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Sociedad Española
de Estudios Mayas
ENTIDADES COLABORADORAS
PUBLICACIONES DE LA S.E.E.M. NUM. 8
Editores:
M.a Josefa Iglesias Ponce de León
Rogelio Valencia Rivera
Andrés Ciudad Ruiz
Prefacio .................................................................................................................... 7
5
6 ÍNDICE
10. Ek’ Balam, un antiguo reino localizado en el oriente de Yucatán. Leticia Var-
gas de la Peña y Víctor Castillo Borges............................................................ 191
11. La fundación de Monte Albán y los orígenes del urbanismo temprano en los
Altos de Oaxaca. Marcus Winter...................................................................... 209
14. Las fundaciones urbanas y rurales en el área maya, siglos XVI-XVII: éxitos y
fracasos de la política colonial. Juan García Targa ......................................... 291
7
8 PREFACIO
Los resultados de la reunión científica han sido múltiples y variados, pero ha-
brán de ser analizados, avalados o discutidos por la comunidad científica intere-
sada en el estudio de la evolución de las sociedades del pasado. La opinión de
nuestros colegas será nuestra respuesta a los generosos esfuerzos realizados por
los patrocinadores del evento: en especial la Fundación Dinastía Vivanco, ha fi-
nanciado de manera desinteresada y altruista el proyecto de la Sociedad Españo-
la de Estudios Mayas; junto a esta institución, la UNESCO, el Planetario de
Pamplona, la Caja Laboral Euskadiko Kutxa, la Asociación Andaluza de Egipto-
logía, la Asociación Navarra de Bibliotecarios y Eusko Ikaskuntza, han colabo-
rado en esta siempre compleja tarea que es la organización de una reunión inter-
nacional. A todos ellos nuestros agradecimiento y reconocimiento por la
importante labor social que desarrollan en beneficio de los avances científicos y
del bienestar de la sociedad.
LOS EDITORES
BIBLIOGRAFIA
Michael E. SMITH
Universidad Estatal de Arizona
11
12 MICHAEL E. SMITH
En la Grecia antigua, este hecho estuvo tan íntimamente asociado con la fun-
dación de entidades políticas que resulta imposible separar ambos procesos. Tanto
es así que, para la mayoría de los autores, las discusiones acerca del origen de ciu-
dades individuales se incluyen en las discusiones de las poleis. Esta situación se
ajusta muy bien a varios estados de la Mesoamérica antigua, los cuales pueden ser
denominados ciudades-estado (Grube 2000; Oudijk 2002b; Smith 2000). Las refe-
rencias explicitas a la fundación de ciudades son más bien raras en las fuentes his-
tóricas nativas de Mesoamerica, aunque la fundación de dinastías y estados son te-
mas comunes. En muchos casos resulta razonable tratar dichos relatos fundacionales
como una descripción de la fundación de las ciudades (ver Smith, en este volumen).
Mogens Hansen (2000: 149-150) describe dos formas en las que se originaron
los estados: crecimiento natural y crecimiento deliberado, sugiriendo que el cre-
cimiento natural es el patrón más común en Hellas, sin embargo, los ejemplos de
fundación deliberada reciben mucha más atención, tanto en las fuentes antiguas
como en los estudios modernos. Denomino a estas alternativas como fundaciones
de ciudades formales e informales.
Hansen (2000) y Demand (1990: 8) dividen a su vez los casos de fundación de-
liberada en dos tipos: colonización y sinoikismo. La colonización en el mundo
griego se refiere a los movimientos desde largas distancias de grupos que fundaron
poleis lejos de su tierra natal1. Aunque este proceso fue poco usual dentro de Hellas
misma, fue muy común en el mundo Mediterráneo y hay un amplio volumen de es-
tudios acerca de este asunto (por ejemplo, Dougherty 1993; Malkin 1994; Papado-
poulos 2002). Domínguez, en este volumen, presenta una útil revisión de estos es-
tudios. La fundación de ciudades y estados mediante colonización fue de gran
1
Stein (2005: 10-11) define colonia como «un asentamiento implantado establecido por una sociedad
en un territorio inhabitado o en el territorio de otra sociedad. El asentamiento implantado se establece
como residencia permanente por toda o parte de la población proveniente de la tierra de origen o metró-
polis, y se puede distinguir tanto espacial como socialmente del resto de comunidades nativas entre las que
se funda».
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 13
interés ideológico para los griegos, y los mitos de fundación jugaron un papel im-
portante en la literatura griega y en la identidad social (Dougherty 1993).
Aunque hay casos de fundación de ciudades mediante colonización delibera-
da en el área maya (Martin y Grube 2000), no está claro que tan común era esa
práctica. Asimismo, varias ciudades aztecas fueron fundadas mediante coloniza-
ción, incluyendo Tenochtitlan, Tenayuca y, quizás, Texcoco (ver Smith, en este
volumen), aunque los procesos de crecimiento natural fueron los más comunes.
El sinoikismo se refiere al proceso mediante el cual varios asentamientos se-
parados se unen y fundan una nueva ciudad o entidad política. Spiro Kostof
(1991: 59) define el sinoikismo como «la unión administrativa de varios poblados
para formar un pueblo», y Harold Carter (1983: 19) lo define como «el proceso
mediante el cual una ubicación central organizadora crece a partir de las nece-
sidades de una población rural dispersa». Hansen y Kostof reconocen dos va-
riaciones en los orígenes de las ciudades creadas a partir de sinoikismo. En la pri-
mera, se selecciona una nueva localización, resultando la creación de una nueva
ciudad donde no existía una previamente; en el otro caso, uno de los asenta-
mientos existentes se selecciona para fundar la nueva ciudad. Discusiones com-
parativas de sinoikismo (Demand 1990; Marcus y Flannery 1996: 139-154) ponen
de manifiesto que es un proceso dirigido con fines políticos, jugando un papel se-
cundario los motivos económicos y ambientales. Marcus y Flannery (1996: 139-
154) argumentan el uso del concepto de sinoikismo para Monte Albán, y sugieren
que éste es un proceso común de formación de ciudades en la antigüedad. Sin em-
bargo, su interpretación de Monte Albán ha sido contestada (ver Winter, en este
volumen), y ciertamente es difícil encontrar casos bien documentados en el Nue-
vo Mundo, probablemente debido a la dificultad de documentar este fenómeno
con datos arqueológicos.
En una revisión acerca de la fundación de ciudades en las culturas griega y ro-
mana, Owens (1991: 8) enumera tres razones importantes para establecer una nue-
va ciudad: colonización, relocalización de ciudades ya existentes y conmemora-
ción de victorias militares mediante la construcción de una nueva ciudad de la
victoria. Owens indica que en la mayoría de los casos, la fundación de la ciudad
fue un acto político deliberado llevado a cabo por los líderes y sus seguidores. La
religión constituyó una parte importante del proceso, incluida la consulta de orá-
culos y la celebración de una gran variedad de ritos y ceremonias. Rykwert
(1976) describe estas ceremonias y su simbolismo para las ciudades romanas
(ver también a Espinosa en este volumen). Un componente de las ceremonias ro-
manas de fundación era la creación de depósitos urbanos de dedicación, y tales
ofrendas han sido identificadas arqueológicamente en la Dorchester romana (Wo-
odward y Woodward 2004). En las ciudades mayas los restos de depósitos de de-
dicación son comunes en edificios públicos (Boteler-Mock 1998; Freidel y Sche-
le 1989), pero las ofrendas de dedicación de ciudades no han sido identificadas.
Chase y Chase (1995), y en este volumen, sugieren que los Grupos E hacen las
14 MICHAEL E. SMITH
Carver (1994, 2001) y Astill (1994) atribuyen una gran importancia al esta-
blecimiento de iglesias, y más tarde catedrales, como marcadores de poder polí-
LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO... 15
CONCEPTOS Y MODELOS
Tipo de ciudad
líticas. Dada la estrecha relación entre política y religión en las entidades políticas
mesoamericanas, es muy probable que muchas o quizás todas las ciudades de esta
área cultural hubieran experimentado algún tipo de fundación formal, con rituales
asociados y conmemoraciones. Los ensayos en este volumen articulan un gran
conjunto de información acerca de los actos de fundación en las ciudades mayas.
Las capitales de imperios o de poderosos estados territoriales pueden requerir
del uso de ceremonias de fundación más elaboradas y extravagantes que las de las
capitales de las ciudades-estado. Si las fuentes históricas nativas son fiables,
Mayapán fue un ejemplo de una ciudad fundada inicialmente como una poderosa
capital, por lo que uno podría esperar que su establecimiento estuviera acompa-
ñado por grandes ceremoniales formales de fundación. Tenochtitlan, por otra
parte, alcanzó su estatus imperial relativamente tarde en su historia, y de hecho su
fundación formal tuvo lugar mucho después de su ocupación inicial (ver Smith, en
este volumen). Este fue evidentemente un patrón común en las ciudades mayas,
tal y como lo demuestran los casos analizados.
La «capital desagregada» es un tipo distintivo de ciudad cuya fundación en
épocas remotas estuvo probablemente asociada con grandes ceremonias formales.
Las capitales desagregadas son «sitios urbanos fundados ex novo y designados
para suplantar patrones existentes de autoridad y administración» (Joffe 1998:
549). Ejemplos de la antigüedad fueron típicamente fundados por nuevas elites di-
rigidas por un líder carismático y fuerte, quien estaba tratando de superar elites en-
raizadas o instituciones burocráticas atadas a capitales ya existentes. Joffe señala
que estas ciudades fueron a menudo centros para la producción artística e intelec-
tual que promovieron los objetivos ideológicos de sus fundadores, y que varias
fueron efímeras debido a que eran perjudiciales y una carga para su sociedad. La
sugerencia de Richard Blanton (1976) de que Monte Albán fue fundada como una
capital desagregada fue contestada por muchos investigadores (Sanders y Nichols
1988; Willey 1979; para una discusión al respecto ver Winter, en este volumen).
Formalidad
Demografía
dadas desde un sitio a otro, y las capitales desagregadas, son asimismo ejemplos
de casos que sufren un cambio demográfico muy rápido, tal y como ocurrió con
algunas de las ciudades más tempranas como Uruk y Teotihuacan (Cowgill, en
este volumen). Otras ciudades crecieron de manera más lenta, o experimentaron
periodos alternativos de crecimiento de población rápido y lento. La mayor parte
de las ciudades mayas probablemente se ajusten más a esta segunda categoría
(Culbert y Rice 1990).
Los orígenes geográficos de las poblaciones urbanas influenciaron en la fun-
dación y crecimiento de las ciudades. Una fuente de población fue el incremento
natural de habitantes urbanos; sin embargo, éste no fue sino una de las contribu-
ciones al aumento de la población en las ciudades de la antigüedad. Una alta mor-
talidad y bajos índices de natalidad significaba que las ciudades pre-industriales
no podían mantenerse demográficamente así mismas y debían depender de la in-
migración para mantener sus niveles de población (McNeill 1976; Storey 2006).
En Teotihuacan y Uruk, el rápido crecimiento urbano estuvo acompañado de
una rápida despoblación de su entorno rural (Adams 1981; Sanders et al. 1979), lo
cual sugiere que algunos de los primeros gobernantes forzaron o indujeron a los
campesinos a trasladarse a estas ciudades. El sinoikismo produce un proceso al-
ternativo para el incremento de la población urbana a partir de fuentes locales o
regionales. Las ciudades fundadas mediante colonización atrajeron a su población
desde fuera de su entorno, y esto podría haber tenido un importante impacto en los
recursos alimenticios locales, así como en las relaciones sociales entre los «ur-
banitas» y otros pobladores de la zona (Stein 2005).
La relación entre la formalidad en la fundación de las ciudades y la demogra-
fía ha sido poco tratada en la literatura. Las ciudades fundadas en nuevas locali-
zaciones, ya sea a través de colonización o sinoikismo, sin duda tuvieron un acto
formal de fundación y un gran incremento poblacional. Sin embargo, muchos ac-
tos formales de fundación, parecen no estar relacionados con el tamaño o con los
procesos demográficos de la ciudad. ¿Son estas dimensiones realmente indepen-
dientes, o hay sutiles relaciones esperando a ser descubiertas?
Soberanía
Debido a que casi todas las ciudades de la antigua Mesoamérica fueron capi-
tales políticas, el rango de variación en la soberanía de las urbes recientemente
fundadas es mucho menor que en el mundo antiguo. Las ciudades mayas y algu-
nas otras de Mesoamerica fueron casi siempre fundadas como capitales de pe-
queños estados (Grube 2000). Tal y como se sugiere con anterioridad, aquellas
ciudades que se convirtieron en capitales de grandes imperios o grandes estados
territoriales usualmente crecieron hasta alcanzar ese rol; pocas fueron creadas ini-
cialmente con ese destino en mente (Mayapán puede ser una excepción). Los im-
20 MICHAEL E. SMITH
Discusión
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2
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA
COMPARATIVA
George L. COWGILL
Escuela de Evolución Humana y Cambio Social
Universidad Estatal de Arizona
Estoy muy agradecido a los organizadores de esta Mesa Redonda por su in-
vitación para dictar la Conferencia Magistral. La tarea es un honor inesperado
pero también resulta algo intimidante, puesto que no he realizado trabajo de
campo en el Área Maya desde 1959, cuando trabajé en el Petén Central durante
varios meses, principalmente con materiales del Posclásico en Flores y sus alre-
dedores. Desde entonces sólo he realizado breves visitas a los sitios de las Tierras
Bajas del Norte en 1964 y 1976, y mi trabajo de campo se ha concentrado en Te-
otihuacan, en las Tierras Altas Centrales de México. Por supuesto, entiendo que
estoy aquí para proporcionar una perspectiva externa y espero poder ofrecer algo
útil, ya que he tratado de mantener una comprensión general acerca de los avan-
ces en la investigación en el Área Maya. Comenzaré, pues, con algunos comen-
tarios acerca de las ciudades mayas para después centrarme principalmente en Te-
otihuacan. Para una perspectiva geográficamente más amplia, les recomiendo
leer mi más reciente artículo en Annual Review of Anthropology (Cowgill 2004).
Quizás lo primero que haya que determinar es la cuestión de si algún sitio
maya puede denominarse como «urbano». Creo que esta ya no es una pregunta
que resulte de interés, ya que depende de lo que uno considere como «urbano»,
pero creo que algunos sitios mayas fueron urbanos, de acuerdo con cualquier de-
finición útil del término. Realmente, las cuestiones más interesantes no radican en
saber si los centros mayas fueron urbanos, si no de que forma lo fueron y porque
lo fueron. En este sentido, no doy ninguna respuesta a estas preguntas, pero espero
que se proponga alguna contestación a lo largo de esta conferencia.
Tengo la impresión de que comparadas con muchas de las ciudades de las Tie-
rras Altas de Mesoamerica, tanto en las Tierras Bajas del golfo de Veracruz
como en la región de las Tierras Bajas Mayas, no estaban quizá mucho menos po-
bladas que ellas, pero tendían a ser espacialmente menos compactas. Esto es ri-
gurosamente cierto en comparación con Teotihuacan, donde quizá 100.000 per-
25
26 GEORGE L. COWGILL
Otras preguntas serían: ¿por qué eran urbanos los centros políticos mayas?
¿Las sociedades políticamente complejas requieren o favorecen los asentamientos
grandes en los cuales puede ser llevado a cabo un amplio abanico de actividades?
¿Puede la complejidad política existir en ausencia de asentamientos con funciones
múltiples?
Las ciudades más tempranas del Viejo Mundo parecen más bien pequeñas
cuando se las compara con las de Mesoamerica, tanto en población como en es-
pacio ocupado. Este asunto relativo al tamaño comparativo de las ciudades es de
especial interés para mi colega Michael Smith, y quizás tengamos la oportunidad
de discutirlo en este foro.
Está también la cuestión de intervalos o crestas en el desarrollo de la escala socio-
política y su complejidad. ¿Existen ejemplos bien documentados en los cuales el cre-
cimiento fue gradual, y existen ejemplos bien documentados de cambio «puntual»
(en los términos empleados por Eldredge y Gould) por transiciones muy rápi-
das?¿Cómo funciona en casos específicos de la región maya?¿Hasta que punto son
nuestras etiquetas de los distintos periodos meras imposiciones en lo que en realidad
fue un cambio gradual y en qué medida pueden demostrarse con seguridad disconti-
nuidades reales y repentinas en el desarrollo? Si existieran, ¿pueden estas disconti-
nuidades ser bien comprendidas como reformulaciones? Me doy cuenta de que exis-
te una considerable cantidad de literatura acerca de estos temas, pero desconozco si
se ha alcanzado algún tipo de consenso general, y espero que pueda ser materia de
discusión durante esta conferencia. Quiero apuntar que no estoy hablando acerca del
hecho, ya suficientemente bien demostrado, de que varios desarrollos socio-políticos
atribuidos en otro tiempo al periodo Clásico (circa 300-900 d.C.) estuvieron ya
bien establecidos durante varios siglos antes. La cuestión no radica tanto en la fecha
absoluta de los cambios, sino si ellos fueron graduales o repentinos. Planteo la cues-
tión en parte debido a que Emberling (2003) habla de cambios «cuánticos» en la tra-
yectoria del urbanismo en Mesopotamia, mientras que Kirch y Sharp (2005) pre-
sentan para Hawai evidencias de una transición muy brusca.
Antes que nada, la evidencia indica que Teotihuacan fue fundada alrededor del
150 a.C. y creció repentinamente en un lugar que tenía poca, si es que la tuvo,
ocupación anterior. Con seguridad había al menos dos poblaciones de buen ta-
maño en el valle de Teotihuacan a partir del 300 a.C., y quizás un par de siglos
más temprano, con cerámicas que son una variante local del Complejo Ticomán
encontrado en otros sitios de la Cuenca de México. Estos sitios tenían poblaciones
del orden de mil a tres mil habitantes. Pienso que el hecho de que los hubiera
mencionado en publicaciones previas ha grabado en la mente de muchos lectores
la idea de que uno de estos pueblos fue el núcleo a partir del cual Teotihuacan cre-
ció, a pesar de haberme tomado la molestia de señalar su discontinuidad espacial
(Cowgill 1997, 2000). Hoy por hoy puedo, indicándolo con más rigor, que esto
parece ser un caso de sinoikismo, por el que los habitantes de estos pueblos ante-
riores aparentemente los abandonaron y formaron parte de los primeros contin-
gentes de población del nuevo asentamiento de Teotihuacan. Indudablemente, otra
mucha gente fue atraída también de otras partes de la Cuenca de México (una re-
gión de cerca de 80x60 km bastante bien definida por las montañas de alrededor)
pero no creo que los cambios en estilos cerámicos en esta época (fase cerámica
Patlachique) sean lo suficientemente grandes como para sugerir mucha emigra-
ción de lugares fuera del valle.
El verdadero precursor de Teotihuacan no es la aldea cercana más temprana,
sino Cuicuilco, un sitio mucho más grande a unos 50 km de distancia, en la parte
suroeste de la Cuenca. El sitio de Cuicuilco se conoce mal porque fue cubierto por
la lava de erupciones volcánicas, pero en la fase Ticomán tuvo probablemente una
población del orden de diez mil habitantes antes de que Teotihuacan fuera fun-
dado (Sanders et al. 1979). Es hasta cierto punto dudoso que Teotihuacan fuera
fundado por los refugiados que huían de Cuicuilco, puesto que ahora parece que
Cuicuilco sufrió una serie completa de erupciones, y que coexistió durante una
época con el Teotihuacan temprano. Las erupciones fueron ciertamente una cau-
sa importante del declive de Cuicuilco y del ascenso de Teotihuacan. Si no hu-
biera sido por estos acontecimientos naturales, Cuicuilco podría haber continua-
do prosperando y el valle de Teotihuacan podría haber permanecido como parte
de su entorno rural. Así, el abandono de Cuicuilco se puede explicar por una serie
de acontecimientos naturales, pero, sin embargo, en la fundación de Teotihuacan
estuvo implicado algo más que este hecho.
El examen sistemático de superficie realizado por el Teotihuacan Mapping
Project, dirigido por René Millon en los años 60, indica que parecen haber exis-
tido dos núcleos espaciales en la etapa más temprana de Teotihuacan. Uno de esos
núcleos estaba en las laderas de las colinas orientales a unos tres km al oeste de
donde se construiría más adelante la Pirámide de la Luna, en un área donde había
existido previamente un asentamiento disperso de la fase Ticomán, más allá de la
aldea más compacta de Ticomán cerca de los humedales. El otro núcleo estaba en
una zona apenas a 500 o 1200 m al oeste de la Pirámide de la Luna, en la zona su-
30 GEORGE L. COWGILL
deste de una amplia zona conocida hoy en día como Oztoyahualco. No está del
todo claro porqué los fundadores eligieron este lugar en particular, pero puede es-
tar relacionado con el hecho de que hay numerosas cuevas en la zona, resultado
del flujo de lava ocurrido varios miles de años antes del que destruyó Cuicuilco.
Hay también varios complejos templarios en esta área, al menos lo fue uno de
ellos, Plaza 1, ya tenía cierta arquitectura no residencial en este período temprano.
Es tentador especular que las cuevas eran sagradas (como ocurre en otras partes
de Mesoamerica, incluida el área maya) y que fueron una fuente importante de au-
toridad sobrenatural para los fundadores de Teotihuacan. Pudo también haber
existido una ocupación significativa en esta época temprana en el lugar de la Pi-
rámide del Sol, también asociada a una cueva dentro de la cual hay abundante evi-
dencia de actividad ritual (Millon 1981), pero se encuentra en la periferia sudes-
te del asentamiento temprano y además aún no existía aquí ninguna estructura
grande. La llamada más tarde Calzada de los Muertos se encuentra también al su-
deste del epicentro original y puede no haber constituido un eje principal del asen-
tamiento inicial, aunque el trabajo reciente de Sugiyama y Cabrera (2003) mues-
tra que existió una plataforma pequeña en el sitio donde más tarde estaría la
Pirámide de la Luna. Esta plataforma no se ajustaba al patrón de orientación del
asentamiento de 15,5o hacia el este del norte verdadero, que pronto se volvería un
canon en Teotihuacan.
No más tarde del siglo primero de nuestra era, sin embargo, en la Fase
Tzacualli, comenzó a construirse la inmensa Pirámide del Sol, a unos 750 m al
sur de la Pirámide de la Luna, y parece que la Calzada de los Muertos había
comenzado a asumir su papel como eje central, aunque no sabemos cuántas es-
tructuras cívico-ceremoniales flanquearon sus lados en ese entonces, y, a juzgar
por la densidad de fragmentos cerámicos, el corazón del asentamiento seguía en-
contrándose 1 km al oeste de dicha Calzada. Hay también evidencia de estruc-
turas cívico-ceremoniales en la vecindad de lo que sería más tarde la Ciudadela,
aunque fueron desmanteladas un siglo o dos más tarde, por lo que desconoce-
mos su forma exacta.
Es sólo en las fases Miccaotli y Tlamimilolpa Temprano, alrededor del 125-
250 d.C., que la disposición del centro cívico-ceremonial de Teotihuacan, con cer-
ca de 250 Ha, adoptó claramente la forma general que vemos hoy. La Pirámide de
la Luna fue ampliada enormemente; la Pirámide del Sol (prácticamente comple-
tada en el período anterior) alcanzó su altura máxima; la Calzada de los Muertos
fue definitivamente un eje central; y las estructuras anteriores en la Ciudadela fue-
ron demolidas y reemplazadas por las grandes plataformas que rodeaban la Pirá-
mide de la Serpiente Emplumada, grandes complejos residenciales y una gran pla-
za abierta. Sugiyama (1993) argumenta que todo esto fue la culminación de un
plan maestro ya ideado, pero yo sospecho que había más de un aspecto «paso a
paso» en el desarrollo de este diseño, aunque el resultado fue una disposición es-
pacial que podríamos denominar como «coordinada» más que preconcebida. En
EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA 31
2
No he visto la evidencia cerámica necesaria para determinar la cronología de esta reedificación, pero
la evidencia arquitectónica sugiere que ocurrió aproximadamente por estas fechas.
32 GEORGE L. COWGILL
Hace ya algunos años (Cogwill 1979) llamé la atención sobre una marcada di-
ferencia entre la trayectoria demográfica de Teotihuacan y la de sitios en las
Tierras Bajas Mayas. Culbert y Rice (1990) presentan evidencia de una conside-
rable variación entre las regiones mayas en sus trayectorias demográficas, pero un
tema común es la existencia de uno o más máximos de población bien definidos.
Muchos de dichos máximos o picos se relacionan, por supuesto, con los aconte-
cimientos discutidos en otras ponencias en esta Mesa Redonda. Sin embargo, to-
dos ellos muestran notables diferencias con Teotihuacan donde, a pesar de las re-
formulaciones que he postulado en la sección precedente, el perfil demográfico
parece bastante plano, más parecido a una larga plataforma que un pico, una ob-
servación constantemente olvidada en la mayoría de las discusiones acerca de Te-
otihuacan. De todos modos, usando fases cerámicas de uno o dos siglos de dura-
ción, no parece haber habido un cambio importante en por lo menos 350 años en
número de fragmentos cerámicos por siglo, a juzgar por las cantidades de tiestos
en las recolecciones superficiales del Mapping Project, y los restos cerámicos por
siglo son nuestra mejor estimación de personas por siglo. No más tarde del año
200 d.C., Teotihuacan parece haber alcanzado casi su máximo de población, y
también su extensión máxima, manteniéndose así hasta aproximadamente el año
34 GEORGE L. COWGILL
AGRADECIMIENTOS
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3
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO:
PERSPECTIVAS SOBRE EL DESARROLLO DE LAS
CIUDADES MAYAS
39
40 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE
APROXIMACIONES AL ESTABLECIMIENTO
DE ASENTAMIENTOS MAYAS
101) que, por lo menos arquitectónicamente, las ciudades mayas de las Tierras
Bajas del Sur fueron formalmente fundadas por medio del uso de los Grupos E
(Ruppert 1940), o «Complejos de Conmemoración Astronómica/Complejos de
Ritual Público» (Laporte y Fialko 1987, 1990). Este arreglo arquitectónico espe-
cializado está entre la arquitectura pública más temprana reconocida en cual-
quier sitio maya (A. Chase 1983, 1985a; Hansen 1992). Los Grupos E probable-
mente aparecieron por primera vez en el Sur de Chiapas, México,
aproximadamente en 900 a.C. (Lowe 1977: 244-246) como una forma arquitec-
tónica, y definen los sectores centrales de construcciones públicas de las primeras
ciudades mayas en las Tierras Bajas del Sur (A. Chase y D. Chase 1996b). La
existencia de un Grupo E en un sitio parece haber servido como «acuerdo» o «li-
cencia», es decir, significa su fundación como un lugar reconocible y precursor
potencialmente de la posterior aparición de jeroglíficos y dinastías en el centro.
La tríada de edificios que por lo general yace al oriente de la plataforma pi-
ramidal de un Grupo E podría estar relacionada cosmológicamente con el naci-
miento de dioses, posteriormente representados por lo general en textos jeroglí-
ficos como una tríada distintiva. La tríada de Palenque se conoce bien por
representar el trío de dioses nacidos con 18 días de diferencia y festejados como
ancestros divinos por la posterior dinastía (Kelley 1976: 96-98; Schele y Miller
1986: 48-50). Referencias con tríadas similares aparecen en Caracol, Naranjo, To-
niná y Tikal, indicando que esta creencia cosmológica estaba ampliamente di-
fundida en las Tierras Bajas del Sur. La fecha de nacimiento asignada a estos dio-
ses antecede la existencia arqueológica de los mayas, colocando claramente a
estas deidades en la mitología y sirviendo como referencia en relación con una
fundación. Estos factores, la asociación de los Grupos E con ofrendas y su ubi-
cación central dentro de las ciudades mayas, refuerzan el papel de estos conjuntos
como representantes de la fundación ideológica de centros mayas.
MODELOS GEOGRÁFICOS
y el análisis del vecino más cercano (Hammond 1974). En este análisis inicial a
todos los sitios les fueron asignados valores iguales, dando como resultado la de-
finición de unidades políticas relativamente pequeñas (Hammond 1974). Los
polígonos de Thiessen también fueron utilizados en conjunción con los glifos em-
blemas mayas para inferir organización política, lo que dio como resultado que se
sugiriera la existencia de cerca de 100 ciudades-estados independientes durante el
período Clásico Tardío (Mathews 1985, 1991). Además, se utilizaron datos jero-
glíficos para sugerir que, durante este mismo periodo, existió una jerarquía re-
gional de cuatro «sitios en lo más alto» (Marcus 1973). Los datos jeroglíficos se
combinaron con los análisis del lugar-central, otro modelo basado en la geografía,
para argumentar a favor de una mayor complejidad: Marcus (1976), de manera es-
pecífica, sugirió que el patrón hexagonal de la teoría del lugar-central podría ser
utilizado para modelar sobre el terreno unidades políticas secundarias definidas a
través de su análisis de glifos emblema.
Los modelos del lugar-central conducen implícitamente a un número de infe-
rencias que son relevantes para los mayas: (1) ciertas ciudades y nudos pudieron
haber sido fundados debido a su ubicación espacial; (2) en el antiguo paisaje maya
podían encontrarse estrategias de control administrativo en los lugares de las
ciudades y arquitectura especializada; (3) la posición tan temprana de algunos
centros exitosos necesariamente condujo al conflicto o a la incorporación, en la
medida que se incrementó el tamaño de la población y la unidad política a través
del tiempo. La aplicación completa de la teoría del lugar-central a los mayas del
período Clásico nunca ha sido totalmente posible por varias razones: (1) la falta
indispensable de mapas (A. Chase y D. Chase 2003); (2) una perspectiva miope
de muchos investigadores con respecto a las relaciones más allá del propio sitio en
el que se encuentran trabajando (D. Chase 2004); (3) las limitaciones auto-im-
puestas de ver solamente «espacio como superficie», sin la necesaria profundidad
histórica proporcionada por las excavaciones arqueológicas (Massey 2001: 16).
Sin embargo, investigadores que han examinado la distribución espacial de los
complejos arquitectónicos mayas sobre el paisaje, han llegado a la conclusión de
que éste es un ejercicio de utilidad, ya que ha permitido un acercamiento a las re-
laciones entre y dentro de los sitios, probando que la escala es la variable más re-
levante. Así, hay complejos arquitectónicos de una forma específica que han
sido hallados formando parte del paisaje de las ciudades. Nudos cuya distancia va-
ría de 3 a 8 km del epicentro de una urbe pueden ser utilizados para explicar el de-
sarrollo secuencial de algunas ciudades, como por ejemplo Caracol (A. Chase y
D. Chase 2001b; A. Chase et al. 2001). Otros centros arquitectónicos se encuen-
tran dentro de un paisaje regional y a una distancia aproximada de 30 km (equi-
valente a un día de camino) y ayudan a explicar el desarrollo de unidades políticas
regionales, como sería el caso de Calakmul (Marcus 1976, 1993: 154-155). La te-
oría militar que estudia las distancias caminadas dictamina que las unidades po-
líticas como las de los antiguos mayas pueden sólo controlar directamente un te-
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 45
Fig. 1.—Tipos básicos de las fundaciones formales de una ciudad maya: ideológica, dinástica y administrativa.
ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 49
Fig. 2.—Mapas de Tayasal, Guatemala: a) asentamiento del sitio; b) epicentro de Tayasal en el Clásico Tar-
dío; c) reconstrucción del desarrollo del epicentro del Clásico Tardío.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 51
asociados con los Grupos E indican que éste se asoció probablemente con una di-
nastía fundadora.
Basados en la excavación de la Estructura T103, el edificio más importante de
la Acrópolis Central de Tayasal, este complejo arquitectónico se fundó al final del
período Clásico. Al mismo tiempo, un individuo importante fue enterrado en el
grupo más temprano orientado al Este (de una serie de cuatro) que vinieron a de-
finir el eje oriental de la ciudad en el Clásico Tardío. El dato arqueológico mues-
tra un movimiento progresivo hacia el Este por medio de la ubicación de una se-
rie de tumbas a través del tiempo, y que posiblemente indican que estos depósitos
se ubicaron de acuerdo con un ciclo de rueda calendárica similar a lo documen-
tado en grupos de unidades domésticas en Caracol (D. Chase y A. Chase 2004).
Mientras que las tumbas del oriente probablemente albergaron a individuos mas-
culinos, los grupos hacia el occidente de la Acrópolis Central de Tayasal inclu-
yeron un extenso número de entierros de mujeres e infantes, que pueden fecharse
para el Clásico Tardío (A. Chase 1983, 1985c). Por lo tanto, la Acrópolis Central
de Tayasal, que es en realidad un conjunto palaciego, parece haber formado el
epicentro del sitio a lo largo del Clásico Tardío. Ninguno de los otros grupos ha-
cia el oriente u occidente rivalizaron con este palacio ni en tamaño ni en altura.
Como se manifiesta por el arreglo espacial, y la aparición secuencial de determi-
nadas tumbas en los altares del lado oriental, las estructuras de los grupos al
Este del palacio central sirvieron para funciones públicas y rituales, presuntamente
asociadas con un grupo de segundo nivel de la elite, quienes manejaron Tayasal
como un centro administrativo. Los verdaderos grupos residenciales se ubicaron
hacia el Oeste del palacio central.
El plano del sitio de Tayasal durante el Clásico Tardío representa una versión
secuencial aumentada de grupos de estructuras ubicados lateralmente y cerca de
un palacio central que surgió con una fundación administrativa del sitio a final del
período Clásico Temprano. Arqueológicamente, sin embargo, el sitio contiene
toda una gama de eventos de fundación formales. El Grupo E significa que el si-
tio tuvo un centro ideológico. Los monumentos del Clásico Temprano son indi-
cadores de una dinastía fundadora que se relacionó con el Grupo E, sin embargo,
al final de este período, el palacio central de Tayasal se convirtió en el punto fo-
cal de la ciudad, representando su papel como un centro administrativo dentro de
una unidad política mayor. No hay un aparente centro de atención hacia los tem-
plos dentro del centro de Tayasal, y este hecho ubica especialmente al sitio como
un centro de segundo nivel.
cia la Bahía de Corozal. Este centro fue más pequeño que Tayasal y Caracol du-
rante el Clásico Tardío y muestra una historia arqueológica diferente. El sitio pre-
senta algunos de los materiales arqueológicos más tempranos que se conocen para
el Norte de Belice (D. Chase 1981; D. Chase y A. Chase s.f.) y fue también una
gran ciudad capital maya durante el período Posclásico (D. Chase 1982; D. Cha-
se y A. Chase 1988). Sin embargo, su historia arqueológica siempre está relacio-
nada con las fortunas políticas de otros sitios del área, particularmente de Cerros,
ubicado al otro lado de la Bahía de Corozal y para el cual existen excelentes datos
arqueológicos (Freidel 1978; Walter 1998).
Santa Rita Corozal fue investigado por el Corozal Postclassic Project du-
rante cuatro temporadas de campo efectuadas entre 1979 y 1985 (D. Chase y A.
Chase 1988). Se trabajaron un total de 43 estructuras por medio de calas de
aproximación y excavaciones en área. Sin embargo, en su mayoría los edificios
investigados fueron seleccionados con el fin de contestar preguntas específicas re-
lacionadas con su ocupación durante el Posclásico Tardío del sitio (D. Chase
1982, 1985, 1986). El mapa del sitio de Santa Rita Corozal (Fig. 3) muestra una
serie de plataformas largas y estructuras aisladas distribuidas a lo largo de la par-
te superior de la aparente isla de tierra adentro; sin embargo, las excavaciones
también indicaron que, por lo menos un igual número de estructuras, existieron en
el «terreno vacío» y no eran visibles en la superficie del terreno (D. Chase 1990),
esto dificultó cualquier intento de ver el espacio como solamente una superficie.
Si bien se halló cerámica y artefactos del período Posclásico en todos los edi-
ficios excavados, sólo el 20% de estas estructuras proporcionaron restos arqueo-
lógicos del Clásico Temprano, y sólo el 30% de los edificios evidenciaron una
ocupación en el Clásico Tardío. Si existió en Santa Rita un foco central durante el
Clásico, éste debió de haber sido la Estructura 7, una pirámide de 12 metros de al-
tura que fue tempranamente investigada (1898) y registrada por primera vez por
Thomas Gann (1900). Como resultado de las excavaciones del Corozal Post-
classic Project en esta estructura, fue evidente que la pirámide más alta del sitio
fue completamente construida y utilizada durante el Clásico Temprano, data-
ción confirmada por la presencia de tres elaborados entierros y dos ofrendas (D.
Chase y A. Chase 2005).
La arqueología de Cerros, permite situar a Santa Rita Corozal dentro de eventos
políticos más amplios. Cerros fue virtualmente abandonado al inicio del Clásico
Temprano (Freidel 1978; Walter 1998) y fue entonces cuando, aparentemente,
Santa Rita tomó ventaja de la situación al fundar su propia dinastía. No hay, sin em-
bargo, evidencia de una fundación ideológica formal del sitio; más bien hubo una
fundación dinástica utilizando una estructura al Norte, en la cual se colocaron an-
cestros importantes con múltiples símbolos de autoridad de elite, incluyendo vasi-
jas de piedra, una barra ceremonial, una máscara de jadeita, un símbolo ideológico
de renacimiento (A. Chase 1992; D. Chase y A. Chase 1989). Por lo tanto, Santa
Rita experimentó una fundación durante el Clásico Temprano a través del entierro
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 53
Fig. 3.—Mapa del asentamiento prehispánico de Santa Rita Corozal, Belice; todos los montículos están al
oeste de la moderna ciudad de Corozal.
formal de sus ancestros en varias versiones de un templo al Norte que fue, y conti-
nuó siendo, la arquitectura más masiva jamás construida en el sitio.
Sin embargo, parece que esa dinastía sucumbió, ya que no existen templos da-
tados para el Clásico Tardío ni tampoco tumbas ancestrales fechadas para el
mismo período. De hecho, aunque el sitio estuvo ocupado durante el Clásico
54 ARLEN F. CHASE Y DIANE Z. CHASE
Tardío, nunca existió un centro arquitectónico focal real. La ausencia de tales res-
tos arqueológicos puede ser el resultado de más de un siglo de expansión urbana
de la moderna ciudad de Corozal, la tercera más grande de Belice, aunque no hay
indicación de la existencia de tales edificios en el mapa de 1898 realizado por
Gann, que fue hecho antes del crecimiento urbano moderno. Ante esto, veríamos
a Santa Rita Corozal como un fallido centro urbanizado durante el Clásico Tardío,
presumiblemente excluido de jugar cualquier papel político o económico signifi-
cativo. Debe indicarse, sin embargo, que cuando Santa Rita Corozal llegó a ser un
gran centro urbano durante el Posclásico, la Estructura 7 fue nuevamente re-
consagrada: primero, por el enterramiento de un individuo de alto estatus del Pos-
clásico en la escalinata más temprana de la estructura, y segundo, por el uso re-
petido de esta escalinata para rituales asociados con incensarios posclásicos.
Caracol, Belice
De los tres sitios discutidos en este trabajo, es de Caracol del que se posee más
información arqueológica en relación a los eventos de fundación. Si bien han sido
halladas construcciones públicas tempranas en varias áreas del epicentro de Ca-
racol (A. Chase y D. Chase s.f.), el Grupo A del sitio posee la apariencia de ser un
complejo arquitectónico Grupo E con su alta pirámide de 25 metros en el Oeste y
su plataforma Este elevada soportando múltiples edificios. Las excavaciones han
demostrado que tanto la pirámide del Oeste, Estructura A2, y el edificio más gran-
de sobre la plataforma Este, Estructura A6, fueron edificados y alcanzaron su ma-
yor altura durante el período Preclásico Tardío (A. Chase y D. Chase 1995).
De singular importancia fue el hallazgo de cuatro ofrendas en el núcleo de la
Estructura 6, dos de ellas selladas dentro de la —muy bien cubierta— Estructura
A6-2 (segunda) y otras dos asimismo selladas en el núcleo de la Estructura A6-1
(primera). Estas ofrendas de Caracol contienen abundantes artefactos y contradi-
cen la caracterización actual de que todas las ofrendas del Preclásico son «muy es-
casas» porque contienen «pocos objetos» y exhiben «poca variedad» (Krejci y
Culbert 1995: 11). Más impresionante que el contenido de las ofrendas de la
Estructura A6 es su datación y, por extensión, la datación de la fundación de este
Grupo E. Se recuperaron restos de carbón en las dos ofrendas selladas de la Es-
tructura A6-1, así como también de los restos quemados de pisos sellados locali-
zados directamente encima de las ofrendas; además, también fueron fechadas dos
vigas de madera situadas sobre el acceso de una puerta en el interior de la Es-
tructura A6-1. Estas seis muestras de carbón produjeron resultados consistentes y
pueden ser usadas para fechar la Estructura A6-1 entre 10 d.C. y 60 d.C.
¿Qué significado tiene el lapso de fechas en relación a la fundación de este
complejo arquitectónico? La argumentación es que el Grupo E de Caracol fue
fundado en relación al alineamiento con dos ciclos calendáricos (A. Chase y D.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 55
intensa actividad ritual con ofrendas y fue cubierta también por un nuevo inmue-
ble. La reconstrucción simultánea de los dos templos de Caana —presumible-
mente en concierto con los palacios de la parte superior— fue un trabajo signifi-
cativo, que anunció el poder político que Caracol mantendría al inicio del Clásico
Tardío y supuso la reorganización espacial del sitio.
Al mismo tiempo que Caana estaba siendo reconstruido, Caracol también re-
planteó su paisaje económico y su paisaje interno a través de la colocación in-
tencional de nuevas grandes plazas (Fig. 4) que sirvieron como mercados dentro
del ambiente urbano (A. Chase 1998; A. Chase y D. Chase 1996a, 2004).
Fig. 4.—Mapa de Caracol, Belice, mostrando el asentamiento y las calzadas del sitio; el anillo del 3 km. in-
cluye nuevas grandes plazas que sirvieron como mercados; el anillo del 6 km. indica sitios tempranos que
fueron independientes, pero que quedaron integrados al área metropolitana de Caracol en el Clásico Tardío.
EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO... 57
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DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS
A LA REIVINDICACIÓN DE UN ORIGEN EXTRANJERO
65
66 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
rosas novedades que se notan en los asentamientos del Postclásico, bien podrían
representar, si no el reemplazo completo de un modelo por otro distinto, al menos
su transformación parcial: si la veneración de los ancestros perdura —algo que el
registro arqueológico debería normalmente poder confirmar—, parece ser que el
arraigo espacial asegurado anteriormente por ella habría sido complementado, o
aun en parte suplantado, por otra vía de acceso al poder: la reivindicación de un
origen extranjero prestigioso.
