cuando el culto y el
simbolismo teotihuacano llegaron a su apogeo (B. Fash 1992). La segunda y úl-
tima versión de la Escalinata Jeroglífica dedicada por el 15.o gobernante, lleva al-
fardas con simbolismo teotihuacano, y varios de los gobernantes también llevan
indumentaria de ese tipo (Fash y Fash 2000). El templo en la cima incluye un tex-
to con jeroglíficos mayas junto con sus homólogos en un estilo teotihuacano
(Stuart 2000, 2005). Hay referencias al fundador tanto en el texto del templo
como en la escalinata misma, y no cabe duda de que el intento es asociar a Copán
con una fuerza sobrenatural y política mucho más fuerte, y mucho más allá, que
cualquier lugar o potencia en el área maya: la del gran Tollan Teotihuacan (Fash
2002). El empleo por parte de las culturas mayas de iconos teotihuacanos y de ele-
mentos arquitectónicos, hace recordar el uso del estilo clásico greco-romano por
las culturas occidentales. Pero en este caso si hubo lazos culturales y comerciales
en la época de la fundación dinástica, que proporcionaron un trasfondo funda-
mental al renacimiento de este estilo. Ninguna otra ciudad maya demuestra un in-
terés tan profundo, casi podría llamarse una obsesión, con la arquitectura y el sim-
bolismo teotihuacano, como lo hace Copán. Para sus últimos días existían un
mínimo de diez edificios abovedados en Copán con simbolismo teotihuacano en
sus fachadas.
Quizás el caso más explícito es el Templo 16, donde hay dos representaciones
del fundador con sus anteojeras de Tlaloc: en su efigie naturalista en la cima del
Templo (Fash 1992: Fig. 5), y en su figura en la fachada principal —del lado oes-
te— del Altar Q. El papel de Tlaloc se señala de una forma imponente en el tzom-
pantli en la gradería central de la pirámide (Agurcia y Fash 2005; Taube 2000,
2004), y más arriba vemos el otro papel de K’inich Yax K’uk’ Mo’, como el
Disco Solar, en el segundo saliente de la gradería. En una ocasión anterior ob-
servamos la similitud de esta dualidad, con los templos gemelos del Altiplano
Central de épocas mucho más tardías (Fash y Fash 2000). El mismo texto del Al-
tar Q menciona que el fundador vino de un Wi te Naah, el cual, según Stuart
(2000), sería un edificio teotihuacano. De nuevo, vemos la estrategia de legiti-
mación descrita en los textos de la Estela I y la Estela 4: se practicó un rito en un
lugar sagrado lejano, para luego regresar a Copán. En el caso de la fundación ide-
ológica, el viaje entre «Bent Kawak» («Kawak Curvado») y el lugar de los mur-
ciélagos (Copán), fue de 208 días. En el caso de la fundación dinástica recordada
en el texto del Altar Q, fueron 153 días desde la visita del templo del atado de
años (T600 en el sistema de Thompson), hasta la llegada al lugar de los tres cerros
(Copán). Stuart y otros han traducido el glifo del bulto de años (Wi te naah) como
una «casa de orígenes». Es el mismo símbolo de los leños cruzados que vemos en
asociación con el nombre del fundador, y en varios edificios del Clásico Tardío
124 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH

Fig. 5.—Efigie de K’inich Yax K’uk’ Mo’ descubierta en el Templo 16 por Alfred Maudslay (dibujo de Bar-
bara W. Fash).

asociados con él, tanto así que éste parece ser el símbolo primordial de este señor.
Es, además, el símbolo asociado con el rito del Fuego Nuevo entre los posteriores
mexicas, o sea el atado de años. No creemos que sea casualidad que este mismo
símbolo aparezca entre las esculturas que adornaron el adosamiento a la Pirámide
del Sol en Teotihuacan.
Siempre se ha mencionado la cueva artificial debajo de la Pirámide del Sol
como la cueva de los orígenes. Si el término Wi te naah se traduce como «casa de
orígenes», cabe la posibilidad que el templo teotihuacano que visitó el fundador,
según el texto del Altar Q, fuese ese. En resumidas cuentas, posiblemente este sea
el primer caso conocido en la historia maya, de lo que fue la segunda etapa seña-
lada por Michelet y Arnauld (en este volumen): la reivindicación de un origen ex-
tranjero. Más explícitamente, de quienes entre los gobernantes mayas dijeran, «ve-
nimos de Tollan». Nada más que en el caso de Copán, el Tollan del cual querían
derivar los orígenes de su fundador, fue Tollan Teotihuacan. Si estamos en lo co-
rrecto, desde que la Escalinata Jeroglífica y el Altar Q fueron erigidos, la funda-
ción dinástica de los sitios mayas se volvió cada vez más, hacia el origen extran-
jero, sobre todo, de Tollan.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 125

Por su parte, Barbara Fash ha registrado muchos casos de iconografía de


dioses y de simbolismo que están asociados en la literatura con el Altiplano
Central, y con el Posclásico, los cuales por lo visto aparecen primero en Copán
durante esta última época de su florecimiento artístico. Parece ser que, después de
su colapso como centro comercial, Copán siguió teniendo importancia como un
lugar sagrado, donde llegaron peregrinos de muchas partes. Para concluir, quere-
mos enfatizar que Copán se fundó como un centro mesoamericano, con inspira-
ciones y derivaciones de los Altos y de la costa sur del Área Maya, y del Petén
Central. Aunque las circunstancias políticas le llevaron a enfatizar su participación
con el «culto» maya clásico en un momento, su filiación con el sudeste mesoa-
mericano en otro, y finalmente la reivindicación de un pasado ligado con Teo-
tihuacan, siempre expuso sus raíces internacionales, y la historia de sus funda-
ciones, tanto la sagrada como la dinástica.

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LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL
DINÁSTICA EN AGUATECA, GUATEMALA

Takeshi INOMATA Erick PONCIANO


Universidad de Arizona Proyecto Arqueológico Aguateca

Daniela TRIADAN Markus EBERL


Universidad de Arizona Universidad de Tulane

Jeffrey BUECHLER
Universidad de Illinois, Chicago

INTRODUCCIÓN

La organización política ha sido un tema central en la arqueología maya. El re-


ciente desarrollo de los estudios epigráficos ha proporcionado información im-
portante sobre este problema. Los textos descifrados indican procesos de con-
flictos y alianzas entre diferentes dinastías, y muchos estudiosos enfatizan ahora
el papel fundamental que jugaron los dos grandes centros de Tikal y Calakmul
(Martin y Grube 2000). Pero a pesar de este avance, nuestro entendimiento de las
relaciones políticas entre las dinastías y las poblaciones generales es todavía li-
mitado. Los datos de Tikal, Caracol y otros sitios, parecen indicar que los éxitos
en la política interdinástica supusieron habitualmente aumentos demográficos y
prosperidad económica para las poblaciones (Chase y Chase 1996; Culbert et al.
1990). Ahora es necesario examinar con más detalle las múltiples dimensiones de
la organización política maya, incluyendo no solamente las relaciones entre dife-
rentes dinastías sino también las negociaciones entre las elites y no-elites, y las in-
teracciones entre grupos y comunidades diversas. Se necesita investigar cómo
afectó la política interdinástica en la vida de las poblaciones comunes, y cómo
condicionaron las reacciones de los plebeyos las estrategias de las elites y sus re-
laciones con otros centros.
La fundación de un nuevo centro dinástico proporciona una oportunidad es-
pecial para el estudio de procesos políticos. ¿Cómo estableció una dinastía intru-
sa la relación diplomática con los centros locales? ¿Cómo se incorporaron las eli-
tes nuevas a las poblaciones locales? ¿Cómo reaccionaron las poblaciones
comunes a estos cambios políticos? ¿Cómo se mantuvieron o se transformaron los
significados y tradiciones asociadas a lugares específicos por causa de los cambios
políticos? Estas son preguntas que están directamente relacionadas con la natu-
raleza de la dinámica política de los mayas clásicos.

131
132 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

Aguateca fue establecida como una nueva sede de poder por una dinastía in-
trusa durante el período Clásico Tardío, y el proceso de su influencia sobre otros
centros está relativamente bien documentado en diversas inscripciones glíficas. La
segunda fase del Proyecto Arqueológico Aguateca, realizada en 2004 y 2005, se
enfocó hacia el estudio de la dinámica política asociada con la fundación de
Aguateca.

LA HISTORIA DE AGUATECA

Aguateca está ubicada en la región de Petexbatun en la parte suroeste del De-


partamento de Petén en Guatemala (Fig. 1). El estudio epigráfico indica que
Aguateca fue la capital gemela de Dos Pilas, y su dinastía —que usó una varian-
te del glifo emblema de Tikal— probablemente procedía de este gran centro del

Fig. 1.—Mapa de la región de Petexbatun.


LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 133

Petén Central (Houston 1993). La dinastía más antigua en la región de Petexbatun


fue la de Tamarindito, que tenía su capital gemela en Arroyo de Piedra y erigió
monumentos desde el Clásico Temprano. Es probable que, antes de la intrusión de
la nueva dinastía, los territorios de Dos Pilas y Aguateca estuvieran bajo el control
o la influencia de la dinastía de Tamarindito y Arroyo de Piedra. La parte recién
descubierta de la Escalinata Jeroglífica 1 de Dos Pilas, indica que el Gobernante
1 de Dos Pilas, B’alaj Chan K’awiil, llegó a este lugar en el año 632 d.C., apa-
rentemente bajo la orden y colaboración de la familia real de Tikal (Fahsen
2003). Dos Pilas, sin embargo, fue derrotada por el enemigo de Tikal, Calakmul,
y B’alaj Chan K’awiil tuvo que exiliarse a un lugar que parece haber sido Agua-
teca. Después de este evento, Dos Pilas se transformó en súbdito de Calakmul y
empezó sus luchas contra Tikal (Martin y Grube 2000).
B’alaj Chan K’awiil también desarrolló su red diplomática en la región, esta-
bleciendo relaciones matrimoniales con la familia real de Tamarindito e Itzan. Se-
gún la inscripción de la Estela 15 de Dos Pilas (Houston 1993), su hijo, el Go-
bernante 2, Itzamnaaj K’awiil, realizó un rito, posiblemente en Aguateca, en
9.14.10.0.0 (721 d.C.). No está claro si los Gobernantes 1 y 2 de Dos Pilas ya te-
nían en ese momento a Aguateca bajo su control, o si ellos simplemente visitaron
el lugar, que fue una parte del territorio de Tamarindito. La mayoría de los mo-
numentos de Aguateca se encuentran en la Plaza Principal, y el que tiene la fecha
más temprana es la Estela 3, que fue dedicada por el Gobernante 3 en 9.15.0.0.0
(731 d.C.) (Graham 1967). Esto sugiere que esta capital llegó a ser un importan-
te foco de actividades ceremoniales y administrativas para la dinastía de Dos Pi-
las durante el reinado del Gobernante 3, a inicios del siglo VIII. El Gobernante 3
fue también protagonista de una victoria militar particularmente importante: la de-
rrota de Ceibal en 735 d.C. El triunfo fue lo suficientemente importante como
para que se conmemorara en monumentos tanto de Dos Pilas como de Aguateca.
Esta historia indica que el crecimiento de Aguateca como capital secundaria
estuvo estrechamente relacionado con la expansión de poder de su dinastía, y que
la negociación con la dinastía de Tamarindito y con las poblaciones locales debe
haber sido crucial en este proceso.

HIPÓTESIS ORIGINALES RELACIONADAS CON LA FUNDACIÓN


DE AGUATECA

Nuestro entendimiento del proceso de la fundación de Aguateca ha ido cre-


ciendo gradualmente a través de años de investigaciones arqueológicas en esta re-
gión. El primer estudio arqueológico sistemático en este sitio fue llevado a cabo
por Inomata (Inomata 1997; Inomata y Stiver 1998), como parte del Proyecto Ar-
queológico Regional Petexbatun, dirigido por Arthur Demarest. Las excavaciones
realizadas durante este proyecto revelaron que la mayoría de las construcciones,
134 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

incluyendo el piso de la Plaza Principal y el patio del Grupo Palacio, tuvieron sólo
una fase de construcción (Fig. 2), y además, muchos de los edificios, particular-
mente los que se encontraron en la parte central, apenas contuvieron entierros.
Este patrón concuerda a la perfección con la corta historia de ocupación indicada
en las inscripciones glíficas.

Fig. 2.—Mapa de Aguateca.


LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 135

En los Grupos M6-5 y M6-6, excavados por Oswaldo Chinchilla (ver Figura 2),
se encontró un patrón diferente. Ya desde la etapa de levantamiento del mapa, la
construcción de este grupo pareció diferente a otros, con estructuras realizadas en
mampostería rústica, si se las compara con las de otros grupos. La excavación de la
Estructura M6-18 reveló una amplia, pero baja, banca en un estilo diferente de las
altas bancas que fueron comunes en Aguateca. Además, Chinchilla encontró tres
entierros, lo que supone una densidad de entierros mucho más alta que muchos
otros grupos de Aguateca, implicando una ocupación larga para M6-5 y M6-6. Pa-
trick Culbert, quien observó muestras de cerámica de Aguateca en el laboratorio, in-
dicó que ciertas vasijas cerámicas procedentes de los entierros del Grupo M6-5 per-
tenecían a la fase Tepeu 1 (600-700 d.C.). La diferencia de Tepeu 1 y Tepeu 2
(700-800 d.C.) está bien reconocida en el Petén Central, particularmente en los si-
tios de Uaxactun y Tikal (Culbert 1993; Smith 1955), sin embargo, Antonia Foias
(1996), ceramista del Proyecto Petexbatun, siguió la cronología de Jeremy Sa-
bloff (1975) en Ceibal, quien no hizo distinción de Tepeu 1 y 2. La sugerencia de
Culbert y su propio análisis cerámico influyeron en Inomata para pensar que, en la
región de Petexbatun, existen diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2, y es
posible reconocer sus características por análisis.
Las investigaciones del Proyecto Petexbatun en otros sitios proporcionaron da-
tos relevantes para este problema. Dirk Van Tuerenhout (Demarest et al. 1997;
Van Tuerenhout 1996) excavó Quim Chi Hilan, una comunidad agrícola pequeña
que se encuentra al norte de Aguateca (ver Figura 1), y cuando Inomata visitó su
excavación notó que muchas estructuras de Quim Chi Hilan tuvieron un estilo de
arquitectura similar a los Grupos M6-5 y M6-6 de Aguateca. Además, estos edi-
ficios de Quim Chi Hilan contuvieron numerosos entierros y algunas de las vasi-
jas de las ofrendas funerarias parecieron tener características de la fase Tepeu 1.
Es probable, por tanto, que Quim Chi Hilan tuviera una secuencia de ocupación
larga desde un período anterior a la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca.
Otra información asimismo importante procede de Tamarindito, que fue excava-
do por Juan Antonio Valdés y otros miembros del Proyecto Petexbatun (Valdés
1997). Al visitar el sitio, Inomata notó que muchas estructuras, incluyendo resi-
dencias de tamaño grande, tuvieron un estilo de arquitectura similar a los Grupos
M6-5 y M6-6 y de Quim Chi Hilan.
A partir de estas observaciones, Inomata (1995, 1997: 338-341) desarrolló las
siguientes hipótesis preliminares sobre los estilos de arquitectura y cerámica en re-
lación a la fundación de Aguateca:

1. Proceso de fundación de Aguateca:


Aguateca fue ocupada de manera dispersa bajo el control o la influencia de
Tamarindito durante la fase Tepeu 1, es decir, antes de la intrusión de la dinastía
de Dos Pilas. Los Grupos M6-5 y M6-6 de Aguateca y Quim Chi Hilan repre-
136 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

sentan ocupaciones de este período. La dinastía de Dos Pilas ocupó Aguateca


como su capital secundaria a principios del siglo VIII, o sea, durante la fase Tepeu
2, y creció con rapidez hasta ser una ciudad densamente ocupada.

2. Estilos de arquitectura:
Numerosas estructuras de Tamarindito, y de sus áreas de influencia durante la
fase Tepeu 1, tuvieron un estilo similar, que se caracteriza por: a) mampostería
rústica; b) ausencia de paredes y divisiones de cuartos hechas de piedra; y c) uso
común de bancas bajas. Estas características parecen estar presentes en los edifi-
cios de Ceibal, y hemos llamado a este estilo «Pasión Local» (Fig. 3).
Muchas de las estructuras hechas en Aguateca después de su establecimiento
como capital gemela de Dos Pilas tienen un estilo diferente, que se caracteriza
por: a) mampostería de piedras talladas; b) presencia frecuente de paredes y di-
visiones de cuartos hechos en piedra; c) uso habitual de bancas altas que ocupan
la parte posterior de cuartos; y d) uso común de lajas delgadas puestas en posición
vertical, especialmente para paredes y divisiones de cuartos y muros de conten-
ción de bancas. Llamamos a este estilo «Aguateca» (Fig. 4). Muchos residentes de

Fig. 3.— Ejemplo del estilo arquitectónico Pasión Local (Estructura M6-28 del Grupo M6-3 de Aguateca),
donde se aprecia la mampostería rústica y una banca baja.
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 137

Fig. 4.—Ejemplo del estilo arquitectónico Aguateca (Estructura L7-4 de Aguateca), apreciándose la divi-
sión de cuartos con lajas puestas en posición vertical y una banca alta.

Tamarindito parecen haber seguido utilizando el estilo Pasión Local durante la


fase Tepeu 2, por lo que es probable que estos estilos diferentes de arquitectura es-
tén reflejando distintas afiliaciones políticas y culturales de sus habitantes. Es ne-
cesario indicar que esta distinción no es simple, y así los edificios más elaborados
en la parte central de Tamarindito tienen mampostería fina, y muchas estructuras
pequeñas de Aguateca tienen mampostería rústica comparable a la del estilo Pa-
sión Local. Cabe decir que, la diferencia de los dos estilos, es más notable en es-
tructuras de tamaño mediano.

3. Cronología cerámica:
Las diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2 se expresan primeramente
en características modales: a) Los platos Tepeu 1 generalmente tienen bases re-
dondeadas y paredes abiertas, con pocos ángulos en la conexión de la pared y la
base, y comúnmente tienen una pequeña pestaña basal (Fig. 5); los platos Tepeu
2 comúnmente tienen bases planas con ángulos en la conexión de la pared y la
base (Fig. 6); b) algunos cuencos policromados Tepeu 1 tienen paredes redonde-
adas, mientras los cuencos policromados Tepeu 2 generalmente tienen paredes
138 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

Fig. 5.—Plato Tepeu 1, procedente del Entierro AG-33, Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca.

Fig. 6.—Plato Tepeu 2, procedente del Entierro ST-1, Estructura R27-83 de Dos Ceibas.

rectas o evertidas. En el Entierro 30 de Dos Pilas, se encontraron vasijas con ca-


racterísticas Tepeu 1, junto con otras que tienen elementos de Tepeu 2 (Foias
1996). Esta es probablemente la tumba del Gobernante 2, Itzamnaaj K’awiil,
quien murió en 726 d.C. (Houston 1993). Es posible que la transición de la cerá-
mica Tepeu 1 a Tepeu 2 en la región de Petexbatun tuviera lugar alrededor del
año 720 d.C.
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 139

INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS POSTERIORES

La primera fase del Proyecto Arqueológico Aguateca se realizó entre 1996 y


1999. En este proyecto, cuyo enfoque se centró en la excavación de residencias
elitistas que fueron rápidamente abandonadas, el estudio de la fundación de
Aguateca no fue un objetivo prioritario. Sin embargo, se obtuvieron importantes
datos en la Barranca Escondida que se ubica en medio del acantilado al sur de la
Plaza Principal (ver Figura 2), habiéndose reportado saqueos en este lugar des-
pués de la temporada de campo de 1998. Ponciano e Inomata regresaron al sitio
y documentaron tres estelas (Estelas 15, 16, y 17). En 1999 Eberl llevó a cabo
excavaciones de esta área y descubrió una nueva estela (Estela 18); estos mo-
numentos fueron examinados por Stephen Houston después de la temporada de
campo de 1999. La Estela 15 muestra un estilo similar al de la Estela 5 de Ta-
marindito, y probablemente se fecha para el período Clásico Temprano. La
Estela 16 sí tiene fechas, que parecen ser 9.9.13.0.0 (626 d.C.) y 9.10.0.0.0 (633
d.C.); aunque una fecha alternativa a la primera puede ser 9.9.0.0.0 (613 d.C.).
Su texto incluye el glifo emblema de Tamarindito y Arroyo de Piedra, y su ico-
nografía es similar a las Estelas 1 y 6 de Arroyo de Piedra (Houston, comuni-
cación personal 2005). La Estela 18 parece fecharse alrededor del 700 d.C. Es
decir, que estos monumentos son más antiguos que las estelas de la Plaza Prin-
cipal. Las cerámicas recuperadas en el área son coherentes con las fechas de las
estelas, habiéndose hallado una cantidad significativa de cerámica del Clásico
Temprano y de la fase Tepeu 1. Cerca de las estelas se encuentra la entrada a
una grieta profunda y, en el fondo, Eberl encontró depósitos culturales. En el
afloramiento de roca al lado de las estelas, se detectó asimismo una estructura
destruida en la época prehispánica.
El acceso a la Barranca Escondida no es fácil, y la colocación de los monu-
mentos en esta parte del acantilado es difícil de interpretar, pero es razonable pro-
poner que la Barranca Escondida fue un lugar ritual importante utilizado, princi-
palmente, antes de la fundación de Aguateca como capital secundaria de la
dinastía intrusa. El estilo y los textos de estos monumentos indican que los mis-
mos fueron dedicados por los gobernantes de la dinastía de Tamarindito y Arroyo
de Piedra, lo que corrobora la hipótesis que el área de Aguateca estuvo original-
mente bajo el control de Tamarindito.
Desde 2002 hasta 2004 se llevó a cabo el Proyecto de Restauración Aguateca,
Segunda Fase. Aunque el proyecto fue diseñado específicamente para la excava-
ción y restauración de estructuras del área central de Aguateca, algunos estu-
diantes realizaron diversos programas de investigación examinando varios temas
de interés. Así, Marcus Eberl recorrió el área al sur de Aguateca y descubrió el si-
tio de Nacimiento (ver Figura 1), un lugar donde muchas de sus estructuras se pre-
sentan en el estilo Pasión Local. En las investigaciones se recolectó una cantidad
significativa de cerámica Tepeu 1 junto con la de Tepeu 2, por lo que se piensa
140 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

que el sitio fue un centro menor que se desarrolló desde la fase Tepeu 1, antes de
la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca.
En la parte oeste de la ciudad, más específicamente en el Grupo Guacamaya
(ver Figura 2), Bruce Bachand excavó la Estructura K6-1, revelando construc-
ciones preclásicas. En la misma área, excavaciones anteriores realizadas durante
el Proyecto Petexbatun habían detectado grandes plataformas que se fecharon para
el Preclásico Tardío, por lo que la investigación de Bachand confirma que el Gru-
po Guacamaya fue el foco de actividades ceremoniales durante el período Pre-
clásico. Las construcciones posteriores de la Estructura K6-1 parecen contener ce-
rámicas Tepeu 1, pero su datación no fue del todo clara, debido a la destrucción
—por un saqueo— de su parte superior.

SEGUNDA FASE DEL PROYECTO ARQUEOLÓGICO AGUATECA

Se llevó a cabo en 2004 y 2005 para examinar específicamente el proceso po-


lítico relacionado con la fundación de la ciudad, habiéndose diseñado un total de
cuatro programas para este objetivo: 1) investigaciones en la parte central; 2) ex-
cavación de un grupo residencial no-elitista de la fase Tepeu 1; 3) transecto sur
entre Aguateca y Nacimiento; y 4) transecto norte entre Aguateca y Tamarindito.
En la parte central de Aguateca, Ponciano y Monroy llevaron a cabo excava-
ciones bajo los pisos de la Estructura M7-22 del Grupo Palacio, y las Estructuras
M8-4 y M8-8, en la zona residencial de elite (ver Figura 2). La trinchera realiza-
da en la plataforma de la Estructura M7-22 reveló un relleno de casi 4 m de pro-
fundidad que fue construido en un solo episodio directamente sobre la roca madre
(Fig. 7); la misma circunstancia se dio en la excavación de la Estructura M8-8.
Sólo la Estructura M8-4 tuvo un edificio anterior, pero la cerámica procedente del
relleno se fechó para la fase Tepeu 2. En ninguna de estas excavaciones se en-
contraron entierros. Estos resultados confirmaron la hipótesis original de que la
parte central de Aguateca fue ocupada por un tiempo relativamente corto, y la ma-
yoría de sus edificios fueron construidos durante la fase Tepeu 2. La escasez de
entierros es una de las circunstancias que, probablemente, reflejan la corta ocu-
pación. Además, es posible que muchas gentes pertenecientes a las elites mantu-
vieran dos residencias en Dos Pilas y Aguateca, cuando Dos Pilas funcionaba
como capital dinástica y, así, la mayoría de los miembros de elite fueron enterra-
dos en sus residencias principales de Dos Pilas.
La excavación del Grupo M6-3 (ver Figura 2) dirigida por Daniela Triadan y
Eric Ponciano, confirmó la observación original de que las estructuras poseyeron
estilo Pasión Local (ver Figura 3). Sin embargo, las Estructuras M6-8 y M6-10 tu-
vieron paredes de cuartos parcialmente hechas de piedra, y parecen haber sido in-
corporados algunos elementos del estilo Aguateca. Todas las estructuras excava-
das tienen una única etapa de construcción, pero su larga ocupación está indicada
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 141

Fig. 7.—Trinchera excavada en la Estructura M7-22 del Grupo Palacio de Aguateca, en ella se puede cons-
tatar una única etapa de construcción, puesta directamente sobre la roca madre.

por la cantidad de entierros hallada (un total de 18 entierros en los cuatro edificios
excavados) y particularmente en la Estructura M6-29 (Fig. 8) —el edificio prin-
cipal del grupo— que contuvo 12 entierros. Las vasijas funerarias que los acom-
pañan presentan una secuencia desde la etapa temprana de Tepeu 1 hasta Tepeu 2.
Ello indica que el Grupo M6-3 fue ocupado antes de la intrusión de la nueva di-
nastía en Aguateca, y que su ocupación continuó hasta la fase Tepeu 2, después de
la fundación de Aguateca como capital dinástica.
Los transectos sur y norte fueron diseñados específicamente para examinar el
cambio en organización política a través de la distribución de los dos estilos ar-
quitectónicos. En contraste a los transectos rectos, que son usados comúnmente en
la arqueología maya, se diseñaron transectos flexibles que siguieron las orillas del
acantilado donde se encuentran densos asentamientos. Se logró una cobertura
completa de los transectos de 200 m de ancho, y el levantamiento de un mapa con
restos culturales y rasgos naturales como cuevas y rejoyas1. En el transecto norte,
dirigido por Buechler, se documentaron asentamientos continuados entre Agua-
1
Palabra usada en la zona rural de Petén, donde se refiere a una zona de tierra fértil situada entre los ce-
rros.
142 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

Fig. 8.—Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca vista desde oeste, obsérvese la mampostería rús-
tica y varios entierros.

teca y Tamarindito. La mayoría de las estructuras parecen tener estilo Pasión Lo-
cal, pero, sin embargo, las cerámicas recuperadas en pozos de sondeo fueron
predominantemente de Tepeu 2. Es probable que la densidad de ocupación en esta
área fuera baja durante la fase Tepeu 1 y la población aumentara durante la fase
Tepeu 2. Los nuevos habitantes de esta área parecen haber tenido afiliaciones más
fuertes con Tamarindito. La distribución del estilo Aguateca está limitado prin-
cipalmente en el área al sur de Quim Chi Hilan. Es posible que la dinastía intrusa
no extendiera de forma significativa su control político más al norte de su centro.
Marcus Eberl dirigió tanto el recorrido del transecto sur como la investigación
de Nacimiento. Un hallazgo importante es el sitio de Dos Ceibas (ver Figura 1),
que se ubica entre Aguateca y Nacimiento y está compuesto por dos plazas gran-
des y grupos residenciales en sus alrededores. El montículo más grande en la Pla-
za Norte, con unos 4 m de altura, es la Estructura R27-63; su excavación reveló
numerosos niveles de construcciones preclásicas, cerca de su cima se encontró un
entierro con dos vasijas del período Clásico Temprano, y su última etapa de
construcción contuvo tiestos de la fase Tepeu 1. Esta estructura, que fue proba-
blemente el centro de ceremonias públicas de esta comunidad, parece haber teni-
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 143

do por tanto construcciones continuadas desde el Preclásico hasta Tepeu 1, aun-


que después de la fundación de Aguateca como nueva capital, no volvió a tener
ninguna ampliación más.
En la Plaza Sur las excavaciones de la Estructura R27-83 (Fig. 9), el montí-
culo dominante en este grupo, revelaron un edificio con tres cuartos en el típico
estilo Aguateca. Algunos artefactos hallados en los pisos indicaron el uso del
cuarto central para audiencias, y de un cuarto lateral para almacenaje y prepara-
ción de comida, una utilización del espacio comúnmente detectada en las resi-
dencias elitistas de Aguateca. Tanto la estructura (Fig. 10) como su plataforma de
2 m de altura, fueron construidas en un único episodio durante la fase Tepeu 2.
Estos resultados indican que Dos Ceibas fue una comunidad que tuvo una larga
historia de ocupación antes de la intrusión de la nueva dinastía. La nueva autori-
dad de Aguateca parece haber tomado este lugar bajo su control durante la fase
Tepeu 2, construyendo una nueva plaza, que probablemente sirvió como base de
la administración de la población local; quizás, la elite que ocupó la Estructura
R27-83 tuvo una conexión directa con la dinastía de Aguateca; con la intrusión de
esta dinastía, este se convirtió en el espacio central, y el edifico ritual R27-63, de
larga tradición, ya no recibió ampliación alguna.

Fig. 9.—Cuartos Central y Este de la Estructura R27-83 de Dos Ceibas vistos desde sur; en ellos se advierte
el estilo Aguateca de mampostería con bloques tallados, bancas altas y divisiones de cuartos.
144 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

Fig. 10.—Trinchera excavada en la Estructura R27-83 de Dos Ceibas, en la que se observa la única etapa de
construcción puesta directamente sobre la roca madre.

En el centro menor de Nacimiento, se encontraron patrones diferentes. Las Es-


tructuras M4-1, M4-2, M4-3, M4-4, M4-6 y M4-7 fueron excavadas extensiva-
mente por Marcus Eberl, revelando mamposterías del estilo Pasión Local combi-
nado con algunos elementos del estilo Aguateca, como divisiones de cuartos y
bancas altas. Tanto en estas operaciones como en pozos de sondeo de varias
partes del sitio están presentes cerámicas Tepeu 1, además de Tepeu 2. Segura-
mente, la fundación de Aguateca como una nueva capital dinástica afectó la vida
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 145

de los habitantes de Nacimiento, sin embargo, no está claro si la dinastía de


Aguateca dominó esta comunidad políticamente o si las elites locales se limitaron
a adoptar algunos elementos culturales de la autoridad intrusa, manteniendo su au-
tonomía política.

DISCUSIÓN

Los resultados del Proyecto Arqueológico Aguateca confirman las hipótesis


originales sobre la cronología cerámica y los dos estilos de arquitectura. Los
atributos cerámicos cambiaron desde la fase Tepeu 1 a Tepeu 2, tanto en Agua-
teca como en Nacimiento, Dos Ceibas y Tamarindito. Es decir, estos estilos ce-
rámicos sirven de marcadores cronológicos más que indicadores culturales dentro
de esta región. Los estilos de arquitectura, en contraste, exhiben distintas distri-
buciones espaciales más que temporales. La mayoría de las poblaciones locales de
Tamarindito, Nacimiento, las áreas entre Aguateca y Tamarindito, y hasta los ha-
bitantes originales de Aguateca, mantuvieron el estilo Pasión Local durante las fa-
ses Tepeu 1 y 2, mientras que muchos residentes nuevos de Aguateca, particu-
larmente las elites, usaron el estilo Aguateca durante la fase Tepeu 2. Sin
embargo, es importante hacer notar que la distinción entre los dos estilos no es de-
finitiva, y algunos residentes de las comunidades locales empezaron a adoptar
ciertos elementos del estilo Aguateca.
La distribución de cerámicas y edificios nos proporcionan información signi-
ficativa sobre el proceso político en esta región, y ahora sabemos que —durante la
fase Tepeu 1— las áreas de Aguateca, Dos Ceibas y Nacimiento tuvieron una po-
blación modesta, y posiblemente estuvieran bajo la influencia política de Tama-
rindito; hay constancia, incluso, de que Aguateca fue un lugar ritual importante
para la dinastía de Tamarindito. A principios de la fase Tepeu 2, probablemente
en torno al año 720 d.C., la dinastía de Dos Pilas dominó este lugar y lo convirtió
en una nueva capital dinástica. Esto debe haber involucrado ciertas tensiones
políticas y un proceso de negociación entre las dinastías de Dos Pilas y Tamarin-
dito, pero no encontramos ninguna evidencia de invasión violenta, y los habitan-
tes originales de Aguateca siguieron viviendo en sus mismas residencias después
de la entrada del nuevo poder.
Pero el patrón de asentamiento de Aguateca, y quizás también la vida de sus
habitantes, cambiaron de manera significativa. La población aumentó rápida-
mente, ya que es probable que un número significativo de gente emigrara a
Aguateca junto con la dinastía. Además, este nuevo linaje construyó complejos
monumentales como la Plaza Principal, el Grupo Palacio y la Calzada. Antes de
estas construcciones, el Grupo Guacamaya parece haber sido el foco de activida-
des rituales y políticas desde el período Preclásico, aunque su datación para el
Clásico Temprano y la fase Tepeu 1 no está tan claro. El otro lugar ritual tradi-
146 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER

cional fue la Barranca Escondida que, al estar estrechamente relacionado con la


dinastía de Tamarindito, dejó de ser utilizado después del establecimiento de la
dinastía de Dos Pilas en Aguateca. La estructura situada junto a las Estelas 15, 16
y 17 puede haber sido destruida en ese momento. Las construcciones de la Plaza
Principal y los complejos asociados, representan, por tanto, la creación de un nue-
vo escenario de ceremonias comunales y actividades políticas. La exploración de
la Grieta por Reiko Ishihara sugiere que este rasgo geológico, que pasa en medio
de estos complejos, parece haber formado parte de esta escena ritual. Las habi-
tantes tradicionales de Aguateca tenían ahora que trabajar para estos proyectos de
construcción, y participar en nuevas ceremonias. La intrusión de la nueva dinas-
tía involucró, no solamente un aumento demográfico y una nueva organización
política, sino también la creación y negociación de nuevos significados del lugar
y nuevas tradiciones de la comunidad.
La dinastía de Aguateca también expandió su control sobre la población local
fuera del centro. Dos Ceibas se trasformó en un puesto de administración perfec-
tamente comparable con el fenómeno sucedido en Aguateca. El templo antiguo ya
no recibió más ampliaciones, y se creó un nuevo espacio ritual y administrativo.
La dinastía de Aguateca puede haber tenido un control directo de la población lo-
cal en Dos Ceibas, imponiendo nuevos administradores, así como un nuevo régi-
men de ceremonias e ideología.
El efecto de la nueva dinastía no tan está claro en Nacimiento y la mayor par-
te del área existente entre Aguateca y Tamarindito. En estos lugares, los residen-
tes parecen haber mantenido o una considerable autonomía o su conexión tradi-
cional con la dinastía de Tamarindito. La dinastía de Dos Pilas y Aguateca
expandió sus influencias políticas a varios centros, incluyendo Ceibal, Itzan y
Cancuen, pero estas relaciones parecen haberse limitado principalmente a cone-
xiones entre las elites, mientras que el control efectivo de las poblaciones comu-
nes por la dinastía parece haber estado limitado a una pequeña área.

CONCLUSIÓN

Los resultados de las investigaciones del Proyecto Arqueológico Aguateca in-


dican que la organización política de la sociedad maya clásica no puede ser ca-
racterizada en una manera simple y polarizada. Es necesario examinar su com-
plejidad en sus múltiples dimensiones. En el caso de la fundación de Aguateca, la
nueva dinastía impuso varias formas de control sobre la población local, inclu-
yendo tanto la creación de un nuevo escenario de actividades ceremoniales y po-
líticas, como el establecimiento de un centro administrativo menor. El poder po-
lítico de la dinastía intrusa se expresó fuertemente en el centro de Aguateca y sus
áreas adyacentes. La población original de Aguateca tenía que participar en pro-
yectos de construcción y nuevas ceremonias bajo el gobierno de la nueva dinastía.
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 147

Sin embargo, la mayoría de ellos parece haber podido seguir viviendo en las
mismas residencias, manteniendo varios aspectos de su vida tradicional. Además,
los efectos políticos de la nueva elite parecen haber sido limitados en un área re-
lativamente pequeña. En el centro de Nacimiento y en la mayor parte del área en-
tre Aguateca y Tamarindito, el control político por parte de la elite de Aguateca
parece haber sido relativamente limitado. Este patrón representa un claro contraste
con interacciones entre dinastías, en las cuales la de Dos Pilas-Aguateca expandió
su hegemonía sobre otros grupos elitistas en una extensa área. Estas observacio-
nes nos recuerdan que los patrones políticos entre las elites descritos en inscrip-
ciones glíficas no necesariamente se corresponden con las relaciones entre la di-
nastía y plebeyos que se manifiestan en los rasgos arqueológicos. El estudio de la
fundación de las ciudades ilustra los momentos más dinámicos de las organiza-
ciones políticas, en los cuales sus dimensiones ocultas se vuelven más visibles.

Agradecimientos: El trabajo en el área de Aguateca fue realizado bajo la au-


torización del Instituto de Antropología e Historia de Guatemala y con los apoyos
financieros de la Fundación Nacional para la Ciencia de los Estados Unidos y las
Universidades de Arizona, Tulane y Chicago.

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8
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL
CLÁSICO TARDÍO MAYA

Andrés RUIZ CIUDAD y Alfonso LACADENA GARCÍA-GALLO


Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN

Las investigaciones llevadas a cabo en la ciudad arqueológica de Machaquilá,


Petén, son recientes, limitadas en extensión, y en ningún modo se pueden consi-
derar concluidas. La ciudad fue rescatada para el conocimiento científico por Al-
fonso Escalante, quien en 1957 realizó diferentes exploraciones petroleras para la
Union Oil Co. en la zona, y elaboró un pequeño informe acerca del sitio y de una
serie de sillares tallados con inscripciones procedentes de una de sus estructuras
(Graham 1967: 56-58, Figs. 38-39). Este informe motivó que, tras una breve visita
girada en 1958 por Linton Satterthwaite (1961: Fig. 49), Ian Graham se traslada-
ra a la ciudad en 1961 y 1962 (Graham 1963, 1967). Los trabajos de este investi-
gador irlandés no por pioneros han resultado de poca utilidad, ya que incluyeron
el reconocimiento y exploración del centro urbano, el levantamiento de un mapa
del sector central, la descripción superficial de algunos de sus edificios, y un ex-
haustivo registro de sus monumentos, que sumaban un total de 17 estelas, cuatro
de ellas lisas, y 6 altares, dos de ellos tallados. Tales monumentos resultaron de
gran importancia para trazar la historia política del sitio y determinar su momen-
to de ocupación durante el Clásico Tardío y Terminal (600-950 d.C.) (Fahsen
1984).
Este análisis ha servido de base para los trabajos que realiza el Atlas Arqueo-
lógico de Guatemala en el Sureste de Petén. Su intervención, ligada de manera
preferente a intereses de reconocimiento, exploración y levantamiento arqueoló-
gico, ha proporcionado una visión más detallada acerca de la evolución física del
sitio y de las manifestaciones culturales que en él se contienen (Chocón y Lapor-
te 2002; Laporte et al. 2004). Tales trabajos han permitido disponer de un nuevo
plano del área central de la ciudad (Fig. 1), el cual fue ampliado hacia la periferia
oeste y sur del sitio para incluir la zona residencial y determinar su paisaje urba-

149
150 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Fig. 1.—Plano de Machaquilá (dibujo de J. Chocón).

no. Asimismo, han posibilitado la incorporación de dos calzadas que parten de la


Plaza D y conducen al sur y suroeste para desembocar en sendos grupos domés-
ticos; localizando también 22 grupos habitacionales, algunos de ellos agrupados
para formar Unidades Habitacionales Complejas. En el área central, se definió la
Plaza D, y se hallaron restos de otras cuatro estelas (identificadas con los números
19 a 22). Por último, la apertura de 32 pozos estratigráficos proporcionó una vi-
sión más adecuada respecto de la evolución cronológica del sitio, que insistió en
su ubicación en el Clásico Tardío y Terminal, así como otros rasgos espaciales,
arquitectónicos y de tradición cerámica (Chocón y Laporte 2002). Una última in-
tervención de reconocimiento llevada a efecto en 2005, realizada al otro lado del
río, al norte de Machaquilá, ha dado resultados negativos, y deja claro que el cen-
tro se desarrolla hacia el sur, hacia la zona de bajos cultivables, donde se asientan
los grupos domésticos que identifican la población rural de Machaquilá.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 151

La perspectiva actual de la ciudad arqueológica se ha completado por medio


de un programa de investigación llevado a efecto de manera conjunta por la
Universidad Complutense de Madrid y el Atlas Arqueológico de Guatemala des-
de el año 20021. Una investigación que se plantea como objetivo principal la com-
prensión de la estructura política interna de esta capital del periodo Clásico, y co-
nocer la organización de su territorio y sus relaciones políticas con otras entidades
de su entorno para determinar su importancia en la geopolítica de los reinos del
Clásico Tardío y Terminal en el sur de las Tierras Bajas Mayas. Los edificios y
espacios en los que hemos intervenido se integran en las Plazas A, C, E, F, G y H.
También se han analizado los grupos domésticos de la periferia; en concreto los
Grupos 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10 han sido excavados de manera intensiva.

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL ÁREA CENTRAL DE MACHAQUILÁ

La evidencia arqueológica

Machaquilá se asienta en una reducida planicie situada entre un brazo del río
y una serie de elevaciones calizas, adquiriendo un emplazamiento propicio para la
defensa. Su excavación ha determinado hasta el momento la existencia de dos epi-
sodios constructivos de carácter general2, los cuales se corresponden con sendos
pisos estucados identificados en la mayor parte de las plazas analizadas. La po-
tencia cultural de ambos es escasa ya que apenas superan 1,50 m de profundidad,
lo que sugiere una ocupación no muy dilatada en el tiempo.
El más antiguo de los pisos descubiertos constituye la primera nivelación
del sitio, y conforma un amplio espacio nivelado en el que se emplazan las es-
tructuras más antiguas (Fig. 2). El segundo episodio supone el cierre por el Oes-
te de la primitiva Plaza G, al construirse la Plaza E y la escalinata con alfardas
para acceder a ella. El tercero individualiza G1 y eleva de nuevo la Plaza E —y
constituye, en efecto, el nivel sobre el que se dispusieron las estructuras que
conforman la última versión de Machaquilá. Los materiales arqueológicos recu-
perados en las diferentes intervenciones del Atlas Arqueológico de Guatemala y
de la Universidad Complutense de Madrid, coinciden en señalar que la ciudad es-
tuvo ocupada durante el Clásico Tardío y el Clásico Terminal3.
1
La investigación llevada a cabo para elaborar este ensayo ha sido realizada gracias a la subvención
concedida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, de España, entre los años 2003/05 (BHA2002-
03729).
2
Ello no obstante, en las Plazas E y G se ha hallado un piso anterior que puede obedecer a remodela-
ciones particulares de alguno de sus espacios.
3
Existen escasos materiales cerámicos del Preclásico Tardío y del Clásico Temprano, aunque su pre-
sencia es muy testimonial; lo mismo sucede con algunos tipos cerámicos característicos del Posclásico.
Unos y otros aparecen aislados, y no nos permiten determinar la existencia de una población preclásica o
posclásica en Machaquilá.
152 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Fig. 2.—Sección de la Plaza G mostrando la secuencia de pisos de plaza (dibujo de A. Ciudad).

La Plaza A

La Plaza A (ver Figura 1) constituye un conjunto monumental ordenado en tor-


no a edificios en forma de pirámide que incluyen las Estructuras 16 a 22, y cuya
función básica parece haber sido la centralización religiosa y ritual de la población
de Machaquilá y de las localidades dependientes; seguramente operaba también
como espacio funerario para los dirigentes del asentamiento y no excluía una fun-
ción administrativa, como parece sugerir la Estructura 45. La presencia, asociación
y disposición de grupos de estelas y altares en relación con cada uno de los edificios
piramidales entre las Estructuras 16 y 20 argumentan esta supuesta especialización
funeraria; por otra parte, los restos de un pequeño recinto de forma cuadrilobulada
en el centro mismo de la plaza al que se asocian gran cantidad de restos materiales
remiten también a la especialización ritual de este área (Fig. 3).
Las excavaciones realizadas en la Plaza A se han centrado en su lado oeste,
interviniéndose en la cámara que coronaba la Estructura 20. En su escalinata de
acceso, exenta, se hallaron diferentes elementos tallados que decoraron su fa-
chada principal en forma de mosaico. Son fragmentos muy pequeños que per-
tenecen a mascarones de piedra de similar configuración a la encontrada en Cal-
zada Mopan y San Luis Pueblito (Laporte et al.1997); un rasgo que Laporte y
Mejía (2002: 68) suponen característico del Clásico Terminal. Los pozos estra-
tigráficos trazados en esta plaza, siete en total, sostienen su ocupación en el Clá-
sico Tardío y Terminal4.

La Plaza C

La Plaza C (ver Figura 1) es el más amplio de los espacios públicos de la ciu-


dad, y su función básica parece haber sido residencial de élite y administrativa. In-
4
Se abrieron dos pozos frente a la Estructura 20 que dieron materiales de Clásico Tardío; tres pozos
frente a la Estructura 45, dos de los cuales proporcionaron materiales de Clásico Tardío y uno de Clásico
Terminal; y otros dos pozos frente a la Estructura 17, que dieron materiales fechados para Clásico Tardío
uno y para Clásico Terminal el otro.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 153

Fig. 3.—Disposición de las estelas y del espacio cuadrilobulado en la Plaza A de Machaquilá (Graham
1967: fig. 42).

cluye doce estructuras5, y en su centro se ha recolocado en tiempos recientes la


Estela 19. Excepto las Estructuras 24, 436 y 44, que cierran el conjunto por el este
y pueden considerarse como la apertura al ámbito de tipo religioso, ritual y fune-
rario representado por la Plaza A, todos estos edificios tienen una naturaleza re-
sidencial y administrativa, sirviendo algunos de ellos como plataformas de dis-
tribución.
La evidencia obtenida tras la excavación de este espacio determina que la fi-
sonomía que se observa en la actualidad, y que corresponde a su ocupación de
Clásico Terminal, no es la misma que la existente en el momento de su fundación

5
Estos edificios han sido identificados con los números 24, 43, 44, 38, 39, 40, 41, 37, 36, 31, 29 y 26.
6
En su lado Norte se ha detectado una posible cámara funeraria con bóveda muy tosca realizada por
aproximación, sin argamasa alguna: estaba completamente saqueada y muy destruida.
154 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

en el Clásico Tardío. En él se han detectado dos pisos estucados de un grosor cer-


cano a los 10 cm7: el más antiguo cubre el relleno fundacional de la plaza y se
asocia con el arranque de los cuerpos inferiores de E-36 y E-29; en el segundo
descansan E-31 y E-26, las posteriores remodelaciones de E-29 y E-36, y el
Cuadrángulo (E-38 a E-41); es decir, que la plaza fue construida a lo largo de dos
etapas que cambiaron en tamaño, en volumen, en accesibilidad y en fisonomía
este vasto espacio.
A la primera etapa constructiva corresponde un sistema de edificación propio
del Clásico Tardío en el sur de Tierras Bajas, tal y como manifiestan los palacios
enterrados bajo las Estructuras 36 y 29. Ambas se levantan sobre grandes rellenos
de piedras calizas y tierra sellados por un espeso piso de piedrín compactado y es-
tucado. Estos basamentos estaban forrados por sillares cuadrados y rectangulares
unidos a soga, bien tallados y con pequeñas cuñas de estabilización. Las dos
construcciones parecen haber estado abovedadas.
Disponemos de menor información para el palacio interior de la Estructura 36,
en exceso saqueada, pero su disposición indica que tuvo un acceso por el este,
desde la Plaza C. El palacio de la Estructura 29 se distribuyó en torno a dos hile-
ras de tres cuartos, orientados unos a la Plaza C, y otros a la Plaza G (Fig. 4), ac-
cediéndose a cada uno de ellos por medio de otras tantas puertas. Ambos edificios
fueron construidos en el Clásico Tardío, y sufrieron una severa remodelación a la
conclusión de esta etapa, la cual consistió en su cubrimiento por un relleno de pie-
dras compactadas y forradas por un revestimiento de sillares bien cortados de fon-
do triangular. Los nuevos edificios resultantes introducen una técnica constructi-
va de amplia distribución en el centro y norte de las Tierras Bajas Mayas durante
el Clásico Terminal, (veneer masonry «mampostería de revestimiento»8), que
proporciona una menor rigidez y hace más ligeros y esbeltos los edificios (Pollock
1980), y que está representada en Ceibal en construcciones del Clásico Terminal
(Smith 1982: 23) y no es ajena a la arquitectura tardía del Sureste de Petén (La-
porte y Mejía 2002), donde aparece en la escalinata principal que da acceso a la
Acrópolis Sur de San Luis Pueblito (Valdizón 1995: fig. 9), en Ixkun y en El
Chal9. Las nuevas estructuras levantadas sostuvieron construcciones perecederas
en su parte superior, y para acceder a ellas se hizo necesario levantar o remodelar
las antiguas escalinatas de acceso a los edificios.

7
En la Plaza C se han abierto un total de cinco pozos: uno frente al Cuadrángulo fechado para el Clá-
sico Terminal, dos frente a la Estructura 36 que proporcionaron materiales de Clásico Tardío, otro frente a
la Estructura 24 con materiales de Clásico Tardío y otro frente a la Estructura 44 con materiales de Pre-
clásico Tardío y de Clásico Tardío.
8
«Mampostería de revestimiento»: núcleo de mortero y un revestimiento de sillares que carece de fun-
ción sustentadora.
9
Morales (1995: 32) sostiene que el uso de esta técnica se corresponde en El Chal con la primera eta-
pa constructiva de la Estructura 4 del Cuadrángulo, un momento que los materiales cerámicos asociados si-
túan en el Clásico Tardío-Terminal.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 155

Fig. 4.—El palacio E-29 entre las Plazas C y G (dibujo de J. Chocón).

Al mismo tiempo que se producían estas superposiciones en las grandes es-


tructuras palaciegas se elevaba, sobre el piso superior de la Plaza C, un nuevo tipo
arquitectónico que, por su forma, hemos denominado Cuadrángulo (Fig. 5); un
conjunto habitacional elitista asentado sobre un basamento rectangular, que deja
en su interior una plaza privada, realzada con respecto a la Plaza C; a este espacio
se accedía desde la plaza mediante una amplia escalinata. Sobre este basamento se
asientan las Estructuras 38 a 41, que cierran un espacio interior de 475,65 m2; sus
formas son rectangulares y tienen cimientos de piedra bien cortada sobre los
que, presumiblemente, se asentaron edificios perecederos que descansaban en una
banqueta de baja altura. Un altar central, liso, colocado en el centro del patio in-
terior, remite a la realización de rituales privados por parte del grupo familiar que
ocupó el conjunto (Ciudad, Iglesias y Adánez 2003).
156 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Fig. 5.—Cuadrángulo de Machaquilá (Estructuras 38 a 41) (dibujo de A. Ciudad).

El Cuadrángulo se asentaba sobre el piso superior de la plaza, indicando que


fue levantado en el último episodio constructivo definido para la ciudad. Acom-
paña a esta evidencia la presencia de piedras de fachada de forma cuadrada y sec-
ción triangular. Por lo que se refiere a los materiales culturales obtenidos en ex-
cavación, indican una cronología propia de finales del Clásico Tardío y del
Clásico Terminal. Construcciones similares a este Cuadrángulo son escasas en el
sur de las Tierras Bajas Mayas; al menos en su planta aproximadamente cua-
drangular, recuerda más a aquellas otras que son comunes en el centro y norte de
la península de Yucatán, aunque Morales (1995: 32) define una de características
similares en El Chal.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 157

La Plaza E

En la Plaza E (ver Figura 1) se han detectado tres pisos, el más profundo de


los cuales continua hacia la Plaza G: no se ha detectado toda su extensión, y qui-
zás indique una remodelación particular de este ambiente construido. Con el se-
gundo piso se asocia el arranque de los cuerpos inferiores de E-32 y E-34 (ver Fi-
gura 2); mientras que el tercero oculta un relleno de 1,20 m de grosor que redujo
la altura relativa de ambas estructuras, y provocó una remodelación de la escali-
nata de acceso al palacio (Fig. 6). La tipología de la cerámica recuperada en ex-
cavación define contextos de Clásico Tardío y Terminal10. Este espacio se levan-
ta 2,75 m por encima del piso superior del Grupo G-1 y 4,25 m por encima del
piso superior de las Plazas C y G, y sobre él se asientan dos construcciones prin-
cipales: el palacio E-32, y E-34, un montículo piramidal con restos de edificación
en su cima y dotado de una escalinata monumental decorada con sendos cubos ar-
quitectónicos que asciende desde la vecina plaza D, a cuyo pie se hallaron los res-
tos de dos estelas (Chocón y Laporte 2002: 7). Completan el conjunto las Es-
tructuras 2 y 33.
E-32 es un edificio rectangular de ocho cámaras, abovedado, que se apoya en
un basamento formado por dos cuerpos de paredes verticales (Fig. 7). Sus para-
mentos muestran características asociadas a los edificios más tardíos de Macha-
quilá, ya que están formados por un núcleo de argamasa y piedras irregulares, re-
vestido con bloques labrados y aparejados sin función sustentadora (vid supra). La
ubicación de la escalinata de acceso a E-32 acentúa la orientación del palacio ha-
cia la Plaza G, y en ella se han identificado dos fases constructivas que pueden re-
lacionarse con estos dos episodios constructivos de la Plaza E (Fig. 8) (véase Ciu-
dad, Iglesias y Adánez 2004; Ciudad, Iglesias, Adánez y Lacadena 2004). En la
primera fase, el Grupo G-1 aún no había sido individualizado y el ascenso a E-32
se realizaba desde la superficie de la Plaza G, mediante una escalinata flanqueada

Fig. 6.—Remodelación de la Plaza E (dibujo de J. Adánez).

10
Existen algunos fragmentos posclásicos en los niveles superiores.
158 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Fig. 7.—Planta del palacio E-32 (dibujo de J. Adánez).

Fig. 8.—Cambios en la escalinata de acceso a E-32 (dibujo de J. Adánez).


LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 159

por alfardas y adornada con sendos cubos; en la segunda, se creó, por un lado, el
Grupo G-1 mediante un relleno de 1,5 m de espesor y la construcción de la Es-
tructura 30, y en segunda instancia se elevó la cota de la Plaza E en 1,20 m, cu-
briendo el basamento del palacio al menos en sus lados norte, oeste y sur. El re-
sultado final fue el engrandecimiento de E-32.
La intervención en E-34, una estructura piramidal de varios cuerpos y tres es-
calinatas localizadas en su lado norte, cuyo primer basamento está ligado al piso
más antiguo de la plaza, ha proporcionado acumulaciones de estucos modelados
y fragmentados en piezas de diversos tamaños. Aunque aún no hemos realizado
un estudio definitivo, los motivos detectados incluyen bolas y volutas que forman
partes de tocados o de pectorales, mazorcas de maíz, plumas y dientes de calave-
ra, un fragmento de pop, brazos con muñequeras y restos de tocado, o un torso en
bulto redondo y los restos de una boca de tamaño superior al normal (Fig. 9). La
evidencia encontrada en la Estructura A-13 de Ceibal (Smith 1982; Willey y
Smith 1967), en L7-9 de Cancuén (Barrientos, Larios y Luin 2003; Barrientos,
Barrios, Seijas y Luin 2003), y en San Luis Pueblito (Laporte, Morales y Valdizón

Fig. 9.—Mascarón de estuco procedente de E-34.


160 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

1997), relativa a la decoración de frisos mediante figuras humanas, divinidades de


tamaño natural o superior al de una persona y motivos de fauna y flora, muestra
un estrecho paralelismo sobre el que habrá que reflexionar.

La Plaza F

La Plaza F es un recinto rectangular elevado con respecto a las plazas vecinas


y al río, y prácticamente cerrado por todos sus extremos salvo un pequeño pasillo
de entrada en su esquina suroeste. En cada uno de sus lados se alojan otras tantas
plataformas que sostienen siete edificios, de los cuales sólo las Estructuras 7 y 8
se construyeron de mampostería y estuvieron abovedadas (ver Figura 4). Ex-
cepto la plataforma oeste, que sostiene la Estructura 4 en el centro y dos banque-
tas lisas a los lados, las demás están ocupadas por sendos edificios a cada lado y
un espacio más bajo en la zona central: la plataforma norte incluye entre dos mon-
tículos una escalinata central que baja al río que constituye el límite septentrional
de la ciudad, mientras que la sur incluye una escalinata de comunicación entre las
Plazas F y G, instalada entre E-7 y E-8 (vid supra).
El edificio más importante es la Estructura 4, que consiste en un basamento
general y una banqueta que sostiene al edificio, limitado por otras dos construc-
ciones independientes. En los extremos de esta plataforma, se superponen las Pla-
taformas Norte y Sur, lo que sugiere que fue la primera realizada en la plaza. E-4
tiene varios episodios constructivos: el primero incluye un área central formada
por una hilera de sillares, a la que se superpone, retranqueado, un nuevo nivel de
similar factura; en su interior, se colocaron cuatro pilares casi idénticos que limi-
taron la estructura por el Oeste. Una remodelación posterior cubrió los pilares por
medio de un muro bajo cercano al primer nivel aludido, momento en que se eje-
cutó un programa epigráfico representado en las piedras talladas (Iglesias y La-
cadena 2003; Lacadena e Iglesias 2005).
El resultado final es una estructura en forma de C que se instala en una ban-
queta general, y que consiste en edificios de dos niveles de piso que corresponden
a un espacio constructivo perecedero11. En el exterior de su fachada principal se
hallaron numerosas piedras de cara combada sin tallar. A pesar de que ninguna de
ellas estaba colocada in situ, parecen haberse combinado con diferentes paneles
tallados para alcanzar un diseño festoneado que se distribuyó por la fachada
principal del edificio. Laporte (comunicación personal, julio 2003) ha informado
de que en una estructura de Calzada Mopan se detectó una decoración similar, y
11
En la parte más alta de la estructura, casi en superficie, hizo su aparición una ofrenda consistente en
una vasija de engobe rojo, y cuerpo globular, perteneciente al tipo cerámico Pantano Impreso, la cual estaba
asociada a los restos de un espejo de pirita, formado a partir de una delgada laja de piedra arenisca a la que
en el pasado estaban pegados hasta 17 fragmentos de láminas de pirita (1 mm de espesor) de formas ma-
yoritariamente pentagonales.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 161

puede haber decorado diversos edificios de San Luis Pueblito y el juego de pelo-
ta de Ixkun. Este tipo de decoración en mosaico de piedra es más característico
del centro y norte de Yucatán que del sur de Petén; un rasgo que se suma a otros
ya mencionados en este ensayo. Estos sillares tallados parecen conformar tres pa-
neles, que pudieron situarse en el muro que cubrió los pilares, y que adquirió la
forma de una banca ubicada en la parte trasera del edificio, cuyo frente exterior,
coincidiendo con el amplio vano de entrada (Fig. 10), estuvo decorado con los
distintos fragmentos con glifos.
Una parte de la inscripción —doce piedras con sus correspondientes bloques
glíficos que conforman los medallones circulares— está tallada en sillares de su-
perficie cóncava y espiga triangular, que, como ya se ha mencionado, tienen
amplia presencia en Machaquilá en edificios asociados al Clásico Terminal. Aun-
que el texto epigráfico no proporcionaba ninguna notación calendárica completa,
determinados rasgos paleográficos y lingüísticos presentes en la inscripción su-
gieren también una datación tardía (Lacadena e Iglesias 2005).

La Plaza G

El estudio de la Plaza G (ver Figura 4) confirma la tónica de dos etapas con-


secutivas de utilización general, e informa acerca de la transformación en su fi-
sonomía (Fig. 11): a finales del Clásico Tardío se elevó la parte más occidental de
este espacio, para crear una plataforma que sepultó los cubos y las alfardas de la
escalinata de acceso a E-32, y al menos sirvió de alojamiento a la Estructura 30,
dividiéndose la plaza en dos, el Patio G-1, sobreelevado, y la Plaza G, que vio
cómo se cubría su antiguo palacio E-29 por medio de una nueva construcción que
sostuvo en su cima un edificio de carácter perecedero; por último, en una tercera
actuación importante, se construyó una baja plataforma en la esquina sureste de la

Fig. 10.—Reconstrucción hipotética de la banca de la Estructura 4 (según dibujos de Graham 1967: Fig. 39
y A. Lacadena).
162 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Fig. 11.—La Plaza G antes de su división en el Clásico Terminal (dibujo de J. Adánez).

plaza, y se levantó la Estructura 26, con lo que este sector quedó definitivamente
sellado. Esta remodelación, que se completó con otras actuaciones de menor en-
tidad, es contemporánea de otras que afectaron a la ciudad a inicios del Clásico
Terminal (Ciudad et al. 2003; 2004).
Este gran espacio está limitado por el Norte por una plataforma12 que sostiene
dos estructuras de mampostería y abovedadas, E-7 y E-8, cuyo muro meridional
presenta decoración escultórica dispuesta en cuatro paneles enmarcados por una
cornisa medial y la moldura basal (Fig. 12). Con una técnica de mosaico, y con
restos de pintura roja, el programa decorativo (Lacadena e Iglesias 2006), consta
de dos mascarones dispuestos en columna que flanquean una mandíbula descar-
nada decorada con motivos de flores de cuatro pétalos.
El lado Sur de la plataforma en que se instalan estos edificios se relaciona con
la Plaza G mediante una amplia escalinata, cuyo primer peldaño queda oculto por

12
La investigación ha determinado que este basamento tiene 43 m de lado y alcanza 1,50 m de altura,
aunque las cotas extraídas de los perfiles sugieren pudo llegar a 2,30 m de altura.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 163

Fig. 12.—Fragmento de mascarón que decora la fachada sur de las Estructuras 7 y 8 (dibujo de A. Laca-
dena).

el último piso de plaza. Dos pisos interiores más, casi consecutivos, concluyen en
este peldaño y ocultan un cuarto suelo, construido sobre el barro oscuro estéril ge-
neral a todo el yacimiento13.
Por el Este, la plaza estaba delimitada por una pequeña pirámide, E-27 (ver Fi-
gura 11), coronada por dos plataformas que sostenían un edificio perecedero. Las
intervenciones realizadas en la escalinata y en el sector sur de la pirámide infor-
man acerca de la transformación urbanística acaecida en la ciudad a inicios del
Clásico Terminal: en efecto, esta porción de la plaza vio cómo se construía una
plataforma de 0,20 m de altura sellada por un piso estucado, que cubrió el primer
peldaño de la escalinata de la pirámide E-27, y el piso de plaza. En extensión, la
mencionada plataforma topaba con la esquina Norte de E-29, cubriendo una hilera
de su basamento, y se distribuía por toda la esquina Sureste de la plaza, de manera
que servía de asiento a E-26, edificada sobre ella.
La excavación de los basamentos inferiores de E-27 y E-29 estableció que, de-
bajo de la plataforma y del piso superior de la plaza continuaban tales banquetas
hasta descansar en el piso originario, evidenciando una remodelación de la cons-
trucción que parece coincidir con la superposición del palacio E-29 a inicios del
Clásico Terminal. Estas intervenciones coincidieron con la diferente fábrica de E-
26, que protagonizó un episodio constructivo de gran rapidez. Este hecho, unido
a la ubicación de la estructura sobre la referida plataforma (Ciudad et al. 2003;
Ciudad, Iglesias y Adánez 2003), indican que ésta corresponde a una fase poste-
rior a la construcción de E-27 y E-29, y que al levantarla se selló de manera de-
finitiva un espacio que hasta entonces había permanecido abierto y que servía de
comunicación entre las Plazas C y G.

13
En el contexto del primer escalón de la escalinata se ha encontrado un fragmento de escultura que tal
vez corresponda a una pata de un asiento con restos de decoración en bajorrelieve.
164 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Cierra la plaza por el Oeste la Estructura 30 (ver Figura 4), un gran basamen-
to rectangular que sirve de base a una plataforma que sostuvo una construcción
perecedera. El edificio en cuestión se levantó sobre un inmenso relleno realizado
con objeto de remodelar todo el lado oeste de la Plaza G, y mediante el cual se
creó el espacio que identifica al Grupo G-1.
Sendas intervenciones en el centro de la plaza y al pie de la escalinata de ac-
ceso a E-7 y E-8, han revelado la existencia de cuatro pisos muy delgados —en-
tre 8 y 10 cm— y con muy escasa potencia entre unos y otros, aunque en el des-
plome de E-27 y E-29, y al oeste de la plaza sólo se han hallado dos —a los que
se superpone la plataforma descrita—, los cuales son generales en las Plazas C, E,
F y H; lo que tal vez documenta episodios constructivos parciales en este espacio.

La evidencia epigráfica

La epigrafía de Machaquilá no contradice la conclusión sugerida por la inter-


pretación del registro arqueológico de que tratamos con un sitio de ocupación tar-
día. Las inscripciones de Machaquilá —completadas por algunas referencias
procedentes del sitio de Cancuén— hablan de una secuencia de al menos diez re-
yes que se sucedieron a lo largo de aproximadamente ciento cincuenta años du-
rante el Clásico Tardío y Terminal (Fahsen 1984; Mathews y Willey 1991; La-
cadena e Iglesias 2005; Riese 1988; Schele y Grube 1994, 1995: passim). La
ausencia de grandes lapsos temporales entre los gobernantes identificados nos per-
mite suponer que la lista dinástica está bastante completa, a falta, a lo sumo, de
uno o dos gobernantes:

Sihyaj K’in Chaahk I < 711 d.C.


‘Etz’nab’’ Chaahk 711, 741, 760 d.C.
Rey de la Estela 18 775, 776 d.C.
B’aak ...n B’ahlam < 790 d.C.
Tajal Chan Ahkul de Cancuén 790, 795, 799 d.C.
Ochk’in Kalo’mte’ 800, 801, 810 d.C.
Sihyaj K’in Chaahk II 815, 816, 820, 821 d.C.
Uchan ...b’ul K’ahk’ > 821- < 824 d.C.
Juntzahk Tok’ 824, 825, 830, 831, 835, 836, 840 d.C.
‘Escorpión’ Ti’ Chaahk > 840 d.C.14

La primera fecha epigráfica segura en el sitio de Machaquilá es 9.14.0.0.0, 711


d.C., en la Estela 13, asociada posiblemente al rey Etz’nab’ Chaahk, vinculado
también a las fechas 741 y 760 d.C. No obstante, un gobernante anterior a Etz’-
14
O bien 810 > —815 d.C. < (vid. Lacadena e Iglesias 2005).
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 165

nab’ Chaahk podría relacionarse con el sitio: este gobernante sería Sihyaj K’in
Chaahk I, padre de Etz’nab’ Chaahk, mencionado por este último en la Estela 11
(Fig. 13). Aunque no se conocen monumentos de Sihyaj K’in Chaahk I en el sitio

Fig. 13.—Estela 11 de Machaquilá (Graham 1967: Fig. 63).