En las líneas siguientes, a través de unos ejemplos seleccionados, se tratará de
ilustrar —y al tiempo comprobar— la existencia del paradigma clásico en el
modo de asentarse, de discutir también algunas de sus variantes o aun excepcio-
nes, y posteriormente de precisar cómo este paradigma se fue transformando, tal
vez, a partir del Clásico Terminal.
EL «PARADIGMA CLÁSICO»
En una sociedad agraria la tierra es, sin duda, el bien más preciado. Cuando un
agricultor se asienta en un sector de nadie, es de suponer que se apodera del es-
pacio que necesita para su supervivencia y bienestar, y normalmente transmite sus
propiedades a sus descendientes. Estos últimos tenderán a vivir en el mismo lugar
o muy cerca, con el fin de captar los recursos heredados de su antecesor, el primer
asentado, es decir, cultivar a su vez las mismas tierras, y eso se mantendrá mien-
tras el grupo no rebase el número de personas que el terreno poseído puede nutrir.
En un sistema de este género la propiedad de la tierra es tanto más indiscutible
cuanto que la ocupación es antigua: el arraigo es entonces determinante, lo que
puede lograr desembocar en, o confundirse con, una ideología que exalta la au-
toctonía. Por supuesto, la herencia entre un fundador y sus seguidores, cualquie-
ra que sean las reglas de transmisión —unilineal o no—, suele beneficiarse de va-
rios medios: tradición oral, manejo de las genealogías e incluso el culto de los
ancestros. Este comportamiento, que acabamos de resumir en sus grandes líneas,
puede finalmente dejar huellas materiales susceptibles de ser investigadas en un
contexto arqueológico, muy particularmente en el ámbito de los patrones de
asentamiento. Desde al menos la transición Preclásico Medio-Tardío, los mayas
de las Tierras Bajas habrían experimentado este sistema de ocupación hasta for-
malizar la veneración de los ancestros, es, por ejemplo, lo que asevera McAnany
(1995) a partir de los datos de K’axob donde, hacia el final del Preclásico Tardío,
aparece un adoratorio con restos funerarios que habrían recibido un tratamiento
específico.
Para McAnany (ibidem), los ancestros en los que se fundamentaban la tenen-
cia de la tierra y/o el poder serían, por un lado, aquellos correspondientes a lo que
ella califica de «linajes», y, por el otro, aunque más tarde, los de las dinastías re-
ales (véase McAnany 2001). Ahora bien, para la población en general existen se-
68 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
ñales de que el modelo descrito pudo haberse aplicado aun a niveles inferiores a
los linajes, específicamente a las familias extensas. Wilk (1988) recuerda que la
arqueología maya documenta una gran variedad de organización de las residen-
cias, desde casas aisladas hasta grupos de edificios que corresponden a unidades
multifamiliares complejas. Sin que suponga una sorpresa, los conjuntos más
grandes —pero no forzosamente los más elaborados— resultan ser, cuando se ex-
cavan, los de ocupación más larga; y la comparación que el mismo Wilk propone
con el Japón feudal de los siglos XVII y XVIII, sugiere que el tamaño de los grupos
residenciales tal vez esté relacionado con la cantidad de tierras que cada uno tenía
a su disposición. Los trabajos sistemáticos de W. Haviland en unos conjuntos ha-
bitacionales de Tikal, muy particularmente en 2G-1 (Haviland 1988), ejemplifican
perfectamente el paradigma que nos ocupa, y eso en un rango entre los más bajos
de la jerarquía social, ya que, como hace notar Haviland, las casas del conjunto
2G-1 no requirieron mucha inversión, y las pertenencias de sus habitantes apenas
superaban la media común de las herramientas cotidianas, todas elaboradas en
materias primas locales salvo las piedras de moler, las manos y los objetos de ob-
sidiana. En 2G-1 la historia empieza con una primera casa a la cual poco a poco
fueron anexionadas cuatro construcciones más (Fig. 1). Las transformaciones-
agrandamientos del grupo habrían ocurrido cada 25-35 años, y coincidido al pa-
recer con la muerte de una o varias personas. El primer edificio construido destaca
por su arquitectura de calidad ligeramente superior, por estar asociado con un mo-
biliario un poco más esmerado y, sobre todo, por albergar, debajo de sus pisos, a
un máximo de entierros. Así pues, la casa 2G-59, lugar de habitación del fundador
y probablemente de los jefes subsecuentes de la familia, se volvió igualmente la
residencia de los antepasados, punto focal del grupo en todos sus sentidos. Fi-
nalmente cabe recordar que la ocupación de 2G-1 abarca un mínimo de seis ge-
neraciones y cubre un intervalo de más de 200 años (600 ?-800 d.C.), lo que no es
nada desdeñable en cuanto a duración y, por ende, estabilidad, tratándose de un
hábitat popular.
En el otro extremo de la escala social, y siempre en Tikal, sabemos ahora bas-
tante de la sucesión de treinta y tres gobernantes durante aproximadamente ocho
siglos (Jones 1991; Martin y Grube 2000). El primer personaje conocido epigrá-
ficamente, Yax Ehb’ Xook, habría vivido en el primer siglo de nuestra era y el En-
tierro 85, en medio de la Acrópolis Norte, podría haber sido su morada mortuoria.
Si entre los soberanos posteriores, no hubo culto a un ancestro único, no faltan sin
embargo, en las inscripciones, referencias a antecesores, notablemente cuando és-
tos se distinguieron de una manera o de otra. Por otra parte, no se puede omitir re-
cordar aquí que la primera estela con fecha de Cuenta Larga de todas las Tierras
Bajas Mayas (8.12.14.13.15, 292 d.C.), la Estela 29 de Tikal precisamente, re-
presenta a un rey de pie y, sobre él —en el cielo—, la imagen de su probable pa-
dre. Este tipo de representación de padre o antecesor supervisando a un sucesor,
inventado tiempo atrás por los olmecas, será repetido en numerosos centros mayas
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 69
Fig. 1.—Tikal, Grupo residencial 2G-1, reconstrucción tentativa de sus ocupantes y ubicación de las se-
pulturas en dos momentos distintos (según Haviland 1988).
clásicos. A falta de un culto a un solo fundador, Tikal reveló varias tumbas reales,
las cuales pueden relacionarse a menudo con individuos específicos; a este res-
pecto llama la atención la concentración espacial de muchas de ellas en la Acró-
polis Norte, la cual se convirtió así en una verdadera «Montaña Sagrada», y en sus
inmediatos alrededores, teniendo como posible excepción la inhumación de los
personajes más importantes en Mundo Perdido entre 250 y 378 d.C. (Laporte y
Fialko 1995) (véase Fig. 2). La estabilidad espacial relativa de los lugares de en-
terramiento de los gobernantes, en realidad no fue comprometida ni por el famo-
so cambio dinástico del año 378, el cual involucró no obstante a extranjeros. De
hecho, la tumba del primer representante de la nueva familia real (Yax Nuun
70
Fig. 2.—El centro de Tikal con la localización de algunas de las sepulturas reales (mapa adaptado de Martín y Grube 2000).
DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 71
Ayiin I, Entierro 10) se encuentra debajo del Templo 34, y la de su sucesor (Siyaj
Chan K’awiil II, Entierro 48) debajo del Templo 33, estando ambas construccio-
nes ubicadas en la Acrópolis Norte. Otro detalle, ya señalado (véase en particular
Martin y Grube 2000: 34), merece ser retomado: la bien conocida Estela 31, fe-
chada para 445 d.C., obra de Siyaj Chan K’awiil II, copia deliberadamente en su
cara anterior la ya mencionada Estela 29, de 150 años antes y… correspondiente
a otra dinastía.
En última instancia, la permanencia de los reyes de Tikal en un mismo punto
no concierne solamente a sus sepulturas sino también, al menos en parte, a sus re-
sidencias o palacios. Si bien está establecido que la Acrópolis Central fue el lugar
para habitar y administrar, favorecido por los soberanos del Clásico Tardío (Ha-
rrison 1999), Juan Antonio Valdés (2001) advierte que, en este conjunto, la Es-
tructura 5D-46 podría haber sido construida por Chak Tok Ich’aak I, es decir poco
después de 360 d.C., y que luego este edificio apenas fue modificado; agrega
(ibid.: 147) que, por no haber sido recubierto por otra construcción, este palacio
debía representar un símbolo de la trascendencia de la dinastía, misma que justa-
mente iba a cambiar con la muerte de quien lo edificó (!). La cercanía mutua de
los lugares de vida y de muerte es, a fin de cuentas, un aspecto más de la estabi-
lidad que los individuos que ejercieron el poder supremo en esta ciudad quisieron
manifestar, y esto a pesar de las crisis.
Sin lugar a dudas Copán es, hoy en día, un ejemplo aún más paradigmático
que Tikal del modelo de ocupación del espacio y del arraigo por medio de an-
cestros, al menos en lo que se refiere a sus gobernantes, los que componen la
dinastía que comienza con Yax K’uk’ Mo’ en 426 d.C. y se desvanece con
Yax Pasaj a principios del siglo IX, tal y como ha sido demostrado por los tra-
bajos efectuados en el marco de las excavaciones realizadas bajo la Acrópolis
(Andrews y Fash 2005; Fash 1991; Sharer et al. 1999). En Copán efectivamente
la historia dinástica se desarrolló en un solo y mismo locus, el sector de la
Acrópolis y zonas aledañas, o sea una superficie máxima del orden de 5 has.
Prototípica en este conjunto es la presencia de un auténtico templo-pirámide di-
nástico (Templo 16), obra, en su última versión, de Yax Pasaj con el Altar Q
frente a su base. Ahora bien, dicho Templo 16 recubre la posible «casa» del
fundador (Estructura Hunal) y, en ella, su sepultura; encima de esta primera
construcción hay también, entre otros edificios, el templo en que la esposa
del fundador fue enterrada (Yenal-Margarita), además de una ambiciosa es-
tructura del décimo soberano (Rosalila), seguramente dedicada al culto del
mismo ancestro-fundador. Así, durante casi cuatro siglos, el mismo lugar pero
varias veces reacomodado, sirvió para la veneración de una misma persona,
fuente, en última instancia, de todo poder. En las inmediaciones de este punto,
las excavaciones pudieron también comprobar la existencia de palacios suce-
sivos, los cuales fueron ocupados, es razonable suponerlo, por los soberanos
mismos y parte de su eventual corte (Sharer et al. 1999; Traxler 2001). Aun en
72 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
el caso de que Yax K’uk’ Mo’ hubiera sido un «llegado de fuera»1, lo que resalta
claramente de la secuencia arquitectónica de la Acrópolis de Copán es la vo-
luntad de un arraigo local firme, el cual determinó una asombrosa estabilidad
espacial.
En definitiva, situándonos cerca de algunas de las ideas expresadas por Mar-
tin y Grube (1994), podríamos decir, basándonos en los ejemplos de Tikal y Co-
pán, que la esencia del poder real maya clásico fue su carácter autóctono (ellos ha-
blan de un «place-specific system», ibid.: 23). El estudio del glifo-emblema lleva
por su parte a pensar que el rey era verdaderamente rey en su ciudad, centro del
mundo, sede de su poder y espacio sagrado de sus ancestros.
Vale la pena ahora salir de los casos más típicos que acabamos de ver, para
evaluar la validez del modelo en otros sitios donde esta última aparece menos evi-
dente, o aun allí donde se registraron datos contradictorios.
Fig. 3.—La Joyanca, Petén, detalle del plano con el Grupo Guacamaya y la Plaza Principal (cuadrícula de 400 m de lado) (Arnauld et al. 2004).
73
74 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
Fig. 4.—Balamkú, Campeche: a) croquis de los cuatro grupos monumentales; b) plano del Grupo Sur: c) fa-
chada principal —norte— de la residencia D5-2.
76 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
Hace algunos años se empezó a tratar de aplicar el concepto de corte a las fa-
milias de la elite maya clásica, familias reales y familias nobles cercanas a las pri-
meras. En otros contextos históricos, es bien conocido que numerosas cortes pa-
saban su tiempo moviéndose de un lugar a otro, acompañando generalmente al
soberano. En un nuevo análisis de los sitios de Buenavista y Cahal Pech2, distan-
tes de 5 km entre sí, Ball y Taschek (2001) detallan las características de los dos
asentamientos y especialmente de sus respectivos palacios. Sus historias son en
buena parte paralelas y coetáneas, aun si los autores evocan aspectos que dan la
impresión, como ellos mismos lo reconocen, de haberse sucedido entre ambos lu-
gares: el depósito de las sepulturas más ricas o la construcción y utilización de las
canchas de juego de pelota. Aunque la poca información epigráfica disponible en
estos sitios sólo permite estar seguro de que los dirigentes eran de mismo nivel en
2
Este análisis en realidad concierne a la pequeña zona comprendida entre los ríos Mopán y Macal en el
noroeste de Belice, zona que debería incluir también el centro de Xunantunich.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 77
El estudio que se llevó a cabo en esta región (Michelet et al. 2000) abarcó tres
sitios más o menos equiparables, modestos en sus dimensiones y composición, así
como los espacios que los separan. La distancia entre Xculoc y Chunhuhub, los
dos asentamientos investigados más alejados entre sí, es exactamente la misma
que la que hay entre Buenavista y Cahal Pech (cf. supra); sin embargo, al existir
aquí otro sitio (Xcochkax) en posición intermedia, los asentamientos puuc resul-
tan bastante más cercanos uno del otro (Fig. 5). A pesar de esta gran proximidad,
Xculoc, Xcochkax y Chunhuhub se analizaron como centros, si no totalmente au-
tónomos, por lo menos distintos, y dotados, cada uno, de un poder político propio.
La determinación de un sistema tan fragmentado se hizo fundamentalmente sobre
la base de la identificación, en cada lugar, de lo que se llamó «edificios sede de
poder». Éstos se reconocen por su morfología (número de habitaciones, dimen-
siones, presencia de una sala de audiencia con posible antesala, etc.) y por su ico-
nografía, e, inclusive, por algunos leves indicios epigráficos. Son entonces pe-
queños palacios de señores quienes, a pesar de la modestia de su poder, no
dudaron en pretender ser reyes. Las fechas de ocupación de los tres centros no
fueron íntegramente verificadas por programas extensivos de excavación3, pero de
3
Sin embargo, un conjunto residencial de tamaño medio fue objeto de una excavación sistemática en
Xcochkax (véanse Arnauld 1999 y Michelet et al. 2000). Ésta permitió descubrir que su ocupación —ex-
pansión se había desarrollado en cinco etapas (Fig. 6) y a lo largo de tal vez siglo y medio. Notemos tam-
bién que, hacia el final de su historia, este conjunto se dotó de una estructura abovedada ritual propia (E4-
11 en la Figura 6). Aunque fue la única que no se excavó, todo indica que sirvió como adoratorio local, de
carácter probablemente familiar.
78 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
Fig. 6.—Las cinco etapas de crecimiento del conjunto residencial C-14 en Xcochkax (Proyecto Xculoc,
Campeche).
80 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
Fig. 7.—Puertas principales de los edificios-sede de poder: a) Xculoc (D6-15) (según Pollock); b) Xcoch-
kax (C4-6) (según Pollock); c) Chunhuhub (E3-1 (según G.F. Andrews). Proyecto Xculoc, Campeche.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 81
motivo para que unos mismos gobernantes hayan construido en la zona un palacio
cada dos kilómetros. En estas circunstancias, la hipótesis según la cual cada uno
de los tres centros habría tenido su propio gobernante, sigue siendo la mejor y, no
obstante la corta ocupación de la región, el modelo clásico del arraigo post-fun-
dación podría haber funcionado allí también.
Evidentemente, lo que falta en esta región son las sepulturas de los fundado-
res; pero en realidad, la ausencia o, mejor dicho, la poca presencia de entierros es
un fenómeno general en todo el sector puuc, y no afecta solamente a los difuntos
más importantes (candidatos al estatuto de ancestros) sino a toda la población. Por
otra parte, si la interpretación que se propuso acerca de los modos de fundación de
los sitios en la región es válida (véase Michelet y Becquelin 2001, en particular
pp. 241-242 en lo referente al pequeño grupo arquitectónico llamado «Chumbeek-
este»), los basamentos piramidales, aun si (ya) no eran monumentos estricta-
mente funerarios, habrían conservado un papel esencial en los procesos de crea-
ción de los asentamientos, sirviendo aún tal vez para cultos al espíritu de los
ancestros, a falta de sus restos óseos4.
Hemos aludido más arriba al origen extranjero de Yak K’uk’ Mo. De igual ma-
nera, la dinastía que empezó a reinar en Tikal en 378 d.C. fue «instalada» por un
personaje ligado con Teotihuacan, y su primer representante, Yax Nuun Ayiin I,
era hijo de un príncipe originario del centro de México. Fuera de estos dos casos
bien conocidos, en particular gracias a las inscripciones, acontecimientos del
mismo género podrían haberse dado en otros sitios sin haber dejado muchas
huellas, y eso especialmente durante el Clásico Temprano, tiempo de máxima ex-
pansión de Teotihuacan. Histórica y antropológicamente, la elección de jefes
entre familias foráneas poderosas es un fenómeno bien documentado en distintos
contextos culturales. ¿Habría sido la aloctonía un elemento de revalorización
durante el Clásico en las Tierras Bajas Mayas, y en especial para las elites go-
bernantes? También hemos mencionado que, tanto en Tikal como en Copán, los
sucesores inmediatos de los fundadores de las nuevas dinastías parecen haber to-
mado medidas para aparecer como mayas y aun para «mayanizar» de cierta ma-
nera a sus padres. Esto al menos parece confirmar que la autoctonía contaba
4
El déficit de entierros también se constata en la zona de Río Bec. Sin embargo allí hay algo sor-
prendente: en las torres (falsas pirámides) que realzan las fachadas de algunos edificios importantes de la re-
gión, se han hallado, en varias ocasiones (por ejemplo en la torre norte del Edificio B1 o 6N1 del sitio de
Río Bec mismo, véase Peña 1998), cámaras abovedadas adecuadas para convertirse en tumbas, lo que nun-
ca llegaron a ser. El simulacro sería pues más completo que lo admitido tradicionalmente, ya que también
la función funeraria de las pirámides, al ser evocada por las mencionadas cámaras, habría sido simbólica-
mente conservada.
82 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
más que el origen extranjero en las herramientas de justificación del poder político
en aquel tiempo.
Ahora bien, sabemos que en los dos sitios contemplados, descendientes tardíos
de ambas dinastías, volvieron a referirse en una forma explícita, y a veces casi tea-
tral, a sus raíces extranjeras. Así Jasaw Chan K’awiil I en Tikal (682-734 d.C.)
más de una vez insistió en la conexión que había entre su reino y lo que, en aquel
entonces, ya no era más que un pasado brillante, el de Teotihuacan. En Copán por
otro lado, de manera repetitiva encontramos en la historia referencias a la «as-
cendencia» teotihuacana de la familia real, y así la renovación del Templo 26 y la
erección de la Estela M por K’ak’ Yipyaj Chan K’awiil en 756 d.C., fueron oca-
siones de insistir más en ello (véase William y Barbara Fash en este volumen).
Pero, cabe observar, tanto en un centro como en el otro, que el recuerdo, mediante
imágenes y/o textos, del origen —gloriosamente— foráneo de los reyes, tuvo apa-
rentemente importancia sobre todo en tiempos de turbulencias político-militares o
justo después. Jasaw Chan K’awiil I fue precisamente quien se sacudió el bloqueo
que Calakmul había impuesto a sus cinco antecesores, mientras que K’ak’ Yipyaj
Chan K’awiil sucedió al rey que había sido derrotado y ejecutado por Quiriguá.
Así pues, la reafirmación periódica de los nexos entre los gobernantes de estos dos
centros y la ciudad más prestigiosa de Mesoamérica tendría en definitiva poco que
ver con el peso de la aloctonía para justificar su posición en el poder; se trataría,
más bien, de la movilización ideológica de este origen para ayudar a superar si-
tuaciones de crisis.
distancia promedio de 384 m (Fig. 8), no destaca(n) —de forma innegable— uno
(o varios) centro(s) rector(es). En otro sitio (del Puuc occidental esta vez), donde
también trabajamos, Xcalumkín (Becquelin y Michelet 2003), durante las fases
Xcalumkín Temprano (circa 650-725 d.C.) y Puuc Temprano (725-800 d.C.) el
poder político habría sido compartido entre varias familias o personajes. En Xca-
lumkín Temprano en efecto, no existen en el centro del sitio más que siete salones
—como mínimo— muy semejantes entre sí y que fueron interpretados como sa-
Fig. 8.—Microregión de Río Bec (10 km2) con la localización de los 71 grupos arquitectónicos monu-
mentales registrados en el marco del Proyecto Río Bec (2002-2007).
84 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
las de reunión de linajes (Michelet 2002: 82, figura 4); durante el Puuc Temprano,
es decir en un máximo de tres generaciones, las inscripciones del lugar citan al
menos a catorce individuos, entre ellos cuatro con el título de sahal, el más im-
portante entre los que aparecen.
Así pues hubo en ciertas partes del mundo maya, y desde el Clásico Tardío,
formas de organización y gobierno que pueden ser calificadas de «aristocráticas».
La pregunta ahora es, ¿estos sistemas donde no se reconoce la preeminencia de
una familia o un personaje descendiente del primer asentado, fueron espacial-
mente menos estables que el monárquico? Como hemos mencionado, en Río
Bec o en Xcalumkín no se han localizado —por el momento— tumbas de ances-
tros, pero eso puede deberse a unos tratamientos mortuorios locales especiales, y
no al tipo de organización política. De hecho, no hay razón para pensar que las
«casas nobles» mayas no veneraran a sus fundadores o miembros de excepción.
Pero falta mucho para determinar si las sociedades aristocráticas, al igual que el
poder monárquico, estuvieron atentas a fomentar su propia estabilidad espacial o
si, al contrario, propiciaron un movimiento bronweiano de desplazamientos y fun-
daciones continuas5…
Mientras que durante el Clásico Terminal casi todas las ciudades reales de las
Tierras Bajas Mayas Centrales y Meridionales se estaban colapsando, las ciudades
del norte sobrevivieron, y algunas de ellas desarrollaron las tendencias aristocrá-
ticas de las cuales hablamos y que habían surgido durante el Clásico Tardío. Por
ejemplo, entre el 800 y 900 d.C., los gobernantes de los sitios del Puuc seguían
utilizando conceptos ligados a la realeza clásica, pero al mismo tiempo experi-
mentaban formas de poder compartido (Grube 1994; Carmean et al. 2004): testi-
monio de ello, las estelas de tradición clásica que mostraban sólo a la persona del
rey, ahora, en ocasiones, son sustituidas por estelas de «estilo panel» las cuales re-
presentan a varios personajes juntos. Sin embargo, todavía hacia el 915 d.C. en
Uxmal reinaba el gobernante Chaak aliado de varias familias poderosas de Chi-
chén Itzá; pero esto no impidió que se abandonara Uxmal hacia el año 950. A Ux-
mal le sucedió Chichén Itzá y a ésta, Mayapán. Cualquiera que sea el modelo cro-
nológico adoptado (Andrews et al. 2003), Chichén fue contemporánea de
ciudades como Uxmal, Ek Balam, Dzibilchaltún y Cobá, aunque alcanzó su apo-
geo después del ocaso de todas ellas (Cobos 2004: 539-541). En pocas palabras,
el Clásico Terminal inaugura una época de marcada inestabilidad en las formas
urbanas de la civilización maya. La sucesión de ciudades que, en toda el área
5
En Río Bec en particular la respuesta a esta pregunta implicaría ante todo conocer muy precisamen-
te la secuencia constructiva de los diferentes grupos monumentales a lo largo de los dos siglos de apogeo.
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 85
6
Andrea Stone (1989) presentó un argumento análogo para ciudades clásicas en tiempos de Teo-
tihuacan.
86 DOMINIQUE MICHELET Y CHARLOTTE ARNAULD
fabética las historias locales de los reinos de las Tierras Altas, aunque moldeadas
en la mitología político-religiosa de Yucatán (Arnauld 1996a, 1996b). Aun así,
quedan por hacerse muchos análisis etnohistóricos para restituir a las literaturas
mayas la unidad verdadera que tenían en tiempos postclásicos, desde el sur hasta
el norte (véase Edmonson 1979). De acuerdo con el Popol Vuh, la Historia Qui-
ché de Don Juan de Torres o el Título de Totonicapán, los Anales de los Cak-
chiqueles, las autoridades políticas de nivel regional se referían a Tula (Carmack
1968: 55), y al soberano del oriente, Nacxit, nombre tolteca de Quetzalcoatl-
Kukulcan. Pero las formas tradicionales de legitimación no habían desaparecido
por completo y, por lo tanto, estas autoridades debían hacer alarde también de su
origen local, de su arraigo ancestral, es decir afirmar su carácter nativo; afirma-
ción también necesaria para subordinar a los poderes locales. Así es como las re-
ferencias a una soberanía lejana se amparaban en la reivindicación de un origen
autóctono.
Algunos textos organizan estas referencias en una secuencia histórica: primero
los ancestros emigran desde Tula hasta Guatemala, enseguida ocupan la Sierra, en
«lugares del alba» donde se levantó el sol, abriendo entonces el tiempo de la con-
quista de los valles; en fin, los jefes superiores vuelven a Tula para conseguir la
investidura del gran rey Nacxit. Estos dos mitos combinados en una misma se-
cuencia, más bien dicho estas dos «mitohistorias» (Tedlock 1985), la de Tula en
cuanto al origen y a la investidura, la de la Sierra en cuanto al alba del poder y a la
conquista, en realidad manejan dos procesos de integración política (Arnauld
1996a: 247-250). La primera «mitohistoria» establece que la unidad de los reinos
se fundamentaba en el origen tolteca de sus elites y en la investidura de Nacxit-
Quetzalcoatl, soberano superior quien reinaba en Tula. La segunda recuerda que
cada reino en particular tuvo su origen en lugares concretos de la Sierra en las Tie-
rras Altas, a partir de los cuales los ancestros conquistaron los valles y las cuen-
cas: es una teoría de la formación autóctona de cada entidad local. El Popol Vuh
en particular insiste en esto: que la estancia en la Sierra fue un periodo de división
y, al mismo tiempo, de distribución del poder. Obviamente, el mito de la migra-
ción desde Tula proporciona una retórica de unidad en provecho de los más altos
linajes k‘iche’ de Q’umarkaaj-Utatlán, mientras que el mito de la Sierra da cuen-
ta de la formación de múltiples entidades independientes —como la de Rabinal—
o que pretendían ser independientes usando la vieja metáfora clásica del sol na-
ciente (Arnauld 1993, 1996a, 1996b). Dicha retórica de unidad, que buscaba
romper las autonomías locales, afirmaba la soberanía superior de la nueva ciudad
k’iché, Q’umarkaaj-Utatlán, bajo la tutela formal de Tula y de Nacxit. Los kaq-
chikel usaron la misma retórica después de haberse secesionado para fundar su
propia ciudad, Iximché, en el siglo XIV (en los Anales). También la encontramos
entre los linajes más poderosos de Yucatán cuando se referían a Zuyua y a Tulán
(Roys 1972:. 59; véanse también López Austin y López Luján 1999: 101-126, y
Stone 1989: 167). En cuanto a la metáfora solar del viejo poder real está presen-
DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS... 87
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5
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN
Y RE-FUNDACIÓN EN LA CIUDAD MAYA DE LA ÉPOCA
CLÁSICA DE LA MILPA, BELICE
INTRODUCCIÓN
1
Las Estelas 1-12 fueron halladas por Thompson en 1938, mientras que las Estelas 13-18 se descu-
brieron en las temporadas de campo 1990-93. La Estela 19 se localizó en el pequeño sitio periférico de La
Milpa Este, y la Estela 20 fue hallada entre escombros de saqueadores frente a la Estructura 1 en 2000.
93
94 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT
Fig. 1.—Localización de La Milpa en el Área Maya (imagen insertada) y plano de la Gran Plaza, donde
se muestran las principales estructuras y estelas (ver nota 1).
El centro resultó ser la parte primeramente ocupada durante la mitad del Pre-
clásico Tardío, alrededor del comienzo de nuestra era. Sobre una alta loma (180 m
s.n.m.) y debajo de la Gran Plaza, un denso estrato de desechos del Preclásico
Tardío yace en la base de casi todos los sondeos, aunque si salimos de la Plaza A
éstos apenas llegan a ser unos pocos tiestos. La primera «La Milpa» parece haber
sido una pequeña aldea, una de las muchas en la región, de acuerdo con la pre-
sencia de desechos del Preclásico Tardío en el área habitacional. Sin embargo este
lugar permaneció como un «lugar persistente» (Schlanger 1992).
La aldea preclásica fue enterrada en el lado este de la Gran Plaza por edificios
del Clásico Temprano más bien modestos, bajas plataformas de bloques tallados
cubiertos de estuco. La primera fase de la pequeña Estructura 5 fue una de ellas,
que guarda relación con una serie de vasijas colocadas como ofrenda dedicatoria
en el eje normativo, y que aparecieron enterradas en el suelo de una nueva plaza.
Otro edificio temprano probablemente se encuentre debajo de la gran pirámide,
Estructura 3, ya que la Estela 10, que aún se erige frente a ella, tenía ofrendas de-
dicatorias de los siglos III y IV. La compleja secuencia constructiva visible en la
trinchera de saqueo en la Estructura 1 sugiere una vez más una fundación tem-
prana, pero el peligro de derrumbes impidió continuar las investigaciones en
este edificio, así como en la vecina Estructura 2, en la que ya se había colapsado
la entrada de un túnel.
Los gobernantes del Clásico Temprano dedicaron varias estelas talladas pero,
a excepción de la Estela 10, ninguna estaba in situ, y aparte de la Estela 15, que se
encontraba fuera del centro cívico y conmemoraba un gobernante temprano que
podemos llamar «Pájaro-Jaguar», todas son fragmentarias y yacen en la superficie
de la Gran Plaza. No se tiene idea de donde pudieron estar erigidas originalmen-
te, ni se encontraron sus partes faltantes. Aun sin tener textos legibles en ninguna
de ellas, nuestro epigrafista, Nikolai Grube (1994), considera que las Estelas 1 y
16 se pueden fechar para el 317 y 514 d.C. (8.14.0.0.0 y 9.4.0.0.0), y la Estela 15
puede colocarse dentro de este mismo lapso de tiempo. Lo mismo se puede decir
de la Estela 20, encontrada en fragmentos en el relleno de una trinchera de saqueo
de la Estructura 1, que parece fecharse entre el 450 y 500 d.C.
Tanto la Estela 2, que conmemora un gobernante posiblemente llamado K’i-
nich K’uk Mo (Señor Quetzal Macaw— también es el nombre del fundador de la
dinastía de Copán en 426 d. C.), como la Estela 6 son tempranas, pero están tan
erosionadas que no hay detalles de su fecha. Las Estelas 1 a 6 se encontraban co-
locadas en línea frente a la Estructura 1 pero, como se verá más adelante, este no
fue su lugar original.
Otra manifestación de la cultura de elite del Clásico Temprano fue una tumba
que se encontró en la Gran Plaza. Al buscar (sin éxito) la espiga de la Estela 1, se
halló un depósito de lajas de caliza alternando con desechos de pedernal: estos de-
pósitos (usualmente son de obsidiana importada en lugar de pedernal local) fueron
comunes en el cierre ceremonial de tumbas reales, como por ejemplo en Tikal
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 97
(Harrison 1999: 143). El depósito incluía 17.000 lascas de pedernal, que llenaban
un pozo realizado en la roca natural, donde una tosca cámara abovedada protegía
un solo entierro en posición supina. Julie y Frank Saul identificaron el individuo
como un varón de 35 a 50 años, quien había perdido todos sus dientes antes de su
muerte (el hueso estaba calcificado dejándole sólo sus encías para mascar), y con
una fractura en el cuello que pudo ser causada durante la guerra o bien en el jue-
go de pelota.
A pesar de lo elaborado de la tumba, sus ofrendas funerarias fueron pocas y
extrañas, destacando cinco elementos de cerámica: una tapadera cuya vasija trí-
pode faltaba, una vasija trípode demasiado grande para que le encajara la tapa-
dera, un plato y un cuenco muy ordinarios y, por último, un plato policromo con
vertedera idéntico a ejemplares de las tumbas del Clásico Medio de Tikal y Co-
pán. Las vasijas habían sido puestas debajo de una litera de madera, que obvia-
mente se desintegró, y el cuerpo se encontró sobre ellas girado un poco a la de-
recha, como si ese lado de la litera se hubiera descompuesto primero.
Junto a las vasijas, al lado de los pies (una en un cuenco de jícara pintado),
se hallaron dos orejeras de obsidiana de alta calidad pero estilo diferente; los or-
namentos que vestía eran de jade hechos de un mosaico de lajitas y cuentas que-
bradas. Una única concha de Spondylus colgaba de su cintura, y en su cuello ha-
bía cuentas del mismo material, sin embargo las de concha roja, las más
valiosas, estaban sólo en los lados y el resto de las cuentas eran de la clase blan-
ca, más corriente. Así pues, al igual que las ofrendas cerámicas, éstas eran
también de segunda categoría. Un solo elemento era de la calidad que se podría
esperar en una tumba real: a lo largo de su pecho se encontraba un espléndido
collar de cuentas de jade talladas y de color uniforme, con un pendiente en for-
ma de cabeza de zopilote. Los mayas usaban esta cabeza en sus inscripciones
como sinónimo de ahaw o señor, gobernante. En La Milpa el señor lucía su es-
tatus en el pecho.
El pozo cerrado no había sido marcado con ningún montículo o monumento,
por ello escapó a los saqueadores; esta circunstancia, así como las empobrecidas
ofrendas, sugieren un entierro apresurado, pero respetando los ritos apropiados
para un hombre de su posición social.
El fechamiento exacto de este evento es un problema ya que una fecha AMS,
obtenida a partir del colágeno de los huesos, sugiere que su muerte fue tan tem-
prana como el año 220 al 250 d.C., pero el estilo de las vasijas es de al menos un
siglo después, cuando La Milpa aparentemente (según el análisis cerámico de
Kerry Sagabiel 2005) estaba casi completamente abandonada; dada la falta de ra-
zones claras en la historia local para este acontecimiento, propusimos que había
estado ligada a la larga pugna entre Tikal y Calakmul, que duró de la mitad del si-
glo VI hasta fines del siglo VII. La victoria de Tikal en 695 d.C. fue seguida por un
ascenso muy repentino, algo que también se ve en La Milpa —de hecho, una re-
fundación.
98 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT
Fig. 2.—Núcleo central del sitio de La Milpa, con el área de la Gran Plaza al norte, la Acrópolis Sur en
la zona meridional y los grupos Audiencia flanqueándola al este y el oeste.
100 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT
Proponemos por ello que estos cuatro centros, situados a 3,5 km de la Gran
Plaza en los cuatro rumbos (Fig. 3), marcaron el eje primario este-oeste de la cos-
mología maya del camino del sol en el cielo, y el otro, secundario, de norte a sur
Fig. 3.—El cosmograma de La Milpa, con cuatro grupos menores (La Milpa Norte, Este, Sur y Oeste) a 3,5
km de distancia de la Gran Plaza, los cuales tenían visibilidad de los eventos que ocurrieran en los templos
principales de ésta. Los ejes cruzados dentro de la Gran Plaza (Estructura 2-Estructura 9, Estructura10-Es-
tructura 8) y el grupo de pirámides gemelas con su trazado tipo «pesas de halterofilia» («barbell») del nú-
cleo central (ver Figura 2). Es interesante enfatizar el hecho de que los tres cosmogramas están anidados
uno dentro del otro.
102 NORMAN HAMMOND Y GAIR TOURTELLOT
(el «cielo-inframundo», según Coggins 1980). También podían marcar puntos sa-
grados en un circuito ritual similar al que se describe en el mundo de los mayas
del Altiplano como en Zinacantan (Vogt 1969); este concepto circular del uni-
verso de una comunidad también recuerda los mapas circulares, como el de Maní
(Morley 1946: Plate 20), redactado por comunidades de la época colonial en
Yucatán para documentar sus derechos de tierras frente a la administración espa-
ñola.
La visibilidad necesaria para realizar este modelo requería de un paisaje libre
de vegetación; la densidad del asentamiento y las obras de ingeniería agrícola del
Clásico Tardío —alrededor del 800 d.C.— sugieren que esto pudo ser así. El ca-
rácter incompleto de La Milpa Oeste, la cerámica tardía asociada a la Estela 19 de
La Milpa Este y la falta de desechos de ocupación en La Milpa Sur (aunque
esta zona debe ser más investigada), sugieren que este concepto de un conjunto
cósmico a gran escala sólo vio la luz cuando La Milpa llegaba a su inesperado y
repentino fin.
Evidencia de esto aparece en otras partes del sitio: los lados noroeste y norte
de la Gran Plaza no tienen edificios, sólo montículos alargados y bajos que deli-
mitan el espacio. Parece incompleta, como si algo más estuviera por suceder; y en
otras partes de La Milpa esto se observa claramente. Así, en la quinta pirámide,
Estructura 21 en la Plaza B (ver Figura 2), falta la fachada de mampostería, la es-
calinata y una superestructura; el sector sur de la Acrópolis estaba aún en cons-
trucción, con unas plataformas sin terminar, otras necesitando apenas unos días
para añadirle más relleno, y otras casi apenas empezadas; y entre las plazas A y B
había una cantera con bloques recién cortados y amontonados para su uso. Sin
duda, estaba en proceso un esfuerzo constructivo mayor cuando, repentinamente
y sin causas obvias, el trabajo fue abandonado y la ciudad despoblada.
La Milpa desapareció violenta, pero silenciosamente: no tenemos evidencia de
invasión, destrucción u otra explicación del por qué se desvaneció en medio de un
programa constructivo real, que abarcaba el palacio, el templo y otras estructuras
en el centro, y un diseño cósmico a gran escala.
Pero no hay duda de que hubo un decaimiento entre el 830 y 850 d.C. según la
evidencia cerámica. En la Gran Plaza se construyó una casa larga y angosta en la
esquina suroeste parecida a las unidades habitacionales en el área suburbana de
Nohmul, 40 millas al norte por la ruta del Río Hondo. Eso demuestra que el
centro cívico ya había dejado de funcionar como tal. Un altar sobrepuesto en la
Estructura 5 pudo haber sido colocado por sus habitantes.
La Milpa estuvo durante muchos siglos en silencio, pero su memoria no dejó
de existir. La Gran Plaza siguió siendo un lugar sagrado y las estelas, piedras sa-
gradas. Mucho después de su abandono, cuando la Estructura 1 ya se había trans-
formado en una colina cubierta de selva, la gente regresó y volvió a levantar los
fragmentos de estelas sobre sus bases, metiéndolas apenas en el suelo. Las Este-
las 3 y 6 se encontraron así, las Estelas 1 y 2 acostadas frente a la pirámide
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y REFUNDACIÓN... 103
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
105
106 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
podría descartar los textos tardíos como propaganda política. Pero existen evi-
dencias contemporáneas que van a ser analizadas a continuación, para compren-
der mejor los ritos de fundación en Copán. Al evento más antiguo, del 150 d.C., lo
vamos a llamar la fundación sagrada o «ideológica» (Chase y Chase en este vo-
lumen) de Copán. Como veremos, las cuevas y las esculturas en bulto o «barri-
gones» nos pueden proporcionar mucha información sobre los orígenes de Copán
como lugar sagrado y centro de poder. El segundo y mejor conocido de estos
eventos tuvo lugar cuando Copán fue establecido como un reino maya clásico, es
decir, al estilo de las Tierras Bajas, en el año 427 d.C. A este evento lo vamos a
designar la fundación dinástica. Los textos jeroglíficos —grabados siglos después
de los eventos mencionados— dicen que los dos eventos de «fundación» requi-
rieron de ritos en lugares distantes, en donde los protagonistas recibieron símbo-
los o aspectos sobrenaturales, para luego viajar a Copán y establecer un nuevo or-
den político (Stuart 2004).
Cabe destacar otro tipo de evidencia, aparte de los textos jeroglíficos y la ce-
rámica, y es la examinada por el miembro del equipo de la Carnegie Institution
Francis Richardson (1940), que escribió un importante artículo titulado «Non-
Maya Monumental Sculpture of Central America», donde hizo hincapié en la
presencia de una tradición escultórica en muchos sitios de Guatemala y Hon-
duras, la cual incluye los famosos pot-belly sculptures o «barrigones», efigies de
jaguar y esculturas de bulto redondo (boulder sculptures). Entre los ejemplos ci-
tados por Richardson hay dos procedentes de Copán, asociados con las ofrendas
colocadas bajo la Estela 4 (Fig. 1) y la Estela 5. Richardson apuntó que esta tra-
dición era distinta a la maya clásica, y tanto él como Samuel Lothrop pensaron
que podría fecharse para el período «Arcaico», es decir, el Preclásico. De igual
forma, Longyear (1969) supo más tarde que la cerámica de los entierros descu-
biertos a finales del siglo XIX en las conocidas como «Cavernas de Copán» de la
Quebrada Sesesmil (Gordon 1896), estaba asociada con ancestros mucho más
antiguos, que actualmente fechamos alrededor del 1000 a.C. Las cuevas y los
barrigones iluminan los orígenes y las fuentes sobrenaturales de Copán, mos-
trándolo como un lugar sagrado y como un centro de poder en la época de la
primera fundación en el 160 d.C.
Actualmente contamos con otra fuente de información muy relevante y, fe-
lizmente, bastante abundante sobre el tema que tocamos en esta ocasión. Nos re-
ferimos a la arquitectura de las épocas relevantes, la cual ha sido investigada por
varios proyectos arqueológicos en Copán durante los últimos treinta años. Las in-
vestigaciones de la Acrópolis de Copán, llevadas a cabo por el Proyecto Arqueo-
lógico Acrópolis de Copán bajo la dirección general de William L. Fash, han des-
cubierto muchos edificios y monumentos esculpidos que fueron erigidos durante
los años de la fundación dinástica. Además, las investigaciones realizadas bajo su
responsabilidad en el Valle de Copán, en el sitio conocido actualmente como el
Cerro Chino, nos proporcionan evidencia de cómo era la arquitectura durante la
108 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
Desde nuestro punto de vista, consideramos que la evidencia indica que la pri-
mera fundación de Copán está asociada con cuatro fenómenos:
Los ejemplos de este tipo de escultura hallados en Copán, parecen ser deri-
vados estilísticamente y, por lo tanto, más tardíos que las versiones «puras» y pro-
bablemente más antiguas, de Monte Alto, Kaminaljuyú y El Salvador. Lamenta-
blemente no tenemos fechas fiables para los ejemplos descubiertos en Copán, ya
que fueron encontrados en contextos reutilizados. Así, el Barrigón analizado por
Richardson proviene de la ofrenda colocada bajo la Estela 4 de la Gran Plaza,
obra del 13.o gobernante (Figs. 1 y 2), y otro ejemplo citado por él procede de la
ofrenda dedicatoria bajo la Estela 5, obra del 12.o gobernante, situada al noroeste
del Grupo Principal, al pie del Cerro Chino. En su descripción de las ofrendas co-
locadas bajo las estelas, Gustav Stromsvik (1941) las considera «monkey-like,»
tuvo que ver con las tradiciones autóctonas de la parte sur del área Maya y la pe-
riferia sudeste de Mesoamérica, y no con las Tierras Bajas Mayas. Los textos pos-
teriores que mencionan los ritos de la fundación están asociados con esculturas de
barrigones, y las cuevas y murciélagos que se relacionan con los antepasados y el
territorio de Copán.
Cabe enfatizar la asociación de Copán como un lugar de murciélagos que re-
aliza el primer texto que describe la fundación sagrada, del 160 d.C., en la Estela
I de la Gran Plaza. Remitimos al lector al excelente y reciente estudio de Stuart
(2004) sobre estos textos, y a la referencia que hace al pueblo de Copán, con su
cabeza de murciélago, no sólo como un lugar sino como una sede de poder so-
brenatural, o sea, trata de la fundación ideológica de Copán. Esta estela, obra del
12.o rey y fechada en 695 d.C., tuvo hasta 24 fragmentos de estalactitas en su
ofrenda dedicatoria. Las estalactitas implican una visita de parte del rey y sus sa-
cerdotes a una de las cuevas de los antepasados para los ritos asociados a la acti-
vación de este monumento. Es notable que el gobernante sea representado como
Chac, quien reside en las cuevas, cuando éste practica los ritos citados en el
monumento y hace referencia a la fundación sagrada de la ciudad. Obviamente las
estalactitas también guardan relación con los murciélagos quienes, al igual que los
antepasados y los Chac, residen en las cuevas.
Igualmente interesante es el hecho de que, aún hoy en día, hay pueblos en los
Altos de Guatemala y Chiapas que son asociados con los murciélagos, como
Panajachel y Zinacantán. Aparte de todas estas relaciones simbólicas e ideológi-
cas, hay evidencia arqueológica de las relaciones con los Altos y los murciélagos,
como en el caso de las vasijas Chamá del período Clásico, donde los murciélagos
son un tema constante, siendo ésta una zona con numerosas cuevas. En la tumba
Hunal, considerada por arqueólogos y epigrafistas como la tumba del fundador di-
nástico K’inich Yax K’uk’ Mo’, hay dos vasijas de la región de Chamá, las cuales
presentan evidencia de lazos con esa zona (Reents et al. 2004); en la misma
tumba hay asimismo otras vasijas procedentes de la zona de Kaminaljuyú (ibi-
dem).
Además de estos datos arqueológicos asociados y relevantes al primer texto
que hace referencia a la fundación ideológica, la misma inscripción proporciona
datos relevantes a dicho evento. Según Stuart (2004: 216-219), el texto de la Es-
tela I indica que 208 días antes del evento de «fundación» en Copán, se practicó
un rito importante en el fin de período 8.6.0.0.0 10 Ajaw 8 Ch’en (18 de di-
ciembre de 159 d.C.). Tal ceremonia tiene lugar en un sitio lejano, «Bent Kawak»
(«Kawak Curvado»), que obviamente no es Copán, ya que éste aparece en el tex-
to como el lugar del murciélago. El lugar lejano donde se practica este evento de
Fin de Período también es mencionado en textos jeroglíficos de Tikal (Stuart
2004: 219), dato que a Stuart le hace pensar que la ceremonia señalada en los tex-
tos de Copán tuvo lugar en el Petén. O sea, se trata de un rito de consagración que
los copanecos fueron a practicar en otro lugar, foráneo, para poder traer el poder
114 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
sagrado a Copán. La ubicación de este lugar está por definir; el signo kawak po-
dría relacionarse con un lugar rocoso, incluso una cueva, de las cuales existen mu-
chísimas en la zona maya. Pero el hecho de que hubo que ir al exterior para
conseguir el poder sagrado es un «tropo» que se repite varias generaciones des-
pués cuando se hace referencia a la fundación dinástica, en el texto del Altar Q.
El otro texto que relata los ritos de la fundación dinástica también tiene una
ofrenda dedicatoria reveladora. Queremos destacar la asociación entre la Estela 4
y la otra escultura protoclásica citada, la cual tiene más similitudes con los barri-
gones de los Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador. Obra del 13.o gober-
nante, la Estela 4 aporta una de las menciones más específicas de la primera
«fundación» de Copán, en el 8.6.0.10.8 de la Cuenta Larga, o sea en el 160 de
nuestra era (Stuart 1986, 2003). ¿Será una casualidad que el barrigón fuera ente-
rrado bajo un monumento en el que se cita este evento? Creemos que no, sobre
todo cuando se tiene en cuenta el otro caso, el de la Estela I, con sus ofrendas re-
lacionadas a las cuevas y los ancestros.
En 1999 descubrimos otro ejemplo de este tipo de escultura de bulto redondo
en la superficie de la Plataforma Noroeste, al oeste de la Gran Plaza de Copán.
Este ejemplo lleva también adornos, como el de la Estela 4, sólo que en este caso
de cuentas de un collar y no de plumas. La escultura preclásica de la Plataforma
Noroeste también fue decapitada, como el barrigón de la Estela 4. Debajo de la
escultura, su descubridor, James Fitzsimmons, encontró dos vasijas del Clásico
Terminal, aparentemente ofrendadas después del abandono de Copán como re-
cinto dinástico. Consideramos que la Plataforma Noroeste es el lugar más indi-
cado, dentro del Grupo Principal, para un asentamiento de importancia en el
Preclásico Terminal y Protoclásico, ya que hay evidencias claras de ocupaciones
del Preclásico al oeste y al norte de la Plataforma (Fash et al. 2003; Viel 1999).
También hay que hacer notar la curiosa forma de esta plataforma, que no obede-
ce a los patrones del resto del sitio donde siempre hay edificios a los tres, si no a
los cuatro lados, de cualquier espacio constructivo. Hay cierta similitud en el ta-
maño y la forma de esta plataforma y el sitio protoclásico del Cerro Chino. La
asociación de las esculturas de la tradición Preclásica, de los Altos del área
Maya, con estas construcciones es notable.
Todos sus sucesores fueron muy claros en mencionar que se consideraban los su-
cesores del orden político que él estableció en, o posiblemente antes, del año 427
d.C (Schele y Freidel 1989; Stuart 1992; Stuart y Schele 1986). Hay cierta ambi-
güedad entre las referencias a los sucesos históricos en la vida de este señor, como
señala David Stuart (2004) en su consideración de los textos relevantes contem-
poráneos, y también los textos posteriores, que hacen mención de este individuo.
Se ha escrito mucho referente al tema de sus orígenes e identidad, así que vamos
a sintetizar los puntos principales acerca de los cuales hay consenso en las últimas
publicaciones que han salido sobre el tema (Andrews y Fash 2005; Bell et al.
2004):
Dicho eso, cabe enfatizar que las comparaciones con los mexicas sí pueden
ayudarnos a comprender aspectos de la fundación de Copán. Nos referimos sobre
todo al fenómeno del establecimiento de una dinastía, en un centro real nuevo. Se-
gún las historias del siglo XVI —tanto de los culhua-mexica como de sus rivales—
los seguidores de Huitzilopochtli carecían de suficiente prestigio como para poder
establecer un centro dinástico en el Valle de México. Para tal efecto, fue necesa-
rio obtener un príncipe de sangre real, que en esa época correspondía a un noble
de descendencia tolteca, preferiblemente de Culhuacán, lugar donde supuesta-
mente se establecieron los descendientes de los toltecas que huyeron de Tula, Hi-
dalgo, después de su quema y abandono. Negociaron para que el príncipe Aca-
mapichtli, de Culhuacán, se estableciera en México-Tenochtitlan casándose con
una princesa mexica, dando así herederos de sangre tolteca y mexica. Este fenó-
meno del «outsider king» (el rey extranjero) se da en todas las monarquías a nivel
mundial, y es el tema de Michelet y Arnauld en este volumen. Aquí nos limita-
remos a decir que esto también sucedió en el caso de Chichen Itzá, donde se men-
ciona muy frecuentemente a Kukulcán como el rey que vino de fuera y estableció
un nuevo orden en la ciudad (Tozzer 1941). En las crónicas mexicas también se
establecen numerosas asociaciones entre Topiltzin-Quetzalcoatl, el cual fundó la
ciudad de Tula según las crónicas del siglo XVI, y Acamapichtli.
En este contexto vale la pena señalar lo distinto que es el fenómeno de Copán,
donde el fundador del nuevo orden es considerado el primero de su género y línea
por quienes lo sucedieron en el trono, del caso de Tikal, como señala Martin
(2003). En dicha gran urbe, la llegada de los usurpadores en 378 d.C., probable-
mente procedentes de Teotihuacan, no señaló el fin de la dinastía maya nativa y
original. Todo lo contrario, los sucesores del «rey extranjero» siguieron nom-
brándose con la secuencia de línea dinástica original de Tikal, presumiblemente
por los lazos de parentesco por la descendencia materna (Martin 2003: 17). De
nuevo el registro arqueológico tiene mucho que ofrecer en este sentido, ya que
hay evidencia clara de que las relaciones entre Tikal y Teotihuacan comenzaron
mucho antes de los sucesos del 378 d.C (Laporte 1987, 1998; Laporte y Fialko
1990, 1995). Cabe la posibilidad de que hubieran alianzas matrimoniales que
unieran las dos ciudades por varias generaciones antes de la llegada de Siyak’
K’ak’.
En Copán, por contraste, tenemos muchas referencias a K’inich Yax K’uk’ Mo’
como el primero en su dinastía, hechas por sus sucesores en el trono real. Según el
texto más explícito, la fundación de ese nuevo orden tuvo lugar después de que
el fundador fuera a un templo teotihuacano (o de estilo teotihuacano), y agarrara el
símbolo del poder real, el k’awil (Stuart 2000). Cabe notar la observación de David
Stuart (2004) de que antes de tomar ese símbolo no aparecía el título Yax en su
nombre. Después de esa toma, Stuart sugiere que el título Yax posiblemente se re-
fiere al sentido de «nuevo,» y no de «verde-azul», como referencia al nuevo orden
establecido.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 117
Fig. 3.—Disco marcador de Motmot, con el fundador dinástico a la izquierda y su hijo y sucesor a la de-
recha (dibujo de Barbara W. Fash).
118 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
conjunto (Fash 1998; Fash et al. 2004). Estos enormes pájaros también represen-
tan una mezcla de estilos y de simbolismo teotihuacano y maya. Se ve la guaca-
maya del Popol Vuh con el brazo arrancado de Hunapu como trofeo, pero en este
caso el brazo se encuentra en el área de los genitales del pájaro, en la boca abier-
ta de una cabeza de serpiente emplumada, al más puro estilo del Templo de
Quetzalcoatl de Teotihuacan. Desde el principio, el campo de pelota es muy in-
ternacional, una tradición duradera, y seguramente centro de atracción, que fue se-
guido (como veremos) en generaciones posteriores en Copán.
Se ha debatido el significado de la presencia de los dos primeros reyes como
protagonistas del texto y de la dedicación del monumento jeroglífico del Marca-
dor Motmot (ver Figura 3), en la fecha 9.0.0.0.0. A nuestra manera de ver, la ex-
plicación de este hecho poco usual en el arte de Copán, es obvia. Fue muy im-
portante señalar para futuras generaciones que el nuevo orden logró sobrevivir,
que se había logrado la sucesión dinástica de manera exitosa. Tanto es así, que el
siguiente monumento que menciona el mismo evento, la Estela 63, también hizo
hincapié en la participación de los dos, padre fundador e hijo sucesor, en los even-
tos tan históricos del cumplimiento del baktun.
El establecimiento de una dinastía no siempre significa su éxito a largo plazo;
un ejemplo notorio del fracaso de una dinastía poderosa fue el del primer imperio
chino. El gran rey guerrero Shih Huang Ti superó la etapa de los Estados Gue-
rreros con su propia instalación como el primer Emperador en 216 a.C. Sin em-
bargo su «dinastía» (la Xin, de la que se deriva el nombre de China) no sobrevivió
su reinado, pues él no logró una sucesión ordenada y, en seguida, comenzó la nue-
va dinastía, la Han. Volviendo al caso de Copán, el 13.o gobernante no vio la ne-
cesidad de mencionar la sucesión del fundador a su hijo en el texto de la Estela J,
donde mencionó el evento de 9.0.0.0.0. Para esa época, tres siglos después de la
fundación dinástica la sucesión era un hecho, algo ya incuestionable, y el papel
del hijo fue considerado tan secundario al del fundador que ni lo mencionan.
Es únicamente con la llegada del noveno baktun que él y su hijo renuevan el área
pública del recinto real, para ostentar símbolos, edificios y escritura de la tradición
maya clásica de las Tierras Bajas del Sur. Es el hijo quien construye la tumba del
fundador en la tradición de la bóveda maya dentro de la plataforma de talud y ta-
blero. De esta forma, el fundador dinástico termina como hombre vinculado tan-
to a los Altos como a las Tierras Bajas. Las piezas que se llevó a la tumba reflejan
todo un muestrario de intercambio y de contactos en el mundo mesoamericano de
su época (Reents et al. 2004; Sharer 2003 a, 2004).
El hijo y sucesor enseguida abandona toda mención o sugerencia de «los
mentores de Teotihuacan,» en frase de Martin (2003). Sus sucesores hicieron lo
mismo, a tal extremo que durante 250 años no hay referencias al estilo ni la ide-
ología de Teotihuacan en los monumentos públicos de Copán. Para decirlo di-
rectamente, en esos momentos no hubo «mercado» para los bienes, ni para la ide-
ología, de la gran urbe. Es muy importante notar las observaciones tanto de
Iglesias (2003) como de Cowgill (2003), de que después de 450 d.C. ya no hay
bienes traídos de Teotihuacan, en Tikal. Como señalan Dorie Reents, Ellen Bell y
Ronald Bishop (Reents et al. 2004), tampoco hay evidencia de objetos teotihua-
canos en Copán después de esa fecha. Pero sí existe una diferencia importante en-
tre Tikal y Copán: en Tikal siguieron utilizando la iconografía y el simbolismo te-
otihuacano en los monumentos dinásticos, mientras que en Copán, no. ¿Será
que el lazo con Teotihuacan fue algo que utilizó Calakmul para conseguir aliados
en su lucha férrea contra Tikal?
En Copán, el hijo y sucesor del fundador hace todo lo posible por señalar su
afiliación con la cultura maya clásica del Petén Central. Esto se nota tanto en el
Disco Marcador de Motmot y en la Estela 63, como en la arquitectura con espec-
taculares molduras estilo petenero. Obras maestras de arquitectura y de escultura
como son los edificios Motmot, Yehnal, Margarita, Ante y las versiones enterradas
del Templo 11, todas obedecieron en su estilo a la moda contemporánea (o, a ve-
ces, ya pasada; cf. Proskouriakoff 1950) de los centros del Petén Central. La
única excepción que conocemos es la del Marcador Central del Juego de Pelota
IIA, que muestra a dos rivales usando el «yugo» del juego de Veracruz y los Al-
tos de Guatemala, en lugar de los protectores altos que usan los jugadores mayas
clásicos. El jugador del lado izquierdo lleva un pájaro en el tocado (tal como el
personaje izquierdo en el Disco Marcador de Motmot), y parece representar al
fundador. Parece que en el juego de pelota se mantenía viva la tradición teo-
tihuacana y de los Altos. Aparte de este caso, todo es maya, maya y más maya, lo
cual resulta irónico porque tampoco hay muchos bienes procedentes del Petén en
Copán. Los pocos que hay, se encuentran casi exclusivamente en contextos reales,
no entre la gente común.
No obstante, el mensaje ideológico de «hombres del Petén» y la separación
que permitió establecer los jerarcas de esa tradición cultural, aparentemente tuvo
buenos resultados en Copán durante varios siglos. La codiciada «estabilidad» que
120 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
enfatizan Michelet y Arnauld (en este volumen), como parte del culto de los an-
cestros reales, se hacía en Copán por medio de la escritura y, sobre todo, se lo-
graba por medio de la ubicación cronológica de cada gobernante en la línea di-
nástica establecida por K’inich Yax K’uk’ Mo’ (segundo en la secuencia, tercero
en la secuencia, etc.). Tal parece ser el caso que, al igual que hoy en día, en la an-
tigua Copán, «lo maya» se vendía como pan —o tortilla— caliente.
El estilo maya clásico predomina por diez dinastas y por diez katunes en
Copán, antes de que el 12.o gobernante tuviera a bien renovar el estilo y la he-
rencia teotihuacana en la tierra de K’inich Yax K’uk’ Mo’. Por razones descono-
cidas hasta el momento, parece ser que durante dos siglos, en términos políticos
no convenía mencionar a Teotihuacan. El camino fácil y seguro era hacer de la di-
nastía copaneca «hombres del Petén» y no de Teotihuacan. De esa forma, todavía
podían ostentar ser «de afuera» y estar «por encima» de la población local, la cual
no era ni de las Tierras Bajas ni mucho menos de Teotihuacan, sino profunda-
mente del sudeste mesoamericano. Según las fechas arqueomagnéticas y de ra-
diocarbono obtenidas en nuestras investigaciones del palacio de Xalla en Teo-
tihuacan (López et al. 2003), alrededor del 550 d.C. la ciudad de Teotihuacan fue
quemada. Aunque hubo ocupaciones posteriores, dicha ciudad nunca volvió a po-
seer el poderío político y económico que sustentó durante su apogeo. Aunque
Sharer (2004) enfatiza el papel de Calakmul en la destrucción de los monumentos
esculpidos de Copán alrededor de 564 d.C., cabe preguntarse si la debilidad de Ti-
kal y sus aliados en ese momento no se debía en parte a la destrucción de Teo-
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 121
tihuacan, de manera parecida al modelo propuesto por Willey hace treinta años
(Willey 1974). Pasado más de un siglo, la memoria de Teotihuacan fue revivida
en muchas ciudades mayas, donde los gobernantes hicieron recordatorios de la
gran ciudad. En algunos casos, hacen referencias directas a su propia llegada del
«antiguo Tollan,» o sea Teotihuacan (Martin y Grube 2000; Stuart 2000; Taube
2000). Copán fue una de las primeras ciudades mayas en hacerlo.
En la Estela 6 (Fig. 4), de 682 d.C., el 12.o gobernante se autorepresenta
como seguidor de Tlaloc, o como quiera que los antiguos teotihuacanos hayan lla-
mado a su deidad del relámpago y de las tormentas. Además hace referencia ex-
plícita en el texto a las «18 imágenes de K’awil,» que según Karl Taube (2000) es
una referencia directa al Templo de la Serpiente Emplumada en Teotihuacan. Es
interesante que la Estela 6, con sus referencias a un culto de la antigüedad, se en-
cuentre a escasos 60 metros de la Estela 5, donde —como ya señalamos— este
mismo gobernante enterró una escultura preclásica de piedra en bulto redondo
como ofrenda dedicatoria. Parece que el rey quiso referirse a los dos lugares sa-
grados lejanos donde Copán logró obtener el poder sobrenatural, al del «Bent Ka-
wak» («Kawak Curvado») en 180 d.C. y al teotihuacano, en 427 d.C.
Posteriormente, este mismo gobernante erige otro par de monumentos en el
área de la Gran Plaza. En la Estela I menciona la primera fundación (la sagrada, o
ideológica), y hace ofrendas de estalactitas tomadas de las cuevas de los antepa-
sados. Mientras que en la Estela E, menciona al protagonista de la segunda fun-
dación, la dinástica. Luego, ya en el momento de su propia muerte, es él quien lle-
va a la tumba la primera imagen del fundador de la dinastía, K’inich Yax K’uk’
Mo’, con las anteojeras de Tlaloc, en forma de una tapadera de incensario (Fash
2001). En las representaciones escultóricas antiguas del fundador que habían so-
brevivido (el Disco Marcador Motmot, el Disco Marcador del Campo de Pelota
IIB, y la Estela P), el primer rey había sido representado con indumentaria maya,
no teotihuacana. Pero en esta efigie de barro, que se encontraba en el lado oeste de
la tumba mirando hacia el oeste —tal y como uno esperaría de un «Señor del Oes-
te» (Fash y Fash 2000; Stuart 2004)—, el fundador dinástico de Copán lleva las
anteojeras de Tlaloc, en el primer registro conocido hasta ahora. Parece ser que el
12.o gobernante de Copán era una especie de «Rey Historiador» al estilo de Ne-
zahualcoyotl en la gran urbe de Texcoco, ya que es el primero en hacer referencia
a las dos fundaciones en pares de monumentos.
Su hijo y sucesor, el 13.o gobernante, toma como nombre real la misma refe-
rencia a Teotihuacan, «18 son las imágenes del Dios K’awil» (Taube 2000). En su
primera renovación del Juego de Pelota, conocido como el IIB, se autorretrata
como el Patrono de las Fiestas (quien toma el nombre de Macuilxochitl entre las
culturas posteriores del Altiplano Central), y con el «yugo» de la versión mexi-
cana del juego de pelota. Su rival y opositor, se viste como jugador maya. De nue-
vo celebra el sentido «internacional» de los juegos de pelota en Copán, pero es
muy explícito en señalar sus propias preferencias sobre las reglas e indumentarias
«mexicanas». En la siguiente renovación que hace a la cancha, sus arquitectos po-
nen el estilo talud y tablero al basamento del edificio este, elemento que también
utilizaron en el basamento frontal del Templo 22 de este mismo gobernante.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 123
Pero es en los reinados de los últimos dos reyes de Copán cuando el culto y el
simbolismo teotihuacano llegaron a su apogeo (B. Fash 1992). La segunda y úl-
tima versión de la Escalinata Jeroglífica dedicada por el 15.o gobernante, lleva al-
fardas con simbolismo teotihuacano, y varios de los gobernantes también llevan
indumentaria de ese tipo (Fash y Fash 2000). El templo en la cima incluye un tex-
to con jeroglíficos mayas junto con sus homólogos en un estilo teotihuacano
(Stuart 2000, 2005). Hay referencias al fundador tanto en el texto del templo
como en la escalinata misma, y no cabe duda de que el intento es asociar a Copán
con una fuerza sobrenatural y política mucho más fuerte, y mucho más allá, que
cualquier lugar o potencia en el área maya: la del gran Tollan Teotihuacan (Fash
2002). El empleo por parte de las culturas mayas de iconos teotihuacanos y de ele-
mentos arquitectónicos, hace recordar el uso del estilo clásico greco-romano por
las culturas occidentales. Pero en este caso si hubo lazos culturales y comerciales
en la época de la fundación dinástica, que proporcionaron un trasfondo funda-
mental al renacimiento de este estilo. Ninguna otra ciudad maya demuestra un in-
terés tan profundo, casi podría llamarse una obsesión, con la arquitectura y el sim-
bolismo teotihuacano, como lo hace Copán. Para sus últimos días existían un
mínimo de diez edificios abovedados en Copán con simbolismo teotihuacano en
sus fachadas.
Quizás el caso más explícito es el Templo 16, donde hay dos representaciones
del fundador con sus anteojeras de Tlaloc: en su efigie naturalista en la cima del
Templo (Fash 1992: Fig. 5), y en su figura en la fachada principal —del lado oes-
te— del Altar Q. El papel de Tlaloc se señala de una forma imponente en el tzom-
pantli en la gradería central de la pirámide (Agurcia y Fash 2005; Taube 2000,
2004), y más arriba vemos el otro papel de K’inich Yax K’uk’ Mo’, como el
Disco Solar, en el segundo saliente de la gradería. En una ocasión anterior ob-
servamos la similitud de esta dualidad, con los templos gemelos del Altiplano
Central de épocas mucho más tardías (Fash y Fash 2000). El mismo texto del Al-
tar Q menciona que el fundador vino de un Wi te Naah, el cual, según Stuart
(2000), sería un edificio teotihuacano. De nuevo, vemos la estrategia de legiti-
mación descrita en los textos de la Estela I y la Estela 4: se practicó un rito en un
lugar sagrado lejano, para luego regresar a Copán. En el caso de la fundación ide-
ológica, el viaje entre «Bent Kawak» («Kawak Curvado») y el lugar de los mur-
ciélagos (Copán), fue de 208 días. En el caso de la fundación dinástica recordada
en el texto del Altar Q, fueron 153 días desde la visita del templo del atado de
años (T600 en el sistema de Thompson), hasta la llegada al lugar de los tres cerros
(Copán). Stuart y otros han traducido el glifo del bulto de años (Wi te naah) como
una «casa de orígenes». Es el mismo símbolo de los leños cruzados que vemos en
asociación con el nombre del fundador, y en varios edificios del Clásico Tardío
124 WILLIAM L. FASH Y BARBARA W. FASH
Fig. 5.—Efigie de K’inich Yax K’uk’ Mo’ descubierta en el Templo 16 por Alfred Maudslay (dibujo de Bar-
bara W. Fash).
asociados con él, tanto así que éste parece ser el símbolo primordial de este señor.
Es, además, el símbolo asociado con el rito del Fuego Nuevo entre los posteriores
mexicas, o sea el atado de años. No creemos que sea casualidad que este mismo
símbolo aparezca entre las esculturas que adornaron el adosamiento a la Pirámide
del Sol en Teotihuacan.
Siempre se ha mencionado la cueva artificial debajo de la Pirámide del Sol
como la cueva de los orígenes. Si el término Wi te naah se traduce como «casa de
orígenes», cabe la posibilidad que el templo teotihuacano que visitó el fundador,
según el texto del Altar Q, fuese ese. En resumidas cuentas, posiblemente este sea
el primer caso conocido en la historia maya, de lo que fue la segunda etapa seña-
lada por Michelet y Arnauld (en este volumen): la reivindicación de un origen ex-
tranjero. Más explícitamente, de quienes entre los gobernantes mayas dijeran, «ve-
nimos de Tollan». Nada más que en el caso de Copán, el Tollan del cual querían
derivar los orígenes de su fundador, fue Tollan Teotihuacan. Si estamos en lo co-
rrecto, desde que la Escalinata Jeroglífica y el Altar Q fueron erigidos, la funda-
ción dinástica de los sitios mayas se volvió cada vez más, hacia el origen extran-
jero, sobre todo, de Tollan.
RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA... 125
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7
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL
DINÁSTICA EN AGUATECA, GUATEMALA
Jeffrey BUECHLER
Universidad de Illinois, Chicago
INTRODUCCIÓN
131
132 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER
Aguateca fue establecida como una nueva sede de poder por una dinastía in-
trusa durante el período Clásico Tardío, y el proceso de su influencia sobre otros
centros está relativamente bien documentado en diversas inscripciones glíficas. La
segunda fase del Proyecto Arqueológico Aguateca, realizada en 2004 y 2005, se
enfocó hacia el estudio de la dinámica política asociada con la fundación de
Aguateca.
LA HISTORIA DE AGUATECA
incluyendo el piso de la Plaza Principal y el patio del Grupo Palacio, tuvieron sólo
una fase de construcción (Fig. 2), y además, muchos de los edificios, particular-
mente los que se encontraron en la parte central, apenas contuvieron entierros.
Este patrón concuerda a la perfección con la corta historia de ocupación indicada
en las inscripciones glíficas.
En los Grupos M6-5 y M6-6, excavados por Oswaldo Chinchilla (ver Figura 2),
se encontró un patrón diferente. Ya desde la etapa de levantamiento del mapa, la
construcción de este grupo pareció diferente a otros, con estructuras realizadas en
mampostería rústica, si se las compara con las de otros grupos. La excavación de la
Estructura M6-18 reveló una amplia, pero baja, banca en un estilo diferente de las
altas bancas que fueron comunes en Aguateca. Además, Chinchilla encontró tres
entierros, lo que supone una densidad de entierros mucho más alta que muchos
otros grupos de Aguateca, implicando una ocupación larga para M6-5 y M6-6. Pa-
trick Culbert, quien observó muestras de cerámica de Aguateca en el laboratorio, in-
dicó que ciertas vasijas cerámicas procedentes de los entierros del Grupo M6-5 per-
tenecían a la fase Tepeu 1 (600-700 d.C.). La diferencia de Tepeu 1 y Tepeu 2
(700-800 d.C.) está bien reconocida en el Petén Central, particularmente en los si-
tios de Uaxactun y Tikal (Culbert 1993; Smith 1955), sin embargo, Antonia Foias
(1996), ceramista del Proyecto Petexbatun, siguió la cronología de Jeremy Sa-
bloff (1975) en Ceibal, quien no hizo distinción de Tepeu 1 y 2. La sugerencia de
Culbert y su propio análisis cerámico influyeron en Inomata para pensar que, en la
región de Petexbatun, existen diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2, y es
posible reconocer sus características por análisis.
Las investigaciones del Proyecto Petexbatun en otros sitios proporcionaron da-
tos relevantes para este problema. Dirk Van Tuerenhout (Demarest et al. 1997;
Van Tuerenhout 1996) excavó Quim Chi Hilan, una comunidad agrícola pequeña
que se encuentra al norte de Aguateca (ver Figura 1), y cuando Inomata visitó su
excavación notó que muchas estructuras de Quim Chi Hilan tuvieron un estilo de
arquitectura similar a los Grupos M6-5 y M6-6 de Aguateca. Además, estos edi-
ficios de Quim Chi Hilan contuvieron numerosos entierros y algunas de las vasi-
jas de las ofrendas funerarias parecieron tener características de la fase Tepeu 1.
Es probable, por tanto, que Quim Chi Hilan tuviera una secuencia de ocupación
larga desde un período anterior a la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca.
Otra información asimismo importante procede de Tamarindito, que fue excava-
do por Juan Antonio Valdés y otros miembros del Proyecto Petexbatun (Valdés
1997). Al visitar el sitio, Inomata notó que muchas estructuras, incluyendo resi-
dencias de tamaño grande, tuvieron un estilo de arquitectura similar a los Grupos
M6-5 y M6-6 y de Quim Chi Hilan.
A partir de estas observaciones, Inomata (1995, 1997: 338-341) desarrolló las
siguientes hipótesis preliminares sobre los estilos de arquitectura y cerámica en re-
lación a la fundación de Aguateca:
2. Estilos de arquitectura:
Numerosas estructuras de Tamarindito, y de sus áreas de influencia durante la
fase Tepeu 1, tuvieron un estilo similar, que se caracteriza por: a) mampostería
rústica; b) ausencia de paredes y divisiones de cuartos hechas de piedra; y c) uso
común de bancas bajas. Estas características parecen estar presentes en los edifi-
cios de Ceibal, y hemos llamado a este estilo «Pasión Local» (Fig. 3).
Muchas de las estructuras hechas en Aguateca después de su establecimiento
como capital gemela de Dos Pilas tienen un estilo diferente, que se caracteriza
por: a) mampostería de piedras talladas; b) presencia frecuente de paredes y di-
visiones de cuartos hechos en piedra; c) uso habitual de bancas altas que ocupan
la parte posterior de cuartos; y d) uso común de lajas delgadas puestas en posición
vertical, especialmente para paredes y divisiones de cuartos y muros de conten-
ción de bancas. Llamamos a este estilo «Aguateca» (Fig. 4). Muchos residentes de
Fig. 3.— Ejemplo del estilo arquitectónico Pasión Local (Estructura M6-28 del Grupo M6-3 de Aguateca),
donde se aprecia la mampostería rústica y una banca baja.
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 137
Fig. 4.—Ejemplo del estilo arquitectónico Aguateca (Estructura L7-4 de Aguateca), apreciándose la divi-
sión de cuartos con lajas puestas en posición vertical y una banca alta.
3. Cronología cerámica:
Las diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2 se expresan primeramente
en características modales: a) Los platos Tepeu 1 generalmente tienen bases re-
dondeadas y paredes abiertas, con pocos ángulos en la conexión de la pared y la
base, y comúnmente tienen una pequeña pestaña basal (Fig. 5); los platos Tepeu
2 comúnmente tienen bases planas con ángulos en la conexión de la pared y la
base (Fig. 6); b) algunos cuencos policromados Tepeu 1 tienen paredes redonde-
adas, mientras los cuencos policromados Tepeu 2 generalmente tienen paredes
138 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER
Fig. 5.—Plato Tepeu 1, procedente del Entierro AG-33, Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca.
Fig. 6.—Plato Tepeu 2, procedente del Entierro ST-1, Estructura R27-83 de Dos Ceibas.
que el sitio fue un centro menor que se desarrolló desde la fase Tepeu 1, antes de
la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca.
En la parte oeste de la ciudad, más específicamente en el Grupo Guacamaya
(ver Figura 2), Bruce Bachand excavó la Estructura K6-1, revelando construc-
ciones preclásicas. En la misma área, excavaciones anteriores realizadas durante
el Proyecto Petexbatun habían detectado grandes plataformas que se fecharon para
el Preclásico Tardío, por lo que la investigación de Bachand confirma que el Gru-
po Guacamaya fue el foco de actividades ceremoniales durante el período Pre-
clásico. Las construcciones posteriores de la Estructura K6-1 parecen contener ce-
rámicas Tepeu 1, pero su datación no fue del todo clara, debido a la destrucción
—por un saqueo— de su parte superior.
Fig. 7.—Trinchera excavada en la Estructura M7-22 del Grupo Palacio de Aguateca, en ella se puede cons-
tatar una única etapa de construcción, puesta directamente sobre la roca madre.
por la cantidad de entierros hallada (un total de 18 entierros en los cuatro edificios
excavados) y particularmente en la Estructura M6-29 (Fig. 8) —el edificio prin-
cipal del grupo— que contuvo 12 entierros. Las vasijas funerarias que los acom-
pañan presentan una secuencia desde la etapa temprana de Tepeu 1 hasta Tepeu 2.
Ello indica que el Grupo M6-3 fue ocupado antes de la intrusión de la nueva di-
nastía en Aguateca, y que su ocupación continuó hasta la fase Tepeu 2, después de
la fundación de Aguateca como capital dinástica.
Los transectos sur y norte fueron diseñados específicamente para examinar el
cambio en organización política a través de la distribución de los dos estilos ar-
quitectónicos. En contraste a los transectos rectos, que son usados comúnmente en
la arqueología maya, se diseñaron transectos flexibles que siguieron las orillas del
acantilado donde se encuentran densos asentamientos. Se logró una cobertura
completa de los transectos de 200 m de ancho, y el levantamiento de un mapa con
restos culturales y rasgos naturales como cuevas y rejoyas1. En el transecto norte,
dirigido por Buechler, se documentaron asentamientos continuados entre Agua-
1
Palabra usada en la zona rural de Petén, donde se refiere a una zona de tierra fértil situada entre los ce-
rros.
142 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER
Fig. 8.—Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca vista desde oeste, obsérvese la mampostería rús-
tica y varios entierros.
teca y Tamarindito. La mayoría de las estructuras parecen tener estilo Pasión Lo-
cal, pero, sin embargo, las cerámicas recuperadas en pozos de sondeo fueron
predominantemente de Tepeu 2. Es probable que la densidad de ocupación en esta
área fuera baja durante la fase Tepeu 1 y la población aumentara durante la fase
Tepeu 2. Los nuevos habitantes de esta área parecen haber tenido afiliaciones más
fuertes con Tamarindito. La distribución del estilo Aguateca está limitado prin-
cipalmente en el área al sur de Quim Chi Hilan. Es posible que la dinastía intrusa
no extendiera de forma significativa su control político más al norte de su centro.
Marcus Eberl dirigió tanto el recorrido del transecto sur como la investigación
de Nacimiento. Un hallazgo importante es el sitio de Dos Ceibas (ver Figura 1),
que se ubica entre Aguateca y Nacimiento y está compuesto por dos plazas gran-
des y grupos residenciales en sus alrededores. El montículo más grande en la Pla-
za Norte, con unos 4 m de altura, es la Estructura R27-63; su excavación reveló
numerosos niveles de construcciones preclásicas, cerca de su cima se encontró un
entierro con dos vasijas del período Clásico Temprano, y su última etapa de
construcción contuvo tiestos de la fase Tepeu 1. Esta estructura, que fue proba-
blemente el centro de ceremonias públicas de esta comunidad, parece haber teni-
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA... 143
Fig. 9.—Cuartos Central y Este de la Estructura R27-83 de Dos Ceibas vistos desde sur; en ellos se advierte
el estilo Aguateca de mampostería con bloques tallados, bancas altas y divisiones de cuartos.
144 T. INOMATA, D. TRIADAN, E. PONCIANO, M. EBERL, J. BUECHLER
Fig. 10.—Trinchera excavada en la Estructura R27-83 de Dos Ceibas, en la que se observa la única etapa de
construcción puesta directamente sobre la roca madre.
DISCUSIÓN
CONCLUSIÓN
Sin embargo, la mayoría de ellos parece haber podido seguir viviendo en las
mismas residencias, manteniendo varios aspectos de su vida tradicional. Además,
los efectos políticos de la nueva elite parecen haber sido limitados en un área re-
lativamente pequeña. En el centro de Nacimiento y en la mayor parte del área en-
tre Aguateca y Tamarindito, el control político por parte de la elite de Aguateca
parece haber sido relativamente limitado. Este patrón representa un claro contraste
con interacciones entre dinastías, en las cuales la de Dos Pilas-Aguateca expandió
su hegemonía sobre otros grupos elitistas en una extensa área. Estas observacio-
nes nos recuerdan que los patrones políticos entre las elites descritos en inscrip-
ciones glíficas no necesariamente se corresponden con las relaciones entre la di-
nastía y plebeyos que se manifiestan en los rasgos arqueológicos. El estudio de la
fundación de las ciudades ilustra los momentos más dinámicos de las organiza-
ciones políticas, en los cuales sus dimensiones ocultas se vuelven más visibles.
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8
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL
CLÁSICO TARDÍO MAYA
INTRODUCCIÓN
149
150 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
La evidencia arqueológica
Machaquilá se asienta en una reducida planicie situada entre un brazo del río
y una serie de elevaciones calizas, adquiriendo un emplazamiento propicio para la
defensa. Su excavación ha determinado hasta el momento la existencia de dos epi-
sodios constructivos de carácter general2, los cuales se corresponden con sendos
pisos estucados identificados en la mayor parte de las plazas analizadas. La po-
tencia cultural de ambos es escasa ya que apenas superan 1,50 m de profundidad,
lo que sugiere una ocupación no muy dilatada en el tiempo.
El más antiguo de los pisos descubiertos constituye la primera nivelación
del sitio, y conforma un amplio espacio nivelado en el que se emplazan las es-
tructuras más antiguas (Fig. 2). El segundo episodio supone el cierre por el Oes-
te de la primitiva Plaza G, al construirse la Plaza E y la escalinata con alfardas
para acceder a ella. El tercero individualiza G1 y eleva de nuevo la Plaza E —y
constituye, en efecto, el nivel sobre el que se dispusieron las estructuras que
conforman la última versión de Machaquilá. Los materiales arqueológicos recu-
perados en las diferentes intervenciones del Atlas Arqueológico de Guatemala y
de la Universidad Complutense de Madrid, coinciden en señalar que la ciudad es-
tuvo ocupada durante el Clásico Tardío y el Clásico Terminal3.
1
La investigación llevada a cabo para elaborar este ensayo ha sido realizada gracias a la subvención
concedida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, de España, entre los años 2003/05 (BHA2002-
03729).
2
Ello no obstante, en las Plazas E y G se ha hallado un piso anterior que puede obedecer a remodela-
ciones particulares de alguno de sus espacios.
3
Existen escasos materiales cerámicos del Preclásico Tardío y del Clásico Temprano, aunque su pre-
sencia es muy testimonial; lo mismo sucede con algunos tipos cerámicos característicos del Posclásico.
Unos y otros aparecen aislados, y no nos permiten determinar la existencia de una población preclásica o
posclásica en Machaquilá.
152 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
La Plaza A
La Plaza C
Fig. 3.—Disposición de las estelas y del espacio cuadrilobulado en la Plaza A de Machaquilá (Graham
1967: fig. 42).
5
Estos edificios han sido identificados con los números 24, 43, 44, 38, 39, 40, 41, 37, 36, 31, 29 y 26.
6
En su lado Norte se ha detectado una posible cámara funeraria con bóveda muy tosca realizada por
aproximación, sin argamasa alguna: estaba completamente saqueada y muy destruida.
154 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
7
En la Plaza C se han abierto un total de cinco pozos: uno frente al Cuadrángulo fechado para el Clá-
sico Terminal, dos frente a la Estructura 36 que proporcionaron materiales de Clásico Tardío, otro frente a
la Estructura 24 con materiales de Clásico Tardío y otro frente a la Estructura 44 con materiales de Pre-
clásico Tardío y de Clásico Tardío.
8
«Mampostería de revestimiento»: núcleo de mortero y un revestimiento de sillares que carece de fun-
ción sustentadora.
9
Morales (1995: 32) sostiene que el uso de esta técnica se corresponde en El Chal con la primera eta-
pa constructiva de la Estructura 4 del Cuadrángulo, un momento que los materiales cerámicos asociados si-
túan en el Clásico Tardío-Terminal.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 155
La Plaza E
10
Existen algunos fragmentos posclásicos en los niveles superiores.
158 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
por alfardas y adornada con sendos cubos; en la segunda, se creó, por un lado, el
Grupo G-1 mediante un relleno de 1,5 m de espesor y la construcción de la Es-
tructura 30, y en segunda instancia se elevó la cota de la Plaza E en 1,20 m, cu-
briendo el basamento del palacio al menos en sus lados norte, oeste y sur. El re-
sultado final fue el engrandecimiento de E-32.