166 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Machaquilá, dado el patrón de asociación de agrupaciones de estelas con estruc-


turas piramidales en la Plaza A (vid. Graham 1967: Fig. 42), existe la posibilidad
de que las estelas 14, 15 y 16 asociadas a la Estructura 16, y que se encuentran
junto al grupo de estelas 10, 11, 12 y 13 asociadas a la Estructura 17, correspon-
dan a su reinado. En cualquier caso, tendríamos que la dinastía de Machaquilá co-
mienza a erigir monumentos en el sitio con seguridad hacia 9.14.0.0.0 (711 d.C.)
—en tiempos de Etz’nab’ Chaahk—, quizá ya hacia 9.13.0.0.0 (692 d.C.) o
9.12.0.0.0 (672 d.C.), es decir, uno o dos katunes antes —presumiblemente en
tiempos del reinado de Sihyaj K’in Chaahk I. Todas las otras inscripciones des-
cubiertas en el sitio, bien por fecha epigráfica asociada, bien por estilo, son pos-
teriores a esta Estela 13 de 711 d.C. (vid. Graham 1967; Fahsen 1984; Riese 1988;
Grube 1989; Iglesias y Lacadena 2003; Lacadena e Iglesias 2005). Epigráfica-
mente hablando, Machaquilá es un sitio de Clásico Tardío-Terminal.

UN PROBLEMA, DOS PREGUNTAS Y VARIAS HIPÓTESIS

Sin embargo, pese a esta estrecha correspondencia entre la información ar-


queológica y epigráfica en el sitio de Machaquilá, hay evidencias de que la di-
nastía y el reino de Machaquilá son, en realidad, mucho más antiguos. Como ha
sido advertido hace tiempo, en las Estelas 1 y 2 de Tres Islas (Fig. 14), un pe-
queño sitio sobre el río Pasión situado a 20 km al suroeste de Machaquilá, se men-
ciona a un gobernante de Machaquilá, llamado Yax ... K’inich15, asociado a la fe-
cha 9.2.0.0.0 (475 d.C.), en el Clásico Temprano (Demarest y Fahsen et al. 2003;
Mathews 1985; Mathews y Willey 1991; Tomasic y Fahsen 2004). Es interesan-
te hacer notar que Yax ... K’inich es presentado como el decimonoveno sucesor de
su dinastía, lo que remontaría la antigüedad de Machaquilá a finales del Preclásico
Tardío (Tomasic y Fahsen 2004: 823). La evidencia de las estelas de Tres Islas in-
dica con claridad que el reino de Machaquilá ya existía en el Clásico Temprano.
El problema está planteado: aunque por claras evidencias epigráficas el reino de
Machaquilá es de gran antigüedad, nos encontramos que la capital del Clásico
Tardío-Terminal no es la misma que la de Clásico Temprano, no puede serlo. Los
reyes de Machaquilá del Clásico Temprano tuvieron necesariamente otro asiento
urbano como capital, distinto al Machaquilá de Clásico Tardío que ahora cono-
cemos. Dos son, entonces, los interrogantes que nos plantea esta situación: en pri-
mer lugar, qué pudo impulsar a la dinastía reinante de Machaquilá a cambiar de
ubicación su capital; en segundo lugar, dónde se encontraba la primera capital.

15
Tomasic y Fahsen (2004) leen el nombre de este gobernante como Yax Te’ K’inich. Aunque el se-
gundo signo efectivamente parece representar un árbol o una planta, sin embargo no es el logograma TE’
árbol’. Por el momento, hasta encontrar nuevos datos, preferimos transcribir esta secuencia de su nombre
con puntos suspensivos.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 167

Fig. 14.—Estela 2 de Tres Islas (boceto de I. Graham, en Tomasic y Fahsen 2004).


168 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

Con respecto al porqué del cambio de capitalidad, no disponemos de eviden-


cias directas que señalen de manera clara e inequívoca las razones del mismo.
Ningún texto de Machaquilá conocido hasta la fecha nos ofrece indicios acerca de
cuál fue el acontecimiento que impulsó a la dinastía de Machaquilá a reubicar a
comienzos del Clásico Tardío la capital de su reino. Podemos especular con muy
distintos escenarios y procesos —políticos, económicos, sociales, religiosos— de-
trás de esta decisión: quizá la sucesión real vino a recaer en otra rama dinástica
que tenía su asiento en el sitio moderno de Machaquilá —posiblemente hasta en-
tonces poco más que una aldea vinculada a un asentamiento noble rural— y ter-
minó construyendo alrededor suyo el complejo urbano que ahora vemos; quizá
ciertos condicionantes ecológicos hicieron de alguna manera inviable la ocupación
o supervivencia de la capital antigua, lo que motivó el traslado de la Casa Real y
la Corte a zonas más favorables; quizá determinadas transformaciones económi-
cas y comerciales de la región aconsejaron el traslado de la ciudad a un lugar más
adecuado desde donde poder desarrollar las tareas de control administrativo y eco-
nómico. A falta de la información pertinente, todos estos escenarios son, en prin-
cipio, igualmente posibles. No obstante, existe otra posible motivación que nos
parece interesante explorar como hipótesis, motivación que podría estar avalada
por la evidencia textual. Para entender los fundamentos en los que se sustenta esta
hipótesis, necesitamos retroceder a los comienzos de la segunda mitad del siglo VII
d.C., a los dos o tres katunes inmediatamente anteriores a la aparición de actividad
pública en Machaquilá y contemplar el panorama político de la región del río Pa-
sión (Fig. 15).
A mediados del siglo VII la región del río Pasión se vio afectada por una serie de
acontecimientos políticos de gran importancia, en el trasfondo de la larga compe-
tencia de dos grandes reinos hegemónicos del periodo Clásico, Calakmul y Tikal,
quienes habrían encontrado en la pugna por el control político de la zona un nuevo
motivo para el enfrentamiento armado. Aunque todavía son muchos los detalles que
se nos escapan, conocemos a grandes rasgos los principales acontecimientos ocu-
rridos gracias a unas fuentes epigráficas contemporáneas ricas en la mención de
eventos, actores, lugares y fechas, que se han enriquecido recientemente con el des-
cubrimiento de nuevos textos, como los escalones faltantes de la Escalinata Jero-
glífica 2 de Dos Pilas, centrados, precisamente, en este periodo (Fahsen 2002). La
historia política de la zona del río Pasión ha sido progresivamente reconstruida a lo
largo de las últimas dos décadas, a la par que se iban produciendo los hallazgos ar-
queológicos de nuevas inscripciones y los avances en el desciframiento de la es-
critura jeroglífica maya (Boot 2002; Demarest y Fahsen 2003; Fahsen 2002; Fahsen
y Demarest 2001; Fahsen et al. 2003; Guenter 2002, 2003; Houston 1993; Martin y
Grube 2000; Mathews 1985; Mathews y Houston 1985; Mathews y Willey 1991;
Schele y Freidel 1990; Schele y Grube 1994, 1995).
A mediados del siglo VII la región del río Pasión se había convertido en esce-
nario de confrontación inevitable entre Calakmul y Tikal. Por un lado, Tikal con-
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 169

Fig. 15.—Sitios arqueológicos del área del río Pasión: 1. Dos Pilas; 2. Arroyo de Piedra; 3. Tamarindito; 4.
El Excavado; 5. Aguateca; 6. El Pato; 7. El Chorro; 8. El Pabellón; 9. Altar de Sacrificios; 10. Itzan; 11. La
Amelia; 12. El Caribe; 13. Aguas Calientes; 14. El Chapayal; 15. Atonal; 16. Ceibal; 17. El Cedral; 18. Ma-
chaquilá; 19. La Reforma III; 20. Tres Islas; 21. Cancuén; 22. Chinaha; 23. Punta de Chimino. En mapa in-
sertado: A. Tikal; B. Naranjo; C. Calakmul (Houston 1993: Fig. 2-1).

trolaba buena parte de la región desde Dos Pilas, un pequeño reino de nueva fun-
dación segmentado del gran reino de Tikal, gobernado por uno de sus príncipes de
sangre real, Bajlaj Chan Kawiil, hijo de K’inich Muwaan II, rey de Tikal (Houston
1993; Martin y Grube 2000). Calakmul, por su parte, gobernado por Yuhkno’m
Ch’e’n II, en su imparable expansión, había extendido sus redes de influencias has-
ta el lejano reino de Cancuén, en el curso alto del Río Pasión, cuyos reyes, ya hacia
656 d.C. le reconocen supremacía en sus ceremonias de entronización (Martin y
Grube 1994, 1995, 2000; Schele y Grube 1994). El conflicto armado no tardó en
llegar, con suerte adversa inicial para Tikal: Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul ata-
có Dos Pilas en 650 d.C. y el propio Tikal en 657 d.C., forzando, primero, en ambos
170 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

casos, el exilio de sus reyes (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Mar-
tin y Grube 2000; Schele y Grube 1994) y, después, un acuerdo de sumisión de am-
bos a Calakmul, posiblemente consistente en el reconocimiento del joven Yihch’a-
ak K’ahk’, heredero al trono de Calakmul, como futuro soberano (Guenter 2002,
2003). Es en este momento cuando se produce un hecho de gran importancia para el
futuro de la región del río Pasión: B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas decide cambiar
de facción, incorporándose abiertamente al bando de Calakmul, e iniciando con ello
lo que algunos investigadores han descrito como guerra civil fratricida entre dos
miembros del linaje real de Tikal, B’ajlaj Chan K’awiil, rey en Dos Pilas, y Nu’n
Jol Chaahk, rey en Tikal, ambos reclamando el título de k’uhul Mutu’l ajaw ‘rey
sagrado de Mutu’l’ (Tikal) (Guenter 2002; Houston 1993; Martin y Grube 2000).
En su nuevo papel de aliado militar de Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, Bajlaj
Chan K’awiil no sólo se mantuvo como rey de Dos Pilas sino que prosperó, ini-
ciando la que luego iba a convertirse durante tres generaciones dinásticas más en
una continua expansión, producto de una hábil estrategia que sabía combinar las
alianzas políticas con las intervenciones militares (Houston 1993; Martin y Grube
2000). Uno de los primeros éxitos en la guerra lo obtuvo venciendo a Tab’ Joloom,
rey de Kob’an, en el 662 d.C.
Es en este momento cuando se produce un acontecimiento de relevancia para
Machaquilá, ocurrido en 9.11.11.9.17 9 Kab’an 5 Pop, el 20 de febrero de 664
d.C., dos años después de la victoria sobre Kob’an. El acontecimiento es narrado
en la Escalera Jeroglífica 2 de Dos Pilas, la crónica más detallada de lo sucedido
en esta época, en cuya Sección Este, Escalón 1 dice (Fig. 16):

IX-‘KAB’AN’ V-K’AN-JAL-wa chu-ka-ja TAJ-MO’-o AJ-T174-# u-


B’AK-[ki] b’a-la-ja CHAN-na K’AWIL-la K’UH-MUT-la-AJAW-wa
b’a-ka-b’a

9 Kab’an 5 K’anjal[a’]w chu[h]kaj Taj[al] Mo’ aj[‘machaquilá’] ub’aak


B’a[j]laj Chan K’awiil K’uh[ul] Mut[u’]l Ajaw, B’a[ah] Kab’

‘(en) 9 Kab’an 5 Pop fue capturado Tajal Mo’, el de Machaquilá, el cautivo


de B’ajlaj Chan K’awiil, rey sagrado de Mutu’l, Príncipe de la Tierra’.

Fig. 16.—Dos Pilas, Escalera Jeroglífica 2, Sección Este, Escalón 1 (dibujo de S.D. Houston).
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 171

Si bien el segundo signo del compuesto glífico del topónimo del que se deri-
va el gentilicio se encuentra erosionado en la inscripción, hay consenso unánime
por parte de los epigrafistas de que se trata del nombre de Machaquilá (Demarest
y Fahsen 2003; Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Houston 1993;
Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994).
Aunque Tajal Mo’ no aparece mencionado con el título real y por tanto no pa-
rece ser el rey contemporáneo de Machaquilá, y aunque desconocemos, incluso, si
Tajal Mo’ refleja el nombre de un personaje o la denominación de un rango mi-
litar o cortesano, lo cierto es que su captura en batalla supuso un enorme prestigio
para el rey B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas; tanto, que lo incorporó en varias
ocasiones como título —ucha’n Tajal Mo’ ‘el guardián de Tajal Mo’— en su
cláusula nominal en sus inscripciones monumentales (Fahsen et al. 2003: 693;
Guenter 2003; Houston 1993). Que la captura de Tajal Mo’ proporcionara pres-
tigio a Bajlaj Chan K’awiil refuerza la idea de que el erosionado topónimo co-
rresponde efectivamente con Machaquilá y no con un oscuro reino de nombre pa-
recido: el prestigio derivado de esta victoria obedecería, muy probablemente, a
que Dos Pilas, un reino nuevo, habría derrotado a Machaquilá, uno de los reinos
más antiguos de la región.
Tras la derrota en ese primer encuentro en el campo de batalla entre Dos Pilas
y Machaquilá, los dirigentes de Machaquilá debieron enfrentarse al dilema de
cómo sobrevivir al empuje de un agresivo Dos Pilas amparado bajo la égida de
Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul. El reino de Machaquilá se encontró de pronto
en medio de las pinzas de una tenaza que amenazaba con cerrarse (ver Figura 15):
por un lado, Dos Pilas, alineada con Calakmul, había demostrado tener capacidad
de atacarlo y vencerlo desde la zona norte del río Pasión; por otro lado, un Can-
cuén sumiso también a Calakmul le amenazaba desde el sur16. Siendo sumamen-
te improbable que Bajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas hubiera actuado en esa épo-
ca sin la aprobación del rey Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, es posible que su
ataque a Machaquilá sugiera que esta última militaba en ese tiempo en el bando
de Tikal. Aunque en la época en que se produce el ataque de Dos Pilas la facción
de Nu’n Jol Chaahk de Tikal no estaba, ni mucho menos, vencida, y, de hecho,
consiguió derrotar y expulsar a B’ajlaj Chan K’awiil de su propia capital de Dos
Pilas en 672 d.C. (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Martín y Grube 2000; Sche-
le y Grube 1994), es posible que Machaquilá sintiera peligrar su supervivencia al
encontrarse en pleno frente de guerra, en una posición geográfica desfavorable.
Cinco años después de su victoria sobre B’ajlaj Chan K’awiil, Tikal perdió nue-
vamente Dos Pilas en 677 d.C. —que recuperó B’ajlaj Chan K’awiil con la ayu-
da de Calakmul—, quedando definitivamente despojada de toda pretensión de
control efectivo sobre el río Pasión; dos años después, en 679 d.C., sobrevino el

16
Un nuevo rey de Cancuén reconoce la supremacía de Calakmul en su entronización en 677 d.C.
(Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994).
172 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

descalabro definitivo de Tikal, tras una matanza perpetrada por el ejército de


Dos Pilas, posiblemente con ayuda de Calakmul (Houston 1993; Martin y Grube
2000). Los dirigentes de Machaquilá debieron considerar que el enfrentamiento
directo con Dos Pilas, la resistencia a ultranza, era una postura suicida. Se habría
optado, entonces, por la retirada y el abandono de los territorios más expuestos y
la búsqueda y creación de un nuevo asentamiento urbano más resguardado —por
la distancia y por las características defensivas del terreno— del radio de acción
de Dos Pilas, buscando alejarse de la zona de conflicto.
Vista esta situación política de la región del río Pasión en la época inmediata-
mente anterior a la ocupación arqueológica de Machaquilá y basados en la eviden-
cia que ofrece el posible ataque de Dos Pilas a Machaquilá en el año 664 d.C., su-
gerimos, entonces, como hipótesis de trabajo, que el traslado de la capital de
Machaquilá a su actual ubicación se debió al interés de los gobernantes de la dinastía
de poner a salvo su capital ante la expansión de Dos Pilas. El traslado de la capital se
habría producido en algún momento del periodo de cuarenta y cinco años que me-
dian entre el 664 d.C., año de la presunta derrota frente a Dos Pilas, y el 711 d.C.,
año de la primera estela fechada epigráficamente en Machaquilá. Posiblemente el
rey Sihyaj K’in Chaahk I, padre de Etzn’ab’ Chaahk, quien gobernó con seguridad
antes del 711 a.C. —o su antecesor inmediato, cuyo nombre aún desconocemos—
habría sido el encargado de tomar la decisión de trasladar la capital del reino y di-
señar la estrategia de reubicación y planificación de la nueva ciudad, eligiendo
para ello un espacio totalmente nuevo, sin ocupación urbana anterior significativa,
ubicando el nuevo palacio y el núcleo de los edificios públicos administrativos y ri-
tuales tras las defensas naturales proporcionadas en el flanco norte por un brazo del
río Machaquilá y en los flancos este y oeste por grandes cerros dolomíticos.
Acerca de dónde pudo estar ubicada la primera capital, son varias las posibili-
dades17. Es evidente que nos ayudaría a localizar la ubicación de la capital original
el conocer con certeza la causa de su traslado. Así, por un lado, si la causa del cam-
bio de capital de Machaquilá obedeció en realidad a cuestiones de sucesión di-
nástica o a motivos económicos o comerciales, en realidad cualquier ciudad de los
alrededores del yacimiento moderno puede ser la candidata. En este sentido, el si-
tio de San Luis Pueblito, un sitio arqueológico situado al noreste de Machaquilá se-
ría una posibilidad a tener en cuenta (Juan Pedro Laporte, comunicación personal,
2004): San Luis Pueblito cuenta con una fuerte ocupación de Clásico Temprano,
incluyendo una acrópolis, juegos de pelota y calzadas, y se tiene noticia de que
17
En realidad, el primer sitio en el que deberíamos pensar es en Tres Islas, ya que ofrece la primera
mención en inscripciones monumentales del Glifo Emblema de Machaquilá. Sin embargo, no parece ser el
sitio buscado por carecer de la entidad necesaria: aunque hay restos de unas pocas construcciones aisladas
(Tomasic y Fahsen 2004; Tomasic et al. 2005) difícilmente se puede considerar Tres Islas un centro urba-
no (Mathews y Willey 1991). Por las características del sitio y el contenido de las inscripciones del grupo
de tres estelas, Tres Islas más parece un antiguo enclave fronterizo entre los reinos de Machaquilá y Can-
cuén.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 173

contó con monumentos públicos —desgraciadamente hoy saqueados. Pero, por


otro lado, si el cuadro histórico que hemos hipotetizado es correcto, es decir, si el
abandono de la primera capital se debió a un desequilibrio y reestructuración del
poder político en la región del Pasión materializado en la amenaza representada
por el nuevo reino de Dos Pilas, esa primera capital debió, entonces, haber estado
más cerca del río Pasión, lo suficiente como para haber quedado expuesta a su ac-
ción militar. Dado que el posible ataque de Dos Pilas a Machaquilá de 664 d.C. se
sitúa en los comienzos del reino de Dos Pilas, cuando su capacidad militar y su ra-
dio de acción eran más limitados —las campañas de larga distancia de Dos Pilas
como la que derrotó a Yaxchilán o a Motul de San José no se producen sino hasta
dos generaciones más tarde, en el reinado de K’awiil Chan K’inich (Houston
1993; Martin y Grube 2000)—, la capital temprana de Machaquilá debió haber es-
tado más próxima a Dos Pilas de lo que estuvo más tarde. El asentamiento original,
entonces, habría que buscarlo hacia el oeste de la ubicación de la ciudad tardía, en
las cuencas del curso bajo de los ríos Machaquilá-Santa Amelia o Poxte-San
Juan, cercano a sus desembocaduras en el Río Pasión, en el área comprendida en-
tre Ceibal o El Cedral por el norte y Tres Islas por el sur.
En cualquier caso, no cabe duda de que la decisión de cambiar de capital y la
elección del nuevo asentamiento fueron acertadas. A salvo de la depredación de
Dos Pilas, la nueva Machaquilá sobrevivió durante doscientos años más, hasta el
colapso final del Periodo Clásico, manteniendo su independencia —salvo un
breve periodo de dominación por Cancuén (Demarest y Fahsen 2003; Fahsen y
Demarest 2001)— y desarrollando una suficiente capacidad militar como para so-
meter por las armas a reinos de alrededor —como nos cuentan los títulos de
uchan ‘el guardián de’ que ostentan los reyes de Machaquilá—, algunos tan dis-
tantes como Motul de San José, en la región del lago Petén Itzá, y convirtiéndose
en el centro de florecimiento de una escuela de artesanos al servicio de la Casa
Real de extraordinaria calidad. Casi un siglo después de la desafortunada captura
de Tajal Mo’ en el 664 d.C., en el año 761 d.C. los reyes de Machaquilá pudieron
contemplar, desde su nueva ciudad, la caída, esta vez, de la capital del reino de
Dos Pilas y la huida de su rey y su Corte a la vecina Aguateca —una historia pa-
ralela a la suya propia—, el ataque y destrucción por el fuego de Aguateca unas
décadas más tarde (Vid. Inomata 2004). y la descomposición final en pequeños te-
rritorios gobernados por reyezuelos (Houston 1993; Martín y Grube 2000; Mat-
hews y Willey 1991) del que fuera un día poderoso reino de Dos Pilas.

CONCLUSIONES

Los estudios de la antigüedad han dejado huella de la existencia de sociedades


urbanas que se desarrollaron con gran rapidez, sin precedentes establecidos de
manera previa y, en ocasiones, incluso sin disponer de modelos urbanos sobre los
174 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

cuales construir y en los que inspirar los centros de nueva creación. Algunas de
estas nuevas ciudades se levantaron en ambientes culturales circunscritos, y
muestran una coherencia con las poblaciones que ocuparon tales ambientes con
anterioridad; otras, simplemente parecen haber surgido de la nada, sin que se les
puedan asignar unos antecedentes claros. Unas y otras, en cualquier caso, consti-
tuyen un trascendente desafío metodológico y teórico para la interpretación an-
tropológica, y su estudio tiene interés por las decisiones políticas, económicas,
ideológicas y sociales de aquellos agentes, individuales y colectivos, que intervi-
nieron en tales actos de fundación urbana.
La investigación reciente en Machaquilá remite a que esta ciudad fue fundada
en la ubicación que actualmente conocemos en algún momento del Clásico Tar-
dío; quizás, tal y como indica el estudio epigráfico, a fines del siglo VII d.C, y per-
maneció ocupada a inicios del Clásico Terminal hasta que fue abandonada con
toda seguridad en tiempos posteriores a la segunda mitad del siglo noveno. La
transición del Clásico Tardío al Clásico Terminal parece haber protagonizado una
transformación importante que, como hemos analizado, incluyó cambios arqui-
tectónicos tanto de tipo técnico como decorativo y de concepción espacial (Ciu-
dad y Lacadena 2006). Esta ubicación cronológica queda contrastada por los re-
pertorios cerámicos obtenidos, los cuales corresponden a Tepeu 2 y 3, y
representan a los complejos Siltok e Ixmabuy de Clásico Tardío y Clásico Ter-
minal.
Sin embargo, las referencias epigráficas procedentes de otros sitios de la re-
gión del Pasión, en concreto de Dos Pilas, Tres Islas y Cancuén, mencionan la
existencia del reino de Machaquilá varios siglos antes, quizás incluso desde fi-
nales del Preclásico Tardío y, con seguridad, en el Clásico Temprano. Los muy
escasos fragmentos de cerámica que se han encontrado pertenecientes a estos pe-
riodos indican, a lo sumo, la existencia de una pequeña aldea rural establecida con
anterioridad en el lugar.
Carecemos por el momento de evidencias que determinen los antecedentes, lo-
cales o regionales, de esta ciudad. Su tamaño, complejidad arquitectónica y so-
portes propagandísticos en forma de esculturas arquitectónicas, estelas y altares,
hacen pensar que tal fundación fue un acto político deliberado, que requirió de un
ingente esfuerzo energético y un amplio consenso social. Aunque la vida y la evo-
lución de las ciudades han sido fenómenos muy analizados en arqueología, los es-
tudiosos coinciden en la dificultad que encierra conocer por qué y cómo se funda
un nuevo centro urbano (Houston et al. 2003).
El estudio de los materiales arqueológicos, de los contextos, de la arquitectu-
ra y de la escultura que hemos llevado a efecto, remiten a la fundación de Ma-
chaquilá con estatus de ciudad en algún momento del Clásico Tardío, pero no des-
velan el origen de sus fundadores: su fisonomía urbana se aleja de antecedentes
definitorios del Sureste de Petén (Laporte 2003), en especial la ausencia del Gru-
po E, de conjuntos tipo acrópolis y de juego de pelota, aunque presenta afinidades
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 175

arquitectónicas y de decoración escultórica con centros como San Luis Pueblito o


El Chal. También se asemeja en ciertos rasgos a sitios ubicados en la cuenca del
Pasión, en especial con Cancuén, como hemos tenido ocasión de señalar en este
ensayo. En consecuencia, la arqueología practicada en Machaquilá no ha sido ca-
paz, hasta el momento de asignar con suficiente fiabilidad sus antecedentes.
El registro epigráfico no asegura que el primer gobernante documentado en el
sitio, Etz’nab’ Chaahk, quien controlaba el núcleo urbano y su territorio en 711
d.C., o, quizás incluso su padre, Sihyak K’in Chaahk I, que lo pudo hacer en el
672 o en el 692 d.C., fueran agentes decisivos en la fundación de la ciudad de
nuestro interés, pero sí incita a pensar que ésta no sólo es consecuencia de pro-
cesos inconscientes encadenados anteriores, sino la decisión de agentes cualifi-
cados, seguramente procedentes de centros circundantes: una tarea importante en
este sentido es determinar qué centro/s están en el origen de tal decisión18. Hemos
argumentado la posibilidad de que el traslado de la capital de Machaquilá a su ac-
tual ubicación se haya debido al interés de los gobernantes de la dinastía de poner
a salvo su capital ante la expansión de Dos Pilas.
Sea como fuere, la fundación de Machaquilá se puede considerar como un he-
cho histórico, en absoluto ajeno a los procesos que se producen en diversas ciu-
dades mayas (Houston et al. 2003) y mesoamericanas (Marcus y Flannery 1996),
en el que un individuo de una autoridad, carisma y persuasión especial posibilitó
su fundación a través del patrocinio y promoción de un nuevo asentamiento. En
este sentido, y como podemos observar con claridad en distintos ensayos que con-
tiene el presente volumen, tal fundación se aleja del modelo de otras fundaciones
comunes en las Tierras Bajas Mayas: en terminología de Arlen y Diana Chase,
con la que parecen estar de acuerdo los distintos investigadores que participan en
este volumen, en muchas ciudades mayas se produjo primero una fundación ide-
ológica y, por regla general bastante separado en el tiempo, después una funda-
ción dinástica de la ciudad maya. Es posible que esta sucesión de acontecimientos
pudiera ocurrir con el establecimiento del primer reino de Machaquilá —aquel
que data del Preclásico Tardío o del Clásico Temprano—, pero no con el caso que
nos ocupa de la ciudad arqueológica de Machaquilá, en la que parece haberse pro-
ducido una confluencia en su fundación ideológica y en su refundación dinástica.
Dada la naturaleza y la organización sociopolítica maya y la etapa en que se
produce este fenómeno —la segunda mitad del Clásico Tardío—, no creemos po-
sible este tipo de fenómenos sin que estuviera involucrada la institución del rei-
nado; el k’ujul ajaw, la familia real y su corte; sin este impulso del rey y de la cor-
te no se hubiera conjugado la fuerza necesaria para movilizar desde su lugar de
origen a la población y reemprender proyectos monumentales de construcción
que, a su vez, pudieron ser esenciales para consolidar las jerarquías sociales en el
nuevo asentamiento. Sin este impulso real parece imposible la fundación de una
18
También puede ser un acto colectivo aunque la explicación es más difícil (Southall 1998).
176 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO

ciudad compleja ex novo y/o su relocalización y su posterior mantenimiento


(Ciudad e Iglesias 2003; Inomata y Houston 2001; Marcus 1983; Webster 2001;
Webster y Sanders 2003).
En consecuencia, y siguiendo a Houston et al. (2003; véase Luttwak 1976),
consideramos el caso concreto de la fundación del sitio arqueológico de Macha-
quilá como una estrategia real, vista ésta como un conjunto de acciones cultural-
mente condicionadas e históricamente variables que, en el pasado, fueron aplica-
das por los monarcas a lo largo del mundo a sus sujetos, aliados y enemigos. La
«autoridad moral» de los reyes sagrados en el área maya pudo ser un agente
fundamental en el origen de Machaquilá: la brusquedad con que se fundó la ciu-
dad difícilmente puede ser explicada en términos exclusivamente ecológicos,
aunque es cierto que Machaquilá está rodeada de zonas de bajos que pueden
ofrecer una gran fertilidad, y que se emplaza en las orillas de un arroyo que pro-
porciona agua a lo largo de todo el año, así como que parece haber restos de can-
teras de piedra caliza para la construcción en sus aledaños, lo cual puede ser un in-
centivo, así como la fácil comunicación a través del río con los centros del Pasión
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9
PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN
DE CIUDADES MAYAS: EVALUANDO LA EVIDENCIA
EN LAS TIERRAS BAJAS DEL NORTE

Rafael COBOS
Universidad Autónoma de Yucatán

En el mundo preindustrial las ciudades fueron el resultado de largos y com-


plejos procesos sociales y, por lo tanto, no emergieron súbitamente como atina-
damente señala Cowgill (2003: 10). A diferencia del mundo moderno, en donde
ciudades como Brasilia o Cancún fueron intencionalmente creadas en menos de
una generación, en el mundo preindustrial, y particularmente en Mesoamérica,
ninguna comunidad del pasado parece haber propuesto, planeado o programado la
creación de ciudades. En pocas palabras, cuando echamos una mirada al pasado y
al contado número de ciudades existentes en el Nuevo Mundo, notamos que nin-
gún grupo de individuos mediante un acto de prestidigitación u otra destreza de
espontaneidad se «sacaron del sombrero» una ciudad. Además, la evidencia su-
giere que, por lo menos, tuvieron que haber pasado tres o cuatro generaciones an-
tes de que se creara una ciudad en una región y momento determinado.
De acuerdo a Rowe (1967: 295), Sjoberg (1973: 19-20) y Wirth (1999: 148),
las ciudades se definen tomando en cuenta su numerosa población que vive per-
manentemente en un asentamiento extenso, donde individuos socialmente hete-
rogéneos se dedican a una variedad de actividades que demandan habilidades es-
peciales tanto en la agricultura como en tareas no agrícolas. Además, existe en las
ciudades una gran burocracia administrativa y miembros de la elite ubicados en
los altos estratos sociales. Por lo tanto, las acciones socio-culturales que pro-
mueven el incremento de la población, la residencia permanente y la aparición de
una jerarquía social se asocian con el urbanismo. Sin embargo, para que dichas
acciones se traduzcan en urbanismo y que éste, a su vez, se traduzca en una ciu-
dad requiere que se identifiquen cuáles fueron los procesos que promovieron el
aumento de la población, la residencia continua y duradera y la heterogeneidad
social.
Algunos historiadores, antropólogos sociales, sociólogos, economistas urba-
nos, geógrafos y arqueólogos han explicado la existencia de ciudades como el re-

181
182 RAFAEL COBOS

sultado de «la búsqueda de objetivos políticos, religiosos y comerciales» (Cowgill


2003: 4). Una explicación contraria a la expresada por los anteriores científicos
sugiere que las ciudades fueron planeadas, es decir, fueron «inventadas delibera-
damente» ya que la calidad de las construcciones e infraestructura de un asenta-
miento atrajo a una gran cantidad de individuos (Cowgill 2003: 4; ver también
Betz 2002). Ya sea como resultado de la búsqueda de objetivos precisos, o un
simple acto maquiavélico de invención deliberado, el núcleo o centro cívico-ce-
remonial de cualquier ciudad se convierte en un primer elemento importante de
análisis para comprender las causas que dieron lugar al proceso de urbaniza-
ción.
En Mesoamérica, arqueólogos e historiadores han reconocido la existencia de
ciudades que fueron fundadas en diferentes ambientes. La fundación de estas ciu-
dades fue el resultado de los procesos de urbanización que ocurrieron varias ve-
ces, aunque no necesariamente ni en el mismo lugar ni al mismo tiempo. Además,
cuando rastreamos las huellas físicas o restos materiales de los diferentes procesos
de urbanización en Mesoamérica, este procedimiento nos lleva forzosamente a tra-
tar de comprender la manera en la cual agricultores y no-agricultores se congre-
garon para residir de forma permanente en la misma comunidad y, además, con-
figurar el espacio para ser utilizado tanto en áreas para la construcción de una
arquitectura compleja cubierta de estuco, como la zonificación estratificada del te-
rreno empleado para el cultivo agrícola. La combinación entre las áreas con ar-
quitectura compleja cubierta de estuco y las zonas verdes utilizadas para la agri-
cultura, y otras actividades no necesariamente agrícolas, dio como resultado un
imponente paisaje urbano en las ciudades que se crearon en el centro de México,
Valle de Oaxaca y zona maya.
En las Tierras Bajas Mayas, los restos silenciosos de las, otrora, urbes ruido-
sas y bulliciosas son testigos de la estrecha relación que debió de haber existido
entre el centro de la ciudad y la periferia con los campos agrícolas (Ciudad e Igle-
sias 2001: 18). Por lo tanto, el centro del asentamiento y sus zonas verdes abren
una ventana para analizar e intentar explicar los procesos que operaron para la
fundación o reubicación de las ciudades en el Norte de la Península de Yucatán.

FUNDACIÓN DE CIUDADES MAYAS EN LAS TIERRAS


BAJAS DEL NORTE

Las Tierras Bajas Mayas del Norte comprenden la porción septentrional de la


Península de Yucatán y es un área por lo general plana, aunque una pequeña se-
rranía se levanta no más de 100 metros sobre el nivel natural del terreno. El es-
pacio geográfico que ocupan las Tierras Bajas Mayas del Norte está dominado por
una planicie cárstica (Duch 1988). Cuando consideramos a la planicie cárstica con
otros elementos naturales como son el suelo, la vegetación y el agua, el paisaje o
PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN DE CIUDADES MAYAS... 183

Fig. 1.—Ubicación de Dzibilchaltún, Cobá, Mayapán, Chichén Itzá y otras ciudades en las Tierras
Bajas Mayas del Norte.

entorno geográfico de las Tierras Bajas Mayas del Norte se torna particularmen-
te interesante, ya que se distinguen con claridad siete distritos fisiográficos: (1) la
zona costera, (2) el distrito de Mérida, (3) el distrito de Chichén Itzá, (4) el distrito
de Cobá, (5) el distrito del Puuc o Sierrita de Ticul, (6) el distrito de Bolonchén, y
(7) el distrito de Río Bec (Duch 1988, 1991; Dunning et al. 1998; Wilson 1980).
Sin embargo, de estos siete distritos fisiográficos mencionados solamente en tres
de ellos —Mérida, Chichén Itzá y Cobá— se reporta la existencia de ciudades que
surgieron en diferentes momentos y ambientes del heterogéneo paisaje de Yuca-
tán.

Distrito Fisiográfico de Mérida. Este distrito comprende la porción Noroc-


cidental de la Península de Yucatán y presenta un relieve bajo con pequeñas de-
presiones y abundantes cenotes. Exhibe una zona de terreno pedregoso con poco
suelo, en donde el patrón topográfico que predomina presenta «formas planas,
cóncavas y convexas alternadas, pero con declives y desniveles mucho más con-
trastados» (Duch 1988: 284; ver también Garza y Kurjack 1981: 19-20; Wilson
1980: 7). Sabemos con seguridad de la existencia de dos ciudades en este distrito
fisiográfico, Dzibilchaltún y Mayapán.
A partir de 600 d.C. Dzibilchaltún experimentó un rápido crecimiento pobla-
cional y una súbita actividad constructiva que lo convirtieron en el asentamiento
184 RAFAEL COBOS

urbano más importante del Noroeste de Yucatán a fines del siglo VIII y durante el
siglo IX de nuestra era (Andrews IV y Andrews V 1980; Andrews V 1981; Kur-
jack 1974). Este crecimiento poblacional y arquitectónico se asocia con las fases
temprana y tardía del complejo cerámico Copó 1, datadas entre 600 y 830 d.C.,
habiéndose ubicado el núcleo central de Dzibilchaltún en los alrededores del ce-
note Xlacah. A partir de este centro la población se distribuyó espacialmente
creando un paisaje arquitectónico compuesto por grupos arquitectónicos y calza-
das. Aparentemente, tres o cuatro generaciones que poblaron Dzibilchaltún des-
pués de 600 d.C. sentaron las bases para convertir a esta comunidad en una de las
ciudades más pobladas y extensas del Norte de Yucatán, alcanzando una exten-
sión de aproximadamente 19 km2 (Andrews V 1981: 326-329).
No lejos del límite Sur del distrito fisiográfico de Mérida se encuentra Maya-
pán. El arreglo interno de esta ciudad del período Posclásico muestra un asenta-
miento que cubre una extensión de casi 4 km2, y tiene registradas más de 3.500
estructuras de diferentes características. Mayapán presenta una forma concéntri-
ca y compacta, y parte del arreglo interno de esta urbe se caracteriza por la pre-
sencia de conjuntos de templos, los cuales definen los rasgos particulares de la
ciudad (Cobos 2002). Aparentemente, en Mayapán pudo haber residido una po-
blación entre 12.000 y 15.000 habitantes cuando, durante el siglo XIV y la prime-
ra mitad del siglo XV, alcanzó su máximo apogeo. De acuerdo a los escritos his-
tóricos del siglo XVI del obispo español Diego de Landa (1959: 13), la ciudad de
Mayapán se fundó cuando el personaje mítico-histórico denominado Kukulkán y
señores naturales poblaron esta ciudad.

Distrito Fisiográfico de Chichén Itzá. Se localiza en la planicie cárstica


del centro-norte de la península de Yucatán que se eleva unos 25 m.s.n.m. (Duch
1991: 20-22). Los cenotes, rejolladas y bancos de material de carbonato de calcio
son los rasgos fisiográficos dominantes en la planicie cárstica de esta parte de la
península (Duch 1988, 1991: 163-165; Wilson 1980: 7). Sabemos con seguridad
de la existencia de Chichén Itzá como ciudad.
En los inicios del siglo VIII de nuestra era, un aparente espacio vacío locali-
zado al sureste de Izamal, suroeste de Ek’ Balam y al norte de Yaxuná fue ocu-
pado por individuos que se establecieron en un asentamiento que reconocemos
hoy día como Chichén Itzá. Estos primeros pobladores aprovecharon las fuentes
de agua potable, suelos de uso agrícola y canteras para la obtención de materiales
de construcción que se encuentran distribuidos en un vasto sector del asenta-
miento de Chichén Itzá, y no se concentran en una sola área. Sin lugar a dudas, la
distribución espacial de esos elementos fisiográficos jugó un papel importante y
determinante en la construcción y arreglo interno de la ciudad.
A partir de 700 d.C. Chichén Itzá fue el escenario de un rápido proceso de po-
blamiento y actividad constructiva el cual tuvo como centro el Complejo de las
Monjas. El incremento de la población y actividad constructiva continuó durante
PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN DE CIUDADES MAYAS... 185

los siguientes 200 o 250 años, y nuevos grupos arquitectónicos fueron construidos
en la periferia del mencionado complejo arquitectónico. A partir del 900 d.C.,
Chichén Itzá se transformó en una ciudad y capital regional, y su centro cambió
del Complejo de las Monjas hacia la Gran Plataforma.
En varios trabajos he argumentado que Chichén Itzá presentó en el sitio una
fase de ocupación temprana y otra tardía. La fase temprana tuvo su propio com-
ponente cerámico, y el asentamiento se caracterizó por poseer grupos arquitectó-
nicos formados por templos, altares, estructuras de crujías alargadas, columnatas
y patios-galería como son el Grupo de la Serie Inicial y el Grupo del Suroeste.
Asimismo se encuentran asociados a la cerámica y grupos arquitectónicos tem-
pranos diversos textos jeroglíficos fechados para el siglo IX d.C. Durante la fase
temprana de ocupación de Chichén Itzá (Braswell 1997; Cobos 1998) tuvo lugar
la llegada de navajas de obsidiana de Ucareo, Michoacán, en el occidente de Mé-
xico y discos de turquesa de la región de Chalchihuites en noroeste de México
(Cobos 2001, 2003).
La fase tardía de ocupación de Chichén Itzá se caracteriza por su particular
componente cerámico, y por un cambio de la zona central del sitio que será en-
tonces la Gran Nivelación; las edificaciones tanto del centro como de la periferia,
se definen por presentar grupos arquitectónicos formados por templos, altares y
patios-galería. A la ciudad continuó llegando obsidiana de Ucareo y turquesa de la
región de Chalchihuites, sin embargo, hacen su aparición otros materiales que in-
cluyen las navajas de obsidiana de Pachuca en Hidalgo y de Ixtepeque en Guate-
mala, vasijas Tohil Plomizo del occidente de las Tierras Altas guatemaltecas, ja-
deita del valle del Motagua asimismo en Guatemala, y oro y tumbaga de Costa
Rica y Panamá (Braswell 1997; Cobos 1998).

Distrito Fisiográfico de Cobá. Este distrito ocupa una gran porción del
oriente de la península de Yucatán y exhibe depresiones y fracturas que dan lugar
a sabanas o terrenos muy bajos con agua (Kurjack 2004: 229-230; Wilson 1980:
7). Las fracturas en el distrito de Cobá permitieron que se crearan lagunas como
las de Bacalar y Chunyaxché y lagos como los de Chichancanab, Cobá y Punta
Laguna. De hecho, el distrito de Cobá con sus sabanas albergan terrenos húmedos
durante una gran parte del año, y estos terrenos son los más extensos con dichas
características en las Tierras Bajas Mayas del Norte (Fedick y Mathews 2002). En
el distrito fisiográfico de Cobá una antigua comunidad precolombina que da
nombre a este distrito ha sido reconocida como ciudad.
La máxima extensión territorial que alcanzó Cobá como ciudad a fines del pe-
ríodo Clásico Tardío (Complejo Cerámico Palmas) e inicios del Clásico Terminal
(Complejo Cerámico Oro) fue de 70 km2. Sin embargo, esto ocurrió tardíamente
y sólo cuando el centro de Cobá se encontraba en el Grupo Nohoch Mul. A partir
de este centro se construyeron grupos arquitectónicos y un intrincado sistema de
calzadas, una de las cuales se extiende por 100 km para unir a Cobá con Yaxuná,
186 RAFAEL COBOS

en el centro de Yucatán. Entre el 600 y 730 d.C. surgió un sistema de calzadas


temprano asociado con el Grupo Cobá y otros conjuntos arquitectónicos menores,
en el primer núcleo o centro cívico-religioso de la ciudad (Benavides 1981; Ro-
bles 1990:131-217). Al igual que lo reportado en Dzibilchaltún, Mayapán y Chi-
chén Itzá, a partir de 550 o 600 d.C., tuvo lugar en Cobá un significativo incre-
mento poblacional, dando como resultado —dos siglos después— una imponente
ciudad. Cobá, como tal urbe, gozó de buena salud durante unas tres generaciones,
hasta que llegó a su fin como gran asentamiento en la segunda mitad del siglo IX.

FUNDACIÓN DE CIUDADES: PROCESOS DE URBANIZACIÓN

A partir de la información derivada de los estudios de las cuatro ciudades arri-


ba mencionadas sobresalen dos aspectos importantes: el entorno natural y el in-
cremento de población. El entorno natural, consistente en abundantes fuentes de
agua, excelentes suelos para la agricultura y una variada vegetación, sin duda de-
bió ser considerado a la hora de poblar distintas regiones en los distritos fisio-
gráficos de Mérida, Chichén Itzá y Cobá, sin embargo, no puede atribuirse la fun-
dación o aparición de ciudades en el Norte de Yucatán a factores exclusivamente
naturales, dado que no podemos pasar por alto el factor población.
En los procesos de urbanización, el incremento de la población jugó un papel
importante ya que debió de haber puesto presión en agricultores y no agricultores,
quienes perseguían objetivos ideológicos, religiosos, económicos, políticos o co-
merciales. Parece ser que esta presión en la búsqueda de objetivos muy específi-
cos dio como resultado el establecimiento de las ciudades de Mayapán, Dzibil-
chaltún, Chichén Itzá y Cobá.
Por ejemplo, en el caso de Mayapán, el obispo español Diego de Landa
(1959: 13) describió a mediados del siglo XVI que el personaje mítico-histórico de-
nominado Kukulkán «tornó a poblar otra ciudad tratando con los señores natura-
les de la tierra que él y ellos viniesen» a vivir en ella. La referencia del obispo
Landa no especifica si la ciudad de Mayapán ya existía cuando el personaje de
Kukulkán y señores naturales decidieron mudarse y vivir en ella, o bien, si estos
personajes, mediante un acto premeditado y calculado, decidieron asentarse po-
blando un lugar en particular. Si Mayapán ya existía como ciudad, entonces la re-
ferencia de Landa consigna un cambio de lugar de individuos quienes van a resi-
dir a una urbe. Por el contrario, si Kukulkán y los señores naturales escogieron
asentarse en la parte Sur del distrito fisiográfico de Mérida con el propósito ex-
clusivo de fundar la ciudad de Mayapán como un acto intencional, premeditado y
planeado, la evidencia arqueológica parece no favorecer las buenas intenciones de
Kukulkán y sus compañeros.
Una mirada a la cerámica de Mayapán revela que la vajilla Peto Crema se aso-
cia con las Mayapán Sin engobe y Mayapán Rojo del Complejo Cerámico Tases,
PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN DE CIUDADES MAYAS... 187

propio del período Posclásico (Brainerd 1958: 21-23; Smith 1971: 193-205, 253-
255). La cerámica Peto Crema aparece en los estratos inferiores de la estratigrafía
de Mayapán, lo cual indica que un componente social en forma de aldea, villa o
cacicazgo ocupaba el sitio por lo menos en el siglo XI de nuestra era. Este com-
ponente social fue reemplazado por otro que se encargó de desarrollar Mayapán
hasta convertirla en ciudad, aspecto que debió de haber ocurrido en el siglo XIV,
ya que los datos arqueológicos y las fuentes históricas sugieren convincente-
mente que, para 1450 o en algún momento de la segundad mitad del siglo XV, Ma-
yapán dejó de existir como ciudad.
Por lo tanto, debieron de haber transcurrido entre 200 y 250 años para que Ma-
yapán se convirtiese en ciudad, es decir, cuatro o cinco generaciones de individuos
experimentaron un aumento poblacional, la zonificación del arreglo interno para la
residencia permanente de una numerosa población consistente entre 12.000 y
15.000 personas, la zonificación de los terrenos utilizados en la agricultura más allá
de la muralla de Mayapán, y la aparición de una jerarquía social antes de que ésta
se haya convertido en una ciudad en las Tierras Bajas Mayas del Norte. Con todo
esto en cuenta, uno se pregunta, ¿a qué momento del desarrollo de Mayapán co-
rresponde la referencia de Landa respecto a Kukulkán y los señores naturales?,
¿acaso corresponde a los siglos XI, XII y XIII cuando Mayapán no era ciudad?, o
bien, ¿quizás corresponde al siglo XIV y parte del XV cuando Mayapán ya funcio-
naba como ciudad? Obviamente, no tenemos por ahora respuesta a estas preguntas,
sin embargo, está claro que el aumento poblacional aparece como una constante
tanto en Mayapán como en Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá.
En el caso de Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá los componentes mayorita-
rios de los complejos cerámicos asociados con los correspondientes apogeos de
estas ciudades muestran un primer período de desarrollo al igual que lo demos-
trado para Mayapán líneas arriba. En Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá trans-
currió un lapso de alrededor de 200 años, o lo que correspondería aproximada-
mente a cuatro generaciones de individuos, antes de que hayan sido reconocidas
como ciudades.
Individuos agricultores y no agricultores parecen haberse involucrado en
Dzibilchaltún, Cobá, Chichén Itzá y Mayapán para crear los primeros núcleos o
centros cívicos de estas antiguas ciudades mediante actos dirigidos a mostrar
edificios y construcciones abovedadas muy elaboradas. Aquí coincido con Vir-
ginia Betz (2002) cuando habla de una «invención deliberada» de infraestructura
de calidad para atraer a individuos, y debemos reconocer que la aparición inten-
cional de la infraestructura de calidad no representa por sí misma una ciudad.
Además, el efecto centrípeto causado por la «invención deliberada» del núcleo de
un asentamiento debió de haber producido otro de igual intensidad y en dirección
opuesta, es decir, un efecto centrífugo mediante el cual el componente social se
las tuvo que ingeniar para zonificar sus tierras con fines de residencia y obtención
de recursos minerales, vegetales y animales.
188 RAFAEL COBOS

En relación con las ciudades de las Tierras Bajas Mayas del Norte, descono-
cemos por ahora el equilibrio o balance que tuvieron que alcanzar y mantener
agricultores y no agricultores para crear, por un lado, los núcleos elaborados de
los asentamientos y, por otro, dividir o zonificar el espacio para incluir tanto las
áreas de residencia como los terrenos con función agrícola que rodeaban a ese nú-
cleo central. El dato arqueológico nos sugiere que la fuerza o presiones sociales
motivadas por objetivos particulares que incluyeron factores ideológicos, políti-
cos, económicos, militares, o la combinación de todos, operaron en los procesos
de creación de los núcleos o primeros centros con arquitectura elaborada.
Ese equilibrio o balance social se materializó con el establecimiento de co-
munidades —como Dzibilchaltún y Mayapán— cuyos centros o núcleos fueron
los mismos a lo largo de los dos siglos que tardó el proceso de urbanización. En
estas dos ciudades, sus centros fueron edificados, reconstruidos, ampliados y
transformados según revelan las numerosas subestructuras asociadas con templos,
palacios y otros edificios.
Por otro lado, en casos como Cobá y Chichén Itzá, sus núcleos centrales ori-
ginales con construcciones abovedadas y muy elaboradas fueron abandonados
después de 200 años y reubicados a varios cientos de metros de distancia dentro
de los mismos asentamientos. Después de esta reubicación volvieron a aparecer
las construcciones elaboradas y complejas en formas más majestuosas, las cuales
reflejan un excedente económico social controlado o manejado por unos cuantos.

CONSIDERACIONES FINALES

En las Tierras Bajas Mayas del Norte, tanto el reacomodo o reubicación


como la utilización del mismo núcleo o centro elaborado, revelan que los proce-
sos de urbanización tuvieron sus altas y bajas, es decir, de ninguna manera fue un
fenómeno social fácil o un «viaje sin pormenores». Formas sociales no solidarias,
como por ejemplo, la competencia entre facciones de un mismo grupo o entre gru-
pos, pudieron haber truncado esos tempranos intentos. Por otro lado, algunas
formas sociales solidarias debieron de haberse manifestado para promover el
asentamiento, la creación de núcleos y ordenación espacial-arquitectónica de las
comunidades que eventualmente llegaron a ser ciudades. Ante esto, la adora-
ción a los ancestros, la alianza entre individuos o grupos de individuos por fac-
tores ideológicos, políticos y económicos, o bien, la combinación de todo lo an-
terior, sumado a aspectos cosmológicos, debieron de haber sido parte activa de los
complejos procesos de urbanización en las Tierras Bajas del Norte.
Para concluir, podemos indicar que nuestros estudios —y futuras investiga-
ciones sobre el tema— deben orientarse a explicar cual de esos aspectos fue de-
terminante e influyente en el surgimiento de las ciudades en la zona maya. Por
otro lado, pudiera ser que todos esos aspectos, operando al mismo tiempo, aunque
PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN DE CIUDADES MAYAS... 189

con grados diferentes de intensidad, hayan influenciado para dar origen a las
ciudades mayas del Norte de Yucatán que reconocemos hoy día.
Cualesquiera que hayan sido los mecanismos que entraron en funcionamien-
to para desencadenar los procesos de urbanización que condujeron a las ciudades
en las Tierras Bajas Mayas, deben ser cumplidamente reconocidos y alabados. De
hecho, quienes estudiamos las ciudades del pasado vemos con gran satisfacción e
interés cómo ciertos procesos sociales complejos desarrollados por el hombre se
escaparon totalmente de sus manos, y se tradujeron en la fundación de ciudades
en el sureste de Mesoamérica.

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10
EK’ BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO
EN EL ORIENTE DE YUCATÁN

Leticia VARGAS DE LA PEÑA


Víctor CASTILLO BORGES
Centro INAH Yucatán

INTRODUCCIÓN

¿Por qué se escoge un lugar determinado para servir de asiento a un grupo hu-
mano? Lo primero que pensamos es que se opta por el emplazamiento que cuen-
te con las condiciones adecuadas para la supervivencia, entre las que destaca el
agua y una buena tierra para cultivar. Esto no quiere decir que no influyeran otros
factores como los religiosos y políticos, ni tratamos de explicar aquí modelo al-
guno de desarrollo en especial, sino únicamente hacer énfasis en las necesidades
básicas de un grupo humano y la manera en que éstas pudieron ser satisfechas en
Ek’ Balam. Sin embargo, hemos visto casos en que se han escogido lugares apa-
rentemente inhóspitos y sin la naturaleza idónea para vivir; quienes así lo hicieron
se las ingeniaron para suplir o minimizar las condiciones adversas o poco favo-
rables, logrando adaptarse, aprovechando y maximizando los recursos disponibles.
En el caso de Ek’ Balam es fácil entender porqué se escogió como asenta-
miento, pues hay buena tierra para cultivar1, en la que se obtienen —con las
condiciones adecuadas— buenas cosechas de maíz, frijol, chile, calabaza, toma-
te y otros productos; en tiempos prehispánicos debió ser aún más fructífera. En el
área de Ek’ Balam hay suficiente agua disponible en dos cenotes bastante cerca-
nos al núcleo central del asentamiento, uno al este y otro al oeste, a distancias en-
tre 1,5 y 2 km; hay además otros cenotes, un poco más retirados, pero dentro de
los límites del área habitacional del sitio, por lo que también sirvieron para satis-
facer las necesidades del vital líquido de sus pobladores.
En Las Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán
(1983), el encomendero Juan Gutiérrez Picón, quien recibió la encomienda de Ek-
balam en el siglo XVI, describe:
1
Aún ahora, que se considera que la tierra ya está «cansada» y sobreexplotada.

191
192 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

«Hay en este pueblo dos hoyas de agua grandes que por sus vueltas y camino
bajan abajo; sácase agua a una braza; la una hoya cae a la parte de oriente y la
otra al poniente, quedando los edificios y pueblo en medio…» (Gutiérrez 1983:
140).

En el área en que se encuentra Ek’ Balam existen también numerosas rejolla-


das, cuya profundidad permitió la perforación de pozos en la época prehispánica,
pues al ser excavados en el fondo de la hondonada se estaba más cerca del manto
freático, que en esa región oscila entre 20 y 30 m. de profundidad, por lo que ha-
bría sido prácticamente imposible horadar la roca tan hondo. En el sitio ya se han
localizado algunos pozos prehispánicos que siguen estas características. Se sabe
que la mayor humedad de la tierra en estas hondonadas naturales, permite la
buena cosecha de variadas especies, por lo que se han aprovechado doblemente, e
incluso en la actualidad se continúan realizando cultivos en esos lugares.
Además de aprovechar lo que la naturaleza provee, los mayas prehispánicos
tuvieron que inventar métodos para la recolección y almacenaje del agua, como
los chultunes2; en Ek’ Balam los hay de variadas dimensiones, algunos son muy
grandes y se encuentran al nivel de las plazas, otros son más pequeños y fueron
construidos en el relleno constructivo de los edificios, como vemos en la Estruc-
tura 1, conocida como La Acrópolis. Hay, además de éstos, otros dos tipos de de-
pósitos, que hemos encontrado sólo en este edificio: en el primer caso, tenemos
depósitos generalmente con forma de herradura y adosados a las fachadas de los
cuartos; los depósitos del segundo tipo por lo común son de forma circular y tie-
nen varios niveles interiores, localizándose en el espacio abierto de las plazas; en-
tre ellos sobresale un depósito de grandes dimensiones, ubicado en medio de la
Plaza Oeste de La Acrópolis. Con todos estos depósitos y chultunes podemos ob-
servar que el palacio real (Fig. 1) siempre estuvo bien abastecido de agua, en sus
distintos niveles.

ORÍGENES Y DESARROLLO DE EK’ BALAM

Una vez establecidos en el lugar, con el suministro de agua satisfecho y con la


disponibilidad de tierras de cultivo, el asentamiento de Ek’ Balam creció, hasta al-
canzar su máximo nivel de desarrollo en el Clásico Tardío, pero ¿de dónde vi-
nieron quienes se asentaron ahí, quiénes fueron los fundadores de lo que se con-
vertiría en el gran reino de Talol? y ¿qué factores y qué personas contribuyeron a
ese gran desarrollo?
En la «Relación de Ek’ Balam» (1983) el mencionado encomendero Gutiérrez
Picón describe lo que vio así:

2
Depósitos subterráneos para almacenar agua.
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 193

Fig. 1.—Vista aérea de La Acrópolis (fotografía de R. Maldonado).

«…Tiquibalon [Ekbalam]…. Era en tiempo de su gentilidad una de las prin-


cipales cabeceras de esta provincia; tiene cinco edificios grandes, todos de can-
tería de piedra labrada y el uno de ellos, en lo alto de él, hay casas de bóveda y
grandes silos adonde echaban el maíz para su mantenimiento, y asimismo sus
cisternas donde se recogía el agua que llovía, todo hecho de cantería muy bien
obrada. Tienen estos edificios algunas figuras de piedra antiguas, con sus labores
y molduras, y parece haber en alguna manera letras, (Fig. 2) que por ser cosa tan
antiquísima no se deja entender lo cifrado de ellas. Tiene este edificio más de cua-
trocientos pasos en cuadra; súbese a él con gran trabajo por haberse derrumbado
los escalones que tenía por donde se subía a él y por ser muy altísimo, y del alto de
él se divisa todo aquello que puede ver uno de buena vista (Fig. 3). Tiene en lo alto
de él una gran llanura donde hacían sus fiestas y en él hay tres pilares grandes
donde está asentada una piedra redonda grande …; tiene otras muchas figuras de
piedra que parecen hombres armados y los demás edificios de la misma cantería a
lo antiguo…» (Gutiérrez 1983: 138).

El deseo del encomendero de saber más de aquel lugar le hizo averiguar entre
«los principales y vecinos lo que supiesen… de los antiguos y sus historias», en
base a lo cual asienta en su relación que:
«Llamóse la cabecera de Tiquibalon [Ekbalam] de este nombre por un gran se-
ñor que se llamaba Ek Balam que quiere decir tigre negro, y también se llamaba
194 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

Fig. 2.—Serpiente Jeroglífica Oeste, ubicada en la escalinata principal de La Acrópolis (fotografía de


L. Vargas).

Fig. 3.—Parte sur del epicentro de Ek’ Balam, vista desde lo alto de la Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 195
Coch Cal Balam, que quiere decir señor sobre todos... edificó él uno de los cinco
edificios, el mayor y más suntuoso, y los cuatro fueron edificados por otros señores
y capitanes; éstos reconocían al Coch Cal Balam por señor y él era el supremo...
Se tiene entre los naturales por cosa muy averiguada [que] vinieron de aquella
parte del oriente con gran número de gentes, y que eran gente valiente y dispues-
tos, y que eran castos...» (Ibidem).
A nuestro entender, esta mención se podría interpretar de dos formas, ¿se re-
fería a los primeros pobladores del sitio o bien a quienes llegaron posteriormente,
y que dada su importancia se convirtieron en protagonistas de un suceso que se
grabó fuertemente en la memoria colectiva; a los que se recordó como quienes
«vinieron de aquella parte del oriente», guardando este acontecimiento como el
inicio, debido a que su relevancia dejó una huella más profunda? Esta segunda op-
ción sería la llegada de Ukit Kan Le’k, la fundación del reino de Talol y de una di-
nastía de gobernantes.
Pero si consideramos el primer caso, la de los pobladores originales, los datos
arqueológicos obtenidos en Ek’ Balam señalan una ocupación desde el Preclási-
co Medio (700-200 a.C.) por la presencia de tipos cerámicos como Juventud, Pi-
tal Crema, Chunhinta y Sabán. La evidencia hallada en nuestro sitio de estudio
nos manifiesta que este período se prolongó en cuanto a la utilización de los tipos
cerámicos producidos localmente, por lo que el material del período Preclásico
Tardío es escaso, apenas con unos cuantos tiestos de los tipos Sierra, Dzilam y
Carolina, por ejemplo. Las cerámicas del Preclásico Medio han sido encontradas
en las exploraciones, tanto en el Recinto Amurallado, como en los alrededores;
pero la presencia de materiales del período siguiente —el Preclásico Tardío— no
es significativa en el núcleo central del sitio, aunque sí lo es en los alrededores,
donde la ocupación en el asentamiento muestra una secuencia continua.
Las exploraciones realizadas hasta ahora en el Recinto Amurallado nos mues-
tran una mayor presencia de cerámicas del Preclásico Medio y del Clásico Tardío,
señalando esos dos períodos como los asentamientos permanentes; esto no signi-
fica que el sitio estuviera desocupado en el intermedio, sino que el núcleo central
no habría tenido un desarrollo importante antes del Clásico Tardío, aun estando
poblado el sitio en los alrededores. Sin embargo, el programa de muestreo por me-
dio de pozos estratigráficos aún no ha concluido, por lo que nuestras apreciacio-
nes pueden cambiar —o bien reafirmarse— más adelante, al sondear otros sec-
tores del Recinto Amurallado.
Respecto a otros datos cerámicos, el análisis de los materiales recuperados
en varios salvamentos arqueológicos que se han llevado a cabo desde el año pa-
sado en el área sureste del Estado de Yucatán —debido a la construcción y mo-
dernización de sus carreteras— nos muestran nuevas evidencias de una predo-
minancia de cerámicas del Preclásico Medio, con decoraciones muy semejantes
a las de Ek’ Balam. Esto aparentemente está marcando una posible ruta de lle-
gada de pobladores a la Península, y dado que los materiales no se parecen ni a
196 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

los del Petén guatemalteco ni a los del norte de Yucatán, nuestra ceramista con-
sidera que el lugar de origen podría ser el Petén beliceño (Teresa Ceballos, co-
municación personal 2005).
Analizando la segunda opción, que es la llegada de Ukit Kan Le’k, lo primero
a considerar es el hecho de que él no nació en Ek’ Balam —como lo indican dos
textos hallados en el sitio— sino en un lugar llamado Man, cuya localización aun
no conocemos. Este dato está confirmado por el resultado de un análisis de isó-
topos estables realizado recientemente con muestras de sus piezas dentarias, pues
indica que no es un sujeto inmigrado, sino de procedencia local y que su origen no
es ni de la costa norte ni del resto del área maya hacia el sur, lo que lo ubica en la
parte media de la península, es decir, en los alrededores de Ek’ Balam (Price y
Burton 2004).
Es posible que Ukit Kan Le’k llegara desde el reino de donde era originaria su
madre, quien aparece mencionada en el Mural del Cuarto 22 de La Acrópolis, sien-
do hasta ahora el único personaje femenino en los textos de Ek’ Balam (Fig. 4).
Aunque no sabemos su nombre completo, la conocemos como K’uhul Ixik.../... Ho’
Ixik Ajaw «Sagrada señora .../... reina de ...ho’, y de acuerdo al nombre de su reino,
el epigrafista del proyecto, Alfonso Lacadena, ve dos posibles alternativas, ambas
en las inscripciones de Cobá, donde se mencionan dos lugares que terminan en
/ho’/. La primera podría ser el propio reino de Cobá, que quizá se llamó Ek’aab’
Ho’ en el periodo Clásico. Otro es el topónimo Ho’ o más probablemente Itz’a[’]
Ho’ que aparece en la cláusula nominal de un cautivo representado en la Estela 4.
En cualquiera de los dos casos, el reino de la madre posiblemente se encontraba
entre Ek’ Balam y Cobá o en este sitio mismo (Lacadena 2003).
Esa «llegada» mencionada en la crónica del siglo XVI pudo haber sido la de
Ukit Kan Le’k y/o la de sus progenitores, la antes mencionada «Sagrada seño-
ra.../... reina de...ho’ » y otro personaje mencionado en inscripciones de Ek’ Ba-
lam, Ukit Ahkan, quien aparentemente no era de linaje real, sino un ajk’uh «sa-
cerdote» y quienes se habrían unido, dando origen al hombre que iniciaría la
dinastía reinante en Talol. Esta posibilidad nos hace recordar otros casos en que
un personaje de la realeza era enviado a iniciar una nueva dinastía en otro lugar.
Esa «llegada» nos hace pensar también en una posible relación con la caída de
Cobá, alrededor del 770 d.C. (Vargas et al. 2004).
Gracias a las exploraciones en el sitio arqueológico sabemos que, antes del
Clásico Tardío, Ek’ Balam era un asentamiento relativamente pequeño y su ar-
quitectura pública debió ser escasa y de características modestas, pues todas las
construcciones que ahora vemos son tardías; aun las subestructuras que hemos lo-
calizado, se han fechado para el Clásico Tardío. La única construcción datada ten-
tativamente para el Preclásico, fue una subestructura hallada en las exploraciones
de 1997 bajo el primer nivel de la escalinata principal de La Acrópolis. En ese ba-
samento fue hallado un mural incompleto, debido a que la parte superior de la es-
tructura había sido semidestruida para edificar la escalinata sobre él (Vargas y
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 197

Fig. 4.—Escultura femenina, la única encontrada hasta ahora en La Acrópolis, que podría representar a la
reina (fotografía de L. Vargas).

Castillo 1998). Hasta la fecha no ha sido localizada ninguna otra construcción de


temporalidad diferente al Clásico Tardío.
Esto nos lleva a varios cuestionamientos ¿cómo era Ek’ Balam antes de ser el
reino de Talol como lo conocemos, cómo eran sus construcciones, quién lo go-
bernó? La respuesta para una de estas preguntas la tenemos en las inscripciones
del Mural de los 96 Glifos (Fig. 5) donde se menciona al rey Chak Jutuuw Chan
Ek’, el Kalo’mte’ del norte, quien pudo haber supervisado el ascenso al trono de
198 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

Fig. 5.—Fragmento del Mural de los 96 Glifos (fotografía de L. Vargas).