La intervención en E-34, una estructura piramidal de varios cuerpos y tres es-
calinatas localizadas en su lado norte, cuyo primer basamento está ligado al piso
más antiguo de la plaza, ha proporcionado acumulaciones de estucos modelados
y fragmentados en piezas de diversos tamaños. Aunque aún no hemos realizado
un estudio definitivo, los motivos detectados incluyen bolas y volutas que forman
partes de tocados o de pectorales, mazorcas de maíz, plumas y dientes de calave-
ra, un fragmento de pop, brazos con muñequeras y restos de tocado, o un torso en
bulto redondo y los restos de una boca de tamaño superior al normal (Fig. 9). La
evidencia encontrada en la Estructura A-13 de Ceibal (Smith 1982; Willey y
Smith 1967), en L7-9 de Cancuén (Barrientos, Larios y Luin 2003; Barrientos,
Barrios, Seijas y Luin 2003), y en San Luis Pueblito (Laporte, Morales y Valdizón
La Plaza F
puede haber decorado diversos edificios de San Luis Pueblito y el juego de pelo-
ta de Ixkun. Este tipo de decoración en mosaico de piedra es más característico
del centro y norte de Yucatán que del sur de Petén; un rasgo que se suma a otros
ya mencionados en este ensayo. Estos sillares tallados parecen conformar tres pa-
neles, que pudieron situarse en el muro que cubrió los pilares, y que adquirió la
forma de una banca ubicada en la parte trasera del edificio, cuyo frente exterior,
coincidiendo con el amplio vano de entrada (Fig. 10), estuvo decorado con los
distintos fragmentos con glifos.
Una parte de la inscripción —doce piedras con sus correspondientes bloques
glíficos que conforman los medallones circulares— está tallada en sillares de su-
perficie cóncava y espiga triangular, que, como ya se ha mencionado, tienen
amplia presencia en Machaquilá en edificios asociados al Clásico Terminal. Aun-
que el texto epigráfico no proporcionaba ninguna notación calendárica completa,
determinados rasgos paleográficos y lingüísticos presentes en la inscripción su-
gieren también una datación tardía (Lacadena e Iglesias 2005).
La Plaza G
Fig. 10.—Reconstrucción hipotética de la banca de la Estructura 4 (según dibujos de Graham 1967: Fig. 39
y A. Lacadena).
162 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
plaza, y se levantó la Estructura 26, con lo que este sector quedó definitivamente
sellado. Esta remodelación, que se completó con otras actuaciones de menor en-
tidad, es contemporánea de otras que afectaron a la ciudad a inicios del Clásico
Terminal (Ciudad et al. 2003; 2004).
Este gran espacio está limitado por el Norte por una plataforma12 que sostiene
dos estructuras de mampostería y abovedadas, E-7 y E-8, cuyo muro meridional
presenta decoración escultórica dispuesta en cuatro paneles enmarcados por una
cornisa medial y la moldura basal (Fig. 12). Con una técnica de mosaico, y con
restos de pintura roja, el programa decorativo (Lacadena e Iglesias 2006), consta
de dos mascarones dispuestos en columna que flanquean una mandíbula descar-
nada decorada con motivos de flores de cuatro pétalos.
El lado Sur de la plataforma en que se instalan estos edificios se relaciona con
la Plaza G mediante una amplia escalinata, cuyo primer peldaño queda oculto por
12
La investigación ha determinado que este basamento tiene 43 m de lado y alcanza 1,50 m de altura,
aunque las cotas extraídas de los perfiles sugieren pudo llegar a 2,30 m de altura.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 163
Fig. 12.—Fragmento de mascarón que decora la fachada sur de las Estructuras 7 y 8 (dibujo de A. Laca-
dena).
el último piso de plaza. Dos pisos interiores más, casi consecutivos, concluyen en
este peldaño y ocultan un cuarto suelo, construido sobre el barro oscuro estéril ge-
neral a todo el yacimiento13.
Por el Este, la plaza estaba delimitada por una pequeña pirámide, E-27 (ver Fi-
gura 11), coronada por dos plataformas que sostenían un edificio perecedero. Las
intervenciones realizadas en la escalinata y en el sector sur de la pirámide infor-
man acerca de la transformación urbanística acaecida en la ciudad a inicios del
Clásico Terminal: en efecto, esta porción de la plaza vio cómo se construía una
plataforma de 0,20 m de altura sellada por un piso estucado, que cubrió el primer
peldaño de la escalinata de la pirámide E-27, y el piso de plaza. En extensión, la
mencionada plataforma topaba con la esquina Norte de E-29, cubriendo una hilera
de su basamento, y se distribuía por toda la esquina Sureste de la plaza, de manera
que servía de asiento a E-26, edificada sobre ella.
La excavación de los basamentos inferiores de E-27 y E-29 estableció que, de-
bajo de la plataforma y del piso superior de la plaza continuaban tales banquetas
hasta descansar en el piso originario, evidenciando una remodelación de la cons-
trucción que parece coincidir con la superposición del palacio E-29 a inicios del
Clásico Terminal. Estas intervenciones coincidieron con la diferente fábrica de E-
26, que protagonizó un episodio constructivo de gran rapidez. Este hecho, unido
a la ubicación de la estructura sobre la referida plataforma (Ciudad et al. 2003;
Ciudad, Iglesias y Adánez 2003), indican que ésta corresponde a una fase poste-
rior a la construcción de E-27 y E-29, y que al levantarla se selló de manera de-
finitiva un espacio que hasta entonces había permanecido abierto y que servía de
comunicación entre las Plazas C y G.
13
En el contexto del primer escalón de la escalinata se ha encontrado un fragmento de escultura que tal
vez corresponda a una pata de un asiento con restos de decoración en bajorrelieve.
164 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
Cierra la plaza por el Oeste la Estructura 30 (ver Figura 4), un gran basamen-
to rectangular que sirve de base a una plataforma que sostuvo una construcción
perecedera. El edificio en cuestión se levantó sobre un inmenso relleno realizado
con objeto de remodelar todo el lado oeste de la Plaza G, y mediante el cual se
creó el espacio que identifica al Grupo G-1.
Sendas intervenciones en el centro de la plaza y al pie de la escalinata de ac-
ceso a E-7 y E-8, han revelado la existencia de cuatro pisos muy delgados —en-
tre 8 y 10 cm— y con muy escasa potencia entre unos y otros, aunque en el des-
plome de E-27 y E-29, y al oeste de la plaza sólo se han hallado dos —a los que
se superpone la plataforma descrita—, los cuales son generales en las Plazas C, E,
F y H; lo que tal vez documenta episodios constructivos parciales en este espacio.
La evidencia epigráfica
nab’ Chaahk podría relacionarse con el sitio: este gobernante sería Sihyaj K’in
Chaahk I, padre de Etz’nab’ Chaahk, mencionado por este último en la Estela 11
(Fig. 13). Aunque no se conocen monumentos de Sihyaj K’in Chaahk I en el sitio
15
Tomasic y Fahsen (2004) leen el nombre de este gobernante como Yax Te’ K’inich. Aunque el se-
gundo signo efectivamente parece representar un árbol o una planta, sin embargo no es el logograma TE’
árbol’. Por el momento, hasta encontrar nuevos datos, preferimos transcribir esta secuencia de su nombre
con puntos suspensivos.
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 167
Fig. 15.—Sitios arqueológicos del área del río Pasión: 1. Dos Pilas; 2. Arroyo de Piedra; 3. Tamarindito; 4.
El Excavado; 5. Aguateca; 6. El Pato; 7. El Chorro; 8. El Pabellón; 9. Altar de Sacrificios; 10. Itzan; 11. La
Amelia; 12. El Caribe; 13. Aguas Calientes; 14. El Chapayal; 15. Atonal; 16. Ceibal; 17. El Cedral; 18. Ma-
chaquilá; 19. La Reforma III; 20. Tres Islas; 21. Cancuén; 22. Chinaha; 23. Punta de Chimino. En mapa in-
sertado: A. Tikal; B. Naranjo; C. Calakmul (Houston 1993: Fig. 2-1).
trolaba buena parte de la región desde Dos Pilas, un pequeño reino de nueva fun-
dación segmentado del gran reino de Tikal, gobernado por uno de sus príncipes de
sangre real, Bajlaj Chan Kawiil, hijo de K’inich Muwaan II, rey de Tikal (Houston
1993; Martin y Grube 2000). Calakmul, por su parte, gobernado por Yuhkno’m
Ch’e’n II, en su imparable expansión, había extendido sus redes de influencias has-
ta el lejano reino de Cancuén, en el curso alto del Río Pasión, cuyos reyes, ya hacia
656 d.C. le reconocen supremacía en sus ceremonias de entronización (Martin y
Grube 1994, 1995, 2000; Schele y Grube 1994). El conflicto armado no tardó en
llegar, con suerte adversa inicial para Tikal: Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul ata-
có Dos Pilas en 650 d.C. y el propio Tikal en 657 d.C., forzando, primero, en ambos
170 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
casos, el exilio de sus reyes (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Mar-
tin y Grube 2000; Schele y Grube 1994) y, después, un acuerdo de sumisión de am-
bos a Calakmul, posiblemente consistente en el reconocimiento del joven Yihch’a-
ak K’ahk’, heredero al trono de Calakmul, como futuro soberano (Guenter 2002,
2003). Es en este momento cuando se produce un hecho de gran importancia para el
futuro de la región del río Pasión: B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas decide cambiar
de facción, incorporándose abiertamente al bando de Calakmul, e iniciando con ello
lo que algunos investigadores han descrito como guerra civil fratricida entre dos
miembros del linaje real de Tikal, B’ajlaj Chan K’awiil, rey en Dos Pilas, y Nu’n
Jol Chaahk, rey en Tikal, ambos reclamando el título de k’uhul Mutu’l ajaw ‘rey
sagrado de Mutu’l’ (Tikal) (Guenter 2002; Houston 1993; Martin y Grube 2000).
En su nuevo papel de aliado militar de Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, Bajlaj
Chan K’awiil no sólo se mantuvo como rey de Dos Pilas sino que prosperó, ini-
ciando la que luego iba a convertirse durante tres generaciones dinásticas más en
una continua expansión, producto de una hábil estrategia que sabía combinar las
alianzas políticas con las intervenciones militares (Houston 1993; Martin y Grube
2000). Uno de los primeros éxitos en la guerra lo obtuvo venciendo a Tab’ Joloom,
rey de Kob’an, en el 662 d.C.
Es en este momento cuando se produce un acontecimiento de relevancia para
Machaquilá, ocurrido en 9.11.11.9.17 9 Kab’an 5 Pop, el 20 de febrero de 664
d.C., dos años después de la victoria sobre Kob’an. El acontecimiento es narrado
en la Escalera Jeroglífica 2 de Dos Pilas, la crónica más detallada de lo sucedido
en esta época, en cuya Sección Este, Escalón 1 dice (Fig. 16):
Fig. 16.—Dos Pilas, Escalera Jeroglífica 2, Sección Este, Escalón 1 (dibujo de S.D. Houston).
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 171
Si bien el segundo signo del compuesto glífico del topónimo del que se deri-
va el gentilicio se encuentra erosionado en la inscripción, hay consenso unánime
por parte de los epigrafistas de que se trata del nombre de Machaquilá (Demarest
y Fahsen 2003; Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Houston 1993;
Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994).
Aunque Tajal Mo’ no aparece mencionado con el título real y por tanto no pa-
rece ser el rey contemporáneo de Machaquilá, y aunque desconocemos, incluso, si
Tajal Mo’ refleja el nombre de un personaje o la denominación de un rango mi-
litar o cortesano, lo cierto es que su captura en batalla supuso un enorme prestigio
para el rey B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas; tanto, que lo incorporó en varias
ocasiones como título —ucha’n Tajal Mo’ ‘el guardián de Tajal Mo’— en su
cláusula nominal en sus inscripciones monumentales (Fahsen et al. 2003: 693;
Guenter 2003; Houston 1993). Que la captura de Tajal Mo’ proporcionara pres-
tigio a Bajlaj Chan K’awiil refuerza la idea de que el erosionado topónimo co-
rresponde efectivamente con Machaquilá y no con un oscuro reino de nombre pa-
recido: el prestigio derivado de esta victoria obedecería, muy probablemente, a
que Dos Pilas, un reino nuevo, habría derrotado a Machaquilá, uno de los reinos
más antiguos de la región.
Tras la derrota en ese primer encuentro en el campo de batalla entre Dos Pilas
y Machaquilá, los dirigentes de Machaquilá debieron enfrentarse al dilema de
cómo sobrevivir al empuje de un agresivo Dos Pilas amparado bajo la égida de
Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul. El reino de Machaquilá se encontró de pronto
en medio de las pinzas de una tenaza que amenazaba con cerrarse (ver Figura 15):
por un lado, Dos Pilas, alineada con Calakmul, había demostrado tener capacidad
de atacarlo y vencerlo desde la zona norte del río Pasión; por otro lado, un Can-
cuén sumiso también a Calakmul le amenazaba desde el sur16. Siendo sumamen-
te improbable que Bajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas hubiera actuado en esa épo-
ca sin la aprobación del rey Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, es posible que su
ataque a Machaquilá sugiera que esta última militaba en ese tiempo en el bando
de Tikal. Aunque en la época en que se produce el ataque de Dos Pilas la facción
de Nu’n Jol Chaahk de Tikal no estaba, ni mucho menos, vencida, y, de hecho,
consiguió derrotar y expulsar a B’ajlaj Chan K’awiil de su propia capital de Dos
Pilas en 672 d.C. (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Martín y Grube 2000; Sche-
le y Grube 1994), es posible que Machaquilá sintiera peligrar su supervivencia al
encontrarse en pleno frente de guerra, en una posición geográfica desfavorable.
Cinco años después de su victoria sobre B’ajlaj Chan K’awiil, Tikal perdió nue-
vamente Dos Pilas en 677 d.C. —que recuperó B’ajlaj Chan K’awiil con la ayu-
da de Calakmul—, quedando definitivamente despojada de toda pretensión de
control efectivo sobre el río Pasión; dos años después, en 679 d.C., sobrevino el
16
Un nuevo rey de Cancuén reconoce la supremacía de Calakmul en su entronización en 677 d.C.
(Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994).
172 ANDRÉS CIUDAD RUIZ Y ALFONSO LACADENA GARCÍA-GALLO
CONCLUSIONES
cuales construir y en los que inspirar los centros de nueva creación. Algunas de
estas nuevas ciudades se levantaron en ambientes culturales circunscritos, y
muestran una coherencia con las poblaciones que ocuparon tales ambientes con
anterioridad; otras, simplemente parecen haber surgido de la nada, sin que se les
puedan asignar unos antecedentes claros. Unas y otras, en cualquier caso, consti-
tuyen un trascendente desafío metodológico y teórico para la interpretación an-
tropológica, y su estudio tiene interés por las decisiones políticas, económicas,
ideológicas y sociales de aquellos agentes, individuales y colectivos, que intervi-
nieron en tales actos de fundación urbana.
La investigación reciente en Machaquilá remite a que esta ciudad fue fundada
en la ubicación que actualmente conocemos en algún momento del Clásico Tar-
dío; quizás, tal y como indica el estudio epigráfico, a fines del siglo VII d.C, y per-
maneció ocupada a inicios del Clásico Terminal hasta que fue abandonada con
toda seguridad en tiempos posteriores a la segunda mitad del siglo noveno. La
transición del Clásico Tardío al Clásico Terminal parece haber protagonizado una
transformación importante que, como hemos analizado, incluyó cambios arqui-
tectónicos tanto de tipo técnico como decorativo y de concepción espacial (Ciu-
dad y Lacadena 2006). Esta ubicación cronológica queda contrastada por los re-
pertorios cerámicos obtenidos, los cuales corresponden a Tepeu 2 y 3, y
representan a los complejos Siltok e Ixmabuy de Clásico Tardío y Clásico Ter-
minal.
Sin embargo, las referencias epigráficas procedentes de otros sitios de la re-
gión del Pasión, en concreto de Dos Pilas, Tres Islas y Cancuén, mencionan la
existencia del reino de Machaquilá varios siglos antes, quizás incluso desde fi-
nales del Preclásico Tardío y, con seguridad, en el Clásico Temprano. Los muy
escasos fragmentos de cerámica que se han encontrado pertenecientes a estos pe-
riodos indican, a lo sumo, la existencia de una pequeña aldea rural establecida con
anterioridad en el lugar.
Carecemos por el momento de evidencias que determinen los antecedentes, lo-
cales o regionales, de esta ciudad. Su tamaño, complejidad arquitectónica y so-
portes propagandísticos en forma de esculturas arquitectónicas, estelas y altares,
hacen pensar que tal fundación fue un acto político deliberado, que requirió de un
ingente esfuerzo energético y un amplio consenso social. Aunque la vida y la evo-
lución de las ciudades han sido fenómenos muy analizados en arqueología, los es-
tudiosos coinciden en la dificultad que encierra conocer por qué y cómo se funda
un nuevo centro urbano (Houston et al. 2003).
El estudio de los materiales arqueológicos, de los contextos, de la arquitectu-
ra y de la escultura que hemos llevado a efecto, remiten a la fundación de Ma-
chaquilá con estatus de ciudad en algún momento del Clásico Tardío, pero no des-
velan el origen de sus fundadores: su fisonomía urbana se aleja de antecedentes
definitorios del Sureste de Petén (Laporte 2003), en especial la ausencia del Gru-
po E, de conjuntos tipo acrópolis y de juego de pelota, aunque presenta afinidades
LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA 175
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PROCESOS DE FUNDACIÓN O REUBICACIÓN
DE CIUDADES MAYAS: EVALUANDO LA EVIDENCIA
EN LAS TIERRAS BAJAS DEL NORTE
Rafael COBOS
Universidad Autónoma de Yucatán
181
182 RAFAEL COBOS
Fig. 1.—Ubicación de Dzibilchaltún, Cobá, Mayapán, Chichén Itzá y otras ciudades en las Tierras
Bajas Mayas del Norte.
entorno geográfico de las Tierras Bajas Mayas del Norte se torna particularmen-
te interesante, ya que se distinguen con claridad siete distritos fisiográficos: (1) la
zona costera, (2) el distrito de Mérida, (3) el distrito de Chichén Itzá, (4) el distrito
de Cobá, (5) el distrito del Puuc o Sierrita de Ticul, (6) el distrito de Bolonchén, y
(7) el distrito de Río Bec (Duch 1988, 1991; Dunning et al. 1998; Wilson 1980).
Sin embargo, de estos siete distritos fisiográficos mencionados solamente en tres
de ellos —Mérida, Chichén Itzá y Cobá— se reporta la existencia de ciudades que
surgieron en diferentes momentos y ambientes del heterogéneo paisaje de Yuca-
tán.
urbano más importante del Noroeste de Yucatán a fines del siglo VIII y durante el
siglo IX de nuestra era (Andrews IV y Andrews V 1980; Andrews V 1981; Kur-
jack 1974). Este crecimiento poblacional y arquitectónico se asocia con las fases
temprana y tardía del complejo cerámico Copó 1, datadas entre 600 y 830 d.C.,
habiéndose ubicado el núcleo central de Dzibilchaltún en los alrededores del ce-
note Xlacah. A partir de este centro la población se distribuyó espacialmente
creando un paisaje arquitectónico compuesto por grupos arquitectónicos y calza-
das. Aparentemente, tres o cuatro generaciones que poblaron Dzibilchaltún des-
pués de 600 d.C. sentaron las bases para convertir a esta comunidad en una de las
ciudades más pobladas y extensas del Norte de Yucatán, alcanzando una exten-
sión de aproximadamente 19 km2 (Andrews V 1981: 326-329).
No lejos del límite Sur del distrito fisiográfico de Mérida se encuentra Maya-
pán. El arreglo interno de esta ciudad del período Posclásico muestra un asenta-
miento que cubre una extensión de casi 4 km2, y tiene registradas más de 3.500
estructuras de diferentes características. Mayapán presenta una forma concéntri-
ca y compacta, y parte del arreglo interno de esta urbe se caracteriza por la pre-
sencia de conjuntos de templos, los cuales definen los rasgos particulares de la
ciudad (Cobos 2002). Aparentemente, en Mayapán pudo haber residido una po-
blación entre 12.000 y 15.000 habitantes cuando, durante el siglo XIV y la prime-
ra mitad del siglo XV, alcanzó su máximo apogeo. De acuerdo a los escritos his-
tóricos del siglo XVI del obispo español Diego de Landa (1959: 13), la ciudad de
Mayapán se fundó cuando el personaje mítico-histórico denominado Kukulkán y
señores naturales poblaron esta ciudad.
los siguientes 200 o 250 años, y nuevos grupos arquitectónicos fueron construidos
en la periferia del mencionado complejo arquitectónico. A partir del 900 d.C.,
Chichén Itzá se transformó en una ciudad y capital regional, y su centro cambió
del Complejo de las Monjas hacia la Gran Plataforma.
En varios trabajos he argumentado que Chichén Itzá presentó en el sitio una
fase de ocupación temprana y otra tardía. La fase temprana tuvo su propio com-
ponente cerámico, y el asentamiento se caracterizó por poseer grupos arquitectó-
nicos formados por templos, altares, estructuras de crujías alargadas, columnatas
y patios-galería como son el Grupo de la Serie Inicial y el Grupo del Suroeste.
Asimismo se encuentran asociados a la cerámica y grupos arquitectónicos tem-
pranos diversos textos jeroglíficos fechados para el siglo IX d.C. Durante la fase
temprana de ocupación de Chichén Itzá (Braswell 1997; Cobos 1998) tuvo lugar
la llegada de navajas de obsidiana de Ucareo, Michoacán, en el occidente de Mé-
xico y discos de turquesa de la región de Chalchihuites en noroeste de México
(Cobos 2001, 2003).
La fase tardía de ocupación de Chichén Itzá se caracteriza por su particular
componente cerámico, y por un cambio de la zona central del sitio que será en-
tonces la Gran Nivelación; las edificaciones tanto del centro como de la periferia,
se definen por presentar grupos arquitectónicos formados por templos, altares y
patios-galería. A la ciudad continuó llegando obsidiana de Ucareo y turquesa de la
región de Chalchihuites, sin embargo, hacen su aparición otros materiales que in-
cluyen las navajas de obsidiana de Pachuca en Hidalgo y de Ixtepeque en Guate-
mala, vasijas Tohil Plomizo del occidente de las Tierras Altas guatemaltecas, ja-
deita del valle del Motagua asimismo en Guatemala, y oro y tumbaga de Costa
Rica y Panamá (Braswell 1997; Cobos 1998).
Distrito Fisiográfico de Cobá. Este distrito ocupa una gran porción del
oriente de la península de Yucatán y exhibe depresiones y fracturas que dan lugar
a sabanas o terrenos muy bajos con agua (Kurjack 2004: 229-230; Wilson 1980:
7). Las fracturas en el distrito de Cobá permitieron que se crearan lagunas como
las de Bacalar y Chunyaxché y lagos como los de Chichancanab, Cobá y Punta
Laguna. De hecho, el distrito de Cobá con sus sabanas albergan terrenos húmedos
durante una gran parte del año, y estos terrenos son los más extensos con dichas
características en las Tierras Bajas Mayas del Norte (Fedick y Mathews 2002). En
el distrito fisiográfico de Cobá una antigua comunidad precolombina que da
nombre a este distrito ha sido reconocida como ciudad.
La máxima extensión territorial que alcanzó Cobá como ciudad a fines del pe-
ríodo Clásico Tardío (Complejo Cerámico Palmas) e inicios del Clásico Terminal
(Complejo Cerámico Oro) fue de 70 km2. Sin embargo, esto ocurrió tardíamente
y sólo cuando el centro de Cobá se encontraba en el Grupo Nohoch Mul. A partir
de este centro se construyeron grupos arquitectónicos y un intrincado sistema de
calzadas, una de las cuales se extiende por 100 km para unir a Cobá con Yaxuná,
186 RAFAEL COBOS
propio del período Posclásico (Brainerd 1958: 21-23; Smith 1971: 193-205, 253-
255). La cerámica Peto Crema aparece en los estratos inferiores de la estratigrafía
de Mayapán, lo cual indica que un componente social en forma de aldea, villa o
cacicazgo ocupaba el sitio por lo menos en el siglo XI de nuestra era. Este com-
ponente social fue reemplazado por otro que se encargó de desarrollar Mayapán
hasta convertirla en ciudad, aspecto que debió de haber ocurrido en el siglo XIV,
ya que los datos arqueológicos y las fuentes históricas sugieren convincente-
mente que, para 1450 o en algún momento de la segundad mitad del siglo XV, Ma-
yapán dejó de existir como ciudad.
Por lo tanto, debieron de haber transcurrido entre 200 y 250 años para que Ma-
yapán se convirtiese en ciudad, es decir, cuatro o cinco generaciones de individuos
experimentaron un aumento poblacional, la zonificación del arreglo interno para la
residencia permanente de una numerosa población consistente entre 12.000 y
15.000 personas, la zonificación de los terrenos utilizados en la agricultura más allá
de la muralla de Mayapán, y la aparición de una jerarquía social antes de que ésta
se haya convertido en una ciudad en las Tierras Bajas Mayas del Norte. Con todo
esto en cuenta, uno se pregunta, ¿a qué momento del desarrollo de Mayapán co-
rresponde la referencia de Landa respecto a Kukulkán y los señores naturales?,
¿acaso corresponde a los siglos XI, XII y XIII cuando Mayapán no era ciudad?, o
bien, ¿quizás corresponde al siglo XIV y parte del XV cuando Mayapán ya funcio-
naba como ciudad? Obviamente, no tenemos por ahora respuesta a estas preguntas,
sin embargo, está claro que el aumento poblacional aparece como una constante
tanto en Mayapán como en Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá.
En el caso de Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá los componentes mayorita-
rios de los complejos cerámicos asociados con los correspondientes apogeos de
estas ciudades muestran un primer período de desarrollo al igual que lo demos-
trado para Mayapán líneas arriba. En Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá trans-
currió un lapso de alrededor de 200 años, o lo que correspondería aproximada-
mente a cuatro generaciones de individuos, antes de que hayan sido reconocidas
como ciudades.
Individuos agricultores y no agricultores parecen haberse involucrado en
Dzibilchaltún, Cobá, Chichén Itzá y Mayapán para crear los primeros núcleos o
centros cívicos de estas antiguas ciudades mediante actos dirigidos a mostrar
edificios y construcciones abovedadas muy elaboradas. Aquí coincido con Vir-
ginia Betz (2002) cuando habla de una «invención deliberada» de infraestructura
de calidad para atraer a individuos, y debemos reconocer que la aparición inten-
cional de la infraestructura de calidad no representa por sí misma una ciudad.
Además, el efecto centrípeto causado por la «invención deliberada» del núcleo de
un asentamiento debió de haber producido otro de igual intensidad y en dirección
opuesta, es decir, un efecto centrífugo mediante el cual el componente social se
las tuvo que ingeniar para zonificar sus tierras con fines de residencia y obtención
de recursos minerales, vegetales y animales.
188 RAFAEL COBOS
En relación con las ciudades de las Tierras Bajas Mayas del Norte, descono-
cemos por ahora el equilibrio o balance que tuvieron que alcanzar y mantener
agricultores y no agricultores para crear, por un lado, los núcleos elaborados de
los asentamientos y, por otro, dividir o zonificar el espacio para incluir tanto las
áreas de residencia como los terrenos con función agrícola que rodeaban a ese nú-
cleo central. El dato arqueológico nos sugiere que la fuerza o presiones sociales
motivadas por objetivos particulares que incluyeron factores ideológicos, políti-
cos, económicos, militares, o la combinación de todos, operaron en los procesos
de creación de los núcleos o primeros centros con arquitectura elaborada.
Ese equilibrio o balance social se materializó con el establecimiento de co-
munidades —como Dzibilchaltún y Mayapán— cuyos centros o núcleos fueron
los mismos a lo largo de los dos siglos que tardó el proceso de urbanización. En
estas dos ciudades, sus centros fueron edificados, reconstruidos, ampliados y
transformados según revelan las numerosas subestructuras asociadas con templos,
palacios y otros edificios.
Por otro lado, en casos como Cobá y Chichén Itzá, sus núcleos centrales ori-
ginales con construcciones abovedadas y muy elaboradas fueron abandonados
después de 200 años y reubicados a varios cientos de metros de distancia dentro
de los mismos asentamientos. Después de esta reubicación volvieron a aparecer
las construcciones elaboradas y complejas en formas más majestuosas, las cuales
reflejan un excedente económico social controlado o manejado por unos cuantos.
CONSIDERACIONES FINALES
con grados diferentes de intensidad, hayan influenciado para dar origen a las
ciudades mayas del Norte de Yucatán que reconocemos hoy día.
Cualesquiera que hayan sido los mecanismos que entraron en funcionamien-
to para desencadenar los procesos de urbanización que condujeron a las ciudades
en las Tierras Bajas Mayas, deben ser cumplidamente reconocidos y alabados. De
hecho, quienes estudiamos las ciudades del pasado vemos con gran satisfacción e
interés cómo ciertos procesos sociales complejos desarrollados por el hombre se
escaparon totalmente de sus manos, y se tradujeron en la fundación de ciudades
en el sureste de Mesoamérica.
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
¿Por qué se escoge un lugar determinado para servir de asiento a un grupo hu-
mano? Lo primero que pensamos es que se opta por el emplazamiento que cuen-
te con las condiciones adecuadas para la supervivencia, entre las que destaca el
agua y una buena tierra para cultivar. Esto no quiere decir que no influyeran otros
factores como los religiosos y políticos, ni tratamos de explicar aquí modelo al-
guno de desarrollo en especial, sino únicamente hacer énfasis en las necesidades
básicas de un grupo humano y la manera en que éstas pudieron ser satisfechas en
Ek’ Balam. Sin embargo, hemos visto casos en que se han escogido lugares apa-
rentemente inhóspitos y sin la naturaleza idónea para vivir; quienes así lo hicieron
se las ingeniaron para suplir o minimizar las condiciones adversas o poco favo-
rables, logrando adaptarse, aprovechando y maximizando los recursos disponibles.
En el caso de Ek’ Balam es fácil entender porqué se escogió como asenta-
miento, pues hay buena tierra para cultivar1, en la que se obtienen —con las
condiciones adecuadas— buenas cosechas de maíz, frijol, chile, calabaza, toma-
te y otros productos; en tiempos prehispánicos debió ser aún más fructífera. En el
área de Ek’ Balam hay suficiente agua disponible en dos cenotes bastante cerca-
nos al núcleo central del asentamiento, uno al este y otro al oeste, a distancias en-
tre 1,5 y 2 km; hay además otros cenotes, un poco más retirados, pero dentro de
los límites del área habitacional del sitio, por lo que también sirvieron para satis-
facer las necesidades del vital líquido de sus pobladores.
En Las Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán
(1983), el encomendero Juan Gutiérrez Picón, quien recibió la encomienda de Ek-
balam en el siglo XVI, describe:
1
Aún ahora, que se considera que la tierra ya está «cansada» y sobreexplotada.
191
192 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
«Hay en este pueblo dos hoyas de agua grandes que por sus vueltas y camino
bajan abajo; sácase agua a una braza; la una hoya cae a la parte de oriente y la
otra al poniente, quedando los edificios y pueblo en medio…» (Gutiérrez 1983:
140).
2
Depósitos subterráneos para almacenar agua.
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 193
El deseo del encomendero de saber más de aquel lugar le hizo averiguar entre
«los principales y vecinos lo que supiesen… de los antiguos y sus historias», en
base a lo cual asienta en su relación que:
«Llamóse la cabecera de Tiquibalon [Ekbalam] de este nombre por un gran se-
ñor que se llamaba Ek Balam que quiere decir tigre negro, y también se llamaba
194 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
Fig. 3.—Parte sur del epicentro de Ek’ Balam, vista desde lo alto de la Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 195
Coch Cal Balam, que quiere decir señor sobre todos... edificó él uno de los cinco
edificios, el mayor y más suntuoso, y los cuatro fueron edificados por otros señores
y capitanes; éstos reconocían al Coch Cal Balam por señor y él era el supremo...
Se tiene entre los naturales por cosa muy averiguada [que] vinieron de aquella
parte del oriente con gran número de gentes, y que eran gente valiente y dispues-
tos, y que eran castos...» (Ibidem).
A nuestro entender, esta mención se podría interpretar de dos formas, ¿se re-
fería a los primeros pobladores del sitio o bien a quienes llegaron posteriormente,
y que dada su importancia se convirtieron en protagonistas de un suceso que se
grabó fuertemente en la memoria colectiva; a los que se recordó como quienes
«vinieron de aquella parte del oriente», guardando este acontecimiento como el
inicio, debido a que su relevancia dejó una huella más profunda? Esta segunda op-
ción sería la llegada de Ukit Kan Le’k, la fundación del reino de Talol y de una di-
nastía de gobernantes.
Pero si consideramos el primer caso, la de los pobladores originales, los datos
arqueológicos obtenidos en Ek’ Balam señalan una ocupación desde el Preclási-
co Medio (700-200 a.C.) por la presencia de tipos cerámicos como Juventud, Pi-
tal Crema, Chunhinta y Sabán. La evidencia hallada en nuestro sitio de estudio
nos manifiesta que este período se prolongó en cuanto a la utilización de los tipos
cerámicos producidos localmente, por lo que el material del período Preclásico
Tardío es escaso, apenas con unos cuantos tiestos de los tipos Sierra, Dzilam y
Carolina, por ejemplo. Las cerámicas del Preclásico Medio han sido encontradas
en las exploraciones, tanto en el Recinto Amurallado, como en los alrededores;
pero la presencia de materiales del período siguiente —el Preclásico Tardío— no
es significativa en el núcleo central del sitio, aunque sí lo es en los alrededores,
donde la ocupación en el asentamiento muestra una secuencia continua.
Las exploraciones realizadas hasta ahora en el Recinto Amurallado nos mues-
tran una mayor presencia de cerámicas del Preclásico Medio y del Clásico Tardío,
señalando esos dos períodos como los asentamientos permanentes; esto no signi-
fica que el sitio estuviera desocupado en el intermedio, sino que el núcleo central
no habría tenido un desarrollo importante antes del Clásico Tardío, aun estando
poblado el sitio en los alrededores. Sin embargo, el programa de muestreo por me-
dio de pozos estratigráficos aún no ha concluido, por lo que nuestras apreciacio-
nes pueden cambiar —o bien reafirmarse— más adelante, al sondear otros sec-
tores del Recinto Amurallado.
Respecto a otros datos cerámicos, el análisis de los materiales recuperados
en varios salvamentos arqueológicos que se han llevado a cabo desde el año pa-
sado en el área sureste del Estado de Yucatán —debido a la construcción y mo-
dernización de sus carreteras— nos muestran nuevas evidencias de una predo-
minancia de cerámicas del Preclásico Medio, con decoraciones muy semejantes
a las de Ek’ Balam. Esto aparentemente está marcando una posible ruta de lle-
gada de pobladores a la Península, y dado que los materiales no se parecen ni a
196 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
los del Petén guatemalteco ni a los del norte de Yucatán, nuestra ceramista con-
sidera que el lugar de origen podría ser el Petén beliceño (Teresa Ceballos, co-
municación personal 2005).
Analizando la segunda opción, que es la llegada de Ukit Kan Le’k, lo primero
a considerar es el hecho de que él no nació en Ek’ Balam —como lo indican dos
textos hallados en el sitio— sino en un lugar llamado Man, cuya localización aun
no conocemos. Este dato está confirmado por el resultado de un análisis de isó-
topos estables realizado recientemente con muestras de sus piezas dentarias, pues
indica que no es un sujeto inmigrado, sino de procedencia local y que su origen no
es ni de la costa norte ni del resto del área maya hacia el sur, lo que lo ubica en la
parte media de la península, es decir, en los alrededores de Ek’ Balam (Price y
Burton 2004).
Es posible que Ukit Kan Le’k llegara desde el reino de donde era originaria su
madre, quien aparece mencionada en el Mural del Cuarto 22 de La Acrópolis, sien-
do hasta ahora el único personaje femenino en los textos de Ek’ Balam (Fig. 4).
Aunque no sabemos su nombre completo, la conocemos como K’uhul Ixik.../... Ho’
Ixik Ajaw «Sagrada señora .../... reina de ...ho’, y de acuerdo al nombre de su reino,
el epigrafista del proyecto, Alfonso Lacadena, ve dos posibles alternativas, ambas
en las inscripciones de Cobá, donde se mencionan dos lugares que terminan en
/ho’/. La primera podría ser el propio reino de Cobá, que quizá se llamó Ek’aab’
Ho’ en el periodo Clásico. Otro es el topónimo Ho’ o más probablemente Itz’a[’]
Ho’ que aparece en la cláusula nominal de un cautivo representado en la Estela 4.
En cualquiera de los dos casos, el reino de la madre posiblemente se encontraba
entre Ek’ Balam y Cobá o en este sitio mismo (Lacadena 2003).
Esa «llegada» mencionada en la crónica del siglo XVI pudo haber sido la de
Ukit Kan Le’k y/o la de sus progenitores, la antes mencionada «Sagrada seño-
ra.../... reina de...ho’ » y otro personaje mencionado en inscripciones de Ek’ Ba-
lam, Ukit Ahkan, quien aparentemente no era de linaje real, sino un ajk’uh «sa-
cerdote» y quienes se habrían unido, dando origen al hombre que iniciaría la
dinastía reinante en Talol. Esta posibilidad nos hace recordar otros casos en que
un personaje de la realeza era enviado a iniciar una nueva dinastía en otro lugar.
Esa «llegada» nos hace pensar también en una posible relación con la caída de
Cobá, alrededor del 770 d.C. (Vargas et al. 2004).
Gracias a las exploraciones en el sitio arqueológico sabemos que, antes del
Clásico Tardío, Ek’ Balam era un asentamiento relativamente pequeño y su ar-
quitectura pública debió ser escasa y de características modestas, pues todas las
construcciones que ahora vemos son tardías; aun las subestructuras que hemos lo-
calizado, se han fechado para el Clásico Tardío. La única construcción datada ten-
tativamente para el Preclásico, fue una subestructura hallada en las exploraciones
de 1997 bajo el primer nivel de la escalinata principal de La Acrópolis. En ese ba-
samento fue hallado un mural incompleto, debido a que la parte superior de la es-
tructura había sido semidestruida para edificar la escalinata sobre él (Vargas y
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 197
Fig. 4.—Escultura femenina, la única encontrada hasta ahora en La Acrópolis, que podría representar a la
reina (fotografía de L. Vargas).
Ukit Kan Le’k Tok’ en 770 d.C., evento que fue registrado con la expresión i pa-
tlaj Talol Ajaw «entonces se hizo el rey de Talol», que cierra el texto del Mural de
los 96 Glifos (Lacadena 2003).
Esto indicaría, como ya ha señalado Lacadena, que Ek’ Balam era parte de los
dominios del Kalo’mte’ del norte, una de sus cabeceras políticas, entregada por
este gobernante a Ukit Kan Le’k, en un evento que aparece registrado como huli
(«llegada»), verbo que suele asociarse a fundaciones o re-fundaciones de dinas-
tías. Pero otros datos acerca del suceso y de la actuación de Chak Jutuuw Chan
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 199
Ek’ en él, así como el nombre y la ubicación de su reino, siguen hasta hoy en el
misterio (Lacadena 2003).
Pero lo que sí sabemos con certeza de Ek’ Balam, sobre la base de los trabajos
realizados desde 1994 —y principalmente desde 1997, gracias a las exploraciones
en la Estructura 1 o La Acrópolis— es que la época de florecimiento del sitio fue
en el Clásico Tardío (circa 770-870 d.C.) dato que desde un principio nos había
proporcionado la arquitectura, que después había sido reforzado con el análisis del
material cerámico asociado a ella, y finalmente fue confirmado con el afortunado
hallazgo de los textos glíficos que nos han permitido conocer las fechas exactas en
que muchas de las construcciones de Ek’ Balam fueron edificadas y cuándo al-
canzó su mayor auge político y cultural.
3
Los restos se recuperaron en su tumba a inicios del año 2000 y recientemente se aplicó un análisis his-
tomorfológico de una sección de costilla media del rey, con el fin de obtener información acerca de la edad
del personaje.
200 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
gunos monumentos muy importantes. Su alta jerarquía hizo que le fuera destina-
do como tumba uno de los lugares más especiales de su palacio real, curiosa-
mente, en una de las partes más altas del edificio4 y con una muestra de sus
grandes riquezas materiales, que se depositaron como una suntuosa ofrenda, en la
que destacan elementos tales como vasijas de alabastro, numerosas y singulares
piezas de concha (Figs. 6 y 7) —que predominan por encima de las de jade— así
Fig. 6.—Pendiente de concha en forma de camarón perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k
Tok’ (fotografía de A. Cuatro).
Fig. 7.—Pendiente de concha en forma de venado perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k
Tok’ (fotografía de A. Cuatro).
4
En contraste con la ubicación de otras tumbas reales.
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 201
Fig. 8.—Detalle de la Tapa de Bóveda 15, donde se ve el rostro del rey, personificado como el dios del
maíz, pero mostrando un defecto en el labio superior para identificarlo (fotografía de L. Vargas).
202 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
su boca fue dibujada con el defecto que lo identifica, y además hay enfrente de él
una pequeña inscripción que dice ajaw «es el rey». En el Cuarto 35 Sub, o la Sak
Xok Naah —cuya fachada representa al monstruo de la tierra— en la parte media
del friso, está la espléndida imagen del soberano (Figs. 9 y 10) sentado en su tro-
no, aunque desafortunadamente para nosotros, su cabeza y brazo fueron destrui-
dos por un árbol que creció sobre el edificio, cuando éste se encontraba en de-
rrumbe.
Otros retratos del ajaw fueron creados por sus descendientes, como es el
caso de la Columna 1, dedicada en 830 d.C. por Ukit Jol Ahkul, donde lo vemos
como un imponente guerrero, con una lanza y un escudo hecho de placas de
concha, objeto que creemos haber hallado en su tumba, aunque completamente
deshecho. La última de sus representaciones conocida es la de la Estela 1 donde,
en 840 d.C., K’uh…nal (o K’ihnich Junpik Tok’ K’uh…nal) lo mandó esculpir en
la parte superior del monumento, como ancestro divinizado.
Fig. 9.—Escultura que posiblemente representaba al ajaw Ukit Kan Le’k, ubicada en el friso de la fachada
estilo Chenes de La Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 203
Fig. 10.—Cuarto 35 Sub, o la Sak Xok Naah, también denominada el mausoleo de Ukit Kan Le’k Tok’, por
ser el recinto en el que se ubicó su tumba (fotografía de L. Vargas).
Ukit Kan Le’k fue en vida una persona con una sensibilidad y gusto muy es-
peciales por las diversas expresiones del arte, y creemos que mandó traer de
otras ciudades a los mejores escultores, pintores y artesanos o bien mandó a en-
trenar a los de su reino, para dotarlos de la destreza necesaria para crear las sin-
gulares obras que adornarían su palacio real y las que formarían parte de su pa-
rafernalia real, como algunas que encontramos en la tumba y nos permitieron
identificarlo con certeza: su Us Kay, el pendiente de concha nacarada hallado so-
bre su pecho, así como su vaso de beber cacao y su perforador de hueso, que fue
colocado sobre su torso y sostenido por su brazo izquierdo cuando fue inhumado.
La pintura mural de Ek’ Balam, realizada a la manera de las mejores creacio-
nes del Área Maya, con las categorías formales e iconográficas que caracterizan el
estilo del Clásico Tardío, tuvo sin embargo un rasgo especial, debido al tamaño de
las figuras, que en un reciente estudio pictórico publicado en México por la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, motivó la creación de una variante del
204 LETICIA VARGAS DE LA PEÑA Y VÍCTOR CASTILLO BORGES
Es posible que los orígenes del reino, así como la singular personalidad de
Ukit Kan Le’k llevara a su pueblo a un desarrollo con características tan peculia-
res como las que exhibe el sitio arqueológico, que pudieron acentuarse con las re-
laciones y contactos establecidos con ciertas regiones, de las que tomaron ele-
mentos que conjuntaron con sus ideas propias, dando esa especial conformación
a la capital del reino de Talol.
Por ejemplo, con el hallazgo de las fachadas zoomorfas se hizo patente la re-
lación con la Región Chenes, en el actual Estado de Campeche; también notamos
contactos con la región del actual Estado de Tabasco, debido a la presencia sig-
nificativa de grandes vasos de cerámica de pasta fina anaranjada del Grupo Ba-
lancán, hallada solamente en La Acrópolis, por lo que consideramos que debió ser
importada a pedimento de Ukit Kan Le’k.
Si bien podemos distinguir algunas semejanzas con lugares conocidos del área
maya, son más evidentes las diferencias, pues además de notarse en su peculiar ar-
quitectura y decoración, están presentes también en su escritura, que aunque ex-
hibe fuertes lazos con el estilo del Petén, es muy original comparada con otras ins-
cripciones del norte de Yucatán y también del resto de las Tierras Bajas Mayas
(Vargas et al. s.f.).
Por otro lado, creemos que Ek’ Balam debió haber influido en los lugares que
estuvieron bajo su control, en su estilo constructivo y decorativo, aunque esto de-
berá ser corroborado realizando exploraciones en asentamientos cercanos. El sitio
del que ahora tenemos más información es Chichén Itzá, y así, además de las
menciones en textos glíficos de ese sitio, hay ejemplos con respecto a la escritu-
ra, y Lacadena ha podido notar que ciertas características consideradas como
propias del estilo de Chichén Itzá son, en realidad, innovaciones de Ek’ Balam. En
lo que se refiere a la pintura mural, estudios recientes realizados por la investi-
gadora española, Maria Luisa Vázquez de Ágredos (comunicación personal
2005), demuestran que las técnicas y materiales de los pintores de Chichén fueron
aprendidos de los maestros pintores de Ek’ Balam.
Aunado a esto, las recientes exploraciones del Proyecto Arqueológico Chichén
Itzá del INAH, bajo la dirección de Peter Schmidt, han recuperado cerámica del
Clásico Tardío, en el grupo de la Serie Inicial de Chichén, especialmente en la Es-
tructura de la Serie Inicial, donde se hallaron cuatro fases constructivas; la más an-
tigua de ellas ha sido llamada la Subestructura de los Estucos (5C4-I). Esta cerá-
mica les sirvió para definir el complejo cerámico llamado Yabnal/Motul (circa
EK’BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN 205
CONCLUSIONES
tores, que debieron plasmarse en ese lugar en especial, fácilmente visible, como
una muestra de su poderío, y al mismo tiempo una advertencia para quienes pre-
tendieran oponerse a ellos.
En algunos murales de Ek’ Balam, cuyos restos hemos recuperado, se repre-
sentaron escenas de batallas, pues vemos personas sangrando y guerreros atavia-
dos con grandes tocados que llevan lanzas y escudos; otros portan estandartes, co-
razas y otras armas, y parecen enfrentarse unos a otros con expresiones de
ferocidad en sus rostros.
Con la presentación de este conjunto de datos, fechas y hechos, obtenidos tan-
to de las fuentes escritas del siglo XVI, como de la investigación arqueológica y
científica en general, hemos tratado de ofrecer un panorama general de lo poco
que conocemos de los orígenes y fundación de Ek’ Balam, y de lo mucho que he-
mos tenido la fortuna de recuperar, en un tiempo relativamente corto, del flore-
cimiento del reino de Talol, así como del principal protagonista de su extraordi-
nario éxito; por supuesto, es mucho más lo que falta por saber, principalmente de
lo acontecido antes de la llegada de Ukit Kan Le’k Tok’, pero estamos seguros de
que los numerosos textos y otro tipo de evidencia arqueológica que aún perma-
necen enterrados, nos darán a conocer más datos de la historia de Ek’ Balam y del
reino de Talol y esperamos que también nos orienten acerca de su origen y fun-
dación.
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11
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL
URBANISMO TEMPRANO EN LOS ALTOS DE OAXACA
Marcus WINTER
Centro INAH Oaxaca
1
Aunque los primeros colonizadores de Monte Albán debieron haber aprovechado el agua de peque-
ños manantiales en las laderas del cerro, no hubiera sido suficiente para abastecer a toda la población. Las
residencias en Monte Albán estaban dispersas en las terrazas, y la mayoría de las casas contaba con espa-
209
210 MARCUS WINTER
El Valle de Oaxaca es la planicie más extensa en los altos del sur de México
entre Puebla y Chiapas. Consiste en tres subvalles: Etla, Tlacolula y Ocotlán-Zaa-
chila o el Valle Grande, cada uno entre 35-60 km de largo y 15-30 km de ancho.
El fondo del valle está a unos 1500 m sobre el nivel del mar y está delimitado por
montañas que alcanzan los 2500 m de altura. En el centro del valle el río Atoyac
procedente de Etla se junta con el río Grande o Salado de Tlacolula, y ese nuevo
río, designado Atoyac, corre al sur por el Valle Grande, pasa por las montañas
donde lo conocen como río Verde, y desemboca en el Océano Pacífico. Monte Al-
bán, y también la ciudad de Oaxaca, capital del estado, se encuentran en el centro
del valle donde se unen los tres subvalles.
Las principales zonas fisiográficas en el Valle de Oaxaca son el aluvión, el pie
de monte bajo, el pie de monte alto y empinado, y las montañas. Desde la funda-
ción de las primeras aldeas sedentarias, aproximadamente sobre el 1500 a.C., el
aluvión fue la zona más favorecida para el cultivo debido a su alto nivel freático.
Las principales aldeas pre-Monte Albán, por ejemplo San José Mogote, Tierras
Largas, Hacienda Blanca y Barrio del Rosario Huitzo, están situadas sobre lomas
bajas del pie de monte adyacente al aluvión y cerca del agua (adquirida por medio
de pozos o directamente del río), ambos recursos utilizados en las tareas cotidia-
nas. Unas cuantas aldeas, por ejemplo Tomaltepec y Fábrica San José, están
más arriba en el pie de monte, adyacentes al aluvión de ríos tributarios.
La fundación de Monte Albán tuvo lugar después de miles de años de vida ar-
caica de cazadores-recolectores (9000-1500 a.C.) seguida por mil años de vida al-
deana (1500-500 a.C.). Para los fines del presente trabajo, las divisiones crono-
lógicas más importantes son la Fase Rosario —inmediatamente antes de la
fundación de Monte Albán—, la Fase Danibaan —que corresponde al periodo de
la fundación y primeras generaciones de la ciudad— y las subsecuentes Fases Pe
y Nisa (Fig. 1).
En la arqueología de Oaxaca, el estudio de las sociedades complejas ha sido
conceptualizado en términos de «urbanismo» y «estado». Se ha utilizado el tér-
mino urbano en referencia a asentamientos nucleares con más de 1000 habitantes
y arquitectura monumental, estimado o directamente observado en el registro
cios abiertos adyacentes para el cultivo. No obstante, una cosecha al año de maíz temporal en los delgados
suelos de las terrazas hubiera rendido solamente una fracción del maíz requerido por la población. Con el
crecimiento de la ciudad, la población de Monte Albán dependía cada vez más de la importación de pro-
ductos básicos de otras comunidades y del trabajo intensivo de sus mismos ciudadanos en los campos en el
fondo del valle. Otra marcada diferencia entre las aldeas previas y Monte Albán es el tamaño de ésta, tan-
to en área como en número de habitantes. Después de unas pocas generaciones Monte Albán alcanzó una
extensión de varios km2 y una población de aproximadamente 5.000 personas (Kowalewski et al. 1989: 85-
111), superando en unas 10 veces a San José Mogote, el asentamiento previo más grande, y en 100 veces a
la mayoría de las aldeas en el valle.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 211
Los arqueólogos han propuesto cuatro modelos alternativos que pretenden ex-
plicar los orígenes de Monte Albán. Una revisión crítica de cada esquema nos
ayudará a clarificar las diferentes perspectivas. Intentaré identificar como el o los
autores de cada modelo caracterizan el contexto en que se formó Monte Albán,
los protagonistas (actores o participantes) y el móvil o las causas de la fundación.
Modelo 2: Mercado. Hace años propuse (Winter 1984) que una motivación
básica para la fundación de Monte Albán era establecer un mercado para facilitar
la distribución de materias primas y productos procedentes de diferentes lugares
naturales y/o elaborados en las aldeas en el valle, como son sílex, sal, madera, cal,
palma, carbón, ónice y cerámica, entre otros. El mercado hubiera sido análogo a
los mercados de Oaxaca hoy en día, y situado en lo que ahora es la Plaza Princi-
pal de Monte Albán. Así, los antecedentes de Monte Albán serían las numerosas
aldeas de la Fase Rosario con acceso diferencial a materias primas diversas y que
producían bienes distintos. La gente de las aldeas en el centro del valle hubiera
214 MARCUS WINTER
do, pero si era la comunidad más grande en el valle, ¿quiénes pudieron atacar y
quemar su templo? Los edificios pueden quemarse por accidente o a propósito en
caso de renovación. Atribuir los orígenes de Monte Albán a un sinoikismo en el
sentido simple de cambiar centros es evadir la importancia de los orígenes del ur-
banismo y de Monte Albán.
Entre los sitios de la Fase Rosario ya localizados en el centro del valle, el más
importante, aún no bien documentado, hubiera sido la aldea de Xoxocotlán ubi-
cada en el lado este de la base de Monte Albán, y actualmente cubierta por sedi-
mentos y estructuras del pueblo actual del mismo nombre. La localización de Xo-
xocotlán es privilegiada. Está enmarcada y protegida al oeste y al norte por dos
líneas de cerros, el conjunto principal de Monte Albán y el conjunto conocido
como Monte Albán Chico, respectivamente; al este y al sureste está el río Atoyac
y las grandes extensiones de aluvión. Así Xoxocotlán está en su propio vallecillo
en el centro del Valle de Oaxaca con una buena diversidad de recursos a la
mano: amplio terreno aluvial para cultivo permanente, grandes extensiones de te-
rreno tipo pie de monte y una subida fácil hasta la cima de los cerros de Monte
Albán. Desde Monte Albán, los lados oeste y norte son empinados, ofreciendo de-
fensa natural excepto por la bajada relativamente gradual al noroeste, precisa-
mente donde se construyó el muro defensivo durante la Fase Nisa (Blanton 1978:
52-54).
Aunque el tamaño del sitio no ha sido determinado, su simple presencia pone
en duda la idea propuesta por Blanton et al. (1999) de que Monte Albán era un
área neutral y marginal. Con recursos tales como animales, plantas silvestres, in-
cluyendo pinos para construcción de casas, manantiales en las laderas o piedra se-
dimentaria en capas naturales fácil de explotar, el conjunto de cerros, ahora Mon-
te Albán, hubiera ofrecido recursos accesibles a varias aldeas en el centro del valle
que de otra manera hubieran sido obtenidos sólo, con más esfuerzo, en las mon-
tañas distantes en las orillas del valle. El recurso tal vez más importante era la
gran extensión de tierra aluvial adyacente al lado este de la base del cerro de Mon-
te Albán. No solamente se trata de la extensión aluvial más amplia en todo el va-
lle, sino el lugar de confluencia de los ríos Atoyac y Salado. Esto aseguraba la
presencia de agua y por lo tanto garantizaba la productividad aun en años en que,
por variaciones climáticas menores, Etla o Tlacolula recibiera una cantidad anor-
mal de agua pluvial.
Contexto. Los modelos ya descritos toman las aldeas del Valle de Oaxaca
como contexto geográfico y sociopolítico para la fundación de Monte Albán. A
diferencia de ellos, propongo que tanto el área como la población base del urba-
nismo temprano en Oaxaca abarcó mucho más que los tres subvalles del Valle de
Oaxaca, y que participó gente de comunidades de tres o cuatro regiones distintas.
Antes de la fundación de Monte Albán, se estableció un área de interacción en los
Altos de Oaxaca, el Área de Interacción Fase Rosario (AIFRO), que abarcaba co-
munidades en el Valle de Oaxaca, porciones de la Mixteca Alta (por ejemplo, los
sitios de Apoala, Etlatongo y otros en el Valle de Nochixtlán y el Valle de Achiu-
tla), posiblemente la Cañada Cuicateca y el sur del Valle de Tehuacan, Puebla
(Fig. 2). El área está definida por la presencia de elementos diagnósticos de la ce-
rámica Fase Rosario: cajetes cónicos de pasta gris con decoración hecha con lí-
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 217
Fig. 2.—Mapas con los sitios y áreas mencionados en el texto; el mapa superior derecho muestra los posible
límites del Área de Interacción Fase Rosario (AIFR).
neas incisas o impresas, por bruñido diferencial o por el uso de zonas mates, mos-
trando motivos distintivos, especialmente el banderín que posiblemente tuvo un
significado simbólico (Fig. 3). El estilo compartido de cerámica gris decorada im-
plica interacción y contacto entre las comunidades, aunque probablemente hubo
tanto producción local como intercambio de cerámica decorada. Creado durante la
Fase Rosario y no presente en las fases anteriores, el AIFRO es significativo por-
que demuestra la existencia de un fondo de protagonistas o comunidades interre-
218 MARCUS WINTER
2
La estimación del área se hizo sobre la base de un rectángulo imaginario que abarca el Valle de Oa-
xaca y parte de las regiones mencionadas. Buena parte del área consiste en montañas no habitadas duran-
te el Preclásico. La estimación del número de habitantes incluye unos 2.000 en el Valle de Oaxaca duran-
te la Fase Rosario, un cálculo basado en el recorrido de superficie (ver Tabla 3) y unos 1.000 en las otras
regiones.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 219
Fig. 4.—Vasijas especiales de la Fase Rosario encontradas en San José Mogote (basada en Marcus y Flan-
nery 1996: Figs. 125 y 126).
220 MARCUS WINTER
A pesar de que los habitantes de San José Mogote contaban con una larga tra-
dición de ocupación en su área y con un estatus establecido, los datos de los sitios
en el centro del Valle de Oaxaca reflejan innovaciones y relaciones de inter-
cambio interregional. Por ejemplo, en el sitio Colonia Las Bugambilias hallamos
en un basurero de la Fase Rosario fragmentos de dos comales, los más antiguos
documentados hasta ahora en Oaxaca y Mesoamérica (Fig. 5). La invención del
comal facilitó el movimiento de gente porque permitió la preparación de comida
para llevar (de otra manera el maíz con agua se pudre rápidamente, o requiere pre-
paración con agua inmediatamente antes de su consumo), resultando en una ex-
celente infraestructura para el intercambio.
Otra innovación documentada en el mismo sitio, y en Hacienda La Experi-
mental, son las efigies de ranas o sapos en los bordes de algunos cajetes (Fig. 6).
Fig. 5.—Comal de la Fase Rosario procedente del sitio Colonia las Bugambilias, Centro, Oaxaca.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 221
Son los primeros ejemplos del simbolismo de agua en la región, un tema elabo-
rado después de la fundación de Monte Albán con efigies similares y con repre-
sentaciones del dios del agua o Cocijo. Las ranas y sapos salen después de la pri-
mera lluvia del verano y así anuncian la temporada de lluvias, que a su vez
significa fertilidad y alimento.
En cuanto al intercambio interregional, en el sitio Hacienda La Experimental
encontramos un fragmento de una estatuilla de piedra de estilo olmeca (Fig. 7)
similar a objetos bien documentados del área olmeca, como por ejemplo las es-
tatuillas de la Ofrenda 4 de La Venta. No sabemos exactamente ni cómo ni cuán-
do llegó la pieza al sitio, pero sí que confirma la participación de los habitantes en
un mundo más amplio.
Causa/s de la fundación de Monte Albán. Propongo que la fundación de
Monte Albán se llevó a cabo por personas de las aldeas distribuidas por el centro
del Valle de Oaxaca para reclamar y asegurar su territorio (hinterland) e imponer
Fig. 6.—Cajete de cerámica Fase Rosario con ranas o sapos en el borde, procedente del sitio Hacienda La
Experimental, Centro, Oaxaca.
222 MARCUS WINTER
su dominio sobre el centro del valle. Una manera relativamente fácil de evaluar
esta posibilidad es comparar el número de habitantes en las comunidades rele-
vantes durante las Fases Rosario y Danibaan.
Marcus y Flannery (1996: 139) apoyan su modelo de sinoikismo con la
afirmación de que San José Mogote perdió casi toda su población entre las
Fases Rosario y Danibaan, y el modelo de Blanton implica un proceso similar,
es decir, que representantes de las jefaturas se mudaron a Monte Albán donde
funcionaron como intermediarios. No obstante, los datos no apoyan estas inter-
pretaciones. La Tabla 1 muestra las cifras del recorrido de superficie del Valle
Fig. 7.—Estatuilla estilo olmeca hallada en el sitio Hacienda La Experimental, Centro, Oaxaca.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 223
TABLA 1
Número estimado de habitantes y de monticulos en tres sitios durante las Fases Rosario y Danibaan
(Monte Albán I Temprano) (basada en datos de Kowalewski et al. 1989: Tablas 4.2 y 5.9)
de Oaxaca para las tres supuestas jefaturas: San José Mogote, Tilcajete y Ye-
güih. En las tres hubo aumentó de población de Rosario a Danibaan (debe ob-
servarse que el sitio relativamente grande de Etlatongo en el Valle de Nochix-
tlán, en la Mixteca, tampoco perdió población en estos periodos). Por otro
lado, mis excavaciones en los sitios de Tierras Largas, Hacienda Blanca y Co-
lonia Las Bugambilias, todos en el centro del Valle de Oaxaca, sí indican pér-
didas de población de Rosario a Danibaan, y creo que fueron precisamente
personas de estas aldeas, y tal vez bajo el control de líderes procedentes de Xo-
xocotlán también, quienes fundaron Monte Albán3.
Por lo tanto, llego a la conclusión de que los colonizadores iniciales en Mon-
te Albán fueron personas que habitaban las aldeas más cercanas a los cerros. Fue-
ron los defensores del área, protegidos por su posición defensiva privilegiada en
el cerro, y posiblemente abastecidos con materias primas y productos procedentes
de las comunidades del fondo del valle a través de un mercado. Una vez asentados
algunos en Monte Albán, al principio de la Fase Danibaan, se inició la construc-
ción de la ciudad.
el recorrido de superficie, Monte Albán alcanzó unas 5.000 personas en los pri-
meros 200-250 años (Nicholas 1989). Aún no sabemos si fue por crecimiento de
la población original-fundadora o por inmigración, aunque probablemente fue una
combinación de ambos. El esquema incluido en la Tabla 2 muestra como, en unas
TABLA 2
Modelo del crecimiento de la población de Monte Albán con una población fundadora de 100 pa-
rejas y suponiendo que cada pareja tuviera tres hijos sobrevivientes que se reprodujeron.
4
Blanton et al. (1999: 53) sugirieron, fundamentándose en el recorrido de superficie, que existían tres
áreas distintas de ocupación Danibaan en Monte Albán, correspondientes a las tres jefaturas, pero la dis-
tribución de cerámica de Fase Danibaan en la superficie puede deberse a material reutilizado en construc-
ciones.
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 225
Fig. 8.—Muro de los Danzantes con piedras in situ (basada en Scott 1978: Part I: Frontispiece).
Fig. 9.—Muro K-sub de Monte Albán (basada en Acosta 1965: Fig. 6).
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 227
Los monolitos del muro este de L-sub fueron grabados con danzantes (ver Figura
8), y en unos pocos casos con glifos y fechas formando estelas (Fig. 10).
En Monte Albán han sido documentadas aproximadamente 300 piedras con
danzantes (Scott 1978), la mayoría dispersas en el sitio, y en varios casos reutili-
zadas en construcciones posteriores. Originalmente formaban parte del gran muro
este del Edificio L-sub y posiblemente de otras estructuras asociadas. Las estelas
son mucho menos comunes, y algunas también se encuentran fuera de su posición
original. Una porción del extremo norte del muro principal con los danzantes se
conserva in situ, y también las Estelas 12 y 13 estaban in situ en el extremo sur
del muro antes de ser trasladadas hace unos años al Museo de Monte Albán para
su conservación. Estos testigos demuestran que los danzantes formaban filas or-
denadas de representaciones, alternando unos en posición vertical con otros ho-
rizontales. Los personajes de cada fila eran aproximadamente del mismo tamaño,
mostrando la misma posición y mirando en la misma dirección, que alternaba por
fila (Scott 1978, Part I: 6).
Estilísticamente se distinguen por lo menos dos grupos de danzantes: un gru-
po grabado algo burdamente en bajo relieve, y otro grupo hecho con finas líneas
Elementos olmecas
Fig. 11.—Danzantes J-41 y D-55 de Monte Albán (basada en Urcid 2005: Fig. 15, y Urcid 2001: Fig. 4.47).
Fig. 12.—Braseros de cerámica de la Fase Pe con rasgos (boca) estilo olmeca (basada en Caso y Bernal
1952: Figs. 485 y 483b).
LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO... 231
ejemplos en otras partes de la Mixteca Alta, así, más al sur, Monte Negro fue fun-
dado sobre una elevada montaña, arriba de Tilantongo, quizás por pobladores de
aldeas cercanas. Huamelulpan se creó en los cerros alrededor de un pequeño va-
lle y quizás sus pobladores llegaron de las proximidades. Se fundó el centro de
Diquiyú, también sobre una alta montaña, tal vez por gente originaria de aldeas
cerca de Santa María Tindú. Asimismo hay ejemplos claros de movimientos de
población de un lugar a otro. Por ejemplo, los habitantes de Santa Teresa (Hua-
juapan) se trasladaron unos 2 km al otro lado del río Mixteco, a un cerro defen-
dible, ahora llamado Cerro de las Minas.
Considero que el urbanismo mixteco es el resultado directo de una presión
emanada del Valle de Oaxaca. De la Fase Danibaan a la Fase Pe la población de
Monte Albán aumentó de 5.000 a, aproximadamente, 17.000 personas y la po-
blación total del Valle de Oaxaca de 15.000 a 51.000 (Kowalewski et al. 1989)
(Tabla 3). En el Valle de Oaxaca se fundaron numerosas comunidades nuevas, in-
cluyendo unas en la zona del pie de monte posiblemente con el fin de aumentar la
producción de alimentos por medio de riego por canales en los suelos delgados.
Es probable que después de varios años se agotara la productividad de los suelos,
dando como resultado una aún más fuerte presión demográfica.
El apremio desde Monte Albán para alimentar a la población creciente era
cada vez mayor, desembocando en un ambiente de conflicto en el que la gente de
la ciudad se dedicaba a consolidar su poder integrando y controlando las comu-
nidades del Valle de Oaxaca.
La trayectoria del urbanismo temprano en los altos de Oaxaca culminó entre
los años 1 y 200/250 d.C. (Fase Nisa en el Valle de Oaxaca y Ramos Tardío en la
Mixteca Alta). En el Valle de Oaxaca el conflicto intercomunitario e interregional
se intensificó aún más y se establecieron otros centros en el Valle de Oaxaca en
posiciones defensivas sobre los cerros. Un ejemplo es Cerro Tilcajete, cuyos ha-
TABLA 3
Población estimada del Valle de Oaxaca durante el Preclásico (basada en Nicholas 1989:
Tablas 14.2 y 14.8).
Cada lápida muestra el glifo zapoteco de lugar (en estos casos posiblemente indica
Monte Albán), un símbolo indicando el nombre de un pueblo, y una cabeza vol-
teada y señalando que el pueblo fue conquistado o subyugado por Monte Albán.
Aunque las lápidas de conquista conmemoran eventos históricos, al igual que los
danzantes, hay ciertas diferencias significativas. Las lápidas reflejan una historia
de conquista (militar) y subyugación de lugares específicos, mientras que los
danzantes manifiestan una historia de participación de numerosos individuos en
eventos rituales. El culto al cráneo o cabeza trofeo documentado en Huamelulpan
y otros sitios en la Mixteca refleja este ambiente. Se practicaba el corte de cráne-
os enemigos, los cuales se perforaban para ser colgados y exhibidos.
Los casos de urbanismo temprano en Oaxaca fueron precarios y terminaron
con la intervención de Teotihuacan directamente en Monte Albán hacia aproxi-
madamente el año 350 d.C. Cuando disminuyó hacia el 500/600 d.C., Monte Al-
bán y otras comunidades en el Valle de Oaxaca volvieron a florecer con el esta-
blecimiento de numerosas ciudades-estado independientes. Los grandes sitios
tan visibles hoy en día pertenecen a esta categoría: Monte Albán, Lambityeco, Ce-
rro de la Campana, Jalieza, El Palmillo y Macuilxóchitl, entre otros. Constituyen
otro ejemplo de urbanismo, basado en la remodelación de edificios de la Fase
Nisa, o raras veces la construcción de nuevos centros, como Lambityeco. Los si-
tios reflejan la revitalización del pasado, reminiscente del uso de elementos ol-
mecas por los zapotecos de Monte Albán. En las Fases Peche (500-600 d.C.) y
Xoo (600-800 d.C.) aparece evidencia de que una sola familia mantuvo el control
de una comunidad durante varias generaciones, creando el tipo de estabilidad aso-
ciada al estado. De ello son ilustrativas las grandes tumbas (en sitios como Mon-
te Albán, Cerro de la Campana, Lambityeco y otros) que alojaban generaciones de
la misma familia (Lind y Urcid 1983; Urcid 1992).
COMENTARIOS FINALES
Fig. 14.—El Señor 13 Búho, personaje principal de Monte Alban, y sus prisioneros (basada en Urcid 2001:
Fig. 5.43).
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12
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS:
CONSIDERACIONES DEFENSIVAS EN LA URBANIZACIÓN
EN CENTRO DE MÉXICO DURANTE EL PERIODO
EPICLÁSICO
Richard A. DIEHL
Universidad de Alabama
INTRODUCCIÓN
241
242 RICHARD A. DIEHL
Fig. 2.—El Centro de México con los sitios epiclásicos más importantes (adaptado de Charlton y Nichols
1997: fig. 11.10).
EL CASO DE TEOTIHUACAN
Rene Millon: «When it is was at its apogee, Teotihucan influenced the entire ci-
vilized world of Mesoamérica. When the city fell, the repercussions of its fall were
so great for most of Mesoamérica that we can say Teotihuacan was as influential
in its death as it had been during its life» (Millon 1972: 336).
La medida de su influencia se puede apreciar claramente en el grado de con-
flicto que generó su decadencia y caída, y las disposiciones defensivas que los
fundadores de los centros nuevos tuvieron que tomar para protegerse durante
estos siglos. La fase final de la gran urbe clásica es conocida como Metepec, y sus
fechas están aún en discusión, pero el consenso más aceptado la sitúa entre 550 y
650 d.C. Al final de esta Fase Metepec hay numerosas evidencias de conflicto
dentro de la ciudad, incluyendo los hechos siguientes:
En 2005 se llevó a cabo en México una Mesa Redonda sobre este problema, y
podemos anticipar que la publicación resultante aportará nueva luz sobre este
enigma.
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 245
EL CASO DE XOCHICALCO
Fig. 3.—Plano de Xochicalco al final de la fase Gobernador (adaptado de Hirth 2000: fig. 5.4).
246 RICHARD A. DIEHL
EL CASO DE HIDALGO
Cambiamos ahora nuestro enfoque desde las áridas tierras de Morelos a las tie-
rras igualmente áridas de Hidalgo, específicamente el valle del río Tula, sede de la
ciudad posclásica del mismo nombre y capital de los toltecas, y el fértil llano de re-
gadío que los aztecas llamaron teotlalpan, «el jardín de los dioses». Aquí parece que
los conflictos entre grupos y pueblos fueron una continua realidad durante el Epi-
clásico, y un proceso esencial en la formación de la ciudad y la civilización tolteca.
Esta región tuvo una población muy escasa hasta el periodo Clásico y, aún en-
tonces, no estuvo muy densamente poblada. Una gran parte de la población clá-
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 247
Fig. 4.—Principales asentamientos epiclásicos en el área de Tula (adaptado de Jackson 1990: 11).
248 RICHARD A. DIEHL
fondo bayo. Aunque hay pocos datos detallados publicados sobre estas poblacio-
nes (cf. Mastache y Cobean 1989; Mastache et al. 1990; Mastache et al. 2002; So-
lar s.f.), las recientes excavaciones realizadas por Robert Cobean en Tula y Pa-
tricia Fournier en Chapantongo, un sitio localizado unos 25 km al norte de Tula,
prometen arrojar mucha luz sobre los asentamientos epiclásicos de la región. La
mayor parte de lo que sabemos actualmente ha sido producto de un proyecto de
larga duración encabezado por Robert Cobean y Alba Guadalupe Mastache del
INAH, y resumido en el reciente libro Ancient Tollan: Tula and the Toltec He-
artland (Mastache et al. 2002).
La Mesa
Fig. 5.—Plano del sitio arqueológico de La Mesa, Hidalgo (adaptación de Mastache et al. 2002: fig. 4.7).
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 249
60), los restos arqueológicos sugieren que los habitantes eran inmigrantes llegados
desde el norte, sobre todo por la cerámica estilo Coyotlatelco, las herramientas lí-
ticas, especialmente raspadores fabricados de riolita (Jackson 1990), y la arqui-
tectura. Tanto en el caso de La Mesa como de los otros yacimientos ubicados so-
bre los cerros, llama la atención el hecho de que se encontraran lejos de la tierra
cultivable y el agua potable. Mastache y Cobean (1989) proponen que los habi-
tantes se dedicaban al cultivo de maguey, y abastecían sus necesidades líquidas
con el pulque. Sin embargo, la comunidad duró apenas un siglo o menos, y nadie,
ni siquiera los aztecas, volvieron a ocupar el sitio.
El Magoni
TULA CHICO
Tula Chico es un recinto de edificios públicos situados sobre una zona pro-
minente en el área arqueológica de Tula. Está rodeado por abruptas subidas en sus
lados sur, oriente y poniente, que le sirven como defensas naturales. Hace más de
30 años, arqueólogos del INAH, realizaron un plano topográfico del complejo ar-
quitectónico y excavaron algunos pequeños pozos (Matos 1974). En el año 2004,
Robert Cobean inició una serie de excavaciones de mayor amplitud que revelaron
restos de gran importancia, los cuales están aún en fase de estudio (Robert Co-
bean, comunicación personal 2005).
Se sabe que Tula Chico fue el recinto cívico original de la ciudad epiclásica,
aunque también existía otro conjunto de edificios públicos contemporáneos bajo
el asentamiento de Tula Grande, el núcleo de la capital tolteca durante la fase To-
llan (950-1200 d.C.). La ciudad de Tula perduró más de cuatro siglos, durante los
cuales sufrió múltiples episodios de cambio y transformación. La etapa inicial de
su desarrollo urbano tuvo lugar durante las fases Prado (650-750 d.C.) y Corral
(750-850 d.C.) y, hasta la fecha, toda la evidencia con que contamos para ese mo-
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 251
mento proviene de Tula Chico. La Fase Prado está representada por una pequeña
cantidad de tepalcates dispersos sobre un área de 2 km2, y no existe evidencia de
arquitectura, escultura u otros restos culturales. Como indican Mastache y sus co-
legas, esta fase representa la colonización inicial de la que iba a llegar a ser la ca-
pital tolteca pero, desgraciadamente, lo único que sabemos sobre este importante
evento nos lo proporcionan los mencionados tepalcates. En el Fase Corral hay ya
edificios públicos, incluyendo plataformas, templos y juegos de pelota, hasta
cubrir 4 km2, además de lápidas esculpidas adornando los edificios, cerámica do-
méstica y ritual y otros restos materiales que señalan la presencia de una civili-
zación típicamente mesoamericana (Fig. 8) (Robert Cobean comunicación per-
sonal 2005).
Fig. 8.—Plano de Tula, Hidalgo, durante la fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache y Cobean
2003: 223).
252 RICHARD A. DIEHL
Fig. 9.—Plano de Tula Chico durante la Fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache et al. 2002:
fig. 4.12).
REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES... 253
DISCUSIÓN
ciones fueron una reacción a las necesidades militares de la vida en todas las
épocas pre-Colombinas en el centro de México después de la muerte de la pax
teotihuacana.
BIBLIOGRAFÍA
Michael E. SMITH
Universidad Estatal de Arizona
De acuerdo con las fuentes históricas indígenas, las ciudades aztecas fueron
fundadas cuando un grupo étnico migratorio se asentaba, o cuando un rey esta-
blecía un nuevo dominio (o ambas circunstancias). Debido a que la etnicidad y las
dinastías eran dos de los principales componentes de la identidad social —no so-
lamente en el México azteca sino también en muchos estados antiguos— las
historias de sus orígenes incluyen típicamente numerosos elementos mitológicos
de dudoso valor histórico. Los linajes reales y los grupos étnicos narraron historias
acerca de sus orígenes y desarrollo histórico, y estos mitos jugaron un papel im-
portante en la dinámica cultural y política en el momento de la conquista española
y ya dentro del periodo Colonial.
A pesar del fuerte componente ideológico de las narraciones indígenas aztecas
sobre las fundaciones de ciudades y comunidades, una aproximación historio-
gráfica comparativa acerca de los orígenes urbanos aztecas sugiere que los pro-
cesos básicos implicados pueden ser reconstruidos con fiabilidad, aunque las
circunstancias específicas de las fundaciones de ciertas ciudades en particular nun-
ca serán conocidas con certeza. Más aún, los datos arqueológicos acerca de la
continuidad en los asentamientos y la forma urbana se corresponden bien con as-
pectos clave de los patrones históricos indígenas. Aunque nunca seremos capaces
de documentar la fundación de una ciudad azteca con el detalle con el que cono-
cemos la de algunas culturas de ciudades-estado (tales como las de Grecia clási-
ca), podemos describir el proceso global de forma adecuada.
257
258 MICHAEL E. SMITH
Chichimecas y toltecas
Los aztecas atribuían sus orígenes a dos tipos muy distintos de antecesores:
Los chichimecas y los toltecas. Los chichimecas eran fieros guerreros nómadas
provenientes del norte. Sus atributos culturales fueron definidos en oposición a las
características prevalecientes entre las gentes aztecas del periodo Postclásico
Tardío. Los chichimecas vestían pieles en lugar de ropa hecha con tela; cazaban
animales salvajes en lugar de plantar maíz; y vivían en campamentos en lugar de
260 MICHAEL E. SMITH
Estos temas fueron importantes en las fuentes históricas indígenas para la fun-
dación de ciudades y dinastías.
En la mayor parte de los usos culturales, los toltecas fueron lo totalmente con-
trario de los chichimecas. No solamente vestían ropas hechas con textiles, sino
que sus vestidos reales fueron los más finos de toda la antigua Mesoamérica y
fueron imitados posteriormente por los reyes aztecas. Los toltecas hicieron y lu-
cieron las más finas y lujosas joyas; de hecho se decía que habían inventado todas
las artes y oficios de la antigua Mesoamérica (así como el calendario). Tula, la ca-
pital tolteca, no fue sólo una gran ciudad estable, sino que tenía edificios hechos
de piedras preciosas. Los reyes toltecas fueron dioses o seres divinos que gober-
naron un vasto imperio con gran sabiduría y habilidad. No hace falta indicar
que la mayor parte de estas aseveraciones son o bien fabricaciones míticas o
grandes exageraciones.
En términos de identidad étnica y dinástica, las leyendas aztecas acerca de los
toltecas incluían los siguientes temas principales:
1
Traducción libre de «rags-to-riches»
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 261
Una de las historias más extendidas en las fuentes históricas aztecas describe
los orígenes del pueblo azteca en un lugar llamado Aztlan. Hubo numerosos
2
En esta imagen (Figura 1), el primero de los tres paneles que forman el Mapa Quinatzin, fue pintado
durante el periodo colonial para ilustrar la gloriosa herencia de la dinastía acolhua de Texcoco. Mi análisis
se basa en el de Douglas (2003). La mitad superior de la imagen muestra chichimecas: gente que viste piel
de animales, tienen pelo mal peinado, viven en cuevas, y usan el arco y flechas para cazar. Su lugar de ori-
gen en el desierto está indicado mediante plantas tales como el maguey y el nopal. En la parte inferior es-
tán los toltecas: gente que viste ropa hecha de tela, tiene el pelo arreglado, siembran maíz, y viven en ciu-
dades (simbolizadas mediante el empleo de topónimos para Culhuacan en la parte inferior derecha). En esta
imagen, los toltecas son los aztecas civilizados de las ciudades-estado, no los habitantes de Tula.
Quinatzin, el bisnieto del rey chichimeca Xolotl, aparece como un niño en la cueva de la parte superior.
En la parte inferior izquierda se le ve con ropas chichimecas como el rey (sentado en la estera real) discu-
tiendo con señores toltecas. Los toltecas con glifos son los líderes de los seis grupos que vinieron juntos
desde los seis principales distritos de la ciudad de Texcoco. Quinatzin fue el primer rey de Texcoco,
cuya fundación fue marcada por el asentamiento de un grupo de inmigrantes toltecas.
262 MICHAEL E. SMITH
Fig. 1.—Chichimecas y toltecas en el centro de México como se muestran en el Mapa Quinatzin, panel su-
perior (Douglas 2003: 291) (imagen escaneada a partir de la litografía de J. Desportes por Cl. Goux y pro-
porcionada por E. Douglas).
valos más o menos cortos. Una de sus paradas fue en las siete cuevas de Chico-
moztoc. Algunas fuentes históricas omiten Aztlan e indican que la migración co-
mienza en Chicomoztoc. Los emigrantes pasaron por las ruinas de Tula, luego por
el asentamiento dinástico post-tolteca de Culhuacan, y por fin se asentaron en sus
nuevos territorios, probablemente durante el siglo XIII. De los muchos grupos ét-
nicos que se trasladan desde Aztlan, sólo conocemos los detalles del viaje reali-
zado por los mexicas de Tenochtitlan.
La migración desde Aztlan fue el relato básico del origen del pueblo azte-
ca y, a su vez, una importante fuente de orgullo étnico para ellos. Aunque los
mitos de origen tienen poca validez histórica, hay varias razones para aceptar
sus líneas más básicas como históricamente precisas. En primer lugar, la his-
toria de Aztlan estaba muy extendida entre los pueblos aztecas del centro de
México. En segundo lugar, las distintas versiones —muchas representadas de
forma muy fragmentaria— muestran un alto nivel de concordancia. Por ejem-
plo, casi todas las narraciones que proveen de una fecha para la llegada de los
chichimecas desde Aztlan sitúan el evento en la primera parte del siglo XIII. En
tercer lugar, esta narración encuentra soporte general en el campo de la lin-
güística histórica, que demuestra que la lengua náhuatl se originó en algún lu-
gar lejano al norte de México y no llegó hasta la época tardía, durante el Clá-
sico o el Postclásico Temprano (Kaufman 2001). Por último, los datos
arqueológicos del patrón de asentamiento (revisados más adelante) sugieren
que la transición del Postclásico Temprano al Azteca Temprano (en el siglo
XII) fue un periodo de alteraciones en los asentamientos y de llegada de inmi-
grantes.
Las migraciones desde Aztlan forman el fondo de la historia urbana azteca.
En las fuentes históricas nativas, la mayor parte de los poblados fueron fundados
por los grupos de recién llegados de Aztlan, aunque no está claro si los poblados
fueron establecidos inmediatamente después de su llegada (una forma de fun-
dación mediante colonización) o construidos después de un cierto periodo de
tiempo3.
Continuidad en el Asentamiento
Aunque no han podido ser localizados los restos arqueológicos de una patria
originaria en el norte mexicano para el periodo Azteca Temprano, el registro ar-
queológico de patrón de asentamiento apoya la noción de que una gran parte de
los grupos inmigrantes llegan al México Central durante el comienzo del periodo
Azteca. La principal prueba de ello es la falta de continuidad en la ocupación du-
3
Para una revisión de las migraciones desde Aztlan, ver Smith (1984); para un estudio más reciente de
las fuentes, ver Castañeda de la Paz (2002).
264 MICHAEL E. SMITH
rante el intervalo de tiempo entre los periodos, tal y como se puede calcular a par-
tir de los datos procedentes de prospecciones regionales. En una situación estable
con poca inmigración, la mayor parte de los sitios mantienen su ocupación de un
periodo al siguiente. Cuando la proporción de sitios con ocupación continuada es
baja, sin embargo, indica que la mayor parte de los sitios fueron establecidos a
partir de nuevas fundaciones, lo cual ocurre cuando la inmigración es significati-
va.
Tanto en el Valle de Yautepec (Smith et al. 2005) como en la Cuenca de Mé-
xico (Parsons et al. 1983), las transiciones entre los periodos Postclásico Tem-
prano (Tolteca) y Azteca Temprano tienen la continuidad de asentamientos más
baja de cualquier periodo (Tabla 1). Ambos valores están muy por debajo de la
continuidad media para el resto de los periodos. Estos bajos patrones de conti-
nuidad al comienzo del Azteca Temprano contrastan con los, mucho más eleva-
dos, valores de continuidad entre el Azteca Temprano y el Azteca Tardío. Estos
niveles mayores sugieren que, una vez establecidos, los pueblos Nahuas tuvieron
comunidades estables en una época de crecimiento poblacional.