Ukit Kan Le’k Tok’ en 770 d.C., evento que fue registrado con la expresión i pa-
tlaj Talol Ajaw «entonces se hizo el rey de Talol», que cierra el texto del Mural de
los 96 Glifos (Lacadena 2003).
Esto indicaría, como ya ha señalado Lacadena, que Ek’ Balam era parte de los
dominios del Kalo’mte’ del norte, una de sus cabeceras políticas, entregada por
este gobernante a Ukit Kan Le’k, en un evento que aparece registrado como huli
(«llegada»), verbo que suele asociarse a fundaciones o re-fundaciones de dinas-
tías. Pero otros datos acerca del suceso y de la actuación de Chak Jutuuw Chan
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 199

Ek’ en él, así como el nombre y la ubicación de su reino, siguen hasta hoy en el
misterio (Lacadena 2003).
Pero lo que sí sabemos con certeza de Ek’ Balam, sobre la base de los trabajos
realizados desde 1994 —y principalmente desde 1997, gracias a las exploraciones
en la Estructura 1 o La Acrópolis— es que la época de florecimiento del sitio fue
en el Clásico Tardío (circa 770-870 d.C.) dato que desde un principio nos había
proporcionado la arquitectura, que después había sido reforzado con el análisis del
material cerámico asociado a ella, y finalmente fue confirmado con el afortunado
hallazgo de los textos glíficos que nos han permitido conocer las fechas exactas en
que muchas de las construcciones de Ek’ Balam fueron edificadas y cuándo al-
canzó su mayor auge político y cultural.

El esplendor de Ek’ Balam

Sabemos también que el responsable del extraordinario florecimiento que se dio


en el reino de Talol fue sin lugar a dudas un gobernante muy especial, Ukit Kan
Le’k Tok’, un personaje con el poder y carisma suficientes para fundar un reino y
una dinastía, así como para hacer prosperar su reino y lograr tal éxito que le per-
mitió contar con los recursos suficientes para crear obras tan magníficas como las
que ahora podemos ver en Ek’ Balam y muchas más, aún ocultas —que segura-
mente nos seguirán sorprendiendo en futuras exploraciones— en las que él, además,
se encargó de dejar constancia de su autoría, pues en diferentes áreas del edificio
mandó inscribir su nombre para que no hubiera dudas de su pertenencia y de quién
era el responsable de la construcción de cada recinto y la creación de cada obra.
Este gobernante tuvo un reinado largo, de acuerdo a las numerosas inscripciones
que mandó realizar; este dato también pudo observarse en sus restos óseos3, cuyos
análisis dieron unos resultados —aplicando una fórmula de estimación de edad— de
entre 102 y 108 años cronológicos. Estos resultados no tienen valor de edad absoluta,
sino que sólo son una indicación general que subraya la avanzada edad del perso-
naje, situada muy entrada la segunda mitad del centenario, dato que confirma lo ob-
servado inicialmente en sus restos óseos y que también coincide con las fechas de las
inscripciones (Lacadena 2003; Tiesler 2002: 4, 2005: 3).
Ukit Kan Le’k, cuya serie de títulos denota su importancia, entre ellos el de ka-
lo’mte’, que era usado solamente entre las dinastías más poderosas, fue un go-
bernante tan excepcional que dejó una profunda huella material en su reino y una
influencia tan fuerte en sus descendientes, que ellos le siguieron recordando mu-
chos años después de muerto, como ancestro divinizado, representándolo en al-

3
Los restos se recuperaron en su tumba a inicios del año 2000 y recientemente se aplicó un análisis his-
tomorfológico de una sección de costilla media del rey, con el fin de obtener información acerca de la edad
del personaje.
200 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

gunos monumentos muy importantes. Su alta jerarquía hizo que le fuera destina-
do como tumba uno de los lugares más especiales de su palacio real, curiosa-
mente, en una de las partes más altas del edificio4 y con una muestra de sus
grandes riquezas materiales, que se depositaron como una suntuosa ofrenda, en la
que destacan elementos tales como vasijas de alabastro, numerosas y singulares
piezas de concha (Figs. 6 y 7) —que predominan por encima de las de jade— así

Fig. 6.—Pendiente de concha en forma de camarón perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k
Tok’ (fotografía de A. Cuatro).

Fig. 7.—Pendiente de concha en forma de venado perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k
Tok’ (fotografía de A. Cuatro).

4
En contraste con la ubicación de otras tumbas reales.
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 201

como restos de animales y de dos infantes. Otro indicativo de su importancia fue


que la tumba fue sellada y oculta de tal manera que se evitara la posibilidad de
que fuera abierta o alterada posteriormente.
Hemos podido conocer la imagen de Ukit Kan Le’k Tok’ gracias a algunos ob-
jetos de su pertenencia, como los hallados en su tumba y también por otros man-
dados a hacer por sus descendientes. En su vaso de beber cacao fue representado
en dos escenas, en ambas se le ve sentado en su trono, en majestuosas poses e in-
teractuando con un enano; en un pequeño pendiente de hueso, en forma de más-
cara, que muestra la asimetría de su rostro, causada por un defecto en la mandí-
bula, mismo que fue detectado por la Dra. Vera Tiesler en el análisis de los
restos óseos (Tiesler 2002: 4); otro retrato es el de la tapa de bóveda hallada en su
tumba, en la que, aun cuando la imagen pintada es la del Dios del Maíz (Fig. 8),

Fig. 8.—Detalle de la Tapa de Bóveda 15, donde se ve el rostro del rey, personificado como el dios del
maíz, pero mostrando un defecto en el labio superior para identificarlo (fotografía de L. Vargas).
202 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

su boca fue dibujada con el defecto que lo identifica, y además hay enfrente de él
una pequeña inscripción que dice ajaw «es el rey». En el Cuarto 35 Sub, o la Sak
Xok Naah —cuya fachada representa al monstruo de la tierra— en la parte media
del friso, está la espléndida imagen del soberano (Figs. 9 y 10) sentado en su tro-
no, aunque desafortunadamente para nosotros, su cabeza y brazo fueron destrui-
dos por un árbol que creció sobre el edificio, cuando éste se encontraba en de-
rrumbe.
Otros retratos del ajaw fueron creados por sus descendientes, como es el
caso de la Columna 1, dedicada en 830 d.C. por Ukit Jol Ahkul, donde lo vemos
como un imponente guerrero, con una lanza y un escudo hecho de placas de
concha, objeto que creemos haber hallado en su tumba, aunque completamente
deshecho. La última de sus representaciones conocida es la de la Estela 1 donde,
en 840 d.C., K’uh…nal (o K’ihnich Junpik Tok’ K’uh…nal) lo mandó esculpir en
la parte superior del monumento, como ancestro divinizado.

Fig. 9.—Escultura que posiblemente representaba al ajaw Ukit Kan Le’k, ubicada en el friso de la fachada
estilo Chenes de La Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 203

Fig. 10.—Cuarto 35 Sub, o la Sak Xok Naah, también denominada el mausoleo de Ukit Kan Le’k Tok’, por
ser el recinto en el que se ubicó su tumba (fotografía de L. Vargas).

Ukit Kan Le’k fue en vida una persona con una sensibilidad y gusto muy es-
peciales por las diversas expresiones del arte, y creemos que mandó traer de
otras ciudades a los mejores escultores, pintores y artesanos o bien mandó a en-
trenar a los de su reino, para dotarlos de la destreza necesaria para crear las sin-
gulares obras que adornarían su palacio real y las que formarían parte de su pa-
rafernalia real, como algunas que encontramos en la tumba y nos permitieron
identificarlo con certeza: su Us Kay, el pendiente de concha nacarada hallado so-
bre su pecho, así como su vaso de beber cacao y su perforador de hueso, que fue
colocado sobre su torso y sostenido por su brazo izquierdo cuando fue inhumado.
La pintura mural de Ek’ Balam, realizada a la manera de las mejores creacio-
nes del Área Maya, con las categorías formales e iconográficas que caracterizan el
estilo del Clásico Tardío, tuvo sin embargo un rasgo especial, debido al tamaño de
las figuras, que en un reciente estudio pictórico publicado en México por la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, motivó la creación de una variante del
204 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

«Estilo policromo naturalista» por tener los personajes representados no más de


18 cm. de pie y sin tocado, lo que los convierte en los de menor escala en la pin-
tura mural maya (Lombardo 2001: 123).

Relaciones del Reino de Talol con el exterior

Es posible que los orígenes del reino, así como la singular personalidad de
Ukit Kan Le’k llevara a su pueblo a un desarrollo con características tan peculia-
res como las que exhibe el sitio arqueológico, que pudieron acentuarse con las re-
laciones y contactos establecidos con ciertas regiones, de las que tomaron ele-
mentos que conjuntaron con sus ideas propias, dando esa especial conformación
a la capital del reino de Talol.
Por ejemplo, con el hallazgo de las fachadas zoomorfas se hizo patente la re-
lación con la Región Chenes, en el actual Estado de Campeche; también notamos
contactos con la región del actual Estado de Tabasco, debido a la presencia sig-
nificativa de grandes vasos de cerámica de pasta fina anaranjada del Grupo Ba-
lancán, hallada solamente en La Acrópolis, por lo que consideramos que debió ser
importada a pedimento de Ukit Kan Le’k.
Si bien podemos distinguir algunas semejanzas con lugares conocidos del área
maya, son más evidentes las diferencias, pues además de notarse en su peculiar ar-
quitectura y decoración, están presentes también en su escritura, que aunque ex-
hibe fuertes lazos con el estilo del Petén, es muy original comparada con otras ins-
cripciones del norte de Yucatán y también del resto de las Tierras Bajas Mayas
(Vargas et al. s.f.).
Por otro lado, creemos que Ek’ Balam debió haber influido en los lugares que
estuvieron bajo su control, en su estilo constructivo y decorativo, aunque esto de-
berá ser corroborado realizando exploraciones en asentamientos cercanos. El sitio
del que ahora tenemos más información es Chichén Itzá, y así, además de las
menciones en textos glíficos de ese sitio, hay ejemplos con respecto a la escritu-
ra, y Lacadena ha podido notar que ciertas características consideradas como
propias del estilo de Chichén Itzá son, en realidad, innovaciones de Ek’ Balam. En
lo que se refiere a la pintura mural, estudios recientes realizados por la investi-
gadora española, Maria Luisa Vázquez de Ágredos (comunicación personal
2005), demuestran que las técnicas y materiales de los pintores de Chichén fueron
aprendidos de los maestros pintores de Ek’ Balam.
Aunado a esto, las recientes exploraciones del Proyecto Arqueológico Chichén
Itzá del INAH, bajo la dirección de Peter Schmidt, han recuperado cerámica del
Clásico Tardío, en el grupo de la Serie Inicial de Chichén, especialmente en la Es-
tructura de la Serie Inicial, donde se hallaron cuatro fases constructivas; la más an-
tigua de ellas ha sido llamada la Subestructura de los Estucos (5C4-I). Esta cerá-
mica les sirvió para definir el complejo cerámico llamado Yabnal/Motul (circa
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 205

600-800 d.C.) que es en realidad la cerámica Pizarra producida en Ek’ Balam;


junto a ello, está la decoración de la subestructura con estuco modelado y poli-
cromado, muy similar a la de La Acrópolis de Ek’ Balam (Osorio s.f). Todo
esto nos lleva a pensar que, en el Clásico Tardío, Chichén Itzá estaba bajo la in-
fluencia del reino de Talol, lo que nos muestra el gran alcance de su poderío.
Las características de la alfarería de Ek’ Balam son otro aspecto diferente e in-
dicativo de su predominio en la región, que han conducido al establecimiento de
una esfera cerámica a la que se ha llamado Talol, pues el repertorio cerámico de
pizarra local que hallamos en Ek’ Balam exhibe significativas diferencias con el
resto del norte de Yucatán, tanto en el color de base como en las formas y tamaño
de las vasijas, lo que nos indica una producción de manufactura local, que esta-
blece la variante regional del grupo Muna del horizonte Cehpech (Vargas et al.
2004). Podemos decir que la gran profusión de grupos cerámicos, que tradicio-
nalmente se pensaba eran originarios del noroeste y suroeste del septentrión pe-
ninsular, son un estilo propio de Ek’ Balam, diferentes a las cerámicas Cehpech
de los sitios colindantes del norte de la península (Ibidem).

CONCLUSIONES

La información obtenida en Ek’ Balam ha venido a modificar el panorama


prehispánico en el norte de la Península de Yucatán. Por mucho tiempo se cono-
ció a Cobá y Chichén Itzá como las únicas entidades poderosas del área y Ek’ Ba-
lam apareció entre ellas, con una historia que la ubica espacial y temporalmente
precisamente entre las dos, como un poderoso reino que mantuvo bajo su dominio
un área aún no completamente delimitada, pero que se irá conociendo poco a
poco.
Esta supremacía solamente pudo ser lograda bajo la influencia y la dirección
de un gobernante que pudiera guiar a su gente por el camino deseado hasta al-
canzar su máximo desarrollo y, además, lograr el control de territorios circun-
dantes que proporcionaran los recursos materiales y humanos necesarios para la
creación y el mantenimiento de las grandes obras emprendidas en el reino.
Este control y sometimiento se lograba mediante las confrontaciones y ame-
nazas de guerra, pues nadie se doblega por voluntad propia. Algunos indicadores
del carácter guerrero de Ukit Kan Le’k Tok’ y de su reino son: uno de sus títulos,
el de Ch’ak O’hl B’a’te’ «guerrero cortador de corazones» (Lacadena 2003); la
presencia de tres murallas que protegían el núcleo central del sitio, donde se en-
contraba el palacio real y por tanto la sede del gobierno del reino de Talol; las re-
presentaciones del rey y de otros personajes, en su vestimentas, sus armas y es-
cudos; la presencia de cabezas-trofeo que algunos personajes portan en sus
cinturones; y las imágenes labradas en las fachadas de los diez cuartos del Primer
Nivel de La Acrópolis, en las que vemos unos cautivos flanqueados por sus cap-
206 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES

tores, que debieron plasmarse en ese lugar en especial, fácilmente visible, como
una muestra de su poderío, y al mismo tiempo una advertencia para quienes pre-
tendieran oponerse a ellos.
En algunos murales de Ek’ Balam, cuyos restos hemos recuperado, se repre-
sentaron escenas de batallas, pues vemos personas sangrando y guerreros atavia-
dos con grandes tocados que llevan lanzas y escudos; otros portan estandartes, co-
razas y otras armas, y parecen enfrentarse unos a otros con expresiones de
ferocidad en sus rostros.
Con la presentación de este conjunto de datos, fechas y hechos, obtenidos tan-
to de las fuentes escritas del siglo XVI, como de la investigación arqueológica y
científica en general, hemos tratado de ofrecer un panorama general de lo poco
que conocemos de los orígenes y fundación de Ek’ Balam, y de lo mucho que he-
mos tenido la fortuna de recuperar, en un tiempo relativamente corto, del flore-
cimiento del reino de Talol, así como del principal protagonista de su extraordi-
nario éxito; por supuesto, es mucho más lo que falta por saber, principalmente de
lo acontecido antes de la llegada de Ukit Kan Le’k Tok’, pero estamos seguros de
que los numerosos textos y otro tipo de evidencia arqueológica que aún perma-
necen enterrados, nos darán a conocer más datos de la historia de Ek’ Balam y del
reino de Talol y esperamos que también nos orienten acerca de su origen y fun-
dación.

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11
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL
URBANISMO TEMPRANO EN LOS ALTOS DE OAXACA

Marcus WINTER
Centro INAH Oaxaca

Hace aproximadamente 2500 años los zapotecos fundaron un asentamiento


nuevo encima de un conjunto de cerros en el centro del Valle de Oaxaca. Esta co-
munidad, ahora conocida como Monte Albán, creció rápidamente en área y nú-
mero de habitantes y llegó a ser la primera ciudad en la región montañosa del sur
de México.
En Oaxaca, como en otras partes de Mesoamérica y el mundo, los centros ur-
banos más antiguos emergieron de sociedades aldeanas relativamente sencillas y
se distinguen de sus antecedentes por elementos tales como la presencia de miles
de personas en la misma comunidad, arquitectura monumental, uso de escritura,
un estilo de arte propio y en general un nuevo modo de vivir de la gente.
Especialmente llamativo en el caso de Monte Albán es su localización res-
pecto a recursos básicos. Las aldeas pre-urbanas estaban situadas sobre lomas ba-
jas adyacentes al aluvión de los ríos, donde los residentes tuvieron acceso inme-
diato al agua para uso doméstico y a los terrenos aluviales húmedos para el
cultivo de sus milpas. En cambio, los habitantes de Monte Albán edificaron sus
casas en terrazas situadas unos 300 m por encima del fondo del valle, y por con-
siguiente no contaban con una fuente permanente de agua ni con terrenos de
primera clase cerca de sus casas. Tuvieron que caminar hasta el fondo del valle
para abastecerse de agua, por lo menos en la temporada de secas, y también para
cultivar los terrenos húmedos, y por ello subir el agua y el maíz hasta sus casas.
Así, los primeros habitantes de Monte Albán cambiaron la cercanía a los recursos
básicos por una posición defendible y céntrica en el valle. Surge, entonces, la pre-
gunta que intentaré contestar en este trabajo: ¿por qué se fundó Monte Albán?1

1
Aunque los primeros colonizadores de Monte Albán debieron haber aprovechado el agua de peque-
ños manantiales en las laderas del cerro, no hubiera sido suficiente para abastecer a toda la población. Las
residencias en Monte Albán estaban dispersas en las terrazas, y la mayoría de las casas contaba con espa-

209
210 MARCUS WINTER

EL CONTEXTO GEOGRÁFICO Y CRONOLÓGICO

El Valle de Oaxaca es la planicie más extensa en los altos del sur de México
entre Puebla y Chiapas. Consiste en tres subvalles: Etla, Tlacolula y Ocotlán-Zaa-
chila o el Valle Grande, cada uno entre 35-60 km de largo y 15-30 km de ancho.
El fondo del valle está a unos 1500 m sobre el nivel del mar y está delimitado por
montañas que alcanzan los 2500 m de altura. En el centro del valle el río Atoyac
procedente de Etla se junta con el río Grande o Salado de Tlacolula, y ese nuevo
río, designado Atoyac, corre al sur por el Valle Grande, pasa por las montañas
donde lo conocen como río Verde, y desemboca en el Océano Pacífico. Monte Al-
bán, y también la ciudad de Oaxaca, capital del estado, se encuentran en el centro
del valle donde se unen los tres subvalles.
Las principales zonas fisiográficas en el Valle de Oaxaca son el aluvión, el pie
de monte bajo, el pie de monte alto y empinado, y las montañas. Desde la funda-
ción de las primeras aldeas sedentarias, aproximadamente sobre el 1500 a.C., el
aluvión fue la zona más favorecida para el cultivo debido a su alto nivel freático.
Las principales aldeas pre-Monte Albán, por ejemplo San José Mogote, Tierras
Largas, Hacienda Blanca y Barrio del Rosario Huitzo, están situadas sobre lomas
bajas del pie de monte adyacente al aluvión y cerca del agua (adquirida por medio
de pozos o directamente del río), ambos recursos utilizados en las tareas cotidia-
nas. Unas cuantas aldeas, por ejemplo Tomaltepec y Fábrica San José, están
más arriba en el pie de monte, adyacentes al aluvión de ríos tributarios.
La fundación de Monte Albán tuvo lugar después de miles de años de vida ar-
caica de cazadores-recolectores (9000-1500 a.C.) seguida por mil años de vida al-
deana (1500-500 a.C.). Para los fines del presente trabajo, las divisiones crono-
lógicas más importantes son la Fase Rosario —inmediatamente antes de la
fundación de Monte Albán—, la Fase Danibaan —que corresponde al periodo de
la fundación y primeras generaciones de la ciudad— y las subsecuentes Fases Pe
y Nisa (Fig. 1).
En la arqueología de Oaxaca, el estudio de las sociedades complejas ha sido
conceptualizado en términos de «urbanismo» y «estado». Se ha utilizado el tér-
mino urbano en referencia a asentamientos nucleares con más de 1000 habitantes
y arquitectura monumental, estimado o directamente observado en el registro

cios abiertos adyacentes para el cultivo. No obstante, una cosecha al año de maíz temporal en los delgados
suelos de las terrazas hubiera rendido solamente una fracción del maíz requerido por la población. Con el
crecimiento de la ciudad, la población de Monte Albán dependía cada vez más de la importación de pro-
ductos básicos de otras comunidades y del trabajo intensivo de sus mismos ciudadanos en los campos en el
fondo del valle. Otra marcada diferencia entre las aldeas previas y Monte Albán es el tamaño de ésta, tan-
to en área como en número de habitantes. Después de unas pocas generaciones Monte Albán alcanzó una
extensión de varios km2 y una población de aproximadamente 5.000 personas (Kowalewski et al. 1989: 85-
111), superando en unas 10 veces a San José Mogote, el asentamiento previo más grande, y en 100 veces a
la mayoría de las aldeas en el valle.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 211

Fig. 1.—Cuadro cronológico.

arqueológico. En cambio, «el estado» se refiere a un nivel de complejidad social


cuya presencia en el registro arqueológico se infiere de datos arqueológicos tales
como jerarquía de asentamientos y presencia de palacios y templos (Blanton et al.
1999; Marcus y Flannnery 1996: 172-194; Spencer y Redmond 2003, 2004a). En
el Oaxaca prehispánico el urbanismo y el estado están ligados, aunque el urba-
nismo surgió primero y existió durante siglos sin alcanzar las características de es-
tado.
Los datos referentes al urbanismo temprano provienen de tres tipos de estudios
arqueológicos: recorridos de superficie, excavaciones y estudios especializados de
cerámica, escritura, iconografía y arquitectura, entre otros. Para el Valle de la Oa-
212 MARCUS WINTER

xaca prehispánica son fundamentales los recorridos de superficie llevados a cabo


en los años 70 en Monte Albán (Blanton 1978) y en los tres brazos del valle (Ko-
walewski et al. 1989), estos recorridos se complementan con datos de sitios re-
cientemente localizados (Winter 2001). Las excavaciones de aldeas pre-Monte Al-
bán (por ejemplo, Flannery 1976) proveen datos de comunidades antecesoras al
urbanismo, mientras que numerosas excavaciones en Monte Albán mismo docu-
mentan la antigua ciudad (por ejemplo, Caso 1932, 1935, 1938, 1969; Caso y Ber-
nal 1952; Caso et al. 1967; Winter 1994). Para los orígenes del urbanismo en Oa-
xaca son especialmente relevantes las excavaciones en San José Mogote en el
Valle de Etla (Fernández y Gómez 1997; Flannery y Marcus 2005; Marcus y
Flannery 1996), porque era el sitio más grande en el valle antes de la fundación de
Monte Albán. También son relevantes las recientes excavaciones en tres sitios del
municipio de San Martín Tilcajete en el Valle Grande (Elson 2003; Spencer y
Redmond 2004b) porque documentan una secuencia de cambios contemporánea
precisamente con el tiempo de la fundación de Monte Albán.

Cuatro modelos para el origen de Monte Albán

Los arqueólogos han propuesto cuatro modelos alternativos que pretenden ex-
plicar los orígenes de Monte Albán. Una revisión crítica de cada esquema nos
ayudará a clarificar las diferentes perspectivas. Intentaré identificar como el o los
autores de cada modelo caracterizan el contexto en que se formó Monte Albán,
los protagonistas (actores o participantes) y el móvil o las causas de la fundación.

Modelo 1: Capital desagregada. En su artículo «The origins of Monte Albán»,


Richard E. Blanton (1976), basándose en datos de su recorrido de superficie en
Monte Albán (Blanton 1978) y en el Valle de Oaxaca (Kowalewski et al. 1989),
ofreció por primera vez una explicación antropológica para la fundación de Mon-
te Albán. Propuso que Monte Albán fue fundado como una capital política de fun-
ción especial, una capital desagregada (disembedded capital), como Brasilia o
Washington D.C., sin los elementos de un asentamiento común, con el fin de in-
tegrar comunidades en los tres sectores del Valle de Oaxaca. Blanton mantuvo
que Monte Albán fue establecido en el centro del valle en territorio vacío, políti-
camente neutro y ecológicamente marginal. Para Blanton, Monte Albán surgió en
el contexto de tres jefaturas (chiefdoms) de la Fase Rosario, una en cada uno de
los tres subvalles. Cada jefatura consistió en una comunidad grande o sede —San
José Mogote en Etla, Yegüih en Tlacolula y El Mogote Tilcajete en Zimatlán-
Ocotlán— y sus aldeas dependientes. Según el modelo, el centro del valle no tuvo
asentamientos de la Fase Rosario y sirvió como colchón de amortiguamiento
(buffer zone) entre las tres unidades políticas. Monte Albán fue fundado para su-
perar la rivalidad entre las tres jefaturas y suplantarla con una unidad política rec-
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 213

tora. La posibilidad de amenazas externas, desde fuera del Valle de Oaxaca,


también figura como posible causa, aunque de forma vaga, en este modelo. Si
bien Blanton no señaló específicamente quienes fueron los fundadores, está im-
plícito en su esquema que fueron representantes de las tres jefaturas. Desde los
1970s Blanton y sus colegas han promovido este modelo en varias publicaciones
(Blanton et al. 1993, 1999).
El modelo tiene tres problemas fundamentales. Primero, la aserción de que du-
rante la Fase Rosario existía una jefatura en cada subvalle no ha sido demostrada,
ya que además de los tres sitios citados —San José Mogote, Yegüih y El Mogote
Tilcajete— existían otros sitios relativamente grandes. Estos son, por ejemplo, Ba-
rrio del Rosario Huitzo en el Valle de Etla y El Guayabo en San Pablo Huixtepec
en el Valle Zimatlán-Ocotlán, que también pueden haber sido «jefaturas» y riva-
les de San José Mogote o de El Mogote Tilcajete, respectivamente. Segundo, el
buffer zone no existe; hemos identificado sitios de la Fase Rosario en el centro del
valle (Winter 2001), lo que también pone en duda la existencia de una rivalidad
entre tres jefaturas. Tercero, la conceptualización de Monte Albán como capital
desagregada no concuerda con la realidad de los datos arqueológicos. Monte
Albán llegó a ser rápidamente una ciudad con todas las funciones que uno espe-
raría, desde lo más cotidiano (campesinos que cultivaban plantas, preparaban
comida, hacían cerámica y enterraban a sus muertos) hasta lo más sublime (edi-
ficios monumentales religiosos, obras artísticas sofisticadas y manifestaciones de
escritura compleja).
Aunque no directamente relevante al modelo, es problemática también la
atribución de neutralidad y marginalidad al área física donde se fundó Monte Al-
bán. Los cerros de Monte Albán en sí, no consisten en tierra de primera clase,
aunque las laderas sí son cultivables. La extensión más amplia y fértil de aluvión
en el Valle de Oaxaca está inmediatamente al este de Monte Albán. Monte Albán
no dependía de Etla para su comida, en contra de lo que señalan Marcus y Flan-
nery (1996: 149-154). Los cerros de Monte Albán ofrecieron recursos variados
como son piedra para construcción, madera de los árboles, agua de manantiales y
tierra para cultivo temporal en las laderas. Contrario a la interpretación de Blan-
ton, Monte Albán sí era un lugar con recursos deseables.

Modelo 2: Mercado. Hace años propuse (Winter 1984) que una motivación
básica para la fundación de Monte Albán era establecer un mercado para facilitar
la distribución de materias primas y productos procedentes de diferentes lugares
naturales y/o elaborados en las aldeas en el valle, como son sílex, sal, madera, cal,
palma, carbón, ónice y cerámica, entre otros. El mercado hubiera sido análogo a
los mercados de Oaxaca hoy en día, y situado en lo que ahora es la Plaza Princi-
pal de Monte Albán. Así, los antecedentes de Monte Albán serían las numerosas
aldeas de la Fase Rosario con acceso diferencial a materias primas diversas y que
producían bienes distintos. La gente de las aldeas en el centro del valle hubiera
214 MARCUS WINTER

sido la protagonista, y la distribución eficiente de los bienes y materiales estimu-


laría su fundación. Cabe notar que otros autores mencionan la idea de un merca-
do en Monte Albán (Blanton et al. 1999; Feinman et al. 1984), aunque no como
causa de su fundación. Además, no ubican el mercado en la Plaza Principal sino
en las laderas lejos del centro de la ciudad, y así le atribuyen menos importancia.
La idea del mercado en Monte Albán no explica su ubicación en los cerros ya
que hubiera sido posible establecer el mercado en el fondo cerca del centro del va-
lle en una posición similar a la de la ciudad de Oaxaca hoy en día. Mientras que el
mercado pudiera haber jugado un papel básico desde los inicios de Monte Albán,
su presencia no constituye una explicación completa para su fundación.

Modelo 3: Sinoikismo. Joyce Marcus y Kent V. Flannery (1996: 139-146)


proponen que la fundación de Monte Albán es un caso de sinoikismo. El término
sinoikismo se refiere a un proceso de fundación de ciudades en Grecia antigua que
consiste en la unificación política de asentamientos previamente dispersos e in-
dependientes en una localización nueva para formar una ciudad, frecuentemente
para fines defensivos (ibidem: 140). Según Marcus y Flannery (ibidem: 156), San
José Mogote era el centro de una confederación de comunidades aldeanas de la
Fase Rosario en el Valle de Etla. Monte Albán fue fundado cuando se cambió el
núcleo ceremonial y de elite de 40 hectáreas de San José Mogote a Monte Albán
(ibidem: 138), junto con numerosas personas de aldeas afiliadas. La motivación
era defenderse de las otras jefaturas en el Valle de Oaxaca.
El concepto de sinoikismo en sí puede aplicarse a la fundación de Monte Al-
bán en el sentido de que se formó con personas de varias comunidades más anti-
guas (¿de qué otra manera podría haber adquirido habitantes?), pero la transfe-
rencia de poder y población de San José Mogote a Monte Albán, propuesta por
los autores, no concuerda con los datos arqueológicos. En primer lugar, San José
Mogote no fue abandonado después de la Fase Rosario sino que la población au-
mentó casi el 100%, como explicaré más adelante. Segundo, aunque San José
Mogote hubiera sido un centro tipo jefatura, su estructura política no está bien do-
cumentada. El modelo presupone que existía una estructura política en San José
Mogote con suficiente poder para simplemente transferirse a Monte Albán. Para
la Fase Rosario, inmediatamente antes de la fundación de Monte Albán, Marcus y
Flannery (1996: 126-134) han documentado en San José Mogote una estructura
encima del Montículo 1 que identifican como templo, unas vasijas, una tumba y
una piedra grabada. El conjunto puede representar restos de una familia de alto es-
tatus, una jefatura. Pero tales datos no constituyen una estructura política defini-
da, y de todas maneras, lo que se encuentra en Monte Albán fue definido en Mon-
te Albán mismo durante las Fases Danibaan y Pe, no antes de su fundación.
Finalmente, la causa del supuesto cambio de poder de San José Mogote a
Monte Albán no es convincente. Marcus y Flannery (1996: 128-129; Flannery y
Marcus 2003) argumentan que San José Mogote fue atacado y su templo quema-
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 215

do, pero si era la comunidad más grande en el valle, ¿quiénes pudieron atacar y
quemar su templo? Los edificios pueden quemarse por accidente o a propósito en
caso de renovación. Atribuir los orígenes de Monte Albán a un sinoikismo en el
sentido simple de cambiar centros es evadir la importancia de los orígenes del ur-
banismo y de Monte Albán.

Modelo 4: Ritual-religión. Arthur A. Joyce (2000, 2001, 2004; véase también


Joyce y Winter 1996) propone que Monte Albán fue fundado como centro cere-
monial con el fin de agilizar la comunicación con los poderes sobrenaturales y así
ayudar a los nobles y comuneros quienes fundaron la ciudad. Si bien Joyce reco-
noce la posición defendible que posee Monte Albán, enfatiza que existió una cri-
sis política en el Valle de Oaxaca, especialmente con los jefes de San José Mogote
quienes estaban perdiendo poder debido al cese de relaciones de intercambio
con centros externos, como La Venta y Chalcatzingo, entre otros, y a la compe-
tencia con centros locales como El Mogote Tilcajete y Yegüih en los otros sub-
valles del Valle de Oaxaca. Incide en que fueron familias nobles y gentes del co-
mún quienes fundaron la ciudad de Monte Albán.
Un problema con este modelo es que Joyce acepta la idea de que se practicaban
rituales públicos en San José Mogote antes de la fundación de Monte Albán. Se
basa especialmente en la atribución del danzante (Monumento 3) de San José Mo-
gote a la Fase Rosario. El danzante representa a una víctima sacrificada de sexo
masculino con el corazón expuesto o removido de su cuerpo. No obstante, varias lí-
neas de evidencia demuestran que no corresponde a la Fase Rosario sino la Fase Pe,
siglos más tarde (Cahn y Winter 1993). Probablemente hubo rituales en San José
Mogote durante la Fase Rosario, pero no necesariamente el sacrificio humano.
Los datos arqueológicos indican que el ritual público en Monte Albán fue desarro-
llado paulatinamente durante los siglos posteriores a su fundación. Aunque hubie-
ran existido rituales públicos en San José Mogote, la religión zapoteca en su ex-
presión plena no se había formado durante los inicios de Monte Albán. Hasta
ahora, la evidencia arqueológica de rituales públicos presentes en el Valle de Oa-
xaca antes de la fundación de Monte Albán es ambigua (Winter 2004).

Reconsiderando la fundación de Monte Albán: Modelo 5

Aunque los cuatro modelos identifican elementos claves, como asentamientos


de la Fase Rosario, relaciones intercomunitarias, conflicto y defensa y religión e
ideología, en algunos la secuencia de acontecimientos es equívoca o la impor-
tancia relativa es cuestionable. Ninguno de los cuatro modelos explica los oríge-
nes de Monte Albán, por lo que propongo otro, el Modelo 5, consistente con los
datos arqueológicos y que considera los criterios de contexto, protagonistas y mo-
tivación tratados arriba.
216 MARCUS WINTER

Entre los sitios de la Fase Rosario ya localizados en el centro del valle, el más
importante, aún no bien documentado, hubiera sido la aldea de Xoxocotlán ubi-
cada en el lado este de la base de Monte Albán, y actualmente cubierta por sedi-
mentos y estructuras del pueblo actual del mismo nombre. La localización de Xo-
xocotlán es privilegiada. Está enmarcada y protegida al oeste y al norte por dos
líneas de cerros, el conjunto principal de Monte Albán y el conjunto conocido
como Monte Albán Chico, respectivamente; al este y al sureste está el río Atoyac
y las grandes extensiones de aluvión. Así Xoxocotlán está en su propio vallecillo
en el centro del Valle de Oaxaca con una buena diversidad de recursos a la
mano: amplio terreno aluvial para cultivo permanente, grandes extensiones de te-
rreno tipo pie de monte y una subida fácil hasta la cima de los cerros de Monte
Albán. Desde Monte Albán, los lados oeste y norte son empinados, ofreciendo de-
fensa natural excepto por la bajada relativamente gradual al noroeste, precisa-
mente donde se construyó el muro defensivo durante la Fase Nisa (Blanton 1978:
52-54).
Aunque el tamaño del sitio no ha sido determinado, su simple presencia pone
en duda la idea propuesta por Blanton et al. (1999) de que Monte Albán era un
área neutral y marginal. Con recursos tales como animales, plantas silvestres, in-
cluyendo pinos para construcción de casas, manantiales en las laderas o piedra se-
dimentaria en capas naturales fácil de explotar, el conjunto de cerros, ahora Mon-
te Albán, hubiera ofrecido recursos accesibles a varias aldeas en el centro del valle
que de otra manera hubieran sido obtenidos sólo, con más esfuerzo, en las mon-
tañas distantes en las orillas del valle. El recurso tal vez más importante era la
gran extensión de tierra aluvial adyacente al lado este de la base del cerro de Mon-
te Albán. No solamente se trata de la extensión aluvial más amplia en todo el va-
lle, sino el lugar de confluencia de los ríos Atoyac y Salado. Esto aseguraba la
presencia de agua y por lo tanto garantizaba la productividad aun en años en que,
por variaciones climáticas menores, Etla o Tlacolula recibiera una cantidad anor-
mal de agua pluvial.

Contexto. Los modelos ya descritos toman las aldeas del Valle de Oaxaca
como contexto geográfico y sociopolítico para la fundación de Monte Albán. A
diferencia de ellos, propongo que tanto el área como la población base del urba-
nismo temprano en Oaxaca abarcó mucho más que los tres subvalles del Valle de
Oaxaca, y que participó gente de comunidades de tres o cuatro regiones distintas.
Antes de la fundación de Monte Albán, se estableció un área de interacción en los
Altos de Oaxaca, el Área de Interacción Fase Rosario (AIFRO), que abarcaba co-
munidades en el Valle de Oaxaca, porciones de la Mixteca Alta (por ejemplo, los
sitios de Apoala, Etlatongo y otros en el Valle de Nochixtlán y el Valle de Achiu-
tla), posiblemente la Cañada Cuicateca y el sur del Valle de Tehuacan, Puebla
(Fig. 2). El área está definida por la presencia de elementos diagnósticos de la ce-
rámica Fase Rosario: cajetes cónicos de pasta gris con decoración hecha con lí-
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 217

Fig. 2.—Mapas con los sitios y áreas mencionados en el texto; el mapa superior derecho muestra los posible
límites del Área de Interacción Fase Rosario (AIFR).

neas incisas o impresas, por bruñido diferencial o por el uso de zonas mates, mos-
trando motivos distintivos, especialmente el banderín que posiblemente tuvo un
significado simbólico (Fig. 3). El estilo compartido de cerámica gris decorada im-
plica interacción y contacto entre las comunidades, aunque probablemente hubo
tanto producción local como intercambio de cerámica decorada. Creado durante la
Fase Rosario y no presente en las fases anteriores, el AIFRO es significativo por-
que demuestra la existencia de un fondo de protagonistas o comunidades interre-
218 MARCUS WINTER

Fig. 3.—Motivo de banderín en cerámica diagnóstica de la Fase Rosario.

lacionadas no limitadas al Valle de Oaxaca en los años inmediatamente anteriores


a la fundación de Monte Albán.

Protagonistas. Geográficamente el AIFRO, que corresponde al área de la


emergencia del urbanismo temprano en Oaxaca, abarcaba un área de 15.000-
25.000 km2 y unía una población total de quizá 3.000 personas2. En el Valle de
Etla se encontraba la mayor concentración de población (inferida simplemente por
el alto número de sitios arqueológicos), y San José Mogote —un sitio cinco veces
más grande que el resto— es el candidato principal para ser el lugar de origen del
estilo Rosario. San José Mogote contaba con una larga tradición como comunidad
principal en el Valle de Etla, y al mismo tiempo quedaba más cerca de la Mixte-
ca Alta y de la Cañada que cualquier otro posible centro de la Fase Rosario en el
centro del valle o en Tlacolula o Zimatlán-Ocotlán, sea Yegüih, El Mogote Til-
cajete u otro.
El crecimiento de población durante la Fase Rosario pudo provocar compe-
tencia sobre el territorio de Etla y el centro del Valle de Oaxaca donde la densidad
de población era más alta. Propongo, pues, que fue el resultado de una división en
dos grupos rivales: un grupo compuesto por San José Mogote y sus aliados (al-
deas dependientes cercanas y en el Valle de Etla posiblemente en la Mixteca), y el
otro por los habitantes del centro del valle.

2
La estimación del área se hizo sobre la base de un rectángulo imaginario que abarca el Valle de Oa-
xaca y parte de las regiones mencionadas. Buena parte del área consiste en montañas no habitadas duran-
te el Preclásico. La estimación del número de habitantes incluye unos 2.000 en el Valle de Oaxaca duran-
te la Fase Rosario, un cálculo basado en el recorrido de superficie (ver Tabla 3) y unos 1.000 en las otras
regiones.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 219

Desde el Preclásico Temprano, San José Mogote gozaba de un lugar privile-


giado adyacente al área más extensa de tierra de primera clase en el Valle de Etla
y contaba con más habitantes que las otras aldeas. Aunque no hay evidencia di-
recta de conflicto entre comunidades, se ha demostrado que en la Fase Rosario
existió en San José Mogote por lo menos una familia o individuo (jefe) de estatus
relativamente alto, y una estructura especial encima del Montículo 1. Como evi-
dencia se puede citar, entre la cerámica de la Fase Rosario, por lo menos dos ca-
sos reportados de cerámica especial: las vasijas asociadas al entierro San José Mo-
gote-66 (Fig. 4) y las vasijas de la tumba San José Mogote 2-95 (Fernández y
Gómez 1997), aunque en general las excavaciones de depósitos de la Fase Rosa-
rio han sido limitadas y probablemente no conocemos el rango de variación de la
cerámica.
El otro grupo de protagonistas habría estado compuesto por los habitantes de
las aldeas situadas en el centro del Valle de Oaxaca, próximas a los terrenos de
cultivo y bordeando el área extensiva de aluvión con su gran potencial producti-
vo (precisamente el área de la buffer zone de Blanton). Este grupo se encontraba
más cercano de la gente de los valles de Tlacolula y Zimatlán-Ocotlán que el gru-
po de San José Mogote, y quizá se establecieron alianzas con ellos.

Fig. 4.—Vasijas especiales de la Fase Rosario encontradas en San José Mogote (basada en Marcus y Flan-
nery 1996: Figs. 125 y 126).
220 MARCUS WINTER

A pesar de que los habitantes de San José Mogote contaban con una larga tra-
dición de ocupación en su área y con un estatus establecido, los datos de los sitios
en el centro del Valle de Oaxaca reflejan innovaciones y relaciones de inter-
cambio interregional. Por ejemplo, en el sitio Colonia Las Bugambilias hallamos
en un basurero de la Fase Rosario fragmentos de dos comales, los más antiguos
documentados hasta ahora en Oaxaca y Mesoamérica (Fig. 5). La invención del
comal facilitó el movimiento de gente porque permitió la preparación de comida
para llevar (de otra manera el maíz con agua se pudre rápidamente, o requiere pre-
paración con agua inmediatamente antes de su consumo), resultando en una ex-
celente infraestructura para el intercambio.
Otra innovación documentada en el mismo sitio, y en Hacienda La Experi-
mental, son las efigies de ranas o sapos en los bordes de algunos cajetes (Fig. 6).

Fig. 5.—Comal de la Fase Rosario procedente del sitio Colonia las Bugambilias, Centro, Oaxaca.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 221

Son los primeros ejemplos del simbolismo de agua en la región, un tema elabo-
rado después de la fundación de Monte Albán con efigies similares y con repre-
sentaciones del dios del agua o Cocijo. Las ranas y sapos salen después de la pri-
mera lluvia del verano y así anuncian la temporada de lluvias, que a su vez
significa fertilidad y alimento.
En cuanto al intercambio interregional, en el sitio Hacienda La Experimental
encontramos un fragmento de una estatuilla de piedra de estilo olmeca (Fig. 7)
similar a objetos bien documentados del área olmeca, como por ejemplo las es-
tatuillas de la Ofrenda 4 de La Venta. No sabemos exactamente ni cómo ni cuán-
do llegó la pieza al sitio, pero sí que confirma la participación de los habitantes en
un mundo más amplio.
Causa/s de la fundación de Monte Albán. Propongo que la fundación de
Monte Albán se llevó a cabo por personas de las aldeas distribuidas por el centro
del Valle de Oaxaca para reclamar y asegurar su territorio (hinterland) e imponer

Fig. 6.—Cajete de cerámica Fase Rosario con ranas o sapos en el borde, procedente del sitio Hacienda La
Experimental, Centro, Oaxaca.
222 MARCUS WINTER

su dominio sobre el centro del valle. Una manera relativamente fácil de evaluar
esta posibilidad es comparar el número de habitantes en las comunidades rele-
vantes durante las Fases Rosario y Danibaan.
Marcus y Flannery (1996: 139) apoyan su modelo de sinoikismo con la
afirmación de que San José Mogote perdió casi toda su población entre las
Fases Rosario y Danibaan, y el modelo de Blanton implica un proceso similar,
es decir, que representantes de las jefaturas se mudaron a Monte Albán donde
funcionaron como intermediarios. No obstante, los datos no apoyan estas inter-
pretaciones. La Tabla 1 muestra las cifras del recorrido de superficie del Valle

Fig. 7.—Estatuilla estilo olmeca hallada en el sitio Hacienda La Experimental, Centro, Oaxaca.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 223
TABLA 1
Número estimado de habitantes y de monticulos en tres sitios durante las Fases Rosario y Danibaan
(Monte Albán I Temprano) (basada en datos de Kowalewski et al. 1989: Tablas 4.2 y 5.9)

Sitio Número estimado de habitantes Montículos


Fase Rosario Fase Danibaan Fase Rosario Fase Danibaan
San José Mogote 564 1.112 9 10
Yegüih 132 578 8 7
Tilcajete 34 225 4u8 14
* Cuatro sitios adicionales tienen cuatro o más montículos

de Oaxaca para las tres supuestas jefaturas: San José Mogote, Tilcajete y Ye-
güih. En las tres hubo aumentó de población de Rosario a Danibaan (debe ob-
servarse que el sitio relativamente grande de Etlatongo en el Valle de Nochix-
tlán, en la Mixteca, tampoco perdió población en estos periodos). Por otro
lado, mis excavaciones en los sitios de Tierras Largas, Hacienda Blanca y Co-
lonia Las Bugambilias, todos en el centro del Valle de Oaxaca, sí indican pér-
didas de población de Rosario a Danibaan, y creo que fueron precisamente
personas de estas aldeas, y tal vez bajo el control de líderes procedentes de Xo-
xocotlán también, quienes fundaron Monte Albán3.
Por lo tanto, llego a la conclusión de que los colonizadores iniciales en Mon-
te Albán fueron personas que habitaban las aldeas más cercanas a los cerros. Fue-
ron los defensores del área, protegidos por su posición defensiva privilegiada en
el cerro, y posiblemente abastecidos con materias primas y productos procedentes
de las comunidades del fondo del valle a través de un mercado. Una vez asentados
algunos en Monte Albán, al principio de la Fase Danibaan, se inició la construc-
ción de la ciudad.

Monte Albán: los primeros siglos

Examinar algunos aspectos de la vida en Monte Albán durante sus primeras


generaciones (Fase Danibaan) ayudará a entender el origen de la ciudad. Una vez
fundada, se aceleró el cambio cultural en el Valle de Oaxaca y Monte Albán pa-
rece haber sido el centro de innovaciones. Hay que recalcar que tales cambios sur-
gieron junto con el crecimiento de población, como estrategias para asegurar el
buen funcionamiento de la urbe.
El número de habitantes aumentó rápidamente. Según la estimación basada en
3
Los datos del recorrido de superficie en el valle no incluyen las estimaciones de número de habitan-
tes por periodo de los sitios pequeños.
224 MARCUS WINTER

el recorrido de superficie, Monte Albán alcanzó unas 5.000 personas en los pri-
meros 200-250 años (Nicholas 1989). Aún no sabemos si fue por crecimiento de
la población original-fundadora o por inmigración, aunque probablemente fue una
combinación de ambos. El esquema incluido en la Tabla 2 muestra como, en unas

TABLA 2
Modelo del crecimiento de la población de Monte Albán con una población fundadora de 100 pa-
rejas y suponiendo que cada pareja tuviera tres hijos sobrevivientes que se reprodujeron.

Generación Población Parejas Progenie


Fundador 200 100 300
Primera 300 150 450
Segunda 450 225 675
Tercera 675 337 1011
Cuarta 1011 505 1515
Quinta 1515 755 2265
Sexta 2265 1132 3396
Séptima 3396 1698 5094

cuantas generaciones, Monte Albán podría haber alcanzado, por crecimiento


paulatino, esa cifra de 5.000 personas.
Nuestras excavaciones señalan que la ocupación más antigua en la ciudad se
encuentra cerca de la Plaza Principal, Plataforma Norte, la ladera norte y sobre la
Loma Noreste o la cresta que se extiende de la Plataforma Norte hacia el Palacio
de la T.105, pero nada en el área al oeste o al sur de la Plataforma Sur4. Aunque
no sabemos con certeza cómo era la organización política durante los primeros si-
glos parece que, desde la fundación del sitio, la Plataforma Norte fue la sede de la
o las familias principales en Monte Albán. A pesar de que no se han encontrado
cuartos, tumbas o entierros que indiquen con seguridad la presencia de una casa
en la Fase Danibaan, en algunas partes hay 10 m de relleno cultural debajo de la
superficie. Durante el Proyecto Especial Monte Albán 1992-1994, encontramos el
piso enlajado de un patio y ofrendas de vasijas cerámicas de la Fase Danibaan. El
tamaño y/o la cantidad de las vasijas de un depósito pueden ayudar a diferenciar
entre actividades o eventos privados y públicos. La presencia de vasijas (u otros
objetos) de gran tamaño o en gran cantidad podía implicar la participación de más
de una unidad doméstica. Así las decenas de vasijas encontradas en el pozo 23 del

4
Blanton et al. (1999: 53) sugirieron, fundamentándose en el recorrido de superficie, que existían tres
áreas distintas de ocupación Danibaan en Monte Albán, correspondientes a las tres jefaturas, pero la dis-
tribución de cerámica de Fase Danibaan en la superficie puede deberse a material reutilizado en construc-
ciones.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 225

edificio E-Sur encima de la Plataforma Norte (Winter 2004: 37) sugieren un


evento público, mientras que los conjuntos de vasijas de la Fase Rosario ya men-
cionados de San José Mogote pueden indicar una sola familia, tal vez la familia
del jefe.
La Plataforma Norte y los edificios al lado oeste de la Plaza Principal delimi-
taron dos lados de un gran espacio probablemente utilizado como mercado (Winter
2001). La Loma Noreste es uno de los pocos puntos en el cerro de Monte Albán con
vistas hacia el Valle de Etla (noroeste) y también hacia el fondo del valle cerca de
Xoxocotlán (sureste). Aquí se construyó una plaza cuadrada (posiblemente en la
Fase Danibaan), una columna para señalamiento y, más tarde, un juego de pelota.
La plaza cuadrada, similar en forma a las plazas de El Mogote Tilcajete, Etlatongo
y Santa Teresa Huajuapan, pudo haber sido la sede del primer mercado en Monte
Albán. También se hallaron, en ésta área, residencias tempranas.
La organización en Monte Albán pudo haber consistido en varios jefes de fa-
milias en un tipo de consejo, encabezado tal vez por un jefe principal, similar a lo
propuesto para la Mixteca Alta (Winter 2004). Las tumbas de las Fases Danibaan
y Pe en Monte Albán y otros sitios del Valle de Oaxaca se encuentran en resi-
dencias de familias de alto estatus, las casas de los líderes en las comunidades. La
red de interacción establecida en la Fase Rosario (el AIFRO) continuó después de
la fundación de Monte Albán, inicialmente no hubo ruptura con las áreas aliadas
y el intercambio floreció en el Valle de Oaxaca y la Mixteca Alta. En Etlatongo y
Yucuita del Valle de Nochixtlán, por ejemplo, se encuentra mucha cerámica,
tanto de pasta gris como crema, importada del Valle de Oaxaca y también de la
Cañada. Por otro lado, Monte Albán y otros sitios en el Valle de Oaxaca recibie-
ron cerámica de pasta fina café del Valle de Nochixtlán y cercanías (Joyce et al.
en prensa).
Entre las numerosas innovaciones que tuvieron lugar durante estos siglos se
cuentan las de la cerámica: por un lado en las formas de vasijas de servicio, que
indican posibles cambios en la dieta (tal vez el consumo de chile o condimentos
preparados con chirmolera), y, por otro lado, en los motivos decorativos. Es co-
mún la decoración incisa e impresa, tanto de motivos geométricos como de efi-
gies, incluyendo una proliferación de símbolos acuáticos como peces, patos,
garzas y caracoles. La Tumba 43 de Monte Albán, por ejemplo, contuvo mi-
niaturas en forma de caracoles, un pato, ranas o sapos y un pez (Caso et al.
1967: 145-210).
Otra innovación clave para el entendimiento de los orígenes de Monte Albán
son los «danzantes» (Fig. 8), representaciones de hombres tallados o grabados en
monolitos que forman el primer gran corpus de arte público en Monte Albán y su-
ponen un relato de la fundación de la ciudad. Entre los edificios monumentales más
antiguos en Monte Albán hay dos grandes plataformas, el Edificio K-sub y el Edi-
ficio L-sub, que delimitan parte del lado oeste de la Plaza Principal, y cuyos muros
del lado oriental están hechos con grandes piedras colocadas en talud (Fig. 9).
226 MARCUS WINTER

Fig. 8.—Muro de los Danzantes con piedras in situ (basada en Scott 1978: Part I: Frontispiece).

Fig. 9.—Muro K-sub de Monte Albán (basada en Acosta 1965: Fig. 6).
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 227

Los monolitos del muro este de L-sub fueron grabados con danzantes (ver Figura
8), y en unos pocos casos con glifos y fechas formando estelas (Fig. 10).
En Monte Albán han sido documentadas aproximadamente 300 piedras con
danzantes (Scott 1978), la mayoría dispersas en el sitio, y en varios casos reutili-
zadas en construcciones posteriores. Originalmente formaban parte del gran muro
este del Edificio L-sub y posiblemente de otras estructuras asociadas. Las estelas
son mucho menos comunes, y algunas también se encuentran fuera de su posición
original. Una porción del extremo norte del muro principal con los danzantes se
conserva in situ, y también las Estelas 12 y 13 estaban in situ en el extremo sur
del muro antes de ser trasladadas hace unos años al Museo de Monte Albán para
su conservación. Estos testigos demuestran que los danzantes formaban filas or-
denadas de representaciones, alternando unos en posición vertical con otros ho-
rizontales. Los personajes de cada fila eran aproximadamente del mismo tamaño,
mostrando la misma posición y mirando en la misma dirección, que alternaba por
fila (Scott 1978, Part I: 6).
Estilísticamente se distinguen por lo menos dos grupos de danzantes: un gru-
po grabado algo burdamente en bajo relieve, y otro grupo hecho con finas líneas

Fig. 10.—Estelas 12 y 13 de Monte Albán (basada en Urcid 2001: Fig. 2.36).


228 MARCUS WINTER

incisas. Probablemente corresponden a diferentes edificios dentro del mismo


conjunto, y posiblemente manifiestan variación cronológica, o provienen de di-
ferentes escultores o escuelas. Los danzantes han sido interpretados de varias ma-
neras, además de la idea de bailarines como denota el nombre vernáculo, entre los
arqueólogos la idea más popular es la de que representan cautivos o prisioneros
muertos, debido a sus ojos aparentemente cerrados y su desnudez, ambos símbo-
los de humillación en el arte mesoamericano. No obstante, la mayoría de los
danzantes están en una posición de movimiento, caminando, hincados o gateando
(nadando) que más bien da la idea de vida. Los ojos no necesariamente están ce-
rrados; puede atribuirse a una convención artística o estilística. Casi todos exhiben
un círculo en lugar del pene, ausencia de testículos y unas líneas ondulantes que
tal vez indican sangre. Si tomamos literalmente esta mutilación genital, conclui-
ríamos que los danzantes son enemigos desfigurados. Pero si la mutilación re-
presenta la participación real o simbólica en un rito de auto sacrificio y la acción
de ofrecer sangre y/o semen a la tierra como intercambio por su fertilidad y por
una cosecha exitosa o abundante, los danzantes podían ser personajes procedentes
de Monte Albán mismo. De todos modos, creo que las representaciones en el
muro relatan la historia de la fundación de Monte Albán. Todos los danzantes son
hombres, y pueden ser representaciones de personajes históricos, recordados o
imaginados, involucrados en la organización inicial de la ciudad, algunos acom-
pañados por glifos señalando sus nombres. De hecho, varios representan personas
de alto estatus, posiblemente líderes de grupos o de comunidades, acompañados
por símbolos de poder, como por ejemplo el jaguar (Urcid 2005).
Las Estelas 12 y 13, y otras aún no descifradas por completo, posiblemente
nombran un líder, o mencionan la fundación de la ciudad. El muro de los dan-
zantes, la primera gran obra de arte público en Monte Albán, estaba a la vista de
todos y representa un estilo distintivo creado en Monte Albán. Los grandes muros
de K-sub y L-sub parecen casi simétricos y probablemente fueron construidos al
mismo tiempo que los templos edificados encima de las plataformas; aunque
ninguno ha sido fechado directamente, el edificio K-sub está atribuido a la época
Monte Albán II (Fase Nisa) (Acosta 1965), aunque hace simetría con el L-sub y
tal vez pueda corresponder a la Fase Pe. Ciertos danzantes (no del K-sub) fueron
reutilizados en muros de la Fase Nisa, por lo que el muro con los danzantes fue
desmantelado (la antigua historia ya no valía) lo más tardar a principios de esta
fase. Si se construyó el muro antes de grabar los relieves, entonces los danzantes
no corresponden a los años iniciales del centro urbano sino a unos años o tal vez
unas generaciones más tarde. Se han encontrado en varios sitios vasijas de cerá-
mica con figuras humanas modeladas y que asemejan de manera general a los
danzantes. Corresponden a la Fase Danibaan y, más comúnmente, a la Fase Pe (o
su equivalente en otras regiones). Por lo tanto yo creo que los danzantes fueron
grabados (y el calendario y escritura incorporados) durante la Fase Danibaan o la
Fase Pe.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 229

Fue posible plasmar el gran relato, probablemente histórico-mítico, solamen-


te después de varias generaciones cuando ya existía un pasado recordado. Cabe
señalar que el danzante de San José Mogote está grabado en bajo relieve en esti-
lo similar. Representa un hombre nombrado 1L con su corazón expuesto, un sa-
crificado. También estaba incorporado originalmente en un gran muro en posición
vertical, parte de la estructura expuesta, consolidada y parcialmente reconstruida,
en la base noroeste del Montículo 1, que debe de corresponder a la Fase Pe.

Elementos olmecas

Varias innovaciones de origen indefinido caracterizan la Fase Danibaan en


Monte Albán: pueden ser locales, préstamos de otros grupos o una combinación
de ambos. Aunque la difusión cultural no ha sido un mecanismo muy popular para
explicar el cambio cultural entre los mesoamericanistas de los últimos tiempos,
está claro que los elementos que forman lo que llamamos la civilización mesoa-
mericana no fueron inventados múltiples veces o una vez por cada grupo étnico o
lingüístico mesoamericano distinto. Al contrario, fueron inventados, imitados,
adoptados, prestados y modificados a través de complejos procesos de interacción.
Son precisamente los mecanismos de interacción, los participantes y sus estrate-
gias lo que hace falta aclarar para un entendimiento más profundo del origen de
Monte Albán y del urbanismo.
La cultura olmeca de la Costa de Golfo es el antecedente más complejo y cer-
cano a Monte Albán, su desintegración y transformación en torno al 400 a.C. y la
presumible dispersión de parte de la población olmeca (Diehl 2004), sugiere que
las posibles conexiones entre tal grupo y los zapotecos del Valle de Oaxaca me-
recen una profunda investigación. Unos elementos presentes por primera vez en la
Fase Danibaan posiblemente deriven de la cultura olmeca de la costa del Golfo:

1. Tumbas tipo cajón. Las tumbas más antiguas en el Valle de Oaxaca (y la


Mixteca Alta) son de tipo cajón, de las que la tumba A de La Venta es un
posible antecedente.
2. Monolitos grabados. La idea de grabar piedras es más antigua en La Ven-
ta (y también Chalcatzingo e Izapa) que en Monte Albán. Los danzantes
muestran un estilo propio zapoteco pero la idea tal vez provenga de afuera.
3. El simbolismo del jaguar asociado a líderes (danzantes J-41 y D-55, por
ejemplo. Fig. 11) se manifiesta como tocados o yelmos de cabezas de ja-
guar. El jaguar aparece como símbolo olmeca desde el horizonte San Lo-
renzo.
4. Braseros de cerámica con cara humana con máscara bucal y boca estilo ol-
meca. Los braseros tal vez se originaron en el Valle de Oaxaca, pero el es-
tilo de la efigie posiblemente proviene de La Venta (Fig. 12).
230 MARCUS WINTER

Fig. 11.—Danzantes J-41 y D-55 de Monte Albán (basada en Urcid 2005: Fig. 15, y Urcid 2001: Fig. 4.47).

Fig. 12.—Braseros de cerámica de la Fase Pe con rasgos (boca) estilo olmeca (basada en Caso y Bernal
1952: Figs. 485 y 483b).
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 231

5. Calendario. El origen no ha sido determinado; posiblemente se inició con


los zapotecos del Valle de Oaxaca.
6. Escritura. El origen no ha sido aún determinado; del sitio San Andrés,
cerca a La Venta, proceden artefactos con símbolos fechados para el 650
a.C. (Pohl et al. 2002). La escritura distintiva zapoteca aparece ya desa-
rrollada en Monte Albán.

Los centros urbanos tempranos en la Mixteca Alta

Entre las numerosas consecuencias introducidas en el panorama sociocultural


de los altos de Oaxaca por el inicio de Monte Albán es notable la fundación de va-
rios centros urbanos en la región mixteca, al noroeste del Valle de Oaxaca. Du-
rante la Fase Danibaan, la relación entre las comunidades en el Valle de Oaxaca y
las de la Mixteca Alta5 continuaba pacíficamente, lo cual se encuentra indicado
por el intercambio de cerámica, como durante el apogeo del AIFRO. Los asenta-
mientos persistían en la Mixteca y hubo intercambio entre grupos en la Mixteca y
el Valle de Oaxaca. Hacia finales de la Fase Danibaan hubo conflictos eviden-
ciados por cambios en el patrón de asentamiento. En varias instancias la gente
abandonó sus aldeas, posiblemente desalojados por la fuerza o por amenazas, y
establecieron grandes asentamientos urbanos en lugares defensivos. Este fenó-
meno constituye un segundo ejemplo de urbanismo temprano en los altos de
Oaxaca, como señalan varios casos.
En el Valle de Nochixtlán la población de Etlatongo se trasladó a la cima de
una loma a 1 Km. de distancia del centro anterior. El centro urbano de Yucuita
surgió en el mismo valle ubicado sobre una loma con muros defensivos. Hay más
5
La Mixteca Alta, en contraste con el Valle de Oaxaca, está conformada por numerosos valles relati-
vamente pequeños, separados y rodeados por montañas. En general, la región tiene una altitud 500 m ma-
yor que la del Valle de Oaxaca, con el aluvión a 2000 m y las montañas alcanzando los 3000 m; el clima es
un poco más frío, pero ni la altitud ni el clima parecen haber sido factores limitantes en su desarrollo cul-
tural. La Mixteca Alta incluye zonas fisiográficas similares a las del Valle de Oaxaca: aluvión alto, pie de
monte y montañas. La zona de aluvión tiende a ser relativamente limitada, ya que los valles son angostos;
como consecuencia de ello, hubo menos producción de maíz que en el Valle de Oaxaca y menos gente. Di-
ferencias geográficas entre las dos regiones, el Valle de Oaxaca y la Mixteca Alta, ayudan a explicar va-
riaciones en sus trayectorias urbanísticas, en el sentido de que las barreras fisiográficas en la Mixteca Alta
hacen que la región sea más difícil de integrar políticamente y menos apta para la comunicación y centra-
lización que el Valle de Oaxaca. Así, se presta a múltiples centros, y no a un solo centro como Monte Al-
bán.
Para la Mixteca Alta contamos con recorridos de superficie en varias subregiones (por ejemplo, Bal-
kansky et al. 2000; Byland y Pohl 1994; Plunket 1983; Spores 1972). El estudio del urbanismo temprano
empezó en la región hace unos 30 años con las exploraciones en Huamelulpan (Gaxiola 1984; Winter 1992)
y Yucuita. Las excavaciones en Etlatongo (Blomster 2004Y, Monte Negro (Acosta y Romero 1992) y Yu-
cunama (Matadamas 1991-1992) añaden otros datos, igual que los recorridos y las excavaciones en los si-
tios de Cerro de las Minas, Diquiyú y otros en la Mixteca Baja (Rivera 2000).
232 MARCUS WINTER

ejemplos en otras partes de la Mixteca Alta, así, más al sur, Monte Negro fue fun-
dado sobre una elevada montaña, arriba de Tilantongo, quizás por pobladores de
aldeas cercanas. Huamelulpan se creó en los cerros alrededor de un pequeño va-
lle y quizás sus pobladores llegaron de las proximidades. Se fundó el centro de
Diquiyú, también sobre una alta montaña, tal vez por gente originaria de aldeas
cerca de Santa María Tindú. Asimismo hay ejemplos claros de movimientos de
población de un lugar a otro. Por ejemplo, los habitantes de Santa Teresa (Hua-
juapan) se trasladaron unos 2 km al otro lado del río Mixteco, a un cerro defen-
dible, ahora llamado Cerro de las Minas.
Considero que el urbanismo mixteco es el resultado directo de una presión
emanada del Valle de Oaxaca. De la Fase Danibaan a la Fase Pe la población de
Monte Albán aumentó de 5.000 a, aproximadamente, 17.000 personas y la po-
blación total del Valle de Oaxaca de 15.000 a 51.000 (Kowalewski et al. 1989)
(Tabla 3). En el Valle de Oaxaca se fundaron numerosas comunidades nuevas, in-
cluyendo unas en la zona del pie de monte posiblemente con el fin de aumentar la
producción de alimentos por medio de riego por canales en los suelos delgados.
Es probable que después de varios años se agotara la productividad de los suelos,
dando como resultado una aún más fuerte presión demográfica.
El apremio desde Monte Albán para alimentar a la población creciente era
cada vez mayor, desembocando en un ambiente de conflicto en el que la gente de
la ciudad se dedicaba a consolidar su poder integrando y controlando las comu-
nidades del Valle de Oaxaca.
La trayectoria del urbanismo temprano en los altos de Oaxaca culminó entre
los años 1 y 200/250 d.C. (Fase Nisa en el Valle de Oaxaca y Ramos Tardío en la
Mixteca Alta). En el Valle de Oaxaca el conflicto intercomunitario e interregional
se intensificó aún más y se establecieron otros centros en el Valle de Oaxaca en
posiciones defensivas sobre los cerros. Un ejemplo es Cerro Tilcajete, cuyos ha-

TABLA 3
Población estimada del Valle de Oaxaca durante el Preclásico (basada en Nicholas 1989:
Tablas 14.2 y 14.8).

Fase (Época Total del Valle Monte Albán


(incluyendo Monte Albán)
Nisa (Monte Albán II) 41.319 14.492
Pe (m. A. I Tardío) 50.920 16.630
Danibaan (M. A. I. Temprano) 14.652 5.398
Rosario 1.835 –
Guadalupe 1.788 –
San José 1.942 –
Tierras Largas 327 –
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 233

bitantes vinieron de El Palenque, donde el palacio de la familia de elite fue que-


mado (Spencer y Redmond 2004b). Otro ejemplo es Cerro de la Campana Huitzo-
Suchilquitongo. En este mismo periodo, Monte Albán muestra indicios de mayor
control por parte de los líderes. La presencia de hornos de cerámica asociados a
residencias cerca de la Plataforma Norte refleja un alto grado de control admi-
nistrativo, tanto en la producción como en la distribución de cerámica especiali-
zada. El papel de la religión, como elemento de control de la población, se ejem-
plifica con la proliferación en la construcción de templos en la Plaza, en la
Plataforma Norte y en los barrios de Monte Albán. El uso de proporciones ca-
lendáricas en la arquitectura es otra muestra de lo mismo, al igual que la cons-
trucción de juegos de pelota, posiblemente utilizados para controlar o regular los
conflictos entre grupos. Finalmente con el propósito de administrar la producción
agrícola en el aluvión al este de la ciudad, los líderes de Monte Albán establecie-
ron en la Fase Nisa centros de población en los sitios de Cuatro Mogotes Xoxo-
cotlán, Jalpan, Noriega, Cuilapan y otros.
Las expresiones más claras del poder de Monte Albán son los motivos gra-
bados durante las Fases Pe Tardío o Nisa en las 50 ó 60 lápidas de conquista, al-
gunas ahora en el Edificio J y otras removidas de su contexto original (Fig. 13).