TABLA 1
Continuidad de asentamiento. Fuente de datos: Yautepec, datos del autor; Cuenca de Méxi-
co, Parsons et al. (1983).
Números de sitios Continidad con el periodo siguiente*
Valle de Yatepec
Formativo Terminal 50 50,00
Clásico 253 24,5
Epiclásico 120 39,2
Postclásico Temprano 149 22,8
Azteca Temprano 134 52,2
Azteca Tardío A 172 76,7
Azteca Tardío B 199
Media 44,2
Cuenca de México
Formativo Terminal 163 23,3
Clásico Temprano 208 67,8
Clásico Tardío 159 28,9
Epiclásico 120 38,3
Posctclásico Temprano 421 11,6
Azteca Temprano 162 87,7
Azteca Tardío 884
Media 42,9
* Continuidad es el porcentaje de sitios que continúan estando ocupados en el período siguiente. Se muestra la transición
de Tolteca a Azteca Temprano.
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 265
RITUALES DE FUNDACION
Fig. 2.—Fundación del poblado y la dinastía de Tepechpan, tal y como se muestra en la Tira de Tepexpan
(modificada de Noguez 1978: plate 2).
266 MICHAEL E. SMITH
mixtecas y zapotecas las muestran para marcar la toma de posesión formal de una
nueva tierra. La relación tan estrecha entre ciudades y estados sugiere que estos ri-
tuales también se relacionan con la fundación de poblados y ciudades. He modi-
ficado levemente el esquema de Oudijk para describir cuatro tipos importantes de
rituales de fundación formal4:
4
Estos rituales también son analizados por García-Zambrano (1994) y Boone (2000a). López Austin
(1994: 217-218) analiza otros aspectos religiosos de la fundación de asentamientos.
268 MICHAEL E. SMITH
Fig. 3.—Fundación del poblado y la dinastía de Cuauhtinchan, tal y como se muestra en Historia Tolteca-
Chichimeca (modificada de Kirchhoff et al. 1976: 35v, 36r).
127). Sin embargo, es muy probable que esta práctica haya sido una invención co-
lonial proyectada hacia un pasado prehispánico con el fin de justificar fronteras te-
rritoriales en el periodo Colonial5.
4. Dividir la tierra de la ciudad-estado entre los nobles. En tiempos de los az-
tecas, la mayor parte de la tierra de las ciudades-estado era controlada y poseída
por los nobles (Lockhart 1992). Una vez que la dinastía y la ciudad habían sido
fundadas, el rey debía dividir la tierra entre los señores principales; esto es posi-
blemente lo que se muestra en la escena de la fundación de Tepechpan (ver Figura
2) y en la imagen de la fundación de Tenochtitlan en el Códice Mendoza. En al-
gunos casos, los reyes involucrados en campañas de expansión territorial enviaban
nobles a tomar posesión de nuevas tierras. Por ejemplo, Tezozomoc de Azcapot-
zalco, gobernante del imperio tepaneca, «instaló a sus hijos, de los cuales tenía
muchos, como señores de las colonias [poblados] que él fundó» (Carta de Azca-
potzalco 2000: 219).
Estos rituales de fundación pueden ser considerados actos de fundación religiosa
formal para las ciudades aztecas. No se tiene la certeza de que estos actos realmente
se realizaran, pero está claro que este tipo de fundación formal era ideológica-
mente importante para los aztecas contemporáneos de la conquista española.
Tenochtitlan
petiré sus detalles aquí (ver D. Carrasco 1999; Davies 1973; Heyden 1989; Su-
llivan 1971). La historia básica es la de que el pueblo mexica estableció Te-
nochtitlan en una isla deshabitada en los pantanos del Lago de Texcoco. Sus an-
cestros habían huido hacia el pantano para escapar del ejército de Culhuacan. El
dios tutelar de los mexica, Huitzilopochtli, les había prometido una tierra donde
construir una ciudad. Mientras se encontraban en el pantano, los mexicas vieron
una señal de su dios —un águila sobre un nopal sosteniendo una serpiente en su
pico— y supieron que habían encontrado su hogar (Fig. 4). Inmediatamente des-
Fig. 4.— Fundación de Tenochtitlan como se muestra en el Códice Mendoza (Berdan y Anawalt 1992, vol. 3:
f. 2r) (modificado Berdan y Anawalt 1992, vol. 4: 9).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 271
LA HERENCIA TOLTECA
Mapa Quinatzin (ver Figura 1) ilustra muchos de los atributos de los toltecas tal y
como los representaban las narraciones históricas aztecas: ropas hechas con tela
tejida, pelo arreglado, cultivo del maíz y vida urbana. Estos atributos comprenden
los principales temas toltecas en las fuentes históricas aztecas. Una posible inter-
pretación de esta escena es que el acto de asentarse y el de fundar ciudades mar-
can la transición de chichimeca a tolteca. Los otros asuntos toltecas descritos con
anterioridad incumben menos a los toltecas como gente civilizada que a los tol-
tecas como los grandes ancestros que vivían en la gran ciudad de Tollan.
La grandeza tolteca
Los nobles aztecas miraban a los toltecas del pasado y veían una cultura y un
pueblo más avanzado y civilizado que cualquier otro, anterior o posterior. La ciu-
dad de Tula, o Tollan, fue descrita como un lugar maravilloso en donde todo el
mundo era sabio y bueno y donde las calles estaban (metafóricamente) pavi-
mentadas con oro. Este es el segundo gran tema tolteca en las historias aztecas:
Tula y los toltecas fueron los creadores de muchos aspectos claves de la cultura
mexica. Está claro que Tula y los toltecas tuvieron una fuerte significación ideo-
lógica para los nobles aztecas, y ahora sabemos que la mayor parte de las cosas
que los aztecas atribuían a los toltecas eran erróneas o demasiado exageradas. Se-
ría absurdo considerar hoy en día a los toltecas como inventores del calendario y
del resto de las artes y oficios mesoamericanos, dado que ahora sabemos que se
originaron varios milenios antes de la aparición de los toltecas. De hecho, es de-
masiado increíble pensar que los propios aztecas hayan sido tan inocentes como
para creerse todo esto6. En lugar de esto, tiene más sentido ver las descripciones
aztecas acerca de los toltecas como reivindicaciones ideológicas no como des-
cripciones literales.
El tercer asunto tolteca era la idea de que la legitimidad de los reyes aztecas
dependía de su descendencia directa de los antiguos reyes toltecas de Tula. Los
gobernantes aztecas sólo remontaban sus genealogías en el pasado hasta los tol-
tecas, y la legitimación podía ser transmitida por vía masculina o femenina (Gi-
llespie 1989). Por ejemplo, los mexicas de Tenochtitlan se transformaron de un
simple grupo étnico en un altepetl cuando Acamapichtli —hijo de un noble me-
xica y una princesa de la dinastía tolteca de Culhuacan— ascendió al trono en
1372.
6
La interpretación azteca de la prehistoria mesoamericana puede haber sido rudimentaria, pero dada la
fuerte orientación empírica e historiográfica de los estudiosos aztecas resulta difícil aceptar que de verdad
creían que los toltecas inventaron el calendario y las artes. Los mexica supieron de un buen número de ciu-
dades anteriores además de Tula (por ejemplo, Teotihuacan y Xochicalco), y coleccionaron máscaras de
piedra de la aún más antigua cultura Mezcala de Guerrero para enterrarlas en sus ofrendas, lo cual sugiere
conocimiento de culturas anteriores a la tolteca (Umberger 1987).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 273
No hay duda alguna de que los aztecas estaban familiarizados con las ruinas
de la ciudad de Tula (Figs. 5 y 6). Sahagún sugiere que los mexicas excavaron
Tula en busca de reliquias (Sahagún 1950-82, bk.10: 165). Numerosas ofrendas
aztecas (de los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío) han sido excavadas
en el epicentro de Tula (Acosta 1954), pero no está claro si fueron depositadas por
residentes del área de Tula durante esos periodos o por visitantes que llegaron a la
ciudad sagrada en ruinas desde algún altepetl del centro de los dominios aztecas.
Alguien, durante la época azteca, construyó un pequeño altar enfrente de la pirá-
mide más grande, el Templo C. Este altar no se muestra en los mapas del periodo
Tolteca de la ciudad de Tula (Fig. 6), pero es visible en las fotos aéreas del sitio
(Fig. 5) como un pequeño montículo de escombros hacia el norte (izquierda) de la
escalinata. Tal y como ya he indicado en otro sitio (Smith s.f. a), tales altares son
7
Michel Graulich (1997) muestra la naturaleza improbable de las descripciones aztecas de los reyes tol-
tecas e interpreta estas narraciones como mitológicas, analizando los motivos por los cuales las narraciones
históricas indígenas no son fiables después de un siglo o dos (Smith s.f. c). En otro artículo (Smith y Mon-
tiel 2001) indico las evidencias en contra de la existencia del imperio tolteca.
274 MICHAEL E. SMITH
Fig. 5.—Foto aérea del epicentro de Tula. Cortesía de la Compañía Mexicana de Aerofoto.
Fig. 6.—Plano del epicentro de Tula (modificada de Mastache et al. 2002: 92).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 275
Fig. 7.—Planos de epicentros de ciudades aztecas en Morelos (Smith s.f. a). Los planos tienen una escala
común, pero diferentes orientaciones.
276 MICHAEL E. SMITH
• El templo más grande está situado en el lado este con escaleras hacia el lado
oeste de la plaza.
Algunas de las cuatro ciudades aztecas, pero no todas, comparten otras se-
mejanzas con Tula: Como Tula, Coatetelco y Cuentepec tienen juegos de pelo-
ta—orientados de norte a sur—localizados en el lado oeste de la plaza; y Coate-
telco y Teopanzolco tienen ambos edificios en forma de «T» en el lado sur de la
plaza, como Tula. Todos estos epicentros aztecas son más pequeños que el de
Tula, pero el parecido es claro. El trazado de Coatetelco es particularmente im-
pactante comparado con el de Tula. Aunque algunos de los principios de plani-
ficación evidentes en las Figuras 6 y 7 eran ampliamente compartidos por toda
Mesoamérica (por ejemplo, una plaza rectangular formalmente definida por los
templos más grandes), el trazado específico de estas ciudades resulta distintivo y
no se parece a ningún otro centro urbano mesoamericano. La explicación más ló-
gica para esta similitud es que las ciudades aztecas fueron diseñadas imitando a
Tula.
Resulta sencillo sugerir que los constructores de las capitales aztecas querían
imitar el trazado de Tula. Los reyes aztecas legitimaron su gobierno a través de re-
ferencias a sus ancestros reales toltecas, y la distribución urbana era la materiali-
zación de esa reivindicación ideológica, expresada mediante una poderosa evi-
dencia visual. El diseño de las ciudades aztecas fue probablemente establecido
como parte de un acto político formal de fundación. Resulta sin embargo com-
plicado explicar cómo tuvo lugar dicha imitación. ¿Se asentaron reyes y arqui-
tectos toltecas en las nuevas ciudades aztecas huyendo de la destrucción de Tula?
¿Quizás viajaron los reyes aztecas y sus constructores a visitar las ruinas de Tula
para estudiar su diseño? O tal vez el diseño de Tula se conservaba en códices que
los reyes y arquitectos podían consultar. La presencia de ofrendas del periodo Az-
teca Temprano en medio de la plaza central de Tula (Fig. 8), sugiere algún tipo de
actividad azteca en las ruinas toltecas durante el periodo en el cual los gobernan-
tes de Teopanzolco y otras ciudades de Morelos estaban construyendo sus edifi-
cios en imitación a los de Tula.
Un aspecto interesante de este fenómeno es que el diseño tolteca se encuentra
en todos los epicentros aztecas que se han preservado, pero no resulta tan obvio en
las ciudades aztecas de la Cuenca de México. Si bien las ciudades en esta última
región tienen algunos de los elementos del trazado de Tula (Fig. 9), muestran mu-
cho menos parecido que las ciudades de Morelos. Hasta Cuexcomate (Smith
1992), un pequeño pueblo en Morelos que no era capital de ningún altepetl, tiene
un modesto epicentro dispuesto de la misma forma que los ejemplos en la Figura
7. ¿Fueron las ciudades de Morelos fundadas antes que sus similares en la Cuen-
ca de México, dándoles una conexión histórica más próxima a Tula? Teopanzol-
co fue una ciudad del periodo Azteca Temprano, pero la arquitectura pública de la
mayoría de las ciudades aztecas (tanto en Morelos como en la Cuenca de México)
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 277
Fig. 8.—Vasijas cerámicas del periodo Azteca Temprano procedentes de una ofrenda azteca en Tula; a y b:
Azteca II negro sobre naranja; c y d: Azteca Temprano negro y blanco sobre rojo (modificado de Acosta
1954: 52-53).
no puede ser datada con precisión con la evidencia actual. O quizás las ciudades-
estado de Morelos fueron menos poderosas y sus reyes sintieron una mayor ne-
cesidad de realizar aseveraciones ideológicas que expresaran su adhesión al ide-
al tolteca.
En todo caso, parece claro que un cierto número de ciudades aztecas en Mo-
relos fueron diseñadas imitando a Tula, para proveer de evidencia visible —tan-
to para los aztecas como para los observadores modernos— de la importancia del
concepto tolteca en la fundación de ciudades aztecas. Este es el cuarto tema tol-
teca para los aztecas. La construcción de ciudades a imagen de Tula puede ser vis-
ta desde la perspectiva de la memoria social (Fentress y Wickham 1992). Susan
Alcock (2001, 2002) muestra cómo algunas sociedades antiguas «memorizan» so-
ciedades más tempranas a través de la construcción de monumentos y la modifi-
cación arquitectónica del paisaje. Ella utiliza el concepto de «memoria teatral»
(memory theater) para referirse a los espacios arquitectónicos designados para in-
vocar y celebrar memorias específicas del pasado. Tal y como los romanos mo-
278 MICHAEL E. SMITH
Fig. 9.—Planos de epicentros de ciudades aztecas de la Cuenca de México (Smith s.f. a). La escala y orien-
tación son comunes.
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 279
dificaron Atenas y otras ciudades griegas para evocar a la cultura griega, así hi-
cieron los aztecas al diseñar sus ciudades para evocar la grandeza del pasado tol-
teca.
Fig. 10.—Modelos de desarrollo de los principios de planificación urbana; a: modelo tradicional; b: nuevo
modelo.
280 MICHAEL E. SMITH
sitantes (Smith s.f. a: capítulo 5). Los diseños de los epicentros de Morelos (ver
Figura 7) llaman la atención por la similitud entre ellos, así como por su parecido
con el trazado de Tula Grande. Los ejemplos que sobreviven de la Cuenca de Mé-
xico muestran una mayor variabilidad en cuanto a su forma (ver Figura 9), pero
sus inventarios arquitectónicos básicos recuerdan a los de las ciudades de More-
los.
No conocemos casi nada acerca del trazado de Tenochtitlan y de su epicentro
durante su primer siglo (antes de la fundación del imperio de la Triple Alianza en
1428). Parece razonable plantear la hipótesis de que el Templo Mayor (cuyas fa-
ses más tempranas pertenecen a los primeros años de la ciudad) fue originalmente
parte de un epicentro con una planeación similar a la de otras ciudades aztecas. El
templo miraba hacia el oeste, y la plaza debió haber estado en el área inmediata-
mente hacia su oeste. Sin embargo, en algún momento de su historia, los gober-
nantes mexicas realizaron una ruptura radical con la planificación típica de una
ciudad azteca al encerrar el área central en un recinto amurallado, que después fue
rellenado con edificios. Durante la época de la conquista española, este llamado
«recinto sagrado» estaba lleno de templos, adoratorios, altares, un juego de pelo-
ta, y otras estructuras usadas por la religión estatal de Tenochtitlan (Marquina
1960; Matos 2003; Nicholson 2003). Los gobernantes de Tlatelolco también
construyeron un recinto amurallado, probablemente a imitación del de Tenochti-
tlan. Tenochtitlan tenía una modesta plaza, localizada inmediatamente al sur del
recinto amurallado (Calnek 1976, 2003). Sin embargo, este espacio sirvió como
mercado permanente no como una plaza ceremonial.
El recinto sagrado de Tenochtitlan tomó el lugar de la plaza azteca normal,
pero no era una plaza, a pesar del uso de este término por algunos autores actua-
les (Low 1995; Matos 2003: 133). La construcción de un recinto amurallado en
Tenochtitlan (muy probablemente en el lugar donde con anterioridad había una
plaza) fue quizás parte de una nueva ideología imperial de los gobernantes me-
xicas. Ciertamente, esto provocó que el centro de Tenochtitlan fuera único entre
las ciudades aztecas8.
8
Existe una gran confusión en la literatura acerca de la aparición de los recintos amurallados en las ciu-
dades aztecas. Gran parte debe achacarse a Motolinía (1979: 50-51), cuyas palabras parecen indicar que está
generalizando para todas las ciudades cuando menciona la muralla que rodea al distrito ceremonial. La des-
cripción de Sahagún (1993: 269r) del recinto amurallado de Tenochtitlan ha causado también mucha
confusión. Umberger (2003: 3) llama a esta ilustración «un típico centro ceremonial azteca»; Pasztory
(1983: 101-102) reivindica que el recinto amurallado era una característica común en las ciudades aztecas,
mencionando a Tenochtitlan, Huexotla y Zempoala (una ciudad provincial no azteca de la Costa del Golfo);
Hardoy (1973: 178-179) pretende que la descripción de Motolinía se aplica a «ciudades indígenas» en ge-
neral; y Nicholson (1971: 437) sugiere que «todas las comunidades de tamaño sustancial» tuvieron un re-
cinto amurallado. Atribuyo estas interpretaciones al hecho de poner un énfasis excesivo sobre Tenochtitlan
como modelo de ciudad azteca. Nicholson (2003) hace la extraña y poco probable sugerencia de que la pin-
tura de Sahagún representa el (hipotético) recinto amurallado de Tepeapulco, no el de Tenochtitlan, ya que
la pintura muestra menos de los 78 edificios descritos en el texto de Sahagún (1950-82: bk. 2, pp.179-193).
LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS... 283
Es difícil imaginar cómo un pintor indígena podría incluir los 78 edificios en una única ilustración. Para una
discusión más detallada, ver los comentarios de Heyden acerca de este tema, en Sahagún (1993: 117-119,
note 1), y Mundy (1998: 18-20). La única capital de ciudad-estado azteca con posibles evidencias de haber
poseído un recinto amurallado es Huexotla (García 1987), pero no estoy muy convencido de que el único
segmento de pared que se mantiene en posición fuera parte de un recinto cerrado por sus cuatro lados. Los
restos de pared en Huexotla son aún un enigma, y sólo una futura excavación podría ayudar a dar respuesta
a esta pregunta.
284 MICHAEL E. SMITH
CONCLUSIONES
Aztlan. Este proceso difiere del de otras ciudades fundadas por colonización en el
Mundo Clásico y en otras partes del mundo, donde los inmigrantes eran enviados
deliberadamente por una comunidad natal a encontrar nuevos asentamientos. En
lugar de esto, se movieron hacia el sur (debido a razones desconocidas) como un
grupo no organizado y fundaron dinastías y ciudades cuando se asentaban en una
nueva región. El índice de crecimiento de la población en el centro de México fue
muy alto durante los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío (Smith 2003:
57-61), y estas ciudades muy probablemente crecieron con rapidez una vez fun-
dadas.
Los datos de variación de diversas ciudades aztecas muestran que el proceso
de fundación urbana ocurrió al mismo tiempo a lo largo y ancho del área del Mé-
xico Central (Smith s.f. a). Hubo altos niveles de interacción social y política en-
tre las entidades políticas en los valles y regiones del centro de México. Estos da-
tos ilustran la naturaleza de las variaciones entre las ciudades aztecas. De
particular importancia es la observación de que Tenochtitlan fue la más divergente
y atípica de todas las ciudades aztecas. En el pasado, muchos estudiosos han ge-
neralizado acerca de las ciudades aztecas basándose en datos provenientes de Te-
nochtitlan (ver nota 8), pero ésta no puede ser por más tiempo una práctica acep-
table. Para comprender plenamente el urbanismo azteca —incluyendo la
fundación de las ciudades— debemos tomar una perspectiva más amplia que in-
cluya tantos ejemplos como sea posible.
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LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA
MAYA, SIGLOS XVI-XVII: ÉXITOS Y FRACASOS DE LA
POLÍTICA COLONIAL
INTRODUCCIÓN
1
La V Mesa Redonda de la SEEM (Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades
antiguas, Ciudad, Iglesias y Martínez 2001) también incidió en el tema del urbanismo centrado en aspec-
tos de patrón de asentamiento, variables regionales y estudios específicos sobre funciones sociales y polí-
ticas de los espacios urbanos.
291
292 JUAN GARCÍA TARGA
Fig. 1.—Mapa de Yucatán y Guatemala, 1671 (Markman 1993: 220. Original Arnoldus Montanus).
Una vez conquistados los territorios ocupados por la cultura maya posclásica,
se inició el proceso de consolidación del nuevo poder hegemónico en unos con-
textos caracterizados por el poco atractivo económico, una población indígena
muy abundante y unas condiciones generales del territorio cuanto menos adversas
a los objetivos de la Corona:
«No hay minas de plata ni oro. Hay una yerba de añil que se saca mucha can-
tidad de el en general en esta provincias, con mucho trabajo de los naturales y
mucha costa de dinero: hay palo negro de Brasil y otras yerbas con que tiñen
amarillo, y palo colorado de tinta para curtir los zurradores» (Relaciones His-
tórico-Geográficas 1983: 43).
Inicialmente se fundan cuatro villas (Mérida, Campeche, Valladolid y Salaman-
ca de Bacalar) para el norte peninsular, así como Ciudad Real y San Cristóbal de los
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 293
Llanos en Chiapas, y Santiago en Guatemala, sobre las que recae el poder organiza-
tivo del proceso de consolidación de las nuevas formas occidentales aplicadas al te-
rritorio maya. Inmediatamente después, núcleos poblacionales de menor tamaño
completan la retícula urbanística peninsular a la que se van sumando todas las po-
blaciones de indios dirigidas por los frailes de las órdenes mendicantes (Fig. 2).
Fig. 2.—El área maya a finales del siglo XVI (Grube 2001: 380, Fig. 591).
294 JUAN GARCÍA TARGA
«…sería necesario ponerlos en policía para que sea camino y medio de darles
a conocer la divina y para esto se debería dar orden como viviesen juntos en sus
Fig. 3.—Plano de Briviesca (Burgos), 1313 (La ciudad hispanoamericana 1989: 95).
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 295
calles y plazas concertadamente y que desta manera los prelados podrían tener
más entero conocimiento de las cosas de los dichos naturales y verían y sabrían la
manera y mejor orden que con ellos de podría tener para su bien y doctrina…»
(Archivo General de Indias, México, 1088 L. 3 F.163)2.
«Se inicia así un largo proceso de reacomodo de los grupos indígenas en que
la economía occidental, encubierta a veces por el celo piadoso de los evangeliza-
dores, convulsiona y altera las formas indígenas de asentamiento, ocasionando
perturbaciones cuya gravedad alcanzó, en múltiples ocasiones, el grado de un ge-
nocidio que no por falta de intención fue menos real» (Reyes 1962: 25).
2
Real Cédula para que se pongan en policía los Indios. Valladolid, 23 de agosto de 1538.
3
En este sentido resulta muy relevante la referencia de Motolinía (1988: 68) para el altiplano mexicano
en el que destaca el proceso de destrucción de los templos «para sacar de ellos la piedra y madera, y de
esta forma quedaron desollados y derribados» y la utilización de piedra y fundamentalmente ídolos para la
cimentación de las nuevas construcciones.
4
Es relevante el caso de Izamal como asentamiento prehispánico de primer orden sobre el que se dis-
puso un importante asentamiento colonial coronado por el convento de San Antonio de Padua. Para su
construcción se destruyó y niveló parte de la plataforma existente y se retomó su importante función
como lugar de peregrinación desde el período Clásico. No obstante, desde un primer momento, también en
Izamal, el Kinich Kak-Mo es aprovechado por los frailes franciscanos como lugar emblemático en el que se
sitúa una pequeña capilla con materiales perecederos, como primer foco de evangelización de la zona.
296 JUAN GARCÍA TARGA
Fig. 4.—Izamal (Estado de Yucatán, México). Vista general del Convento de San Antonio de Padua, si-
tuado sobre una estructura prehispánica. Siglo XVI (Fotografía del autor).
«una forma tal de agrupamiento ofrece sin duda considerables ventajas tanto
desde el punto de vista de la higiene, como desde la economía y bienestar fami-
liares ya que permite mayor holgura y aun la posibilidad de establecer al lado de
la casa una huerta o campo de cultivo» (León-Portilla 1957: 20).
Fig. 5.—Izamal. Planimetría general de la parte central del sitio (Burgos et al. 2005: Fig. 2).
mayas del clásico. Las nuevas interpretaciones a la luz del resultado de los estu-
dios arqueológicos permiten una visión mucho más rica sobre la funcionalidad de
esos grandes centros:
«es necesario que los indios se repartan en pueblos que vivan juntamente y que
allí tengan cada uno su casa habitada con su mujer e hijos, y heredades, siembre y
críen sus ganados» (Solano 1996: 25).
«Las Leyes de 1573 están dirigidas para cuidar y vigilar, asimismo para po-
tenciar, las promociones dinamizadoras de la colonización de los espacios ya
conquistados, como de impulso para la ampliación de fronteras» (Solano 1996:
XXXII).
5
Algunos ejemplos significativos serían: las Instrucciones de Nicolás Ovando, de 1503 (Archivo
General de Indias, Indiferente General 418), Instrucciones a Pedrarias Dávila, 1513 (CODOIN); Instruc-
ciones a Hernán Cortés, 1523 (Archivo General de Indias, Indiferente General 415); Real Cédula del
Obispo de Guatemala, 1538 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393) o Real Cédula del
Obispo de Guatemala, 1540 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393).
6
El conjunto de artículos se definen como Nuevas Ordenanzas de descubrimiento y población.
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 299
Fig. 6.—Ciudades americanas, siglos XVI-XVIII (figura parcial) (La ciudad hispanoamericana 1989: 59).
«Juntos, unos y otros, se entro por las montañas al medio día de esta tierra, y
hallando en ellas muchos indios fugitivos, que vivían rancheados en diversos sitios
sin policía, ni sacramentos los fue congregando, y llevó a los montes, que llaman
de la Pimienta. Formó pueblo con ellos en el sitio donde estuvo el que se llamó Sa-
calum, cuando el padre Fr. Juan de Santa María pobló las guardianías...» (López
de Cogolludo 1957: 542)7.
7
La zona que se describe estuvo, durante gran parte de los siglos XVI y XVII, fuera o muy ajena al con-
trol político y administrativo colonial, transformándose en espacio de acomodo para grupos indígenas hui-
dos de las zonas sobre las que se ejercía mayor presión coercitiva.
302 JUAN GARCÍA TARGA
La ritualización del proceso urbano estaba marcada en cada uno de los esta-
dios, iniciándose con la toma del territorio en nombre de Dios y el Rey, ante la
población con una prepotencia considerable en las formas. Dentro del proceso se
refiere explícitamente la voluntariedad de fundar una ciudad, así como la elección
del cabildo, los términos de jurisdicción, el nombre y el santo patrono que prote-
gerá a los ciudadanos y a la ciudad.
Una vez marcados estos pasos iniciales, el proceso proseguía con la delimi-
tación de la plaza, el solar destinado a la iglesia momento de gran ceremonialismo
que retrotrae al período temprano del cristianismo (Fig. 8). Consecutivamente se
definían los espacios destinados al cabildo y los solares de los vecinos de exten-
siones y calidades en función de la relevancia social de las familias.
8
En casos como éste, se tramitó en 1548 la petición de la Audiencia de Guatemala al Consejo de Indias
para procurar los cambios del nuevo centro urbano y el movimiento forzoso de la población.
304 JUAN GARCÍA TARGA
«.. que habiendo salido del pueblo de Lamanai, hallaron las casas, y iglesia
quemadas, los indios alzados, y confederados con los de Tipú, que se habían pa-
sado de la otra parte de la laguna a la banda del norte» (López de Cogolludo
1957: 643).
«... y así les sacan la sangre a los míseros indios en los tributos y servicio per-
sonal excesivo que sirven todos a manera de esclavos» (Archivo General de Indias,
México, 280), o «...son tan vejados y hanse muerto tantos por respecto de esas ve-
jaciones y malos tratamientos, que de cada ida se les hace así de cargas, servicio
9
Se dispone de documentación concreta sobre la reubicación de las diezmadas poblaciones de sitios
como Tecoh en el estado de Yucatán (Millet y Burgos 1994) o la ya mencionada Copanaguastla en el es-
tado de Chiapas (Ruz 1985).
10
«Principalmente la disminución que ha habido y al presente la ha causado el haberlos mudado de
sus asientos y natural temple y aguas con que se multiplicaban , quemándoles los pueblos y mandándolos
quemar los religiosos de la orden de San Francisco, poblándolos donde ellos querían , en lugares no tan
sanos ni cómodos como en los que ellos vivían; trabajándolos los dichos religiosos en los monasterios muy
suntuosos que han hecho, sin cesar hoy día de hacer y deshacer obras, las cuales habiendo otro guardián
las deshace y hace a su modo y jamás cesan de obrar, no teniendo consideración a hacer cesar las obras
en tiempo que los indios han de acudir a sus labranzas, de lo cual siempre se han quejado los naturales
porque les ha causado estar faltos de bastimentos para el sustento de sus vidas. Y así por esto como por la
mudada y junta de los pueblos y castigos que so color de la doctrina los religiosos hacían, y otras cosas de
apremio y cepos de que han usado y usan, los naturales han venido en la disminución referida y les son tan
temerosos que tan solamente se han huido a los montes sin más parecer, pero algunos se han muerto de
puro pesar y tristeza se han despoblado muchos indios que dicen estar poblados en las islas de la Bahía de
la Ascensión que dista de esta villa treinta leguas» (Relaciones Histórico-Geográficas 1983: 40-41)
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 305
personal como de otras cosas, que si no remedian muy presto harán fin....» (Ar-
chivo General de Indias, México 280) 11 .
11
Carta de Fray Luis de Villalpando y otros religiosos, 24 de julio de 1550 y Carta de Fray Alonso
Thoral, 20 de junio de 1556.
306 JUAN GARCÍA TARGA
«En algunas partes de la tierra hay algunas lagunas y los indios no se sirven
de ellas por decir que las aguas son enfermas, y así se halla por experiencia; una
de estas lagunas está en el pueblo de Tecoh, dos leguas del dicho pueblo de Tekal,
adonde antiguamente hubo una población de indios, y se despobló por ser tierra
enferma» (Relaciones Histórico-Goegráficas 1983. Vol. I: 430-444).
12
Real Provisión de los Reyes Católicos eximiendo durante veinte años de alcabalas e impuestos a to-
dos aquellos pobladores que contribuyeran a la formación de núcleos urbanos, así como a todos los que
ayudasen a su aprovisionamiento. Madrid, 21 de mayo de 1499.
13
Real Cédula a la Audiencia de la Nueva España para que provea y remedie lo que pasa en ciertos
agravios que los indios de la provincia de Yucatán dicen que se les hacen. (Archivo General de Indias, Mé-
xico 1999 L. 2. Fol. 201. Aranjuez, 31 de mayo de 1579).
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA... 307
CONCLUSIONES
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FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN
ARCAICA Y HELENISMO
311
312 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO
decisiones que los mismos, por lo general de forma colectiva, tomen y que me-
diante el monopolio de la administración de justicia, siempre refrendada por los
dioses, se asegurarán su posición dominante. Esta unión, que con mucha fre-
cuencia implica también un traslado de residencia de buena parte de la población
afectada hacia un entorno determinado con anterioridad, en el que se dan ciertas
condiciones simbólicas, recibe el nombre de synoikismós, sinecismo.
No obstante, el desarrollo de la polis en Grecia también incluye casos especia-
les que presentan una gran originalidad. Quizá podríamos mencionar el caso de Es-
parta. La polis de los lacedemonios habría surgido mediante un proceso de sine-
cismo que afectó a cuatro aldeas cuyos territorios eran adyacentes pero incluyó
también la integración forzosa de una quinta, Amiclas, ubicada a varios kilómetros
de distancia de las anteriores. El hecho sorprendente es que la polis surgida de la
adición de estas aldeas va a reclamar, y conseguir, controlar un territorio que supera
con mucho el que en su inicio abarcaban esas cinco aldeas, puesto que la polis es-
partana así surgida será la dueña de un territorio en torno a los 8.500 km2 y dentro
del cual vivirán no sólo los ciudadanos del nuevo estado, una minoría, sino un nú-
mero importante de esclavos comunitarios, los hilotas, así como varias decenas de
comunidades autónomas, habitadas por hombres libres, los periecos, pero sometidas
a las decisiones de las autoridades espartanas, en cuya elaboración no jugarán nin-
gún papel. Por si fuera poco, la polis espartana apenas dispondrá, al menos hasta
época helenística, de algo que podamos considerar un centro urbano bien definido
y cuando, en este último momento, empiece a surgir uno, el mismo no abarcará
toda, por la distancia ya comentada de la antigua aldea de Amiclas, sino una parte
de lo que había sido el núcleo originario. El caso de Esparta nos muestra cómo en el
mundo griego no era imprescindible disponer de un área urbana para que existiera
una comunidad política, siendo esta polis tal vez el caso más extremo de lo que para
los griegos significaba la polis, que no era sino una comunidad de hombres libres
que obedecían a unas leyes que ellos mismos se habían dado y donde se producía
una alternancia entre los que mandaban y los que obedecían.
Por lo general tendemos a considerar a Atenas como el paradigma de lo que
significó la antigua Grecia y, sin embargo, el caso ateniense es también bastante
peculiar. Una de las principales peculiaridades, para lo que suele ser habitual en
Grecia, es que la polis ateniense ejercía su autoridad sobre un territorio de unos
2.500 km2, cuando el territorio medio de una polis estaba entre los 100 y los 200
km2 (Hansen 2004: 71). Dentro de ese territorio todos los individuos libres goza-
ban de plenitud de derechos con independencia del lugar dentro del mismo en el
que residiesen. Atenas sí dispuso de un centro urbano claro, pero eso no evitó que
una parte sustancial de la población siguiese residiendo en el territorio, no sólo en
pequeñas aldeas y granjas sino también en importantes aglomeraciones, algunas
de las cuales adquirieron rasgos urbanos con el tiempo aun cuando, sin embargo,
no eran «ciudades» en sentido estricto, puesto que la «ciudad» era Atenas, con-
cepto en el que hemos de englobar tanto el centro urbano como el territorio rela-
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 313
cionado con ella. El resto de lugares de habitación, grandes o pequeños, eran lla-
mados en Atenas «demos» y aunque algunos de ellos desarrollaron también una
intensa vida municipal sus habitantes siempre tuvieron como ámbito de referencia
e identidad la polis de la que formaban parte. Según explicaban las propias tradi-
ciones que los atenienses habían elaborado, su sinecismo, llevado a cabo por un
rey mítico, Teseo, no había implicado un traslado de la población hasta el centro
principal sino, por el contrario, una continuidad de residencia en cada localidad,
pero sí la abolición de los órganos de gobierno locales y su «traslado» a la ciudad
de Atenas desde donde se dirigiría la totalidad del territorio (Plutarco, Vida de Te-
seo, 24). Sabemos, incluso, cómo aún en época clásica muchos individuos, en es-
pecial de origen aristocrático, seguían estando muy vinculados a los lugares de
origen de sus familias, en donde solían tener sus propiedades y donde, por lo ge-
neral, recibían enterramiento (Garland 1982: 125-176).
Los datos hasta aquí expuestos nos muestran cómo también en la propia Gre-
cia podemos hablar con seguridad de fundación de ciudades, puesto que las mis-
mas son un fenómeno nuevo que va extendiéndose desde los inicios de la Edad
del Hierro, el periodo que los arqueólogos engloban bajo el nombre de «Proto-
geomético» (Lemos 2002); sin embargo, no insistiré tampoco en este aspecto por-
que prefiero centrarme en el proceso colonizador.
El tema de la colonización griega, que ha gozado de una amplísima tradición
dentro de los Estudios Clásicos, ha desarrollado unas metodologías que, en cier-
tos momentos, ha podido parecer que lo apartaban de otros aspectos de la Histo-
ria de Grecia; aun cuando quizá esto haya sido necesario para poder analizar con
detalle todas las implicaciones que la colonización tiene en el mundo griego, no es
menos cierto que en los últimos tiempos el fenómeno colonial en Grecia se tien-
de a insertar dentro del propio desarrollo de la ciudad-estado o polis como un ele-
mento que forma parte intrínseca del propio desarrollo político griego (Domín-
guez 1991: 98-101) si bien otros autores prefieren ver el fenómeno como el
resultado de actividades de índole privada con poco o ningún peso de las estruc-
turas estatales metropolitanas (Osborne 1998: 251-269). Junto a este debate, no re-
suelto por completo, el fenómeno colonial griego es, también en los últimos
tiempos, objeto de análisis más amplios que tratan de insertarlo dentro de otros
procesos coloniales, antiguos y modernos lo que tiene, como no puede ser de otro
modo, sus ventajas y sus inconvenientes (Lyons y Papadopoulos 2002; Stein
2005). En este artículo, y teniendo en cuenta la perspectiva general adoptada en el
presente volumen sobre la fundación de ciudades, me centraré en aquellos rasgos
que desde mi punto de vista caracterizan la colonización griega, dejando a otros
que extraigan las conclusiones oportunas sobre el desarrollo de modelos que
puedan ser válidos para el Viejo y el Nuevo Mundo (por ejemplo, Smith en este
volumen).
Es un hecho hoy día admitido que fueron los griegos de Eubea quienes ini-
ciaron y desarrollaron los mecanismos que permitieron el traslado de grupos de
314 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO
gentes hacia otros puntos del Mediterráneo con las suficientes garantías como para
tratar de reproducir en los lugares de destino condiciones de vida semejantes a las
que habían tenido en sus residencias originarias. El avance de las investigaciones
ha permitido comprobar cómo buena parte de este ímpetu que los eubeos llevaron
a cabo en territorios alejados de Grecia fue primero «probado» en la propia Gre-
cia (Fig. 1). Prescindiendo, en aras de la brevedad, de la posible relación que al-
gunos autores han considerado del tipo metrópolis-colonia entre Lefkandí y Ere-
tria ( VV.AA. 2004: 228-233; Walker 2004: 98-110) nos centraremos en el caso
de Oropo.
Por supuesto, hay elementos que diferencian el caso de Lefkandí-Eretria de los
experimentos coloniales en sentido estricto, entre ellos la proximidad entre ambos
establecimientos así como, según parece, lo gradual del proceso; es decir, que
mientras que Eretria iba consolidándose como centro urbano se iba produciendo
el abandono de Lefkandí pero durante buena parte del siglo VIII ambos estableci-
mientos estuvieron activos, lo que plantea problemas de tipo político y jurídico
Fig. 1.—La Grecia europea y la Grecia del Este, con los principales lugares citados en el texto.
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 315
a alguna de las cuales nos hemos referido, era la necesidad de que hubiese alguien
que se responsabilizase, en nombre de la polis originaria o, en ocasiones, del gru-
po colonizador, de todos los aspectos, materiales e inmateriales, que una empre-
sa de este tipo requería. Este individuo sería el oikistés o fundador.
No nos consta la existencia de oikistés en Pitecusas y los datos de que dispo-
nemos para Oropo tampoco nos mencionan a ningún personaje que pudiera haber
desempeñado esta función. Sin embargo, para Cumas las fuentes ya nos transmi-
ten este dato (Estrabón V, 4, 4) y para Naxos de Sicilia, que fue la colonia más an-
tigua fundada en la isla (Tucídides VI, 3, 1) también disponemos del nombre del
oikistés. En este caso es interesante constatar cómo el individuo que actuará de oi-
kistés ya había visitado y conocido con anterioridad el entorno, tal y como asegura
Estrabón (VI, 2, 2), lo que le sirvió para poder dirigir con éxito a los colonos con
los que fundó Naxos y poco después Leontinos.
En la Odisea, que integra en el relato épico experiencias de muy diversos mo-
mentos, aunque sobre todo del siglo VIII, podemos encontrar ya bien definido el
papel del oikistés en el relato que hace de la ciudad de los Feacios: «De allí los
sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres
que comen el pan, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la
ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos. Mas
ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y gobernaba Alcínoo,
cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses» (Odisea VI, 1-12).
Con frecuencia las tradiciones relativas a las fundaciones coloniales han su-
frido numerosas reelaboraciones con el paso del tiempo hasta quedar fijadas en la
tradición literaria merced a la cual nos han llegado; ello ha hecho que muchos ele-
mentos de tipo legendario y mítico se hayan añadido a las mismas, y en buena
parte éstos se han centrado en la figura del oikistés. En consecuencia, no siempre
queda claro qué procedimientos existieron para su nombramiento, que van desde
la propuesta voluntaria (sería el caso de Teocles, el fundador de Naxos), hasta la
elección por el grupo que va a acabar fundando una colonia (sería el caso de Fa-
lanto, el fundador de Tarento), pasando por el nombramiento por la divinidad, en
especial por Apolo (como por ejemplo, el caso de Miscelo, fundador de Crotona
o de Bato fundador de Cirene). Da la impresión, sin embargo, al menos en relatos
más racionalistas, como el de Tucídides, que debía de ser la comunidad originaria,
o metrópolis, la que designaba al que iba a conducir a sus conciudadanos hacia su
nuevo emplazamiento, siendo frecuente que, cuando había más de un contin-
gente significativo, hubiese tantos oikistai como grupos distinguibles existiesen;
la relación del okistés con problemas internos dentro de las comunidades de ori-
gen, interpretados en clave religiosa, ha sido puesta de manifiesto en algún trabajo
reciente (Bernstein 2004).
Junto al oikistés el otro elemento fundamental en la fundación de una colonia
era la población que iba a constituirla; aunque es posible que en alguna de las co-
lonias más antiguas el grupo colonizador se haya formado de modo más o menos
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 319
mento de las primeras migraciones, quizá algo más desorganizadas, la nueva ciu-
dad que se iba a crear reflejaba en su aspecto físico este ideal igualitario.