Fig. 13.—Lápida de conquista del Montículo J de Monte Albán.


234 MARCUS WINTER

Cada lápida muestra el glifo zapoteco de lugar (en estos casos posiblemente indica
Monte Albán), un símbolo indicando el nombre de un pueblo, y una cabeza vol-
teada y señalando que el pueblo fue conquistado o subyugado por Monte Albán.
Aunque las lápidas de conquista conmemoran eventos históricos, al igual que los
danzantes, hay ciertas diferencias significativas. Las lápidas reflejan una historia
de conquista (militar) y subyugación de lugares específicos, mientras que los
danzantes manifiestan una historia de participación de numerosos individuos en
eventos rituales. El culto al cráneo o cabeza trofeo documentado en Huamelulpan
y otros sitios en la Mixteca refleja este ambiente. Se practicaba el corte de cráne-
os enemigos, los cuales se perforaban para ser colgados y exhibidos.
Los casos de urbanismo temprano en Oaxaca fueron precarios y terminaron
con la intervención de Teotihuacan directamente en Monte Albán hacia aproxi-
madamente el año 350 d.C. Cuando disminuyó hacia el 500/600 d.C., Monte Al-
bán y otras comunidades en el Valle de Oaxaca volvieron a florecer con el esta-
blecimiento de numerosas ciudades-estado independientes. Los grandes sitios
tan visibles hoy en día pertenecen a esta categoría: Monte Albán, Lambityeco, Ce-
rro de la Campana, Jalieza, El Palmillo y Macuilxóchitl, entre otros. Constituyen
otro ejemplo de urbanismo, basado en la remodelación de edificios de la Fase
Nisa, o raras veces la construcción de nuevos centros, como Lambityeco. Los si-
tios reflejan la revitalización del pasado, reminiscente del uso de elementos ol-
mecas por los zapotecos de Monte Albán. En las Fases Peche (500-600 d.C.) y
Xoo (600-800 d.C.) aparece evidencia de que una sola familia mantuvo el control
de una comunidad durante varias generaciones, creando el tipo de estabilidad aso-
ciada al estado. De ello son ilustrativas las grandes tumbas (en sitios como Mon-
te Albán, Cerro de la Campana, Lambityeco y otros) que alojaban generaciones de
la misma familia (Lind y Urcid 1983; Urcid 1992).

COMENTARIOS FINALES

En resumen, observamos dos procesos distintivos de urbanismo temprano


en los Altos de Oaxaca con diferentes contextos, protagonistas y causas. El más
antiguo, la fundación de Monte Albán, es un caso único que emergió en un con-
texto de interacción e intercambio entre comunidades en la amplia zona del Valle
de Oaxaca y algunas regiones colindantes. La competencia por el control del te-
rritorio y recursos en el Valle de Oaxaca, la parte más poblada del área, condujo
a que un grupo estableciera un asentamiento en un lugar propicio para defender su
territorio y sus recursos. El número de habitantes en Monte Albán y el Valle de
Oaxaca en general, al igual que en otras áreas de Mesoamérica, creció rápida-
mente. La presión interna o foránea condujo al segundo caso de urbanismo, aho-
ra en la Mixteca Alta, donde numerosos centros fueron fundados en lugares de-
fensivos. En ambos casos el urbanismo surgió sin el estado y antes del estado, y
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 235

parecen corresponder a la categoría de «fundación administrativa» (Chase y Cha-


se en este volumen).
En el Valle de Oaxaca, la posible evidencia de que Monte Albán controlaba
un territorio no hace su aparición hasta la Fase Nisa, siglos después del inicio del
urbanismo, como lo reflejan las lápidas de conquista. En términos generales,
Monte Albán y los otros sitios son ejemplos de ciudades hegemónicas (Trigger
2003; ciudades-estado en su terminología, aunque para otros no reúnen todos los
criterios del estado). No hay ejemplos de administración directa de otras comu-
nidades, aunque Monte Albán tal vez iba por un camino de dominación antes de
la intervención teotihuacana.
Monte Albán ha sido conceptualizado como un estado de tipo territorial que
controlaba otras comunidades en el valle. Creo que tal interpretación deriva del
énfasis en los datos del recorrido de superficie que permite dividir, o más bien je-
rarquizar, los asentamientos en términos de tamaño y número de montículos
(Kowalewski et al. 1989). Es fácil pensar que por su gran tamaño Monte Albán
dominaba todas las demás comunidades del valle, que a su vez formaron peldaños
en la jerarquía del patrón de asentamiento.
No obstante, si uno toma en cuenta otros datos, se puede argumentar que se
trataba más bien de un conjunto de grupos rivales quienes competieron por el po-
der o que dominaban solamente en sus propias áreas. La falta de integración se
manifiesta, por ejemplo, por el gran muro construido en Monte Albán durante la
Fase Nisa por el lado hacia Etla, y que sugiere conflictos entre Monte Albán y San
José Mogote. La presencia en San José Mogote de los magníficos artefactos —el
brasero del Dios Viejo de la Fase Danibaan o Pe (Marcus y Flannery 1996: Lá-
mina X) y la gran estatua de jadeita de la Fase Nisa (ibidem: Lámina XVI)— se-
ñalan un poder fuerte y autónomo. De forma paralela, los grabados de piedra de
jugadores de pelota y el gran muro (conmemorativo, análogo al muro de los
danzantes) de Dainzú, el centro de la Fase Nisa establecido sobre la montaña en
San Martín Tilcajete con una visión directa de Monte Albán (Elson 2003) o las
tumbas Fase Danibaan en Yagul, implican múltiples y variadas estrategias para
mantener la autonomía. Otro reflejo de lo mismo quizás son los danzantes y las lá-
pidas de conquista de Monte Albán, en ambos casos una larga lista, primero de in-
dividuos y más tarde de pueblos que fueron integrados o participaban con Monte
Albán mismo. Es como si fuera necesario enfatizar la participación de todos, ya
que nadie podía suponer que la gran ciudad simplemente controlaba todo por su
tamaño. Finalmente, aparece algo similar en la Fase Xoo: el líder representado en
la Estela 1 está retratado con solamente tres o cuatro prisioneros, seguramente no
todos los líderes importantes de la región zapoteca (Fig. 14).
Monte Albán y los otros centros duraron unos tres siglos hasta al colapso ur-
bano general del año 800 d.C. La población del Valle de Oaxaca bajó y después
de unos siglos, hacia el año 1250/1300 d.C., aún tuvo lugar otro florecimiento ur-
bano. Nuevamente encontramos la revitalización de los centros antiguos, ahora
236 MARCUS WINTER

Fig. 14.—El Señor 13 Búho, personaje principal de Monte Alban, y sus prisioneros (basada en Urcid 2001:
Fig. 5.43).

del Clásico Tardío (Yagul, Mitla, Zaachila) y en algunos casos, especialmente en


la Mixteca Alta, el establecimiento de nuevas ciudades-estado (por ejemplo,
Yanhuitlán, Achiutla). Los momentos precisos de fundación de los centros urba-
nos de Oaxaca son invisibles en el registro arqueológico, pero contamos con los
danzantes, las lápidas de conquista y las estelas de la Fase Xoo que posiblemen-
te reflejan actas formales de fundación, ya sean estos hechos recordados e histó-
ricos, o inventados post hoc.

Agradecimientos. Quiero agradecer el apoyo de la arqueóloga Cira Martínez


López con la organización del material ilustrativo, del Sr. Juan Cruz Pascual
por la preparación de las ilustraciones, y del Dr. Robert Markens por las conver-
saciones relacionadas a los orígenes de Monte Albán y especialmente por sus ob-
servaciones en cuanto a la integración del Valle de Oaxaca.

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12
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS:
CONSIDERACIONES DEFENSIVAS EN LA URBANIZACIÓN
EN CENTRO DE MÉXICO DURANTE EL PERIODO
EPICLÁSICO

Richard A. DIEHL
Universidad de Alabama

Este ensayo está dedicado a la memoria de


Alba Guadalupe Mastache, querida amiga, gran
antropóloga, e infatigable investigadora de los Toltecas

INTRODUCCIÓN

Las poblaciones prehispánicas del Centro de México destacaron por formar


parte de una tradición sumamente urbana sin interrupción desde el Formativo Tar-
dío (circa 300 a.C.) hasta la llegada de los españoles (Charlton y Nichols 1997;
Sanders et al. 1979). Aunque durante estos siglos tuvieron lugar muchos cambios,
tanto en el grado de urbanismo como en el tamaño y complejidad de los centros
urbanos, siempre existieron ciudades con poblaciones mínimas de diez mil per-
sonas. Entre ellas, se puede nombrar a Cuicuilco, Teotihuacan, Cholula, Cantona,
Teotenango, Xochicalco, Tula, Tenochtitlán-Tlatelolco, Texcoco y otros centros
aztecas. Este ensayo está dedicado a ciertos aspectos de esta tradición urbana du-
rante el Epiclásico, el periodo que abarca los tres siglos posteriores a la caída de
Teotihuacan (Diehl y Berlo 1989; Jiménez 1966; Webb 1978), y más específica-
mente está enfocado hacia el papel que jugaron los conflictos y las consideracio-
nes de defensa en la fundación inicial las ciudades epiclásicas de Xochicalco (Mo-
relos) y Tula (Hidalgo).
El Centro de México abarca la región que William T. Sanders ha denominado
Central Mexican Simbiotic Region (Sanders 1956), e incluye el Valle de México
y porciones colindantes de los estados de México, Hidalgo, Morelos, Puebla y
Tlaxcala. La región se compone de altas montañas que rodean fértiles valles y son
capaces de sostener poblaciones densas, sobre todo si éstas aprovechan los re-
cursos hidráulicos con sistemas del riego, terrazas y otras formas de agricultura in-
tensiva.

241
242 RICHARD A. DIEHL

EL EPICLÁSICO EN CENTRO DE MÉXICO

El periodo Epiclásico, también conocido como Clásico Tardío, Proto-posclá-


sico y Second Intermediate Period Phase One, entre otros términos, se fecha des-
de 550/650 hasta el 900 d.C. (Fig. 1). En el Centro de México el Epiclásico está
marcado por la decadencia de la gran urbe de Teotihuacan y el auge de nuevos
centros situados en lo que antes eran territorios periféricos al estado teotihuacano
(Fig. 2). Aunque algunos arqueólogos consideran estos siglos como un «puente
cultural» entre la caída de Teotihuacan y el surgimiento de Tula, tal visión tiende
a menospreciar y disminuir su importancia como una época dinámica y de suma
trascendencia en la vida política y cultural de la región.
Según Diehl y Berlo (1989: 3), las cuatro características básicas que definen el
Epiclásico serían las siguientes:

1. Surgimiento de nuevos centros urbanos como Xochicalco, Cacaxtla y


Tula, y la continuación de otros centros con raíces en el periodo Clásico,
tales como la Teotihuacan epigonal, Cholula, Teotenango y Cantona.
2. Notables migraciones y cambios en el tamaño y la distribución de las po-
blaciones regionales.
3. Innovaciones importantes en las creencias y prácticas religiosas, el arte, la
arquitectura, e incluso en los aspectos domésticos.
4. Nuevos patrones comerciales, tanto locales como de larga distancia.

Los nuevos centros se han conceptualizado como ciudades-estado (Charlton y


Nichols 1997) y también como altepetl (Hirth 2003a), dos conceptos que pueden
aclarar muchas de las incertidumbres que tenemos sobre el Epiclásico en el Cen-
tro de México, pero a las cuales no vamos a dedicar atención en este ensayo. Aun-
que algunos arqueólogos han propuesto que el Epiclásico dio luz a los primeros

Fig. 1.—Tabla cronológica arqueológica del Centro de México.


REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 243

Fig. 2.—El Centro de México con los sitios epiclásicos más importantes (adaptado de Charlton y Nichols
1997: fig. 11.10).

estados-tributarios basados en la conquista y la extracción sistemática de tributo,


otros consideran que tales formaciones políticas existían en Mesoamérica mucho
antes.

EL CASO DE TEOTIHUACAN

Teotihuacan fue la primera mega-ciudad en el territorio mesoamericano. Su


historia y su papel en la cultura mesoamericana son tan conocidos que no es ne-
cesario repetirlo aquí. No sólo era la ciudad más grande y la sociedad más pode-
rosa de la época, sino que su sombra se expandió hacia el futuro, afectando a to-
das las culturas subsecuentes de la Mesoamérica occidental, como ha señalado
244 RICHARD A. DIEHL

Rene Millon: «When it is was at its apogee, Teotihucan influenced the entire ci-
vilized world of Mesoamérica. When the city fell, the repercussions of its fall were
so great for most of Mesoamérica that we can say Teotihuacan was as influential
in its death as it had been during its life» (Millon 1972: 336).
La medida de su influencia se puede apreciar claramente en el grado de con-
flicto que generó su decadencia y caída, y las disposiciones defensivas que los
fundadores de los centros nuevos tuvieron que tomar para protegerse durante
estos siglos. La fase final de la gran urbe clásica es conocida como Metepec, y sus
fechas están aún en discusión, pero el consenso más aceptado la sitúa entre 550 y
650 d.C. Al final de esta Fase Metepec hay numerosas evidencias de conflicto
dentro de la ciudad, incluyendo los hechos siguientes:

1. Gente desconocida que saquea y quema muchos, si no todos, de los tem-


plos, palacios y otros edificios públicos, los cuales nunca se reconstruyeron
ni reocuparon.
2. La población descendió rápidamente, desde más de 100.00 a 30.000 almas
(Cowgill 1997, 2000; Millon 1988, 1992).

Algunos arqueólogos postulan una gran continuidad biológica de población


entre la Fase Metepec y el Epiclásico, mientras que otros proponen una corta épo-
ca de abandono total, seguida por una reocupación a cargo de inmigrantes que uti-
lizaban cerámica del estilo Coyotlatelco. El origen más aceptado para tales inmi-
grantes sería la región norte-central de México y la frontera septentrional de
Mesoamérica, específicamente los estados de Guanajuato, Jalisco y San Luis
Potosí, aunque puede ser que otros pobladores emigraran desde localidades más
cercanas, como el sur de Hidalgo y el estado de Puebla. Sea como fuere, es im-
portante recordar que Teotihuacan seguía siendo la ciudad más grande en Meso-
américa hasta el surgimiento de Tula en el siglo X (Diehl 1989).
La verdad histórica está enmarañada por el enigma que supone el origen de la
cerámica Coyotlatelco, un conjunto de problemas demasiado complicado para tra-
tar con detalle en esta ocasión, pero, siguiendo a Ann Cyphers, hay tres hipótesis
para el origen de la cerámica Coyotlatelco:

1. Fue introducida por invasores procedentes del Bajío.


2. Se desarrolló en el valle de México a partir de tipos clásicos ya existentes
en Teotihuacan.
3. Sus orígenes se deben a interacciones con gente olmeca-xicalanca de Pue-
bla y Tlaxcala (Cyphers 2000: 12).

En 2005 se llevó a cabo en México una Mesa Redonda sobre este problema, y
podemos anticipar que la publicación resultante aportará nueva luz sobre este
enigma.
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 245

EL CASO DE XOCHICALCO

Xochicalco es una de las ciudades más importantes y fascinantes del Centro de


México precolombino. Famosa desde hace dos siglos por su Templo de Quetzal-
coatl y las lápidas esculpidas que lo adornan, Xochicalco nos proporciona ac-
tualmente una amplia evidencia sobre las violentas condiciones de su nacimiento
y su muerte, gracias a las recientes investigaciones llevadas a cabo por equipos de
arqueólogos mexicanos y norteamericanos (González et al. 1995; Hirth 2000,
2003b; Hirth y Webb 2003).
Según Hirth (2000: 68-87) la ciudad epiclásica se remonta a los inicios del pe-
riodo Gobernador (650-900 d.C.), cuando una confederación de 6 o 7 grupos co-
lonizó las cimas y laderas de tres prominencias del Cerro Xochicalco escogidos
por sus características defensivas. Es casi seguro que la fundación fue una res-
puesta, de una manera u otra, a los cambios que se estaban llevando a cabo en Te-
otihuacan y el Valle de México. La ciudad alcanzó una población máxima de
9.000-15.000 habitantes, densamente concentrados en unos 4 km2 sobre los cerros
y las terrazas artificiales construidas en sus laderas (Fig. 3). No cabe duda que los

Fig. 3.—Plano de Xochicalco al final de la fase Gobernador (adaptado de Hirth 2000: fig. 5.4).
246 RICHARD A. DIEHL

fundadores escogieron el lugar por sus posibilidades defensivas, a pesar de que se


encontraba lejos, tanto del agua como de buenas tierras cultivables, rutas de
transporte y otros recursos deseables.
Además de aprovechar sus cualidades defensivas naturales, los fundadores de
Xochicalco aumentaron sus defensas construyendo muros, profundas trincheras,
terrazas cubiertas de habitaciones y caminos. Al mismo tiempo glorificaron el pa-
pel esencial que jugaban los guerreros en la sociedad xochicaltense, adornando
sus templos con sus representaciones. Como apunta el refrán español «el que a
hierro mata a hierro muere», por ello no debe sorprendernos saber ahora que la
ciudad acabó en una gran conflagración de fuego y muerte. Según Hirth y Webb
(2003), ya por el año 900 invasores o rebeldes saquearon y quemaron los templos
y otros edificios públicos, dejando cuerpos humanos destrozados en las calles y
cuartos. No destruyeron las casas de habitación situadas en las terrazas, pero sus
habitantes las abandonaron repentinamente, dejando todas sus herramientas y
pertenencias descansando en el lugar de su último uso. Parece que los saqueado-
res seguían el patrón de comportamiento cultural establecido con Teotihuacan, es
decir, la destrucción de los edificios públicos pero no las residencias. Tal patrón
perduró en el centro de México hasta la época azteca, cuando la destrucción de los
templos era indicación clara de la derrota de un pueblo.
Hirth y Webb (2003) consideran que el acto final de la vida de Xochicalco fue
una insurrección de los pueblos sometidos contra los regentes radicados en el cen-
tro urbano. Otra posibilidad es que pudiera haber tenido lugar una invasión desde
el exterior, quizás de gente procedente de Teotenango (edo. de México), o de Tula
(edo. de Hidalgo), ya que, como veremos, el abandono de Xochicalco coincide
cronológicamente con ciertos eventos en Tula que marcaban el surgimiento de la
ciudad tolteca en su forma más elaborada. Faltan datos arqueológicos sobre lo su-
cedido en los pueblos localizados en los alrededores de Xochicalco en este mo-
mento crítico en su historia, datos que seguramente nos ayudarían a comprender
los factores definitivos del abandono de Xochicalco, pero su fin violento nos
explica porqué los factores defensivos fueron tan importantes en su fundación.

EL CASO DE HIDALGO

Cambiamos ahora nuestro enfoque desde las áridas tierras de Morelos a las tie-
rras igualmente áridas de Hidalgo, específicamente el valle del río Tula, sede de la
ciudad posclásica del mismo nombre y capital de los toltecas, y el fértil llano de re-
gadío que los aztecas llamaron teotlalpan, «el jardín de los dioses». Aquí parece que
los conflictos entre grupos y pueblos fueron una continua realidad durante el Epi-
clásico, y un proceso esencial en la formación de la ciudad y la civilización tolteca.
Esta región tuvo una población muy escasa hasta el periodo Clásico y, aún en-
tonces, no estuvo muy densamente poblada. Una gran parte de la población clá-
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 247

sica en la región de Tula se concentraba en Chingú, un asentamiento que parece


ser una colonia teotihuacana establecida por gente de Oaxaca para explotar los de-
pósitos locales de cal. Sus habitantes abandonaron Chingú al final de la fase
Metepec, quizás para regresar al valle de México (Díaz 1980).
Al mismo tiempo, otros pobladores, tal vez procedentes de la zona septen-
trional de la frontera mesoamericana, el valle de México o quizás ambas áreas, en-
traron en la región. Algunos de ellos ocuparon los cimas de los cerros altos que
ofrecían excelentes posiciones defensivas, mientras que otros fundaron pueblos en
los valles (Fig. 4). Entre los sitios en los cerros, los mejor estudiados son La Mesa,
El Magoni y Tula Chico (Mastache y Cobean 1989; Mastache et al. 2002), mien-
tras que Chapantongo sería un buen ejemplo de los asentamientos en las tierras
bajas (Fournier s.f.). Los pobladores de ambos tipos de asentamientos utilizaban
el Complejo Cerámico Coyotlatelco, compuesto por una vajilla completa tanto de
tipos domésticos como ceremoniales, muchos de ellos pintados con rojo sobre un

Fig. 4.—Principales asentamientos epiclásicos en el área de Tula (adaptado de Jackson 1990: 11).
248 RICHARD A. DIEHL

fondo bayo. Aunque hay pocos datos detallados publicados sobre estas poblacio-
nes (cf. Mastache y Cobean 1989; Mastache et al. 1990; Mastache et al. 2002; So-
lar s.f.), las recientes excavaciones realizadas por Robert Cobean en Tula y Pa-
tricia Fournier en Chapantongo, un sitio localizado unos 25 km al norte de Tula,
prometen arrojar mucha luz sobre los asentamientos epiclásicos de la región. La
mayor parte de lo que sabemos actualmente ha sido producto de un proyecto de
larga duración encabezado por Robert Cobean y Alba Guadalupe Mastache del
INAH, y resumido en el reciente libro Ancient Tollan: Tula and the Toltec He-
artland (Mastache et al. 2002).

La Mesa

El sitio arqueológico de La Mesa ocupa la cima de un alto cerro con el mismo


nombre localizado en el centro del valle de Mezquital. Se encuentra a 2.600 m de
altura y sus terrazas, montículos, escaleras y edificios cubren una extensión de 1
km2, teniendo una localización eminentemente defendible desde donde se pueden
ver las tierras bajas en cualquier dirección (Figs. 5 y 6). El asentamiento parece
haberse fundado a mediados del siglo VII, y, según Mastache y Cobean (1989: 56-

Fig. 5.—Plano del sitio arqueológico de La Mesa, Hidalgo (adaptación de Mastache et al. 2002: fig. 4.7).
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 249

Fig. 6.—Vista de las tierras bajas desde el sitio de La Mesa, Hidalgo.

60), los restos arqueológicos sugieren que los habitantes eran inmigrantes llegados
desde el norte, sobre todo por la cerámica estilo Coyotlatelco, las herramientas lí-
ticas, especialmente raspadores fabricados de riolita (Jackson 1990), y la arqui-
tectura. Tanto en el caso de La Mesa como de los otros yacimientos ubicados so-
bre los cerros, llama la atención el hecho de que se encontraran lejos de la tierra
cultivable y el agua potable. Mastache y Cobean (1989) proponen que los habi-
tantes se dedicaban al cultivo de maguey, y abastecían sus necesidades líquidas
con el pulque. Sin embargo, la comunidad duró apenas un siglo o menos, y nadie,
ni siquiera los aztecas, volvieron a ocupar el sitio.

El Magoni

El asentamiento conocido como El Magoni fue aparentemente la comunidad


epiclásica más grande y compleja en el sur de Hidalgo. Se encuentra inmediata-
mente al oeste de Tula, sobre un cerro que lleva su mismo nombre localizado en-
tre los ríos Tula y Rosas. El sitio cubre al menos 4 km2 de la cima y las laderas del
cerro, y su ocupación pertenece en su totalidad a la Fase Corral de Tula (750-850
d.C.), ya que sus habitantes lo abandonaron antes del principio de la fase Tollan,
el florecimiento de la capital tolteca del Postclásico Temprano. Existen plazas,
edificios públicos, plataformas y extensas terrazas, todo ello sin excavar, además
de minas de riolita con restos de talleres asociados (Mastache y Cobean 1989: 61;
1990). Aunque su situación es muy parecida a la del sitio de La Mesa, la cerámi-
ca estilo Coyotlatelco guarda mayores parecidos con la de Tula. Al igual que La
Mesa, El Magoni se fundó en una ubicación muy apropiada para la defensa (Fig.
7), y, según indican la presencia de grandes cantidades de raspadores y numerosos
250 RICHARD A. DIEHL

Fig. 7.—Vista del Cerro Magoni desde Tula.

jarrones cerámicos o tinajas de gran tamaño —algunos de más de 50 kilos— fue


un centro de producción de pulque. Mastache y Cobean especulan sobre si El Ma-
goni fue uno de los predecesores directos a la ciudad posclásica de Tula pero,
como veremos más adelante, existían pueblos más directamente relacionados
con la capital tolteca que también pudieron haber jugado este papel.

TULA CHICO

Tula Chico es un recinto de edificios públicos situados sobre una zona pro-
minente en el área arqueológica de Tula. Está rodeado por abruptas subidas en sus
lados sur, oriente y poniente, que le sirven como defensas naturales. Hace más de
30 años, arqueólogos del INAH, realizaron un plano topográfico del complejo ar-
quitectónico y excavaron algunos pequeños pozos (Matos 1974). En el año 2004,
Robert Cobean inició una serie de excavaciones de mayor amplitud que revelaron
restos de gran importancia, los cuales están aún en fase de estudio (Robert Co-
bean, comunicación personal 2005).
Se sabe que Tula Chico fue el recinto cívico original de la ciudad epiclásica,
aunque también existía otro conjunto de edificios públicos contemporáneos bajo
el asentamiento de Tula Grande, el núcleo de la capital tolteca durante la fase To-
llan (950-1200 d.C.). La ciudad de Tula perduró más de cuatro siglos, durante los
cuales sufrió múltiples episodios de cambio y transformación. La etapa inicial de
su desarrollo urbano tuvo lugar durante las fases Prado (650-750 d.C.) y Corral
(750-850 d.C.) y, hasta la fecha, toda la evidencia con que contamos para ese mo-
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 251

mento proviene de Tula Chico. La Fase Prado está representada por una pequeña
cantidad de tepalcates dispersos sobre un área de 2 km2, y no existe evidencia de
arquitectura, escultura u otros restos culturales. Como indican Mastache y sus co-
legas, esta fase representa la colonización inicial de la que iba a llegar a ser la ca-
pital tolteca pero, desgraciadamente, lo único que sabemos sobre este importante
evento nos lo proporcionan los mencionados tepalcates. En el Fase Corral hay ya
edificios públicos, incluyendo plataformas, templos y juegos de pelota, hasta
cubrir 4 km2, además de lápidas esculpidas adornando los edificios, cerámica do-
méstica y ritual y otros restos materiales que señalan la presencia de una civili-
zación típicamente mesoamericana (Fig. 8) (Robert Cobean comunicación per-
sonal 2005).

Fig. 8.—Plano de Tula, Hidalgo, durante la fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache y Cobean
2003: 223).
252 RICHARD A. DIEHL

Al mismo tiempo, los habitantes construían un recinto cívico que formaba el


núcleo de la zona urbana que incluía basamentos para templos, salas con techos
sostenidos por columnas y, por lo menos, cuatro juegos de pelota. Pequeñas ex-
cavaciones realizadas bajo el conocido como Palacio Quemado en Tula Grande, el
recinto central de la ciudad posclásica, han revelado restos importantes de cons-
trucciones monumentales que se fechan para la Fase Corral, pero no sabemos con
exactitud nada sobre su tamaño y características arquitectónicas.
Al final de la fase Corral alguien atacó y destruyó el recinto ceremonial de
Tula Chico. No sabemos ni su identidad ni sus motivos. Parece ser un acto de vio-
lencia semejante al que tuvo lugar en Teotihuacan tres siglos antes, pero con una
diferencia fundamental: en el caso de Teotihuacan la gente siguió viviendo alre-
dedor de las ruinas en tanto que la sociedad y civilización teotihuacana iba decli-
nando, mientras que en el caso de Tula, el suceso de Tula Chico marcó el princi-
pio del auge de la ciudad y la civilización tolteca. Durante la siguiente Fase
Tollan, Tula Grande emergió como complejo monumental de la ciudad y sede de
los gobernantes toltecas (Fig. 9). Al mismo tiempo la antigua zona residencial de
la Fase Corral quedó ocupada, pero nadie volvió a poblar el recinto ceremonial de
Tula Chico. Este recinto quedó abandonado a tal punto que no sólo no volvió a
haber habitantes, sino ni siquiera arrojaron allí basura: no se encuentra ni un

Fig. 9.—Plano de Tula Chico durante la Fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache et al. 2002:
fig. 4.12).
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 253

solo fragmento de cerámica de la Fase Tollan. Tula Chico se convertía en tierra de


nadie, tal vez un símbolo de luchas ganadas o perdidas, o hasta de la huida, sea
mítica o verdadera, de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl. Como quiera que fuera, es
obvio que la ciudad tolteca nació en un acto violento que se llevó a cabo en un lu-
gar que sus habitantes consideraban defendible en tiempos turbulentos.

DISCUSIÓN

En 1964 Pedro Armillas postulaba que algunas poblaciones agrícolas en la


frontera septentrional de Mesoamérica emigraron al centro de México, causando
una serie de conflictos y transformaciones durante lo que ahora llamamos el
Epiclásico (Armillas 1964 a y b). Él pensaba que la necesidad de trasladarse se
debía a cambios climatológicos de gran escala geográfica que empobrecieron el
rendimiento agrícola en esta región marginal, forzando a las poblaciones a buscar
localizaciones más propicias. Aunque todavía faltan datos fiables para sostener su
postulado climático, hoy sabemos que Armillas tenía razón en cuanto a los mo-
vimientos de grupos fronterizos norteños hacia el centro de México y el corazón
del estado teotihuacano. Parece que estos movimientos no fueron un solo evento
sino que incluyeron a muchos grupos diferentes y sucedieron en el transcurso de
varios siglos. Al mismo tiempo, miles de personas fueron abandonando la ciudad
de Teotihuacan, también en un lapso de varios siglos de duración. Aunque hay
mucho que aprender sobre estos dos procesos migratorios, parece que el sur de
Hidalgo fue el destino de muchas de estas móviles poblaciones. También es obvio
que los conflictos formaron parte integral de los procesos de acomodación de gru-
pos étnicos tan diferentes en tantos aspectos de su pasado y su cultura: historia, si-
tuaciones sociales, económicas, políticas, religiosas y hasta de lengua. Siendo así,
no nos debe extrañar que la defensa constituyera una de las bases principales en la
selección de lugares para colocar nuevos asentamientos.
Como resultado de lo anterior, es natural que las guerras fueran mucho más
comunes en el centro de México durante el Epiclásico que antes. El conflicto era
el estado normal de las cosas, no el excepcional, como había sido cuando Teo-
tihuacan mantenía una paz imperial en la región. Aunque muchos arqueólogos
creen que los aztecas, y otros pueblos del Posclásico Tardío, eran exageradamente
agresivos y militarizados, los datos demuestran que simplemente eran los here-
deros de un patrón cultural con raíces directas en el colapso de Teotihuacan. No
eran una aberración, sino la norma.
También la formación de confederaciones, un agente muy importante en las
historias escritas de los mexica y en la formación de Tenochtitlán mismo
(pero casi invisible en sus restos arqueológicos), fue un factor integrante del
establecimiento de muchos centros urbanos anteriores en el centro de México,
el valle de Oaxaca y tal vez en otras partes de Mesoamérica. Estas confedera-
254 RICHARD A. DIEHL

ciones fueron una reacción a las necesidades militares de la vida en todas las
épocas pre-Colombinas en el centro de México después de la muerte de la pax
teotihuacana.

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13
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS
CIUDADES-ESTADO AZTECAS: LA RECREACIÓN
IDEOLÓGICA DE TOLLAN

Michael E. SMITH
Universidad Estatal de Arizona

De acuerdo con las fuentes históricas indígenas, las ciudades aztecas fueron
fundadas cuando un grupo étnico migratorio se asentaba, o cuando un rey esta-
blecía un nuevo dominio (o ambas circunstancias). Debido a que la etnicidad y las
dinastías eran dos de los principales componentes de la identidad social —no so-
lamente en el México azteca sino también en muchos estados antiguos— las
historias de sus orígenes incluyen típicamente numerosos elementos mitológicos
de dudoso valor histórico. Los linajes reales y los grupos étnicos narraron historias
acerca de sus orígenes y desarrollo histórico, y estos mitos jugaron un papel im-
portante en la dinámica cultural y política en el momento de la conquista española
y ya dentro del periodo Colonial.
A pesar del fuerte componente ideológico de las narraciones indígenas aztecas
sobre las fundaciones de ciudades y comunidades, una aproximación historio-
gráfica comparativa acerca de los orígenes urbanos aztecas sugiere que los pro-
cesos básicos implicados pueden ser reconstruidos con fiabilidad, aunque las
circunstancias específicas de las fundaciones de ciertas ciudades en particular nun-
ca serán conocidas con certeza. Más aún, los datos arqueológicos acerca de la
continuidad en los asentamientos y la forma urbana se corresponden bien con as-
pectos clave de los patrones históricos indígenas. Aunque nunca seremos capaces
de documentar la fundación de una ciudad azteca con el detalle con el que cono-
cemos la de algunas culturas de ciudades-estado (tales como las de Grecia clási-
ca), podemos describir el proceso global de forma adecuada.

LAS CIUDADES Y LOS ALTEPETL

Durante los periodos Postclásico Medio y Tardío (circa 1100-1520 d.C.),


proliferaron por toda Mesoamérica pequeñas entidades políticas (ciudades-estado)

257
258 MICHAEL E. SMITH

(Smith y Berdan 2003). En el centro de México, estas pequeñas entidades políti-


cas fueron conocidas como altepetl, término frecuentemente traducido como ciu-
dad-estado (Hodge 1984, 1997; Smith 2000). La capital del altepetl fue la forma
predominante de asentamiento urbano en el México central durante la época az-
teca. Estas ciudades fueron la expresión material y espacial del altepetl azteca, y
muchos aspectos de la forma y el sentido urbanos se originaron directamente a
partir de las acciones y reivindicaciones ideológicas de los reyes de estas ciuda-
des-estado. La cultura de la ciudad-estado azteca comparte muchos atributos con
otras culturas de ciudades-estado de la historia universal (Hansen 2000a; Smith
2000), incluyendo a los mayas del periodo Clásico (Grube 2000; Martin y Grube
2000). Cuando los registros históricos mencionan el nombre de una entidad polí-
tica, a veces se refieren a la ciudad-estado y a veces a su capital. Es por tanto muy
difícil —conceptual y empíricamente— para los estudiosos de hoy en día distin-
guir a la ciudad de la entidad política en dichos registros (Hansen 2000b; Lang
1998). Los conceptos de ciudad y estado estaban muy interrelacionados en la
mente de los habitantes de las ciudades-estado de la antigüedad, incluidos los az-
tecas.
El punto de vista azteca acerca de la naturaleza de las ciudades y pueblos es
difícil de reconstruir debido a que muy pocas fuentes históricas tratan este
tema directamente. A pesar de esto, varias fuentes sugieren que, para los azte-
cas, las características esenciales de una ciudad eran el palacio real y el templo
dedicado al culto de la deidad patrocinadora. Cuando los mexicas se detuvieron
durante su migración desde Aztlan para establecer un poblado en Coatepec, no
tenían aún un rey o un altepetl. El cronista Hernando de Alvarado Tezozomoc
describió sus primeros actos de la siguiente manera: «Los mexicas erigieron su
templo, la casa de Huitzilopochtli, y construyeron el juego de pelota de Huitzi-
lopochtli y construyeron su muro de cráneos» (Sullivan 1971: 317). Por otra
parte, cuando un rey fundaba un altepetl, su primer acto era erigir su palacio. Al
describir los actos del rey Toteoci teuhctli al fundar un altepetl, Chimalpahin in-
dica,

«El mismo construyó un palacio en el lugar llamado Chalchiuhtepec. Llevó ahí


a cada una de las divisiones del calpolli, a sus vasallos los Acxoteca y pronto es-
tableció su mercado para que los Acxoteca pudieran comerciar ahí, y una cárcel
donde se confinaba a la gente» (Schroeder 1991: 125).

La falta de mención de un templo por parte de Chimalpahin resulta sorpren-


dente, ya que muchas otras fuentes señalan la importancia de los templos en el
concepto indígena de ciudad. Por ejemplo, el glifo que indica la conquista de una
ciudad en el Códice Mendoza y otras fuentes pictográficas es un templo en llamas.
Joyce Marcus describe un conjunto de similitudes básicas en los conceptos indí-
genas de ciudad entre los aztecas, mayas, mixtecos y zapotecos:
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 259
Lo más importante para él [un típico mesoamericano] era el hecho de que per-
tenecía a una región en particular controlada por un soberano nativo en particu-
lar, a quien le prestaba obediencia y pagaba tributo y de quien recibía protección
y un liderazgo cívico-ceremonial. Y a menos de que la ciudad del soberano o su re-
sidencia estuvieran rodeadas por un muro, la frontera entre ese lugar y la región
que dominaba era menos llamativa para el indio, que para los arqueólogos de hoy
en día» (Marcus 1983: 208).

James Lockhart (1992: 19), al analizar documentos administrativos en lengua


náhuatl, rebaja la importancia de las ciudades dentro del altepetl, indicando que
«una ciudad capital dominante no era realmente compatible con los principios or-
ganizativos del altepetl. La noción de una ciudad separada del altepetl no entraba
dentro del vocabulario en la forma de una palabra diferente». El uso de un único
topónimo para designar a la capital y a la entidad política completa es de hecho
bastante común en las culturas de ciudades-estado (Hansen 2000b), y esta obser-
vación no puede ser utilizada para indicar que las ciudades carecieron de impor-
tancia en la organización del altepetl. Lockhart va más allá al sugerir que las pa-
labras para ciudad y pueblo son raras en los documentos en lengua náhuatl que él
ha estudiado, pero Pedro Carrasco (1996: 26-30) identifica numerosos términos en
náhuatl para ciudad y pueblo.
Desde mi punto de vista, el hecho de que las ciudades no fueran instituciones
destacadas en los documentos del periodo Colonial estudiados por Lockhart y sus
discípulos, dice poco acerca del estatus real de las ciudades y del urbanismo en el
periodo anterior a la conquista. En el modelo de Lockhart, el tlatoani era funda-
mentalmente el cabecilla del calpolli más influyente del altepetl. La «capital» del
altepetl, de acuerdo con Lockhart, no fue una ciudad que se caracterizara de for-
ma distinta de otros asentamientos, sino que era más bien un asentamiento en el
cual vivían varios jefes de calpolli, incluido el tlatoani. Sin embargo, la idea de
que las ciudades capitales no se diferenciaran de otros asentamientos se contradice
claramente con la evidencia arqueológica. Las capitales de los altepetl aztecas tie-
nen una arquitectura pública que no se puede hallar en otros asentamientos; éstas
eran ciudades con características fundacionales y demográficas muy distintas de
los asentamientos más pequeños.

Chichimecas y toltecas
Los aztecas atribuían sus orígenes a dos tipos muy distintos de antecesores:
Los chichimecas y los toltecas. Los chichimecas eran fieros guerreros nómadas
provenientes del norte. Sus atributos culturales fueron definidos en oposición a las
características prevalecientes entre las gentes aztecas del periodo Postclásico
Tardío. Los chichimecas vestían pieles en lugar de ropa hecha con tela; cazaban
animales salvajes en lugar de plantar maíz; y vivían en campamentos en lugar de
260 MICHAEL E. SMITH

en asentamientos permanentes. Estos chichimecas se trasladaron hacia el Centro


de México desde su tierra de origen en el norte y se asentaron. Eventualmente, se
convirtieron en aztecas al adoptar las costumbres mesoamericanas tales como el
uso de ropa fabricada con tela, el consumo de maíz, y poblados estables. Esta his-
toria «de los andrajos a los palacios»1 fue una fuente de orgullo étnico para los az-
tecas.
Por razones de dicho orgullo étnico y de identidad social en el periodo Post-
clásico Tardío, la historia del origen chichimeca incluía dos temas principales:

• Nuestros ancestros fueron cazadores nómadas y fieros guerreros.


• Nuestros ancestros provienen de otra parte y tomaron posesión de esta tierra.

Estos temas fueron importantes en las fuentes históricas indígenas para la fun-
dación de ciudades y dinastías.
En la mayor parte de los usos culturales, los toltecas fueron lo totalmente con-
trario de los chichimecas. No solamente vestían ropas hechas con textiles, sino
que sus vestidos reales fueron los más finos de toda la antigua Mesoamérica y
fueron imitados posteriormente por los reyes aztecas. Los toltecas hicieron y lu-
cieron las más finas y lujosas joyas; de hecho se decía que habían inventado todas
las artes y oficios de la antigua Mesoamérica (así como el calendario). Tula, la ca-
pital tolteca, no fue sólo una gran ciudad estable, sino que tenía edificios hechos
de piedras preciosas. Los reyes toltecas fueron dioses o seres divinos que gober-
naron un vasto imperio con gran sabiduría y habilidad. No hace falta indicar
que la mayor parte de estas aseveraciones son o bien fabricaciones míticas o
grandes exageraciones.
En términos de identidad étnica y dinástica, las leyendas aztecas acerca de los
toltecas incluían los siguientes temas principales:

• Los toltecas fueron agricultores sedentarios que comían maíz y vivían en


ciudades.
• Nuestras ceremonias, mitos, dioses y toda nuestra civilización vienen de los
toltecas.
• La legitimidad de nuestros reyes está demostrada por descender éstos de los
reyes toltecas.
• Nuestras ciudades son recreaciones de Tula.

De nuevo, estos temas jugaron un papel importante en las crónicas históricas


indígenas de la fundación de los pueblos aztecas y sus dinastías en el periodo Az-
teca Temprano.

1
Traducción libre de «rags-to-riches»
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 261

LOS CHICHIMECAS DEL NORTE

El códice histórico de los acolhua conocido como Mapa Quinatzin (Douglas


2003) muestra este contraste entre chichimecas y toltecas (Fig. 1). Quinatzin, el rey
que trasladó la capital acolhua de Tenayuca a Texcoco, comienza su vida como un
chichimeca viviendo en una cueva en la parte superior de la imagen, para terminarla
como un rey chichimeca gobernando sobre nobles toltecas en la parte inferior de la
imagen. Esta escena enfatiza el contraste entre los estilos de vida de los chichime-
cas y de los toltecas e ilustra el proceso mediante el cual los chichimecas se con-
vierten en toltecas. Ilustra el primer tema de las historias chichimecas, la justifica-
ción de que sus antepasados fueron cazadores nómadas y fieros guerreros2.
El segundo tema chichimeca, la idea de que los ancestros provenían de otra
parte y tomaron posesión del territorio, es también un elemento común en el re-
gistro histórico indígena. En numerosas fuentes, los altepetl son fundados cuando
grupos migratorios se asientan. Dado que un altepetl no puede existir sin su ca-
pital, la fundación de un altepetl debió incluir la fundación de dicha capital. Par-
te de la información histórica más valiosa acerca de la visión azteca del altepetl
proviene del cronista indígena Chimalpahin. Susan Schroeder (1991) ha analiza-
do las descripciones de Chimalpahin acerca del altepetl y otras instituciones so-
ciales y políticas, y observa que: «… En las historias de Chimalpahin el estable-
cimiento de un alteptl parece ser algo que sucede cuando un grupo emigrante se
vuelve sedentario» (Schroeder (1991: 121). La historia migratoria más contada en
las fuentes —y la que posee un mayor soporte historiográfico— es la migración
desde Aztlan.

Las migraciones desde Aztlan

Una de las historias más extendidas en las fuentes históricas aztecas describe
los orígenes del pueblo azteca en un lugar llamado Aztlan. Hubo numerosos

2
En esta imagen (Figura 1), el primero de los tres paneles que forman el Mapa Quinatzin, fue pintado
durante el periodo colonial para ilustrar la gloriosa herencia de la dinastía acolhua de Texcoco. Mi análisis
se basa en el de Douglas (2003). La mitad superior de la imagen muestra chichimecas: gente que viste piel
de animales, tienen pelo mal peinado, viven en cuevas, y usan el arco y flechas para cazar. Su lugar de ori-
gen en el desierto está indicado mediante plantas tales como el maguey y el nopal. En la parte inferior es-
tán los toltecas: gente que viste ropa hecha de tela, tiene el pelo arreglado, siembran maíz, y viven en ciu-
dades (simbolizadas mediante el empleo de topónimos para Culhuacan en la parte inferior derecha). En esta
imagen, los toltecas son los aztecas civilizados de las ciudades-estado, no los habitantes de Tula.
Quinatzin, el bisnieto del rey chichimeca Xolotl, aparece como un niño en la cueva de la parte superior.
En la parte inferior izquierda se le ve con ropas chichimecas como el rey (sentado en la estera real) discu-
tiendo con señores toltecas. Los toltecas con glifos son los líderes de los seis grupos que vinieron juntos
desde los seis principales distritos de la ciudad de Texcoco. Quinatzin fue el primer rey de Texcoco,
cuya fundación fue marcada por el asentamiento de un grupo de inmigrantes toltecas.
262 MICHAEL E. SMITH

Fig. 1.—Chichimecas y toltecas en el centro de México como se muestran en el Mapa Quinatzin, panel su-
perior (Douglas 2003: 291) (imagen escaneada a partir de la litografía de J. Desportes por Cl. Goux y pro-
porcionada por E. Douglas).

grupos étnicos hablantes de náhuatl en el centro de México, y cada uno de ellos


proclamaba venir de Aztlan. Una fuente como el Códice Boturini, también lla-
mado «Tira de la Peregrinación» (1944), muestra a ocho grupos saliendo de Az-
tlan en su viaje hacia el sur. Tales escenas muestran típicamente a varios grupos
de la Cuenca de México (p. e., los tepanecas, acolhuas, xochimilcas o chalcas) y
varios grupos de los valles vecinos (p. e., los matlatzincas, tlahuicas, malinalcas o
huexotzincas), además de los mexicas como los últimos emigrantes. Estos grupos
chichimecas migraron hacia el sur, deteniéndose periódicamente durante inter-
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 263

valos más o menos cortos. Una de sus paradas fue en las siete cuevas de Chico-
moztoc. Algunas fuentes históricas omiten Aztlan e indican que la migración co-
mienza en Chicomoztoc. Los emigrantes pasaron por las ruinas de Tula, luego por
el asentamiento dinástico post-tolteca de Culhuacan, y por fin se asentaron en sus
nuevos territorios, probablemente durante el siglo XIII. De los muchos grupos ét-
nicos que se trasladan desde Aztlan, sólo conocemos los detalles del viaje reali-
zado por los mexicas de Tenochtitlan.
La migración desde Aztlan fue el relato básico del origen del pueblo azte-
ca y, a su vez, una importante fuente de orgullo étnico para ellos. Aunque los
mitos de origen tienen poca validez histórica, hay varias razones para aceptar
sus líneas más básicas como históricamente precisas. En primer lugar, la his-
toria de Aztlan estaba muy extendida entre los pueblos aztecas del centro de
México. En segundo lugar, las distintas versiones —muchas representadas de
forma muy fragmentaria— muestran un alto nivel de concordancia. Por ejem-
plo, casi todas las narraciones que proveen de una fecha para la llegada de los
chichimecas desde Aztlan sitúan el evento en la primera parte del siglo XIII. En
tercer lugar, esta narración encuentra soporte general en el campo de la lin-
güística histórica, que demuestra que la lengua náhuatl se originó en algún lu-
gar lejano al norte de México y no llegó hasta la época tardía, durante el Clá-
sico o el Postclásico Temprano (Kaufman 2001). Por último, los datos
arqueológicos del patrón de asentamiento (revisados más adelante) sugieren
que la transición del Postclásico Temprano al Azteca Temprano (en el siglo
XII) fue un periodo de alteraciones en los asentamientos y de llegada de inmi-
grantes.
Las migraciones desde Aztlan forman el fondo de la historia urbana azteca.
En las fuentes históricas nativas, la mayor parte de los poblados fueron fundados
por los grupos de recién llegados de Aztlan, aunque no está claro si los poblados
fueron establecidos inmediatamente después de su llegada (una forma de fun-
dación mediante colonización) o construidos después de un cierto periodo de
tiempo3.

Continuidad en el Asentamiento

Aunque no han podido ser localizados los restos arqueológicos de una patria
originaria en el norte mexicano para el periodo Azteca Temprano, el registro ar-
queológico de patrón de asentamiento apoya la noción de que una gran parte de
los grupos inmigrantes llegan al México Central durante el comienzo del periodo
Azteca. La principal prueba de ello es la falta de continuidad en la ocupación du-

3
Para una revisión de las migraciones desde Aztlan, ver Smith (1984); para un estudio más reciente de
las fuentes, ver Castañeda de la Paz (2002).
264 MICHAEL E. SMITH

rante el intervalo de tiempo entre los periodos, tal y como se puede calcular a par-
tir de los datos procedentes de prospecciones regionales. En una situación estable
con poca inmigración, la mayor parte de los sitios mantienen su ocupación de un
periodo al siguiente. Cuando la proporción de sitios con ocupación continuada es
baja, sin embargo, indica que la mayor parte de los sitios fueron establecidos a
partir de nuevas fundaciones, lo cual ocurre cuando la inmigración es significati-
va.
Tanto en el Valle de Yautepec (Smith et al. 2005) como en la Cuenca de Mé-
xico (Parsons et al. 1983), las transiciones entre los periodos Postclásico Tem-
prano (Tolteca) y Azteca Temprano tienen la continuidad de asentamientos más
baja de cualquier periodo (Tabla 1). Ambos valores están muy por debajo de la
continuidad media para el resto de los periodos. Estos bajos patrones de conti-
nuidad al comienzo del Azteca Temprano contrastan con los, mucho más eleva-
dos, valores de continuidad entre el Azteca Temprano y el Azteca Tardío. Estos
niveles mayores sugieren que, una vez establecidos, los pueblos Nahuas tuvieron
comunidades estables en una época de crecimiento poblacional.

TABLA 1
Continuidad de asentamiento. Fuente de datos: Yautepec, datos del autor; Cuenca de Méxi-
co, Parsons et al. (1983).
Números de sitios Continidad con el periodo siguiente*
Valle de Yatepec
Formativo Terminal 50 50,00
Clásico 253 24,5
Epiclásico 120 39,2
Postclásico Temprano 149 22,8
Azteca Temprano 134 52,2
Azteca Tardío A 172 76,7
Azteca Tardío B 199
Media 44,2

Cuenca de México
Formativo Terminal 163 23,3
Clásico Temprano 208 67,8
Clásico Tardío 159 28,9
Epiclásico 120 38,3
Posctclásico Temprano 421 11,6
Azteca Temprano 162 87,7
Azteca Tardío 884
Media 42,9
* Continuidad es el porcentaje de sitios que continúan estando ocupados en el período siguiente. Se muestra la transición
de Tolteca a Azteca Temprano.
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 265

RITUALES DE FUNDACION

Los distintos grupos de inmigrantes procedentes de Aztlan se dispersaron


por distintas partes del centro de México. A partir de ese momento, las fuentes
históricas nativas se centran principalmente en historias de reyes y dinastías.
Hay muy pocas referencias individuales a la fundación de ciudades. Las historias
de Aztlan indican cómo la gente de una región o ciudad-estado en particular, se
asentó, y otras narraciones históricas indican cómo se fundaron estados y dinastías
individuales. No es irracional pensar que estos dos tipos de eventos fundacionales
—la llegada de gente y la fundación de dinastías— involucraron el estableci-
miento de nuevos poblados que llegarán a ser las capitales de los altepetl. Como
en el caso de los poleis griegos, puede resultar difícil separar las descripciones his-
tóricas de las ciudades de la descripción de sus entidades políticas.
Una de las imágenes más explícitas de la fundación de una ciudad azteca y su
dinastía concierne al altepetl de Tepechpan, situado en el Valle de Teotihuacan.
Una escena en el códice conocido como Tira de Tepexpan (Noguez 1978: imagen
2) ilustra la fundación y sus rituales asociados así como su simbolismo (Fig. 2).

Fig. 2.—Fundación del poblado y la dinastía de Tepechpan, tal y como se muestra en la Tira de Tepexpan
(modificada de Noguez 1978: plate 2).
266 MICHAEL E. SMITH

Tal y como se ilustra en la Figura 2, el códice muestra la fundación de la dinastía


de Tepechpan (y de la ciudad) en el año 11 Conejo, o 1334 de nuestra era. Esta
imagen revela muchas de las características comunes a los eventos fundacionales
que contienen las fuentes históricas nativas. Como en muchos códices aztecas, la
cuenta de años corre de forma continua a lo largo de la base de la imagen, de iz-
quierda a derecha con una línea que une cada evento a su año apropiado. El rey
fundador de Tepechpan, Ixcicuauhtli, está sentado en un trono (una estera de ca-
rrizo) sobre un glifo que significa piedra; este signo es uno de los topónimos de
Tepechpan, que significa «Sobre el cimiento de piedra». Sabemos que él es el rey
debido a su estera y a su corona o diadema real. Su esposa, Tozquetzin, se mues-
tra por encima de él. Detrás del rey hay una cueva con una boca de monstruo, un
símbolo para las cuevas de Chicomoztoc a través de las cuales pasaron los emi-
grantes de Aztlan. Detrás de la cueva hay una planta de maguey y dos tipos más
de cactus, símbolos del árido desierto norteño desde donde vinieron los ancestros
chichimecas.
Frente a Tozquetzin se encuentra un altar con tres animales decapitados y sa-
crificados: una mariposa, un pájaro y una serpiente; esto simboliza las ofrendas
hechas como parte de los rituales de fundación. Detrás del altar se encuentra el to-
pónimo de Culhuacan, una parada importante durante la migración desde Aztlan
y símbolo de la herencia tolteca. Debajo del altar se encuentran cinco parejas; los
hombres llevan glifos que indican su nombre. Las vírgulas del habla indican que
las parejas están hablando con Ixcicuauhtli. Probablemente representen a los lí-
deres nobles de la ciudad-estado en el momento de su fundación. Sirven como tes-
tigos para los sacrificios de fundación y su presencia sugiere que el reinado de Ix-
cicuauhtli fue legitimado y aceptado por las principales familias del reino.
Ixcicuauhtli puede estar repartiendo el territorio entre las familias nobles. Step-
hanie Wood (1998) ha analizado el rol de las mujeres en los rituales de fundación
de ciudades aztecas, y observa la importancia de las parejas en los códices histó-
ricos: «innumerables manuscritos mesoamericanos muestran hombres y mujeres
sentados juntos en el paisaje, como indicadores evidentes de linaje, comunidad,
territorio y posiblemente gobierno compartidos» (Wood 1998: 248).
En resumen, esta imagen de la fundación muestra la fundación política formal
de la dinastía, acompañada de ceremonias de fundación. Resulta razonable inferir
que estos eventos también señalan la fundación formal de la ciudad de Tepechpan.

Tipos de rituales de fundación

La Tira de Tepechpan (Figura 2) ilustra dos tipos de rituales de fundación: sa-


crificio de animales, y consulta a los nobles principales. Estos y otros rituales de
fundación fueron ampliamente practicados en la antigua Mesoamérica. Michel
Oudijk (2002) analiza las ceremonias de fundación tal y como las fuentes aztecas,
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 267

mixtecas y zapotecas las muestran para marcar la toma de posesión formal de una
nueva tierra. La relación tan estrecha entre ciudades y estados sugiere que estos ri-
tuales también se relacionan con la fundación de poblados y ciudades. He modi-
ficado levemente el esquema de Oudijk para describir cuatro tipos importantes de
rituales de fundación formal4:

1. Lanzar flechas en las cuatro direcciones. Cuando el príncipe chichimeca


Xolotl llegó a la Cuenca de México con su grupo de seguidores, estableció su ca-
pital en Tenayuca. Disparó flechas en dirección a los cuatro puntos cardinales para
indicar su toma de posesión de la tierra. Siendo un chichimeca, llevaba un arco y
flechas. Otros ejemplos de este ritual son analizados por García-Zambrano (1994).
Xolotl puede ser considerado el primer rey azteca y Tenayuca la primera ciudad
azteca (Anónimo 1935).
2. Realizar sacrificios y otras ceremonias clave. Susan Schroeder (1991:
122) señala que en los escritos de Chimalpahin, «algo esencial en la formación del
altepetl fue la posesión de una deidad por parte de cada grupo fundador». Uno de
los primeros actos a realizar después de la creación de un altepetl y su ciudad ca-
pital era la construcción de un santuario y la realización de ofrendas al dios tute-
lar, tal y como se indica en la Tira de Tepechpan. Las fuentes aztecas enfatizan la
realización de sacrificios de animales y otros tipos de ofrendas apropiadas para las
ceremonias de fundación. Las trompetas de concha y otros instrumentos musica-
les eran utilizados para marcar los eventos fundacionales. Los códices mixtecos,
por otra parte, enfatizan la creación de un fuego nuevo mediante el empleo de un
taladrador para elaborar fuego como parte clave de la ceremonia de fundación
(Boone 2000a). Aunque en fuentes aztecas existen algunos casos de encendido de
un fuego nuevo para la fundación de ciudades, la ceremonia del fuego nuevo en el
centro de México era utilizada más comúnmente para conmemorar el ciclo ca-
lendárico de 52 años (Elson y Smith 2001). Los inmigrantes de Aztlan llevaban
bultos sagrados durante su viaje (Olivier 1995), y las ceremonias de fundación po-
drían haber involucrado algún tipo de ofrenda relacionada con dichos bultos.
3. Medir y demarcar las fronteras de la ciudad-estado. Una vez que una di-
nastía y su ciudad habían sido fundadas, el rey enviaba nobles a medir los límites
de la entidad política. Estas cuadrillas de demarcación deambulaban por las fron-
teras en dirección contraria a las manecillas del reloj y realizaban una lista de mar-
cadores específicos, los cuales podían ser elementos naturales como montes o ríos,
o construidos tales como montículos de piedras.
En el códice conocido como Historia Tolteca-Chichimeca (Kirchhoff et al.
1976) se encuentran varios ejemplos del establecimiento de los límites de las ciu-
dades-estado. En la Fig. 3 se ilustra la fundación de Cuauhtinchan, una ciudad lo-

4
Estos rituales también son analizados por García-Zambrano (1994) y Boone (2000a). López Austin
(1994: 217-218) analiza otros aspectos religiosos de la fundación de asentamientos.
268 MICHAEL E. SMITH

Fig. 3.—Fundación del poblado y la dinastía de Cuauhtinchan, tal y como se muestra en Historia Tolteca-
Chichimeca (modificada de Kirchhoff et al. 1976: 35v, 36r).

calizada al sur de Cholula. El glifo de la ciudad se encuentra en el centro. Una lí-


nea de pisadas muestra la llegada de sus fundadores chichimecas —con arco y fle-
chas— procedentes del norte (como la mayor parte de los mapas aztecas, el este
se muestra en la parte superior). La fecha 8 caña se asigna al evento de fundación;
de acuerdo con Kirchhoff et al. (1976: 18), ésta se corresponde con 1174 d.C. Los
glifos mostrados en la periferia son los marcadores de fronteras que están siendo
medidas por un equipo de prospección de cuatro individuos, a lo que se muestra
consultándose los unos a los otros a la izquierda y la derecha del mapa. Dos de es-
tos individuos son los sumos sacerdotes de Cholula, lo cual evidencia el impor-
tante papel político-religioso de esta ciudad en la política regional. Las huellas de
pisadas alrededor de la periferia muestran el camino de la cuadrilla de exploración
a lo largo de su camino junto a los límites o frontera.
La delineación de fronteras territoriales es bastante común en documentos co-
loniales tempranos. Por ejemplo, al hablar de la fundación de un altepetl, Chi-
malpahin indica, «así ellos fundaron el altepetl de Amequemecan en ese año y es-
tablecieron todas las fronteras tal y como fueron y gobernaron» (Schroeder 1991:
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 269

127). Sin embargo, es muy probable que esta práctica haya sido una invención co-
lonial proyectada hacia un pasado prehispánico con el fin de justificar fronteras te-
rritoriales en el periodo Colonial5.
4. Dividir la tierra de la ciudad-estado entre los nobles. En tiempos de los az-
tecas, la mayor parte de la tierra de las ciudades-estado era controlada y poseída
por los nobles (Lockhart 1992). Una vez que la dinastía y la ciudad habían sido
fundadas, el rey debía dividir la tierra entre los señores principales; esto es posi-
blemente lo que se muestra en la escena de la fundación de Tepechpan (ver Figura
2) y en la imagen de la fundación de Tenochtitlan en el Códice Mendoza. En al-
gunos casos, los reyes involucrados en campañas de expansión territorial enviaban
nobles a tomar posesión de nuevas tierras. Por ejemplo, Tezozomoc de Azcapot-
zalco, gobernante del imperio tepaneca, «instaló a sus hijos, de los cuales tenía
muchos, como señores de las colonias [poblados] que él fundó» (Carta de Azca-
potzalco 2000: 219).
Estos rituales de fundación pueden ser considerados actos de fundación religiosa
formal para las ciudades aztecas. No se tiene la certeza de que estos actos realmente
se realizaran, pero está claro que este tipo de fundación formal era ideológica-
mente importante para los aztecas contemporáneos de la conquista española.

Tenochtitlan

Existe mucha más información acerca de la fundación de Tenochtitlan de la


que existe para cualquier otra ciudad azteca. La historia es bien conocida y no re-
5
Aunque escenas como las de la fundación de Cuauhtinchan (Figura 3) reflejaban eventos ocurridos
varios siglos antes de la conquista española, la mayoría de estos documentos se produjeron durante el pe-
riodo colonial. Fueron pintados como parte de los documentos entregados en la Corte española para los pro-
cesos mediante los cuales los indígenas aseguraban la posesión de sus tierras (Oudijk y Romero 2003). Ar-
gumentando que las fronteras de sus comunidades habían sido establecidas con mucha anterioridad,
mediante un proceso comprensible para la Corte española, los nahuas del periodo Colonial fortalecieron su
posición legal (García-Zambrano 1994). Esto sugiere que el concepto de delimitación de fronteras territo-
riales se haya originado a partir de los requerimientos del sistema legal español, no debido a prácticas in-
dígenas.
La medición de los límites de una entidad política tiene sentido desde una perspectiva europea la cual
define entidades mediante su territorio. Otra opción que se ajusta más a las antiguas prácticas mesoameri-
canas pone énfasis en la gente, no en el territorio. Un altepetl constaba de toda la gente sujeta al rey, viviera
donde viviera. En muchos casos, los miembros de un altepetl vivían en un único territorio. En otros casos,
sin embargo, los sujetos de los diferentes reyes vivían entremezclados, haciendo imposible una delimitación
clara de entidades. El mejor ejemplo es el de los altepetl de Tepechpan, Acolman y Teotihuacan en el Va-
lle de Teotihuacan, señalado por primera vez por Charles Gibson (1964: 44-47). Resulta simplemente im-
posible dibujar fronteras territoriales alrededor de los pueblos que forman estos tres altepetl. Esta distri-
bución de asentamientos tiene mucho sentido desde la definición centrada en las personas de las entidades
políticas. Este punto de vista, por el que las entidades se definen por relaciones de sometimiento o alianzas
y no por territorios y fronteras, puede haber estado muy extendido por toda Mesoamérica. El análisis de Ni-
kolai Grube (2000) para el Clásico Maya llega a una conclusión similar.
270 MICHAEL E. SMITH

petiré sus detalles aquí (ver D. Carrasco 1999; Davies 1973; Heyden 1989; Su-
llivan 1971). La historia básica es la de que el pueblo mexica estableció Te-
nochtitlan en una isla deshabitada en los pantanos del Lago de Texcoco. Sus an-
cestros habían huido hacia el pantano para escapar del ejército de Culhuacan. El
dios tutelar de los mexica, Huitzilopochtli, les había prometido una tierra donde
construir una ciudad. Mientras se encontraban en el pantano, los mexicas vieron
una señal de su dios —un águila sobre un nopal sosteniendo una serpiente en su
pico— y supieron que habían encontrado su hogar (Fig. 4). Inmediatamente des-

Fig. 4.— Fundación de Tenochtitlan como se muestra en el Códice Mendoza (Berdan y Anawalt 1992, vol. 3:
f. 2r) (modificado Berdan y Anawalt 1992, vol. 4: 9).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 271

pués construyeron un templo para Huitzilopochtli, y pronto se estableció una


bulliciosa ciudad. Varios años más tarde, otro grupo de mexicas fundaría Tlate-
lolco en la parte norte de la isla. Heyden (1989) describe la historia de la funda-
ción de Tenochtitlan, que incluye muchos componentes sobrenaturales.
En las narraciones históricas aztecas tales como el Códice Mendoza, se indica
que Tenochtitlan fue fundada en el año 2 Casa, o 1325 d.C. Las excavaciones ar-
queológicas en la Catedral de la Ciudad de México y en otros lugares han descu-
bierto depósitos de cerámica de la fase Azteca Temprana (1100-1350 d.C.) debajo
de las ruinas tardías de Tenochtitlan (Vega 1979). El material azteca temprano in-
dica que la isla estuvo ocupada antes de 1325, lo cual contrasta con las narracio-
nes indígenas. Esto sugiere que, o bien los mexicas llegaron a la isla antes de
1325, o que otro grupo vivió allí antes de la llegada mexica en 1325. Estos depó-
sitos del periodo Azteca Temprano aparecen muy removidos por la ocupación
posterior, y no sobrevive arquitectura de dicho periodo.
Para la ciudad de Tenochtitlan pueden identificarse hasta tres fundaciones di-
ferentes. La primera es la ocupación inicial de la isla. Aunque este evento no ha
sobrevivido en ninguna narración histórica, los materiales del periodo Azteca
Temprano mencionados proporcionan evidencia arqueológica para esta primera
fundación. La segunda fundación es la que describe la historia oficial mexica con
el águila y el nopal, que presumiblemente tuvo lugar en 1325 d.C. Esta fue la fun-
dación formal religiosa de la ciudad, sancionada por el dios Huitzilopochtli y es-
tuvo acompañada por la construcción de un templo. La tercera fundación de Te-
nochtitlan fue una fundación política formal señalada por el establecimiento de la
primera dinastía mexica legítima (proveniente de los toltecas) con la ascensión del
rey Acamapichtli en 1372 d.C.
Las fuentes históricas indígenas de Tenochtitlan muestran la ascensión regia
de Acamapichtli (el establecimiento de una dinastía legítima) como una evolución
natural que formaba parte del crecimiento del pueblo mexica y su estado. Sin em-
bargo, el verdadero contexto político de este evento es más complicado. La isla se
localizaba en territorio tepaneca, entre su capital Azcapotzalco y su principal rival,
Texcoco, al otro lado del lago. Azcapotzalco era la entidad política dominante en
la Cuenca de México en la última parte del siglo XIV. El rey tepaneca dejó asen-
tarse a los mexica en Tenochtitlan, probablemente como parte de una estrategia de
fortalecimiento de su frontera con Texcoco (Santamarina 2006: 283-296). Los
mexicas se convirtieron en vasallos del rey tepaneca durante aproximadamente un
siglo (hasta la Guerra Tepaneca de 1428).

LA HERENCIA TOLTECA

Si el tema chichimeca producía orgullo por los aspectos bárbaros y guerreros


de los ancestros, el tema tolteca enfatizaba su naturaleza culta y civilizada. El
272 MICHAEL E. SMITH

Mapa Quinatzin (ver Figura 1) ilustra muchos de los atributos de los toltecas tal y
como los representaban las narraciones históricas aztecas: ropas hechas con tela
tejida, pelo arreglado, cultivo del maíz y vida urbana. Estos atributos comprenden
los principales temas toltecas en las fuentes históricas aztecas. Una posible inter-
pretación de esta escena es que el acto de asentarse y el de fundar ciudades mar-
can la transición de chichimeca a tolteca. Los otros asuntos toltecas descritos con
anterioridad incumben menos a los toltecas como gente civilizada que a los tol-
tecas como los grandes ancestros que vivían en la gran ciudad de Tollan.

La grandeza tolteca

Los nobles aztecas miraban a los toltecas del pasado y veían una cultura y un
pueblo más avanzado y civilizado que cualquier otro, anterior o posterior. La ciu-
dad de Tula, o Tollan, fue descrita como un lugar maravilloso en donde todo el
mundo era sabio y bueno y donde las calles estaban (metafóricamente) pavi-
mentadas con oro. Este es el segundo gran tema tolteca en las historias aztecas:
Tula y los toltecas fueron los creadores de muchos aspectos claves de la cultura
mexica. Está claro que Tula y los toltecas tuvieron una fuerte significación ideo-
lógica para los nobles aztecas, y ahora sabemos que la mayor parte de las cosas
que los aztecas atribuían a los toltecas eran erróneas o demasiado exageradas. Se-
ría absurdo considerar hoy en día a los toltecas como inventores del calendario y
del resto de las artes y oficios mesoamericanos, dado que ahora sabemos que se
originaron varios milenios antes de la aparición de los toltecas. De hecho, es de-
masiado increíble pensar que los propios aztecas hayan sido tan inocentes como
para creerse todo esto6. En lugar de esto, tiene más sentido ver las descripciones
aztecas acerca de los toltecas como reivindicaciones ideológicas no como des-
cripciones literales.
El tercer asunto tolteca era la idea de que la legitimidad de los reyes aztecas
dependía de su descendencia directa de los antiguos reyes toltecas de Tula. Los
gobernantes aztecas sólo remontaban sus genealogías en el pasado hasta los tol-
tecas, y la legitimación podía ser transmitida por vía masculina o femenina (Gi-
llespie 1989). Por ejemplo, los mexicas de Tenochtitlan se transformaron de un
simple grupo étnico en un altepetl cuando Acamapichtli —hijo de un noble me-
xica y una princesa de la dinastía tolteca de Culhuacan— ascendió al trono en
1372.
6
La interpretación azteca de la prehistoria mesoamericana puede haber sido rudimentaria, pero dada la
fuerte orientación empírica e historiográfica de los estudiosos aztecas resulta difícil aceptar que de verdad
creían que los toltecas inventaron el calendario y las artes. Los mexica supieron de un buen número de ciu-
dades anteriores además de Tula (por ejemplo, Teotihuacan y Xochicalco), y coleccionaron máscaras de
piedra de la aún más antigua cultura Mezcala de Guerrero para enterrarlas en sus ofrendas, lo cual sugiere
conocimiento de culturas anteriores a la tolteca (Umberger 1987).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 273

La idealización y adoración de los toltecas por parte de los aztecas no es difí-


cil de entender. Eran los grandes ancestros dignos de respeto y rememoración. Lo
que resulta difícil de comprender, sin embargo, es por qué muchos estudiosos han
sido tan crédulos como para creerse las exageradas reivindicaciones aztecas con
respecto a los toltecas. Aunque las descripciones aztecas de los reyes toltecas son
obviamente muy exageradas y este tipo de tradición histórica muy raras veces
puede ser tomada por cierta por más de uno o dos siglos (Henige 1974, 1982),
muchos estudiosos han aceptado los cuentos de los reyes toltecas como narracio-
nes históricas válidas (p. e., Nicholson 2001). Por ejemplo, a pesar del hecho de
que no hay evidencia arqueológica de un imperio con su sede en Tula y de que
sólo existe evidencia histórica fragmentada y transformada en mito, muchos es-
tudiosos han aceptado la existencia de un imperio tolteca como tal, simplemente
porque se sugiere en algunas fuentes aztecas7. El «problema tolteca» requiere de
la atención de la academia para que podamos comprender con más claridad esta
aceptación tan poco crítica de un punto de vista azteca por parte de los estudiosos
modernos.
Sin embargo, para los propósitos del presente estudio, no importa realmente si
los aztecas tenían una visión exacta de los logros toltecas, o no. Los puntos im-
portantes son: (1) que los aztecas veneraban y celebraban todo aquello que fuera
tolteca; y (2) que se esforzaron significativamente por alcanzar ese ideal. Esto re-
sulta especialmente claro en el trazado de los epicentros urbanos.

Tollan renacida en los diseños urbanos aztecas

No hay duda alguna de que los aztecas estaban familiarizados con las ruinas
de la ciudad de Tula (Figs. 5 y 6). Sahagún sugiere que los mexicas excavaron
Tula en busca de reliquias (Sahagún 1950-82, bk.10: 165). Numerosas ofrendas
aztecas (de los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío) han sido excavadas
en el epicentro de Tula (Acosta 1954), pero no está claro si fueron depositadas por
residentes del área de Tula durante esos periodos o por visitantes que llegaron a la
ciudad sagrada en ruinas desde algún altepetl del centro de los dominios aztecas.
Alguien, durante la época azteca, construyó un pequeño altar enfrente de la pirá-
mide más grande, el Templo C. Este altar no se muestra en los mapas del periodo
Tolteca de la ciudad de Tula (Fig. 6), pero es visible en las fotos aéreas del sitio
(Fig. 5) como un pequeño montículo de escombros hacia el norte (izquierda) de la
escalinata. Tal y como ya he indicado en otro sitio (Smith s.f. a), tales altares son

7
Michel Graulich (1997) muestra la naturaleza improbable de las descripciones aztecas de los reyes tol-
tecas e interpreta estas narraciones como mitológicas, analizando los motivos por los cuales las narraciones
históricas indígenas no son fiables después de un siglo o dos (Smith s.f. c). En otro artículo (Smith y Mon-
tiel 2001) indico las evidencias en contra de la existencia del imperio tolteca.
274 MICHAEL E. SMITH

Fig. 5.—Foto aérea del epicentro de Tula. Cortesía de la Compañía Mexicana de Aerofoto.

Fig. 6.—Plano del epicentro de Tula (modificada de Mastache et al. 2002: 92).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 275

un componente fundamental de la planificación urbana azteca, y si los construc-


tores aztecas iban a agregar un elemento arquitectónico a Tula, el pequeño altar
parece la opción más lógica.
Una evidencia adicional que indica que los reyes aztecas estaban familiariza-
dos con la ruinas de Tula viene del diseño de varios epicentros urbanos en Mo-
relos (Fig. 7). El trazado de estas cuatro capitales de altepetl comparte las si-
guientes características con Tula:

• Una distribución ortogonal formal de los edificios alrededor de una plaza


rectangular.
• La plaza es casi cuadrangular.

Fig. 7.—Planos de epicentros de ciudades aztecas en Morelos (Smith s.f. a). Los planos tienen una escala
común, pero diferentes orientaciones.
276 MICHAEL E. SMITH

• El templo más grande está situado en el lado este con escaleras hacia el lado
oeste de la plaza.

Algunas de las cuatro ciudades aztecas, pero no todas, comparten otras se-
mejanzas con Tula: Como Tula, Coatetelco y Cuentepec tienen juegos de pelo-
ta—orientados de norte a sur—localizados en el lado oeste de la plaza; y Coate-
telco y Teopanzolco tienen ambos edificios en forma de «T» en el lado sur de la
plaza, como Tula. Todos estos epicentros aztecas son más pequeños que el de
Tula, pero el parecido es claro. El trazado de Coatetelco es particularmente im-
pactante comparado con el de Tula. Aunque algunos de los principios de plani-
ficación evidentes en las Figuras 6 y 7 eran ampliamente compartidos por toda
Mesoamérica (por ejemplo, una plaza rectangular formalmente definida por los
templos más grandes), el trazado específico de estas ciudades resulta distintivo y
no se parece a ningún otro centro urbano mesoamericano. La explicación más ló-
gica para esta similitud es que las ciudades aztecas fueron diseñadas imitando a
Tula.
Resulta sencillo sugerir que los constructores de las capitales aztecas querían
imitar el trazado de Tula. Los reyes aztecas legitimaron su gobierno a través de re-
ferencias a sus ancestros reales toltecas, y la distribución urbana era la materiali-
zación de esa reivindicación ideológica, expresada mediante una poderosa evi-
dencia visual. El diseño de las ciudades aztecas fue probablemente establecido
como parte de un acto político formal de fundación. Resulta sin embargo com-
plicado explicar cómo tuvo lugar dicha imitación. ¿Se asentaron reyes y arqui-
tectos toltecas en las nuevas ciudades aztecas huyendo de la destrucción de Tula?
¿Quizás viajaron los reyes aztecas y sus constructores a visitar las ruinas de Tula
para estudiar su diseño? O tal vez el diseño de Tula se conservaba en códices que
los reyes y arquitectos podían consultar. La presencia de ofrendas del periodo Az-
teca Temprano en medio de la plaza central de Tula (Fig. 8), sugiere algún tipo de
actividad azteca en las ruinas toltecas durante el periodo en el cual los gobernan-
tes de Teopanzolco y otras ciudades de Morelos estaban construyendo sus edifi-
cios en imitación a los de Tula.
Un aspecto interesante de este fenómeno es que el diseño tolteca se encuentra
en todos los epicentros aztecas que se han preservado, pero no resulta tan obvio en
las ciudades aztecas de la Cuenca de México. Si bien las ciudades en esta última
región tienen algunos de los elementos del trazado de Tula (Fig. 9), muestran mu-
cho menos parecido que las ciudades de Morelos. Hasta Cuexcomate (Smith
1992), un pequeño pueblo en Morelos que no era capital de ningún altepetl, tiene
un modesto epicentro dispuesto de la misma forma que los ejemplos en la Figura
7. ¿Fueron las ciudades de Morelos fundadas antes que sus similares en la Cuen-
ca de México, dándoles una conexión histórica más próxima a Tula? Teopanzol-
co fue una ciudad del periodo Azteca Temprano, pero la arquitectura pública de la
mayoría de las ciudades aztecas (tanto en Morelos como en la Cuenca de México)
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 277

Fig. 8.—Vasijas cerámicas del periodo Azteca Temprano procedentes de una ofrenda azteca en Tula; a y b:
Azteca II negro sobre naranja; c y d: Azteca Temprano negro y blanco sobre rojo (modificado de Acosta
1954: 52-53).

no puede ser datada con precisión con la evidencia actual. O quizás las ciudades-
estado de Morelos fueron menos poderosas y sus reyes sintieron una mayor ne-
cesidad de realizar aseveraciones ideológicas que expresaran su adhesión al ide-
al tolteca.
En todo caso, parece claro que un cierto número de ciudades aztecas en Mo-
relos fueron diseñadas imitando a Tula, para proveer de evidencia visible —tan-
to para los aztecas como para los observadores modernos— de la importancia del
concepto tolteca en la fundación de ciudades aztecas. Este es el cuarto tema tol-
teca para los aztecas. La construcción de ciudades a imagen de Tula puede ser vis-
ta desde la perspectiva de la memoria social (Fentress y Wickham 1992). Susan
Alcock (2001, 2002) muestra cómo algunas sociedades antiguas «memorizan» so-
ciedades más tempranas a través de la construcción de monumentos y la modifi-
cación arquitectónica del paisaje. Ella utiliza el concepto de «memoria teatral»
(memory theater) para referirse a los espacios arquitectónicos designados para in-
vocar y celebrar memorias específicas del pasado. Tal y como los romanos mo-
278 MICHAEL E. SMITH

Fig. 9.—Planos de epicentros de ciudades aztecas de la Cuenca de México (Smith s.f. a). La escala y orien-
tación son comunes.
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 279

dificaron Atenas y otras ciudades griegas para evocar a la cultura griega, así hi-
cieron los aztecas al diseñar sus ciudades para evocar la grandeza del pasado tol-
teca.

UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA

La hipótesis de que los reyes aztecas utilizaron principios de planificación ur-


bana provenientes de Tula es parte de un nuevo modelo de planificación urbana
en el centro de México. Este modelo ha sido descrito anteriormente (Smith 2005)
y se presenta a continuación. Se puede contrastar con el punto de vista tradicional
acerca de este tema, tal y como lo articulan William Sanders y otros (Sanders y
Santley 1983). En el modelo tradicional, es Teotihuacan quien proporcionó el mo-
delo original para la planificación urbana en el centro de México; los gobernantes
de Tula copiaron los principios del modelo de Teotihuacan, y más tarde los go-
bernantes mexicas copiaron el trazado de Tula (Fig. 10 a). Mi modelo revisado se
presenta en la Fig. 10 b.
Tres son los principios fundamentales que caracterizaron la planificación ur-
bana de la mayor parte de las ciudades de la antigua Mesoamérica: (1) la con-
centración de la arquitectura pública en una zona central, el epicentro; (2) el uso
de una variada gama de técnicas de planificación dentro del epicentro urbano pero
no en el resto de la ciudad (las zonas residenciales muestran poca planificación);
y (3) el uso de la plaza pública como característica básica sobre la que se estruc-
tura el espacio urbano. Una de las muchas formas en las que la ciudad de Teo-
tihuacan fue única y radicalmente distinta dentro de la diversidad de ciudades me-
soamericanas, fue la desviación que mostró con respecto a estos antiguos

Fig. 10.—Modelos de desarrollo de los principios de planificación urbana; a: modelo tradicional; b: nuevo
modelo.
280 MICHAEL E. SMITH

principios de planificación. No tiene un epicentro compacto (a menos que toda el


área a lo largo de la Calzada de los Muertos se pueda considerar como un gran
epicentro); toda la ciudad muestra un alto grado de planificación, no sólo su
área central; y tiene pocas plazas. No hay una gran plaza central, y de hecho la
Calzada de los Muertos juega el papel de la plaza mesoamericana al proveer de un
marco espacial para la coordinación de los principales edificios (y de toda la ciu-
dad). Además, Teotihuacan carece de juegos de pelota, uno de los tipos de edifi-
cios fundamentales en Mesoamérica.
Después de la caída de Teotihuacan, las ciudades del centro de México vol-
vieron a los antiguos principios de planificación urbana mesoamericanos. Xo-
chicalco, Teotenango y Tula muestran los principios mesoamericanos básicos de
planificación (Fig. 11). Entre estos tres sistemas de planificación urbana, Tula se

Fig. 11.—Planos urbanos post-teotihuacanos en el centro de México (Smith s.f. c).


LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 281

destaca por poseer un mayor nivel de formalismo y monumentalidad. Utilizo el


término «formal», al estilo de la historia del arte, para designar trabajos cuya es-
tructura resulta clara y obvia al observador (Taylor 1981: 65-68, 95). En compa-
ración con Xochicalco y Teotenango, tanto la plaza como las principales estruc-
turas (aunque hay menos) de Tula Grande son mucho más grandes, y hay una
mayor simetría y simplicidad en la distribución de los edificios. Aunque algunos
autores han argumentado acerca de una cierta continuidad en forma y trazado en-
tre Tula y Teotihuacan (Mastache y Cobean 2003), las diferencias tan radicales en
los diseños de las dos ciudades sugieren más bien todo lo contrario, una falta de
continuidad en cuanto a la forma. De hecho, las diferencias son lo suficientemente
grandes como para pensar que los gobernantes y planificadores de Tula rechaza-
ron de manera deliberada el diseño urbano de Teotihuacan. No sólo volvieron a
los viejos trazados utilizados con anterioridad en la antigua Mesoamérica, sino
que lo hicieron de forma clara, produciendo la distribución urbana más formal-
mente planeada de toda Mesoamérica. Aunque ciertamente existieron numerosos
paralelismos culturales y cierta continuidad entre Teotihuacan y Tula, la planifi-
cación urbana no fue uno de ellos. Tula mostró un cierto número de innovaciones
en planificación urbana, particularmente la adopción de estructuras con columnas
y de patio-banqueta (Kristan-Graham 1999; Mastache et al. 2002).
La mayor parte de las capitales de las ciudades-estado aztecas fueron fundadas
durante la mitad del periodo Postclásico. Esta clase de urbanización simultánea a
través de una gran área es denominado «modelo de sinergia» por Balkansky et al.
(2004), y sugiere un sistema dinámico de entidades políticas interactuando entre
sí. Debido a que éstas fueron nuevas fundaciones de ciudades en la estela de las
migraciones provenientes desde Aztlan, los primeros reyes aztecas tuvieron la li-
bertad de diseñar sus ciudades a placer. Tal y como ya se ha indicado, muchos de
estos reyes, particularmente los de Morelos, diseñaron sus ciudades con plazas
muy similares al trazado de Tula Grande, aunque a menor escala (ver Figuras 5 a
7). Los templos, juegos de pelota y otros edificios aztecas eran más pequeños que
sus correspondientes estructuras en Tula; las plazas eran menores; y en general los
epicentros eran más pequeños. Esta diferencia en cuanto a escala probablemente
se deba a dos factores: las ciudades aztecas tenían una población menor a la de
Tula, y los gobernantes de las ciudades-estado aztecas fueron menos poderosos
que los reyes del estado tolteca.
Los epicentros de las ciudades-estado aztecas muestran un cierto grado de co-
ordinación entre sus edificios, aspecto éste analizado por Smith (s.f. b): los edifi-
cios públicos compartían una orientación común; muestran una integración es-
pacial con respecto a una característica central (la plaza); y la mayor parte de sus
planos muestran formalidad y monumentalidad (aunque en una escala limitada en
comparación con ciudades como Tula o Teotihuacan). Aunque estos no tienen
grandes epicentros urbanos, muestran una planificación muy cuidadosa, que
transmite una gran variedad de mensajes ideológicos a sus habitantes y a sus vi-
282 MICHAEL E. SMITH

sitantes (Smith s.f. a: capítulo 5). Los diseños de los epicentros de Morelos (ver
Figura 7) llaman la atención por la similitud entre ellos, así como por su parecido
con el trazado de Tula Grande. Los ejemplos que sobreviven de la Cuenca de Mé-
xico muestran una mayor variabilidad en cuanto a su forma (ver Figura 9), pero
sus inventarios arquitectónicos básicos recuerdan a los de las ciudades de More-
los.
No conocemos casi nada acerca del trazado de Tenochtitlan y de su epicentro
durante su primer siglo (antes de la fundación del imperio de la Triple Alianza en
1428). Parece razonable plantear la hipótesis de que el Templo Mayor (cuyas fa-
ses más tempranas pertenecen a los primeros años de la ciudad) fue originalmente
parte de un epicentro con una planeación similar a la de otras ciudades aztecas. El
templo miraba hacia el oeste, y la plaza debió haber estado en el área inmediata-
mente hacia su oeste. Sin embargo, en algún momento de su historia, los gober-
nantes mexicas realizaron una ruptura radical con la planificación típica de una
ciudad azteca al encerrar el área central en un recinto amurallado, que después fue
rellenado con edificios. Durante la época de la conquista española, este llamado
«recinto sagrado» estaba lleno de templos, adoratorios, altares, un juego de pelo-
ta, y otras estructuras usadas por la religión estatal de Tenochtitlan (Marquina
1960; Matos 2003; Nicholson 2003). Los gobernantes de Tlatelolco también
construyeron un recinto amurallado, probablemente a imitación del de Tenochti-
tlan. Tenochtitlan tenía una modesta plaza, localizada inmediatamente al sur del
recinto amurallado (Calnek 1976, 2003). Sin embargo, este espacio sirvió como
mercado permanente no como una plaza ceremonial.
El recinto sagrado de Tenochtitlan tomó el lugar de la plaza azteca normal,
pero no era una plaza, a pesar del uso de este término por algunos autores actua-
les (Low 1995; Matos 2003: 133). La construcción de un recinto amurallado en
Tenochtitlan (muy probablemente en el lugar donde con anterioridad había una
plaza) fue quizás parte de una nueva ideología imperial de los gobernantes me-
xicas. Ciertamente, esto provocó que el centro de Tenochtitlan fuera único entre
las ciudades aztecas8.

8
Existe una gran confusión en la literatura acerca de la aparición de los recintos amurallados en las ciu-
dades aztecas. Gran parte debe achacarse a Motolinía (1979: 50-51), cuyas palabras parecen indicar que está
generalizando para todas las ciudades cuando menciona la muralla que rodea al distrito ceremonial. La des-
cripción de Sahagún (1993: 269r) del recinto amurallado de Tenochtitlan ha causado también mucha
confusión. Umberger (2003: 3) llama a esta ilustración «un típico centro ceremonial azteca»; Pasztory
(1983: 101-102) reivindica que el recinto amurallado era una característica común en las ciudades aztecas,
mencionando a Tenochtitlan, Huexotla y Zempoala (una ciudad provincial no azteca de la Costa del Golfo);
Hardoy (1973: 178-179) pretende que la descripción de Motolinía se aplica a «ciudades indígenas» en ge-
neral; y Nicholson (1971: 437) sugiere que «todas las comunidades de tamaño sustancial» tuvieron un re-
cinto amurallado. Atribuyo estas interpretaciones al hecho de poner un énfasis excesivo sobre Tenochtitlan
como modelo de ciudad azteca. Nicholson (2003) hace la extraña y poco probable sugerencia de que la pin-
tura de Sahagún representa el (hipotético) recinto amurallado de Tepeapulco, no el de Tenochtitlan, ya que
la pintura muestra menos de los 78 edificios descritos en el texto de Sahagún (1950-82: bk. 2, pp.179-193).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 283

Además de sus innovaciones en principios de planificación, los gobernantes y


planificadores de Tenochtitlan también tomaron ideas de las antiguas ciudades de
Teotihuacan y Tula para diferenciar aún más a su ciudad de otras ciudades azte-
cas. Una gran variedad de estilos y características del arte monumental tolteca fue-
ron adoptadas por los mexicas como parte de un uso político continuado del pa-
sado azteca por parte de las élites y los gobernantes (De la Fuente 1990;
Umberger 1987). Algunos de los elementos urbanos toltecas —incluyendo tem-
plos circulares y plataformas de Tzitzimime (Smith 2005)— fueron empleadas pri-
mero por las capitales de las ciudades-estado y más tarde acogidas en Tenochti-
tlan. Otros elementos toltecas parecen haber sido adoptados por Tenochtitlan
directamente desde Tula, sin que aparezcan en otras ciudades aztecas. Por ejem-
plo, la Casa de los Guerreros Águila adyacente al Templo Mayor en Tenochtitlan
puede haber sido construida como imitación de elementos existentes en Tula
(Mastache y Cobean 2000).
Los reyes mexicas también obtuvieron inspiración y legitimidad de Teo-
tihuacan, y los aspectos ideológicos de esta herencia se materializaron en un
buen número de prácticas, como la colocación de objetos teotihuacanos en
ofrendas mexicas, imitación de estilos teotihuacanos en objetos rituales y en la
arquitectura, y otras muchas referencias materiales a la antigua Teotihuacan
(Boone 2000b; López Luján 1993; Olmeda 2002; Umberger 1987). Teotihuacan
se convirtió en el escenario de algunos importantes mitos aztecas de la creación.
Sin embargo, las referencias materiales explícitas a Teotihuacan cerca del Tem-
plo Mayor aparecen en su historia tardíamente. La mayoría pertenecen a la
fase constructiva VI, en su mayor parte correspondientes al reino de Ahuitzotl
(1486-1502, ver López Luján 1993); incluyendo los «templos rojos» de estilo te-
otihuacano (Olmeda 2002: 55) y la Ofrenda 5 en la Casa de los Guerreros
Águila con su vaso teotihuacano de cerámica Naranja Delgada (López Luján et
al. 2000). Si las referencias a Teotihuacan aparecen tan tarde en la historia de
Tenochtitlan, es poco probable que la imitación deliberada del trazado ortogonal
de Teotihuacan fuera responsable de la creación del plan en rejilla de Tenoch-
titlan. Sin embargo, los gobernantes mexicas pueden haber utilizado este pare-
cido —bastante poco usual en la antigua Mesoamérica— como parte de su
programa ideológico imperial.

Es difícil imaginar cómo un pintor indígena podría incluir los 78 edificios en una única ilustración. Para una
discusión más detallada, ver los comentarios de Heyden acerca de este tema, en Sahagún (1993: 117-119,
note 1), y Mundy (1998: 18-20). La única capital de ciudad-estado azteca con posibles evidencias de haber
poseído un recinto amurallado es Huexotla (García 1987), pero no estoy muy convencido de que el único
segmento de pared que se mantiene en posición fuera parte de un recinto cerrado por sus cuatro lados. Los
restos de pared en Huexotla son aún un enigma, y sólo una futura excavación podría ayudar a dar respuesta
a esta pregunta.
284 MICHAEL E. SMITH

CONCLUSIONES

Aunque existen pocas referencias explícitas a la fundación de las ciudades en


las narraciones nativas aztecas, He intentado reconstruir varios tipos de fundación
para las capitales de las ciudades-estado. En común con las culturas de las ciu-
dades-estado en otras partes del mundo (Hansen 2000b), los conceptos de ciudad
y estado estaban muy interrelacionados, tanto en la realidad empírica del pasado
como en los documentos históricos que sobreviven. Una implicación de esta si-
tuación es que las narraciones históricas de la fundación de dinastías pueden
también ser interpretadas como descripciones de la fundación de las ciudades en
las cuales dichas dinastías estaban ubicadas. Aunque el registro arqueológico
suministra pocas explicaciones explícitas acerca de la fundación de ciudades,
los patrones en la arquitectura, el trazado de las ciudades y la continuidad en los
asentamientos, informan de manera detallada acerca de los orígenes y de la fun-
dación de las ciudades aztecas.
La política y la religión fueron las funciones urbanas dominantes en las capi-
tales de las ciudades-estado aztecas. Por lo tanto, no resulta sorprendente que las
narraciones acerca de la fundación de las ciudades hagan énfasis en dinastías, re-
yes y rituales. El establecimiento de una dinastía legítima (esto es, una dinastía
con conexiones ancestrales a los reyes toltecas) marcaba la fundación política for-
mal de una ciudad azteca. Dos de los ejemplos analizados provenientes de los có-
dices —Tepechpan y Cuauhtinchan— muestran fundaciones políticas formales de
las ciudades. En Tepechpan, dicha fundación política estuvo acompañada de sa-
crificios, que pueden ser considerados como actos religiosos formales de funda-
ción. La mayoría de las ciudades-estado aztecas eran entidades políticas soberanas
en la época en la que fueron fundadas. Más tarde, la mayoría de estas entidades
políticas fueron conquistadas por uno o más de los tres imperios aztecas: el im-
perio Acolhua situado en Texcoco, el imperio Tepaneca situado en Azcapotzalco
y el imperio de la Triple Alianza situado en Tenochtitlan.
La arqueología proporciona un conjunto de evidencias distinto para las fun-
daciones formales políticas y religiosas en las capitales de las ciudades-estado de
Morelos. El gran parecido en el diseño urbano de estas ciudades con el de Tula
sugiere que sus dirigentes copiaron deliberadamente el trazado tolteca. En los mi-
tos de la fundación de Tenochtitlan, las fundaciones formales política y religiosa
tuvieron lugar en distintas épocas. La fundación religiosa, señalada por la historia
del águila sobre el nopal, vino primero, en 1325 d.C. La fundación política formal
vino más tarde, en 1372, cuando los mexicas de Tenochtitlan entronizaron a su
primer tlatoani legítimo, Acamapichtli. Como hijo de una princesa culhua (y de
un noble mexica), Acamapichtli era parte de la dinastía con orígenes toltecas de
Culhuacan.
La mayoría de las capitales de las ciudades-estado aztecas fueron fundadas en
sitios nuevos, muy probablemente al final de las migraciones procedentes de
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 285

Aztlan. Este proceso difiere del de otras ciudades fundadas por colonización en el
Mundo Clásico y en otras partes del mundo, donde los inmigrantes eran enviados
deliberadamente por una comunidad natal a encontrar nuevos asentamientos. En
lugar de esto, se movieron hacia el sur (debido a razones desconocidas) como un
grupo no organizado y fundaron dinastías y ciudades cuando se asentaban en una
nueva región. El índice de crecimiento de la población en el centro de México fue
muy alto durante los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío (Smith 2003:
57-61), y estas ciudades muy probablemente crecieron con rapidez una vez fun-
dadas.
Los datos de variación de diversas ciudades aztecas muestran que el proceso
de fundación urbana ocurrió al mismo tiempo a lo largo y ancho del área del Mé-
xico Central (Smith s.f. a). Hubo altos niveles de interacción social y política en-
tre las entidades políticas en los valles y regiones del centro de México. Estos da-
tos ilustran la naturaleza de las variaciones entre las ciudades aztecas. De
particular importancia es la observación de que Tenochtitlan fue la más divergente
y atípica de todas las ciudades aztecas. En el pasado, muchos estudiosos han ge-
neralizado acerca de las ciudades aztecas basándose en datos provenientes de Te-
nochtitlan (ver nota 8), pero ésta no puede ser por más tiempo una práctica acep-
table. Para comprender plenamente el urbanismo azteca —incluyendo la
fundación de las ciudades— debemos tomar una perspectiva más amplia que in-
cluya tantos ejemplos como sea posible.

Agradecimientos: Quiero agradecer a Andrés Ciudad Ruiz y al resto de los


organizadores su invitación a participar en esta conferencia. Las discusiones con
otros participantes, particularmente con Arlen y Diane Chase, resultaron muy úti-
les para clarificar mis ideas. Muchos de los temas en este artículo provienen del
capítulo 3, «La fundación de Ciudades y Dinastías» de un libro en proceso de re-
alización, Aztec City-State Capitals (Smith s.f. a). Agradezco a George Cowgill,
Michel Oudijk y Barbara Stark sus comentarios sobre un borrador de esta apor-
tación. Eduardo Douglas amablemente me proporcionó la ilustración para la Fi-
gura 1.

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14
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA
MAYA, SIGLOS XVI-XVII: ÉXITOS Y FRACASOS DE LA
POLÍTICA COLONIAL

Juan GARCÍA TARGA


Universidad de Barcelona

INTRODUCCIÓN

El tema de esta VII Mesa Redonda de la SEEM (Fundación, Refundación y


Relocalización de ciudades en la civilización Maya: una perspectiva desde la An-
tigüedad)1 vuelve a poner de manifiesto lo trascendente del urbanismo como
agente cultural desencadenador de procesos adaptativos destinados a generar
formas de vida social organizada.
En esta ocasión, se incide sobre términos íntimamente ligados al quehacer ur-
bano y constructivo como son fundación, refundación y relocalización, conceptos
asociados a los aspectos más introspectivos de una comunidad como el porqué de
la elección de un lugar, los rasgos o características que debe tener un espacio para
ser elegido como idóneo para una ocupación humana y las causas o circunstancias
que explican el cambio de localización, abandono o desocupación de un lugar ha-
bitado durante cortos o largos períodos de tiempo.
Es el período Clásico maya el que se trata de forma mayoritaria, por lo que
esta aportación será un complemento crono-cultural que permite analizar los
cambios radicales que supusieron la conquista y supuesta homogeneización cul-
tural desde mediados del siglo XVI, y su incidencia en la forma de concebir el es-
pacio (Fig. 1).

1
La V Mesa Redonda de la SEEM (Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades
antiguas, Ciudad, Iglesias y Martínez 2001) también incidió en el tema del urbanismo centrado en aspec-
tos de patrón de asentamiento, variables regionales y estudios específicos sobre funciones sociales y polí-
ticas de los espacios urbanos.

291
292 JUAN GARCÍA TARGA

Fig. 1.—Mapa de Yucatán y Guatemala, 1671 (Markman 1993: 220. Original Arnoldus Montanus).

CONSIDERACIONES GENERALES: EL URBANISMO COMO


HERRAMIENTA DE PODER

Una vez conquistados los territorios ocupados por la cultura maya posclásica,
se inició el proceso de consolidación del nuevo poder hegemónico en unos con-
textos caracterizados por el poco atractivo económico, una población indígena
muy abundante y unas condiciones generales del territorio cuanto menos adversas
a los objetivos de la Corona:
«No hay minas de plata ni oro. Hay una yerba de añil que se saca mucha can-
tidad de el en general en esta provincias, con mucho trabajo de los naturales y
mucha costa de dinero: hay palo negro de Brasil y otras yerbas con que tiñen
amarillo, y palo colorado de tinta para curtir los zurradores» (Relaciones His-
tórico-Geográficas 1983: 43).
Inicialmente se fundan cuatro villas (Mérida, Campeche, Valladolid y Salaman-
ca de Bacalar) para el norte peninsular, así como Ciudad Real y San Cristóbal de los
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 293

Llanos en Chiapas, y Santiago en Guatemala, sobre las que recae el poder organiza-
tivo del proceso de consolidación de las nuevas formas occidentales aplicadas al te-
rritorio maya. Inmediatamente después, núcleos poblacionales de menor tamaño
completan la retícula urbanística peninsular a la que se van sumando todas las po-
blaciones de indios dirigidas por los frailes de las órdenes mendicantes (Fig. 2).

Fig. 2.—El área maya a finales del siglo XVI (Grube 2001: 380, Fig. 591).
294 JUAN GARCÍA TARGA

Tal como se constató en la etapa caribeña, la fundación de centros urbanos y


rurales fue un instrumento fundamental en esa nueva dinámica. La importancia
del hecho fundacional hispano radicaba en el control de una población dispersa:

«Y, en el tiempo de su gentilidad, había ochocientos indios poblados por los


montes, en diferentes partes y lugares, hasta que, después de venidos los españoles
a la conquista desta tierra, se recogieron y poblaron por orden de los religiosos de
San Francisco en el asiento donde están hoy, que los sacaron de los montes»
(Relaciones de Guatemala 1982: 125).

Además de «atraer» a la población diseminada, durante el período colonial


temprano, se impuso el sistema urbano de retícula o damero de tradición hele-
nística, retomado a finales de la reconquista de la península ibérica (Fig. 3). Debía
generarse un modelo sencillo que permitiese ordenar a la población, someterla a
los diferentes controles civiles, militares, económicos y religiosos, siendo apli-
cable con ciertas adaptaciones locales a una gran diversidad de entornos geográ-
ficos, orográficos, climatológicos, etc.

«…sería necesario ponerlos en policía para que sea camino y medio de darles
a conocer la divina y para esto se debería dar orden como viviesen juntos en sus

Fig. 3.—Plano de Briviesca (Burgos), 1313 (La ciudad hispanoamericana 1989: 95).
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 295
calles y plazas concertadamente y que desta manera los prelados podrían tener
más entero conocimiento de las cosas de los dichos naturales y verían y sabrían la
manera y mejor orden que con ellos de podría tener para su bien y doctrina…»
(Archivo General de Indias, México, 1088 L. 3 F.163)2.

La consolidación del proyecto tomaba mayor significación y solidez si el


proceso de concentración y fundación se complementaba con la destrucción, re-
aprovechamiento de materiales3 y superposición de asentamientos coloniales so-
bre importantes núcleos preexistentes, la elección de espacios simbólicos rele-
vantes de las comunidades locales y la generación de unos nuevos referentes
espaciales (López de Cogolludo 1957: 332)4, una nueva jerarquización arqui-
tectónica y visual dentro de los asentamientos (Fig. 4).
Este proceso de adaptación forzosa de las comunidades indígenas se define
como congregación o concentración según las tendencias de los estudios. Los tér-
minos clásicos no definen con precisión la realidad de un proceso lento, constan-
te y muy duro para la población autóctona que supuso la erradicación de las for-
mas ancestrales de vida, la destrucción total o parcial de unos espacios reales y
simbólicos, la sustitución de unas imágenes por otras, y, en síntesis, un movi-
miento forzoso y muy violento de una gran cantidad de personas y familias.

«Se inicia así un largo proceso de reacomodo de los grupos indígenas en que
la economía occidental, encubierta a veces por el celo piadoso de los evangeliza-
dores, convulsiona y altera las formas indígenas de asentamiento, ocasionando
perturbaciones cuya gravedad alcanzó, en múltiples ocasiones, el grado de un ge-
nocidio que no por falta de intención fue menos real» (Reyes 1962: 25).

La realidad de los cambios acontecidos puede entreverse con mayor precisión


si tenemos en cuenta algunas de las consideraciones sobre las formas de asenta-
miento mayas. En este sentido, es interesante la interpretación clásica de Morley
sobre el modelo de asentamiento maya, que, aunque ampliamente superada hoy
en día gracias a los avances de las investigaciones, define la forma de adaptación
al entorno, siempre comparándolo con los modelos urbanos actuales occidentales:

2
Real Cédula para que se pongan en policía los Indios. Valladolid, 23 de agosto de 1538.
3
En este sentido resulta muy relevante la referencia de Motolinía (1988: 68) para el altiplano mexicano
en el que destaca el proceso de destrucción de los templos «para sacar de ellos la piedra y madera, y de
esta forma quedaron desollados y derribados» y la utilización de piedra y fundamentalmente ídolos para la
cimentación de las nuevas construcciones.
4
Es relevante el caso de Izamal como asentamiento prehispánico de primer orden sobre el que se dis-
puso un importante asentamiento colonial coronado por el convento de San Antonio de Padua. Para su
construcción se destruyó y niveló parte de la plataforma existente y se retomó su importante función
como lugar de peregrinación desde el período Clásico. No obstante, desde un primer momento, también en
Izamal, el Kinich Kak-Mo es aprovechado por los frailes franciscanos como lugar emblemático en el que se
sitúa una pequeña capilla con materiales perecederos, como primer foco de evangelización de la zona.
296 JUAN GARCÍA TARGA

Fig. 4.—Izamal (Estado de Yucatán, México). Vista general del Convento de San Antonio de Padua, si-
tuado sobre una estructura prehispánica. Siglo XVI (Fotografía del autor).

«los centros mayas de población no eran tan concentrados, tan densamente


comprimidos en manzanas apretadas, como sucede con nuestras ciudades y pue-
blos modernos, si no que bien al contrario, estaban dispersos en extensos subur-
bios, habitados con más desahogo, esparcidos en una serie continua de pequeñas
granjas» (Morley 1947: 346).

Más allá de la simple descripción de una planimetría arqueológica de cual-


quier sitio maya del clásico, León-Portilla valora las ventajas de un modelo de
asentamiento urbano como el maya, desde diversos enfoques sociales y econó-
micos de clara adaptación al entorno (Fig. 5):

«una forma tal de agrupamiento ofrece sin duda considerables ventajas tanto
desde el punto de vista de la higiene, como desde la economía y bienestar fami-
liares ya que permite mayor holgura y aun la posibilidad de establecer al lado de
la casa una huerta o campo de cultivo» (León-Portilla 1957: 20).

Recientemente, David Webster y William Sanders han replanteado su pro-


puesta clásica sobre patrón de asentamiento y definición de los núcleos estables
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 297

Fig. 5.—Izamal. Planimetría general de la parte central del sitio (Burgos et al. 2005: Fig. 2).

mayas del clásico. Las nuevas interpretaciones a la luz del resultado de los estu-
dios arqueológicos permiten una visión mucho más rica sobre la funcionalidad de
esos grandes centros:

«siguiendo este argumento, los sistemas de asentamiento maya consistieron


esencialmente en jerarquías de casas en un rango que incluía desde los súbditos
más humildes, hasta la enorme y sumamente especializada casa real, que com-
prendía todos los recursos rituales y el complejo simbolismo característicos del rei-
no maya» (Webster y Sanders 2001: 59).

LA LEGISLACIÓN INDIANA SOBRE URBANISMO


Y POBLAMIENTO

La necesidad de las autoridades coloniales de controlar a la población y fi-


jarla espacialmente era fundamental como paso previo de su aprovechamiento
como mano de obra aplicable a todo tipo de actividades. Además, ese control fa-
cilitaba la imposición de las tributaciones fiscales pertinentes, evitar los movi-
mientos poblacionales hacia áreas fuera de la zona de dominio, supervisar los
298 JUAN GARCÍA TARGA

avances en el proceso de evangelización y en general de aculturación de la


población autóctona.
La Corona generó una legislación muy importante en número, y prácticamente
inmediata en su aplicación, desde el primer momento de contacto con las pobla-
ciones americanas. Parte de las Instrucciones dadas a los diferentes conquistado-
res, contenían apartados específicos sobre poblamiento, organización territorial y
espacial5.

«es necesario que los indios se repartan en pueblos que vivan juntamente y que
allí tengan cada uno su casa habitada con su mujer e hijos, y heredades, siembre y
críen sus ganados» (Solano 1996: 25).

Además de la documentación de archivo, en las crónicas elaboradas por frai-


les y autoridades civiles, se hace una mención constante a las formas de asenta-
miento indígena y a la necesidad de organizar a la población, a los avances en ese
proceso y a los problemas de su puesta en práctica.
Sin embargo, hasta 1573 se trata de una considerable cantidad de Cédulas Re-
ales, Instrucciones o cualquier otra forma administrativa generada por la Corona,
pero carentes de un cuerpo ideológico integral, aunque evidentemente de obliga-
do cumplimiento para autoridades civiles y religiosas. Una parte significativa de
las Leyes Nuevas hace mención directa al urbanismo, a sus objetivos y a la ma-
terialización de los mismos, transformándose en la normalización de una situación
de hecho6. Este proceso urbano se inicia con las primeras construcciones en las is-
las, y en el momento de la promulgación de las leyes ya cuenta con más de 250
ciudades (Fig. 6).
La promulgación de estas normativas marca además el final del proceso de con-
quista y el inicio de la colonización. Se establecen dos virreinatos (Nueva España y
Perú), diez Audiencias, unas 250 ciudades y cuatro arzobispados (Santo Domingo,
México, Lima y Santa Fe de Bogotá). El objetivo final de la urbanización como par-
te del sistema de control de la población es transformar a la frontera o los espacios
fronterizos en espacios unificados, afines a la forma de vida hispana:

«Las Leyes de 1573 están dirigidas para cuidar y vigilar, asimismo para po-
tenciar, las promociones dinamizadoras de la colonización de los espacios ya
conquistados, como de impulso para la ampliación de fronteras» (Solano 1996:
XXXII).

5
Algunos ejemplos significativos serían: las Instrucciones de Nicolás Ovando, de 1503 (Archivo
General de Indias, Indiferente General 418), Instrucciones a Pedrarias Dávila, 1513 (CODOIN); Instruc-
ciones a Hernán Cortés, 1523 (Archivo General de Indias, Indiferente General 415); Real Cédula del
Obispo de Guatemala, 1538 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393) o Real Cédula del
Obispo de Guatemala, 1540 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393).
6
El conjunto de artículos se definen como Nuevas Ordenanzas de descubrimiento y población.
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 299

Fig. 6.—Ciudades americanas, siglos XVI-XVIII (figura parcial) (La ciudad hispanoamericana 1989: 59).

Desde la perspectiva hispana y occidental en general existe la asociación en-


tre vida en la ciudad, en policía, con control y orden, erradicación de las costum-
bres ancestrales y la idolatría (Fig. 7). Al mismo tiempo, se asocian los espacios
de frontera o fuera de frontera con la vida «salvaje», la falta de orden, la vuelta a
la idolatría y la imposibilidad de sancionar con impuestos a una población dis-
300 JUAN GARCÍA TARGA

Fig.7.—Evolución de la Ciudad de México. Estudios sobre urbanismo iberoamericano. Siglos XVI-XVIII.


(VV.AA.1989: 27).
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 301

persa y escondida en zonas poco accesibles. Esta dicotomía de conceptos o de en-


tornos culturales y de realidades tiene su origen en el cristianismo más primitivo,
simplificando ideas y tendencias ideológicas mucho más complejas, que tienen
como fondo mentalidades claramente diferenciadas como son la occidental y la
indígena.

«Juntos, unos y otros, se entro por las montañas al medio día de esta tierra, y
hallando en ellas muchos indios fugitivos, que vivían rancheados en diversos sitios
sin policía, ni sacramentos los fue congregando, y llevó a los montes, que llaman
de la Pimienta. Formó pueblo con ellos en el sitio donde estuvo el que se llamó Sa-
calum, cuando el padre Fr. Juan de Santa María pobló las guardianías...» (López
de Cogolludo 1957: 542)7.

Teniendo en cuenta la anterior apreciación, todo el entorno relacionado con lo


urbano como solución a la falta de control y a la lucha contra lo ancestral cobra
una mayor relevancia si se considera que la aplicación de estas normativas era lle-
vada a cabo por un reducido número de personas (funcionarios, encomenderos,
frailes, etc.) en situaciones claramente hostiles a la imposición de esas directrices.
Las Leyes Nuevas contenían 148 artículos. Del artículo 34 al 42 se tratan de
aspectos como el emplazamiento y la forma reticular de la ciudad, haciendo es-
pecial mención a la selección de las tierras, la abundancia de agua y materias pri-
mas, las orientaciones de los edificios y de las ciudades, así como a la elección de
las autoridades civiles. Del artículo 111 al 135 se refieren a las pautas urbanas que
definen las nuevas ciudades. Dentro de este segundo grupo, se especifican las for-
mas de construir, la transformación de la plaza mayor en eje neurálgico de la po-
blación, las calles y las plazas menores, la distribución o repartimiento de los so-
lares, las casas de la plaza principal, así como a uniformar el espacio.
Todas estas normas pudieran parecer las habituales en cualquier compendio de
urbanismo, retomando las formas clásicas de Vitrubio que a la vez se nutre de
obras anteriores. No obstante, destaca el artículo 137 que hace mención al con-
vencimiento de los indígenas sobre lo bueno y positivo de la vida en la ciudad, sin
duda aspecto teórico interesante, aunque, claramente en la práctica no se respe-
taba:

«Si los naturales quisieren poner en defender la población se le de a entender


como se quiere poblar allí, no para hacerles algún mal, ni tomarles sus haciendas
sino por tomar amistad con ellos y enseñarlos a vivir políticamente y mostrarles a
conocer a Dios, y enseñarles su ley por la cual se salvarán, dándoseles a entender
por medio de los religiosos y clérigos. « (Solano 1996: 214-15).

7
La zona que se describe estuvo, durante gran parte de los siglos XVI y XVII, fuera o muy ajena al con-
trol político y administrativo colonial, transformándose en espacio de acomodo para grupos indígenas hui-
dos de las zonas sobre las que se ejercía mayor presión coercitiva.
302 JUAN GARCÍA TARGA

La ritualización del proceso urbano estaba marcada en cada uno de los esta-
dios, iniciándose con la toma del territorio en nombre de Dios y el Rey, ante la
población con una prepotencia considerable en las formas. Dentro del proceso se
refiere explícitamente la voluntariedad de fundar una ciudad, así como la elección
del cabildo, los términos de jurisdicción, el nombre y el santo patrono que prote-
gerá a los ciudadanos y a la ciudad.
Una vez marcados estos pasos iniciales, el proceso proseguía con la delimi-
tación de la plaza, el solar destinado a la iglesia momento de gran ceremonialismo
que retrotrae al período temprano del cristianismo (Fig. 8). Consecutivamente se

Fig. 8.—Plaza de Chiapas, México. (La ciudad hispanoamericana 1989: 135).


LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 303

definían los espacios destinados al cabildo y los solares de los vecinos de exten-
siones y calidades en función de la relevancia social de las familias.

LA MATERIALIZACIÓN DE UNA IDEA: EL ORIGEN DE LOS


ÉXITOS Y FRACASOS URBANOS EN EL ÁREA MAYA

En la documentación escrita se encuentra amplia mención a la forma de con-


centración de la población, a lo drástico de los sistemas utilizados para tal fin, y a
la manipulación ideológica y física de la población indígena en beneficio de los
grupos de poderes locales o regionales. Las causas referidas para los fracasos fun-
dacionales son muy diversas.
Unas serían las «causas naturales», como terremotos, erupciones volcánicas u
otras circunstancias inevitables o poco previstas en el momento de elección del si-
tio. El caso paradigmático de este modelo explicativo podría ser el abandono de la
primera ubicación de la capital de la Audiencia de Guatemala (Remesal 1966:
Vol. II 15; Ximénez 1965: 400). Dentro de este primer grupo, podrían incluirse
casos que las fuentes atribuyen a la insalubridad de las aguas, circunstancia que
sobreviene con posterioridad a la fundación de los asentamientos sin que existie-
sen precedentes sobre ese extremo.
Una segunda causa, podrían ser las «directrices generales» de la Corona, de
las autoridades de las Audiencias, Virreinatos u Obispados, que coordinan la
política poblacional y urbana en los diferentes territorios. Tal es el caso de Nueva
Sevilla en la Verapaz, que tal como refiere Remesal (1966: Vol. II: 147-150) se
manda despoblar para crear un nuevo centro urbano, Nueva Salamanca, destina-
do a facilitar la obra de conversión de la población indígena en una zona difícil8.
Un caso de menor envergadura sería el de Rabinal, también mencionado, y en el
que la población inicial estaba cerca de la mencionada por el autor (Remesal
1966: Vol. I: 237).
No hay que olvidar como posible causa los «asaltos» efectuados por piratas y
corsarios, circunstancias que afectaron fundamentalmente a las zonas portuarias
de la actual costa de Quintana Roo y Belice, así como a Campeche y Tabasco, y
que también conllevaron abandonos:

« .. con que los religiosos se retiraron de la provincia, yendo aquello de mal


en peor, porque los enemigos acosaron tanto aquel paraje, que obligó a los po-
cos españoles, que allí habían quedado maltratados, y pobres, a retirarse la tie-
rra adentro a un pueblo de Indios llamado Pacha» (López de Cogolludo 1957:
659).

8
En casos como éste, se tramitó en 1548 la petición de la Audiencia de Guatemala al Consejo de Indias
para procurar los cambios del nuevo centro urbano y el movimiento forzoso de la población.
304 JUAN GARCÍA TARGA

Dentro de este mismo grupo pueden considerarse asentamientos o zonas que


dado su aislamiento de los centros de poder y de presión colonial sufrieron cons-
tantes grados de ocupación, pasando de momentos con un asentamiento estable en
lo material (elementos de tradición hispana, etc.), a períodos de vuelta a las tra-
diciones autóctonas. Uno de los ejemplos estudiados es el de Lamanai, en Belice:

«.. que habiendo salido del pueblo de Lamanai, hallaron las casas, y iglesia
quemadas, los indios alzados, y confederados con los de Tipú, que se habían pa-
sado de la otra parte de la laguna a la banda del norte» (López de Cogolludo
1957: 643).

Asimismo existen otras «circunstancias que refieren encomenderos y frailes»


como detonantes del progresivo abandono de los centros y la reubicación final de
las poblaciones residuales en otros asentamientos más o menos cercanos9. Es
evidente que las causas explicativas son diferentes en cada caso: los encomende-
ros aluden los movimientos forzosos de la población a lugares poco idóneos por
parte de los frailes, las muy diversas ocupaciones relacionadas con la construcción
de iglesias y conventos, etc.10.
Por su parte, la documentación de tipo religioso, ya sean cartas internas de las
iglesias con los obispados, cartas remitidas a la corona o crónicas, acusan a los en-
comenderos de su insaciable afán recaudatorio y del mal trato dado a los indios
como principales motivos de la disminución de la población y del abandono de
muchas de las fundaciones tempranas.

«... y así les sacan la sangre a los míseros indios en los tributos y servicio per-
sonal excesivo que sirven todos a manera de esclavos» (Archivo General de Indias,
México, 280), o «...son tan vejados y hanse muerto tantos por respecto de esas ve-
jaciones y malos tratamientos, que de cada ida se les hace así de cargas, servicio

9
Se dispone de documentación concreta sobre la reubicación de las diezmadas poblaciones de sitios
como Tecoh en el estado de Yucatán (Millet y Burgos 1994) o la ya mencionada Copanaguastla en el es-
tado de Chiapas (Ruz 1985).
10
«Principalmente la disminución que ha habido y al presente la ha causado el haberlos mudado de
sus asientos y natural temple y aguas con que se multiplicaban , quemándoles los pueblos y mandándolos
quemar los religiosos de la orden de San Francisco, poblándolos donde ellos querían , en lugares no tan
sanos ni cómodos como en los que ellos vivían; trabajándolos los dichos religiosos en los monasterios muy
suntuosos que han hecho, sin cesar hoy día de hacer y deshacer obras, las cuales habiendo otro guardián
las deshace y hace a su modo y jamás cesan de obrar, no teniendo consideración a hacer cesar las obras
en tiempo que los indios han de acudir a sus labranzas, de lo cual siempre se han quejado los naturales
porque les ha causado estar faltos de bastimentos para el sustento de sus vidas. Y así por esto como por la
mudada y junta de los pueblos y castigos que so color de la doctrina los religiosos hacían, y otras cosas de
apremio y cepos de que han usado y usan, los naturales han venido en la disminución referida y les son tan
temerosos que tan solamente se han huido a los montes sin más parecer, pero algunos se han muerto de
puro pesar y tristeza se han despoblado muchos indios que dicen estar poblados en las islas de la Bahía de
la Ascensión que dista de esta villa treinta leguas» (Relaciones Histórico-Geográficas 1983: 40-41)
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 305
personal como de otras cosas, que si no remedian muy presto harán fin....» (Ar-
chivo General de Indias, México 280) 11 .

LOS PROCESOS DE ABANDONO EN LOS ESPACIOS RURALES

La aplicación de la metodología arqueológica al período Colonial es reciente


si nos referimos a proyectos concretos que pretenden analizar la realidad de co-
munidades campesinas del área maya. Bien es cierto que los primeros trabajos de
arqueología colonial o histórica se encuentran directamente vinculados a la reha-
bilitación de construcciones religiosas y civiles en mal estado, ya desde la primera
mitad del siglo XX.
Actualmente se dispone de una información relevante, aunque dispersa, sobre
toda una serie de centros rurales estudiados aplicando por un igual la metodología
arqueológica y el estudio de las fuentes escritas (Fig. 9). Es significativo que una

ASENTAMIENTO LOCALIZACIÓN FUNDACIÓN ABANDONO OBSERVACIONES


Xcaret Costa de Q. Roo 1518 ? –
Tancah Costa de Q.Roo 1549 ? Disminución
progresiva
de la población
Dzibilchaltún Yucatán 1582 Inicios XVII –
Tecoh Yucatán 1550-1570 Inicios XVII Aguas
Ek Balam Yucatán Ant. 1582 ? Cambios
de ubicación
de la población
Ecab Yucatán Med. XVI Med. XVII
Tipú Belice 1544 1707 Revueltas
Lamanai Belice 1544 1641 Revueltas
Ocelolalco Chiapas 1542/1572 1767 Epidemias
Usumacinta Chiapas 1549 1821 Plagas diezman
a la población
Copanaguastla Chiapas 1554 1645 Plagas
Coapa Chiapas 1530 1684 Plagas
Coneta Chiapas 1596 1734 Plagas
Fig. 9.—Cuadro general de asentamientos coloniales tempranos excavados. Elaborado por el autor a partir
de bibliografía consultada.

11
Carta de Fray Luis de Villalpando y otros religiosos, 24 de julio de 1550 y Carta de Fray Alonso
Thoral, 20 de junio de 1556.
306 JUAN GARCÍA TARGA

buena parte de estos asentamientos fueran abandonados poco después de su fun-


dación por causas que se relacionan con la insalubridad de las aguas, las plagas y
hambrunas que éstas provocaron en la población.

«En algunas partes de la tierra hay algunas lagunas y los indios no se sirven
de ellas por decir que las aguas son enfermas, y así se halla por experiencia; una
de estas lagunas está en el pueblo de Tecoh, dos leguas del dicho pueblo de Tekal,
adonde antiguamente hubo una población de indios, y se despobló por ser tierra
enferma» (Relaciones Histórico-Goegráficas 1983. Vol. I: 430-444).

La concentración forzosa de la población en nuevos espacios o sobre centros ya


existentes, es la raíz del fracaso de muchos de estos nuevos asentamientos. La
ubicación de las familias extensas en unidades de habitación contiguas o muy pró-
ximas sin las debidas condiciones de ventilación facilitaba la rápida expansión de
las enfermedades contagiosas portadas por los propios conquistadores y frailes. Es-
tas mismas causas las refieren los encomenderos en las Relaciones de Yucatán, y
aunque la legislación facilitaba el proceso de concentración reduciendo las tributa-
ciones durante ciertos períodos, favoreciendo así las cosechas y la productividad de
las comunidades, en la práctica, estas facilidades no solían llevarse a cabo 12.
Además de esta circunstancia evidente, en muchos casos se concentraron las
poblaciones en zonas poco conocidas o precisamente no ocupadas anteriormente
por carecer de las condiciones de habitabilidad idóneas, teniendo en cuenta las ca-
racterísticas del territorio en cada zona.
Es innegable que, tanto las autoridades civiles como los encomenderos o los
representantes de las órdenes mendicantes, tenían claros intereses económicos que
se materializaban en propiedades, centros de explotación diversificados (trapiches,
molinos de agua, plantaciones de cacao, minas, etc.) utilizando mano de obra in-
dígena en primer lugar y, posteriormente, esclavos negros como los mencionados
por Gage (1987: 308-309)13.
Los modelos urbanos concebidos de forma teórica por funcionarios del Con-
sejo de Indias, desde etapas muy tempranas, sufrieron toda una gran variedad de
cambios y particularismos en el momento de ser aplicados a la realidad america-
na en general y a la realidad maya en particular. Dentro de los ejemplos rurales
mencionados ocupados mayoritariamente por población indígena, y con una tenue
presión por parte de las autoridades, cada caso es único al entremezclarse de
forma desigual toda una serie de aspectos fundamentales. Las variables más sig-

12
Real Provisión de los Reyes Católicos eximiendo durante veinte años de alcabalas e impuestos a to-
dos aquellos pobladores que contribuyeran a la formación de núcleos urbanos, así como a todos los que
ayudasen a su aprovisionamiento. Madrid, 21 de mayo de 1499.
13
Real Cédula a la Audiencia de la Nueva España para que provea y remedie lo que pasa en ciertos
agravios que los indios de la provincia de Yucatán dicen que se les hacen. (Archivo General de Indias, Mé-
xico 1999 L. 2. Fol. 201. Aranjuez, 31 de mayo de 1579).
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 307

nificativas son: la tradición local, el bagaje cultural y su materialización, la po-


tencialidad económica del territorio concreto desde la óptica hispana, el grado de
aislamiento de los centros rectores, etc.
Es significativo ver como en la práctica totalidad de los casos, diez sobre tre-
ce estudiados, no se cumple la norma sobre el asentamiento. Los tres únicos casos
en los que sí se tiene clara evidencia de casas dispuestas en torno a calles per-
pendiculares y paralelas con una plaza central y sus pobladores dispuestos en fun-
ción de su relevancia social, son de la zona chiapaneca, formando parte del Ca-
mino Real que conectaba Chiapas y Guatemala (Fig. 10).
En los restantes casos, a pesar de tratarse de asentamientos tempranos, localiza-
dos junto o sobre lugares importantes de la tradición maya, tampoco se observa ese
modelo urbano y en muchos de ellos, dado su corto período de ocupación, nunca se
pusieron en práctica esas normativas legales dado que por diferentes circunstancias
se constató un claro fracaso fundacional que culminó con el abandono del sitio.

CONCLUSIONES

El urbanismo «como herramienta de poder» se transformó en la clave del pro-


ceso de consolidación de una conquista rápida y superficial en muchas partes del

Fig. 10.—Copanaguastla, Chiapas (Lee 1994: 40).


308 JUAN GARCÍA TARGA

área maya. No obstante, a pesar de la consolidación hasta hoy en día de muchas


de las ciudades fundadas o refundadas desde la primera mitad del siglo XVI, los
métodos utilizados en el proceso de concentración forzosa de la población y sus
consecuencias sociológicas están en directa relación con la reducción poblacional
provocada por las epidemias y por la sobreexplotación de la población indígena,
en aras del afán económico de los grupos de poder hispanos.
Se han analizado de forma somera los mecanismos de funcionamiento del pro-
ceso de fundación de los centros poblacionales en época colonial, haciendo mayor
incidencia en los entornos rurales en los que esas normativas urbanas modélicas se
diluyen en una variedad de adaptaciones de todo tipo.