Son varias las colonias arcaicas que han podido ser objeto de excavación
para recuperar los restos más antiguos de su historia, pero de todas ellas es en Mé-
gara Hiblea, en Sicilia (ver Fig. 2), donde los resultados resultan más espectacu-
lares. Fruto de las recientes investigaciones es la constatación de que antes de que
se produzca la planificación general del terreno en el que se asentará la ciudad y
la construcción de la misma, ha existido un periodo previo en el que los colonos
han residido en viviendas mucho más endebles, ya sean tiendas o cabañas (Gras et
al. 2004: 523-526); esto es algo que ha podido verificarse con mucha más fre-
cuencia, por ejemplo, en el Mar Negro (Solovyov 1999: 31-43; Tsetskhladze
2004: 225-278). Pero una vez que esta fase hubo finalizado, como de nuevo
muestra el caso de Mégara Hiblea, se produjo una planificación general de toda el
área urbana, fijándose el límite de la misma, jalonado por el trazado de murallas,
que dejaban fuera de las mismas las necrópolis, y marcado por una serie de ejes
principales en torno a los cuales se abrían los secundarios que, a su vez, delimi-
taban parcelas de una igualdad (en superficie) sorprendente (Gras et al. 2004; Va-
llet et al.1976). Un fenómeno muy semejante se detecta en otras fundaciones casi
contemporáneas, como son Naxos (Lentini 2000: 114-124; Pelagatti 1978: 136-
141, 1981: 291-311) y Siracusa (Pelagatti 1977: 119-133, 1982: 117-163) (ver
Fig. 2).
A diferencia de lo que ocurría en muchas partes de Grecia, en donde la apari-
ción de núcleos urbanos es un proceso con frecuencia lento y en donde, incluso,
como veíamos más atrás, habrá algunas poleis, como Esparta, donde este centro
urbano no existirá realmente, las colonias tuvieron que hallar en un corto espacio
de tiempo una fórmula que les permitiese reforzar su presencia en entornos si no
siempre hostiles sí, al menos, diferentes de aquellos a los que estaban acostum-
brados. Debió de verse pronto que la tendencia hacia la definición de centros nu-
cleados que estaba produciéndose en Grecia tenía que acelerarse en los ámbitos
coloniales puesto que las eventuales amenazas podían ser más acuciantes que las
que podían producirse en Grecia. Por otro lado, la tendencia a la igualdad que se
observa en los trazados urbanos de las colonias más antiguas, y que es descono-
cida en esa Grecia contemporánea, no era sino una consecuencia del rechazo, al
menos teórico, a las desigualdades que habían provocado la partida de los colonos
de sus metrópolis.
Elemento también importante en los primeros trazados urbanos en las colonias
griegas es la definición de un lugar central, dentro del recinto urbano, que sirva,
como indica el término con el que se le llama, como el lugar de la palabra, el ágo-
ra. En los casos que conocemos, el ágora se configura como un espacio abierto,
delimitado por el trazado de las calles, que se convierte en el lugar en el que se
reúnen los ciudadanos para tomar decisiones y también para realizar las transac-
ciones económicas cotidianas; con frecuencia, el ágora es también el lugar en el
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 321
el propio rey indígena Hiblón el que les entrega un terreno de su propiedad a los
griegos (Tucídides VI, 4).
Así pues, una vez logrado el territorio y protegido mediante el estableci-
miento de fortalezas o torres defensivas y, sobre todo, de santuarios extraurbanos,
que sirven a la vez para marcar los límites de la polis, pero también como ele-
mento de vínculo entre campo y ciudad, era necesario parcelarlo y distribuirlo.
Las huellas que los repartos más antiguos han dejado en tierras que han seguido
siendo objeto de uso durante largos siglos son escasas; no obstante, la combina-
ción de diferentes técnicas modernas ha permitido, en algunos casos, reconstruir
parcelaciones rurales antiguas. Las mejor conocidas son las de Metaponto, en el
sur de Italia, que data de finales del Arcaísmo (Carter 2000: 81-94), y la de
Quersoneso Táurico, en Crimea, que parece ser de inicios del siglo IV (Carter et
al. 2000: 707-741). Lo que estas parcelaciones muestran es, ante todo, una gran
regularidad que reproduce, a una escala mucho mayor, el orden que se observa en
el área urbana, mostrando que se han aplicado unos principios semejantes que im-
plican un acceso igualitario a la propiedad de la tierra entre los primeros colonos.
Una vez delimitados los lotes de tierra se procedía a su sorteo entre los colonos;
no sabemos si se trataba de un sorteo puro o, por el contrario, mediatizado por
agrupaciones previas, como el origen o la familia; es el hecho del sorteo lo que le
da a la parcela de tierra su nombre en griego, kleros. Por lo general, el número de
parcelas disponible superaba al de los colonos, sin duda con la intención de atraer
a nuevos pobladores en un segundo momento, que completasen hasta un cierto
número la población de la ciudad. Es posible que en muchas ciudades, especial-
mente en el sur de Italia, este número fuese mil, a juzgar por la aparición en ellas,
en épocas posteriores, de órganos decisorios que se llaman con este nombre,
«los Mil»; del mismo modo también en ocasiones se resalta la primacía de los pri-
meros colonos, de los lotes más antiguos (palaioi kleroi) (Aristóteles Política,
1266 b 21; 1319 a 11).
Junto a las tierras y en relación, en muchos casos, con el proceso de adquisi-
ción de las mismas, estaba el problema de las mujeres. Es hoy un hecho por lo ge-
neral admitido que la colonización griega es un fenómeno que afecta en exclusi-
va a los varones, aun cuando haya en ocasiones alguna presencia femenina,
limitada a la propia esposa del oikistés o a alguna sacerdotisa. Por consiguiente,
era necesario obtener in situ mujeres para poder perpetuar la nueva polis. Aunque
a veces se ha pensado que el prototipo mítico introducido por el episodio del
«Rapto de las Sabinas» en los orígenes de Roma podría haber sido un mecanismo
empleado de forma usual, lo cierto es que van a ser los contactos con los indíge-
nas, que consienten en muchos casos el propio asentamiento, los que van a per-
mitir la existencia de matrimonios entre miembros de la ciudad griega y mujeres
indígenas (Domínguez 1986: 143-152).
Con estos elementos, a los que se pueden añadir otros como el panteón divino,
el calendario o las leyes, puede decirse que se ha articulado ya una comunidad po-
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 323
lítica; el culto al oikistés, que perdurará en el tiempo, será otro de los elementos
característicos y que marcarán también la propia identidad de la colonia. Sin
duda ha habido interacciones e interferencias entre los procesos que han tenido lu-
gar en los ámbitos coloniales y metropolitanos aunque será el mundo colonial el
que en apariencia muestre un ritmo más rápido en los primeros momentos por ra-
zones ya apuntadas antes, entre ellas la, en general, mayor urgencia por comple-
tar una estructura que surge, en la práctica, ex novo y por dotarse de los elementos
que, siquiera desde un punto de vista genérico y teórico, caracterizan a todas las
poleis.
Los escenarios que habían visto la gran colonización de los siglos VIII y VII
a.C., sobre todo la península italiana y la isla de Sicilia (ver Fig. 2), van a con-
vertirse en territorios griegos aunque en vecindad permanente con poblaciones in-
dígenas pero, al tiempo, la posibilidad de que se instalen en ellos nuevas colonias
va a ser cada vez más reducida. Por otro lado, durante el siglo VI, tanto las áreas
de procedencia de los colonos como los motivos para la colonización y las áreas
de destino de los colonos van a variar también con respecto a los siglos anteriores.
En efecto, y para empezar por las áreas de procedencia, el principal ímpetu co-
lonizador en el siglo VI va a venir de la mano de los griegos del Este (ver Fig. 1),
asentados desde hacía ya varios siglos en las costas occidentales de la Península
de Anatolia y que apenas habían intervenido en el movimiento colonial anterior.
Por lo que se refiere a los motivos para colonizar, aunque podamos aceptar que
existe una carencia de tierras o una mala distribución de las mismas, es probable
que una de las causas de esto proceda de las presiones que potentes estados indí-
genas están ejerciendo sobre esos territorios ya desde el siglo VII, sobre todo los li-
dios y, a partir de mediados del siglo VI, los persas. Aun cuando también en este
momento y en esta región se combinan los intereses comerciales con los agrícolas,
el movimiento colonial llevado a cabo desde la Grecia del Este tiene como obje-
tivo principal la ocupación de tierras que permitan a sus nuevos dueños desarro-
llar el tipo de vida a que los griegos estaban acostumbrados y que se centraba so-
bre todo en una economía campesina de base agrícola y con pretensiones
autárquicas. Por último, el territorio principal al que se encaminan las colonias
será el Mar Negro (Fig. 3) aun cuando también, si bien de forma tímida, se abre a
la colonización griega el Extremo Occidente, esto es, el sur de la Galia y la Pe-
nínsula Ibérica.
Es difícil saber con detalle las causas profundas y los cambios internos que
provocaron que las ciudades de la Grecia del Este iniciaran su movimiento colo-
nizador con tanta fuerza, pero sí que tenemos indicios de que en esas ciudades ha-
bía un gran excedente de población que tenía que buscar una nueva vida fuera de
sus ciudades. Me refiero a las informaciones sobre los mercenarios, que eran em-
pleados por millares en los ejércitos asirios, babilonios, egipcios y de potencias
menores ya desde la segunda mitad del siglo VII, pero con una mayor intensidad
en el siglo VI (Heródoto II, 163) (Trundle 2004: 31-39). Lo que nos indica este ex-
324 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO
cedente de población es que las ciudades de la Grecia del Este llevaban ya tiem-
po inmersas en problemas internos que obligaban a gran número de sus ciudada-
nos a abandonarlas, a veces de forma temporal, para buscar mejores medios de
vida al servicio de las potencias del momento.
Sin embargo, no todo el mundo estaría dispuesto o capacitado para llevar esta
vida mientras que su situación social y económica empeoraba. La presión de los
lidios y, más adelante, de los persas, tampoco sirve como justificación única
para explicar el proceso colonizador; a ello hay que unir los habituales problemas
internos dentro de las poleis griegas que enfrentaban a facciones distintas. Este es
el caso, por ejemplo, de Mileto, que será una de las principales colonizadoras del
momento y cuya historia política en época Arcaica es bastante complicada (Gor-
man 2001: 87-128; Greaves 2002: 95-96); además, tampoco se debe perder de
vista que tanto los lidios como los persas se apoyarán en una parte de la población
proclive a ellos frente a otros grupos opuestos a la injerencia externa. Por consi-
guiente, la política interna dentro de muchas de estas ciudades no se plantea en
muchas ocasiones como la imposición de un control extranjero sino como con-
flictos entre facciones que buscan apoyo militar o económico en esos elementos
extranjeros.
Las ciudades jonias arcaicas experimentaron tales conflictos de base política y
social de forma extraordinaria porque las presiones a que estaban sometidas eran
FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO 325
también muy grandes, y se sabe también que durante el periodo lidio no sólo las
amenazas, sino también los conflictos sangrientos, estuvieron a la orden del día.
Todo ello provocaba inseguridades que favorecían el éxodo, en especial cuando
los sistemas políticos de corte aristocrático o, incluso, tiránico, tampoco aportaban
soluciones válidas.
Como se apuntaba antes, Mileto fue la ciudad que más colonias fundó en el
Mar Negro (ver Fig. 3), hasta el punto de que algunos autores cifran sus funda-
ciones en unas noventa (cf. Estrabón XIV, 1, 6; Plinio Historia Natural, V, 122)
lo que puede ser algo exagerado, pero da cuenta de la intensidad de la acción co-
lonizadora griega en la región. La mayor parte de las fundaciones corresponde al
siglo VI, que es la época en la que las presiones sobre la ciudad son mayores (Ehr-
hardt 1983).
Un dato interesante sobre la importancia que en el pensamiento político grie-
go acabará teniendo la colonización, podemos observarlo ya durante el siglo VI
a.C. en especial en la Grecia del Este donde, ante los retos que supone la super-
vivencia de las poleis frente a la inminencia de la conquista, sobre todo por los
persas, surgirá toda una serie de reflexiones sobre cómo la colonización podría ser
el mecanismo adecuado para preservar la integridad de la polis libre de interfe-
rencias ajenas.
En este sentido, es interesante observar cómo en las reuniones que tuvieron los
jonios en vísperas del ataque persa hacia el 540 a.C. el sabio Biante de Priene pro-
puso que todos se embarcasen hacia Cerdeña y que fundasen allí una colonia co-
mún mientras que el filósofo Tales de Mileto, planteaba una propuesta más mo-
desta, pero quizá más efectiva desde el punto de vista de una defensa común,
como era que los jonios hicieran un sinecismo, construyendo un bouleuterio co-
mún en Teos, que se encontraba en el centro de Jonia, con lo que las antiguas po-
leis pasarían a ser como aldeas de esa nueva polis (Heródoto I, 170). Ninguna de
las dos propuestas tuvo éxito, sin duda por lo inviable que resultaba y por las ri-
validades políticas que habían caracterizado la historia pasada de los jonios, y así
cada ciudad tuvo que enfrentarse por su cuenta al peligro persa, de lo que derivó
la caída de toda la Grecia del Este en manos de Ciro el Grande.
No obstante, hay dos casos donde estas ideas sí tuvieron una realización
práctica, el de Focea y el de Teos (ver Fig. 1). Los ciudadanos de Focea, ante el
ataque persa, resolvieron abandonar su ciudad para establecerse en otro sitio; a tal
fin, desalojaron su ciudad llevándose consigo mujeres e hijos y todo lo que pu-
dieran transportar, así como los objetos sagrados de los santuarios, con el fin de
conservar su libertad. Un primer intento de asentarse en las islas Enusas, que per-
tenecían a Quíos fracasó por la oposición de los quiotas, por lo que los foceos de-
cidieron emigrar a una región mucho más lejana, a la isla de Córcega, donde ha-
cía unos veinte años que habían fundado una ciudad, Alalia. No obstante, la
perspectiva de abandonar para siempre las aguas del Egeo no debía de ser acep-
table para muchos ciudadanos que, a pesar de los juramentos que se hicieron, de-
326 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO
cando una clara separación con su metrópolis, por fuertes que pudieran ser los
vínculos entre ambas; a partir de ese momento, las relaciones entre sus ciudadanos
tenían que ser sometidas a regulaciones legales. Eso permite entender el caso que
considerábamos antes, el de Focea, en el que una parte de la población, a pesar de
los juramentos realizados, decidió volverse atrás de los mismos.
De esta misma percepción sobre la colonización como medio de conservar la
libertad participa, siquiera desde un punto de vista teórico, también la Atenas del
480 cuando, en vísperas de la batalla de Salamina, y como medio de hacer valer
su plan de combatir a los persas, Temístocles amenaza a los demás griegos con
que los atenienses podrían montarse en sus barcos y dirigirse a Italia y fundar una
ciudad en Siris (Heródoto VIII, 62); no hemos de perder de vista que la población
ateniense había sido desalojada del Ática y trasladada, en parte a Trecén y Egina
y en parte a Salamina (Green 1996: 97-103; Heródoto VIII, 31; Plutarco Vida de
Temístocles, 10).
Estos traslados en masa, que parecen haber sido un rasgo del pensamiento jo-
nio del siglo VI, y que sólo se pusieron en práctica en las dos ocasiones que hemos
mencionado, dieron paso en el siglo V a otros modelos de colonización ya con
otro carácter más centrado en prolongar el dominio político y territorial de la me-
trópolis. Es el caso, por ejemplo, de las fundaciones y refundaciones de los tiranos
sicilianos en la primera parte del siglo V a.C., que no dudan en desposeer a los an-
tiguos habitantes de los territorios que quieren colonizar para situar allí a gentes
adictas a su causa; de este modo, el tirano Gelón, refunda en la práctica Siracusa
atrayendo, con frecuencia de forma forzada, a gentes de otras partes de Sicilia
para poblar su ciudad, al tiempo que incluirá en el cuerpo cívico a sus propios
mercenarios. Por su parte, su hermano Hierón utilizará el territorio de Catania para
establecer allí, una vez desposeídos sus ciudadanos originales, su nueva colonia de
Etna, poblada por gentes que habían servido a sus órdenes como mercenarios; al
tiempo, se hará con el dominio de territorios antes ocupados por los indígenas que
se verán también desposeídos de forma violenta de los mismos. En ambos casos
se trataba de conseguir ciudadanías adictas que aceptaran el dominio personal re-
presentado por el tirano y que sirvieran como baluartes en su política de ampliar
su dominio sobre partes importantes de la isla que pasarían a una situación de su-
bordinación dentro de sus esquemas políticos.
Otro tipo de colonia que tendrá gran éxito, vinculado también al diseño im-
perial de Atenas, serán las llamadas cleruquías: establecimientos de ciudadanos
atenienses, que no perderán su ciudadanía, en lugares de interés para Atenas; allí
serán dueños de las tierras asignadas por Atenas, por lo general a expensas de la
comunidad originaria y se convertirán en un elemento importante del imperialis-
mo ateniense del siglo V, si bien cuando mejor conocemos el fenómeno es en el
siglo IV (Cargill 1995; Salomon 1997).
Sobre otros proyectos y realizaciones, como la fundación panhelénica de Tu-
rios, inspirada por Atenas, así como de las teorías y prácticas de colonizaciones
328 ADOLFO J. DOMÍNGUEZ MONEDERO
panhelénicas que serán propias del siglo IV a.C. no insistiré en esta ocasión, salvo
para indicar que preludian y anticipan las políticas colonizadoras de Filipo II de
Macedonia en tierras europeas y las de su hijo Alejandro Magno y sus sucesores
en tierras asiáticas, a las que tampoco me referiré aquí (Domínguez 1994: 453-
478).
En definitiva, y a modo de conclusión de este rápido panorama sobre la fun-
dación de ciudades en el mundo griego, podríamos decir que, por una parte, es un
rasgo muy característico del mundo griego su proceso expansivo que se basó, du-
rante una buena parte de su historia, no en un modelo de tipo imperialista y con fi-
nes imperialistas, sino que se asentó en las necesidades de las gentes que vivían en
la polis de buscar nuevas formas de vida debido a los problemas de base que el
propio sistema de la polis tendía a generar. Este proceso inicial, no obstante, va in-
troduciendo en la cultura griega una percepción de la colonización que hará que se
convierta, sobre todo a partir del siglo V, en un elemento de dominio territorial,
con la introducción de las cleruquías y que a partir del siglo IV, con la ideología
de la colonización panhelénica, pase a ser un instrumento, siquiera teórico, de la
supremacía cultural que los griegos de ese momento se atribuirán sobre las res-
tantes culturas. Algunos procesos colonizadores, que se dan sobre todo en ámbi-
tos occidentales, tratan de reforzar el peso del helenismo en territorios disputados,
como Sicilia, aun cuando en muchas ocasiones los efectos no son, a medio plazo,
los esperados en un primer momento e, incluso, llegan a ser contraproducentes. La
política colonizadora que inicia Alejandro con la fundación de Alejandría de
Egipto (331 a.C.) pero que se desarrollará de forma extraordinaria en los territo-
rios asiáticos de su imperio, combinará las experiencias y las teorías desarrolladas
en siglos anteriores y hará de las ciudades griegas uno de los polos en torno a los
que se articulará la organización política y territorial de esos reinos.
Pero, en todos los casos, desde el siglo VIII a.C. hasta las últimas fundaciones
del siglo II a.C., hubo un factor común: la forma habitual de organizarse estos
griegos, quizá con la excepción del Egipto ptolemaico, era y siguió siendo la po-
lis, que frente a los que postulan una «crisis» de la misma a partir del siglo IV, fue
el marco de referencia obligado para todos aquellos que, al emigrar, iban a fundar
o a integrarse en poleis cuyo grado de esplendor y desarrollo todavía nos sor-
prenden.
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16
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES
EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO
LA «CIUDAD NUEVA»
Las palabras «ciudad nueva», que aluden con claridad a la conciencia de haber
fundado (o refundado) un nuevo asentamiento humano, forman la expresión en
lengua fenicia tal vez más citada y conocida, aunque sea al margen de su sentido
original. Fue, convertida ya en un único vocablo, célebre en la antigüedad y, en
las características formas heredadas de la antigüedad clásica, lo es incluso hoy en
día, casi dos milenios después de la extinción del fenicio como lengua en uso.
La expresión fenicia era qart hadasht, como suele vocalizarse. Aunaba un sus-
tantivo semítico noroccidental bien conocido, q-r-t, que remitía en efecto a nú-
cleos habitados, con el adjetivo canónico en tal ambiente para lo nuevo, h-d-sh,
concordado en femenino. Los fenicios debieron aplicar este conjunto, qart-ha-
dasht, como nombre común y, por evidente derivación, como nombre propio, a
diferentes asentamientos donde, llegados de otros lugares, se establecieron.
Conocemos varias de estas «ciudades nuevas». Hubo una en Chipre, fundada,
a lo que parece, por fenicios de Tiro. Hubo otra en el norte de África, fundación
así mismo tiriota (en la que, según alguna tradición conservada, tuvo también algo
que ver la colonia chipriota). Esta qart hadasht, Carthago para los romanos, fue la
fundación más exitosa y, a no dudar, la más famosa de las nuevas ciudades feni-
cias, y es la adaptación de su nombre al latín la que ha hecho pervivir la expresión
hasta hoy en día.
La propia Cartago tunecina fundó a su vez «ciudades nuevas». Al menos
una de ellas fue llamada también así, qart hadasht, en la costa mediterránea de la
Península Ibérica. Otra vez son los romanos, que resuelven redundantemente
toda posible confusión entre esta qart hadasht hispana y su metrópoli, la qart ha-
dasht por antonomasia, los que hacen pervivir su nombre, llamándola Cartago
Nova (¡«nueva nueva ciudad»!), la actual Cartagena española. La pervivencia y
331
332 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
uso del topónimo, como no es posible esconder en esta sede, se extendió años des-
pués al nuevo mundo, donde una nueva Cartagena (tres veces nueva), la Carta-
gena de Indias, fue fundada, a su vez, por gentes hispanas.
No es pues difícil relacionar la «fundación de ciudades», la creación de «ciu-
dades nuevas», con el pueblo fenicio, arquetipo del Oriente fuera del Oriente. En
las páginas que siguen intentaremos repasar la actividad fenicia que dio origen a
estas «ciudades nuevas», y a otras muchas de nombre diverso o desconocido, en
lo que esperamos sea un útil contrapunto para procesos conceptualmente análogos
al otro lado del Atlántico.
Las fuentes
Fenicios y púnicos
1
Las inscripciones (Amadasi 1995) son los únicos textos nacidos en el interior de la cultura fenicia que
conservamos.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 333
Son sobre todo las fuentes clásicas las que nos hablan del proceso de expan-
sión que llevará a este pueblo a establecerse, en ciudades de nueva creación, a lo
largo de todas las costas del Mediterráneo (salvo en algunos rincones septentrio-
nales y en aquellos lugares ocupados en cambio por los griegos) e incluso del
Atlántico.
¿Cuándo?
2
Esta actividad simultánea de griegos y fenicios, además de condicionar ambos procesos, complicará
ulteriormente su estudio en el plano arqueológico, resultando la presencia de los unos vector de la intro-
ducción de materiales y rasgos culturales de los otros, y viceversa.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 335
800 a. C., y entre esta fecha y el 600 a.C. las nuevas ciudades fenicias se multi-
plican desde Chipre a Portugal, pasando por todo el norte de África, Sicilia o Cer-
deña, además de otras islas y archipiélagos importantes, como Malta o las Bale-
ares (Fig. 1). Después, la actividad no cesa, aunque de modo menor y diverso.
Como veremos, algunos asentamientos se «relocalizan», otros se abandonan,
nace alguno nuevo (como la «Cartago Nova» hispana, fundada en el siglo III
a.C.), y muchos se reorganizan. Pero el grueso del fenómeno parece haber pasado
ya. El resultado es de una variedad que rechaza interpretaciones simples: frente a
núcleos de gran éxito (Kition, Gadir, Cartago), existen zonas de poblamiento
intenso pero disperso, como también asentamientos aislados, grandes y pequeños,
todos ellos, además, como refleja el registro arqueológico, sujetos a una inevita-
ble evolución y sometidos en ocasiones a fuertes cambios.
¿Cómo?
3
Aunque quizás la mayor utilidad del término «precolonial» consista, precisamente, en englobar los di-
ferentes testimonios de «presencia» o «influencia» fenicia, ya sea ocasional o indirecta, no ligados a una
permanencia estable, añadiendo un peldaño superior a la escala convencional de estudio.
340 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
to el autor su visión causal y sucesiva del hecho: primero comercio, después co-
lonias, sólo que en Diodoro es el beneficio de la actividad comercial, indepen-
diente, justificada en sí misma, la que hace posible la «colonización», también in-
dependiente y autojustificada. Por supuesto, en Diodoro subyace fuertemente la
óptica griega, a pesar de su obvia pretensión de explicar el hecho de forma parti-
cular, y hasta curiosa (precisamente por su diferente —y menos noble— carácter
frente a la «colonización griega»). Subyace la visión comercial del fenicio, que,
adjetivos peyorativos aparte, podemos tomar seriamente, dados los múltiples
testimonios —arqueológicos, textuales no griegos4 — que muestran lo justificado
del tópico antiguo (aunque también su condicionante peso, Bondì 1995a). Pero
subyace sobre todo la visión griega de la colonización, que se entendía a poste-
riori como un proceso con finalidad clara: la fundación de una nueva polis, un es-
fuerzo notable emprendido de forma colectiva en un momento concreto con un
procedimiento definido y un resultado inmediato (ver Domínguez en este volu-
men). El proceso fenicio debió ser, justo en algunos de estos importantes puntos,
totalmente diverso, lo que provocó la casi ingenua explicación de Diodoro. Aun-
que en algunos casos pudo darse también la empresa colectiva y la finalidad
fundacional definida, debió caracterizar a la expansión fenicia el carácter pro-
gresivo del poblamiento y el papel en él (y en sus varios e interrelacionados fines)
de individuos o grupos organizados de modo bien diverso al griego.
Por otro lado, desde hace medio siglo la arqueología mediterránea ha ido
proporcionando los testimonios necesarios para situar y sostener la discusión
sobre bases materiales. Ciertamente, el panorama fenicio se separa fuertemente
del griego, aunque de modo complejo. En efecto, en los asentamientos medite-
rráneos identificados como fenicios, y especialmente en los primeros niveles de
muchos de ellos, la importancia de la obtención de recursos locales para su ex-
portación se advierte de forma evidente5. En continuidad con los indicios primi-
tivos de contactos orientales, las primeras fases de asentamiento se comprenden
efectivamente bien en esta clave. Pero la etapa —que como veremos se interpre-
ta a la luz de los grandes intercambios internacionales con motor oriental de los
que los fenicios serían el agente ultramarino— no fue duradera, y la arqueología
4
Recuérdese por ejemplo el episodio bíblico de las expediciones de Salomón con apoyo fenicio en I
Reyes 9: 26-28; 10: 11, 22 =en paralelo con= 2 Crónicas 8: 17-18; 9: 10, 21, o los propios oráculos de Eze-
quiel, 26-28 e Isaías 23 (Xella 1995b: 67ss).
5
Ello ha supuesto que, si en la colonización griega se diferenciaban establecimientos con fines de re-
población, de factorías y de emporia comerciales, se llegara a caracterizar a las colonias fenicias por ser en
cambio tan sólo de este último tipo (Moscati 1988c: 27), lo que sin duda daba además, a ojos de los feni-
cistas, una necesaria credencial diferencial al propio fenómeno.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 341
La colonización agraria
6
Recogió ecos e influencias de los análisis marxistas sobre el colonialismo e imperialismo moderno, de
la revisión de los conceptos tradicionales de aculturación, de las teorías de asimilación y resistencia, de las
nuevas perspectivas sobre los fenómenos de interacción, etc. (Almagro 1983; Bondì 1983; Tsirkin 1989;
Whittaker 1974).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 343
Fig. 2.—Ejemplo de asentamiento oriental —Tiro— (Lipinski 1992: Fig. 369) y de puesto oriental fortifi-
cado —Baniyas— (Krings 1995: 122).
7
Quizás sea necesario matizar el concepto «consciente» de la elección, pues, como veremos, algunos
asentamientos cambian de lugar o se vacían de población a favor quizá de los que se revelan más acertados.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 345
Fig. 3.—Asentamientos occidentales (Lipinski 1992: Figs. 2, 15, 65, 147, 361, 363).
8
La cercanía en cambio a estribaciones de riqueza mineral, debe entenderse dentro del marco de asen-
tamiento a mayor escala.
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 347
Sin embargo, hay que advertir que la dificultad para reconstruir un hipotético
patrón de asentamiento urbano definido se debe, sobre todo, a los propios pro-
blemas de la arqueología de estos lugares. Con frecuencia, los puestos fueron ha-
bitados durante un largo periodo, a veces sin apenas variar o extender su locali-
zación (con la consiguiente superposición de niveles y refacción continua del
plano urbano). Muchas veces han mantenido su ocupación de manera continua
hasta la actualidad, haciendo de la mayor parte de las más importantes ciudades
fenicias, tanto en el Levante como en el Mediterráneo, casi un misterio. Nada sa-
bemos, por ejemplo, del plano urbano de la Cádiz fenicia (véase Figura 3), pero a
su vez poco sabemos del urbanismo de su metrópoli, Tiro (véase Figura 2). La ac-
ción antrópica no es el único impacto sufrido por estos yacimientos. Su propia po-
sición, expuesta a la vez a la acción del mar y a la sedimentación fluvial, hace que
casi nunca el entorno geográfico actual coincida con el originario. Ello ha signi-
ficado en muchas ocasiones el alejamiento de la línea de costa y el colmado de las
vías de acceso al antiguo puesto, facilitando a veces, por fortuna, su preservación
(por ejemplo al quedar protegidos de la acción del mar o al ser abandonados y no
reocupados) pero ha supuesto en otros casos que partes de los yacimientos, cuan-
do no el yacimiento entero, fueran destruidas por las aguas o cubiertas por los se-
dimentos en lugares no reconocidos. De hecho, la identificación de asentamientos
fenicios sin continuidad, incluso en los casos en los que éstos se sitúan hoy tierra
adentro, fue tardía y está lejos de ser completa. En aquellos identificados y exca-
vados, la orografía del promontorio original, a la que se añade la acumulación de
restos de ocupación —como en auténticos tell orientales—, condicionó fuerte-
mente ya en su origen la organización urbana, difícilmente desarrollable ajena al
medio, y determinó de manera dura su evolución y conservación. Asentamientos
coloniales antiguos, en teoría conservados gracias a su abandono, como algunos
de la costa malagueña española (véase Figura 3) (Schubart 1995: 751ss.), mues-
tran apenas una serie de estructuras, con suerte de relativa importancia, pero
siempre reducidas en número y casi siempre en tamaño, mal conservadas y difí-
cilmente legibles como parte de un todo urbano organizado (Fig. 4). No es de ex-
trañar que muchos hayan interpretado tales yacimientos como asentamientos de
reducido desarrollo urbano, incluso no merecedores del nombre de ciudades.
En definitiva, tal como decíamos, los asentamientos en los que es hoy posible
distinguir una trama urbana no permiten hablar de un original y rígido patrón fun-
dacional, sino, como mucho, de un posterior desarrollo urbano similar. Los ejem-
plos mejor conocidos, como la Cartago tunecina (Fig. 5) (descrita con detalle en
348 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
las fuentes y excavada intensamente. Lancel 1983), en buena medida ni son re-
presentativos ni resultan comparables con el resto de lugares de nueva planta, pero
dan una idea de cómo la evolución de los puestos coloniales determinó su plano
urbano.
De las fases más antiguas de muchos de estos puestos coloniales, allí donde
estas fases se individualizan, poco puede decirse más allá de la distinción de
técnicas de construcción y de organización del espacio orientales9, que permiten
al menos distinguir con cierta claridad la mano o la influencia fenicia frente a las
tradiciones locales.
En cambio, para periodos posteriores tenemos mejores ejemplos (en síntesis p.
e. Bondì 1988c; Lancel 1995c; Lézine 1956) e incluso conocemos bien algunos
yacimientos excepcionalmente bien conservados10. Partiendo de estos ejemplos,
de nuevo no genéricamente representativos, pero sí fuente de informaciones con-
cretas espacial y cronológicamente fijables, es posible al menos hablar de un
urbanismo «púnico», en el que la influencia griega, sobre todo en sus últimas fa-
9
Tales como muros de paramento o estructura de sillar combinados con adobes y sillarejo, plantas de
habitación rectangulares, largas series de espacios adosados, ocasionales tendencias ortogonales en calles
y espacios urbanos, murallas —importante elemento «urbano»— (Cecchini 1995; Lancel 1995c).
10
Aunque sea parcialmente, como en el caso de la fase de fortaleza púnica de Monte Sirai en Cerdeña
(véase más adelante Figura 6), o de la muy regular ciudad de Kerkouane en África (véase Figura 5), gracias
a su abandono (Bartoloni et al. 1992; Fantar 1984-86, 1998).
350 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
¿Fundaciones? ¿Ciudades?
to de ciudad11. Sólo los núcleos presentados por las fuentes como ciudades
(Cartago, Útica, Cádiz, Lixus) recibieron tal consideración. A la falta de testi-
monios arqueológicos que probaran la entidad urbana de los nuevos núcleos,
que en su mayor parte no revelaban planes iniciales de establecimiento pobla-
cional ni muestras inmediatas de desarrollarlos, se unía, por ejemplo, la aparente
falta de jerarquización territorial de los puestos en las fases más antiguas. No se
creía advertir en estos asentamientos ninguna reordenación subordinada del
territorio inmediatamente circundante (un criterio extendido a la hora de valorar
el carácter ciudadano de un establecimiento humano, y que es independiente del
impacto que estos núcleos pudieran tener en las redes de poblamiento locales y
en la organización del territorio interno). No es de extrañar que para los asen-
tamientos pequeños que no muestran desarrollo posterior, y de forma paralela
para los momentos arcaicos de los asentamientos que sí se desarrollaron, se
mantengan vivas las hipótesis de propósito comercial exclusivo o preponde-
rante, y la minusvaloración de los enclaves, que sólo cabe matizar con los ar-
gumentos de método que exponíamos, o bien negar defendiendo una evolución
temprana hacia verdaderas ciudades (incluso ciudades estado, ver López 2003).
En cualquier caso, incluso en las interpretaciones más contrarias a la apreciación
«urbana», debe aceptarse que estos lugares, mientras pervivieron, lo hicieron en
gran medida de forma autónoma, creciendo y arraigando en el territorio en nu-
merosos casos con progresiva diversificación de sus actividades económicas y
en intensa interacción con las poblaciones locales.
11
En esta ocasión no vamos a entrar en los problemas de definición de la ciudad; tampoco trataremos
las eventuales instituciones y la organización político-administrativa de los nuevos asentamientos, que re-
sultan en realidad fundamentales en este tipo de discusiones.
352 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
dente, haciéndose secundarias las relaciones con Oriente (Bondì 1995a: 278ss). Se
entraría así en la etapa púnica. En ella se quieren apreciar cambios incluso a amplia
escala, como la existencia de una cierta especialización regional, que en algunos ca-
sos permitiría distinguir zonas de explotación diferenciadas. Aunque se ha llegado
a hablar de «imperio cartaginés», y se ha propuesto un alto y organizado nivel de in-
tegración territorial, lo cierto es que, en cualquier caso, se aprecia la autonomía eco-
nómica —y probablemente no sólo económica— de los diferentes núcleos, aunque
sin duda el ascendente (progresivo) de Cartago sobre el conjunto y su lugar central
en el resultado es evidente. Todo ello acompañado, además, por el gran creci-
miento que experimentan en la época las actividades productivas básicas (agrícolas,
ganaderas, pesqueras), como se percibe claramente en el norte de África. Allí,
puede decirse que la vieja «nueva ciudad» de Cartago se había convertido ya en un
verdadero estado territorial.
La metrópoli púnica, actuará como estado territorial12 en los últimos siglos de su
historia (Huss 1985, 2004), que nos son mejor conocidos por ser éstos los de su en-
frentamiento con Roma. A lo largo de lo que la historiografía denomina «guerras pú-
nicas» vemos a Cartago moverse, sobre todo, en el plano militar o determinada por
él. De la mano de Cartago, y en este plano militar, se dan las últimas fundaciones fe-
nicio-púnicas. De esta época es, como decíamos, la última «ciudad nueva» cartagi-
nesa que perduró con tal nombre, el nombre que, a su modo, aún conserva: Carta-
gena, en origen un campamento militar fortificado en un emplazamiento defendible
y en un lugar estratégico (ver Figura 3). Una ciudad que, con su caída a manos de
Escipión, selló de modo irreversible el destino del mundo fenicio y púnico.
Podemos repasar brevemente las ciudades más importantes que sabemos que
fueron fundadas por los fenicios (ver Figura 1) de Oriente a Occidente, en un re-
corrido que no es el reflejado por los textos como el correspondiente a la expan-
sión histórica —pues insisten en el protagonismo antiguo del extremo Occiden-
te— pero que permite agrupar los diferentes centros con un criterio no del todo
convencional.
12
Como tal estado territorial, se ciñó exclusivamente al norte de África, aun a pesar de la ampliación
de la esfera de dominio e influencia cartaginesa (Bondì 1988b: 131).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 353
13
Conviene recordar, además, cómo detrás de las fuentes asirias se encuentra toda una tradición fun-
dacional mesopotámica que, en este periodo, se exacerba ligada a la ideología regia.
354 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
época, de propósito sin duda militar, han podido ser estudiados arqueológicamente
(es el caso de Baniyas, véase Figura 2).
16
Fue precisamente en esta zona donde terminó de dibujarse una imagen histórica e historiográfica, muy
condicionante, de radical oposición entre griegos y fenicios —esto es, entre indoeuropeos y semitas—, que
sin embargo el registro arqueológico contradice, sobre todo para momentos anteriores.
356 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
tico prosperaron las nuevas ciudades de Mozia (Fig. 6), Solunto, Palermo o Lili-
beo, de las que se han ido obteniendo importantes informaciones arqueológicas
(Falsone 1995; Tusa 1988; Tusa y De Miro 1983); algunos lugares famosos,
como Érice, fueron asentamientos o coestablecimientos púnicos en núcleos indí-
genas o, como Selinunte, ocupaciones púnicas de centros griegos. La llegada de
Fig. 6.—Asentamientos centromediterráneos: Sicilia y Cerdeña (Krings 1995: 371, 382; Lipinski 1992:
Figs. 204, 226, 227, 337).
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 357
Las Baleares
El Mediterráneo occidental
cambios (sobre todo desde los inicios del siglo VI hasta pasada su primera mitad)
se ha propuesto de hecho para este periodo también una interpretación en términos
de abierta crisis, estudiando de modo específico los abandonos. Las causas de tal
crisis estarían en relación, bien nuevamente con acontecimientos orientales (la ca-
ída de Tiro), bien con problemas internos derivados de la crisis del interior «tar-
tésico» (Aubet 1987a, 1994; síntesis en Aubet 1988: 236). La radicalidad del cam-
bio de etapa, que resultaba conceptualmente cómoda (dando paso en la Península
al mundo púnico, a la apreciación de la actividad directa de Cartago en la zona y
a otras posibilidades de interpretación histórica más fáciles de dibujar) debe pro-
bablemente ser matizada, y ha sido de hecho prácticamente negada (López 2003).
En cualquier caso, a los efectos que aquí nos interesan, no debe olvidarse que el
proceso no se detiene: tras esta etapa, sigue una evolución diferente, pero con pun-
tos de continuidad, y sigue una presencia propiamente púnica, segura al menos en
época avanzada (en la que algunos asentamientos siguen habitados sin solución de
continuidad y otros núcleos surgen o cobran nueva importancia, como Villaricos).
La intensa ocupación final, en vísperas de la segunda guerra púnica y durante la
misma, conllevó también auténticas fundaciones (como la citada Cartago Nova,
véase Figura 3).
El Atlántico
18
En Portugal se vienen hallando testimonios de una presencia e influencia fenicia mayor de la cono-
cida y esperada (Arruda 1999-2000)
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 361
Como ciudad importante, Cádiz —que fue de hecho la más importante ciudad
del Mediterráneo occidental durante siglos— nos da un buen ejemplo del tipo de
relatos que en época romana pretendían explicar el origen y, en este caso, el
proceso «fundacional», de una urbe fenicia, a la par que integrarla en la nueva koi-
né cultural. Colonos tiriotas habrían fundado Cádiz tras dos intentos fallidos de es-
tablecerse en la costa hispana (uno más al Oriente de su emplazamiento definiti-
vo y otro más a Occidente) con las «columnas de Hércules» como punto
geográfico de referencia y la guerra de Troya como indicación cronológica. Se tra-
ta —tanto si recoge o no ecos de navegaciones históricas y de procesos de asen-
tamiento primitivos— de una típica leyenda de «idoneidad», que reafirmaba et-
nocéntricamente la idea de un grupo humano de hallarse en el mejor de los
lugares posibles. La narración incorpora menciones a sacrificios y oráculos (ellos
habrían sido los que, desfavorables, habrían obligado a los tres intentos canóni-
cos), que por un lado subrayan la idoneidad del lugar por la sanción divina y, por
otro, introducen un motivo helénico en el que muchos han querido ver ecos de tra-
diciones, en cambio, propiamente semíticas. Dada la fama e importancia en la
zona del santuario de Melqart que antes citábamos, parece en efecto necesario
considerar su importancia en los momentos iniciales, recordando de nuevo algu-
na especificidad que no debe ser pasada por alto: aunque se liga al núcleo urbano
de Cádiz, no se hallaba en él (no es posible por tanto asociarlo directamente a un
rito fundacional propiamente urbano), no fue el único santuario primitivo en la
zona (aunque acabara siendo, con creces, el más importante) y no conocemos, en
realidad, ni sus orígenes ni su carácter originario (que su peso y complejidad pos-
terior, y la polivalencia de la figura de Melqart, no hacen evidente).
Melqart, un detalle que da verosimilitud al relato, pero que arrastra también una
descripción endogámica de la corte tiria que, al margen de su más que posible
base histórica, teñía a la genealogía de la reina de una fortísima consideración ne-
gativa a ojos griegos y romanos, que tenían esta consanguinidad como un hecho
propio de bárbaros (y, dicho sea de paso, típico entre fenicios).