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15
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN
ARCAICA Y HELENISMO

Adolfo J. DOMÍNGUEZ MONEDERO


Universidad Autónoma de Madrid

El surgimiento de la polis en Grecia implica, en un buen número de casos, la


aparición de centros nucleados habitados por la población agrícola cuyas explo-
taciones están en las proximidades. No obstante, se trata de un proceso que hun-
de sus raíces en un periodo previo caracterizado por la existencia de pequeñas
agrupaciones aldeanas, de dedicación sobre todo agropecuaria, que van entrando
en relaciones mutuas ante la imposibilidad de producir todo lo que necesitan. Un
paso importante en el proceso de configuración de una estructura política, que a la
vez implicará una modificación en el patrón de ocupación del territorio, será la
creación de espacios comunes y centrales, entendidos sobre todo como espacios
simbólicos, que con frecuencia darán lugar a la ubicación, en lugares predeter-
minados, de la sede física de los mismos. La polis supone en el mundo griego,
después de varios siglos, la aparición de estructuras políticas que controlan terri-
torios bien delimitados que, por lo general, son más que suficientes para la sub-
sistencia de sus ocupantes e, incluso, para la generación de excedentes que serán
objeto de comercio con el exterior.
Todo este proceso no parte desde la base de la sociedad, sino desde su cúspi-
de al estar dirigido por aquellos individuos que destacan y sobresalen del resto por
reclamar para sí ancestros más ilustres, una relación privilegiada con las divini-
dades, un nivel económico más desahogado y una mayor capacidad de defender
mediante la lucha a la comunidad o de conseguir nuevos territorios o botín me-
diante la guerra. Por lo general, todas estas características coinciden en un grupo
pequeño y restringido de individuos que han sido los responsables, en las etapas
pre-políticas, de ir estableciendo alianzas y pactos de reciprocidad con sus pares
en las aldeas próximas. Será, como decíamos antes, la unión de los intereses de
estos grupos la que propicie la aparición de la polis, acompañada del desarrollo de
normas que garanticen los derechos de estos individuos al tiempo que consagren
la sumisión de los que no forman parte de su círculo, que estarán sometidos a las

311
312 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

decisiones que los mismos, por lo general de forma colectiva, tomen y que me-
diante el monopolio de la administración de justicia, siempre refrendada por los
dioses, se asegurarán su posición dominante. Esta unión, que con mucha fre-
cuencia implica también un traslado de residencia de buena parte de la población
afectada hacia un entorno determinado con anterioridad, en el que se dan ciertas
condiciones simbólicas, recibe el nombre de synoikismós, sinecismo.
No obstante, el desarrollo de la polis en Grecia también incluye casos especia-
les que presentan una gran originalidad. Quizá podríamos mencionar el caso de Es-
parta. La polis de los lacedemonios habría surgido mediante un proceso de sine-
cismo que afectó a cuatro aldeas cuyos territorios eran adyacentes pero incluyó
también la integración forzosa de una quinta, Amiclas, ubicada a varios kilómetros
de distancia de las anteriores. El hecho sorprendente es que la polis surgida de la
adición de estas aldeas va a reclamar, y conseguir, controlar un territorio que supera
con mucho el que en su inicio abarcaban esas cinco aldeas, puesto que la polis es-
partana así surgida será la dueña de un territorio en torno a los 8.500 km2 y dentro
del cual vivirán no sólo los ciudadanos del nuevo estado, una minoría, sino un nú-
mero importante de esclavos comunitarios, los hilotas, así como varias decenas de
comunidades autónomas, habitadas por hombres libres, los periecos, pero sometidas
a las decisiones de las autoridades espartanas, en cuya elaboración no jugarán nin-
gún papel. Por si fuera poco, la polis espartana apenas dispondrá, al menos hasta
época helenística, de algo que podamos considerar un centro urbano bien definido
y cuando, en este último momento, empiece a surgir uno, el mismo no abarcará
toda, por la distancia ya comentada de la antigua aldea de Amiclas, sino una parte
de lo que había sido el núcleo originario. El caso de Esparta nos muestra cómo en el
mundo griego no era imprescindible disponer de un área urbana para que existiera
una comunidad política, siendo esta polis tal vez el caso más extremo de lo que para
los griegos significaba la polis, que no era sino una comunidad de hombres libres
que obedecían a unas leyes que ellos mismos se habían dado y donde se producía
una alternancia entre los que mandaban y los que obedecían.
Por lo general tendemos a considerar a Atenas como el paradigma de lo que
significó la antigua Grecia y, sin embargo, el caso ateniense es también bastante
peculiar. Una de las principales peculiaridades, para lo que suele ser habitual en
Grecia, es que la polis ateniense ejercía su autoridad sobre un territorio de unos
2.500 km2, cuando el territorio medio de una polis estaba entre los 100 y los 200
km2 (Hansen 2004: 71). Dentro de ese territorio todos los individuos libres goza-
ban de plenitud de derechos con independencia del lugar dentro del mismo en el
que residiesen. Atenas sí dispuso de un centro urbano claro, pero eso no evitó que
una parte sustancial de la población siguiese residiendo en el territorio, no sólo en
pequeñas aldeas y granjas sino también en importantes aglomeraciones, algunas
de las cuales adquirieron rasgos urbanos con el tiempo aun cuando, sin embargo,
no eran «ciudades» en sentido estricto, puesto que la «ciudad» era Atenas, con-
cepto en el que hemos de englobar tanto el centro urbano como el territorio rela-
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 313

cionado con ella. El resto de lugares de habitación, grandes o pequeños, eran lla-
mados en Atenas «demos» y aunque algunos de ellos desarrollaron también una
intensa vida municipal sus habitantes siempre tuvieron como ámbito de referencia
e identidad la polis de la que formaban parte. Según explicaban las propias tradi-
ciones que los atenienses habían elaborado, su sinecismo, llevado a cabo por un
rey mítico, Teseo, no había implicado un traslado de la población hasta el centro
principal sino, por el contrario, una continuidad de residencia en cada localidad,
pero sí la abolición de los órganos de gobierno locales y su «traslado» a la ciudad
de Atenas desde donde se dirigiría la totalidad del territorio (Plutarco, Vida de Te-
seo, 24). Sabemos, incluso, cómo aún en época clásica muchos individuos, en es-
pecial de origen aristocrático, seguían estando muy vinculados a los lugares de
origen de sus familias, en donde solían tener sus propiedades y donde, por lo ge-
neral, recibían enterramiento (Garland 1982: 125-176).
Los datos hasta aquí expuestos nos muestran cómo también en la propia Gre-
cia podemos hablar con seguridad de fundación de ciudades, puesto que las mis-
mas son un fenómeno nuevo que va extendiéndose desde los inicios de la Edad
del Hierro, el periodo que los arqueólogos engloban bajo el nombre de «Proto-
geomético» (Lemos 2002); sin embargo, no insistiré tampoco en este aspecto por-
que prefiero centrarme en el proceso colonizador.
El tema de la colonización griega, que ha gozado de una amplísima tradición
dentro de los Estudios Clásicos, ha desarrollado unas metodologías que, en cier-
tos momentos, ha podido parecer que lo apartaban de otros aspectos de la Histo-
ria de Grecia; aun cuando quizá esto haya sido necesario para poder analizar con
detalle todas las implicaciones que la colonización tiene en el mundo griego, no es
menos cierto que en los últimos tiempos el fenómeno colonial en Grecia se tien-
de a insertar dentro del propio desarrollo de la ciudad-estado o polis como un ele-
mento que forma parte intrínseca del propio desarrollo político griego (Domín-
guez 1991: 98-101) si bien otros autores prefieren ver el fenómeno como el
resultado de actividades de índole privada con poco o ningún peso de las estruc-
turas estatales metropolitanas (Osborne 1998: 251-269). Junto a este debate, no re-
suelto por completo, el fenómeno colonial griego es, también en los últimos
tiempos, objeto de análisis más amplios que tratan de insertarlo dentro de otros
procesos coloniales, antiguos y modernos lo que tiene, como no puede ser de otro
modo, sus ventajas y sus inconvenientes (Lyons y Papadopoulos 2002; Stein
2005). En este artículo, y teniendo en cuenta la perspectiva general adoptada en el
presente volumen sobre la fundación de ciudades, me centraré en aquellos rasgos
que desde mi punto de vista caracterizan la colonización griega, dejando a otros
que extraigan las conclusiones oportunas sobre el desarrollo de modelos que
puedan ser válidos para el Viejo y el Nuevo Mundo (por ejemplo, Smith en este
volumen).
Es un hecho hoy día admitido que fueron los griegos de Eubea quienes ini-
ciaron y desarrollaron los mecanismos que permitieron el traslado de grupos de
314 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

gentes hacia otros puntos del Mediterráneo con las suficientes garantías como para
tratar de reproducir en los lugares de destino condiciones de vida semejantes a las
que habían tenido en sus residencias originarias. El avance de las investigaciones
ha permitido comprobar cómo buena parte de este ímpetu que los eubeos llevaron
a cabo en territorios alejados de Grecia fue primero «probado» en la propia Gre-
cia (Fig. 1). Prescindiendo, en aras de la brevedad, de la posible relación que al-
gunos autores han considerado del tipo metrópolis-colonia entre Lefkandí y Ere-
tria ( VV.AA. 2004: 228-233; Walker 2004: 98-110) nos centraremos en el caso
de Oropo.
Por supuesto, hay elementos que diferencian el caso de Lefkandí-Eretria de los
experimentos coloniales en sentido estricto, entre ellos la proximidad entre ambos
establecimientos así como, según parece, lo gradual del proceso; es decir, que
mientras que Eretria iba consolidándose como centro urbano se iba produciendo
el abandono de Lefkandí pero durante buena parte del siglo VIII ambos estableci-
mientos estuvieron activos, lo que plantea problemas de tipo político y jurídico

Fig. 1.—La Grecia europea y la Grecia del Este, con los principales lugares citados en el texto.
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 315

que, sin embargo, no podemos resolver en el estado actual de nuestra documen-


tación, entre ellos si todavía existía una sola polis o dos, y en el primer caso dón-
de se encontraba el centro político y si la construcción temprana del santuario de
Apolo Dafnéforo en Eretria implicaba el traslado al nuevo emplazamiento del
mismo o no. Da la impresión, no obstante, de que más que una auténtica coloni-
zación lo que tenemos es un traslado del lugar de residencia, fenómeno que los
griegos conocían como metoíkesis y del que, para épocas posteriores sobre todo,
conocemos no pocos casos (Demand 1990).
Por lo que se refiere a Oropo se trata de un lugar que se encuentra justo en-
frente de Eretria, pero ya en el continente. Sólo disponemos de una información
directa que considera Oropo como colonia de Eretria, en un fragmento de un his-
toriador casi desconocido —Nicócrates— (Bonner 1941: 26-35), aunque la in-
formación indirecta es muy abudante y apunta a una estrecha relación entre ambas
localidades (Knoepfler 1985: 50-55). Por otra parte, las excavaciones arqueoló-
gicas de los últimos años muestran cómo, a lo largo del siglo VIII, Oropo parece
haber sido ocupado por gentes procedentes de la costa eubea, en concreto de Ere-
tria, a juzgar por las enormes semejanzas que presentan sus materiales; cierta-
mente parece haber una coincidencia entre el inicio del declive de Lefkandí, el ini-
cio del poblamiento de Eretria y la ocupación de Oropo, en cuya área puede que
existiesen ya establecidas poblaciones de otro origen (Mazarakis-Ainian 1998:
179-215, 2002: 183-227).
Lo que nos muestran, pues, estos lugares, muy vinculados entre sí, es cómo a
lo largo del siglo VIII se están produciendo procesos migratorios a corta distancia
que tal vez se relacionan con el movimiento colonial a larga distancia que está
también teniendo lugar durante ese periodo en otros ámbitos como pueden ser las
costas del Mar Tirreno.
La que pasa por ser la colonia más antigua de la que fundaron los griegos,
Pitecusas (Fig. 2) habría sido establecida hacia el 770 a.C. aunque no empieza a
haber restos constructivos de cierta relevancia hasta mediados del siglo VIII. Jun-
to a la necrópolis y un basurero correspondiente a la acrópolis, se ha excavado
en Pitecusas un área de tipo artesanal dedicada al trabajo del metal y en uso du-
rante toda la segunda mitad del siglo VIII, compuesta por tres edificios rectan-
gulares, sin duda talleres, y uno absidal, quizá de uso residencial (Ridgway
1992: 92-96). Este conjunto muestra unas extraordinarias semejanzas con el área
artesanal excavada en Oropo y es posible que podamos considerarlas como
una manifestación de los intereses metalúrgicos de los eubeos. Un rasgo común
que presentan los sitios que hemos mencionado hasta ahora es que no hay indi-
cios de ningún tipo de organización urbana regular en ellos, ni tan siquiera en la
propia Eretria, en donde la ubicación de las distintas áreas de habitación y cul-
turales puede estar relacionada con la propia topografía del terreno aunque
quizá tampoco pueda descartarse que la ocupación posterior haya respetado tra-
mas preurbanas anteriores.
316 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

Fig. 2.—Las colonias griegas en la Magna Grecia y en Sicilia.

En cualquier caso, no parece que en estos primeros momentos en los que se


están produciendo traslados de población, bien a corta distancia bien ya a distan-
cias más considerables, haya una preocupación clara por ajustarse a un orden pre-
determinado. Por ende, en la propia isla de Ischia excavaciones posteriores han sa-
cado a la luz algunas factorías agrícolas en la parte meridional de la misma, que
quizá surgen a partir de mediados del siglo VIII, lo que mostraría que nos hallamos
ante un cambio importante en la orientación que hasta entonces habían tenido los
movimientos de población.
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 317

En Pitecusas podemos apreciar el tránsito entre dos procesos diferentes, aun-


que simultáneos y protagonizados por gentes del mismo origen. En primer lugar,
un proceso de explotación de nuevos lugares que proporcionaban determinados
beneficios económicos, centrados sobre todo en la búsqueda y transformación de
metales y en el comercio. En segundo lugar, la búsqueda de territorios aptos sobre
todo para la agricultura. Ya en el establecimiento de Eretria tiene más peso un
motivo que el otro; en efecto, Lefkandí se había hallado en el margen oriental de
la fértil llanura lelantina, que sin duda se había repartido con Cálcis hasta que el
conflicto entre ambas determinó el progresivo abandono y declive de Lefkandí. El
sitio elegido para el traslado, Eretria, tiene sobre todo unas excelentes cualidades
portuarias y, al controlar a través de Oropo la costa opuesta, garantizaba benefi-
cios económicos a sus habitantes; el territorio del que podía disponer Eretria, si-
tuado al este de la ciudad, no era tan fértil como parece haberlo sido la llanura le-
lantina. Por su parte, en Oropo la razón de ser de la presencia eretria es, como ya
se ha dicho, su posición estratégica y las ventajas de su área portuaria, sin que po-
damos descartar tampoco la existencia de intereses metalúrgicos, puestos de ma-
nifiesto en las excavaciones llevadas a cabo allí. Por último, el establecimiento
más antiguo en Pitecusas está especialmente en función de los recursos mineros y
metalúrgicos de las costas tirrénicas, tanto de la Península Itálica como de Cer-
deña, siendo también un punto sólido en los contactos con el área norteafricana.
El dato de interés es, no obstante, que estas redes comerciales que se han ido
estableciendo permitirán que, cuando las condiciones cambien en Eubea y en otras
partes de Grecia, haya un conocimiento suficiente de las potencialidades y de las
ventajas de algunos de esos territorios desde el punto de vista de su aprovecha-
miento agrícola; en el caso de Pitecusas puede observarse esto al comprobarse
cómo el primer asentamiento griego parece tener una finalidad ante todo artesanal
y comercial, y cómo sólo en un segundo momento parece producirse la llegada de
poblaciones cuyos intereses se centran fundamentalmente en la agricultura, y
que parecen en cierto modo al margen de las actividades de los que llegaron en
primer lugar.
Al movimiento de poblaciones con fines agrícolas es a lo que por lo general
llamamos colonización en el caso griego, empleando un término, colonia, que to-
mamos de una lengua que no es la griega. En esta lengua este fenómeno es lla-
mado apoikía, que da idea del traslado del lugar de residencia, la casa u oikos, a
otro entorno. Si Pitecusas fue o no una apoikia es algo que ha hecho correr ríos de
tinta, pero si nos atenemos a la opinión de algunos autores antiguos, la colonia más
antigua de las fundadas en Italia y en Sicilia habría sido Cumas (Estrabón V, 4, 4).
Cumas abre una larga serie de fundaciones que, a partir de la segunda mitad
del siglo VIII a.C. se irán sucediendo hasta el siglo VI, jalonando buena parte de las
costas mediterráneas y del Mar Negro y que encontrarán su continuación, aunque
con otros rasgos, en los procesos coloniales de época clásica y helenística.
Quizá algo que debió de observarse pronto, merced a las experiencias previas,
318 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

a alguna de las cuales nos hemos referido, era la necesidad de que hubiese alguien
que se responsabilizase, en nombre de la polis originaria o, en ocasiones, del gru-
po colonizador, de todos los aspectos, materiales e inmateriales, que una empre-
sa de este tipo requería. Este individuo sería el oikistés o fundador.
No nos consta la existencia de oikistés en Pitecusas y los datos de que dispo-
nemos para Oropo tampoco nos mencionan a ningún personaje que pudiera haber
desempeñado esta función. Sin embargo, para Cumas las fuentes ya nos transmi-
ten este dato (Estrabón V, 4, 4) y para Naxos de Sicilia, que fue la colonia más an-
tigua fundada en la isla (Tucídides VI, 3, 1) también disponemos del nombre del
oikistés. En este caso es interesante constatar cómo el individuo que actuará de oi-
kistés ya había visitado y conocido con anterioridad el entorno, tal y como asegura
Estrabón (VI, 2, 2), lo que le sirvió para poder dirigir con éxito a los colonos con
los que fundó Naxos y poco después Leontinos.
En la Odisea, que integra en el relato épico experiencias de muy diversos mo-
mentos, aunque sobre todo del siglo VIII, podemos encontrar ya bien definido el
papel del oikistés en el relato que hace de la ciudad de los Feacios: «De allí los
sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres
que comen el pan, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la
ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos. Mas
ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y gobernaba Alcínoo,
cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses» (Odisea VI, 1-12).
Con frecuencia las tradiciones relativas a las fundaciones coloniales han su-
frido numerosas reelaboraciones con el paso del tiempo hasta quedar fijadas en la
tradición literaria merced a la cual nos han llegado; ello ha hecho que muchos ele-
mentos de tipo legendario y mítico se hayan añadido a las mismas, y en buena
parte éstos se han centrado en la figura del oikistés. En consecuencia, no siempre
queda claro qué procedimientos existieron para su nombramiento, que van desde
la propuesta voluntaria (sería el caso de Teocles, el fundador de Naxos), hasta la
elección por el grupo que va a acabar fundando una colonia (sería el caso de Fa-
lanto, el fundador de Tarento), pasando por el nombramiento por la divinidad, en
especial por Apolo (como por ejemplo, el caso de Miscelo, fundador de Crotona
o de Bato fundador de Cirene). Da la impresión, sin embargo, al menos en relatos
más racionalistas, como el de Tucídides, que debía de ser la comunidad originaria,
o metrópolis, la que designaba al que iba a conducir a sus conciudadanos hacia su
nuevo emplazamiento, siendo frecuente que, cuando había más de un contin-
gente significativo, hubiese tantos oikistai como grupos distinguibles existiesen;
la relación del okistés con problemas internos dentro de las comunidades de ori-
gen, interpretados en clave religiosa, ha sido puesta de manifiesto en algún trabajo
reciente (Bernstein 2004).
Junto al oikistés el otro elemento fundamental en la fundación de una colonia
era la población que iba a constituirla; aunque es posible que en alguna de las co-
lonias más antiguas el grupo colonizador se haya formado de modo más o menos
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 319

espontáneo, da la impresión, a partir de las diferentes tradiciones que conserva-


mos, que dicho grupo ha sido organizado o, incluso, forzado, desde la metrópolis.
Ello nos lleva a las causas de la fundación de colonias. Parece claro que detrás de
este proceso lo que hay es, sobre todo, un problema de tierras, no tanto de escasez
de las mismas, cuanto de mala distribución. No cabe duda de que los círculos di-
rigentes, que parten de una situación ya privilegiada pueden disponer de terrenos
suficientes como para diversificar sus producciones e, incluso, para hacer frente a
las características con frecuencia adversas del clima mediterráneo. Por otro lado,
el propio surgimiento de la polis pudo favorecer un crecimiento de población que,
si bien no es generalizado en toda Grecia, en algunas partes de ella pudo haber te-
nido consecuencias graves debido a lo limitado del territorio agrícola. Regiones
como Eubea, Corinto, Mégara o Acaya (ver Fig. 1), que serán los principales te-
rritorios que colonicen durante los siglos VIII y VII pudieron empezar a tener pro-
blemas con aquellos individuos que no tenían tierras o que, aun teniéndolas, te-
nían dificultades para obtener lo suficiente para su alimentación. A todo esto
pueden añadirse factores naturales como periodos de sequía o hambrunas que en
algunas de las tradiciones conservadas se convierten en los motivos últimos de la
marcha.
Ante estas situaciones de escasez de recursos la polis corría un riesgo grave de
desestabilización porque los desposeídos podían optar por alguna solución vio-
lenta. El caso de los partenias espartanos, que acabarían fundando una colonia en
Tarento, muestra el peligro de subversión interna que un grupo de desposeídos
puede concitar y cómo la defensa de la polis o, al menos de su orden establecido,
pasa por la expulsión de estos individuos. En ocasiones las fuentes literarias y epi-
gráficas nos hablan de los procedimientos empleados para designar a los que ten-
drán que marchar a fundar una colonia, y que pueden ir desde consagrar como
diezmo a una parte de la población, como en el caso de Regio (Diodoro, VIII, 23,
2; Estrabón VI, 1, 6), hasta la coerción forzosa que obliga a un hijo de cada fa-
milia elegido por sorteo, siempre que hubiese alcanzado la adolescencia, a partir
para fundar Cirene, bajo pena de muerte en caso de tratar de desobedecer la orden
(Heródoto IV, 153; SEG, IX, 3). Junto a este grupo podrían partir también todos
aquellos que lo desearan y, en muchas ocasiones, cuando se está organizando una
nueva colonia se puede también buscar la participación de gentes de otras poleis
con las que por lo general se mantienen estrechas relaciones a fin de garantizar, en
lo posible, el éxito de la empresa.
Un hecho que caracteriza a las colonias, y sobre el cual el oikistés debe velar,
es la igualdad de la que parten los colonos una vez producido el establecimiento.
El llamado «Acuerdo de los Fundadores», un epígrafe que recoge las cláusulas que
rigieron la fundación de Cirene (Graham 1960: 94-111), establece que aquellos que
partan hacia la fundación, de forma forzosa como veíamos antes, lo harían «en
iguales condiciones y en iguales términos» (ibidem: líneas 28-29); en relación con
ello, lo que nos muestran los datos arqueológicos es que, una vez pasado el mo-
320 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

mento de las primeras migraciones, quizá algo más desorganizadas, la nueva ciu-
dad que se iba a crear reflejaba en su aspecto físico este ideal igualitario.
Son varias las colonias arcaicas que han podido ser objeto de excavación
para recuperar los restos más antiguos de su historia, pero de todas ellas es en Mé-
gara Hiblea, en Sicilia (ver Fig. 2), donde los resultados resultan más espectacu-
lares. Fruto de las recientes investigaciones es la constatación de que antes de que
se produzca la planificación general del terreno en el que se asentará la ciudad y
la construcción de la misma, ha existido un periodo previo en el que los colonos
han residido en viviendas mucho más endebles, ya sean tiendas o cabañas (Gras et
al. 2004: 523-526); esto es algo que ha podido verificarse con mucha más fre-
cuencia, por ejemplo, en el Mar Negro (Solovyov 1999: 31-43; Tsetskhladze
2004: 225-278). Pero una vez que esta fase hubo finalizado, como de nuevo
muestra el caso de Mégara Hiblea, se produjo una planificación general de toda el
área urbana, fijándose el límite de la misma, jalonado por el trazado de murallas,
que dejaban fuera de las mismas las necrópolis, y marcado por una serie de ejes
principales en torno a los cuales se abrían los secundarios que, a su vez, delimi-
taban parcelas de una igualdad (en superficie) sorprendente (Gras et al. 2004; Va-
llet et al.1976). Un fenómeno muy semejante se detecta en otras fundaciones casi
contemporáneas, como son Naxos (Lentini 2000: 114-124; Pelagatti 1978: 136-
141, 1981: 291-311) y Siracusa (Pelagatti 1977: 119-133, 1982: 117-163) (ver
Fig. 2).
A diferencia de lo que ocurría en muchas partes de Grecia, en donde la apari-
ción de núcleos urbanos es un proceso con frecuencia lento y en donde, incluso,
como veíamos más atrás, habrá algunas poleis, como Esparta, donde este centro
urbano no existirá realmente, las colonias tuvieron que hallar en un corto espacio
de tiempo una fórmula que les permitiese reforzar su presencia en entornos si no
siempre hostiles sí, al menos, diferentes de aquellos a los que estaban acostum-
brados. Debió de verse pronto que la tendencia hacia la definición de centros nu-
cleados que estaba produciéndose en Grecia tenía que acelerarse en los ámbitos
coloniales puesto que las eventuales amenazas podían ser más acuciantes que las
que podían producirse en Grecia. Por otro lado, la tendencia a la igualdad que se
observa en los trazados urbanos de las colonias más antiguas, y que es descono-
cida en esa Grecia contemporánea, no era sino una consecuencia del rechazo, al
menos teórico, a las desigualdades que habían provocado la partida de los colonos
de sus metrópolis.
Elemento también importante en los primeros trazados urbanos en las colonias
griegas es la definición de un lugar central, dentro del recinto urbano, que sirva,
como indica el término con el que se le llama, como el lugar de la palabra, el ágo-
ra. En los casos que conocemos, el ágora se configura como un espacio abierto,
delimitado por el trazado de las calles, que se convierte en el lugar en el que se
reúnen los ciudadanos para tomar decisiones y también para realizar las transac-
ciones económicas cotidianas; con frecuencia, el ágora es también el lugar en el
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 321

que se encuentra la tumba del oikistés, convertido en héroe tras su muerte, y


desde la que sigue protegiendo el destino de su fundación. Al mismo tiempo, la
delimitación de los lugares reservados a los dioses, tanto en la ciudad como en el
territorio es otro de los momentos claves en la configuración de la nueva polis.
Pero tampoco podemos perder de vista el hecho de que, aunque los datos ar-
queológicos son mucho más visibles en las áreas urbanas, el objetivo básico de
una apoikía no era otro que permitir la supervivencia y la perduración en ese en-
torno de los recién llegados. Para ello eran necesarios dos elementos básicos: las
tierras y las mujeres que permitiesen la reproducción del grupo.
Por lo que se refiere a las tierras, es tarea fundamental del oikistés, a la vez
que define el espacio urbano, delimitar el territorio del que se alimentarán los ciu-
dadanos y que constituirá la base de sus oikoi respectivos. Así que lo primero que
se necesita es disponer de un área lo bastante amplia para garantizar esta necesi-
dad básica. Aun cuando cada colonia representa una experiencia propia, sí que po-
demos asegurar que las áreas en las que se establecen los griegos no están vacías,
suelen ser siempre propiedad de grupos indígenas que ya vivían en esos territorios
y que hacían uso de los mismos aunque sin duda de forma diferente a como lo ha-
rán los griegos. Por consiguiente, la apropiación del territorio es una de las pri-
meras tareas de los colonos; esta apropiación, en nuestras fuentes, presenta dife-
rentes variedades, desde la cesión por parte de quienes tenían la propiedad de la
misma, los indígenas en el caso de Mégara Hiblea, hasta su conquista y usurpa-
ción, bien de forma violenta bien como resultado de algún pacto o acuerdo que
previese un uso compartido entre griegos e indígenas. Aunque muchas tradiciones
griegas posteriores harán hincapié sobre todo en las formas violentas de ocupación
del territorio, no podemos perder de vista un hecho interesante y es que, por lo ge-
neral, los griegos preferirán terrenos próximos al mar que son los que, habitual-
mente tenían menos uso antes de la llegada griega por parte de los indígenas, tan-
to por sus propias orientaciones económicas como por el peligro que podía venir
desde el mar en forma de incursiones de piratas. No es, por ello, improbable que
en muchos casos los nativos hayan autorizado o consentido el establecimiento de
los griegos en unos terrenos de los que ellos apenas sacaban partido desde el pun-
to de vista económico. En cualquier caso, tampoco hemos de despreciar cómo en
ocasiones el propio sentido de superioridad de los colonos ante situaciones co-
nocidas pueda haber favorecido el establecimiento, como muestra el relato de la
fundación de Naxos de Sicilia en el que el fundador se ve persuadido de la ido-
neidad del lugar tras comprobar «la debilidad de sus ocupantes y la bondad de la
tierra» (Estrabón VI, 2, 2); en otros casos, incluso, los propios indígenas son los
que van guiando a los griegos hasta hallar el lugar de la instalación definitiva,
como muestra el relato de la fundación de Cirene (Heródoto IV, 158), aunque en
el mismo los indígenas son los que parecen mostrar una mayor sagacidad al
ocultarles a los griegos los entornos más ricos y fértiles de su territorio; por fin, el
caso de la ya mencionada Mégara Hiblea es mucho más significativo puesto que
322 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

el propio rey indígena Hiblón el que les entrega un terreno de su propiedad a los
griegos (Tucídides VI, 4).
Así pues, una vez logrado el territorio y protegido mediante el estableci-
miento de fortalezas o torres defensivas y, sobre todo, de santuarios extraurbanos,
que sirven a la vez para marcar los límites de la polis, pero también como ele-
mento de vínculo entre campo y ciudad, era necesario parcelarlo y distribuirlo.
Las huellas que los repartos más antiguos han dejado en tierras que han seguido
siendo objeto de uso durante largos siglos son escasas; no obstante, la combina-
ción de diferentes técnicas modernas ha permitido, en algunos casos, reconstruir
parcelaciones rurales antiguas. Las mejor conocidas son las de Metaponto, en el
sur de Italia, que data de finales del Arcaísmo (Carter 2000: 81-94), y la de
Quersoneso Táurico, en Crimea, que parece ser de inicios del siglo IV (Carter et
al. 2000: 707-741). Lo que estas parcelaciones muestran es, ante todo, una gran
regularidad que reproduce, a una escala mucho mayor, el orden que se observa en
el área urbana, mostrando que se han aplicado unos principios semejantes que im-
plican un acceso igualitario a la propiedad de la tierra entre los primeros colonos.
Una vez delimitados los lotes de tierra se procedía a su sorteo entre los colonos;
no sabemos si se trataba de un sorteo puro o, por el contrario, mediatizado por
agrupaciones previas, como el origen o la familia; es el hecho del sorteo lo que le
da a la parcela de tierra su nombre en griego, kleros. Por lo general, el número de
parcelas disponible superaba al de los colonos, sin duda con la intención de atraer
a nuevos pobladores en un segundo momento, que completasen hasta un cierto
número la población de la ciudad. Es posible que en muchas ciudades, especial-
mente en el sur de Italia, este número fuese mil, a juzgar por la aparición en ellas,
en épocas posteriores, de órganos decisorios que se llaman con este nombre,
«los Mil»; del mismo modo también en ocasiones se resalta la primacía de los pri-
meros colonos, de los lotes más antiguos (palaioi kleroi) (Aristóteles Política,
1266 b 21; 1319 a 11).
Junto a las tierras y en relación, en muchos casos, con el proceso de adquisi-
ción de las mismas, estaba el problema de las mujeres. Es hoy un hecho por lo ge-
neral admitido que la colonización griega es un fenómeno que afecta en exclusi-
va a los varones, aun cuando haya en ocasiones alguna presencia femenina,
limitada a la propia esposa del oikistés o a alguna sacerdotisa. Por consiguiente,
era necesario obtener in situ mujeres para poder perpetuar la nueva polis. Aunque
a veces se ha pensado que el prototipo mítico introducido por el episodio del
«Rapto de las Sabinas» en los orígenes de Roma podría haber sido un mecanismo
empleado de forma usual, lo cierto es que van a ser los contactos con los indíge-
nas, que consienten en muchos casos el propio asentamiento, los que van a per-
mitir la existencia de matrimonios entre miembros de la ciudad griega y mujeres
indígenas (Domínguez 1986: 143-152).
Con estos elementos, a los que se pueden añadir otros como el panteón divino,
el calendario o las leyes, puede decirse que se ha articulado ya una comunidad po-
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 323

lítica; el culto al oikistés, que perdurará en el tiempo, será otro de los elementos
característicos y que marcarán también la propia identidad de la colonia. Sin
duda ha habido interacciones e interferencias entre los procesos que han tenido lu-
gar en los ámbitos coloniales y metropolitanos aunque será el mundo colonial el
que en apariencia muestre un ritmo más rápido en los primeros momentos por ra-
zones ya apuntadas antes, entre ellas la, en general, mayor urgencia por comple-
tar una estructura que surge, en la práctica, ex novo y por dotarse de los elementos
que, siquiera desde un punto de vista genérico y teórico, caracterizan a todas las
poleis.
Los escenarios que habían visto la gran colonización de los siglos VIII y VII
a.C., sobre todo la península italiana y la isla de Sicilia (ver Fig. 2), van a con-
vertirse en territorios griegos aunque en vecindad permanente con poblaciones in-
dígenas pero, al tiempo, la posibilidad de que se instalen en ellos nuevas colonias
va a ser cada vez más reducida. Por otro lado, durante el siglo VI, tanto las áreas
de procedencia de los colonos como los motivos para la colonización y las áreas
de destino de los colonos van a variar también con respecto a los siglos anteriores.
En efecto, y para empezar por las áreas de procedencia, el principal ímpetu co-
lonizador en el siglo VI va a venir de la mano de los griegos del Este (ver Fig. 1),
asentados desde hacía ya varios siglos en las costas occidentales de la Península
de Anatolia y que apenas habían intervenido en el movimiento colonial anterior.
Por lo que se refiere a los motivos para colonizar, aunque podamos aceptar que
existe una carencia de tierras o una mala distribución de las mismas, es probable
que una de las causas de esto proceda de las presiones que potentes estados indí-
genas están ejerciendo sobre esos territorios ya desde el siglo VII, sobre todo los li-
dios y, a partir de mediados del siglo VI, los persas. Aun cuando también en este
momento y en esta región se combinan los intereses comerciales con los agrícolas,
el movimiento colonial llevado a cabo desde la Grecia del Este tiene como obje-
tivo principal la ocupación de tierras que permitan a sus nuevos dueños desarro-
llar el tipo de vida a que los griegos estaban acostumbrados y que se centraba so-
bre todo en una economía campesina de base agrícola y con pretensiones
autárquicas. Por último, el territorio principal al que se encaminan las colonias
será el Mar Negro (Fig. 3) aun cuando también, si bien de forma tímida, se abre a
la colonización griega el Extremo Occidente, esto es, el sur de la Galia y la Pe-
nínsula Ibérica.
Es difícil saber con detalle las causas profundas y los cambios internos que
provocaron que las ciudades de la Grecia del Este iniciaran su movimiento colo-
nizador con tanta fuerza, pero sí que tenemos indicios de que en esas ciudades ha-
bía un gran excedente de población que tenía que buscar una nueva vida fuera de
sus ciudades. Me refiero a las informaciones sobre los mercenarios, que eran em-
pleados por millares en los ejércitos asirios, babilonios, egipcios y de potencias
menores ya desde la segunda mitad del siglo VII, pero con una mayor intensidad
en el siglo VI (Heródoto II, 163) (Trundle 2004: 31-39). Lo que nos indica este ex-
324 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

Fig. 3.—Las colonias griegas en el Mar Negro.

cedente de población es que las ciudades de la Grecia del Este llevaban ya tiem-
po inmersas en problemas internos que obligaban a gran número de sus ciudada-
nos a abandonarlas, a veces de forma temporal, para buscar mejores medios de
vida al servicio de las potencias del momento.
Sin embargo, no todo el mundo estaría dispuesto o capacitado para llevar esta
vida mientras que su situación social y económica empeoraba. La presión de los
lidios y, más adelante, de los persas, tampoco sirve como justificación única
para explicar el proceso colonizador; a ello hay que unir los habituales problemas
internos dentro de las poleis griegas que enfrentaban a facciones distintas. Este es
el caso, por ejemplo, de Mileto, que será una de las principales colonizadoras del
momento y cuya historia política en época Arcaica es bastante complicada (Gor-
man 2001: 87-128; Greaves 2002: 95-96); además, tampoco se debe perder de
vista que tanto los lidios como los persas se apoyarán en una parte de la población
proclive a ellos frente a otros grupos opuestos a la injerencia externa. Por consi-
guiente, la política interna dentro de muchas de estas ciudades no se plantea en
muchas ocasiones como la imposición de un control extranjero sino como con-
flictos entre facciones que buscan apoyo militar o económico en esos elementos
extranjeros.
Las ciudades jonias arcaicas experimentaron tales conflictos de base política y
social de forma extraordinaria porque las presiones a que estaban sometidas eran
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 325

también muy grandes, y se sabe también que durante el periodo lidio no sólo las
amenazas, sino también los conflictos sangrientos, estuvieron a la orden del día.
Todo ello provocaba inseguridades que favorecían el éxodo, en especial cuando
los sistemas políticos de corte aristocrático o, incluso, tiránico, tampoco aportaban
soluciones válidas.
Como se apuntaba antes, Mileto fue la ciudad que más colonias fundó en el
Mar Negro (ver Fig. 3), hasta el punto de que algunos autores cifran sus funda-
ciones en unas noventa (cf. Estrabón XIV, 1, 6; Plinio Historia Natural, V, 122)
lo que puede ser algo exagerado, pero da cuenta de la intensidad de la acción co-
lonizadora griega en la región. La mayor parte de las fundaciones corresponde al
siglo VI, que es la época en la que las presiones sobre la ciudad son mayores (Ehr-
hardt 1983).
Un dato interesante sobre la importancia que en el pensamiento político grie-
go acabará teniendo la colonización, podemos observarlo ya durante el siglo VI
a.C. en especial en la Grecia del Este donde, ante los retos que supone la super-
vivencia de las poleis frente a la inminencia de la conquista, sobre todo por los
persas, surgirá toda una serie de reflexiones sobre cómo la colonización podría ser
el mecanismo adecuado para preservar la integridad de la polis libre de interfe-
rencias ajenas.
En este sentido, es interesante observar cómo en las reuniones que tuvieron los
jonios en vísperas del ataque persa hacia el 540 a.C. el sabio Biante de Priene pro-
puso que todos se embarcasen hacia Cerdeña y que fundasen allí una colonia co-
mún mientras que el filósofo Tales de Mileto, planteaba una propuesta más mo-
desta, pero quizá más efectiva desde el punto de vista de una defensa común,
como era que los jonios hicieran un sinecismo, construyendo un bouleuterio co-
mún en Teos, que se encontraba en el centro de Jonia, con lo que las antiguas po-
leis pasarían a ser como aldeas de esa nueva polis (Heródoto I, 170). Ninguna de
las dos propuestas tuvo éxito, sin duda por lo inviable que resultaba y por las ri-
validades políticas que habían caracterizado la historia pasada de los jonios, y así
cada ciudad tuvo que enfrentarse por su cuenta al peligro persa, de lo que derivó
la caída de toda la Grecia del Este en manos de Ciro el Grande.
No obstante, hay dos casos donde estas ideas sí tuvieron una realización
práctica, el de Focea y el de Teos (ver Fig. 1). Los ciudadanos de Focea, ante el
ataque persa, resolvieron abandonar su ciudad para establecerse en otro sitio; a tal
fin, desalojaron su ciudad llevándose consigo mujeres e hijos y todo lo que pu-
dieran transportar, así como los objetos sagrados de los santuarios, con el fin de
conservar su libertad. Un primer intento de asentarse en las islas Enusas, que per-
tenecían a Quíos fracasó por la oposición de los quiotas, por lo que los foceos de-
cidieron emigrar a una región mucho más lejana, a la isla de Córcega, donde ha-
cía unos veinte años que habían fundado una ciudad, Alalia. No obstante, la
perspectiva de abandonar para siempre las aguas del Egeo no debía de ser acep-
table para muchos ciudadanos que, a pesar de los juramentos que se hicieron, de-
326 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

cidieron permanecer en su ciudad en lugar de emprender el largo y arriesgado via-


je. Algo más de la mitad, pues, se quedó en Focea, mientras que el resto emigró a
Occidente donde, tras diversas vicisitudes, acabaron fundando una ciudad en la
costa tirrénica de la península italiana, que se llamó Elea (Heródoto I, 164-167).
A diferencia de una colonización normal, el caso de Focea representó una
emigración en masa y, aunque buena parte de los huidos acabó estableciéndose en
Elea, tenemos indicios de una diáspora más considerable que debió de afectar a
otras fundaciones foceas así como a otros puntos del Mediterráneo Occidental.
Aunque no tenemos demasiados detalles, da la impresión de que las dos ciudades,
Elea y Focea, no mantuvieron demasiadas relaciones, puesto que la discordia ci-
vil impidió que se llevara a cabo el plan que habían acordado y tal vez Elea se
consideró la heredera legítima de Focea ya que los que permanecieron en ella ha-
bían quebrantado los juramentos que habían realizado.
El otro caso que conocemos, y para el que disponemos de más información
que la que nos proporciona Heródoto, es el de Teos. Los teyos, igual que los fo-
ceos, decidieron abandonar su ciudad y se dirigieron a Tracia (ver Fig. 1), donde
fundaron la ciudad de Abdera (Heródoto I, 168). Como en el caso de Focea,
tampoco Heródoto nos da toda la información, puesto que parte de los refugiados
de Teos se marcharon hasta el Mar Negro (ver Fig. 3) donde fundaron la ciudad
de Fanagoria (Eustacio 549; Pseudo-Escimno 885-886). Los que se refugiaron en
Tracia tuvieron que combatir contra los indígenas para poder garantizar su esta-
blecimiento, aunque acabaron triunfando en la empresa. Sin embargo, la historia
no acaba aquí porque en algún momento, que no puede precisarse con exactitud,
la colonia de Abdera se convierte en refundadora de su abandonada o casi desierta
metrópolis. Un poema de Píndaro (Pean II frag. 52 b, 28-31), certifica este hecho:
«Soy una ciudad nueva, pero di a luz a la madre de mi madre cuando fui des-
truida por el fuego del enemigo»; eso es algo que también recoge Estrabón (XIV,
1, 30) cuando asegura que después de la fundación de Abdera algunos colonos re-
gresaron a Teos.
La documentación epigráfica ha venido a añadir más luz a este asunto, pues-
to que tanto unos epígrafes descubiertos en siglo XVIII, pero perdidos, como otros
hallados en 1976 en Teos muestran las estrechas relaciones existentes en el se-
gundo cuarto del siglo V entre Teos y Abdera (Graham 1991: 176-178, 1992: 44-
73; Santiago 1990-91: 327-336), incluso con leyes que tenían fuerza en ambas po-
leis hasta el punto de que es probable que entre ambas existiese una sympoliteia,
esto es, que formasen una entidad política común. Pero, en cualquier caso, y
fuese cual fuese la relación concreta existente entre metrópolis y colonia, que a su
vez es metrópolis de su metrópolis, lo que sí puede destacarse es la fuerza que
asumirá la identidad política de sus integrantes que, a pesar de sus relaciones y de
la peculiar historia de ambas ciudades, se mantendrán bien definidas. Eso mues-
tra que, una vez que se había decidido la fundación de una colonia, y pronuncia-
dos los juramentos correspondientes, la nueva entidad tenía ya existencia real mar-
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 327

cando una clara separación con su metrópolis, por fuertes que pudieran ser los
vínculos entre ambas; a partir de ese momento, las relaciones entre sus ciudadanos
tenían que ser sometidas a regulaciones legales. Eso permite entender el caso que
considerábamos antes, el de Focea, en el que una parte de la población, a pesar de
los juramentos realizados, decidió volverse atrás de los mismos.
De esta misma percepción sobre la colonización como medio de conservar la
libertad participa, siquiera desde un punto de vista teórico, también la Atenas del
480 cuando, en vísperas de la batalla de Salamina, y como medio de hacer valer
su plan de combatir a los persas, Temístocles amenaza a los demás griegos con
que los atenienses podrían montarse en sus barcos y dirigirse a Italia y fundar una
ciudad en Siris (Heródoto VIII, 62); no hemos de perder de vista que la población
ateniense había sido desalojada del Ática y trasladada, en parte a Trecén y Egina
y en parte a Salamina (Green 1996: 97-103; Heródoto VIII, 31; Plutarco Vida de
Temístocles, 10).
Estos traslados en masa, que parecen haber sido un rasgo del pensamiento jo-
nio del siglo VI, y que sólo se pusieron en práctica en las dos ocasiones que hemos
mencionado, dieron paso en el siglo V a otros modelos de colonización ya con
otro carácter más centrado en prolongar el dominio político y territorial de la me-
trópolis. Es el caso, por ejemplo, de las fundaciones y refundaciones de los tiranos
sicilianos en la primera parte del siglo V a.C., que no dudan en desposeer a los an-
tiguos habitantes de los territorios que quieren colonizar para situar allí a gentes
adictas a su causa; de este modo, el tirano Gelón, refunda en la práctica Siracusa
atrayendo, con frecuencia de forma forzada, a gentes de otras partes de Sicilia
para poblar su ciudad, al tiempo que incluirá en el cuerpo cívico a sus propios
mercenarios. Por su parte, su hermano Hierón utilizará el territorio de Catania para
establecer allí, una vez desposeídos sus ciudadanos originales, su nueva colonia de
Etna, poblada por gentes que habían servido a sus órdenes como mercenarios; al
tiempo, se hará con el dominio de territorios antes ocupados por los indígenas que
se verán también desposeídos de forma violenta de los mismos. En ambos casos
se trataba de conseguir ciudadanías adictas que aceptaran el dominio personal re-
presentado por el tirano y que sirvieran como baluartes en su política de ampliar
su dominio sobre partes importantes de la isla que pasarían a una situación de su-
bordinación dentro de sus esquemas políticos.
Otro tipo de colonia que tendrá gran éxito, vinculado también al diseño im-
perial de Atenas, serán las llamadas cleruquías: establecimientos de ciudadanos
atenienses, que no perderán su ciudadanía, en lugares de interés para Atenas; allí
serán dueños de las tierras asignadas por Atenas, por lo general a expensas de la
comunidad originaria y se convertirán en un elemento importante del imperialis-
mo ateniense del siglo V, si bien cuando mejor conocemos el fenómeno es en el
siglo IV (Cargill 1995; Salomon 1997).
Sobre otros proyectos y realizaciones, como la fundación panhelénica de Tu-
rios, inspirada por Atenas, así como de las teorías y prácticas de colonizaciones
328 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO

panhelénicas que serán propias del siglo IV a.C. no insistiré en esta ocasión, salvo
para indicar que preludian y anticipan las políticas colonizadoras de Filipo II de
Macedonia en tierras europeas y las de su hijo Alejandro Magno y sus sucesores
en tierras asiáticas, a las que tampoco me referiré aquí (Domínguez 1994: 453-
478).
En definitiva, y a modo de conclusión de este rápido panorama sobre la fun-
dación de ciudades en el mundo griego, podríamos decir que, por una parte, es un
rasgo muy característico del mundo griego su proceso expansivo que se basó, du-
rante una buena parte de su historia, no en un modelo de tipo imperialista y con fi-
nes imperialistas, sino que se asentó en las necesidades de las gentes que vivían en
la polis de buscar nuevas formas de vida debido a los problemas de base que el
propio sistema de la polis tendía a generar. Este proceso inicial, no obstante, va in-
troduciendo en la cultura griega una percepción de la colonización que hará que se
convierta, sobre todo a partir del siglo V, en un elemento de dominio territorial,
con la introducción de las cleruquías y que a partir del siglo IV, con la ideología
de la colonización panhelénica, pase a ser un instrumento, siquiera teórico, de la
supremacía cultural que los griegos de ese momento se atribuirán sobre las res-
tantes culturas. Algunos procesos colonizadores, que se dan sobre todo en ámbi-
tos occidentales, tratan de reforzar el peso del helenismo en territorios disputados,
como Sicilia, aun cuando en muchas ocasiones los efectos no son, a medio plazo,
los esperados en un primer momento e, incluso, llegan a ser contraproducentes. La
política colonizadora que inicia Alejandro con la fundación de Alejandría de
Egipto (331 a.C.) pero que se desarrollará de forma extraordinaria en los territo-
rios asiáticos de su imperio, combinará las experiencias y las teorías desarrolladas
en siglos anteriores y hará de las ciudades griegas uno de los polos en torno a los
que se articulará la organización política y territorial de esos reinos.
Pero, en todos los casos, desde el siglo VIII a.C. hasta las últimas fundaciones
del siglo II a.C., hubo un factor común: la forma habitual de organizarse estos
griegos, quizá con la excepción del Egipto ptolemaico, era y siguió siendo la po-
lis, que frente a los que postulan una «crisis» de la misma a partir del siglo IV, fue
el marco de referencia obligado para todos aquellos que, al emigrar, iban a fundar
o a integrarse en poleis cuyo grado de esplendor y desarrollo todavía nos sor-
prenden.

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16
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES
EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO

José Ángel ZAMORA LÓPEZ


CSIC. Instituto de Estudios Islámicos y del Próximo Oriente (Zaragoza)

LA «CIUDAD NUEVA»

Las palabras «ciudad nueva», que aluden con claridad a la conciencia de haber
fundado (o refundado) un nuevo asentamiento humano, forman la expresión en
lengua fenicia tal vez más citada y conocida, aunque sea al margen de su sentido
original. Fue, convertida ya en un único vocablo, célebre en la antigüedad y, en
las características formas heredadas de la antigüedad clásica, lo es incluso hoy en
día, casi dos milenios después de la extinción del fenicio como lengua en uso.
La expresión fenicia era qart hadasht, como suele vocalizarse. Aunaba un sus-
tantivo semítico noroccidental bien conocido, q-r-t, que remitía en efecto a nú-
cleos habitados, con el adjetivo canónico en tal ambiente para lo nuevo, h-d-sh,
concordado en femenino. Los fenicios debieron aplicar este conjunto, qart-ha-
dasht, como nombre común y, por evidente derivación, como nombre propio, a
diferentes asentamientos donde, llegados de otros lugares, se establecieron.
Conocemos varias de estas «ciudades nuevas». Hubo una en Chipre, fundada,
a lo que parece, por fenicios de Tiro. Hubo otra en el norte de África, fundación
así mismo tiriota (en la que, según alguna tradición conservada, tuvo también algo
que ver la colonia chipriota). Esta qart hadasht, Carthago para los romanos, fue la
fundación más exitosa y, a no dudar, la más famosa de las nuevas ciudades feni-
cias, y es la adaptación de su nombre al latín la que ha hecho pervivir la expresión
hasta hoy en día.
La propia Cartago tunecina fundó a su vez «ciudades nuevas». Al menos
una de ellas fue llamada también así, qart hadasht, en la costa mediterránea de la
Península Ibérica. Otra vez son los romanos, que resuelven redundantemente
toda posible confusión entre esta qart hadasht hispana y su metrópoli, la qart ha-
dasht por antonomasia, los que hacen pervivir su nombre, llamándola Cartago
Nova (¡«nueva nueva ciudad»!), la actual Cartagena española. La pervivencia y

331
332 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

uso del topónimo, como no es posible esconder en esta sede, se extendió años des-
pués al nuevo mundo, donde una nueva Cartagena (tres veces nueva), la Carta-
gena de Indias, fue fundada, a su vez, por gentes hispanas.
No es pues difícil relacionar la «fundación de ciudades», la creación de «ciu-
dades nuevas», con el pueblo fenicio, arquetipo del Oriente fuera del Oriente. En
las páginas que siguen intentaremos repasar la actividad fenicia que dio origen a
estas «ciudades nuevas», y a otras muchas de nombre diverso o desconocido, en
lo que esperamos sea un útil contrapunto para procesos conceptualmente análogos
al otro lado del Atlántico.

PROBLEMAS GENERALES DE ESTUDIO

Las fuentes

La creación de nuevos asentamientos aparece ante los ojos de la investigación


contemporánea como una característica definitoria del pueblo fenicio, el único, en
la visión tradicional, que parece desarrollar una expansión «colonial» similar a la
de los griegos, el otro gran pueblo «colonizador», y por tanto «fundador», del Me-
diterráneo antiguo. Pero a diferencia de los griegos, que pueden ser estudiados
mediante sus propias fuentes textuales, trasmitidas copia a copia desde la anti-
güedad clásica hasta la Edad Moderna, los fenicios son conocidos sobre todo de
manera indirecta (Krings 1995a: 39ss.) especialmente a través de esas fuentes clá-
sicas. Como veremos, tales fuentes van a constituir el condicionante principal del
estudio de la «colonización» fenicia y, en realidad, de los fenicios mismos. Nada
nos queda de la producción escrita equivalente de este pueblo (Krings 1995b), sal-
vo pretendidos ecos, de nuevo, en las propias obras greco-latinas. Aunque inten-
tamos paliar esta falta de fuentes escritas directas mediante el estudio epigráfico1,
los problemas de estudio son enormes. Tanto más cuanto que la arqueología fe-
nicia, como veremos, debe hacer frente también a numerosas dificultades, a las
que se añade siempre la fuerte influencia de la tradición interpretativa dependiente
de las fuentes clásicas.

Fenicios y púnicos

El propio nombre «fenicios», como es sabido, no es fenicio (Moscati 1995:


1-4). Deriva del término griego phoinikes, que servía para designar a una parte
de los habitantes del Levante próximo-oriental especialmente en contacto con el

1
Las inscripciones (Amadasi 1995) son los únicos textos nacidos en el interior de la cultura fenicia que
conservamos.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 333

mundo helénico. Se trataba de gentes siro-palestinas asentadas en la costa des-


de antiguo. Aunque culturalmente pueden identificarse tempranamente (Bondì
1988a) sólo en el I milenio a.C. son definidos así, externamente, como «feni-
cios». Los cambios en el entorno —según una explicación muy extendida
(Moscati 1988b: 24-25)— los particularizan con mayor claridad en esta época,
que es la etapa de su expansión y la época de la expansión de los griegos, de
quienes resultarán muchas veces directos rivales. Es precisamente este fenó-
meno, que les lleva a estar fuertemente presentes en el Mediterráneo central y
occidental, el que los hace entrar también en competencia, andando el tiempo,
con la civilización romana, que llamó a estos fenicios de Occidente poenus o
poenicus, una versión latina del nombre griego phoinikes; los púnicos son por
tanto los fenicios occidentales y sus herederos, que la investigación distingue, a
veces con vehemencia, de los fenicios orientales (Fantar 1988: 166). Por las
obras de griegos y romanos, como es obvio en nada imparciales (Mazza 1988:
549 y ss; Ribichini 1983, 1995), muchas veces tardías, eruditas y tópicas, ade-
más de pertenecientes a un ámbito cultural del todo diverso del semítico, cono-
cemos lo fundamental de la expansión fenicia y de su consecuente actividad
fundacional, que se dio sobre todo, como decíamos, lejos de sus bases orienta-
les.

LOS FENICIOS Y LA CULTURA URBANA

El Levante siro-palestino fue un área de fuerte y antiguo desarrollo de la ci-


vilización urbana. En el I milenio a.C. este carácter urbano constituye, de hecho,
un rasgo diferenciador de la zona y, para muchos, una clave socio-económica fun-
damental para entender su historia y cultura, frente, por ejemplo, a las poblaciones
arameas del interior o a otras sociedades del entorno de corte originariamente tri-
bal. En lo político, este rasgo se refleja en la organización típica de los fenicios en
ciudades-estado. Nunca fue este pueblo un estado territorial, ni constituyó cual-
quier otra realidad política unificada e independiente, ni construyó una identidad
sobre ello: frente a la etiqueta exterior («fenicios»), estas gentes se sentían en
cambio pertenecientes, ante todo, a su comunidad ciudadana, llamándose a sí mis-
mos «sidonios», «tirios», «bibliotas», etc. (Moscati 1988b: 24-25); lo que no
quiere decir, en cualquier caso, que no fueran conscientes de su pertenencia a una
esfera cultural común.
Aunque, como veremos, conocemos algunas tradiciones que nos hablan del
origen de las viejas ciudades-estado levantinas, y tenemos algún testimonio de
fundación de nuevos asentamientos en la propia tierra madre, el proceso de crea-
ción de nuevas ciudades en el seno de la cultura fenicia viene ligado, sobre todo,
a la salida de grupos de habitantes de estas ciudades hacia otros rincones del Me-
diterráneo, donde terminaron asentándose.
334 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

LAS NUEVAS CIUDADES EN LAS FUENTES

Son sobre todo las fuentes clásicas las que nos hablan del proceso de expan-
sión que llevará a este pueblo a establecerse, en ciudades de nueva creación, a lo
largo de todas las costas del Mediterráneo (salvo en algunos rincones septentrio-
nales y en aquellos lugares ocupados en cambio por los griegos) e incluso del
Atlántico.

¿Cuándo?

Diferentes autores greco-latinos, indican —con cálculos cronológicos que


remiten a la guerra de Troya, y por tanto a un horizonte que oscila entre lo mítico
y lo convencional— que el proceso fue iniciado alrededor del año 1000 a. C., dán-
dose sobre todo a lo largo de la primera mitad del I milenio a.C., como por otra
parte sucede también con la colonización griega2. La temprana fecha inicial, que
los textos atribuyen incluso a las fundaciones más occidentales, plantea dificul-
tades arqueológicas. No se han hallado hasta hoy restos de asentamientos fenicios
estables en tales lugares que remitan a momentos tan antiguos. Es el enunciado de
un problema clásico de la investigación fenicia (Moscati 1988d: 46-49), que ha in-
tentado conciliar este hiato entre las cronologías textuales y arqueológicas recu-
rriendo a explicaciones y categorías (como la de «precolonización», como vere-
mos) que justificaran esta ausencia sin renunciar, apoyados en testimonios
variados y dispersos, a una presencia fenicia antigua y efectiva (Moscati 1988d:
49). A esta discusión cronológica clásica se ha unido otro debate, más reciente,
sobre las propias bases de datación de la arqueología fenicia, ya sean los medios
específicos tales como la sincronía de los materiales fenicios, que remite casi
siempre, de nuevo, a las mejor conocidas cerámicas griegas, como los genéricos
de la arqueología moderna, que se enfrenta, por ejemplo, a una polémica revisión
de las fechas proporcionadas por la técnica del C14, cuya calibración descompone
las cronologías tradicionales, de por sí discutidas.
En cualquier caso, y aunque algunas fundaciones pudieron ser anteriores,
parece que fue entre los siglos VIII-VII a.C. cuando se dio la fase más intensa del
poblamiento fenicio fuera de su «tierra madre», e incluso muy lejos de ella. La
propia Cádiz —Gadir, una de las fundaciones que según las fuentes habría que fe-
char un siglo antes del cambio de milenio— se sitúa al otro lado del estrecho de
Gibraltar, con todo el Mediterráneo por medio entre ella y su metrópoli, Tiro. En
el área de Cádiz la arqueología atestigua presencia fenicia desde al menos el

2
Esta actividad simultánea de griegos y fenicios, además de condicionar ambos procesos, complicará
ulteriormente su estudio en el plano arqueológico, resultando la presencia de los unos vector de la intro-
ducción de materiales y rasgos culturales de los otros, y viceversa.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 335

800 a. C., y entre esta fecha y el 600 a.C. las nuevas ciudades fenicias se multi-
plican desde Chipre a Portugal, pasando por todo el norte de África, Sicilia o Cer-
deña, además de otras islas y archipiélagos importantes, como Malta o las Bale-
ares (Fig. 1). Después, la actividad no cesa, aunque de modo menor y diverso.
Como veremos, algunos asentamientos se «relocalizan», otros se abandonan,
nace alguno nuevo (como la «Cartago Nova» hispana, fundada en el siglo III
a.C.), y muchos se reorganizan. Pero el grueso del fenómeno parece haber pasado
ya. El resultado es de una variedad que rechaza interpretaciones simples: frente a
núcleos de gran éxito (Kition, Gadir, Cartago), existen zonas de poblamiento
intenso pero disperso, como también asentamientos aislados, grandes y pequeños,
todos ellos, además, como refleja el registro arqueológico, sujetos a una inevita-
ble evolución y sometidos en ocasiones a fuertes cambios.

¿Cómo?

Ante la ausencia de fuentes internas, debemos confiarnos a las fuentes clásicas


para la caracterización general del proceso, con los problemas que anticipábamos.
Los autores greco-latinos reflejan el protagonismo exclusivo (a la vez generali-
zador y simplificador) en la expansión «colonial» mediterránea «no griega» de es-
tas gentes orientales de la costa levantina que llaman fenicios. Desde las grandes
ciudades fenicias (de entre las que destaca en las fuentes, hasta hacerse metrópo-
li arquetípica, la ciudad de Tiro) se lanzan a fundar diferentes ciudades a lo largo
del Mediterráneo, con el apoyo de su buen conocimiento técnico; ya desde Ho-
mero los fenicios son los «famosos marinos» del mundo antiguo. Las fuentes des-
criben estas fundaciones, sobre todo cuando se nos proporciona algún detalle aña-
dido, en modo sospechosamente similar —¡o sospechosamente contrario! cf.
infra— al modo griego de entender su propia colonización o al modo romano de
entender sus orígenes. Los propósitos de esta expansión, sus causas, aparecen en
algún autor clásico, en cambio, como claramente divergentes de los motivos
presupuestos como principales en la expansión griega, como veremos: el motor
fundamental de la aventura exterior fenicia habría sido, siguiendo estas informa-
ciones, su afán comercial. Los textos cumplen así con otro tópico inevitable en la
caracterización greco-latina del fenicio, que en su forma más peyorativa los pre-
sentaba como gentes de una extrema avidez y falta de escrúpulos. Los fenicios
son, también desde Homero, además de hábiles comerciantes, taimados piratas, y
todavía en época tardía la actitud «por defecto» de un romano ante un púnico —
y la postura y propaganda oficial de Roma contra Cartago— será la de total des-
confianza, siendo la fides punica la expresión radical de la falsedad y la traición.
Distinguir, a la luz de la arqueología y de las escasas evidencias epigráficas,
qué posible realidad se esconde tras esta presentación de las fuentes greco-latinas,
constituye un ejercicio fundamental de investigación sobre el tema. Investigación
336

Fig. 1.—Expansión fenicia: principales asentamientos (Aubet 1987b, 1994).


JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 337

que se enfrenta, como vamos a ver, además de a las dificultades y condicionantes


documentales, a la antigüedad y peso de la construcción tradicional y a la fuerte
inercia de los estudios, notable ésta ante la imposibilidad de construir una imagen
alternativa igual de vívida de la expansión o colonización fenicia.

EXPANSIÓN Y COLONIZACIÓN: PROBLEMAS DE MÉTODO


Y CONDICIONANTES DEL ESTUDIO

Colonización: condicionantes y prejuicios

En realidad, los propios términos «expansión–colonización» ocultan a la vez


un problema metodológico y un debate historiográfico (Niemeyer 1995). Como
también es sabido, el término «colonización», de origen latino, adquiere en el es-
tudio histórico un sentido técnico que le lleva a ser aplicado a diferentes hechos en
periodos diversos (de la Grecia y Roma antiguas a la América moderna o el
África contemporánea), con fuertes condicionantes ideológicos. En la antigüedad
clásica, la colonización por antonomasia (con permiso del fenómeno romano
que proporciona el término, ver Espinosa en este volumen) es la griega, la ex-
pansión bien conocida de este pueblo desde sus ciudades originarias a otras de
nueva planta, las apoikies, fundadas sobre todo en puestos ultramarinos (ver Do-
mínguez en este volumen). Este buen conocimiento, desde antiguo, de la «colo-
nización» griega, constituyó un problema añadido para la comprensión del fenó-
meno fenicio, más allá de la inmediata dependencia documental antes citada:
proporcionó —a la vez que impuso— un paradigma de referencia para lo que se
percibió como un proceso paralelo, con el agravante de que gran parte de las fuen-
tes disponibles para el estudio de tal proceso, eran, precisamente, fuentes griegas
(que de por sí contemplaban esta actividad fenicia desde el prisma de la concep-
ción griega del fenómeno). La interpretación de la colonización fenicia se ha
visto, y aún se ve, fuertemente condicionada por todo ello, y la misma designación
del proceso como «colonización» es para muchos un prejuicio a evitar.

Expansión: alternativa y precedente

Para eludir las múltiples connotaciones del término «colonización», y en es-


pecial la visión ligada a la colonización griega, es común designar el proceso fe-
nicio con el término «expansión» (AA.VV. 1971), sin duda menos problemático
pero también más ambiguo, e incluso darle un sentido técnico. En este uso técni-
co, «expansión» esconde el sentido real de «expansión comercial», que como ve-
remos será un concepto clave en los estudios. Complicando aún más el cuadro ge-
neral, se han usado en esta línea ambos términos, expansión y colonización, para
338 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

interpretar en clave histórica todo el fenómeno (Niemeyer 1995): tras un primer


momento de «expansión» (comercial) fenicia, se habría llegado a una «coloniza-
ción» (digamos que «territorial»), cercana por tanto en resultados a la coloniza-
ción griega (y que habría sido percibida consecuentemente por los autores clásicos
como un fenómeno paralelo) pero con causas y desarrollo diversos. La actividad
comercial habría dado lugar a primitivos establecimientos, con el mero propósito
de favorecer los intercambios, que con el tiempo se habrían constituido propia-
mente en asentamientos, con un aprovechamiento mayor del territorio y una po-
blación sostenida de mayor entidad.

Las categorías interpretativas y sus problemas

Por supuesto, esta diferenciación «expansión» (comercial) — «colonización»


(territorial) es sobre todo conceptual (y por tanto apriorística), y revela categorías
que, como veremos, ya estaban presentes en los autores clásicos. En el fondo, con
ella simplemente se clasifican diferentes asentamientos por sus hipotéticas fun-
ciones (definidas y distinguidas con criterios externos), interpretadas éstas, en la
propuesta citada, con perspectiva histórica (en sucesión y causalidad). Como
consecuencia, en ocasiones el término «expansión» conlleva una minusvaloración
de la «presencia» fenicia más antigua, o de algunos yacimientos —estableci-
mientos o asentamientos— problemáticos (no dándoles carta de verdadera «ciu-
dad» o de verdadera «fenicidad»), cuando no del proceso entero (al no reflejar
éste una clara intencionalidad programada). De hecho, el mismo uso del término
«fundación» para designar el momento inicial, el nacimiento de estos asenta-
mientos, parecería resultar impropio, como veremos.
En realidad, múltiples testimonios revelan la complejidad latente y, como
repasaremos, el registro arqueológico muestra casi siempre la convivencia de
actividades diversas en un mismo núcleo y su variación en el tiempo, impidiendo
categorías estrictas e interpretaciones monolíticas. Pero manteniéndonos por el
momento en el nivel conceptual, debe hacerse notar que no es fácil definir y di-
ferenciar «establecimientos comerciales» y «asentamientos territoriales», tanto
menos con perspectivas cualitativas, pues los criterios de definición en cierta
medida se superponen: aún admitiendo una motivación comercial inicial, una pri-
mera fase de expansión como la que se interpreta en el mundo fenicio (relativa-
mente larga y fácilmente rastreable) conllevaría formas de asentamiento estable no
desdeñables, de las que conocemos muchas en este tipo de procesos de inter-
cambio antiguo: enoikismoi (o implantaciones de extranjeros en ciudades ajenas),
escalas de diferente entidad en rutas comerciales o puestos de comercio en cer-
canía a los «mercados», emporia propiamente dichos, «factorías»… Incluso en el
establecimiento de contactos primitivos, en la consecución de un primer conoci-
miento, de una primera red comercial —en ese horizonte difuso que a veces se de-
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 339

signa como «precolonización»— se han querido ver formas de asentamiento3. En


el propio proceso, aceptado éste, de paso del propósito comercial principal al pro-
pósito propiamente «colonial», el momento exacto en que este cambio se produ-
ciría debería señalarse de forma casi arbitraria, dado que, en cualquier caso, sería
posiblemente un fenómeno esencialmente progresivo, y en él podrían confundir-
se, de nuevo, actividades económicas de explotación territorial destinadas en
realidad desde el origen al intercambio (como son todas las ligadas a la obtención
de materias primas y a su transformación, muchas veces in situ) con otras en prin-
cipio de sostén (como son la agricultura o la pesca) que con el tiempo podrían in-
cluso convertirse también en producciones especializadas con salida comercial.
Aún con las dificultades señaladas, se trata, en cualquier caso, de una termi-
nología y una diferenciación de insistente uso historiográfico (de forma inercial o
variadamente intencionada) que tiene al menos el mérito de incidir directamente
en los problemas esenciales, más allá del mero nominalismo, del proceso históri-
co estudiado: sus causas, su desarrollo y sus características, económicas, sociales
o políticas.

CAUSAS, DESARROLLO Y CARÁCTER DE LA EXPANSIÓN


O COLONIZACIÓN FENICIA

El debate sobre las causas es de hecho el punto clave de la percepción de todo


el fenómeno (Moscati 1988d: 46), pues marca la visión de su desarrollo y la
percepción de su carácter, condicionando por tanto el modelo «fundacional» de
las nuevas ciudades fenicias.

La tradición greco-latina y las motivaciones comerciales

La interpretación que hace de la motivación comercial la causa de la primiti-


va «expansión» y de la posterior «colonización» fenicia es quizá la más extendi-
da, y desde luego la más antigua, pues depende, como advertíamos, de las fuentes
greco-latinas (sobre la expansión en ellas véase Bunnens 1979). Una versión ex-
plícita la proporciona por ejemplo Diodoro Sículo, quien hablando precisamente
de la Península Ibérica, cuenta cómo los fenicios, que navegaban desde antiguo
por comercio (Diodoro V 20, 1), conseguían con gran codicia plata de los indí-
genas del territorio a cambio de mercancías de escaso valor. Con la gran ganancia
obtenida, según Diodoro (V 35, 1-5), fundaron después sus colonias. Da en efec-

3
Aunque quizás la mayor utilidad del término «precolonial» consista, precisamente, en englobar los di-
ferentes testimonios de «presencia» o «influencia» fenicia, ya sea ocasional o indirecta, no ligados a una
permanencia estable, añadiendo un peldaño superior a la escala convencional de estudio.
340 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

to el autor su visión causal y sucesiva del hecho: primero comercio, después co-
lonias, sólo que en Diodoro es el beneficio de la actividad comercial, indepen-
diente, justificada en sí misma, la que hace posible la «colonización», también in-
dependiente y autojustificada. Por supuesto, en Diodoro subyace fuertemente la
óptica griega, a pesar de su obvia pretensión de explicar el hecho de forma parti-
cular, y hasta curiosa (precisamente por su diferente —y menos noble— carácter
frente a la «colonización griega»). Subyace la visión comercial del fenicio, que,
adjetivos peyorativos aparte, podemos tomar seriamente, dados los múltiples
testimonios —arqueológicos, textuales no griegos4 — que muestran lo justificado
del tópico antiguo (aunque también su condicionante peso, Bondì 1995a). Pero
subyace sobre todo la visión griega de la colonización, que se entendía a poste-
riori como un proceso con finalidad clara: la fundación de una nueva polis, un es-
fuerzo notable emprendido de forma colectiva en un momento concreto con un
procedimiento definido y un resultado inmediato (ver Domínguez en este volu-
men). El proceso fenicio debió ser, justo en algunos de estos importantes puntos,
totalmente diverso, lo que provocó la casi ingenua explicación de Diodoro. Aun-
que en algunos casos pudo darse también la empresa colectiva y la finalidad
fundacional definida, debió caracterizar a la expansión fenicia el carácter pro-
gresivo del poblamiento y el papel en él (y en sus varios e interrelacionados fines)
de individuos o grupos organizados de modo bien diverso al griego.

Las causas económico-comerciales y el registro arqueológico

Por otro lado, desde hace medio siglo la arqueología mediterránea ha ido
proporcionando los testimonios necesarios para situar y sostener la discusión
sobre bases materiales. Ciertamente, el panorama fenicio se separa fuertemente
del griego, aunque de modo complejo. En efecto, en los asentamientos medite-
rráneos identificados como fenicios, y especialmente en los primeros niveles de
muchos de ellos, la importancia de la obtención de recursos locales para su ex-
portación se advierte de forma evidente5. En continuidad con los indicios primi-
tivos de contactos orientales, las primeras fases de asentamiento se comprenden
efectivamente bien en esta clave. Pero la etapa —que como veremos se interpre-
ta a la luz de los grandes intercambios internacionales con motor oriental de los
que los fenicios serían el agente ultramarino— no fue duradera, y la arqueología
4
Recuérdese por ejemplo el episodio bíblico de las expediciones de Salomón con apoyo fenicio en I
Reyes 9: 26-28; 10: 11, 22 =en paralelo con= 2 Crónicas 8: 17-18; 9: 10, 21, o los propios oráculos de Eze-
quiel, 26-28 e Isaías 23 (Xella 1995b: 67ss).
5
Ello ha supuesto que, si en la colonización griega se diferenciaban establecimientos con fines de re-
población, de factorías y de emporia comerciales, se llegara a caracterizar a las colonias fenicias por ser en
cambio tan sólo de este último tipo (Moscati 1988c: 27), lo que sin duda daba además, a ojos de los feni-
cistas, una necesaria credencial diferencial al propio fenómeno.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 341

atestigua la importancia sucesiva de la explotación no primordialmente comercial


de los recursos internos de los asentamientos occidentales (Bondì 1995a). De he-
cho, en los nuevos núcleos, tanto los de prolongada ocupación y gran tamaño
como en los pequeños y ocasionales, se manifiesta siempre una cierta e incluso
apreciable variedad de actividades económicas, naturalmente más palpable con-
forme el fenómeno —y los propios núcleos— se desarrollan. Estas actividades
económicas varían según los centros, y varían en el tiempo, y no sólo en intensi-
dad, sino también en dedicación ya que en algunos lugares se llegará incluso en
época púnica a la producción especializada, lo que nos recuerda el amplio marco
temporal y geográfico de referencia. Es en cualquier caso común que, desde mo-
mentos tempranos, junto a lo que distinguimos como pruebas de actividad co-
mercial (periódicamente revaloradas, cf. p. e. Aubet 1995), se aprecien también la-
bores de explotación y trasformación, y siempre estén presentes actividades de
sostén (pesca, agricultura en diferente extensión, ganadería, explotación fores-
tal…) diluyendo las interpretaciones excesivamente categóricas.

La colonización agraria

La importancia ulterior u originaria de este tipo de explotación del territorio


que proporciona bienes de subsistencia, frente a la predominante visión comercial,
ha sido subrayada por algunos autores, que encontraban apoyo en las novedades
arqueológicas citadas. De este modo, se ha dado lugar a términos como «coloni-
zación agrícola» (Alvar y G. Wagner 1988, 1989; Aubet 1987a, 1987b, 1994),
con el que quiere describirse el impacto productivo de base que sobre algunos te-
rritorios tuvo la presencia fenicia. Estas interpretaciones se ven obligadas a re-
plantearse también el factor «demográfico» de tal colonización, pues los cambios
a la escala propuesta en las economías agrarias «coloniales» implican, o bien cam-
bios en el poblamiento de los nuevos territorios (donde se ha querido ver también
el nacimiento de nuevos fenómenos de dependencia) o bien movimientos de po-
blación emigrante de mayor entidad (lo que a su vez obliga a revisar la situación
demográfica y productiva de las tierras de origen, en el Levante oriental).

La perspectiva próximo-oriental: política, sociedad, economía

En las interpretaciones de corte tradicional, la historia de la Siro-palestina de


la época era comprendida sobre todo en clave política. En esta clave, se tenía a la
irrupción en la costa mediterránea del poder de Asiria como la gran novedad y el
motor de todos los cambios. Fechas significativas de las campañas asirias de
control del Levante (como también después las grandes fechas de las interven-
ciones babilonia o persa) se ligaban sistemáticamente a las novedades o cambios
342 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

perceptibles en Occidente, y la misma insistencia de las fuentes textuales (la pri-


mera en ser corroborada arqueológicamente) en el «hambre de metales» de los fe-
nicios se explicaba por la exigencia tributaria del imperio neo-asirio. Estas inter-
pretaciones se vieron con el tiempo enriquecidas con nuevos enfoques y teorías
sobre los intercambios, sus redes y sus mecanismos en la antigüedad —del sus-
tantivismo y sus derivados a las teorías de intercambio desigual, centro-periféricas
o de sistemas mundiales, en una reintegración más compleja de economía y polí-
tica (Frankenstein 1979). Todavía hoy, el impulso del sistema de intercambios a
escala mediterránea provocado por la nueva situación oriental es para muchos el
marco más correcto para interpretar la expansión fenicia, pero contemplado de
forma más rica y compleja, al margen de la sincronía, que se aprecia imperfecta,
entre acontecimientos puntuales orientales y procesos occidentales.

Nuevas perspectivas, ampliación de conceptos e integración de factores

A estos enfoques vinieron a unirse los necesarios (en el campo de la demo-


grafía histórica, del paleoambiente o de la economía productiva antigua en gene-
ral) para la valoración de las hipótesis de corte agrario. La reconsideración de las
relaciones entre las poblaciones «coloniales» y los habitantes «indígenas», tanto
en el plano socio-económico como cultural, vino anticipada y acompañada a su
vez de la aplicación de nuevas perspectivas y debates, así mismo de gran alcance
ideológico6. La incorporación, por fortuna definitiva, de la perspectiva antropo-
lógica, fue además un importante elemento paralelo presente en casi todas las nue-
vas aproximaciones.
Las propias fuentes textuales han sido reinterpretadas bajo las nuevas pers-
pectivas citadas, añadiendo a los tradicionales testimonios greco-latinos los epi-
gráficos próximo-orientales, tanto del I como del II milenio a.C. Esos testimonios
revelan, por ejemplo, la existencia en el Oriente de un activo comercio, con redes
de intercambios indirectos de largo alcance, ya en el Bronce Final. En este co-
mercio parecen actuar aristocracias emprendedoras con cada vez mayor protago-
nismo, hecho que podría ser clave y característico en el mundo fenicio del I mi-
lenio. Los que estudian estos sistemas comerciales desde las nuevas perspectivas
citadas señalan la importancia de las alteraciones en sus focos y redes, de los cam-
bios en los accesos a mercados y a fuentes de materias primas. Estas alteraciones
se dieron sin duda con el cambio de milenio y en sus primeros siglos (recuérdese
de hecho la misma expansión —y competencia— del elemento griego) y debieron

6
Recogió ecos e influencias de los análisis marxistas sobre el colonialismo e imperialismo moderno, de
la revisión de los conceptos tradicionales de aculturación, de las teorías de asimilación y resistencia, de las
nuevas perspectivas sobre los fenómenos de interacción, etc. (Almagro 1983; Bondì 1983; Tsirkin 1989;
Whittaker 1974).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 343

originar a su vez nuevos y concatenados cambios, en los que también (conside-


rando además las nuevas condiciones de posibilidad creadas en la Edad del Hie-
rro oriental) debería situarse y explicarse la propia expansión fenicia. Ligada a
este tipo de hipótesis nace la insistencia de algunos autores (Bondì 1995a: 274) en
dar importancia en el proceso fenicio a la dinámica propia de los mismos pueblos
levantinos, de los mismos factores internos de las sociedades fenicias, y de situar
esta dinámica dentro de los cambios generales acaecidos en Oriente a lo largo del
periodo.
Habría que sumar quizá a todo ello, al hablar de dinámicas internas, la valo-
ración que de éstas se ha hecho igualmente dentro de sus ámbitos regionales
(González Wagner 1983), sobre todo al estudiar los desarrollos del proceso de ex-
pansión. También la valoración del estudio de los diferentes asentamientos y
áreas «coloniales» a la luz de su propia evolución y cambios internos (López
2003). Como en todo proceso largo y extenso, sus propios elementos cambian e
intervienen en la variación del conjunto.
Como resultado, el fenómeno ya no puede ser explicado de forma simple, y
tanto menos monocausal, al tener en cuenta sobre todo que se trata de un proceso
prolongado y activo, necesitado de continua explicación, esto es, de una explica-
ción compleja en verdadera clave histórica. Algunos autores (Aubet 1987a, 1994)
han recurrido, de hecho, a instrumentos tomados, por ejemplo, de la teoría de sis-
temas, para subrayar la multitud de factores implicados en el proceso de expan-
sión fenicia, una manera inteligente de conservar en su justo valor las líneas maes-
tras de las interpretaciones tradicionales y los aportes de las nuevas hipótesis. De
este modo, queda aún más de relieve la especificidad del largo y dinámico fenó-
meno fenicio, y la necesidad de estudiarlo —sin negar la utilidad de fuentes y pa-
ralelos— libres de condicionantes ni referentes ajenos.

CARACTERÍSTICAS Y EVOLUCIÓN DE LOS NUEVOS


ESTABLECIMIENTOS

Estudiadas en su conjunto, las «nuevas ciudades» fenicias (algunas de las cua-


les se saben tales, como señalábamos que advertían sus propios nombres) se
presentan como numerosas y variadas. Dentro de la variedad cabe advertir algu-
nos rasgos comunes, que ayudan a comprender mejor el proceso.

Situación geográfica y patrón de emplazamiento

Muchas de ellas se sitúan en puntos estratégicos de recorridos marítimos o de


acceso a materias primas (en parte consecuencia inevitable de las rutas practica-
bles y de las redes preexistentes, en parte causa de su consolidación o alteración).
344 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

Algunos asentamientos se separan de esta norma, pero la situación estratégica de


los nuevos núcleos es la tónica más extendida. Debió ser, claro está, clave de la
pervivencia y éxito del puesto, y no sólo signo de su vinculación inicial al co-
mercio.
También muchos de estos asentamientos parecen repetir un mismo patrón, o al
menos parecen presentar una parecida y consciente elección7 de su situación o,
mejor, de su emplazamiento (Lancel 1995b). La investigación ha acuñado la ex-
presión «paisaje fenicio» para referirse a este patrón de emplazamiento (Bondì
1988c: 248), que se justifica otra vez en las necesidades de supervivencia y éxito
del nuevo puesto. Hay que hacer notar, en cualquier caso, que este patrón de asen-
tamiento se da ya en muchas de las ciudades madre de la costa levantina (Fig. 2)
(Moscati 1988c: 26-27; descripciones y bibliografía en Yon 1995b) lo que de
nuevo puede reflejar tanto el modelo buscado con preferencia como la elección
más obviamente apropiada.
Los asentamientos fenicios suelen situarse sobre un pequeño cabo o penínsu-
la, muchas veces (como muestran los estudios paleogeográficos) en una isla in-
dependiente cercana a la costa, que resultaba por tanto protegida y defendible (vé-
ase Figura 2) (Fig. 3) (véanse más adelante Figuras 5 y 7). Muchas veces se
hallan cerca de un cauce fluvial, en su desembocadura, lo que evidentemente, ade-

Fig. 2.—Ejemplo de asentamiento oriental —Tiro— (Lipinski 1992: Fig. 369) y de puesto oriental fortifi-
cado —Baniyas— (Krings 1995: 122).

7
Quizás sea necesario matizar el concepto «consciente» de la elección, pues, como veremos, algunos
asentamientos cambian de lugar o se vacían de población a favor quizá de los que se revelan más acertados.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 345

Fig. 3.—Asentamientos occidentales (Lipinski 1992: Figs. 2, 15, 65, 147, 361, 363).

más de facilitar la provisión de agua dulce al nuevo asentamiento, suponía una


ruta de acceso hacia el interior del territorio y una oportunidad de entrar en con-
tacto con las poblaciones indígenas que disfrutaran previamente de las ventajas
del río. En algunos puestos (en muchos para algunos) las vegas fértiles favore-
cieron la propia actividad agrícola de las ciudades fenicias y, en cualquier caso,
les proporcionó un mínimo territorio (hinterland), aunque para la mayor parte de
los investigadores la proyección interior de los centros y su explotación directa
sólo es relevante en periodo avanzado (exacerbando a veces la investigación
esta falta de administración territorial en contraposición a la chora de las colonias
griegas). Sólo entonces algunos de los nuevos núcleos, que inicialmente no de-
bieron ejercer un control amplio del retroterra, lo habrían ampliado progresiva-
mente, dando en ocasiones lugar a nuevos núcleos. Este fenómeno, bien conoci-
do por ejemplo en la zona púnica norteafricana, se ha considerado una
«colonización secundaria» (Niemeyer 1995: 264) o interna, y se ha querido ad-
vertir en otras zonas de presencia «colonial» fenicia (como la propia Península
Ibérica. Alvar y G. Wagner 1989; López 2003).
Las penínsulas o islas costeras solían presentar también la ventaja de disponer
de diferentes posibilidades de atraque, por lo que casi todos los asentamientos fe-
346 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

nicios poseían un puerto o puertos abrigados y fácilmente practicables. Al otro


lado de los brazos de mar, de los cursos fluviales o de los barrancos que separaban
islas y promontorios de la tierra firme, solían situarse las necrópolis, siempre por
tanto fuera del núcleo urbano, y separadas de él, aunque en simetría y cercanía.
No es raro que además los núcleos se emplazaran, a esta escala, cerca de ca-
denas montañosas costeras, incluso de pequeñas colinas, que proporcionaban re-
ferencias para la navegación y materias primas inmediatas (madera, piedra) ade-
más quizá de caza y de nuevo fuentes de agua8.

Patrón urbanístico y modelo fundacional

A menor escala en cambio, en lo que se refiere al patrón urbanístico de los


asentamientos (Lancel 1995b), debemos ser más genéricos y advertir de esta ge-
neralización. Hay que evitar que se tomen una serie de características generales,
conocidas desde antiguo como parte de la tradición urbanística oriental (Frankfort
1954: 188-201) o extraídas del análisis del conjunto de lo conocido por la arque-
ología mediterránea más recientemente, como un verdadero esquema subyacente
y, en el peor de los casos, existente desde el origen de las nuevas ciudades feni-
cias, como si hubiera existido un modelo abstracto de ciudad, una construcción
ideológica que las fundaciones hubieran buscado y repetido.
Suele hablarse, al tratar de la urbanística general de las ciudades fenicias, sobre
todo de las mediterráneas de nueva creación, y más en concreto de su planta, de la
existencia común de una acrópolis amurallada, alrededor de la cual se disponen ba-
rrios residenciales y artesano-comerciales (Bondì 1988c: 248). Se trata, como pue-
de verse, de un esquema muy general, y que, a pesar de ello, sólo se percibe con
claridad en los asentamientos de mayor entidad y con mayor pervivencia. No refleja
en realidad un hipotético patrón fundacional. Los esquemas predefinidos, rituali-
zados, de las fundaciones griegas y, sobre todo, romanas, no se perciben fácilmen-
te en las plantas primitivas de los asentamientos excavados, algo que para muchos
encaja con una percepción progresiva del asentamiento poblacional, nacido de un
pequeño establecimiento inicial sin pretensiones. Tal hecho hace dudar, incluso, de
lo propio del uso de la palabra «fundación», como ya decíamos. Aunque el con-
cepto y término de «fundación» es usado por las fuentes griegas (por los motivos
que señalábamos anteriormente) para describir el origen de las que en época pos-
terior eran famosas ciudades fenicias, y aunque en algún caso puede esconder una
forma de establecimiento inicial similar a la griega, debe ser usado, si queremos
aplicarlo sin condicionantes previos, en un sentido amplio y convencional, casi si-
nónimo del igualmente amplio, pero más dinámico, «surgimiento».

8
La cercanía en cambio a estribaciones de riqueza mineral, debe entenderse dentro del marco de asen-
tamiento a mayor escala.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 347

Problemas arqueológicos de los asentamientos coloniales

Sin embargo, hay que advertir que la dificultad para reconstruir un hipotético
patrón de asentamiento urbano definido se debe, sobre todo, a los propios pro-
blemas de la arqueología de estos lugares. Con frecuencia, los puestos fueron ha-
bitados durante un largo periodo, a veces sin apenas variar o extender su locali-
zación (con la consiguiente superposición de niveles y refacción continua del
plano urbano). Muchas veces han mantenido su ocupación de manera continua
hasta la actualidad, haciendo de la mayor parte de las más importantes ciudades
fenicias, tanto en el Levante como en el Mediterráneo, casi un misterio. Nada sa-
bemos, por ejemplo, del plano urbano de la Cádiz fenicia (véase Figura 3), pero a
su vez poco sabemos del urbanismo de su metrópoli, Tiro (véase Figura 2). La ac-
ción antrópica no es el único impacto sufrido por estos yacimientos. Su propia po-
sición, expuesta a la vez a la acción del mar y a la sedimentación fluvial, hace que
casi nunca el entorno geográfico actual coincida con el originario. Ello ha signi-
ficado en muchas ocasiones el alejamiento de la línea de costa y el colmado de las
vías de acceso al antiguo puesto, facilitando a veces, por fortuna, su preservación
(por ejemplo al quedar protegidos de la acción del mar o al ser abandonados y no
reocupados) pero ha supuesto en otros casos que partes de los yacimientos, cuan-
do no el yacimiento entero, fueran destruidas por las aguas o cubiertas por los se-
dimentos en lugares no reconocidos. De hecho, la identificación de asentamientos
fenicios sin continuidad, incluso en los casos en los que éstos se sitúan hoy tierra
adentro, fue tardía y está lejos de ser completa. En aquellos identificados y exca-
vados, la orografía del promontorio original, a la que se añade la acumulación de
restos de ocupación —como en auténticos tell orientales—, condicionó fuerte-
mente ya en su origen la organización urbana, difícilmente desarrollable ajena al
medio, y determinó de manera dura su evolución y conservación. Asentamientos
coloniales antiguos, en teoría conservados gracias a su abandono, como algunos
de la costa malagueña española (véase Figura 3) (Schubart 1995: 751ss.), mues-
tran apenas una serie de estructuras, con suerte de relativa importancia, pero
siempre reducidas en número y casi siempre en tamaño, mal conservadas y difí-
cilmente legibles como parte de un todo urbano organizado (Fig. 4). No es de ex-
trañar que muchos hayan interpretado tales yacimientos como asentamientos de
reducido desarrollo urbano, incluso no merecedores del nombre de ciudades.

Desarrollo urbano: fases antiguas y realizaciones púnicas

En definitiva, tal como decíamos, los asentamientos en los que es hoy posible
distinguir una trama urbana no permiten hablar de un original y rígido patrón fun-
dacional, sino, como mucho, de un posterior desarrollo urbano similar. Los ejem-
plos mejor conocidos, como la Cartago tunecina (Fig. 5) (descrita con detalle en
348 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

Fig. 4.—Ejemplo de estructuras conservadas en asentamiento occidental —Toscanos— (Niemeyer


1982: 193).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 349

Fig. 5.—Asentamientos centromediterráneos, Norte de África: Cartago y Kerkouane (Krings 1995:


379-380).

las fuentes y excavada intensamente. Lancel 1983), en buena medida ni son re-
presentativos ni resultan comparables con el resto de lugares de nueva planta, pero
dan una idea de cómo la evolución de los puestos coloniales determinó su plano
urbano.
De las fases más antiguas de muchos de estos puestos coloniales, allí donde
estas fases se individualizan, poco puede decirse más allá de la distinción de
técnicas de construcción y de organización del espacio orientales9, que permiten
al menos distinguir con cierta claridad la mano o la influencia fenicia frente a las
tradiciones locales.
En cambio, para periodos posteriores tenemos mejores ejemplos (en síntesis p.
e. Bondì 1988c; Lancel 1995c; Lézine 1956) e incluso conocemos bien algunos
yacimientos excepcionalmente bien conservados10. Partiendo de estos ejemplos,
de nuevo no genéricamente representativos, pero sí fuente de informaciones con-
cretas espacial y cronológicamente fijables, es posible al menos hablar de un
urbanismo «púnico», en el que la influencia griega, sobre todo en sus últimas fa-
9
Tales como muros de paramento o estructura de sillar combinados con adobes y sillarejo, plantas de
habitación rectangulares, largas series de espacios adosados, ocasionales tendencias ortogonales en calles
y espacios urbanos, murallas —importante elemento «urbano»— (Cecchini 1995; Lancel 1995c).
10
Aunque sea parcialmente, como en el caso de la fase de fortaleza púnica de Monte Sirai en Cerdeña
(véase más adelante Figura 6), o de la muy regular ciudad de Kerkouane en África (véase Figura 5), gracias
a su abandono (Bartoloni et al. 1992; Fantar 1984-86, 1998).
350 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

ses, parece notable. En él, además, no es extraño apreciar la importancia del


componente militar, habiendo incorporado el mundo cartaginés, como sabemos,
buena parte de las técnicas de la poliorcética helenística. De aquí surge sobre todo
el modelo de ciudad que citábamos al inicio del apartado, cuyo centro —y última
línea de defensa— es la acrópolis, alrededor de la cual se dispone el poblamiento
(en las ciudades más importantes, a su vez varias veces amurallado). Con motivo
del crecimiento de los núcleos urbanos de la época, tampoco es extraño apreciar
dentro de este poblamiento la especialización funcional citada: se advierten ba-
rrios predominantemente residenciales, artesanos… incluso se distinguen, en vir-
tud de la concentración de santuarios, los que a veces se han considerado autén-
ticos «barrios sagrados» (Bondì 1988c: 248; recuérdese que los llamados tofet,
vinculados al sacrificio infantil y de cuya problemática no podemos ocuparnos
aquí, constituyen igualmente amplias áreas sacras especializadas). También hay
que hacer notar, en definitiva, los desarrollos particulares, sobre todo a nivel ar-
quitectónico, a los que los contactos con las tradiciones locales dieron lugar en las
diferentes áreas de presencia púnica.
Conserva este urbanismo púnico, en cualquier caso, junto a la organización es-
pacial general citada, rasgos o elementos constructivos (murallas de casamatas y
paseos de ronda, ejes viarios, construcciones rectangulares adosadas en largos blo-
ques, formación consecuente de espacios comunitarios, posición relevante de
edificios significativos) ya apreciables o con precedentes en los yacimientos más
antiguos, dando pruebas de continuidad y salvando una cierta imagen de conjun-
to. Probablemente, es a la imagen de ciudad que creaban esta distribución y estos
rasgos (imagen en cualquier caso claramente diversa de la imagen contemporánea
de las ciudades griegas o romanas) a la que debe referirse la única mención que
nos proporcionan las fuentes escritas sobre la existencia de un urbanismo fenicio:
Estrabón (III, 4, 2) dice de la ciudad púnica de Málaga que responde a un «es-
quema» fenicio (sin describirlo). Lo hace, precisamente, para que la ciudad no sea
confundida con una fundación griega (la problemática Mainaké), que para Estra-
bón responde con claridad a un esquema abiertamente diverso.

¿Fundaciones? ¿Ciudades?

La escasa entidad de los asentamientos primitivos, sus diferencias urbanís-


ticas posteriores con los modelos griegos y romanos, junto con los especiales
criterios de elección de emplazamiento (que no parecían responder al deseo de
sostener una auténtica colonia), hicieron que muchos de estos centros fenicios
(sobre todo aquellos para los que no había referencia textual directa) no se
consideraran «verdaderas» fundaciones urbanas (Niemeyer 1995: 262; Schubart
1995: 743-745), en la línea de cuanto decíamos sobre el concepto greco-latino
(y moderno) de «fundación», pero también en relación con el asociado concep-
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 351

to de ciudad11. Sólo los núcleos presentados por las fuentes como ciudades
(Cartago, Útica, Cádiz, Lixus) recibieron tal consideración. A la falta de testi-
monios arqueológicos que probaran la entidad urbana de los nuevos núcleos,
que en su mayor parte no revelaban planes iniciales de establecimiento pobla-
cional ni muestras inmediatas de desarrollarlos, se unía, por ejemplo, la aparente
falta de jerarquización territorial de los puestos en las fases más antiguas. No se
creía advertir en estos asentamientos ninguna reordenación subordinada del
territorio inmediatamente circundante (un criterio extendido a la hora de valorar
el carácter ciudadano de un establecimiento humano, y que es independiente del
impacto que estos núcleos pudieran tener en las redes de poblamiento locales y
en la organización del territorio interno). No es de extrañar que para los asen-
tamientos pequeños que no muestran desarrollo posterior, y de forma paralela
para los momentos arcaicos de los asentamientos que sí se desarrollaron, se
mantengan vivas las hipótesis de propósito comercial exclusivo o preponde-
rante, y la minusvaloración de los enclaves, que sólo cabe matizar con los ar-
gumentos de método que exponíamos, o bien negar defendiendo una evolución
temprana hacia verdaderas ciudades (incluso ciudades estado, ver López 2003).
En cualquier caso, incluso en las interpretaciones más contrarias a la apreciación
«urbana», debe aceptarse que estos lugares, mientras pervivieron, lo hicieron en
gran medida de forma autónoma, creciendo y arraigando en el territorio en nu-
merosos casos con progresiva diversificación de sus actividades económicas y
en intensa interacción con las poblaciones locales.

Evolución de los asentamientos

Como también decíamos, la evolución de estos asentamientos, incluso con-


templada a través de las categorías anteriores, y aceptada su originaria función
económico-comercial prioritaria, ni fue simple ni en modo alguno uniforme y uni-
versal. La arqueología, además del crecimiento y evolución de estos núcleos hacia
economías autónomas más complejas, parece detectar también cambios, que se han
apuntado como drásticos, en momentos determinados que afectaron de manera
desigual a las nuevas fundaciones. Un punto de inflexión fundamental se fija habi-
tualmente en torno al siglo VI a.C., momento en el que comenzaría la hegemonía oc-
cidental de Cartago, hecho que de nuevo se ha relacionado tradicionalmente con
acontecimientos políticos orientales: la caída y sumisión final de Tiro en Asia ante
los imperios mesopotámicos, ocupando su lugar la ciudad norteafricana. La cultu-
ra material mostraría como las redes de intercambio se reestructurarían en Occi-

11
En esta ocasión no vamos a entrar en los problemas de definición de la ciudad; tampoco trataremos
las eventuales instituciones y la organización político-administrativa de los nuevos asentamientos, que re-
sultan en realidad fundamentales en este tipo de discusiones.
352 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

dente, haciéndose secundarias las relaciones con Oriente (Bondì 1995a: 278ss). Se
entraría así en la etapa púnica. En ella se quieren apreciar cambios incluso a amplia
escala, como la existencia de una cierta especialización regional, que en algunos ca-
sos permitiría distinguir zonas de explotación diferenciadas. Aunque se ha llegado
a hablar de «imperio cartaginés», y se ha propuesto un alto y organizado nivel de in-
tegración territorial, lo cierto es que, en cualquier caso, se aprecia la autonomía eco-
nómica —y probablemente no sólo económica— de los diferentes núcleos, aunque
sin duda el ascendente (progresivo) de Cartago sobre el conjunto y su lugar central
en el resultado es evidente. Todo ello acompañado, además, por el gran creci-
miento que experimentan en la época las actividades productivas básicas (agrícolas,
ganaderas, pesqueras), como se percibe claramente en el norte de África. Allí,
puede decirse que la vieja «nueva ciudad» de Cartago se había convertido ya en un
verdadero estado territorial.
La metrópoli púnica, actuará como estado territorial12 en los últimos siglos de su
historia (Huss 1985, 2004), que nos son mejor conocidos por ser éstos los de su en-
frentamiento con Roma. A lo largo de lo que la historiografía denomina «guerras pú-
nicas» vemos a Cartago moverse, sobre todo, en el plano militar o determinada por
él. De la mano de Cartago, y en este plano militar, se dan las últimas fundaciones fe-
nicio-púnicas. De esta época es, como decíamos, la última «ciudad nueva» cartagi-
nesa que perduró con tal nombre, el nombre que, a su modo, aún conserva: Carta-
gena, en origen un campamento militar fortificado en un emplazamiento defendible
y en un lugar estratégico (ver Figura 3). Una ciudad que, con su caída a manos de
Escipión, selló de modo irreversible el destino del mundo fenicio y púnico.

LAS DIFERENTES FUNDACIONES FENICIAS

Podemos repasar brevemente las ciudades más importantes que sabemos que
fueron fundadas por los fenicios (ver Figura 1) de Oriente a Occidente, en un re-
corrido que no es el reflejado por los textos como el correspondiente a la expan-
sión histórica —pues insisten en el protagonismo antiguo del extremo Occiden-
te— pero que permite agrupar los diferentes centros con un criterio no del todo
convencional.

El Mediterráneo oriental: la «madre patria» siro-levantina

En realidad, habría que comenzar por la propia «tierra madre» levantina,


pues, como se ha adelantado, el territorio fenicio, algo mayor que el que corres-

12
Como tal estado territorial, se ciñó exclusivamente al norte de África, aun a pesar de la ampliación
de la esfera de dominio e influencia cartaginesa (Bondì 1988b: 131).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 353

ponde a la actual república libanesa, se ordenaba en torno a núcleos urbanos (en


emplazamientos que, como también decíamos, muchas veces prefiguran los pro-
pios de los asentamientos coloniales) sobre cuyo origen tenemos ocasionales in-
formaciones. A cambio, poseemos muy poca evidencia arqueológica, dada la
continuidad e intensidad poblacional de los núcleos urbanos del Levante (p.e.
Ciasca 1988a: 140-141; Yon 1995a; 1995b). De algunos de estos asentamientos
conocemos su gran antigüedad, bien comprobada por diversas fuentes. Es el
caso por ejemplo de Biblos —cuya larga vida es reconocida a su vez en las fuen-
tes textuales más tardías— y también de Sidón. Al margen de la dificultosa ar-
queología (Ciasca 1988a: 141-147) para el origen de estas ciudades sólo tenemos
textualmente tradiciones fundacionales legendarias, o mención de epónimos mí-
ticos, siempre en fuentes tardías. Estas mismas fuentes clásicas tardías dan algu-
nos datos sobre otras ciudades fenicias que habrían sido fundadas posteriormen-
te por habitantes de las más antiguas. En este grupo, curiosamente, se incluye
Tiro, de la que por ejemplo Justino dice que era una fundación sidonia de en tor-
no al 1200 a. C. Sin embargo, la ciudad es bien conocida, cuando menos (dados
los enormes problemas de la arqueología del lugar, véase Figura 2) ya en epigra-
fía desde antes de esa fecha. Como otros testimonios helenísticos e imperiales, el
dato de Justino responde al tópico de la importancia del conocimiento del propio
origen de las ciudades de la época, de la importancia de su antigüedad y de la im-
portancia de su inserción en las tradiciones cultas greco-latinas, aspectos que
trataremos brevemente en el próximo apartado. Entre ellas se establece además
una cierta competición, una querella de antigüedad, en la que, en tradiciones en-
contradas, unas y otras presumen de anteriores. Considerarse fundadora de una
ciudad vecina (y por tanto inevitablemente rival) no solamente reflejaba el posible
recuerdo o pretensión de un antiguo periodo de supremacía, sino que mostraba el
intento contemporáneo de supeditar doblemente al otro en el presente. También
para Trípoli las fuentes proponen una fundación o refundación en el I milenio,
acompañada de una leyenda etiológica apoyada en su nombre: se trataría de una
ciudad triple, fundada como confederación de Tiro, Sidón y Arwad. También de
Botrys dice Josefo que se trataba de una fundación tiria de alrededor del 850 a.C.
La antigüedad clásica no concebía la existencia de una urbe digna de tal nombre
sin un origen consciente y definido, del mismo modo que contemplaba con total
normalidad el nacimiento de nuevos ejemplos de estas urbes incluso en territorios
larga y antiguamente poblados.
Al margen de las fuentes clásicas, los textos asirios (Xella 1995a) nos dan
también información sobre las ciudades fenicias, a las que periódicamente hosti-
gan y finalmente controlan. Sus noticias sobre ciudades destruidas y refundadas
deben tomarse siempre con cautela13. En cambio algunos asentamientos de esta

13
Conviene recordar, además, cómo detrás de las fuentes asirias se encuentra toda una tradición fun-
dacional mesopotámica que, en este periodo, se exacerba ligada a la ideología regia.
354 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

época, de propósito sin duda militar, han podido ser estudiados arqueológicamente
(es el caso de Baniyas, véase Figura 2).

El Mediterráneo oriental: Chipre y el Egeo

En el Egeo, la mención obligada es Chipre (síntesis de Baurain y Destrooper-


Georgiades 1995), donde la ciudad fenicia más conocida es Kition (hoy Lárnax o
Larnaka). Su nombre está ya presente en la epigrafía levantina del segundo mile-
nio a.C. y reaparece después en la documentación epigráfica del primero. Parece
tratarse de una fundación (¿en sentido propio?) de principios del IX a.C., que en
sus momentos iniciales debió ser denominada Qarthadasht, a tenor de alguna
prueba epigráfica (no exenta de discusión), pero que acabó recuperando su viejo
nombre. De hecho, se trata de un caso de importante establecimiento urbano
(Karageorghis 1976; Nicolaou 1976) situado sobre una ciudad anterior14. Una no-
ticia de Josefo (A.J. IX 14, 2) nos habla del dominio (a veces perdido) de los reyes
tiro-sidonios sobre Kition, a la vez que se conecta con un epígrafe asirio en el que
el rey Senaquerib afirma haber hecho huir a Chipre a un rey fenicio de nombre
similar al citado por Josefo: Lulî/Eloulaios.
En Chipre se conocen muchos otros asentamientos con presencia fenicia,
como Idalion, Tamassos, Golgoi, Paphos, Marion, Lapitos…, florecidos todos a lo
largo de esta época15. Nótese que muchas de estas ciudades (pero no Kition, a la
que se asigna como fundador a un rey sidonio, Belo) tenían en la tradición clási-
ca origen en fundaciones de héroes llegados a Chipre tras la guerra de Troya (vide
infra sobre este tipo de noticias), muestra de la integración posterior de la isla en
el universo cultural griego. Chipre, de por sí un crisol milenario de diferentes cul-
turas (usando una imagen tópica que se le aplica a menudo, Karageorghis 1988),
debió interpretar un importante papel como punto intermedio en las relaciones del
Oriente con el Mediterráneo central y occidental (también en época púnica, Bisi
1966), como parte en cualquier caso del ambiente oriental.
La presencia fenicia en el Egeo, perceptible en el registro arqueológico (en
materiales aislados, no en asentamientos) y dada por antigua en las fuentes escri-
tas (de estudio muy condicionado: Bonnet, 1995), no existiendo núcleos con re-
levancia posterior como entidades autónomas, suele estudiarse dentro de las re-
laciones generales fenicio-griegas o bajo el paradigma de los enoikismoi
(Niemeyer 1995). De modo parecido cabe interpretar la presencia fenicia en el
Delta egipcio.
14
Las excavaciones en Kition han permitido atestiguar, además de las diversas fases del asentamiento,
buenos particulares de cada fase, especialmente de la etapa fenicia avanzada: existencia de redes de al-
cantarillado, de un puerto militar, etc.
15
Véanse las monogafías y síntesis de Karageorghis 1968; 1976; 1982; 1988; 2002, y la síntesis de
Baurain y Destrooper-Georgiades 1995: 618ss.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 355

El Mediterráneo central: el norte de África

En cambio, en el Mediterráneo central, el Norte de África, Sicilia y Cerdeña


conocen la fundación de innumerables núcleos habitados. La zona norteafricana
es la arquetípica del mundo púnico, y de sus asentamientos se extrae la base y la
imagen, también urbana, de esta cultura (Cintas 1970-78, en especial Vol. II), in-
cluso advertida su propia variedad, que se manifiesta ya internamente en la zona.
Cartago, relativamente grande desde los primeros momentos de ocupación, es cla-
ramente la ciudad mejor conocida (véase Figura 5). Su fecha de fundación textual
(más o menos a finales del siglo IX a.C., en la tradición más plausible) no se halla
lejos de la arqueológica (Lancel 1995a), menos aún a tenor de los descubrimien-
tos más recientes, y es probable que ya en el siglo VIII a.C. existiera una colonia en
el lugar digna para muchos de tal nombre. Conocemos su leyenda fundacional, la
de la reina Dido, donde las versiones clásicas, como veremos más adelante, pa-
recen comunicar más su propia idea del noble origen, a través de la inversión de
tal idea en la imagen del otro, que ecos de una verdadera tradición cartaginesa,
que sin embargo también han querido advertirse. Con un retroterra extenso y fér-
til, la costa tunecina y sus alrededores no sólo fue colonizada desde antiguo
(también para Útica, por ejemplo, las fuentes proponen una gran antigüedad,
llevándola hacia el 1100 a.C.), sino que fue objeto posterior de «colonizaciones
secundarias», como decíamos, y de un aprovechamiento intensísimo, con un
consiguiente proceso de interacción con las culturas indígenas que introduce,
como en otros lugares, dificultades de investigación añadidas. La zona fue, tam-
bién, defendida militarmente mediante el establecimiento de puestos fortificados.
Se conocen muchos asentamientos costeros (especialmente en zonas como el
Cap Bon, pero también en el litoral de Argelia, e incluso de Libia) e interiores
(zonas de Bizerta, del Sahel) generalmente de pequeño tamaño, pero que en al-
gunos casos serán con el tiempo importantes ciudades del África romana (Ben
Younès 1995; Lancel 1995d; Longerstay 1995).

El Mediterráneo central: Sicilia y Cerdeña

Las grandes islas centro-mediterráneas fueron el escenario de intensas rivali-


dades comerciales, y también de luchas directas, sobre todo por la presencia de la
competencia griega16. Griegos y fenicios colonizaron, respectivamente, la Sicilia
oriental y la occidental (habiendo expulsado con su llegada los primeros a los se-
gundos, de creer a Tucídides VI, 2; Tusa 1988: 186-187). En el Occidente semí-

16
Fue precisamente en esta zona donde terminó de dibujarse una imagen histórica e historiográfica, muy
condicionante, de radical oposición entre griegos y fenicios —esto es, entre indoeuropeos y semitas—, que
sin embargo el registro arqueológico contradice, sobre todo para momentos anteriores.
356 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

tico prosperaron las nuevas ciudades de Mozia (Fig. 6), Solunto, Palermo o Lili-
beo, de las que se han ido obteniendo importantes informaciones arqueológicas
(Falsone 1995; Tusa 1988; Tusa y De Miro 1983); algunos lugares famosos,
como Érice, fueron asentamientos o coestablecimientos púnicos en núcleos indí-
genas o, como Selinunte, ocupaciones púnicas de centros griegos. La llegada de

Fig. 6.—Asentamientos centromediterráneos: Sicilia y Cerdeña (Krings 1995: 371, 382; Lipinski 1992:
Figs. 204, 226, 227, 337).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 357

Roma rompió definitivamente el equilibrio e hizo que los púnicos abandonaran la


isla, expulsión que se repitió en Cerdeña, donde importantes asentamientos (Sul-
cis, Tharros, Cagliari, Nora, luego Bitia o Monte Sirai, véase Figura 6) se esta-
blecieron pronto (los más antiguos al menos en el siglo VIII a.C., hecho que suele
justificarse en la precedente importancia del comercio oriental en la isla) en su mi-
tad meridional, sobre todo en la costa, pero con progresivo avance hacia el norte
y notable penetración interior, como la investigación ha podido ir revelando (Ba-
rreca 1986; Moscati 1968; Pesce 1961; Tronchetti 1995). La influencia mutua con
la cultura sarda fue temprana e intensa, aunque en muchos aspectos la diferen-
ciación de ámbitos culturales pervivió (llegando hablar algunos autores de «im-
permeabilidad», notable por ejemplo en la urbanística, Acquaro 1988: 210). A
partir del siglo VI la situación cambiará radicalmente, con la entrada de los esta-
blecimientos sardos bajo dominio cartaginés. La importancia de las ciudades de la
isla en época púnica es notable, y su relación con Cartago permite estudiar gran
parte de los fenómenos de regionalización comercial y productiva de los que
hablábamos.
También las pequeñas islas de la zona, como Malta y Gozo, cuya población
era heredera de una rica tradición cultural prehistórica, reciben asentamientos, con
lógicas peculiaridades como resultado de una fuerte interacción e integración
(Ciasca 1988b: 206 y ss.; 1995).

Las Baleares

Más a Occidente, las Baleares (Gómez 1995) constituirán un importantísimo


e influyente núcleo fenicio. La más intensa y largamente poblada es Ibiza, en la
antigüedad diferenciada de las islas orientales del archipiélago, y cuyo nombre —
Ebysos/Ebusus en las fuentes clásicas— también deriva de un viejo topónimo se-
mítico. El asentamiento más antiguo de la isla (atestiguado en el yacimiento de Sa
Caleta, y que reenvía al menos al siglo VII a.C.), fue «fundado», a juzgar por su
cultura material, no por fenicios llegados de Oriente —o por cartagineses, como
se entendía por ejemplo en Diodoro V, 16— si no por fenicios venidos de la Pe-
nínsula Ibérica. La isla atestigua también, con este asentamiento, un interesante
caso de «relocalización», pues la población se traslada medio siglo después, pro-
bablemente por motivos de espacio y habitabilidad, al emplazamiento de la que
todavía es hoy la ciudad insular más importante, Ibiza capital, que fue en época
púnica un importantísimo centro (Barceló 1985; Gómez 1990, 1995; Ramón
1981; Tarradell y Font 1975). En Mallorca y Menorca (Guerrero 1984), islas ma-
yores y ya habitadas por poblaciones prefenicias, la influencia sobre los núcleos
indígenas y la presencia ocasional fenicia no permite sin embargo hablar de ver-
daderos asentamientos hasta la época púnica, en la que se atestigua alguna facto-
ría comercial estable (Na Guardis).
358 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

El Mediterráneo occidental

En el extremo Occidente (véase Figura 3) la influencia oriental resultó de


una enorme importancia en el entero devenir histórico del área, como la inves-
tigación fue apreciando a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (Aubet
1988: 226 y ss.; colección de trabajos en Del Olmo y Aubet 1986; los selec-
cionados en Bierling 2002; sobre éstos, Zamora 2005). La costa mediterránea
española recibe, desde al menos el siglo VIII a.C., gran número de asentamien-
tos pequeños y cercanos (Aubet 1987a, 1994; Niemeyer 1982; Schubart 1995).
Por su nombre antiguo conocemos Abdera (Adra, cerca del río Grande) y Sexi
(Almuñecar, cerca del río Seco, con las necrópolis de Cerro San Cristóbal y
Puente Noy al otro lado) —y si se quiere Malaka (Málaga, en el Guadalmedi-
na)—, pero otros muchos lugares, famosos en la bibliografía fenicio-púnica, se
conocen tan sólo por el nombre moderno de la zona o del río junto al que se en-
cuentran, con nula relevancia en las fuentes textuales o epigráficas. Cumplien-
do en buena medida, como las anteriores, con el patrón del «paisaje fenicio», en
torno al Río Algarrobo se sitúan Chorreras y Morro de Mezquitilla (con la
necrópolis de Trayamar); al Río Vélez, Toscanos (con la necrópolis de Cerro
del Mar, vide infra); al río Guadalhorce, el Cerro del Villar; y al río Guada-
rranque, el Cerro del Prado. Un caso especial, más septentrional y excepcio-
nalmente grande y bien fortificado, es el asentamiento de La Fonteta, en Guar-
damar del Segura (Alicante), de cuyas excavaciones, hoy por desgracia
detenidas, cabría esperar interesantes novedades.

Relocalizaciones, abandonos, crisis

En la zona de asentamientos del Mediterráneo andaluz, algunos de los núcleos


son abandonados después de un periodo de ocupación, breve o no tan breve.
Así por ejemplo, a principios del siglo VII a.C., el poblado de Chorreras (nacido a
mediados del siglo VIII) se abandona a favor del vecino Morro de Mezquitilla (que
quizás era incluso anterior, pues pudo emerger en los inicios del siglo VIII a.C.).
En el siglo VI a.C., el asentamiento del Cerro del Villar (nacido en el siglo VIII) se
abandona en beneficio de Málaga (que debió aparecer más o menos en el mo-
mento del cambio). A finales del siglo VI a.C., Toscanos (surgido a finales del
VIII) se abandona, prosperando después en la zona un nuevo asentamiento en el
Cerro del Mar (al otro lado del río Vélez, donde antes se halló la necrópolis del
establecimiento antiguo; la necrópolis púnica de Jardín se encontrará en cambio
en la orilla opuesta). Estos cambios parecen mostrar el dinamismo del tipo de po-
blamiento fenicio en la zona, sujeto a modificaciones y «correcciones», no nece-
sariamente obligadas por alteraciones en el medio (Niemeyer 1995: 263), también
sin embargo propuestos (Bondì 1995a: 278). Dado lo drástico de algunos de los
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 359

cambios (sobre todo desde los inicios del siglo VI hasta pasada su primera mitad)
se ha propuesto de hecho para este periodo también una interpretación en términos
de abierta crisis, estudiando de modo específico los abandonos. Las causas de tal
crisis estarían en relación, bien nuevamente con acontecimientos orientales (la ca-
ída de Tiro), bien con problemas internos derivados de la crisis del interior «tar-
tésico» (Aubet 1987a, 1994; síntesis en Aubet 1988: 236). La radicalidad del cam-
bio de etapa, que resultaba conceptualmente cómoda (dando paso en la Península
al mundo púnico, a la apreciación de la actividad directa de Cartago en la zona y
a otras posibilidades de interpretación histórica más fáciles de dibujar) debe pro-
bablemente ser matizada, y ha sido de hecho prácticamente negada (López 2003).
En cualquier caso, a los efectos que aquí nos interesan, no debe olvidarse que el
proceso no se detiene: tras esta etapa, sigue una evolución diferente, pero con pun-
tos de continuidad, y sigue una presencia propiamente púnica, segura al menos en
época avanzada (en la que algunos asentamientos siguen habitados sin solución de
continuidad y otros núcleos surgen o cobran nueva importancia, como Villaricos).
La intensa ocupación final, en vísperas de la segunda guerra púnica y durante la
misma, conllevó también auténticas fundaciones (como la citada Cartago Nova,
véase Figura 3).

El Atlántico

La Costa atlántica peninsular y el norte del Magreb marroquí, más relaciona-


dos entre sí de lo que deja ver la tradición de estudio (condicionada por la situa-
ción moderna), presentan también asentamientos para los que las fuentes señalan
igualmente pretensiones de gran antigüedad (Lixus —Figura 7—, Cádiz), con la
consiguiente dislocación textos-restos que citábamos (Lancel 1995a: 133). Los
asentamientos de la Bahía de Cádiz son quizás los más interesantes, pues mientras
Cádiz continua sin proporcionar restos de estructuras de habitación y muestras de
continuidad de poblamiento, lugares como el Castillo de Doña Blanca (un asen-
tamiento amurallado de gran tamaño, grande desde sus inicios) demuestran la pre-
sencia estable de fenicios en el área desde al menos el 800 a.C.17 La mención con-
tinua de las fuentes a la importancia del santuario gaditano de Melqart, el Heracles
o Hércules fenicio, ha dirigido la investigación hacia el rol de los templos en el
proceso colonizador (con, de nuevo, el papel de los santuarios griegos como
trasfondo, pero también la importancia de los templos en las economías orienta-
les), revalorando las informaciones textuales sobre formas de presencia inicial or-
ganizada. De hecho, también para Cádiz conservamos relatos fundacionales de
época romana (que se mueven por tanto dentro del mismo fenómeno tardío que
citábamos con anterioridad) que enseguida retomaremos.
17
Para una nueva visión del problema véase Ruiz 1999.
360 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

Ya en la fachada atlántica de África y Europa, se interpretan como pequeños


asentamientos comerciales lugares como Mogador —en el Atlántico marroquí—
(Rouillard 1995) (Fig. 7) o Abul —en el estuario del Tajo18—, que, aunque cons-
tituyen núcleos ciertamente lejanos de los conceptos más comunes de ciudad,
prueban en cualquier caso el establecimiento más o menos regular de gentes fe-
nicias al otro lado del mundo por ellos conocido.

RELATOS FUNDACIONALES Y TRASFONDO HISTÓRICO

Como adelantábamos, las fuentes clásicas recogen diferentes tradiciones sobre


el origen de algunas de estas ciudades fenicias, sobre todo de aquellas que resulta-
ban importantes en época tardía. En su mayor parte se trata de referencias de este
momento avanzado, propias de la erudición helenística. Como decíamos, responden
a la necesidad de darse cumplida noticia del propio origen, y de situar éste dentro de
la tradición culta greco-latina. Por eso abundan como forma básica de situación
temporal las alusiones de estos relatos a hechos de referencia de la tradición griega
(como la guerra de Troya; también las alusiones a las fechas por cómputo de olim-
piadas deben entenderse, al menos parcialmente, dentro de este propósito) y a veces
incluso su situación geográfica se describe y relaciona con las mismas tradiciones.
Existen también algunas menciones eponímicas y explicaciones de base etimoló-
gica, todas habituales en este tipo de fuentes, junto a elementos folclóricos muy ex-

Fig. 7.—Asentamientos atlánticos (Krings 1995: 372-373).

18
En Portugal se vienen hallando testimonios de una presencia e influencia fenicia mayor de la cono-
cida y esperada (Arruda 1999-2000)
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 361

tendidos en los que, de nuevo, la investigación intenta apreciar trazas genuinamente


orientales y rastros de acontecimientos históricos verídicos.

Las tradiciones fundacionales de Cádiz

Como ciudad importante, Cádiz —que fue de hecho la más importante ciudad
del Mediterráneo occidental durante siglos— nos da un buen ejemplo del tipo de
relatos que en época romana pretendían explicar el origen y, en este caso, el
proceso «fundacional», de una urbe fenicia, a la par que integrarla en la nueva koi-
né cultural. Colonos tiriotas habrían fundado Cádiz tras dos intentos fallidos de es-
tablecerse en la costa hispana (uno más al Oriente de su emplazamiento definiti-
vo y otro más a Occidente) con las «columnas de Hércules» como punto
geográfico de referencia y la guerra de Troya como indicación cronológica. Se tra-
ta —tanto si recoge o no ecos de navegaciones históricas y de procesos de asen-
tamiento primitivos— de una típica leyenda de «idoneidad», que reafirmaba et-
nocéntricamente la idea de un grupo humano de hallarse en el mejor de los
lugares posibles. La narración incorpora menciones a sacrificios y oráculos (ellos
habrían sido los que, desfavorables, habrían obligado a los tres intentos canóni-
cos), que por un lado subrayan la idoneidad del lugar por la sanción divina y, por
otro, introducen un motivo helénico en el que muchos han querido ver ecos de tra-
diciones, en cambio, propiamente semíticas. Dada la fama e importancia en la
zona del santuario de Melqart que antes citábamos, parece en efecto necesario
considerar su importancia en los momentos iniciales, recordando de nuevo algu-
na especificidad que no debe ser pasada por alto: aunque se liga al núcleo urbano
de Cádiz, no se hallaba en él (no es posible por tanto asociarlo directamente a un
rito fundacional propiamente urbano), no fue el único santuario primitivo en la
zona (aunque acabara siendo, con creces, el más importante) y no conocemos, en
realidad, ni sus orígenes ni su carácter originario (que su peso y complejidad pos-
terior, y la polivalencia de la figura de Melqart, no hacen evidente).

Cartago y la leyenda de Dido

Aunque hay más referencias fundacionales «fenicias» en los textos clásicos, el


otro caso que no podemos obviar a la hora de estudiar estos relatos o leyendas es
el de Cartago. Las fuentes clásicas recogen la que después se ha convertido (gra-
cias sobre todo a la versión proporcionada por Virgilio en la Eneida) en parte re-
conocida de la tradición literaria occidental: la leyenda de la reina Dido. El rela-
to trasmitido en conjunto por las fuentes tiene como protagonista a Dido/Elisa (se
recogen ambos nombres), de la casa real de Tiro: era hermana del rey Pigmalión
y esposa de su tío, sacerdote de Hércules. Hércules/Heracles es por supuesto
362 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

Melqart, un detalle que da verosimilitud al relato, pero que arrastra también una
descripción endogámica de la corte tiria que, al margen de su más que posible
base histórica, teñía a la genealogía de la reina de una fortísima consideración ne-
gativa a ojos griegos y romanos, que tenían esta consanguinidad como un hecho
propio de bárbaros (y, dicho sea de paso, típico entre fenicios).
El relato encuentra su detonante en una lucha cortesana, de la que Dido logra
escapar con engaños y llevándose riquezas. Se trata de una forma de las fuentes de
recoger y caracterizar el tipo de intrigante gobierno monárquico oriental —y el
modo traicionero de actuar de sus gentes— y de dar a la vez una causa reconoci-
ble en la tradición griega para una empresa colonizadora: la crisis interna y el en-
frentamiento de facciones (causa que ha hecho a su vez que la investigación
moderna, aceptando la base histórica, caracterizara a Cartago de «verdadera»
apoikia; Niemeyer 1995: 261, 263). La huída es también un elemento funda-
mental y un topos narrativo muy extendido en diversas tradiciones folclóricas y
cultas, incluidas las orientales y las greco-latinas. Dido y su grupo huyen a Occi-
dente, según algunas versiones vía Chipre, donde recogen nueva gente de la po-
blación fenicia del lugar, con apoyo sacerdotal. Se llevan especialmente mucha-
chas, raptadas subrepticiamente, destinadas a hacer posible la fundación de una
colonia. Se justifica así la previsión de futuro de la empresa, dando a la vez pro-
tagonismo a la isla de Chipre (¿en un posible eco de los reales movimientos co-
loniales?) y a la clase sacerdotal, protagonismo que por otra parte ya tenía al ini-
cio de la leyenda, pues las fuentes recogen algo que conocemos bien por otros
testimonios, sobre todo epigráficos: la íntima relación de las realezas fenicias con
el sacerdocio; quizás también se recoja de paso un nuevo eco del papel de pala-
cios y templos en los viajes ultramarinos.
Llegados los fenicios a las costas del Norte de África, la población indígena re-
chaza su presencia, pero es burlada por la famosa artimaña de la piel de buey:
Dido, tras arrancar a los locales la mínima concesión de territorio que abarcara el pe-
llejo del animal, corta la piel en tiras y ata éstas formando el amplio perímetro de la
nueva ciudad (que será la acrópolis de Cartago, a cuyo nombre, Byrsa, el relato daba
etimología: en griego, no en púnico, significa «piel de buey»). El motivo folclórico
servirá de nuevo como muestra y confirmación de la traicionera fides punica. Des-
pués, Elisa, ya rica reina del lugar, no consiente en casarse con un rey local, que
amenaza guerra, pero es engañada y obligada a hacerlo por sus propios siervos, a los
que a su vez burla, suicidándose ritualmente (un tipo de inmolación rechazada por el
mundo clásico y atribuida sistemáticamente a fenicios y púnicos). En la versión vir-
giliana, la muerte de la reina acontece tras la visita de Eneas. El episodio, que ve mo-
rir a la reina en la pira, presa primero de la pasión por el tirio y luego de la deses-
peración por su partida, acabará por configurar todo un contrapunto a la propia
historia fundacional romana (Lancelloti 2003; Moscati 1985; Ribichini 1988).
En efecto, esta versión latina del relato parece construirse sobre el negativo de
la propia identidad, caracterizando arquetípicamente al otro en el extremo opues-
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 363

to de la propia perfección: en ésta, se sitúa el varonil antecesor heroico de Roma,


Eneas el guerrero troyano, bien arraigado en lo mejor de la tradición mítica helé-
nica, descendiente de la propia Afrodita; que obtiene el derecho a establecerse en
el Lacio por la noble conquista militar; que funde a sus gentes con los locales (con
el viril rapto de las mujeres sabinas, con su matrimonio —guerra mediante— con
la hija del rey latino) y los integra en su propia historia (mediante el pacto piado-
samente respetado) sin desviarse de su recto destino por debilidades y vicios. En
frente, el pasado cartaginés —que explica su presente inevitablemente subyugado
al destino de Roma— es protagonizado por una mujer criada entre incestos e in-
trigas, que huye en lugar de hacerles frente, tras robos y ardides; que se apodera
de un territorio —al que no tiene derecho y cuyo derecho no adquiere— median-
te el engaño; que no se integra con la población del lugar (las necesarias mujeres
—secuestradas «a la fenicia»— son también inmigrantes, y Dido rechaza el ma-
trimonio con los reyes locales) y que gobierna sujeta a las veleidades de sus
propios vicios, que no es capaz de vencer.
Es en este resultado altamente elaborado en donde debemos intentar apreciar
reflejos de una posible realidad característica de los nuevos emplazamientos fe-
nicios. Los puntuales elementos semíticos del relato19 sirven sobre todo para jus-
tificar estas y otras búsquedas, al revelar, siquiera mínimamente, un trasfondo cul-
tural fenicio. Pero incluso al margen de ellos, la tradición muestra a través de
estos relatos algunos trazos reveladores, como la percepción del mundo fenicio
colonial como altamente jerarquizado: incluso si las realezas orientales no se re-
pitieron en Occidente —en el plano mítico, Dido muere de hecho sin matrimonio
ni descendencia— parece atestiguarse en efecto en los nuevos núcleos (y sobre
todo en Cartago) la existencia de una clase o clases elevadas y de un fuerte poder
oligárquico que, también en los núcleos occidentales, controlaba y unía la articu-
lación y la ideología del poder, las magistraturas y el sacerdocio. También parecen
recoger estos relatos la existencia de una realidad indígena contrapuesta a la co-
lonial, así mismo posible eco de la diferencia de derechos y de la falta de inte-
gración existente en la sociedad de la metrópoli púnica que otras fuentes parecen
confirmarnos (Bondì 1995b) y que quizá fue la existente, también, en otros asen-
tamientos fenicios occidentales.

PARA CONCLUIR

En definitiva, la fundación de ciudades, la creación de nuevos núcleos urba-


nos, se nos aparece como un hecho característico del antiguo pueblo fenicio. Un

19
Por ejemplo la onomástica fenicia —para cuyos personajes se han querido encontrar correlatos his-
tóricos—, el papel del fuego en la inmolación final, o la ya citada ligazón del sacerdocio a la monarquía y
al proceso colonial.
364 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ

hecho que se desarrolla de forma peculiar, compleja y dinámica, no siempre


subyugable a términos y categorías externas, y que da lugar a realidades nuevas,
igualmente ricas, variadas y de necesario estudio específico. A pesar de los fuer-
tes condicionantes documentales, quizá lo que advertimos pueda resultar útil a in-
vestigaciones sobre procesos históricos parecidos con marcos espaciales y tem-
porales diferentes. Quizá lo expuesto pueda servir, si no literalmente de modelo
analógico (dada su alta particularidad, su heterogeneidad intrínseca y su parcial
oscuridad) quizá sí de contrapunto comparativo. Ojalá lo aquí presentado resulte
una transparencia reveladora de elementos, trasfondos o condicionantes similares
(o significativamente diversos), o sirva al menos de ejemplo tanto de dificultades
de investigación comunes como de nuevas posibilidades de estudio.

BIBLIOGRAFÍA
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17
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL
DE ROMA: UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA

Urbano ESPINOSA
Universidad de La Rioja

INTRODUCCIÓN

Roma se incorporó tarde al grupo de pueblos colonizadores mediterráneos


sencillamente porque fue el último entre los grandes sistemas políticos del ciclo
histórico antiguo. Sin embargo, incorporada a la práctica colonial desde la 2ª mi-
tad del siglo IV a.C., ésta le acompañó en su experiencia histórica durante prác-
ticamente medio milenio. Aquí solamente pretendemos exponer los trazos ge-
nerales y las características más descollantes de tal experiencia, que fue
compleja por la enorme cantidad de nuevas ciudades creadas y por la magnitud
del ámbito geográfico afectado. A lo largo de tantos siglos se produjeron, lógi-
camente, cambios en el significado y en los fines de la acción colonial, aunque
también sorprende la persistencia de ciertos rasgos propios del modelo romano.
Contemplaremos las características más importantes de ese modelo, pero no po-
demos abordar aspectos especializados como el urbanismo y la tipología urba-
na, las técnicas edilicias, los ritos de fundación, la historia agraria, las institu-
ciones y sociedades coloniales, etc. Esas cuestiones rebasan ampliamente el
marco de la presente síntesis.
La información disponible en las fuentes literarias sobre aspectos específicos
de cada fundación, es escasa y dispersa; sin embargo, ha sobrevivido un bloque de
tratados técnicos de los antiguos agrimensores, que permite aproximaciones muy
precisas a los procedimientos de puesta en marcha de una colonia. Disponemos
también de amplia información de carácter epigráfico o arqueológico y, sobre
todo, tenemos a nuestra disposición la magnífica huella de las antiguas divisiones
de tierra que todavía hoy persisten en parcelarios rústicos de numerosas regiones
en Italia, Francia, Península Ibérica, Norte de África y otros puntos. En esa legi-
bilidad del paisaje agrario se ha apoyado buena parte de la investigación moder-
na sobre catastros romanos.

369
370 URBANO ESPINOSA

Con carácter general entendemos por colonia una solución colectiva y públi-
ca para ocupar y explotar establemente nuevos territorios, sean éstos adquiridos
por conquista o por cualquier otro medio; las colonias son hitos de procesos ex-
pansionistas, con frecuencia asociables a conflictos internos de la metrópolis en
relación con el acceso a la propiedad de la tierra. Fundar una colonia es organizar
la vida de una nueva comunidad sobre un territorio nuevo (o ampliado), presidido
por un núcleo urbano también nuevo (o renovado). En toda colonia aparecen
dos componentes indisociables: urbs y ager, núcleo urbano y su territorio, traba-
dos ambos por fuertes interdependencias. El centro neurálgico es un enclave
amurallado, cuyo lenguaje entienden bien las poblaciones autóctonas del entorno:
afirma el poder de la nueva comunidad frente a eventuales enemigos y materiali-
za formas de vida según modelos trasplantados.

REPÚBLICA PATRICIO-PLEBEYA Y PRIMERAS COLONIAS

Roma había sido testigo de la creación de diversas ciudades en sus cercanías.


Tenía tras sí las experiencias del mundo etrusco, la colonización griega en el me-
diodía itálico y especialmente en la no lejana Campania1, pero sobre todo, por ser
miembro de la Liga Latina (nomen Latinum), poseía conocimiento directo de las
ciudades fundadas por esa confederación durante los siglos V y IV a.C., y en las
que Roma pudo participar como un miembro más.
Parece que la adquisición de tierra (ager) por Roma en el siglo V a.C. y pri-
mera mitad del siguiente no condujo a la creación de colonias propias; sólo pudo
protagonizar actos fundacionales soberanos tras imponerse a la Liga Latina y di-
solverla el año 338 a.C.; los latinos se integraron entonces en la ciudadanía ro-
mana, convirtiendo a Roma en una comunidad política potente y capaz de ase-
gurar la hegemonía en el entorno centroitálico 2 . Es significativo que
inmediatamente después de desaparecer la confederación latina se lleven a cabo
las primeras acciones coloniales, como Antium y otras3. Por tanto, el 338 marca
en Roma el inicio de la iniciativa colonial como acto soberano de la República al
servicio de una política territorial.
Pero es preciso exponer, siquiera brevemente, las claves internas socioeco-
nómicas y políticas que llevaron a Roma, primero, a ganar la hegemonía en Italia
central y, luego, a convertir ésta en plataforma para un ulterior expansionismo. La
Republica nació marcada por un grave conflicto entre patricios y plebeyos, debi-
do a las exigencias de los segundos por alcanzar la igualdad de derechos políticos
1
Puntos críticos de partida sobre los movimientos coloniales clásicos en el Mediterráneo antiguo se han
tratado en Ancient Colonizations (Hurst y Owen 2005), con aportaciones de autores como S. Owen, A.
Snodgrass, N. Terrenato, C. Antonaccio o N. Purcell.
2
Para el marco histórico general véase Roldán (1981: 96 ss.) y Clemente (1990: 26-29).
3
Ver Tabla 1 de fundaciones republicanas hasta el 177 a.C.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 371

y civiles, por resolver el crónico problema de las deudas y por acceder a la pro-
piedad de la tierra (Alföldy 1987: 31 ss.; Cassola 1988: 451-481; Gabba 1990b: 7-
17). No procede detenernos aquí en las etapas del conflicto y nos limitamos a se-
ñalar que cada una de ellas se saldó con concesiones patricias a los plebeyos y que
tras cada nuevo pacto estamental Roma potenciaba su capacidad para resolver a
su favor la amenaza externa. Punto fundamental del conflicto fue la fase de re-
formas que culminó el año 367 a.C. con las llamadas leges Liciniae Sextiae. En el
plano de los derechos políticos los plebeyos accedieron a la suprema magistratu-
ra (consulado), en lo económico se dio solución a la cuestión de las deudas y, lo
que tendría enormes consecuencias, se decidió que nadie pudiera disponer de más
de 500 iugera de las tierras consideradas ager publicus4. El gran pacto entre los
dos estamentos condujo a un estado muy cohesionado con órganos de gobierno
especializados y complejos, la actuación colegiada de patricios y plebeyos en las
magistraturas potenció una fuerte conciencia social de unidad política y, de cara al
exterior, el estado ganó un enorme potencial. Por eso, en los decenios siguientes
a las leges Liciniae Sextiae, Roma resolvió favorablemente sus conflictos con ciu-
dades etruscas y con otros pueblos, se impuso sobre el nomen Latinum y estable-
ció sólidos pactos con Capua y con otras ricas ciudades del importante foco eco-
nómico de Campania. Su hegemonía en Italia central quedó asegurada y así
quedó constituida la plataforma del futuro expansionismo hacia el resto de la Pe-
nínsula Itálica.
La solución al conflicto por el acceso a la propiedad había unido los intereses
de patricios y de plebeyos en torno a la ampliación territorial, pues fundamentó una
común aspiración a incrementar el ager publicus (Alfödy 1987: 47 ss.). Política
agraria y política exterior iban a caminar juntas en adelante. La plebe se sabía fuer-
te por su pertenencia a la classis (ejército) y se opuso al monopolio patricio sobre
las tierras anexionadas, exigiendo participar en el botín. Todo territorio tomado a
pueblos extranjeros quedaba calificado como ager publicus Populi Romani, cuyo
usufructo regularon las leyes del 367 a.C. A partir de ellas se fueron haciendo en-
tregas individuales de tierra a privados, pero lo que tuvo mayor trascendencia es
que en muchos casos esa entrega se organizó de modo colectivo mediante la cre-
ación de colonias. Las primeras surgieron a partir del 338 a.C., tan pronto como
Roma se liberó el 338 del obligado poder de la Liga Latina, bajo el cual había te-
nido que actuar hasta entonces. Las colonias satisficieron a los dos estamentos en
conflicto: a las plebes sin tierra, porque accedían a la propiedad, y a la nobilitas,
porque la expansión territorial evitaba repartir la gran propiedad previamente
constituida; se mantenía el viejo latifundismo al tiempo que se repartían tierras
para consolidar una capa social de pequeños propietarios ciudadanos.

4
Ulteriores pasos de finales del siglo IV, reconociendo derechos a los plebeyos y la lex Hortensia del
año 287 a.C. por la cual las decisiones de las asambleas plebeyas vinculaban también a los patricios, com-
pletaron el recorrido histórico de las reivindicaciones plebeyas.
372 URBANO ESPINOSA

COLONIAS ROMANAS, COLONIAS LATINAS

Desde el año 338 hasta el siglo II a.C. las fundaciones de la República conso-
lidan el dominio de Roma sobre Italia y contribuyen a la homogeneización de la
península en el sentido romano. Hubo dos categorías de fundaciones: colonias de
derecho romano y colonias de derecho latino. Las primeras fueron minoría, en una
proporción de uno a tres, hasta la guerra anibálica (218-202 a.C.); durante el siglo
II se invierten los términos y son más numerosas las colonias de derecho romano
(ver Tabla 1).