El relato encuentra su detonante en una lucha cortesana, de la que Dido logra
escapar con engaños y llevándose riquezas. Se trata de una forma de las fuentes de
recoger y caracterizar el tipo de intrigante gobierno monárquico oriental —y el
modo traicionero de actuar de sus gentes— y de dar a la vez una causa reconoci-
ble en la tradición griega para una empresa colonizadora: la crisis interna y el en-
frentamiento de facciones (causa que ha hecho a su vez que la investigación
moderna, aceptando la base histórica, caracterizara a Cartago de «verdadera»
apoikia; Niemeyer 1995: 261, 263). La huída es también un elemento funda-
mental y un topos narrativo muy extendido en diversas tradiciones folclóricas y
cultas, incluidas las orientales y las greco-latinas. Dido y su grupo huyen a Occi-
dente, según algunas versiones vía Chipre, donde recogen nueva gente de la po-
blación fenicia del lugar, con apoyo sacerdotal. Se llevan especialmente mucha-
chas, raptadas subrepticiamente, destinadas a hacer posible la fundación de una
colonia. Se justifica así la previsión de futuro de la empresa, dando a la vez pro-
tagonismo a la isla de Chipre (¿en un posible eco de los reales movimientos co-
loniales?) y a la clase sacerdotal, protagonismo que por otra parte ya tenía al ini-
cio de la leyenda, pues las fuentes recogen algo que conocemos bien por otros
testimonios, sobre todo epigráficos: la íntima relación de las realezas fenicias con
el sacerdocio; quizás también se recoja de paso un nuevo eco del papel de pala-
cios y templos en los viajes ultramarinos.
Llegados los fenicios a las costas del Norte de África, la población indígena re-
chaza su presencia, pero es burlada por la famosa artimaña de la piel de buey:
Dido, tras arrancar a los locales la mínima concesión de territorio que abarcara el pe-
llejo del animal, corta la piel en tiras y ata éstas formando el amplio perímetro de la
nueva ciudad (que será la acrópolis de Cartago, a cuyo nombre, Byrsa, el relato daba
etimología: en griego, no en púnico, significa «piel de buey»). El motivo folclórico
servirá de nuevo como muestra y confirmación de la traicionera fides punica. Des-
pués, Elisa, ya rica reina del lugar, no consiente en casarse con un rey local, que
amenaza guerra, pero es engañada y obligada a hacerlo por sus propios siervos, a los
que a su vez burla, suicidándose ritualmente (un tipo de inmolación rechazada por el
mundo clásico y atribuida sistemáticamente a fenicios y púnicos). En la versión vir-
giliana, la muerte de la reina acontece tras la visita de Eneas. El episodio, que ve mo-
rir a la reina en la pira, presa primero de la pasión por el tirio y luego de la deses-
peración por su partida, acabará por configurar todo un contrapunto a la propia
historia fundacional romana (Lancelloti 2003; Moscati 1985; Ribichini 1988).
En efecto, esta versión latina del relato parece construirse sobre el negativo de
la propia identidad, caracterizando arquetípicamente al otro en el extremo opues-
LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO... 363
PARA CONCLUIR
19
Por ejemplo la onomástica fenicia —para cuyos personajes se han querido encontrar correlatos his-
tóricos—, el papel del fuego en la inmolación final, o la ya citada ligazón del sacerdocio a la monarquía y
al proceso colonial.
364 JOSÉ ÁNGEL ZAMORA LÓPEZ
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FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL
DE ROMA: UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA
Urbano ESPINOSA
Universidad de La Rioja
INTRODUCCIÓN
369
370 URBANO ESPINOSA
Con carácter general entendemos por colonia una solución colectiva y públi-
ca para ocupar y explotar establemente nuevos territorios, sean éstos adquiridos
por conquista o por cualquier otro medio; las colonias son hitos de procesos ex-
pansionistas, con frecuencia asociables a conflictos internos de la metrópolis en
relación con el acceso a la propiedad de la tierra. Fundar una colonia es organizar
la vida de una nueva comunidad sobre un territorio nuevo (o ampliado), presidido
por un núcleo urbano también nuevo (o renovado). En toda colonia aparecen
dos componentes indisociables: urbs y ager, núcleo urbano y su territorio, traba-
dos ambos por fuertes interdependencias. El centro neurálgico es un enclave
amurallado, cuyo lenguaje entienden bien las poblaciones autóctonas del entorno:
afirma el poder de la nueva comunidad frente a eventuales enemigos y materiali-
za formas de vida según modelos trasplantados.
y civiles, por resolver el crónico problema de las deudas y por acceder a la pro-
piedad de la tierra (Alföldy 1987: 31 ss.; Cassola 1988: 451-481; Gabba 1990b: 7-
17). No procede detenernos aquí en las etapas del conflicto y nos limitamos a se-
ñalar que cada una de ellas se saldó con concesiones patricias a los plebeyos y que
tras cada nuevo pacto estamental Roma potenciaba su capacidad para resolver a
su favor la amenaza externa. Punto fundamental del conflicto fue la fase de re-
formas que culminó el año 367 a.C. con las llamadas leges Liciniae Sextiae. En el
plano de los derechos políticos los plebeyos accedieron a la suprema magistratu-
ra (consulado), en lo económico se dio solución a la cuestión de las deudas y, lo
que tendría enormes consecuencias, se decidió que nadie pudiera disponer de más
de 500 iugera de las tierras consideradas ager publicus4. El gran pacto entre los
dos estamentos condujo a un estado muy cohesionado con órganos de gobierno
especializados y complejos, la actuación colegiada de patricios y plebeyos en las
magistraturas potenció una fuerte conciencia social de unidad política y, de cara al
exterior, el estado ganó un enorme potencial. Por eso, en los decenios siguientes
a las leges Liciniae Sextiae, Roma resolvió favorablemente sus conflictos con ciu-
dades etruscas y con otros pueblos, se impuso sobre el nomen Latinum y estable-
ció sólidos pactos con Capua y con otras ricas ciudades del importante foco eco-
nómico de Campania. Su hegemonía en Italia central quedó asegurada y así
quedó constituida la plataforma del futuro expansionismo hacia el resto de la Pe-
nínsula Itálica.
La solución al conflicto por el acceso a la propiedad había unido los intereses
de patricios y de plebeyos en torno a la ampliación territorial, pues fundamentó una
común aspiración a incrementar el ager publicus (Alfödy 1987: 47 ss.). Política
agraria y política exterior iban a caminar juntas en adelante. La plebe se sabía fuer-
te por su pertenencia a la classis (ejército) y se opuso al monopolio patricio sobre
las tierras anexionadas, exigiendo participar en el botín. Todo territorio tomado a
pueblos extranjeros quedaba calificado como ager publicus Populi Romani, cuyo
usufructo regularon las leyes del 367 a.C. A partir de ellas se fueron haciendo en-
tregas individuales de tierra a privados, pero lo que tuvo mayor trascendencia es
que en muchos casos esa entrega se organizó de modo colectivo mediante la cre-
ación de colonias. Las primeras surgieron a partir del 338 a.C., tan pronto como
Roma se liberó el 338 del obligado poder de la Liga Latina, bajo el cual había te-
nido que actuar hasta entonces. Las colonias satisficieron a los dos estamentos en
conflicto: a las plebes sin tierra, porque accedían a la propiedad, y a la nobilitas,
porque la expansión territorial evitaba repartir la gran propiedad previamente
constituida; se mantenía el viejo latifundismo al tiempo que se repartían tierras
para consolidar una capa social de pequeños propietarios ciudadanos.
4
Ulteriores pasos de finales del siglo IV, reconociendo derechos a los plebeyos y la lex Hortensia del
año 287 a.C. por la cual las decisiones de las asambleas plebeyas vinculaban también a los patricios, com-
pletaron el recorrido histórico de las reivindicaciones plebeyas.
372 URBANO ESPINOSA
Desde el año 338 hasta el siglo II a.C. las fundaciones de la República conso-
lidan el dominio de Roma sobre Italia y contribuyen a la homogeneización de la
península en el sentido romano. Hubo dos categorías de fundaciones: colonias de
derecho romano y colonias de derecho latino. Las primeras fueron minoría, en una
proporción de uno a tres, hasta la guerra anibálica (218-202 a.C.); durante el siglo
II se invierten los términos y son más numerosas las colonias de derecho romano
(ver Tabla 1).
TABLA 1
Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En
cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos.
Nombre Año
Ostia ca. 338
Antium ca. 338
Signia ca. 338
Norba ca. 338
Ardea ca. 338
Circei ca. 338
Setia ca. 338
Sutrium ca. 338
Nepete ca. 338
Cales ca. 338
Terracina 329
Fregellae 328
Luceria 314
Suessa 313
Pontiae 313
Saticula 313
Interamna 312
Sora 303
Alba 303
Marnia 299
Carseoli 298
Minturnae 296
Sinuessa 296
Venusia 291
Hadria ca. 289
¿Castrum Novum (Picena) 289
Sena Gallica 283
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 373
TABLA 1 (Continuación)
Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En
cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos.
Nombre Año
Paestum 273
Cosa 273
Ariminum 268
Beneventum 268
Pyrgi ca. 264
Castrum Novum (Etruria) 264
Firmum 264
Aesernia 263
Alsium 247
Fregenae 245
Briundisium ca. 244
Spoletium 241
Placentia 218
Cremona 218
Puteoli 191
Volturnum 194
Liternum 194
Salernum 194
Buxentum 194
Sipontum 194
Croton 194
Templa 194
Copia 193
Vibo 192
Bolonia 189
Potentia 184
Pisaurum 184
Parma 183
Mutina 183
Saturnia 183
Graviscae 181
Aquileia 181
Luca 180
Luna 177
iban integrando en la comunidad política dirigida por la ciudad del Tíber; por
ejemplo, los latinos, los oppida civium Romanorum, las civitates sine suffragio y
otros territorios que Roma adquiere y administra directamente. Ello constituía el
ager Romanus, un espacio de perfil geográfico mutante y creciente a lo largo del
tiempo. En las deducciones de colonias romanas y en las entregas individuales (vi-
ritim) de tierra, la plena propietas sobre la parcela recibida comportaba la auto-
mática inscripción de los nuevos propietarios en una de las categorías censitarias
de Roma con su correspondiente ubicación en el nivel político que por renta le co-
rrespondiera. Por eso, para evitar el acceso repentino de ciudadanos a los niveles
superiores de la escala censal, las colonias de ciudadanos romanos sólo asignaron
lotes iguales y modestos de tierra a los nuevos colonos, entre 5 y 10 iugera5; no
debían alterar la estructura existente de la gran propiedad ni el orden político aso-
ciado a ella; además de ser pocas en número hasta comienzos del siglo II, estas co-
lonias recibieron pocos cientos de nuevos colonos cada una. Éstos no servían en
unidades militares autónomas, sino en el esquema legionario general, por lo que
no necesitaban de una jerarquización timocrática interna en el seno de la colonia,
y de ahí la igualación de lotes (Pasquinucci 1985: 21). Las colonias romanas se
orientaron sobre todo a resolver el problema social de acceso a la propiedad.
Las primeras experiencias de colonias con ciudadanos romanos estuvieron li-
mitadas al entorno del Latium en una proyección de Roma hacia el sur; tuvieron la
importancia de sentar las primeras bases del modelo de acción colonial que luego
se extendería por el resto de Italia6. Entre las creaciones más antiguas (a partir del
338 a.C.), hay que destacar aquellas que se asentaron a lo largo de la costa,
como Ostia, Ardea, Antium, Circei, Tarracina y otras, conocidas como coloniae
maritimae. Por el sur, la consolidación del dominio de Roma sobre el conglome-
rado de pueblos samnitas llevó a las fundaciones de Suessa y Minturnae con
ciudadanos romanos el 296 a.C. Hacia el Noroeste se aseguró el territorio de Etru-
ria con Pyrgi y Castrum Novum. Hacia el norte, sobre la costa adriática, se creó la
colonia, también con ciudadanos romanos, de Sena Gallica (283), punto de partida
pocos años después para la conquista de la peligrosa Galia Cisalpina cuando un
poco más al norte se fundó Ariminum (Rímini) el año 268.
Hasta aquí hemos hecho hincapié principalmente en las colonias de ciudadanos
romanos, pero tuvo mayor trascendencia la fundación de colonias latinas para la ex-
tensión del dominio romano sobre Italia. Por ejemplo, en la proyección hacia el sur
fueron fundamentales las colonias latinas de Fregellae (328), Luceria (314), Venu-
sia (291), Paestum (273), Beneventum (268), o Brundisium (ca. 264), entre otras7.
Ya hemos indicado que dos tercios de las colonias creadas hasta la guerra contra
5
Un iugerum = 2.523 m2 aproximadamente.
6
Esa perspectiva, por ejemplo, verla en MacKendrick (1956: 126-133). El urbanismo romano como ex-
presión material de estructuras sociopolíticas vivas, véase en Clavel y Lévêque (1971).
7
Ver Tabla 1 con listado de colonias hasta el 177 a.C.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 375
ron el extermino total del adversario; aquí Roma no luchaba, como en la Italia
central y meridional, por imponer un sistema de hegemonía, sino por la supervi-
vencia frente a las constantes amenazas de los pueblos galos. Por eso se entiende
que la Cisalpina, región con extensísimas tierras fértiles, terminara por ser un es-
pacio donde la acción colonizadora de Roma se llevó a cabo con gran intensidad
hasta alcanzar su expresión más acabada.
Para protegerse de los ataques de las tribus galas, a los que había estado so-
metida Roma desde el siglo IV, se dio en el siglo III un primer salto hacia el Pice-
no en la costa del Adriático, punto de contacto con aquellas tribus; el 283 se fun-
dó Sena Gallica y el 264 Firmum, la primera de derecho romano y la segunda
latino. Pero lo que marcó las intenciones romanas de progresar hacia el norte fue
la creación de Ariminum (Rimini) el 268 (Bandelli 1988: 520-525)11, convertida
desde el principio en formidable cabeza de puente. Hasta esa ciudad se prolongó
el 220 la via Flaminia. La victoria romana sobre los Insubres en el Po medio po-
sibilitó en 218 las fundaciones de Placentia (Piacenza) y Cremona en la misma lí-
nea del río; en cada una se asentaron 6.000 colonos, de los que 200 eran equites y
5800 pedites; es decir, el potencial humano de una legión por colonia (Polibio III,
40: 4; Gabba 1990a: 70 ss.); la apuesta estratégica era clara.
Justamente el mismo año de la creación de Placentia y de Cremona se produjo
la irrupción de Aníbal en Italia, abriendo una fase de alteraciones graves durante el
tiempo que duró la guerra (218-202); las dos colonias resistieron, pero se produjo la
general desafección a Roma de las poblaciones galas recientemente sometidas. El fi-
nal de la guerra anibálica obligaría a Roma a recuperar muchas de las viejas alian-
zas itálicas, y a emprender de nuevo la conquista de la Cisalpina; su control se con-
virtió entonces en una acción prioritaria del estado, abriendo uno de los procesos
históricos de colonización más intensos que se conocen. Lo que en el siglo III se ha-
bía iniciado como estrategia de defensa, mutó en el siguiente a un plan sistemático
de explotación económica de las ricas tierras de la Cisalpina; colonos romanos, la-
tinos e itálicos las preferían a las más secas y pobres del centro y del mediodía itá-
licos. Por su parte, las capas aristocráticas pronto se interesaron también por la zona
y adquirieron amplios predios en los que realizaron fuertes inversiones de cara a una
agricultura a gran escala y de capitalización; a partir del siglo I a.C. es ya evidente
la fuerte comercialización de productos agrarios cisalpinos.
En las inmensas y fértiles llanuras de la cuenca del Po se llevó a cabo un plan
sistemático de fundación de colonias y de red de comunicaciones a una escala que
carecía de precedentes (Chevallier 1983: 19). Piacenza, que había sido destruida
el año 200 por tribus galas, fue reconstruida el 197 con nuevos contingentes, en el
190 esta misma ciudad y Cremona recibieron un supplementum de otras 6.000 fa-
milias, asegurando así el control romano sobre el Po (Livio: XXXVII, 46:10). El
año 187 se unieron Ariminum y Piacenza mediante la via Emilia; su trazado en
11
Para una bibliografía sobre las ciudades romanas de Italia véase Chevallier (1974: 693-698).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 377
12
Para una aproximación metrológica a los nuevos asentamientos véase Conventi (2004: 54 ss.).
13
Con carácter general, véanse los siguientes trabajos: Cadastres et espace rural (VV.AA. 1983);
Chouquer et al. (1982: 847-882) y Chouquer y Favory (1991). Son importantes también Tozzi (1974) y, es-
pecialmente, Chevallier (1983).
378 URBANO ESPINOSA
Fig. 1.—Asentamientos urbanos y centuriaciones en la Vía Emilia (Chevallier 1983: Lám. X).
14
El trasfondo indígena sobre el que actuó el proceso colonizador en la Cisalpina ha sido tratado por
Chevallier (1983: 177 ss.) y por Bandelli (1990: 251-255). Sobre colonización y romanización de la Ci-
salpina, véase Gabba (1990a: 73-77).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 379
las formas autóctonas de vida hasta bien entrado el siglo I a.C.15. La población au-
tóctona fue rarificándose en la Cisalpina al mismo ritmo que crecía la población
colonial de romanos e itálicos; finalmente, los elementos supervivientes termi-
naron por difuminarse dentro de los modelos romanos implantados, en algunos
casos incluso formando parte del nivel censitario inferior en las propias colonias
latinas.
Hasta aquí hemos realizado un recorrido muy rápido por la historia de la co-
lonización de la República romana en Italia hasta situarnos en el último cuarto del
siglo II a.C. Al habernos centrado en el tema, podría desprenderse la idea de que
las colonias y la fuerza militar fueron los medios utilizados por Roma para man-
tener el control sobre sus crecientes dominios itálicos y, efectivamente, fueron
fundamentales, sin duda, pero no los únicos ni, probablemente, tampoco los más
importantes. Es más, si Roma dispuso en Italia, entre el siglo IV y principios del II
a.C., de superior eficacia militar frente a otras comunidades y de amplia capacidad
para imponer colonias, fue porque generación a generación su poder se acrecen-
taba gracias a una formidable política de integración jurídica, de alianzas y de
acuerdos con los pueblos itálicos. Nos aproximaremos mejor a la realidad histó-
rica si vemos a Roma durante la plena República como una comunidad política y
un estado territorial que crece y se consolida porque, en primer lugar, integra cada
vez a más gentes y, sólo en segundo plano, porque conquista. De hecho, su fuer-
za militar emanaba de la cohesión política interna y de la amplia red de sus
alianzas; así pudo resolver Roma a su favor expedientes bélicos tan difíciles
como los sostenidos contra los Samnitas, las tribus galas, los cartagineses y otros
muchos. Primero fue la solidez objetiva del estado (integración y pacto), después
la eficacia militar.
Por ejemplo, vemos que el territorio propiamente estatal (ager Romanus)
ampliaba constantemente sus fronteras principalmente porque muchos pueblos itá-
licos se iban integrando en el derecho ciudadano de Roma bajo diferentes fór-
mulas (oppida o municipia civium Romanorum, civitates sine suffragio, etc.); el
resto de los pueblos itálicos, la mayor parte, eran comunidades autónomas vin-
culadas a Roma mediante pacto (socii). De la solidez de esa red nos habla su res-
puesta al formidable reto que supuso la expedición de Aníbal a Italia el 218
a.C.; algunos de los aliados hicieron defección, pero la mayoría se mantuvo leal,
frustrando de ese modo las previsiones del caudillo cartaginés.
Si el estado republicano era una realidad mutante en cada momento, también
15
Sobre estas cuestiones ver Clavel-Lévêque (1986: 9-37), una síntesis en Gabba (1990a: 74 ss.), y un
estudio específico sobre la Transpadana en Cassola (1991: 17-44).
380 URBANO ESPINOSA
lo eran los individuos en que aquel se encarnaba. Por eso, el hecho mismo de la
colonización y sus beneficios fue algo compartido por un cuerpo ciudadano que
crecía a causa de la política de pactos y de integración jurídica. Romanos e itáli-
cos con ciudadanía romana fueron enviados a fundar las colonias de derecho ro-
mano; itálicos que accedían al primer escalón del privilegio jurídico, el derecho
latino, nutrían el censo de las colonias latinas. Hasta el siglo II a.C. fueron las po-
blaciones centroitálicas las que aportaron los mayores contingentes humanos a la
colonización, tanto la individual como la colectiva. También en el fenómeno
colonial republicano, y no sólo en el hecho militar, emerge la realidad política de
las soluciones pactadas por Roma a escala itálica.
Si observamos la geografía histórica de Italia hasta el siglo II a.C. veremos
que, ciertamente, las ciudades de nueva planta determinaron por completo el
paisaje en algunas zonas de la Emilia y de la Padana central, pero en el resto de
las regiones las ciudades creadas ex novo, con ser muchas, representaron una cla-
ra minoría frente a los núcleos preexistentes, sin que eso reste valor a la trascen-
dencia histórica de las colonias. Simplemente queremos resaltar que las colonias,
con jugar un papel importante en la expansión territorial de Roma, fueron sólo
uno de los varios instrumentos utilizados para integrar territorios bajo un único or-
denamiento estatal.
Hasta el siglo II a.C. colonización colectiva y creación de ciudades son hechos
asociados; durante el siglo I a.C. el asentamiento de colonos en Italia fue masivo,
pero se llevó a cabo principalmente en ciudades ya existentes (coloniales o no) y
en pocos casos condujo a la creación de otras nuevas, contribuyendo así a consa-
grar el dominio numérico de los viejos núcleos respecto a los de nueva creación.
Hacia mediados del siglo II a.C. parece producirse una cierta pausa en el pro-
ceso colonizador de Italia, coinciendo en el tiempo con las grandes etapas de con-
quista en el Occidente, en el norte de África y en el oriente helenístico. Era la fase
de pleno imperialismo de la República, quien tuvo que desplegarse simultánea-
mente por múltiples frentes, muy distantes entre sí, y movilizar enormes contin-
gentes militares y recursos económicos16. La expansión mediterránea erosionó
gravemente la posición de los pequeños y medianos propietarios de Italia, tanto
ciudadanos romanos o latinos como aliados. Tuvieron que soportar el peso de
campañas cada vez más prolongadas, la conquista drenó hacia la sociedad roma-
na gigantescas cantidades de esclavos que, ubicados en las grandes haciendas y ta-
16
Referencia básica que relaciona imperialismo romano y urbanismo, en Homo (1971); actualización
de cuestiones sobre el imperialismo, Gabba (1990c: 189 ss.).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 381
Bajo esas nuevas coordenadas surgen los proyectos reformadores de los her-
manos Tiberio Graco (133-132) y Cayo Graco (123-122), actuando bajo su con-
dición de tribunos de la plebe. La lex Sempronia del primero pretendía, ampa-
rándose en otra anterior por la que nadie podía poseer más de 500 iugera,
expropiar cuanto suelo excediera de dicha cantidad recuperándolo para el ager pu-
blicus y entregándolo en parcelas de unos 30 iugera a quienes carecieran de pro-
piedad. Los grandes possessores quedaban así en el punto de mira de la ley. Por
eso, la reforma agraria de Tiberio Graco marcó el principio de la gran inestabili-
dad que caracterizó a la última etapa de la República, pues volvía a situar en el
centro de la vida política la cuestión del acceso a la propiedad, una cuestión que se
mantendría en el primer plano durante todo el siglo I a.C. Mientras el Senado pre-
tendía que la colonización se dirigiera a tierras disponibles en la Cisalpina, Tibe-
rio Graco miraba más bien al centro y al sur de Italia, donde grandes hacendados
habían ampliado durante el siglo II a.C. sus dominios con la apropiación ilegal de
ager publicus. Fue total la oposición de la aristocracia, quien consiguió provocar
el asesinato de Tiberio. Ello no paralizó la comisión creada para aplicar la refor-
ma, pues desarrolló un intenso trabajo jurídico y agrimensural a lo largo de varios
años, aunque con resultados desiguales.
Diez años después accedió al tribunado de la plebe Cayo Graco (123-122)
a.C.), hermano de Tiberio, quien promulgó una nueva ley agraria como parte de
un complejo programa de modernización del estado republicano. A diferencia de
la ley de Tiberio, que contemplaba sólo la entrega individual de parcelas, la de
Cayo preveía además la entrega colectiva mediante la fundación de colonias; y no
se limitaba a Italia, sino que incluía también el ager publicus de las provincias.
Cayo Graco planificó numerosos asentamientos nuevos en Italia, así como el de
Iunonia sobre el solar de la antigua Cartago, que no llegaron a ser realidad ya que
Graco murió de modo violento y prematuro, y en los años posteriores se fue
desmontando gran parte de su obra legislativa, incluyendo la reforma agraria y los
trabajos de la comisión agraria (entre otros muchos, resaltar a Alföldy 1987: 94
ss.; Beard y Crawford 1989; Pina 1999).
En el periodo que va de los Graco a Mario se abordó la colonización de la Pa-
dana Occidental, actual Piamonte, donde había tierras cuya disponibilidad no
afectaba a los grandes latifundios. Allí se llevaron a cabo la fundación de Derto-
na (Tortona) en una fecha indeterminada entre el 122 y el 109, y la de Eporedia
382 URBANO ESPINOSA
hacia el año 100 (Bandelli 1990: 256 y nota 35; Gabba 1983b: 210 ss.; Salmon
1969: 121 ss.).
Los cambios que se produjeron en el reclutamiento legionario a partir de
Mario (107 a.C.) terminaron por introducir en el siglo I una nueva a importante
variable: en adelante la mayoría de los nuevos colonos serían militares licencia-
dos. La reforma de los hermanos Graco buscaba potenciar una sólida capa de ciu-
dadanos propietarios, disponibles para las crecientes necesidades del estado, pero
el fracaso de aquella hizo insostenible a finales del siglo II a.C. el sistema repu-
blicano de milicia ciudadana. Cuando Mario, a partir del 107, comenzó el enro-
lamiento de ciudadanos sin propiedad (proletarii) sostenidos por el estado, em-
pezaron también a invertirse los términos de la relación propiedad-milicia. En la
solución de los Graco había que disponer de propietarios para tener ejército;
ahora sólo era necesario disponer de desheredados, y la crisis proporcionaba
más que suficientes, a los cuales se haría propietarios tras varios años de enrola-
miento militar. De ese modo durante el siglo I a.C. pasó por el ejército la solución
a la histórica demanda de tierras; la profesionalización de la milicia tuvo enormes
consecuencias, entre otras la vinculación de las tropas a sus jefes para arrancar a
la asamblea y al Senado las ventajas y recompensas establecidas. Por eso, este si-
glo, es el de los grandes poderes personales y dictaduras militares, en una impa-
rable inercia hacia las guerras civiles que concluyeron con la implantación de la
monarquía imperial de Augusto. Por lo que a nuestro tema respecta, señalaremos
simplemente tres aspectos: primero, que la mayoría de los repartos de tierras re-
alizados en esa centuria lo fueron a militares, tanto en Italia como a partir de Cé-
sar también en provincias; segundo, que el hecho colonial se incardina en la lucha
de facciones del final de la República; y tercero, que ya no actúan como respon-
sables de organizar una colonia magistrados electos, sino legados de los grandes
líderes con poder militar (cum imperio).
A partir del año 89 a.C. los aliados itálicos, tras una rebelión generalizada, ad-
quirieron la ciudadanía romana, se organizaron en municipios y sus propiedades
quedaron amparadas por el derecho quiritario (Sherwin-White 1996). Al mismo
tiempo la lex Pompeia privilegiaba a las comunidades de la Transpadana con el
ius Latii; en esta región se dieron los primeros casos de ciudades autóctonas que
fueron elevadas al rango de colonia, sin que ello implicara llegada de colonos ni
delimitación del territorio en lotes; simplemente la población indígena y romano-
itálica de la zona mantenían sus parcelas anteriores (Pasquinucci 1985: 22). Esa
creación honorífica de colonias serviría de precedente para otros casos posteriores.
Tras la general integración jurídica de los itálicos en el estado romano, una
densa red urbana (colonias y municipios) cubría prácticamente toda Italia (Gross
1990: 831-855), con excepción de algunas áreas poco pobladas en el noroeste,
donde se crearían con veteranos en época augustea algunas ciudades nuevas
como Augusta Taurinorum (Turín) y Augusta Praetoria Salassorum (Aosta) (Kep-
pie 1983: 205). Salvo esas excepciones, los enormes contingentes de veteranos
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 383
que recibieron lotes de tierra en Italia entre Sila y Augusto no se asentaron en nue-
vas ciudades, sino que reforzaron las colonias donde había lotes por asignar, re-
poblaron municipios con disponibilidad de suelo público y ocuparon cualquier es-
pacio disponible y productivo. Otro destino de los colonos fueron las tierras
confiscadas a los enemigos políticos en el contexto de las guerras civiles. El
proceso llevó a una extrema explotación agraria de Italia y al desarrollo potentí-
simo del urbanismo.
Veamos rápidamente un resumen cuantitativo. Se estima en 12.000 los vete-
ranos asentados por Sila, principalmente en Etruria y en Campania. Sólo César ha-
bría asentado unos 50.000 veteranos y ciudadanos desposeídos en Campania,
Lacio, Etruria y el Piceno. El segundo triunvirato colocaría otros 170.000 exmi-
litares en tierras confiscadas a miembros de la aristocracia senatorial y ecuestre y
a 18 ciudades de Italia (Keppie 1983: 57 ss.). En estos casos procedería hablar de
cambio en la titularidad de las parcelas más que de colonización. En el 36 a.C.
Octavio instaló a unos 20.000 veteranos en Campania, Galia y Sicilia. Desde la
victoria sobre Antonio en Actium (31 a.C.) hasta el final de su reinado, ya como
Augusto, llevaría a cabo unas 300.000 asignaciones en Italia y en provincias;
como decíamos, no siempre implicaron fundación de nuevos núcleos urbanos,
sino reforzamiento de los existentes17. Aunque bajo los sucesores de Augusto con-
tinuaron las fundaciones coloniales, las acciones de época cesariana y augustea
forman el último bloque de asignación de lotes de tierra a gran escala.
17
Datos de Chouquer y Favory (1991: 133-135); sobre la potenciación de la vida urbana en Italia cen-
tral y meridional durante este periodo, consúltese Gabba (1972: 73-112).
384 URBANO ESPINOSA
hoff 1952: 49 ss. y 96 ss.). César recurrió a las ricas tierras del Norte de África para
asentar numerosos veteranos con parecida escala que en Hispania; allí surgieron al
menos 8 colonias, entre ellas Carthago, Hadrumetum o Thapsus. Durante Augusto
fue también muy intensa la colonización de la región con la creación de no menos
de 14 colonias en la Proconsular (área Tunecina) y otro amplio grupo de ellas en las
dos Mauritanias (Tingitana y Cesariense). En la Narbonense, César había reforzado
el 45 a.C. la Colonia Julia Narbo Martius y añadió las fundaciones de Arelate y Va-
lentia. En la Galia llamada Comata se fundaron en época cesariano-triunviral Lug-
dunum (Lyon), Iulia Equestris Noviodunum (Nyon) y Augusta Raurica (Augst)
(Bedon 1999: 54 ss.). Augusto no añadiría ninguna colonia en la Galia Comata,
pero sí en la Narbonense: Arausio, Baeterrae y Forum Iuli.
Sicilia vio surgir varios asentamientos coloniales con Augusto. Macedonia,
Acaya, Asia, Ponto-Bitinia recibieron de César un primer e importante bloque de
fundaciones, que daban continuidad a las realizadas por Pompeyo en Asia Menor.
Augustó también prosiguió con la deducción de veteranos en las provincias cita-
das, añadiendo además otras deducciones en la costa del Ilirico, en Creta, en Pi-
sidia (Galatia) y en Siria22.
Justamente aquellos territorios provinciales en los que se desarrolló una co-
lonización más intensa, coincidentes también en términos generales con las áreas
en las que surgieron numerosos municipia tras la adquisición de la ciudadanía por
las comunidades indígenas, son aquellos en los que observamos unos niveles de
romanización más temprana y profunda (Bética, Narbonense y África Proconsu-
lar). Los colonos asentados en tiempos de César y Augusto en las provincias oc-
cidentales llegarían a convertirse en poco tiempo en matriz de muchas familias
que primero consiguieron el acceso al ordo equester y desde los Flavios (70-96
d.C.) fueron promocionándose al ordo senatorius, jugando así un papel muy
destacado al servicio del estado. Pero también es verdad que las viejas fundacio-
nes legionarias fueron perdiendo peso desde finales del siglo I d.C., alcanzadas
por el gran desarrollo de antiguos núcleos autóctonos que desde César y Augusto
habían sido privilegiados como municipios.
22
Al respecto, ver el propio testimonio de Augusto (Res Gestae 28,1); véase Vittinghoff (1952: 148 ss.
y mapa). Para las fundaciones en Oriente, Levick (1965).
386 URBANO ESPINOSA
trazar el plano de una ciudad y construir murallas, calles, viviendas, edificios pú-
blicos, dotarla de servicios básicos, etc. Se requerían varios años, enormes inver-
siones y la implicación directa de los propios colonos y sus familias; se tardaba
tiempo hasta alcanzar un desenvolvimiento normal de la colonia25.
30
Plinio (NH XVIII, 3: 9); Chouquer y Favory (1991: 48 ss); en general, diversas aportaciones en Fa-
vory 2003: 59 ss.
31
Por ejemplo, Tarracina (Terracina) el 329 a.C. (Livio VIII, 21: 11).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 389
Fig. 3.—La centuria clásica de 20 x 20 actus y divisores (según Favory 1983: fig. 9).
Fig. 4.—Designación de los módulos de una centuriación con el decumanus maximus orientado hacia el
Este.
33
Hyg. De limitibus, (Thulin 1913: 71, 10 ss.); véase Chouquer y Favory (1991: 140 ss.) y Flach (1990:
8-13).
34
Ediciones del documento, Sautel y Piganiol (1955) y Piganiol (1962); otros comentarios en Chouquer
y Favory (1991: 156-163).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 391
La ley que creaba una colonia decidía también el tamaño de los lotes de tierra
que habría en cada centuria y que serían entregados a los nuevos propietarios. Esa
transferencia de la propiedad es la adsignatio, que se llevaba a efecto mediante
sorteo (sortes); entre los lotes se establecían los denominados limites intercisivi,
35
Frontino, De agr. qualitate, pp. 3, 1-4, 2; al respecto, Flach (1990: 15-17) y Parra (1990: 89 s.).
392 URBANO ESPINOSA
Pero la organización de una colonia aún tenía que dar respuesta a cuestiones
no menos importantes que las anteriores, como materializar de alguna forma la
unidad sustantiva que debía existir entre núcleo urbano (urbs) y área rústica (te-
rritorium). Constituían un mismo universo, cada una con sus elementos funcio-
nales necesarios para el bienestar de la comunidad36; urbs y territorium conjun-
tamente posibilitaban la forma de vida considerada superior en la Antigüedad. Los
agrimensores articulaban de diversas maneras el contacto topográfico entre ambos
para expresar la idea de que constituían un solo cosmos37. Por ejemplo, lo conse-
36
El territorio como espacio económico ha sido trabajado por Chevallier (1974: 766 ss. con ref. bi-
bliográficas); véase Celuzza (1989: 151-155).
37
De la amplia bibliografía sobre las relaciones urbs-territorium en el mundo romano ver Chevallier
(1974: 762 ss.); en Rich y Wallace-Hadrill (1991), trabajos de mérito referidos al entorno de la colonia Be-
terra Septumanorum (Béziers); Clavel-Lévêque y Plana-Mallart (1995), con colaboraciones de J. Peyras,
M.Clavel-Lévêque, M. Christol y otros.
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 393
guían imbricando con las salidas de la ciudad los ejes básicos de acceso al ager
divisus, pero sobre todo haciendo coincidente la orientación de los ejes de este úl-
timo con los de la ciudad, naturalmente siempre que la geomorfología lo permi-
tiera38. Para los agrimensores se daba la ratio pulcherrima cuando cardo y decu-
manus maximus del núcleo urbano, prolongados, constituían también los ejes
básicos de la centuriación. Pocos son los casos en los que la topografía permitía
aplicar esa ratio39, pero son frecuentes aquellos en los que red urbana y red cen-
turiada poseen igual orientación; en ellos vemos el esfuerzo de los agrimensores
por aproximar lo más posible al centro de la ciudad el punto donde se cruzan los
ejes básicos de la centuriación40.
Importantes eran también las relaciones de una colonia con el exterior. Para
que las calzadas que salían de la ciudad no alteraran la red ortogonal del parce-
lario rústico, se procuraba que coincidiera con algunos de los ejes básicos de esa
parcelación. Resulta muy llamativo el caso de la secuencia de enclaves colo-
niales asentados a lo largo de la via Emilia entre Ariminum (Rímini) y Placen-
tia (Piacenza) (ver Figura 1), donde los núcleos urbanos parecen nudos hechos
a distancia regular en un cordel rectilíneo, pues su decumanus maximus coinci-
de con la propia calzada (Chevallier 1983: Láms. VIII-XI). Son muchos los ca-
sos de colonias en los que coinciden vías de comunicación y ejes de centuria-
ción.
En fin; una vez concluidas todas las operaciones de planificación y la asigna-
ción de lotes a los nuevos habitantes, los agrimensores tenían que dibujar la forma
de la colonia, el plano catastral, señalando el espacio centuriado y sus divisiones
internas, el nombre de los propietarios de las parcelas, las áreas de uso comunal o
las vías de comunicación41. Era una operación que, al igual que las anteriores, se
realizaba bajo la supervisión de los responsables de poner en marcha el asenta-
miento colonial. Una copia de esa forma se guardaba en el tabularium local y otra
se enviaba a Roma. Normalmente la representación cartográfica se grababa en
bronce y se exponía públicamente, o bien en placas de mármol como en el men-
cionado caso de Arausium (Orange) (ver Figura 5)42. La forma era el documento
público que garantizaba derechos y obligaciones, servía para establecer la base fis-
cal y a ella se acudía en casos de litigio.
38
Sobre la orientación, Rykwert (1988) y edic. español 1985.
39
Por ejemplo, en algunas fundaciones africanas como Haydra; Parra (1990: 93); estudio metrológico
de diversas plantas urbanas de Italia, en Conventi (2004), passim.
40
Ejemplos de ello tendríamos en Ariminum, Imola, Parla, Lucca, etc. (Parra 1990: 93).
41
Prescripciones gromáticas sobre la forma, Hyg. De limitibus (Thulin 1913: 73, 4 ss.): «In forma ge-
neratim enotari debebit loca culta et inculta, silvae …»
42
Menciones a las tablas de Bronce, en Hyg. De condicionibus agrorum (Thulin 1913: 84, 12): «in
aere, id est in formis»); sobre Orange, v. supra nota 60; centuriaciones y archivos, en Moatti (1993).
394 URBANO ESPINOSA
Como hemos visto, todavía con Augusto el proceso colonizador fue muy in-
tenso, tanto en Italia como en numerosas provincias. Con ese monarca se había
consolidado la pax romana, resuelto el problema de los asentamientos masivos de
veteranos y reducido los contingentes militares a 28 legiones, por lo que se puso
fin a la febril actividad de ubicación de colonos. Bajo sus sucesores las nuevas
fundaciones se realizaron siempre fuera de Italia y estuvieron asociadas a etapas
de ampliación o consolidación de fronteras y a la creación de nuevas provincias.
Por ejemplo, la reducción de Mauritania a estatuto provincial, la conquista y or-
ganización de Britania, el reforzamiento del limes renano y danubiano o la con-
quista de la Dacia43. Durante el Alto Imperio se trató de una colonización más
bien periférica e intermitente, sin equivalencia posible con la intensificación que
se había dado bajo César y Augusto.
En ocasiones, antiguos campamentos fueron transformados en colonias me-
diante el asentamiento de veteranos y con el fin de consolidar la presencia roma-
na allá donde las nuevas provincias lo exigían. Claudio terminó por pacificar el
norte de África y organizó en dos provincias los antiguos estados clientes (Mau-
ritania Tingitana y Mauritania Caesariensis); para estabilizarlas desplazó allí
contingentes de ciudadanos y de veteranos, creando las colonias de Sala (Rabat)
y Volúbilis; Tingis y Banasa ya lo eran desde Augusto.
En la Galia, a las tres colonias de época cesariano-triunviral, Claudio añadió la
Colonia Augusta Treverorum (Trier) (Bedon 1999: 112 s.). Del mismo monarca es la
creación en Germania de la colonia Claudia Ara Agrippinensium (Köln), con de-
ducción de veteranos a partir del gran campamento allí existente en el oppidum
Ubiorum. Bajo Trajano el campamento de Xanten fue transformado en la Colonia
Ulpia Traiana (Galsterer 1999: 260 s.). La conquista de Britania por Claudio también
supuso, junto al despliegue legionario por el territorio, la creación de la Colonia Clau-
dia Victricensis Camulodunensium (Colchester), previamente campamento de la
legión XX Valeria Victrix. Nerva (97/98) transformó el campamento de Glevum en
la colonia Nevia Glevensium (Glucester) y con posterioridad obtuvieron también ran-
go colonial Lindum (Lincoln) y Eboracum (York)44. La organización de la provincia
Dacia tras la conquista realizada por Trajano (106 d.C.) comportó la creación de las
colonias Aurelia Apulensis y Ulpia Traiana Sarmizegetusa (Carbó 2002: 115 s.).
En fin, ciertamente durante el Alto Imperio se crearon algunas colonias, pero
también es verdad que en el lugar de la fundación preexistía con frecuencia un op-
43
Savino (1999) estudia 4 ejemplos ubicados en puntos fronterizos distantes: Palmira, Lepcis Magna,
Colonia y Carnuntum.
44
Para una perspectiva crítica sobre el proceso colonial en Britania, ver Millet (1990).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 395
45
Por ejemplo, en Hispania son conocidos los casos de Clunia, elevada a colonia por Galba el año 68,
y el de Itálica, privilegiada por Adriano con el rango de colonia (Abascal y Espinosa 1989: 41).
46
Caso ilustrativo es el cuartel general de la legio VII Gemina en Hispania, que mutó a núcleo urbano
bajo el nombre de la propia unidad militar: Legio (actual León).
396 URBANO ESPINOSA
COMENTARIOS FINALES
47
Aulo Gelio (Noctes. Att. 16.13.6 y 16.13,9), añadía que las colonias encarnaban «la grandeza y ma-
jestad del pueblo romano y eran su reproducción en pequeño».
48
Una crítica a ciertas corrientes historiográficas actuales que plantean analogías entre los modelos ro-
mano y moderno de imperialismo, puede verse en Terrenato (2005: 59-72).
49
Sobre la originalidad del urbanismo romano, ver Chevallier (1974: 692).
FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA... 397
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