TABLA 1
Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En
cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos.
Nombre Año
Ostia ca. 338
Antium ca. 338
Signia ca. 338
Norba ca. 338
Ardea ca. 338
Circei ca. 338
Setia ca. 338
Sutrium ca. 338
Nepete ca. 338
Cales ca. 338
Terracina 329
Fregellae 328
Luceria 314
Suessa 313
Pontiae 313
Saticula 313
Interamna 312
Sora 303
Alba 303
Marnia 299
Carseoli 298
Minturnae 296
Sinuessa 296
Venusia 291
Hadria ca. 289
¿Castrum Novum (Picena) 289
Sena Gallica 283
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 373
TABLA 1 (Continuación)
Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En
cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos.

Nombre Año
Paestum 273
Cosa 273
Ariminum 268
Beneventum 268
Pyrgi ca. 264
Castrum Novum (Etruria) 264
Firmum 264
Aesernia 263
Alsium 247
Fregenae 245
Briundisium ca. 244
Spoletium 241
Placentia 218
Cremona 218
Puteoli 191
Volturnum 194
Liternum 194
Salernum 194
Buxentum 194
Sipontum 194
Croton 194
Templa 194
Copia 193
Vibo 192
Bolonia 189
Potentia 184
Pisaurum 184
Parma 183
Mutina 183
Saturnia 183
Graviscae 181
Aquileia 181
Luca 180
Luna 177

Una colonia de ciudadanos romanos se implantaba en territorio estatal, en-


tendiendo por ello el territorio histórico de Roma y el de aquellos pueblos que se
374 URBANO ESPINOSA

iban integrando en la comunidad política dirigida por la ciudad del Tíber; por
ejemplo, los latinos, los oppida civium Romanorum, las civitates sine suffragio y
otros territorios que Roma adquiere y administra directamente. Ello constituía el
ager Romanus, un espacio de perfil geográfico mutante y creciente a lo largo del
tiempo. En las deducciones de colonias romanas y en las entregas individuales (vi-
ritim) de tierra, la plena propietas sobre la parcela recibida comportaba la auto-
mática inscripción de los nuevos propietarios en una de las categorías censitarias
de Roma con su correspondiente ubicación en el nivel político que por renta le co-
rrespondiera. Por eso, para evitar el acceso repentino de ciudadanos a los niveles
superiores de la escala censal, las colonias de ciudadanos romanos sólo asignaron
lotes iguales y modestos de tierra a los nuevos colonos, entre 5 y 10 iugera5; no
debían alterar la estructura existente de la gran propiedad ni el orden político aso-
ciado a ella; además de ser pocas en número hasta comienzos del siglo II, estas co-
lonias recibieron pocos cientos de nuevos colonos cada una. Éstos no servían en
unidades militares autónomas, sino en el esquema legionario general, por lo que
no necesitaban de una jerarquización timocrática interna en el seno de la colonia,
y de ahí la igualación de lotes (Pasquinucci 1985: 21). Las colonias romanas se
orientaron sobre todo a resolver el problema social de acceso a la propiedad.
Las primeras experiencias de colonias con ciudadanos romanos estuvieron li-
mitadas al entorno del Latium en una proyección de Roma hacia el sur; tuvieron la
importancia de sentar las primeras bases del modelo de acción colonial que luego
se extendería por el resto de Italia6. Entre las creaciones más antiguas (a partir del
338 a.C.), hay que destacar aquellas que se asentaron a lo largo de la costa,
como Ostia, Ardea, Antium, Circei, Tarracina y otras, conocidas como coloniae
maritimae. Por el sur, la consolidación del dominio de Roma sobre el conglome-
rado de pueblos samnitas llevó a las fundaciones de Suessa y Minturnae con
ciudadanos romanos el 296 a.C. Hacia el Noroeste se aseguró el territorio de Etru-
ria con Pyrgi y Castrum Novum. Hacia el norte, sobre la costa adriática, se creó la
colonia, también con ciudadanos romanos, de Sena Gallica (283), punto de partida
pocos años después para la conquista de la peligrosa Galia Cisalpina cuando un
poco más al norte se fundó Ariminum (Rímini) el año 268.
Hasta aquí hemos hecho hincapié principalmente en las colonias de ciudadanos
romanos, pero tuvo mayor trascendencia la fundación de colonias latinas para la ex-
tensión del dominio romano sobre Italia. Por ejemplo, en la proyección hacia el sur
fueron fundamentales las colonias latinas de Fregellae (328), Luceria (314), Venu-
sia (291), Paestum (273), Beneventum (268), o Brundisium (ca. 264), entre otras7.
Ya hemos indicado que dos tercios de las colonias creadas hasta la guerra contra

5
Un iugerum = 2.523 m2 aproximadamente.
6
Esa perspectiva, por ejemplo, verla en MacKendrick (1956: 126-133). El urbanismo romano como ex-
presión material de estructuras sociopolíticas vivas, véase en Clavel y Lévêque (1971).
7
Ver Tabla 1 con listado de colonias hasta el 177 a.C.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 375

Aníbal fueron de este tipo y se implantaron en medio de comunidades externas al


propio estado romano con las que éste mantenía relaciones de sometimiento (dedi-
ticii, peregrini). Una colonia de derecho latino era incompatible con el ager Ro-
manus; tampoco podía implantarse allá donde mediaba pacto o alianza (socii Itali-
ci), salvo que así se acordase previamente, porque el foedus reconocía al aliado el
pleno dominio sobre su propio territorio8. Las colonias latinas ocupaban territorio
conquistado, botín del estado (ager publicus), cuya propiedad éste podía transferir
a privados (adsignatio); en la medida en que se asentaban entre comunidades ex-
tranjeras materializaban un estado territorialmente discontinuo.
Las colonias latinas, organizadas como comunidades políticas (res publicae)
autónomas, poseían un cuerpo social jerarquizado en tres niveles timocráticos que
expresaban privilegios y deberes tanto en el plano del autogobierno como en el de
las responsabilidades frente a Roma. Por eso en ellas no se dio una igual adsig-
natio de tierra a todos los colonos, sino que se establecieron tres niveles de pro-
piedad. Las colonias latinas tenían que aportar unidades militares propias al ejér-
cito romano y de ahí el gran número de colonos con los que se fundaban, varios
miles de ellos. Por lo demás, los ciudadanos de derecho latino de estas fundacio-
nes estaban igualados a los romanos en los diferentes ámbitos del derecho civil;
disfrutaban de sus bienes con plena proprietas, podían contratar y comerciar li-
bremente con ciudadanos romanos (ius commercii), los matrimonios mixtos eran
plenamente legales (ius connubii); solamente estaban impedidos de participar
en las asambleas de Roma y en sus magistraturas (ius publicum).
No se podrían comprender los sólidos lazos con los que las diversas regiones
itálicas fueron trabándose a lo largo del tiempo bajo el estado romano sin el poten-
te desarrollo de las colonias latinas. Han dejado una profunda huella en el paisaje
urbano y en el rural de Italia y de modo especial en las áreas septentrionales. Leales
representantes de los intereses de Roma, fueron potentes agentes en la transforma-
ción cultural de Italia, activas células de unificación política, primeros focos de la-
tinización y de extensión de las formas culturales romanas. Fueron concebidas las
colonias latinas como centros estratégicos y por ello su aparición se fue produciendo
en paralelo con las fases de expansión del dominio de Roma sobre Italia9.

EL GRAN LABORATORIO COLONIAL DE LA ITALIA


SEPTENTRIONAL
Desde comienzos del siglo III a.C. Roma abordó la progresiva conquista de la
Galia Cisalpina10. Los episodios de guerra fueron durísimos y a veces comporta-
8
Sobre el sistema de alianzas de Roma con los pueblos itálicos véase Laffi (1990: 285 ss.)
9
El significativo papel de las colonias latinas ha sido resaltado por Salmon (1985: 13 ss.) y por Pas-
quinucci (1985: 20 ss.)
10
El proceso histórico en Bandelli (1988: 520-525); y específicamente para la Cisalpina, en Gabba
(1990a: 69-77).
376 URBANO ESPINOSA

ron el extermino total del adversario; aquí Roma no luchaba, como en la Italia
central y meridional, por imponer un sistema de hegemonía, sino por la supervi-
vencia frente a las constantes amenazas de los pueblos galos. Por eso se entiende
que la Cisalpina, región con extensísimas tierras fértiles, terminara por ser un es-
pacio donde la acción colonizadora de Roma se llevó a cabo con gran intensidad
hasta alcanzar su expresión más acabada.
Para protegerse de los ataques de las tribus galas, a los que había estado so-
metida Roma desde el siglo IV, se dio en el siglo III un primer salto hacia el Pice-
no en la costa del Adriático, punto de contacto con aquellas tribus; el 283 se fun-
dó Sena Gallica y el 264 Firmum, la primera de derecho romano y la segunda
latino. Pero lo que marcó las intenciones romanas de progresar hacia el norte fue
la creación de Ariminum (Rimini) el 268 (Bandelli 1988: 520-525)11, convertida
desde el principio en formidable cabeza de puente. Hasta esa ciudad se prolongó
el 220 la via Flaminia. La victoria romana sobre los Insubres en el Po medio po-
sibilitó en 218 las fundaciones de Placentia (Piacenza) y Cremona en la misma lí-
nea del río; en cada una se asentaron 6.000 colonos, de los que 200 eran equites y
5800 pedites; es decir, el potencial humano de una legión por colonia (Polibio III,
40: 4; Gabba 1990a: 70 ss.); la apuesta estratégica era clara.
Justamente el mismo año de la creación de Placentia y de Cremona se produjo
la irrupción de Aníbal en Italia, abriendo una fase de alteraciones graves durante el
tiempo que duró la guerra (218-202); las dos colonias resistieron, pero se produjo la
general desafección a Roma de las poblaciones galas recientemente sometidas. El fi-
nal de la guerra anibálica obligaría a Roma a recuperar muchas de las viejas alian-
zas itálicas, y a emprender de nuevo la conquista de la Cisalpina; su control se con-
virtió entonces en una acción prioritaria del estado, abriendo uno de los procesos
históricos de colonización más intensos que se conocen. Lo que en el siglo III se ha-
bía iniciado como estrategia de defensa, mutó en el siguiente a un plan sistemático
de explotación económica de las ricas tierras de la Cisalpina; colonos romanos, la-
tinos e itálicos las preferían a las más secas y pobres del centro y del mediodía itá-
licos. Por su parte, las capas aristocráticas pronto se interesaron también por la zona
y adquirieron amplios predios en los que realizaron fuertes inversiones de cara a una
agricultura a gran escala y de capitalización; a partir del siglo I a.C. es ya evidente
la fuerte comercialización de productos agrarios cisalpinos.
En las inmensas y fértiles llanuras de la cuenca del Po se llevó a cabo un plan
sistemático de fundación de colonias y de red de comunicaciones a una escala que
carecía de precedentes (Chevallier 1983: 19). Piacenza, que había sido destruida
el año 200 por tribus galas, fue reconstruida el 197 con nuevos contingentes, en el
190 esta misma ciudad y Cremona recibieron un supplementum de otras 6.000 fa-
milias, asegurando así el control romano sobre el Po (Livio: XXXVII, 46:10). El
año 187 se unieron Ariminum y Piacenza mediante la via Emilia; su trazado en
11
Para una bibliografía sobre las ciudades romanas de Italia véase Chevallier (1974: 693-698).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 377

gran parte rectilíneo durante decenas y decenas de kilómetros ha dejado en el pai-


saje regional un tajo radical. A mitad de camino entre sus extremos se había
creado Bolonia dos años antes (189). El largo eje de la via Emilia terminó por lle-
narse de asentamientos coloniales y de centuriaciones (Chevallier 1983: Láms. V-
XI)12, entre ellos los de Parma y Mutina (Módena) el 183 a.C. Aquileia es funda-
ción del 181, marcando también el punto de partida para el control definitivo de la
Transpadana oriental (Bandelli 1990: 225 ss.). Se estima que a lo largo del siglo II
a.C. se asentaron unos 100.000 colonos en nuevas ciudades de la Cisalpina (Gab-
ba 1990a: 74), cifra a la que ha de añadirse la colonización privada (viritim). Ello
explica la rápida romanización de la zona, así como el alto desarrollo de técnicas
y sistemas de explotación agrícola. El año 147 se construyó la via Postumia, que
atravesaba el Valle del Po desde Aquileia hasta Génova, contribuyendo a integrar
definitivamente el norte bajo el concepto unitario de Italia (Gabba 1983a: 24,
1985: 265 ss., 1990a: 73 s.).
Es sorprendente en qué alto grado llegó a producirse una general modificación
del paisaje de la zona por la total imposición de la geometría agrimensural, así
como también sorprende la extrema racionalidad en la planificación de los traza-
dos urbanos y de las centuriaciones. Por ejemplo, todo el territorio a uno y otro
lado de la via Emilia terminó por ser dividido en lotes y asignado a colonos
(Fig. 1). El paisaje de amplias extensiones quedó completamente transformado y
los efectos de la acción colonizadora han dejado su huella en el paisaje de Norte
de Italia hasta nuestros días13. El ingente trabajo de organización catastral que se
desarrolló en la Cisalpina llevó a la formulación clásica y más elevada del sistema
de centuriación y al desarrollo de la técnica agrimensural. La región fue el campo
de experiencias donde Roma obtuvo su definitivo modelo de gestión colonial del
territorio; con razón se ha dicho que Italia ha constituido un auténtico laboratorio
para crear modelos de colonización que luego se aplicarían también en territorios
provinciales Chouquer y Favory (1991: 91 ss.) y que finalmente han prolongado
su influencia hasta tiempos modernos.
En la Cisalpina se llevó a cabo un plan integral de ordenación territorial. To-
davía la actual red urbana de la zona es básicamente la de época republicana. La
cuenca meridional del Po se colonizó principalmente mediante fundación de co-
lonias, mientras que en una primera fase las tierras de la ribera opuesta se ocupa-
ban por colonos de modo espontáneo e individual. En la primera mitad del siglo II
a.C. se colonizaron primero las tierras medias e inferiores del valle del Po, para
completarse en la segunda mitad de la centuria la explotación de tierras al occi-
dente de Placentia (Pasquinucci 1985: 22).

12
Para una aproximación metrológica a los nuevos asentamientos véase Conventi (2004: 54 ss.).
13
Con carácter general, véanse los siguientes trabajos: Cadastres et espace rural (VV.AA. 1983);
Chouquer et al. (1982: 847-882) y Chouquer y Favory (1991). Son importantes también Tozzi (1974) y, es-
pecialmente, Chevallier (1983).
378 URBANO ESPINOSA

Fig. 1.—Asentamientos urbanos y centuriaciones en la Vía Emilia (Chevallier 1983: Lám. X).

Desde otro punto de vista, el proceso supuso la práctica erradicación de las


culturas de las comunidades galas autóctonas. La investigación moderna se ha
centrado mucho en la perspectiva romana del hecho colonial, pero muy poco en
este último aspecto14. Las guerras del siglo III y del primer decenio del siglo II en
la Cispadana comportaron en unos casos el exterminio de varias comunidades, en
otros su expulsión del territorio y en otros la reducción a zonas marginales menos
fértiles donde pudieron sobrevivir como mano de obra al servicio de las haciendas
romanas. El programa de Roma de colonizar intensivamente la Cisalpina era
también un programa de marginalización de la población autóctona. En la Trans-
padana la conquista fue algo más tardía y con menor grado de violencia que en la
Cispadana, por lo que los pactos permitieron un mayor grado de supervivencia de

14
El trasfondo indígena sobre el que actuó el proceso colonizador en la Cisalpina ha sido tratado por
Chevallier (1983: 177 ss.) y por Bandelli (1990: 251-255). Sobre colonización y romanización de la Ci-
salpina, véase Gabba (1990a: 73-77).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 379

las formas autóctonas de vida hasta bien entrado el siglo I a.C.15. La población au-
tóctona fue rarificándose en la Cisalpina al mismo ritmo que crecía la población
colonial de romanos e itálicos; finalmente, los elementos supervivientes termi-
naron por difuminarse dentro de los modelos romanos implantados, en algunos
casos incluso formando parte del nivel censitario inferior en las propias colonias
latinas.

UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA

Hasta aquí hemos realizado un recorrido muy rápido por la historia de la co-
lonización de la República romana en Italia hasta situarnos en el último cuarto del
siglo II a.C. Al habernos centrado en el tema, podría desprenderse la idea de que
las colonias y la fuerza militar fueron los medios utilizados por Roma para man-
tener el control sobre sus crecientes dominios itálicos y, efectivamente, fueron
fundamentales, sin duda, pero no los únicos ni, probablemente, tampoco los más
importantes. Es más, si Roma dispuso en Italia, entre el siglo IV y principios del II
a.C., de superior eficacia militar frente a otras comunidades y de amplia capacidad
para imponer colonias, fue porque generación a generación su poder se acrecen-
taba gracias a una formidable política de integración jurídica, de alianzas y de
acuerdos con los pueblos itálicos. Nos aproximaremos mejor a la realidad histó-
rica si vemos a Roma durante la plena República como una comunidad política y
un estado territorial que crece y se consolida porque, en primer lugar, integra cada
vez a más gentes y, sólo en segundo plano, porque conquista. De hecho, su fuer-
za militar emanaba de la cohesión política interna y de la amplia red de sus
alianzas; así pudo resolver Roma a su favor expedientes bélicos tan difíciles
como los sostenidos contra los Samnitas, las tribus galas, los cartagineses y otros
muchos. Primero fue la solidez objetiva del estado (integración y pacto), después
la eficacia militar.
Por ejemplo, vemos que el territorio propiamente estatal (ager Romanus)
ampliaba constantemente sus fronteras principalmente porque muchos pueblos itá-
licos se iban integrando en el derecho ciudadano de Roma bajo diferentes fór-
mulas (oppida o municipia civium Romanorum, civitates sine suffragio, etc.); el
resto de los pueblos itálicos, la mayor parte, eran comunidades autónomas vin-
culadas a Roma mediante pacto (socii). De la solidez de esa red nos habla su res-
puesta al formidable reto que supuso la expedición de Aníbal a Italia el 218
a.C.; algunos de los aliados hicieron defección, pero la mayoría se mantuvo leal,
frustrando de ese modo las previsiones del caudillo cartaginés.
Si el estado republicano era una realidad mutante en cada momento, también
15
Sobre estas cuestiones ver Clavel-Lévêque (1986: 9-37), una síntesis en Gabba (1990a: 74 ss.), y un
estudio específico sobre la Transpadana en Cassola (1991: 17-44).
380 URBANO ESPINOSA

lo eran los individuos en que aquel se encarnaba. Por eso, el hecho mismo de la
colonización y sus beneficios fue algo compartido por un cuerpo ciudadano que
crecía a causa de la política de pactos y de integración jurídica. Romanos e itáli-
cos con ciudadanía romana fueron enviados a fundar las colonias de derecho ro-
mano; itálicos que accedían al primer escalón del privilegio jurídico, el derecho
latino, nutrían el censo de las colonias latinas. Hasta el siglo II a.C. fueron las po-
blaciones centroitálicas las que aportaron los mayores contingentes humanos a la
colonización, tanto la individual como la colectiva. También en el fenómeno
colonial republicano, y no sólo en el hecho militar, emerge la realidad política de
las soluciones pactadas por Roma a escala itálica.
Si observamos la geografía histórica de Italia hasta el siglo II a.C. veremos
que, ciertamente, las ciudades de nueva planta determinaron por completo el
paisaje en algunas zonas de la Emilia y de la Padana central, pero en el resto de
las regiones las ciudades creadas ex novo, con ser muchas, representaron una cla-
ra minoría frente a los núcleos preexistentes, sin que eso reste valor a la trascen-
dencia histórica de las colonias. Simplemente queremos resaltar que las colonias,
con jugar un papel importante en la expansión territorial de Roma, fueron sólo
uno de los varios instrumentos utilizados para integrar territorios bajo un único or-
denamiento estatal.
Hasta el siglo II a.C. colonización colectiva y creación de ciudades son hechos
asociados; durante el siglo I a.C. el asentamiento de colonos en Italia fue masivo,
pero se llevó a cabo principalmente en ciudades ya existentes (coloniales o no) y
en pocos casos condujo a la creación de otras nuevas, contribuyendo así a consa-
grar el dominio numérico de los viejos núcleos respecto a los de nueva creación.

DE LOS GRACO A AUGUSTO: NUEVOS VECTORES


DE LA COLONIZACIÓN

Hacia mediados del siglo II a.C. parece producirse una cierta pausa en el pro-
ceso colonizador de Italia, coinciendo en el tiempo con las grandes etapas de con-
quista en el Occidente, en el norte de África y en el oriente helenístico. Era la fase
de pleno imperialismo de la República, quien tuvo que desplegarse simultánea-
mente por múltiples frentes, muy distantes entre sí, y movilizar enormes contin-
gentes militares y recursos económicos16. La expansión mediterránea erosionó
gravemente la posición de los pequeños y medianos propietarios de Italia, tanto
ciudadanos romanos o latinos como aliados. Tuvieron que soportar el peso de
campañas cada vez más prolongadas, la conquista drenó hacia la sociedad roma-
na gigantescas cantidades de esclavos que, ubicados en las grandes haciendas y ta-

16
Referencia básica que relaciona imperialismo romano y urbanismo, en Homo (1971); actualización
de cuestiones sobre el imperialismo, Gabba (1990c: 189 ss.).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 381

lleres, provocaron la ruina de los pequeños y medianos propietarios libres; el en-


deudamiento crónico de éstos aceleró el proceso de concentración de la tierra en
manos de la nobilitas, Roma se llenó de ciudadanos desposeídos que demandaban
soluciones y los socios itálicos comenzaron a reclamar el acceso a la ciudadanía.

La colonización en Italia bajo la crisis de la República

Bajo esas nuevas coordenadas surgen los proyectos reformadores de los her-
manos Tiberio Graco (133-132) y Cayo Graco (123-122), actuando bajo su con-
dición de tribunos de la plebe. La lex Sempronia del primero pretendía, ampa-
rándose en otra anterior por la que nadie podía poseer más de 500 iugera,
expropiar cuanto suelo excediera de dicha cantidad recuperándolo para el ager pu-
blicus y entregándolo en parcelas de unos 30 iugera a quienes carecieran de pro-
piedad. Los grandes possessores quedaban así en el punto de mira de la ley. Por
eso, la reforma agraria de Tiberio Graco marcó el principio de la gran inestabili-
dad que caracterizó a la última etapa de la República, pues volvía a situar en el
centro de la vida política la cuestión del acceso a la propiedad, una cuestión que se
mantendría en el primer plano durante todo el siglo I a.C. Mientras el Senado pre-
tendía que la colonización se dirigiera a tierras disponibles en la Cisalpina, Tibe-
rio Graco miraba más bien al centro y al sur de Italia, donde grandes hacendados
habían ampliado durante el siglo II a.C. sus dominios con la apropiación ilegal de
ager publicus. Fue total la oposición de la aristocracia, quien consiguió provocar
el asesinato de Tiberio. Ello no paralizó la comisión creada para aplicar la refor-
ma, pues desarrolló un intenso trabajo jurídico y agrimensural a lo largo de varios
años, aunque con resultados desiguales.
Diez años después accedió al tribunado de la plebe Cayo Graco (123-122)
a.C.), hermano de Tiberio, quien promulgó una nueva ley agraria como parte de
un complejo programa de modernización del estado republicano. A diferencia de
la ley de Tiberio, que contemplaba sólo la entrega individual de parcelas, la de
Cayo preveía además la entrega colectiva mediante la fundación de colonias; y no
se limitaba a Italia, sino que incluía también el ager publicus de las provincias.
Cayo Graco planificó numerosos asentamientos nuevos en Italia, así como el de
Iunonia sobre el solar de la antigua Cartago, que no llegaron a ser realidad ya que
Graco murió de modo violento y prematuro, y en los años posteriores se fue
desmontando gran parte de su obra legislativa, incluyendo la reforma agraria y los
trabajos de la comisión agraria (entre otros muchos, resaltar a Alföldy 1987: 94
ss.; Beard y Crawford 1989; Pina 1999).
En el periodo que va de los Graco a Mario se abordó la colonización de la Pa-
dana Occidental, actual Piamonte, donde había tierras cuya disponibilidad no
afectaba a los grandes latifundios. Allí se llevaron a cabo la fundación de Derto-
na (Tortona) en una fecha indeterminada entre el 122 y el 109, y la de Eporedia
382 URBANO ESPINOSA

hacia el año 100 (Bandelli 1990: 256 y nota 35; Gabba 1983b: 210 ss.; Salmon
1969: 121 ss.).
Los cambios que se produjeron en el reclutamiento legionario a partir de
Mario (107 a.C.) terminaron por introducir en el siglo I una nueva a importante
variable: en adelante la mayoría de los nuevos colonos serían militares licencia-
dos. La reforma de los hermanos Graco buscaba potenciar una sólida capa de ciu-
dadanos propietarios, disponibles para las crecientes necesidades del estado, pero
el fracaso de aquella hizo insostenible a finales del siglo II a.C. el sistema repu-
blicano de milicia ciudadana. Cuando Mario, a partir del 107, comenzó el enro-
lamiento de ciudadanos sin propiedad (proletarii) sostenidos por el estado, em-
pezaron también a invertirse los términos de la relación propiedad-milicia. En la
solución de los Graco había que disponer de propietarios para tener ejército;
ahora sólo era necesario disponer de desheredados, y la crisis proporcionaba
más que suficientes, a los cuales se haría propietarios tras varios años de enrola-
miento militar. De ese modo durante el siglo I a.C. pasó por el ejército la solución
a la histórica demanda de tierras; la profesionalización de la milicia tuvo enormes
consecuencias, entre otras la vinculación de las tropas a sus jefes para arrancar a
la asamblea y al Senado las ventajas y recompensas establecidas. Por eso, este si-
glo, es el de los grandes poderes personales y dictaduras militares, en una impa-
rable inercia hacia las guerras civiles que concluyeron con la implantación de la
monarquía imperial de Augusto. Por lo que a nuestro tema respecta, señalaremos
simplemente tres aspectos: primero, que la mayoría de los repartos de tierras re-
alizados en esa centuria lo fueron a militares, tanto en Italia como a partir de Cé-
sar también en provincias; segundo, que el hecho colonial se incardina en la lucha
de facciones del final de la República; y tercero, que ya no actúan como respon-
sables de organizar una colonia magistrados electos, sino legados de los grandes
líderes con poder militar (cum imperio).
A partir del año 89 a.C. los aliados itálicos, tras una rebelión generalizada, ad-
quirieron la ciudadanía romana, se organizaron en municipios y sus propiedades
quedaron amparadas por el derecho quiritario (Sherwin-White 1996). Al mismo
tiempo la lex Pompeia privilegiaba a las comunidades de la Transpadana con el
ius Latii; en esta región se dieron los primeros casos de ciudades autóctonas que
fueron elevadas al rango de colonia, sin que ello implicara llegada de colonos ni
delimitación del territorio en lotes; simplemente la población indígena y romano-
itálica de la zona mantenían sus parcelas anteriores (Pasquinucci 1985: 22). Esa
creación honorífica de colonias serviría de precedente para otros casos posteriores.
Tras la general integración jurídica de los itálicos en el estado romano, una
densa red urbana (colonias y municipios) cubría prácticamente toda Italia (Gross
1990: 831-855), con excepción de algunas áreas poco pobladas en el noroeste,
donde se crearían con veteranos en época augustea algunas ciudades nuevas
como Augusta Taurinorum (Turín) y Augusta Praetoria Salassorum (Aosta) (Kep-
pie 1983: 205). Salvo esas excepciones, los enormes contingentes de veteranos
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 383

que recibieron lotes de tierra en Italia entre Sila y Augusto no se asentaron en nue-
vas ciudades, sino que reforzaron las colonias donde había lotes por asignar, re-
poblaron municipios con disponibilidad de suelo público y ocuparon cualquier es-
pacio disponible y productivo. Otro destino de los colonos fueron las tierras
confiscadas a los enemigos políticos en el contexto de las guerras civiles. El
proceso llevó a una extrema explotación agraria de Italia y al desarrollo potentí-
simo del urbanismo.
Veamos rápidamente un resumen cuantitativo. Se estima en 12.000 los vete-
ranos asentados por Sila, principalmente en Etruria y en Campania. Sólo César ha-
bría asentado unos 50.000 veteranos y ciudadanos desposeídos en Campania,
Lacio, Etruria y el Piceno. El segundo triunvirato colocaría otros 170.000 exmi-
litares en tierras confiscadas a miembros de la aristocracia senatorial y ecuestre y
a 18 ciudades de Italia (Keppie 1983: 57 ss.). En estos casos procedería hablar de
cambio en la titularidad de las parcelas más que de colonización. En el 36 a.C.
Octavio instaló a unos 20.000 veteranos en Campania, Galia y Sicilia. Desde la
victoria sobre Antonio en Actium (31 a.C.) hasta el final de su reinado, ya como
Augusto, llevaría a cabo unas 300.000 asignaciones en Italia y en provincias;
como decíamos, no siempre implicaron fundación de nuevos núcleos urbanos,
sino reforzamiento de los existentes17. Aunque bajo los sucesores de Augusto con-
tinuaron las fundaciones coloniales, las acciones de época cesariana y augustea
forman el último bloque de asignación de lotes de tierra a gran escala.

Colonias en suelo provincial hasta Augusto

En los territorios extraitálicos organizados como provinciae, la mayor parte


del suelo era considerado ager provincialis, propiedad del Senado y del Pueblo
Romanos, excepto el de las pocas comunidades reconocidas soberanas bajo el es-
tatuto de foederati o inmunes (Gayo, Inst., 2,7; véase también Bleicken 1974: 359-
414; Jones 1941: 26 ss.).
Por el acto de la deditio (sometimiento incondicional a Roma), los habitantes
de un territorio provincial perdían el dominio eminente (proprietas) sobre tierras
y bienes, aunque Roma en un acto unilateral les retornaba luego la simple pos-
sessio; esto es, toleraba que los provinciales vivieran en suelo ahora propiedad de
Roma (ager provincialis) y de ahí el estatuto de peregrini (extranjeros) en el que
cayeron las comunidades provinciales; como simples parcelas funcionales de
dominio las provincias no eran estado, sino su propiedad. La imposición de tal
presupuesto jurídico permitía a Roma disponer en cualquier momento del ager
provincialis para cualquiera de los fines que estimara oportunos, entre ellos el re-

17
Datos de Chouquer y Favory (1991: 133-135); sobre la potenciación de la vida urbana en Italia cen-
tral y meridional durante este periodo, consúltese Gabba (1972: 73-112).
384 URBANO ESPINOSA

parto de parcelas a colonos individualmente o la creación de colonias (Abascal y


Espinosa 1989: 23 ss.)18. Ello supondría en muchos casos expulsar a las pobla-
ciones autóctonas que venían ocupando desde siempre el lugar; se trataba del mis-
mo marco que generaciones atrás había servido para el vasto plan colonizador de
la Galia Cisalpina en Italia (Clavel-Lévêque 1983: 195-201, 1986: 9-37).
Todas las colonias fundadas en territorios provinciales antes de César son colo-
nias de derecho latino; son escasas y no obedecen a un plan preconcebido de orde-
nación territorial, sino a la necesidad de resolver un problema puntual. Por ejemplo,
en Hispania se fundó Itálica el 205 a.C. para asentar a soldados heridos en la guerra
contra los cartagineses, Carteia el 171 a.C. para colocar a los hijos que los legiona-
rios habían tenido con mujeres hispanas, Córduba el 169/168 para servir como cen-
tro administrativo de la Ulterior, Pollentia y Palma en Mallorca el 122 a.C. para
asentar a ciudadanos que vagaban sin oficio ni propiedad por las provincias hispa-
nas19. En la Galia Domicio Ahenobarbo fundó Narbo Martius, entre el 118 y el 112,
junto a la via Domitia y como punto estratégico para las comunicaciones entre Italia
e Hispania. Ninguna de estas y otras fundaciones provinciales anteriores a César
emanaron, como decimos, de un plan estatal de colonización.
En provincias el proceso colonizador se convierte en un plan de estado con
César, cuya política seguirá su heredero político Augusto. Bajo ambos personajes
la colonización provincial cobró un ritmo intensísimo por la necesidad de colocar
los grandes excedentes legionarios de las guerras civiles y de dar una solución a
las masas de proletariado urbano con ciudadanía (Hampl 1952: 52-77). La colo-
nización cesariana y augustea llegó a ser, en amplias regiones de Galia, Hispania
y norte de África, un potente factor de transformación de los paisajes y del pano-
rama socio-cultural, de modo parecido a lo que antes había ocurrido en Italia. La
colonización se llevó a cabo, prioritariamente, en aquellos territorios provinciales
en los que previamente se habían ido asentando contingentes notables de romanos
e itálicos, adquiriendo propiedades del ager provincialis a título individual. Dirí-
amos que eran áreas centrales y muy estables ya bajo control de Roma20. Sólo una
minoría de colonias surgió en áreas periféricas con fines estratégicos.
En Hispania los asentamientos coloniales se dieron en las tierras meridionales,
en la franja costera mediterránea y en el valle del Ebro21. Bajo César se crearon al
menos 12 colonias, Tarraco, Cartago Nova, Urso, Hispalis, entre otras. Augusto
continuó la política de su predecesor con colonias como Barcino, Caesaraugusta, Ili-
ci, Emerita Augusta, o Pax Iulia (Abascal y Espinosa 1989: 59-66; Ariño 1989;
García Bellido 1959). El proceso fue similar en otras regiones del imperio (Vittin-
18
Diversas colaboraciones tratan sobre el régimen jurídico del territorio provincial en Atti convengno
internationale… (VV.AA. 1974).
19
Para los casos hispanos, Abascal y Espinosa (1989: 20 ss.) y Marín (1988: 27 ss.).
20
Trabajo fundamental y punto de partida para estudios posteriores fue el de Vittinghoff (1952).
21
La colonización hispana en Marín (1988) y en Abascal y Espinosa (1989: 59 ss.). Para estudios de
centuriaciones en España, véase Roselló Verger et al. 1974; sobre el valle del Ebro, Ariño (1990).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 385

hoff 1952: 49 ss. y 96 ss.). César recurrió a las ricas tierras del Norte de África para
asentar numerosos veteranos con parecida escala que en Hispania; allí surgieron al
menos 8 colonias, entre ellas Carthago, Hadrumetum o Thapsus. Durante Augusto
fue también muy intensa la colonización de la región con la creación de no menos
de 14 colonias en la Proconsular (área Tunecina) y otro amplio grupo de ellas en las
dos Mauritanias (Tingitana y Cesariense). En la Narbonense, César había reforzado
el 45 a.C. la Colonia Julia Narbo Martius y añadió las fundaciones de Arelate y Va-
lentia. En la Galia llamada Comata se fundaron en época cesariano-triunviral Lug-
dunum (Lyon), Iulia Equestris Noviodunum (Nyon) y Augusta Raurica (Augst)
(Bedon 1999: 54 ss.). Augusto no añadiría ninguna colonia en la Galia Comata,
pero sí en la Narbonense: Arausio, Baeterrae y Forum Iuli.
Sicilia vio surgir varios asentamientos coloniales con Augusto. Macedonia,
Acaya, Asia, Ponto-Bitinia recibieron de César un primer e importante bloque de
fundaciones, que daban continuidad a las realizadas por Pompeyo en Asia Menor.
Augustó también prosiguió con la deducción de veteranos en las provincias cita-
das, añadiendo además otras deducciones en la costa del Ilirico, en Creta, en Pi-
sidia (Galatia) y en Siria22.
Justamente aquellos territorios provinciales en los que se desarrolló una co-
lonización más intensa, coincidentes también en términos generales con las áreas
en las que surgieron numerosos municipia tras la adquisición de la ciudadanía por
las comunidades indígenas, son aquellos en los que observamos unos niveles de
romanización más temprana y profunda (Bética, Narbonense y África Proconsu-
lar). Los colonos asentados en tiempos de César y Augusto en las provincias oc-
cidentales llegarían a convertirse en poco tiempo en matriz de muchas familias
que primero consiguieron el acceso al ordo equester y desde los Flavios (70-96
d.C.) fueron promocionándose al ordo senatorius, jugando así un papel muy
destacado al servicio del estado. Pero también es verdad que las viejas fundacio-
nes legionarias fueron perdiendo peso desde finales del siglo I d.C., alcanzadas
por el gran desarrollo de antiguos núcleos autóctonos que desde César y Augusto
habían sido privilegiados como municipios.

CREAR UNA NUEVA CIUDAD

Tras el rápido repaso en páginas anteriores al proceso histórico de la coloni-


zación romana hasta Augusto, queremos contemplar ahora las características or-
ganizativas y técnicas implicadas en el hecho mismo de la creación de una colo-
nia. La potestad para decidirla fue cambiando con el tiempo en el marco de las
mutaciones que introducía la lucha por el control del estado. Inicialmente decidía

22
Al respecto, ver el propio testimonio de Augusto (Res Gestae 28,1); véase Vittinghoff (1952: 148 ss.
y mapa). Para las fundaciones en Oriente, Levick (1965).
386 URBANO ESPINOSA

la fundación el Senado romano hasta el 200 a.C. aproximadamente. En el siglo II


a.C. era la asamblea dirigida por los tribunos de la plebe quien asumió la compe-
tencia; en el contexto de la crisis republicana, en la que fueron emergiendo gran-
des poderes personales, serán éstos los que determinen la política colonial me-
diante su control sobre las asambleas. En cualquier caso siempre tenía que
promulgarse una lex agraria o una lex coloniae. Finalmente, tras las guerras ci-
viles cuando se implanta la monarquía imperial, la competencia pasó de modo na-
tural a los emperadores.

Implantar un modelo universal

El decreto de creación determinaba el lugar y las tierras asignadas a la nueva


colonia, el número de colonos que formarían su primera comunidad, la caracte-
rísticas de la parcelación, la organización jurídico-política, social y religiosa de la
nueva comunidad y nombraba también a los responsables de llevar a cabo el pro-
yecto, normalmente un colegio de triunviros en época republicana clásica (IIIviri
coloniae deducendae, o bien IIIviri agris dandis adsignandis)23, a quienes se
dotaba de imperium para que actuaran discrecionalmente en nombre del estado
durante varios años hasta lograr el funcionamiento autónomo de la nueva ciudad.
Bajo su dirección habría de trabajar el equipo de agrimensores trazando el plano
de la ciudad y de las parcelas rústicas, diseñando y ejecutando las infraestructuras
necesarias; los triunviros establecían también las instituciones de gobierno local,
el censo de ciudadanos con sus niveles de derechos y obligaciones, así como el
primer ordenamiento jurídico, religioso y social. La puesta en marcha de una nue-
va colonia requería acciones complejas desarrolladas bajo requisitos muy precisos
de tipo técnico y jurídico que aseguraran la viabilidad del proyecto y garantizara
el progreso futuro de la nueva comunidad.
El proyecto debía exigir importantes recursos de tipo público en forma de in-
versiones, créditos, etc., pero de ello apenas tenemos información en las fuentes
clásicas24. Parece lógico pensar que la construcción de las viviendas privadas, las
tareas de adecuación de las parcelas, la adquisición de animales, herramientas,
etc., y la puesta en cultivo hasta las primeras cosechas requerían disponibilidad de
créditos por parte de los colonos. Fundar una colonia exigía un enorme y prolon-
gado esfuerzo para parcelar y ordenar un territorio, poner en cultivo los campos,
23
Por ejemplo, en Aquileia se conoce uno de los triunviros, L. Manlius L. f. Acidinus, III vir /Aquileiae
coloniae / deducundae (CIL I.2, 621); véase Chevallier (1983: 59); en general, Gabba (1985).
24
Tibiletti (1950: 206), opina que el silencio de las fuentes se debe a la poca importancia que la so-
ciedad contemporánea daba al hecho de la fundación de una colonia; en nuestra opinión es más una con-
secuencia del peculiar enfoque de la analística, más interesada en lo que directamente se relaciona con las
magistraturas y los retos militares que con los procesos administrativos y los actos organizativos interiores.
De ahí que apenas ofrece otros datos que la simple decisión pública de fundar una colonia.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 387

trazar el plano de una ciudad y construir murallas, calles, viviendas, edificios pú-
blicos, dotarla de servicios básicos, etc. Se requerían varios años, enormes inver-
siones y la implicación directa de los propios colonos y sus familias; se tardaba
tiempo hasta alcanzar un desenvolvimiento normal de la colonia25.

La centuriación: delimitar la tierra

Cuando se decidía la creación de una colonia, se ponía en marcha un complejo


mecanismo técnico cuyo objetivo era resolver el trazado del asentamiento urbano
previendo todos sus componentes materiales, así como también ordenar el terri-
torio asignado para hacerlo susceptible de explotación. Los procedimientos eran
iguales en todos los casos con independencia del estatuto jurídico (romano o la-
tino) de la nueva ciudad26. Crear una colonia suponía una radical intervención hu-
mana sobre el paisaje (Clavel-Lévêque 1989: 39-49)27; implicaba codificarlo con
perspectiva utilitarista y sin restricciones al dominio (ius) sobre él; esa codifica-
ción consistía en determinar el plano catrastral y se designaba con el término li-
mitatio: conjunto de acciones emprendidas por los agrimensores bajo mandato del
poder del estado para definir parcelas en tierras públicas (ager publicus Populi
Romani) mediante el trazado de limites (Bleicken 1974: 359-414; Jones 1941: 26-
31). Los agrimensores formaban el cuerpo encargado de semejante función28; su
técnica llegó a alcanzar altísimos niveles de perfeccionamiento durante los siglos
II y I a.C., coincidiendo primero con el vastísimo plan de colonización de la Ci-
salpina y luego con los masivos asentamientos de veteranos (Fig. 2). De ellos ha
sobrevivido un importante corpus de documentos29. Los agrimensores suelen
proceder de la clase ecuestre durante la República y su formación procedía prin-
cipalmente del contexto militar. A partir de César parece que se organizan en un
cuerpo profesional, aumentando el número y llegando a la profesión gentes de ca-
pas sociales inferiores (Parra 1990: 95 s.).
25
Sabemos que el programa cesariano de colonización había comenzado el año 46 y las idus de mar-
zo del 44 aún no estaba completado (Brunt 1971: 296).
26
El mecanismo técnico de la limitatio y de la adsignatio fue básicamente el mismo, tanto si se trata-
ba de fundaciones de derecho romano como de derecho latino.
27
Resumen de referencias bibliográficas sobre centuriaciones en Chevallier (1974: 767-770), hasta el
año de edición.
28
Algunas referencias sobre los gromatici: Behrends y Capogrossi 1992; Castillo (1996); R. de Cate-
rini (1935: 261 ss.); Chouquer y Favory (1992, 2001); Dilke (1971); Flach (1990: 1-89); Heimberg (1965);
Hinrichs (1974); VV. AA. (2003, vol. I), aportaciones de J.Y. Guillaumin —pp. 109-132— y E. Hermon —
pp. 133-160; VV.AA. (2003, vol. II), aportación de A. González —pp. 9-33.
29
Sigue siendo básica la edición de Thulin (1913), reimpresa en 1971; edición con traducción al es-
pañol de las obras de Hyginus y Siculus Flaccus, Castillo (1998). Los agrimensores, también llamados gro-
máticos por la herramienta (groma) que utilizaban para trazar alineaciones, eran igualmente técnicos al ser-
vicio de los jueces en los conflictos por propiedades y límites, así como también para la fijación de
límites entre comunidades.
388 URBANO ESPINOSA

En la historiografía actual se ha extendido el tér-


mino centuriación para referirnos a la limitatio;
el terreno parcelado recibe el nombre de pertica
(por la vara con el que éste se medía). Obtenido
el ager divisus, éste se hallaba en condiciones
para la adsignatio, para la entrega de parcelas
en pleno dominio (ager optimo iure privatus) a
quienes iban a integrar la nueva colonia; las par-
tes no parceladas del territorium de una colonia
seguían constituyendo el ager publicus de la
misma. La limitatio se aplicaba tanto al área ur-
bana, para la vivienda de los colonos y para los
espacios públicos e infraestructuras, como a la
rústica.
Decíamos que centuriación es el término mo-
derno por el cual nos referimos habitualmente a
todo proceso de limitatio y adsignatio, pero en
su sentido estricto etimológico correspondería
al momento histórico de madurez del modelo
catastral romano en el siglo II a.C., cuando en la
colonización de la Cisalpina se aplicó de modo
generalizado el módulo de una centuria (Fig. 3);
esto es, un cuadrado de 20 actus de lado (aprox.
710 m.) con una superficie de unas 50 Has (=
100 heredia = 200 iugera) (véase Camaiora
1985a: 85-88, 1985b: 88-93; Flavory 1983: fig.
Fig. 2.—La groma de los agrimensores
según dibujo de A. Roth Congès
9; Parra 1990: 86 s.). A la vista de sus unidades
(Chouquer y Favory 2001: 289, fraccionarias, la centuria parece ser el punto de
fig. 41). llegada de un largo proceso histórico en la cul-
tura romana sobre la tierra, desde la primitiva
sociedad agraria hasta el potente estado expan-
sionista en que terminó por devenir la República. Veamos: 120 pedes (1 pie =
0,296 m.) hacían un actus (aprox. 35,52 m.), longitud del surco que roturaba una
yunta de bueyes sin levantar el arado y unidad de longitud básica en la métrica
agraria romana; dos actus cuadrados hacían un iugerum, la superficie que esa yun-
ta podía arar en una jornada30. Dos iugera (= 4 actus cuadrados) formaban un he-
redium, la tierra necesaria para el sustento de una familia y el tamaño que al pa-
recer tendrían los lotes de las más antiguas colonias31. Pues bien, la centuria fue el

30
Plinio (NH XVIII, 3: 9); Chouquer y Favory (1991: 48 ss); en general, diversas aportaciones en Fa-
vory 2003: 59 ss.
31
Por ejemplo, Tarracina (Terracina) el 329 a.C. (Livio VIII, 21: 11).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 389

Fig. 3.—La centuria clásica de 20 x 20 actus y divisores (según Favory 1983: fig. 9).

gran cuadrado de 20 actus de lado que contenía exactamente 100 heredia (=


200 iugera = 400 actus), es decir, los lotes necesarios para sostener a una centu-
ria de ciudadanos que era la base del orden político y militar atribuido por la tra-
dición a la época de los reyes32. En definitiva, la centuria de 20 actus en cuadro
fue la unidad agrimensural que se aplicó sistemáticamente en la Galia Cisalpina y,
a partir de César, también en el norte de África.
La limitatio consistía, pues, en la yuxtaposición de centurias mediante la cre-
ación de una retícula ortogonal a base de líneas paralelas equidistantes y sus co-
rrespondientes perpendiculares. Las líneas E-O eran los decumani y las perpen-
diculares los cardines. Los ejes que articulan el sistema son el decumanus
maximus y el cardo maximus. El agrimensor orientaba primero bajo determinados
criterios (solar, topográfico, ejes viarios preexistentes, etc.) el decumanus maxi-
mus y con él el conjunto del sistema reticular que definía el ager divisus. Cada
centuria poseía su clave identificatoria por referencia a los ejes principales; ubi-
cado el agrimensor en el punto de cruce de ambos, cada centuria se singularizaba
con la sigla DD (dextra decumanus, a la derecha del decumano) o SD (sinistra de-
32
Varrón, De re rustica I.10: 2; pero el mismo autor (De lengua latina V, 35) sugiere que inicialmente
centuria fue el módulo de 100 iugera, que luego se duplicó, sin cambiar de nombre, formando ya el cua-
drado clásico de 20 x 20 actus (= 200 iugera = 100 heredia).
390 URBANO ESPINOSA

cumanus, a la izquierda del decumano) y con la sigla VK (ultra kardinem, más


allá del cardo) o KK (kitra kardinem, más acá del cardo), siglas a las que se aña-
día el numeral de su posición en relación con los dos ejes principales (Fig. 4)33. El
sistema ha quedado bien atestiguado en Arausium (Orange), donde se grabó en
placas de mármol el plano de la centuriación el año 35 a.C. (Fig. 5)34. Los límites
entre centurias quedaban señalados visiblemente por caminos, postes, piedras,
mojones (termini) y otros elementos; los mojones señalaban las claves identifi-
cadoras de cada centuria y el nombre de los magistrados que realizaron la adsig-

Fig. 4.—Designación de los módulos de una centuriación con el decumanus maximus orientado hacia el
Este.

33
Hyg. De limitibus, (Thulin 1913: 71, 10 ss.); véase Chouquer y Favory (1991: 140 ss.) y Flach (1990:
8-13).
34
Ediciones del documento, Sautel y Piganiol (1955) y Piganiol (1962); otros comentarios en Chouquer
y Favory (1991: 156-163).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 391

Fig. 5.—Fragmentos del catastro B de Orange (Chouquer y Favory 1991: 155).

natio. Estaba perfectamente regulado el ancho de los ejes principales y el de los


caminos secundarios.
No fue la centuria cuadrada el único módulo de compartimentación de la
tierra (ejemplos de Italia en Flach 1990: 15 ss.). Hubo módulos cuadrados de ta-
maño distinto a los 20 actus y hubo módulos rectangulares, denominados en la li-
teratura gromática per strigas et scamna, en función de que el lado largo o el cor-
to coincidiera con la orientación del eje principal de la pertica35, pero no llegaron
a alcanzar la difusión de la centuria cuadrada y persisten problemas de interpre-
tación de los datos de los gromáticos sobre esos módulos no cuadrados y sobre la
aplicación a fundaciones concretas.

Adsignatio: entregar la propiedad de la tierra

La ley que creaba una colonia decidía también el tamaño de los lotes de tierra
que habría en cada centuria y que serían entregados a los nuevos propietarios. Esa
transferencia de la propiedad es la adsignatio, que se llevaba a efecto mediante
sorteo (sortes); entre los lotes se establecían los denominados limites intercisivi,
35
Frontino, De agr. qualitate, pp. 3, 1-4, 2; al respecto, Flach (1990: 15-17) y Parra (1990: 89 s.).
392 URBANO ESPINOSA

paralelos a los decumani, mediante señalización clara de muretes, acequias, ali-


neaciones de árboles u otros elementos.
No siempre los lotes en el interior de una centuria tuvieron la misma superfi-
cie. En los inicios de la colonización (siglo IV a.C.) debía ser de 2 iugera, mientras
que en época imperial hay casos en los que se llegó a asignar a cada colono una
centuria completa (= 200 iugera) (Parra 1990: 88). El tamaño de las sortes de-
pendió de coyunturas sociales y políticas; al final de la República, en el contexto
de la lucha partidaria y de las clientelas militares, se produjo un aumento cons-
tante del tamaño de los lotes y en época triunviral la media alcanzó los 50 iugera.
En las tierras transmarinas (provincias) se incentivó la disponibilidad de colonos
con el aumento de los lotes, pero los intereses clientelares y la lejanía de las nue-
vas fundaciones no son los únicos factores que explican esa tendencia; también la
generalización de la esclavitud introdujo un factor de dura competencia para la pe-
queña propiedad, por lo que una garantía para la supervivencia de los nuevos co-
lonos fue dotarlos de propiedad suficiente.
Junto a las estrictas operaciones de limitatio y adsignatio, en la organización
de una nueva colonia había que llevar a cabo también otros trabajos de no menor
importancia, como desbroces y acondicionamientos que posibilitaran los cultivos,
obras de captación de agua y su distribución mediante una red de canales, cons-
trucción de caminos en todo el ager divisus, drenajes, etc. Había que disponer el
uso que se daría a la parte centuriada y no asignada (centuriae vacuae) y en el res-
to del territorio, no parcelado, se definía el dominio comunal sobre bosques y pas-
tizales (silvae, pascua publica), que permitirían a los colonos satisfacer determi-
nadas necesidades y ampliar su actividad económica con la ganadería.

Núcleo urbano y territorio

Pero la organización de una colonia aún tenía que dar respuesta a cuestiones
no menos importantes que las anteriores, como materializar de alguna forma la
unidad sustantiva que debía existir entre núcleo urbano (urbs) y área rústica (te-
rritorium). Constituían un mismo universo, cada una con sus elementos funcio-
nales necesarios para el bienestar de la comunidad36; urbs y territorium conjun-
tamente posibilitaban la forma de vida considerada superior en la Antigüedad. Los
agrimensores articulaban de diversas maneras el contacto topográfico entre ambos
para expresar la idea de que constituían un solo cosmos37. Por ejemplo, lo conse-

36
El territorio como espacio económico ha sido trabajado por Chevallier (1974: 766 ss. con ref. bi-
bliográficas); véase Celuzza (1989: 151-155).
37
De la amplia bibliografía sobre las relaciones urbs-territorium en el mundo romano ver Chevallier
(1974: 762 ss.); en Rich y Wallace-Hadrill (1991), trabajos de mérito referidos al entorno de la colonia Be-
terra Septumanorum (Béziers); Clavel-Lévêque y Plana-Mallart (1995), con colaboraciones de J. Peyras,
M.Clavel-Lévêque, M. Christol y otros.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 393

guían imbricando con las salidas de la ciudad los ejes básicos de acceso al ager
divisus, pero sobre todo haciendo coincidente la orientación de los ejes de este úl-
timo con los de la ciudad, naturalmente siempre que la geomorfología lo permi-
tiera38. Para los agrimensores se daba la ratio pulcherrima cuando cardo y decu-
manus maximus del núcleo urbano, prolongados, constituían también los ejes
básicos de la centuriación. Pocos son los casos en los que la topografía permitía
aplicar esa ratio39, pero son frecuentes aquellos en los que red urbana y red cen-
turiada poseen igual orientación; en ellos vemos el esfuerzo de los agrimensores
por aproximar lo más posible al centro de la ciudad el punto donde se cruzan los
ejes básicos de la centuriación40.
Importantes eran también las relaciones de una colonia con el exterior. Para
que las calzadas que salían de la ciudad no alteraran la red ortogonal del parce-
lario rústico, se procuraba que coincidiera con algunos de los ejes básicos de esa
parcelación. Resulta muy llamativo el caso de la secuencia de enclaves colo-
niales asentados a lo largo de la via Emilia entre Ariminum (Rímini) y Placen-
tia (Piacenza) (ver Figura 1), donde los núcleos urbanos parecen nudos hechos
a distancia regular en un cordel rectilíneo, pues su decumanus maximus coinci-
de con la propia calzada (Chevallier 1983: Láms. VIII-XI). Son muchos los ca-
sos de colonias en los que coinciden vías de comunicación y ejes de centuria-
ción.
En fin; una vez concluidas todas las operaciones de planificación y la asigna-
ción de lotes a los nuevos habitantes, los agrimensores tenían que dibujar la forma
de la colonia, el plano catastral, señalando el espacio centuriado y sus divisiones
internas, el nombre de los propietarios de las parcelas, las áreas de uso comunal o
las vías de comunicación41. Era una operación que, al igual que las anteriores, se
realizaba bajo la supervisión de los responsables de poner en marcha el asenta-
miento colonial. Una copia de esa forma se guardaba en el tabularium local y otra
se enviaba a Roma. Normalmente la representación cartográfica se grababa en
bronce y se exponía públicamente, o bien en placas de mármol como en el men-
cionado caso de Arausium (Orange) (ver Figura 5)42. La forma era el documento
público que garantizaba derechos y obligaciones, servía para establecer la base fis-
cal y a ella se acudía en casos de litigio.

38
Sobre la orientación, Rykwert (1988) y edic. español 1985.
39
Por ejemplo, en algunas fundaciones africanas como Haydra; Parra (1990: 93); estudio metrológico
de diversas plantas urbanas de Italia, en Conventi (2004), passim.
40
Ejemplos de ello tendríamos en Ariminum, Imola, Parla, Lucca, etc. (Parra 1990: 93).
41
Prescripciones gromáticas sobre la forma, Hyg. De limitibus (Thulin 1913: 73, 4 ss.): «In forma ge-
neratim enotari debebit loca culta et inculta, silvae …»
42
Menciones a las tablas de Bronce, en Hyg. De condicionibus agrorum (Thulin 1913: 84, 12): «in
aere, id est in formis»); sobre Orange, v. supra nota 60; centuriaciones y archivos, en Moatti (1993).
394 URBANO ESPINOSA

ÚLTIMA ETAPA DE LA COLONIZACIÓN CLÁSICA ROMANA

Evolución durante el Alto Imperio

Como hemos visto, todavía con Augusto el proceso colonizador fue muy in-
tenso, tanto en Italia como en numerosas provincias. Con ese monarca se había
consolidado la pax romana, resuelto el problema de los asentamientos masivos de
veteranos y reducido los contingentes militares a 28 legiones, por lo que se puso
fin a la febril actividad de ubicación de colonos. Bajo sus sucesores las nuevas
fundaciones se realizaron siempre fuera de Italia y estuvieron asociadas a etapas
de ampliación o consolidación de fronteras y a la creación de nuevas provincias.
Por ejemplo, la reducción de Mauritania a estatuto provincial, la conquista y or-
ganización de Britania, el reforzamiento del limes renano y danubiano o la con-
quista de la Dacia43. Durante el Alto Imperio se trató de una colonización más
bien periférica e intermitente, sin equivalencia posible con la intensificación que
se había dado bajo César y Augusto.
En ocasiones, antiguos campamentos fueron transformados en colonias me-
diante el asentamiento de veteranos y con el fin de consolidar la presencia roma-
na allá donde las nuevas provincias lo exigían. Claudio terminó por pacificar el
norte de África y organizó en dos provincias los antiguos estados clientes (Mau-
ritania Tingitana y Mauritania Caesariensis); para estabilizarlas desplazó allí
contingentes de ciudadanos y de veteranos, creando las colonias de Sala (Rabat)
y Volúbilis; Tingis y Banasa ya lo eran desde Augusto.
En la Galia, a las tres colonias de época cesariano-triunviral, Claudio añadió la
Colonia Augusta Treverorum (Trier) (Bedon 1999: 112 s.). Del mismo monarca es la
creación en Germania de la colonia Claudia Ara Agrippinensium (Köln), con de-
ducción de veteranos a partir del gran campamento allí existente en el oppidum
Ubiorum. Bajo Trajano el campamento de Xanten fue transformado en la Colonia
Ulpia Traiana (Galsterer 1999: 260 s.). La conquista de Britania por Claudio también
supuso, junto al despliegue legionario por el territorio, la creación de la Colonia Clau-
dia Victricensis Camulodunensium (Colchester), previamente campamento de la
legión XX Valeria Victrix. Nerva (97/98) transformó el campamento de Glevum en
la colonia Nevia Glevensium (Glucester) y con posterioridad obtuvieron también ran-
go colonial Lindum (Lincoln) y Eboracum (York)44. La organización de la provincia
Dacia tras la conquista realizada por Trajano (106 d.C.) comportó la creación de las
colonias Aurelia Apulensis y Ulpia Traiana Sarmizegetusa (Carbó 2002: 115 s.).
En fin, ciertamente durante el Alto Imperio se crearon algunas colonias, pero
también es verdad que en el lugar de la fundación preexistía con frecuencia un op-

43
Savino (1999) estudia 4 ejemplos ubicados en puntos fronterizos distantes: Palmira, Lepcis Magna,
Colonia y Carnuntum.
44
Para una perspectiva crítica sobre el proceso colonial en Britania, ver Millet (1990).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 395

pidum indígena o un campamento legionario; también hubo núcleos a los que se


otorgó estatuto de municipium y en los que se dieron deducciones de veteranos
con centuriación incluida. No es raro ver durante el Alto Imperio municipios
que son elevados al rango de colonia45, sin que ello implique incorporación de co-
lonos ni parcelación de tierras; en esos casos colonia es un simple título honorí-
fico. Tampoco hay que olvidar la función del ejército en la génesis del urbanismo
a partir de campamentos o de sus canabae46; algunos de ellos se potenciaron con
colonos bajo el título de colonia o municipio.

Entre municipios y colonias

La obra de Roma en su vasto imperio fue la de creación y potenciación de la


ciudad a gran escala, aunque siempre bajo un mismo modelo a lo largo del tiem-
po definido por el derecho (romano o latino). Colonia y municipium fueron las
únicas categorías de ciudad en sentido romano; esto es, sólo aquellos núcleos en
los que la comunidad en su conjunto tenía una personalidad jurídica reconocida
por el derecho público. Ser colonia o municipio era imprescindible para que una
comunidad poseyera plenitud estatal.
Las dos categorías se habían consagrado a lo largo de la experiencia romana
en Italia y especialmente se habían multiplicado ahí los municipios tras la con-
cesión de la ciudadanía romana a los aliados el 89 a.C.; desde entonces éstos fue-
ron más numerosos en Italia que las colonias (Sherwin-White 1996). A partir de
César el doble modelo se exportó también a las provincias, donde aún siendo sig-
nificativo el número de colonias creadas por él y por Augusto, el de municipios
terminó por ser inmensamente mayor. El motivo fue que la integración de los pro-
vinciales en el derecho de Roma durante el Alto Imperio exigía la constitución de
municipios y como el acceso la ciudadanía fue algo constante e imparable, tam-
bién el número de municipios creció por centenares. Ese proceso de romanización
jurídica caracteriza el periodo altoimperial, y de ahí que los municipios tuvieran
una enorme trascendencia en la urbanización de vastos territorios y en la exten-
sión por ellos de las formas de cultura romana. El resultado fue que en las pro-
vincias del occidente latino las colonias aparecen desde el siglo I d.C. como nú-
cleos en minoría dentro de un auténtico océano de municipios, soportes proteicos
del gigantesco y estable edificio político que era el Imperio Romano.
Con el paso del tiempo terminaron por borrarse las diferencias entre colonia y
municipio; a la altura del siglo II d.C. Aulo Gelio ignoraba «en qué aspecto real o

45
Por ejemplo, en Hispania son conocidos los casos de Clunia, elevada a colonia por Galba el año 68,
y el de Itálica, privilegiada por Adriano con el rango de colonia (Abascal y Espinosa 1989: 41).
46
Caso ilustrativo es el cuartel general de la legio VII Gemina en Hispania, que mutó a núcleo urbano
bajo el nombre de la propia unidad militar: Legio (actual León).
396 URBANO ESPINOSA

jurídico las colonias se diferencian de los municipios»47. Desde esa centuria


unas y otros tendieron a denominarse de modo indiferenciado como res publica;
era el punto final de un largo proceso histórico que Roma había iniciado en el si-
glo IV a.C.

COMENTARIOS FINALES

Una comparación global entre la colonización griega y la romana pone de ma-


nifiesto enseguida las enormes diferencias entre ambas. Coinciden en el con-
cepto genérico de colonia, quizá en el origen como solución a desequilibrios so-
ciales internos y en el principio ortogonal de la planificación pero, más allá de
esas similitudes básicas, la naturaleza de los procesos coloniales, las fórmulas ju-
rídicas y sociales y el sentido político último, son muy diferentes en ambas cul-
turas. En Grecia el impulso colonizador es multifocal, en Roma es unifocal; en
Grecia no hay un solo modelo de colonización, en Roma sí. De hecho, si los grie-
gos ocupaban un territorio porque necesitaban fundar una colonia, Roma creaba
colonias porque quería ocupar territorios, porque necesitaba tutelar una ocupación;
la colonia es para ella una herramienta para reforzar un estado en expansión y con
vocación de ser unitario y fuertemente centrípeto.
La colonización romana responde a un modelo histórico específico, aunque to-
mara del precedente histórico ciertos aspectos formales48. Ese modelo posee mu-
chos elementos de originalidad y creatividad, en particular el carácter integral de
ordenación de un territorio y la racionalización extrema de todo el proceso49. Si
las colonias romanas responden todas a un patrón común, es porque derivan de la
aplicación universal de un mismo modelo jurídico, social y económico; por eso no
existen diferencias sustantivas entre las múltiples creaciones de ciudades habidas
a lo largo del tiempo. Lo esencial persistió: control público de la fundación,
transferencia de suelo público a manos privadas en condiciones de plena propie-
dad, derecho romano o latino como aglutinante, organización integral del espacio
de la colonia (urbs y territorium). Por el contrario, lo instrumental y mutable fue:
la autoridad que decidía la fundación colonial, el tamaño de los módulos de divi-
sión del territorio y el de las parcelas asignadas, las variantes en los catastros de-
rivadas de la orografía, hidrografía, edafología, etc. de cada lugar concreto.
Sorprende observar cómo los trazos de las estructuras agrarias de colonización
mantienen todavía hoy una magnífica legibilidad en el paisaje rural de amplias zo-

47
Aulo Gelio (Noctes. Att. 16.13.6 y 16.13,9), añadía que las colonias encarnaban «la grandeza y ma-
jestad del pueblo romano y eran su reproducción en pequeño».
48
Una crítica a ciertas corrientes historiográficas actuales que plantean analogías entre los modelos ro-
mano y moderno de imperialismo, puede verse en Terrenato (2005: 59-72).
49
Sobre la originalidad del urbanismo romano, ver Chevallier (1974: 692).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 397

nas europeas y norteafricanas. En pocas experiencias coloniales es tan clara,


como en la romana, esa legibilidad. Era tan radical la intervención en el paisaje,
que las centuriaciones parecen haber sobrevivido al amparo de una especie de
«ley de inercia» (Sereni 1979). Hoy podemos constatar esa persistencia de la co-
dificación colonial romana con un simple paseo arqueológico o con el examen de
una fotografía aérea. Y es que las centuriaciones fueron una rígida y geométrica
plantilla aplicada a la organización del territorio; modificaba la propiedad, fijaba
nuevos ocupantes del suelo expulsando a la población precedente si era necesario,
definía los usos económicos y el régimen de propiedad individual o comunal, es-
tablecía vías de comunicación, infraestructuras de riego, etc. Expresaba el ius de
Roma, su soberanía ilimitada sobre el paisaje. En el marco geométrico colonial la
producción y sus gentes quedan inscritas en un orden reglado, pautado; tal orde-
namiento era condición sine qua non para el sentido de libertas del hombre ro-
mano. La centuriación regía la actividad humana más importante, la económica,
pero también el orden social y el mundo de los símbolos y mentalidades; la cen-
turiación no perdió ni siquiera durante el Imperio aquel valor primigenio repu-
blicano de materializar el cuerpo ciudadano como soporte de la res publica.
Al contemplar el largo recorrido de las fundaciones coloniales romanas, des-
de el siglo IV a.C. hasta el II d.C., comprendemos su importancia al menos en un
doble plano: en el de afianzar la integración estable de los territorios conquistados
y en el de ofrecer solución al problema del acceso a la propiedad en el interior de
la sociedad romana. Pero esa importancia tiene que ser ponderada en el marco ge-
neral por el cual el estado romano se universalizaba cada vez que se abría, a itá-
licos primero y a provinciales después, haciéndoles partícipes del derecho ciuda-
dano; y es que la fuerza militar sólo podía ser una instancia de primer momento,
porque a la larga no habría podido mantener por sí sola los gigantescos territorios
sin la extensión del derecho ciudadano en doble movimiento: el del centro hacia
la periferia por el envío de miles y miles de colonos a poblar nuevas ciudades y el
de la periferia hacia el centro por el acceso de los provinciales a la ciudadanía ro-
mana. Ello fue la base de la convergencia de tantos pueblos hacia formas clásicas
de cultura y lo que hizo de la Roma imperial uno de los edificios más estables que
ha conocido la historia

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